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DELITO
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LECCIÓN 1. EL CONCEPTO DE DELITO.
“La dogmática jurídico-penal «nos debe enseñar lo que es debido en base al derecho»,
debe averiguar qué es lo que dice el Derecho. La dogmática jurídico-penal, pues, averigua el
contenido del Derecho Penal, cuáles son los presupuestos que han de darse para que entre en
juego un tipo penal, qué es lo que distingue un tipo de otro, dónde acaba el comportamiento
impune y dónde empieza el punible. Hace posible, por consiguiente, al señalar límites y definir
conceptos, una aplicación segura y calculable del Derecho Penal, hace posible sustraerle a la
irracionalidad, a la arbitrariedad y a la improvisación”
La teoría del delito se ocupa pues de la exposición sistemática de los presupuestos que
deben concurrir de modo genérico para la imposición de una sanción penal y de las
consecuencias sistemáticas que resultan de la presencia o ausencia de cada uno de ellos (SILVA
SÁNCHEZ, 1992, 362).
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acuerdo con la estructura tripartita tradicional del delito son la tipicidad, la antijuridicidad, y la
culpabilidad (HIRSCH, 1995, 62 y ss).
En cualquier caso, las concepciones últimas acerca de los fines de la pena y del Derecho
penal no son ajenas a la teoría del delito, que no se puede concebir como un instrumento
metodológicamente neutro. Aparte del sentido garantista que subyace a la idea expresada al
principio de la búsqueda de una aplicación previsible e igualitaria del Derecho penal, también
llamada “función democrática”, en ningún momento hay que perder de vista que las categorías
y conceptos que desarrolla la teoría del delito constituyen un sistema de imputación que no
puede desvincularse de una determinada concepción del ser humano, de la sociedad y del
Estado (MUÑOZ CONDE / GARCÍA ARÁN, 2010, 209).
Podría decirse que ni el Derecho penal, ni las teorías que se elaboran para explicar sus
categorías y conceptos, existen sin más, sino en el marco de un modelo de Estado, que le
confiere determinados contornos. En palabras de MIR PUIG (2011, 137): “Estado, Derecho penal,
pena y delito se hallan en una estricta relación de dependencia”. En este sentido hay que estar
siempre alertas a preservar, los límites, principios y garantías constitutivos del Derecho penal
del Estado social y democrático de Derecho, frente a los muchos ataques y tendencias
autoritarias que se pueden deslizar bajo la apariencia de meras construcciones teóricas con la
pretensión directa o indirecta de eliminar o difuminar dichos límites. Así, por ejemplo, el
Derecho penal propio del Estado de Derecho se basa de modo fundamental en el “hecho
cometido”, en el “principio del hecho”, y es por ello, un “Derecho penal del hecho”. Sin embargo
el peligro de una vuelta a un “Derecho penal de autor” -propio de sistemas políticos autoritarios-
basado en la personalidad del autor o en la “peligrosidad” (en un sentido vago y general) del
mismo se hace cada vez más presente. No se puede, por tanto, partir de la “ilusión” de que las
cosas son como nos gustaría o como creemos que deberían ser conforme a nuestro modelo de
Estado, sino que hay que aplicar en lo posible un sano pensamiento crítico para aprender a
detectar las fisuras o grietas que se van produciendo.
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2. Concepto del delito y su evolución.
EL PROBLEMA DE LA ACCIÓN JURÍDICO-PENALMENTE RELEVANTE Y SUS CONSECUENCIAS.
Sin embargo, desde otro punto de vista, puede parecer una pérdida de tiempo empezar
examinando si concurre alguna causa de exclusión del comportamiento humano respecto a un
hecho evidentemente atípico, lo que conduciría a señalar que en realidad lo más aconsejable es
empezar comprobando si prima facie el comportamiento constituye una lesión o puesta en
peligro de un bien jurídico-penal prevista en algún tipo de delito (MIR PUIG, 2011, 177). Al margen
de lo estéril de la discusión, parece que estamos más ante una cuestión de carácter heurístico o
pedagógico acerca de cómo abordar las distintas preguntas relevantes, que ante una cuestión
de contenido. A su estudio dedicamos la Lección 3.
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tanto, la conducta tiene que ser objetiva y subjetivamente típica, a cuyo estudio, en sus
diferentes manifestaciones, dedicamos las Lecciones 4 a 10.
El concepto clásico del delito, sostenido significativamente por autores como BELING o
VON LISZT, es el propio del positivismo científico característico del ambiente intelectual del S. XIX.
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a) Partía de un concepto de acción completamente naturalístico entendido como
“movimiento corporal” perceptible por los sentidos que produce una modificación del mundo
exterior, ambos unidos por el vínculo de causalidad según la teoría de la equivalencia de las
condiciones, lo que topaba claramente con la dificultad de clasificar dogmáticamente los
comportamientos omisivos.
c) Adolecía de una cierta bipolaridad ya que, por un lado, pretendía alcanzar las máximas
cotas de seguridad jurídica, y por otro, aspiraba a la máxima funcionalidad mediante un sistema
sancionador orientado al delincuente (JESCKECK/WEIGEND, 2002, 218).
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gravedad de la conducta, lo que ayudó asimismo al desarrollo de causas de justificación sin
reconocimiento legal expreso. A su vez, el “tipo” deja de ser la descripción de un suceso externo
carente de valoración, para convertirse en “tipo de lo injusto”, como síntesis de los momentos
típicos de la antijuridicidad correspondientes a una figura delictiva (JESCKECK/WEIGEND, 2002,
222).
El concepto finalista de delito, dominante actualmente, fue elaborado sobre todo por
WELZEL a partir de los años treinta del siglo XX y está anclado en el planteamiento ontológico que
sirve de base a su concepto de acción final. Sus principales rasgos característicos son los
siguientes:
b) De la estructura final de la acción se deduce que el dolo, así como los elementos
subjetivos especiales de lo injusto, y la imprudencia, pertenecen ya al tipo (al “tipo subjetivo”),
puesto que su función consiste en caracterizar la acción en todos sus elementos esenciales de
carácter general.
Así pues, aunque causalismo y finalismo coinciden en que estructuran el delito en tres
escalones (tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad), difieren en el contenido que dan a esos
elementos porque mientras que para la dirección causalista el tipo del hecho doloso y el del
imprudente son idénticos y la distinción entre delito intencional e imprudente no se establece
hasta llegar a la culpabilidad, el finalismo distingue ya en el tipo entre delito doloso e imprudente
puesto que, además de la causalidad entre comportamiento y resultado, hay que examinar en
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el tipo el contenido de la voluntad: si el autor quiso el resultado (tipo doloso), o si simplemente
actuó negligentemente (tipo imprudente) (GIMBERNAT ORGEIG, 1980, 132).
d) Se alcanza por esta vía una cierta subjetivización de la antijuridicidad que conduce a
su vez a un cambio en el concepto material de “lo injusto”, entendido ahora como “concepto
personal de lo injusto”, como veremos en la Lección 2.
Con todo, no se puede pasar por alto que, siendo esta la base general de la teoría del
delito, nuestro legislador decidió introducir en nuestro ordenamiento la discutible
“responsabilidad penal de las personas jurídicas” mediante LO 5/2010 de 22 de junio en el art.
31 bis CP, regulación reformada y ampliada (arts. 31 bis a art. 31 quinquies) mediante LO 1/2015,
de 30 de marzo.
Pese a la generalizada afirmación de que la LO 5/2010 supone la abolición del principio societas delinquere
non potest en el Derecho español (p.e MIR PUIG, 2011, 200), si se observa detenidamente, se trata en todo
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caso de delitos cometidos por a) los representantes legales de la persona jurídica, o bien por aquéllos que
actuando individualmente o como integrantes de un órgano de la persona jurídica, están autorizados para
tomar decisiones en nombre de la persona jurídica u ostentan facultades de organización y control dentro
de la misma (art. 31.bis.1.a); b) quienes estando sometidos a la autoridad de las personas físicas
mencionadas en el párrafo anterior han podido realizar los hechos por haberse incumplido gravemente
por aquéllos los deberes de supervisión, vigilancia y control de su actividad atendidas las concretas
circunstancias del caso (art. 31 bis.1.b). Es decir, la persona jurídica como tal no comete ningún delito,
sino que, como dice el propio legislador en el actual art. 31 ter, “la responsabilidad penal de las personas
jurídicas será exigible siempre que se constate la comisión de un delito que haya tenido que cometerse
por quien ostente los cargos o funciones aludidas en el artículo anterior”. En segundo lugar, dado que esta
responsabilidad puede exigirse “aun cuando la concreta persona física responsable no haya sido
individualizada o no haya sido posible dirigir el procedimiento contra ella”, se trata en esencia de un
modelo de responsabilidad objetiva que no se compadece con la naturaleza jurídica de carácter penal que
el legislador de modo voluntarista le confiere. A este respecto no resulta decisiva su regulación en el
Código Penal, del mismo modo que la responsabilidad civil derivada del delito tampoco tiene naturaleza
jurídico-penal pese a estar regulada en el Código penal. A su vez, lo anterior genera muchos problemas
desde el punto de vista de los principios constitucionales en los que se basa el Derecho penal, entre los
que destaca el principio de culpabilidad (que exige, entre otros requisitos, una responsabilidad personal,
individual y subjetiva, para imponer una pena), lo que sugiere a su vez que las “penas” previstas para las
personas jurídicas son, en realidad, consecuencias jurídicas que tienen como objetivo combatir la
peligrosidad de las corporaciones.1
También cabe plantear en este contexto qué sucede cuando tenemos una situación de
falta de acción que ha sido provocada dolosa o imprudentemente por una conducta anterior del
propio sujeto, lo cual alude a la figura jurídica de la actio libera in causa. Ambas cuestiones serán
objeto de tratamiento específico en la Lección 3, si bien sobre esta última figura jurídica se
incluyen también las oportunas referencias en el epígrafe 4 de la Lección 14.
c) Aunque en esta definición legal no se hace alusión a los otros dos elementos
fundamentales del delito, antijuridicidad y culpabilidad, éstos pueden ser extraídos sin dificultad
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Sobre este círculo de problemas Cfr., p.e: Robles Planas (2011), Gómez Martín (2012) y Gracia Martín
(2014).
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de otros preceptos contenidos en el Libro I del Código Penal, que recoge las reglas de la Parte
General del Derecho Penal. En particular, resulta fundamental el art. 20 que regula entre sus
eximentes, las “causas de justificación” (20. 4º, 5º y 7º), que hacen que la conducta típica no sea
sin embargo antijurídica, y las “causas de inimputabilidad” (20.1º, 2º, 3º), que junto al “error
invencible de la antijuridicidad de la conducta” (art. 14.3) y la “inexigibilidad de otra conducta”
(art. 20.5º, cuando se trata de un estado de necesidad exculpante, y art. 20.6º) constituyen
“causas de inculpabilidad”.
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Sobre el mismo véase el epígrafe 5 de la Lección 10.
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Artículo 963 LECrim
«1. Recibido el atestado conforme a lo previsto en el artículo anterior, si el juez estima procedente la
incoación del juicio, adoptará alguna de las siguientes resoluciones:
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Así pues, se distingue ahora entre a) delitos graves, definidos como las infracciones que
la Ley castiga con pena grave en el art. 13.1 CP con relación al art. 33.2 CP, b) delitos menos
graves, definidos como aquellas infracciones para las que la Ley prevé pena menos grave en el
art. 13.2 CP con relación al art. 33.3 CP, y c) delitos leves, definidos como aquellas infracciones
que la Ley castiga con pena leve en el art. 13.3 CP con relación al art. 33.4 CP.
Por otro lado, a tenor del art. 12 CP “las acciones u omisiones imprudentes sólo se
castigarán cuando expresamente lo disponga la Ley”.
1.ª Acordará el sobreseimiento del procedimiento y el archivo de las diligencias cuando lo solicite el
Ministerio Fiscal a la vista de las siguientes circunstancias:
a) El delito leve denunciado resulte de muy escasa gravedad a la vista de la naturaleza del hecho, sus
circunstancias, y las personales del autor, y
b) no exista un interés público relevante en la persecución del hecho. En los delitos leves patrimoniales,
se entenderá que no existe interés público relevante en su persecución cuando se hubiere procedido a la
reparación del daño y no exista denuncia del perjudicado.
En este caso comunicará inmediatamente la suspensión del juicio a todos aquellos que hubieran sido
citados conforme al apartado 1 del artículo anterior.
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TEMA 2. ANTIJURICIDAD PENAL Y LO INJUSTO PENAL
La primera característica que podemos resaltar es que el delito se encuentra conformado por
tres elementos:
- Conducta típica
- La conducta típica debe ser antijurídica
- La conducta antijurídica para ser delito debe ser culpable
La conducta antijurídica será el aspecto en el que nos centraremos, es un elemento clave del
derecho penal y en particular en el hecho delictivo. La clave de esta figura es obligatoria empezar
definiéndola. En términos generales se puede señalar que una conducta es antijurídica cuando
contradice las reglas establecidas por el derecho y que son necesarias para la convivencia social,
el derecho (en todas sus ramas) regula a través de sus normas las relaciones humanas y lo hace
de tal estableciendo una serie de obligaciones y deberes necesarios para vivir en sociedad, el
derecho civil es la que más regula.
El derecho penal establece una serie de prohibiciones a través de las penas y estas prohibiciones
lo que persiguen es garantizar la seguridad jurídica de las personas y en particular que los BJ de
los que somos titulares se encuentren protegidos, si una persona contradice estas normas
comete un acto antijurídico. La conducta antijurídica no es solo patrimonio del Derecho Penal,
puede realizarse contra derecho civil, administrativo… con esto, vamos a analizar la
Antijuridicidad penal.
Antijuridicidad penal
• Antijuridicidad formal. Consiste en que una persona lleva a cabo un acto prohibido por
las normas penales. Dichas normas penales son de dos tipos:
o En el Código penal. Donde encontraremos la mayoría de las normas, el cual se
divide en dos partes: parte general (art 1 – 137), donde no encontramos normas
prohibitivas, la cual regula conceptos; y parte especial, donde encontramos las
figuras delictivas (138 – 616)
o En las leyes penales especiales. Cuando se infringe alguna de estas
prohibiciones, podemos decir que se ha realizado un injusto penal (acto en
contra del derecho)
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Pero, ¿cómo establece el legislador las conductas prohibidas den el derecho penal? ¿por qué se
establecen normas prohibitivas? En primer lugar, el legislador recoge un listado de conductas
graves, no todas porque si no sería criminalizar toda nuestra vida. Cuando hablamos del
legislador, lo hacemos de nuestros diputados y senadores; pero quienes determinan si hay
conductas delictivas son los expertos en política criminal cuyo fin es determinar que conductas
sociales deben ser prohibidas.
El Estado tiene la obligación de proteger bienes jurídicos de las personas, lo hará aplicando las
normas a posteriori, aunque también cabe la posibilidad de evitar estas conductas con la
amenaza de sanción, nosotros sabemos que hay un CP. Esto implica que tenemos conocimiento
de la norma prohibitiva que lleva aparejado consecuencias jurídicas privativas de libertad.
¿Es suficiente solo con llevar a cabo una conducta contraria a derecho? No, no es suficiente, se
necesita además que la comisión de esta conducta o este hecho delictivo no concurra ninguna
causa que justifique la comisión de este delito. Las causas de justificación es que en
determinadas circunstancias una persona se puede encontrar justificada para cometer un hecho
delictivo, en el artículo 20CP donde encontramos causas de inimputabilidad de una persona y a
su vez las causas que justifican la comisión de un hecho delito, eximiéndole de culpabilidad. EJ:
una persona que mata a otro por un disparo en el tórax, esta conducta es contraria al derecho
porque está prohibido en el 138 CP y por tanto quien lo haga, lleva a cabo una conducta contraria
al DP y por tanto es antijurídica, pero no basta para determinar si estamos ante un delito, hay
que determinar si hay o no causas de justificación; si la persona que dispara lo hace porque quien
recibe el disparo le va a pegar con un bate en la cabeza concurre una causa de justificación de
legítima defensa 20.4 CP. Para que una conducta sea antijurídica deben concurrir dos
circunstancias: debe ser una conducta típica (recogida en un precepto del CP en el caso del
ejemplo el 138CP) pero con esto no es suficiente; también requiere que no concurra ninguna
causa de justificación. Antijuridicidad formal, por tanto, podemos decir que requiere que
concurra una circunstancia típica carente de justificación
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o A conduce de forma prudente y correcta su vehículo y atropella a B que cruza la
calle por un lugar no destinado a ello, de forma imprevista para A; B muere
consecuencia del atropello
A través de estos supuestos vamos a entender por qué provoca criticas esta postura del
s. XIX vamos a extraer una serie de conclusiones:
Hay autores alemanes que mantienen que para considerar un hecho como injusto
bastaría con considerar el desvalor de la acción, quedando el desvalor de resultado en
un papel secundario. Es decir hay que tener en cuenta la acción (voluntad), y el resultado
es secundario, todo lo opuesto a lo anterior; esto es objeto de crítica porque trata la
conducta desde el punto de vista del derecho penal de autor y no de hecho; se trata de
una de las figuras más criticadas porque hay que enjuiciar al hecho y no a la persona. No
obstante hay que señalar que cuando los alemanes dicen que hay que considerar la
intencionalidad o la voluntad tiene su explicación, la encontramos depv de la tentativa.
Si disparo con intención de matar y no mato, el bien jurídico protegido (vida) no ha
resultado afectado, pero si se ha puesto en peligro y si tenemos en cuenta le resultado
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en exclusiva, quedaría indemne; si tenemos en cuenta la teoría de los alemanes
(monista) habría que aplicar la figura de la tentativa, el BJ no resulta afectado
directamente pero si puesto en peligro.
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LECCIÓN 3. EL COMPORTAMIENTO HUMANO.
El Derecho penal sólo criminaliza los hechos realizados por las personas
quedando fuera del ámbito punitivo las conductas realizadas por fuerzas o fenómenos
de la naturaleza (el rayo que mata al paseante del bosque) o por animales (la plaga de
roedores que acaba con la cosecha).
Pero ¿qué es una acción en el sentido del Derecho penal?. Al no ofrecer el Código
penal un concepto de acción se han dado a lo largo de los años diversas teorías sobre la
misma. Aquí traeremos a colación las tres principales teorías: la teoría causal, la teoría
final y la teoría social de la acción.
La teoría causal de la acción, desarrollada al final del siglo XIX, fue durante largo
tiempo la teoría predominante. Esta se caracteriza por abstraer el contenido de la
voluntad y considerar como criterio determinante exclusivamente la eficacia causal de
la voluntad. Por tanto, la acción se define como una causación arbitraria o no evitación
de una modificación en el mundo exterior.
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entendida como un impulso de voluntad generador de un movimiento corporal que es
el que causa una modificación del mundo exterior perceptible a través de los sentidos-.
Los obstáculos que presentaba la concepción causal de la acción fueron los que
llevaron a una concepción finalista de la acción.
El concepto final de acción fue obra de WELZEL. Para la teoría final, la acción
humana consiste en el ejercicio de una actividad finalista. La finalidad o el carácter
finalista de la acción se basa en que el ser humano, gracias a su saber causal, puede
prever, dentro de ciertos límites, las consecuencias posibles de su conducta, asignarse,
por tanto, fines diversos y dirigir su actividad conforme a un plan a la realización de estos
fines. WELZEL lo expresó con la siguiente fórmula: la finalidad es “vidente”, la causalidad
“ciega”. Según la teoría final de la acción, la acción humana no es solo un proceso
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causalmente dependiente de la voluntad, sino, por su propia esencia, ejercicio de la
actividad final. La espina dorsal de la acción finalista es la voluntad consciente del fin,
rectora del acontecer causal. Ella es el factor de dirección que configura el acontecer
causal externo, pertenece a la acción como factor integrante. Para WELZEL, finalidad y
voluntad de realización son términos sinónimos.
Finalmente, el concepto social de acción que, al igual que los anteriores, trata de
obtener un concepto general, prejurídico, de acción. Esta concepción social de acción se
caracteriza por manejar un concepto normativo de acción al definirla por referencia a
un sistema de normas, lo que le ocasionó su mayor crítica al anticipar al primer elemento
del delito valoraciones pertenecientes a elementos posteriores. Para esta doctrina, la
acción es todo comportamiento humano objetivamente dominable, dirigido a un
resultado social objetivamente previsible.
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acción, que caracteriza la acción como manifestación de la personalidad o el concepto
significativo de acción. Desde este último la acción se define como sentido que,
conforme a un sistema de normas, puede atribuirse a determinados comportamientos
humanos, de manera que el concepto significativo de acción expresa que los hechos
humanos únicamente pueden comprenderse a través de las normas, esto es, que su
significado solo existe en virtud de normas y no es previo a las mismas.
ESTADOS DE INCONSCIENCIA.
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y por consiguiente no pueden considerarse acciones penalmente relevantes. Estados de
inconsciencia son, entre otros, el sueño, el sonambulismo o la embriaguez letárgica.
En el caso expuesto hay que distinguir dos fases: en una primera, A, pese a sufrir
desvanecimientos, continúa conduciendo su vehículo, y una segunda fase, donde A sufre
uno de esos desmayos mientras conduce y pierde el control del vehículo. La pregunta
que surge es: ¿cabe hacer responsable a A de los resultados lesivos por la “acción
inmediatamente lesiva”?. Si la respuesta es negativa, cabe entonces preguntarse si A ha
de responder de dichos resultados por sus acciones anteriores a la que directamente
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produce el accidente. Para el Tribunal Supremo, la respuesta es afirmativa al infringir A
la norma de cuidado legalmente establecida.
MOVIMIENTOS REFLEJOS
Distintos de los movimientos reflejos son las reacciones primitivas en las que se
distinguen los actos en cortocircuito, en los que interviene la voluntad y por tanto no
excluyen la acción y las reacciones explosivas. Ej. el atracador nervioso, aprieta
instintivamente el gatillo al observar un gesto equívoco de huida o defensa en un
empleado del banco.
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no concurrir la voluntariedad exigida en el art. 1 del CP, para reputar punible una acción
o una omisión”.
FUERZA IRRESISTIBLE.
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Para provocar un choque de trenes, un sujeto ata fuertemente a una silla al
responsable del control. Este último encontrándose atado, padece una fuerza física
irresistible que le impide actuar. La omisión de corregir el trazado de las vías del tren
para impedir el accidente no puede atribuirse a su comportamiento.
Para la apreciación de la fuerza irresistible es, por tanto, necesario que la misma:
2) provenga de un tercero.
3) que actuando con positiva influencia sobre aquél le obligue a realizar un acto
contrario a sus deseos o a su voluntad.
Requisitos todos ellos a los que alude la jurisprudencia como, por ejemplo, en la
STS núm. 320, de 15 de marzo de 1997.
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administración o análogas. La razón estriba en que detrás de cada decisión social hay
una o varias personas físicas responsables que son las que en nombre de aquélla toman
y cumplen los acuerdos.
El artículo 31 CP dispone:
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correspondiente figura de delito requiera para poder ser sujeto activo del mismo, si tales
circunstancias se dan en la entidad o persona en cuyo nombre o representación obre.
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La aplicación del artículo 31 exige la concurrencia de tres requisitos:
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artículo 319.4.º-, delitos contra el medio ambiente –artículo 328-, delitos relativos a la
energía nuclear y a la radiaciones ionizantes –artículo 343-, delitos de riesgo provocados
por explosivos –artículo 348-, tráfico de drogas –artículo 369 bis-, delitos de falsedad en
medio de pago –artículo 399 bis-, delito de cohecho –artículo 427 bis-, delito de tráfico
de influencias –artículo 430-, delito de soborno a funcionario extranjero –artículo 455-,
organizaciones o grupos criminales – artículo 570 quater- y financiación del terrorismo
–artículo 576 bis-.
La Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo lleva a cabo una amplia revisión del
régimen de responsabilidad penal de las personas jurídicas. Sin embargo, se echa en
falta en el Preámbulo de la Ley Orgánica una explicación y un análisis más detallados de
las importantes modificaciones previstas en esta materia ya que tan solo se limita a
señalar de manera muy parca lo siguiente: “la reforma lleva a cabo una mejora técnica
en la regulación de la responsabilidad penal de las personas jurídicas, introducida en
nuestro ordenamiento jurídico por la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio, con la
finalidad de delimitar adecuadamente el contenido del “debido control”, cuyo
quebrantamiento permite fundamentar su responsabilidad penal. Con ello se pone fin a
las dudas interpretativas que había planteado la anterior regulación, que desde algunos
sectores había sido interpretada como un régimen de responsabilidad vicarial, y se
asumen ciertas recomendaciones que en ese sentido habían sido realizadas por algunas
organizaciones internacionales. En todo caso, el alcance de las obligaciones que conlleva
ese deber de control se condiciona, de modo general, a las dimensiones de la persona
jurídica. Asimismo, se extiende el régimen de responsabilidad penal a las sociedades
mercantiles estatales que ejecuten políticas públicas o presten servicios de interés
económico general, a las que se podrán impone las sanciones actualmente previstas en
las letras a) y g) del apartado 7 del artículo 33 del Código Penal”.
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La modificación afecta fundamentalmente a dos puntos: por una parte, a su
ámbito de aplicación, que extiende a las Sociedades Mercantiles Estatales; y, por otra
parte, al contenido de la noción de "debido control", cuya infracción constituye uno de
los elementos que permiten fundamentar la responsabilidad penal de una persona
jurídica. Para lograr este doble objetivo, la Ley Orgánica 1/2015 amplía
considerablemente la regulación dedicada a la responsabilidad penal de las personas
jurídicas, a la que pasan a dedicarse cuatro artículos: el artículo 31 bis, que reproduce
el contenido del antiguo apartado 1 con algunas modificaciones y con toda una serie de
nuevas previsiones para la delimitación del concepto de "debido control"; y los nuevos
artículos 31 ter, 31 quáter y 31 quinquies, en los que se recoge el contenido de los
apartados 2, 3, 4 y 5 del viejo artículo 31 bis, con la modificación relativa a la
responsabilidad penal de las Sociedades Mercantiles Estatales.
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anterior, han podido realizar los hechos por haberse incumplido gravemente por aquéllos
el deber de controlar su actividad atendidas las concretas circunstancias del caso.
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Para el caso de los delitos cometidos por las personas indicadas en la letra b) del
apartado 1, el apartado 4 del artículo 31 bis dispone que: …la persona jurídica quedará
exenta de responsabilidad si, antes de la comisión del delito, ha adoptado y ha ejecutado
eficazmente un modelo de organización y gestión que resulte adecuado para prevenir
delitos de la naturaleza del que fue cometido o para reducir de forma significativa el
riesgo de su comisión. En este supuesto también es aplicable una posible atenuación de
la pena en caso de "acreditación parcial".
Por otro lado, como el apartado 2 del artículo 31 bis enumera distintas
actuaciones que deben haber verificado las personas jurídicas para poder quedar
exentas de responsabilidad en el caso de que uno de sus representantes legales o
administradores cometa un determinado delito, algunas de las previsiones de este
apartado 2 se completan en el apartado 5, que detalla de forma muy pormenorizada el
contenido que han de tener los "modelos de prevención" que debe adoptar y ejecutar
el órgano de administración. Los modelos de organización y gestión deben cumplir los
siguientes requisitos: … 1.º Identificarán los protocolos o procedimientos que concreten
el proceso de formación de la voluntad de la persona jurídica, de adopción de decisiones
y de ejecución de las mismas con relación a aquéllos; 2.º Establecerán los protocolos o
procedimientos que concreten el proceso de formación de la voluntad de la persona
jurídica, de adopción de decisiones y de ejecución de las mismas con relación a aquéllos;
3.º Dispondrán de modelos de gestión de los recursos financieros adecuados para
impedir la comisión de los delitos que deben ser prevenidos; 4.º Impondrán la obligación
de informar de posibles riesgos e incumplimientos al organismo encargado de vigilar el
funcionamiento y observancia del modelo de prevención; 5.º Establecerán un sistema
disciplinario que sancione adecuadamente el incumplimiento de las medidas que
establezca el modelo; 6.º Realizarán una verificación periódica del modelo y de su
eventual modificación cuando se pongan de manifiesto infracciones relevantes de sus
disposiciones, o cuando se produzcan cambios en la organización, en la estructura de
control o en la actividad desarrollada que los hagan necesarios.
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acomodo más correcto en la legislación mercantil u otra que resulte de aplicación a las
personas jurídicas de que en cada caso se trate, legislación a la que el Código Penal
podría, en su caso, remitirse.
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El nuevo artículo 31 quáter, que reproduce el contenido del apartado 4 del
anterior artículo 31 bis, contempla un catálogo cerrado (“sólo podrán considerarse
circunstancias atenuantes de la responsabilidad penal de las personas jurídicas”) de
circunstancias atenuantes de la responsabilidad de las personas jurídicas: la confesión
de la infracción a las autoridades antes de que el procedimiento se dirija contra la
persona jurídica, la colaboración en la investigación en cualquier momento del proceso,
la reparación o disminución del daño o haber establecido, antes del comienzo del juicio
oral, medidas eficaces para prevenir hechos futuros y descubrir delitos. –Modelo de
cumplimiento de la ley-
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LECCIÓN 4. LA TIPICIDAD.
1. Introducción.
Una acción u omisión es delito si infringe el Ordenamiento Jurídico –
antijuridicidad- en la forma prevista por los tipos penales –tipicidad- y puede ser
atribuida a su autor –culpabilidad-, siempre que no existan obstáculos que impidan su
punibilidad.
Una acción u omisión, para que constituya delito, han de estar comprendidas en
un tipo de injusto del Código penal. Esta afirmación es consecuencia del principio de
legalidad que se recoge en el artículo 10 del Código penal: Son delitos las acciones y
omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley.
Del principio de legalidad se deriva directamente que una conducta humana solo
puede ser castigada cuando está prevista por un precepto que describe con claridad la
conducta prohibida o exigida mediante la conminación de una pena. Se denomina tipo
a esas descripciones de delito que contienen las leyes penales.
El que un hecho sea típico no significa necesariamente que el hecho sea también
antijurídico pues puede concurrir una causa de justificación que convierta la conducta
típica en conducta permitida por el Derecho. Sin embargo, ningún hecho por antijurídico
que sea, puede llegar a ser delito si, al mismo tiempo, no es típico.
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2. Concepto de “tipo penal”.
Las formas de comportamiento antijurídico que merecen ser castigadas, como el
matar o el robar, se hallan contenidas en especiales descripciones de delito fijadas en la
Ley que reciben el nombre de tipos.
Para los neokantianos, el tipo penal contiene la decisión del legislador de castigar
un determinado comportamiento humano como delito. El tipo es, por tanto, la
descripción de la conducta prohibida que lleva a cabo el legislador en el supuesto de
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hecho de una norma penal. El artículo 138 del CP es un tipo penal que castiga el
homicidio. En consecuencia, “típica” es la adjetivación que recibe la conducta concreta
cuando se comprueba que es subsumible en un tipo penal así, por ejemplo, la conducta
de matar a otro es típica al existir un tipo penal, el artículo 138, que la castiga. Y
“tipicidad” es la adecuación de la conducta a la descripción efectuada en el Código penal
o si se prefiere la cualidad que se atribuye a un comportamiento humano cuando es
subsumible en el supuesto de hecho de una norma penal.
Según esta función la circunstancia de que una acción sea típica representa un
indicio de que pueda ser, en definitiva, antijurídica. El que un acto sea típico, como por
ejemplo matar, no debe presuponer que es antijurídico. Matar a otro en defensa propia,
aunque es una conducta típica no es antijurídica porque está justificada.
35
antijuridicidad pasan a constituir un solo elemento de la teoría del delito. Por ello, matar
a una persona en legítima defensa es un hecho atípico, y ello porque la declaración de
tipicidad de una conducta no puede hacerse hasta la constatación de que concurren
todos sus elementos positivos (el tipo) y falten los negativos (causas de justificación).
Cosa distinta es que a la hora de formar o construir los tipos el legislador recurra
a los denominados: tipo básico, tipo agravado o cualificado y tipo atenuado o
privilegiado.
36
cometerse el robo en casa habitada, edificio o local abiertos al público (art. 242.2) y dos,
por utilizar el sujeto armas u otros instrumentos peligrosos para la comisión del robo
(art. 242.3). Asimismo, en el apartado 4 el legislador incluye un tipo atenuado o
privilegiado que permite rebajar la pena y que se apreciará por la menor entidad de la
violencia o intimidación ejercidas y valorando además las restantes circunstancias del
hecho.
Los elementos del tipo lo componen: la acción o conducta típica, los sujetos, el
objeto material y jurídico del delito, el tiempo y lugar.
LA ACCIÓN U OMISIÓN.
El tipo penal exige la presencia de dos sujetos: el sujeto activo que es quien
realiza el tipo y el sujeto pasivo que es el titular del bien jurídico.
Sujeto activo del delito es la persona que realiza la conducta típica, quien conjuga
el verbo que constituye el núcleo del tipo. Es sujeto activo del homicidio el que mata.
Sujeto activo del delito solo puede serlo el hombre y no los animales o cosas inanimadas,
aunque no siempre ha sido así. Por ejemplo, en las disposiciones del Pentateuco, el buey
homicida debía ser lapidado; si un animal mataba a un hombre y era reconocido
culpable, era muerto y arrojado más allá de las fronteras.
37
Si hasta la reforma de 2010 solo las personas físicas podían cometer delitos, tras
la introducción de la responsabilidad penal de las personas jurídicas por la LO 5/2010,
de 22 de junio, éstas también pueden ser sujeto activo del delito al ser posible la
imputación de responsabilidad penal a las mismas aun cuando la concreta persona física
responsable no haya sido individualizada o no haya sido posible dirigir el procedimiento
contra ella.
Sujeto pasivo del delito es la persona sobre la que recae materialmente la acción,
es el titular o portador del bien jurídico protegido por la norma concreta, esto es, el
titular del bien jurídico lesionado o puesto en peligro por el delito. Pueden ser sujetos
pasivos tanto las personas físicas –como sucede en los delitos contra la vida- como las
personas jurídicas –como sucede en los delitos contra la propiedad industrial- e incluso
el Estado o la propia sociedad –como sucede en los delitos relativos a la defensa nacional
o en los delitos relativos al mercado o consumidores-, e incluso animales, que ostenten
la condición de titulares de derechos o intereses.
38
típica por lo que también se denomina objeto de la acción. Puede ser objeto material, la
persona, individual o jurídica, los animales o las cosas. Aunque el objeto material puede
coincidir con el sujeto pasivo, como sucede en el delito de homicidio donde el sujeto
pasivo es la víctima y también la persona sobre la que recae la acción de matar, no en
todos los delitos coincide, por ejemplo en el delito de hurto, el objeto material es la cosa
hurtada y el sujeto pasivo la persona a quien se hurta.
39
delito se comete tanto en el momento o lugar en que se realizó la acción u omisión,
como en el momento en que se produjo el resultado.
40
incluyó en el Código penal posterior al regularse la eficacia de la ley penal en el espacio
en la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985.
1. De la parte objetiva:
41
delitos permanentes el mantenimiento del estado antijurídico depende de la voluntad
del autor. La realización del tipo permanente abarca todo el tiempo durante el cual no
desaparece el estado creado por el autor. Ejemplo de delito permanente lo constituye
el delito de detención ilegal (art. 163) que se consuma en el momento en que el autor
detiene a la persona pero se mantiene el delito hasta la liberación de la misma.
42
Los delitos de omisión son delitos de no hacer, el sujeto se abstiene de realizar
una conducta ordenada por la norma, infringiendo de esta manera una norma
preceptiva o de mandato como, por ejemplo, el delito de omisión del deber de socorro
(art. 195). Los delitos de omisión, a su vez, pueden ser delitos de omisión propia o pura
y delitos de omisión impropia o comisión por omisión.
Los delitos resultativos, por el contrario, no acotan las modalidades ya que basta
cualquiera que sea idónea para la producción del resultado típico. En el delito de
homicidio (art. 138) el legislador no realiza una enumeración de los medios para matar,
no dice el que matare a otro mediante disparo, veneno, paliza, etc. sino que cualquier
medio que lleve al resultado de muerte conforma el tipo del homicidio.
43
D. Según el número de acciones previstas en el tipo se distingue entre delitos de
un acto, delitos de pluralidad de actos y delitos alternativos.
Los delitos de un acto son aquellos en los que el tipo describe una sola acción.
Es un ejemplo de delito de un acto el delito de hurto (art. 234) puesto que el tipo
describe una sola acción: el apoderamiento de cosa mueble ajena.
Los delitos de pluralidad de actos son aquellos en los que el tipo describe varias
acciones como sucede con el delito de robo con violencia o intimidación en las personas
(art. 242) que requiere el apoderamiento de cosa mueble ajena más ejercer violencia o
intimidación en las personas. Dentro de esta modalidad se alude a delitos de hábito que
son aquellos que necesitan una repetición de actos, hasta entonces el delito no se
consuma. Ejemplo de delito de hábito es el delito de malos tratos (art. 173.2) que
requiere que el sujeto "habitualmente ejerza violencia física o psíquica...”.
Los delitos alternativos son aquellos que prevén más de una conducta posible
como sucede con el delito de allanamiento de morada (art. 202) que prevé dos
conductas: entrar y mantenerse. O el delito de detención ilegal (art. 163) que castiga
tanto el encerrar como el detener, cualquiera de ellas basta.
2. De la parte subjetiva:
Los delitos dolosos son aquellos en los que se dan los dos elementos de intención
(conocimiento) y voluntad. Su parte subjetiva está formada por el dolo. Los delitos
dolosos pueden ser cometidos con dolo directo de primer grado, dolo directo de
segundo grado o dolo eventual.
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Los tipos pueden ser asimismo portadores de elementos subjetivos distintos del
dolo. Los delitos portadores de elementos subjetivos se dividen a su vez en tres grupos:
delitos mutilados en dos actos, delitos de resultado cortado y delitos de tendencia
interna trascendente o intensificada.
Los delitos mutilados en dos actos son aquellos en los que el primer acto sirve
para realizar un segundo por el mismo sujeto, cuya realización no exige el tipo, al cual le
basta el primero cuando ha sido llevado a cabo con la intención de efectuar el segundo
(art. 298.2, receptación para traficar).
Los delitos de resultado cortado son los delitos en los que la intención del autor
al ejecutar la acción típica va dirigida a la realización de un resultado independiente. Por
ejemplo el delito de tortura (art. 174) donde se tipifica una acción para alcanzar un
resultado posterior que el tipo no requiere que se llegue a realizar (torturas para
obtener una confesión).
Los delitos comunes son aquellos que pueden ser cometidos por cualquier
persona al no requerir el tipo ninguna cualidad, característica o condición en el sujeto
activo. Por ello, la mayoría de los tipos aparecen redactados con el lacónico “el que”: “el
que matare” (art. 138); “el que causare daños” (art. 263), “el que atentare contra la
libertad sexual” (art. 178), etc.
Delitos comunes son la mayoría de los previstos en el Código penal como, por
ejemplo, el homicidio (art. 138).
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Los delitos especiales son, por el contrario, aquellos delitos que requieren
determinadas cualidades para ser sujeto activo. Solo aquel sujeto que reúna las
cualidades que exige el tipo puede ser autor. El ejemplo más significativo es el grupo de
delitos de funcionarios que limitan la autoría a quien desempeñe una función pública en
cuyo seno se realice la actividad delictiva. Son delitos especiales, por ejemplo, el artículo
329: “La autoridad o funcionario público que, a sabiendas, hubiere informado
favorablemente la concesión de licencias manifiestamente ilegales”; el artículo 257.1.1:
“El que se alce con sus bienes”; el artículo 446: “El juez o magistrado que, a sabiendas,
dictare sentencia o resolución injusta”; el artículo 458: “El testigo que faltare a la verdad
en su testimonio”, etc.
A su vez los delitos especiales pueden ser: delitos especiales propios y delitos
especiales impropios.
Los delitos especiales propios son aquellos en los que el tipo prevé solo como
posibles autores a personas especialmente caracterizadas y, por tanto, no tiene figura
correlativa en un delito común. Por ejemplo, es delito especial propio el delito de
prevaricación judicial (art. 446). Esto significa que si la prevaricación la lleva a cabo
cualquier persona no será válida ya que solo puede cometer el delito de prevaricación
judicial un juez.
Los delitos especiales impropios son aquellos que pueden cometerse por
cualquiera, pero la autoría de personas cualificadas constituye una causa de agravación
de la pena. Los delitos especiales impropios sí tienen correspondencia con un delito
común. Así, en el delito de malversación de caudales públicos (art.432) cuyo sujeto
activo solo puede serlo un funcionario, en el supuesto de una persona no funcionaria
que sustrae dinero público cometerá un delito de apropiación indebida.
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instrumento en la comisión del delito, como ocurre, por ejemplo en el delito de falso
testimonio. No cabe, por tanto, la autoría mediata.
Los tipos de participación que contempla el Código penal son: inductor –“los que
inducen directamente a otro u otros a ejecutarlo”, art. 28.a)- cooperador necesario “los
que cooperan a su ejecución con un acto sin el cual no se habría efectuado”, art. 28.b)-
y, cooperador no necesario o cómplice –“los que, no hallándose comprendidos en el
artículo anterior, cooperan a la ejecución del hecho con actos anteriores o simultáneos”,
art. 29-.
Esto es importante porque el inductor responde con la misma pena que el autor,
el resto se les rebaja un grado la pena.
Los delitos simples son aquellos que protegen solo un bien jurídico. Ejemplo, el
homicidio que protege el bien jurídico vida.
47
B. Según la intensidad del menoscabo del objeto de la acción, se distingue entre
delitos de lesión y delitos de peligro.
Los delitos de peligro concreto son aquellos en los que el tipo no se conforma
con el acometimiento de una acción peligrosa, sino que exige para su consumación la
efectiva puesta en peligro del bien jurídico, que ligado causalmente a esa acción se
produzca un resultado de peligro, imputable objetivamente a la misma. Al igual que los
delitos de lesión, son delitos de resultado. El peligro es un elemento del tipo objetivo. El
delito de conducción con manifiesto desprecio por la vida de los demás del artículo 381
CP es el clásico ejemplo de los delitos de peligro concreto al castigar a quien “condujere
un vehículo a motor o un ciclomotor con temeridad manifiesta y pusiere en concreto
peligro la vida o la integridad de las personas”. También se configura como delito de
peligro concreto el delito del artículo 348: “los que, en la fabricación, manipulación (…)
de explosivos, sustancias inflamables (…) contravinieran las normas de seguridad
establecidas, poniendo en concreto peligro la vida, la integridad o la salud de las
personas (...)”.
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acción para determinados bienes jurídicos. En los delitos de peligro abstracto la tipicidad
se cumple con la realización de la acción prohibida, no siendo necesario constatar
peligro alguno para el bien jurídico como resultado del comportamiento del sujeto. Por
ello, los delitos de peligro abstracto son siempre delitos de mera actividad. Suele
afirmarse que en estos delitos el peligro no es elemento del tipo objetivo, sino el motivo
o razón que lleva al legislador a tipificar ciertas conductas por su peligrosidad abstracta
o general demostrada por la ley de la experiencia. El criterio diferenciador clave es, pues,
la perspectiva ex ante (peligrosidad de la acción) o ex post (resultado de peligro)
adoptada para evaluar el peligro. Es un ejemplo de delito de peligro abstracto la
conducción bajo la influencia de drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias
psicotrópicas o bebidas alcohólicas (art. 379) pues quien conduce en esas condiciones
realiza el tipo delictivo aunque no haya puesto en peligro la seguridad vial. Al legislador
le basta para castigar con conocer que conducir bajo la influencia del alcohol puede ser
peligroso y por eso mismo lo prohíbe sin más, sin necesidad de que se concrete la
conducción en esas circunstancias en un peligro para el bien jurídico seguridad vial.
49
poner en peligro el equilibrio de los sistemas naturales, esto es, la conducta debe
presentar, al menos, una aptitud lesiva que la cualifique frente a las infracciones
administrativas.
Los elementos descriptivos del tipo son conceptos tomados del lenguaje
cotidiano y son susceptibles de una constatación fáctica. Los elementos descriptivos del
tipo designan objetos del mundo exterior aprehensibles por los sentidos. Son elementos
descriptivos, por ejemplo, los de persona, matar (art. 138), enfermedad (art. 149).
Los elementos normativos del tipo se refieren, por el contario, a hechos que solo
pueden pensarse e imaginarse bajo el presupuesto de una norma. Los elementos
normativos aluden a una realidad determinada por una norma jurídica: llave falsa (arts.
238-239), suelo no urbanizable (art. 319) o social: obscena (art. 185).
Los elementos normativos implican siempre una valoración y por tanto un cierto
grado de subjetivismo. La existencia de elementos normativos en el tipo como, por
ejemplo, la ajenidad de la cosa, en los delitos de hurto o robo, nos lleva a tener que
acudir al derecho civil que define el concepto de propiedad.
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Para cumplir su función de garantía, el tipo tiene que estar redactado de tal
modo que de su texto se pueda deducir con claridad la conducta prohibida. Se debe ser,
en consecuencia, parco en la utilización de elementos normativos.
51
LECCIÓN 5. LA IMPUTACIÓN OBJETIVA DEL
RESULTADO.
La parte objetiva del tipo o tipo objetivo se refiere a los elementos externos de la conducta
prohibida penalmente. Por lo tanto, se incluyen en él los sujetos y sus cualidades, el
comportamiento activo u omisivo, el objeto de la acción y el resultado en caso de tratarse de un
delito de resultado material. El tipo objetivo constituye el primer elemento de análisis dentro
de la tipicidad, pues es sobre él sobre el que después se va a examinar el modo subjetivo en el
que se realiza la conducta. Aunque razones pedagógicas requieren un estudio separado del tipo
objetivo y el tipo subjetivo, hay que tener siempre presente que ambos aspectos constituyen
una unidad material y que uno depende del otro: el tipo objetivo es el objeto sobre el que se
proyecta el tipo subjetivo. A su vez, el tipo subjetivo tiene su ámbito de análisis en los elementos
del tipo objetivo. Cuando leemos los tipos de la parte especial del Código Penal, vemos que
atienden fundamentalmente a la faceta objetiva del tipo: en esencia, describen acciones u
omisiones, es decir comportamientos humanos; pero no podemos olvidar que al Derecho Penal
sólo le interesan esos aspectos externos en tanto en cuanto se realizan subjetivamente de forma
dolosa o imprudente. Cuando en el Código Penal se castiga en los arts. 147 y ss. al que causare
lesiones hay que entender que lo que prohíbe el Derecho Penal no es la causación de un perjuicio
para la salud de una persona sin más, sino que ese perjuicio se haya causado de modo doloso o
negligente, según los casos. Sólo excepcionalmente algunos tipos menciona expresamente
aspectos subjetivos (por ejemplo, art. 404 CP: delito de prevaricación, que exige la actuación “a
sabiendas”).
Así pues, se requieren dos comprobaciones para asegurar la presencia de una acción típica:
a) Tipo objetivo: consistente en verificar que entre la acción y el resultado descritos hay
una vinculación. Por ejemplo, un golpe en la cabeza y una lesión cerebral están
vinculados, y se puede demostrar científicamente.
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b) Tipo subjetivo: que requiere constatar que los aspectos objetivos están realizados por
dolo o imprudencia.
Esta lección versa sobre los problemas que suscita la atribución de un resultado a una
acción o, dicho de otro modo, la imputación del resultado a la acción de un sujeto, hoy
denominada imputación objetiva del resultado. La constatación del modo subjetivo, doloso o
imprudente, en que esa conducta ha sido realizada, se analiza dentro de la tipicidad subjetiva,
que será abordada en la unidad siguiente.
Como veremos, durante muchos años la vinculación requerida era una pura vinculación
causal, entendida desde presupuestos netamente empíricos. Es más, esta conexión naturalística
entre acción y resultado era un factor decisivo para poder imputar responsabilidad penal a un
sujeto, dando lugar a un sistema de teoría del delito que justamente por esto fue denominado
sistema causalista. Constatar la relación empírica entre la acción del sujeto y la producción del
resultado, era suficiente para afirmar que se cumplía el tipo objetivo. Así, por ejemplo, si en una
caída por las escaleras, para evitar caer al suelo, el sujeto “A” se sujeta en una persona “B”, con
tan mala fortuna que esa persona se cae y se rompe un brazo, el tipo objetivo del delito de
lesiones del art. 147 del Código Penal quedaría afirmado sólo con comprobar la relación de
causalidad entre el hecho de que “A” se sujeta en “B” y la rotura del brazo de éste último. La
total depuración de responsabilidad penal y la posible exclusión de ésta, no se encontraba en el
tipo objetivo, sino que se aplazaba a momentos posteriores como la valoración del
dolo/imprudencia o la culpabilidad.
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resolver adecuadamente o muchos los problemas que genera una solución de corte puramente
ontológico, especialmente en todos aquellos en los que no hay una sucesión temporal inmediata
entre acción y resultado. Por ejemplo, “A” hiere a “B” y éste es trasladado a un hospital donde
finalmente fallece a consecuencia de un tratamiento médico erróneo. O en aquellos casos en
los que es muy difícil determinar cuál es el factor causal que genera los resultados típicos, como
por ejemplo si se constata un resultado de grave contaminación ambiental pero no se conoce
con certeza la causa que lo genera, porque no es conocida la sustancia nociva. También es
insatisfactoria una solución puramente empírica en los supuestos que en la producción de un
resultado interviene un factor que es aceptado sin problemas por la sociedad, como por ejemplo
si se regala a un “enemigo” un billete de avión de una compañía con un índice de siniestralidad
superior a las demás y el avión efectivamente sufre un accidente en el que el sujeto muere.
Todos estos casos dejan entrever que la explicación naturalística no es suficiente para
afirmar la tipicidad objetiva, sino sólo un primer requisito que es necesario completar
recurriendo a parámetros normativos o valorativos. Es lo que hoy se denomina teoría de la
imputación objetiva. Según ésta para afirmar la tipicidad objetiva no basta constatar sólo la
relación acción-resultado o relación causa-efecto, como sostenían los causalistas, sino que
además se requiere introducir juicios valorativos que permitan sostener que esa vinculación
tiene relevancia jurídico-penal. La constatación del tipo objetivo requiere un doble nivel de
análisis: primero, un análisis experimental o empírico, que asegure la existencia del nexo causal
entre el resultado descrito en el tipo y la acción realizada por el sujeto; segundo, un análisis
normativo, que permita mantener la relevancia penal de esa vinculación. Con la imputación
objetiva, el problema de la atribución del resultado ha pasado de entenderse como un asunto
puramente empírico, ceñido a constatar una relación de causalidad, a ser considerado una
cuestión valorativa, en la que lo empírico es sólo un presupuesto. En definitiva, ahora lo esencial
para la atribución objetiva de responsabilidad es establecer esos criterios de valoración a los que
sometemos esos datos empíricos y conforme a los cuales podemos imputar un resultado
determinado a la acción de una persona.
Es evidente que un resultado siempre tiene un antecedente causal que lo habrá generado.
Todo resultado lo es por causa de una o varias acciones. No cabe duda de ello y es algo
54
incuestionable, especialmente en los casos en los que entre ese resultado y la acción hay una
inmediata sucesión temporal y espacial. Por ejemplo: si “A” apuñala a “B” en un órgano vital y
“B” muere instantáneamente, no cabrá duda de que la acción de “A” es causa de la muerte de
“B”.
Pero las cosas no siempre son tan sencillas. Pongamos algunos ejemplos:
Un sujeto “A” golpea a otro “B” en la nariz ocasionándole una hemorragia. “B” fallece a
consecuencia de esa hemorragia pues padece hemofilia, cosa que su agresor desconocía. ¿Cabe
afirmar que el golpe que propina “A” es causa de la muerte de “B”?. La respuesta es claramente
afirmativa pero, ¿cabe imputar jurídico-penalmente el resultado muerte a la acción de “A”?
Unos secuestradores mantienen al sujeto “A” oculto en un zulo. Intentando huir por una
pequeña ventana situada en el techo, el sujeto cae y fallece a consecuencia de un fuerte golpe
en la nuca. ¿Cabe afirmar sin más que el encierro es causa de la muerte de “A”?. En principio la
respuesta puede ser afirmativa, pues en intento de huida y la caída tienen como antecedente el
encierro, pero de nuevo nos preguntaremos: ¿la muerte del secuestrado es jurídicamente
atribuible a la acción de secuestrar?
Es evidente que para atribuir objetivamente responsabilidad penal por los resultados típicos
producidos (la muerte, y por tanto delito de homicidio en los ejemplos propuestos) es
imprescindible que la acción (en los casos anteriores los golpes y el encierro) se encuentre en
conexión causal con el resultado. Hablamos de que existe una relación de causalidad cuando
entre la acción y el resultado existe una vinculación causa-efecto explicable mediante métodos
empíricos. Dicha relación de causalidad entre la acción y el resultado es el presupuesto previo e
imprescindible para comenzar a afirmar la tipicidad objetiva de la conducta. Esto es, no es
posible decir que se da el tipo objetivo si no hay una previa constatación de que la acción del
sujeto se encuentra en el camino causal que deriva en la producción del resultado típico.
Comprobar la existencia de esa relación de causalidad es el presupuesto de la imputación
objetiva. Ésta sólo se dará completamente cuando se acompañe de un juicio normativo que
permita afirmar que ese vínculo naturalmente explicable le interesa al Derecho Penal, el juicio
de imputación objetiva.
Cuando son delitos de acción únicamente, no hay una ley científica que demuestre la
relación entre un hecho y su consecuencia. No se aplican, pues, métodos empíricos, sino leyes
de probabilidad.
55
y conducta. Las que la jurisprudencia ha empleado con más frecuencia son: la teoría de la
equivalencia de condiciones, la teoría de la causalidad adecuada y la teoría de la causa relevante.
La primera respuesta a la cuestión de cuándo afirmar que existe una relación de causalidad
entre una acción y un resultado se enmarca en los planteamientos positivistas de Stuart-Mill de
finales del siglo XIX y fue exportada al ámbito jurídico por Glaser y Von Buri. Se denominó teoría
de la condición o teoría de la equivalencia de condiciones y fiel a una explicación naturalística
del hecho jurídico mantiene que un resultado es consecuencia de la concurrencia de muchos
factores. Hay una pluralidad de factores que concurren en la producción un resultado y todos
ellos son equivalentes en cuanto a su capacidad de producirlo, con independencia de su mayor
o menos proximidad o importancia. De manera muy gráfica esta tesis es formulada en los
siguientes términos: “el que es causa de la causa, es causa del mal causado”. La selección de
sólo uno de ellos como el único que se erige como causa se obtiene mediante una deducción
empírica, construida sobre la fórmula de conditio sine qua non¸ según la cual es causa aquel
factor que mentalmente suprimido determina la supresión del resultado. Por ejemplo, si alguien
por descuido deja un arma de fuego cargada y un niño la coge y se dispara con ella y fallece,
cabe señalar como causa el hecho dejar el arma al alcance del menor, pues si esto no hubiera
sucedido el niño no habría jugado con ella y no se habría disparado. Esta es la tesis con la que
ha funcionado nuestra jurisprudencia en asuntos especialmente relevantes como el “caso del
aceite de colza”, en el que se construyó una la relación de causalidad entre la distribución del
aceite desnaturalizado con anilina y el síndrome tóxico detectado en centenares de personas
“de manera que esa distribución es conditio sine qua non de la enfermedad” (Sentencia de la
Audiencia Nacional de 20 de mayo de 1989 y Sentencia del Tribunal Supremo de 23 de abril de
1992. No obstante, hay que destacar que en este asunto la aplicación de la fórmula se hizo de
una manera bastante forzada, pues no se conseguía identificar con certeza la causa concreta
que generaba los daños en la salud, llegándose a aceptar una causalidad general, hipotética o
estadística).
La aparente simplicidad y correlativa concisión de la tesis de la conditio sine qua non hizo
que tuviera una gran acogida en el contexto de un pensamiento positivista estricto. Pero los
defectos de esta solución son muchos:
- El principal problema que plantea esta tesis es de la enorme dificultad para hacer la
selección de sólo uno de los factores causales. Realmente si todos los factores son equivalentes,
cualquiera que se suprima mentalmente evitaría que se produjera el resultado: por seguir con
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el ejemplo anterior: ¿por qué no es causa la propia acción del menor de dispararse con el arma
que encuentra? O utilizando el ejemplo del golpe a quien es hemofílico: si suprimimos el golpe
en la nariz, efectivamente el resultado muerte no se habría producido; pero tampoco lo habría
hecho si lo que se suprime es el hecho de padecer hemofilia. En fin, que el primer gran obstáculo
con el que se topa la tesis de la equivalencia de las condiciones y conditio sine qua non es que
da un concepto tan amplio de causa que no permite una determinación precisa de la misma,
permitiendo retroceder hasta el infinito en la identificación de todas las posibles causas a
considerar: podríamos decir que es causa el que el niño hubiera estado allí, que hubiera nacido,
que se hubiera fabricado el arma…, etc.
- Presupone que hay que conocer las causas de un resultado para poder realizar esa
supresión mental hipotética. Es decir, al tratarse de un método de comprobación posterior no
arroja ninguna luz sobre el fundamento material de la relación causal. Sólo es válida cuando ya
se ha comprobado en supuestos anteriores la eficacia causal de la condición, pero no en el caso
de que sea desconocido algún factor causal, pues éste no podrá ser incluido en el experimento
de la supresión mental. Es lo que sucedió en España con el caso del aceite de Colza: si no se sabe
que el aceite mezclado con anilinas genera efectos nocivos sobre la salud y no se baraja como
causa de la muerte y lesiones que presentaba la población afectada, difícilmente va a hacer el
juez la supresión mental de ese factor. Algo similar sucedió en los años 60 en Alemania con el
caso Contergan o de la talidomida: si se desconoce que la talidomida que se ingería por las
embarazadas era la causa de las malformaciones de muchos fetos y recién nacidos no se puede
incluir en la lista de los factores causales de dichos resultados y, por lo tanto, se anula la
posibilidad de que el juez realice la operación mental consistente en suprimir mentalmente ese
factor.
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- Lleva a resultados insatisfactorios en los supuestos de cursos causales irregulares o de
causalidad mediata, en los que hay un factor de adecuación social que es clave en la producción
de un resultado. Por ejemplo: cuando se regala a un familiar un billete de avión en una compañía
aérea que tiene un índice de siniestralidad superior a la media con el deseo de que haya un
accidente y así poder heredar una suma de dinero. Si efectivamente el avión sufre un accidente
y el familiar fallece, ¿cabe decir que es causa el haberle comprado el billete? Realmente la
solución afirmativa a la que esta teoría conduce no es nada aceptable y requiere una corrección
de su resultado lo antes posible, en sede de tipicidad subjetiva.
No cabe duda de que mantener el valor causal de una pluralidad de factores, como mantiene
la tesis de la condición o equivalencia de condiciones es algo incuestionable. Pero las objeciones
anteriores ponen de manifiesto que el método de la conditio sine qua non no tiene una
verdadera eficacia de identificación causal, sino que solamente se limita a constatar algo que
cualquier proceso lógico de deducción puede hacer. De manera que decir que hay muchas
causas en la producción de un resultado en poco ayuda al Derecho Penal y a su necesidad de
imputar jurídicamente el resultado a una de las acciones para poder llegar a decir que esa acción
es contraria a Derecho. Afirmar que una acción es causa de un resultado es sólo un presupuesto
con el que poder comenzar a investigar si es o no relevante jurídico-penalmente.
La formulación de esta teoría, también a finales del siglo XIX, es obra de un médico que
no era jurista, Von Kries. Partiendo de la afirmación de que todo resultado lo es de un conjunto
de condiciones que lo determinan, sostiene que no todas son consideradas jurídicamente
causas, sino que sólo lo son aquellas que según la experiencia son adecuadas para producirlo.
Es decir, sólo es causa, aquella que según un juicio objetivo de previsibilidad o elevada
probabilidad puede producir el resultado. El baremo (hombre medio, prudente y objetivo) de
esa probabilidad toma como referencia al hombre medio, prudente y objetivo que, situado en
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el momento de la acción (ex ante), y contando con los conocimientos de la situación que tenía
el autor al actuar o que podía haber tenido, entiende que era muy probable o previsible
objetivamente que tal resultado se produjera. No será causa si ex ante se percibiera como muy
improbable que se llegase a producir el resultado y no pudiese contarse con su causación
desplegando una prudencia media. Previsibilidad y diligencia son los criterios selectivos que
sirven para precisar cuándo una acción es adecuada para producir un resultado y, por lo tanto,
es causa del mismo. Con esta tesis, en los años cuarenta, el Tribunal Supremo resolvió el caso
de los “huertanos de Valencia”, en el que con motivo de una discusión, un sujeto golpea con una
pértiga a otro, que cae en una acequia de riego de la huerta. El que cae al agua fallece a
consecuencia de una neumonía que padecía previamente. Entendió el Tribunal que según la
experiencia no es causa adecuada para producir la muerte el recibir un golpe con una pértiga y
caer a una pequeña acequia. Por lo mismo, por ejemplo, se descartaría como causa el golpe en
la nariz a quien padece hemofilia sin que esto fuera ni pudiera ser conocido por el agresor, pues
tampoco el hombre medio, normalmente diligente, puede considerar como probable que el
resultado muerte llegue a producirse. Igualmente se podrían resolver los casos de los cursos
causales irregulares; en el ejemplo de quien envía a un familiar a un viaje en la compañía con
mayor siniestralidad, la causa es inadecuada porque la probabilidad de que efectivamente el
avión sufra un accidente sigue siendo ínfima.
- Por una parte, que sigue resultando excesivamente amplia y ambigua ya que la
“normalidad” de la experiencia no siempre puede precisar lo que es adecuado para producir un
resultado; no siempre el hombre medio y prudente puede valorar la probabilidad o no, la
adecuación o no, de un hecho para producir un resultado. Puede haber plurales factores
adecuados; por ejemplo si un sujeto es gravemente herido en una pelea y en su traslado en
ambulancia a un centro hospitalario un conductor negligente choca con la ambulancia causando
la muerte del herido, la experiencia o la probabilidad indican que es adecuado para producir la
muerte tanto las graves heridas producto de la pelea como el accidente provocado por el
conductor negligente. También puede ser que según la experiencia no se baraje como probable
lo que ex post resulta decisivo en la producción del resultado; por ejemplo, si no se conoce la
capacidad nociva para la salud de una sustancia empleada en un proceso de fabricación, pero se
constatan graves lesiones en los consumidores del producto. O en el supuesto de que un sujeto
absolutamente inexperto en el manejo de armas de fuego dispare sobre otro con intención de
matarle, pero en una posición y con unas condiciones en las que sería dificilísimo acertar el tiro
incluso para alguien muy avezado y, pese a todo, hace blanco en su víctima y ésta muere.
59
- El otro defecto que se le imputa es de orden sistemático. Pese a que el problema causal se
concibe como un problema valorativamente neutro, sin embargo la tesis de la adecuación utiliza
criterios jurídico-normativos como el de la probabilidad objetiva o el de la diligencia. Es decir, se
confunde el plano ontológico (qué acción es causa de un resultado) y el normativo (qué causas
deben tener relevancia penal). El que una causa no resulte adecuada para producir un resultado
no excluye su condición de causa.
De nuevo, la crítica que recae sobre esta solución es de orden sistemático. Vuelve a dejar
en evidencia que la causalidad natural debe ser limitada con ayuda de criterios jurídicos. El
problema causal no es un problema prejurídico soluble sólo empleando métodos propios de las
ciencias de la naturaleza, sino que requiere recurrir a categorías jurídicas y valorativas. Es un
problema de tipicidad, y por tanto de selección normativa de comportamientos disvaliosos por
ser peligrosos para la integridad de los bienes jurídicos.
60
relevantes requiere el empleo de criterios normativos, sostenidos y extraídos de la propia
esencia preventiva del Derecho Penal. Se abandona la orientación empírica del problema de la
selección de la causa que genera un resultado descrito en el tipo, en favor de la identificación
de criterios normativos conforme a los cuales poder atribuir o imputar el resultado a la conducta
de un sujeto: esto es lo que hace la teoría de la imputación objetiva, cuyo principal mentor y
artífice es el penalista alemán Claus Roxin. A él se debe la elaboración de esos criterios de
atribución de resultados sobre la base del denominado principio del riesgo, que seguidamente
veremos.
61
fundamentalmente, que la acción haya creado un riesgo jurídicamente insostenible que se
materializa en ese resultado.
- Un primer momento de análisis prejurídico. Lo primero que debe ser comprobado, antes
de imputar un determinado resultado a una acción es si ésta es idónea, en virtud de una ley
natural científica, para producirlo. Naturalmente se trata de una cuestión cuya solución, como
cualquier otra de hecho, queda confiada a la conciencia del Tribunal pero éste no puede formar
juicio al respecto sino sobre la base de una constatación pericial garantizada por los
conocimientos especializados. Ejemplo: se verifica que el golpe de “A” en el ojo de “B” con un
vaso de cristal es el antecedente necesario de las lesiones en el globo ocular que determinaron
la pérdida de visión de “B”.
62
Bajo este criterio son dos los puntos a tomar en consideración para llegar a sostener la
imputación de un resultado a una acción: que la acción implique un riesgo que no es aceptado
socialmente y que suponga una creación o aumento de riesgo y no una disminución del mismo.
El primer filtro valorativo que impone la tesis de la imputación objetiva lleva a descartar
como relevantes jurídicamente aquellos casos en los que la aceptación social de ciertas
conductas peligrosas, especialmente por razón de su “utilidad” (la denominada adecuación
social) las excluye de la posibilidad de ser abarcadas por el tipo objetivo. Por mucho que se
encuentren entre las causas directas de la producción de un resultado, la necesidad social de
mantener un cierto índice de tolerancia en conductas que implican un riesgo, impide que el
Derecho Penal las desvalore.
Lo que está aceptado y no desvalorado socialmente, no debe ser objeto de reacción punitiva.
Así, por ejemplo, si un Juez concede un permiso penitenciario de salida a un interno
cumpliéndose escrupulosamente todos los requisitos y cautelas legales, es decir, plazos,
informes, avales, etc., pero pese a ello el preso comete un robo durante el permiso, no puede
decirse que el juez tenga una corresponsabilidad en ese robo. También aquí se incluyen y
pueden resolver los casos de cursos causales irregulares: no se puede decir que sea una acción
socialmente desvalorada el comprar a un familiar un billete de avión en la compañía aérea de
alta siniestralidad, con la esperanza de que sufra un accidente para así heredar sus bienes, cosa
que efectivamente sucede, sino que tal conducta entra en el terreno de los riesgos aceptados,
por lo que no es posible imputar objetivamente el resultado muerte al heredero.
En segundo lugar, sólo son relevantes de cara a la producción de resultado las acciones que
generan un peligro que no está aceptado. Lo complicado es decidir cuál es ese nivel mínimo de
riesgo desaprobado cuya creación ya coloca al sujeto en el camino de la imputación de los
resultados que cree con él. Parece evidente que un levísimo empujón que derriba a una persona
a una pequeña charca y que le genera una grave pulmonía a causa del frío, no debería servir
para imputar el resultado de lesiones del art. 147 ó 149 CP. Pero la valoración cambia si actúa
contando con el dato que el sujeto padece de una deficiencia pulmonar que le hace
especialmente sensible a la humedad y al frío y pese a ello le empuja. Es similar al caso de quien
hace un corte a un hemofílico sabiendo que padece esta enfermedad y que, en su caso, el corte
entraña mucha más peligrosidad que en cualquier otro sujeto. Está claro que aquí la conducta
ya no es sólo un leve riesgo, sino un riesgo bastante más elevado. El problema es que hay
conductas especialmente leves desde el punto de vista de la peligrosidad en los que, sin
embargo, es difícil negar la imputación objetiva del resultado: caso del que queriendo matar a
63
otro y sin ningún conocimiento de tiro y en condiciones sumamente difíciles incluso para un
experto dispara y efectivamente consigue su propósito.
En todo caso es importante subrayar que sólo han de tener relevancia de cara a la
imputación jurídica de resultados las acciones que crean un peligro o suponen un aumento del
mismo, pero no las que suponen una reducción del riesgo respecto a un riesgo mayor
preexistente. Si por ejemplo, en una pelea con arma blanca un tercero que actúa en defensa del
agredido consigue desviar el golpe y que recaiga sobre un órgano no principal y no sobre el
corazón, que es a dónde el agresor iba a herir a la víctima, la acción supone una reducción del
peligro respecto a la lesión del bien jurídico y, por ello, no ha de imputarse objetivamente el
resultado de lesiones finalmente producido a la acción del defensor.
Igualmente, este elemento permite dar respuesta a los complicados supuestos de cursos
causales hipotéticos, donde si un factor no actúa, otro lo haría simultáneamente y con la misma
eficacia. Es el ejemplo del conductor que adelanta incorrectamente a un ciclista que está ebrio
y que en ese mismo momento gira su bicicleta hacia el coche que finalmente lo arrolla; o del
médico que suministra un medicamento que causa la muerte del paciente debiendo haber
suministrado otro, pero que igualmente iba a causar ese resultado. En ellos no se puede decir
que la acción haya creado o aumentado un riesgo, de modo que sólo cabrá la imputación de los
resultados si se demuestra que con la acción peligrosa aumentaron de manera evidente las
posibilidades de producirse el resultado respecto de las que ya existían (juicio de incremento del
riesgo).
64
La afirmación de la imputación objetiva del resultado a la acción de un sujeto y con ello la
realización de la parte objetiva del tipo requiere además, que el resultado sea una realización
del riesgo inherente a esa conducta. Es necesaria una relación de riesgo entre la acción y el
resultado. Si el resultado se deriva de otra acción o si aparece desconectado del peligro que
contiene la acción, no cabe imputárselo objetivamente a ésta (Sentencia del Tribunal Supremo
de 4 de julio de 2003). Es lo que sucede en los casos de desviación del curso causal por la
intervención de terceros, en los que el resultado no es la concreción del riesgo creado por la
acción del sujeto, sino que es la consecuencia de un riesgo distinto que se cuela en el proceso
de producción de un resultado. Si por ejemplo, a consecuencia de la agresión de “A”, un herido
grave y a punto de morir es trasladado en una ambulancia al hospital y en el traslado la
ambulancia colisiona fuertemente con un conductor imprudente y el herido fallece debido al
impacto del golpe, no se puede decir que la muerte sea un resultado imputable al golpe del
sujeto “A”, sino que lo será a la acción imprudente del conductor, que también entraña un riesgo
no permitido. Al sujeto “A”, como mucho cabrá imputarle el tipo objetivo de lesiones graves o
tentativa de homicidio, que es el resultado en el que se materializaba su acción en el momento
de desviarse el proceso causal e interferir la nueva acción arriesgada, la del conductor. Similares
situaciones son las del sujeto mortalmente herido pero que es rematado por un tercero, o las
de quien sufre una herida mortal a consecuencia de una agresión y es intervenido
quirúrgicamente para salvarle la vida, pero finalmente fallece porque en la operación se emplea
un bisturí infectado.
De igual forma cabe argumentar en las hipótesis de desviación del curso causal debida a la
intervención de la víctima en la producción del resultado: un sujeto secuestrado, tratando de
huir por un hueco que hay en el techo del zulo, cae y se golpea en la cabeza provocándose la
muerte; ¿cabría sostener aquí que el resultado muerte es una materialización del riesgo creado
por los captores e imputárselo objetivamente a éstos? O lo mismo en el caso de los heridos que
necesitan una transfusión de sangre, pero por convicciones religiosas se niegan a ello, ¿se podría
imputar la muerte al autor de sus lesiones y afirmar el tipo objetivo de homicidio? En ambos la
respuesta debería ser negativa, porque aunque las acciones iniciales (el secuestro, la agresión)
son causa del resultado y suponen un riesgo no tolerado, no tienen traducción directa en el
resultado finalmente producido, sino que éste es directamente derivado del nuevo riesgo que
crea la propia víctima.
En esta misma línea cabría tratar también aquí las hipótesis de concurrencia de factores
preexistentes que sean desconocidos por el autor como el caso de las enfermedades (Sentencia
65
del Tribunal Supremo de 4 de julio de 2003): la muerte del hemofílico no puede ser imputable a
la acción de propinar un ligero golpe en la nariz si se actúa desconociendo esa enfermedad.
Lo que resulta irrelevante de cara a la imputación son los casos en los que la desviación del
nexo causal no es esencial y obedece a la interposición de un hecho fortuito que es el que
finalmente desencadena el resultado que se buscaba. Pensemos por ejemplo, en quien es
brutalmente apuñalado en el corazón, pero fallece en su caída porque se da un golpe en la nuca.
En supuestos como estos cabe seguir manteniendo que la acción peligrosa inicial se ha
materializado en el resultado muerte finalmente producido.
Como criterio de cierre, y mucho más ambiguo e impreciso que los anteriormente
expuestos, se redondea el proceso valorativo de imputación objetiva de resultados empleando
como elemento de juicio el ámbito de protección de la norma que se trata de aplicar: la esfera
de conductas a cuya evitación va dirigido el tipo. Pese a los filtros anteriores, siguen quedando
casos en los que imputar ciertos resultados a acciones es complicado, ya que integran conductas
que escapan de las que el legislador por principio querría evitar con ese tipo.
Podrían resolverse con este último criterio las puestas en peligro de un tercero consentidas
por éste: en una “ruleta rusa” un sujeto acepta ponerse frente al posible disparo y efectivamente
fallece, o acepta subir como copiloto en una competición en una carretera y se produce un
accidente en el que pierde la vida. Aun afirmándose los factores anteriormente expuestos de
tratarse de conductas arriesgadas y ser el resultado una concreción de esos riesgos, en
situaciones de este tipo el resultado no debe imputarse a esas acciones arriesgadas, pues no
parece que el fin de protección de la norma, en este caso el delito de homicidio, sea extender
su protección a quienes consciente y voluntariamente se exponen a peligros. Se excluye así la
imputación objetiva del resultado cuando éste, aunque haya sido ocasionado por la acción
peligrosa del autor, no se encuentre entre aquellos que la norma pretende evitar según su
sentido.
También con esta pauta se puede dar respuesta a los casos de causación de resultados
ulteriores o daños añadidos a un resultado principal. Si, por ejemplo, se produce la muerte de
un bombero que estaba apagando un incendio provocado por un pirómano, ¿debe imputarse a
éste la muerte del bombero?; o si un sujeto recibe la noticia del asesinato de un familiar cae en
una profunda depresión, ¿debe responder el autor del asesinato también por los daños a la salud
del familiar?. Lo esencial es determinar si la finalidad protectora del precepto aplicable pretende
impedir esos resultados añadidos o si solamente aspira a evitar las consecuencias directas
66
lesivas para el bien jurídico. En principio, la respuesta mayoritaria excluye la imputación objetiva
de estos otros resultados añadidos, que sólo indirectamente guardan relación con el riesgo que
implica la acción desencadenante. En los ejemplos planteados parece que el ámbito protector
de los delitos de incendio u homicidio no se extiende a la tutela de otros bienes jurídicos, que sí
encontrarían atención en el plano de la responsabilidad civil derivada del delito.
67
LECCIÓN 6. EL TIPO DOLOSO DE ACCIÓN.
1. Introducción.
Derivado del carácter preventivo del Derecho Penal, al tipo se le asigna una
función de motivación. Eso supone que a él habrán de dirigirse todos aquellos elementos
que integran la conducta cuya no comisión se quiere y puede motivar. La cuestión de
qué es lo que pertenece al tipo es una cuestión vinculada a qué es lo que el legislador
puede evitar. Sólo lo que se pueda evitar es susceptible de prevenirse y por tanto, de
definirse como prohibido a través del tipo. La inclusión del dolo y la imprudencia en el
tipo no se deriva de conceptos ontológicos, sino de un planteamiento funcional
vinculado a la utilidad que se pretende conseguir a través del tipo: evitar conductas que
afectan gravemente a los bienes jurídicos más importantes. Pues bien, este rasgo de
“evitabilidad” sólo es predicable de los comportamientos dolosos y los imprudentes. En
ambos, hay una actitud del sujeto respecto a la lesión o puesta en peligro de bienes
jurídicos que ha causado objetivamente su conducta. En las conductas dolosas el sujeto
actúa con la finalidad y la voluntad, más o menos intensas como se verá más abajo, de
causar esa lesión. La posibilidad de motivación es total. En las imprudentes, el autor ni
busca ni pretende lesionar el bien jurídico, pero el descuido de su comportamiento lo
genera. Las posibilidades de motivación se reducen, pero se proyectan sobre la exigencia
del cuidado debido para evitar resultados no buscados ni deseados.
El Código Penal expresa esta restricción de las conductas prohibidas a las dolosas
y las imprudentes en su artículo 5, al vincular la imposición de una pena a la constatación
de una de esas dos situaciones subjetivas: “No hay pena sin dolo o imprudencia”. Abunda
en ello en el artículo 10: “Son delitos las acciones y omisiones dolosas o imprudentes
penadas por la Ley”, conectando el concepto de conducta prohibida, delito, con el
carácter doloso o imprudente de ésta. Ello significa que las conductas descritas en los
tipos de la parte especial son o bien dolosas o bien imprudentes, sin que quepa otra
modalidad subjetiva de imputación típica. No son conductas prohibidas aquellas en las
que no medie dolo o imprudencia. Así, el Código Penal intercepta cualquier hueco de
68
responsabilidad objetiva (como se explicó en el tema 3 del Tomo I de esta obra): todos
los tipos de la parte especial se clasifican subjetivamente en una de estas dos categorías,
dolo o imprudencia.
Para poder avanzar en el análisis de tipicidad de una conducta y así decir de ella
es una conducta contraria a Derecho, es preciso que la realización de la acción
penalmente relevante, en los términos que planteábamos en la lección anterior, vaya
acompañada de una actitud subjetiva del sujeto respecto a ella: que o bien se realice
dolosamente, o bien imprudentemente. Ambas modalidades subjetivas dan lugar a
sendas formas típicas, el delito doloso, al que dedicamos esta unidad, y el delito
imprudente, sobre el que versa la siguiente. Ahora bien, la identificación de estos
elementos en los tipos se realiza empleando una técnica jurídica basada en criterios de
economía legislativa. El Código Penal expresa en su artículo 12 que “las acciones u
omisiones imprudentes sólo se castigarán cuando expresamente lo disponga la Ley”. Eso
supone que los tipos serán imprudentes sólo en los casos en los que de manera expresa
se haga constar esta cualidad, así que, si nada se indica, por deducción, los tipos serán
dolosos (la regulación de la imprudencia en el Código Penal será tratada específicamente
en la unidad 7 de esta obra). Por ejemplo, el art. 158.1 CP castiga la producción de
69
lesiones al feto “por imprudencia grave”, mientras que cuando el art. 157 establece una
pena de prisión de uno a cuatro años al “que, por cualquier medio o procedimiento,
causare en un feto una lesión o enfermedad que perjudique gravemente su normal
desartrollo…”, se ha de entender, de acuerdo con la cláusula general del artículo 12 que
lo que se castiga no es el hecho objetivo de lesionar la vida en formación, sino hacerlo
de modo consciente y voluntario. No es necesaria que en cada tipo doloso el legislador
haga constar esa cualidad. El texto penal resultaría pesado y repetitivo en exceso, ya que
la mayor parte de los tipos son dolosos y los imprudentes sólo son una minoría, aunque
en evidente crecimiento en los últimos tiempos.
Para apreciar la concurrencia del tipo subjetivo doloso basta, en principio, con
constatar el dolo en la conducta del sujeto. En todo caso, y será tratado en el epígrafe
final de esta unidad, hay algunos delitos en los que el tipo subjetivo requiere la
constatación de una actitud subjetiva específica, más allá del dolo y cuya ausencia
determina la atipicidad de la conducta.
2. Concepto de dolo.
La cuestión que hay que plantearse ahora es qué significa exactamente conducta
dolosa: qué es el dolo. En la actualidad el dolo se define como la conciencia o
conocimiento y la voluntad por parte del sujeto activo de la realización de los elementos
del tipo objetivo. Por ejemplo, diremos que la conducta de secuestro (art. 164 CP) es
dolosa, cuando el sujeto conoce que está encerrando a otra persona en contra de su
voluntad, privándola de libertad de movimiento y que está exigiendo un rescate a
cambio de su liberación, quiere hacerlo y efectivamente lo hace. Por lo mismo, no habrá
dolo y se excluirá la aplicación del tipo doloso cuando el sujeto desconozca alguno de
esos elementos, si bien esta situación puede generar lo que se denomina un error de
70
tipo, que puede tener consecuencias punitivas y del que nos ocuparemos
detalladamente en esta unidad. Por ejemplo, el padre que como castigo por haber
llegado tarde cree que está encerrando a su hijo en su habitación, cuando en realidad
quien estaba dentro era un amigo de éste; o el caso del cazador que cuando ve que un
arbusto se mueve, dispara convencido de que ahí está el jabalí, y a quien dispara es a un
compañero, que fallece.
71
sujeto quiere producir el aborto de una mujer y así lo hace (realiza un aborto doloso)
pero no sabe que con su acción le está causando unas lesiones. La falta de dolo
específico a las lesiones da lugar a la atipicidad de la conducta, pero podría dar lugar a
un error de tipo.
Es conveniente insistir en este carácter “neutral” del dolo, que hace que se le
denomine “dolo natural o dolo bueno”, porque no requiere ningún juicio sobre la
percepción de la ilicitud de la conducta por parte del sujeto. Para decir que el autor de
un delito de estafa del artículo 248 CP ha actuado con dolo no es necesario plantearse
si conocía o no que esa conducta estaba incluida en el Código Penal. Esa cuestión será
analizada en sede de culpabilidad; basta con que sepa que está engañando a otro, para
hacerle caer en un error y que a consecuencia de ello el engañado realiza un acto de
disposición patrimonial. Si se exigiera el conocimiento de la antijuricidad como elemento
del dolo, estando éste en el tipo, se incurriría en un defecto sistemático importante, ya
que aún el análisis de contrariedad a Derecho de la conducta no se ha completado. Esto
sólo sucederá una vez constatada la ausencia de causas de justificación, de manera que
es incoherente plantear si el sujeto conoce o que su conducta es antijurídica si resulta
72
que pudiera no serlo por estar amparada por una causa de justificación. Por ejemplo,
piénsese en un sujeto que es agredido y en defensa de esta agresión golpea a su agresor
para librarse de él. La conducta no es contraria a Derecho y pese a todo es dolosa, pues
el sujeto sabe que está golpeando y quiere hacerlo.
73
La falta de conocimiento de alguno de los elementos del tipo determina la
ausencia del dolo y, en definitiva, la atipicidad de la conducta. Por ejemplo, el sujeto que
introduce en su cartera el ordenador portátil de su compañero de mesa, que es idéntico
al suyo, y no se percata en absoluto que está sustrayendo algo ajeno. Ahora bien, esta
ignorancia o errónea representación de la realidad en la que se encuentra puede tener
en ocasiones consecuencias jurídicas, pues es posible que al sujeto se le reproche la falta
del cuidado preciso para haber advertido el error en el que se encuentra y haber salido
de esa ignorancia. Volveremos sobre este asunto más adelante al abordar la cuestión
del error de tipo.
74
como dolosa, independientemente del deseo que mueve al sujeto en su actuación
(Sentencia del Tribunal Supremo núm. 388, de 25 de marzo de 2004).
75
típico, de manera que su conducta está orientada precisamente a su consecución. En el
segundo caso, aunque el autor no quiere directamente el resultado, éste se presenta
como consecuencia natural e inevitable de su acción, que es conocida y admitida por él;
y, finalmente, en el dolo eventual, el autor se representa la posibilidad del resultado y
consiste o aprueba su producción (teoría del consentimiento) o bien se representa el
resultado con un alto grado de probabilidad (teoría de la representación), continuando
su acción a pesar de no desearlo directamente”
76
11 de marzo de 2004 en Madrid, 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, año 87,
atentados en Hipercor, Barcelona y en la casa cuartel de Zaragoza, pueden ser un
ejemplo de esta categoría de dolo, pues en ellos, aunque se desconozca a priori el
número exacto de víctimas que va a haber, los autores actúan conociendo que es segura
la muerte de un número indeterminado de personas y actúan aceptando esa realidad,
de modo que habrá un dolo directo al menos de segundo grado respecto a todas las
víctimas finalmente causadas.
DOLO EVENTUAL.
El sujeto no busca la producción del resultado, por lo que habría que decir que,
en principio, no existe el elemento volitivo del dolo. Sin embargo, aquí lo decisivo es que
conoce que hay posibilidades de que el resultado se llegue a producir y contando con
esas posibilidades no se detiene, actúa y efectivamente el resultado no buscado se
produce. El elemento cognoscitivo y el volitivo están bastante más difuminados. Por un
lado, no existe plena certeza de producción del resultado, por lo tanto, no hay absoluto
conocimiento de la situación típica; por otro, el sujeto no busca ese resultado
directamente pero “actúa contando con su producción”, o lo que es lo mismo,
“aceptando” la afección al bien jurídico que finalmente se causa, por lo que también la
voluntad es más difusa. Retomemos ahora el supuesto del incendio en una casa en cuyo
interior hay una persona. Si en vez de saber con toda certeza que sí hay una persona
dentro, introducimos el matiz de que el sujeto actúa contando con la posibilidad de que
pudiera haber alguien, porque sabe que a veces, algunas noches muy frías, en ella
pernocta un mendigo y efectivamente esa noche en la que incendia la casa el mendigo
estaba allí y muere, tendremos un caso de dolo eventual. Un caso similar es el del
atentado con bomba en el aparcamiento de la T4 del Aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid-
Barajas en diciembre de 2006, en el que fallecieron dos personas que estaban en el
interior de un coche pese a que minutos antes se había hecho una advertencia de la
colocación del explosivo. La explosión se llevó a cabo pese a que los autores contaban
con la probabilidad de que alguien no hubiera escuchado la llamada y no le hubiera dado
tiempo a salir.
77
en este caso el resultado típico que finalmente se produce no había sido en absoluto
aceptado por el autor (Sentencia del Tribunal Supremo núm. 388, de 25 de marzo de
2003). La cercanía entre dolo eventual e imprudencia requiere de la fijación de criterios
que permitan identificar a uno u otra. Como señalábamos más arriba, optar por uno u
otra deja de ser una cuestión doctrinal, con restringida trascendencia práctica, para ser
una cuestión decisiva desde el punto de vista de la calificación jurídica y la consiguiente
pena a imponer. En nuestro Código Penal no se contempla directamente al dolo
eventual como una categoría típica intermedia entre el dolo directo y la imprudencia,
con un tratamiento punitivo expreso y también a medio camino entre ambos. Si se opta
por calificar la conducta como dolosa, será un caso de dolo en sentido estricto; tan dolo
como el dolo directo y penado como tal. Si se opta porque la conducta sea imprudente,
habría que aplicar el tipo imprudente correspondiente, que tendrá una pena
considerablemente inferior (en el caso del homicidio se pasaría de una pena de diez a
quince años del art. 138 CP, a la de uno a cuatro años del art. 142, en caso de
imprudencia grave y de tres a dieciocho meses si es menos grave). Incluso pudiera ser
que la conducta quedara impune al no existir la opción típica imprudente, pues en el
Código Penal no todos los delitos tienen la doble posibilidad subjetiva. El distinto alcance
punitivo que conlleva cada calificación, acorde al diferente grado de desvalor entre dolo
e imprudencia, es notorio y la garantía de seguridad jurídica respecto a la calificación y
la pena reclama un criterio conocido y determinado al respecto.
78
probable, se decide a actuar y acepta su producción aún cuando no hubiera sido
simplemente probable, sino que fuera absolutamente segura su producción. Si hubiera
sabido con certeza que se iba a dar el resultado de posible producción, y pese a ello el
sujeto lo hubiera aceptado y se habría decidido por su actuación exactamente igual, la
conducta no es dolosa, sino imprudente. Por el contrario, habrá imprudencia cuando el
autor, de haberse representado la segura producción del resultado, se hubiera detenido,
no hubiera actuado.
Se trata de una tesis que ha tenido eco en nuestra jurisprudencia (cabe citar,
entre otras, las Sentencias del Tribunal Supremo núm. 1049, de 5 de junio de 2002, núm.
1079, de 6 de junio de 2002 o núm. 918, de 20 de junio de 2003), y que si bien parecía
que en los últimos años quedaba relegada en favor de la teoría de la probabilidad, fue
de nuevo empleada en la Sentencia del Tribunal Supremo de 31 de octubre de 2007, que
entendió que la voluntad es la pieza decisiva, porque es la que da contenido preciso al
dolo eventual: el sujeto preferiría que el resultado no se ocasionara, pero de ser segura
su producción, lo asume, se conforma con él y no se detiene en la comisión de la acción
que lo genera.
79
como muy probable el resultado y pese a todo actuó, habrá dolo eventual; si el sujeto
contó con que las posibilidades de producción del resultado eran escasas o remotas,
pese a que éste efectivamente se llegó a producir, la conducta será imprudente.
Esta teoría tiene la ventaja de que objetiviza el juicio sobre el dolo, que ya no
depende de una hipotética actitud interna del sujeto, sino de la voluntad efectivamente
mostrada ante una causación probable del resultado y es más acorde con el actual
Derecho Penal, más tendente a evitar conductas peligrosas para lo bienes jurídicos que
a la mera prohibición de resultados.
80
niños quedasen vivos. Sin embargo, conocían que la muerte podía suceder, sobre todo
porque algún niño ya había padecido ese destino y no obstante ello, siguieron
practicando las mutilaciones. En suma, que el elemento volitivo desaparece al
confundirse con la actuación ante situaciones arriesgadas.
81
no obstante ha de comprender que hay un elevado índice de probabilidad de que se
produzca”.
De acuerdo con la configuración del dolo como “dolo natural”, en el que carece
de relevancia la percepción acerca de la ilicitud de la conducta que el sujeto haya tenido,
extremo que, como se indicaba, hoy día integra el contenido de la culpabilidad, el error
de tipo nada tiene que ver con las situaciones en las que el conocimiento del sujeto
acerca de la situación típica es perfecto, pero yerra en el conocimiento de la oposición
de Derecho de la misma. Por ejemplo, sujeto que desconoce que negarse a someterse a
la prueba de alcoholemia es delito (art. 383 CP), o conoce perfectamente que se dedica
a la venta callejera de copias de dvd´s, pero desconoce que esa conducta puede tener
relevancia penal (art. 270 CP) Este error acerca de la ilicitud del hecho constituye el error
de prohibición, a cuyo estudio se dedica la lección 13 de este libro.
82
puramente descriptivos: por ejemplo desconoce que está disparando a una persona, y
cree que lo hace sobre un animal; se desconoce que se está activando una bomba y se
cree que sólo se está conectando un dispositivo de seguridad. O puede ser un error
sobre elementos normativos, tan presentes en los tipos: como es el error sobre el
carácter ajeno de la cosa respecto a los delitos de hurto o robo, o sobre el carácter
clandestino de la explotación ganadera en el caso de los delitos ambientales (art. 327
CP). En cualquiera de esos casos el error impide apreciar el dolo, excluye la aplicación
del delito doloso y configura una situación de error de tipo.
3. El error invencible sobre la ilicitud del hecho constitutivo de la infracción penal excluye
la responsabilidad criminal. Si el error fuera vencible, se aplicará la pena inferior en uno
o dos grados”.
En los dos primeros párrafos se contiene la regulación del error de tipo, del que
nos ocupamos en este epígrafe; en el tercero, la del error de prohibición, a cuyo estudio
posterior, en sede de culpabilidad, nos remitimos.
83
percatarse de la situación real y salir de su ignorancia. Será invencible, si pese a haber
adoptado el cuidado debido, el error subsistiría igual y el sujeto permanecería en esa
ignorancia.
Los dos primeros párrafos del art. 14 atienden al error de tipo, pero el primero
se ocupa de los casos de error sobre un elemento esencial, mientras que el segundo se
refiere al error sobre un elemento accidental de carácter agravatorio.
84
cualificar. Por ejemplo: si un sujeto sustrae de la pequeña ermita de su pueblo un cuadro
del altar que resulta ser una obra de Velázquez y, por lo tanto, tiene un valor
incalculable, el error impedirá que se aprecie ese el hurto agravado que objetivamente
se produce (art. 235.1 CP) y sólo será de aplicación el tipo doloso básico (art. 234 CP). ¿Y
si es al revés?: el autor cree falsamente que sustrae una obra artística de gran valor,
pero en realidad lo que se lleva es sólo una copia. El error será irrelevante y sólo cabrá
el castigo por el delito básico, que es el que objetivamente existió, mientras que la
circunstancia agravatoria en realidad jamás sucedió y su presencia sólo fue un “deseo”
de autor.
El error puede recaer sobre cualquiera de los elementos típicos (sobre la acción,
sobre el resultado, sujetos, objeto, etc.) y la solución general es la que se ha indicado
en el epígrafe anterior. Existen algunos supuestos específicos de error, que requieren
alguna reflexión añadida para su correcta solución jurídica.
El sujeto yerra sobre el sujeto o el objeto material sobre el que recae la acción.
En principio, tal error es irrelevante; por ejemplo, confundir la identidad de la víctima
(creer que se secuestra a “A”, pero es “B”, de gran parecido físico) no tiene
consecuencias, porque el bien jurídico afectado tiene idéntica valoración: el mismo
valor tiene la libertad de una persona que la de otra. El sujeto dirige su acción a afectar
la libertad de movimiento de una persona y efectivamente lo hace, luego realiza
dolosamente un delito de detenciones ilegales o secuestro. Es también irrelevante el
error en el objeto de la acción. Confundir el Documento Nacional de Identidad que se
falsifica no tiene trascendencia a efectos de calificar la conducta como delito de
falsedad documental doloso (arts. 390 ó 392 CP). Por lo mismo, porque el ánimo falsario
no depende del concreto documento que se manipule.
Ahora bien, puede que los objetos o los sujetos sobre los que versa el error
tengan alguna cualidad que los especialice y les dote de una valoración diferente. El
error sí tendrá relevancia, ya que los sujetos de la acción tienen diferente valor jurídico,
cuando, por ejemplo, un sujeto quiere matar al perro del vecino que tanto le molesta
85
con sus ladridos y cuando una noche cree que el perro está dormido, le dispara un dardo
venenoso, pero se equivoca pues resulta que a quien mata es a una persona. En este
caso, son dos los bienes jurídicos afectados: respecto al perro, la propiedad ajena;
respecto a la persona fallecida, la vida. Mayoritariamente se viene calificando esa
situación como concurso ideal de delitos entre tentativa del delito que se buscaba (en
este caso, daños del art. 263 CP) y el delito imprudente efectivamente cometido (aquí
homicidio). Sin embargo, esa solución adolece de un defecto importante: califica como
tentativa un supuesto en que el bien jurídico no ha sido puesto ni siquiera en peligro,
sino que su menoscabo es sólo un deseo o la voluntad del autor, que no va acompañada
de hechos efectivamente aptos para ello (el perro ni siquiera estaba en el jardín) aunque
esa inidoneidad se constata ex post.
Puede que el autor inicie una acción tendente a producir un resultado y que éste
efectivamente se produzca, pero no de acuerdo al plan que inicialmente se había
trazado, sino por la interferencia de otro factor causal que es el que finalmente lo
determina. Algunos de estos casos pueden resultar irrelevantes: cuando, manteniéndose
el juicio de imputación objetiva, se produce exactamente el mismo resultado buscado
por el autor. Pensemos por ejemplo, en quien es brutalmente apuñalado en el corazón,
pero fallece en su caída porque se da un golpe en la nuca. En supuestos como estos cabe
seguir manteniendo que la acción peligrosa inicial se ha materializado en el resultado
muerte finalmente producido y ese resultado es el que el autor se proponía. Igualmente,
resultan irrelevantes los casos en los que el resultado no se produce de manera
inmediata, sino tiempo después, pero a consecuencia directa de la acción dolosa inicial
del autor. Por ejemplo, quien dispara a otro con intención de matarle y efectivamente
éste muere días después dada la gravedad de las heridas. Son casos de desviaciones que
generan un error irrelevante, por lo que se mantendrá la calificación de delito doloso
consumado.
86
a un centro hospitalario un conductor negligente choca con la ambulancia causando la
muerte del herido. Aquí no se puede decir que la muerte sea un resultado imputable al
golpe del sujeto “A”, sino que lo será a la acción imprudente del conductor, que también
entraña un riesgo no permitido. Por eso, al sujeto “A” sólo cabrá imputarle
subjetivamente unas lesiones dolosas graves o bien tentativa de homicidio, según el
dolo específico que se le aprecie, mientras que la muerte será atribuida subjetivamente
al conductor negligente.
87
Error sobre presupuestos fácticos de una causa de justificación.
88
tipo de abusos sexuales que el ginecólogo efectivamente obtenga el placer sexual que
buscaba con la exploración de su paciente; ni que el funcionario corrupto realice el acto
ilegal para el que le entregaron una suculenta comisión. Si estos móviles se llegan a
satisfacer, estaríamos hablando de agotamiento del delito, pero el tipo subjetivo no los
exige, ni tampoco la consumación.
Más concretos son los delitos mutilados en dos actos: aquellos en los que el
autor actúa con la finalidad de poder realizar él mismo otro acto posterior. Para que se
consume el tipo no es necesario que ese acto posterior se haya llegado a ejecutar, pero
subjetivamente sí hay que constatar que se actuaba con el propósito de realizar ese otro
acto. De nuevo está servido el problema de la dificultad de la prueba de un elemento
subjetivo. Ejemplos de esta categoría, serían la posesión de drogas para el tráfico del
art. 368 CP, la tenencia de moneda falsa “para su expedición o distribución” (art. 386 CP)
o la petición u obtención de una dádiva “para realizar en el ejercicio de su cargo un acto
contrario a los deberes inherentes al mismo o para no realizar o retrasar
injustificadamente el que debiera practicar” en el delito de cohecho pasivo propio (art.
419 CP)
Por último, los delitos de resultado cortado son aquellos en los que la acción va
dirigida a obtener un resultado adicional ulterior. A diferencia de los anteriores, ese
89
objetivo posterior no requeriría que el sujeto realizara posteriormente ninguna otra
acción, sino que en sí misma la acción inicial va encaminada a obtener una consecuencia
que excede del ámbito de actuación del autor. Caso paradigmático de esta categoría es
el delito de torturas (art. 174 CP), una de cuyas opciones consiste en que el funcionario
inflige a la víctima padecimientos graves “con el fin de obtener una confesión o
información de cualquier persona”. De nuevo hay que destacar que la satisfacción del
propósito perseguido es irrelevante para conformar el tipo subjetivo; éste se completa
con la prueba de que el autor buscaba la confesión o la información, pero es irrelevante
a efectos de la tipicidad dolosa consumada si finalmente la víctima la ha proporcionado
o no. Otros ejemplos de este grupo: quien “para perjudicar al otro contrayente”,
celebrare matrimonio inválido (art. 218 CP) o el art. 261 CP, quien en procedimiento
concursal presentare, a sabiendas, datos falsos relativos al estado contable, “con el fin
de lograr indebidamente la declaración de aquel”.
90
LECCIÓN 7. EL TIPO IMPRUDENTE DE ACCIÓN.
1.- Introducción.
Vinculado a la función preventiva del Derecho Penal, el tipo cumple una función
de motivación. Por esta razón, al tipo han de reconducirse todos aquellos elementos
que integran la conducta cuya no comisión se quiere y puede motivar. Sólo lo que se
pueda evitar es susceptible de prevenirse y, por tanto, de definirse como prohibido a
través del tipo. Pues bien, como indicábamos en la unidad anterior, este rasgo de
“evitabilidad” sólo es predicable de los comportamientos dolosos y los imprudentes. En
las conductas dolosas el sujeto actúa con la finalidad y la voluntad de causar esa lesión.
La posibilidad de motivación es total. En las imprudentes, el autor ni busca ni pretende
lesionar el bien jurídico, pero el descuido de su comportamiento lo genera. Las
posibilidades de motivación se reducen, pero se proyectan sobre la exigencia del
cuidado debido para evitar resultados no buscados ni deseados. La prohibición penal de
determinados comportamientos imprudentes pretende motivar a los ciudadanos para
que en la realización de conductas peligrosas que pueden causar resultados lesivos
adopten el cuidado preciso para evitarlos.
Esta dualidad subjetiva se recoge en los artículos 5 CP: “No hay pena sin dolo o
imprudencia” y 10 CP: “Son delitos las acciones y omisiones dolosas o imprudentes
penadas por la Ley”, que restringen la relevancia penal de las conductas a las dolosas e
imprudentes. No son conductas prohibidas aquellas en las que no medie dolo o
imprudencia. Ello significa que las conductas descritas en los tipos de la parte especial
son o bien dolosas o bien imprudentes, sin que quepa otra modalidad subjetiva de
imputación típica. Así, el Código Penal intercepta cualquier hueco de responsabilidad
objetiva (como se explicó en la Lección 3 del Tomo I de esta obra).
91
causar un resultado similar al de los dolosos (por ejemplo, dolosa o imprudentemente
se pueden producir las mismas lesiones o incluso pueden ser más graves las causadas
por imprudencia), constituyen infracciones a las normas de cuidado que generan esos
resultados no buscados ni queridos por el autor. Es decir, entre ambos la diferencia no
está en el desvalor de resultado, que insistimos, puede ser el mismo o hasta más grave
en el delito imprudente, sino en el desvalor de acción, pues los delitos dolosos se
construyen sobre vulneraciones a las normas prohibitivas y los delitos imprudentes a las
normas de cuidado. El quebranto de la norma de cuidado representa un desvalor de
acción cualitativamente inferior que la infracción de los mandatos o imperativos que
representa la conducta dolosa.
No obstante, no toda actividad riesgosa que pueda generar peligro o lesión a los
bienes jurídicos interesa al Derecho. Las actuales necesidades de desarrollo y bienestar
social van marcando espacios en los que ese riesgo es admisible, riesgo permitido, por
considerarse socialmente útil, de modo que si se actúa bajo sus parámetros, el peligro y
su materialización van a ser tolerados jurídicamente.
92
de ese deber no se le puede exigir responsabilidad penal por el resultado que se pueda
producir. A día de hoy, esa vulneración del deber de cuidado sigue configurándose como
una pieza crucial de la estructura del delito imprudente, dando fundamento a su
desvalor de acción.
93
imprudentes cuando expresamente se haga constar esta cualidad (por ejemplo:
homicidio en el artículo 142; aborto, en el artículo 146; lesiones, en el 152; lesiones al
feto, artículo 158; manipulaciones genéticas en el artículo 159.2; omisión del deber de
socorro, artículo 195.3; daños, artículos 267 y 324; seguridad en el trabajo, artículo 317;
delito ambiental, artículo 331; delitos relativos a la energía nuclear, artículo 344; delitos
contra la salud pública, artículo 367; estragos, artículo 347; , etc.). Cosa distinta a la
imprudencia en sentido estricto son los delitos de peligro abstracto, en los cuales el
legislador castiga expresamente conductas que no requieren un resultado material
específico, sino que se agotan en la infracción del deber de cuidado y en la creación de
una situación de peligro (serían supuestos como el art. 379 CP, sobre conducción con
exceso de velocidad o bajo la influencia de alcohol o drogas; o el 359 CP sobre
elaboración, sin autorización de sustancias que pueden causar estragos, que no
requieren lesión y ni siquiera el peligro concreto para la vida o la salud de las personas).
94
A diferencia de los delitos dolosos en los que la conducta típica tiene una
definición específica y precisa para cada uno (en unos casos es matar a otro, en otros
tomar una cosa ajena, en otros descubrir y revelar un secreto….), en el delito imprudente
la conducta se formula mediante la expresión genérica “por imprudencia”, a la que se
vincula la causación de un resultado material: el que causare la muerte de otro “por
imprudencia grave” del art. 142 CP; el que “por imprudencia grave causare algunas de
las lesiones previstas en los artículos anteriores”, del art. 152 CP; o el que provocare los
delitos de incendio “por imprudencia grave”, art. 358 CP. El término “imprudencia”
constituye una fórmula general que alude a la actuación contraria al deber objetivo de
cuidado. La pregunta esencial a resolver, por tanto, es en qué consiste ese deber
objetivo de cuidado.
- En ocasiones son las propias normas de la experiencia las que marcan cuáles
son las conductas peligrosas que se pueden hacer, cuáles no, o cómo. Por ejemplo, no
está escrito en ningún sitio, pero es una regla de cuidado, marcada por la experiencia,
que no se debe dejar abierta la puerta de la calle si hay niños pequeños en casa, pues se
pueden salir.
95
más abundante y detallada: sustancias nocivas para el medio ambiente; reglas de
seguridad alimentaria, etc.
En todo caso, la infracción del deber de cuidado requiere como presupuesto que
el riesgo sea previsible objetivamente. Tomado como parámetro al hombre medio, con
los conocimientos y en la situación del autor, si no existe una previsibilidad objetiva de
que una conducta pueda ser peligrosa y materializarse en un resultado lesivo, no es
posible predicar la infracción del deber de cuidado. No se puede exigir al sujeto que
actúe conforme al cuidado en un caso en el que no era previsible que se produjera el
resultado. Por ejemplo, no se puede prever un mal funcionamiento en los frenos, si
antes de salir de viaje se ha llevado el coche a un taller especializado para su revisión y
96
puesta a punto; si los frenos fallan y se produce un resultado lesivo, como un atropello,
no habrá infracción del deber de cuidado.
97
requiere el empleo de herramientas seguras, del cumplimiento de normas sobre
seguridad en el trabajo (protecciones personales, andamiajes…), una supervisión de la
obra por un encargado cualificado, etc. Una operación quirúrgica, requiere una
titulación específica en medicina y cirugía, una preparación del enfermo (historial,
alergias...) y una información al mismo. El piloto de aviación ha de tener la capacitación
especial para volar aviones, adquirida mediante una preparación especial y mantenida
mediante una práctica constante y prolongada en el tiempo.
98
Ahora bien, hay casos en los que un sujeto presenta especiales cualidades o
capacidades personales respecto a la percepción del peligro o a la actuación dentro de
los riesgos:
- Puede suceder que tenga una capacidad personal de comportarse con arreglo
a la diligencia objetiva inferior a la media. Por ejemplo, se encuentra con una merma
importante de su capacidad de cumplir con el nivel de diligencia exigible a un conductor
medio quien acaba de recibir la noticia del fallecimiento de un familiar muy cercano y
conduciendo hacia su casa fuertemente impactado por la noticia, atropella a un peatón.
La cuestión es si al criterio del conductor medianamente diligente ha de añadirse como
baremo cuál sería la conducta de un sujeto que se hallare en similares características a
las del que se analiza; es decir, cómo actuaría cualquier conductor bajo esa situación de
shock. La respuesta mayoritaria entiende que esas cualidades personales inferiores a la
media no influyen en la valoración del deber objetivo de cuidado y sólo se deben
considerar en la culpabilidad. El sujeto habrá infringido el deber de cuidado y realizará
el tipo imprudente de homicidio, pues un conductor medio habría previsto que no se
puede conducir en esa situación de tensión extremo, aunque se le podría atenuar su
responsabilidad en sede de culpabilidad, valorando la concreta situación mental en la
que se encontraba.
99
intervención penal ante actuaciones imprudentes en el mismo lugar para todos, sin
distinguir: si se tomaran en cuenta la especiales habilidades o conocimientos del autor,
el Derecho Penal sería más exigente con quienes las tienen, lo cual podría desincentivar
la adquisición de conocimientos superiores o preparaciones específicas. Pero frente a
esta respuesta, cobra fuerza la de que en estos casos de especial formación o capacidad,
la rigurosa aplicación del criterio del hombre medio, colocado en la misma situación y
con los mismos conocimientos y capacidades personales del autor, da como resultado
la apreciación de una infracción del deber objetivo de cuidado, puesto que cualquier
persona especialmente formada, que tuviera esas aptitudes especiales las habría
empleado para evitar el resultado. Si éste se produce, habrá que sostener el tipo
imprudente, siempre que se den previamente los requisitos de la comisión por omisión
y su presupuesto de la posición de garante en el omitente.
100
imperativos). La exigencia de resultado limita y selecciona la responsabilidad penal,
excluyendo la de otros hechos que pueden ser igual o más imprudentes, pero que al no
causar un resultado lesivo no expresan el nivel de gravedad que precisa la intervención
penal. Es más, el resultado se configura como un elemento clave a la hora de la puesta
en marcha de los mecanismos procesales, porque de no requerirse, la prueba de la
infracción del cuidado y la medida de su nivel resultarían sumamente complejos. No es
fácil decidir si una acción peligrosa no seguida de un resultado era realmente tan
peligrosa o no; sin embargo el resultado es una visualización de la gravedad de la
conducta.
- Que exista una relación de causalidad entre la acción que vulnera el deber
objetivo de cuidado y el resultado de lesión o puesta en peligro. Como ya se explicó en
la lección relativa a la imputación objetiva de resultados, ha de mediar una vinculación
causa-efecto entre la acción y el resultado, explicable conforme a criterios naturalísticos.
Siguiendo exactamente ese mismo requisito, la acción peligrosa, que infringe el deber
de cuidado, ha de estar experimentalmente unida al resultado material producido. Por
ejemplo: se ha de constatar que la muerte de un paciente tiene un factor causal en el
suministro de una medicina a la que era alérgico y que le fue inyectada
equivocadamente, al confundirse la enfermera de frasco. (Recordemos que el problema
se produce cuando no es posible una explicación causal de un resultado, pues se
desconoce cuál es la acción peligrosa que lo genera: caso de la colza o de la talidomida).
101
deber objetivo de cuidado implica siempre, por definición, la creación de un riesgo
jurídicamente desaprobado. Así: la enfermera que no mira que el medicamento que se
suministra es efectivamente el prescrito al paciente; el conductor de un autobús que
viaja sin haber dormido las horas necesarias, o el encargado de obra que no se preocupa
de que los trabajadores lleven los mecanismos de seguridad y protección personal; en
todos ellos se constata que la infracción de la norma de cuidado (no cerciorarse de que
se toman las medicinas correctas, no dormir el tiempo reglamentado, no exigir a los
trabajadores que cumplan las normas de seguridad) representa directamente la
creación de situaciones de riesgo no toleradas.
Según éste requisito, no será posible la imputación del resultado cuando éste
nada tiene que ver con la infracción del deber de cuidado, es decir, que no es de los que
la norma de diligencia pretende evitar, sino que se ha producido causalmente y de
manera sorpresiva o no previsible. Si un guía de montaña emprende una ascensión sin
haberse informado antes de que iba a haber una importante nevada y un excursionista
fallece a consecuencia de un infarto, no cabrá imputar el resultado muerte a la acción
descuidada del guía, ya que la norma de cuidado incumplida pretende controlar riesgos
que nada tienen que ver con lo que finalmente ha acaecido. O, por ejemplo, si un padre
fallece por la impresión que le causa recibir la noticia de la muerte de su hijo a causa de
un accidente producido por la imprudencia de un tercero, no cabrá imputar al conductor
imprudente la muerte del padre, ya que las normas de diligencia en la conducción sólo
102
tienen como finalidad garantizar la integridad de los demás usuarios de las vías, pero no
alcanzan a esos daños no previsibles.
103
3. El delito imprudente en el Código Penal.
Las referencias a la imprudencia que realiza el Código Penal son muy escasas. En
su parte general, Título Preliminar y Libro I, tan sólo nos encontramos alusiones directas
en el artículo 5, que restringe la tipicidad subjetiva a los delitos dolosos e imprudentes;
en el artículo 10, que también consagra que la ley penal sólo castigará acciones u
omisiones dolosas o imprudentes; en el artículo 12, que define la técnica legislativa del
numerus clausus en los delitos imprudentes. Junto a los anteriores, ya mencionados en
esta lección y que sostienen el régimen jurídico-penal de la imprudencia, sobre ella sólo
existen pequeños “punteos”: el artículo 14.1, al establecer la pena aplicable a los casos
de error de tipo vencible, el artículo 66.2, que en materia de determinación de la pena
libera a los delitos leves y a los imprudentes de las reglas del art. 66.1, el artículo 80.2.1º,
sobre requisitos para la suspensión de la condena, que excluye a los delitos imprudentes
del concepto de delincuente primario, el artículo 127.2, que extiende el comiso a delitos
imprudentes castigados con pena de prisión superior al año y el artículo 136.1.b),
relativo al plazo de cancelación de antecedentes delictivos. Y nada más; la imprudencia
es, esencialmente, una construcción dogmática y jurisprudencial.
104
Respecto a las figuras delictivas concretas del Libro II, se ha producido una
modificación significativa: acompañando a la eliminación de la categoría de Faltas, se ha
suprimido la imprudencia leve, que daba lugar a dos casos de faltas imprudentes: la de
homicidio y la de lesiones del antiguo art. 621. Al mismo tiempo, se ha introducido una
nueva forma de imprudencia, la “menos grave”. Así que, en este momento, dentro de
los tipos de la parte especial, el Código contempla dos formas de imprudencia:
imprudencia grave e imprudencia menos grave. Con ello, la reforma de 2015, modifica
el límite mínimo de la intervención punitiva desde el punto de vista de la imputación
subjetiva en materia de imprudencia, elevándolo al grado de la nueva clase de
imprudencia, la “menos grave”. La ubicación en una u otra categoría, es decir, la medida
de la gravedad de la imprudencia, no la marca el resultado, sino el nivel de diligencia
desarrollado en la acción. Una muerte, por ejemplo, tanto puede derivarse de una
imprudencia grave como menos grave; la diferencia está en la intensidad de la
vulneración del deber objetivo de cuidado. La imprudencia grave implica que se han
vulnerado las más elementales exigencias del deber objetivo de cuidado. La imprudencia
menos grave supone una infracción del deber de cuidado de menor entidad, o sea, que
la acción de sujeto no fue tan peligrosa. Por ejemplo, A, aparcando, no consulta el
retrovisor y golpea a una anciana, que cae y al caer se rompe la cadera. La diferencia
estriba en la gravedad de la infracción de la norma de cuidado y para sopesar esa
gravedad, la jurisprudencia identifica requisitos tales como: valor del bien jurídico
amenazado, grado de utilidad social de la conducta, conocimientos y capacidades
personales del autor o previsibilidad del riesgo (Sentencia del Tribunal Supremo núm.
1089, de 29 de octubre de 2009).
En los delitos de homicidio (art. 142.1 CP), lesiones (art. 152.1 CP), aborto (art.
146 CP) y lesiones al feto (art. 158 CP) se contempla expresamente la hipótesis de que
la imprudencia grave se haya cometido por un profesional en el desarrollo de su
actividad. No se trata de la culpa común en que puede incurrir cualquier profesional,
sino que son los casos denominados culpa o imprudencia profesional. La imprudencia
profesional se define como impericia o negligencia profesional. Impericia es la falta de
la preparación especial que se precisa para realizar una determinada actividad
profesional, bien porque nunca se adquirió (por ejemplo, el médico que nunca se
105
especializó en cirugía neurológica), o bien porque se perdió por el paso del tiempo y la
falta de práctica. La negligencia profesional es la inobservancia de las precauciones y
cautelas más elementales para el desarrollo de la actividad; una actuación profesional
burda, abandonada o realizada a la ligera (por ejemplo, el policía que en cuanto ve a un
atracador, antes de valorar la posibilidad de detenerlo, saca su arma y le dispara)
(Sentencias del Tribunal Supremo núms. 307/2006, de 13 de marzo; 181/2009, de 23 de
febrero). En la imprudencia profesional, a la pena correspondiente a la imprudencia
grave correspondiente se añade la inhabilitación especial para el desarrollo de la
profesión u oficio.
Aunque lo más rápido y por su seguridad con seguros civiles, se prefiere acudir a
la vía civil. Además, en este caso corresponde al profesional demostrar que actuó con la
diligencia adecuada.
106
LECCIÓN 8. EL TIPO OMISIVO.
1. Concepto.
Como vimos en la Lección 1 la conducta típica es aquella que vulnera la concreta norma
que prohíbe (en el caso de las “acciones”) u ordena (en el caso de las “omisiones”) su realización.
Recordemos además el tenor del art. 10 CP, según el cual “son delitos las acciones y omisiones
dolosas o imprudentes penadas por la ley”.
En efecto, las normas jurídicas pueden ser normas prohibitivas o preceptivas. Mientras
que en las primeras la infracción jurídica consiste en la realización de la acción prohibida, en las
segundas se ordena llevar a cabo una acción determinada y la infracción jurídica consiste en la
omisión de ese hacer (JESCHECK / WEIGEND, 2002, 649).
Está claro pues que no podemos tomar la palabra “acción” o “acción típica” en el sentido
de “movimiento corporal voluntario”, lo que podría conducir a la errónea conclusión de que la
omisión tiene algo que ver con la falta de acción humana (FLETCHER, 1997, 80). De hecho no hay
que confundir el tipo de omisión con la mera pasividad física del autor (concepto natural u
ontológico), ya que aquel suele cometerse precisamente mediante la realización de conductas
activas diferentes a la ordenada (concepto normativo), como en el caso de quien debiendo
socorrer a otro se marcha del lugar (MIR PUIG, 2011, 315). Ya se explicó en su momento que
cuando la palabra “acción” se emplea de un modo genérico en realidad hay que entenderla
referida a una conducta activa u omisiva de carácter doloso o imprudente.
Si bien se puede distinguir entre los comportamientos activos y los omisivos de acuerdo
a una comprensión natural de las cosas, en muchas ocasiones dicha distinción no resulta nada
sencilla. Con carácter general se puede decir que si alguien causa el resultado dolosa o
imprudentemente por medio de un hacer positivo objetivamente típico se trataría de un
comportamiento activo, mientras que, en otro caso, habría que comprobar si el autor ha omitido
un hacer positivo esperado en orden a procurar la evitación del resultado (JESCHECK / WEIGEND,
2002, 650). No obstante, también pueden presentarse constelaciones en las que tras constatarse
un delito activo (como por ejemplo un atropello imprudente) a éste le sigue uno omisivo (el
conductor se da a la fuga dolosamente sin socorrer a la víctima) (MIR PUIG, 2011, 317).
107
Porque se trata de llevar a cabo una “acción determinada”, algunos autores señalan que
“la omisión en sí misma no existe”, sino que se trata siempre de la omisión de una acción
determinada que se está en condiciones de poder realizar. La posibilidad de acción se convertiría
por consiguiente en el elemento conceptual básico de carácter ontológico común tanto a la
acción como a la omisión (MUÑOZ CONDE/ GARCÍA ARÁN, 2010, 238). Al mismo tiempo al Derecho
penal no interesa cualquier comportamiento omisivo sino sólo aquellos que son penalmente
relevantes desde la perspectiva de la correspondiente norma preceptiva por recaer sobre el
sujeto en cuestión un deber jurídico de actuar, bien sea de carácter genérico o de carácter
específico.
2. Clases.
A) DELITOS PROPIOS DE OMISIÓN O DE “OMISIÓN PURA”.
a) Son delitos (omisivos) de mera inactividad, ya que consisten en un mero “no hacer”
determinado por la ley penal. Equivalen por tanto a los delitos de mera actividad en
la realización activa y su injusto penal queda al margen de la producción de un
resultado material en el caso de que éste tenga lugar.
c) Puede tratarse tanto de delitos comunes, como en el caso de la omisión del deber
de socorro del art. 195.1 CP, o bien de delitos especiales, como en el caso de la
denegación de auxilio del art. 412.1 CP. En el segundo caso, sin embargo, se habla
también de “delitos de omisión pura de garante”, que -por las peculiaridades que
presentan- merecen una atención particular.
d) Pueden ser dolosos o imprudentes, bien que solo contemos en la actualidad con
tipos dolosos de esta clase, al no haber sido incriminado ningún delito de omisión
pura imprudente.
108
b) Puede tratarse de tipos de omisión causal (menos frecuentes e implícitos en la
propia descripción causal4) o no causal.
d) Sólo pueden ser cometidos por un círculo determinado de personas por ser garantes
de la evitación del resultado, por lo que se trata de delitos especiales.
Son, en primer lugar, delitos cuyo sujeto activo puede ser cualquier persona, cuyo
injusto se agota en la contravención de un mandato, o lo que es lo mismo, en la infracción de un
deber de actuar. Consisten, por tanto, en la no realización de una acción exigida por la ley. Como
tales delitos de mera inactividad, se consuman con la no realización de la acción esperada.
El tipo subjetivo admite la forma dolosa y la imprudente, aunque, como vimos antes,
solo contamos con tipos dolosos al no haberse tipificado de manera expresa en virtud del art.
12 CP ningún tipo imprudente de esta naturaleza. El dolo debe proyectarse, como es lógico,
sobre cada uno de los elementos a los que se refiere el tipo objetivo. La imprudencia surgiría de
la correspondiente infracción del deber de cuidado.
a) Art. 195.1: “El que no socorriere a una persona que se halle desamparada y en
peligro manifiesto y grave, cuando pudiera hacerlo sin riesgo propio ni de terceros,
4
LACRUZ (2011, 311-312) entiende que en estos delitos se sigue sin más el modelo de imputación de los
delitos activos y pone como ejemplos los malos tratos psicológicos (art. 153 CP) o las estafas (arts. 248 y
ss.).
109
será castigado con la pena de tres a doce meses. 2. En las mismas penas incurrirá el
que, impedido de prestar socorro, no demande con urgencia auxilio ajeno”.
b) Art. 450.1: “El que, pudiendo hacerlo con su intervención inmediata y sin riesgo
propio o ajeno no impidiere la comisión de un delito que afecte a las personas en su
vida, integridad o salud, libertad o libertad sexual, será castigado con la pena de
prisión de seis meses a dos años si el delito fuere contra la vida, y la de multa de seis
a veinticuatro meses en los demás casos, salvo que al delito no impedido le
correspondiera igual o menor pena, en cuyo caso se impondrá la pena inferior en
grado a la de aquél”.
Son considerados por algún sector doctrinal como un tertium genus a medio camino
entre los delitos de omisión pura, cuya naturaleza fundamental comparten, dado que el sujeto
activo en ningún caso es garante en el sentido del art. 11 CP, y los delitos de comisión por
omisión, dado que, como en éstos, sujeto activo no puede ser cualquiera, sino solo aquel círculo
de personas expresamente acotado por el tipo penal. Las penas suelen responder igualmente a
esa gravedad “intermedia”.
Se trata en todo caso de delitos de omisión pura que carecen de una equivalencia
estructural con la comisión activa y que, por lo tanto, como los demás delitos de omisión pura,
no dan lugar a la imputación de resultados en el caso de que éstos se produzcan. Sin embargo,
a diferencia de los delitos de omisión pura comunes, cuyo sujeto activo puede ser cualquier
persona, en estos delitos sujeto activo son solo un círculo delimitado de personas sobre las que
recae por regla general un deber de garantía institucional positivo, que no alcanza a ser una
posición de garante en el sentido exigido por el art. 11 CP. Esta última va más allá y exige
responder por las lesiones de bienes jurídicos en virtud de un deber negativo consistente en la
evitación de resultados (ROBLES PLANAS, 2013, 13ss).
a) Art. 408 CP: “La autoridad o funcionario público que, faltando a la obligación de su
cargo, dejare intencionadamente de promover la persecución de los delitos de que
5
Para LACRUZ (2011, 283) entran dentro de esta categoría los delitos tipificados en los arts. 195.3, 407,
408, 410, 411 y 412 CP.
110
tenga noticia o de sus responsables, incurrirá en la pena de inhabilitación especial
para empleo o cargo público por tiempo de seis meses a dos años”.
b) Art. 412.1 CP: “El funcionario público que, requerido por autoridad competente, no
prestare el auxilio debido para la Administración de Justicia u otro servicio público,
incurrirá en las penas de multa de tres a doce meses, y suspensión de empleo o
cargo público por tiempo de seis meses a dos años”.
Como los delitos de comisión por omisión, son delitos especiales en los que el sujeto
activo ostenta una posición de garante, pero, a diferencia de aquéllos, la imputación del
resultado a la omisión no siempre lleva aparejada la misma pena que si se hubiera causado
activamente, sino que, siendo así en algunos casos (Ej.: art. 176 CP), en otros la pena es distinta
o bien no existe una realización activa equiparable (LACRUZ, 2011, 293).
a) Art. 196 CP: “El profesional que estando obligado a ello, denegare asistencia
sanitaria o abandonare los servicios sanitarios, cuando de la denegación o abandono
se derive riesgo grave para la salud de las personas, será castigado con las penas del
artículo precedente en su mitad superior y con las de inhabilitación especial para
empleo o cargo público, profesión u oficio, por tiempo de seis meses a tres años”
b) Art. 316 CP: “Los que con infracción de las normas de prevención de riesgos
laborales y estando legalmente obligados, no faciliten los medios necesarios para
que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de seguridad e
higiene adecuadas, de forma que pongan así en peligro grave su vida, salud o
integridad física, serán castigados con las penas de prisión de seis meses a tres años
y multa de seis a doce meses.
111
c) Art. 317 CP: “Cuando el delito a que se refiere el artículo anterior se cometa por
imprudencia grave, será castigado con la pena inferior en grado.
Como ya mencionamos, los delitos de comisión por omisión son delitos omisivos de
resultado que no están tipificados de manera expresa, sino que resultan de la aplicación de la
cláusula de equivalencia del art. 11 CP a tipos penales de resultado formulados de manera activa.
El tipo objetivo de los delitos de comisión por omisión se compone de los mismos
elementos que el de los delitos de omisión pura, si bien añadiendo algunos elementos. A saber:
a) situación típica, a la que hay que integrar la posición de garante que ostenta el sujeto activo
en virtud de un deber jurídico específico que le compete en orden a la evitación del resultado;
b) ausencia de una acción determinada, a lo que hay que añadir la producción de un resultado;
c) capacidad de acción, que debe comprender en este caso, la capacidad de evitar dicho
resultado (MIR PUIG, 2011, 324).
En cuanto al tipo subjetivo, lógicamente el dolo debe proyectarse sobre cada uno de los
elementos del tipo objetivo, por lo que se extenderá ahora también de modo singular a la
situación que da lugar a la posición de garante. Por su parte, la comisión por omisión imprudente
es posible siempre que el tipo comisivo correspondiente pueda realizarse imprudentemente.
A) Introducción
112
La problemática relativa a los delitos de omisión impropia, y en particular, la
equivalencia entre acción y omisión a partir de las posiciones de garante, ha sido calificada como
el capítulo más oscuro y discutido de la dogmática de la Parte General (ROXIN, 2014, §32/2).
A este respecto se ha dicho que las distintas teorías que tratan de ofrecer una respuesta
giran en torno a dos posiciones: la que entiende que la omisión, por razones ontológicas y
normativas, es distinta de la comisión; y la que entiende que la omisión sólo es calificable de
comisión por omisión cuando es estructural y materialmente idéntica a la realización activa del
tipo. Mientras que en el primer caso se trataría de determinar aquel elemento que permite
afirmar que la omisión merece idéntica pena a la comisión activa, en el segundo, en cambio,
habría que establecer qué criterios permiten afirmar la mencionada identidad (RODRÍGUEZ MESA,
2005, 47).
113
“Los delitos que consistan en la producción de un resultado sólo se entenderán
cometidos por omisión cuando la no evitación del mismo, al infringir un especial deber
jurídico del autor, equivalga, según el sentido del texto de la Ley, a su causación. A tal
efecto se equiparará la omisión a la acción: a) Cuando exista una específica obligación
legal o contractual de actuar; b) Cuando el omitente haya creado una ocasión de riesgo
para el bien jurídicamente protegido mediante una acción u omisión precedente”.
El primer inciso del art.11 CP antes transcrito implica verificar dos requisitos:
114
Penal estaría explicitando que las omisiones comisivas están realmente abarcadas en el
tipo de la Parte Especial.
Por otro lado, de aquí resulta una primera delimitación del ámbito de aplicación
de la cláusula de equivalencia, puesto que sólo se aplica a los delitos que consistan en la
producción de un resultado. Esto llevaría consigo la conclusión de que los tipos de mera
actividad así como de medios comisivos determinados6 quedan fuera del ámbito de
aplicación del art. 11 CP, lo que para un sector doctrinal no significa necesariamente que
no sean susceptibles de comisión omisiva.
6
Recuérdese que en los delitos de medios determinados la descripción legal del tipo acota las modalidades
que puede revestir la conducta, mientras que en los resultativos cualquier conducta puede causar el resultado
típico. Al hilo de esta distinción advierte MIR PUIG (2011, 235) que “es mucho más fácil admitir la
posibilidad de la comisión por omisión supralegal en los tipos resultativos que en los de medios
determinados (activos)”.
115
punibilidad del homicidio imprudente por omisión que la acción de salvamento omitida
hubiera disminuido el riesgo de aparición de la muerte. Esta contraposición básica entre
la teoría del incremento (o disminución en el supuesto omisivo) del riesgo por una parte,
y la teoría de la probabilidad rayana en la seguridad por otra parte, adquiere una gran
relevancia, aún más si cabe en ámbitos específicos como el de la actuación médica.
Así en Italia la más alta Jurisprudencia ha intentado buscar un camino sectorial especial para la
imputación del resultado en determinados grupos de casos tales como el ámbito del tratamiento médico
y el de los accidentes laborales, corrigiéndolo posteriormente. La Jurisprudencia en Italia habría intentado
durante algunos años apartarse del criterio general conformándose para la imputación de resultados con
un grado determinado de probabilidad que en absoluto tendría que rayar en la seguridad. Punto de
partida para ese cambio de perspectiva fue la especial consideración que en estos ámbitos especiales
adquirían los valores “vida” e “integridad corporal” constitucionalmente garantizados. Sin embargo la
doctrina italiana ha criticado una desviación de esta naturaleza respecto a los criterios generales de la
comisión por omisión, por considerarla no justificada. Tal vez como consecuencia de ello la Corte di
Cassazione en el llamado caso Franzese dio por zanjada la polémica estimando que la imputación del
resultado sólo es posible cuando no subsiste duda razonable alguna acerca de la desaparición del
resultado en caso de haber adoptado la acción de curación médicamente pertinente.
La argumentación dogmática que lleva a la Corte a este pronunciamiento resulta de interés: tanto en
el supuesto activo como en el omisivo no se puede entender un delito de resultado como un delito de
simple incremento del riesgo. El resultado típico se convertiría por la vía de contemplar sólo el desvalor
de acción en una mera condición objetiva de punibilidad y con ello el delito de resultado en un delito de
peligro. Todo ello no sería compatible con principios de la Constitución Italiana como la legalidad, la
determinación de la conducta típica o la responsabilidad personal. Llama la atención asimismo que el
problema de la probabilidad se resuelve en sede procesal mediante la llamada certeza procesal. Qué
hubiera pasado de haber sido tratado el paciente debidamente es algo que sólo cabe aclarar de acuerdo
con el material probatorio según el criterio ulterior del alto grado de credibilidad racional acerca de la
relación condicional entre la acción de curación omitida y la muerte del paciente.
Entre nosotros ya hace tiempo que GIMBERNAT ORDEIG rechazó operar con cursos causales hipotéticos
para determinar la causalidad en la omisión. Este autor entendía, con razón, que el criterio cuasicausal
según el cual cuando consta que la acción omitida por el garante, con una probabilidad rayana en la
seguridad hubiera evitado el resultado, constituye una adaptación a la comisión por omisión de la funesta
fórmula de la conditio sine qua non. Y junto a ello también rechaza la tendencia, dominante hasta los años
116
sesenta, de excluir la responsabilidad en el delito imprudente cuando el resultado causado por una acción
descuidada se habría producido también aunque el sujeto se hubiera comportado conforme a Derecho
(GIMBERNAT ORDEIG, 1994, 29). En la actualidad ROXIN exige para la causalidad en la omisión «que el actuar
debido hubiera dado lugar con seguridad a una disminución del riesgo», mientras que «el que el resultado
también se hubiera podido producir con la adopción de la conducta debida, si bien de otra manera y con
una menor probabilidad, constituye, (…) “un riesgo residual permitido, que no puede excluir la imputación
del riesgo no permitido que de hecho se ha realizado”» (ROXIN, 2008, 1548).
7
Se ha dicho que esta teoría “peca” tanto por exceso como por defecto, ya que puede conducir a sostener
la existencia de una posición de garante en casos en los que el sujeto no ha asumido fácticamente dicha
función, mientras que en otros casos en los que sí lo ha hecho, pero no se cuenta con el respaldo de la ley,
el contrato o la injerencia, dicha circunstancia impediría que se pueda hablar de un especial deber jurídico
del autor tal y como exige el art. 11 CP (en tal sentido, LACRUZ, 2011, 305).
8
Véase extracto de la STS 1538/2000, de 9 de octubre, en el ANEXO.
117
determinado de personas llamadas de un modo especial a la protección del bien jurídico
o a la vigilancia de un foco de peligro, de las que se espera y se puede confiar en que
actúen en orden a la evitación del resultado, se trata de auténticos delitos especiales
propios (JESCHECK / WEIGEND, 2002, 668).
Ahora bien, el problema reside en delimitar esos “deberes de garantía” que dan
lugar a las correspondientes “posiciones de garante”. A este respecto la antigua teoría
formal del deber jurídico, que como hemos visto ha sido empleada en el inciso segundo
del art. 11 CP, se apoyaba en la causa que origina el deber jurídico y remitía a la ley, el
contrato y el actuar precedente peligroso (o injerencia). Esta teoría, imperante a
principios del siglo XX, fue progresivamente abandonada al no suministrar una
verdadera fundamentación de contenido y sustituida por la teoría de las funciones.
No hay que perder de vista en todo caso que, al objeto de no extender los
deberes de garantía indebidamente, deben tenerse siempre presente los motivos que
los originan, lo que lleva a preconizar una vinculación del razonamiento formal y el
material (JESCHECK / WEIGEND, 2002, 669). De hecho, el art. 11 CP combina un criterio
material propio de la lógica de la equivalencia valorativa, con la teoría formal del deber
jurídico, al mencionar expresamente la específica obligación legal o contractual de
118
actuar, junto a la injerencia, como fuentes de las que puede proceder el especial deber
jurídico de obrar (SILVA SÁNCHEZ, 1997, 65).
119
expone a un riesgo mayor de lo que haría en otro caso o bien incluso renuncia a cualquier
otra protección por ese motivo. La doctrina se muestra de acuerdo en admitir que una
posición de garante de este tipo no puede depender de la validez civil del contrato, que
en el caso concreto podría resultar nulo por algún motivo, sino que se fundamenta
materialmente de nuevo en la relación de dependencia del titular del bien jurídico
respecto al garante.
Sin embargo, dado que el inciso segundo del art. 11 CP no distingue entre el caso
de que la acción u omisión precedente que crea el riesgo para el bien jurídico sea dolosa
o sólo imprudente, ni prevé atenuación alguna para el segundo supuesto, se presenta
un problema valorativo importante.
120
regulada en el art. 195.3 (2º) es un caso de “omiso salvamento” (a diferenciar de los
casos de “omiso aseguramiento de focos de peligro”) llamado a concurrir con un delito
imprudente de homicidio, lesiones, etc., salvo en un pequeño número de supuestos, en
los que, por cualquier motivo, finalmente no acaece el resultado. La Jurisprudencia
española no ha calificado hasta la fecha como homicidio doloso por omisión un supuesto
de atropello y posterior huida con omisión de socorro en el que el atropellado fallece,
sino que trata estos casos de omiso salvamento tras accidente como “omisión del deber
de socorro agravada” (SSTS 1304/2004, de 11 de noviembre y 42/2000, de 19 de enero)
(Vid.: DOPICO, 2011, 241).
La doctrina exige, en todo caso, que se den los siguientes requisitos en el actuar
precedente para de este modo restringir el alcance de esta fuente del deber de garantía:
a) que haya generado un peligro cercano que sea adecuado para generar el daño; b) que
sea antinormativo o contrario a deber desde un punto de vista objetivo, lo que excluye
los casos de creación fortuita del riesgo, así como aquellos en los que el comportamiento
anterior es uno amparado por una causa de justificación a la que da lugar el
comportamiento de la víctima; c) que la contrariedad a deber consista en la infracción
de la norma que sirve para la protección del bien jurídico afectado (JESCHECK / WEIGEND,
2002, 674).
121
Por último, hay determinados casos prototípicos en los que se habla de la
posición de garante que nace como consecuencia del deber de vigilar a otras personas
respecto a las vulneraciones de bienes jurídicos que se producen por actos de estas
últimas. Este sería el caso de los padres respecto a los hijos sobre los que detentan la
patria potestad, o los profesores por las infracciones cometidas por menores de edad
durante el horario escolar. Fuera de esos casos, la cuestión es mucho más complicada y
requiere analizar muchos factores, como sucede por ejemplo en la discusión actual
sobre las condiciones bajo las cuales se puede generar una posición de garante del
empresario (o de los directivos o superiores jerárquicos de una empresa) por la no
evitación de delitos cometidos por los subordinados.
122
LECCIÓN 9. TIPOS DE IMPERFECTA REALIZACIÓN.
En este proceso cabe distinguir, en primer lugar, una fase interna o de deliberación, que,
de acuerdo con la máxima del pensamiento liberal cogitatione poena nemo patitur (es decir, los
pensamientos no pueden ser castigados), no interesa al Derecho Penal porque es obvio que “el
aparato punitivo del Estado no puede castigar a nadie por lo que piensa” (BERDUGO ET AL., 2010,
367). El control de lo que ocurre en el ámbito interno destruiría al ser humano como persona-
ciudadano, pues, como dice JAKOBS, “sin un ámbito privado el ciudadano ni siquiera existe”
(JAKOBS, 1997, 853).
123
hay que olvidar la importancia de este principio fundamental, basado en la separación axiológica
del Derecho y la Moral, porque mientras que para la esfera de valoración moral basta con la
parte interna (contenido de la voluntad), la valoración jurídica toma como punto de partida el
suceso externo, motivo por el que no es posible considerar punible el intento objetivamente no
peligroso desde una perspectiva ex ante (HIRSCH, 2002, 768).
Dentro ya de la denominada fase externa del iter criminis es preciso distinguir, a su vez,
entre una fase de preparación y una fase de ejecución. A la primera se adscriben los llamados
actos preparatorios, que, como sucede en nuestro Código Penal cuyo art. 15 señala
expresamente: “Son punibles el delito consumado y la tentativa de delito”, son en general
impunes, lo cual constituye un rasgo característico de los sistemas políticos liberales. Con todo,
el legislador incrimina determinados actos preparatorios en los arts. 17 (“conspiración y
proposición”) y 18 CP (“provocación”) de forma excepcional y expresa en algunos delitos9, bien
que éstos puedan ser entendidos como formas de coautoría y participación intentada (motivo
por el que su estudio es abordado en la Lección 10).
2. La tentativa.
DEFINICIÓN DE TENTATIVA.
9
Por ejemplo el art. 141 CP castiga con la pena inferior en uno o dos grados la provocación, la conspiración
y la proposición para cometer los delitos previstos en los artículos anteriores (homicidio y asesinato).
10
Según la regulación vigente a partir del 01/07/2015, ya que en virtud de la LO 1/2015, de 30 de marzo,
se suprime el art. 15.2 CP que declaraba que “las faltas solo se castigarán cuando hayan sido consumadas,
excepto las intentadas contra las personas y el patrimonio”. Adviértase que esta modificación legal supone
la sustitución de esta cláusula de incriminación específica de la tentativa en las faltas por la incriminación
genérica aplicable a todos los delitos, incluyendo los delitos leves (CUGAT MAURI, 2015, 234).
124
Es frecuente encontrar en manuales y comentarios una afirmación general según la cual
la tentativa es el hecho penal comenzado, pero no consumado, o más exactamente, la acción
que media entre la preparación y la consumación de un tipo doloso.
Más allá de esto, los elementos del correspondiente tipo de lo injusto dependerán de la
formulación legal adoptada. Según nuestro CP, en su art. 16.1, “hay tentativa cuando el sujeto
da principio a la ejecución del delito directamente por hechos exteriores, practicando todos o
parte de los actos que objetivamente deberían producir el resultado, y sin embargo éste no se
produce por causas independientes de la voluntad del autor”.
Vemos que, en nuestro caso, a diferencia de otros códigos penales europeos (como el
alemán, que se basa en criterios como la “representación del autor” y la “inmediatez de la
resolución delictiva”), la definición legal parte de elementos de carácter nítidamente objetivo,
como son la fórmula del principio de ejecución, y la realización de todos o parte de los actos que
objetivamente deberían producir el resultado. Por lo que respecta al tipo objetivo, la tentativa
implica, pues, un comienzo de ejecución, y por lo que concierne al tipo subjetivo, la resolución
de consumar el delito (MIR PUIG, 2011, 352 ss).
TENTATIVA .
Las opiniones se dividen, en primer término, entre quienes piensan que la tentativa da
lugar a tipos distintos, aunque relacionados, respecto a la consumación, y quienes pensamos
que la tentativa, entendida como extensión de los tipos de la Parte Especial, sólo da lugar a tipos
dependientes, puesto que no existe una tentativa en cuanto tal, sino una tentativa de consumar
algún delito en particular.
125
Por otro lado, es frecuente la afirmación según la cual la tentativa representa una
realización completa del tipo subjetivo del delito de resultado doloso, e incompleta de su tipo
objetivo (dado que en la tentativa, por principio, no se produce el resultado). La primera parte
de esta última afirmación no puede considerarse, sin embargo, correcta, ya que a ella subyace
el presupuesto según el cual el pleno desvalor de acción del delito de resultado doloso se da ya
en el momento de la tentativa (“acabada”), lo cual no es cierto porque una “acción consumada”
es ciertamente algo distinto a una “acción intentada”.
Consideraciones previas.
126
La cuestión de por qué se castigan conductas que no han conducido a la lesión de ningún
bien jurídico es uno de los problemas más debatidos del Derecho Penal ya que afecta
profundamente al núcleo de la teoría de lo injusto, lo cual constituye una clara demostración de
que las concepciones últimas sobre los fines de la pena y el Derecho Penal no son ajenas a la
teoría del delito.
Las teorías existentes pueden encuadrarse en dos grandes grupos según la respuesta
que se de a la pregunta acerca de aquello que determina la significación del hecho punible, la
lesión del bien jurídico o la desautorización de la norma que comporta la conducta. La discusión
ha sido capitalizada por dos grandes doctrinas enfrentadas: las subjetivas, centradas en la
manifestación de la voluntad delictiva, y las objetivas, centradas en la posibilidad de lesión al
bien jurídico. Una variante psico-social de las primeras está representada por la llamada teoría
de la impresión, que da relevancia a la voluntad contraria a la norma en la medida en que ésta
vulnere la confianza de la comunidad en el mantenimiento del orden jurídico.
127
hacía temer que el autor pudiera cometer con éxito en otra ocasión hechos delictivos. Las teorías
subjetivas suelen vincularse a la influencia que ejercieron los planteamientos de Von Buri en
Alemania en su calidad de miembro del Tribunal del Imperio que asentaron en la Jurisprudencia
la consideración de que puesto que desde una perspectiva ex post todas las tentativas se
muestran inidóneas para la producción del resultado sólo la manifestación de la voluntad
delictiva podía justificar el castigo.
Estas teorías merecen un juicio rotundamente negativo, puesto que, como ya hemos
subrayado en esta lección, la mera voluntad del sujeto de cometer un hecho delictivo no es base
suficiente para justificar la intervención del Derecho Penal, y la dirección que esto sostiene no
es compatible en absoluto con un “Derecho Penal del hecho” propio del Estado democrático.
Por esta misma razón, tampoco es posible admitir un comienzo de la tentativa basado
exclusivamente en los criterios subjetivos anteriormente expuestos, puesto que se conforman
con estadios anteriores al riesgo o puesta en peligro del bien jurídico para considerar
comenzada la tentativa.
Pero además es evidente que, por lo que respecta al problema de delimitación del
comienzo, las teorías subjetivas son absolutamente incapaces de lograr dicho objetivo, y como
consecuencia de esta incapacidad intrínseca se produce el resultado justamente inverso a lo
pretendido, la total disolución de la diferencia entre actos preparatorios y actos ejecutivos, y con
ella la eliminación de la garantía de seguridad jurídica que dicha diferenciación representa. Con
los criterios de las teorías subjetivas es posible considerar comenzada la tentativa en cualquier
momento anterior a la fase ejecutiva en la que de alguna forma se haya podido manifestar la
voluntad delictiva, produciéndose como consecuencia una ampliación excesiva de los actos
ejecutivos en perjuicio de los actos preparatorios.
Con todo, las teorías subjetivas remiten a un elemento que deviene fundamental, cual
es el plan del autor, del que no es posible prescindir. En primer lugar, por el propio concepto de
tentativa (que requiere, como se precisó más arriba, la resolución de consumar algún delito en
128
particular): como dicen QUINTERO / MORALES (2010, 619), “si un disparo ha producido la rotura de
una luna (delito de daños), no puede ser irrelevante saber si el autor lo que realmente quería
era matar a alguien, lo que sería tentativa de homicidio, o no”. En segundo lugar, porque, la
realización del delito puede adoptar muchas modalidades ejecutivas a elección del sujeto, de
modo que hechos con igual apariencia pueden conducir a resultados distintos en el plano
objetivo dependiendo de cuál sea el plan del autor.
De hecho, a partir de este elemento habrá que deducir en qué estadio se encontraba la
acción enjuiciada respecto a la acción típica, de manera que una misma acción puede convertirse
en acto preparatorio o acto ejecutivo en función de su relevancia y relación para el resultado
delictivo, así como de la proximidad o lejanía de esa acción para dicho resultado, datos
únicamente extraíbles a partir de la representación del autor (ALCÁCER, 2001, 45 s). Así, por
ejemplo, en el caso de quien apunta a otra persona desde una ventana, desde la mera
contemplación externa -con absoluta asepsia acerca del plan del autor- no sabremos si se trata
de un acto preparatorio (el autor piensa disparar la semana próxima y trata únicamente de
comprobar las posibilidades de acierto a esa distancia), o un acto ejecutivo (se dispone a apretar
el gatillo en ese mismo momento).
Ahora bien, asumir la necesidad de tener en cuenta el plan del autor no implica aceptar
una delimitación entre actos preparatorios y ejecutivos únicamente en la representación del
autor, sino que, a partir de ahí, deben ser criterios objetivos vinculados a la realización típica los
que entren en juego. Es decir, la determinación del comienzo de ejecución no se deja en manos
del propio autor, lo que sería absurdo, sino que debe decidirse objetivamente, examinando, por
ejemplo, si quedan actos intermedios esenciales entre la conducta juzgada y acción
propiamente típica.
Por tanto, pese al rechazo contundente que merecen las teorías subjetivas, se les
reconoce el mérito de haber puesto de relieve la importancia que posee el elemento del plan
del autor en la determinación del comienzo de la tentativa, y ello porque tampoco es posible
prescindir del contenido de la voluntad en lo relativo al fundamento de punición.
129
ex post en la formulación del juicio de peligro), y el que responde a la moderna teoría objetiva
(basada en una perspectiva ex ante en la formulación del juicio de peligro).
No por ello está exenta de importantes consideraciones críticas que deben ser
puestas de relieve:
130
del curso de la puesta en peligro, o sobrepasar el momento en el que podría evitarse un
daño con seguridad mediante medidas defensivas normales (ROXIN, 2008, § 11 /115 ss).
131
vista con frecuencia al adoptar un concepto subjetivista del desvalor de acción, identificándolo
equivocadamente con el mero desvalor de la intención.
La fórmula de Frank, según el cual realiza una tentativa de delito quien, según su
representación del hecho, inicia directamente el desarrollo del tipo, o la teoría de los actos
intermedios como concreción de ésta última, constituye el precedente de las teorías objetivo-
materiales, pues consigue flexibilizar la solución dada por las teorías objetivo-formales a la
determinación del comienzo de la tentativa, considerando como constitutivas del mismo no sólo
las acciones ejecutivas típicas en sentido estricto, sino también las inmediatamente anteriores
que según la concepción natural constituyen ya un comienzo de ejecución. Se plantea aquí la
cuestión de si las teorías objetivo-materiales sirven por esta vía a la identificación de la conducta
típica o constituyen, por el contrario, un resorte para la punición de conductas atípicas. La
primera de las opciones aparece como la correcta si la tipicidad de la tentativa se determina no
exclusivamente mediante la subsunción de la conducta en el verbo típico de la correspondiente
132
figura de la Parte Especial, sino mediante una interpretación conjunta de ésta última y la
regulación general de la tentativa en la Parte General.
Como punto de partida la doctrina adopta la idea general de que tentativa inidónea es
aquella que, en las circunstancias dadas, es incapaz de alcanzar la consumación, bien sea por
inidoneidad del objeto (Ej.: A dispara a un cadáver), del medio (Ej.: A dispara a B con una pistola
descargada), o del sujeto (Ej.: comisión de un delito de funcionarios por alguien que desconoce
la nulidad de su nombramiento). Aunque todavía reina una gran confusión terminológica, de la
tentativa inidónea y el problema de su punibilidad debe distinguirse la llamada tentativa irreal
(burda o supersticiosa), en la que el grado de inidoneidad es tal que cualquier espectador
objetivo situado en la situación del autor juzgaría absolutamente imposible alcanzar el resultado
(Ej.: A pretende matar a su peor enemigo clavando agujas en una muñeca de tela).
133
jurisprudencial mayoritarias entienden que dicho precepto no excluye la punición de la tentativa
inidónea toda vez que la distinción entre idoneidad e idoneidad tiene lugar a partir del juicio
previo sobre la peligrosidad de la acción referida a su capacidad para producir el resultado desde
una perspectiva ex ante, es decir, con los conocimientos que un espectador objetivo (no
omnisciente) situado en el lugar del autor podría tener en el momento de realización de la acción
(Vid.: SSTS 1000/1999, de 21 de junio y 2122/2002, de 20 de enero, entre otras).
Por lo tanto, según este punto de vista, la distinción decisiva a efectos dogmáticos
debería ser la de tentativa peligrosa o no peligrosa desde una perspectiva ex ante11, mientras
que la referente a la idoneidad o inidoneidad de la conducta tendría un carácter funcional en
orden a la identificación de grupos de casos, y valoración del correspondiente merecimiento de
pena. La cuestión de fondo es el verdadero alcance que cada autor confiere a la relevancia de la
peligrosidad de la conducta en la fundamentación de lo injusto y las condiciones en que debe
determinarse (SOLÁ RECHE, 1996, 17). De acuerdo con el criterio mayoritario la tentativa inidónea
cabe en la actual definición del art. 16 CP, al entender que “la objetividad que puede exigirse
para los actos ejecutivos sólo puede entenderse en el sentido de intersubjetividad que supone
el criterio del hombre medio situado ex ante” (MIR PUIG, 2011, 363).
C) Para que la llamada “tentativa “inidónea” sea punible debe reunir las mismas
cualidades que la “tentativa idónea” (darse el dolo, haberse iniciado la fase ejecutiva y suponer
ésta objetivamente un “riesgo de lesión” para el bien jurídico protegido), pero teniendo en
cuenta que el último de los requisitos mencionados se dirige a valorar la peligrosidad de la acción
medida con criterios objetivos que valoren el propósito del autor situándose en sus
circunstancias y en el contexto en que actuó. Según este criterio, “si con esta consideración
objetiva ex ante se admite que el sujeto podía razonablemente pretender la consumación del
11
Obsérvese que esta distinción, sin embargo, no permite conceptuar la tentativa inidónea como “aquélla
que de antemano, en una contemplación ex ante, se muestra como no peligrosa” como la define p.e
ALASTUEY, en Romeo et al. (Coord.) (2013, 180), sino que la tentativa ex ante no peligrosa es ya, por esta
razón, no punible, mientras que la tentativa inidónea no se convierte en idónea por el hecho de que ex ante
aparezca como un intento peligroso desde el punto de vista de una persona inteligente colocada en la
posición del autor en el momento en que lleva a cabo la acción y teniendo en cuenta las circunstancias
cognoscibles del caso concreto, si dicha peligrosidad de la conducta no se puede corroborar ex post, como
sucede en el caso del disparo con una pistola descargada (STS 2122/2002, de 20.01). En mi opinión, en
estos casos estamos ante tentativas igualmente inidóneas (ya que ex post sabemos que, en las circunstancias
dadas, era imposible conseguir el resultado), pero que, pese a ello, se consideran punibles de acuerdo a esta
interpretación mayoritaria en doctrina y jurisprudencia sobre el alcance de la actual regulación del art. 16
CP, por tratarse de tentativas ex ante peligrosas. Entiendo que de este modo se permanece más cerca del
criterio básico que conceptual y materialmente guía la distinción entre tentativa idónea e inidónea, sin
confundirlo con el arco de lo punible/no punible, al tiempo que se pone de manifiesto que en nuestro país -
según esta interpretación- se castigan algunas tentativas inidóneas, lo que permite a su vez posicionarse
críticamente frente a esta situación, mientras que si estos casos se catalogan como “tentativas idóneas”
(cuando en realidad no lo son) se está legitimando con ello su castigo sin mayor dificultad.
134
delito, su tentativa será punible, por más que ex post (sabiendo ya, por ejemplo, que la pistola
estaba descargada), dicha consumación hubiera sido imposible” (MUÑOZ CONDE / GARCÍA ARÁN,
2010, 422).
Queda suficientemente claro, por tanto, que el dolo de consumación nunca puede constituir por
sí sólo base suficiente para fundamentar la punición de la conducta, sino que hace falta algo más: la
peligrosidad objetiva de la conducta (que implica un “riesgo de lesión” para el bien jurídico), y el comienzo
de ejecución. Este último constituye sin duda una barrera decisiva para la intervención penal ya que es
posible argumentar que si un comportamiento muestra que objetivamente no puede alcanzar el riesgo de
realización del contenido de la voluntad no se puede hablar de comienzo de la acción porque tampoco
existe objetivamente aquello que desde el punto de vista ex ante debería conducir al resultado. En
consecuencia: solo a partir de la peligrosidad concreta de la acción es posible tomar en consideración un
tal comienzo (HIRSCH, 2003, 41).
D) Desde el punto de vista aquí sostenido, en todo caso, habrá supuestos que no serán
punibles directamente por falta de adecuación típica de la conducta, donde no sólo quedan
comprendidos los supuestos antes mencionados de “tentativa irreal o supersticiosa”, sino
también los casos de “inexistencia del objeto” en los que faltaría cualquier base para la
afirmación de la antijuridicidad material de la conducta (QUINTERO / MORALES, 2010, 628). En este
sentido ya señalamos en otro lugar que no nos parece del todo cierta la frecuente afirmación de
que desde la perspectiva ex post todas las tentativas son (igualmente) inidóneas sin mayores
matizaciones, puesto que ex post “se sabe todo” y, por tanto, también se sabe si, además de no
conseguir consumar el delito, la acción pudo o no pudo al menos poner en riesgo el bien jurídico
(DEMETRIO CRESPO, 2003, 91).
La antigua teoría objetiva (arriba analizada) dio lugar, a partir del desarrollo dada a la
misma por MITTERMAIER, a la diferencia entre inidoneidad absoluta o relativa. Este autor
distinguió entre inidoneidad del objeto e inidoneidad del medio empleado. La primera determina
la impunidad de la acción delictiva porque si el objeto hacia el que se dirige la acción, o no existe,
o es inadecuado según lo exigido por la ley, no es posible vulnerar derecho subjetivo alguno.
Esto sucedería, por ejemplo, cuando se pretende matar a un cadáver, se dispara al bulto de la
cama, el ladrón confunde la cosa ajena con la propia, o se pretende realizar un aborto sobre
mujer no embarazada. La segunda determina la impunidad de los casos en que el medio
empleado es en sí inidóneo y bajo ninguna circunstancia hubiera dado lugar al resultado, pero
permite la punición de los casos de inidoneidad relativa, en los que el medio es idóneo, pero
resulta ser inidóneo en el caso concreto. Casos de inidoneidad absoluta serían el disparo con
135
una pistola descargada, o aquel en el que el autor confunde el tarro del veneno con el del azúcar
y la emplea para matar. Caso de inidoneidad relativa sería, por el contrario, el uso de una
cantidad insuficiente de veneno, o el disparo con una pistola encasquillada.
136
3. El desistimiento voluntario de la consumación.
El art. 16.2 CP declara que “quedará exento de responsabilidad penal por el delito
intentado quien evite voluntariamente la consumación del delito, bien desistiendo de la ejecución
ya iniciada, bien impidiendo la producción del resultado, sin perjuicio de la responsabilidad en
que pudieran haber incurrido por los actos ejecutados, si éstos fueren ya constitutivos de otro
delito”.
Respecto a la discusión en Alemania, menciona ROXIN (2014, §30 / 1 SS.) hasta cinco
teorías:
a) La “teoría de los fines de la pena” entiende que el castigo del desistimiento voluntario
no estaría respaldado por ninguno de ellos al no hallar respaldo ni en necesidades preventivo-
generales, ni preventivo-especiales, como tampoco retributivas o de compensación de la
culpabilidad.
137
e) Por último, “la teoría del cumplimiento”, parte de la idea de que el autor se libra de
la amenaza coercitiva estatal porque salda su culpa al desistir voluntariamente.
MIR PUIG (2011, 365) advierte que en España han predominado las teorías de cuño
político-criminal, bien en la modalidad de la “teoría del puente de plata”, o bien en el sentido
de la desaparición preventiva de necesidad de pena, y ello debido fundamentalmente a que
mientras que en el Código penal español la ausencia de desistimiento voluntario (“por causas
ajenas a la voluntad del autor”) forma parte de la definición legal de la tentativa, en la
correspondiente regulación del Código penal alemán el desistimiento voluntario no hace
desaparecer la tentativa, sino que únicamente deja de ser punible.
a) La voluntariedad
En la tentativa acabada es imprescindible una conducta activa para impedir que se lleve
a cabo ese resultado. En la inacabada se produce con la simple “suspensión de la ejecución”.
138
valoración positiva. Sin embargo, desde la perspectiva de un derecho penal del hecho resulta
rechazable una comprensión ética de los motivos de la voluntariedad, es decir, no se trata de un
arrepentimiento interno, sino más bien de una decisión libre y no motivada por circunstancias
que entorpezcan la consumación (BERDUGO ET AL., 2010, 376).
Además de voluntario, el desistimiento debe ser eficaz, esto es, debe impedir la
producción del resultado.12 A su vez, este elemento permite distinguir dos formas de
desistimiento según el grado de ejecución alcanzado. El desistimiento en la tentativa inacabada
se produce con la simple “suspensión de la ejecución”, esto es, pasivamente, mientras que en la
tentativa acabada es imprescindible un comportamiento activo encaminado a evitar la
producción del resultado (sobre el problema, ALASTUEY, 2011, 13 SS; NÚÑEZ, 2009, 34 SS.). Por
ejemplo, si A decide matar a B mediante tres dosis consecutivas de veneno y solo llega a
suministrarle la primera, basta con que se abstenga de ponerle las dos siguientes en el café
(desistimiento pasivo). Por el contrario, si A instala un dispositivo explosivo en la vivienda de B
para que se active cuando éste llegue a su vivienda y abra la puerta, es necesario que tome la
iniciativa de algún modo y proceda a retirarlo o de cualquier otro modo a impedir que se
produzca el fatal desenlace (desistimiento activo).
Como consecuencia de este requisito esencial, si el sujeto (en los supuestos de autoría
individual) lleva a cabo esfuerzos por impedir la aparición del resultado sin éxito, la excusa
absolutoria no despliega sus efectos eximentes, lo que no es óbice para valorarlos positivamente
12
Vid., sin embargo, más abajo lo relativo al desistimiento en supuestos de codelincuencia.
139
aplicando por analogía la atenuante de reparación del daño causado a la víctima (art. 21.5ª CP)
(ALASTUEY, en Romeo et al. (Coord.), 2013, 186).
Por su parte, el art. 16.3 CP establece que “cuando en un hecho intervengan varios
sujetos, quedarán exentos de responsabilidad penal quedarán exentos de responsabilidad penal
aquel o aquellos que desistan de la ejecución ya iniciada, e impidan o intenten impedir, seria,
firme y decididamente, la consumación, sin perjuicio de la responsabilidad en que pudieran haber
incurrido por los actos ejecutados, si éstos fueren ya constitutivos de otro delito”.
140
igual sentido, MIR PUIG, 2011, 369, que lo considera perfectamente aplicable a la conspiración,
proposición y provocación).
Por otro lado, no puede fijarse una regla única para la consumación, pues ésta depende
de cada tipo penal, de modo que p.e en los delitos instantáneos se alcanza en cuanto el acto da
lugar al resultado previsto, en los delitos permanentes se prolonga en el tiempo mientras dure
la situación de ofensa al bien jurídico, en los delitos de hábito dependerá de la concreta
valoración jurídica que lleve a cabo el juez sobre la correspondiente reiteración de acciones, y
en los delitos continuados, las consumaciones parciales se subsumen en una consumación final
que tiene lugar cuando el autor realiza el último de los delitos del conjunto (QUINTERO / MORALES,
2010, 633).
141
LECCIÓN 10. TIPOS DE AUTORÍA Y TIPOS DE
PARTICIPACIÓN.
Un delito puede ser cometido por una sola persona (Juan mata a Pedro) o por
varias personas (Juan, Carlos y Luis matan a Pedro). El segundo supuesto nos lleva a
diferenciar la distinta responsabilidad penal de cada uno de los intervinientes conforme
a las aportaciones que haya realizado.
En términos generales, autor de un delito o falta es quien realiza la acción típica
mediante actos ejecutivos y partícipe es quien contribuye a que el autor realice la acción
típica. Sin embargo, ni el concepto de autor ni el de partícipe es pacífico en la doctrina
manejándose básicamente tres conceptos: el concepto unitario, el concepto extensivo
y el concepto restrictivo de autor.
142
–animus auctoris- y el partícipe es quien obra con voluntad de partícipe –animus socii-.
Es lo que se conoce como teoría subjetiva de la participación.
En relación con las teorías subjetivas y el concepto extensivo de autor hay que
mencionar la llamada teoría o doctrina del acuerdo previo, mantenida durante largo
tiempo por nuestro Tribunal Supremo y según la cual todos los que intervienen en un
hecho delictivo existiendo un previo concierto entre ellos, expreso o tácito, incluso
simultáneo o coetáneo, son autores del mismo, con independencia de cuál sea su
aportación material al mismo. A esta doctrina se le ha criticado principalmente el no
diferenciar si el sujeto ha realizado actos preparatorios o ejecutivos y se le ha tachado
de ilegal e inconstitucional pues para ser autor no basta el acuerdo, sino que se requiere
la realización del delito. Por ello, la jurisprudencia actual ha roto con la idea de que la
existencia de un acuerdo previo convierte a los diversos partícipes en coautores, pues si
así fuera conllevaría a un criterio extensivo de autor y calificaría como tal a toda forma
de participación concertada, sin tener en cuenta el aporte objetivamente realizado al
delito. Por este motivo, la jurisprudencia se ha acercado cada vez más a un concepto de
autoría basado en la noción del dominio del hecho (STS número 338/2010, de 16 de
abril).
143
también distingue entre autor y partícipe constituyendo el criterio diferenciador el
dominio del hecho. Autor es el sujeto que tiene el dominio del hecho, es decir, el sujeto
que decide los aspectos esenciales de la ejecución del hecho, quien decide o tiene en
sus manos el sí y el cómo del acontecer típico.
Sin embargo, ha sido ROXIN el autor que ha pulido y más arduamente defendido
el concepto de domino del hecho desde la primera edición de su obra Täterschaft und
Tatherrschaft publicada en 1963. En la misma analiza partiendo de la teoría objetivo-
formal, todas y cada una de las distintas teorías que han intentado explicar la distinción
entre autoría y participación, deteniéndose especialmente en la teoría del dominio del
hecho, donde desarrolla su concepción ampliamente. Para ROXIN, la distinción entre
autoría y participación debe formularse siguiendo el concepto del dominio del hecho al
que define como la figura central o principio rector del proceso típico del que se han de
ir desarrollando determinaciones concretas con ayuda del conjunto del Ordenamiento
Jurídico. Añade ROXIN que no es un principio universal que pueda aplicarse por igual a
todo tipo de delito, sino que, respecto de determinados delitos, concretamente los
consistentes en la infracción de un deber, la autoría deberá determinarse conforme a
otros criterios. Y ello porque a esta teoría se le ha criticado que solo resulta aplicable a
los delitos dolosos puesto que los delitos imprudentes se caracterizan porque el sujeto
no domina finalmente la acción. Objeción que se puede salvar si en estos delitos el
dominio del hecho se completa con el criterio de la infracción de un deber extrapenal.
ROXIN define el dominio del hecho como estructuración del transcurso del
suceso, dirigida al resultado, decisiva para su producción. De este modo destaca el
aspecto positivo de la contribución al injusto que, en la autoría inmediata, tiene lugar
mediante el dominio de la acción (Handlungsherrschaft), en la mediata, mediante el
144
dominio de la voluntad (Willensherrschaft), y, en la coautoría, mediante el dominio
funcional del hecho (funktionales Tatherrschaft).
El dominio del hecho puede tenerse, por tanto, conforme a tres criterios:
dominio de la acción, dominio de la voluntad y dominio funcional. Conforme al primero,
ostenta el dominio quien domina el curso de los acontecimientos (autoría directa), en el
delito de homicidio tiene el dominio de la acción quien realiza la acción de matar.
Conforme al segundo, el dominio lo posee quien domina la voluntad de otro, que es
utilizado como instrumento en la ejecución del delito (autoría mediata) y, finalmente,
dominio funcional que lo posee quien domina determinadas parcelas de la realización
del delito que son esenciales al mismo, es el llamado codominio o dominio conjunto del
hecho por varios personas (coautoría).
Por lo que respecta al Código penal español, éste tras disponer en su artículo 27
que: son responsables criminalmente de los delitos los autores y los cómplices, establece
en el artículo 28:
Son autores quienes realizan el hecho por sí solos, conjuntamente o por medio de
otro del que se sirven como instrumento.
También serán considerados autores:
a) Los que inducen directamente a otro u otros a ejecutarlo.
b) Los que cooperan a su ejecución con un acto sin el cual no se habría
efectuado.
1. En un sentido estricto, esto es, autor es quien realiza el hecho como propio, el
que dispara a matar, el que sustrae una cosa mueble ajena.
145
El artículo 28 CP distingue entre quienes son autores y quienes también son
considerados autores. Son autores: el autor directo, el autor mediato y el coautor,
mientras que son considerados como tales, sin serlo: el inductor y el cooperador
necesario. Esta equiparación tiene como principal consecuencia el que todos: autor
directo, autor mediato, coautor, inductor y cooperador necesario, serán castigados con
la misma pena.
2. Autoría directa.
Autor directo según el Código penal es quien realiza la acción típica por sí solo,
quien conjuga como sujeto el verbo nuclear de la acción, es quien dispara sobre otro
causándole la muerte, quien se apodera de cosa mueble ajena, es, en definitiva, el
ejecutor material. En palabras de WELZEL autor es el “quien” anónimo de los tipos
legales: el que matare a otro, el que tomare cosa mueble ajena, etc.
3. Autoría mediata.
Es autor mediato quien realiza el hecho por medio de otro del que se sirve como
instrumento. Se considera autor mediato a todo el que ejecuta un delito,
instrumentalizando o sirviéndose de otra persona que, desconociendo su intervención
en el hecho punible, ejecuta todos o alguno de los actos materiales que dan lugar al
delito. Un huésped de un hotel pide al botones que le introduzca en el maletero de su
coche una maleta, que no le pertenece, situada en el hall del hotel. El huésped no toma
la cosa mueble ajena, la maleta, como requiere el hurto lo que no impide que realice
instrumentalmente este delito y sea por tanto, el autor del mismo. El autor mediato, el
146
huésped del hotel, responde como si hubiera ejecutado por sí mismo la acción que
realiza el autor inmediato, el botones: tomar cosa mueble ajena.
El autor mediato realiza la descripción típica, siquiera sea a través de otro, por lo
que su inclusión en el ámbito de la autoría se desprende directamente del tipo
correspondiente del Libro II del Código penal.
La autoría mediata, en cuanto autoría que es, supone en el sujeto las condiciones
requeridas por el tipo para ser autor. En la autoría mediata el papel fundamental que
permite imputar el hecho a alguien como autor deja de tenerlo el realizador material
para pasar a la “persona de atrás”, lo cual podrá suceder por dos tipos de razones: uno,
porque el realizador material actúe sin libertad o sin conocimiento de la situación,
habiendo sido provocado o aprovechado por la persona de atrás, coaccionando o
engañando al instrumento o utilizándole contando con su falta de libertad o ignorancia
de la situación. Valga como ejemplo el siguiente: Juan vierte veneno en la taza de café
que Enrique, desconocedor de ello, debe servir a Luis. Juan utiliza a Enrique como
instrumento inconsciente; o dos, porque la actuación del realizador material no pueda
realizar el tipo penal pero sí permitir que con ella la persona de atrás lesione el bien
jurídico protegido.
Para que pueda afirmarse que nos encontramos ante un caso de autoría mediata
es necesario que la acción ejecutada por el instrumento aparezca como obra del
“hombre de atrás”. El hombre de atrás, el autor mediato, ha de reunir las características
especiales de la autoría: elementos objetivos del dominio, y elementos subjetivos de
cualificación típica.
147
En términos generales cabe afirmar que la autoría mediata no es posible cuando
el instrumento actúa de forma plenamente responsable. En tales casos, el ejecutor
deberá responder de su acción y no podrá hablarse de autoría mediata dado que no nos
encontraremos ante un supuesto de dominio de la voluntad. En tales supuestos, el
“instrumento” será autor del hecho, mientras que el hombre de atrás será un partícipe.
Las hipótesis o grupos de casos de autoría mediata que se pueden presentar son:
148
tenía contratados el propietario del ganado introdujeron el ganado ovino a pastar en
fincas ajenas y sin tener autorización del titular legítimo de las mismas. Ciertamente, el
propietario del ganado no introduce personalmente el ganado en las fincas ajenas pero
sí lo hacen las personas por él contratadas que obedecían sus indicaciones.
2. Instrumento que obra sin plena libertad o por coacción. En este caso el autor
inmediato, el instrumento, actúa con capacidad de voluntad aunque viciada por lo que
no es responsable al existir una causa de justificación, ya sea el estado de necesidad ya
sea el miedo insuperable. Se trataría del ejemplo citado por la doctrina: A apunta a C,
hijo del cerrajero B y requiere a este último para que fuerce una cerradura
amenazándole con disparar sobre el niño si B no lo hace.
149
4. Coautoría.
La coautoría supone la intervención conjunta de varias personas en la realización
de los hechos descritos en el tipo. El artículo 28 CP vigente permite disponer ya de una
definición legal de la coautoría que, por otra parte, era de uso común en la
jurisprudencia y en la doctrina antes de que la misma fuese promulgada: son coautores
quienes realizan conjuntamente el hecho delictivo. La nueva definición de la coautoría
acogida en el artículo 28 como realización conjunta del hecho implica que cada uno de
los concertados para ejecutar el delito colabora con alguna aportación objetiva y causal,
eficazmente dirigida a la consecución del fin conjunto, es decir, al hecho delictivo.
No es, por ello, necesario que cada coautor ejecute, por sí mismo, los actos
materiales integradores del núcleo del tipo, pues a la realización del delito se llega
conjuntamente por la agregación de las diversas aportaciones de los coautores,
integradas en el plan común, siempre que se trate de aportaciones causales decisivas. Y
es que la coautoría no es una suma de autorías individuales, sino una forma de
responsabilidad por la totalidad del hecho. No puede, pues, ser autor sólo el que ejecuta
la acción típica, esto es, el que realiza la acción expresada por el hecho rector del tipo
sino también todos los que la dominan en forma conjunta, dominio funcional del hecho.
150
éste, en un sentido muy preciso y literal, un hecho de todos que a todos pertenezca. La
STS número 1138/2005, de 11 de octubre, recuerda que lo importante es que cada
individuo aporte una contribución objetiva y causal para la producción del hecho típico
querido por todos. Lo único verdaderamente decisivo, en suma, es que la acción de
coautor signifique un aporte causal a la realización del hecho propuesto. Como insiste
la STS número 1242/2009, de 9 de diciembre: “No es necesario que cada coautor
ejecute, por sí mismo, los actos que integran el elemento central del tipo, pues cabe una
división del trabajo, sobre todo en acciones de cierta complejidad, pero sí lo es que su
aportación lo sitúe en posición de disponer del codominio funcional del hecho”. De esta
forma todos los coautores, como consecuencia de su aportación, dominan
conjuntamente la totalidad del hecho delictivo, aunque no todos ejecuten la acción
contemplada en el verbo nuclear del tipo. La consecuencia es que entre todos los
coautores rige el principio de imputación recíproca que permite considerar a todos ellos
autores de la totalidad con independencia de su concreta aportación al hecho.
151
precisados de antemano, las lesiones que resulten son imputables a todos los agresores
de acuerdo con el principio de "imputación recíproca", en cuya virtud se entiende que
todos aceptan implícitamente lo que cada uno haga contra la integridad física del
agredido.
Cuando se trata de coautoría material por varios sujetos, bastará que la acción
de alguno de ellos alcance la consumación de la conducta típica, para que todos,
cualquiera que sea la forma en que exteriorizaron su coautoría, respondan del delito
consumado (STS número 672/2010, de 5 de julio).
En el caso de que alguno de los coautores realice algún acto no pactado que
suponga un aumento de la responsabilidad, tal exceso solo podrá ser imputado al sujeto
que incurra en el mismo. En este sentido la STS número 1518/2000, de 2 de octubre,
declaró haber lugar al recurso interpuesto por la acusada que había sido condenada por
la Audiencia Provincial de Málaga en sentencia de 28 de septiembre de 1988, por un
delito de robo con violencia y dictó segunda sentencia condenándola como autora de
un delito de hurto al considerar que “no resulta de los hechos que se declaran probados
que hubiese participado en la agresión que la otra acusada infligió a una de las víctimas
para evitar ser retenida y como reacción evidentemente personal sin que pueda
152
comunicarse esa violencia a la otra acusada, ahora recurrente, en cuanto de los hechos
que se declaran probados no puede inferirse que pudiera preverse tal reacción cuando
se concertaron y actuaron para sustraer el dinero que pudieran portar los dos súbditos
extranjeros a los que abordaron”.
La concepción finalista del delito, en cambio, opera con la idea del dominio final
del acto: es autor aquel que por la dirección final y consciente del suceder causal hacia
el resultado típico es señor de la realización del tipo (WELZEL).
153
Según la teoría del dominio del hecho es autor el que tiene el dominio del hecho,
esto es, quien decide si el delito se ejecuta o no, la forma en la que se va a llevar a cabo,
etc., en definitiva quien decide el sí y el cuándo.
Los partícipes son las personas que no realizan directamente el hecho, esto es,
no ejecutan o realizan actos consumativos del mismo, sino que contribuyen, colaboran
o ayudan a que el autor o autores lo realicen.
154
la accesoriedad limitada, la responsabilidad del partícipe exige que el hecho principal
cometido por el autor sea típico y antijurídico, pero no que sea además culpable.
El Código penal requiere, para poder castigar a los partícipes, que el autor
principal haya realizado una conducta típicamente antijurídica, es decir, que opta por el
principio o teoría de la accesoriedad limitada. Basta, por tanto, la comisión de un hecho
antijurídico, aunque su autor no sea culpable.
LA INDUCCIÓN.
El artículo 28, inciso 2.º letra a) CP castiga a los que inducen directamente a otro
u otros a ejecutarlo. La inducción existe cuando se hace surgir en otro, mediante medios
de influjo psíquico, la resolución de cometer un delito. El inductor, por tanto, es la
persona que provoca que otra adopte una resolución de voluntad para llevar a cabo una
acción típica, antijurídica, que no tenía previsto realizar si no es por la intervención del
inductor, que a través de mecanismos psíquicos que inciden sobre el proceso de
convicción personal del inducido le determinan a obrar. Ejemplos: un empresario
155
contrata a dos profesionales por 3.000 euros para que le den una paliza a un competidor
o una mujer casada que, al igual que en el film el cartero siempre llama dos veces,
convence al amante para que de muerte al marido.
156
Además, la inducción, como cualquier otra forma de participación, está regida
por el principio que la doctrina y la práctica judicial denominan de «accesoriedad media
o limitada» conforme al cual es suficiente, para que el tipo de inducción quede
integrado, que el hecho principal sea típicamente antijurídico aunque su autor no sea
culpable por falta de dolo o concurra en él una causa de impunidad como el error de
prohibición. La acción del partícipe es punible porque contribuye decisivamente a la
producción de un injusto típico y su culpabilidad completa los elementos constitutivos
del delito que eventualmente faltaren, por ejemplo, el dolo del autor material o la
punibilidad si ésta quedare excluida por el error en que el mismo se encontrare.
Si el inducido realiza un hecho más grave que el propuesto por el inductor surge
de inmediato el problema del exceso en la inducción, que la jurisprudencia resuelve
distinguiendo, como hicieron los prácticos, entre un exceso en los fines o cualitativo (por
ejemplo, se induce a lesionar y se viola), en cuyo caso el delito más grave y distinto no
es imputable al instigador, y un exceso en los medios o cuantitativo, que salvo que
cambie la naturaleza del delito propuesto, en que tendrá el mismo efecto del caso
anterior, podrá generar en el inductor responsabilidad a título de dolo eventual o
imprudencia en cuanto al exceso.
157
se concrete en una determinada persona (autor) y en un determinado delito, sin que se
impida una posible inducción en cadena”.
LA COOPERACIÓN NECESARIA.
158
hubiese sido tan fatal de no haberse verificado la entrega del cuchillo (STS número
1370/2009, de 22 diciembre).
LA COMPLICIDAD.
159
accesorio, periférico, secundario o de simple ayuda, distinto de la trascendente,
fundamental y esencial que va embebida en la autoría. Así, para que exista complicidad
se precisa la contribución a la realización por otro de un hecho delictivo, y que la misma
se lleve a cabo con conocimiento del delito de cuya ejecución se trata y del carácter
coadyuvante de la propia aportación no imprescindible.
Los actos que caracterizan la complicidad son actos no necesarios para que se
efectúe el delito. Es un auxilio cuya omisión no hubiera impedido que se cometiera el
delito en los mismos términos. Ejemplo, prestar un coche a otro para que cometa un
robo.
Para que exista complicidad han de concurrir dos elementos: uno objetivo,
consistente en la realización de unos actos relacionados con los ejecutados por el autor
del hecho delictivo, que reúnan los caracteres de mera accesoriedad o periféricos; y otro
subjetivo, consistente en el necesario conocimiento del propósito criminal del autor y
en la voluntad de contribuir con sus hechos de un modo consciente y eficaz a la
realización de aquél. Por eso se puede afirmar que es cómplice de un robo quien facilita
su coche a otro para que cometa la sustracción.
160
6. Formas de coautoría y participación intentadas.
Aunque su naturaleza es discutida (discusión que queda perfectamente reflejada
en la STS número 1579/1999, de 10 de marzo, “ya se trate de fase del “iter criminis”
anterior a la ejecución, entre la mera ideación impune y las formas ejecutivas
imperfectas, o se considere una especie de coautoría anticipada ..”) el CP prevé un
sistema de incriminación de la conspiración, la proposición y la provocación recogida en
los artículos 17 y 18 que el Código penal de 1995 limitó a aquellos casos en los que la ley
lo contemple expresamente, esto es, solo respecto de determinados delitos (homicidio
y asesinato –artículo 141-, lesiones –artículo 151-, detenciones ilegales y secuestro –
artículo 168-, robo, extorsión, estafa y apropiación indebida –art. 269-, etc.),
abandonando el sistema de punición general del Código penal del 73.
LA CONSPIRACIÓN.
161
Los requisitos que se exigen para su apreciación son:
162
comisión de un delito de detención ilegal (artículo 168 CP), al concertarse la misma con
otros acusados, para proceder al secuestro de Victoria.
LA PROPOSICIÓN.
163
3) esa propuesta ha de referirse a la ejecución de algo posible y ser lo
suficientemente seria y mínimamente eficaz para que adquiera la relevancia penal
necesaria.
LA PROVOCACIÓN.
164
4) percepción por el destinatario de las palabras o medios excitantes, con
independencia de su eficacia, es decir, de que hayan o no logrado la finalidad propuesta
de decidir al sujeto receptor a la perpetración del hecho criminal.
165
1) discurso, oral o escrito, en defensa o alabanza de hechos delictivos
determinados o de sus responsables, presentándolos como alternativa legítima al orden
jurídico establecido.
2) debe ser idónea para poner en peligro el bien jurídico protegido por la
actividad delictiva que se ensalza, de forma que puede ser considerada un peligro
potencial en la medida que puede determinar a otros a la perpetración del delito.
Los delitos especiales son aquellos delitos que solamente pueden ser cometidos
por una determinada categoría de sujetos como, por ejemplo, un funcionario o un juez.
Hace ya mucho tiempo que la doctrina española y, sobre todo, la alemana habían
puesto de relieve que existían delitos especiales en los que el legislador había restringido
166
el círculo de posibles autores mediante la redacción de la conducta típica. En el Código
Penal español, esto es, precisamente, lo que ocurre, por ejemplo, con delitos como el
de alzamiento de bienes previsto en el artículo 257.1.1º CP, donde es evidente que a la
vista del tenor literal que presenta el tipo («será castigado con las penas de prisión de
uno a cuatro años y multa de doce a veinticuatro meses: (...) El que se alce con sus bienes
en perjuicio de sus acreedores»), el único sujeto que puede cometer el delito como
autor es el deudor.
Las alternativas que se planteaban para resolver los problemas que conllevaba la
participación en delitos especiales eran dos: o bien entender que el extraneus debe
responder por el mismo delito que el autor en quien sí concurre la cualidad personal,
intraneus; o bien, entender que el extraneus debe responder por un delito distinto, que
sería el delito común.
Por ello, en los delitos especiales propios, en atención a la ausencia de una figura
delictiva común, cabe castigar la responsabilidad del extraneus, dado el principio de la
unidad del título de imputación y accesoriedad de la participación, como forma de
intervención en el hecho a título de inducción o cooperación necesaria (STS número
362/2010, de 28 abril). En este sentido el Tribunal Supremo en su sentencia número
1300/2009, de 23 diciembre, donde se alega por el recurrente que dado que en él no
concurre la calidad de empresario no cabe imputarle el delito de insolvencia del artículo
260 CP que es de los denominados especiales propios, recuerda cómo la jurisprudencia
había venido construyendo la participación en los delitos especiales propios por parte
de los denominados extraneus o sujetos en los que no concurría la característica típica
exigida al autor, como era el caso de la calidad de funcionario respecto al delito de
prevaricación. Y la solución venía del texto entonces vigente del artículo 65 CP. Fue tras
167
la reforma del mismo por Ley Orgánica 15/2003 que se asumió en el Derecho positivo
aquella posición jurisprudencial, dando nueva redacción a lo que es ahora el apartado 3
del artículo 65 que dispone: Cuando en el inductor o en el cooperador necesario no
concurran las condiciones, cualidades o relaciones personales que fundamentan la
culpabilidad del autor, los jueces o tribunales podrán imponer la pena inferior en grado
a la señalada por la ley para la infracción de que se trate.
El art. 30 del CP establece que para los delitos que se cometen a través de los medios o
soportes de comunicación “no responderán criminalmente ni los cómplices ni quienes
los hubieren favorecido personal o realmente.” Además, “2. Los autores a los que se
refiere el artículo 28 responderán de forma escalonada, excluyente y subsidiaria de
acuerdo con el siguiente orden:
1.º Los que realmente hayan redactado el texto o producido el signo de que se trate, y
quienes les hayan inducido a realizarlo.
168
a ninguna de las personas comprendidas en alguno de los números del apartado
anterior, se dirigirá el procedimiento contra las mencionadas en el número
inmediatamente posterior.”
169
LECCIÓN 11. LAS CAUSAS DE JUSTIFICACIÓN.
Ya se advirtió que las relaciones entre tipicidad y antijuricidad, entre normas imperativas
(prohibiciones o mandatos) y permisivas, constituye una de las cuestiones más debatidas y
polémicas del estudio científico del Derecho Penal. Para unos, planteamiento finalista, el tipo y
las causas de justificación constituyen elementos valorativos diferenciados. Así, la tipicidad
constituye el primer escalón valorativo en el ámbito del injusto y entiende que la conducta que
encaja objetiva y subjetivamente con el tipo descrito en una prescripción penal constituye un
comportamiento contrario a una prohibición o un mandato; una conducta en contradicción con
una norma imperativa concreta. La antijuricidad, como segundo escalón o segundo elemento
del delito, significa que dicho comportamiento está, además, en contradicción con el
Ordenamiento Jurídico en su totalidad e implica una valoración sobre si aquello que inicialmente
está prohibido, en un caso concreto, queda amparado jurídicamente por una norma permisiva,
sobre la que se asientan las causas de justificación. La antijuricidad sigue un proceso de signo
inverso a la tipicidad, un proceso negativo, cual es constatar la ausencia de causas de
170
justificación. En cambio para los seguidores de la teoría de los elementos negativos del tipo,
existiría una uniformidad valorativa en el seno de las conductas no prohibidas; entre lo jurídico-
penalmente irrelevante (ámbito de la atipicidad) y lo jurídico-penalmente permitido (ámbito de
la justificación), por lo que no es necesario distinguir entre conductas penalmente atípicas y
conductas penalmente justificadas. Vinculado a la función de motivación y al carácter preventivo
del Derecho Penal, según la cual el tipo sirve como elemento definidor de las conductas que se
pueden evitar, en el tipo se ha de realizar un análisis global de prohibición, es decir, se definen
en un único momento todos los perfiles de una conducta prohibida: ésta lo será cuando “sí” se
den los componentes objetivos y subjetivos y cuando “no” esté amparada por una causa de
justificación. Las causas de justificación operan, por lo tanto, como elementos negativos del tipo:
elementos que “no” han de concurrir para decir que una conducta, con carácter general, quiere
y puede ser evitada por el Derecho.
CONCEPTO.
Hechas las salvedades anteriores, se pueden definir las causas de justificación como
circunstancias bajo las cuales se alza la prohibición penal de la conducta. Son condiciones que
hacen que una conducta deje de ser contraria a Derecho por realizarse bajo hipótesis que
excluyen la prohibición. Si el sujeto actúa bajo esos supuestos su conducta carece de toda
responsabilidad penal y realiza un hecho que el Ordenamiento jurídico no desaprueba. Esta
enorme transcendencia que tiene la apreciación de una causa de justificación explica lo estricto
de su regulación: son casos tasados, pocos y a los que el legislador somete a férreas condiciones
para su estimación.
171
justificación corresponden a los números 4º, 5º y 7º, que aluden, respectivamente, a la legítima
defensa, estado de necesidad y cumplimiento de un deber o ejercicio legítimo de un derecho,
oficio o cargo, a los que hay que añadir el consentimiento, en los casos concretos en los que la
protección de un bien jurídico aparece supeditada a la voluntad de su titular (el consentimiento
válidamente prestado para una esterilización, trasplante o cirugíatransexual, art. 156 CP). El
resto son causas de exclusión de la culpabilidad.
(…)
4º.- El que obre en defensa de la persona o derechos propios o ajenos, siempre que concurran
los requisitos siguientes:
5º.- El que, en estado de necesidad, para evitar un mal propio o ajeno lesione un bien jurídico de
otra persona o infrinja un deber, siempre que concurran los siguientes requisitos:
1.- Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar.
(…)
172
- Ya no va a ser necesario analizar el último elemento del delito: no es necesario entrar a
comprobar la culpabilidad o no del autor.
Así como los elementos objetivos y subjetivos del tipo requieren una constatación
positiva de su concurrencia, las causas de justificación operan a la inversa, de manera negativa.
Esto es, para mantener que la conducta es contraria a Derecho, no han de concurrir las causas
de justificación. Dado que suponen una inversión de la inicial prohibición penal, tienen un
carácter excepcional, que exige una estricta comprobación de todos sus componentes de modo
que cualquier ausencia o extralimitación de los mismos va a determinar la no apreciación de la
causa de justificación y, por lo tanto, que persista la contrariedad a Derecho de la conducta. Es
decir, no se dará ninguno de los efectos anteriores: seguirá habiendo respuesta penal, en su
caso civil, habrá que valorar la culpabilidad del sujeto etc. Otra cosa es que la falta de alguno de
las piezas que las componen pueda ser tenida en cuenta a la hora de valorar y calificar esa
responsabilidad penal que se mantiene. La cuestión de los efectos jurídicos derivados de la falta
de algún elemento de las causas de justificación será tratada al hilo del estudio de su estructura.
FUNDAMENTO.
Los esfuerzos por reconducir las causas de justificación a un fundamento común que
explique su naturaleza jurídica han sido muchos, pero realmente ninguno ha conseguido
concentrar bajo una explicación uniforme cuál es la razón del carácter permisivo de las
173
conductas realizadas bajo su cobertura. Las teorías monistas han tratado de reunir a todas las
causas de justificación bajo un mismo fundamento. Y ese fundamento único ha tenido
respuestas diversas: la idea de “ponderación de bienes”, o la “inexigibilidad de lo imposible”, el
“empleo de un medio adecuado para la obtención de un fin justo”. Esta línea ha chocado con el
problema de que no todas las causas de justificación se pueden encuadrar bajo un fundamento
común (por ejemplo: ¿es realmente imposible lograr la defensa procesal de un cliente sin
vulnerar el honor del contrario?). Además, recurren a criterios tan vagos que no resulta
convincente el porqué de cada causa o porqué no se incluyen otras. Por el contrario, las teorías
pluralistas estiman que las causas de justificación responden a dos principios generales: el de
ausencia de interés y el del interés preponderante. Según el primero de ellos, un hecho estará
permitido cuando el titular del bien jurídico ha renunciado a su protección en un caso concreto.
Con él se explica que el consentimiento opere como causa de justificación. Según la
fundamentación del interés preponderante, los hechos están justificados cuando la lesión a un
bien jurídico se produce para salvar a otro que merece más valor. Sería lo que fundamenta la
justificación en los casos de legítima defensa, estado de necesidad o ejercicio legítimo de un
derecho. Ahora bien, estas tesis no pueden dejar de reconocer que aún estando de fondo esas
razones, hay otros principios como el de proporcionalidad, la dignidad de la persona, la
necesidad, etc. que explican cada causa de justificación. Así, por ejemplo, en la legítima defensa,
aunque se fundamenta en la idea del interés preponderante (se tutela el bien jurídico agredido
frente al bien jurídico del agresor), encuentra también su explicación en los principios de
dignidad de la persona y de proporcionalidad. En definitiva, no es posible dar una respuesta a
priori que defina de manera global la fundamentación de todas las causas de justificación, sino
que cada una de ellas encuentra un fundamento particular.
174
hecho que habilita para actuar justificadamente y un elemento volitivo, es decir, querer
(“decidirse por”) actuar bajo esa justificación.
Con carácter general, la falta de alguno de estos elementos determina que no sea
apreciada la causa de justificación y, por lo tanto, que la conducta siga siendo antijurídica. Habrá
responsabilidad penal en el sujeto, la que marque la culpabilidad. Ahora bien, esa
responsabilidad penal tendrá distinto alcance según sea el elemento que falte: no es lo mismo
la falta de presupuesto de hecho o del elemento subjetivo, que el incumplimiento de los
requisitos jurídicos.
Para que una conducta lesiva para un bien jurídico esté amparada por una causa de
justificación, es premisa indispensable la constatación de que ha existido una situación, un
hecho previo que habilita a realizarla. Su presencia es antecedente necesario, aunque no
suficiente, para que exista la posibilidad de actuar justificadamente pese a lesionar un bien
jurídico ajeno. Esta situación de hecho o presupuesto fáctico varía en cada causa de
justificación, pero tiene en común para todas el implicar una amenaza a bienes jurídicos. En la
legítima defensa, el presupuesto fáctico es una agresión ilegítima; en el estado de necesidad,
una situación de necesidad… Constatada esta situación, el sujeto que la recibe se encuentra con
la posibilidad de realizar un ataque a otro bien jurídico sin que éste resulte prohibido, pese a
que concurran en él los elementos objetivos y subjetivos del tipo. Ahora bien, el presupuesto
de hecho es requisito previo y necesario, pero sólo él no es suficiente para que la conducta
lesiva que después desencadena sea conforme a Derecho. Será necesario, además, que este
hecho lesivo transcurra conforme a unos requisitos con los que el Derecho Penal ciñe las
posibilidades de que sea lícito.
175
Por tratarse de un componente fáctico, su apreciación requiere del empleo de los
elementos procesales probatorios que permitan una reconstrucción de los hechos. Es decir, el
Juez se va a retrotraer al momento en el que el hecho tuvo lugar y apoyado en pruebas que lo
sostengan se confirmará judicialmente si el presupuesto de hecho ha existido. Es importante
subrayar el carácter fáctico del presupuesto: es una situación de hecho, respecto a la que sólo
caben dos posibilidades: o ha existido o no ha existido. No hay posibilidades intermedias. Ahora
bien, aunque lógicamente la labor de reconstrucción judicial de los hechos se hace cuando ya
el hecho ha sucedido y va a ser juzgado, queda por decidir qué datos son los que el Juez ha de
tener en cuenta al colocarse en esa perspectiva ex ante para confirmar o rechazar la existencia
del presupuesto de hecho. Las posibilidades son:
- opción subjetiva: se toman en consideración los datos con los que contara el autor. Es
decir, la percepción que tiene el sujeto de encontrarse ante una amenaza para un bien jurídico
es lo que el Juez ha de utilizar para afirmar o no que se da el presupuesto de hecho de la causa
de justificación. Así, si una noche un sujeto observa que unas personas andan rondando
sigilosamente por la puerta de su chalet y parece que buscan huecos entre los arbustos para
entrar en él, habrá percibido un caso de agresión a su morada que le faculta para defender
legítimamente su propiedad. Ahora bien, ¿y si el sujeto no repara en que son chicos de la
urbanización que se están escondiendo de otra pandilla? ¿Habrá que seguir diciendo que se
daba la “agresión ilegítima” que faculta a una legítima defensa?
El problema es que una opción tan subjetiva, tan vinculada a lo que el autor percibe y lo
que pasa por su mente, incurre en el exceso de llegar a que se afirme que han existido hechos
que realmente no existieron nunca y que sólo fueron fruto de la imaginación del autor y al revés,
que no existirán hechos que el autor nunca detectó. Así, sujetos temerosos o poco perspicaces
pueden crearse subjetivamente una realidad que externamente nunca ha sucedido. A la inversa,
alguien muy poco atento o muy confiado, no percibirá nunca la situación de amenaza para un
bien jurídico que tal vez, de hecho, sí exista. Sin perjuicio de que una situación de miedo o de
reducción de las capacidades de percepción de la realidad pueda ser tenida en cuenta en sede
de culpabilidad y que ésta pueda ser atenuada, lo que pone de relieve esta crítica es que no se
puede hacer depender un dato fáctico de criterios puramente subjetivos. Por ello, se trata de
una opción prácticamente descartada.
176
autor. En el caso ejemplificado, el juez tendría que ver si ese espectador ideal, dadas las
circunstancias del caso (noche, movimientos sigilosos, agazaparse entre arbustos…) también
habría considerado que existe un intento de entrada en el chalet. Se trata de corregir el criterio
subjetivo estricto, tomando como parámetro de valoración las reglas de la experiencia
generalmente admitidas. Con este criterio, si se considera que era absolutamente imprevisible
que se percibiera el presupuesto de hecho, el error en el que se haya el sujeto debe ser
irrelevante y no impediría la apreciación de la causa de justificación. Si, por el contrario,
cualquiera lo hubiera advertido, entonces habrá un error relevante, que impediría estimar la
causa de justificación y la conducta sería contraria a Derecho.
Sin embargo, también a esta tesis se le debe achacar que llega a mantener que es real
aquello que en realidad nunca existió, por mucho que cualquier sujeto medianamente diligente
e imparcial así lo hubiera considerado. La composición que se haría un espectador objetivo sobre
lo que está ocurriendo no puede hacer que sea real aquello que no lo es, aunque se descubra
después: la experiencia dice una cosa, pero resulta que en el caso concreto, la realidad dice que
se trataba de un grupo de chicos escondiéndose de otros.
Ahora bien, ésta tesis objetiva también da cabida a la opinión o percepción de los hechos
que tendría el ideal espectador objetivo que los hubiera contemplado. Insistimos en que esa
percepción no cambia el ser de las cosas: no hace que exista una situación fáctica que no ha
existido nunca. Lo que hubiera percibido un espectador objetivo, colocado de manera imparcial
177
en el lugar de los hechos, no cambia los acontecimientos pero sí influye en el grado de relevancia
que tendrá el desconocimiento de la situación por parte del autor y reconduce estas hipótesis a
casos de error. Si ese observador externo, neutral y con una diligencia media tampoco se
hubiera percatado del error, entonces estamos ante un caso de error invencible; si el
espectador objetivo, con la diligencia de un hombre medianamente prudente, hubiera podido
conocer la realidad y salir del error, entonces éste será vencible. En el ejemplo: si dadas las
circunstancias, un espectador externo también hubiera estimado que se estaba produciendo el
asalto a una vivienda, existirá un supuesto de error invencible; si un espectador neutral,
desarrollando una diligencia media hubiera advertido que se trataba de juegos nocturnos de los
chicos de la zona, será un error vencible.
Una vez afirmada la presencia del elemento fáctico de la causa de justificación, el sujeto
está en condiciones de poder actuar bajo su amparo. Pero sólo se dará esta cobertura si se actúa
con sometimiento a los requisitos que impone el Derecho Penal. Para que la conducta sea
conforme a Derecho no basta con que el sujeto actúe en respuesta a la situación habilitante
que le ha supuesto una amenaza a su bien jurídico. No puede reaccionar de cualquier manera,
sino que ha de someterse a una serie de condicionantes legales que son diferentes en cada
causa de justificación.
178
se permitiera que la conducta se realizara de cualquier modo, se anularía toda la eficacia
preventiva que el Derecho Penal trata de proyectar sobre los tipos. De nada sirve que el
legislador defina en términos muy precisos el carácter prohibido del delito de lesiones o de
homicidio si, ante una leve agresión ilegítima, por ejemplo una patada en la espinilla, se
considerara permitida cualquier respuesta del golpeado a su agresor, incluso una herida mortal.
Para cada causa de justificación el legislador marca una serie de requisitos que el sujeto
ha de cumplir para que su conducta sea conforme a Derecho. Veremos en la unidad siguiente,
en cada causa de justificación, cuáles son esos requisitos: por ejemplo, en la legítima defensa,
entre otras cosas, se va a exigir que el medio empleado sea racional, es decir, que se responda
de manera proporcionada al ataque ilegítimo; en el estado de necesidad, uno de sus requisitos
es que la situación de conflicto para los bienes jurídicos no haya sido generada directamente
por el sujeto que invoca la causa de justificación, etc…
- Si existe el presupuesto fáctico pero falta alguno/s de los requisitos legales que requiere
cada causa de justificación, ésta no operará y la conducta del sujeto seguirá mereciendo
respuesta penal, pero será objeto de una atenuación. La vía es la aplicación del artículo 21.1. CP
que establece: “Son circunstancias atenuantes: 1º. Las causas expresadas en el Capítulo
179
anterior, cuando no concurrieren todos los requisitos necesarios para eximir de responsabilidad
en sus respectivos casos”. La concreción de la atenuación de pena se contienen en el art. 68 CP
que prevé una reducción de la misma en uno o dos grados: “atendidos el número y la entidad
de los requisitos que falten o concurran”, entre otros criterios. La existencia del presupuesto
fáctico colocó al autor ante una situación que “casi” permitía justificar su conducta de
respuesta. A punto estuvo de que se justificara su acción. Pero eso no ha sucedido, porque el
sujeto no se ha sometido a alguno de los límites que el Derecho impone para levantar la
prohibición de la conducta. Por eso, se dice que la ausencia de alguno de esos requisitos legales
da lugar a la eximente incompleta del artículo 21.1º CP: no hay exclusión plena de
responsabilidad penal, no hay una plena eximente, pero si hay una reducción de la pena
cuantitativamente relevante. El que la atenuación de la pena sea de uno o dos grados
dependerá del número de requisitos que falten o de la entidad de su incumplimiento: no es lo
mismo que el sujeto se exceda de manera relevante en la defensa (no se debería bajar más de
un grado) a que se trate de una leve extralimitación (se podría llegar a descender los dos
grados). Tal variación habrá de ser apreciada por el juez y motivada en la Sentencia.
Y por último, también la creencia errónea del sujeto de que actúa conforme a esos
requisitos, pese que no los cumple o se está extralimitando en ellos, tiene respuesta en sede de
error (art. 14 CP).
En todo caso, la distinta configuración del presupuesto y de las condiciones de las causas
de justificación explica el diferente tratamiento que puede tener el error en cada uno de los dos
casos, tal y como veremos más adelante.
180
consciente que está ante ese ataque y que ése es el que desencadena su respuesta de defensa.
Pues bien, como tantas veces hemos advertido, si falla este componente subjetivo, a la causa de
justificación le faltaría una pieza, por lo que no podría ser estimada. La ausencia del elemento
subjetivo de la causa de justificación impide la apreciación de la misma, pese a que se reúnan
tanto el presupuesto de hecho como los requisitos legales. La conducta, de nuevo, permanece
sin justificar, sigue considerándose contraria al Ordenamiento y penalmente tendrá respuesta.
Ahora bien, la necesidad de este requisito subjetivo no impide que el sujeto actúe
movido, además, por otros móviles o intereses personales que, de concurrir, no merecen
relevancia alguna. Por ejemplo, si un médico descubre secretos o datos íntimos de una persona
pero lo hace en cumplimiento de su profesión, aunque ello además se haga por un exagerado
afán de cotillear. O siguiendo el caso anterior, si el sujeto que actúa con el propósito de
defenderse de la agresión ilegítima que acaba de recibir, además obtiene la grata “satisfacción”
de golpear a una persona que le resulta especialmente odiosa, estaremos ante motivaciones
ulteriores que no anulan el elemento subjetivo específico de la legítima defensa y que resultan
irrelevantes. Lo importante es que el sujeto se ha percatado de la agresión ilegítima y ha
respondido con el propósito de defenderse de ella. Si junto al ánimo específico de responder a
la amenaza a un bien jurídico, el autor actúa por otros motivos personales añadidos, al Derecho
Penal éstos no le deben interesar, dado el riesgo de derivar en un sistema que se orienta a
reprimir pensamientos o voluntades más o menos perversas.
Pudiera suceder que un sujeto, sin saberlo, realice una conducta que cumple con los
elementos objetivos de una causa de justificación. Se puede estar produciendo el presupuesto
de hecho y cumpliendo los requisitos legales de una causa de justificación, pese a que el sujeto
no los conozca y, por lo tanto, no actúe impulsado por ellos. Faltará entonces el elemento
subjetivo de la causa de justificación, generándose una situación de error: “A” golpea a “B”, con
ánimo de lesionarle gravemente en el mismo momento en el que “B” le estaba apuntando al
tórax con un arma de fuego sin que “A” lo supiera. Se da el supuesto de hecho, la agresión
ilegítima; además, la actuación es proporcionada, racional, no ha sido provocada, etc.; es decir,
se actúa con sumisión a los requisitos legales. Sin embargo, “A” desconoce la existencia del
hecho de la agresión, ya que no lo capta con su conocimiento, por lo que no se decide (no hay
voluntad) a actuar en respuesta del ataque. A no actúa “en” defensa, sino de manera
estrictamente dolosa respecto a la salud lesionada de “B”. La respuesta penal que merece el
error sobre el elemento subjetivo de las causas de justificación ha sido sometida a un duro
debate doctrinal.
181
- Posición dominante: la conducta debe ser tratada en forma análoga a una tentativa. Ésta
no se da de manera estricta, porque objetivamente sí se ha producido el resultado
descrito por el tipo y pretendido por el sujeto. Ahora bien, el hecho es que en ese caso
concreto, el Ordenamiento no quiere prohibir ese resultado lesivo. Por eso, no hay
propiamente un global desvalor de resultado al no haber afección jurídicamente
relevante para el bien jurídico. Sólo se mantiene el desvalor de acción inherente a la
conducta que ha ejecutado el sujeto. Así que, sí hay desvalor de acción y no hay un
jurídico desvalor de resultado; en consecuencia, se trata de una manifestación de
conducta intentada
- Posición crítica: postulan que la conducta ha de quedar impune. Esta opción pone de
relieve que el azar ha convertido en lícito algo que inicialmente no iba a serlo. Es la
casualidad la que determina que la acción, dirigida a actuar en contra del Derecho, se
esté desarrollando bajo los parámetros de una causa de justificación sin que el autor lo
sepa y que el resultado lesivo no interese al Derecho Penal. En ausencia de desvalor de
resultado, el desvalor de acción se sustenta en la pura ejecución del hecho movido por
un dolo típico que sin embargo, no va a llegar a producir efectos lesivos relevantes. Es
decir, habría desvalor de acción pero no había posibilidades de resultado lesivo, por lo
que estaríamos ante un caso de castigo de una tentativa inidónea: más cercana al
castigo de la voluntad criminal que de los hechos que afectan a los bienes jurídicos.
Retomando el ejemplo que pusimos más arriba, el que lesionó actuó, aún sin saberlo,
bajo legítima defensa, cosa que el Ordenamiento Jurídico no quiere ni puede castigar,
independientemente de su maldad o de los motivos que le impulsaron a actuar.
182
- sí existe el presupuesto de hecho, pero el sujeto cree estar dentro del ámbito de una
causa de justificación, cosa que no sucede: error sobre los límites o sobre la existencia
de una causa de justificación.
183
antijurídica. Ahora bien, el criterio del espectador objetivo sí se toma en cuenta al analizar el
aspecto subjetivo de la conducta realizada en ausencia del presupuesto fáctico de la causa de
justificación que el sujeto creía erróneamente que sí existía. Lo que un espectador objetivo,
colocado de manera imparcial en el lugar de los hechos hubiera percibido, no cambia los
acontecimientos pero sí influye en la relevancia que ofrece el desconocimiento de la situación
por parte del autor y reconduce estas hipótesis a casos de error: si ese observador externo,
neutral y con una diligencia media tampoco se hubiera percatado del error, entonces estamos
ante un caso de invencibilidad; si el espectador objetivo, con la diligencia de un hombre
medianamente prudente, hubiera podido conocer la realidad y salir del error, entonces éste será
vencible.
A partir de aquí, las respuestas divergen en lo relativo a qué clase de error es el que se
ha producido, si error de tipo o error de prohibición (o error sobre la ilicitud de la conducta),
opción que se anuda a la aceptación o no de la tesis de los elementos negativos del tipo.
- La opción del error de tipo (art. 14.1 CP) enfatiza que en estos casos el sujeto no está
equivocado sobre lo que el Derecho le permite o le prohíbe hacer, sino que su equivocación
radica en la situación a la que se refieren esas normas: tiene una falsa representación acerca de
la situación prevista en la Ley para que entren en juego las causas de justificación. Utilizando el
ejemplo propuesto arriba: el que “se defiende” sabe muy bien que si le agreden tiene el permiso
jurídico para reaccionar; o si se prefiere, sabe perfectamente que está prohibido lesionar a otro,
salvo que exista una agresión previa. Es decir, conoce bien el contenido de las normas. En lo que
está equivocado es en la situación regulada por las normas: capta erróneamente la realidad
regulada normativamente, pues cree que le están agrediendo y no es así. Estamos, entonces,
ante un caso estructuralmente igual a los de error de tipo. Igual que decíamos que quien detona
184
un explosivo creyendo que está conectando un sistema de alarma o que quien dispara a una
persona porque cree que es la pieza de caza que quiere abatir se ha equivocado sobre la
situación típica y no se nos ocurre plantearnos que hubiera en su conducta una equivocación
sobre la prohibición de matar, también aquí lo que sucede es que el sujeto yerra sobre la
autenticidad de una situación, que es la agresión, aunque se trate de datos que se descubren
después. Aplicando las consecuencias que el Código Penal asigna al error de tipo en el artículo
14.1 CP, se obtiene que si el error es invencible, porque ni siquiera un observador externo y con
una diligencia media habría percibido la falta del presupuesto de hecho, la conducta resultará
impune. Pero si el error es vencible, la conducta se castigará, en su caso, como delito
imprudente.
Esta solución es defendida por quienes sostienen la tesis de los elementos negativos del
tipo. Se trata de una solución coherente con la opción sistemática de esta teoría: es error de
tipo, porque los presupuestos fácticos de una causa de justificación son elementos del tipo,
negativos, que no tienen que concurrir, pero elementos del componente tipicidad.
Otro inconveniente a la solución del error de tipo para los casos de error sobre
presupuestos fácticos es que trata como delito imprudente lo que realmente es un hecho
doloso. Cabe responder a esta crítica puntualizando que el dolo típico requiere una voluntad de
actuación en contra de las prohibiciones normativas, cosa que en estos casos no se da. Al
contrario, el sujeto que cree erróneamente que se da el hecho que le habilita a actuar
justificadamente lo que tienen es la voluntad de actuar de acuerdo con las normas permisivas.
Ambas voluntades, la de actuar en contra del mandato y la voluntad de acogerse a lo permitido,
son incompatibles. En últimas, lo que ha sucedido es que el sujeto no ha desplegado el deber de
cuidado que se le podía exigir, al no percatarse de una situación que un sujeto medianamente
diligente sí habría captado. Así pues, su comportamiento reúne los caracteres de la imprudencia
que es, precisamente, como se califica en el CP el error de tipo vencible. Al final, resulta ser una
185
calificación más coherente con la actitud subjetiva desplegada por el sujeto: trata como
imprudente lo que realmente así es.
186
también su error versa acerca del lo que está permitido y prohibido jurídicamente. Por ejemplo:
el marido que cree que dentro del matrimonio aún existe el débito conyugal y que puede
mantener relaciones sexuales con su mujer aunque ésta se oponga; o por ejemplo, se cree que
ante los constantes ataques terroristas, se puede defender la seguridad de un país con un grupo
terrorista paralelo. Se trata de conductas que el Ordenamiento Jurídico prohíbe y no permite
en ningún caso, situaciones que el Ordenamiento no ha incluido bajo el ámbito de lo permitido,
pese a que el sujeto cree que sí. También este caso es tratado unánimemente como error de
prohibición, ya que el error recae sobre lo que jurídicamente está prohibido o permitido. De
nuevo, la consecuencia de este error de prohibición es la atenuación de la pena en uno o dos
grados si el error es vencible (artículo 14.3 CP).
187
LECCIÓN 12. LAS CAUSAS DE JUSTIFICACIÓN EN EL
CÓDIGO PENAL ESPAÑOL.
1. La legítima defensa.
La legítima defensa es, posiblemente, la causa de justificación “por excelencia”, o al
menos, la que tiene mayor popularidad y alcance social. Aunque hubo algún momento en que
se le asignó la consideración de causa de exclusión de la culpabilidad, al contemplarse como un
problema de estado mental de miedo en el que se encuentra la víctima de un ataque, hoy no se
duda de su naturaleza de causa de justificación, esto es, de situación que invierte el sentido
prohibitivo inicial de la conducta lesiva, al estimarla, de modo excepcional y siempre que se
reúnan determinados requisitos, una conducta permitida por el Ordenamiento y, por tanto, a la
que éste no va a asignar consecuencia jurídica alguna.
FUNDAMENTO.
188
perturbado ilegítimamente de salir en su defensa y evitar esa perturbación. Se le dice a todo
eventual agresor que el Ordenamiento va a ver con buenos ojos la reacción del agredido, quien
podrá responder legítimamente, invirtiéndose la situación ya los bienes jurídicos que corren en
peligro serán los del propio agresor. Por ello, la legítima defensa sirve al objetivo de prevención
general en tanto que anuncia la licitud del bloqueo frente comportamientos ilícitos y, por lo
tanto, proclama la prevalencia del Derecho. En todo caso, eso no significa que se esté dotando
a todos los ciudadanos de una prerrogativa absoluta para hacer valer el Derecho bajo cualquier
circunstancia y de cualquier modo, sino que está sujeta a estrictas condiciones debido al
importante efecto que genera: llega a admitir la licitud de lesiones a ataques gravísimos incluso
al bien jurídico más importante (por ejemplo, permite que lícitamente se mate a otra persona).
REQUISITOS.
La legítima defensa tiene un ámbito de aplicación muy amplio. Opera “en defensa de la
persona o derechos”, dice textualmente el art. 20.4º CP, lo que supone que se extiende a la
tutela de bienes jurídicos personales y derechos individuales. Por eso, cabe la legítima defensa
respecto a la vida, a la salud individual, al honor, a la intimidad, a la libertad, a la propiedad… Es
posible la legítima defensa de terceros, es decir, la defensa de intereses individuales de terceras
personas, bien porque el tercero agredido no pueda hacer frente por sí mismo a la agresión (por
ejemplo, un indigente de edad avanzada es golpeado y pisoteado por unos jóvenes), bien porque
se colabora en la defensa que el tercero hace de sí mismo (por ejemplo, se ayuda a la víctima de
un “tirón” a detener al ladrón que sale corriendo).
189
del art. 202 CP sólo cabe legítima defensa en caso de “entrada” en ella, pero no si el allanamiento
se ha producido por la modalidad de “permanencia”.
Por agresión, dice la jurisprudencia del Tribunal Supremo (Sentencia núm. 932/2007, de
21 de noviembre), “debe entenderse toda creación de un riesgo inminentemente para los bienes
jurídicos legítimamente defendibles, creación de riesgo que se viene asociando por regla general
a la existencia de un acto físico o de fuerza o acometimiento material ofensivo. Sin embargo, se
ha reconocido también que el acometimiento es sinónimo de agresión, y que ésta debe
apreciarse no sólo cuando se ha realizado un acto de fuerza, sino también cuando se percibe
una actitud de inminente ataque o de la que resulte evidente el propósito agresivo inmediato,
como pueden ser las actitudes amenazadoras, si las circunstancias del hecho que son tales que
permitan temer un peligro real de acometimiento, de forma que la agresión no se identifica
siempre y necesariamente con un acto físico sino también puede prevenir del peligro, riesgo o
amenaza, a condición de que todo ello sea inminente”. Es decir, agresión implica colocar a los
bienes o derechos individuales ante un riesgo inminente de menoscabo o destrucción.
190
La agresión ha de ser real, es decir, no basta con que el autor considere que es objeto
de una agresión, si eso sólo es objeto de su imaginación o una mera sospecha que no se llega a
verificar. Insistimos en la ausencia del presupuesto fáctico para estos casos de legítima defensa
putativa y su reconducción a la vía del error.
Es fundamental que esa agresión sea ilegítima. Con este calificativo se designa a aquella
conducta de ataque a los bienes jurídicos que está prohibida por el Derecho penal. El desvalor
de la agresión es lo que neutraliza el carácter ilícito de la respuesta de la víctima, es decir, lo que
justifica la necesidad de hacer “prevaler del Derecho”. La consecuencia directa que se desprende
de esto es que no cabe legítima defensa ante ataques a bines jurídicos autorizados por el
Derecho. Pensemos por ejemplo, que un sujeto que está en prisión cumpliendo condena,
pudiese alegar legítima defensa ante el ataque a la privación de libertad que sufre; o que si un
191
sujeto “A” golpea a otro y provoca en éste una legítima defensa, a su vez pudiese “A” alegar que
está defendiéndose legítimamente del defensor.
Según esta condición, tampoco cabe apreciar agresión ilegítima en los casos de riñas
mutuamente aceptadas porque en ese escenario de pelea recíprocamente consentida, los
contendientes se sitúan al margen de la protección penal al ser actores provocadores cada uno
de ellos del enfrentamiento (Así, Sentencias del Tribunal Supremo núms. 427/2010, de 26 de
abril, 98/2009, de 10 de febrero, 64/2005 de 26 de enero, 363/2004 de 17 de marzo o 149/2003,
de 4 febrero).
Las condiciones o límites que el Derecho penal impone para apreciar la legítima defensa
son: necesidad racional del medio empleado para impedir o repeler la agresión, la cual implica,
a su vez, una necesidad genérica de defensa y una racionalidad en los medios empleados y falta
de provocación suficiente por parte del defensor. Veamos cada uno.
192
Los supuestos de respuesta anticipada o retrasada implican inexistencia de agresión ilegítima y,
en consecuencia, excluyen la necesidad de defensa en abstracto. Se consideran igual que los
casos de falta de presupuesto de hecho de una causa de justificación, calificación que determina
que no sea posible apreciar la legitima defensa ni como eximente completa, ni como incompleta
del art. 21.1 CP (Sentencia del Tribunal Supremo núm. 172/2008, de 30 de abril, que trata de un
supuesto de exceso extensivo en el que la reacción violenta del procesado se prorrogó
indebidamente por haber cesado la agresión ilegítima; cuando el procesado coge la barra de
hierro y propina con ella varios golpes a la víctima ésta ya estaba huyendo del bar del
procesado).
193
elaboración de un juicio de valor que ha de adaptarse necesariamente a las variables del caso,
pero poniendo el acento en su inmediatez, nublación de juicio por la injusta agresión recibida,
medios a su alcance, y contundencia del riesgo inminente que le puede deparar su dejación en
la defensa. No puede juzgarse necesaria ni exigible una absoluta igualación de medios, ante la
inminencia de la defensa, por el valor superior de la vida que se encuentra en juego” (Sentencia
del Tribunal Supremo núm. 1099/2010, de 21 de noviembre; de modo similar la núm. 152/2011,
de 04 de marzo).
194
puede haber provocado la agresión. Se trata, al igual que el de la racionalidad del medio al que
nos acabamos de referir, de un requisito que no es esencial, por lo que si no concurriese, es
decir, si hubiera habido una provocación del que alega la defensa, podría acudirse a la
importante atenuación que implica la eximente incompleta del artículo 21.1 CP.
Por la citada relación de adecuación, si sucede que hay provocación mínima pero a la
que se responde con una agresión extralimitada, la respuesta del provocador-agredido sí podría
estar amparada por la legítima defensa: por ejemplo, si ante una provocación mínima de “A”
como es un leve insulto a “B”, éste reacciona exageradamente, con un fuerte golpe; a él “A” si
puede responder en legítima defensa.
2. El estado de necesidad
El art. 20.5º CP excluye de responsabilidad a quien “en estado de necesidad, para evitar
un mal propio o ajeno lesione un bien jurídico de otra persona o infrinja un deber” siempre que
concurran una serie de requisitos. Aunque en principio pareciera que el estado de necesidad es
una causa de justificación similar a la legítima defensa, en la medida en que también parte de
una situación de crisis para un bien jurídico, cuya única vía de salvación es la lesión a un bien
jurídico ajeno, realmente las diferencias entre ambas son muy importantes. Es cierto que
responden al patrón común de revelar una situación de conflicto de intereses al que el Derecho
penal da una respuesta y que algunos elementos que las limitan presentan notas similares (por
ejemplo, como en la legítima defensa, veremos que el peligro sobre el bien jurídico ha de ser
real e inminente, que cabe la actuación para proteger a terceros, o que también se exigirá la
falta de provocación). Pero a partir de ahí, las diferencias priman sobre las semejanzas. Así como
en la legítima defensa lo que colisionaba eran bienes jurídicos de similar naturaleza y la colisión
debía ser similar, es importante subrayar que lo que el estado de necesidad pone en
195
confrontación no son “bienes jurídicos” de manera absoluta, sino “males”: el mal que se trata
de evitar y el mal que se tiene que causar para neutralizar al anterior. Y por otro lado, y también
es una diferencia muy relevante, hay que puntualizar que la situación de agravio que sufre el
bien jurídico en el estado de necesidad no tiene porqué proceder de una actuación antijurídica
previa de otra persona, sino que la puede generar la propia naturaleza (un perro muerde a un
niño y para detener su ataque hay que dispara al animal o entrar en una propiedad ajena), o el
devenir de la vida (por ejemplo, un accidente requiere la rápida evacuación del enfermo y para
ello hay que coger el coche más veloz, aunque sea sin autorización del propietario).
Sin embargo, esta dualidad, con las importantes diferencias técnicas que conlleva, se
diluye bastante a la vista de lo que el Código Penal prescribe para apreciar el estado de
necesidad. Se refleja en él una visión amplia del estado de necesidad, que aglutina plurales
situaciones, a las que da un tratamiento unitario. Como acabamos de señalar, en el estado de
necesidad los términos del conflicto no son puros bienes jurídicos sino “males” y la condición
que pone el art. 20.5º.1 CP para que opere plenamente esta justificación es que “que el mal
causado no sea mayor que el que se trate de evitar”. Esta limitación presupone bajo el estado
de necesidad encuentran cabida de manera indistinta tanto los conflictos entre bienes de
distinto valor, como los casos de colisión de bienes de similar valor.
196
jurídico de un tercero. Es decir, que se cierne un riesgo actual, grave e inminente y la única vía
para evitarlo es lesionando otros bienes jurídicos. Es esencial para que opere el presupuesto
habilitante del estado de necesidad que la realización de la conducta típica aparezca como
necesaria para evitar la producción del mal. No habrá tal necesidad que habilite para actuar
justificadamente si no se han agotado todos los medios lícitos para contraer el mal antes de
acudir a la comisión del delito (Sentencia del Tribunal Supremo núm. 990, de 18 de octubre de
2012).
Esa situación de peligro que se cierne sobre el que invoca el estado de necesidad para
su conducta el Código Penal la denomina “mal”. El punto de partida para esta calificación es,
como hemos indicado, la existencia de un peligro para un bien jurídico. Pero además, para
estimar que una situación de grave riesgo para un bien jurídico es un “mal” se requiere tomar
como referencia objetiva lo que el Ordenamiento Jurídico conmina. No cabe calificar de “mal”
algo que, fruto de una valoración positiva, es exigido por el Derecho, pese a que pueda suponer
una vulneración de bienes jurídicos. Por ejemplo, el Derecho impone un deber de colaborar con
la justicia, de ahí que no se puede invocar el estado de necesidad ante un delito de
encubrimiento cuando se ayuda a un preso a ocultarse de la policía, alegando que se trata de
evitar que aquel pierda su libertad.
El mal que se cierne puede ser propio o ajeno. Este último caso se denomina auxilio
necesario. En este supuesto, muy frecuente, la situación de necesidad la sufre un tercero y no
es él mismo el que la conmina, sino otra persona que resuelve la situación lesionando un bien
jurídico ajeno. Así, por ejemplo, cuando un vecino ve que sale fuego por la ventana del chalet
de al lado y, dado que el lugar está alejado del parque de bomberos y que éstos tardarán en
llegar, entra en la piscina de otro vecino y utiliza el agua para sofocar las llamas lo antes posible.
197
mayo; sin embargo, en la Sentencia núm. 930/2010, de 21 de octubre, el Tribunal Supremo sí
estimó la situación de necesidad en un caso de apropiación indebida de varios miles de euros
en el que la acusada, una lotera, se hallaba agobiada por una mala situación económica y
acuciada por la necesidad de hacer frente a las deudas domésticas, siendo sus ingresos
insuficientes para hacer frente a todo ello por ser madre de familia monoparental con dos hijos
de 17 y 20 años a su cargo y sin percibir pensión ni ayuda económica alguna del padre de sus
hijos).
Las condiciones o límites que el Derecho penal impone para apreciar el estado de
necesidad son: que el mal causado no sea mayor que el que se trata de evitar; que la situación
de necesidad no haya sido provocada intencionadamente por el sujeto y que el sujeto no tenga
obligación de sacrificarse en razón de su oficio o cargo.
198
la fuente inagotable de delincuencia con resultados siempre dramáticos y con frecuencia
trágicos que tal tráfico genera. La desproporción entre los intereses enfrentados en el caso de
autos se muestra tan evidente y abrumadora que no precisa de mayores comentarios para poner
de manifiesto la primacía que ha de otorgarse a la salud colectiva sobre una particular situación
de dificultad económica, que en ningún caso permitiría justificar una agresión a la salud de la
comunidad de la gravedad y consecuencias como las que supone el consumo de sustancias tan
nocivas como aquellas con las que traficaba la acusada”.
“Si el mal que se pretende evitar es de superior o igual entidad que la gravedad que
entraña el delito cometido para evitarlo, y no hay otro remedio humanamente aceptable, la
eximente debe ser aplicada de modo completo; si esa balanza comparativa se inclina
mínimamente en favor de la acción delictiva y se aprecian en el agente poderosas necesidades,
la circunstancia modificativa debe aceptarse con carácter parcial (eximente incompleta); pero si
ese escalón comparativo revela una diferencia muy apreciable, no puede ser aplicable en
ninguna de sus modalidades” (Sentencia del Tribunal Supremo núm. 470/2009, de 07 de mayo).
De modo muy sintético:
- si se causa un mal igual o inferior que el que se trata de evitar: se aplica completamente
el estado de necesidad
- si el mal que se causa es algo mayor que el que se trata de evitar: no habrá estado de
necesidad pleno, pero será de aplicación el art. 21.1º CP, eximente incompleta, con la
importante atenuación punitiva que conlleva.
- Si el mal que se causa es mayor que el que se trata de evitar: no hay posibilidad alguna
de hacer valer el estado de necesidad.
Los términos a valorar no son sólo bienes jurídicos (vida con vida, o vida con salud, o vida
con patrimonio, por ejemplo), sino “males”, lo cual introduce una fuerte dosis de imprecisión.
¿Podría ser que para salvar la vida de alguien se lesionara la salud de otra persona? Si hubiera
que atenerse sólo al dato del bien jurídico, sí, no habría problema: se actuaría en estado de
necesidad si para salvar la vida de alguien se extrajera a otra persona un riñón sin ni siquiera
haber obtenido su consentimiento. Pero no es ésta la comparación que hay que hacer sino que
hay que valorar si la afección al bien jurídico constituye un “mal”, lo cual exige rodear al bien
jurídico afectado y al salvado de elementos cualitativos y cuantitativos tales como la dignidad,
libertad y autonomía personal del sujeto sacrificado, la intensidad del peligro, la forma en que
se lleva a cabo el ataque al bien jurídico. Con estos nuevos datos. la comparación se relativiza y
pasa a contemplarse como un juicio de adecuación, de tal manera que el estado de necesidad
199
existirá si la lesión al bien jurídico que se ha producido era el medio adecuado para evitar el
peligro. De este modo, en el caso anterior, se cierra la posibilidad de acogerse al estado de
necesidad, pues se incorpora el criterio de la autonomía y dignidad de la persona, que no puede
doblegarse ante formas tan rudas de salvar la vida ajena: no se ha actuado de forma adecuada
para salvar la vida en peligro, porque no se ha respetado la libertad y capacidad de
autodisposición respecto a la salud.
por el sujeto
Por último, este requisito plantea la duda de qué respuesta merecen los casos en que la
situación ha sido provocada conscientemente por un sujeto, y ante ello, pero sin saber de esa
conducta intencionada, un tercero acude en auxilio necesario. Con el tenor literal del 20.5º.2
(“que la situación de necesidad no haya sido provocada intencionadamente por el sujeto”)
200
parece que el Código Penal le está impidiendo a ese tercero que su acción salvadora quede
amparada por el estado de necesidad. Siguiendo con el ejemplo del incendio, si el fuego lo ha
provocado el propietario de la casa de manera consciente para cobrar fraudulentamente un
seguro, cosa que el vecino no conoce, y sólo ve que la casa está en llamas y que los bomberos
tardarán en llegar, por lo que entra en una casa ajena para bombear el agua de la piscina y tratar
de sofocar el fuego, esa vulneración de la propiedad, parecería que no queda cubierta por el
estado de necesidad y sería un delito de hurto o robo de esa agua. Pero no puede ser así. No
puede ser porque si el auxiliador no actuara podría verse ante un posible caso de
responsabilidad penal por omisión. De manera que, si actúa tendría responsabilidad penal al no
ampararle el estado de necesidad, y si no lo hace, también. Evidentemente no cabe un conflicto
así, por lo que hay que entender que cuando el Código Penal establece este requisito de que no
cabe estado de necesidad ante provocaciones intencionadas, se está refiriendo a que la
provocación se realice por quien actúa ante la situación de necesidad e invoca la justificación,
sea el propio afectado o un tercero.
Hay determinadas profesiones que implican e deber de afrontar riesgos de sufrir una
lesión en los bienes jurídicos: bomberos, policías, soldados. Carece de sentido que un sujeto que
tiene la obligación de entrar proteger bienes jurídicos invocara estado de necesidad alegando
que no repele el mal ajeno para protegerse de un mal propio: por ejemplo, el bombero que
alega peligro para su vida y no entra a la casa en llamas en la que ha quedado una persona
atrapada. Evidentemente, hay que ponderar en cada caso la posibilidad de actuar para evitar el
mal ajeno si poner en riesgo intereses propios, pues en ningún caso es exigible un
comportamiento heroico, pero la regla general es que hay sujetos que por su profesión tienen
la obligación de soportar la situación de necesidad.
201
administrativo no es que permita tal conducta, sino que obliga a realizarla e impone una sanción
al policía si no actuara de ese modo. No es posible que el Derecho administrativo lo exija y a la
vez el Derecho penal lo castigue ya que se estaría colocando al sujeto, el policía en este caso, en
una encrucijada insostenible: si no detiene, recibiría una sanción disciplinaria y si detiene,
realizaría una conducta prohibida penalmente. De ahí que el carácter de causa de justificación
en estos casos esté fuera de toda duda.
Dicho lo anterior, se observa que esta causa de justificación revela el carácter de ultima
ratio del Derecho penal y la unidad del Ordenamiento Jurídico, pues responde a la idea de que
no se puede castigar penalmente lo que otras ramas del Derecho permiten. Si algo está
permitido en otro sector del Derecho, el Derecho penal no puede considerarlo antijurídico e
imponerle un castigo. Este ensamblaje con otros órdenes jurídicos plantea la dificultad de
identificar las condiciones en las que esas otras ramas del Derecho permiten la realización de
ciertas conductas inicialmente lesivas para los bienes jurídicos. A veces el espacio normativo
extrapenal define con cierta claridad el ámbito y los límites en los que los sujetos pueden actuar
legítimamente pese a realizar actos atentatorios de bienes jurídicos. Es lo que se va logrando
cada vez más en lo relativo a la actuación de los médicos, donde la regulación de su lex artis
cada vez es más precisa y concreta. En cambio, en otras, la adaptación a Derecho de la conducta
lesiva pasa por una amplia inseguridad debido a la indeterminación de las normas o de los
conceptos empleados, como sucede, por ejemplo, en el caso del empleo de la fuerza por parte
de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, donde se acude a criterios muy valorativos y difusos,
tales como “necesidad” o “proporcionalidad”.
Pero pese a esas dificultades, es fundamental destacar que el cumplimiento del deber,
el ejercicio del derecho, cargo u oficio sólo operarán como causa de justificación, cuando se
desarrollen conforme a lo prescrito por el Ordenamiento Jurídico. Sólo hay un ejercicio
“legítimo” si se adaptan plenamente a las prescripciones jurídicas que los regulan. Si hay un
exceso, o una utilización o ejercicio abusivo, la causa de justificación quedará excluida y, todo lo
más, si el sujeto creía equivocadamente que actuaba dentro de las prescripciones normativas,
estaríamos ente un error sobre los límites de una causa de justificación. En los casos de falsa
representación sobre los presupuestos que habilitan el ejercicio del derecho, oficio o cargo o el
cumplimiento del deber (por ejemplo, el policía cree falsamente que está ante el ladrón al que
debe detener pero realmente es un ciudadano absolutamente inocente), habría un error sobre
el presupuesto de hecho de una causa de justificación, a resolver, también según las reglas del
error (recordar la discusión sobre la calificación de estos supuestos en la unidad anterior).
SUPUESTOS PARTICULARES.
202
Aunque la casuística es amplísima, haremos una breve alusión a aquellos casos con más
repercusión práctica.
203
las posibilidades de actuación de que dispusiera el agente de la autoridad (necesidad en
concreto); y e) que concurra un determinado grado de resistencia o de actitud peligrosa por
parte del sujeto pasivo que justifique el acto de fuerza. Solo así el empleo de fuerza merecerá el
calificativo de legítimo que se antepone en el texto del núm. 7º del artículo 20 del Código Penal
al ejercicio de un derecho, oficio o cargo. (Sentencias del Tribunal Supremo núms. 882/2010, de
15 de octubre; 543/2010, de 02 de junio de 2010; 1262/2006, de 28 de diciembre; 184/2011, de
2 de noviembre).
Otro espacio donde la actividad profesional puede derivar en resultados lesivos para los
bienes jurídicos es el de las actividades médicas. Para que ésta esté amparada por la causa de
justificación de actuación en el ejercicio legítimo de un oficio, es necesario que se haya
desarrollado con arreglo a los márgenes de la lex artis, es decir, bajo las prescripciones técnicas
que protocolizan cada actividad, lo cual requiere en todo caso y como presupuesto: a) el
consentimiento del paciente (arts. 8 y 9 de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica
reguladora de la Autonomía del Paciente y de Derechos y Obligaciones en Materia de
Información y Documentación Clínica; b) información sobre el tratamiento o la intervención
médica que se va a realizar (art. 4 y 10 de la misma Ley 41/2002). La falta de consentimiento o
información puede generar una actuación abusiva sobre el paciente que, aun resultando
curativa, supone una intromisión en su libertad, y puede llegar a ser constitutiva de un delito de
coacciones.
204
resultan “legítimas” formas de ejercicio del periodismo: a) que verse sobre materias que
contribuyen a la formación de una opinión pública libre, como garantía del pluralismo
democrático; b) veracidad de la misma (Sentencias del Tribunal Constitucional, 105/1990, de 6
de junio; 160/2003, de 15 de septiembre.
- Ejercicio de la abogacía.
- Obediencia debida.
205
4.- El valor del consentimiento.
La ubicación del consentimiento como causa de justificación ha sido una cuestión
asumida de manera general por la doctrina y la jurisprudencia. Se asume y acepta, pero cada
vez se es sometida a más matices que conducen a cuestionar su naturaleza de auténtica causa
de justificación. Hay que tener en cuenta que en este caso se parte de una inconcreción total
sobre su contenido ya que no figura directamente en el artículo 20 del Código Penal entre las
causas de justificación. Dado este dato, cada vez se va reduciendo más la consideración del
consentimiento como causa de justificación “en todo caso”. Y así, hoy se mantiene que no
siempre el consentimiento opera como tal.
Un primer límite lo marca el carácter disponible del bien jurídico. Sabemos que no todos
son: por ejemplo, no son disponibles los bienes jurídicos colectivos. En ellos la posibilidad de
emplear el consentimiento está vetada.
Por lo tanto, las posibilidades se ciñen a los supuestos de bienes jurídicos disponibles,
como puede ser el caso de la propiedad, la intimidad, la libertad sexual, la vida, la salud…
Respecto a ellos, a día de hoy, es dudoso que el consentimiento tenga la naturaleza jurídica de
una causa de justificación tradicional. Más bien se perfilan como casos de ausencia de tipicidad,
derivada de la carencia de lesividad de las conductas. Es decir, son casos en lo que ni siquiera se
puede decir que se haya permitido el menoscabo al bien jurídico, porque es que, en sentido
estricto, esa lesividad no ha existido. El consentimiento del titular en ciertos bienes jurídicos es
parte indispensable de su contenido: así sucede con la propiedad, la libertad sexual, o intimidad.
Si alguien voluntariamente mantiene relaciones sexuales, no se puede decir que haya una lesión
al bien jurídico libertad sexual que luego está justificada porque se ha prestado el
consentimiento; lo que sucede es que directamente no existe vulneración (lesión o peligro) de
la libertad sexual, por lo que falta el resultado exigido por el elemento tipicidad, de acuerdo con
el principio de lesividad. Y lo mismo se puede decir del hurto: no es sostenible que quien toma
algo que es ajeno pero con el consentimiento del titular haya realizado un hurto, pero luego se
diga que éste se justifica por la presencia de ese consentimiento. Incluso con la salud se podría
seguir el mismo razonamiento: no tiene sentido decir que un médico que realiza una
intervención quirúrgica con una finalidad curativa y ha recabado el consentimiento del paciente
lo que realiza es una conducta inicialmente lesiva de la salud, pero justificada por ese
consentimiento, sino que resulta más razonable negar directamente toda lesividad a esa
conducta, por no representar ataque alguno para el bien jurídico salud (es más supone una
conducta positiva para la salud).
206
Ahora bien, son especialmente discutidos los casos de bienes jurídicos relativamente
disponibles, como la vida o la salud. Se trata de bienes respecto a los cuales su titular puede
disponer, pero sólo de manera limitada. Respecto de ellos, en principio parece que sólo cabe
apreciar plenamente el consentimiento como vía de exclusión de responsabilidad penal en caso
de que la conducta recaiga sobre uno mismo: el suicidio o las autolesiones son atípicas. (De
cualquier modo esta no es una cuestión pacífica, pues también se interpreta la impunidad del
suicidio o las lesiones como una retirada del Derecho penal por razones de política criminal,
aunque la conducta sí es considerada plenamente lesiva del bien jurídico. Prueba de ello es el
castigo de los actos de participación en el suicidio). Sin embargo, cuando la lesión a la vida o a
la salud es producida a terceros, la eficacia del consentimiento de este tercero titular está
bastante limitada:
- Ese consentimiento del tercero puede operar en casos muy marcados: respecto a la vida,
cuando el tercero sufre una enfermedad grave que conduce necesariamente a la muerte o que
produce graves padecimientos (art. 143.4 CP); respecto a la salud, cuando se trata de trasplante
de órganos efectuado según lo que prescribe la Ley, esterilizaciones y cirugía transexual
realizadas por facultativo (art. 156 CP).
- La eficacia del consentimiento del tercero es muy dispar. No siempre excluye de pena, sino
que la atenúa: así en el caso de la eutanasia del art. 143.4 CP, y de las lesiones de 155 CP. En
ambos casos se contiene una importante reducción de la pena que indica que el consentimiento
no ha operado plenamente como causa de justificación plena, sino como eximente incompleta
o atenuante muy cualificada. Dicho de otra manera: que pese al consentimiento, éste ha
desplegado una eficacia parcial, de manera que la conducta técnicamente sigue siendo lesiva
para el bien jurídico y por lo tanto típica y, además, no está justificada, sino sólo atenuada.
- El único espacio en el que el consentimiento del tercero titular sí produce una exclusión de
responsabilidad es el que contempla el art. 156 CP, relativo al trasplante de órganos efectuado
según lo prescrito por Ley, esterilizaciones y cirugía transexual realizadas por facultativo.
Realmente éste podría ser el único caso en el que el consentimiento opera como una causa de
justificación de una conducta que inicialmente sería lesiva y, por lo tanto ilícita.
En todo caso, hay que puntualizar que todas estas valoraciones sobre el consentimiento
operan cuando éste se refiere directamente a la producción del resultado, porque si el
207
consentimiento del tercero se proyecta sobre la propia situación de puesta en peligro para la
vida o la salud (por ejemplo los casos del copiloto o de la ruleta rusa, que veíamos en la unidad
dedicada a la imputación objetiva), no habrá que plantearse siquiera cuestiones de justificación
o de atenuación, sino que directamente son casos excluidos de tipicidad objetiva.
208
TEMA 13. LA CULPABILIDAD (I). CONCEPTO.
209
ordenamiento jurídico bajo las que es posible en un Estado de Derecho imputar lo injusto
cometido a su autor.
2. Conceptos de culpabilidad.
“CULPABILIDAD POR EL HECHO” VERSUS “CULPABILIDAD DE AUTOR”.
Son muchos los conceptos de culpabilidad que se han manejado a lo largo de la Historia
por la Ciencia del Derecho penal y no todos responden al mismo modelo de Derecho Penal, ni,
en consecuencia, al mismo modelo de Estado. En particular, en el Estado de Derecho, solo es
posible partir de un “concepto de culpabilidad por el hecho”, referido al hecho individual, propio
del “Derecho penal del hecho”.
210
Por su parte, el concepto material de culpabilidad trata de dar una explicación al
fundamento último en virtud del cual se justifica el hecho mismo de castigar al autor. Dada la
complejidad de una explicación de este tipo y su dependencia de premisas filosóficas, el
concepto material de culpabilidad se ha estructurado de acuerdo a puntos de vista muy
diferentes que van desde la Ética, pasando por la disposición interna o el control de los impulsos,
hasta los fines de la pena (en particular, la prevención general). Sobre la fundamentación
material de la culpabilidad se han escrito “ríos de tinta”, por lo que solo es posible en el marco
de este Manual hacer un breve resumen de las principales teorías:
Los estudios que hoy en día se llevan a cabo en el ámbito de las Neurociencias, así como
parcialmente en el de la Psicología cognitiva y la Filosofía de la mente, rechazan de modo cada
vez más claro la premisa del indeterminismo puro en el sentido del “poder actuar de otro modo”
(DEMETRIO, 2011).
211
b) La necesidad de pena
Por su parte MIR (2011, 544 ss.) entiende igualmente que resulta imposible demostrar
científicamente la premisa indeterminista de la existencia del libre albedrío, y tampoco cree que
se pueda afirmar tajantemente que los inimputables no son con carácter general motivables por
las normas, por lo que se inclina por el concepto de motivación normal. Al mismo tiempo
distingue entre supuestos de imposibilidad absoluta de motivación normativa, que impiden la
propia infracción de una norma prohibitiva personalmente dirigida al sujeto, y supuestos de
anormalidad motivacional como fundamento de la exclusión de la responsabilidad penal.
También ROXIN (2008, §19 / 34 ss.) concibe la culpabilidad como actuación injusta pese a
la existencia de asequibilidad normativa, de modo que, en su opinión, hay que afirmar la
212
culpabilidad de un sujeto cuando el mismo estaba disponible en el momento del hecho para la
llamada de la norma de acuerdo a su estado mental y anímico. Con esto no se dice que el sujeto
pudiera efectivamente actuar de otro modo sino solo que cuando exista una capacidad de
control intacta, se le trata como libre. Se trata de un concepto mixto empírico-normativo, que
restringe el Derecho penal a lo absolutamente indispensable socialmente, de modo que cuando
la protección frente a sujetos peligrosos pero inculpables haga indispensable la reacción estatal
deberá acudirse a imponer una medida de seguridad, sin repercutir en el concepto de
culpabilidad.
Este concepto de culpabilidad se caracterizaba pues por dejar fuera todos los aspectos
externos del delito y concebirla únicamente como la relación subjetiva entre el autor y el
resultado antijurídico acaecido. Pronto se consideró insatisfactorio básicamente por un doble
motivo: a) su incapacidad para fundamentar la culpabilidad en los casos de imprudencia
inconsciente, en los que justamente falta la conexión psíquica entre el autor y el resultado, dado
que aquél no se representa la posibilidad de este último; b) la existencia de ciertas causas de
exculpación, como el estado de necesidad exculpante o el miedo insuperable, en las que subsiste
el dolo. En estos supuestos falta la culpabilidad pese a concurrir el nexo psicológico entre autor
y resultado (MIR, 2011, 536).
213
Al examinar el “concepto neoclásico del delito” -basado en la metodología neokantiana-
ya apuntamos que una de sus notas características fue pasar de un “concepto psicológico” de
culpabilidad a un “concepto normativo de culpabilidad”. Este último fue sostenido en primer
lugar por FRANK que pasa a concebir la culpabilidad como reprochabilidad del hecho típico y
antijurídico, cuyos elementos podían ordenarse con cierta claridad. El cambio radicaba en situar
en primer plano no la relación psicológica entre el hecho y su autor, sino la evaluación de la
relación interna del autor con su hecho a través de una decisión valorativa.
Al mismo tiempo el concepto de dolo pasa a concebirse como “dolo neutro”, sólo
comprensivo del “conocimiento y voluntad de realización del hecho”, mientras que el
“conocimiento del carácter antijurídico de la conducta” se escinde del dolo y permanece como
un elemento de la culpabilidad. Esto hace posible distinguir entre “error de tipo” (que afecta al
elemento cognoscitivo del dolo) y “error de prohibición” (que afecta a la conciencia sobre la
ilicitud del hecho constitutivo de la infracción penal) tal y como recoge nuestro Código Penal en
el art. 14.1.2 y 14.3 respectivamente, con consecuencias de distinto alcance.
214
Así pues, según esta concepción actualmente dominante de la culpabilidad ésta requiere
lo siguiente: a) imputabilidad o capacidad de culpabilidad como condición indispensable del
“poder actuar de otro modo”, ya no como mero presupuesto de la culpabilidad, sino como
objeto central de la misma; b) conocimiento de la antijuridicidad de la conducta, entendido como
posibilidad determinada normativamente de conocer que la conducta realizada era constitutiva
de delito; c) normalidad de las circunstancias o ausencia de causas de exculpación que impidan
el reproche por el hecho típico y antijurídico (MIR, 2011, 538-539).
215
TEMA 14. LA CULPABILIDAD (II). ELEMENTOS DE LA
CULPABILIDAD (I). LA IMPUTABILIDAD.
1. Introducción.
Como acabamos de examinar en la Lección 13 modernamente se entiende que la
culpabilidad como tercer escalón secuencial del delito consta de los siguientes elementos: a) la
imputabilidad (o capacidad de culpabilidad); b) el conocimiento de la antijuridicidad de la
conducta; c) la exigibilidad de otro comportamiento. Dedicaremos pues esta Lección y la
siguiente al estudio de dichos elementos, que pueden ser considerados como los requisitos
exigidos por el ordenamiento jurídico para la imputación personal del hecho típico y antijurídico
a su autor.
2. Concepto de imputabilidad.
La imputabilidad o capacidad de culpabilidad es el primer elemento sobre el que
descansa el juicio de culpabilidad y se refiere a las facultades mínimas requeridas para
considerar a un sujeto culpable. Según la opinión dominante actualmente la imputabilidad
requiere una doble capacidad: a) la capacidad de comprender lo injusto del hecho; b) la
capacidad de dirigir el comportamiento en consonancia a dicha comprensión. Si nos fijamos en
las eximentes reguladas en el art. 20.1 º y 2º veremos que ambas requieren la ausencia de alguno
de estos factores.
En cualquier caso, resulta bastante evidente que a la segunda capacidad subyace la idea
del “poder actuar de otro modo” (sobre la que se eleva la concepción tradicional de la
culpabilidad material) ya que, dándose la capacidad de guiar el comportamiento según la previa
216
comprensión del carácter ilícito del hecho, no obstante, se comete el delito. Si fuera así, se
estaría exigiendo algo que, como vimos, es básicamente indemostrable en el caso concreto.
a) Inimputabilidad.
b) Semiimputabilidad.
217
de una medida y una pena de acuerdo al sistema vicarial en los términos establecidos en los
arts. 99 y 104 CP.
El trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por el sujeto
con el propósito de cometer el delito o hubiera previsto o debido prever su comisión.”
218
Artículo 101. “1. Al sujeto que sea declarado exento de responsabilidad criminal conforme al
número 1º del artículo 20, se le podrá aplicar, si fuere necesaria, la medida de internamiento para
tratamiento médico o educación especial en un establecimiento adecuado al tipo de anomalía o alteración
psíquica que se aprecie, o cualquier otra de las medidas previstas en el apartado 3 del artículo 96. El
internamiento no podrá exceder del tiempo que habría durado la pena privativa de libertad, si hubiera
sido declarado responsable el sujeto, y a tal efecto el juez o Tribunal fijará en la sentencia ese límite
máximo”
Tradicionalmente se distingue entre tres tipos de fórmulas para regular este tipo de
exención de responsabilidad criminal: las biológicas o psiquiátricas, las psicológicas y las mixtas
o biológico-psicológicas. Mientras que las primeras requieren una enfermedad o anormalidad
mental, las segundas se fijan ante todo en el efecto de la anomalía o el trastorno en el momento
del hecho. Las últimas, sin embargo, en las que se basa el actual Código Penal, se estructuran
sobre ambos extremos. En efecto, si nos fijamos bien en el art. 20.1º CP antes transcrito éste
requiere, por un lado, la existencia de una anomalía o alteración psíquica, y por otro, que a causa
de la misma no se haya podido comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
comprensión.
219
Corresponde analizar pues someramente lo concerniente a las distintas anomalías o
alteraciones psíquicas, por mucho que no sea esta la terminología más científica posible. Se
suele distinguir en la nosología psiquiátrica tradicional entre psicosis, oligofrenias, epilepsias,
psicopatías y neurosis, bien que con las debidas cautelas desde el punto de vista de la evolución
producida en este ámbito13:
- Las psicosis, entre las que se ubican las enfermedades mentales en sentido estricto, se
caracterizan por una perturbación cualitativa de la vida psíquica y, en ocasiones, conllevan la
pérdida de contacto con la realidad. Pueden ser endógenas respecto de las cuales se entiende
que vienen ocasionadas en buena medida por el propio organismo, o exógenas que vienen dadas
por un factor externo que afecta al funcionamiento del cerebro. Entre las primeras cabe
mencionar la esquizofrenia, la paranoia (o trastorno delirante crónico), la psicosis maníaco-
depresiva (o trastorno bipolar) y las epilepsias. Entre las segundas, las llamadas toxifrenias, como
la embriaguez patológica.
13
Véase el epígrafe redactado por Miquel Roca Bennassar en QUINTERO OLIVARES (1999, 73-101).
Asimismo, CARRASCO / MAZA, 2010, 135 ss.
220
atenuante analógica; d) los llamados torpes o border lines, cuyo coeficiente mental supera el
70%, son considerados en general imputables.
221
que tener en cuenta, además, que la redacción actual de la eximente (“a causa de cualquier
anomalía o alteración psíquica”) puede comprender perfectamente los trastornos de la
personalidad. Con todo, el gran problema en este ámbito sigue siendo la ausencia de medidas
de seguridad y reinserción social específicas para psicópatas, ya que debido a su naturaleza y la
imposibilidad de curación a día de hoy, precisarían un tratamiento ad hoc. Por este motivo
buena parte de la doctrina propone la posibilidad de aplicar medidas específicas de
internamiento en centros de terapia social (CEREZO MIR, 2001, 74; SANZ MORÁN, 2003, 220).
- Las neurosis tienen que ver con reacciones exageradas o desproporcionadas ante
determinadas situaciones en forma de angustia, depresión, etc, como consecuencia de una
suerte de frustración ante el entorno. Como tales “reacciones psicógenas” de carácter funcional
se entiende que derivan directamente de una causa psíquica no somática. Por este motivo se
dice igualmente que representan una anormalidad de carácter cuantitativo, frente a las psicosis,
que tendrían un carácter cualitativo. En las llamadas neurosis obsesivas e impulsivas el Tribunal
Supremo ha llegado a aplicar un trastorno mental transitorio eximente, y en casos menos graves,
una eximente incompleta o una atenuante analógica.
Si nos fijamos en el inciso segundo del art. 20.1 º CP antes transcrito vemos que en el se
dice que “el trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por
el sujeto con el propósito de cometer el delito o hubiera previsto o debido prever su comisión”
Se plantean en dicho inciso dos problemas complejos. Por un lado, la constatación, que
proviene inalterada del art. 8,1º del anterior CP, cuyo origen está a su vez en el CP de 1932, de
que hay casos en los que la inimputabilidad proviene de una causa externa y tiene una duración
solo temporal. Causa y duración son por tanto los elementos diferenciadores respecto a las
anomalías y alteraciones de carácter no transitorio vistas con anterioridad. Con el Código Penal
de 1995 el legislador decidió regular separadamente los supuestos más característicos en la
eximente del art. 20.2º, que estudiaremos en el próximo epígrafe, lo que no es óbice para una
consideración conjunta.
222
a) El modelo de la excepción: parte de la base de que en estos casos se rompe el principio
de coincidencia entre injusto y culpabilidad que rige con carácter general según el cual se es o
no culpable en el momento de realización del hecho delictivo. Por ejemplo, si A se pone a si
mismo en una situación de “embriaguez plena” para matar a B y en ese estado le dispara, se
consideraría culpable al sujeto pese a que era inimputable en el momento de realización de la
acción típica.
De acuerdo a la Disposición Adicional Primera del Código Penal cuando una persona sea
declarada exenta de responsabilidad criminal por concurrir alguna de las causas previstas en los
números 1º y 3º del artículo 20, el Ministerio Fiscal instará, si fuera procedente, la declaración
223
de incapacidad ante la Jurisdicción Civil, salvo que la misma hubiera sido ya anteriormente
acordada y, en su caso, el internamiento conforme a las normas de la legislación civil.14
2º El que al tiempo de cometer la infracción penal se halle en estado de intoxicación plena por el consumo
de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras que produzcan
efectos análogos, siempre que no haya sido buscado con el propósito de cometerla o no se hubiese previsto
o debido prever su comisión, o se halle bajo la influencia de un síndrome de abstinencia, a causa de su
dependencia de tales sustancias, que le impida comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
comprensión”
Artículo 102. “1. A los exentos de responsabilidad penal conforme al número 2 del artículo 20 se les
aplicará, si fuere necesaria, la medida de internamiento en centro de deshabituación público, o privado
debidamente acreditado u homologado, o cualquiera otra de las medidas previstas en el apartado 3 del
artículo 96. El internamiento no podrá exceder del tiempo que habría durado la pena privativa de libertad,
si el sujeto hubiere sido declarado responsable, y a tal efecto el Juez o Tribunal fijará ese límite máximo en
la sentencia”.
La eximente regulada en el art. 20.2º del CP de 1995 prevé expresamente algo que venía
siendo considerado desde 1932 por la doctrina dominante una modalidad de trastorno mental
transitorio, pero refiriéndose no solo a la embriaguez, sino también a la intoxicación plena por
el consumo de drogas en general. Con dicho reconocimiento expreso queda claro que se trata
en esta medida de una enfermedad que tiene unos efectos capaces de eliminar o, en su caso,
14
Téngase en cuenta que mediante LO 1/2015, de 30 de marzo, se ha modificado la redacción del art. 25
CP que, a efectos del Código Penal, señala en su apartado primero que “se entiende por discapacidad
aquella situación en que se encuentra una persona con deficiencias físicas, mentales, intelectuales o
sensoriales de carácter permanente que, al interactuar con diversas barreras, puedan limitar o impedir su
participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás”, y que aunque
describe una situación material equivalente a la del art. 20.1 CP, se trata de un precepto que no proyecta
sus efectos sobre el sujeto activo del delito, sino respecto a las víctimas en los supuestos indicados por
legislador. Sin embargo, en el inciso introducido en la reforma mencionada en la pena de privación del
derecho a residir en determinados lugares o acudir a ellos regulada en el art. 48, se dice que “en los casos
en que exista declarada una discapacidad intelectual o una discapacidad que tenga su origen en un
trastorno mental, se estudiará el caso concreto a fin de resolver teniendo presentes los bienes jurídicos a
proteger y el interés superior de la persona con discapacidad que, en su caso, habrá de contar con los
medios de acompañamiento y apoyo precisos…”, por lo que el penado parece convertirse en el punto de
referencia (Vid. TAMARIT, en QUINTERO (Dir.), 2015, 72, 76).
224
disminuir la capacidad de culpabilidad del sujeto. Hay que tener en cuenta en cualquier caso que
también la eximente del art. 20.1º CP vista anteriormente es aplicable al consumo de esta clase
de sustancias cuando la anomalía o alteración psíquica proviene justamente de su consumo
(SUÁREZ-MIRA, 2000, 154).
Al mismo tiempo, según esa misma doctrina, se reconoce que según la intensidad o
afectación a la capacidad de culpabilidad, nos podemos encontrar ante las siguientes
constelaciones:
225
consecuencia del trauma físico y psíquico que se produce en el organismo debido a la brusca
interrupción del consumo o del tratamiento deshabituador.
ALTERACIONES EN LA PERCEPCIÓN.
226
Artículo 20. “Están exentos de responsabilidad criminal:
3º El que, por sufrir alteraciones en la percepción desde el nacimiento o desde la infancia, tenga alterada
gravemente la conciencia de la realidad”
Artículo 103. “1. A los que fueren declarados exentos de responsabilidad conforme al número 3º del
artículo 20, se les podrá aplicar, si fuere necesaria, la medida de internamiento en un centro educativo
especial o cualquier otra de las medidas previstas en el apartado tercero del artículo 96. El internamiento
no podrá exceder del tiempo que habría durado la pena privativa de libertad, si el sujeto hubiera sido
declarado responsable y, a tal efecto, el Juez o Tribunal fijará en la sentencia ese límite máximo”.
M INORÍA DE EDAD .
227
El Estado puede reaccionar -y lo hace- de modo diferenciado respecto de los menores,
estableciendo un sistema de sanciones también de naturaleza penal. Se trata de este modo de
conciliar la nueva concepción del menor como sujeto de derecho, con los postulados propios de
los modernos Estados sociales y democráticos de Derecho, así como con la opción
mayoritariamente sostenida en los ordenamientos jurídicos de nuestro entorno de establecer
unos sistemas de justicia de menores donde se regulan procesos para estos sujetos de
naturaleza penal. Se evita así al mismo tiempo el famoso “fraude de etiquetas” en perjuicio de
los menores, ya que sea cual sea el planteamiento jurídico-penal respecto a ellos lo que no es
tolerable es que se les trate con menos garantías que a los mayores, o que se quiera distraer la
atención respecto al carácter aflictivo de las sanciones (cada vez más rigurosas) que se les
imponen.
228
TEMA 15. LA CULPABILIDAD (III). ELEMENTOS DE LA
CULPABILIDAD. LA CONCIENCIA DE LA
ANTIJURIDICIDAD. LA EXIGIBILIDAD DE OTRO
COMPORTAMIENTO.
1. La conciencia de la antijuridicidad.
INTRODUCCIÓN.
El famoso brocárdico latino según el cual “ignorantia legis non excusat” reflejado en el
art. 6.1 del Código Civil (“la ignorancia de las leyes no exime de su cumplimiento”) parece
entrañar más una exigencia política, social y procesal, que una presunción absoluta iuris et de
iure de conocimiento del derecho por cada uno de los ciudadanos (QUINTERO / MORALES, 2010,
453). En efecto, el ordenamiento jurídico parte con carácter general de dicho conocimiento,
pues lo contrario equivaldría a una suerte de autonegación, pero nada obsta en el caso concreto
para tomar en cuenta el posible error en dicho conocimiento para el enjuiciamiento del caso
concreto.
229
Ahora bien, ¿cómo debe ser ese conocimiento? Según el punto de vista mayoritario no
se precisa un conocimiento referido al contenido exacto del precepto penal, sino que basta con
que el autor sospeche que el hecho cometido contradice las normas jurídicas, sin que sea
suficiente, por otro lado, una mera conciencia de la dañosidad o de la inmoralidad, si bien esta
última se puede convertir en un indicio de la vencibilidad del error de prohibición. En otras
palabras, el objeto de la conciencia de la ilicitud no equivale al conocimiento de la proposición
jurídica infringida, como tampoco al de la punibilidad del hecho.
EL ERROR DE PROHIBICIÓN.
Concepto y regulación.
Como ya se ha dicho, el error de prohibición es aquel que recae sobre la conciencia del
sujeto acerca del carácter antijurídico o prohibido de lo que se hace, a diferencia del
conocimiento constitutivo del dolo, que es aquel referido propiamente a lo que se hace y que,
como sabemos, debe proyectarse sobre todos y cada uno de los elementos del tipo objetivo.
El error de prohibición está regulado en el art. 14.3 CP que establece lo siguiente: “1. El
error invencible sobre la ilicitud del hecho constitutivo la infracción penal excluye la
responsabilidad criminal. Si el error fuera vencible, se aplicará la pena inferior en uno o dos
grados”.
230
Superada la posición de la jurisprudencia tradicional hasta los años 60 del pasado siglo
de la irrelevancia el error de prohibición sobre la base de que el error de derecho perjudica
(“error iuris nocet”) y no beneficia porque todos los ciudadanos están obligados a conocer las
normas jurídicas, el tratamiento dogmático del error de prohibición ha transitado por las
siguientes teorías, correspondientes a su vez con la evolución del concepto de delito:
La teoría del dolo representa el punto de vista sostenido por el concepto clásico de
delito, es decir, por el causalismo. Como ya sabemos, el dolo era para esta concepción del delito
una forma de culpabilidad (junto a la imprudencia) en cuyo interior se ubicaba tanto el
conocimiento y voluntad de realización del hecho típico como el conocimiento de la
antijuridicidad de la conducta (“dolus malus”). Esto conducía a un mismo tratamiento para el
error de tipo y el error de prohibición, bien que el causalismo hablara en su lugar de “error de
hecho” y “error de derecho”: en ambos casos el error invencible excluye el dolo y si es vencible
daría lugar a imprudencia (MIR, 2011, 553).
b) Teoría de la culpabilidad
231
o efectivo conformándose con uno potencial. Finalmente, si se tratase de un error burdo, la
culpabilidad quedaría intacta.
Como se deduce del propio tenor del art. 14 CP se distingue, en primer lugar, entre error
de prohibición vencible e invencible. Mientras que el primero conduce a una atenuación
obligatoria de la pena en uno o dos grados, el segundo excluye la responsabilidad criminal.
Puede decirse que los márgenes de admisibilidad del error son menores en relación con
los bienes jurídicos más básicos, en la medida en que se entiende que todo el mundo sabe que
matar, robar, violar, lesionar, etc, está prohibido. Ahora bien, ¿cuándo es vencible y cuándo
invencible? En términos generales se dice que todo error puede ser absoluto (invencible) cuando
cualquier persona en la situación del autor hubiera incurrido en él, mientras que sería relativo
232
(evitable) cuando un “hombre medio” en la situación del autor hubiera podido salir de él
informándose adecuadamente. Pero estas consideraciones son todavía demasiado genéricas ya
que, en el caso concreto, hay que tomar en cuenta una multiplicidad de factores, que van desde
la propia complejidad de la prohibición penal hasta las posibilidades de que disponía el sujeto
para informarse, que estarán a su vez en relación con su nivel cultural y cualidades profesionales.
En opinión de ROXIN (2008, §21/50) los medios para evitar un error de prohibición son
reflexión e información, pero esto no quiere decir que el error de quien no ha agotado estos
medios sea eo ipso vencible, sino que la vencibilidad depende de tres presupuestos o requisitos
que se basan uno en otro: a) el sujeto tiene que haber tenido un motivo para reflexionar sobre
una posible antijuridicidad de su conducta o para informarse al respecto; b) cuando exista un
motivo, el sujeto o bien no debe haber emprendido ningún tipo de esfuerzos para cerciorarse o
bien estos esfuerzos deben haber sido tan insuficientes que sería indefendible por razones
preventivas una exclusión de la responsabilidad; c) cuando el sujeto, pese a existir un motivo, se
ha esforzado en pequeña medida por conocer el Derecho, su error de prohibición es sin embargo
vencible solamente cuando unos esfuerzos suficientes le habrían llevado a percatarse de la
antijuridicidad.
El error de prohibición directo es el caso normal de error de prohibición, aquel que versa
sobre la norma de prohibición y consiste en la equivocación acerca de la antijuridicidad del
hecho, en los términos vistos más arriba.
Se entiende por error de prohibición indirecto el error sobre la propia existencia o límites
de una causa de justificación, que es considerado unánimemente un “error de prohibición
indirecto”, así como para la concepción finalista, también el “error sobre el presupuesto fáctico
de una causa de justificación.
Mientras que en el error de prohibición directo el autor no percibe como tal la norma
de prohibición que se refiere al hecho y cree por ello que su acción está permitida, en el error
de prohibición indirecto el autor cree erróneamente que en el caso concreto interviene una
norma contraria de carácter justificante, bien por desconocer los límites jurídicos de una causa
de justificación reconocida, bien por aceptar en su beneficio una causa de justificación que el
ordenamiento jurídico no reconoce (JESCHECK / WEIGEND, 2002, 491).
233
Con esto habríamos llegado al tercer elemento de la culpabilidad, la normalidad de las
circunstancias o exigibilidad de un comportamiento conforme a derecho, que, junto a la
imputabilidad y al conocimiento de la antijuridicidad, constituyen los requisitos para la
imputación de lo injusto a su autor. Mientras que las causas de inimputabilidad y el error de
prohibición se consideran “causas de exclusión de la culpabilidad”, las que afectan a la
exigibilidad se denominan también específicamente “causas de exculpación o de disculpa”.
Nótese que la idea de la exigibilidad y de las causas de exculpación procede de la teoría
normativa de la culpabilidad, ya que la teoría psicológica de la culpabilidad no se hallaba en
condiciones de aclarar la exclusión de esta última pese a la existencia de dolo o imprudencia.
EL MIEDO INSUPERABLE.
La eximente de miedo insuperable está prevista en el art. 20.6º. Con razón señala MIR
(2011, 609) que ni la concepción que ve en ella una causa de inimputabilidad, ni la que la
aproxima al estado de necesidad, resultan satisfactorias, sino que debe concebirse propiamente
como una causa de no exigibilidad. No se trata por tanto de un problema que afecte a la
capacidad mental del sujeto, y tampoco de un conflicto de intereses como aquel en el que basa
objetivamente la causa de justificación prevista en el art. 20.5º CP, sino de una amenaza que el
hombre medio no superaría y que afecta en esa medida a la normalidad motivacional del sujeto.
Puede tomarse como ejemplo el supuesto de hecho de la STS 180/2006 de 16 de febrero en el
que un trabajador inmigrante y originario de un país en el que funcionan activamente
organizaciones de delincuentes con capacidad importante de presión era obligado a “doblar”
tarjetas de crédito de los clientes del establecimiento en el que trabajaba bajo amenazas a su
familia. La eximente podría incluir también supuestos de exceso en la legítima defensa o bien
casos de legítima defensa putativa o creencia errónea en la existencia de la agresión ilegítima,
cuando el que se defiende actúa por miedo (STS 1428/2003, de 31 de octubre).
234
De la Jurisprudencia del Tribunal Supremo se pueden extraer algunos requisitos
constantes para la apreciación del art. 20.6º (SSTS 636/2011 de 02 de junio; 129/2011, de 10 de
marzo; 180/2006, de 16 de febrero; 778/2004, de 17 de junio, entre otras):
Aunque el estado de necesidad regulado en la eximente del art. 20.5º ya fue estudiado
en la Lección 12 dentro de las causas de justificación, en ese mismo lugar hubo oportunidad de
señalar que cuando el conflicto se da entre bienes de igual valor -como en el famoso caso de la
tabla de Carnéades en que un náufrago impide que otro náufrago se agarre al madero que se
hundiría con el peso de los dos- se ha estimado por la doctrina dominante y por la Jurisprudencia
(SSTS 1998/2000, de 28 diciembre; 1026/2003, de 11 de julio), de acuerdo a la teoría de la
diferenciación, que se trata de una causa de exculpación y no de una causa de justificación, que
se reservaría para el conflicto entre bienes de valor desigual.
Sin embargo, los partidarios de la teoría unitaria sostienen, por un lado, que “nada
impide que también aquí opere como causa de justificación, pues no se trata sólo de comparar
el valor de los bienes en conflicto, sino de enjuiciar si el sacrificio de uno de ellos para salvar el
otro era la única vía adecuada, dentro de los límites de exigibilidad normales en la vida
ordinaria”; y, por otro, que la redacción del art. 20.5º autoriza también el auxilio necesario, lo
235
que vendría a demostrar su naturaleza de causa de justificación en todos los casos, ya que de
otro modo su consideración como mera causa de exculpación, al dejar subsistente la
antijuridicidad, no debería afectar al extraño (MUÑOZ CONDE / GARCÍA ARÁN, 2010, 389). Una
interpretación intermedia sostiene que, siendo el art. 20.5º siempre una causa de justificación,
sin embargo, su correcta interpretación dejaría normalmente fuera de su alcance los conflictos
entre bienes iguales, por lo que estos casos deberían regularse acudiendo al miedo insuperable
o, en cuanto pueda resultar insuficiente, a una eximente analógica de estado de necesidad
exculpante (MIR, 2011, 608).
236
TEMA 16. LA PUNIBILIDAD.
1. Introducción.
Como ya sabemos, el delito es una conducta típica, antijurídica y culpable, si bien en
algunos casos es preciso analizar la presencia de algunos elementos adicionales que cabría
reconducir a la categoría ulterior de la punibilidad. Por este motivo y para poder tratar
sistemáticamente estos elementos se ha optado por dedicar una lección independiente a la
punibilidad, si bien en rigor es difícil sostener una categoría del delito autónoma referida a la
punibilidad, ya que en realidad se trata de supuestos que tan sólo impiden el castigo del delito
con carácter excepcional cuando es cometido por una persona determinada (como en el caso
de las excusas absolutorias) o bien por no concurrir un requisito de carácter objetivo que sin
pertenecer propiamente al injusto condiciona la objetiva relevancia jurídico-penal del hecho
(condiciones objetivas de punibilidad).
3. Fundamento.
POSICIONES BÁSICAS.
237
muy heterogéneos sobre los que es casi imposible hacer afirmaciones generales (ROXIN, 2008,
§23/6).
La doctrina aparece dividida en cuanto a la explicación última pues por un lado se intenta
argumentar que de un modo u otro estos elementos encuentran su sentido a partir de los
propios principios del Derecho penal, mientras que por otro se afirma que se trata simplemente
de dar prioridad a otros fines del Estado frente a los del Derecho penal. La primera posición pone
en duda que sea posible separar la política criminal de otras ramas de la política jurídica desde
la perspectiva de que la renuncia a la pena en estos casos es en último término una decisión
político-criminal que afecta a los fines del Derecho penal en la estructura del funcionamiento de
la sociedad. La segunda posición, por el contrario, separa lo uno de lo otro, en el sentido de la
renuncia a la pena como una decisión jurídico-política dado que el castigo sería pertinente en sí
mismo, pero no parece oportuno por otros motivos. Finalmente, una posición intermedia,
distingue entre “contramotivos” del castigo de naturaleza extrapenal, como en el caso de la
inviolabilidad parlamentaria, y otros que obedecen a criterios de naturaleza penal, como la idea
de que el autor merece indulgencia a causa del desistimiento voluntario de la tentativa
(JESCHECK / WEIGEND, 2002, 593).
En consonancia con la segunda dirección se manifiesta ROXIN que entiende que el hecho
de reconocer prioridad a otros fines del Estado frente a los del Derecho penal, aun no convierte
a la renuncia a la pena en una decisión político-criminal (ROXIN, 2008, §23/29), lo que permitiría
a su vez deducir limpiamente la consecuencia práctica de la absoluta irrelevancia del error a la
que nos hemos referido anteriormente.
El fundamento de este nuevo “eslabón” en la teoría del delito es visto por algunos
autores en la distinción entre merecimiento y necesidad de pena. Mientras que aquella
conducta que reúne las características comunes de todo delito sería merecedora de pena,
cuando concurre una “excusa absolutoria” o no se da la exigida “condición objetiva de
238
punibilidad” esto nos estaría indicando que la pena en esos casos, por los motivos político-
criminales de que se trate, no resulta necesaria. También podría formularse en el sentido del
“decaimiento de la suficiente necesidad de pena” (MIR, 2011, 145). Desde la segunda posición
básica mencionada más arriba, sin embargo, se trata de “casos en los que, en una ponderación,
las finalidades extrapenales tienen prioridad frente a la necesidad de pena” (ROXIN, 2008,
§23/21).
Aunque con carácter general tanto los términos “merecimiento” como “necesidad” de
pena son utilizados de modo difuso y con múltiples significados, parecería que estas tendencias
ponen el acento valorativo en el momento del “merecimiento” y el teleológico vinculado a los
fines del castigo en el de la “necesidad”. Según esta distinción una conducta típica, antijurídica
y culpable (merecedora de pena) representaría tan solo “una posibilidad de punición”, que sólo
estaría necesitada de pena si se añade una necesidad preventiva de punición. ROXIN identifica
este último estadio con la categoría ulterior que él denomina “responsabilidad”, pero entiende
que solo abarca aquellos casos en los que una conducta culpable queda impune porque no es
necesaria su sanción a efectos de prevención especial ni general. Para él el concepto de
necesidad de pena no afecta a las excusas absolutorias ni a las condiciones objetivas de
punibilidad puesto que aquí hay que afirmar no solo el merecimiento de pena sino también la
necesidad de pena, que simplemente “retrocede” ante otras finalidades del Estado (ROXIN,
2008, §23/39).
4. Clases.
Se reconoce la existencia de dos clases de elementos dentro de la punibilidad, los que
afectan a sujetos concretos, también llamadas causas personales de exención de pena (excusas
absolutorias) y aquéllos que benefician a todos los participantes en el hecho delictivo
(condiciones objetivas de punibilidad).
EXCUSAS ABSOLUTORIAS.
239
Condiciones objetivas de punibilidad.
Para que la conducta sea considerada punible, debe cumplir determinados límites vinculados al
hecho delictivo. Las condiciones objetivas de punibilidad son requisitos añadidos por el
legislador a determinados preceptos penales que no pertenecen ni a la tipicidad, ni a la
antijuridicidad, ni a la culpabilidad. Se caracterizan por su formulación positiva, es decir, si la
condición no concurre el hecho resultará impone para todos los intervinientes del delito.
Para Mir Puig, afectan al carácter penal de la antijuridicidad del hecho, entendiendo que en el
tipo penal se incluyen tanto los presupuestos específicos de la acción de la norma primaria,
como los presupuestos de aplicación de la norma secundaria. Esta posición guarda relación con
el injusto penal típico en base a la gravedad de hecho y a consideraciones político-criminales
distintas y hasta independientes del mismo.
240