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a) Definición de empirismo
En la mente sólo hay imágenes y percepciones, y éstas últimas pueden ser de dos tipos:
impresiones (que son las percepciones más intensas: ver u oír, o amar, p. e.), o ideas (que son
menos intensas por ser imágenes debilitadas de impresiones). Las impresiones y las ideas
representan dos modos diversos de vivacidad o intensidad. Por ejemplo, sentir el pinchazo de
una aguja (impresión), es más intenso que la idea de pinchazo.
A partir de este principio deduce otro, el criterio de discriminación: cuando tengo duda de
alguna idea, o no lo tengo claro, he de recurrir a su impresión correspondiente para saber si es
clara y precisa. Si no se puede remitir una idea o término a alguna impresión, se concluye que el
término o idea en cuestión carece de sentido o no existe, o es falso. Por ejemplo, puedo tener la
idea de esencia, pero como carezco de la impresión sensible de esencia, entonces no puedo
saber si es real.
Según Hume, la razón y la investigación humana pueden dividirse en dos grupos según
aquello que estudian: relación de ideas y cuestiones de hecho.
¿Y la Metafísica?
¿Qué sucede si se presentan argumentos que no tienen correspondencia con ninguna cuestión
de hecho, es decir, que ninguna de sus ideas son copias de alguna impresión, ni que tampoco se
corresponden a los requisitos de las relaciones de ideas? Pues que un enunciado que no pueda
ser ni relación de ideas ni cuestión de hecho no puede tener validez racional o científica
desde ningún punto de vista. De ahí que la METAFÍSICA no pueda ser ciencia. Ahora bien,
Hume piensa que la existencia de Dios es del todo demostrable a partir de los hechos de
experiencia (cf. D. HUME, Historia natural de la religión1; ID., Diálogos sobre religión
natural). Es decir, como «religión racional o natural» pero sin caer en supersticiones ni
milagros. De manera que no está de acuerdo con la posibilidad de conocer a un Dios que se
revela o interviene en la historia, ni con toda la teología o dogmas que se desarrollan bajo este
pretexto.
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«Toda la organización de la naturaleza nos revela a un autor inteligente y ningún investigador racional
puede, después de una seria reflexión, dudar un momento de los principios primarios del monoteísmo y la
religión auténticos. […]. Aunque la estupidez de los hombres bárbaros e ignorantes sea tan grande como
para no reconocer un soberano autor en las más claras obras de la naturaleza con las cuales tan
familiarizados están, sin embargo apenas parece posible que un individuo de mediana inteligencia pueda
rechazar tal idea una vez que le es sugerida. Un propósito, una intención y un designio son evidentes en
todas las cosas y cuando nuestro entendimiento llega a captar el origen primero de este sistema visible,
tenemos que aceptar, con la más firme convicción, la idea de una causa o autor inteligente. Por otra parte,
las leyes uniformes que rigen toda la estructura del universo nos llevan natural, si no necesariamente, a
concebir a esta inteligencia como única e indivisa, mientras los prejuicios de la educación oponen una
doctrina menos razonable. Aun las contradicciones de la naturaleza, al manifestarse por doquier, se
convierten en pruebas de un sólido plan y demuestran un único propósito o intención, por más que sea
inexplicable e incomprensible».
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aceptación por la lealtad de otro hacia mí), puesto que, según él, la razón es incapaz de mover
moralmente por sí sola al hombre. Lo que le mueve es la pasión o el sentimiento moral: «la
razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones». Es decir, que la razón es un «eco» de los
sentimientos, no viceversa: la razón está al servicio de las pasiones morales. La moral se
origina de la experiencia del sentimiento porque el sentimiento es la impresión más inmediata
y más cercana a uno mismo. Los elementos tradicionales de la moral (el bien, el mal, el deber,
el vicio o la virtud, etc.) no tienen un fundamento racional −como si fueran ideas
Matemáticas (no son relaciones de ideas)−; tampoco pueden provenir de la información que
ofrecen los hechos de experiencia u observación −como si fueran cuestiones de hecho o de
Física. Las normas morales no se pueden deducir ni extraer de la naturaleza humana,
como si toda la información moral estuviera escrita en nuestra naturaleza (es lo que llama
“falacia naturalista”).
b) El utilitarismo moral
Hume añade a esto dicho sobre el sentido del deber las consecuencias de nuestro obrar.
Es decir, que toda acción moral está relacionada con un criterio de utilidad. En concreto, hay
que buscar un sentimiento de utilidad de la acción que sea contemplada para la
colectividad, no sólo respecto a mí: «todo lo que contribuye a la felicidad de la sociedad merece
nuestra aprobación o buena voluntad». Lo que es útil para los demás, puede sernos también
directamente agradable a nosotros.