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El problema mente-cuerpo puede definirse como el problema de determinar la relación entre nuestros

estados mentales y nuestros estados corporales (en general, nuestros estados físicos). En el contexto de
este problema el término ‘mente’ admite lecturas más o menos cargadas ontológicamente. En un
sentido fuerte, ‘mente’ puede entenderse como una entidad, o substancia, que soporta los estados
mentales o es sede de los mismos. En un sentido débil, decir que un sujeto posee una mente es decir
simplemente que es correcto atribuirle estados mentales.

Las tradiciones filosóficas con mayor peso en la antigüedad fueron esencialmente dualistas –al defender
que los estados mentales y corporales son de naturaleza distinta– si bien con importantes matices entre
ellas. La tradición platónica sostuvo que el alma es inmaterial e inmortal y debe gobernar el cuerpo, el
cual es material y perecedero. En esta tradición quedó pendiente el problema de explicar cómo
entidades tan antagónicas pueden relacionarse estrechamente entre sí (el alma gobierna el cuerpo y a la
vez el cuerpo afecta al alma). El hilemorfismo aristotélico resuelve en cierto modo este problema al
sostener que la forma precisa una materia y la materia una forma (entendida esta última, dicho
brevemente, como un principio de organización de la materia que la dota de una cierta funcionalidad).
Cuestión ardua sin embargo es la de determinar el tipo de dualismo defendido en los escritos
aristotélicos. La ψυχή aristotélica parece ser responsable de las propiedades biológicas de una persona,
incluyendo entre ellas las propiedades mentales, con lo cual en términos aristotélicos la dualidad se
establecería entre lo biológico y lo físico, más que entre lo mental y lo corpóreo. Sin embargo,
Aristóteles según parece admitió que pensar es algo que no requiere un soporte material y puede existir
como forma pura.

Descartes defendió un dualismo de substancias en sus Meditaciones Metafísicas. La tesis central es que
una persona consta de dos substancias, una substancia pensante y otra corpórea, con atributos
opuestos y tales que pueden existir la una sin la otra. Ha ejercido gran influencia a lo largo de los siglos
posteriores no tanto la doctrina en sí, como el modo en que Descartes la argumenta. El argumento se
encuentra en la sexta y última meditación, pues depende de premisas establecidas en meditaciones
anteriores. Dicho argumento consta esencialmente de dos premisas: que podemos concebir con claridad
y distinción la mente (“mens”) sin el cuerpo y que aquello que podemos concebir con claridad y
distinción puede ser como lo concebimos. La primera premisa depende de la concebibilidad de la
hipótesis del genio maligno: es concebible una situación en la que un malvado genio se complace en
hacer fracasar todas mis creencias, incluidas creencias perceptivas relativas a que poseo un cuerpo y
habito un mundo material. Si esto es así, entonces es concebible que yo exista como algo pensante en
un mundo inmaterial. Por su parte, la segunda premisa se apoya en la tesis de que lo concebible, al
menos bajo ciertas condiciones, es metafísicamente posible. Luego se sigue de ambas premisas que es
metafísicamente posible que yo exista como algo pensante y sin cuerpo, sin que esa existencia requiera
nada material.
Sin entrar en la discusión de las dos premisas cartesianas (ver más abajo), la teoría cartesiana se
enfrenta al menos a tres problemas importantes. Uno de ellos es el de explicar la interacción entre
substancias distintas (heredado, en cierto modo, de la tradición platónica); el otro es el de explicar cómo
se individúan substancias cartesianas, dicho de otro modo, cómo podemos establecer límites entre
substancias pensantes distintas en ausencia de atributos corpóreos o materiales, o bien determinar la
existencia de una substancia pensante cuando no ejerce sus atributos. El tercer problema es en cierto
modo una consecuencia de los otros dos: se trata del problema epistemológico de las otras mentes, o
del fundamento epistémico para atribuir a otros mentes cartesianas, distinta de la mía.responsables
causales de las manifestaciones de la disposición). Por otro lado, un sujeto puede estar en un estado
mental sin verificar los contrafácticos que permiten atribuirle las disposiciones a la conducta relevantes
(caso de los super-superespartanos de Putnam, 1963). En el fondo, subyace a estos argumentos, en
especial al segundo, que si bien puede existir un vínculo a priori entre estados mentales y conducta
observable, este vínculo no es lo suficientemente fuerte ni directo para permitir una reducción de lo
mental a disposiciones a la conducta, como pretende el conductista: la misma conducta puede ser
resultado de distintas combinaciones de estados mentales

Desde las posiciones materialistas, el materialismo de estado central no tardó en ser atacado al estimar
que planteaba una relación metafísica entre lo mental y lo corpóreo, o físico –la identidad de estados
tipo– demasiado fuerte. Las identidades psicofísicas postuladas por la teoría tienen por consecuencia
que para cualquier estado mental tipo M existe un estado corpóreo tipo N tal que cualquier
ejemplificación de M es idéntica con una ejemplificación de N y a la inversa, pues son los tipos M y N
aquello que es objeto de identificación. Sin embargo, resulta poco plausible suponer que cualesquiera
dos sujetos que creen que Madrid es la capital de España ejemplifican un mismo estado cerebral tipo (o
incluso el mismo sujeto en momentos de tiempo diferentes).

En general, por esta razón el materialismo actual, o fisicismo, tiende a relajar la relación metafísica entre
lo mental y lo físico. Se aboga, o bien por una identidad de estados ejemplar, no de estados tipo (es
decir, cada ejemplificación de un estado mental tipo es idéntica con una ejemplificación de un estado
corpóreo (o físico) tipo, pero ejemplificaciones distintas de un mismo estado mental tipo pueden ser
idénticas con ejemplificaciones de estados físicos tipo distintos), o bien por la tesis que cada
ejemplificación de un estado mental tipo requiere la ejemplificación de un estado físico, aunque no
necesariamente del mismo tipo: es la llamada tesis de la múltiple realizabilidad física de lo mental. Esta
tesis permite encajar al materialismo que la sostiene, denominado materialismo no reductivo, dentro de
un esquema metafísico general en el que caben también otros fenómenos no mentales, como los
fenómenos biológicos, o fenómenos que dependen de lo mental, como los fenómenos económicos:
cualquier ejemplar de intercambio monetario es idéntico a (o requiere) un ejemplar de proceso físico
pero hay ejemplares distintos de intercambios monetarios que involucran procesos físicos tipo distintos,
como intercambio de monedas, o transmisiones eléctricas (Fodor, 1974).

Qué tipo de relación metafísica entre lo mental y lo físico da lugar a la deseada relación entre estados
ejemplar, y permite por tanto fundamentar el materialismo no reductivo, sigue siendo una cuestión
debatida y no resuelta. La primera idea pasaba por invocar algún tipo de relación de superveniencia,
según la cual las propiedades físicas de un sujeto (incluidas, presumiblemente, propiedades relacionales
que tengan en cuenta su entorno físico) determinan metafísicamente las mentales: no puede haber
variación en las segundas sin variación en las primeras. Hay diversos tipos de relaciones de
superveniencia, según el tipo de alcance modal que entrañan, pero ninguna de ellas parece suficiente
para defender una posición materialista, pues cualquier relación de superveniencia consiste en una
relación de covariación modal entre propiedades mentales y propiedades físicas que en principio es
compatible con determinadas versiones del dualismo.

Esta es una de las muchas dificultades del problema mente-cuerpo sobre la que el funcionalismo parece
arrojar luz. El funcionalismo surgió a principios de los años sesenta como consecuencia, por un lado, de
una reflexión acerca de las limitaciones tanto del conductismo lógico como del materialismo de estado
central y, por otro lado, del impacto causado por los primeros pasos de la inteligencia artificial (en
particular, la noción de máquina universal de Turing). La tesis funcionalista central es que la naturaleza
de cualquier estado mental es funcional, esto es, consiste en su desempeñar un determinado rol causal
definitorio, su mantener ciertas relaciones causales con otros estados (algunos de ellos también
mentales/funcionales), y no en el material de que está hecho, que correspondería a su implementación
o realización. Por ejemplo, lo esencial a desear beber agua fresca es que junto a la creencia de que hay
agua fresca en el frigorífico le lleva a uno a abrir el frigorífico, que es típicamente causado por estados
de deshidratación, que causa que uno responda ‘agua fresca’ ante la pregunta ‘¿qué quieres tomar?’ (si
ocurre, además, que uno quiere ser sincero en la respuesta)… por mencionar tan sólo una pequeña
parte del rol causal de desear beber agua fresca. Para el funcionalista, lo esencial a desear beber agua
fresca es ese entramado de relaciones causales y no que entrañe, por ejemplo, la activación de ciertas
neuronas.

Al ser posible que el rol causal definitorio de un estado mental involucre otros estados
mentales/funcionales, la tesis reductiva funcionalista no tiene las limitaciones de la tesis reductiva
conductista: un mismo tipo de conducta puede perfectamente obedecer a combinaciones distintas de
estados mentales. Por otro lado, un estado funcional requiere de la ejemplificación de un realizador,
esto es, de un estado que desempeñe el rol causal que define al estado funcional. El vínculo entonces
entre estado funcional y realizador es metafísicamente más estrecho que una mera relación de
superveniencia. La ejemplificación de un estado funcional requiere metafísicamente la ejemplificación
de un realizador, se explica a partir de ella, pero son posibles realizadores físicos múltiples en la medida
en que existan conjuntos de estados físicos, distintos entre sí, pero tales que todos ellos, en su conjunto,
verifiquen el patrón abstracto de relaciones causales que individúa al estado funcional.

Ahora bien, si el rol causal definitorio de un estado mental/funcional involucra otros estados mentales,
por ende también funcionales, entonces parece que cualquier estado mental interviene en la
individuación de cualquier otro, dando lugar a la tesis del holismo mental. Dicha tesis parece muy
implausible, pues entraña que para que dos sujetos ejemplifiquen un mismo estado mental tipo, por
ejemplo la creencia de que Madrid es la capital de España, es necesario que compartan todos sus
estados mentales. Este problema origina en el funcionalismo la búsqueda de un modo de acotar las
transiciones causales definitorias de un estado mental de manera que se evite el holismo y al mismo
tiempo se mantenga la tesis funcionalista central. Esta búsqueda parece difícil de ser llevada a buen
término. Por ejemplo, si podamos el rol causal definitorio de un estado mental dejando fuera algunas
transiciones causales, lo que nos quede puede no ser suficiente para individuar dicho estado mental,
precisamente por el mismo tipo de problema que enfrentaba el conductismo: distintas combinaciones
de estados mentales pueden dar lugar a la misma conducta. Pero entonces necesitaremos algo más que
el rol causal para individuar un estado mental, y con ello abandonaremos el funcionalismo, o cuando
menos una tesis puramente funcionalista.

Por otro lado, si bien la relación metafísica entre un estado funcional y su realizador parece apropiada
para fundamentar el materialismo no reductivo, sin embargo resulta problemática a la hora de explicar
la causalidad mental. Si un estado mental tipo se define por un rol causal y dicho rol causal es
desempeñado en cada ocasión por la ejemplificación de un realizador físico, entonces el responsable de
las transiciones causales que atribuimos al estado mental parece ser el realizador y, en la medida en que
la realizabilidad múltiple no permita identificar al estado mental tipo con un estado físico tipo, parece
que lo mental es como tal causalmente inerte.

Se ha argumentado que este problema se reproduce para cualquier defensa del materialismo no
reductivo, con independencia del funcionalismo, mientras plantee a lo sumo la identidad psicofísica sólo
a nivel de estados ejemplar, pero no de estados tipo. Dado que un materialista parece comprometido
con la tesis de la Clausura Causal de lo Físico (cualquier efecto físico tiene una causa física suficiente),
parece que no es un estado mental en cuanto tal, sino su realizador físico, el que es causalmente eficaz;
cuando menos el estado mental tipo parece causalmente redundante. Es el llamado problema de la
exclusión causal (Kim, 2005). Si el problema fuera irresoluble, entonces paradójicamente el materialismo
no reductivo sería tan incapaz de explicar el interaccionismo mente-cuerpo como en su día pareció serlo
el dualismo cartesiano. Jaegwon Kim se ha referido a esta conclusión de modo divertido como “la
venganza de Descartes”.

Un modo de afrontar el problema de la exclusión causal es proponer un análisis de la relación de


realización distinto del funcionalista y que a la vez no ponga en duda la eficacia causal de lo mental. El
llamado modelo subconjuntista de la realización (Shoemaker, 2007; Wilson, 2011) responde a estas
características. De acuerdo con este modelo, un estado tipo A realiza un estado tipo B si, y sólo si, los
poderes causales de B son un subconjunto (un subconjunto propio en caso de realización múltiple) de
los poderes causales de A. De acuerdo con este análisis, la relación metafísica de realización sólo se da
entre estados con poderes causales, con lo cual no se pondría en duda la eficacia causal de los estados
mentales. Ahora bien, si dicho análisis va aparejado con la tesis de que los estados tipo se individúan por
sus poderes causales, entonces se obtiene el resultado de que el estado realizado es parte del
realizador, con lo cual el segundo depende del primero, y no al revés, como requiere una posición
materialista no reductiva. Si, por el contrario, el análisis se desvincula de esta tesis individuativa,
entonces no garantiza por sí solo una relación entre estados ejemplar que fundamente una posición
materialista.
Tal vez la característica más sobresaliente de los planteamientos más recientes acerca del problema
mente/cuerpo sea la tendencia a considerar que lo mental no puede entenderse meramente a partir de
su relación con lo corpóreo, sino de la interacción del sujeto con el entorno físico en que se
desenvuelve. Un primer enfoque en esta dirección lo constituye el externismo mental, la tesis de que el
contenido intencional de determinados estados mentales viene fijado en parte por el entorno físico en
que se desenvuelve el sujeto. Según esta tesis, dos sujetos podrían, por ejemplo, tener creencias con
contenido distinto aun siendo duplicados físicos el uno del otro, si han crecido en entornos distintos.
Esta tesis deriva del externismo semántico, una posición que proviene de ciertas tesis sobre la semántica
de términos de género natural defendidas originalmente por Kripke y Putnam y establecidas por
conocidos experimentos mentales como el de la Tierra Gemela (Putnam, 1975). Supongamos que en una
galaxia muy alejada de la Vía Láctea existe un planeta, la Tierra Gemela, muy parecido al nuestro. En ese
planeta existen seres muy parecidos a nuestros tigres aunque responden a una constitución biológica
muy distinta. Son tan parecidos a nuestros tigres que si viajáramos a ese planeta no los distinguiríamos
de ellos, a menos que fuéramos expertos zoólogos. Supongamos también que en ese planeta sus
habitantes denominan en su lengua ‘tigres’ a esas criaturas. La intuición que el externista semántico
quiere que compartamos es que en el lenguaje de los habitantes de la Tierra Gemela el término ‘tigre’
no refiere a nuestros tigres sino a los bitigres. Igualmente, si dada la similitud entre ambos planetas,
existiera ahora mismo un ser idéntico a mí molécula a molécula que tuviera una creencia que en su
lengua se expresaría con el enunciado ‘los tigres son peligrosos’, entonces su creencia versaría sobre los
bitigres, mientras que la mía, que se expresa en castellano con el mismo enunciado tipo, versaría sobre
los tigres. Así, seres duplicados molécula a molécula, según este razonamiento, pueden albergar estados
mentales distintos, pues su contenido es distinto. En la medida en que el contenido de un estado mental
lo individúa como estado tipo, el externismo mental implica que determinados estados mentales se
extienden ás allá del cuerpo, en el entorno físico del sujeto.

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