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EL EMPIRISMO DE DAVID HUME (1711-1776)

1. Empirismo y teoría empirista del conocimiento

a) Definición de empirismo

En general, el empirismo moderno (como corriente opuesta en muchos aspectos al


racionalismo) se encuentra dentro del pensamiento ilustrado, y afirma que el origen y el límite
de todo conocimiento es la experiencia, negando así la existencia de ideas innatas.

b) Rasgos principales del conocimiento según el empirismo

En la mente sólo hay imágenes y percepciones, y éstas últimas pueden ser de dos tipos:
impresiones (que son las percepciones más intensas: ver u oír, o amar, p. e.), o ideas (que son
menos intensas por ser imágenes debilitadas de impresiones). Las impresiones y las ideas
representan dos modos diversos de vivacidad o intensidad. Por ejemplo, sentir el pinchazo de
una aguja (impresión), es más intenso que la idea de pinchazo.

De acuerdo con esto, Hume enuncia el denominado principio de “copia” (o


correspondencia): las ideas son copias de nuestras impresiones. Todo lo que pensamos lo
hemos sentido previamente con nuestros sentidos internos o externos. Esto supone, en efecto, la
negación de la existencia de ideas innatas.

A partir de este principio deduce otro, el criterio de discriminación: cuando tengo duda de
alguna idea, o no lo tengo claro, he de recurrir a su impresión correspondiente para saber si es
clara y precisa. Si no se puede remitir una idea o término a alguna impresión, se concluye que el
término o idea en cuestión carece de sentido o no existe, o es falso. Por ejemplo, puedo tener la
idea de esencia, pero como carezco de la impresión sensible de esencia, entonces no puedo
saber si es real.

2. Requisitos de la Ciencia: relación de ideas y cuestiones de hecho

Según Hume, la razón y la investigación humana pueden dividirse en dos grupos según
aquello que estudian: relación de ideas y cuestiones de hecho.

A la RELACIÓN DE IDEAS pertenecen las ciencias matemáticas (geométricas, aritméticas,


etc.), aunque para Hume no amplían el conocimiento, puesto que argumentan todo a priori. Esto
se debe a que son invariables, verdaderas, universales y nunca pude darse su contrario (porque
sería contradictorio). Por ejemplo, la afirmación «dos líneas paralelas nunca se cruzarán» es
invariable y nunca se puede pensar que se van a cruzar (no existe su contrario); como también
sucede al pensar en el número 4, en el cual se descubre que es 2+2, y viceversa: saber de una
parte te conduce a la otra. No hay más verdad en 4 que en 2+2. Son iguales. Esto implica que
hoy puedo demostrar que en el futuro no variarán y que, por eso, serán siempre verdaderas
y universales. Sin embargo, se trata de enunciados que no amplía el conocimiento (no aporta
un nuevo conocimiento), sólo lo aclaran, puesto que al decir «paralelas» ya se sobreentiende
que nunca se cruzarán; o al decir, 4 se puede descubrir que es la suma de dos cantidades iguales
(son analíticos). Por eso las Matemáticas son en sí mismas independientes de los hechos de
experiencia (no guardan de por sí relación directa con la experiencia). En consecuencia, la
experiencia, o los cambios que pudieran darse en la naturaleza, no podrán nunca invalidarlas ni
variarlas. Aun así, las MATEMÁTICAS son un saber válido.
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A las CUESTIONES DE HECHO corresponden razonamientos ciertos, pero no


necesariamente invariables: su certidumbre dependen de la experiencia, y amplían el
conocimiento. Lo contrario de una cuestión de hecho es siempre posible, ya que no implica
contradicción (p. e., que el fuego caliente pero no queme). Sería verdadero porque el hecho de
experiencia así lo indica. No hay discusión, ni se trata de un hecho contradictorio. Lo único que
cambia hoy es nuestra costumbre o manera de experimentar el fuego. Para las próximas
generaciones no será nada extraño experimentar que el fuego calienta y no quema. Esto implica
que hoy no puedo demostrar que el conocimiento que tengo de los hechos físicos es
invariable, es decir, no poseo ninguna impresión de cómo va a ser en el futuro. A diferencia
de la relación de ideas, no se puede asegurar que el conocimiento de los hechos físicos son
invariables y universales. No es que ese conocimiento sea falso (p. e., que el fuego hoy
quema), pero sí que puede variar. La costumbre nos induce a la creencia (belief) probable o
firme de que se volverá a repetir (que el fuego también quemará mañana), pero eso es hoy,
ahora, absolutamente indemostrable. Con todo, la FÍSICA es indudablemente ciencia.

¿Y la Metafísica?

¿Qué sucede si se presentan argumentos que no tienen correspondencia con ninguna cuestión
de hecho, es decir, que ninguna de sus ideas son copias de alguna impresión, ni que tampoco se
corresponden a los requisitos de las relaciones de ideas? Pues que un enunciado que no pueda
ser ni relación de ideas ni cuestión de hecho no puede tener validez racional o científica
desde ningún punto de vista. De ahí que la METAFÍSICA no pueda ser ciencia. Ahora bien,
Hume piensa que la existencia de Dios es del todo demostrable a partir de los hechos de
experiencia (cf. D. HUME, Historia natural de la religión1; ID., Diálogos sobre religión
natural). Es decir, como «religión racional o natural» pero sin caer en supersticiones ni
milagros. De manera que no está de acuerdo con la posibilidad de conocer a un Dios que se
revela o interviene en la historia, ni con toda la teología o dogmas que se desarrollan bajo este
pretexto.

3. Los dos pilares de la Ética de Hume: el emotivismo y el utilitarismo moral

a) El emotivismo moral: sentimiento moral o sim-patía

Hume, de acuerdo a su empirismo (porque se basa en la experiencia), afirma que la ética es


emotivista (en efecto, se basa en la experiencia moral inmediata y básica que capta el ser
humano a causa de alguna situación que vive). Hume está tan convencido de esto que intenta
fundamentar la moral al margen de la razón y de la religión. Se va a fijar sólo en el
sentimiento moral que provoca una situación (p. e., el rechazo por haber sido traicionado, o la

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«Toda la organización de la naturaleza nos revela a un autor inteligente y ningún investigador racional
puede, después de una seria reflexión, dudar un momento de los principios primarios del monoteísmo y la
religión auténticos. […]. Aunque la estupidez de los hombres bárbaros e ignorantes sea tan grande como
para no reconocer un soberano autor en las más claras obras de la naturaleza con las cuales tan
familiarizados están, sin embargo apenas parece posible que un individuo de mediana inteligencia pueda
rechazar tal idea una vez que le es sugerida. Un propósito, una intención y un designio son evidentes en
todas las cosas y cuando nuestro entendimiento llega a captar el origen primero de este sistema visible,
tenemos que aceptar, con la más firme convicción, la idea de una causa o autor inteligente. Por otra parte,
las leyes uniformes que rigen toda la estructura del universo nos llevan natural, si no necesariamente, a
concebir a esta inteligencia como única e indivisa, mientras los prejuicios de la educación oponen una
doctrina menos razonable. Aun las contradicciones de la naturaleza, al manifestarse por doquier, se
convierten en pruebas de un sólido plan y demuestran un único propósito o intención, por más que sea
inexplicable e incomprensible».
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aceptación por la lealtad de otro hacia mí), puesto que, según él, la razón es incapaz de mover
moralmente por sí sola al hombre. Lo que le mueve es la pasión o el sentimiento moral: «la
razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones». Es decir, que la razón es un «eco» de los
sentimientos, no viceversa: la razón está al servicio de las pasiones morales. La moral se
origina de la experiencia del sentimiento porque el sentimiento es la impresión más inmediata
y más cercana a uno mismo. Los elementos tradicionales de la moral (el bien, el mal, el deber,
el vicio o la virtud, etc.) no tienen un fundamento racional −como si fueran ideas
Matemáticas (no son relaciones de ideas)−; tampoco pueden provenir de la información que
ofrecen los hechos de experiencia u observación −como si fueran cuestiones de hecho o de
Física. Las normas morales no se pueden deducir ni extraer de la naturaleza humana,
como si toda la información moral estuviera escrita en nuestra naturaleza (es lo que llama
“falacia naturalista”).

Lo que sí podemos encontrar es un sentimiento de desaprobación o no (que es un


sentimiento básico de simpatía) hacia una acción: sentimientos de “benevolencia”
(“solidaridad” o “compasión”), o sentimientos de rechazo o repugnancia. Se trata de un
“inclinación natural altruista” que permite ponernos en el lugar del otro y comprender sus
sentimientos e ideas. Nos encontramos aquí con un dato sensible (objeto del sentimiento), no
con un dato de pura razón. Es decir, el sentimiento se encuentra en nosotros mismos, no
viene del hecho (como si de este nos viniera la norma normal ya dada): «se siente más que se
juzga». No robamos, no matamos, o no cometemos incesto debido a que nos hace sentirnos mal.
Esto le lleva a pensar que hay un acuerdo básico y universal en el funcionamiento de los
sentimientos morales, una coincidencia basada en la constitución original de la mente
humana. Hay acciones que universalmente aprobamos o desaprobamos, y que únicamente
desde un estado de locura podrían negarse.

El deber moral es para Hume un sentimiento de complacencia, un grado placentero que


posee la acción cuando encuentra aprobación: «La meta de toda especulación moral es
enseñarnos nuestro deber, y mediante representaciones adecuadas de la fealdad del vicio y de la
belleza de la virtud, engendrar en nosotros los hábitos correspondientes que nos lleven a
rechazar el uno y abrazar la otra» (Investigaciones sobre los principios de la moral, I).

No obstante, de todo este planteamiento se deriva un criterio de utilidad:

b) El utilitarismo moral

Hume añade a esto dicho sobre el sentido del deber las consecuencias de nuestro obrar.
Es decir, que toda acción moral está relacionada con un criterio de utilidad. En concreto, hay
que buscar un sentimiento de utilidad de la acción que sea contemplada para la
colectividad, no sólo respecto a mí: «todo lo que contribuye a la felicidad de la sociedad merece
nuestra aprobación o buena voluntad». Lo que es útil para los demás, puede sernos también
directamente agradable a nosotros.

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