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teorema

Vol. XLI/2, 2022, pp. 5-13


ISNN 0210-1602
[BIBLID 0210-1602 (2022) 41:2; pp. 5-13

Presentación

Antoni Gomila y Diana I. Pérez

Pensemos (recordemos) una situación con un ser amado (un hijo/a,


una pareja, un amigo/a). Lo abrazamos y nos devuelve el abrazo, acari-
ciándonos la espalda. Nos alejamos unos centímetros, lo miramos a los
ojos y nos devuelve la mirada. Extendemos nuestra mano y extiende la
suya, agarrándola con suavidad y firmeza, cierra su mano sobre la nues-
tra, y cerramos la nuestra sobre la suya1. Las circunstancias que rodean a
esta interacción de segunda persona pueden ser muy variadas: un reen-
cuentro después de algún tiempo sin verse, el acompañamiento a nuestro
ser querido en un difícil momento de su vida (una separación, la noticia
de una enfermedad, una muerte), una felicitación por un logro reciente,
etc. Sin mediar palabra, nos entendemos mutuamente. Entendemos que
nuestro amigo/hijo/pareja está contento por el reencuentro, nos acompa-
ña en nuestro dolor o nos felicita por nuestro logro. Y nuestra respuesta
corporal, nuestro abrazo, nuestra mirada revela nuestro agradecimiento.
Esta comprensión de las razones que lo llevaron a realizar las acciones que
hizo que se revela en nuestra respuesta corporal, supone una atribución
psicológica desde la perspectiva de la segunda persona, el tipo de atribu-
ción mental que realizamos en este tipo de interacciones.
Nuestra experiencia cuando nos tocan, nos abrazan o nos miran, es
una experiencia peculiar, diferente de la que tenemos cuando vemos a al-
guien tocar o mirar a una tercera persona. Si alguien nos toca o mira, inme-
diatamente entendemos qué busca de nosotros y reaccionamos –también
inmediatamente– en respuesta (aunque podemos equivocarnos). No so-
pesamos razones, no realizamos inferencias, no deliberamos acerca de
qué curso de acción tomar, simplemente respondemos a esa mirada, a
esa caricia. Por supuesto, podemos tomar distancia, dudar, reflexionar y
responder de una manera no inmediata, sino reflexiva y calculada. Esta es
la respuesta que damos cuando cambiamos de perspectiva y adoptamos
la perspectiva de tercera persona ante la mirada o la caricia ajena. Pero

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sin duda quien nos haya tocado se da cuenta de si nuestra respuesta ha si-
do calculada o no, si hubo unos segundos de duda o si fue inmediata la
respuesta con una caricia a la que se nos hizo. Somos sensibles al tiempo
de reacción del otro ante nuestra acción, medido en milésimas de segundo.
Ciertamente, podemos emocionarnos hasta las lágrimas al ver en
una película una escena como la descrita al principio, realizada por dos
buenos actores. Sin duda comprendemos este tipo de interacciones no
sólo cuando las vivimos, sino cuando las vemos en la piel de dos indivi-
duos que no somos nosotros. Comprendemos lo que ocurre en una in-
teracción de segunda persona aun cuando no seamos uno de los
individuos en la interacción y, sin embargo, la experiencia en mi propio
cuerpo cuando me tocan o cuando me miran no es la misma que cuando
veo a los actores mirándose el uno al otro, aun cuando el director sea
muy hábil y maneje los planos para que yo me sienta mirado por el ac-
tor/actriz en cuestión. Porque la interacción no es conmigo. Es con otro.
El que responde a esa mirada, a esa caricia, es otro. No soy yo. Yo no es-
toy participando de esa interacción de segunda persona, soy, otra vez, un
mero observador. La distancia, la falta de inmediatez no está ahora en mi
mente (no nos pusimos a reflexionar sobre lo que ocurre) sino que es fí-
sica, mi cuerpo no está donde está ese otro que me mira y que no puede
tocarme. Y mis formas de reacción entonces, no son las mismas, no ex-
tiendo mi mano, ni miro sus ojos. Sigo mirando la escena, busco com-
prender la trama, la serie de eventos que se suceden ante mí.
En Social Cognition and the Second Person in Human Interaction [Routledge
(2021)] nos propusimos caracterizar y focalizar nuestra atención en fenó-
menos como los que describimos al principio. Se trata de lo que deno-
minamos “interacciones de segunda persona”. En el libro, sostenemos
que tales interacciones están mediadas por lo que llamamos “atribuciones
psicológicas de segunda persona”, que podrían llamarse también “atribu-
ciones psicológicas desde la perspectiva de segunda persona”. La tesis
que defendemos por medio de argumentos conceptuales y empíricos, es
que este tipo de atribuciones son las más básicas conceptual, ontogenéti-
ca y filogenéticamente, dado que estas interacciones proporcionan las
oportunidades para adquirir los conceptos de estado mental que se atri-
buyen, y constituyen la vía de entrada a la comprensión de lo mental. Por
ello, todas las formas de interacción humana las presuponen y todas las
formas de atribución psicológica se derivan de ellas. También argumen-
tamos que estas formas de atribución psicológica son distintivas, en el
sentido de que no pueden reducirse, ni se agotan en las formas de atribu-
ción psicológica que postulaban canónicamente la teoría de la teoría (que

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adopta la perspectiva de tercera persona como vía de acceso a lo mental)


ni la teoría de la simulación (que adopta la perspectiva de primera perso-
na como básica). Por ello, denominamos a nuestra propuesta “Perspecti-
va de segunda persona de la atribución mental”2.
Si bien no propusimos una definición de qué es una interacción de
segunda persona, sí dimos varios ejemplos, en los que mostramos que es-
tas interacciones pueden ser competitivas o cooperativas, agradables o
incómodas, simétricas o asimétricas, verbales o no verbales, reguladas o
no por normas, cotidianas, deportivas o artísticas, emocionalmente car-
gadas o desapasionadas. Sin embargo, todas ellas tienen un denominador
común: están a travesadas por atribuciones de segunda persona, que ca-
racterizamos como atribuciones automáticas, prácticas, implícitas, trans-
parentes, recíprocamente contingentes y dinámicas [pp. 17-23].
El interés por la idea de la segunda persona ha experimentado un
crecimiento muy notable en la última década. Como suele ocurrir en filo-
sofía, ese interés se manifiesta de modo plural, con propuestas teóricas
distintas, más o menos radicales. La nuestra, por su compromiso con la
corporeidad de lo mental y con una concepción dinamicista de las repre-
sentaciones mentales, se sitúa en el campo del postcognitivismo. Pero, a
diferencia de otras propuestas postcognitivistas del ámbito de la cognición
social, la perspectiva de segunda persona que defendemos se caracteriza
por otorgar un rol central a las emociones y a las habilidades conceptuales
en las atribuciones. En efecto, sostenemos que las interacciones iniciales de
segunda persona son, básicamente, encuentros afectivos [§ 5.1], y que las
primeras atribuciones psicológicas, que se realizan desde esta perspectiva
son atribuciones de emociones e intenciones en la acción [cap. 3)], funda-
das en la percepción directa de este tipo de estados afectivos en virtud de
la existencia de expresiones emocionales que revelan nuestros estados psi-
cológicos, así como acciones básicas que son percibidas directamente reve-
lando las intenciones del agente [§3.4. y 5.2.].
También son las emociones las que nos permiten adquirir las pri-
meras habilidades conceptuales que son necesarias para realizar atribu-
ciones psicológicas [§ 5.3]. Sostenemos que en el transcurso de los
primeros años de vida los infantes humanos adquieren progresivamente
habilidades conceptuales cada vez más complejas, que van de la mano
del desarrollo lingüístico, y que permiten al individuo realizar progresi-
vamente atribuciones psicológicas cada vez más sofisticadas. Y que, si
bien la adquisición de estas habilidades conceptuales ocurre característi-
camente en interacciones de segunda persona, una vez adquiridas habili-
tan al sujeto a realizar atribuciones psicológicas de primera, de segunda y

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de tercera persona, en el contexto de interacciones de segunda persona o


fuera de ellas. Estas atribuciones desde la perspectiva de la segunda per-
sona, sostenemos finalmente, son ubicuas en nuestras vidas y subyacen a
muchas prácticas humanas, como el arte [cap. 9] o la evaluación moral
[cap. 10].
En este monográfico se recogen una serie de doce trabajos que
muestran esta diversidad de enfoques y preocupaciones en relación a la
noción de una perspectiva de segunda persona. Se pueden agrupar en
tres grupos principales, de cuatro trabajos cada uno: los que discuten
nuestra propuesta y cuestionan alguna de nuestras tesis; los que la desa-
rrollan en algún sentido, tomándola como punto de partida; y los que
plantean otras cuestiones relacionadas con la idea de segunda persona
que no tratamos en el libro.

En el primer grupo, cabe ubicar los trabajos de JOSEP CORBÍ,


MIGUEL ÁNGEL SEBASTIÁN, JUAN CARLOS GÓMEZ y FERNANDO G.
RODRÍGUEZ. Josep Corbí y Miguel Ángel Sebastián ponen en cuestión la
pretensión de considerar distintiva o fundamental –respectivamente– la
perspectiva de segunda persona.

En “The Distinctivness of Second-Person Mental Attributions”, Corbí


concede que las atribuciones de segunda persona son centrales, y que re-
conocerlas obliga a revisar el contraste entre la perspectiva de primera y de
tercera persona, pero argumenta que nuestro libro no establece que sean
distintivas. A su modo de ver, las atribuciones de segunda persona no se
diferencian de las de tercera persona porque ambas son triádicas y pue-
den involucrar contenidos proposicionales. Sus argumentos se basan en
que las características de las atribuciones de segunda persona –que son
automáticas, directas, transparentes, prácticas, ...– pueden predicarse
también de las atribuciones de tercera persona, dado que toda atribución
es triádica, involucra tanto a los interactuantes como a su mundo com-
partido, y tiene un contenido proposicional que puede ser expresado
(verbalmente o no). Su visión de fondo es que las atribuciones de segun-
da persona son centrales, porque son primitivas y las de tercera se basan
en ellas, pero no por ello tienen un carácter distintivo.
Por su parte, Sebastián en “Second-Person Interactions are Fun-
damentally First Personal” defiende que las atribuciones de segunda per-
sona dependen de algún modo de la experiencia consciente, y en esa
medida, de la perspectiva de primera persona, entendida no como acceso
privilegiado, sino como contenidos que pueden ser compartidos. Su ar-

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gumento central radica en que el modelo presentado en el libro sobre la


adquisición de los conceptos psicológicos necesarios para la atribución
hace referencia en alguna medida a la perspectiva de primera persona, a
experiencias conscientes, lo cual no es problemático una vez se asume
una concepción de los contenidos fenoménicos que evita que el sujeto de
la atribución forme parte del contenido atribuido (por lo que no se re-
quiere la capacidad de distinguir entre yo/otro para tales atribuciones).
Además, sostiene que la interacción no es necesaria y suficiente para la
adquisición de los conceptos psicológicos. De nuevo, la conclusión que
se deriva de esta argumentación es que las atribuciones de segunda per-
sona no serían distintivas.
Juan Carlos Gómez, que fue de los primeros en acuñar la expresión
“representaciones de segunda persona”3, y ha desarrollado su propia con-
cepción de las atribuciones de segunda persona, discrepa también de nuestro
planteamiento. En “Intentionality in the Second Person: An Evolutionary
Perspective”, cuestiona que las características que consideramos distinti-
vas de las atribuciones de segunda persona lo sean efectivamente. Así,
argumenta que las atribuciones de segunda persona no se diferencian de
las de tercera porque las primeras sean directas y las segundas inferencia-
les, puesto que alguna evidencia apunta a que niños de tres meses serían
ya capaces de atribuir estados mentales de modo directo en tercera per-
sona, como sería el caso del reconocimiento de la dirección de la mirada
de alguien a quien se observa. Del mismo modo, también defiende que
puede haber atribuciones de tercera persona que sean semánticamente
transparentes. A su modo de ver, frente a nuestra caracterización, lo que
es distintivo de las atribuciones de segunda persona es la estructura pecu-
liar de las relaciones intencionales que se generan, bidireccionales, por la
reciprocidad de las atribuciones mutuas, que se manifiesta en la expe-
riencia de la interacción, cuya importancia evolutiva se concreta en hacer
posible la comunicación ostensiva.
Fernando G. Rodríguez, por su parte, en “Psicología de la infancia
temprana y segunda persona. Investigación empírica y teoría”, ofrece una
revisión de las formas principales de interacción adulto-bebé en la infan-
cia temprana, como el entonamiento afectivo, las proto-conversaciones, la
atención conjunta o los gestos comunicativos. Acepta la relevancia del en-
foque de segunda persona para dar cuenta del desarrollo de la cognición
social, sobre todo en relación a la integración multimodal y temporal de
procesos perceptivos e interoceptivos que da lugar a la coordinación inter-
activa. Pero discrepa de nuestra caracterización del proceso en un punto
clave: sostiene que, al menos para ciertas formas de interacción, el punto

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de partida debe caracterizarse como la experiencia de un “nosotros”, en


lugar de la interacción entre un yo y un tú. Algunas experiencias iniciales,
en su opinión, se caracterizan por un compartir profundo, sin individua-
lidad. La distinción yo/tú, desde este punto de vista, emergería poste-
riormente en el desarrollo.

El segundo grupo lo componen los trabajos de ISABEL MARTÍNEZ (y


colaboradores), CAROLINA SCOTTO, PAMELA BARONE (y colaboradoras),
y ALEJANDRO MANTILLA. Tienen en común tomar nuestra forma de en-
tender la perspectiva de segunda persona como punto de partida para ex-
plorar otras cuestiones, o profundizar en la caracterización propuesta.

Martínez et. al en “Second Person Attributions in Jazz Improvisa-


tion” presenta un estudio empírico sobre el modo en que los músicos de
jazz ajustan sus respectivas interpretaciones a las de los demás partici-
pantes en una jam session. En este caso, nuestra propuesta sirve de base
para el planteamiento de las hipótesis del estudio. Así, se parte de que la
coordinación que constituye el objetivo deseable de los participantes no
es cuestión de mera sincronización, o de que uno de los músicos adopte
un rol de liderazgo que los demás se limitan a seguir, pues para conseguir
la coordinación deseada cada músico debe hacer atribuciones sutiles so-
bre las intenciones de los demás, sobre la base de su conducta manifiesta,
que incluye no sólo la musical (regulada por normas propias del género,
que los participantes deben conocer, sobre armonías, ritmos, fraseo, en-
tradas y finales), sino también la expresiva a nivel corporal y gestual. El
estudio se centra en dúos de músicos sin experiencia previa de tocar jun-
tos, y combina la metodología observacional (de las ejecuciones y los
movimientos de los músicos) con entrevistas posteriores, con el objetivo
de identificar las claves expresivas de las que se sirven los músicos para
reconocer las intenciones de su compañero.
El trabajo de Carolina Scotto “La segunda persona y la pragmática
de la comunicación cara-a-cara” desarrolla un planteamiento pragmático
de la comunicación que integra tanto los elementos no verbales como los
verbales. En este sentido se distancia de la pragmática del lenguaje están-
dar, que desvincula la dimensión intencional de las proferencias lingüísti-
cas, y su necesario reconocimiento por parte de la audiencia, para que la
comunicación sea exitosa, de los gestos, movimientos y demás elementos
simbólicos no verbales que median necesariamente estos procesos de
manifestación de las intenciones comunicativas y su reconocimiento. Di-
cho de otro modo, el “significado del hablante” en un intercambio co-

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municativo no depende exclusivamente de los elementos verbales presen-


tes, lo cual sugiere un programa de investigación inverso, el de la “pragmá-
tica primero”, a la hora de plantear la naturaleza sígnica del lenguaje.
Los otros dos trabajos utilizan la perspectiva de segunda persona
como base para replantear la cuestión de la naturaleza de las personas y
los límites de la comunidad moral. Barone et. al. en “Are Young Children
and Non-Human Primates Persons? An Account from the Second-
Person Perspective”, desarrolla una respuesta original a la cuestión de si
los niños prelingüísticos y los primates no humanos son personas, en
debate con la propuesta liberal de Mark Rowlands, para quien es sufi-
ciente con sentir emociones para ser considerado persona, y con la pro-
puesta restrictiva de Stephen Darwall, para quien sólo los seres racionales
deben ser considerados personas. La propuesta consiste en defender que
es persona quien puede entrar en interacciones de segunda persona,
quien puede, por tanto, hacer adscripciones de segunda persona y ser ob-
jeto de tales adscripciones, en el curso de una dinámica interactiva. Las
autoras sostienen que este criterio da mejor cuenta de la existencia de los
casos fronterizos y ofrece una caracterización naturalista, en lugar de
normativa, de la clase de las personas como sujetos morales.
De modo análogo, Alejandro Mantilla, en “Personalidad, responsabili-
dad y humanidad. La noción de ‘persona’ en la segunda persona” examina la
relación entre nuestra perspectiva de segunda persona y la propia noción de
persona. En este caso, la reflexión se dirige a poner de manifiesto el ori-
gen interactivo de las condiciones que suelen caracterizar la condición de
persona (por parte de Harry Frankfurt o Dan Dennett, por ejemplo),
como la autoconciencia, la racionalidad, o la conducta verbal. También
plantea las implicaciones de la perspectiva de segunda persona para el
debate sobre la identidad personal y sobre el fundamento de la obliga-
ción moral.

En el tercer grupo cabe situar los trabajos de IRAKLI DEKANOZISHVILI,


VÍCTOR VERDEJO, MANUEL LIZ y JESÚS VEGA.

Irakli Dekanozishvili, en “Ethics of Recognition and The Second-


Person Standpoint”, recoge el reciente debate entre Stephen Darwall y
Axel Honneth sobre la relación entre la segunda persona y el fundamen-
to de la moralidad. Darwall, que tuvo un papel muy importante en intro-
ducir la noción de segunda persona en el contexto de la ética normativa,
con su libro The Second-Person Standpoint. Morality, Respect and Accountability
[Harvard University Press (2006)], adopta un planteamiento contractua-

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lista que exige que cada agente moral se relacione con los demás sobre la
base del respeto, y que deja fuera del ámbito del deber las que llama “ac-
titudes del corazón” (como el amor o la gratitud). Frente a esta exigencia
propia del formalismo kantiano, Dekanozishvili recoge la línea argumen-
tal de Honneth que sitúa en el reconocimiento de la singularidad concre-
ta de cada agente, la exigencia moral básica. Irakli, en su trabajo, critica la
concepción normativa y analítica de la segunda persona de Darwall y
propone una concepción alternativa vinculada al imperativo que nos
plantean las necesidades humanas ajenas.
El trabajo de Víctor Verdejo “The Second Person Perspective and
the ‘You’–Rule” se sitúa en el contexto del debate sobre la existencia de
“pensamientos de segunda persona” desde la perspectiva neofregeana,
estados cuyo contenido se expresa mediante un pronombre de segunda
persona. Su argumento es que tales propuestas no consiguen lo que se
proponen, esto es, mantener el principio fregeano de que el sentido de-
termina la referencia, puesto que la mera presencia de un “tú” en el con-
tenido de un pensamiento es insuficiente para establecer su referente.
Jesús Vega, por su parte, plantea la cuestión de la segunda persona en
el contexto de la epistemología. En su “La segunda persona en Epistemo-
logía” recoge los debates habidos sobre la noción de razones epistémicas
de segunda persona, que se han centrado en torno a la dimensión interper-
sonal del testimonio y de la deliberación. Frente a quienes consideran que
la cuestión de la verdad es independiente de las relaciones interpersonales
entre los agentes epistémicos, se muestra la importancia de la confianza y
el respeto como actitudes de segunda persona que median la toma en
consideración y el valor de los actos de decir de aquellos con quienes lle-
vamos a cabo la acción conjunta de compartir conocimiento.
Por último, Manuel Liz, en “Elusive Aspects in Personal Attributions”,
relaciona la cuestión de las atribuciones con la naturaleza de las personas.
Las atribuciones son personales por su contenido y porque quien las hace
son personas. Su tesis es que las personas se caracterizan a nivel ontológico
por hacer tales atribuciones, y especialmente, por ser inagotables. La elusivi-
dad consiste en que ninguna combinación de perspectivas y atribuciones
consigue captar completamente la vida mental de una persona. A diferen-
cia del ejemplo del sonido de la hoja que cae en el bosque cuando no hay
nadie para escucharlo, la elusividad en el caso de las personas no es cir-
cunstancial, derivada de la perspectiva concreta y determinada desde la que
se hace cualquier atribución, sino que es constitutiva y distintiva, de las
personas, en la medida, podría decirse, que las personas son esas entidades
que no cejan en su esfuerzo de entenderse, de autointerpretarse.

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Esperamos que este volumen resulte de interés a los lectores de


teorema. Creemos que constituye una aportación valiosa al debate sobre
la atribución mental. Queremos agradecer su contribución a todos los
autores que hemos podido incluir, así como también al del resto de pro-
puestas recibidas. El agradecimiento final es para Luis Valdés, como di-
rector de teorema, por la invitación a actuar como editores.

Departament de Psicología Instituto de Investigaciones Filosóficas IIF


Universitat de les Illes Balears SADAF-Conicet
Cra. de Valldemossa, km 7.5. Bulnes 642 (1176) C.A.B.A., Argentina
07122 Palma (Illes Balears) E-mail: dperez@filo.uba.ar
E-mail: antonigomila@gmail.com

NOTAS
1 Alternativamente: extiendo mi mano y la paso por el lomo de mi gata.
Ella encorva el lomo, y se mueve debajo de mi mano induciendo una segunda
caricia. Levanta su cabeza, maúlla, da vuelta y vuelve a frotarse debajo de mi
mano. Dejo mi mano quieta y ella se acerca mordisqueando suavemente mi de-
do. La vuelvo a acariciar, esta vez en la cabeza que mantiene erguida hacia mí.
2 Señalamos en varias ocasiones que usamos la palabra “perspectiva” en

dos sentidos diferentes [pp. 4-5; p. 108]. En primer lugar, usamos la palabra
“perspectiva” en lugar de “teoría” para denominar a nuestra propuesta teórica.
Por el otro usamos la palabra “perspectiva” para referirnos al punto de vista que
adopta quien realiza una atribución psicológica. En este segundo sentido, es que
sostenemos que esta perspectiva es la más básica, más básica que el punto de
vista de primera o de tercera persona, que también podemos adoptar. En el ca-
pítulo 7 nos ocupamos de argumentar que las tres perspectivas son indispensa-
bles en la vida adulta habitual y que constantemente cambiamos de una a la otra
en nuestras habituales formas de interacción.
3 GÓMEZ, J. C. (1996), “Second Person Intentional Relations and the Evolu-

tion of Social Understanding”; Behavioral and Brain Sciences 19, pp. 129–130. doi:
10.1017/S0140525X00041881.

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