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Presentación
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6 Antoni Gomila y Diana I. Pérez
sin duda quien nos haya tocado se da cuenta de si nuestra respuesta ha si-
do calculada o no, si hubo unos segundos de duda o si fue inmediata la
respuesta con una caricia a la que se nos hizo. Somos sensibles al tiempo
de reacción del otro ante nuestra acción, medido en milésimas de segundo.
Ciertamente, podemos emocionarnos hasta las lágrimas al ver en
una película una escena como la descrita al principio, realizada por dos
buenos actores. Sin duda comprendemos este tipo de interacciones no
sólo cuando las vivimos, sino cuando las vemos en la piel de dos indivi-
duos que no somos nosotros. Comprendemos lo que ocurre en una in-
teracción de segunda persona aun cuando no seamos uno de los
individuos en la interacción y, sin embargo, la experiencia en mi propio
cuerpo cuando me tocan o cuando me miran no es la misma que cuando
veo a los actores mirándose el uno al otro, aun cuando el director sea
muy hábil y maneje los planos para que yo me sienta mirado por el ac-
tor/actriz en cuestión. Porque la interacción no es conmigo. Es con otro.
El que responde a esa mirada, a esa caricia, es otro. No soy yo. Yo no es-
toy participando de esa interacción de segunda persona, soy, otra vez, un
mero observador. La distancia, la falta de inmediatez no está ahora en mi
mente (no nos pusimos a reflexionar sobre lo que ocurre) sino que es fí-
sica, mi cuerpo no está donde está ese otro que me mira y que no puede
tocarme. Y mis formas de reacción entonces, no son las mismas, no ex-
tiendo mi mano, ni miro sus ojos. Sigo mirando la escena, busco com-
prender la trama, la serie de eventos que se suceden ante mí.
En Social Cognition and the Second Person in Human Interaction [Routledge
(2021)] nos propusimos caracterizar y focalizar nuestra atención en fenó-
menos como los que describimos al principio. Se trata de lo que deno-
minamos “interacciones de segunda persona”. En el libro, sostenemos
que tales interacciones están mediadas por lo que llamamos “atribuciones
psicológicas de segunda persona”, que podrían llamarse también “atribu-
ciones psicológicas desde la perspectiva de segunda persona”. La tesis
que defendemos por medio de argumentos conceptuales y empíricos, es
que este tipo de atribuciones son las más básicas conceptual, ontogenéti-
ca y filogenéticamente, dado que estas interacciones proporcionan las
oportunidades para adquirir los conceptos de estado mental que se atri-
buyen, y constituyen la vía de entrada a la comprensión de lo mental. Por
ello, todas las formas de interacción humana las presuponen y todas las
formas de atribución psicológica se derivan de ellas. También argumen-
tamos que estas formas de atribución psicológica son distintivas, en el
sentido de que no pueden reducirse, ni se agotan en las formas de atribu-
ción psicológica que postulaban canónicamente la teoría de la teoría (que
lista que exige que cada agente moral se relacione con los demás sobre la
base del respeto, y que deja fuera del ámbito del deber las que llama “ac-
titudes del corazón” (como el amor o la gratitud). Frente a esta exigencia
propia del formalismo kantiano, Dekanozishvili recoge la línea argumen-
tal de Honneth que sitúa en el reconocimiento de la singularidad concre-
ta de cada agente, la exigencia moral básica. Irakli, en su trabajo, critica la
concepción normativa y analítica de la segunda persona de Darwall y
propone una concepción alternativa vinculada al imperativo que nos
plantean las necesidades humanas ajenas.
El trabajo de Víctor Verdejo “The Second Person Perspective and
the ‘You’–Rule” se sitúa en el contexto del debate sobre la existencia de
“pensamientos de segunda persona” desde la perspectiva neofregeana,
estados cuyo contenido se expresa mediante un pronombre de segunda
persona. Su argumento es que tales propuestas no consiguen lo que se
proponen, esto es, mantener el principio fregeano de que el sentido de-
termina la referencia, puesto que la mera presencia de un “tú” en el con-
tenido de un pensamiento es insuficiente para establecer su referente.
Jesús Vega, por su parte, plantea la cuestión de la segunda persona en
el contexto de la epistemología. En su “La segunda persona en Epistemo-
logía” recoge los debates habidos sobre la noción de razones epistémicas
de segunda persona, que se han centrado en torno a la dimensión interper-
sonal del testimonio y de la deliberación. Frente a quienes consideran que
la cuestión de la verdad es independiente de las relaciones interpersonales
entre los agentes epistémicos, se muestra la importancia de la confianza y
el respeto como actitudes de segunda persona que median la toma en
consideración y el valor de los actos de decir de aquellos con quienes lle-
vamos a cabo la acción conjunta de compartir conocimiento.
Por último, Manuel Liz, en “Elusive Aspects in Personal Attributions”,
relaciona la cuestión de las atribuciones con la naturaleza de las personas.
Las atribuciones son personales por su contenido y porque quien las hace
son personas. Su tesis es que las personas se caracterizan a nivel ontológico
por hacer tales atribuciones, y especialmente, por ser inagotables. La elusivi-
dad consiste en que ninguna combinación de perspectivas y atribuciones
consigue captar completamente la vida mental de una persona. A diferen-
cia del ejemplo del sonido de la hoja que cae en el bosque cuando no hay
nadie para escucharlo, la elusividad en el caso de las personas no es cir-
cunstancial, derivada de la perspectiva concreta y determinada desde la que
se hace cualquier atribución, sino que es constitutiva y distintiva, de las
personas, en la medida, podría decirse, que las personas son esas entidades
que no cejan en su esfuerzo de entenderse, de autointerpretarse.
NOTAS
1 Alternativamente: extiendo mi mano y la paso por el lomo de mi gata.
Ella encorva el lomo, y se mueve debajo de mi mano induciendo una segunda
caricia. Levanta su cabeza, maúlla, da vuelta y vuelve a frotarse debajo de mi
mano. Dejo mi mano quieta y ella se acerca mordisqueando suavemente mi de-
do. La vuelvo a acariciar, esta vez en la cabeza que mantiene erguida hacia mí.
2 Señalamos en varias ocasiones que usamos la palabra “perspectiva” en
dos sentidos diferentes [pp. 4-5; p. 108]. En primer lugar, usamos la palabra
“perspectiva” en lugar de “teoría” para denominar a nuestra propuesta teórica.
Por el otro usamos la palabra “perspectiva” para referirnos al punto de vista que
adopta quien realiza una atribución psicológica. En este segundo sentido, es que
sostenemos que esta perspectiva es la más básica, más básica que el punto de
vista de primera o de tercera persona, que también podemos adoptar. En el ca-
pítulo 7 nos ocupamos de argumentar que las tres perspectivas son indispensa-
bles en la vida adulta habitual y que constantemente cambiamos de una a la otra
en nuestras habituales formas de interacción.
3 GÓMEZ, J. C. (1996), “Second Person Intentional Relations and the Evolu-
tion of Social Understanding”; Behavioral and Brain Sciences 19, pp. 129–130. doi:
10.1017/S0140525X00041881.