Hume busca aplicar la metodología de la ciencia al ser humano, por lo que defiende que nuestro conocimiento se ciña solo al ámbito de la experiencia y aquello que no esté incluido ahí no sea tomado por verdadero. De esta manera, lo primero sobre lo que reflexiona Hume es nuestro propio conocimiento. Afirma que este se reduce solo a percepciones –hechos de conciencia o modificaciones de nuestra mente que siempre precederán de la experiencia directa e indirecta. Distinguimos dos tipos: las impresiones y las ideas. Una impresión es aquella percepción que incide en la mente con gran fuerza y vivacidad. A su vez, las impresiones pueden ser de sensación, las cuales surgen de causas desconocidas, pero de estas dependen todo el resto de percepciones; y de reflexión, aquellas pasiones emociones o sentimientos causados por ideas. En cambio, una idea es una percepción más débil y menos vivaz. Verdaderamente se trata de una copia atenuada de una impresión («imágenes debilitadas de las impresiones»). Estas también pueden ser simples o complejas. Las ideas simples surgen de impresiones de sensación, y este tipo de ideas es el que genera las impresiones de reflexión. Sin embargo, las ideas complejas pueden venir tanto de impresiones de reflexión como de la asociación de ideas simples. Esta asociación se puede realizar de dos formas: arbitrariamente o de modo natural con las tres leyes de asociación de ideas: 1) la ley de semejanza: la imaginación pasa de una idea a otra que se parece; 2) la ley de contigüidad espacio-temporal: la imaginación pasa de una idea a otra que se suele experimentar de manera contigua; 3) y la ley de causalidad: la imaginación pasa de la idea del efecto a la de la causa. Aun así, estas asociaciones que se dan en la mente, se basan solo en la sucesión de hechos, sin por qué tener que estar estos verdaderamente relacionados entre sí. En otras palabras, la percepción sensible solo nos puede demostrar la sucesión espacio-temporal de dos hechos, pero jamás su conexión. A partir de estas ideas realizamos los juicios o razonamientos, que pueden ser relaciones de ideas o cuestiones de hecho («matters of fact»). Las relaciones de ideas son aquellos juicios que tan solo hacen referencia a conceptos ideales, referirse a la existencia –o inexistencia– de las cosas. Son los juicios propios de las matemáticas, de la geometría y de la lógica, por lo que son necesariamente verdaderos. Son los únicos de los que podemos tener certeza, provocan «knowledge». Las cuestiones de hecho no se obtienen con las relaciones de ideas, sino que son aquellos que provienen de la experiencia y no implican una necesidad lógica. Cabe señalar que «lo contrario de cualquier cuestión de hecho es, en cualquier caso, posible» –puesto que yo puedo decir «Soy rubio» y puede ser verdad, pero si lo dice otro que no lo es, es falso. Las cuestiones de hecho provocan «beliefs», conocimiento probable. Como consecuencia, Hume defiende que la ciencia se basa en creencias, es decir, que es un mero conocimiento de probabilidad. Así, critica la metafísica –que, por aquel momento, era el estudio de las sustancias establecidas por Descartes: el yo, el mundo y Dios– comenzando por la crítica del propio concepto de “sustancia”, que es, según Hume, «una simple colección de ideas unidas por la imaginación a las que se les asigna un nombre particular gracias al cual podemos recordar a otros o a nosotros mismos esta colección», que no tiene ningún fundamento, para pasar a criticar individualmente cada sustancia. No he incluido la crítica a cada sustancia porque si no, quedaría muy largo, pero no sé si debería meterla. Problema de la Ética Hume, en su intento de aplicar el método experimental de razonar en lo relativo al hombre, se para a estudiar los hechos morales, advirtiendo que estos no son, verdaderamente, hecho empíricos, puesto que no se percibe la moral como tal en las acciones, sino que son valoraciones, de manera que los hechos morales son juicios de valor. Así, pasa a preguntarse acerca del fundamento de dichos juicios morales. Por un lado, la base puede ser Dios, pero Hume critica la idea de un ser que no se percibe, de un ser que no se puede justificar. Por otro, los juicios morales pueden estar basados en la razón. Sin embargo, no son relaciones de ideas, porque la maldad o la bondad no está incluida en la definición de las acciones; ni cuestiones de hecho, ya que la maldad o la bondad no se ven o se perciben, de modo que Hume concluye diciendo que la moralidad no es objeto de la razón. Nos explica que, para encontrar el origen de la moralidad, debemos dirigir la reflexión hacia nuestro propio pecho, «en vuestro propio pecho encontraréis un sentimiento de desaprobación que en vosotros se levanta contra una acción». Ese rechazo es una cuestión de hecho, pero es objeto del sentimiento, no de la razón. Reside en nosotros, no en el objeto. Así, para Hume, el fundamento de la ética es la propia naturaleza humana, lo que siente, sus sentimientos. Consecuentemente, la diferencia entre las virtudes y los vicios será alguna impresión o sentimiento que se produzca en nosotros. La virtud sería «cualquier acción que dé, a quien la vea, un sentimiento agradable de aprobación», mientras que el vicio sería «cualquier acción que dé, a quien la vea, un sentimiento desagradable de desaprobación». De este modo, no sabríamos si una acción es buena o mala moralmente hasta que produzca –o no– en nosotros un sentimiento de placer. Este placer se basa en la utilidad dentro de la sociedad de una acción, es decir, que es nuestro «fellow feeling» –simpatía– lo que determina, en último término, la moralidad de los hechos. Es en este punto es en el que interviene la razón, que nos permite conocer la utilidad que tienen las acciones. Sin embargo, en Hume, a diferencia de en otros filósofos, la razón práctica es un mero instrumento para calcular la utilidad de una acción, y no es guía de estas, por lo que jamás podrá ser motivo de una acción de la voluntad y no podrá oponerse a la pasión. La razón es «esclava de las pasiones sin poder pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas». Asimismo, Hume dice que «la sola razón no puede constituir jamás el motivo de una acción de la voluntad (…) y no puede oponerse en absoluto a la pasión en la dirección de la voluntad», de lo que se deduce que, para Hume, no somos libres, sino que las pasiones dirigen nuestras acciones.