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LA ELEGIDA

Sarah McAllen
La elegida

Junio 2023

© de la obra de Sarah McAllen

Instagram: @sarahmcallen_

Facebook: Sarah McAllen

Corrección: Sonia Martínez Gimeno

Portada: Sara González

No se permitirá la reproducción total o parcial de este


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transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros
medios, sin el permiso previo y por escrito de su autor.

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constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y
siguientes del Código Penal)
En la vida todo tiene un principio y un final.
Sin embargo, eso no significa que la historia se acabe,
más bien, que es el inicio de nuevas y fascinantes
aventuras.
Agradecimientos
Como siempre, quiero agradecer a todas mis fieles lectoras
y lectores, a mis queridas guardianas y guardianes. Durante
toda mi trayectoria como escritora habéis estado ahí,
apoyándome y dándome cariño. Sois parte de esta gran familia
que entre todos hemos formado.
A mí madre, mi hermano, mi marido y mi hija, por estar
siempre a mi lado. Sois el motor que me hace seguir adelante.
A mi correctora, Sonia Martínez Gimeno, gracias por tu
profesionalidad y eficiencia. Formamos un buen tándem.
Y en esta ocasión, también quisiera hacer una mención
especial a todos los personajes de esta serie. Gracias por todo
lo que me habéis dado a lo largo de estos seis libros. Me ha
costado mucho tener que deciros adiós, aunque no es un adiós
definitivo, porque formaréis parte de mí, y sé que de muchas
otras personas más que se han enamorado de vosotros tanto
como yo.
El juego de la sangre puede que llegue a su fin, pero no
nuestro amor por estos guerreros milenarios y sus parejas de
vida.
Sarah McAllen
PROFECÍA
Dice la profecía que habrá una bruja, renacida de un
tiempo lejano, que podrá reinar sobre todos los reinos,
humanos o sobrenaturales. Cuando el oráculo haga acto de
presencia, la bruja renacida se alzará, haciendo que el mundo
que conocemos hasta ahora desaparezca. El oráculo maligno
será el conductor para conseguir este objetivo, quedando
destruido sin remedio y enviado a los infiernos, donde arderá
por toda la eternidad.
Sin embargo, la portadora del sello será la única que
pueda mantener las fuerzas del mal a raya, ayudando a la
sanadora a proteger a los seis guerreros que velan por el
cumplimiento de la ley de la sangre. Cuando la reina perdida
aparezca, se abrirá el camino para encontrar la llave del bien
y del mal, que abrirá la puerta a la elegida, decidiendo de qué
lado caerá la balanza. El juego de la sangre ha comenzado,
¿te atreves a participar?
GUARDIANES DEL SELLO
Seis guerreros mitológicos que velan por que la ley de la
sangre se cumpla.
Una ley suprema, donde todos los elementos, terrenales o
mágicos, deben estar en equilibrio. Los protectores del sello se
encargan de controlar que nadie trate de hacerse poderoso, a
cambio de esclavizar al resto de especies.
Existen desde hace milenios, cuando una bruja llamada
Sherezade decidió que quería reinar sobre todos los seres que
existían en la tierra. Por ello, la Diosa Astrid dotó de poderes
a seis de los guerreros más fieros y los convirtió en los
guardianes del sello. Un sello que todos ellos llevan marcado
en su pecho, sobre el corazón.
Pero de algún modo, un grupo de brujos han conseguido
despertar de nuevo a Sherezade y la profecía se ha puesto en
marcha, ¿de qué lado caerá la balanza?
Capítulo 1
―¿Cómo se te ocurrió secuestrarla y encerrarla en tu
sótano? ―le reprochaba Abdiel con las manos en las caderas y
el ceño fruncido―. ¿Sabes que eso suena muy cercano a lo
que haría un psicópata?
Cuando le explicaron la nueva información que les dio la
Diosa Astrid sobre que Jessica, la hermana mayor de Sasha,
sería la destinada para empuñar la espada divina y derrotar a
Sherezade, el líder de los guardianes quiso hablar a solas con
Thorne para reprocharle el comportamiento que tuvo con la
joven humana.
―¿Y qué cojones pretendías que hiciera? ¿Que dejara que
continuara siguiéndome y exponiéndose a que la mataran?
¿Eso te hubiera parecido más apropiado, bror?
―Debiste haberme informado de que estabas teniendo
problemas con ella.
―No eran problemas ―afirmó categóricamente―. Es una
tocapelotas entrometida, pero podía hacerme cargo yo solo sin
necesitar tu supervisión, joder.
Abdiel enarcó una ceja.
―Ya veo que lo tenías todo bajo control y que ahora la
chica estará encantada de ayudarnos después del trato tan
amable que le has dispensado ―ironizó.
El vikingo gruñó y caminó de un lado a otro de la estancia.
―¿Quién coño se iba a imaginar que ella era la elegida
para vencer a Sherezade?
―Contando con que cada mujer con la que nos cruzamos
acaba convirtiéndose en una pieza clave de la profecía, no era
tan descabellado, ¿no crees? ―apuntó de forma acertada―.
Además, teniendo en cuenta que todas ellas se han convertido
en nuestras parejas de vida y que eres el último de nosotros
que conserva su soltería, no estaría de más que pensaras
seriamente que es muy probable que Jessica sea tu alma
gemela.
―¡Ni de coña! ―bramó horrorizado―. Esa harpía
tocacojones jamás podría ser mi pareja de vida. No me jodas,
bror. Acabaríamos matándonos.
―Lo que tú digas; no obstante, trata de ser más amable
con ella y de arreglar lo que estropeaste ―le pidió con
calma―. Aunque tengas razón y no os una ningún tipo de
vínculo sentimental, según nuestra Diosa, debes ser tú quien le
enseñe a usar la espada y, no quisiera que acabara empleando
sus habilidades contra ti y tener que recogerte en pedacitos.
¿Entendido?
―¿Amable? Con esa mujer no se puede ser amable, bror
―soltó entre dientes―. Me apuntó con un arma y me pateó
las pelotas. Por no hablar de su lengua viperina…
―Es una orden, Thorne ―le interrumpió con voz firme―.
Quiero que controles tu temperamento y te esfuerces en
adiestrarla lo mejor que sepas. No es un capricho, es una
misión muy importante y lo sabes. Confío en que harás lo que
debes, como siempre has hecho.
Draven y Sasha acompañaron a Thorne hasta su casa,
donde mantenía retenida a Jess. Los tres bajaron las escaleras
que conducían al sótano y justo antes de abrir la puerta, el
vikingo se volvió hacia ellos para advertirles:
―Esperad a que entre yo primero, no creo que esté de muy
buen humor y no quiero que os ataque a vosotros.
―Lo vas a tener complicado para que vuelva a confiar en
ti, bror ―bromeó el celta, divertido.
―No me toques los cojones ―refunfuñó, antes de meter la
llave en la cerradura y pasar dentro de la estancia.
Como preveía, nada más traspasar el umbral, la policía se
abalanzó sobre él armada con la pata de una silla, la cual había
destrozado. Le arrojó al suelo y se colocó a horcajadas encima
de su cuerpo, con actitud amenazante.
―¡Hijo de puta! ―gritaba a la vez que le golpeaba con
fuerza.
―¡Quieta, joder! ―le pedía intentando inmovilizarla
tomándola por las muñecas, no obstante, no quería hacerle
daño, por lo que no ejercía la fuerza suficiente para que dejara
de asestarle un golpe tras otro.
―Y una mierda ―espetó furiosa―. No vas a tenerme aquí
encerrada por más tiempo. Antes te mato, cabrón.
Dándole otro fuerte porrazo, le hizo una brecha en la
frente, que comenzó a sangrar copiosamente.
―Jess, detente ―intervino Sasha mirándola con los ojos
muy abiertos, sorprendida por su fiereza.
Nada más escuchar su voz, Jessica se levantó de encima
del guardián sin soltar su improvisada arma y se la quedó
mirando con la respiración entrecortada.
―¿Sash?
―Hola, Jess ―la saludó sonriendo con ternura.
―¿Estás bien? ―se aproximó a ella sin dejar de vigilar al
enorme vikingo que comenzaba a incorporarse―. ¿Qué te han
hecho?
―Nada, ellos no me han hecho nada ―le aseguró.
―¿Ellos? ―entrecerró los ojos―. ¿Quiénes son ellos?
―¿Qué tal? ―la saludó Draven apareciendo por detrás de
la artista.
Jessica, tan protectora como siempre, tomó a su hermana
por el brazo y la colocó detrás de ella, alzando la pata de la
silla por si tuviera que defenderse.
―¿Quién narices eres tú?
―No era este el modo en que me hubiera gustado
conocerte. En fin, es lo que hay. ―Se encogió de hombros el
guardián celta―. Soy Draven, tu cuñado.
¿Cuñado? ¿De qué estaba hablando aquel demente?
―¿Qué tipo de alucinógenos consumís vosotros dos?
―inquirió mirando a los guardianes alternativamente―.
Porque está claro que vuestros cerebros no funcionan
correctamente
―No te está mintiendo, Jess ―dijo su hermana a sus
espaldas―. Draven y yo estamos casados. Nos amamos.
La policía se giró levemente para poder mirarla.
―No puedes estar hablando en serio, Sash. ―Se sentía
confusa―. ¿Acaso te han lavado el cerebro? ¿Forman parte de
una especie de secta o algo así?
―No es nada de eso, debes creerme ―aseveró la artista.
―Si te calmas, te lo explicaremos todo para que puedas
entenderlo ―le pidió Draven tratando de acercarse a ellas.
―¡Que te jodan! ―espetó, intentando alcanzarle con la
pata de la silla para que no siguiera avanzando―. No me fío
de ti ni de tu sonrisa amistosa, y mucho menos de tu amigo el
gigante.
―Confía en mí, entonces ―le suplicó Sasha.
―Sash…
―Por favor ―insistió.
Se la quedó mirando a la espera de ver alguna muestra de
temor por su parte, algún indicio de que estuviera siendo
coaccionada o amenazada, sin embargo, no las halló.
Suspiró y bajó su improvisada arma.
―De acuerdo, te escucharé, pero no quiero que ellos se
acerquen a nosotras.
―Nos mantendremos a distancia ―aceptó el celta.
―Tampoco quiero permanecer más tiempo encerrada aquí
abajo.
―Era necesario para mantenerte a salvo retenerte aquí,
hembra ―respondió Thorne, intentando ser paciente como le
aconsejó Abdiel.
―¿A salvo de qué? No sé de qué coño estás hablando,
porque hasta ahora, el único peligro al que me he enfrentado
eres tú.
―Subamos arriba y te lo contaremos todo ―respondió el
cazador, haciéndose a un lado para que ellas pudieran salir
primero del sótano.
Tomando a su hermana de la mano, Jessica pasó por
delante de ellos sin perderles de vista en ningún momento.
Ascendió las escaleras de manera apresurada y cuando los
rayos del sol se reflejaron en su rostro, sintió un alivio
instantáneo. Se hizo a la idea de que moriría allí, siendo la
cautiva de aquel enorme motero, aunque tenía claro que no se
hubiera dado por vencida sin luchar. Ella jamás se rendía, no
formaba parte de su naturaleza.
―Sentémonos, estaremos más cómodos ―indicó Draven,
retirando una silla para que su pareja de vida se acomodara en
ella, cosa que hizo.
―Yo prefiero quedarme de pie ―dijo Jess desconfiada.
―¿Por qué nunca haces nada de lo que se te pide?
―inquirió Thorne, molesto con su actitud desafiante.
―¿Por qué no te vas a tomar por el culo, puto psicópata?
El vikingo apretó los puños y soltó un gruñido.
―Ahora mismo te pondría sobre mis piernas y te daría la
azotaina que te mereces por hablarme de ese modo.
―Te animo a intentarlo ―le retó―. ¡Venga, no te cortes!
―Se posicionó con los brazos abiertos y la pata de la silla aún
en su mano.
Thorne dio un par de pasos hacia ella, antes de que su
hermano le tomara por el brazo.
―Centrémonos en lo importante ―les pidió manteniendo
la calma que a los otros dos les faltaba―. Ya arreglaréis
vuestras diferencias más tarde.
―¿Arreglar nuestras diferencias? ―Jessica rio de forma
sarcástica―. Te aseguro que en cuanto me hayáis aclarado lo
que está sucediendo con mi hermana, no tendré nada más que
hablar con ese capullo. Es más, si vuelve a acercarse a mí, le
volaré la cara de un tiro sin pensarlo dos veces.
El vikingo frunció el ceño profundamente.
―Esto va a ser aún más complicado de lo que esperaba
―refunfuñó por lo bajo.
―Jess, Thornie no es tan malo como piensas ―le defendió
Sasha.
―¿Thornie? ―se carcajeó―. ¿Qué mierda de nombre es
ese?
―Escúchame bien, hembra, a ti no te permito llamarme así
―le advirtió acercándose a ella con el dedo índice en alto―.
Soy Thorne Ragnarson, un guerrero de casi mil cien años,
inmortal y que se alimenta de sangre, por lo que una mocosa
como tú no va a burlarse de mí. ¿Entendido?
La policía abrió la boca y le miró como si le hubieran
salido dos cabezas.
―Estás loco, joder.
―En realidad no, Jess ―intervino su hermana.
Se volvió hacia ella.
―¿Qué estás diciendo, Sash?
―Sé que es difícil de creer, pero todo lo que Thorne te ha
dicho es cierto ―insistió, mirándola directamente a los ojos
para que la creyera―. Son unos guerreros creados por una
Diosa y ahora, necesitan nuestra ayuda.
Aunque pareciera imposible, los ojos de Jessica se abrieron
todavía más. Puso las manos a ambos lados del rostro de su
hermana y escudriñó sus pupilas.
―¿Qué te han dado, Sash? ¿Te han drogado? Es eso,
¿verdad?
―No, claro que no.
―¿Has bebido? A ver, échame el aliento.
―No he bebido, Jess, y tampoco estoy loca, si esa es tu
siguiente pregunta ―espetó separándose un poco de ella―.
Comprendo que no puedas procesar todo esto, pero es verdad.
―Necesitamos que mantengas la mente abierta ―le pidió
Draven.
―Lo que necesitáis es un psiquiatra para que solucione
vuestro trastorno mental y, de paso, la manipulación que
habéis ejercido sobre mi pobre hermana ―aseveró tomando a
la artista de la mano y tirando de ella―. No estás bien, Sash,
tenemos que irnos de aquí para que pueda verte un médico.
―Estoy bien, te lo prometo.
―No es verdad, salta a la vista que no lo estás en absoluto.
―La arrastró hacia la puerta pese a su resistencia.
―Para, Jess, tienes que creernos.
―Debes de creerme tú a mí cuando te digo que estás
sufriendo alguna especie de síndrome de Estocolmo o algo así.
―Siguió tirando de ella―. Pero te pondrás bien, te lo juro.
―¡Jess, espera! ―Sasha forcejeó con ella para liberarse de
su agarre.
―Tranquilízate y ven conmigo. ―Trató de seguir
arrastrándola hacia la salida con más fuerza―. ¡Voy a
ayudarte!
―Ya estoy harto ―bramó Thorne acercándose a las
jóvenes y separándolas.
Tomando con firmeza por los hombros a la descreída
agente de policía, abrió su boca e hizo crecer sus colmillos,
con los cuales se mordió el brazo, arrancándose un trozo de
carne que escupió en el suelo. De sus labios goteaba sangre y
su mirada se veía fiera, cosa que hizo que a Jessica se le
erizara la piel y sintiera, por primera vez en su vida, un
profundo terror que amenazaba con paralizarla.
Sin embargo, decidida a no amedrentarse, le empujó por el
pecho y le golpeó en la cabeza con la pata de la silla que aún
llevaba sujeta.
―Jess, ¿qué haces? ―gritó Sasha―. ¿No vas a ayudarle?
―le preguntó a su marido, que sonreía de medio lado.
―Esto se nos está yendo de las manos ―suspiró Draven,
acomodándose en el sillón para ver el espectáculo en primera
fila.
―¡Me cago en mi puta vida! ―se quejó el vikingo, que
consiguió desarmarla e inmovilizarla para después colocarse a
espaldas de ella.
―¡Suéltame, hijo de puta! ―Jessica gritaba y se retorcía.
―No voy a soltarte hasta que te calmes.
―Y una mierda me voy a calmar ―dijo entre dientes―.
Acabas de arrancarte un pedazo de brazo. ¡Eres un puto
demente!
―Lo he hecho para que puedas comprobar por ti misma
cómo me curo en unos segundos y te creas lo que acabo de
explicarte.
Los ojos de la joven morena se dirigieron hacia el brazo
herido del guardián, que, como si fuera por arte de magia,
estaba casi curado al completo.
―No puede ser, es imposible ―murmuró aún incrédula.
―Ya ves que no es imposible, valquiria, así que respira
hondo, relájate y te soltaré.
Notando el cuerpo de la policía destensarse, Thorne abrió
los brazos liberándola, aunque lo primero que recibió en
cuanto tuvo las manos libres fue un puñetazo en toda la nariz.
―¡Qué cojones…! ―exclamó el vikingo llevándose las
manos a su tabique roto.
―Si es cierto que te curas tan rápido, déjame ver cómo tu
nariz vuelve a su estado natural, capullo ―espetó Jessica con
los brazos en jarras.
―No es una mala lógica ―terció Draven divertido,
ganándose una mirada enfurecida de su hermano.
Apretando los dientes, se recolocó el hueso de la nariz para
que se soldara recto, antes de acercarse más a la policía, que se
mantenía en guardia, y permitirle que comprobara cómo se
curaba casi de inmediato.
El ceño de la joven se frunció y tomando la nariz del
vikingo entre sus dedos, la toqueteó y apretó, cerciorándose de
que no se tratara de ningún truco.
―No tiene sentido, ¿cómo lo has hecho? ¿Es posible que
me hayas drogado a mí también?
―Olvídate de las malditas drogas, joder. Ya te he
explicado lo que pasa. Soy inmortal, hembra, pese a que te
niegues a creerlo ―respondió con sus ojos verdes oscuros
clavados en ella.
A pesar de que la mente lógica de Jessica le decía que
aquello era imposible, lo que acababa de presenciar le hacía
pensar en todo lo contrario.
Desvió su mirada hacia su hermana, que se acercó a ella
para tocarle el brazo y poder reconfortarla.
―Déjanos contártelo todo, Jess. Confía en mí―le
suplicó―. Sé que durante mucho tiempo yo perdí mi fe en ti y
no te dejé explicarte y es una cosa de las que más me
arrepiento en esta vida.
Un nudo se formó en la garganta de Jessica, que asintió a
duras penas, tratando de controlar las lágrimas que
amenazaban con escapar de sus ojos.
Capítulo 2
Sasha y Draven le explicaron a Jessica todo sin dejarse
ningún detalle. Mientras tanto, Thorne se limitaba a mirar por
la ventana del salón dándoles la espalda y con sus enormes
manazas dentro de los bolsillos de su pantalón de cuero.
La agente de policía se mantuvo en silencio, prestando
atención a cada cosa que decían, preguntando sus dudas y
asimilando que ese mundo de fantasía del que hablaban
pudiera llegar a ser real.
Para darle más realismo a sus palabras, Draven se hizo
invisible ante sus ojos y pese a que Jessica no entró en shock,
como llegó a temer, sí notó que cierto temor se encendió en el
fondo de su mirada gris verdosa.
―Lo que venís a decirme es que existen seres mágicos,
entre los que mi hermana y yo también estamos incluidas. ¿Es
eso?
―A grandes rasgos, sí ―concedió el guardián celta.
―Y que voy a tener que empuñar una espada creada por
los Dioses para salvar a la humanidad, ¿cierto?
―Así es ―asintió Sasha.
―Y además, para colmo, el gigante neandertal ese
―señaló a Thorne, que se encontraba en la otra punta del
salón― es el encargado de enseñarme a usarla.
―Hembra, no te consiento… ―comenzó a decir el
aludido acercándose a ella.
Sin embargo, su hermano le interrumpió para que la sangre
no llegara al río.
―Sí, el grandullón es muy diestro con la espada y estoy
seguro de que sabrá instruirte como es debido.
Jessica se pasó las manos por el cabello, retirándoselo del
rostro.
―No me puedo creer que vaya a dar por válida una
historia tan inverosímil. Lo que pasa es que me habéis dado
muestras de que puede ser cierta o, en el peor de los casos, de
que me he vuelto loca del todo y estoy alucinando, cosa que
tampoco descarto.
―Necesitamos tu colaboración, Jess, es muy importante
―le imploró su hermana con ojos suplicantes.
Emitiendo un suspiro, desechó sus últimas reticencias.
―Está bien, os ayudaré, y lo haré por ti, Sash ―dijo
mirándola directamente―. Para demostrarte lo importante que
eres para mí y que entiendas que nunca te dañaría
conscientemente.
―Lo sé.
―¿Lo sabes? ―Jessica se sorprendió de aquella
afirmación.
―Me encontré a Kyle por la calle y me lo contó todo ―le
explicó con los ojos brillantes―. Siento no haber querido
escucharte. He sido una idiota.
―Será mejor que las dejemos a solas ―sugirió Draven
―No tardéis demasiado, no tenemos tiempo que perder
con absurdas charlas femeninas ―protestó el vikingo, que se
ganó una peineta por parte de la policía.
Una vez las jóvenes estuvieron a solas, se sentaron en el
mismo sofá y se tomaron de las manos.
―Entiendo que desconfiaras de mí, todo apuntaba a que
me acosté con tu prometido a tus espaldas, no obstante, te juro
que en cuanto me enteré de que estaba contigo, rompí con él.
Nunca podría hacerte eso de forma deliberada.
―Kyle me lo dijo.
―De todos modos, tuve que explicártelo antes, pero
estabas tan feliz… Nunca en la vida te había visto sonreír del
modo en que lo hacías en esa época. ―Posó su mano sobre la
mejilla de su hermana pequeña―. Después pensé que no era
justo que esa felicidad fuera cimentada sobre una mentira, por
eso le exigí a Kyle que te lo contara todo, aunque nunca se
atrevió. Comprendo que te sintieras humillada cuando irrumpí
en medio de la boda y solté toda la verdad, pero ya era
demasiado tarde y no tenía otra opción. No quería que te
equivocaras, nunca me lo hubiera podido perdonar. Lo siento
mucho, Sash.
―Yo también lamento mi cabezonería y no haberte dado
la oportunidad de explicarte.
Ambas se abrazaron y lloraron por el tiempo que aquel
malentendido las mantuvo separadas.
―Si algún día me cruzo con tu exprometido, le felicitaré
por haber sido valiente, más vale tarde que nunca, ¿no?
―Respecto a eso, tengo algo que decirte ―repuso Sasha
separándose un poco de su hermana y secándose las lágrimas
que corrían por sus mejillas.
―¿De qué se trata? ―enarcó una de sus perfectas cejas
oscuras―. Porque si me dices que Kyle es un ser sobrenatural
también, me caigo de espaldas aquí mismo.
―No, no tiene nada que ver con eso ―dijo con una
expresión apenada―. Él… ha muerto, Jess. Durante una
revuelta organizada por Sherezade le mataron, fue justo
después de que me lo confesara todo.
La agente de policía apretó los dientes.
―Aún no conozco a esa bruja y ya me cae como el culo
―sentenció.
―¿Podéis dejaros de una puta vez de charlitas de mujeres
para que nos centremos en salvar el mundo? ―oyeron espetar
desde la cocina a Thorne con impaciencia.
―¿Ese tío es siempre tan gilipollas? ―inquirió Jessica
tentada a enviarle a la mierda.
―Cuando lo conozcas de verdad te darás cuenta de que es
un trozo de pan ―le aseguró Sasha con una sonrisa dulce
dibujada en los labios―. Perro ladrador, poco mordedor.
―Lo dudo ―objetó Jessica.
―Y haces bien en dudarlo ―proclamó el vikingo desde la
distancia, haciéndola poner los ojos en blanco.
Iban de camino al apartamento de Jessica para que cogiera
algunas de sus cosas, antes de embarcarse en aquella
inverosímil batalla mágica que le dijeron que tenía por delante.
―Esto es una jodida pérdida de tiempo ―refunfuñaba
Thorne―. Arriesgarnos a que Sherezade nos tienda una
emboscada para que la hembra coja algunos trapitos.
―¿Por qué no te vas a la mierda? ―espetó la aludida sin
dirigirle la mirada―. Nadie te ha pedido que vengas con
nosotros, así que pierdes el tiempo porque te da la real gana.
―Ojalá fuera cierto. Por desgracia, nuestra Diosa ha
decretado que sea tu instructor.
―¿Acaso tenemos la espada para que me instruyas? ―Se
detuvo y le enfrentó.
―Aún no, pero…
―Pero, pero, pero ―le imitó poniendo la voz ronca―. No
hay peros que valgan. Si tanto te molesta acompañarme, no lo
hagas. De hecho, me harías un favor si no me impusieras tener
que soportarte, capullo.
El enorme vikingo se cruzó de brazos.
―¿Podrías mostrarte más amable, hembra? Me pones muy
difícil que podamos colaborar si no dejas de insultarme.
Jessica se puso en jarras.
―Unos cuantos insultos es lo menos que te mereces. Me
has tenido secuestrada durante días, así que da gracias por que
aún tengas la cabeza sobre los hombros.
―¿No entiendes que lo hice porque temía que terminaran
hiriéndote por meter las narices donde no te llamaban? Si no
fueras tan tocapelotas, no hubiera tenido que tomar esa
drástica decisión.
―¿Tocapelotas? ―repitió ofendida―. Trataba de
averiguar dónde estaba mi hermana, por la que estaba muy
preocupada porque había desaparecido, ¿recuerdas?
―Ya ves que tu hermana está bien ―añadió señalando a la
joven artista.
―¿Bien? ―rio de forma sarcástica―. ¿Casada con un
vampiro de miles de años, y metida en medio de una guerra
iniciada por una bruja loca en la que arriesga su vida para
ayudaros? ―Enarcó una de sus cejas―. Déjame decirte que a
esto yo no le llamaría estar bien.
―¿Evans?
Aquella conocida voz a su espalda la hizo volverse y
encontrarse de frente con quien, durante años, fue su
compañero de trabajo.
―Miller, ¿qué tal? ―le saludó tensa.
Dylan ojeó a los acompañantes de Jessica, sin reconocer al
vikingo, ya que la vez que lo vio, Elion terminó borrándole la
memoria.
―Con demasiado trabajo, aunque te echo de menos,
compañera. ―Posó su mano sobre el brazo de Jess, que se
retiró hacia un lado―. ¿Cómo te va a ti?
―De maravilla ―respondió de forma escueta.
El agente Miller estudió de nuevo a los dos enormes
hombres que la acompañaban y frunció el ceño.
―¿Podemos hablar a solas?
―No creo que sea necesario.
―Jess, por favor…
―¿Qué es lo que quieres, Miller? Si te sientes culpable por
haber estado de acuerdo con que me suspendieran, no tienes
por qué hacerlo.
―Jessica, sé que estás molesta…
―¿Molesta yo? Para nada ―ironizó interrumpiéndole.
―El capitán Forbes está preocupado por ti, y yo también
―insistió de nuevo Dylan―. No has acudido a las visitas con
el doctor Holster, y es obligatorio para que puedas recuperar tu
placa.
―No pienso volver a ver a ese loquero.
―Jess…
―En este momento me importa bien poco volver a mi
puesto de trabajo ―le cortó de nuevo.
―¿Andas metida en problemas? ―susurró acercándose
más a ella y mirando de reojo a Thorne y a Draven.
―No ando metida en nada que tenga que preocuparte.
―Puedes confiar en mí.
Jessica soltó una carcajada.
―No, yo creo que no puedo ―negó con vehemencia―.
Me delataste cuando tuve mi problema y no me apoyaste en
esta ocasión tampoco.
―No podía apoyar los ataques de ira que estabas
sufriendo, Evans ―se justificó.
―¿Ataques de ira? ¿La pérdida de tu placa? ―intervino
entonces Sasha, que hasta aquel momento estuvo en silencio y
atenta a toda la conversación―. ¿Qué ha estado pasando en tu
vida, Jess?
―Nada, estoy bien ―se apresuró a asegurarle.
―Creo que no nos conocemos. Soy Dylan Miller, el
compañero de Jessica ―se presentó el joven, alargando una
mano hacia ella.
―Excompañero ―apuntó Jess de mala gana.
―Yo soy Sasha, su hermana. ―La joven aceptó su mano y
sonrió con amabilidad.
El agente entrecerró los ojos y los desvió hacia su amiga.
―¿La hermana con la que no te hablabas?
―No tengo otra ―bufó Jessica cruzándose de brazos a la
defensiva―. Tenemos algo de prisa, Miller. Me alegro de
haberte visto ―le despachó.
―Lo mismo digo. ―Hizo un leve asentimiento de cabeza,
siguiéndola con la mirada cuando se alejaba con paso rápido.
―Ha sido un placer, Dylan ―se despidió la artista.
―Sasha, tienes que cuidarla, no está bien ―le murmuró
para que solo ella le escuchara―. Jessica intenta hacerse la
fuerte, pero tiene problemas. Necesita ayuda para controlar su
temperamento.
―¿Desde cuándo está así y por qué?
―Sospecho que su falta de relación contigo ha tenido algo
que ver, a pesar de que nunca se ha mostrado muy
comunicativa al respecto.
―Gracias por preocuparte por ella, prometo intentar
ayudarla.
―Estoy convencido de ello.
Capítulo 3
Thorne estaba golpeando el saco de boxeo del lujoso
gimnasio que Mauronte tenía montado en su bloque de
apartamentos de lujo.
Necesitaba desestresarse después de haber pasado varias
horas en compañía de aquella exasperante mujer, y golpear
algo siempre le ayudaba a hacerlo.
―¡Maldita y deslenguada hembra! ―decía entre dientes,
asestándole otro fuerte puñetazo al saco, que, tras varios
golpes más, acabó soltándose de su anclaje en el techo.
―Menuda energía, mi guardián.
El vikingo, en guardia, se volvió hacia la voz femenina
hasta que se dio cuenta de que se trataba de la Diosa Astrid.
―Ah, eres tú ―comentó desganado quitándose los
guantes de boxeo.
―Es la hora de que la elegida y tú os pongáis en marcha y
vayáis a por la espada ―le dijo acercándose más a él.
―¿En serio? ―enarcó una ceja con sarcasmo―. ¿Y dónde
se supone que he de ir a buscarla? Porque yo no tengo ni puta
idea de dónde puede estar la jodida espada divina de la que
nos hablaste.
La hermosa mujer chasqueó los dedos, haciendo que un
pequeño rayo impactara contra el corpachón del vikingo.
―¡Mierda! ―exclamó dolorido―. ¿A qué cojones ha
venido eso?
―Háblame con más respeto, guardián, soy tu Diosa ―le
recordó.
―No me jodas.
Los ojos de la mujer parecieron relampaguear al escuchar
aquel nuevo improperio, pero prefirió no decir nada más al
respecto.
―Yo no puedo decirte dónde encontrar la espada divina,
no obstante, tú sabes donde hallarla y mi querida llave también
lo descubrirá ―le dijo de manera misteriosa―. Una vez que la
tengáis en vuestro poder, Sasha os llevará al lugar donde
deberéis entrenaros.
―¿Yo? ―Frunció el ceño―. Te aseguro que no sabría ni
por dónde empezar a buscarla, así que la pequeña artista ya
puede descubrir su paradero cuanto antes.
―Quiero que hagas memoria, mi guerrero ―le aconsejó
con calma―. Estoy segura de que en algún recoveco de tus
recuerdos puedes dar con la respuesta que estás buscando.
Tras decir aquellas palabras, desapareció del mismo modo
en que hizo acto de presencia.
―Pero ¿qué coño ha sido eso?
Se pasó las manos por el largo pelo rubio oscuro y se secó
con el antebrazo el sudor que perlaba su frente.
¿Que él sabía dónde estaba la espada de los cojones? Hacía
mucho tiempo que no tocaba ninguna, desde que fuera mortal
y viviera en su poblado vikingo.
Su mente le transportó hacia aquella época, cuando su vida
era mucho más sencilla. ¿O no?
Thorne Ragnarson era un guerrero muy respetado entre
las gentes de su poblado. Todos conocían el nombre de aquel
vikingo de más de dos metros que peleaba con la fiereza y la
fuerza de diez hombres.
Junto a Ragnar Lodbrok, habían hecho suyas muchas
tierras y tenían previsto ser los más importantes
conquistadores de todos los tiempos.
En cuanto a las mujeres, no tenía previsto sentar cabeza ni
formar una familia. Él tenía suficiente con su hermana, Inga,
que tenía catorce años y quedó a su cargo tras la muerte de
sus padres. También contaba con su buena amiga, Helga, una
diestra escudera que luchaba junto a él. Se habían salvado la
vida mutuamente en varias ocasiones y sabía que siempre
podía contar con ella, del mismo modo que él daría su vida
por Helga, sin dudarlo un solo segundo.
―Thorne, ¿podemos hablar un momento? ―le preguntó
Hans, otro de sus compañeros de batalla.
Dejando de afilar su espada, alzó los ojos hacia el
pelirrojo.
―Claro, ¿qué necesitas?
―Quisiera saber la relación que te une a Helga ―dijo sin
rodeos.
―¿Helga? ―Frunció el ceño y se puso en pie―. Somos
buenos amigos. ¿Por qué?
―Estaba pensando en pedirle la mano y dada tu cercanía
con ella, creí que podrías interceder en mi favor.
Thorne se cruzó de brazos y enarcó una ceja. Que él fuera
amigo de Helga no le daba potestad para tratar de
convencerla para hacer algo que no quisiera. Ella era una
mujer inteligente y muy capaz de tomar decisiones.
―Hans, espero que no te moleste, pero no voy a decirle
una sola palabra a Helga sobre nada que tenga que ver
contigo. Si quieres que sea tu esposa, deberás conquistarla y
ganarte su favor.
La expresión del pelirrojo varió de esperanzada a molesta
en cuestión de segundos.
―Vamos, Thorne, hemos luchado codo con codo en
cientos de batallas.
―¿Y qué demonios tiene que ver eso? También hemos
compartido ese mismo tiempo con Helga.
―No vas a compararlo, ella solo es una escudera…
―Una escudera más valiente y diestra que la mayoría de
los guerreros que conozco ―le interrumpió.
―Aunque así sea, no deja de ser una mujer ―le
contradijo―, destinada para parir y criar a los hijos de los
guerreros, que un día se convertirán en nuestro legado. No
hay nada más.
―Si tan mala imagen tienes de las mujeres, ¿para qué
quieres unirte a una?
El rostro de Hans comenzó a tornarse rojo a causa de la
rabia contenida.
―Acabo de explicártelo, Thorne. Quiero que el día de
mañana mis hijos me sobrevivan. Helga es hermosa y tiene
buenas caderas para parir, sería la candidata perfecta.
―¡Maldición, Hans! ―bramó enfadado―. ¿Piensas que
estás hablando de un caballo?
―Thorne…
―Mira, no voy a andarme con rodeos ―le cortó―. No
soy un maldito entrometido y no voy a contarle a Helga nada
de lo que ha pasado aquí, no obstante, si ella llegase a pedir
mi opinión, le diría que lo más sensato sería no casarse con
alguien como tú, que ve a las mujeres como meros animales de
cría.
Hans apretó los puños.
―En este momento me siento insultado ―declaró dando
un par de pasos hacia él―. Y no me gusta nada.
―No es mi problema como te sientas, solo he sido franco
contigo ―le enfrentó sin un ápice de arrepentimiento―. Sin
embargo, siempre puedes resarcirte enfrentándote a mí en un
duelo. ¿Qué me dices?
El pelirrojo pareció rumiarlo antes de negar con la
cabeza, darse media vuelta y alejarse por el mismo lugar que
llegó minutos antes.
Thorne suspiró, intuyendo problemas.
―¿Ocurre algo, hermano? ―le preguntó Inga, asomando
la cabeza por la puerta de su modesta casa―. Me pareció
escuchar que discutías con alguien.
Se volvió hacia la jovencita, que ya comenzaba a perder
sus rasgos aniñados dando paso a un hermoso rostro por el
que muchos hombres suspirarían dentro de un par de años.
―No estaba discutiendo, solo intercambiaba opiniones
con Hans ―respondió aproximándose a ella.
―¿Con Hans? ―indagó poniéndose en jarras―. ¿Y de
qué has hablado con él? No quisiera ser una entrometida,
pero es que ese hombre no me gusta nada. Me mira de un
modo que me pone los pelos de punta. ―Un escalofrío
recorrió el pequeño cuerpo de la muchachita.
―Estoy de acuerdo contigo, Inga, a mí tampoco me gusta
nada ―concordó entrando en la casa seguido de su
hermana―. Nunca he tenido un trato muy directo con él,
aunque la conversación que acabamos de tener me ha dejado
claro que tampoco quiero tenerlo en el futuro.
―¿Qué es lo que te dijo para que hables así?
―Nada, no tiene importancia ―contestó probando el
guiso que Inga tenía al fuego.
―Claro que tiene importancia, Thorne ―insistió la
jovencita―. Vamos, cuéntamelo.
―No.
―Por favor, por favor, por favor… ―repetía una y otra
vez, a la vez que tiraba del bajo de su camisa.
―Maldita sea, Inga, ¿por qué nunca te conformas con una
negativa?
―Porque soy curiosa y una escudera jamás se rinde
―declaró con orgullo.
―No eres una escudera.
―Aún no, sin embargo, un día lo seré. Por algo Helga y tú
me estáis entrenando ―repuso orgullosa―. Ahora, dime, ¿de
qué vino a hablar Hans?
Thorne puso los ojos en blanco dándose por vencido.
―Vino a hablar de Helga.
La muchacha frunció el ceño, extrañada.
―¿Helga? ¿Qué le ocurre con ella?
―Tiene la esperanza de convertirla en su esposa y
pretendía que yo intercediera en su favor.
Inga soltó una carcajada.
―Helga nunca escogería a un hombre como Hans para
unirse a él.
―Y hace bien, estoy seguro de que ese malnacido no
aprecia el valor de una buena escudera. Piensa que las
mujeres solo fueron creadas para complacer al hombre y
cuidar de su descendencia.
―Por eso mismo ella necesitaría a un guerrero leal y
valiente que la entienda. Como tú, por ejemplo.
¿Cuántas veces oyó aquello mismo? No podía llevar la
cuenta, y sin duda, hubiera sido una gran idea. Si él y Helga
no se vieran de un modo fraternal y nada carnal, aquella
valiente mujer sería la opción adecuada para convertirse en
su esposa. No obstante, quería y admiraba a su amiga como a
una hermana, y el simple hecho de pensar en ella desnuda le
revolvía las tripas, y sabía que el sentimiento por parte de la
escudera era mutuo.
Habían pasado cuatro días desde que tuviera aquella
inapropiada conversación con Hans, cuando Helga llegó a su
casa y le explicó que se le había declarado.
Como se esperaba, su amiga se negó a convertirse en su
esposa y, por lo que le dijo, el guerrero pelirrojo no se tomó
bien su rechazo. Acusó a Thorne de haber malmetido contra él
y juró que se vengaría.
―No me gusta que me amenacen ―bramó el enorme
vikingo cuando su amiga se lo contó.
―Habrá sido un arrebato, ya sabes que el orgullo
masculino os juega malas pasadas ―bromeó la rubia,
sonriendo.
―Te aseguro que cuando yo amenazo a alguien, es porque
estoy dispuesto a cumplir con mi palabra ―la contradijo.
―Dejando a un lado el tema de Hans, Ragnar quiere que
nos preparemos, mañana mismo piensa partir de nuevo hacia
Northumbria.
―Entonces debo decírselo a Inga y avisar a Jorgen y
Ondina para que se hagan cargo de ella en mi ausencia.
―La vi hace un momento junto al río, acompañada de
Sigrid ―le informó su amiga.
Ambos se encaminaron hacia allí, donde se encontraron
con la amiga de Inga, que estaba con los pies en remojo en la
fría orilla del caudaloso río.
―Sigrid, ¿dónde se ha metido mi hermana? ―le preguntó
Thorne nada más verla.
La jovencita le miró extrañada.
―¿Inga? Pensé que estaba contigo.
―¿Por qué creíste eso? ―inquirió el vikingo comenzando
a alarmarse.
―Un guerrero vino a por ella y le dijo que la estabas
buscando.
El corazón de Thorne se puso a latir con fuerza.
―¿Qué guerrero?
―¿Cómo dices?
―¡Maldita sea, Sigrid! ―gritó alterado―. ¿Qué guerrero
vino a buscarla?
La muchachita se puso a temblar ante su ferocidad.
―Yo… Era el pe-pelirrojo ―tartamudeó―. Hans.
―¡Demonios! ―exclamó pasándose los dedos por el
largo cabello―. ¿Hacia dónde se fueron?
―No… no lo sé.
Thorne la tomó por los hombros y la zarandeó.
―Debes recordarlo, ¿hacia dónde se dirigieron?
―No me fijé ―sollozó Sigrid asustada.
―Basta, Thorne, suéltala ―le pidió Helga tocándole el
brazo―. No puede ayudarte.
El vikingo la liberó de golpe y la jovencita huyó de allí a
toda velocidad.
―Tenemos que encontrar a Inga.
―¿Crees que haya podido hacerle daño?
―Por su bien, espero que no ―rugió acuclillándose en el
suelo en busca del rastro por donde se marcharon.
Una vez lo halló, corrió a seguir sus pasos. Helga fue tras
él, tan asustada por la muchachita como su amigo.
El corazón de Thorne latía a toda velocidad, aunque se
esforzaba por mantener la calma. Rezó para sus adentros a
los Dioses para que protegieran a su hermana y la
mantuvieran a salvo de las malas intenciones de Hans, que
era hombre muerto por haberse atrevido a secuestrarla.
Continuó siguiendo sus pisadas unos minutos más,
adentrándose en el bosque, hasta que, en medio de una
frondosa arboleda, pudo alcanzar a ver el cuerpo inerte de la
muchachita.
―¡Inga! ―gritó arrodillándose junto a ella y tomando su
delgada figura entre los brazos.
Sus ojos verdes permanecían abiertos, sin vida. Tenía el
cuello rebanado y un charco de sangre se formaba entre sus
piernas, haciéndole saber que antes de quitarle la vida, Hans
profanó su inocencia.
―¡No! ―gritaba Thorne fuera de sí, acunando el cuerpo
de su amada hermana contra su duro pecho.
―Por los Dioses, qué horror ―murmuró Helga con
lágrimas corriendo por sus mejillas―. ¿Cómo ha podido
hacer algo tan horrible?
―Lo siento mucho, Inga ―susurraba el vikingo contra la
fría mejilla de la jovencita―. Prometo vengarte ―le juró,
besando su frente.
Dejándola con delicadeza sobre el lecho de hojas que
adornaba el suelo, se puso en pie con los ojos cargados de ira.
―¿Qué pretendes hacer? ―le preguntó su amiga.
―Voy a dar con ese hijo de perra y le haré pagar por lo
que le ha hecho a mi hermana ―le aseguró, echando una
última mirada a la muchachita antes de comenzar a buscar de
nuevo el rastro de Hans.
―Ha sido todo culpa mía ―se lamentó Helga,
agachándose a cerrar los ojos de la niña a la que vio nacer y
crecer.
―No es cierto, debí matarle hace días, cuando noté que
no era de fiar ―objetó con rabia contenida―. Tú hiciste lo
que debías al rechazarle. Ese malnacido no se merece estar
unido a ninguna mujer.
―No sé si es buena idea dejar a Inga aquí.
―Cuando acabe con Hans, volveré a por ella para darle
una sepultura digna ―respondió antes de comenzar a seguir
el rastro que encontró.
No se permitió desviar de nuevo la mirada hacia su
hermana. Si lo hacía, no sería capaz de separarse de ella y
dejarla allí tirada. Su dulce Inga… ¿Por qué los Dioses le
castigaban de aquel modo?
Una furia desatada bullía en su interior y por mucho que
oyera a su amiga gritarle que la esperara, él ya no podía
atender a razones; solo tenía una cosa en la cabeza, vengar la
injusta muerte de su querida hermana.
Llevaba una media hora corriendo cuando se topó con el
cuerpo ensangrentado de otra mujer en el camino.
¿Qué estaba haciendo aquel malnacido? ¿Dejar cuerpos
de mujeres sin vida a su paso?
Se acercó a la joven con cautela y la tocó suavemente con
la punta de su pie. Cuando no se movió, se agachó junto a ella
y tomándola del hombro dio media vuelta a su cuerpo,
sorprendiéndose cuando la desconocida descubrió una daga
que llevaba oculta y que clavó con saña en su cuello.
Thorne comenzó a sentir que le faltaba el aire, pese a que,
de todos modos, no desclavó el arma de su garganta para no
desangrarse con demasiada rapidez.
―Lo siento ―se disculpó la traicionera mujer, mirándole
con los ojos muy abiertos.
De entre los matorrales salió Hans, entregándole un saco
con monedas.
―Puedes largarte ―le pidió a su cómplice, que echó a
correr como alma que lleva el diablo.
Thorne empuñó su espada, agarrándose el cuello con una
mano, para intentar que la sangre manara con más lentitud de
su herida. Poniéndose en guardia, se preparó para enfrentarse
a ese desgraciado.
El pelirrojo emitió una lúgubre carcajada.
―El gran Thorne Ragnarson derrotado por una mujer
―se burló―. ¿No te parece curioso? La última vez que
hablamos defendiste que las hembras de nuestra especie
servían para mucho más que para parir o cuidar de los críos,
y por suerte para mí, tenías razón. Pueden ser unas sucias
harpías, que se venden por un puñado de monedas.
Thorne envistió contra él, a pesar de que sus movimientos
se habían vuelto pesados y predecibles, por lo que a Hans no
le costó esquivarlo.
Sintiéndose débil, cayó de rodillas y la espada resbaló de
sus manos.
―Eres un pobre infeliz ―le dijo acercándose más a él y
retirando la daga de su cuello―. Morirás sabiendo que maté
a tu hermana. Era una jovencita tan deliciosa ―sonrió con
maldad―. Debiste oír cómo gritaba cuando le metía la verga.
Podía notar como su carne se desgarraba y su cuerpo se
contraía a causa del dolor. Te llamaba y pedía auxilio, pero tú
no estabas para socorrerla, ¿verdad?
Thorne se desplomó en el suelo hacia atrás y, con
disimulo, rebuscó el cuchillo que llevaba escondido en la
cinturilla de su pantalón.
―Debiste haber dejado que me casara con Helga
―apuntó sin parar de sonreír e inclinándose encima de él.
Estaba disfrutando con la situación―. Ahora, ella será mía de
todas formas y tu hermana ha pagado las consecuencias de
tus actos. Un dramático giro del destino que podrías haber
evitado siendo más amable.
Con las últimas fuerzas que le quedaban, sostuvo la daga
con firmeza y rajó el abdomen de Hans, aunque no tan
profundo como le hubiera gustado.
―¡Maldición! ―gritó poniéndose en pie y desenvainando
su espada―. Despídete de este mundo, Thorne Ragnarson el
patético.
Alzó la hoja por encima de su cabeza para asestarle el
golpe de gracia, cuando un grito de guerra por parte de Helga
resonó en sus oídos. La escudera se abalanzó contra el
enorme pelirrojo, luchando con arrojo y fiereza, tal y como le
enseñó su amigo, el que estaba perdiendo la vida en aquel
instante.
Alrededor de Thorne se tornó todo oscuro y el dolor
desapareció. Entonces fue cuando se transportó a un templo
con suelos de mármol, donde una preciosa mujer rubia le
esperaba.
―Bienvenido a mi hogar, mi valiente guerrero ―le
saludó.
El vikingo se puso en píe de un salto, palpando su
garganta en busca de la mortal herida.
―¿Estoy en el Valhala?
―Algo similar ―asintió la Diosa―. Has muerto, mi
guerrero, y te he reclutado para que formes parte de mi
ejército.
―¿A qué ejército te refieres? ―preguntó confuso.
―Déjame que te lo muestre. ―Posó la mano sobre la
frente de Thorne, revelándole todo lo que necesitaba saber.
Una vez el vikingo estuvo al día de la batalla que tenían
por delante, asintió.
―¿Y qué ha ocurrido con mi hermana? ¿También está
aquí?
―No, mi guardián, ella ascendió al Paraíso.
Thorne apretó los dientes y contuvo las lágrimas. No era
justo que una muchacha como Inga, tan llena de vida, hubiera
tenido que perecer de aquel modo.
―¿Qué hay de Helga?
―Ella debe librar sus propias batallas, mi guerrero, no
son cosa tuya ―afirmó la Diosa.
―Si quieres que te ayude, necesito verla ―insistió.
La mujer pareció sopesar su petición, a la que finalmente
accedió.
―De acuerdo, acércate ―le ordenó situándose frente a un
espejo de cuerpo entero―. Mira aquí y sabrás qué pasa con tu
amiga.
Haciendo caso a lo que le solicitaba, se aproximó al
espejo, que le mostró cómo la escudera continuaba luchando
contra Hans. El pelirrojo era más fuerte que ella, aunque
también más lento y torpe.
―Vamos, puedes hacerlo ―la animó en un susurro.
Como si le hubiera escuchado, Helga peleó con más
fiereza, alcanzando al enorme pelirrojo en el pecho, para
después ensartarle con su espada.
Hans cayó de rodillas y la miró con ojos de pánico.
―Esto es por mis amigos, hijo de perra ―chilló la
escudera antes de girar sobre sí misma y cortarle la cabeza.
Agachándose a cogerla por el cabello, la levantó y emitió
un grito victorioso. Después, la arrojó al suelo y se arrodilló
ante el cuerpo sin vida de su amigo, al que le puso su espada
sobre el pecho antes de llorar desconsolada.
―Lo siento mucho ―se disculpó con la voz
entrecortada―. Juro que haré que tu nombre permanezca vivo
de generación en generación. Llevaré tu espada junto a mí en
cada batalla. Le pediré al herrero que la bañe en oro para que
permanezca indestructible y puedas usarla en el Valhala,
amigo. También fundiré un mechón de cabello de Inga, para
que cada batalla que se libre con ella sea en su nombre. Nos
volveremos a ver, en esta vida o en la venidera.
La imagen dejó de reflejarse en el espejo, justo antes de
que Thorne se volviera hacia la mujer y se cuadrara de
hombros.
―Estoy preparado para convertirme en uno de tus
guardianes ―repuso con solemnidad, haciendo enorgullecer a
la Diosa.
Thorne nunca eludía una guerra y si la tenía que librar
como guardián del sello, que así fuera.
Volviendo a la realidad, Thorne pensó en aquellas palabras
que escuchó pronunciar a su amiga. ¿Era posible que la espada
divina fuera la suya? ¿Debía ir a buscarla al lugar donde
reposaba?
Al parecer, no tenía otra opción.
Capítulo 4
―¿Estás fantaseando con tirarte a la poli buenorra o qué?
―inquirió Varcan con una ceja enarcada.
―¿De qué coño estás hablando? ―gruñó volviendo a la
realidad.
―Tenías cara de bobo, bror.
―A ver si te parto la tuya más de lo que ya la tienes y el
que se queda con cara de bobo para siempre eres tú, guapito
―aseveró con brusquedad.
El guardián de la cicatriz rio y se cruzó de brazos.
―¿Estás seguro de que te encuentras bien? ―insistió al
notarle nervioso.
―Estoy bien, aunque he recibido una visita de la Diosa.
―¿En serio? ―Se acercó a él, interesado―. ¿Y qué
quería? Últimamente la he visto con cara de mal follada, igual
estaba deseosa de que le dieras un buen revolcón.
A modo de respuesta de la aludida, Varcan recibió la
descarga de un rayo.
―¡Au, qué mal genio! ―se quejó el guardián de la
cicatriz, frotándose la nuca dolorida.
―Vino a darme pistas de dónde podríamos encontrar la
espada divina ―contestó Thorne sin prestar atención al olor a
chamuscado que desprendía su hermano.
―¿Y las pistas funcionaron? ¿Sabes dónde está?
El enorme vikingo se encogió de hombros.
―Es probable.
―¿Probable? ―Enarcó una ceja―. ¿Solo probable?
―Sí, joder, probable ―espetó fulminándolo con la
mirada―. La Diosa nunca dice las cosas con claridad, ya lo
sabes.
Varcan asintió, consciente de la forma enrevesada y
misteriosa de hablar de su señora.
―Y cuál es el lugar elegido para comenzar la búsqueda.
―Sevilla.
―¿Sevilla? ―se extrañó.
―Sospecho que la espada divina sea la que usaba en mi
vida como mortal ―comenzó a explicarle―. Helga, mi buena
amiga, la llevó junto a ella en cada batalla que libró hasta que
pereció, a las órdenes de Björn Ragnarson, en Sevilla.
―¿Y crees que después de todos estos años la espada aún
siga allí?
―Tengo la esperanza de que así sea ―dijo con el ceño
fruncido―. Durante siglos estuvo custodiada por templarios,
pero hace años que le perdí la pista. De todos modos, mi
espada estaba bañada en oro, así que no es probable que se
deshicieran de ella. O al menos, eso espero.
―Roguemos por que tengas razón, bror, porque si no,
estamos bien jodidos.
En ese mismo instante, en el gimnasio irrumpió Sasha con
un bloc de dibujo en las manos y clavando sus ojos en el
vikingo, le mostró el boceto de una pequeña ermita y a él
traspasando sus puertas.
―Creo que este lugar es importante para la profecía
―declaró con convicción.
―Más de lo que te imaginas, ojazos ―apuntó Varcan
guiñándole un ojo.
―El problema es que no sé dónde se encuentra esta
ermita.
―Oh, por eso no te preocupes, que el grandullón sí lo sabe
―aseveró el guardián de la cicatriz sonriendo de oreja a oreja.
―¿A España? ―inquirió Jessica cuando le informaron de
las nuevas pesquisas―. Siempre quise visitar ese país, pero
nunca pensé que tendría que ser con un acompañante tan
indeseable.
Thorne gruñó y se limitó a permanecer en silencio. No
estaba dispuesto a iniciar una nueva guerra dialéctica con ella.
Le ponía demasiado furioso aquella lengua viperina que
poseía.
―Lo mejor será que partáis hacia Sevilla cuanto antes
―continuó diciendo Abdiel―. Y que Nikolai vuelva a Irlanda
junto a Keyla y Talisa, para cerciorarse de que todo sigue bien.
―La verdad es que te lo agradezco ―dijo el guardián
ruso―. Me cuesta estar tanto tiempo separado de mi esposa.
―Lo sé ―asintió su líder―. Entre tanto, nosotros nos
quedaremos vigilando cualquier nuevo paso que pueda dar
Sherezade. Desde que tiene el tridente es mucho más peligrosa
e impredecible.
―Yo iré a España junto a Jess ―declaró Sasha
agarrándola del brazo.
―No es buena idea ―la contradijo Draven―. Debes
quedarte y practicar tus poderes para que, llegado el momento,
puedas llevar a tu hermana y a Thorne al lugar donde deben
entrenar.
―De verdad os digo que no creo que haya nada que ese
capullo pueda enseñarme ―apuntó la policía señalando con su
dedo pulgar al vikingo.
―Mira, hembra, me tienes hasta los cojones ―bramó el
aludido con la cara roja de rabia.
―¿En serio? ¿Y qué vas a hacerme? ¿Secuestrarme de
nuevo? ―repuso con sarcasmo.
El vikingo bufó, sintiéndose tentado a estrangularla.
―No pueden ir solos, acabaran matándose ―expuso la
artista.
―Si se matan, será a base de polvos, créeme ―afirmó
Varcan riendo.
―¡Ni de puta coña! ―gritó Thorne―. Antes me la corto.
―Harías bien, sería una desgracia que fueras dejando
copias tuyas sueltas por el mundo ―le soltó Jess plantándose
ante él con el mentón alzado―. Y te aseguro que soy yo la que
no te tocaría ni con un palo, gigante cabeza hueca.
El vikingo parecía a punto de explotar, dado el tamaño que
estaban adquiriendo las venas de su cuello.
―Haya paz ―les pidió Elion mientras tecleaba en su
portátil―. Como intuyo que Nikolai usará el jet, os reservaré
los billetes de avión para que partáis lo antes posible. Hay un
vuelo que sale dentro de dos horas y aún quedan algunas
plazas libres.
―Que sean asientos separados, por favor ―exigió Jessica
cruzándose de brazos.
―Estoy de acuerdo, cuanto más alejados, mejor ―enfatizó
el vikingo.
Elion puso los ojos en blanco.
―Como digáis.
―Será un milagro si vuelven los dos de una pieza ―le
susurró Max a Roxie, conteniendo una sonrisa divertida.
―No sé, yo ahí veo algo.
―¿En serio? ―la pelirroja los observó seguir tirándose
pullas―. Yo solo veo que no se soportan.
―¿Del mismo modo que te pasaba a ti con Varcan?
―ironizó.
Su amiga la miró con una ceja enarcada.
―¿Alguien ha pronunciado mi nombre? ―preguntó el
guardián de la cicatriz tomando por la cintura a su mujer y
pegándola a su cuerpo. Aquellos dos no podían estar
demasiado tiempo alejados el uno del otro.
―Así es, las dos coincidíamos en que eres un capullo.
―Vaya, esa palabra parece estar de moda. ―La apretó aún
más contra él―. Me encanta cuando enseñas tu lado peleón,
pecas. Me la pone dura.
Jessica y Sasha, ajenas a la conversación de la pareja,
empezaron a despedirse entre abrazos. A las dos les costaba
hacerlo. Después de tres años sin hablarse, les hubiera gustado
poder permanecer más tiempo juntas, aunque ya lo harían
cuando salvaran el mundo.
Mauronte se ofreció a dejarles en el aeropuerto y desde el
momento en que pisaron la terminal, Jessica y Thorne se
separaron tanto como pudieron, pese a que el guardián no la
perdió de vista ni un solo segundo, asegurándose de que no
sufriera ningún ataque sorpresa.
Una vez en el avión, el vikingo pudo relajarse ya que la
policía estaba un par de filas por delante de él, y tenía buena
visión de ella, sin que tuviera que soportar sus miradas de
inquina.
¿Comprendía el porqué de aquella animadversión? La
verdad es que sí, podía entenderlo, no obstante, ya le
explicaron la situación con todo lujo de detalles. Ya debería
haber comprendido que si la tuvo retenida, fue por su bien.
¿Esa mujer tenía la capacidad de razonar? Al parecer, no,
solo se dejaba llevar por sus impulsos y su mal genio.
Unas horas después aterrizaron en el aeropuerto de Sevilla,
pese a que el lugar al que tenían que llegar estaba en un
pueblecito a las afueras, por lo que no les quedaba más
remedio que tomar el único autobús que llegaba hasta él.
―¿No podríamos haber cogido un taxi? ―inquirió Jessica
sentándose de mala gana en el destartalado asiento.
―No me acuerdo del nombre del pueblo, así que no podría
darle la ubicación de a dónde queremos ir; sin embargo, sé a
ciencia cierta que este autobús te deja a sus puertas.
Jess se lo quedó mirando cuando se sentó a su lado.
―¿Qué haces?
―Tomar asiento.
―¿Por qué tiene que ser junto a mí? Creo que dejé
bastante claro que te quiero lo más lejos posible.
―No hay más sitio, ¿es que estás ciega? ―espetó
malhumorado.
―En ese caso, quédate de pie ―le exigió―. ¿No te crees
un superhombre? Demuéstralo.
―Ay, querida, todos se piensan que lo son ―intervino la
anciana que estaba acomodada en el asiento de delante, entre
risas y en un torpe inglés.
Se giró hacia ellos, permitiéndoles apreciar su agradable
sonrisa. Tenía el cabello blanco, corto y muy rizado, unas
enormes gafas de pasta ocupaban casi por completo su
pequeña cara y medio ocultaban sus brillantes ojos castaños.
―Pero qué parejita tan bonita formáis ―observó.
―No, no ―se apresuró a negar la policía―. No somos
pareja.
―Preferiría formar pareja con un puercoespín ―aseguró
Thorne, consiguiendo que Jess le enseñara disimuladamente su
dedo corazón―. Me daría menos pinchazos que esta hembra.
La anciana volvió a reír.
―Cuanto echo de menos las riñas de enamorados que
tenía con mi Cipriano, pero no os preocupéis, lo mejor de todo
son las reconciliaciones ―dijo suspirando y sonriendo con
añoranza―. Mi nombre es Josefa, un placer conoceros.
El vikingo frunció el ceño. ¿Qué quería aquella
entrometida?
La joven, poniendo los ojos en blanco al ver su expresión
suspicaz, tendió una de sus manos a la anciana.
―Yo soy Jessica y, aquí, mi amigo el simpático se llama
Thornie.
―Thorne ―la corrigió el guardián con un gruñido.
―Habla muy bien inglés, Josefa ―prosiguió diciendo la
joven, ignorándole.
―No tan bien, pero al menos me defiendo. Hace años que
mi única hija se mudó a Londres y mis nietos hablan inglés,
así que no me quedó más remedio que aprenderlo ―le
explicó―. ¿Hacia dónde vais?
―Hasta la última parada.
―Vaya, yo también ―se alegró la buena mujer―. ¿Y para
qué os dirigís al Madroño? No seréis familia del Botijo,
¿verdad? Porque tengo entendido que tenía familiares en
guasinton. ¿Se dice así?
Jess contuvo una sonrisa.
―Washington ―la corrigió―. Ha estado muy cerca de
pronunciarlo correctamente.
―¿He acertado? ¿Sois familia del Botijo, entonces?
―insistió de nuevo.
―No, la verdad es que no. Vamos… ¿al Madroño? ―le
costaba pronunciar el extraño nombre de aquel pueblo.
―Sí, el Madroño ―corroboró Josefa, orgullosa.
―Pues vamos para visitar la ermita.
―¿Vais a ver al padre Acacio? ―preguntó extrañada―.
¿Puedo saber por qué?
―Lo cierto, señora, es que no es de su incumbencia
―respondió Thorne cortante.
―No le haga caso, doña Josefa ―intercedió Jessica,
dándole un codazo al guardián―. Nos han hablado mucho de
su pueblo, en especial de la ermita. Tengo entendido que es
muy antigua. Somos buscadores de ese tipo de construcciones,
estudiamos los edificios antiguos y escribimos artículos sobre
ellos.
El guardián la miró sin comprender qué pretendía
inventando aquella historia.
―¿Queréis escribir un artículo sobre nuestro pueblo? ¡Qué
ilusión! ―exclamó emocionada―. Verás tú cuando se entere
Aurelia, no va a poder creerlo. Aurelia es mi hermana pequeña
y siempre se queja de que nunca pasa nada interesante en el
pueblo, ¿sabes? No me quiero ni imaginar la cara de todas las
vecinas cuando vean llegar a este buen mozo ―añadió
señalando al vikingo.
―¿Podría usted decirnos algo de su ermita? ¿Hay alguna
cosa que la haga especial?
Thorne enarcó una ceja. Así que era eso, pretendía
sonsacarle información a aquella parlanchina mujer. ¡Chica
lista!
―La ermita de San Bartolomé está en pie desde hace
cientos de años ―comenzó a explicar Josefa―. Es conocida
por su precioso retablo, ahí me casé con mi Cipriano. ¡Qué
jóvenes éramos entonces!
―¿Y sabe algo de una espada? ―insistió Jess―. Nos
comentaron que la espada de un famoso templario formaba
parte de las riquezas de esta ermita.
―¿Un templario? ―bufó el vikingo ofendido.
La policía le hizo un gesto con la mano para que guardara
silencio.
―¿Una espada? ―caviló la mujer poniéndose dos dedos
en la barbilla―. Nunca he visto ninguna, ni el padre Acacio
me ha comentado nada sobre ello, aunque no descarto que
pudiera estar en la parte de las catacumbas. Hace muchos años
que no se pueden visitar a causa del riesgo de derrumbe.
―Oh, vaya, qué pena, nos hubiera encantado poder verlas.
―¿Tenéis hambre? ―les preguntó―. Hice galletas
caseras. Tened. ―Les ofreció un par de ellas que sacó de una
fiambrera que tenía guardada en su bolso de punto.
―Qué buena pinta ―la alabó Jess, dándole un bocado y
cerrando los ojos con deleite―. Está deliciosa.
―Yo no quiero ―negó Thorne pretendiendo devolvérsela
a Josefa.
Jessica le golpeó con la punta de su bota en la espinilla. No
le gustaba que pudiera hacer sentir mal a aquella buena mujer
que, en cierto modo, le recordaba a su difunta abuela.
―No seas maleducado y cómetela, joder ―le murmuró
enfadada.
―¿Acabas de darme una patada, hembra? ―bramó el
vikingo con aquel vozarrón que resonó por encima del resto de
los pasajeros del autobús.
―Así es, y da gracias de que estoy sentada y no puedo
asestártela donde me gustaría.
El guardián soltó un gruñido muy parecido al que hubiera
emitido un animal rabioso.
La anciana rio de buena gana.
―Sois tan encantadores ―comentó con dulzura―. Estoy
segura de que con la pasión que demostráis, tendréis un buen
puñado de críos correteando a vuestro alrededor en breve.
Serán la mar de guapos, ¡sí señor! ―exclamó recolocándose
de nuevo en su asiento.
Jess y Thorne se miraron a los ojos tras las palabras de la
anciana.
«Ni loco tendría nada que ver con esta harpía», pensó el
vikingo.
«Me arranco los ovarios a bocados antes de parir ningún
hijo engendrado por este cavernícola», rumió la policía.
Capítulo 5
Cuando el autobús los dejó a los tres en el Madroño, ya había
anochecido.
―¿Dónde pensáis pasar la noche, jóvenes? ―les preguntó
Josefa.
―Ya buscaremos alguna pensión ―respondió el vikingo,
cosa que hizo reír a la anciana.
―¿Una pensión? ¿En el Madroño? No, hijo, no. Nosotros
no tenemos de eso ―negó la mujer.
―Qué bien, parece que vamos a tener que dormir a la
intemperie ―se quejó Jess―. Viajar contigo mejora a cada
segundo.
―¿Pasar la noche en la calle? ―se escandalizó Josefa―.
De eso nada, en mi casa hay camas libres.
―No, no, tranquila. No se preocupe, no queremos ser una
molestia para usted ―se apresuró a decir Jessica.
―Además, ¿cómo se le ocurre invitar a dos extraños a su
casa? ―le reprochó el guardián―. No sabe si somos dos
ladrones. O peor aún, un par de asesinos sanguinarios.
―Vuestra mirada es de buena gente ―aseveró―. Yo sé
calar a las personas. Mi Cipriano siempre me lo decía: «Pepita,
sabes calar a las personas».
―No somos asesinos ni ladrones ―corroboró Jess―. No
le haga caso.
―Claro, con que lo niegues basta, porque si lo fuéramos,
lo iríamos pregonando a los cuatro vientos ―ironizó Thorne.
―No seas tocanarices, ¿quieres? Josefa está siendo muy
amable con nosotros, ¿no puedes tener la deferencia de
mostrarte agradecido? ―Se puso en jarras―. No, supongo que
será demasiado pedir para un neandertal como tú.
Thorne frunció el ceño y avanzó hacia ella con paso
amenazante, hasta que el pequeño cuerpo de la anciana se
interpuso entre ellos.
―¡Basta de riñas! No me gusta que os habléis así ―les
regañó de un modo muy maternal―. Seguidme, que voy a
prepararos un gazpachito que hará que os chupéis los dedos.
Además, os va a venir muy bien para el calor que está
haciendo esta noche.
Josefa comenzó a andar hacia una típica casa blanca, con
muchos geranios de diferentes colores colgados en las
ventanas y el pequeño balconcito. Abrió la pesada puerta de
entrada y pasó al interior del hogar, esperando a que ellos
hicieran lo mismo.
Thorne y Jessica se miraron entre sí.
La policía no pudo evitar sonreír al ver la expresión
enfurruñada del vikingo, así que se encogió de hombros y
entró en la pintoresca casita.
Con un gruñido, el guardián fue tras ella, mirándolo todo
con ojos suspicaces por si aquella amable hospitalidad fuera
algún tipo de trampa.
―Siéntate, niña ―le ofreció a Jessica―. Tú puedes dejar
la bolsa con vuestro equipaje en la primera puerta que te
encuentres en el pasillo ―le dijo Josefa a Thorne―. Es la
habitación de invitados. Podéis usarla juntos o uno de los dos,
como queráis. Si preferís dormir separados, justo el cuarto de
al lado es el de mi hija y también está vacío en este momento.
El vikingo, como un autómata, hizo lo que la española le
pidió. Se sentía desubicado y un poco abrumado por la actitud
maternal que la anciana demostraba con ellos. Hacía
demasiado tiempo que nadie le trataba de ese modo, y le hacía
sentir vulnerable, cosa que no le gustaba nada.
Cuando regresó de nuevo al salón, Josefa se dio cuenta de
su expresión descompuesta, por lo que se aproximó a él y
poniéndose de puntillas, tocó su frente.
―¿No te encuentras bien, hijo?
Thorne se retiró de su contacto como si este le quemara.
―Señora, mantenga las manos quietas ―espetó con
brusquedad―. Es usted una inconsciente, no comprendo cómo
ha podido sobrevivir tantos años. Tiene suerte de que este sea
un pueblo pequeño, porque de ser una ciudad, ya le hubieran
ocupado el piso y dejado en la calle, o algo aún peor. ¡Que ya
tiene edad para demostrar prudencia, por los Dioses! ―tras
decir aquello, dando un portazo salió al exterior de la casa para
intentar tomar aire.
Sin embargo, no pudo respirar demasiado, pues Jessica fue
tras él y le empujó por detrás.
―¿Qué cojones estás haciendo, hembra? ―rugió
encarándola.
―¿Yo? ¿Qué mierda haces tú? ―le devolvió la
pregunta―. Josefa está siendo una persona maravillosa con
nosotros y tú te comportas como un auténtico gilipollas.
Aunque no sé de qué me sorprendo, ya que me has demostrado
en muchas ocasiones que es justo lo que eres. Un gilipollas
integral.
Apretando los puños, trató de contener su explosivo
temperamento. Esa mujer le sacaba de quicio.
―Eres policía y presupongo, que has visto demasiadas
cosas a lo largo de tu carrera como para saber que este tipo de
confianzas pueden poner en riesgo su vida.
―Lo sé y ya se lo advertiste antes. ¿Por qué continúas
insistiendo? Y lo peor de todo, de un modo tan desagradable.
―Porque por las buenas no parece entrarle en la jodida
cabeza.
―No voy a tolerar que vuelvas a tratarla así, ¿me has
entendido?
Se acercó unos pasos más a ella e inclinó la cabeza para
que quedara a la altura de la de la joven, que estando tan cerca
de él, pudo apreciar que en los ojos verdes oscuros de Thorne
se vislumbraba un aro más claro que rodeaba su pupila y les
daba luz, haciéndolos tremendamente especiales.
―¿No te das cuenta de que la estamos poniendo en
peligro? ―murmuró para asegurarse que nadie más le
escuchaba―. Si nuestros enemigos logran localizarnos de
algún modo, es muy probable que acabe muerta. ¿Es eso lo
que quieres? ¿Quieres que la maten?
Jess apretó los dientes y negó con la cabeza. No le gustaba
darle la razón, no obstante, era cierto todo lo que acababa de
exponer el guardián.
―Pasaremos la noche aquí porque ya has aceptado y
hemos entrado en la casa impregnándola de nuestro olor, pero
en cuanto amanezca, nos vamos a la ermita y dejamos a esta
anciana viviendo en paz. Justo como estaba, antes de tener la
desgracia de cruzarse con nosotros.
―Como usted ordene, capitán ―aceptó de forma
sarcástica―. De todos modos, espero que, durante la cena,
intentes parecer un ser civilizado.
―No te preocupes por eso porque no voy a cenar con
vosotras, no tengo hambre, prefiero dar una vuelta por el
pueblo y asegurarme de que es seguro.
―Me parece una buena idea ―asintió antes de darse la
vuelta y volver al interior de la casa.
Allí la esperaba Josefa, mirándola con una sonrisa
comprensiva dibujada en los labios.
―No seas tan dura con él, se nota que algo le ha afectado.
Es grande y fuerte, sí, aunque en sus ojos se puede apreciar
que también es muy sensible.
―¿Sensible? ―rio Jessica―. Siento contradecirla, pero
ese… hombre ―corrigió el insulto que estuvo a punto de
soltar― tiene la sensibilidad de un pedrusco.
―No te dejes engañar por sus bravuconadas, chiquilla.
―Le palmeó la mano con cariño―. Mi Cipriano era igual, un
cascarrabias, pese a que, en el fondo, yo era la fuerte de los
dos. Las peleas son normales entre los enamorados y más, con
dos tan fogosos como vosotros ―añadió acercándose a uno de
los cajones de la cómoda.
Jessica pensó en volver a negar que estuvieran juntos de
ese modo, no obstante, se dio cuenta de que por mucho que se
empeñaran en decir que no eran pareja, Josefa no iba a
aceptarlo. Era una romántica empedernida, podía verlo.
―Mira, ¿a que éramos guapos?
Le mostró una foto en blanco y negro donde se veía a una
joven y bonita Josefa, con el cabello largo y sin gafas, y a un
hombre delgado, con una nariz un tanto aguileña y muy
atractivo, que vestía un uniforme del ejército.
―Muy guapos, sí ―asintió sonriendo.
―Esta foto nos la hicimos durante un permiso de su
servicio militar ―continuó explicando la anciana―. Ahí
teníamos toda la vida por delante y mírame ahora, con un pie
en la tumba.
―No diga eso, Josefa, se la ve con mucha vitalidad y
salud.
―Eso no quita que tengo ochenta y tres años, chiquilla. Es
ley de vida que más temprano que tarde acabe reuniéndome
con mi Cipriano. ―Se limpió una lágrima que escapó de la
comisura de uno de sus ojos―. En fin, he tenido una buena
vida y eso es lo importante. Y sé que vosotros también la
tendréis. Créeme, yo sé calar a las personas. ¿Te lo he dicho
ya?
Jessica contuvo una sonrisa.
―Sí, algo nos comentó antes.
―Bueno, voy a ponerme manos a la obra con el gazpacho
―dijo remangándose y yendo a la enorme cocina―. ¿Quieres
que te enseñe a hacerlo?
―Claro, me encantaría ―asintió la joven, cogiendo el
delantal que le ofrecía y poniéndoselo―. Thorne no cenará
con nosotras, así que tampoco hace falta que haga demasiada
comida.
―Ay, chiquilla, aquí siempre hacemos comida para que
sobre. Entre los vecinos somos como una gran familia y
siempre nos la ofrecemos unos a otros.
Ambas mujeres prepararon la refrescante comida.
Después, cenaron entre conversaciones y anécdotas que Josefa
le explicó.
Jessica insistió en ser ella la que recogiera y lavara los
platos, tras lo cual, se fue a descansar. Estaba agotada después
de aquel largo viaje.
Thorne, después de dar al menos cuatro vueltas al pueblo y
haber sido el objeto de incontables miradas desconfiadas por
parte de los vecinos de aquella pequeña localidad, volvió a
casa de Josefa y se sentó en la silla de rafia que tenía en la
entrada.
La noche era calurosa, pese a que una agradable brisa
sacudía levemente su largo pelo. Era la una de la madrugada,
la puerta de entrada se abrió y apareció Josefa con una
humeante taza de chocolate entre las manos.
―Menos mal que ya has vuelto, me tenías con el alma en
vilo, chiquillo ―le dijo la buena mujer ofreciéndole la
humeante bebida y sentándose a su lado.
El vikingo se quedó mirando el chocolate sin saber qué
hacer con él. Jamás había bebido nada similar, lo suyo era la
cerveza o el whisky.
―Estaba paseando por el pueblo ―respondió al fin sin
apartar los ojos de la dulce bebida.
―¿A que es muy bonito? ―preguntó orgullosa―.
Siempre se lo digo a mi hermana: «Aurelia, este pueblo es
muy bonito y acogedor». Es una renegona y no quiere
reconocerlo, pero ¿qué va a saber ella, que nunca ha salido de
aquí? Yo he estado en Londres con mi hija y no puede
compararse con nuestro Madroño. Aquello es muy frío y
oscuro. Además, está lleno de gente estirada. ¿No estás de
acuerdo conmigo, chiquillo?
―Emm, sí ―respondió al fin, tan solo para que dejara de
parlotear.
―No te enfades tanto con Jessica, anda ―le pidió
entonces―. Es una mujer con temperamento, justo lo que
necesita un hombre como tú.
―Ya le he dicho que no es mi pareja ―se apresuró a decir
clavando su mirada sobre la anciana.
Josefa sonrió con condescendencia.
―¿Pretendes engañar a esta vieja? ¿No has oído el dicho
de que sabe más el diablo por viejo que por diablo?
Thorne enarcó ambas cejas. Si ella supiera lo viejo que era
él, ya no le serviría de nada aquel dicho.
―Señora…
―Puedo aceptar que en este momento entre vosotros no
haya nada más que una amistad ―le cortó y se puso en pie―.
Sin embargo, veo el fuego en tus ojos cuando la miras, y eso
es algo que no se falsea. ―Posó una de sus pequeñas manos
sobre el ancho hombro del guardián―. Pasa dentro y duerme
algo, te irá bien. Y ten cuidado con este escalón ―añadió
señalando hacia las escaleras de madera que conducían al
interior de la casa―. Lleva años roto, de eso se ocupaba mi
Cipriano ―emitió un suspiro triste―. Qué se le va a hacer. Es
la vida, que pone a las personas en nuestro camino y nos las
quita cuando menos lo esperamos. ―Le miró sonriendo con la
tristeza reflejada en los ojos―. Buenas noches, hijo.
―Buenas noches ―repitió, incapaz de decir nada más.
Entendía la pena de la anciana, ya que él también sufrió
demasiadas pérdidas a lo largo de su vida.
Cuando se quedó a solas, los ojos del vikingo se dirigieron
hacia el peldaño maltrecho. Una anciana como ella no debía
vivir en una casa con ese tipo de desperfectos, podría tener un
despiste, meter el pie en el agujero y caerse escaleras abajo.
Suspirando, dejó la taza de chocolate sobre la mesita
redonda de metal trenzado que tenía al lado, y se dirigió hacia
la parte trasera de la casa. Hacía unos minutos que había visto
un cobertizo con el candado abierto y una caja de herramientas
dentro.
Pensaba pagar a Josefa por su hospitalidad, así que sería
mejor ponerse manos a la obra y reparar todo lo que pudiera
antes de que llegara el amanecer.
Sasha seguía esforzándose en perfeccionar su técnica para
viajar en el tiempo y el espacio con más de una persona a la
vez, y aunque hacía avances, no tan rápido como le hubiera
gustado.
―Conejita, creo que por hoy ya está bien ―le dijo Draven
abrazándola por detrás―. Llevas todo el día practicando sin
descanso, tampoco es plan de que caigas enferma.
―Estoy bien, no voy a caer enferma ―negó
desembarazándose de su abrazo y acercándose de nuevo al
bloc de notas.
―Hoy has estado a punto de lograr llevarnos a Brunella y
a mí hasta Irlanda, eso es un gran paso.
―La clave está en las palabras: «a punto» ―señaló―. No
creo que estar a punto de llevar a mi hermana al lugar donde
debe entrenar con la espada sea suficiente.
―¿Y qué esperabas? ―inquirió poniéndose las manos en
las caderas―. ¿Aprender a hacerlo en un solo día?
Sasha se volvió hacia él sonriendo con picardía.
―¿No se supone que ahora soy una supermujer?
El guardián celta le devolvió la sonrisa y, aproximándose
de nuevo, la agarró por la cintura y la pegó a su duro cuerpo.
―Para mí siempre has sido una supermujer, conejita ―le
aseguró, besándola con pasión en los labios―. Estoy
convencido de que conseguirás hacer lo que se espera de ti. De
hecho, jamás lo he dudado.
―Ya tienes más fe en mí que yo misma.
―Y también tengo la esperanza de conseguir que dejes de
preocuparte por lo que aún no haces y te centres en dejar que
tu esposo, o sea yo, te ayude a relajarte para que mañana
puedas afrontar un nuevo día cargada de energía. ―Le
mordisqueó el cuello de manera sensual―. ¿Qué te parece?
Sasha, sintiendo como su respiración se aceleraba, se
aferró a sus hombros y emitió un leve jadeo.
―Creo que me parece una excelente idea.
Capítulo 6
Cuando Jessica despertó aquella mañana, no esperaba
encontrarse con la imagen más sensual que hubiera visto en
toda su vida.
Thorne, sin camiseta, con el torso y la espalda sudorosos,
estaba subido a una escalera mientras reforzaba una viga de
madera carcomida, clavando un nuevo tablón a cada lado.
Mechones del cabello largo del vikingo caían sobre su
masculino rostro y Jess, sintió deseos de acercarse y retirarlos
para poder apreciar mejor sus marcadas facciones.
¿Era normal que necesitara acercársele para lamer todos
aquellos marcados músculos? Un jadeo ahogado escapó de
entre sus labios, haciendo que los ojos verdes oscuros del
guardián se desviaran hacia ella.
Respirando hondo, trató de recomponerse y de conseguir
que los acelerados latidos de su corazón volvieran a la
normalidad.
«¿Qué mierda te pasa, Jess? Es el capullo que te tuvo
secuestrada. ¿Con qué andas fantaseando?», se reprochó para
sus adentros.
―¿Qué estás haciendo? ―le preguntó para desviar su
mente de los pensamientos lujuriosos que la asaltaban a cada
movimiento que él hacía.
―Vi que esta viga no tardaría mucho en romperse del
todo, así que decidí reforzarla. ―La miró de medio lado,
percibiendo que tenía el cabello húmedo y olía a flores, por lo
que supuso que acabaría de darse una ducha―. ¿Por qué?
¿También te molesta?
―¿A qué viene eso? ―inquirió con los brazos en jarras.
―No lo sé, pero como parece fastidiarte todo lo que hago,
no me extrañaría. ―Se encogió de hombros a la vez que
bajaba de la tambaleante escalera.
―Para nada, me alegro por Josefa, aunque no esperaba
que fueras capaz de mostrarte amable. ¡Menuda sorpresa!
―Emitió un silbido sarcástico.
Thorne gruñó, y dejando el martillo sobre la mesa, se
acercó a ella.
―¿Y qué hay de ti?
Jessica alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos.
¿Por qué tenía que ser tan alto y atractivo? La naturaleza
no debería dotar a los tipos como aquel con ese físico, era
demasiado injusto.
―¿Qué hay de mí? ―su voz sonó un tanto entrecortada a
causa del deseo que su cercanía estaba avivando en ella.
¿Pero qué le pasaba aquella mañana? Sería que llevaba
demasiado tiempo sin sexo. Tenía que ser eso.
―¿Cuándo dejarás de tratarme a patadas? ―repuso el
guardián sin ser consciente de los pensamientos que cruzaban
por su mente―. ¿Acaso no ves nada bueno en mí?
«Oh, sí, claro que lo veo», caviló para sus adentros. «Eres
un pedazo de rubio de dos metros con músculos de acero, no
soy ciega»
―¿Qué más te da lo que piense de ti? Lo único que
importa es que tenemos una misión que cumplir juntos, eso es
todo. Cuando todo esto acabe, no tendremos que volver a
vernos.
―¿Y es tanto pedir que durante el tiempo que dure nuestro
cometido, te comportes de un modo más amable conmigo,
hembra?
Jessica, ante el apelativo hembra que tanto odiaba, frunció
el ceño.
―La verdad es que sí, demasiado pedir, teniendo en
cuenta que me has tenido secuestrada, ¿no crees?
Thorne gruñó, y dándole la espalda se pasó las manos por
el pelo retirándoselo del rostro, haciendo que su bíceps se
contrajera. Aquello consiguió que, en un espasmo
involuntario, las paredes de la vagina de la joven palpitaran,
haciéndola humedecerse.
Como si pudiera percibirlo, el vikingo giró de repente la
cabeza, clavando sus ojos sobre ella y olisqueándola como un
perro de presa.
―¡No me jodas, valquiria! ―refunfuñó entre dientes.
―¿Que no te joda? ―preguntó confusa.
«Aunque justo eso sería lo que más me gustaría hacerte en
este momento. ¡Vaya putada!», se lamentó.
―Deja de pensar en mí de ese modo, joder.
Los ojos de la policía se abrieron de par en par.
―¿Acaso puedes leerme la mente?
«Que diga que no, que diga que no, que diga que no»,
repetía en su cabeza una y otra vez.
―No lo hago y tampoco me hace falta para saber que te
gustaría follar conmigo ―respondió sin andarse por las ramas.
Los colores subieron ligeramente a las mejillas de la joven,
que negó con la cabeza y rio de forma burlona.
―¿Te has vuelto aún más loco de lo que ya estabas? Antes
me follaría a una planta ―mintió.
Pese a que le gustaba ser sincera, no iba a darle la
satisfacción de saber cómo la ponía de cachonda. ¡Antes
muerta!
―Hembra, no puedes engañarme, puedo oler tu excitación
―le dijo acercándose a la silla donde estaba colgada su
camiseta y poniéndosela―. Aunque lo comprendo, no me lo
tomo como algo personal. Al fin y al cabo, somos animales
con instintos.
―¿Se puede ser más básico de lo que eres tú? ―Alzó las
cejas sorprendida ante su razonamiento.
―¿Es que el deseo que sientes por mí no es básico?
Claro que era básico. Incluso también podría añadirle
salvaje y abrasador, dadas las ganas que tenía de arrancarle la
ropa. Sin embargo, se limitó a bufar y a desviar la vista de la
tentación que suponía aquel guardián exasperante y demasiado
atractivo para su tranquilidad.
―No puedo contigo, la verdad ―fue lo único que se
atrevió a decir sin meter la pata.
―¡Madre mía! ―la exclamación emocionada de Josefa
hizo que la atención de ambos recayera sobre ella―. Has
reparado la viga y la puerta que no cerraba bien en la alacena
―añadió aproximándose a pasar sus dedos sobre esta última.
El vikingo se encogió de hombros mientras se limpiaba las
manos con un pedazo de tela.
―Comencé con el escalón de la entrada, pensé que era
peligroso para usted tenerlo así ―comentó Thorne como de
pasada―. Cuando fui a por las herramientas, me di cuenta de
que la puerta del cobertizo tampoco cerraba bien, así que la
reparé y ya continué con el resto de cosas que fui viendo en
mal estado. Espero que no le moleste.
―¿Molestarme? ―Se acercó a él y posó su mano sobre el
antebrazo del hombre―. Ha sido de lo más considerado por tu
parte, chiquillo. Aunque debes haber estado toda la noche
despierto para poder repararlo todo, que esta casa sin mi
Cipriano se estaba echando a perder.
―No suelo dormir demasiado, así que eso no es problema.
―Eres un pedazo de pan, muchacho. ―Sonrió la
anciana―. ¿Lo ves, hermosa?, perro ladrador poco mordedor.
Te lo dije.
―Sí, eso dijo ―asintió la joven esforzándose por no
volver a mirar al vikingo.
―Como pago, dejadme que os prepare unos churritos.
Siempre se me ha dado bien hacerlos. A mi hija le encantaban
cuando era pequeña. Ya veréis, os vais a chupar los dedos.
Después de desayunar copiosamente, Thorne se dio una
ducha y se cambió de ropa, tras lo cual, procedieron a
despedirse de la amable anciana.
―Ha sido un placer conoceros, de verdad ―les dijo
Josefa, entregándoles una fiambrera con galletas para el
camino.
―El placer ha sido nuestro ―respondió Jess besándola en
la mejilla.
―¿Estáis seguros de que no queréis que os acompañe a la
ermita? Para mí no sería ninguna molestia hacerlo.
―Ya ha hecho suficiente por nosotros ―se apresuró a
responder el guardián―. Además, la subida hasta llegar es
bastante empinada y no quiero que se fatigue.
Josefa se acercó más a él y le abrazó.
―Nunca os olvidaré, muchachos ―les aseguró―. Cuida
mucho de esta chiquilla que vale su peso en oro ―le pidió.
―Si me deja, lo haré ―contestó el vikingo.
―En realidad, soy muy capaz de cuidarme sola
―intervino Jessica.
―Lo ve ―se quejó Thorne―. Es imposible acertar con
ella, nunca está contenta.
Ignorándole, Jess volvió a dirigirse a la española.
―No obstante, si se mete en problemas prometo intentar
salvarle el culo yo a él.
―No tengo ninguna duda de ello. ―Josefa le guiñó el ojo.
―Prometo volver a visitarla, si le parece bien.
―Por supuesto, chiquilla, esta es vuestra casa.
―No podemos perder más tiempo, así que terminad de
despediros y vámonos de una puta vez ―rezongó Thorne con
brusquedad.
―Me encanta como derrocha sensibilidad por los cuatro
costados ―le dijo la policía a la anciana, que se echó a reír―.
Cuídese mucho, Josefa.
―Igualmente, muchachos.
Sherezade estaba furiosa.
Por mucho que habían intentado una y otra vez abrir una
grieta que les condujera al paraíso, no surtía ningún efecto. Era
como si se estrellasen contra un muro de piedra.
Gritó rabiosa y tiró el tridente al suelo.
―No puedo entenderlo. ¡Debería funcionar!
―Quizá sin la caja de Selma no tenga la fuerza suficiente
para abrir una grieta hacia el paraíso, Sherezade ―respondió
Chase, uno de los nuevos brujos que se había unido a ella―.
Recuerda que Mammon la necesitó en su día.
―La caja de Selma lleva años desaparecida, ni siquiera
sabemos si aún existe ―se lamentó, apoyando las manos sobre
la mesa e inclinándose hacia delante―. Ronan me dijo que se
la entregó a la artista que anda con los guardianes, pero no
estoy segura de que fuera verdad.
―En ese caso, tendremos que buscar otra manera de llegar
hasta los Dioses.
―No existe otra manera, este era el único modo de ser
libres por fin, de acabar con los Dioses y sus reglas, y todo se
ha ido al traste.
―¿Y si no nos centramos en destruirlos nosotros?
La bruja persa se volvió a mirarle con interés.
―¿Qué estás queriendo decir, Chase?
―¿Por qué limitarnos a intentar romper el sistema
impuesto? ¿Y si, por el contrario, nos aprovechamos de él?
Sherezade se irguió y avanzó hacia él.
―¿A qué te refieres?
―Este tridente solo, sin la caja, no es capaz de abrir el
velo que separa el paraíso de nuestro mundo, pero ¿será capaz
de abrir una brecha en el infierno?
―¿En el infierno?
―En el infierno ―repitió el brujo―. Imagina lo
enfadados que tienen que estar todos los demonios que se han
consumido absorbiendo los pecados de los humanos. Lo
furiosos que se tienen que sentir con los Dioses por
condenarlos a esa horrible existencia.
Una sonrisa se fue formando lentamente en el rostro de
Sherezade.
―La verdad es que lo que dices tiene sentido, Chase,
puede funcionar ―repuso con satisfacción―. Si no puedo
llegar al paraíso para destruirlo, abriremos el infierno y
desataremos el caos en la tierra.
―Los demonios condenados pueden ser unos grandes
aliados para nuestra causa.
―Grandísimos aliados, es cierto ―asintió―. Solo
debemos averiguar el lugar donde la puerta al infierno pueda
abrirse. Si lo conseguimos, los guardianes no tendrán nada que
hacer contra nosotros.
Capítulo 7
Cuando abandonaron aquella casa, Jessica se sentía un tanto
emocionada. Josefa se comportó con ellos como si fueran
parte de su familia y nadie, en aquellos tiempos que corrían, se
mostraba tan hospitalario y amable.
―Acelera el paso, ya hemos perdido bastante tiempo,
joder ―bramó el vikingo, que parecía estar de muy mal
humor.
―¿Qué mierda te pasa a ti ahora? ―inquirió dando
zancadas más largas hasta alcanzarle―. ¿Comer churros te ha
agriado el carácter aún más de lo normal?
―No han sido los churros, sino tus putas promesas vacías.
―¿De qué estás hablando?
Se detuvo en seco y la encaró.
―Acabas de prometerle a Josefa que volverás a visitarla.
―¿Y? ―Se puso en jarras―. ¿Cuál es el problema?
―Que no lo harás ―aseveró―. No volveremos nunca
más, porque cada vez que pusiéramos un pie en su casa, la
estaríamos acercando más al peligro. ¿No te das cuenta de que
nos encontramos en medio de una jodida guerra?
El modo en que le habló la puso furiosa. ¿Por qué tenía
que tratarla siempre como a una idiota que no se enteraba de lo
que ocurría a su alrededor?
―¿Me crees estúpida? Claro que soy consciente de que en
estos momentos no somos una compañía muy recomendable,
pero tengo la esperanza de que esta contienda en la que estáis
envueltos termine tarde o temprano, y entonces, podré hacer lo
que me dé la real gana, y si una de esas cosas es volver al
Madroño a visitar a Josefa, lo haré y no necesitaré tu permiso
para ello.
―Primero, concéntrate en hacer bien el papel que la
profecía ha destinado para ti, y una vez que eso ocurra, me
sudará la polla lo que hagas con tu vida.
―En ese caso, terminemos esta misión cuanto antes,
porque no veo el momento de perderte de vista ―sentenció
volviendo a ponerse en marcha de nuevo.
Con un gruñido, Thorne la siguió, sin poder evitar que su
atención se centrase en el redondo trasero de la joven, que
consiguió provocarle una molesta erección.
¡Malditos instintos!
Por suerte, unos minutos después apareció ante ellos
aquella antigua y bien conservada ermita, y rezó para sus
adentros a los Dioses para que aún guardaran su espada o
estarían bien jodidos.
Jessica alzó la mano hacía la puerta y trató de abrirla, pero
estaba cerrada con llave.
―Parece que vamos a tener que esperar a que vuelva el
párroco.
Sin embargo, a Thorne ya no le quedaba más paciencia, la
había agotado toda con la exasperante mujer que tenía al lado.
Así que, de una fuerte patada, derribó la puerta.
―Detrás de ti, valquiria.
Jess no se lo pensó dos veces y cruzó el umbral, admirando
los bonitos retablos labrados.
―¿Crees que han guardado tu espada todos estos años? Es
demasiado tiempo.
―Tengo la esperanza de que sea así.
―La esperanza ―murmuró escéptica―. Que gran motivo
para recorrer miles de kilómetros.
―¿Qué está ocurriendo aquí?
Thorne y Jessica se volvieron hacia la ronca voz
masculina, que pertenecía al cura que daba misa en la ermita.
A diferencia de lo que pensó la joven, no se trataba de un
anciano. El hombre que tenían frente a ellos rondaría los
cuarenta años, poseía un tupido y negro cabello y unos
penetrantes ojos oscuros que, en ese momento, los miraban
con desconfianza.
―Acacio, cuanto tiempo sin verte ―comentó el guardián
acercándose a él.
―Espera un momento, ¿lo conoces? ―se sorprendió la
policía.
―Hace siglos que nos conocemos ―respondió el
párroco―, ¿verdad, guardián?
―Así es, aunque no sabía que te hubieran desterrado a este
pueblo dejado de la mano de Dios.
―¿Siglos? ―señaló Jessica―. ¿También eres inmortal?
―Es un demonio ―le explicó el vikingo.
―Un… ¿demonio? ―No pudo evitar soltar una
carcajada―. ¡Pero si es un jodido cura! ¿No se supone que son
ellos los que luchan contra los demonios y bla, bla, bla?
―Solo son leyendas urbanas, querida ―repuso el clérigo
dedicándole una agradable sonrisa―. Y como respuesta a tus
dudas, guardián, me enviaron aquí cuando mi predecesor fue
incapaz de absorber más pecados humanos. Lo que me lleva a
preguntaros, ¿qué hacéis vosotros en mi ermita?
―Hace años, esta ermita custodiaba una espada bañada en
oro, que me perteneció en mi vida como mortal ―contestó
Thorne sin rodeos―. He venido a recuperarla.
―¿Una espada? ―el demonio frunció el ceño―. En los
años que llevo aquí no he visto ninguna.
―¿Estás seguro? ―insistió el vikingo―. Es probable que
esté en las catacumbas. Nos dijeron que llevan años sin que
nadie ponga un pie allí abajo.
―Si así hubiera sido, Tomás, el demonio que vivía aquí
antes de que llegara, me lo habría comunicado.
―Es probable, pero, de todas maneras, me gustaría que
nos dejaras bajar para comprobarlo.
―No es muy seguro bajar allí abajo, guardián ―le
advirtió Acacio―. Y mucho menos, acompañado de una
simple humana.
―Esta simple humana tiene capacidad para decidir qué
quiere hacer, y si él baja a las catacumbas ―dijo señalando
con el pulgar al vikingo―, iré con él.
Thorne no dijo nada al respecto, pero se sintió muy
orgulloso de la valentía que la joven siempre demostraba. Sin
lugar a dudas, en otra vida fue una guerrera vikinga, estaba
seguro de ello.
―Aun así, no me parece buena idea ―continuó diciendo
el demonio, dubitativo.
El guardián, harto de tantas reticencias, sacó una daga que
llevaba oculta en la espalda y plantándose ante el cura, rugió:
―Tienes dos opciones, Acacio, o nos dejas bajar a buscar
mi espada por las buenas o lo harás por las malas, tú decides.
Y hazlo rápido, porque te advierto que no me queda demasiada
paciencia.
―No quiero pelear contigo, guardián, soy un demonio
pacífico.
―Si es así, indícanos dónde está la entrada a las
catacumbas.
Ambos hombres se quedaron mirándose fijamente,
retándose, hasta que, por fin, el párroco señaló al final de la
sala.
―En aquel retablo, en la esquina inferior derecha,
encontrarás una palanca con la que podréis abrir una puerta
oculta ―le explicó―. Ella os conducirá a las catacumbas,
aunque debéis saber qué hace años que nadie las pisa, no sé en
qué estado os las encontraréis.
―Por eso no te preocupes, demonio ―repuso el vikingo
encaminándose hacia donde le dijo, seguido por la policía.
Agachándose frente al retablo de madera, encontró la
palanca de la que Acacio les habló, y tras presionarla, se abrió
la puerta oculta. Un olor a humedad y polvo llegó hasta ellos
nada más cruzar el umbral. Grandes telarañas colgaban del
techo de las catacumbas. Todo estaba a oscuras, así que
Thorne sacó el móvil del bolsillo y encendió la linterna.
Jessica hizo lo mismo.
―No mentía cuando nos explicó que hacía años que nadie
pisaba estas catacumbas. ―Un escalofrío recorrió su espina
dorsal cuando retiró una de las telarañas que estaba en su
camino―. ¡Qué asco!
―Puedes subir arriba y quedarte con Acacio, yo me las
apaño bien solo.
―¿Que me quede a solas con un demonio que finge ser un
cura? ―ironizó―. Gracias, pero no.
―Los demonios no son los seres perversos que los
humanos creéis.
―En realidad, son los curas los que siempre me han dado
repelús, no los demonios. Y en este instante, más vale lo malo
conocido que lo bueno por conocer.
El vikingo enarcó una ceja.
―¿Así que soy lo malo conocido?
―Poco conocido y demasiado malo, concretamente.
―Mira, hembra… ―Thorne iba a responderle cuando un
ruido llamó su atención.
―¿Qué? No me digas que te has quedado sin nada que
decir.
―Shhh. ―Se llevó el dedo índice a los labios para que
guardara silencio.
Jessica sacó la pistola que llevaba dentro de su mochila y
se puso alerta.
―¿Qué ocurre? Yo no oigo nada.
―Me pareció escuchar pasos.
―¿Pasos? ―Miró alrededor, donde solo se veían huesos y
calaveras―. Espero que no sea de ninguno de estos
esqueletos, porque creo que mi mente acabaría colapsando.
―No digas sandeces, los esqueletos no andan.
―Después de todo lo que he descubierto en las últimas
horas, no me extrañaría nada, así que agradecería que
encontráramos la puñetera espada de una vez.
―Yo también ―concedió relajándose al no escuchar nada
más―. Sigamos adelante.
Reiniciaron la marcha mirando por todos los rincones de
aquellas oscuras grutas. Llegaron a una estancia medio
derruida y al iluminarla con la linterna, un reflejo metálico
llamó la atención de Jessica.
―¿Qué hay allí? ―Señaló al lugar donde le pareció verlo.
Thorne también alumbró aquella zona y pudo vislumbrar
la empuñadura de su espada oculta entre los escombros.
¡La habían encontrado! Apenas podía creerse su suerte.
―Quédate aquí y alúmbrame, voy a por ella ―le pidió a
Jess.
―¿Es tu espada?
―Sí, y ha sido una suerte que la hayas visto ―reconoció,
guardando su teléfono de nuevo en el bolsillo y comenzando a
quitar escombros de su camino―. Aléjate un poco de la
entrada de esta sala por si se derrumba.
El corazón de Jessica comenzó a latir acelerado.
―¿Te metes ahí pensando en que puede derrumbarse?
―Es una posibilidad, ¿no crees? ―respondió sin dejar de
avanzar―. De todos modos, yo soy inmortal, cosa que no
puedes decir tú, así que, por una vez, hazme caso y mantente
lejos.
Jessica hizo un mohín con los labios y se guardó la pistola
en la cinturilla de sus vaqueros, tras lo cual, se dedicó a
iluminarle el camino al guardián lo mejor que pudo.
Cuando Thorne llegó hasta la espada, la tomó por la
empuñadura y tiró con fuerza de ella. No podía creerse que
estuviera empuñándola de nuevo. Acarició con sus largos
dedos el lugar exacto donde sabía que Helga fundió el mechón
de cabello de Inga. Sin pretenderlo, sintió que comenzaba a
emocionarse, pero no podía dejarse llevar por su tristeza. No
era el momento ni el lugar para ello.
―¡La tengo! ―exclamó alzándola por encima de su
cabeza y mostrándosela a la joven.
―Es enorme, no me esperaba que fuera tan grande
―observó Jess.
El vikingo no pudo evitar soltar una carcajada. Al
escucharla, Jessica se dio cuenta de lo mal que sonaron sus
palabras y puso los ojos en blanco, sabiendo en lo que estaba
pensando el guardián.
―No te hagas ilusiones, capullo, que hablaba de la espada.
―Lo sé, aunque esa es una frase que he escuchado mucho
a lo largo de mi vida ―se jactó.
―No seas engreído y sal de ahí, anda. Lo último que me
faltaba sería tener que llamar a los bomberos para que te
saquen de debajo de un montón de escombros.
Thorne se dispuso a hacer lo que la joven le pedía, no
obstante, al dar el primer paso comenzó a caer arena del techo
de la gruta. El guardián supo que no le daría tiempo a llegar a
la salida antes de que la cubierta se derrumbara, así que, con
decisión, gritó:
―Apártate, valquiria ―le ordenó antes de lanzar la espada
para que cayera fuera de la estancia que estaba a punto de
venirse abajo.
Jessica se retiró con rapidez, por lo que el arma aterrizó a
sus pies con un estridente ruido metálico. Todo pasó tan rápido
que apenas se dio cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir,
hasta que el vikingo quedó sepultado bajo un montón de
piedras.
―¡Thorne! ―gritó desesperada dejando el móvil en el
suelo e intentando rescatarle retirando las piedras que era
capaz de mover―. No me hagas esto, no puedo volver a San
Francisco diciendo que has acabado enterrado en una antigua
catacumba. No me jodas.
Sin embargo, no pudo seguir con su cometido de
desenterrarle. Unos sonidos de pasos corriendo hacia ella la
alertaron de que no estaban solos.
Fue a tomar su arma, pero en el revuelo de agacharse a
quitar piedras debía haberse caído al suelo y en la oscuridad de
la gruta no pudo verla con tanta rapidez como hubiera
necesitado para librarse del atacante que ya estaba
prácticamente sobre ella.
Sin tiempo a pensar en lo que hacía, tomó la espada que
refulgía a sus pies y alzándola con sus dos manos, ya que
pesaba bastante, la blandió contra el hombre moreno que se
abalanzaba sobre ella. Como no se esperaba su ataque, la aún
afilada hoja de hierro terminó enterrada en el estómago
masculino, que se derrumbó hacia atrás sin vida.
Pisando el cuerpo del desconocido, tiró de la espada con
fuerza, y la desclavó de sus entrañas.
―¿Quién coño eres tú? ―murmuró Jessica para sí misma.
De todos modos, no tenía tiempo para descubrirlo, ya que
su prioridad en ese momento era ver si Thorne seguía con
vida. Sin duda, un humano no hubiera sobrevivido, pero por
suerte, él era un ser inmortal y eso la hacía tener una pequeña
esperanza.
Volvió a acercarse a la entrada de la estancia derruida, no
obstante, no pudo seguir quitando piedras, porque el hombre al
que había matado hacía unos segundos comenzó a levantarse.
―¿Pero qué coño…? ―dijo entre dientes poniéndose en
guardia nuevamente.
―Eso ha dolido ―confesó el desconocido haciéndose
crujir el cuello―. Pensaba darte una muerte rápida, humana,
pero ahora me has enfadado, así que solo por placer, voy a
arrancarte los brazos antes de matarte.
―Emm, creo que no ―fingió no temerle, aunque la
realidad era bien distinta―. No nos conocemos lo suficiente
como para que te tomes esas libertades conmigo, gilipollas.
El extraño hombre que tenía enfrente arrugó el gesto,
haciendo una mueca lúgubre que le puso los pelos de punta, y
corrió hacia ella.
Jessica dio una patada al suelo para que parte de la tierra
que había sobre él fuera a parar a sus ojos, sirviéndole de
distracción para tomar la espada de nuevo e intentar
defenderse con ella. Consiguió rajarle el brazo a pesar de que
el desconocido se movió hacia un lado con rapidez. Entonces,
alargó su mano y tomándola por el cuello con fuerza, la
estampó contra la pared de la gruta, haciendo que la espada se
resbalase de sus manos y cayese al suelo.
―Eres muy peleona, humana. ―Acercó su nariz al cuello
de la joven y la olisqueó―. Y tienes unos pecados muy
suculentos ―comentó relamiéndose.
―¡Que te jodan, cabrón! ―farfulló con la voz
entrecortada por la presión que aquel hombre ejercía en su
garganta.
Tras decir aquello, el desconocido sonrió y un calor
comenzó a brotar de su mano, quemando la piel de la joven,
que apretó los dientes tratando de contener un grito que al final
emergió del fondo de su garganta.
Un ruido de piedras al moverse hizo que su atacante
volviera la cabeza y gruñera al ver al guardián, lleno de polvo,
alzarse entre los escombros.
―Tomás, te aconsejo que la sueltes, a no ser que quieras
que te arranque los brazos y te los haga tragar.
―Vaya, creí que este derrumbe me había ahorrado el tener
que matarte. ―Liberó el cuello de la policía, que cayó al suelo
tratando de recuperar el aliento, y se volvió hacia el
guardián―. En fin, terminaré rápido contigo para poder
divertirme con tu putita.
Thorne soltó un grito de guerra antes de correr hacia el
demonio, con el que comenzó a pelear con ferocidad.
Jessica, que ya casi podía respirar con normalidad, alcanzó
a ver a otros dos desconocidos y al padre Acacio llegando
hasta el vikingo, para unirse al demonio contra él.
Aunque sentía un tremendo escozor en la zona que el
demonio le quemó, se puso en pie y rebuscó entre los
escombros su pistola hasta que consiguió hallarla. La tomó
entre las manos y se puso en pie con las piernas separadas y el
arma bien cogida.
―¡Alto! ―gritó para que la oyeran por encima del revuelo
de la pelea―. ¡Alto o disparo!
El cura volvió su mirada oscura hacia ella.
―Humana, baja esa pistola, no me gustaría que te hicieras
daño.
―Prefieres hacérmelo tú, supongo.
Acacio sonrió de medio lado.
―No es algo que me llame demasiado la atención, sin
embargo, a mi amigo Tomás sí que le gustan las humanas
guerreras y contestonas como tú.
Comenzó a avanzar hacia ella, que de reojo pudo ver como
Thorne le arrancaba la cabeza a uno de sus atacantes. ¡Ese
hombre era una bestia en combate!
―No te acerques más ―le exigió al demonio―. No
dudaré en pegarte un tiro en la frente, te lo advierto.
―No deberías haber venido hasta aquí ―dijo sin dejar de
caminar hacia ella.
Como advertencia, Jess le disparó en la pierna, aunque eso
no hizo que se detuviera, por el contrario, aceleró el paso.
Viendo que los disparos de aviso no servían, Jessica vació
el cargador en su pecho, traspasando de manera acertada su
corazón.
―Eso no será suficiente, valquiria, tienes que cortarle la
cabeza o arrancarle el corazón ―le gritó el guardián tratando
de deshacerse de los dos demonios que no dejaban de
golpearle.
―¡Joder! ―dijo entre dientes apresurándose a tomar de
nuevo la espada para blandirla contra el padre Acacio.
El cura alzó una mano y una llamarada salió de ella. Por
suerte, la policía fue capaz de esquivarla. Aquel demonio de
los cojones pretendía quemarla viva, pero no pensaba
ponérselo fácil. Emitiendo un grito de guerra fue hacia él,
dispuesta a morir peleando si hiciera falta.
Acacio, entre risas, esquivaba sus ataques como si se
estuviera divirtiendo mucho con aquello, que, para él, parecía
ser un juego.
Thorne era plenamente consciente de ello, Acacio jugaba
con Jessica porque le gustaba ver como una humana, a su
parecer insignificante, tenía el coraje de enfrentarse a un
demonio tan poderoso como era él.
Luchó con más ahínco contra Tomás y su otro secuaz, al
que no conocía, pero que, por su olor, sabía que se trataba de
otro demonio de un rango inferior.
Tomás aprovechó su distracción para asestarle un fuerte
golpe que le hizo sangrar por la boca.
―Con los años, has perdido reflejos, guardián ―se mofó
Tomás―. O quizá sea que te hace perder la concentración ver
como Acacio va a acabar con tu puta humana.
―¡No hables así de ella! ―rugió, devolviéndole el golpe.
Al otro lado de la gruta, Acacio se cansó de jugar, por lo
que abofeteó con fuerza a la policía, que cayó al suelo, aunque
se mantuvo aferrada a la espada.
―¡Jess! ―bramó Thorne deshaciéndose del demonio de
categoría inferior y tratando de llegar hasta ella.
No obstante, Tomás se interpuso en su camino. Aquel
maldito demonio era más fuerte de lo que esperaba.
―Lamento que te hayas visto envuelta en esto, humana
―le decía el padre Acacio deteniéndose a su lado―. Me
gustaría dejarte marchar, créeme, pero la situación se ha
complicado en los últimos días, así que no me queda más
remedio que matarte.
―¿Qué ha ocurrido para que se haya complicado la
situación? ―le interrogó aún desde el suelo―. ¿No has rezado
lo suficiente?
El demonio sonrió de medio lado.
―Ojalá fuera eso, sin embargo, es algo mucho más
intrincado que pondrá patas arriba todo el reino demoniaco.
Tuvimos paz durante demasiado tiempo, ahora ha llegado el
momento de alzarnos a sus órdenes ―comentó de manera
misteriosa antes de levantar la mano para hacerla arder como
si estuviera en una pira.
Jessica, que ya se esperaba algo así, hizo un rápido
movimiento con la espada, cortando el brazo del cura, que
soltó un gutural alarido de dolor.
―¿Qué has hecho?
―Seré una humana insignificante, pero lo suficientemente
cabezota para luchar por mi vida, demonio de los cojones
―repuso entre dientes clavando de nuevo la afilada hoja en el
estómago del párroco, que cayó desplomado sobre los
escombros.
La policía, bastante dolorida, se puso en pie y se lo quedó
mirando.
―Esto no puede matarme, humana ―dijo comenzando a
incorporarse.
―Lo sé, pero tengo la esperanza de que esto sí lo haga
―respondió tomando impulso y cortándole la cabeza, que
rodó hasta sus pies.
―¡Acacio! ―gritó el otro demonio, distrayéndose y
consiguiendo que el guardián introdujera una mano en su
pecho y le arrancara el corazón.
Sin más dilación, se acercó a la agente de policía, que
respiraba con dificultad a causa del esfuerzo que acababa de
hacer luchando con el cura.
―Lo has hecho bien ―la felicitó Thorne poniendo una
mano sobre su hombro―. Has matado tú sola a un demonio de
rango superior.
La joven dio un respingo y se apartó de él.
―¿Tú crees? Sospecho que el único motivo por el que he
podido matarlo es porque me subestimaba y bajó la guardia.
―Nunca se puede subestimar a ningún contrincante, y eso
no hace menos válido lo bien que has peleado, valquiria.
―Gracias, tú tampoco lo has hecho mal. ―El vikingo
enarcó una ceja al oír esa afirmación―. Hay una cosa que me
da mala espina. Antes de que le cortara la cabeza, me dijo que
la situación se había complicado y por eso debía matarme. Que
el mundo demoniaco se pondría patas arriba y que la paz que
tuvieron se iba a acabar, que era el momento de alzarse a las
órdenes de alguien, aunque no especificó de quien. ¿Te dicen
algo estas palabras?
El guardián pensó en ello.
―Es posible que estuviera a las órdenes de Sherezade, es
lo único que se me ocurre. De todos modos, no acabo de
entenderlo, los demonios siempre suelen ir por su lado, no se
meten en asuntos de brujos.
―¿No tenéis amigos demonios? Sería interesante hablar
con ellos para ver si saben algo más.
Cruzándose de brazos, sonrió.
―Estás sacando tu vena policiaca, hembra.
―Y sacaré de nuevo mi vena asesina si vuelves a
llamarme hembra otra vez ―sentenció entregándole la
ensangrentada espada―. Vayámonos de aquí, no me gusta
nada este lugar.
Capítulo 8
Thorne habló con Abdiel nada más llegar a San Francisco. Le
explicó que hallaron la espada, el ataque de los demonios y las
misteriosas palabras que Acacio le dijo a Jessica antes de
morir. Con toda aquella información, el líder de los guardianes
fue a comentarlo con Mauronte.
―No lo entiendo, los de mi especie somos pacíficos.
Además, no tenían ningún motivo para atacar a un guardián,
siempre nos hemos respetado entre nosotros.
―¿Es posible que Sherezade haya tenido algo que ver?
―le preguntó Abdiel, cada vez más perdido con los
movimientos de la bruja persa.
―Hace muchos años que conocía a Acacio y él jamás
hubiera vendido sus lealtades a una bruja, no las tenía en alta
estima.
―¿Se te ocurre algún otro motivo? Porque yo me siento
completamente perdido ―se lamentó el guardián.
Mauro se pasó los dedos entre el oscuro cabello y comenzó
a dar vueltas por la estancia.
―Qué va, no entiendo nada ―respondió un tanto
desesperado―. Es cierto que Acacio se desvió en alguna
ocasión del camino, por eso Belial lo desterró a ese pequeño
pueblo español, no obstante, nunca fue un demonio
conflictivo.
―¿Por qué motivo se desvió del camino? ―quiso saber
Abdiel.
―Fue cuando Mammon se rebeló contra los Dioses, él no
estuvo de acuerdo con que Belial le castigara de un modo tan
duro al darle muerte.
―¿Crees que hayan podido querer volver a retomar lo que
empezó Mammon?
―Sería la primera noticia que tendría, de todos modos,
puedo enviar a Azazel para que investigue sobre el tema.
―Te lo agradecería, Mauronte.
Unos leves golpes en la puerta hicieron que ambos
hombres se volvieran hacia ella.
―Sasha va a intentar trasladar a Jess y Thorne al lugar
donde deben entrenar, acaba de terminar el lienzo ―les
informó Roxie―. ¿Estáis bien? ―preguntó al ver sus
semblantes serios.
―Sí, sí, todo bien ―se apresuró a responder su pareja,
omitiendo sus sospechas sobre que algunos demonios
estuvieran pensando en retomar el plan de Mammon―. ¿Y
dónde tiene que llevarlos?
―Por lo que he podido ver, parece una especie de templo
―repuso encogiéndose de hombros.
―De acuerdo, pues vamos a ello y esperemos que en
breve Jessica esté preparada para luchar con lo que el destino
tenga previsto para ella.
Los tres se dirigieron hacia el salón de aquel apartamento,
donde las dos hermanas se abrazaban. Sasha quería trasmitirle
todo su apoyo y confianza, a la vez que se mentalizaba a sí
misma de que sería capaz de trasladarlos al lugar que, de
manera mágica, se materializó en su mente en cuanto Jessica
volvió de Sevilla.
―Deja que Thorne te guie, es un buen hombre ―decía la
artista convencida de sus palabras.
―Siempre hemos tenido una forma de pensar muy
diferente tú y yo ―ironizó su hermana.
―No seas tozuda y dale una oportunidad.
―Con que deje que me entrene ya es más que suficiente,
créeme, porque lo que de verdad me gustaría hacer es meterle
entre rejas por retenerme en su depravado sótano sin mi
consentimiento.
―Solo intentaba protegerte ―le justificó una vez más.
―No lo necesitaba, así que no voy a agradecérselo.
Sasha puso los ojos en blanco, dejándola por imposible. La
conocía lo suficientemente bien como para saber que no daría
su brazo a torcer.
―De todos modos, confía en él; si no lo haces, no podrás
aprender nada.
―Mantendré la mente abierta para adquirir destreza con la
espada lo más rápido que pueda.
―Siempre has sido muy inteligente, sé que lo harás bien.
―La abrazó una última vez.
―¿Podemos partir de una puta vez? ―gruñó el vikingo
desde la puerta, donde se había mantenido para poder darles
un poco de intimidad―. A este paso, Sherezade conseguirá
destruir el mundo a la espera de que os despidáis. ¡Que vamos
a volver en unos días! Parece que no vayáis a volver a veros
jamás.
―¿Lo ves?― se quejó la agente de policía―. ¿Ves lo que
voy a tener que soportar? Y encima pretenderá que sea
simpática con él. ¡Y una mierda!
Sasha contuvo la risa. Acabarían matándose, estaba segura
de ello.
―Es un hombre impaciente ―dijo, consiguiendo que su
hermana la fulminara con la mirada―. Y, además, tiene razón,
es hora de que intente llevaros al templo que he dibujado
―añadió señalando el lienzo.
A Sasha le sudaban las manos y un desagradable temblor
nervioso sacudía su cuerpo.
―Tranquila, conejita, podrás hacerlo, has practicado
mucho ―Draven trató de calmarla desde la distancia.
―Puedo hacerlo ―repitió para darse ánimos, antes de
tomar a su hermana y a Thorne de las manos.
Concentrándose en la imagen que dibujó, cerró los ojos y
los visualizó en aquel lugar. Tenía que enviarlos a ellos sin que
ella tuviera que ascender también, y eso le preocupaba
bastante. Cuando se sintió lo suficientemente preparada,
respiró hondo y dijo con voz segura y clara:
―Ibi me ducere.
Como por arte de magia, Thorne y Jessica desaparecieron
dejando una estela de destellos brillantes, haciendo que la
artista abriera los ojos y mirara sus manos, las cuales habían
estado unidas a las de ellos segundos antes.
―Lo he hecho ―murmuró llena de felicidad―. ¡Lo he
conseguido! ―exclamó lanzándose a los brazos de Draven,
que la recibió encantado.
―No dudé ni por un segundo de que lo lograrías.
―Esperemos que Jessica aprenda rápido y vuelvan lo
antes posible ―comentó Abdiel con una mala sensación
rondando su mente.
Thorne y Jess aterrizaron con sus posaderas sobre un suelo
de mármol blanco y brillante.
―¡Auch! ―se quejó la joven―. ¿No había una mejor
manera de llegar?
El vikingo, levantándose de un salto, alargó su mano para
ayudarla a hacer lo mismo. Jessica la rechazó de un manotazo.
―No necesito tu ayuda, puedo incorporarme sola.
―¿No eres capaz de aceptar ni una vez el favor de los
demás?
―¿El favor tuyo? No, gracias ―inquirió poniéndose en
pie con agilidad y clavando sus ojos grises verdosos en el
vikingo.
―Por fin habéis llegado.
Una voz femenina les hizo volverse y encontrarse de frente
con la Diosa Astrid, que mantenía su mirada fija en Jessica.
―Sí, por fin ―rezongó el guardián del mal humor.
De todas maneras, la Diosa no le prestó atención y se
aproximó más a la joven policía para poder estudiarla más de
cerca.
―La elegida, por fin te tengo frente a mí. He esperado
demasiados años y ya estaba impaciente.
Jessica, sintiendo invadido su espacio personal, dio un par
de pasos atrás y se puso en jarras.
―Me gustaría saber por qué soy la elegida ―indagó sin
rodeos―. ¿Por qué yo?
―Porque eres especial, Electi.
―¿Electi?
―Significa elegida en latín ―le aclaró.
―¿Y qué me hace especial? ―insistió Jess.
―Pretendes correr antes de andar, Electi, y las cosas no
funcionan así.
―¿Y cómo funcionan, si se puede saber? ―preguntó
enarcando una de sus perfectas cejas oscuras.
―Por el momento, entrenando en este templo sagrado
junto a mi guardián vikingo ―le dijo con calma―. Os daré
dos semanas, no disponéis de más tiempo.
―¿Dos semanas? ―intervino Thorne―. No puedo
enseñarla a ser diestra con la espada en solo dos semanas.
―En ese caso, deberás esforzarte más ―repuso la
Diosa―. Además, en este lugar el tiempo trascurre de manera
diferente, al igual que los conocimientos que aquí adquiráis.
El vikingo gruñó y contuvo sus ganas de maldecir. ¿Que el
tiempo trascurría de manera diferente? Odiaba pensar que
estaría allí, a resguardo, mientras que sus hermanos
permanecerían al pie del cañón arriesgando sus vidas sin poder
ayudarles.
―¿Y contra quién tengo que luchar? ¿Contra Sherezade?
―quiso saber Jessica.
―Su existencia fue el motivo por el que creé a mis
guardianes y se inició la profecía ―respondió evasiva.
―¿Eso es un sí?
―Eso es un: saca tus propias conclusiones, Electi ―dijo
sonriendo―. Y basta ya de interrogatorios. Permitidme que os
enseñe este lugar tan maravilloso y lleno de magia. Aquí nadie
os molestará y podréis contar con una guía que estará
disponible para cualquier cosa que necesitéis.
―¿Una guía? ―se extrañó el vikingo.
―Así es, yo seré vuestra guía.
En cuanto Thorne escuchó esa voz, supo reconocer de
quién se trataba. Sus ojos se desviaron hacia aquella preciosa
mujer rubia que en su vida como mortal fue su mejor amiga.
―¡Helga!
―Cuánto tiempo sin verte, amigo ―le dijo con lágrimas
en los ojos.
El vikingo se quedó paralizado y con todo su cuerpo en
tensión, intentando mantener sus emociones bajo control.
Jamás pensó en volver a ver a aquella escudera, más valiente
que la mayoría de los hombres a los que había conocido a lo
largo de su vida.
―¿Os conocéis? ―preguntó Jessica percibiendo la
agitación que ambos parecían experimentar.
―Helga y mi guardián fueron compañeros de batallas en
sus vidas como mortales ―le explicó la Diosa―. En resumen,
llevan más de mil años sin verse.
La guía se fue acercando a su amigo hasta quedar a pocos
pasos de él.
―¿No piensas decirme nada? Nunca has sido muy
hablador, pero parece que los años te hayan vuelto mudo
―bromeó sin dejar de sonreír.
―¿Qué cojones haces aquí? ―inquirió entonces con
brusquedad.
Helga no pudo evitar soltar una carcajada.
―Sigues siendo el mismo que recordaba ―repuso antes
de abrazarle.
Thorne permaneció unos segundos más envarado, hasta
que, por fin, alargó los brazos y rodeó el pequeño cuerpo de la
antigua escudera.
―No creí que volvería a verte ―reconoció con la voz aún
más ronca de lo normal.
―Sin embargo, yo he tenido durante años la esperanza de
poder abrazarte y por fin ha sucedido ―reconoció separándose
de él y alargando su mano hacia Jessica―. Mi nombre es
Helga, es un placer conocerte, Electi.
―Jess, mi nombre es Jess ―la corrigió.
La guía miró de reojo a la Diosa, como pidiéndole permiso
para llamarla del modo en que se presentó la joven, y esta
asintió concediéndoselo.
―De acuerdo, Jess. Aunque es probable que pueda
confundirme, ya que durante los siglos que llevo esperando tu
llegada, para mí siempre fuiste Electi ―comentó con
simpatía―. ¿Estáis preparados para dejar que vuestras
habilidades se multipliquen por mil en este templo divino?
Thorne y Jessica se miraron entre sí.
―Lo estamos ―aseguró el guardián.
―Nací preparada para ello, para algo soy la elegida
―apuntó la joven morena con ironía.
―Es justo lo que quería escuchar ―indicó la Diosa
satisfecha, con una sonrisa radiante iluminando su hermoso
rostro.
Capítulo 9
Amaro y Cyran traspasaban las puertas del salón del
apartamento donde se asentaba Sherezade, en busca de la
prueba de vida de Selene que le prometió.
La bruja estaba de espaldas a ellos, con la vista fija en el
bullicio de gente que se veía a través de la ventana. En su
gesto se podía apreciar cuanta repulsión sentía hacia los
humanos, a los que veía como seres inferiores y egocéntricos.
―Has tardado bastante en decidirte en llamarme, ¿no
crees? ―inquirió con sarcasmo.
Sherezade se volvió hacia ellos y sonrió. Debía reconocer
que era una mujer muy atractiva, pese a que su energía le
repelía.
―No pienses que es tan fácil poder darte lo que has venido
a buscar.
El corazón del demonio empezó a latir de manera
acelerada.
―¿Y bien? ―la instó con impaciencia―. ¿Qué es lo que
tienes para mí?
Con paso tranquilo, la persa se encaminó hacia el mueble
del salón, abrió uno de los cajones y sacó un enorme sobre.
Aproximándose a Amaronte, lo alargó hacia él.
―Espero que esto sea una buena recompensa a cambio de
la sangre que me diste.
Sin más demora, el demonio abrió el sobre con las manos
un tanto temblorosas. Dentro de él había una decena de
fotografías donde se podía ver a Selene encerrada en una
especie de celda, que parecía decorada de manera minuciosa y
con muy buen gusto.
Su respiración se entrecortó al ver de nuevo su precioso
rostro y aquella sonrisa que siempre consiguió desarmarle.
Aún recordaba la primera vez que la vio. Su hermano y él, que
por aquel entonces vivían en Roma, acudieron por primera vez
a la corte demoniaca, donde Belial les presentó con orgullo a
su encantadora hija.
Amaro se enamoró de ella en aquel mismo instante y así se
lo hizo saber a Mauronte. Por desgracia, fue enviado por el
mismísimo rey a cumplir una misión importante en San
Francisco y cuando volvió, Mauro le anunció que se había
prometido con ella.
Sintió como su corazón se partía en mil pedazos al
enterarse de aquella noticia. De todos modos, quería a su
hermano y a esa mujer que, en breve, se convertiría en su
esposa, así que les deseó lo mejor a ambos, dispuesto a
apartarse de su camino para que pudieran ser felices.
Por ese mismo motivo, pidió a Belial que le trasladará a
San Francisco de manera definitiva, necesitaba poner distancia
física con ellos. Y pareció que durante un par de años
consiguió superar el dolor de su corazón roto, hasta que su
hermano y Selene se trasladaron a su misma ciudad.
Amaro trató de mantenerse distante con la prometida de
Mauronte, a pesar de que esta no le ponía las cosas fáciles.
Parecía disfrutar más de la cuenta estando en su compañía.
Hasta que al final, sucedió lo inevitable y acabaron besándose.
Él trató de detenerse, sin embargo, Selene le confesó que creía
que se había confundido al aceptar casarse con Mauro, cuando
en realidad, de quien estaba enamorada era de él.
A partir de ahí todo comenzó a complicarse y la relación
con su único hermano se fue deteriorando poco a poco, en
especial, cuando ella desapareció.
―¿Dónde la tiene? ―preguntó con los dientes apretados a
causa de la rabia que sentía recorrer su cuerpo.
―Esa información tiene otro precio ―respondió con un
tono satisfecho.
―No me jodas, Sherezade.
―Nada más lejos de mi intención, pero nuestro acuerdo
era darte una muestra de vida de Selene a cambio de tu sangre
y eso es lo que acabo de hacer.
Amaronte bajó de nuevo la mirada hacia las fotos que tenía
entre las manos y suspirando, asintió. Iba a rescatar a Selene
aunque aquello significara ayudar a esa bruja loca a destruir la
humanidad.
―Dime qué quieres ahora.
―Un pedazo de tu corazón.
―¿Un qué? ―se sorprendió.
―Lo que has escuchado, un pedazo de tu corazón.
―No puedes hacerlo, Amaro ―le susurró Cyran por lo
bajo.
―Prometo que será lo último que te pida y, en
contraprestación, podrás encontrar a la mujer que amas y la
cual lleva cientos de años sufriendo, privada de libertad
―insistió la persa.
―Si es cierto que sigue con vida, daremos con ella por
nuestra cuenta, no hace falta que te prestes a esto ―dijo Cyran
de nuevo.
―¿De verdad vas a arriesgarte? ―preguntó Sherezade―.
Porque te advierto que este ofrecimiento tiene fecha de
caducidad. Cuando salgas de aquí, anularé mi propuesta para
siempre. Estarás solo tratando de averiguar su paradero, y no
es algo que se te haya dado demasiado bien en el pasado.
Desesperado, asintió.
―De acuerdo, toma un trozo de mi corazón.
―¡Amaro, no! ―exclamó el demonio de los cuernos en
completo desacuerdo con esa decisión.
―No voy a permitir que Selene continúe sufriendo a
manos de Belial, Cyran ―repuso con los ojos completamente
rojos por la ira que en ese momento sentía hacia el rey de los
demonios―. Puedes marcharte si no quieres formar parte de
esto; lo entenderé.
El enorme y siniestro demonio soltó aire por la nariz y
negó con la cabeza.
―No voy a dejarte solo, ya lo sabes. Nosotros somos un
equipo.
Amaro sonrió. No conocía a nadie en todo el universo más
leal y justo que Cyran.
―Te lo agradezco, amigo.
―¿Podemos empezar ya? ―indagó Sherezade con
impaciencia―. Pediré que intenten adormecer la zona con un
hechizo para que no tengas que sentir dolor.
―No, no hace falta, lo que quiero es que acabéis cuanto
antes y me des la información que necesito ―sentenció con
ganas de ir en busca de la mujer que llevaba amando durante
años.
Era el primer día del entrenamiento de Jessica y no le
apetecía nada que Thorne le tuviera que decir lo que debía
hacer. Aún se sentía muy resentida por el modo en que la
retuvo en su sótano y no aceptaba la excusa de que lo hizo por
su bien. Para sus adentros, se decía que, si su hermana le tenía
aprecio, no podía ser tan malo como a ella le parecía, pero
había visto a demasiados psicópatas encantadores a lo largo de
sus años en el cuerpo, como para saber que eso no era ninguna
prueba de nada.
―¿Se te han pegado las sábanas o qué? ―inquirió el
guardián nada más verla aparecer en el campo de
entrenamiento―. Un buen guerrero se levanta al alba.
―Por suerte, yo soy la elegida, no un simple y bruto
guerrero como tú ―le respondió con descaro.
El vikingo estaba vestido con un pantalón de cuero, botas
estilo militar y el pecho al descubierto, dándole una estupenda
imagen de sus esculpidos músculos.
Por su parte, Jess vestía unas cómodas mallas negras de
deporte, un top del mismo color y unas deportivas blancas.
También se recogió el oscuro pelo en una coleta alta para que
no le molestase al moverse.
―¿Te sientes preparada, Electi? ―le preguntó Helga, que
permanecía sentada sobre un murito cerca del lugar donde les
tocaba entrenar. Como cuando la conoció, una agradable
sonrisa se dibujaba en su bello rostro.
―Siempre estoy preparada ―se pavoneó la policía,
mientras se ajustaba unas vendas en sus manos, para que no se
le dañaran con el peso de la espada o por algún puñetazo que
tuviera que darle en la cara a aquel gigantón. Sin lugar a
dudas, esa parte del entrenamiento sería la que más disfrutaría.
―No tenemos tiempo que perder, valquiria, así que vamos
a ello. ―Sin más preámbulos, le lanzó la espada sin moverse
de su sitio. Jessica la cogió al vuelo a duras penas.
―¿Estás loco? ¿Podrías haberme cortado un brazo? ―se
quejó la joven morena, indignada.
―Por eso no te preocupes ―se apresuró a responder la
escudera―. Durante estos quince días tienes la protección de
nuestra Diosa y cualquier herida que te hagas en el campo de
entrenamiento se te curará de forma inmediata. Se lo estaba
contando a Thorne hace unos minutos.
―Oh, ya veo. En ese caso, por qué preocuparme, que me
corte una mano si le apetece ―ironizó Jess.
El guardián, que no era conocido por su gran paciencia,
arremetió contra ella, que logró detener su estoque sosteniendo
la espada divina con ambas manos.
―Eso ha sido un ataque a traición, aún no estaba
preparada ―protestó con la voz entrecortada por el esfuerzo
que hacía deteniendo su embestida.
―¿Piensas que nuestros enemigos van a ser considerados
y legales? Ellos intentarán encontrar tus puntos débiles para
poder acabar contigo, no seas ingenua.
―Que lo intenten ―aseveró girando sobre sí misma y
tratando de alcanzar el costado del vikingo con la afilada hoja.
Durante varios minutos, Jessica intentó desarmarlo,
mientras que Thorne la esquivaba e iba corrigiendo todo lo
que hacía mal.
―Yérguete ―le gritaba―. No dejes tu flanco derecho tan
desprotegido ―insistía―. Debes hacer más músculo en los
brazos, tus golpes están desprovistos de potencia.
―¿Solo piensas criticarme? ¿Ese es tu modo de
enseñarme? ―dijo molesta tratando de atacarle con más
fuerza.
―Vamos, Electi, demuéstrale lo que valemos las mujeres
―la alentó Helga con entusiasmo, como si de una animadora
se tratase.
―Eso intento ―respondió tratando de alcanzarle de
nuevo. A causa del fuerte impulso que se dio, trastabilló y a
punto estuvo de besar el suelo.
―Así solo conseguirás que te maten ―refunfuñó el
vikingo―. Debes ser certera en tus envites. Cuanta más
energía pierdas en dar golpes en falso, antes acabarás agotada
y darás ventaja a tu rival.
Tras aquellas palabras, Thorne empezó a contraatacar,
haciéndola retroceder. Verbalizaba cada movimiento que iba
haciendo para que Jessica pudiera tomar nota de ellos.
Tras su explicación, chocó su espada contra la de Jessica
con fuerza. La joven consiguió detener el golpe, pese a que, de
todas maneras, acabara tirada de espaldas en el suelo a causa
de su potencia. La espada cayó a un par de metros de ella y el
guardián presionó con suavidad la suya contra el fino cuello
femenino. Su intención no era hacerle ningún daño, solo
mostrarle el peligro que conllevaba el no saber defenderse.
―¿Ves lo poco preparada que estás? No creo que dos
semanas sean suficientes para enseñarte a usar la espada de
manera eficiente.
De un manotazo, Jessica apartó la afilada y reluciente hoja
de su garganta.
―Limítate a hacer lo que te han pedido y déjate de juicios
de valor ―contestó irritada.
No le gustaba sentirse indefensa y en un duelo a espadas
con aquel gigantón, evidentemente, estaba en clara desventaja.
Se agachó a tomar el arma del suelo y dándole la espalda,
se dispuso a salir del campo de entrenamiento.
―¿Dónde te crees que vas, hembra? Aún no hemos
terminado ―le dijo Thorne tomándola por el hombro y
girándola hacia él.
Furiosa, Jessica le barrió los pies y arrojándole al suelo,
imitó el gesto que él hizo segundos antes y le apuntó al cuello
con la espada.
―Has olvidado tu primera lección, capullo. Nunca bajes la
guardia. ―aseveró con vehemencia―. Y por hoy, se acabó el
entrenamiento.
―Esto no va a funcionar si te niegas a obedecer.
―Llevas crudo eso de que te obedezca, neandertal, como
mucho, intentaré aprender de tu experiencia, nada más.
―Apartó la espada y volvió a darle la espalda.
Thorne se incorporó de un salto.
―Solo tenemos quince días para que aprendas al menos a
defenderte, no seas testaruda.
―Pues tendrás que conformarte con catorce días, porque
por hoy ya he tenido más que suficiente de aguantarte. ¡No te
soporto ni un segundo más!
El vikingo gruñó irritado y tiró su arma al suelo. ¡Aquella
mujer era exasperante!
―Tiene mucho carácter ―observó Helga acercándose a él
sonriendo.
―Con muy mala hostia, diría yo ―refunfuñó.
―No será fácil que puedas enseñarle lo que sabes si te
muestras imperativo, Thorne.
―¿Y qué quieres que haga? Acabará muerta si no dispone
de habilidades en una pelea real. No tenemos tiempo para
contemplaciones ―dijo con cierta desesperación reflejada en
el tono de su voz.
―¿Y sí para perder todo un día por ser tan brusco?
―inquirió con una ceja enarcada.
El guardián, a la defensiva, se cruzó de brazos.
―Contigo siempre entrenaba así y nunca te vi quejarte.
―Eso es porque te conozco desde que no eras más que un
mocoso con las rodillas ensangrentadas de tanto hacerme de
caballo para que pudiera subir sobre tu espalda ―rememoró
feliz―. Recuerdo que también lo hiciste con Inga.
La simple mención del nombre de la jovencita consiguió
que ambos se estremecieran. El cuerpo de Thorne se tensó y
apretó los dientes, sintiendo deseos de poder matar a Hans, el
mayor hijo de perra que se hubiera echado a la cara, con sus
propias manos. Inga no se merecía morir del modo en que lo
hizo. Fue el ser más dulce y alegre que hubiera conocido
jamás.
Helga, compartiendo su sufrimiento, posó una de sus
manos sobre su antebrazo.
―No era mi intención nombrarla.
―No te preocupes, me gusta saber que aún la recuerdas.
―¿Recordarla? ―suspiró y sonrió con melancolía―. Ella
está presente en mis pensamientos de manera constante, al
igual que tú. Erais mi única familia.
Thorne compartía ese mismo sentimiento. Su amiga y él se
quedaron huérfanos a una edad demasiado temprana, por lo
que entre los dos se formó un lazo fraternal muy fuerte.
―Sabes que es algo mutuo.
―Te he echado tanto de menos que aún no puedo creerme
que estés aquí, frente a mí.
―Yo no tenía la esperanza de volver a verte nunca más.
―Lo sé, pero yo llevo siglos esperándote.
―¿Supiste desde que te trajeron aquí que yo vendría?
Helga negó con la cabeza mientras sonreía con picardía.
―No, aunque eso no me hizo perder la esperanza. Si
estabas vivo y eras un guardián de mi Diosa, ¿por qué no iba a
traerte aquí en algún momento de nuestra larga existencia?
Thorne le devolvió la sonrisa, siempre le gustó el carácter
optimista de su amiga.
―¿Algún día podrás salir de aquí? Me gustaría presentarte
a mis hermanos. Seguro que te caerían bien.
―No es muy probable que eso ocurra, aunque he de
decirte que los conozco a todos. Tengo un espejo mágico que
me permite ver la Tierra y a sus habitantes. Me habéis tenido
muy entretenida últimamente.
El vikingo enarcó una ceja.
―Me alegro de que nuestra maldita guerra te haya servido
de distracción ―ironizó―. Y dime, ¿qué hago ahora con Jess?
¿Dejo que se encierre en su habitación hasta mañana? ¿La cojo
en volandas y la obligo a volver al campo de entrenamiento?
Ando bastante perdido con esta hembra, joder.
Helga se carcajeó.
―Para empezar, dejar de llamarla hembra, la pone
realmente furiosa que lo hagas ―le aconsejó divertida―. Y lo
segundo, debes ganarte su confianza. ¿Cómo pretendes que
haga lo que le dices, si te ve como al enemigo?
Thorne gruñó y colocó las manos en sus caderas.
―¿Y cómo pollas consigo eso? Me da una coz cada vez
que me aproximo a ella.
―Con paciencia.
―¡Cojonudo! ―rugió fastidiado―. Justo lo que no tengo.
―Esfuérzate un poco, amigo, hace demasiados años que
no lo haces con ninguna mujer.
¿Esforzarse con una mujer? ¿Para qué?, si él solo quería de
ellas poder alimentarse y echar un buen polvo sin ataduras.
¿Y ahora se suponía que tenía que hacerlo con esa harpía
de lengua afilada? Menuda gran putada.
Capítulo 10
Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando el
agudizado oído de Thorne escuchó ruidos que llegaban del
exterior, podría jurar que, en concreto, del campo de
entrenamiento.
Levantándose de la cama, cogió los pantalones que estaban
tirados en una esquina de la habitación y se los colocó. Él
siempre dormía desnudo.
Con cautela, por si se trataba de algún peligro, tomó una de
sus dagas e intentando no hacer demasiado ruido, siguió los
sonidos que cada vez se iban oyendo más cercanos.
Sorprendido, se encontró a Jessica entrenando con la
espada y por el sudor que brillaba en su frente, debía hacer
bastante rato que estaba en ello.
La joven ejecutó un movimiento con la espada y dio un
traspiés, cosa que le hizo perder el equilibrio y que la espada
se cayera de su mano. Frustrada, pateó el suelo y emitió un
grito ahogado.
Thorne pudo percibir la impotencia que la invadía por no
ser todo lo diestra que le gustaría.
Se aproximó más a ella, que, al percatarse de su presencia,
se tensó.
―¿Qué haces aquí? ―inquirió la policía cruzándose de
brazos, a la defensiva.
El guardián no respondió, se limitó a agacharse, coger la
espada y entregársela a la joven, antes de colocarse tras ella
ayudándola a adoptar la posición adecuada.
―Separa un poco más las piernas, debes estar bien
asentada para que no pierdas el equilibrio como te acaba de
pasar ―le aconsejó―. Los golpes deben de ser fuertes, pero
también seguros ―continuó diciendo moviendo el brazo junto
al de Jessica para demostrarle lo que quería decir.
El olor almizclado que desprendía el cuerpo masculino
inundó las fosas nasales de Jess, consiguiendo que sus pezones
se irguieran. Podía notar el firme torso del vikingo pegado a su
espalda, cosa que le dificultaba el poder concentrarse.
La enorme mano del guardián cubría la suya mientras
ambos sostenían la empuñadura de la espada, y su aliento le
agitaba el cabello cada vez que hablaba, haciendo que su piel
se erizara.
―Debes adelantar un poco las caderas para compensar el
peso de la espada y regular tu centro de gravedad
―continuaba diciendo―. Así ―susurró roncamente, posando
la mano sobre la cadera femenina para guiarla a la posición
correcta.
La respiración de la joven se tornó agitada y dificultosa, y
sintiendo como su corazón comenzaba a latir fuera de control,
le dio un manotazo en la mano, que parecía quemarla a través
de sus finas mallas de deporte, y se alejó de él.
¿Acaso había subido la temperatura en los últimos
segundos? Desde luego, ella estaba ardiendo.
―¿Qué es lo que pretendes?
―¿Qué pretendo? ―frunció el ceño―. Enseñarte a usar la
espada, creí que estaba claro.
―¿Y a qué viene ese tono que acabas de emplear
conmigo? ―le recriminó.
―Hemb… ―recordó lo que le dijo Helga y carraspeó para
detenerse―. Quiero decir, Jess ―se corrigió―, yo no he
usado ningún tono determinado a conciencia. Aunque, si he de
ser sincero, debo de confesar que tu cercanía me afecta. Es
algo que no puedo controlar, del mismo modo en que tú
tampoco lo haces, ¿no es cierto?
Jessica apretó los labios, no iba a negar lo que, al parecer,
para él resultaba evidente, aunque tampoco lo admitiría en voz
alta.
―Me incomodas, me molesta tu presencia y creo que esto
no va a funcionar ―fue lo que se limitó a responder―. Así
que lo mejor será que aprenda por mi cuenta, tú limítate a
rememorar viejos tiempos con nuestra guía.
El vikingo gruñó.
―No me jodas, mujer, esto no funciona así. ―Acortó la
distancia que los separaba en un par de zancadas―. No se
trata de ti o de mí, estamos hablando del futuro de la
humanidad tal como la conoces. Te dedicas a proteger a la
gente, eres agente de policía, si esto fuera uno de tus casos y
yo tu nuevo compañero, ¿lo echarías por la borda solo porque
nos cayéramos mal? ¿Arriesgarías las vidas de personas
inocentes?
―No es lo mismo.
―Por supuesto que no lo es, esto es algo mucho más
grande y trascendental. ¡Se trata del equilibrio del universo,
joder!
Jessica bufó.
Thorne tenía razón, sus emociones estaban haciendo que
no se comportara de un modo racional, pero es que ese hombre
la enfurecía y excitaba como ningún otro que hubiera conocido
antes.
―De acuerdo, tú ganas, firmemos una tregua.
―¿Una tregua? ―repitió enarcando una ceja.
―Así es, una tregua en la que yo intentaré olvidar que me
tuviste retenida y tú dejarás de tratarme como si fuera tu
subordinada.
―¿Cuándo cojones te he tratado así? ―protestó con
indignación.
―A todas horas. Pareces el general del ejército y yo el
cabo novato que no tiene ni idea de lo que hace.
―Es que no tienes ni puta idea de manejar una espada.
―Pues no hace falta que me lo hagas sentir a cada
segundo.
El guardián volvió a soltar otro gruñido.
―Está bien, intentaré controlarme, aunque toda mi vida
como mortal instruí de ese modo al resto de guerreros de mi
poblado y ninguno dio tanto por culo como tú.
―¿Que doy por culo? ―repuso enfadada―. ¿Lo ves? Ese
es tu problema, no sabes tratar con las personas, creo que se te
daría mucho mejor hacerlo con animales.
―Me estás ofendiendo, hemb…, Jess.
―Genial, ya que tú también me ofendes a mí.
Se quedaron retándose con la mirada como si fueran dos
contrincantes en un ring de boxeo.
Finalmente, Thorne asintió y agachándose a tomar la
espada, se la entregó a ella.
―Iniciemos el entrenamiento manteniendo la tregua que
hemos pactado, ¿te parece?
―Me parece bien ―concedió, soltando el aire que sin
darse cuenta estaba reteniendo.
Tras aquellas palabras, comenzaron con el adiestramiento.
Thorne no fue delicado, no estaba en su naturaleza, pero sí
más cordial y menos incisivo. Era firme y exigente, aunque
aquello no molestaba a Jessica, ya que también lo era consigo
misma.
Perdieron la noción del tiempo, incluso amaneció sin que
se dieran cuenta, hasta que escucharon las palabras de Helga:
―¿No pensáis descansar y dormir ninguna noche o esta ha
sido una excepción por ser la bienvenida al templo?
―Hemos recuperado el tiempo que perdimos ayer
―respondió la joven, que se sentía dolorida y agotada, pese a
que no se quejaba.
La bonita vikinga la miró como si pudiera leer cómo se
encontraba y sonrió.
―No es cuestión de que acabes con todo el cuerpo
dolorido el primer día, ¿no crees?
―Estoy bien.
―No, Helga tiene razón, debemos parar por unas horas
―repuso Thorne―. Puedes darte una ducha, desayunar y
descansar hasta después de la comida.
―He dicho que estoy bien ―le aseguró poniéndose en
jarras.
―Te he oído.
―Entonces sigamos entrenando.
―Necesitas descanso.
―No lo necesito.
―Claro que sí.
―¡Por supuesto que no! ―exclamó alzando la voz―.
¿Quién te crees que eres para decirme lo que necesito o no?
―¿Puedes dejar de ser tan jodidamente cabezota? ¿Piensas
que si desfalleces de cansancio serás de más ayuda?
―No soy una de esas mujercitas que se desmayan por
trabajar duro, ¿sabes?
―No, tú eres de las que solo saben tocar los cojones y
llevar la contraria en todo.
Jessica se envaró.
―¿Sabes qué? ¡Que te jodan, neandertal! ―gritó antes de
darse media vuelta airada y alejarse refunfuñando entre
dientes.
―Veo que las cosas van mejorando entre vosotros
―ironizó Helga acercándose a él y conteniendo la risa.
―Es imposible tratar con esta hembra, es más terca que
una mula.
―A mí me recuerda a las escuderas con las que
peleábamos codo con codo y que tanto te gustaban.
―Es más bien un grano en el culo, no una escudera.
Su amiga soltó una carcajada.
―Pues vete acostumbrando a ese grano en el culo, porque
os quedan bastantes días que soportaros. Aunque creo que lo
que en realidad te molesta es que te atrae más de lo que te
gustaría.
―La que me está molestando ahora mismo eres tú
―refunfuñó para evadir responder a su afirmación.
Helga volvió a reír.
―No me cabe la menor duda ―concedió―. Y ve a darte
una ducha también. No quería decírtelo, pero apestas
―bromeó.
Thorne le dio un leve empujón en el hombro y le enseñó el
dedo corazón.
―Muy graciosa.
―Lo sé ―se jactó sonriendo.
El guardián negó con la cabeza y comenzó a alejarse hacia
el templo. Nada más traspasar las puertas pudo ver a Jessica
dentro de su cuarto. Se masajeaba y estiraba el cuello, dando
muestras de que lo sentía dolorido.
Los ojos verdes de Thorne recorrieron su cuerpo fibroso y
curvilíneo. El sudor corría por su generoso escote y sintió
ganas de poder acercarse a ella para lamerlo. Se la veía
cansada, pero también preciosa y absolutamente deseable.
Su entrepierna, cobrando vida propia, se alzó y le demandó
que la tomara allí mismo. Si estuviera en otras circunstancias y
fuera una mujer más fácil de tratar, tal vez hasta se lo hubiese
planteado, sin embargo, aquella joven solo representaba
problemas.
―¿Qué coño estás mirando, vikingo?
Esa pregunta le sacó del torbellino de deseo en el que
estaba metido.
―No miraba nada ―mintió.
―¡Y una mierda! ¿Te crees que no me doy cuenta cuando
un tío me devora con la mirada? ―exclamó antes de darle un
puntapié a la puerta y cerrarla de golpe.
Thorne respiró hondo para tratar de relajarse, ya que lo
único que le apetecía en aquel momento era echar la puerta
abajo para poder disfrutar junto a esa harpía que le ponía tan
cachondo, que conseguía que le dolieran hasta las pelotas.
Ojalá fuera el neandertal que ella aseguraba, de ese modo,
no tendría que contenerse y darse una ducha fría para poder
conseguir que su erección bajase.
La herida de Amaronte comenzaba a cerrar.
Uno de aquellos brujos chiflados, un tal Chase, le acababa
de quitar un trozo de corazón y la verdad es que no fue nada
agradable. Es más, ¡había dolido de cojones!
―¿Y ahora qué? ―le preguntó a Sherezade, quien sonreía
con satisfacción, sosteniendo el tarro donde metieron el
pedazo de corazón del demonio―. ¿Vas a enmarcarlo? ¿Es a
esto a lo que se refieren cuando te dicen que una mujer te ha
robado el corazón?
―Lo siento, pero eso no es asunto tuyo ―respondió la
bruja.
Amaro se encogió de hombros e hizo una mueca
despreocupada.
―De acuerdo, solo espero que no te lo comas. Espero que
no te ofendas, pero tienes pinta de gustarte comer carne cruda,
¿sabes?
―No me ofendo ―repuso fingiendo una sonrisa.
―Ahora, cumple tu parte del trato.
―Por supuesto.
Dejó el frasco de cristal sobre la mesa y aproximándose a
Amaronte, le tocó el brazo, que comenzó a quemarle.
―¿Qué estás haciendo? ―inquirió el demonio tratando de
soltarse.
―No te muevas o no funcionará.
―¿Funcionar qué?
―Detente, bruja ―le ordenó Cyran aproximándose de
manera amenazante.
Antes de que llegara hasta ella, Sherezade alzó las manos
en el aire, mostrándole que era inofensiva.
―Ya está, no es para tanto, no os pongáis así.
Ambos demonios observaron el antebrazo de Amaro, en el
que ahora se podía apreciar una especie de mapa.
―¿Qué mierda es esto que me has tatuado?
―Es tu manera de llegar a tu amada.
―¿Y cómo se supone que he de interpretarlo?
―Eso ya no es cosa mía, aunque estoy segura de que
sabrás como hacerlo. ―Una sonrisa escalofriante se dibujó en
el atractivo rostro de la persa―. ¿No dicen que el amor todo lo
puede?
Capítulo 11
Tras una semana de entrenamientos, Jessica ya se
desenvolvía con soltura con la espada. Era muy buena alumna
y nunca acusaba el cansancio, a pesar de terminar agotada.
Incluso cuando sus largas y extenuantes jornadas llegaban a su
fin, ella seguía alguna hora más, hasta casi caer la noche.
Thorne se sentía muy orgulloso de ella y de su coraje, y
también de la amistad que la joven estaba forjando con Helga,
cosa que no le extrañaba en absoluto, pues ambas eran
bastante parecidas. Mujeres fuertes, valientes y decididas, que
no se amedrentaban ante ningún desafío.
Aquel día, la Diosa Astrid hizo acto de presencia para
comprobar de primera mano los progresos de la elegida.
―Me satisface constatar que cada vez se te da mejor
empuñar la espada divina.
―Mis esfuerzos me está costando ―respondió Jess sin
sentirse abrumada por el magnetismo que desprendía la
deidad, y que impresionaba a todo aquel que la tuviera
enfrente.
―¿Os importaría hacerme una demostración?
―¿Ahora? ―inquirió la policía con una ceja enarcada.
―Ahora ―asintió la Diosa.
Suspirando, Jessica volvió sus ojos hacia el guardián.
Llevaba ya demasiadas horas de entrenamiento y sentía los
músculos cansados y un tanto agarrotados. No le apetecía nada
volver a enfrentarse a Thorne, aunque, al parecer, no tenía
alternativa.
―Por qué no vuelves otro día, hoy es demasiado tarde y
Jess necesita descansar ―repuso Thorne consciente de su
agotamiento.
La Diosa abrió los ojos sorprendida.
―¿Te estás negando a cumplir mi petición? ―su voz se
oía controlada, no obstante, un deje de peligro podía apreciarse
en ella.
―Claro que no, mi señora ―se apresuró a intervenir
Helga, temiendo que tomara represalias contra su amigo. Pese
a que la Diosa era piadosa, tenía un temperamento de mil
demonios.
No obstante, Thorne dio un paso adelante y contradijo a su
amiga.
―Es exactamente lo que estoy haciendo ―aseveró con
firmeza―. Esta hembra es solo una humana y se esfuerza
demasiado para cumplir su papel en la profecía. No puedo
consentir que acabe lesionada, ahora mismo es mi
responsabilidad.
―Thorne… ―Helga quiso intervenir, pero la Diosa
levantó la mano y la silenció.
―¿Crees que mi intención es que se lastime? Nuestra
única opción de sobrevivir es que ella nos salve, así que, en
este momento, es la persona más importante del universo, por
eso la tengo en este templo lo más protegida que puedo. ¡No
cuestiones nunca mi protección hacia ella!
El vikingo no se amedrentó cuando los ojos grises de la
Diosa se oscurecieron y comenzaron a relampaguear. Era
como observar un cielo tormentoso antes de que empezara a
diluviar.
―No te cuestiono, solo te informo de lo que está
ocurriendo y el estado en el que se encuentra Jess en este
momento.
―Estoy bien ―intervino Jessica―. Podemos mostrarle
nuestros avances, no pasa nada.
―Sé lo que ocurre con Electi en todo momento. Siempre
lo he sabido.
Aquella afirmación no le extrañaba. Había nacido para
poner fin a esta guerra y esperaba poder estar a la altura de las
expectativas.
―En ese caso, sabrás que está entrenando hasta el límite
de su resistencia, no le pidas que aún vaya más allá o juro que
me negaré a seguir entrenándola.
―¡Thorne! ―le regañó Helga.
―No exageres, ¿quieres? ―se indignó Jessica poniéndose
en jarras―. Estoy bien.
―No es cierto ―la contradijo el guardián―. Eres una
cabezota y no vas a reconocerlo pese a estar jodidamente
agotada.
―Porque tú lo digas, capullo ―murmuró haciendo una
mueca, pero sin ganas de discutir más.
El vikingo se limitó a gruñir y a poner una mano en su
cadera.
―De acuerdo, veo que tienes razón. Electi necesita
descansar con urgencia o ya estaría peleando contigo con uñas
y dientes para negar tus afirmaciones ―observó la Diosa―.
Ya me demostraréis en otra ocasión vuestros avances.
―Una buena decisión ―le alabó Thorne.
Jessica puso los ojos en blanco y bufó, aunque tenía razón,
estaba tan cansada que no tenía fuerzas ni para discutir con él.
¡Increíble!
―En ese caso, si no me necesitáis más, voy a darme una
ducha.
―No, espera ―la detuvo la Diosa―. Quiero que vayáis al
lago de la luz.
―¿Ahora? ―inquirieron Jess y Thorne al unísono.
―Sí, ahora, ahora ―respondió con cansancio―. Allí
crece una flor dorada con la que, si te haces infusiones, tu
cuerpo se recuperará mucho mejor del agotamiento del día.
―Iré yo a por ella ―se ofreció el guardián.
―No, debéis ir los dos ―insistió la Diosa―. No está muy
lejos de aquí y os irá bien hacer otra cosa juntos que no sea
entrenar. Eso creará una confianza mutua que siempre debe
existir entre un instructor y su aprendiz.
Thorne gruñó.
―Si no hay otro remedio.
―No lo hay ―sentenció la preciosa mujer―. Ya he
cedido bastante, mi guardián, así que deja de tentar a tu suerte.
―Pues vayamos ya de una vez a por la dichosa florecita
para que por fin pueda darme la ducha que tanto deseo
―repuso Jessica de mala gana―. ¿Hacia dónde está?
―Por allí ―señaló Helga hacia la frondosa arboleda con
una sonrisa radiante―. Seguid en línea recta y daréis con el
lago de la luz, no hay pérdida.
―En marcha, vikingo ―dijo Jess dirigiéndose hacia
donde la guía les indicó.
Thorne echó una última mirada a la Diosa. No acababa de
fiarse de ella en aquel instante, en especial, por la expresión
divertida que lucía su amiga en su bonito rostro.
―¿Por qué los habéis mandado a por la flor dorada, mi
Diosa? ―le preguntó Helga a su señora cuando estuvo segura
de que ya no podían escucharla.
―Ha pasado una semana desde que llegaron aquí y son tan
tercos, que no están ni un poco más cerca de dejarse llevar por
lo que sienten el uno por el otro, así que decidí darles un
empujoncito ―respondió encogiéndose de hombros―. Si
Mahoma no va a la montaña…
―Imagino que este será el puto lugar del que habló la
Diosa ―dijo Thorne cuando llegaron frente a un precioso lago
de aguas cristalinas y flores amarillas en la orilla.
―Y si no es así, lo fingiremos ―repuso Jessica quitándose
la camiseta.
―¿Qué cojones haces? ―preguntó el guardián sin poder
dejar de observarla.
―Voy a darme ese baño con el que llevo horas
fantaseando. Este lago tiene el agua más transparente que he
visto jamás y me está llamando a gritos.
―¿Y vas a desnudarte?
La joven se giró de medio lado para mirarle con las cejas
alzadas.
―No me digas que eres un mojigato.
―Por supuesto que no, pero no creo que sea apropiado.
―¿Apropiado? ―rio divertida―. Tampoco lo es que un
grupo de brujos pretendan destruir el mundo y que yo sea la
única que pueda detenerles. Y ya ves, aquí estamos.
Se quitó las mallas, deleitándole con un primer plano de su
redondo trasero, tan solo cubierto por la fina tira del tanga
negro que lucía. El corazón del vikingo comenzó a latir
desbocado dentro de su pecho y un calor interno le recorrió de
arriba abajo, por no hablar de su miembro, que pareció cobrar
vida propia.
―¿Vas a seguir mirándome con cara de bobo? ―inquirió
Jessica, que podía sentir los ojos del guardián clavados sobre
ella.
―No tengo cara de bobo ―gruñó.
―Oh, sí, Thornie, la tienes ―se jactó justo antes de saltar
dentro del lago.
―¡No me llames Thornie! ―gruñó.
Dio un par de pasos adelante para ver cómo buceaba bajo
aquellas cristalinas aguas, que le permitían contemplar todos
los movimientos de la joven y hacían que su erección se
tornase cada vez más dolorosa.
Jessica emergió para tomar aire, con su negro cabello hacia
atrás, dejando que sus preciosas facciones brillaran bajo los
rayos del sol del atardecer, que se reflejaban sobre ellas.
Entonces abrió los ojos y le miró, dibujando una sonrisa
sensual en sus carnosos y apetecibles labios.
―Eres el tío más bueno con el que me he cruzado en toda
mi vida ―confesó de sopetón.
Thorne enarcó una ceja, incrédulo.
―¿Te acabas de golpear la cabeza, hembra?
―¿Volvemos a lo de hembra? Porque no me gusta nada
que me llames de ese modo, aunque, en el fondo, ese lado
primitivo tuyo me pone como una moto. ―Se mordió el labio
inferior de un modo muy seductor.
―¿Qué cojones te pasa? ―Esa actitud no era normal en
ella.
―¿A mí? ―Acarició con las manos sus brazos, bajando
de manera lenta y sensual―. Que cuando te tengo cerca solo
puedo pensar en una cosa y es en follarte hasta que a ambos
nos duelan todos los músculos del cuerpo.
El guardián bufó, pues las imágenes de sus cuerpos
desnudos y sudorosos se instalaron en su mente.
―Sal del agua, creo que algo no anda bien ―le ordenó.
―¿Quieres que salga? ―preguntó juguetona―. Entonces
ven tú a buscarme, grandullón.
―¡No me jodas, valquiria!
―¿Joderte? Justo eso es lo que me gustaría hacer ahora
mismo. ¿Te apuntas?
―Me cago en la puta, Jess. ¿No ves que no eres tú misma
desde que te has metido en este jodido lago?
―Creo que soy más yo que nunca en mi vida ―mientras
decía esas palabras se quitó el sujetador y lo lanzó a sus pies.
Thorne sintió como se le secaba la boca ante la visión de
aquellos perfectos pechos. Daría lo que fuera por poder
amasarlos a sus anchas y enterrar su polla entre ellos.
―Jessica, por favor, sal ahora mismo del lago ―dijo con
voz lenta y calmada, intentando que entrara en razón―. Algo
ocurre aquí, algún tipo de magia que te hace comportarte de
este modo lujurioso.
―Lujurioso ―repitió divertida―. ¿Por qué no dices
cachonda? Suena mucho mejor, ¿no crees?
―Hembra…
―Vamos, dilo ―le cortó―. Dime: hembra, estás
cachonda y mojada esperando a que tenga los huevos de
meterme en el agua y follarte como he deseado desde el primer
momento que puse mis ojos sobre ti.
―¡Joder! ―exclamó, tan excitado que sentía que su polla
iba a romper los pantalones de un momento a otro.
―Ven a por mí, vikingo ―suplicó Jess a la vez que le
lanzaba a la cara su tanga.
Viendo que no iba a salir por su propio pie, Thorne maldijo
para sus adentros y deshaciéndose de su ropa, a excepción del
bóxer negro que lucía, se dispuso a ir a por ella.
―Eso es, quítatelo todo ―iba diciendo Jessica, que
recorría la anatomía masculina con sus rasgados ojos―. Oh,
vaya, parece que tu estatura no es lo único grande que tienes
―comentó observando la enorme protuberancia que se intuía
bajo sus Calvin Klein.
―Por suerte, lo fría que esta puta agua está me ayudará
con eso ―refunfuñó.
―Si tienes frío, acércate, yo te ayudaré a calentarte.
―Déjate de gilipolleces y salgamos de aquí, tenemos que
volver.
―No seas aburrido, vikingo ―murmuró con voz
seductora―. ¿Pretendes hacerme creer que no me deseas?
¿Después de haber visto lo alzado que andaba tu mástil? Ni de
coña.
Sin previo aviso, se lanzó sobre él hundiéndolo en el agua.
Jessica reía cuando lo vio emerger de nuevo, esperando
encontrarle furioso, sin embargo, en los ojos de Thorne no
había ni un ápice de enfado, solo un deseo puro y primitivo
que prometía hacerles arder a ambos.
―Prepárate, valquiria, porque voy a follarte como ningún
otro hombre lo ha hecho en toda tu vida.
El calor que se alojaba entre las piernas de Jess se hizo aún
más intenso tras escuchar sus palabras.
Tomándola en brazos, Thorne la sacó del agua y la dejó
sobre la mullida hierba en la orilla del río. Su mirada parecía
abrasar la piel de la joven, en especial, cuando sus manos
subieron por los costados de su cuerpo hasta detenerse sobre
sus llenos pechos.
Las respiraciones de ambos se aceleraron cuando pudieron
mirarse con libertad y con las frías gotas del agua del lago
recorriendo sus cuerpos.
El guardián se acercó más a ella, y sin despegar sus ojos de
los de Jess, tomó aquellos pechos que le volvían loco con
cierta brusquedad y los masajeó.
―Son las tetas más jodidamente perfectas que he visto en
toda mi vida ―declaró con vehemencia, antes de meterse uno
de sus erguidos pezones en la boca.
Jessica jadeó y le tomó del pelo para apretarlo más contra
ella.
―Oh, sí, no pares ―le pidió dejándose llevar por la
excitación.
Sin dejar de mimar sus pechos, Thorne recorrió con dos de
sus dedos los pliegues de su sexo, justo antes de penetrarla con
ellos con cierta rudeza.
Jess jadeó sintiendo que le faltaba el aire.
Estuvo masturbándola unos minutos más y cuando retiró
los dedos de dentro de ella, Jessica soltó un gemido de
frustración. Sin embargo, ver que olía sus fluidos y los
saboreaba hizo que sintiera una especie de morbo que
consiguió que se encendiera aún más.
―Eres deliciosa ―murmuró con voz ronca―. ¿Quieres
probarlo? ―le preguntó acercando sus húmedos y resbaladizos
dedos a la boca femenina.
Jessica, como un autómata, abrió la boca para dejar que los
metiera dentro de ella. Aquella erótica imagen logró que la
erección del guardián se volviera casi dolorosa.
Irguiéndose, sacó los dedos de su boca y se quitó el bóxer,
dejando su miembro libre.
―Madre mía, tienes la polla más grande que he visto.
¡Joder! ―exclamó arrodillándose frente a él para poder
mirarla más de cerca.
―¿Te gusta lo que ves?
Jess la tomó en su mano.
―Me encanta ―reconoció relamiéndose los labios.
―Entonces, métetela en la boca ―le exigió con voz grave.
Mirándole con descaro, Jess hizo lo que le pedía. Succionó
su glande y recorrió de arriba a abajo sus grandes dimensiones,
aunque no pudo abarcarlo del todo dentro de su boca.
Thorne la agarró del cabello para ayudarla a seguir el ritmo
apropiado y, en cierto momento, movió sus caderas como si
estuviera follándole la boca.
Cuando estuvo a punto de correrse, se retiró, y
arrodillándose junto a ella, la colocó a cuatro patas. Poniendo
su miembro contra el sexo húmedo de la joven, la penetró de
una sola estocada, haciéndola gritar de placer.
―Eso es, valquiria, grita para mí ―le pidió el guardián
penetrándola una y otra vez.
Estirando una de sus manos hacia delante, le acarició y
pellizcó el clítoris.
―Oh, sí, vikingo ―dijo entre gemidos―. Fóllame así. No
pares.
Thorne se sentía enloquecer al notar su polla apretada
contra sus estrechas paredes vaginales. La folló aún más
fuerte, más salvaje. Con un solo movimiento salió de dentro de
ella y la tumbó sobre la mullida hierba, para penetrarla de
nuevo. Quería poder mirarla a los ojos.
Profundizó más y más con cada embestida, haciendo que
sus testículos golpearan contra su perfecto culo. Al notar como
Jess se retorcía debajo de él al alcanzar el orgasmo, estudió
todos y cada uno de sus gestos. El modo en que entreabrió los
labios sin dejar de gemir, cómo sus manos se aferraron a la
hierba fresca y los dedos de sus pies se crisparon hacia atrás, la
forma en que arqueó su espalda. Todo lo que ella hacía era
sensual y resultaba perfecto para él.
Sin más, se dejó ir. Se corrió como no recordó haber hecho
jamás, y no era de extrañar, pues esa mujer era puro fuego y
tentación.
Durante esos minutos, ambos se olvidaron de pensar, casi
de respirar, simplemente se habían dejado llevar por lo que
sentían. Por lo que sus cuerpos les habían exigido reclamar del
otro.
Capítulo 12
Thorne se despertó sintiendo un dulce aroma instalado en sus
fosas nasales. Lo reconoció de inmediato como el olor que
desprendía Jess, y tan solo le hizo falta eso para que volviera a
estar duro y preparado para ella.
Abrió los ojos y los clavó en la cabeza morena que
descansaba sobre su pecho. Tenían las piernas entrelazadas y
la mano de Jessica reposaba sobre su cintura.
―Valquiria, despierta ―susurró para no sobresaltarla.
La joven comenzó a removerse y alzó sus ojos
adormilados y un tanto hinchados por el sueño, hacia él. En
cuanto cayó en la cuenta de todo lo que pasó entre ellos la
noche anterior, se envaró y se apartó de su cuerpo como si le
hubiera quemado.
―¿Qué pasó anoche?
El guardián enarcó una ceja, burlón.
―¿Tengo que explicártelo?
―No me refiero a eso. ―Se puso en pie y comenzó a
buscar su ropa, que estaba esparcida por todos lados―. Algo
me poseyó en ese maldito lago.
―Fui yo quien te poseí en él…, hembra.
Jessica terminó de colocarse la camiseta y se lo quedó
mirando con el ceño fruncido.
―¿Qué te pasa? ¿Intentas hacerte el gracioso? Porque a mí
no me hace ni puta gracia lo que ocurrió. Debiste detenerme.
―¿Que debí detenerte? ―Se puso en pie de un salto como
su madre le trajo al mundo―. Te recuerdo que lo intenté, pero
no me lo ponías nada fácil.
A Jess se le quedó la boca seca. Aquel hombre era un
auténtico espectáculo. De todos modos, trató de mantener la
expresión impasible, ya mostró anoche sus deseos más de lo
debido.
―Pues desististe pronto ―protestó mientras se enfundaba
el tanga y las mallas.
―¿No te has parado a pensar que lo mismo que te afectó a
ti también lo hizo conmigo cuando tuve que meterme en el
agua a buscarte? ―farfulló molesto de que estuviera
insinuando que se aprovechó de la situación.
―Creía que a un poderoso guardián como a ti no le
afectaría la magia o lo que sea que nos haya poseído.
―Esto no es la tierra, estamos en un tempo divino, no
tiene nada que ver con la magia convencional.
―¿No vas a vestirte o qué? ―le apremió.
Ya no sabía dónde mirar porque sus ojos parecían tener
vida propia y se empeñaban en desviarse hacia su prominente
entrepierna.
―¿Te pongo nerviosa?
―No, solo me cabrea que tú estés tan tranquilo después de
la trampa que nos ha tendido la Diosa, porque está claro que
eso es lo que ha sido.
―Ya ha pasado y no hay remedio. ¿Por qué no iba a
estarlo?
―Porque hemos follado sin desearlo.
El ceño de Thorne se frunció profundamente.
―¿No deseabas follar conmigo?
―¿Acaso tú eras del todo consciente de lo que estábamos
haciendo?
―Eso es algo distinto, valquiria, el jodido lago no hizo
que te deseara más, solo que expresara mis deseos en voz alta
y sin ningún tipo de tapujos.
Lo mismo le ocurrió a ella. Ese deseo por el guardián se
fue incrementando durante la semana que llevaban juntos, pero
lo mantuvo bajo control hasta que entró en el dichoso lago y
este detonó todas las barreras que con tanto esfuerzo levantó.
―En fin, será mejor que olvidemos el tema y volvamos al
templo ―sentenció agachándose a arrancar unas cuantas flores
amarillas que parecían crecer por todas partes.
La Diosa no tuvo bastante con convertirla en una guerrera
improvisada, sino que también se burló de ellos enviándolos a
aquel lago que parecía sacar a flote sus deseos carnales más
profundos.
Llegaron al templo y Jessica buscó a la Diosa para cantarle
las cuarenta, sin embargo, no había ni rastro de ella por allí.
―¿Dónde está? ―le preguntó a Helga.
La guía, a la que no le hizo falta preguntar para saber a
quién se refería, negó con la cabeza.
―Se fue en cuanto os fuisteis al lago.
―¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora con estas
malditas flores? ―Le mostró el ramillete que llevaba en la
mano.
―¿Ponerlas en un jarrón? Son muy bonitas ―respondió la
escudera sonriendo.
La morena bufó, furiosa, comprendiendo que todo fue una
especie de plan retorcido para que ocurriera justo lo que pasó
entre Thorne y ella.
―Genial. ¡Todo esto está siendo una gran putada!
―exclamó arrojando las flores al suelo y adentrándose en el
templo.
Helga se agachó y comenzó a recoger las bonitas flores
amarillas.
―Parece ser que a tu novia no le van mucho las flores
―comentó divertida.
―No es mi novia ―gruñó―. ¿Y qué coño es ese lago al
que nos envió la Diosa?
―Un lago, tú mismo lo acabas de decir ―respondió de
modo evasivo.
―¡No me jodas, Helga! Ese no es un lago convencional.
―No, no lo es. Se trata del lago de las emociones.
―¿El lago de las emociones? ―repitió asimilando lo que
eso significaba.
―Así es.
―¿Podrías ser un poco más explícita?
―Creo que su nombre lo dice todo, pero si necesitas más
detalles, se trata de un lago mágico que hace que las
emociones de las personas salgan a flote. Dado lo que yo he
podido percibir estos últimos días, imagino que vuestra
emoción predominante habrá sido el deseo, ¿cierto?
Thorne se limitó a gruñir y a colocarse las manos en las
caderas.
―Esta jodida treta de la Diosa solo ha complicado las
cosas entre nosotros.
―Quién sabe ―su amiga se encogió de hombros―.
Nuestra Diosa siempre tiene ases escondidos bajo la manga.
―Me sudan la polla sus putos ases.
Tras pronunciar aquellas palabras, un rayo cayó justo al
lado del guardián, advirtiéndole que contuviera su lengua.
―A nuestra señora no le está gustando lo que dices,
amigo.
―Me importa una mierda ―bramó sin amedrentarse―. A
mí tampoco me gusta que nadie me manipule para echar un
puto polvo, joder.
―Coincido contigo, por eso creo que lo mejor es que
dejemos el tema y nos pongamos a entrenar ―dijo Jess
cortante. Había vuelto junto a ellos, espada en mano, sin que
se dieran cuenta.
Le lanzó al guardián su propia espada, la cual pilló al
vuelo, y se situó en el centro del campo de entrenamiento
poniéndose en posición.
―¿Estás segura de que no quieres descansar un poco?
―No me uses a mí como excusa, vikingo. Si nuestro polvo
de anoche te dejó agotado, dilo. Lo entenderé, soy demasiada
mujer para alguien como tú.
―¿Demasiada mujer para alguien como yo? ―Se
indignó―. Te aseguro que podría estar follándote una semana
entera sin cansarme.
―Claro, claro, puedes seguir diciendo eso en voz alta para
engrosar tu ego.
Avanzó hacia ella con actitud amenazante.
―¿Qué pollas te pasa? ¿Tienes alguna queja de lo que
pasó anoche entre nosotros?
―¿Del puto polvo? ―inquirió, repitiendo sus palabras―.
Por supuesto. Para empezar, es algo que no tendría que haber
pasado nunca.
―¿Es eso lo que te ha molestado? ¿Qué me referí a lo que
pasó anoche entre nosotros como un puto polvo? ―Abrió los
brazos en cruz y soltó una carcajada―. Es solo una manera de
hablar, valquiria, no creí que fueras tan delicada.
Jessica no contestó y se abalanzó a atacarle. Thorne
consiguió detener su envite con la hoja de su espada, haciendo
gala de su destreza.
―¡Guau! Creo que os dejaré solos ―exclamó Helga
marchándose de manera sigilosa.
―Déjate de tanta charla y pelea conmigo ―le provocó
Jess.
―¿Te da miedo confesar que lo que en realidad te ocurre
es que te gustaría que volviéramos a repetir lo que ocurrió en
el lago? ¿Por eso quieres entrenar?
―No digas gilipolleces. ―Embistió contra él de nuevo.
El guardián se limitó a esquivar su ataque nuevamente.
―Vaya, parece que hemos tocado la tecla, ¿verdad,
hembra?
―¡Deja de llamarme hembra, joder! ―gritó, arremetiendo
con la espada otra vez.
―¿No te gusta? Porque anoche me confesaste que te ponía
cachonda que te llamara así.
―Se debía a la locura que nos hizo experimentar ese
maldito lago.
―Ese lago no nos hizo volvernos locos, solo consiguió
que nuestras emociones salieran a flote, en nuestro caso,
fueron las ganas que teníamos de follarnos el uno al otro.
―¡Deja de decir eso!
Le molestaba que fuera tan directo y franco.
Chocó otras dos veces su espada contra la de Thorne, hasta
que este, cansado de esquivar sus ataques, la desarmó con un
solo mandoble, y, arrojando su arma al suelo, la tomó desde
atrás y la inmovilizó contra su cuerpo.
―No, seguiré diciéndolo porque es la puta verdad,
valquiria, por mucho que te pese ―susurró contra su oreja,
consiguiendo que un estremecimiento le recorriera la columna
vertebral―. Ahora mismo sientes deseos de arrancarme la
ropa y subirte a horcajadas sobre mí, y lo sé porque a mí me
ocurre lo mismo ―afirmó pegando más sus caderas al trasero
de la joven para que pudiera notar su duro miembro―. Te
colocaría sobre este mismo campo de entrenamiento y metería
mi polla dentro de ti hasta que te quedaras afónica de gritar de
puro placer.
Un jadeo excitado escapó de entre los labios de Jessica.
―No… ―Tragó saliva para aclararse la voz―. No es
cierto, solo estás fantaseando.
―Tus palabras pueden seguir negándolo, pero tu cuerpo…
―Con sutileza, rozó de manera fugaz uno de sus erguidos
pezones―. Tu cuerpo grita a los cuatro vientos la verdad,
valquiria. Tú me deseas tanto como yo a ti, aunque dicho
deseo no sea nada conveniente para ninguno de los dos.
La liberó de su agarre y ella se giró para enfrentarlo.
―No vuelvas a tocarme.
El guardián asintió.
―Por una maldita vez estamos de acuerdo en algo
―repuso antes de darse media vuelta, dejándola sola en el
centro del campo de entrenamiento.
Azazel, tal y como le pidió Mauronte, estaba tratando de
averiguar qué llevó a los demonios españoles a atacar a
Thorne y a la elegida.
Por el momento no había podido sacar nada en claro.
Muchos demonios eran tan ignorantes de lo ocurrido como su
propio clan, y los que parecían saber algo se negaban a
responder a sus preguntas.
Estaba quedándose sin hilos de los que tirar, hasta que
pudo apreciar como dos de sus congéneres, a la salida de la
taberna que era regentada por demonios de dudosa reputación,
se pasaban un papel de manera misteriosa.
Con sigilo, se aproximó a ellos.
―Tiene que estar todo preparado ―cuchicheaba el más
alto de los dos―. No quiere que haya ningún contratiempo,
¿entendido?
―Así será ―asintió el otro, guardándose la nota en el
bolsillo trasero del pantalón.
―Por supuesto, contamos con tu discreción para que nada
de esto transcienda.
―Te doy mi palabra de demonio.
Ambos se estrecharon las manos y Az aprovechó para
chocarse contra ellos, fingiendo estar borracho.
―Oh, lo siento ―balbuceó simulando un tono de voz
torpe y un tanto gangoso―. He tropezado.
―Quita de aquí, escoria ―escupió el demonio más alto,
empujándole para apartarle de ellos.
―¡Qué modales! ―exclamó tambaleándose.
―Márchate si no quieres que te partamos las piernas
―aseveró el otro mirándole con repugnancia.
Azazel alzó las manos en el aire.
―No hace falta ponerse así, ya me voy, no quería
interrumpir una charla de enamorados.
El demonio que se guardó la nota dio un par de pasos hacia
él, pero el otro le detuvo.
―No merece la pena ―le dijo mientras observaba como
Az se alejaba dando traspiés.
Al doblar la esquina, cuando estuvo seguro de que no
podían verle, se enderezó y comenzó a caminar con paso
rápido y decidido. Alzó la mano derecha y la abrió, mirando la
nota que les acababa de robar a aquel par de idiotas.
La abrió de forma apresurada y leyó su contenido:
La lucha ha comenzado, estad preparados para la batalla.
No absorbáis ningún pecado en los próximos días,
precisareis de toda vuestra energía para lo que tenemos por
delante.
Mammon
¡Mammon!
No podía ser, Mammon murió hacía cientos de años.
¿O no?
¿Sería posible que estuviera de vuelta?
Esperaba que no, o la cosa se complicaría muchísimo más,
y que el infierno les pillara libres de pecados.
Capítulo 13
Jess estaba comiendo en el salón cuando Thorne se le unió. Se
sentó justo en frente, con una jarra de cerveza en la mano, y
clavó su mirada en ella.
La joven trató de ignorarlo sin despegar sus ojos del
suculento pato a la naranja que Helga les había preparado,
hasta que no pudo más y alzando la vista hacia él, soltó los
cubiertos de forma ruidosa.
―¿Qué?
―¿Qué? ―repitió enarcando una ceja.
―Supongo que tendrás algo que decir, ya que no dejas de
observarme como un maldito acosador.
El guardián se encogió de hombros.
―Solo admiraba el modo en que disfrutabas de tu comida.
―Pues no lo hagas, me pone los pelos de punta.
Thorne suspiró.
―De acuerdo, como quieras. ―Se llevó la cerveza a los
labios y bebió un largo trago―. Cada vez queda menos para
volver a San Francisco.
―No veo la hora de que eso suceda.
―¿Para huir de mí?
―Entre otros motivos.
―¿Podría saber cuáles son esos otros motivos?
La policía frunció el ceño.
―Estás muy hablador hoy, ¿no?
―Solo pretendo que podamos comunicarnos de manera
civilizada, aunque los Dioses son testigos de lo jodidamente
difícil que me lo pones ―gruñó levantándose de la silla
malhumorado.
Iba a marcharse cuando Jess habló de nuevo.
―El motivo principal es poder retomar la relación con mi
hermana, han sido años complicados al no poder tenerla en mi
vida.
Thorne se volvió con lentitud hacia ella y una expresión
sombría se dibujaba en su atractivo y masculino rostro.
―Perder a una hermana es difícil.
Aquella afirmación sorprendió a la joven.
―¿Has tenido alguna hermana que hayas perdido?
El guardián permaneció en silencio, limitándose a mirarla,
sin mover un solo músculo. Estaba claro que no era un tema
agradable para él, así que Jess negó con la cabeza y
apoyándose en la mesa, se puso en pie.
―No te preocupes, no debí preguntar…
―Tuve una hermana, sí ―la cortó.
Jessica alzó la cabeza para mirarle de nuevo.
―Inga, ese era su nombre ―continuó diciendo―. La
perdí cuando tan solo era una niña de catorce años. Le
arrebataron la vida de la forma más cruel.
Pudo ver como Thorne apretó los puños y sus nudillos se
tornaron blancos.
―Lo siento.
―Hace demasiado tiempo, no pasa nada.
―Eso no lo hace menos doloroso.
―Por eso quiero que sepas que yo jamás cometería un
acto tan terrible como dañar a una persona inocente. Cuando te
encerré en mi sótano, siempre fue pensando en tu seguridad,
debes creerme.
Ambos permanecieron en silencio, como si estuvieran
esperando que fuera el otro quien dijera algo más.
Jessica sintió que ante sí tenía a un hombre distinto al que
siempre pensó, uno menos básico y más sensible, con un lado
oculto que comenzaba a llamarle la atención más allá del
terreno sexual. ¡Curioso!
―Deberíamos volver a los entrenamientos ―comentó con
incomodidad para quitarse aquella absurda idea de la cabeza.
―O podríamos ir a dar un paseo.
―¿Un paseo? ―inquirió sorprendida.
―Llevamos más de una semana aquí y aún no hemos
explorado los alrededores. ―Se encogió de hombros.
Estuvo tentada a negarse, pero en el fondo, tenía ganas de
caminar y ver qué había más allá del templo y del lago que la
noche anterior les jugó la mala pasada.
―Me parece bien.
El guardián se hizo a un lado y señaló la salida con su
mano.
―Detrás de ti.
Jessica asintió. Al pasar junto a él, el olor amaderado que
desprendía su cuerpo inundó sus fosas nasales y la hizo
estremecer.
―¿Alguna vez habías estado en un sitio similar a este?
―preguntó mientras caminaban para mantener su mente
distraída de lo que su cuerpo experimentaba cada vez que
estaban cerca.
―Solo cuando la Diosa me convirtió en guardián.
―¿Y a qué te dedicabas antes de serlo? ¿Asaltante de
caminos o algo así? ―bromeó.
Thorne soltó un leve gruñido.
―Era un guerrero conquistador, nunca he asaltado a nadie
en ningún camino.
―Pero sí en sus casas. ―comentó alzando una de sus
perfectas cejas―. Menuda diferencia.
―¿Y qué hay de ti? ¿Por qué te han echado del cuerpo de
policía? ―le devolvió la pregunta porque sabía que por mucho
que le explicara que en aquella época conquistar territorio era
un honor, ella no lo entendería.
―Solo estoy suspendida, no me han echado ―rebatió.
―¿Y por qué te suspendieron?
Jessica bufó, sin muchas ganas de hablar de ello.
―Digamos que en el pasado tuve algunos problemas de
ira…
―No puedo creerlo ―ironizó interrumpiéndola.
Jess le fulminó con la mirada y prosiguió:
―Aunque lo definitivo fue que yo asegurara que detuve a
dos gigantes de pelo largo y ropas moteras, y que nadie más lo
recordara en toda la comisaría.
―¿Fue por Elion y por mí?
―Me hicisteis quedar como una demente ―respondió aún
afectada por ello―. ¿Cómo lo conseguisteis?
―Eso fue cosa de mi hermano, tiene el poder de borrar la
memoria. Es jodidamente útil, la verdad.
―Oh, sí, muy útil ―repuso burlona―. ¿Y qué hay de ti?
―¿De mí? ―preguntó sin entenderla.
―De tus poderes. ¿Tienes alguna habilidad especial, como
esa que me has contado que posee tu hermano?
―La mía es la fuerza.
―La fuerza ―repitió.
―Ajá, la fuerza.
―Pues vaya, no me parece nada del otro mundo.
―¿Ah, no? ¿Y qué esperabas, hembra? ¿Que pudiera volar
o algo así?
―Eso, sin duda, hubiera sido mucho más impresionante.
Le sonrió y Thorne sintió como su corazón daba un vuelco.
Era la primera sonrisa genuina que le dedicaba y se veía tan
preciosa luciéndola en su bello rostro, que el guardián sintió
miedo. Miedo por verse irremediablemente atraído hacia ella
de un modo más profundo.
¡Estaba jodido!
Pasaron alrededor de una hora explorando los alrededores,
antes de ponerse a practicar con la espada.
Durante todo el entrenamiento, Jessica solo pudo pensar en
el modo en que los músculos del guardián se tensaban y el
sudor que corría por ellos.
¡Fue una auténtica tortura!
En especial, cuando tenía a Thorne más cerca y percibía su
olor, que parecía atraerle más que el polen a las abejas. Y qué
decir de cuando le hablaba con aquella voz ronca que poseía.
¡La ponía tan cachonda!
Tumbada en la confortable cama pateó el colchón con
rabia. No estaba acostumbrada a contenerse, ella era una mujer
que no se andaba con rodeos y que cuando deseaba a un
hombre, se lo hacía saber.
¿Por qué con aquel vikingo parecía todo tan complicado?
De un salto se levantó del lecho, decidida. No iba a pasar
más noches en vela pensado en el cuerpo de ese guardián,
cuando lo único que tenía que hacer era ir a su cuarto y dejarle
claro lo que quería de él.
Abrió la puerta de la habitación que ocupaba, solo vestida
con unas braguitas negras y una fina camiseta de tirantes.
Thorne estaba dos puertas más allá, así que no hacía falta
ponerse nada más, ya que tenía la esperanza de acabar desnuda
en unos minutos.
―¿Electi? ―La voz de Helga la sobresaltó―. ¿Te ocurre
algo?
―Emm… No, estoy bien.
―¿Puedo ayudarte? Si necesitas cualquier cosa…
―En lo que necesito no puedes ayudarme ―la
interrumpió.
―Seguro que sí, yo estoy aquí para eso, Electi ―insistió
la guía, que, aunque se lo prometió, era incapaz de llamarla
por su nombre―. Si me dices qué quieres, veré qué puedo
hacer.
Jess se puso frente a ella y se colocó en jarras.
―Voy a ir a buscar a tu amigo para follar con él ―soltó
sin sutileza.
―Oh… Oh, vaya ―se sorprendió y emitió una risilla―.
Es cierto, con eso no puedo ayudarte. ―Le guiñó un ojo y se
alejó hacia su propia alcoba.
Jessica sonrió. Helga le caía muy bien, la verdad.
Irguiendo los hombros, llamó a la puerta de Thorne y, sin
esperar respuesta, la abrió.
El guardián tenía el cabello húmedo y una toalla cubría sus
caderas, como si acabara de darse una ducha. Sobre su
abdomen aún brillaban pequeñas gotas de agua, que
resbalaban de manera lenta hacia abajo, consiguiendo que la
joven comenzara a acalorarse.
―Jess, ¿qué haces aquí? ―inquirió con el ceño fruncido
por la preocupación―. ¿Ha ocurrido algo?
―Sí, lo cierto es que algo está ocurriendo ―respondió
cerrando la puerta tras ella.
―¿Y bien? ―indagó aproximándose más y escrutando su
rostro en busca de alguna respuesta.
Jessica respiró hondo y mirándole directamente a los ojos,
dijo:
―Quiero follar contigo.
El guardián parpadeó varias veces asimilando sus palabras.
―¿Creo que no te he entendido bien, hembra?
―Me has entendido perfectamente ―aseveró acercándose
aún más, hasta que sus cuerpos estuvieron a escasos
centímetros el uno del otro―. Quiero que follemos. ¿Es
posible?
―¿Me preguntas si es posible que follemos?
―Sí, joder, eso mismo te acabo de preguntar y de una
manera bastante clara ―repuso con impaciencia―. ¿Acaso te
has vuelto sordo de repente?
―Solo quería asegurarme antes de que te arranque esas
bragas diminutas que llevas puestas y entierre mi polla dentro
de ti hasta que ambos quedemos satisfechos ―declaró con la
voz cada vez más ronca―. Pero quiero que te quede una cosa
clara, valquiria, yo no sé tomar las cosas a medias, o te tengo
por completo o no quiero saber nada de ti.
―¿Y eso que significa?
―Que no voy a ser delicado, no voy a hacerte el amor, voy
a follarte como nunca nadie lo haya hecho antes, y para eso
necesito que te entregues a mí. ―Agachó la cabeza y puso sus
labios a la altura del oído de la joven―. Serás mía, valquiria,
durante unas horas, serás toda mía.
Un suave gemido escapó de entre sus labios.
―¿Ser tuya? ―repitió en un murmullo. Siempre le dieron
grima los tíos que hacía aquel tipo de afirmaciones acerca de
sus mujeres, pero en aquel momento, sus palabras la habían
puesto muy caliente.
―Por unas horas ―puntualizó de nuevo, haciendo que sus
largos dedos recorrieran los brazos desnudos de la joven.
―Eres un neandertal, vikingo ―soltó entre jadeos cuando
Thorne apresó el lóbulo de su oreja entre los dientes.
―¿Eso es un no?
―Eso es un… ―¿Qué era?― ¿a qué esperas para hacerme
tuya, pedazo de capullo?
Thorne sonrió de medio lado, ni en aquellas circunstancias
podía contener su viperina lengua.
―Era justo lo que quería escuchar.
Con un ronco gruñido se apoderó de sus labios a la vez que
Jess le arrancaba la toalla de las estrechas caderas liberando su
erección.
Cogiéndola por los muslos, la levantó en volandas y la
dejó sobre la cómoda. Deslizando sus manos por las esbeltas
piernas femeninas, las llevó hasta sus rodillas para hacer que
las separase, y acto seguido, colocarse entre ellas.
Con brusquedad, tiró de ambos lados de su camiseta de
tirantes, partiéndola en dos y dejando sus preciosos pechos a la
vista. Tras lo cual, se metió uno de sus duros pezones en la
boca, mientras rompía también sus bragas.
Continuó lamiendo y mordisqueando sus pechos durante
unos minutos más, en los que Jess enredó los dedos en su largo
cabello. Sus tetas le volvían loco, eran perfectas. Qué coño, ¡se
merecían un jodido altar!
Cuando se retiró ligeramente, se la quedó mirando sin
poder creerse del todo lo preciosa que era.
Percibiendo el modo en que la observaba, Jessica comenzó
a acariciarse los pechos, sabiendo que sentía debilidad por
ellos. Apretó ligeramente su suave piel y se pellizcó con
delicadeza uno de sus pezones. Después, deslizó una de sus
manos entre las piernas dándole un primer plano del modo en
que comenzaba a masturbarse. Se frotó el clítoris sin dejar de
acariciar con la otra mano su seno. Cerró los ojos y echando la
cabeza hacia atrás, la apoyó contra la pared.
Thorne sentía que podía correrse solo con aquella excitante
visión.
La respiración de ambos se fue acelerando y la piel de la
joven fue cubriéndose de sudor, demostrándole lo mucho que
estaba disfrutando de sus propias caricias.
El guardián, incapaz de quedarse quieto por más tiempo,
retiró los dedos de la joven de dentro de su sexo y llenó el
hueco que estos habían dejado con los suyos.
La torturó durante unos minutos más, empujándola hasta el
borde del orgasmo para después detenerse, dejándola frustrada
y cada vez más excitada.
―Thorne…
―¿Qué, valquiria? ¿Qué es lo que quieres? ―le preguntó
de modo provocador.
―Sabes lo que quiero.
―Quiero oírlo.
Jessica apretó los labios, negándose a darle el gusto.
―¿Quieres que empiece yo? ―inquirió de nuevo el
guardián―. Porque lo que quiero es meterte la polla tan fuerte
y tan profundo que lo único que atines a decir sea mi nombre a
gritos.
―¿Y por qué no lo haces? ―repuso con la boca seca.
―Porque antes quiero que me lo pidas.
―No creo que sea necesario…
―Para mí lo es ―la cortó agarrándola del cabello y
tirando de él para echar su cabeza atrás y que pudiera mirarle a
los ojos―. Dime, Jess. ¿Qué deseas?
―Deseo que me lamas ―pidió sin mostrar timidez alguna.
―¿Qué te lama aquí? ―preguntó posando la mano sobre
su húmedo sexo.
Jessica asintió y Thorne, arrodillándose frente a ella, le
hizo subir las piernas sobre sus anchos hombros y procedió a
devorarla. Ella gimió y enterró las manos en su pelo.
Arqueando la espalda, movió sus caderas contra él.
El guardián sentía que estaba en el paraíso y que podría
pasarse la vida entera degustando aquel adictivo sabor, pese a
que su polla pedía a gritos que se enterrase en ella para poder
liberarse.
Succionando su clítoris con fuerza, la hizo gritar y
comenzar a temblar presa del orgasmo que estaba
experimentando.
―Thorne… Oh, Thorne ―repetía entre jadeos.
Sin poder contenerse por más tiempo, se puso en pie y
tomándola en brazos, la dejó sobre la cama que tenían a sus
espaldas, para después colocarse sobre ella y hundirse de una
sola embestida en su interior.
Sentía sus apretadas paredes cernirse en torno a él,
provocándole unas increíbles sensaciones.
Movió sus caderas con fuerza deslizándose dentro y fuera
de su cuerpo. Jessica provocaba que tuviera un fuerte
sentimiento de posesión sobre ella, y a cada penetración era
como si la notara cada vez más suya.
Una de las manos masculinas acarició todo el costado de la
joven, hasta posarse sobre uno de sus perfectos senos, rozando
con el pulgar su rosado pezón.
Mirándose a los ojos se besaron. Ambos se movían a la
vez, saboreando cada leve gesto, cada suave y sensual caricia.
Los gemidos, jadeos y gruñidos que la pareja emitía fueron
tornándose más altos y urgentes. Los pechos de Jess se
bamboleaban a cada embestida, hipnotizando al guardián. Ya
no era un ser racional, solo un hombre preso de sus instintos.
Thorne comenzó a mover las caderas en círculos, frotando
con su pelvis el hinchado clítoris de la joven. La punta de su
polla llegaba muy dentro de ella, alcanzando el lugar que él
sabía que hacía enloquecer a las mujeres.
Jess subió sus manos hasta la nuca del vikingo, haciéndole
inclinar la cabeza para besarle de nuevo. Mordiéndole el labio
inferior, tiró de él, provocándole dolor y placer a partes
iguales.
Thorne la penetró aún más fuerte, clavándola contra la
cama. Jessica le rodeó con sus esbeltas piernas, al borde de
llegar al clímax. Se intuía en el modo en que su respiración se
aceleró y sus músculos se pusieron en tensión.
Cuando el orgasmo la arrasó, gritó y se aferró a la ancha
espalda del vikingo, que, incapaz de contenerse por más
tiempo, se dejó ir en su interior. Jamás se había corrido de
aquel modo con nadie, incluso sintió que, por unos instantes,
dejó de respirar.
En ese momento, solo existían ellos dos en el mundo.
Nada más importaba.
Capítulo 14
Roxana veía a su pequeña Sherezade correr hacia el borde
de un precipicio, y lo único que ella quería era detenerla y que
no cayera al vacío.
―¡Sherezade! ―gritaba desesperada y con los pulmones
a punto de explotar tratando de alcanzarla.
―Corre, madre, ya estamos cerca.
―¿Cerca de qué? ―preguntó desesperada al verla
detenerse justo en el filo―. Ahí no hay nada.
―Sí lo hay, madre. ―Cuando se detuvo junto a ella, la
tomó de la mano―. Mira allí abajo.
Roxana aguzó la vista, pese a que tan solo atisbó a ver
oscuridad.
―No veo nada, mi amor.
La niña se volvió hacia ella y alzó sus enormes ojos
oscuros para clavarlos en los de su madre.
―No lo ves porque no quieres hacerlo ―aseveró
sonriendo.
―¿Qué se supone que hay allí abajo?
―Está la libertad, madre.
―La libertad ―repitió en un murmullo.
―Así es, la libertad de poder ser nosotras mismas.
Roxana agarró la cara de su niña entre las manos y se
agachó para estar a su altura.
―Ya eres libre de ser tú misma, mi amor.
―No, madre, no lo seré hasta que no logre castigar a
todos los humanos que tanto daño nos hicieron. A los que nos
separaron.
La mujer abrazó a su hija con fuerza contra su pecho y las
lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
―El odio va a consumirte, Sherezade, debes seguir
adelante ―le suplicó.
―No está en mi naturaleza perdonar, solo quiero infringir
el mismo dolor que nos causaron a nosotras esos malditos
humanos.
―Por favor, mi amor…
La niña se separó de ella de un tirón y echándole una
última mirada, dijo:
―Madre, ven conmigo. ―Tras lo cual, se arrojó por el
acantilado.
―¡No! ―gritó Roxana con el corazón latiendo acelerado,
antes de tirarse tras su hija.
Roxie despertó sobresaltada y con un sentimiento de
angustia y soledad instalado en el fondo de su pecho. Alzó la
mano para tocarse las mejillas y sintió que estaban húmedas
por las lágrimas que derramó en sueños.
Con cuidado para no despertar a Abdiel, se levantó de la
cama y colocándose una batita fina con estampado oriental,
salió de la habitación.
Sentía una extraña sensación recorrer su cuerpo, así que se
asomó al balcón para notar el aire en la cara. Fue entonces
cuando en la acera de enfrente pudo ver a Sherezade
mirándola con fijeza. Era como si aún estuviera dentro del
sueño, y su hija la esperara en el fondo de aquel oscuro
acantilado. Algo dentro de ella le decía que debía bajar y
unirse a ella, así que, respirando hondo, salió del apartamento
y apretó el botón del ascensor para bajar a la calle.
Sherezade sonrió ampliamente al verla aparecer sola, y
caminando con calma, se detuvo a escasos pasos de ella.
―¿Qué haces aquí?
―Hola, madre ―la saludó―. ¿Te alegras de verme?
―Me alegraría si hubieras venido a decirme que te has
dado cuenta de que toda esta rebelión es una locura y que vas a
detenerla.
Su hija rio roncamente.
―Eso jamás ocurrirá.
―Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Qué quieres?
―A ti.
Roxie frunció el ceño.
―A mí ―repitió.
―Madre, ven conmigo.
Nada más escuchar aquella frase, recordó la última que
dijo la Sherezade niña en su sueño. Sin duda, era una señal.
―¿Ir contigo? ¿Adónde?
―Quiero que te unas a mi causa ―respondió tomándola
de la mano―. Sé que no estás de acuerdo con mi manera de
actuar, sin embargo, aún estás a tiempo de comprenderla.
Estamos a tiempo de recuperar el tiempo perdido. Llevo varias
noches plantada delante de este edificio con la esperanza de
verte y poder decírtelo.
Roxie se soltó de su agarre y sus ojos se inundaron de
lágrimas.
―No puedo hacerlo, mi amor.
El semblante de la bruja persa se endureció.
―Si no lo haces por las buenas, será por las malas.
―¿Pretendes secuestrarme?
―Jamás te haría algo así, madre ―contestó con
tranquilidad―. Estoy convencida de que vendrás por tu propio
pie, si no quieres que los padres de Sasha y Jessica paguen por
tu rebeldía.
Roxie se sentía apenada por ella. Nunca lograría sacarla de
aquel pozo de rencor en el que estaba metida. No lograría
salvarla del precipicio al que se arrojó cuando la crueldad de
los hombres la empujó a ello.
―Son personas inocentes.
―Ningún humano es inocente ―aseguró con odio―.
Ahora decide, ¿vienes conmigo o no?
―Iré, si me das tu palabra de que no dañarás a los padres
de mis amigas.
―Eso solo depende de lo obediente que seas, madre.
Roxie echó un último vistazo a la ventana de la habitación
donde sabía que dormía Abdiel y despidiéndose de él
mentalmente, asintió. Tras su extraño sueño, sentía que tenía
que ir con su hija. Era necesario.
―Iré contigo ―declaró.
―Una decisión muy inteligente ―la alabó, antes de
aproximarse a un todoterreno negro y abrir la puerta trasera―.
Adelante, madre.
Sin dudar, se metió dentro del vehículo y concentrándose
todo lo que pudo, trató de enviarle un mensaje mental a Talisa,
rezando para que lo recibiera.
La anciana vidente, que dormía junto a su inseparable gato
negro, abrió los ojos escuchando en su cabeza la voz de Roxie
explicándole lo que había ocurrido y la advertencia de que
debían proteger a los padres de Sasha y Jess.
Con el cuerpo un tanto tembloroso, se incorporó, salió de
su habitación y, a tientas, fue a buscar el teléfono, en el que
estaban guardados en su memoria todos los móviles de los
guardianes y sus parejas de vida.
―¿Nikolai? ¿Ocurre algo? ―preguntó el líder de los
guardianes al otro lado de la línea telefónica.
―No soy Nikolai, guapetón, soy Talisa.
―¿Está todo bien, Talisa? ―inquirió con preocupación.
―La verdad es que no. Tu polluela se ha marchado junto a
Sherezade.
―¿¡Qué!? ―Se incorporó de un salto y miró a su
alrededor, esperando que todo fuera una broma pesada―.
¿Cómo sabes que se ha ido con Sherezade?
―Ella misma acaba de decírmelo a través de un mensaje
telepático.
―¿Por qué? No lo entiendo ―sentía tanta angustia que
apenas podía respirar.
―Por lo que he podido entender, esa maldita bruja debió
de amenazar a los padres de Sasha.
―No, no, no ―repetía una y otra vez―. No puede ser.
―Mi guardián, solo puedo pedirte que mantengas la calma
―le suplicó―. La polluela es una mujer fuerte y valiente,
estoy segura de que, si se ha marchado junto a ella sin pelear,
debe haber algún motivo. Solo tenemos que descubrirlo.
Abdiel se encontraba fuera de sí.
Les contó a todos lo ocurrido y desde entonces, no hubo
manera de conseguir que se calmase y dejara de romper todo
lo que encontraba a su paso. Elion, que permanecía junto a él
en todo momento, trataba de tranquilizarle, aunque sin mucho
éxito.
―Parece que necesitaré remodelar el apartamento
―ironizó Mauronte al escuchar una silla partirse contra el
suelo.
―Puedes estar contento si solo lo debes hacer con el
apartamento y no con el bloque entero, cuernos ―bromeó
Varcan, pese a que en sus ojos se podía apreciar lo preocupado
que estaba por Roxie.
―Debo ir a explicarle a mi hermana que nuestros padres
están en peligro ―sollozó Sasha abrazada a Draven, que
trataba de consolarla.
―No te preocupes por eso, los protegeremos ―le aseguró
su pareja de vida.
―De todos modos, Jess tiene que saber lo que está
ocurriendo ―repuso la bonita artista mirándole con los ojos
brillantes.
El guardián celta negó con la cabeza.
―No sé si es buena idea…
―¡Dejadla que haga lo que quiera! ―le interrumpió Max
con los ojos amarillos―. Son sus padres, es normal que quiera
contarle a su hermana que esa maldita bruja los está
amenazando.
―La poli buenorra aún no ha terminado con su
entrenamiento, pecas ―le recordó su esposo.
―Ninguno esperábamos este imprevisto ―apuntó Ella―.
Si yo fuera Jessica, me gustaría saber que mis padres pueden
estar en peligro. ¿Vosotros no?
―Depende de cuál de mis dos progenitores hablemos
―respondió Draven, a quien su madre no le dio muy buen
trato―. De todas maneras, sigo pensando que no debemos
desestabilizarla.
La artista bufó y se separó de él.
―Muchas gracias por tu apoyo ―dijo dolida dándose
media vuelta para marcharse.
―Vamos, conejita, no te pongas así. ―Fue tras ella.
Sasha le encaró, fulminándole con la mirada.
―No se te ocurra seguirme, necesito estar sola en este
momento para no sentirme tentada a darte una patada en la
espinilla.
―Esta noche duermes en el sofá, bror ―bromeó el
guardián de la cicatriz.
―¡Joder, cállate, Varcan! ―rugió Draven, provocando que
su hermano comenzara a reír.
―No te pongas así, solo quería ofrecerte nuestro sofá por
si te hiciera falta ―se encogió de hombros y le guiñó un ojo.
Sasha aprovechó la discusión entre ellos para escabullirse
al apartamento que estaba compartiendo con Draven. Una vez
dentro, echó el cerrojo ya que pensaba ir a ver a Jess, aunque
no tuviera el beneplácito de nadie.
Entró en una de las habitaciones y rebuscó dentro del
arcón, donde tenía los lienzos que fue pintando en los últimos
días, hasta hallar el del templo donde envió a Jess y a Thorne.
Lo colocó contra la pared y cerró los ojos con fuerza,
concentrándose en visualizar en su mente aquel lugar. Ya
pensaría después en cómo traerlos de vuelta.
Jessica y Thorne estaban entrenando.
Desde la noche en la que Jess irrumpió en su dormitorio,
su relación pasó a otro nivel. Por el día practicaban duro con la
espada y al caer el sol, tras haber cenado, los dos se reunían en
el cuarto del guardián y mantenían largas sesiones de sexo
salvaje. Al acabar, la joven se marchaba para dormir en su
propia cama.
En definitiva, follaban, pero trataban de mantener la
distancia en el terreno sentimental.
Jessica giró sobre sí misma y con un certero movimiento
logró desarmar al enorme vikingo.
―¡Yuju! ―gritó emocionada mientras daba saltos de
júbilo en el aire―. ¡Lo conseguí!
―No cantes victoria, valquiria, no todo es desarmar a tu
contrincante, también tienes que ganarle, o lo que es lo mismo,
matarle ―refunfuñó el guardián.
―¿Quieres que te mate? Si es así, dame un poco de tiempo
más, estoy segura de que conseguiré terminar de separar tu
cabeza de alcornoque del resto de tu cuerpo, vikingo.
Thorne dio un par de pasos amenazadores hacia ella, y
habría comenzado a gruñir si Sasha no hubiera aterrizado de la
nada a sus pies.
―¡Joder! ―exclamó echándose atrás, un tanto
sobresaltado.
―¡Apartad! ―les ordenó Helga corriendo espada en mano
hacia la joven artista, dispuesta a defenderlos de la intrusa.
―¡No, quieta! ―profirió Jess interponiéndose entre
ellas―. Es mi hermana.
―¿Tu hermana? ―se sorprendió la escudera―. ¿Y qué
hace aquí? Nadie que no sea la Diosa o nosotros podemos
pisar este templo.
―Ella es capaz de viajar a través del tiempo y del espacio
gracias a su don ―le explicó Jessica antes de volverse hacia
Sasha y acuclillarse delante de ella―. ¿Estás bien?
La artista asintió.
―Sí, lo estoy, pero necesitaba verte.
―¿Ha ocurrido algo? ―inquirió Thorne.
―Han pasado varias cosas, la verdad.
―¿No sería más cómodo que habláramos de esto dentro y
no con la pobre muchacha ahí tirada? ―sugirió Helga
acertadamente.
―Es buena idea ―concedió su amigo, tomando a Sasha
por debajo de las axilas y poniéndola en pie con un solo
movimiento, como si pesara menos que una pluma.
Jessica le sacudió el polvo que se posó sobre su ropa.
―¿Te has hecho daño, Sash? ―La aludida negó con la
cabeza―. Creo que deberías perfeccionar el tema del
aterrizaje ―bromeó.
―Debería perfeccionar muchas cosas ―sonrió resignada.
―No es cierto, tú ya eres perfecta. ―La tomó por los
hombros acompañándola al salón del templo.
Las dos hermanas tomaron asiento, mientras que Helga y
Thorne se limitaron a permanecer de pie.
―Todo esto es precioso ―murmuró la artista admirando
lo que la rodeaba.
―La verdad es que sí ―admitió su hermana.
―Podéis dejaros de hostias e ir a lo que de verdad nos
importa ―intervino el guardián, impaciente―. ¿Qué cojones
ha pasado? ¿Mis hermanos están bien?
Jessica, molesta porque hablara de ese modo a su hermana
pequeña, se incorporó de golpe, tirando al suelo la silla donde
estuvo sentada.
―Podrías tener un poco más de respeto, capullo, mi
hermana no es una de las mujeres con las que estoy segura que
sueles codearte.
Thorne enarcó una ceja, burlón.
―¿Mujeres con las que suelo codearme? ¿Podrías ser más
específica?
―Delincuentes y prostitutas, ¿me equivoco?
El guardián se acercó hasta quedar a escasos centímetros
de ella.
―La verdad es que últimamente solo me relaciono con
harpías de lengua afilada y un puto carácter de mierda.
Jessica alzó el mentón desafiante, sabiendo que se estaba
refiriendo a ella.
―El único que tiene un carácter de mierda aquí eres tú,
imbécil.
―¿Así que ahora soy un imbécil? ―Colocó las manos en
las caderas y la fulminó con la mirada―. En ese caso, imagino
que será mejor que nos limitemos a hacer lo que se espera de
nosotros, sin tener ningún otro tipo de relación.
―Creo que es la mejor idea que has tenido en toda tu vida
―sentenció Jess cruzándose de brazos.
―No quiero causar conflictos entre vosotros ―repuso
Sasha afectada, apretándose el puente de la nariz―. Quizá
todos tuvieran razón y no debería haber venido.
―¿Qué acabas de decir? ―inquirió el guardián.
―Que no quiero causar conflictos.
―Eso no, ¿qué has dicho sobre que nadie quería que
vinieras?
―Oh, eso ―Sasha desvió la mirada―. Me refiero a…, en
realidad, no saben que estoy aquí.
―¿Te has vuelto loca, hembra? ―rugió el vikingo
tomándola por los hombros―. Es peligroso que estés aquí sin
que nadie lo sepa, pueden creer que te han secuestrado o algo
peor aún.
―Suéltala, pedazo de neandertal ―pidió Jessica
empujándole por el hombro―. Si mi hermana ha venido hasta
aquí, debe de ser por algo importante. ―La miró a los ojos a la
espera de que dijera algo.
―Yo… he venido hasta aquí…
―Oh, por todos los Dioses ―se desesperó el vikingo.
―La estás atosigando ―le reprochó Jess.
―¿Que yo la atosigo? ―gritó a escasos centímetros de su
rostro.
―Sí, tú ―respondió la policía en el mismo tono sin
amedrentarse.
―¡Han amenazado a nuestros padres! ―declaró al fin
Sasha alzando la voz para que pudieran oírla por encima de su
discusión.
Los dos desviaron sus ojos hacia ella, que parecía poder
echarse a llorar en cualquier momento.
―¿Qué has dicho, Sash? ―preguntó Jessica para
asegurarse de que lo que escuchó era cierto.
―Han amenazado a nuestros padres ―repitió con más
calma―. Sherezade los amenazó, antes de que Roxie se fuera
con ella para tratar de protegerles.
―¿Roxie se ha ido con esa zorra persa? ―se extrañó
Thorne―. Si eso que dices es cierto, hembra, mi hermano
debe de estar loco de preocupación.
―Mucho más que loco, diría yo.
―Debemos volver ―dijo Jessica.
―No me gusta reconocerlo, pero tienes razón ―concedió
Thorne.
―Vaya, menuda novedad ―ironizó la policía.
―¿Quieres que volvamos a discutir?
―¿Acaso hemos dejado de hacerlo en algún momento?
Ambos gruñeron y se dieron la espalda.
―Por eso vine, creí que querrías saber lo que estaba
ocurriendo ―se explicó Sasha.
―Lo siento, no quería interrumpiros, no obstante, me veo
obligada a intervenir ―comentó Helga―. No podéis
marcharos hasta que no acabe vuestro entrenamiento.
―No puedes retenernos ―afirmó Jessica tomando a su
hermana de la mano.
―La verdad es que sí, sí puedo ―le aseguró la escudera.
―¿Qué cojones quieres decir, Helga? ―inquirió Thorne
sin más paciencia―. Dilo sin rodeos, porque estoy hasta la
polla de tanto misterio.
―Muy delicado ―murmuró Jess poniendo los ojos en
blanco.
―Lo que quiero decir es que por mucha magia o don que
ella tenga ―señaló a Sasha―, solo podréis salir de aquí si yo
os doy mi aprobación. Por algo soy la guía y guardiana de este
templo.
―Pues dánosla ―reclamó la policía.
―No puedo, la Diosa me dijo que teníais que permanecer
aquí quince días, aún os quedan cinco para llegar a finalizar
ese plazo.
―¡No me jodas, Helga! ―maldijo Thorne.
―Tienes que ayudarnos a volver, no puedes negarte
―insistió Jessica.
―Puedo y lo hago.
―Helga…
―Por favor ―suplicó Sasha acercándose a ella y tomando
sus manos―. Se trata de nuestros padres, son la única familia
que tenemos. No puedo ni imaginarme que les ocurriera algo
sin que intentáramos impedirlo. ¿Qué harías si se tratara de los
tuyos?
La preciosa rubia se quedó mirando aquel bonito e
inocente rostro en el que solo podía ver preocupación. ¿Cómo
iba a negarle nada?
Suspirando, asintió.
―Sé que estoy siendo demasiado blanda, pero está bien,
os daré mi aprobación para regresar a la Tierra, aunque eso
implique que la Diosa me castigue por desobedecer sus
órdenes.
―Muchísimas gracias ―dijeron las dos hermanas al
unísono.
―¿Volveremos a vernos? ―preguntó Thorne
envolviéndola con sus brazos.
La rubia se dejó caer contra su pecho y cerró los ojos.
―Confío en que así sea, amigo mío.
Capítulo 15
Tras el permiso de Helga para abandonar el templo divino,
Sasha consiguió llevarlos de vuelta a los apartamentos de
Mauronte en San Francisco, donde todos estaban desesperados
sin saber dónde se hallaba la joven artista.
―¡Por los Dioses, Sasha, casi consigues que me dé algo!
―exclamó Draven tomándola por los hombros al verla
aparecer.
En ese instante, se percató de que no venía sola y abrió los
ojos de forma desmesurada.
―¿Qué has hecho? ―inquirió.
―Lo que debía ―respondió Jessica por ella―. Cuando
mis padres son amenazados por una bruja vengativa, debo
saberlo.
―No era lo que nuestra Diosa dictó ―dijo Abdiel, que
miraba por la ventana como si esperara ver aparecer a su
esposa de un momento a otro―. Aunque en estos momentos,
poco me importa.
―No le hagáis caso, está en plan depresivo ―intervino
Varcan.
―¿Y qué pretendéis hacer ahora que estáis de vuelta?
―preguntó Elion.
―Voy a cerciorarme de que están sanos y salvos.
―¿Vas a ir a Alabama? ―preguntó Sasha―. En ese caso,
iré contigo.
―Y yo buscaré a Roxanne, aunque tenga que quemar toda
esta maldita ciudad ―aseveró el líder de los guardianes con la
mirada más cargada de ira de lo que hubieran visto jamás.
―Vamos a ver, tratemos de mantener la calma, ¿de
acuerdo? ―Draven se posicionó en el centro del salón
tomando las riendas de la situación al ver que Abdiel no estaba
en posición de hacerlo―. Buscaremos a Roxie, sí, aunque de
un modo sensato y cuidadoso, bror. No podemos ser
temerarios en este momento. No querrás que acabe herida,
¿verdad?
Abdiel gruñó ante aquella perspectiva y negó con la
cabeza.
―En cuanto al tema de vuestros padres, comprendo que
queráis ir a cercioraros de que están bien, pero con que vaya
una de vosotras será más que suficiente, y, dado que habéis
bajado del templo solo para eso, creo que será mejor que vayas
tú, Jess.
―Estoy de acuerdo ―repuso la policía.
―No me parece justo ―protestó Sasha.
―Conejita, tu don puede sernos de utilidad aquí ―le
explicó Draven con calma―. No sabemos a dónde se han
llevado a Roxie, ni siquiera si la han trasladado en el tiempo
con la ayuda de algún otro brujo viajero. No puedes marcharte
a Alabama en estos momentos.
―Pero…
―Sash, tu marido tiene razón, por mucho que me pese
llevarte la contraria ―la interrumpió Max―. Estoy muy
preocupada por Roxie, tenemos que rescatarla.
Sasha también compartía su preocupación y por mucho
que le gustaría ir a ver a sus padres, asintió. Si podía hacer
falta para liberar a su amiga, haría lo que estuviera en su
mano.
―Yo acompañaré a Jessica a Alabama ―se ofreció
Thorne.
―No esperaba menos, bror, después de que la poli
buenorra y tú estéis impregnados de olor a sexo ―bromeó
Varcan, guiñándoles un ojo―. Parece ser que tu polla sabe tan
poco estarse quieta como la de los demás ―añadió
refiriéndose a lo que su hermano siempre les achacaba cuando
habían intimado con sus parejas de vida.
―Si tanto te interesa, sí, hemos follado, pese a que eso ya
se acabó ―respondió Jess con naturalidad.
―Vaya, bror, parece ser que eres un amante pésimo. ―El
aludido gruñó y fulminó a Varcan con la mirada―. Lo
lamento, miss FBI, has llegado tarde, ya estoy pillado y no
puedo demostrarte lo que es un verdadero hombre en la cama.
Max puso los ojos en blanco y Jessica se colocó en jarras
antes de responderle:
―Dime de qué presumes y te diré de qué careces. ¿Has
escuchado alguna vez ese refrán?
El guardián de la cicatriz soltó una carcajada.
―Es una fiera, ¿verdad, bror? Tengo miedo que acabe
devorándote.
―¡Que te den! ―le soltó el vikingo.
―De acuerdo, como parecéis llevaros tan bien, creo que
Varcan puede acompañaros ―sugirió Draven.
―¡Y una polla! No quiero a este idiota cerca ―bramó
Thorne.
―La quieres toda para ti solo, ¿verdad? ―ironizó mientras
le daba golpecitos con el codo.
―Lo que quiero es arrancarte la jodida cabeza hueca que
luces sobre los hombros, así que deja de provocarme.
―Entonces ya está todo claro, ¿no? ―añadió Ella, dando
por zanjada la discusión de esos dos―. Nosotros buscaremos a
Roxie, mientras que Jess, Thorne y Varcan van a Alabama.
―¿Te parece bien, bror? ―le preguntó Draven a Abdiel.
―Como veas, en estos momentos no soy capaz de pensar
con claridad ―reconoció levantándose de golpe y pasándose
las manos por su largo cabello con frustración.
―Lamento añadir más leña al fuego, pero estos no son los
únicos problemas que nos ocupan ―dijo entonces Azazel,
haciendo que todos se percatasen de su presencia.
Llevaba bastante tiempo escuchando su conversación, no
obstante, estuvieron tan ocupados discutiendo, que pasó
desapercibido.
―Az, ¿a qué te refieres? ―preguntó Mauronte, que hasta
aquel momento se mantuvo al margen de lo que estaba
sucediendo.
―Tras varios días investigando el porqué del ataque de los
demonios españoles, he descubierto algo que nos interesa a
todos.
―¿De qué se trata? ―quiso saber su amigo.
―Mammon ha vuelto.
¿Que Mammon había vuelto? ¿No se suponía que estaba
muerto?
Esas preguntas y muchas más rondaban por las cabezas de
todos los presentes, que se miraron los unos a los otros
sabiendo que, si aquello era cierto, les complicaba más las
cosas. ¡Mucho más!
Capítulo 16
Esa misma tarde los tres se montaron en un coche y se
dispusieron a pasar alrededor de día y medio de viaje. Y lo
cierto es que, tras varias bromas por parte de Varcan y
bastantes gruñidos y maldiciones provenientes del vikingo,
estaba claro que fácil no iba a ser.
―Siempre me gustó este ambientador ―comentó el
guardián de la cicatriz como de pasada desde el asiento
trasero.
Jessica olisqueó el aire, no obstante, el único aroma que
consiguió captar fue el de Thorne, que hizo que se
estremeciera de deseo. ¿Por qué le afectaba tanto?
―Yo no huelo nada ―mintió, ya que no estaba dispuesta a
reconocer que su simple esencia la conseguía alterar de ese
modo.
―Eso es porque el olor a sexo está impregnado en tu piel,
ya te has acostumbrado a él.
―¿Volvemos a lo mismo? ―Jess se giró hacia atrás―.
¿Tanta curiosidad tienes por saber de nuestra vida sexual?
El guardián de la cicatriz sonrió de oreja a oreja.
―Llámame morboso.
―Más bien tocacojones ―repuso Thorne sin dejar de
mirar a la carretera. Era un conductor excelente.
―Como ya te dije, follamos, pero solo le utilicé para
desfogarme porque allí, en el dichoso lugar divino al que
fuimos, era el único hombre que tenía a mano.
El vikingo, al escucharla, desvió por unos segundos la
mirada hacia ella.
―Oh, ya veo, así que ha sido un vibrador de carne y hueso
―se mofó Varcan.
―Algo parecido.
―Deja de decir gilipolleces, hembra. Eso no ha sido así y
los dos lo sabemos ―respondió Thorne, incapaz de
permanecer por más tiempo en silencio.
―¿Volvemos a lo de hembra? ―bufó Jess―. Porque yo
también puedo continuar llamándote capullo.
―En ningún momento te he dicho que me guste que me
llames así, sin embargo, creo recordar que confesaste que esa
manera de llamarte te ponía cachonda.
―Es muy poco elegante de tu parte echarme en cara algo
que dije, influenciada por las aguas de aquel maldito lago de
las narices.
El vikingo emitió una carcajada irónica.
―Supongo que el decir que follamos porque era el único
hombre que tenías a mano, y me usaste como a un puto
vibrador de carne y hueso es mucho más elegante, claro que sí.
―¿Te ha molestado o qué? Pareces muy ofendido.
―¿Por qué cojones me iba a molestar? Yo hice
exactamente lo mismo, soy un hombre con necesidades.
―Si vuelves a sentir necesidades, bror, en estos momentos
yo estoy disponible, mientras no se entere mi pelirroja, no hay
problema ―repuso Varcan sardónico.
―No te diré que no, porque me estoy viendo tentado a
meterte el puño por el culo ―refunfuñó su hermano.
―¿Contigo también era tan sádico, miss FBI?
Jessica volvió la mirada hacia el paisaje que se apreciaba a
través de la ventanilla, antes de responderle:
―Ya no me acuerdo.
El guardián de la cicatriz rio y Thorne gruñó por lo bajo.
―Paremos a echar gasolina y a tomar un poco el aire
―comentó el vikingo desviándose hacia una estación de
servicio que vio junto a la carretera.
―Sí, me parece buena idea, necesito estirar un poco las
piernas ―reconoció Jess.
En cuanto el todoterreno se detuvo junto al surtidor, la
joven abrió la puerta y salió del vehículo para dirigirse al
cuarto de baño.
Necesitaba remojarse el rostro ya que se sentía acalorada y
un tanto incómoda tras la discusión que acababa de tener con
Thorne. No debió decir que le usó para desahogarse porque no
era verdad, se acostó con él porque era el hombre al que
deseaba, no le hubiera servido ningún otro más, así que
tampoco sabía decir por qué lo hizo. Se estaba comportando
como una idiota y no le gustaba nada sentirse así, no obstante,
parecía que volvía a ser incapaz de no pelear con aquel
testarudo vikingo. ¿Acaso la tregua que pactaron en el templo
divino había llegado a su fin?
―Jess, ¿qué te ocurre? ―murmuró para sí misma abriendo
el grifo y remojándose el rostro y la nuca.
Rehaciéndose la coleta que llevaba, se irguió de hombros
y, tomando aire, salió del baño dispuesta a controlar su
temperamento.
Iba de nuevo en dirección al vehículo cuando un chillido
ahogado llamó su atención.
Su instinto policial enseguida se encendió, así que sacó la
pequeña pistola que llevaba oculta y, sigilosa, se dirigió hacia
el lugar donde escuchó el grito. Nada más asomar la cabeza
hacia el interior de la tienda de comestibles, pudo ver a un tipo
encapuchado que apuntaba con su arma a la asustada cajera,
que sollozaba mientras le entregaba el contenido de la caja
registradora.
Su corazón comenzó a latir acelerado y notó como la
adrenalina empezaba a correr por su organismo. Manteniendo
la calma, fue acercándose con sigilo para evitar hacer ruido y
alertar de su presencia al atracador. Por desgracia, la joven
cajera desvió su mirada hacia ella.
―¿Qué coño miras? ―dijo el hombre que la apuntaba con
el arma, quien, siguiendo su mirada, clavó sus ojos sobre
Jessica.
―¡Policía! ¡Suelta el arma! ―le exigió Jess sin dejar de
apuntarle.
―¡Y una mierda! Suéltala tú o le pego un tiro en la cabeza
―gritó el atracador tomando del brazo a la cajera y clavando
el cañón de la pistola en su sien.
―Por favor ―sollozaba la joven aterrada.
―No hagas tonterías, si bajas ahora el arma todo quedará
en una anécdota ―intentó tranquilizarle.
―¡Que te jodan, poli! ―espetó apretando un poco más el
gatillo.
Jessica notaba que aquel hombre estaba demasiado
alterado para ser prudente, y si seguía presionándole,
terminaría disparando a la pobre cajera, así que desamartilló su
arma y alzó las manos en el aire.
―De acuerdo, no pasa nada, no te pongas nervioso.
―No estoy nervioso, puta ―espetó empujando a la cajera
y arrojándola al suelo, para desviar el cañón de su calibre 38
en su dirección.
Jessica corrió hacia él sabiendo que iba a dispararle, y lo
hizo, pudo escuchar el estallido de la pistola, pese a que la
adrenalina hizo que no notara el dolor de la bala traspasando
su carne.
Abalanzándose sobre él, forcejearon. Jess le golpeó con
fuerza con el codo en el estómago, haciéndole soltar el aire
que contenían sus pulmones. Le retorció el brazo con una
llave, consiguiendo que dejase caer el arma, y le inmovilizó
desde atrás, golpeando con su pie la parte trasera de su rodilla
para que se arrodillase y poder controlarle mejor.
―Llama a la policía ―le pidió a la asustada muchacha.
―¿No lo eras tú? ―preguntó con un hilo de voz.
―Lo soy, pero en estos momentos no estoy de servicio
―respondió contando una verdad a medias.
Asintiendo, la cajera se metió tras el mostrador y marcó el
número de emergencias.
―Lo siento, no iba en serio, solo quería unos dólares para
pagar una deuda que tengo, no pretendía hacer daño a nadie.
―¡Cállate, imbécil! ―espetó quitándole de un tirón el
pasamontañas.
Cuando su rostro quedó al descubierto, pudo apreciar que
no era más que un niño, no podía tener más de veinte años.
―¿En qué problemas te has metido para hacer una
estupidez como esta? ―susurró para sí misma.
―¡Jess! ―Thorne apareció con el rostro desencajado,
seguido por Varcan―. ¿Qué coño ha pasado?
―Oímos un disparo ―le explicó el guardián de la cicatriz.
―Este idiota intentaba robar a punta de pistola
―respondió retorciéndole un poco más el brazo y haciéndole
soltar varios quejidos.
―¿Hueles eso? ―inquirió entonces el vikingo.
―Es sangre ―afirmó Varcan―. ¿Hay alguien herido?
―Creo que no ―contestó Jessica.
―Eres tú ―afirmó Thorne acercándose a la policía―.
Reconozco tu aroma.
―¿¡Que!? ¿Estás loco? Yo no estoy… ―Fue entonces
cuando se sintió un poco mareada y bajó los ojos hacia su
abdomen, donde se podía apreciar una gran mancha de sangre
en su camiseta.
―¡Joder! ―exclamó el vikingo tomándola por los
hombros―. Varcan, encárgate de esta escoria ―le pidió, a la
vez que le daba un puntapié y le arrojaba al suelo.
―Bonita, ¿por casualidad tendrías bridas? ―le preguntó el
aludido a la cajera, que asintió con nerviosismo.
Thorne se alejó con Jessica, que comenzó a sentir el dolor
del balazo.
―Estoy bien, solo es un rasguño.
―¿Un rasguño? ―deteniéndose y volviéndose hacia ella
le levantó la camiseta―. ¡Un rasguño, mis cojones!
La bala había traspasado su abdomen para después salir
por el otro lado. La sangre que manaba de ella era bastante
oscura, por lo que le hacía saber que le traspasó el hígado,
cosa que no era nada alentadora.
Era una herida mortal, lo sabía, y por la expresión que
puso Jessica al verla, ella también.
―Necesito sentarme ―murmuró la joven a cada instante
más mareada.
Con cuidado, la ayudó a sentarse en el suelo y a apoyar la
espalda contra la pared del edificio. Se quitó la camiseta y
presionó ambos lados de la herida con fuerza para detener el
flujo de sangre.
―¿Cómo está? ―preguntó Varcan llegando hasta ellos
tras haber maniatado al atracador.
Thorne se mantuvo callado y con la expresión pétrea. Fue
Jessica quien respondió:
―Mal, la cosa no pinta nada bien.
―Necesitamos un médico ―añadió el vikingo.
―No es cierto, he visto bastantes heridas de bala como
para saber cuando una de ellas es mortal.
―Ni se te ocurra decir eso, valquiria, no vas a morir.
Jessica rio con amargura, cosa que provocó que el dolor se
intensificara y gimiera.
―Bror, deberíamos llevarla al coche ―sugirió Varcan, que
había perdido su habitual sonrisa.
―No vamos a moverla.
―Si alguien nos ve…
―¡He dicho que no vamos a moverla! ―gritó con las
venas del cuello hinchadas, interrumpiéndole.
En ese instante, la joven jadeó y cerró los ojos,
comenzando a convulsionar.
Thorne la apretó contra su pecho sintiendo que le faltaba el
aire.
―Vamos, Jess, no me hagas esto, joder ―suplicó entre
dientes―. Quédate conmigo.
Cuando las convulsiones cesaron, la separó un poco de él
para poder mirarla. Notaba como su corazón acababa de dejar
de latir y la sangre ya no corría por sus venas.
―No, no puede ser ―decía con las manos temblorosas y
su respiración entrecortada.
―Bror ―Varcan puso su mano en el hombro de su
hermano para transmitirle su apoyo.
Sin embargo, Thorne no parecía escucharle. Apoyó su
frente contra la de Jessica y en ese mismo instante, la joven
tomó una gran bocanada de aire que los sorprendió a ambos.
―Jess ―susurró retirándole el cabello del rostro para
poder escrutarlo.
―¿Qué? ¿Por qué tienes esa expresión tan seria? Aún no
he muerto.
―En realidad sí lo hiciste ―señaló el guardián de la
cicatriz tan sorprendido como su hermano.
―¿Cómo? ¿De qué estás hablando? ―Jess se irguió, pues,
de repente, el dolor había desaparecido.
El vikingo quitó su camiseta del lugar donde estaba la
herida de bala, no obstante, esta ya no se apreciaba. Era como
si nunca hubiera estado ahí. Si no fuera por la sangre que lo
impregnaba todo, habría pensado que fue producto de su
imaginación.
―¿Qué ha pasado? ―inquirió Varcan agachándose a
observar el abdomen de la joven más de cerca―. ¿La has
marcado?
―No, claro que no ―negó Thorne.
Los tres estaban sorprendidos, aunque Jessica fue la
primera en recuperarse. Se puso en pie y sacudiéndose los
vaqueros, dijo:
―Será mejor que nos vayamos, ya oigo las sirenas de la
policía y no tengo ganas de dar explicaciones.
Sin más, se dio media vuelta alejándose hacia el
todoterreno, dejando a los dos guardianes con la boca abierta.
―¿Esto acaba de pasar? ¿Tu mujer ha muerto y ha
revivido delante de nuestros ojos? ―repuso Varcan con una
ceja enarcada.
―No sé cómo cojones lo ha hecho, pero sí, así ha sido
―comentó aún con el corazón encogido por las emociones
que acababa de experimentar―. Y no es mi mujer.
―¿Ah, no? ―su hermano dibujó una sonrisa incrédula en
su atractivo rostro―. Por el modo en que te has comportado
hace unos segundos, cualquiera hubiera dicho lo contrario.
―Cierra de una vez tu jodida bocaza, Varcan ―refunfuñó
siguiendo los pasos de Jessica para no tener que responderle
más.
Mantenían a Roxie encerrada en una habitación y la única
que entraba a visitarla de vez en cuando era Sherezade, justo
como hacía en aquel instante.
―¿Estás cómoda, madre?
―Lo estaría más si no me tuvieras prisionera.
―No eres prisionera, tú misma viniste conmigo por tu
propio pie.
―Para que no dañaras a los padres de mis amigas.
―¿Ese era tu único motivo? ―Por la expresión de la
persa, estaba claro que intuía que ocultaba algo.
―También tenía la esperanza de hacerte recapacitar y que
entraras en razón.
―¿Volvemos a lo mismo, madre? ―Se sentó en la cama
junto a ella―. No tengo nada que recapacitar, sé muy bien lo
que hago, luchar por nuestra libertad.
―Puede que esto comenzara de ese modo, aunque ahora te
has convertido en el verdugo de la historia.
―Prefiero ser el verdugo a la víctima, ya fui esta última
durante demasiado tiempo, y créeme, no es nada divertido.
Roxie tomó la mano de su hija entre las suyas y sus ojos se
humedecieron.
―Ojalá todo hubiera sido diferente. Desearía haber podido
estar a tu lado, protegerte y ver como crecías y te convertías en
la mujer que eres ahora. ―Un sollozo escapó del fondo de su
garganta―. Sin embargo, aún estamos a tiempo.
La expresión de Sherezade pareció ablandarse. Pudo
apreciar como su mentón temblaba, justo antes de soltar su
mano.
―Estaríamos a tiempo si olvidaras tus ideales pacifistas y
rompieras con ese guardián con el que follas, madre, aunque si
te soy sincera, no tengo demasiadas esperanzas de ello.
Se puso en pie y, dándose media vuelta, posó su mano en
el pomo de la puerta.
―Te quiero, necesito que lo sepas, aunque no quieras
escucharlo.
Sherezade permaneció unos segundos más dándole la
espalda, como si estuviera asimilando aquellas palabras, antes
de marcharse.
Roxie se dejó caer sobre la cama y las lágrimas
comenzaron a correr por sus mejillas. Era su hija, aún veía a la
niña que dejó atrás antes de que la mataran en su anterior vida.
¿Cómo iba a ser capaz de dejar que los guardianes la
destruyeran cuando llegara el momento? Porque lo que tenía
claro era que ella no daría su brazo a torcer. Su mente estaba
centrada en la venganza y había perdido toda capacidad de
razonar y de empatizar con los humanos.
¿Y cómo estaría Abdiel? Sabía a ciencia cierta que se
sentiría desesperado y lamentaba que fuera por su culpa, no
obstante, su sueño le indicó que debía estar allí, así que ambos
tendrían que resistir la distancia, aunque rezaba por que no
fuera demasiado tiempo.
Capítulo 17
Jessica no quiso hablar de lo ocurrido en la gasolinera y los
dos guardianes no la presionaron, aunque sí que informaron a
Draven de lo ocurrido, dado que Abdiel seguía sin estar en
condiciones de desempeñar su papel de líder.
Tras varias horas más en la carretera, donde se turnaron
para conducir y de ese modo no tener que detenerse, llegaron a
la residencia de los Evans. Era una casa blanca, con un bonito
porche delantero y un jardín repleto de preciosas flores de
distintos colores.
Jessica se acercó al columpio donde su hermana y ella
tantas veces jugaron cuando eran dos niñas. Tenía muy buenos
recuerdos de aquella casa.
―Wow, qué bonito es esto ―comentó Varcan mirando las
flores más de cerca.
―Parece una jodida casa de revista ―observó el vikingo.
―¿Quién anda ahí? ―inquirió un hombre de unos
cincuenta años y cabello canoso, saliendo de la casa―. Tú,
capullo, deja de pisar las flores de mi esposa si no quieres que
te pegue un tiro.
―Oh, vaya, que recibimiento tan caluroso ―ironizó el
guardián de la cicatriz, haciendo lo que le pedía.
―Ya sé de quién ha heredado su temperamento la
valquiria ―murmuró Thorne poniendo las manos en sus
caderas.
―¿Qué estáis haciendo en mi casa? ―preguntó el señor
Evans avanzando hacia ellos sin la menor muestra de temor,
pese a estar frente a dos tipos enormes y de aspecto peligroso.
―Papá.
Nada más escuchar la voz de su hija, este se volvió y una
sonrisa se dibujó en su aún atractivo rostro.
―¡Jessy! No me lo puedo creer. ―Acortando la distancia
que les separaba, la estrechó entre sus brazos―. Hacía
demasiado tiempo que no venías a visitarnos. ¡Qué alegría!
―He estado ocupada.
―Nunca deberías estar lo bastante ocupada como para no
venir a visitar a tus padres ―le reprochó.
―Tienes razón, papá, no volverá a pasar.
―Lo importante es que ahora estás aquí. ―Desvió su
mirada hacia los guardianes―. Y no has venido sola.
―Son compañeros de trabajo ―le explicó Jess―. Thorne,
Varcan, este es mi padre, John.
―Es un placer conocerle señor, tiene una casa tan preciosa
como su hija ―le saludó el guardián de la cicatriz alargando
una mano hacia él, quien la tomó con firmeza.
―Muchas gracias ―respondió el hombre antes de centrar
su atención en el vikingo―. ¿Desde cuándo permiten que en el
cuerpo los hombres lleven el pelo tan largo?
―Hace demasiados años que te retiraste, papá, las cosas
cambian ―rio su hija.
Thorne continuaba sin decir palabra, cosa que incomodaba
a Jessica, que carraspeó y le hizo gestos con los ojos para que
dijera algo de una vez.
―Emm… ―dudó unos segundos―. ¿Qué coño hacemos
plantados aquí fuera? ¿No va a invitarnos a pasar?
Jess puso los ojos en blanco.
―Sí, papá, invítanos a pasar, estamos demasiado cansados
después de tantas horas de viaje.
John le echó una última mirada desconfiada al vikingo,
antes de asentir.
―De acuerdo, pasemos ―concedió tomando a su hija por
los hombros―. ¡Mandy, ven! ―llamó a su mujer una vez
estuvieron dentro.
―Por Dios, Johnny, ¿qué son esas voces? ―le regañó
llegando desde la cocina y secándose las manos en un trapo,
hasta que posó sus ojos sobre Jessica.
―Hola, mamá.
―Oh, mi niña ―corrió a abrazarla―. Estás preciosa.
―Eso mismo he dicho yo ―repuso Varcan sonriente.
―Por Dios, ni me di cuenta de que venías con alguien.
―Soltó a su hija y se acercó a ellos―. Soy Amanda, la madre
de Jessy, un placer.
―Ya sé de dónde ha sacado su hija tanta belleza ―la alabó
el guardián de la cicatriz, logrando que se sonrojara―. Mi
nombre es Varcan, soy un compañero de trabajo de Jess.
―No sabía que ya no patrullabas con Dylan ―terció John.
―Es algo temporal ―respondió la joven.
―Vaya, ¿y quién es este hombretón? ―preguntó la mujer
mirando al vikingo―. Bien podrías ser jugador de baloncesto.
―Thorne ―dijo el guardián sin más. Su postura era rígida
y tensa.
―¿Thorne? ―repitió Amanda―. Curioso nombre, nunca
había conocido a nadie que se llamara así. ¡Me gusta!
―¿Y cómo estáis vosotros? ―les preguntó Jessica
desviando su atención.
―Mucho mejor ahora que estás de vuelta ―contestó su
madre―. ¿Te quedarás unos días?
―Si os parece bien, nos gustaría quedarnos a los tres,
aunque no será demasiado tiempo.
―Oh, por supuesto, no hay problema ―dijo Amanda
encantada―. Os mostraré las habitaciones que podéis ocupar.
Comenzó a subir las escaleras, seguida por los guardianes.
Jessica también iba a ir tras ellos cuando su padre la tomó por
el hombro y la detuvo.
―Jessy, ¿estás metida en problemas?
―No, papá. ¿A qué viene eso?
―No soy estúpido, esos dos tíos de ahí no son polis.
Debió imaginarlo, su padre era demasiado intuitivo para
que se creyera sus mentiras.
―Papá, ¿de qué estás hablando? ―trató de reír, aunque
sin mucho éxito.
―Jessica Elizabeth Evans, no me mientas. ―Siempre que
usaba su nombre completo, sabía que estaba en problemas.
Jess bufó y se cruzó de brazos.
―Está bien, no son policías, pero son buenas personas que
me están ayudando en un caso ―murmuró para que solo él la
oyera―. Necesito que en este momento confíes en mí.
John asintió.
―¿Estamos en peligro?
―No, si podemos evitarlo, aunque sería mejor que os
fuerais unos días de vacaciones.
―Esto no me gusta, Jessy.
―Lo sé, a mí tampoco.
―Ten cuidado, ¿vale? Si me entero de que te han herido,
te daré la azotaina que nunca te di cuando eras pequeña.
Jessica sonrió y le abrazó.
―No me pasará nada, aprendí del mejor.
―Más te vale.
―¿Qué hacéis ahí abajo? ―inquirió Amanda desde lo alto
de la escalera.
―Nada, Mandy, solo quería abrazar otra vez a nuestra hija
―respondió su esposo tomando de la mano a Jess para
reunirse junto a su mujer.
Amanda sonrió.
―Te hemos echado demasiado de menos, cariño
―reconoció abrazándolos a los dos a la vez.
―¿De qué iba esa actitud? ―le echó en cara a Thorne
cuando volvieron al coche a por sus cosas―. ¿No podías
parecer normal por una vez?
―¿Qué mierda quieres que te diga? ―gruñó, poniéndose
la bolsa de deporte con sus cosas al hombro―. No se me dan
bien los padres.
―¿En serio, bror? Jamás lo hubiera dicho ―bromeó
Varcan.
―Y tú deja de exagerar ―enfatizó la joven―. ¿A qué
venía eso de que esta casa es tan preciosa como yo, que he
heredado la belleza de mi madre y el resto de tonterías que has
dicho?
―Eso es lo que a los padres les gusta oír, ¿no?
―Pues corta el rollo ―le ordenó señalándole con su dedo
índice―. Mi padre es muy inteligente y ya se ha percatado de
que no sois policías, así que deja de darle motivos para seguir
indagando. Y esto va para los dos, comportaos con
normalidad.
―¿Quieres decir que seamos nosotros mismos?
―preguntó el guardián de la cicatriz.
―Exacto.
―En ese caso me duplicaré y me pondré a beber sangre, lo
pillo ―bromeó.
―Oh, por Dios ―puso los ojos en blanco dejándolos junto
al coche y metiéndose dentro de la casa.
―¡Menudo carácter! ―Varcan soltó un silbido―. Tiene
que ser puro fuego en la cama.
Thorne le golpeó en el hombro haciéndole tambalear.
―Deja de imaginarte cómo sería en la cama, idiota.
―Vale, vale, lo capto ―comentó alzando las manos en el
aire―. La quieres solo para ti.
El vikingo gruñó y cerrando el maletero de golpe, entró
también en la casa.
―Voy a preparar un pastel de carne, verduritas asadas y
pollo ―le dijo Amanda cuando le vio traspasar la puerta―.
¿Te gusta?
―Sí, aunque no hace falta que cocine tanto ―contestó
Thorne.
―¿Cómo que no? Sois hombres grandes, debéis comer
bien para alimentaros.
―Es muy amable.
―Déjame que te ayude, mamá ―se ofreció Jess
acompañándola a la cocina para alejarla del incómodo
guardián, que parecía al borde del infarto cuando su madre se
dirigía a él.
―Claro, será agradable pasar un rato juntas. Ojalá pudiera
teneros a las dos aquí, aunque sé que es imposible ―se
lamentó con tristeza.
―En cuanto a eso, Sasha y yo nos hemos reconciliado.
―¿¡Qué!? ―Los ojos de la mujer se llenaron de
lágrimas―. No puedo creerlo, ¡qué alegría! ¿Cómo ha sido?
Ya había perdido toda la esperanza de que eso sucediera.
―Sash se encontró con Kyle ―le explicó un tanto
emocionada―. Le contó toda la verdad.
―Le doy gracias a Dios de que quisiera escucharle.
―Ya que no quería escucharme a mí…
―Se sentía dolida.
―Lo sé, mamá, no tienes que justificarla. Yo más que
nadie comprendo lo mal que pudo sentirse y por eso mismo le
di tiempo.
―Tres años es demasiado tiempo ―suspiró la mujer,
entregándole las verduras para que comenzara a pelarlas, ya
que a Jessica no se le daba nada bien la cocina y era una de las
pocas cosas de las que se fiaba que hiciera.
―Por suerte, parece que todo va a volver a la normalidad.
―¿De verdad, cariño? ¿Vas a volver a la normalidad?
Jess tomó una zanahoria entre las manos para mantenerse
ocupada.
―No sé a qué te refieres, mamá.
―Claro que lo sabes, hija. Aunque no quieras reconocerlo
―La besó en la mejilla―, siempre fuiste mi niña valiente, la
más decidida e inteligente, sé que sabrás volver a reconducir
tus impulsos.
Eso esperaba ella también.
Desde la ventana pudo ver como Thorne salía al jardín. Su
aspecto era tan imponente y atractivo que se le quedó la boca
seca.
Observó como apoyaba su gran mano en el tronco de la
enorme secuoya centenaria, que llevaba allí incluso desde
antes de que sus padres compraran la casa, e inclinó la cabeza
hacia delante. Parecía contrariado y preocupado por algo.
―Es muy apuesto ―comentó Amanda.
―¿Cómo dices, mamá? ―Parpadeó varias veces, tratando
de prestar atención a lo que su madre decía y no al atractivo
rostro del vikingo.
―Tu amigo ―puntualizó―. Es un hombre muy apuesto.
―Bueno, si tú lo dices.
La mujer soltó una carcajada.
―Vamos, no estás ciega, así que no me hagas creer que no
te has dado cuenta.
―Hay muchos hombres atractivos, mamá, y no por ello
voy suspirando detrás de cada uno que veo. Varcan también lo
es, de hecho.
―Te conozco, Jessy, sé cuándo alguien te interesa.
―Pues tu radar se ha debido estropear.
―Lo que tú digas. ―Se encogió de hombros, sonriente.
Jessica vio como un par de vecinas se acercaban al
guardián, que se puso tenso; sin duda, indagando de quién se
trataba.
―Mamá, enseguida vuelvo, creo que Thorne está en
apuros.
Amanda estiró el cuello para ver a qué se refería su hija.
―Oh, parece que Karen ha arrastrado a Mildred para
poder enterarse de quienes son tus amigos ―repuso divertida.
―Ya veo que las cosas por aquí nunca cambian ―suspiró,
saliendo al jardín.
―¿Así que eres amigo de alguna de las hijas de John y
Amanda? ―preguntaba la entrometida vecina al ceñudo
vikingo.
―Así es ―respondía este de manera cortante.
―¿Y de cuál de las dos? ―continuó curioseando―. ¿De
la dulce Sasha o de la descarada Jessica? Te advierto que esta
última destrozó en varias ocasiones mis rosales ―apuntó con
resentimiento.
―¿Cuántas veces voy a tener que pedir perdón por eso,
señora Patton?
Cuando las mujeres se percataron de su presencia,
sonrieron. Una, de manera sincera, y la otra, con más falsedad
que un billete de tres dólares.
―Oh, Jessica, cuánto tiempo sin verte ―le dijo Mildred
Rose, la madre de su mejor amigo de la infancia―. Todos por
aquí te echábamos de menos.
―Yo también echaba en falta el barrio ―respondió
abrazándola con afecto―. ¿Cómo le va a Todd? ¿Sigue
repoblando el mundo de pequeños Rose?
La señora rio.
―Creo que con tres pequeños pilluelos ya se planta.
―¿Y qué hay de ti? ―volvió a la carga Karen Patton―.
¿No piensas casarte y sentar la cabeza?
―¿Sentar la cabeza? ―inquirió con sarcasmo―. Señora
Patton, ¿por qué iba a querer sentar la cabeza, cuando puedo
mantenerla en alto y tener a los hombres que quiera a mis
pies? ―repuso para molestarla.
La mujer emitió una exclamación escandalizada, mientras
que Mildred soltó una risita divertida.
―¿Y quién es este hombre? También he visto a tu padre
con otro desconocido con una cicatriz muy sospechosa en el
rostro ―inquirió Karen poniéndose en jarras―. No estarás
llenando el barrio de personas peligrosas, ¿verdad?
―¿Más peligrosas que usted? ―repuso con una sonrisa en
el rostro.
Karen Patton bufó y tomó a Mildred del brazo.
―Vámonos de aquí, Millie, hay personas que nunca
cambian. ―Tirando con fuerza, arrastró a su amiga tras ella.
―Me alegro de volver a verte, Jessica ―le dijo Mildred
mientras se alejaba.
―Lo mismo digo, señora Rose. Dele besos a Todd de mi
parte.
Cuando las dos mujeres se metieron en casa de la señora
Patton, la joven se volvió hacia el guardián, que había
permanecido en silencio en todo momento.
―¿Qué te han dicho?
―Querían saber si éramos pareja ―le explicó―. Ya les
dije que ni loco me uniría a una hembra como tú.
Jess enarcó una ceja.
―¿Una hembra como yo?
―Eso he dicho. ―Puso una mano en su cadera.
―Lo comprendo, no todos los hombres son capaces de
manejar a una mujer como yo, te quedo grande.
―¿¡Que me quedas grande!? ―gruñó y se acercó más a
ella―. Puedo contigo, valquiria, y con cuatro más como tú si
me diera la gana, cosa que no es el caso. Eres un puto grano en
el culo, eso es lo que ocurre.
―¿Que yo soy un grano en el culo? ―se ofendió―. ¿Y
eso lo dice el tío más exasperante, capullo y parco en palabras
que haya conocido?
―¿Que yo soy exasperante?
―Sí, ¡tú! ―gritó señalándole con el dedo.
―¿Todo va bien?
La pregunta de John hizo que ambos se volvieran hacia él
y el guardián de la cicatriz que le acompañaba, y lucía una
sonrisa divertida en su atractivo rostro.
―Sí, papá, todo va de maravilla ―contestó furiosa, dando
media vuelta y entrando en la casa con paso airado.
El señor Evans fulminó con la mirada al vikingo antes de
seguir a su hija.
―Bror, estás dándoles muy buena imagen a tus futuros
suegros ―bromeó Varcan.
―Deja de decir gilipolleces. Lo único que quiero es que
nos marchemos de aquí de una puta vez para poder matar a la
bruja que no deja de hacer peligrar el equilibrio del mundo. No
me importa nada más.
―¿Estás seguro? ―enarcó una ceja―. Pareces demasiado
afectado para no importarte.
Thorne rugió por lo bajo, como un animal furioso, y se
alejó de su hermano adentrándose en el hogar de los Evans.
Necesitaba averiguar qué pasaba con Jessica. Desde que la
hirieron de muerte en la gasolinera, no podía dejar de pensar
en qué había ocurrido para que muriera y resucitara ante sus
ojos. Tenía que haber alguna explicación, aunque no sabía
cuál.
Aprovechando que estaba solo en el salón, comenzó a abrir
todos los cajones en busca de algo que pudiera darle una pista
de lo que estaba sucediendo con ella. Entonces fue cuando se
percató de que uno de los cajones permanecía cerrado bajo
llave, así que, de un tirón, lo rompió. Allí se encontraba una
única carpeta, que tomó en las manos para comenzar a
rebuscar entre los papeles que contenía.
―¿¡Qué coño estás haciendo!? ―exclamó Jessica, que
acudió al oír el ruido del cajón roto, seguida de sus padres.
―Necesitaba averiguar qué cojones fue lo que te ocurrió
en la gasolinera ―respondió con calma.
―¿Y crees que vas a encontrar algo entre los papeles de
mis padres? ―Le arrebató la carpeta de las manos―. Estás
paranoico, joder.
El vikingo clavó sus ojos verdes en los Evans, que se
mostraban nerviosos.
―No es vuestra hija biológica, ¿verdad?
―¿De qué hablas? ―preguntó Jess desconcertada.
Amanda sollozó y se llevó una mano al pecho.
―Siempre quisimos decírtelo, pero no sabíamos cómo. No
queríamos hacerte sufrir ni sentir mal.
Tras aquellas palabras, Jessica se volvió hacia su madre,
sintiendo que su corazón daba un vuelco.
―Mamá, ¿qué estás diciendo?
―Lo lamento, cariño ―Amanda se acercó a ella y tomó su
rostro entre las manos―. Puede que no te llevara en mi
vientre, pero siempre fuiste mi hija.
―¿Así que es cierto? ¿Soy adoptada? ―Su madre
asintió―. ¿Sasha también? ―Cuando la mujer bajó la mirada
al suelo supo la respuesta―. Ah, comprendo, solo yo.
Dando unos pasos atrás se alejó de su contacto y miró de
frente a su padre.
―Siempre confíe en ti.
―Puedes seguir haciéndolo, nunca te he mentido.
Jess emitió una carcajada amarga.
―¿De verdad, papá?
―Te dije que era tu padre y es cierto, lo soy ―afirmó con
vehemencia―. Desde el momento en que vi por primera vez
tu preciosa carita en aquella cunita del orfanato lo supe, eras
mi hija y nada ni nadie en el mundo podría cambiar eso.
Jessica notó como sus ojos se humedecían.
Encarando a Thorne, alzó el mentón y una lágrima resbaló
por su mejilla.
―Muchas gracias por arruinar lo único bonito que tenía en
mi vida.
―Jess…
No pudo seguir la frase, pues ella se echó a correr
escaleras arriba, seguida por su madre, que la llamaba de
manera ansiosa.
―No debiste entrometerte, muchacho, esto era cosa
nuestra ―le dijo John al vikingo.
―Lo comprendo, señor, sin embargo, es muy importante
que sepamos todo sobre su hija ―respondió con calma―.
Solo trato de protegerla.
El señor Evans se quedó mirándole unos segundos más,
como si estuviera decidiendo si decía la verdad. Entonces
asintió y cogiendo la carpeta que su hija arrojó al suelo antes
de marcharse, rebuscó en ella. Sacó unos papeles y se los
entregó a Thorne.
―Ten, aquí está todo, confío en que sea suficiente.
El guardián, tomándolos, asintió.
―Muchas gracias.
―¿Cuidarás de ella?
―Le doy mi palabra.
Capítulo 18
Jessica permaneció toda la noche encerrada en su habitación,
ni siquiera salió para cenar. Sus padres también estaban muy
afectados por la situación, lo que hacía que Thorne se sintiera
como una persona horrible.
―Bror, no te martirices, solo hiciste lo que debías ―le
decía Varcan.
―¿De veras? ―gruñó pasándose los dedos por el pelo.
―Vamos, Thorne, los dos sabíamos que algo no cuadraba.
―Les he lastimado ―dijo entre dientes―, nos abrieron las
puertas de su casa y yo invadí su puta intimidad.
―Lo has hecho para poder proteger a miss FBI, no pueden
reprochártelo.
―Eso es lo peor, que no lo han hecho.
―Quieren a su hija por encima de todo, bror, lleve su
sangre o no. ―Varcan pasó un brazo por encima de los anchos
hombros de su hermano―. Son conscientes de que sea lo que
sea lo que esté ocurriendo con ella, nosotros solo intentamos
que siga sana y salva. Tú lo intentas.
Gruñendo, se separó de él y se asomó por la ventana.
―He podido oírla llorar toda la noche.
―Lo sé, fui a verla y a preguntarle si se encontraba bien
―reconoció el guardián de la cicatriz―. Ni siquiera me atreví
a hacer ninguno de mis comentarios burlones, parecía
demasiado triste. ―Se dejó caer sobre la cama con los brazos
tras la cabeza.
La persona de la que hablaban salió en aquel instante al
jardín, sentándose entre las preciosas flores. Thorne no podía
apartar sus ojos de ella y su expresión afligida.
―Ahora vuelvo ―le dijo a su hermano dirigiéndose hacia
la puerta.
―¿Adónde vas? ―De un salto, se levantó de la cama para
poder mirar lo que había visto el vikingo―. Oh, entiendo.
Bien hecho, bror, ve a hablar con tu mujer.
―No es mi mujer, cojones ―rugió antes de cerrar la
puerta tras de sí de un portazo.
Pudo escuchar las risas de su hermano dentro de la
habitación mientras bajaba por las escaleras. Con cuidado de
no hacer ruido para no despertar a los padres de Jessica, salió
al jardín y se sentó junto a ella.
―Quiero estar sola ―repuso con la voz apagada y
apenada.
Thorne se sentía incómodo porque no se le daba bien tratar
con mujeres al borde de las lágrimas, como era el caso de Jess
en aquellos momentos.
―Y yo quiero hablar contigo.
―¡Me importa una mierda lo que tú quieras! ―exclamó
pasando de la tristeza al enfado en un segundo.
Bien, prefería verla furiosa que llorando.
―Solo quiero que sepas que lamento que toda la verdad
haya salido a la luz de este modo…
―Te has inmiscuido en mi vida ―le cortó.
―Era necesario para poder averiguar qué ocurre contigo,
qué es lo que eres para morir y revivir del modo en que lo
hiciste en la gasolinera.
―Estoy segura de que eso es cosa tuya, me has infectado o
algo así, como les ha ocurrido al resto de las mujeres de los
demás guardianes.
―No es así, yo no te he marcado como hicieron ellos.
Jessica le miró de reojo con desconfianza.
―¿Estás seguro?
―Totalmente.
Jess desvió de nuevo sus ojos y suspiró.
―¿Y qué es lo que soy entonces? Porque está claro que
una Evans no.
―Eso no es cierto, los Evans siempre serán tu familia,
valquiria, y lo sabes.
Tenía razón, lo sabía, pese a que en ese momento solo
pudiera centrarse en el dolor y la decepción de haber
descubierto la verdad.
―Pensé que anoche vendrías a ver cómo me encontraba
―comentó tras unos segundos en silencio―. Varcan lo hizo.
―Sabía que necesitabas espacio y digerir lo ocurrido.
La joven asintió.
―¿Y qué haremos ahora?
―Tu padre me entregó todos los documentos sobre tu
adopción, así que he pensado que deberíamos ir a investigar.
―¿Y si no me gusta lo que pueda encontrarme? ―Ese era
uno de sus mayores miedos.
―Sea lo que sea, no determinará la persona que eres, Jess.
La puerta de la casa se abrió y aparecieron los Evans. John
tomaba a su esposa por los hombros, que tenía los ojos
hinchados, intuían que por haberse pasado la noche llorando.
De un salto, el vikingo se puso en pie y extendió su mano
hacia la joven para ayudarla a hacer lo mismo. Jessica la
aceptó, para su sorpresa, y se incorporó. Tras mirar unos
segundos más al guardián, se soltó y fue hacia sus padres.
―¿Cómo estás, cariño? ―le preguntó Amanda con la voz
entrecortada.
Sin decir nada, Jessica se lanzó a sus brazos.
―Os entiendo, solo intentabais protegerme y no puedo
estar más que agradecida por todo lo que me habéis dado,
aunque no fuera vuestra verdadera hija.
―Eres nuestra hija, Jessy, eso no lo dudes nunca
―aseguró su padre uniéndose al abrazo.
Thorne se alejó para darles intimidad y aprovechó para
informar a Draven de lo que descubrió sobre Jessica. Ambos
quedaron en que no se lo dirían a Sasha hasta que su hermana
volviera y pudiera comunicárselo ella misma.
John, sabiendo que era posible que estuvieran en peligro,
decidió llevarse a su esposa unos días fuera para despejarse.
Por seguridad, Varcan los acompañaría, ya que no se fiaban de
que Sherezade fuera tras ellos.
Thorne y Jessica iban de camino a Kentucky, hacia el
orfanato donde la joven policía fue adoptada veintiocho años
atrás.
Jess seguía confusa y furiosa, ya no con el guardián, sino
con el mundo en general. De repente, sentía que ya no sabía
quién era en realidad.
―¿Piensas seguir todo el viaje de morros? ―comentó el
vikingo mirando a la carretera.
―No estoy de morros.
―¿Ah, no? ―inquirió sarcástico―. Sea lo que sea lo que
ronda tu cabeza, pasa página y sigue adelante.
La joven se volvió hacia él.
―Es muy fácil para ti decirlo, ¿verdad? No eres tú el que
no tiene pasado y, para colmo, como no consiga vencer a la
bruja con la que tengo que enfrentarme, tampoco futuro.
―Joder, Jess, deja de ser tan egocéntrica.
―¿Egocéntrica? ―repitió indignada―. Sois vosotros los
que decís que soy la elegida y que la responsabilidad de que la
humanidad sobreviva recae sobre mis hombros, pero ¿qué pasa
si no quiero serlo? ¿Qué ocurriría si tan solo quiero seguir
siendo una policía normal y corriente, con su vida monótona y
aburrida?
―Eso no es factible.
―¡Y una mierda que no!
Thorne la miró con el ceño fruncido.
―¿Quieres que tu hermana y tus padres continúen en
peligro, hembra? Porque te aseguro que es lo que pasará si no
conseguimos deshacernos de esa puta persa.
―¿Y por qué no te deshaces de ella tú mismo? ¿No se
supone que tienes superfuerza?
―Si eso fuera todo lo que hiciera falta para matarla, ya lo
habría hecho, no obstante, y no sé por qué motivo, eres la
jodida elegida y debes hacerlo tú.
―En ese caso, ¿qué hacemos perdiendo el tiempo?
Vayamos a cortarle la cabeza.
―Antes tengo que saber qué eres.
―¡Yo no quiero saberlo! ―gritó fuera de control.
Agarró el volante y dio un giro que los llevó a meterse en
el arcén antes de que Thorne lograra frenar.
―¿Te has vuelto loca? ―inquirió enfadado―. Podrías
haber conseguido que nos estrelláramos.
―¿Y que más da? Ambos somos inmortales, ¿no es así?
―Que revivieras una vez no significa que vuelva a
suceder. ¿No te das cuenta? Por eso es tan importante conocer
tus orígenes.
―¡Joder! ―Jess se cubrió el rostro con las manos.
―Todo va a ir bien, no tienes por qué…
Las palabras que iba a decir se quedaron en el aire cuando
Jessica se abalanzó sobre sus labios sin previo aviso. De forma
apresurada, se colocó a horcajadas sobre el guardián, que posó
sus manos en las nalgas de la joven, apretándola contra su
incipiente erección.
Ambos gimieron, anticipándose a lo que estaba por venir.
Sus lenguas jugueteaban entre ellas y no podían dejar de
acariciarse como dos adictos a sus cuerpos.
Con la respiración entrecortada y los labios un tanto
hinchados, Jessica miró el atractivo rostro de Thorne. Debería
estar prohibido que un hombre fuera tan masculino y perfecto.
Era como si hubiera sido creado para hacer pecar a las
mujeres. Sin duda, era su manzana prohibida. Su mayor
tentación.
Una de las enormes manos del vikingo se posó sobre el
rostro de la joven, recorriendo con el pulgar su labio inferior.
Entreabriendo los labios, Jess acogió el dedo en su boca y lo
succionó, consiguiendo que la erección del guardián diera
brincos de emoción.
Con rapidez, las manos de Thorne se colaron bajo su
camiseta, deleitándose con la suavidad de la piel de la joven.
Jessica, por su parte, tironeó de la del guardián, consiguiendo
sacársela por la cabeza para admirar aquel torso perfecto que
poseía y que la ponía a cien.
Sin importarles que estuvieran dentro de un coche a la
vista de cualquiera que pasara por la carretera, Jess empezó a
quitarse los vaqueros, deseando poder sentir el cuerpo del
vikingo contra el suyo. Tras hacerlo, desabrochó sus
pantalones y liberó su enorme polla, que parecía muy contenta
de verla.
Sentándose sobre su erección, se restregó contra ella de
manera lenta y seductora, haciendo que la humedad que
empapaba su tanga acabara impregnando el duro miembro del
vikingo.
Thorne aprovechó para quitarle la camiseta y el sujetador,
admirando los llenos pechos de la joven. Aquellos pezones
rosados y duros se erguían hacia él pidiendo ser
mordisqueados, cosa que hizo. Se metió uno en la boca,
lamiéndolo y succionándolo con ansia, arrancando jadeos
placenteros de la garganta de la joven. Cuando notó que estaba
lo bastante excitada, lo mordió con suavidad y tiró sutilmente
de él, quedando suspendido en la delgada línea entre el dolor y
el placer más absoluto.
Con su cabello oscuro alborotado, los labios entreabiertos
y su piel arrebolada por la pasión, Jessica era la viva imagen
de la lujuria y la belleza.
―Valquiria, no sé qué cojones haces conmigo, pero me
vuelves loco ―declaró justo antes de volver a besarla.
Jessica, sin pronunciar palabra, se apartó para un lado el
tanga y sosteniendo la polla de Thorne, fue dejándose caer
sobre ella lentamente.
El guardián, soltando un ronco rugido, posó las manos
sobre sus caderas ayudándola a subir y bajar despacio,
consiguiendo que sus cuerpos se fueran encendiendo cada vez
más y más.
Jess echó la cabeza hacia atrás, buscando el aire que
parecía faltarle, y gimió con fuerza. Él aprovechó para lamer
su cuello, deseando poder alimentarse de ella.
Sus movimientos comenzaron a volverse más rápidos y
apremiantes, consiguiendo que ambos se sintieran al borde del
orgasmo.
Thorne necesitaba decirle lo bella que estaba y lo mucho
que la deseaba.
―Jess…
―Cállate y fóllame más rápido ―le exigió entre jadeos.
Haciendo caso a su reclamo, el vikingo movió con fuerza
las caderas sin soltar las de la joven para que se quedara quieta
pese a sus envites. Las respiraciones de los dos se volvieron
más pesadas y sus besos más apremiantes.
El cuerpo de Jessica comenzó a convulsionar cuando llegó
al clímax, así que Thorne se dejó ir, corriéndose en su interior
de un modo que hizo que se le erizara hasta la piel.
Apoyaron la frente el uno contra la del otro, con la
respiración entrecortada y sus cuerpos sudorosos. El olor de la
sangre caliente de la joven corriendo por sus venas llamaba al
vikingo de un modo casi irrefrenable. Sentía unos fuertes
deseos de beber de su carótida.
Tomándola por la cintura, la devolvió de nuevo al asiento
del copiloto y se pasó las manos por el cabello, intentando
contener su hambre.
―¿Te ocurre algo? De repente pareces encontrarte mal
―le preguntó la joven al percatarse del modo en que sus
nudillos se pusieron blancos cuando cogió el volante, a causa
de la fuerza que ejercía sobre él.
―Necesito unos minutos a solas, en este momento no
puedo estar cerca de ti.
Una exclamación ofendida escapó de entre los labios de
Jessica.
―Oh, claro, follamos y un segundo después te asquea mi
presencia.
―Te puedo asegurar que no tiene nada que ver con eso.
Sería mejor que me asquearas, que no estuviera deseando en
este mismo instante morderte y beber de ti como un jodido
salvaje ―declaró con voz ronca.
―Pues contrólate, vikingo, no me gustaría que te
abalanzaras sobre mí como una sanguijuela adicta a la sangre.
―Ojalá fuera tan sencillo, pero tratándose de ti, para mí es
casi imposible contenerme.
Keyla trataba, sin éxito, de contactar con Roxie a través de
un hechizo, sin embargo, se sentía frustrada porque nada
parecía funcionar.
―No pasa nada, cariño, mis hermanos conseguirán dar
con ella, aunque tus hechizos no vayan bien ―la tranquilizó
Nikolai.
―Me siento tan inútil encerrada aquí ―se lamentó―.
Quizá deberíamos estar buscándola en San Francisco, junto a
los demás.
―Aquí estas a salvo…
―No quiero estar a salvo, necesito ser de utilidad en todo
esto que inició mi padre. ¿No lo entiendes? ―le interrumpió
con desesperación.
Su esposo la abrazó contra su pecho para reconfortarla.
―Ya lo has sido, mi amor, gracias a ti somos inmunes al
veneno de los Groms.
―Estoy preocupada por Roxie, si le ocurre algo malo…
―No le pasará nada ―la cortó tomando su bello rostro
entre las manos.
―Tengo un mal presentimiento, Nik. Estoy asustada
―confesó con los ojos brillantes.
―No permitiré que te ocurra nada malo.
―No es por mí por quien temo.
―Roxie es la madre de Sherezade, no le haría daño.
―¿Olvidas que vi como mi padre entregaba a mi hermana
para hacer un ritual de sacrificio con ella? ―Aún le dolía
recordar ese momento―. ¿Y que tenían planeado hacer lo
mismo con ella?
―¿Y qué quieres hacer?
―Seguir intentando dar o contactar con Roxie.
―¿Y por qué no lo intentas conmigo? ―La voz de la
vidente hizo que ambos se volvieran hacia ella.
La anciana, acompañada de su inseparable gato, caminaba
hacia ellos como si en realidad pudiera verlos.
―¿Qué quieres decir, Talisa? ―le preguntó el guardián
ruso.
―Si Roxie consiguió enviarme su mensaje a mí es por
algo, así que no sería descabellado que, con la ayuda de un
hechizo de Keyla, yo pueda hacer lo mismo con ella, o al
menos, intentarlo.
―No, no puedo hacerlo ―negó la doctora.
―¿Por qué no? ―quiso saber la anciana.
―Es peligroso, aún no controlo bien mis poderes.
Además, este hechizo es demasiado poderoso, requeriría
mucha energía por tu parte.
―Sandeces, polluela, sé perfectamente que puedes
hacerlo, y yo también.
―Talisa…
―Shhh… ―chistó para callarla―. Me he ofrecido
voluntaria y, por edad, debes hacerme caso.
―¿Puede funcionar? ―le preguntó Nikolai a su esposa.
―Es posible, no estoy segura. ―Se encogió de hombros.
―La única manera de comprobarlo es que lo intentes ―la
animó la vidente.
Keyla miró a su esposo con expresión preocupada.
―Confiamos en ti, cariño ―la alentó el guardián.
Respirando hondo, la doctora se puso frente a la anciana y
la ayudó a acomodarse en la silla que tenía cerca.
―Si notas cualquier cosa extraña o empiezas a encontrarte
mal, me avisas y paro, ¿de acuerdo?
―Ajá ―asintió la mujer―. Adelante, estoy preparada.
Keyla posó sus manos temblorosas a ambos lados de la
cabeza de la vidente, cerró los ojos para poder concentrarse
mejor y empezó a murmurar el hechizo que le permitiera
acceder a Roxie de alguna manera.
Talisa notó como su conciencia viajaba a través del espacio
intentando hallar a Roxanne. Sentía una fuerte presión en las
sienes, donde la doctora tenía apoyadas sus manos, no
obstante, apretó los dientes y resistió aquellas molestias.
Llegado un momento, la oscuridad que siempre reinaba a
su alrededor desapareció, pudiendo ver una habitación
decorada de forma moderna y lujosa. Sabía que estaba viendo
a través de los ojos de la joven secuestrada y, por ello, intentó
fijarse en alguna cosa característica del lugar, sin hallarla.
«Polluela, escúchame. Necesitamos saber que estás bien»,
intentó trasmitirle a través de su mente.
«¿Talisa?».
Escuchar su voz hizo que sintiera un alivio instantáneo.
«La misma. ¿Dónde te encuentras?».
«No lo sé, me tienen encerrada».
«Pero ¿estás bien?».
«Sí, estoy perfectamente».
«Tranquila, iremos a por ti».
«Aún no».
«¿Cómo que no?».
«Tuve un sueño que me guiaba a seguir a Sherezade, por
eso vine con ella. Necesito permanecer aquí un tiempo más».
«Vas a matar a Abdiel, lo sabes, ¿verdad?».
«Dile que no se preocupe por mí, sé cuidarme».
«Lo haré», le aseguró. «Nos mantendremos en contacto».
La conexión entre ellas se cortó y la vidente volvió a su
cuerpo.
―Talisa, dime que estás bien ―le suplicaba Keyla.
―Sí, estoy bien ―respondió con calma.
―¿Ha funcionado? ―preguntó Nikolai.
La anciana asintió.
―He contactado con ella, está bien y se fue por su propia
voluntad con Sherezade.
―¿Por qué iba a hacer algo así? ―quiso saber el guardián,
extrañado.
―Soñó con que debía hacerlo.
―¿Dónde la tienen? ―continuó indagando Keyla.
―No lo sabe, pero quiere que le digamos a Abdiel que no
debe preocuparse, que es capaz de cuidar de sí misma.
―No creo que eso tranquilice a mi hermano ―se lamentó
Nikolai intuyendo lo desesperado que debía sentirse. A él le
ocurriría lo mismo.
―Llamémosle, se alegrará mucho de saber que hemos
podido contactar con ella ―repuso Keyla animada, alejándose
junto a su esposo.
Talisa fue a ponerse en pie y se tambaleó. Se sentía débil,
un tanto mareada y un hilo de sangre resbaló de su nariz. El
hechizo de la joven doctora fue fuerte, quizá demasiado para
su edad, aunque lo haría de nuevo si fuera necesario.
Oráculo emitió un maullido lastimero, como si pudiera
percibir su debilidad y estuviera preocupado por ella.
―Tranquilo, amiguito, no pasa nada. Estoy bien ―le
aseguró alargando la mano al suelo, por la que el gato se
restregó ronroneando.
Capítulo 19
Jessica quería que siguieran turnándose durante la noche para
no tener que detenerse, sin embargo, Thorne se empeñó en que
hicieran una parada en un motel para que ella pudiera
descansar, ya que apreciaba las ojeras que lucía bajo sus ojos.
―Vamos a ver si les quedan habitaciones libres
―comentó el vikingo al salir del todoterreno.
―Ve tú, yo necesito tomar el aire ―repuso cruzándose de
brazos.
Thorne puso los ojos en blanco, ya que era consciente de
que estaba enfadada por no haber podido salirse con la suya,
así que, por no discutir, la dejó junto al coche y entró al motel.
Jessica bufó y se apoyó en el capó. Miró a su alrededor y
alcanzó a ver a una joven que discutía con un tío con muy
mala pinta. Por el modo de vestir de la mujer, Jess apostaría a
que se trataba de una prostituta, y sospechaba que el hombre
era su chulo.
¡Cómo odiaba a esos cabrones!
El tío la tomó por el brazo y la zarandeó, cosa que hizo que
Jessica se pusiera alerta y se acercara a ellos despacio.
―Te juro que hoy no he hecho ningún servicio, Clyde.
―No te creo, puta. ¿Estás intentando estafarme?
―No, jamás haría eso ―sollozó antes de llevarse una
sonora bofetada.
―¡Ey, tú! ―llamó su atención―. ¡Suéltala!
El desconocido se volvió hacia ella, no sin antes empujar a
la prostituta y arrojarla al suelo.
―¿De qué coño vas dándome órdenes, zorra? Lárgate de
aquí si no quieres tener problemas.
Enarcó una ceja y se puso en jarras.
―Me encantan los problemas, a decir verdad.
Con paso amenazante, el chulo se acercó a ella. Jessica se
puso alerta. Era consciente de que en cualquier momento
trataría de golpearla como el cobarde que era, y así lo hizo,
pues al llegar hasta ella, alzó el puño dispuesto a estamparlo
en su rostro.
Con un movimiento rápido le tomó por la muñeca y le
retorció el brazo a la vez que le propinaba un rodillazo en el
estómago, haciéndole doblarse en dos.
Agarrándolo con fuerza por el pelo, le levantó la cabeza y
se acercó a su oído.
―Escúchame bien, escoria, debería pegarte un tiro entre
ceja y ceja.
―¿Quién eres? ―preguntó el desconocido con la voz
entrecortada por el dolor.
―Lo importante no es quién soy yo, es lo que vas a hacer
tú a partir de ahora. ―Tiró con más fuerza de su cabello―.
¿Ves a esa mujer? ―Señaló a la joven que lloraba desde el
suelo―. No vas a volver a ponerle jamás la mano encima.
―Es solo una puta.
Jessica soltó su pelo y estampó su puño contra el pómulo
del hombre, que cayó hacia atrás, cosa que aprovechó ella para
encaramarse sobre él y asestarle varios golpes más.
―Es una mujer a la que explotas, pedazo de mierda
―gritó furiosa.
―Ella vino a mí, yo le di trabajo para ayudarla, joder.
―¿¡Para ayudarla!? ―Otro puñetazo impactó en su nariz
consiguiendo que sangrara―. ¿Haciendo que venda su cuerpo
para lucrarte?
―¿Qué mierda te pasa? ―balbuceó el desconocido con
una mirada de terror―. ¿Qué coño eres tú?
―Jess, ¿qué cojones haces? ―inquirió Thorne llegando
hasta ella y tomándola del brazo, la levantó de encima del
cuerpo golpeado del hombre.
―Este desgraciado pretendía agredir a esa pobre chica.
―Se volvió hacia él y señaló a la asustada muchacha.
Thorne se paralizó cuando percibió que sus ojos se habían
tornado rojos y refulgían como si fueran dos ascuas
incandescentes.
―Joder ―susurró llevándola hacia el coche y haciendo
que entrara dentro de él.
―¿Qué estás haciendo? ―preguntó la policía molesta.
―Tus ojos se han vuelto rojos y no quiero que los vean,
así que espérame aquí. ―Abrió la guantera y sacó un sobre
que había dentro de ella.
―¿Mis ojos? ―Jess se miró en el espejo para cerciorarse
que lo que decía era cierto―. ¿Qué está pasándome?
―Lo averiguaremos, pero ahora, quédate quietecita y
mantén la calma ―sentenció antes de cerrar la puerta de un
portazo y encarar al chulo que, con dificultad, se levantaba del
suelo―. Márchate de aquí o te daré una paliza que no te
reconocerá ni tu madre.
El desgraciado asintió con pavor, desviando de vez en
cuando su mirada hacia la joven que permanecía en el
todoterreno. Estaba claro que él también pudo ver cómo sus
ojos pasaron de gris verdoso a ese rojo brillante, por eso salió
corriendo todo lo rápido que sus magulladuras le permitían.
Entonces, se aproximó a la compungida prostituta, que,
sorbiendo por la nariz, se encogió al tenerlo cerca. Le tenía
miedo, el guardián era consciente de ello.
―Gra… gracias por la ayuda.
―No fue cosa mía, sino de mi amiga ―respondió
entregándole el sobre―. Ten esto y vete lejos para que ese hijo
de perra no pueda encontrarte.
La muchacha agarró el sobre con las manos temblorosas y
miró el contenido, que hizo que sus ojos se abrieran de par en
par.
―Es mucho dinero.
―Y es tuyo.
―¿A cambio de qué? ―preguntó con desconfianza.
―De que me prometas que no volverás a esta vida ni a
acercarte a ningún desgraciado como ese que te explotaba.
―Muchísimas gracias, de verdad, no sé cómo pagaros
todo lo que estáis haciendo por mí.
―Páganoslo emprendiendo un nuevo camino alejada de
toda esta mierda.
―Lo prometo ―asintió, guardándose el dinero en el bolso
antes de alejarse y tomar un taxi que pasaba por allí.
El guardián volvió al todoterreno y abrió la puerta para que
Jessica saliera, pudiendo comprobar que sus ojos ya habían
vuelto a la normalidad.
―¿Qué le has dado? ―quiso saber la policía.
―Dinero.
―¿Cuánto? ―indagó más―. Parecía muy afectada.
―Quince mil dólares.
―¿Llevabas quince mil dólares en la guantera del coche?
―se sorprendió.
―Siempre me gusta llevar dinero en efectivo, soy de la
vieja escuela ―respondió encogiéndose de hombros y sacando
la bolsa de deporte con sus cosas del maletero.
―Espero que a partir de ahora las cosas le vayan mejor.
―Solo depende de ella. ―Se colocó la bolsa al hombro y
se encaminó al motel.
―¿Y qué hay de mí? ¿Qué acaba de ocurrirme?
―No tengo ni puta idea. He visto refulgir los ojos de ese
modo en otras ocasiones, pero nunca a una humana.
―¿A quién has visto antes así?
―A demonios ―dijo sin más.
―¿Demonios? He conocido a tu amigo italiano y sus ojos
eran negros.
―Solo les ocurre cuando se enfurecen, como te ha pasado
a ti antes.
―¿Eso quiere decir que soy una demonio? ―inquirió
confusa.
Thorne la miró de reojo a la vez que abría la habitación
que les asignaron, permitiendo que pasara dentro, y cerrando
la puerta tras él.
―No hueles como ellos, aunque nunca se sabe. ―Colocó
las manos en sus caderas―. De ahí la importancia de descubrir
tus orígenes.
Jessica se dejó caer sobre la cama y se cubrió los ojos con
el antebrazo.
―Claramente, no me va a gustar nada lo que descubramos,
lo veo.
Amaronte y Cyran consiguieron despistar a los custodios
de Belial y colarse en los calabozos, donde buscaban algún
rastro de Selene en ellos, ya que no eran capaces de descifrar
el dichoso mapa que Amaro llevaba tatuado en el brazo.
―Tiene que estar aquí ―decía el italiano con
desesperación.
―No está, Amaro. Hemos registrado estos calabozos de
arriba abajo ―proclamó su amigo con aquella voz gutural que
poseía.
―En ese caso, debe de estar en algún rincón del palacio.
―¿No puede ser que la bruja te haya engañado para
conseguir el pedazo que quería de tu corazón?
―No sé que decir, la verdad.
―¿La verdad sobre qué?
La voz de Belial hizo que ambos se volvieran hacia él.
Venía acompañado de Gorzal y Paimon, sus custodios de
confianza, y la mirada que le echó a Amaronte fue aterradora.
―Cuánto tiempo sin vernos, majestad ―repuso Amaro
con sarcasmo.
―No estoy para tus malditas bromas, Amaronte ―aseveró
con los ojos rojos deteniéndose a escasos centímetros de él―.
¿Cómo habéis entrado aquí?
―Digamos que pusimos a dormir a los perritos guardianes
que siempre defienden tus dominios ―respondió en el mismo
tono despreocupado.
De un puñetazo le lanzó al suelo.
―No estoy de humor para soportar tus bromas.
―Majestad, no pretendíamos hacerle enfadar ―intervino
Cyran situándose ante su amigo, que se levantaba del suelo y
se secaba el hilo de sangre que resbalaba por la comisura de su
boca.
―¿Y qué pretendíais viniendo a mi casa y dejando
inconscientes a mis custodios?
Belial apretaba los dientes y sus mandíbulas palpitaban por
la ira que contenía a duras penas.
―Queríamos descubrir dónde tenías a Selene ―proclamó
Amaronte sin una pizca de miedo a pesar de estar frente al
demonio más poderoso de todos.
―No te atrevas a mencionar su nombre ―siseó entre
dientes.
―¿El nombre de la hija que has tenido oculta durante
años? ¿Ese nombre?
―Te mataría con gusto ahora mismo, pero no merece la
pena estar condenado a arder en el infierno por un ser tan
insignificante y repugnante como tú ―manifestó apartando a
Cyran de su camino para encarar de nuevo a Amaro―. ¿De
dónde has sacado semejante idea?
―Sherezade me aseguró que eras el responsable de su
desaparición ―respondió con sinceridad.
―Esa bruja te ha mentido y tú has caído de bruces en su
engaño, estúpido.
―Si es cierto lo que dices, ¿por qué no me permites
registrar tu palacio?
―¿Es lo que quieres? ―preguntó enarcando una ceja―.
Adelante, registra todo lo que te dé la gana.
―Se lo agradecemos, alteza ―dijo Cyran haciendo una
leve inclinación de cabeza.
―Solo quiero una cosa a cambio.
Aquella petición hizo que ambos amigos se miraran el uno
al otro sabiendo que Belial no tramaba nada bueno.
―¿Qué es lo que quieres? ―inquirió Amaronte
entrecerrando los ojos.
―Durante cien años no podrás aparearte con nadie que no
sea tu alma demoníaca.
¿Cien años sin poder follar? ¿Que pretendía con eso?
―No puedes hablar en serio.
―¿Por qué no? ―inquirió alzando una ceja―. Si dices
que mi hija está aquí retenida y tú siempre aseguraste que era
tu alma demoníaca, no tienes nada que perder.
―Es una trampa ―murmuró Cyran tras él.
Belial sonrió con desprecio.
―Lo sabía, eres el cobarde que siempre creí.
―De acuerdo, acepto ―manifestó en un arrebato.
El rey de los demonios tomó su mano y la estrechó.
―¿Tengo tu palabra demoníaca?
―La tienes.
Las iniciales M y P se marcaron a fuego en su mano,
sellando la promesa.
Tras eso, ambos demonios registraron el palacio de cabo a
rabo, seguidos por Belial y sus custodios, sin hallar a Selene ni
ningún rastro de ella.
―¿Contentos? ―preguntó el rey con una sonrisa
satisfecha en el rostro.
―No puede ser, debe estar en algún lado ―murmuró sin
comprender nada.
―La bruja nos ha engañado, Amaro ―le dijo su amigo.
¿Podía ser así? ¿Sherezade le engañó para obtener ese
pedazo de su corazón?
―Ahora, salid de mi casa, antes de que os encierre en las
mazmorras y mande que os torturen, que es lo mínimo que os
merecéis ―les ordenó Belial.
Ambos demonios, cabizbajos, se dirigieron a la salida
confusos y derrotados.
―Por cierto, Amaronte, espero que disfrutes tus cien años
de abstinencia y de no poder embaucar a otras mujeres del
mismo modo en que lo hiciste con mi hija. Si no la hubieras
seducido y engañado, ahora mismo estaría casada y feliz junto
a tu hermano, aunque en este momento, tampoco es que esa
idea me satisfaga ―sentenció el rey de los demonios justo
antes de que cerraran la puerta tras ellos.
―Has cometido una estupidez, Amaro ―le reprochó
Cyran cuando estuvieron a solas.
―Vamos, amigo, para un ser inmortal como yo, cien años
no son para tanto. ―Al menos, de eso quería autoconvencerse.
Capítulo 20
Durante aquella noche Thorne no pudo pegar ojo, ya que el
dulce aroma de Jessica inundaba toda la estancia y él se sentía
hambriento y con unas ansias descontroladas de alimentarse de
ella. Y decía bien, de ella, porque ninguna otra mujer le servía
para saciar su sed de sangre.
Así que, nada más amanecer, se puso ropa de deporte y
salió a correr con la esperanza de desfogarse.
El sonido de la puerta al cerrarse despertó a Jessica, que se
desperezó y restregó los ojos. Bostezando, se levantó de la
cama y descalza fue hacia el cuarto de baño. Una ducha le
vendría bien para terminar de despejarse.
Abrió el grifo y se deshizo de la ropa. Cuando el agua
caliente resbaló por su cuerpo sintió una relajación casi
instantánea.
Por desgracia, esa sensación duró poco, ya que un par de
tíos vestidos de negro irrumpieron en el baño y antes de que
pudiera defenderse, estrellaron su cabeza contra los azulejos
de la ducha, abriendo una brecha en su frente.
Acto seguido, tiraron de ella y la arrastraron a la
habitación, donde otro hombre los miraba de brazos cruzados.
Jess trató de enfocar su imagen, pero a causa del golpe estaba
tan mareada que le fue imposible hacerlo.
―¿Creías que te saldrías con la tuya, puta? Hemos tenido
que esperar a que tu amiguito te dejara sola, pero ya eres mía.
Le reconoció por la voz, era el chulo de la noche anterior.
―Eres un cobarde de mierda, no te has atrevido a venir a
por mí solo ―le echó en cara.
El desgraciado le propinó un puñetazo partiéndole el labio.
Jessica aprovechó su cercanía para hacerle una llave con las
piernas y arrojarle al suelo.
Uno de los matones que la mantenían sujeta la golpeó en el
estómago para que le soltara.
―Estate quieta, joder, si no quieres que te matemos aquí
mismo, zorra.
Jess le escupió en la cara.
―¡Que te den!
―Es a ti a quien vamos a dar, puta ―espetó el chulo
metiendo una mano entre sus piernas y manoseándola.
Jessica sentía arcadas de notar sus repugnantes manos
recorrer su cuerpo, por lo que se removió con violencia
tratando de liberarse.
―¡Soltadme, hijos de puta! ―gritó con la cara roja a causa
del esfuerzo que hacía por librarse de sus agarres.
―¡Calla! ―le ordenó cubriéndole la boca con la mano y
desabrochándose los pantalones―. Ayer me dejaste sin mi
putita favorita, así que ahora te toca a ti complacerme.
Jessica gritaba contra la palma de su mano, mientras los
dos matones del chulo reían de su desesperación por
deshacerse de ellos.
Sin embargo, antes de que aquel desgraciado pudiera
meterle la polla, la puerta se partió por la mitad y entró Thorne
con una expresión asesina dibujada en el rostro.
Como un animal rabioso, soltó un rugido y se abalanzó
sobre el proxeneta que aún permanecía sobre Jessica.
Tomándolo por la chaqueta, lo alzó en el aire y lo estampó
contra la pared del motel. Después fue el turno de los dos
matones, que se irguieron con los puños en alto dispuestos a
defenderse, no obstante, no tuvieron nada que hacer contra el
guardián, que en dos movimientos consiguió noquearles.
Aproximándose a Jess, quien se levantaba del suelo con la
mano en el abdomen dolorido después de los golpes, intentó
abrazarla, pero la policía se retiró de sopetón.
―No te compadezcas de mí, estoy bien ―le aseguró
tomando el arma que descansaba en su mesita y apuntando a la
cabeza al chulo que estuvo a punto de violarla.
―Por… por favor ―decía el muy desgraciado con la voz
entrecortada por el miedo.
―Por favor, ¿qué? ―inquirió poniéndose a escasos
centímetros de él―. ¿No tenías ganas de divertirte hace unos
segundos? Pues divirtámonos.
―Jess ―intervino Thorne temiendo que le matara, puesto
que los ojos de la joven habían vuelto a tornarse rojos.
―No te metas ―le ordenó―. Abre la boca ―le dijo
entonces al proxeneta.
―No, yo…
―¡Que la abras! ―gritó interrumpiendo sus protestas.
Tembloroso, hizo lo que le pedía y Jessica introdujo el
cañón del arma dentro de su boca.
―Ya no es tan divertido que sea yo quien te la meta,
¿verdad?
―Por favor ―repitió el chulo hablando con dificultad a
causa del cañón que presionaba su lengua y poniéndose a
llorar.
―Valquiria, debes parar ―le advirtió el guardián.
―¿Por qué? Si le matara ahora mismo libraría a este
mundo de un ser despreciable, nadie le echaría en falta.
―Tú no eres así.
―No sabes cómo ni quién soy, y yo tampoco.
Con cuidado, Thorne agarró la muñeca de la joven, y
tirando con suavidad, retiró la pistola de dentro de la boca de
aquel desgraciado.
Jessica dio un par de pasos atrás y como si acabara de ser
consciente de su desnudez, se cubrió con las manos.
―Llamaremos a la policía para que metan a estos pedazos
de mierda entre rejas por lo que te han hecho.
―No, no voy a denunciar nada.
―Jess…
―¡He dicho que no! ―gritó con la respiración
entrecortada antes de encerrarse en el baño. Apoyándose en la
puerta, dejó ir las lágrimas que estuvo conteniendo.
Se metió en la ducha en la que aún corría el agua y
colocándose bajo el chorro, lloró y se quitó los restos de
sangre seca que manchaban su frente y parte de su rostro a
causa de la brecha que le hicieron.
No supo cuánto rato estuvo allí, dejando el agua tibia
correr por su cuerpo, hasta que Thorne llamó a la puerta y sin
esperar respuesta, entró al aseo.
―¿Estás bien?
―Perfectamente ―mintió mientras salía de la ducha y se
envolvía en una toalla―. ¿Qué has hecho con ellos?
―Los he tirado a un contenedor como la basura que son
―respondió, omitiendo que antes de eso les rompió algunos
huesos a causa de la paliza que les pegó. Esperaba que eso les
sirviera de lección.
La joven asintió.
El guardián se puso frente a ella y, con delicadeza, tocó la
brecha que se abría en su frente.
―Debería verte un médico.
―No, estoy bien, solo son rasguños.
―Esta herida no es ningún rasguño, precisaría algún
punto.
―En ese botiquín puede que haya algunos puntos de
papel, con eso servirá ―sugirió, señalando a la caja que estaba
colgada en una de las paredes del baño.
El vikingo se acercó a mirar y, en efecto, allí estaban. Los
cogió junto a gasas y el desinfectante, y regresó junto a la
policía, que continuaba en el mismo sitio.
―Déjame que desinfecte la herida antes ―le pidió.
Jessica volvió a asentir y permaneció quieta mientras el
guardián curaba su herida y la cerraba gracias a los puntos de
papel. Una vez terminó de hacerlo, se quedó mirándola con
una expresión de preocupación.
―Será mejor que nos pongamos en marcha de nuevo
―dijo Jessica saliendo del aseo para coger la ropa que iba a
ponerse.
―Si no estás en condiciones…
―Vikingo, no soy una muñequita de porcelana que pueda
romperse al mínimo golpe, así que deja de tratarme así, joder
―le encaró con el mentón en alto.
―No he dicho que lo seas.
―Estupendo, porque no me gustaría tener que patearte el
culo para demostrártelo.
Tras una larga jornada en la carretera, por fin llegaron al
orfanato conducido por monjas, en el que los Evans la
adoptaron.
―¿Puedo ayudarles en algo? ―preguntó la monja que
estaba en el mostrador de recepción.
―Quisiéramos hablar con la responsable ―dijo Jess.
La monja los miró con desconfianza y no era de extrañar,
porque Thorne parecía un delincuente a punto de sacar una
pistola y pedirle que le diera todo el dinero que llevara encima.
¿Siempre tenía que fruncir el ceño de ese modo?
―¿Por algún motivo en concreto?
―Por una adopción de hace veintiocho años.
―Lo lamento, pero deberían concertar una cita para eso.
―Escúchame, hembra, no estamos aquí para perder el
maldito tiempo, así que, o me dices quién es la responsable o
la buscaré yo mismo ―repuso el guardián con tono brusco,
consiguiendo que la mujer diera varios pasos atrás, asustada.
―No le haga caso a mi amigo, ha conducido demasiadas
horas seguidas y está agotado ―le justificó Jessica asestándole
un fuerte pisotón como castigo por su modo de hablarle a la
monja.
El vikingo frunció aún más el ceño y gruñó; sin embargo,
entendiendo su mensaje silencioso, no dijo nada más.
―Lo comprendo, de todas formas…
Jess tomó las manos de la mujer entre las suyas.
―Se lo suplico, tiene que dejarme hablar con alguien que
pueda saber quién soy.
La monja abrió los ojos sorprendida.
―¿Te adoptaron aquí?
Jessica asintió.
―Me he enterado hace muy poco.
La mujer de Dios suspiró.
―No es parte del protocolo revelar la identidad de los
padres biológicos de los niños que pasan por aquí, no obstante,
os llevaré con la madre superiora. Que ella decida qué hacer.
―Gracias, gracias, muchísimas gracias ―repuso con el
corazón desbocado.
―Acompañadme, por favor ―les pidió sonriendo―. Soy
la madre Beatrix, por cierto.
―Mi nombre es Jessica y el de mi amigo, Thorne.
―¿Encontramos para ti una buena familia, muchacha?
―quiso saber.
―La mejor ―respondió con sinceridad.
La hermana Beatrix llamó a la puerta que estaba al final de
un largo pasillo y una voz femenina la invitó a entrar.
―Buenas tardes, madre Margaret, tenemos aquí a unos
jóvenes que quieren hablar contigo.
―¿Sobre qué?
―Al parecer, la muchacha fue adoptada aquí ―le explicó.
―De acuerdo, que pasen.
La hermana Beatrix se volvió hacia ellos.
―¿Podéis pasar?
―De nuevo, muchas gracias ―dijo otra vez la policía
antes de adentrarse en el despacho de la madre superiora.
A diferencia de lo que esperaba encontrarse, ante ella tenía
a una mujer joven y muy bella. Sus ojos oscuros la estudiaban
con una mezcla de curiosidad y condescendencia.
―Bienvenidos a St. Germain, tomen asiento y díganme,
¿en qué puedo ayudarles?
Jessica iba a hacer lo que le pedía, cuando el brazo del
vikingo se interpuso en su camino, deteniéndola.
―¿Qué ocurre?
―Esta monja no es una humana ―declaró absolutamente
convencido de ello. Podía notar su olor a demonio.
La madre superiora, al oír aquella afirmación, inclinó la
cabeza hacia un lado y se recostó en su asiento cruzándose de
brazos.
―Es curioso que digas eso, porque tú tampoco lo eres,
¿verdad, guardián?
―¿Podéis decirme qué me estoy perdiendo? ―inquirió la
policía.
―Es un demonio.
―Bueno, pues demonio o no, lo único que quiero es que
me dé información sobre mi adopción.
―No sé si estaré en disposición de hacer eso que me
pides, ¿tienes algún papel?
―Sí, los tengo todos ―aseveró rebuscando en la carpeta
que llevaba entre las manos―. Aquí tienes.
La demonio los ojeó con atención unos segundos, tras lo
cual, se los devolvió a la joven.
―No tengo nada que decir al respecto de tu adopción.
―¿Qué? ¿Cómo que no tienes nada que decirme? ―se
indignó Jessica.
―Creo que he sido muy clara.
―No me toques los cojones, demonio, hemos hecho un
largo viaje para obtener respuestas y no pienso largarme de
aquí sin ellas ―intercedió Thorne, golpeando con los puños la
mesa tras la que estaba sentada la madre superiora.
―Lo comprendo, guardián, y no es que no quiera
ayudaros, es que no puedo hacerlo ―manifestó la madre
Margaret con seriedad.
―¿No puedes? ―caviló el vikingo y abrió más los ojos al
comprender qué ocurría―. ¡Diste tu palabra de demonio al
respecto!
―No estoy autorizada para hablar de ello ―repuso con su
mirada clavada en la del guardián.
Por su expresión, comprendió que le gustaría darles
respuestas, así que asintió y poniendo las manos en sus
caderas, un gesto muy característico en él, preguntó:
―¿Los padres biológicos de Jess son demonios?
―No lo son ―le aseguró.
―¿Lo es uno de ellos? ―continuó interrogándola el
guardián.
―Como te he dicho, no puedo hablar del tema ―insistió
la monja dejándole claro que la respuesta era afirmativa.
―Estamos perdiendo el tiempo ―se lamentó Jessica con
impotencia.
―Es cierto lo que dice la muchacha, así que yo me voy y
espero que vosotros también lo hagáis ―declaró la madre
superiora poniéndose en pie―. Y por encima de todo, no me
gustaría nada que registrarais en ningún rincón de mi
escritorio.
Ambos comprendieron que les estaba diciendo que era allí
donde hallarían las respuestas.
―Te agradezco tu ayuda ―repuso la joven cuando pasó
por su lado.
―No os estoy ayudando, muchacha ―insistió de nuevo
con una sonrisa calurosa dibujada en su atractivo rostro―. Te
deseo lo mejor y que puedas hallar lo que andas buscando.
―Si alguna vez necesitas algo, solo tienes que llamarme y
acudiré lo más pronto que pueda ―aseveró el guardián
haciendo un leve asentimiento con la cabeza.
La demonio sonrió de nuevo y salió del despacho,
dejándoles a solas. Thorne y Jess se apresuraron a revisar los
cajones del escritorio.
―Hay uno cerrado con llave.
El vikingo pegó un tirón al cajón y este se abrió.
―Ya no.
Con las manos temblorosas a causa de los nervios,
comenzó a ojear los papeles que allí había hasta que, en una de
las carpetas, apreció el nombre de sus padres adoptivos.
Respirando hondo, comenzó a revisarlo todo.
―Aquí está, este es el apartado donde debería estar mi
madre biológica, pero está en blanco.
―¿Y en el del padre? ―preguntó el guardián.
―Sí, este sí está especificado y pone… Belial Akibel ―le
informó.
―¿Estás segura de que el nombre es Belial Akibel?
―Ten, míralo tú mismo ―le entregó el documento.
El vikingo releyó el nombre varias veces, incapaz de
creerse que eso fuera verdad.
―¿Qué ocurre? ¿Conoces a ese demonio? ―quiso saber
Jessica.
―Claro que lo conozco, todos los seres sobrenaturales lo
conocemos ―contestó volviendo a colocar los papeles en la
carpeta, y tomando a la policía del brazo, la sacó del
despacho―. Es el rey de los demonios, así que, si esto es real,
te acabas de convertir en princesa.
Capítulo 21
Jess y Thorne iban en el todoterreno de camino a San
Francisco en completo silencio. Desde que descubriera que su
padre era el rey de los demonios, Jessica no había vuelto a
hablar, cosa que preocupaba al guardián.
―¿Te has quedado muda, hembra? ―le dijo con
brusquedad, con la esperanza de picarla y que acabara
saltando.
No obstante, no surtió efecto, ya que ni tan siquiera desvió
la mirada del paisaje que se veía a través de la ventanilla.
―Si todo lo peor que te puede ocurrir es ser una jodida
princesa, ni tan mal, ¿no crees?
Jessica comenzó a emitir unos sollozos ahogados,
haciéndole saber que estaba llorando.
―Necesito que pares ―le pidió con la voz entrecortada.
Viendo un motel a un lado de la carretera, Thorne se
desvió hacia él sin rechistar.
―Espera un momento mientras alquilo una habitación
―le demandó el guardián.
La joven seguía sollozando e hiperventilando, dando claras
muestras de que estaba sufriendo un ataque de ansiedad.
Maldiciendo entre dientes, entró al sencillo motel y
poniendo un puñado de billetes sobre el mostrador de
recepción, exigió:
―Una habitación, deprisa.
―Espere un momento y reviso las que tengo libres ―le
dijo un hombre de unos cincuenta años, caminando con
parsimonia.
―No me has entendido, quiero la primera habitación que
tengas, me importa una mierda como sea y puedes quedarte a
cambio con todo esto. ―Arrastró los billetes hacia él, a quien
se le abrieron los ojos como platos.
―Oh, claro, sin problema, señor ―respondió con una
amplia sonrisa en su rostro―. La número diez está libre y lista
para usar.
―Gracias ―respondió sin más, tomando la llave y
regresando al coche, donde Jessica continuaba llorando
desconsolada.
Abrió la puerta del todoterreno, la tomó en brazos y fue
hacia donde vio un instante antes que estaba la habitación que
les asignaron. Una vez dentro, dejó a la policía sentada sobre
el lecho y se acuclilló frente a ella.
―No sé qué hacer, no se me da bien tratar con una mujer
que llora ―reconoció con humildad.
―No tienes que hacer nada, solo necesito desahogarme.
―¿Qué es lo que te ha afectado tanto?
―No ha sido nada en concreto, es un cúmulo de todo
―reconoció sorbiendo por la nariz―. Hacía demasiados años
que no lloraba.
―Porque eres una valquiria ―aseveró acariciando con
suavidad su rostro con los nudillos.
―¿Por qué siempre me llamas valquiria?
Thorne sonrió de medio lado.
―Porque tienes su fuerza.
―No parezco muy fuerte en este momento. ―Se limpió
las lágrimas con rabia. Odiaba mostrarse vulnerable.
―Jess, los valientes no son aquellos que no le temen a
nada, son los que, a pesar del miedo o de sus debilidades,
afrontan la batalla con la cabeza alta ―argumentó sin apartar
ni un solo segundo su mirada de la de ella―. Esa eres tú, una
guerrera que jamás da un paso atrás ni para coger impulso.
Jessica se inclinó hacia él. Necesitaba besarlo, sin
embargo, Thorne se retiró como si su contacto le quemara.
―Oh, lo siento ―se disculpó la joven―. No quería
incomodarte, entiendo que no es muy sexi besarme en estas
circunstancias.
―No, no tiene nada que ver con eso, yo siempre tengo
ganas de besarte, valquiria ―declaró con énfasis―. Lo que
ocurre es que estoy demasiado hambriento y tu sangre es una
tentación excesivamente grande para mí.
―¿Necesitas alimentarte?
―Con urgencia, la verdad ―suspiró poniéndose en pie y
paseando de un lado al otro de la estancia―. Debería salir en
busca de alguien de quien beber, aunque la idea no me
apetezca nada.
Jessica se quedó pensado en ello y sintió que a ella
tampoco le gustaba la idea de imaginarlo bebiéndose la sangre
de otra persona que no fuera ella.
―¿Y por qué no bebes de mí? ―se ofreció.
Thorne se detuvo en seco y clavó sus ojos sobre Jessica.
―¿Me estás brindando tu sangre?
―Creo que he sido bastante clara.
El guardián respiró hondo y se aproximó a ella con una
actitud depredadora.
―Llevo días fantaseando con saborearte de ese modo,
valquiria, así que prepárate para vivir una experiencia que
jamás has vivido antes.
―¿Qué quieres decir?
El vikingo esbozó una sonrisa canalla y tremendamente
seductora.
―Ahora lo descubrirás ―respondió a la vez que tomaba
ambos lados de su camiseta y la partía por la mitad.
Jessica soltó una exclamación entre sorprendida e
indignada.
El guardián liberó sus pechos del sujetador y lamió uno de
sus pezones antes de abrir la boca y clavar sus afilados
colmillos sobre él.
La joven echó la cabeza atrás y gimió complacida por las
sensaciones que su mordisco le hacían sentir. Notar cómo se
alimentaba de ella, y percibir cuanto le hacía disfrutar, la
excitaba muchísimo.
Cuando se sació de ella, Thorne desclavó sus colmillos de
su tierna carne y pasó la lengua para que se cerraran las
incisiones.
Sin darle tregua, alzó la cabeza y se apoderó de sus
carnosos labios, haciendo que se tumbase sobre el colchón y
colocándose sobre ella.
―Eres deliciosa, valquiria ―susurró contra su boca.
Su lengua comenzó a bajar a lo largo de su cuerpo,
recorriendo de nuevo sus pechos, su plano abdomen, en el que
jugueteó con su ombligo, y continuó su camino hasta la
humedad creciente que había entre las piernas femeninas.
Un cosquilleo de anticipación recorrió el sexo de la joven,
que sintió que podía tener un orgasmo tan solo notando como
su cálido aliento le cosquilleaba en su zona íntima. Separando
sus pliegues, recorrió su vagina con la lengua, saboreando su
dulzura.
Cogiéndola por las caderas, la ancló a la cama para que no
pudiera moverse, mientras él ejercía aquella placentera tortura
sobre ella. Dibujó círculos en su clítoris con la punta de la
lengua, hasta que al final lo abarcó con toda su boca, para
succionarlo con fuerza.
Jess se retorció y gimió, sintiendo como el calor del
orgasmo recorría su cuerpo entero justo antes de estallar en mil
pedazos.
Aprovechando los últimos coletazos de placer que aún
experimentaba la joven, Thorne la penetró de una sola
embestida, arrancándole un grito ahogado.
―Thorne ―gimió con los ojos cerrados, clavándole las
uñas en su espalda.
El vikingo la follaba con fuerza, entrando y saliendo de
ella sin dejar de mirarla. Era lo más hermoso que había visto
jamás en su larga vida.
―Abre los ojos, valquiria ―le pidió―. Quiero que me
mires cuando vuelvas a correrte. Que sepas que soy yo quien
te hace gozar de este modo.
Jessica obedeció justo antes de que, como él predijo, otro
nuevo y aún mayor orgasmo recorriera todo su cuerpo, del
mismo modo que el del guardián, que se dejó ir en su interior.
De repente, Jessica tuvo la sensación de que podría
enamorarse de él, pese a querer evitar que eso sucediera con
todas sus fuerzas.
Abdiel no conseguía calmarse ni aun sabiendo que Roxie
estaba sana y salva. Hasta que no volviera a tenerla junto a él,
no podría volver a respirar con normalidad. Ella era su aliento
y sus ganas de vivir. Sentía que le faltaba el aire y todo a su
alrededor había dejado de brillar con la misma intensidad
desde que Roxie estaba lejos.
―Por favor, bror, te necesitamos centrado ―le suplicaba
Elion―. Eres nuestro líder.
―En estos momentos solo soy un hombre desesperado
porque le han arrancado a su esposa de su lado.
―Te entiendo, pero Roxie es una luchadora, volverá a ti
―le aseguró su hermano.
―No me preocupa eso, conozco a Roxanne y sé el tipo de
mujer que es, lo que no me deja dormir es saber que Sherezade
está consumida por el odio, así que nunca se sabe cómo puede
actuar.
Elion entendía esos miedos, la bruja milenaria era
impredecible y cada vez más peligrosa.
―Varcan ha llamado, los Evans han llegado a su destino
sanos y salvos, así que ya está de regreso.
Abdiel asintió.
―Y de Thorne y Jessica ¿sabemos algo nuevo?
―La última vez que Thorne se comunicó con nosotros nos
dijo que iban de camino al orfanato.
―Espero que consigan hallar respuestas.
―La cuestión es si esas respuestas nos gustaran o
complicarán aún más las cosas ―sentenció Elion, convencido
de que la segunda opción sería la acertada.
Capítulo 22
Al fin llegaron de nuevo a San Francisco, donde sus amigos
les esperaban para saber si habían descubierto algo.
Con calma, Jessica, que ya parecía estar recuperada del
bajón emocional que sufrió, le contó a su hermana que era
adoptada, y que, por lo que pudieron averiguar, su padre
biológico no era otro que el rey de los demonios.
―No me puedo creer que no seamos hermanas de sangre
―comentó Sasha aún en shock―. Aunque, la verdad, ahora
que lo pienso, es algo bastante evidente. No es posible que tú
seas tan perfecta y yo un desastre, teniendo la misma herencia
genética ―trató de bromear.
―No digas tonterías, eres la mejor persona que he
conocido jamás, Sash ―aseguró abrazándola.
―Ahora que te observo más detenidamente, tienes cierto
parecido a Selene ―declaró Mauronte aproximándose al
rostro de la policía y acariciando con la punta de los dedos su
suave y bronceada mejilla.
―Mantén las jodidas manos quietas, demonio ―le ordenó
Thorne mostrándole los dientes como un animal rabioso
protegiendo lo que es suyo.
―Eso, quietecito, cuernos. ¿No te has enterado de que mi
hermano ya ha meado sobre miss FBI? Llegas tarde ―ironizó
Varcan, que se ganó una peineta por parte del vikingo.
―¿Y quién puede ser tu madre? ―caviló Elion, mientras
se tocaba la barba, pensativo.
―Es demasiado joven para que sea la misma que engendró
a Selene. Arcadia murió hace cientos de años ―apuntó Mauro
aún con la vista fija en el precioso rostro de Jessica.
―Además, es poco probable que sea una demonio.
Aunque la madre superiora no pudo aclararnos demasiadas
cosas porque había dado su palabra demoníaca al respecto, sí
me dejó caer que sus padres biológicos no eran dos demonios
―les explicó el vikingo.
―¿Puede que sea una humana? ―inquirió Draven,
señalando la brecha que aún se veía en la frente de la joven―.
Eso explicaría por qué Jess no tiene el poder de sanación de
los demonios.
―Es probable ―comentó Ella―. Porque sus ojos
tampoco son negros.
―Eso no explica cómo pudo morir y resucitar ante
nuestros ojos ―señaló Varcan con una ceja enarcada.
―¿¡Moriste!? ―exclamó Sasha con los ojos muy abiertos,
horrorizada.
―Naah, solo un poco ―le restó importancia Jess.
―¿Solo un poco? ―repitió alzando la voz―. ¡Solo un
poco!
―No te pongas así, Sash, ya ves que estoy bien.
Su hermana bufó, nada conforme con aquel razonamiento,
pero guardó silencio.
―De acuerdo, cuando todo esto acabe, te ayudaremos a
averiguar quién es tu madre biológica ―repuso Abdiel.
―Lo siento, pero no voy a esperar, pienso plantarme en el
palacio de mi maldito padre demonio y le voy a sacar, aunque
sea a golpes, quién narices es la mujer que me llevó en su
vientre ―aseveró la policía.
―No puedes hacer eso ―negó Draven―. ¿Y si se desata
la batalla y no te encuentras aquí? Eres clave para que
podamos conseguir la victoria.
―Debo hacerlo ―enfatizó Jessica―. Prometo volver lo
antes posible.
―Trata de entrar en razón, te necesitamos aquí ―insistió
el guardián celta―. Díselo tú, Abdiel.
El líder de los guardianes suspiró, y metiéndose las manos
en los bolsillos de sus vaqueros, se volvió hacia la ventana.
―Que haga lo que le parezca.
―Uff, sé de uno que está hiperdeprimido ―comentó
Varcan, palmeando la espalda de su hermano, dándole ánimos.
Draven prefirió no insistir más, sabía que su hermano no
estaba bien, así que le tocaría a él llevar las riendas, dado que
fue el segundo guardián que reclutó la Diosa Astrid.
―Si Abdiel no está en condiciones de tomar el mando de
lo que ocurre, lo haré yo. ¡No puedes marcharte!
―Draven… ―Sasha posó una de sus manos sobre su
brazo―. Esto es importante para mi hermana.
―La protección de la humanidad lo es mucho más
―aseveró.
―Estoy con Draven ―expresó Elion.
―Lamento decirlo, porque siempre prefiero estar del lado
de las mujeres guapas, pero en este caso, yo también creo que
lo mejor es que permanezcamos juntos ―admitió el guardián
de la cicatriz.
―¿Acaso ahora necesito vuestro permiso para salir de la
ciudad? ―inquirió Jessica molesta―. ¿Vuelvo a ser vuestra
cautiva o qué coño pasa?
―No eres nuestra cautiva ni mucho menos, pero en este
momento sí que tenemos que estar de acuerdo todos en cómo
actuar, por eso confío en que seas responsable y te quedes por
tu propia voluntad ―le explicó Draven.
Jess miró a su hermana, señalando al guardián celta con el
pulgar.
―Te has casado con un tocapelotas, ¿lo sabías? Además
de ser un ingenuo si cree que puede controlarme como a una
marioneta.
Sasha contuvo la risa, mientras que su esposo puso los ojos
en blanco.
―Creo que puede ser importante para la profecía que
averigüemos los orígenes de Jess ―intervino entonces Thorne
posicionándose del lado de la policía.
―¿En qué puede servir? ―quiso saber Ella.
―No lo sé, solo me guio por una intuición ―respondió el
vikingo.
―Una intuición ―suspiró Draven―. ¿Y merece la pena
arriesgarnos por una simple intuición, bror?
Max se plantó en medio de todos con los brazos en jarras.
―¿Por qué no dejáis que vaya al Vaticano de una vez?
Está claro que no va a dar su brazo a torcer y mantendrá su
atención en lo que quiere averiguar. Nosotros necesitamos que
cuando llegue la hora de la batalla final, la elegida esté con sus
sentidos puestos en ella.
―Un gran discurso, pecas, y muy sentido ―apuntó su
pareja de vida tomándola por los hombros―. ¿Pero qué
ocurrirá si llega el momento y Jessica no está aquí?
―Confío en el destino, él nos guio a todas nosotras hasta
vosotros. Nos ayudó a cumplir nuestros cometidos y estoy
segura de que pasará lo mismo con Jess ―repuso Max,
convencida de sus palabras.
―Acabas de ponerme cachondo ―declaró Varcan
besándola apasionadamente.
―Entonces, decidido ―dijo Jessica con una expresión
sombría en el rostro―. Papaíto, prepárate. Voy a por ti.
Roxie intentaba recabar el máximo de información posible
para cuando volviera a contactar con Talisa, si es que se daba
el caso. Por eso, estaba comprobando que una pequeña cornisa
unía las ventanas de la habitación donde estaba encerrada y la
del resto de las estancias. El problema es que siempre le había
tenido fobia a las alturas, por lo que tendría que armarse de
valor y enfrentar sus miedos.
Respirando hondo, se sentó en el alfeizar de la ventana y
miró hacia abajo. Un mareo le sobrevino, así que cerró los ojos
con fuerza.
―Vamos, Roxie, tú puedes ―se dijo a sí misma para
infundirse ánimos.
Poniéndose en pie con lentitud y las piernas temblorosas,
fue avanzando por la estrecha cornisa. Si se caía, ¿sobreviviría
gracias a la marca de los guardianes? Rezaba porque así fuera,
aunque, de todos modos, sospechaba que el golpe dolería de
narices.
Llegó hasta la primera ventana, que permanecía
semiabierta, y, desde lejos, percibió la voz de Sherezade, que
hablaba con un hombre.
―Queda poco para que el sol esté en su punto álgido y
poder hacer el ritual ―decía la bruja persa.
―Yo ya he llamado a los brujos afines para que se reúnan
con nosotros.
―Bien hecho, Chase ―le felicitó―. Pero los guardianes
están tramando algo, puedo sentirlo.
Roxie agudizó aún más el oído ante aquella mención.
―Por mucho que tramen, no tienen el poder suficiente
para vencerte teniendo el tridente de Mammon.
―Siempre pensamos eso, y, después, se las apañan para
desbaratar nuestros planes. ¡Cómo les odio! ―soltó con
vehemencia―. De todos modos, tengo mucha fe en que los
demonios que liberemos del infierno estén tan cabreados que
se deshagan de ellos y nos los quiten de en medio.
Aquel descubrimiento consiguió que el corazón de Roxie
diera un vuelco.
¿Liberar a los demonios del infierno? ¿Pero qué locura
pensaban hacer?
―Mi señora, llegan los demonios ―le informó una mujer
entrando al salón.
―¿Otra vez? ―preguntó con hastío―. ¿Qué querrán
ahora?
Al escuchar que comenzaban a moverse, la joven deshizo
sus pasos y regresó de nuevo a la habitación que se había
convertido en su cárcel particular.
Cogiendo un papel, escribió en él lo que acababa de
descubrir, con la esperanza de poder darle ese mensaje a
alguien.
Se puso alerta cuando unos pasos se oyeron al otro lado de
la puerta. Pegó su oreja en ella intuyendo que serían los
demonios a los que hicieron mención segundos antes.
―¿Puedes oler eso? ―preguntó una voz masculina.
―Olor a guardián ―respondió otra voz de ultratumba, que
le puso los pelos de punta.
Con un movimiento rápido, la puerta se abrió, haciéndola
caer de bruces contra un duro pecho masculino. Roxie alzó los
ojos y se encontró con el atractivo rostro de Mauronte. Sonrió
aliviada.
―Mauro, qué alegría verte ―afirmó aferrándose a su
camiseta.
―¿Mauro? ―preguntó el demonio enarcando una de sus
negras cejas.
Algo en su expresión le dijo que no era él, su amigo jamás
la miraba de ese modo. Se separó del demonio de golpe,
observándole con desconfianza.
―Eres su hermano, ¿verdad?
―Vaya, parece que has oído hablar de mí ―sonrió de
medio lado―. Sin embargo, yo no sé quién eres tú, y es
extraño, porque conozco a todas las mujeres preciosas de la
ciudad.
―Soy Roxie, la pareja de vida de Abdiel, el líder de los
guardianes del sello.
―Humm, interesante. ¿Y qué haces aquí encerrada?
―Miró hacia dentro de la habitación con curiosidad.
―No creo que eso sea de tu incumbencia, Amaro
―respondió Sherezade llegando hasta ellos.
―¿Es tu nuevo juguete? ―bromeó el demonio.
―En realidad, soy su madre ―le explicó Roxie
suplicándole con la mirada que la ayudara.
―¿Su madre? ―inquirió con el ceño fruncido.
―Es una larga historia y no quisiera aburrirte con mis
problemas familiares ―repuso Sherezade con calma―. ¿A
qué se debe tu visita?
―Pues venía con la clara intención de matarte
―reconoció Amaronte con despreocupación.
―Ya veo. ¿Y puedo saber por qué? ―preguntó mientras
se cruzaba de brazos, sin un atisbo de temor en su tono de voz.
―Por mentirme acerca de Selene ―declaró entre dientes.
―¿Mentirte? ―Soltó una carcajada―. ¿De verdad has
caído en las mentiras de Belial? No te creía tan estúpido.
―No juegues conmigo, bruja ―le dijo con tono
amenazante.
―Te aseguro que no juego contigo, todo lo que te dije es
cierto.
―Registramos el palacio de arriba abajo. Selene no estaba
allí o la hubiéramos encontrado.
―Tu amada Selene está viva y Belial la tiene en su poder,
no puedo saber exactamente dónde la retiene, eso es cosa tuya,
Amaro. Hasta te dispensé un mapa para que te fuera más
sencillo.
―Si me entero de que me engañas…
―No te engaño ―le interrumpió―. De todos modos, no
puedo hacer nada más para que confíes en mí.
Amaronte suspiró y se pasó la mano por su oscuro cabello,
desordenándoselo.
―¿Qué opinas, Cyran?
―Démosle el beneficio de la duda hasta que estemos del
todo seguros de que Belial no la esconde ―murmuró para que
solo él pudiera oírle.
―De acuerdo, Sherezade, confiaré en tu palabra.
―Haces bien, amigo ―sonrió complacida.
―¿Y qué vas a hacer con tu madre? ―inquirió entonces
volviendo su atención hacia la preciosa muchacha de ojos
violetas que le miraba de manera suplicante.
―Nada que deba preocuparte.
Sabía que aquella bruja era una sádica, así que eso de no
preocuparse por lo que iba a hacerle era una utopía. No
obstante, no era problema suyo, así que asintió dispuesto a
marcharse.
―Esperad ―gritó Roxie abalanzándose sobre
Amaronte―. ¡Tenéis que ayudarme! No podéis dejarme aquí.
El demonio la tomó por los hombros y frunció el ceño al
percibir como la joven metía algo en el bolsillo de su pantalón.
―Por favor, madre, no te humilles de este modo ―le pidió
Sherezade con tono de cansancio.
―Quiero volver junto a mi esposo ―dijo separándose de
Amaro y encarándola.
―Lo harás si llega el momento adecuado, pero te pido que
no molestes a mis amigos y vuelvas dentro.
Cyran dio un paso adelante dispuesto a interceder en favor
de Roxie, pero su amigo lo detuvo de forma disimulada.
―Será mejor que nos marchemos para que podáis arreglar
vuestras rencillas familiares ―repuso el demonio, que
percibió la mirada esperanzada que la joven le dirigió.
Cuando abandonaron el edificio de lujosos apartamentos,
Cyran le tomó del brazo y lo volvió hacia él.
―¿Por qué hemos dejado a esa muchacha indefensa en
manos de esa bruja desquiciada?
―Por esto. ―Sacó la nota de dentro de su bolsillo y se la
mostró a su amigo―. Me metió esto en el bolsillo al
abalanzarse sobre mí.
―¿Qué pone?
―Vamos a averiguarlo.
Amaronte desdobló la nota.
Sherezade pretende abrir las puertas del infierno y liberar
a los demonios.
Avisa a los guardianes.
El demonio suspiró. No le extrañaba nada que Sherezade
hiciera tal cosa, era típico de ella montar ese tipo de
revolución.
―¿Qué opinas, Cyran? ¿Deberíamos ceder a la petición de
la joven?
―Sabes que no tenemos otra opción, lo que esa bruja
pretende es muy peligroso para el equilibrio del mundo.
Por desgracia, era verdad. Además, nunca pudo resistirse a
los deseos de una bella mujer.
Capítulo 23
Jessica y Thorne llegaron al Vaticano y, sin más demora, se
acercaron a una de las tumbas sobre la que Thorne colocó la
mano para que se abriera. Cruzaron un largo y lúgubre
pasadizo, hasta llegar a una entrada custodiada por dos
demonios altos y guapos, que los miraron con mala cara.
―¿Te piensas que puedes andar paseándote por aquí cada
vez que te dé la gana, guardián? ―le dijo Gorzal con ironía.
―Queremos ver a Belial ―aseveró Thorne con voz firme.
―Ni de coña. ¡Lárgate! ―espetó Paimon con brusquedad.
―No me moveré de aquí hasta que vea a vuestro rey, así
que, o me dejáis pasar por las buenas o tendré que daros una
jodida paliza, demonios ―los amenazó el vikingo dando un
par de pasos hacia ellos.
―No hay por qué ser tan drásticos ―intervino Jessica.
Temía que aquellos dos demonios pudieran hacer daño a
Thorne, cuando la única que podía darle una paliza, si hiciera
falta, era ella―. Estoy segura de que Belial querrá verme, así
que solo tenéis que informarle y que él decida.
Paimon miró a la joven de arriba abajo.
―¿Por qué iba a querer nuestro rey recibir a una
insignificante humana como tú?
Jess alzó una de sus comisuras en una sonrisa suficiente.
―Porque soy su hija.
Los dos custodios abrieron los ojos sorprendidos.
―Nuestro rey solo tenía una hija y esa no eres tú
―declaró Gorzal.
―¿Estás seguro?
Miró al otro demonio con dudas.
―Deja de inventarte estupideces, puta, y quítate de mi
vista ―le soltó Paimon empujándola por el hombro.
Thorne, al ver aquello, emitió un rugido furioso y se
abalanzó sobre el custodio más alto, descargando sobre él toda
la ira que en ese momento recorría su cuerpo.
¿Cómo se atrevía a tocar a su mujer de ese modo? ¡Iba a
matarlo!
Y había dicho bien, su mujer. Porque en aquel instante
sentía que Jessica le pertenecía y nadie tenía derecho a
despreciarla.
El otro demonio agarró al vikingo por el cuello para
sacarlo de encima de su amigo. Jessica se encaramó a su
espalda y le clavó los dientes en la cara, haciéndole gritar.
―¡Maldita humana! ―exclamó tratando de quitársela de
encima.
―¿Qué está pasando aquí? ―la atronadora voz de Belial
hizo que la pelea se detuviera y que desviaran sus ojos hacia
él.
―Majestad, el guardián y la humana pretendían entrar en
la corte sin permiso ―le explicó Paimon.
Los ojos del rey de los demonios se detuvieron sobre la
joven, que aún permanecía encaramada a la espalda de Gorzal
y que le retaba con la mirada.
Jessica, por su parte, estudiaba al hombre que tenía
enfrente. Era tremendamente atractivo y parecía muy joven,
nunca se lo habría imaginado así. Si fuera un humano
corriente, hasta podría pasar por su hermano, e incluso, un par
de años menor que ella.
Percibía la intensidad que se desprendía de su contacto
visual y sintió cómo se le erizaba la piel.
―¿Puedes bajarte de encima de mi custodio? ―inquirió
con calma, aproximándose más a ella―. Ya conozco al
guardián, pero ¿quién eres tú?
Haciendo lo que le pedía, se plantó ante él con el mentón
alzado y una actitud retadora.
―¿No me reconoces, padre?
Belial frunció el ceño.
―¿Qué patraña es esa, humana?
―Ella no miente ―aseveró el vikingo colocándose junto a
la joven para mostrarle su apoyo.
―Yo solo tenía una hija, Selene, y lo sabes perfectamente,
guardián.
―¿Solo una? ―ironizó Jess―. ¿Te suena de algo el
orfanato St. Germain?
La expresión del rey demonio pasó de incrédula a
sorprendida. Parecía que su respiración se hubiera acelerado y
sus mandíbulas palpitaron.
―Seguidme, es mejor que hablemos dentro ―les ofreció
Belial―. Que nadie nos moleste ―les ordenó a sus custodios
antes de entrar al palacio.
Thorne y Jessica fueron tras él.
La policía miraba todo a su alrededor con curiosidad. Pese
a estar bajo tierra, nada allí olía a humedad, ni parecía lúgubre
o tenebroso, como hubiera esperado de la guarida de un
demonio.
Belial abrió la puerta de una preciosa y opulenta sala, y se
hizo a un lado para dejarles pasar, tras lo cual, entró él y cerró
la puerta a sus espaldas.
―Así que eres mi hija ―fue lo primero que dijo cuando
tomaron asiento.
―No sé. Dímelo tú ―repuso Jessica, irascible por la
actitud pasiva que demostraba.
―¿Margaret os lo contó? ―indagó Belial.
―Ella no nos dijo nada, cumplió su palabra ―se apresuró
a responder el vikingo.
―Somos lo suficientemente inteligentes como para
haberlo descubierto por nuestra cuenta ―añadió Jess―. ¿Tu
intención era que nunca averiguara la verdad?
―Lo cierto es que así es.
―Eres un desgraciado ―espetó con rabia.
Belial se inclinó hacia delante y Thorne se tensó.
―No debes preocuparte, guardián, no voy a hacerle daño
―repuso al percibir su cambio de actitud―. Al fin y al cabo,
es mi hija.
―Solo fuiste un donante de esperma, eso no te convierte
en padre ―espetó Jess.
―¿Para qué has venido, Jessica? ¿Para echarme en cara
haberte abandonado en un orfanato?
―Eso me importa una mierda porque he tenido los
mejores padres que hubiera podido desear.
―Me alegra escucharlo, pero entonces, ¿qué es lo que
quieres?
―Tengo preguntas y quiero que me las respondas.
El rey de los demonios volvió a dejarse caer contra el
respaldo del sillón.
―De acuerdo. Dispara ―accedió con calma.
―¿Quién es mi madre biológica?
―Eso no tiene importancia.
―¿¡Que no tiene importancia!? ―se alteró.
―No, no la tiene.
―Tengo derecho a saberlo, joder.
―Cuida tus modales, Jessica.
―No tienes el puto derecho de decirme lo que debo hacer
o no.
Belial suspiró y se presionó el puente de la nariz como si le
hubiera entrado dolor de cabeza de repente.
―Mira, Jessica, comprendo que estés enfadada conmigo,
no obstante, lo que debes entender es que si te dejamos en ese
orfanato fue por tu bien. Nunca quisimos hacerte daño, pero
sabíamos que con nosotros corrías peligro.
―¿Por qué corría peligro? ―le interrogó Thorne, incapaz
de permanecer por más tiempo en silencio.
―Porque nunca debió nacer y su existencia en sí ya estaba
prohibida.
―Sigo sin entenderlo ―repuso el vikingo confuso.
―Lo sé, y es mejor así ―asintió Belial―. Vuestra
presencia aquí puede ponerla en riesgo, no deberíais haber
venido.
―¿Qué clase de riesgo? ―inquirió Jess.
―De que te metan en un agujero oscuro del que no te
saquen nunca o, peor aún, que terminen con tu corta vida.
―Necesito saber algo más, Belial ―insistió el vikingo―.
¿De quién debo protegerla?
―Verás, guardián… ―Su respuesta se interrumpió cuando
una explosión hizo tambalear los cimientos de todo el palacio.
―¿¡Qué está ocurriendo!? ―exclamó Jessica poniéndose
en guardia.
Thorne la tomó por los hombros y la pegó a su costado
dispuesto a resguardarla de lo que fuera que estuviera pasando.
Como respuesta, aparecieron sus custodios.
―Tiene que marcharse, majestad, Mammon está aquí y
viene acompañado de una horda de demonios ―le informó
Paimon.
―¿Mammon? Creí que estaba muerto.
―Descubrimos hace poco que no era así ―dijo Thorne.
―¡Joder! ―maldijo entre dientes.
―Nosotros le contendremos. Ahora debéis poneros a
salvo, excelencia ―le apremió Gorzal.
Belial asintió y tomando a su hija de la mano, la arrastró
tras él, que caminaba con paso apresurado.
―Venid conmigo, no podéis quedaros aquí.
―¿El rey demoníaco huyendo? Qué decepción ―comentó
la policía para molestarle.
―Debo hacerlo por mis súbditos, Jessica. Mammon es un
demonio muy poderoso y parte de mi ejército no se encuentra
en palacio hoy. Si me dejara llevar por mis impulsos y le
enfrentara, cabría la posibilidad de que me derrotara, y eso
sería una catástrofe para mi pueblo ―le explicó entrando en la
alcoba que él ocupaba, y aproximándose a un cuadro, posó la
mano sobre él.
Una estantería que tenían a su derecha se abrió
revelándoles un oscuro pasadizo.
―¿Qué cojones…? ―murmuró Thorne acercándose a
mirar el lúgubre corredor.
―Es una salida secreta a la que tan solo yo tengo acceso
―le explicó Belial introduciéndose en él, aún sin soltar la
mano de su hija―. Lo que os voy a pedir ahora es que lo que
veáis no trascienda fuera de aquí.
―¿Y qué vamos a ver? ―le interrogó Jess con los ojos
entrecerrados.
―Algo que no me hubiera gustado que nadie descubriera
―suspiró sin dejar de avanzar.
De repente, una voz femenina llegó hasta ellos.
―¿Papá, eres tú?
―Sí, Selene, soy yo.
―¿Selene? ―inquirió Thorne asombrado. Hacia cientos
de años que la hija del rey de los demonios desapareció y
todos la creían muerta.
―Confió en tu discreción al respecto, guardián ―repuso
Belial con una mirada amenazante.
Dentro de una celda decorada de manera lujosa y
confortable, vieron a una preciosa mujer de cabello negro y
rasgados ojos del mismo color. Era alta y su cuerpo esbelto,
dotado con exuberantes curvas en los lugares indicados.
―¿Quiénes son ellos? ―preguntó la cautiva agarrándose a
los barrotes de la celda.
―No tiene importancia ―contestó su padre abriendo las
rejas―. Ahora debemos marcharnos.
―¿Por qué? ¿Qué ocurre, papá?
―Estamos en peligro.
―¿Es otra de tus hijas? ―se horrorizó Jess―. ¿A mí me
abandonaste y a ella la tienes aquí secuestrada?
―¿Otra de tus hijas? ―se extrañó la demonio―. ¿Eso qué
quiere decir?
―Nada ―se apresuró a responder Belial.
―Al parecer, somos hermanas ―le contradijo Jessica.
―¿Hermanas? No entiendo nada ―comentó Selene
confundida.
―Ni falta que hace ―refunfuñó su padre, molesto con los
descubrimientos que estaban haciendo sus hijas y que no le
hubiera gustado revelar nunca.
Se acercó a otra celda y abrió la puerta también, pese a
que, a primera vista, no parecía haber nadie.
―¿Adam? ―inquirió Belial dando un paso dentro de la
cámara con precaución.
―¿A quién busca? ―le preguntó Jessica a Thorne en un
susurro.
―Ahora lo verás ―fue Selene quien respondió,
cruzándose de brazos y sonriendo divertida.
Jessica iba a hacerle más preguntas, cuando Belial salió
volando por los aires. Un hombre de cabello rubio y muy corto
se abalanzó sobre él, golpeándole con los puños como si se
tratara de un luchador de la MMA.
―¿Quién cojones es ese?
―Adam ―respondió la demonio―. Un ángel.
―¿¡Un ángel!? ―exclamaron el vikingo y la policía al
unísono.
Belial le lanzó una llamarada haciéndolo caer hacia atrás.
―Déjate de gilipolleces, Adam. Estamos siendo atacados
por Mammon, debemos huir ―dijo inmovilizándole al colocar
su rodilla sobre el pecho del ángel y poniéndole unas esposas
que desprendían destellos dorados.
―¿Mammon? ¿No estaba muerto? ―indagó el rubio
poniéndose en pie de un salto, cuando se liberó de la presión
que Belial estaba ejerciendo sobre su cuerpo.
―Eso pensaba yo también.
Tirando del musculoso brazo del ángel, lo arrastró por el
intrincado pasadizo. Los otros tres les siguieron, hasta que por
fin llegaron al final y el rey demoníaco abrió una puerta
oculta, emergiendo de nuevo al exterior.
Selene miró a su alrededor, como si hiciera demasiado
tiempo que no veía los rayos del sol, y seguramente, así fuera.
―No lo intentes, Selene ―le advirtió su padre, cogiéndola
por la muñeca.
―No iba a intentar nada, papá ―le dijo la demonio
bajando los ojos al suelo con sumisión.
―Marchaos y poneos a salvo ―les ordenó el rey a Thorne
y a Jess―. No me gustaría que Mammon diera con vosotros.
―Necesitaré explicaciones de todo lo que acabo de
descubrir, Belial ―le advirtió el vikingo.
―Y las tendrás, pero este no es el momento.
El guardián asintió, aceptando aquella respuesta.
Los ojos del demonio se desviaron entonces hacia Jessica.
―Cuídate, hija, y permanece cerca de los guardianes.
Confío en que ellos puedan mantenerte a salvo.
―Desde luego, no será gracias a ti, que no te has dignado
a darme ninguna respuesta ―soltó dolida.
―Solo te diré que, del bien y del mal, de la oscuridad y la
luz, de los polos opuestos, en definitiva, emergen las mejores
cosas.
Capítulo 24
Jessica se sentía frustrada y furiosa.
Conocer a su padre biológico había supuesto una
decepción aún mayor que descubrir que era adoptada. No
mostró nada de empatía por ella, ni tan siquiera un atisbo de
tristeza o arrepentimiento por haberla abandonado.
¿Y qué era eso de que tenía una hermana? Una que, según
le dijo Thorne, llevaba años desaparecida. ¿La habría
mantenido Belial en aquella celda todo ese tiempo? ¿En qué
clase de desequilibrado le convertía eso?
―¿Todo bien? ―le preguntó el guardián una vez entraron
en la habitación del motel donde se detuvieron a descansar.
―Oh, claro, todo perfecto ―repuso sarcástica―. ¿Tú que
crees? He conocido al tío que me engendró y es un puto
psicópata que mantiene secuestrada a mi hermana, de la cual
ni sabía su existencia.
―Belial no es un psicópata.
―¿Vas a defenderle? ―Le encaró furiosa―. ¿¡En serio
vas a defenderle!? ―gritó empujándole.
―Tranquilízate, valquiria ―le pidió Thorne manteniendo
la calma―. No estoy defendiéndole, solo digo lo que pienso.
―Y yo pienso que eres un gilipollas. ―Le empujó de
nuevo.
―Hembra, me estás cabreando.
―Oh, ¿en serio? Qué miedo me das.
―No pretendo darte miedo.
―Es que no podrías aunque lo intentaras, capullo ―espetó
retadora.
―Tienes ganas de pelea, ¿verdad, valquiria? ―Avanzó
hacia ella con paso lento y amenazante, y la mirada clavada en
sus ojos―. Quieres desahogar tu frustración conmigo. Pues
bien, aquí me tienes.
―¡Que te den! Yo no me siento frustrada. Belial me
importa una mierda.
―Puede que él te importe una mierda. De todos modos,
eso no quita que te duela su indiferencia.
―No me duele nada ―negó con vehemencia.
―Eres una mentirosa.
En cuanto escuchó aquella afirmación, Jess trató de
golpearle, pero Thorne consiguió esquivarla, apoyarla contra
la pared y retenerla con una sola mano por las muñecas, que
colocó sobre su cabeza.
―¡Suéltame, capullo! ―vociferó forcejeando con su
agarre.
―No voy a soltarte ―aseveró el vikingo―. Lo que voy a
hacer es follarte para que te desfogues de un modo más
placentero.
La mano libre del guardián se posó en su cintura y fue
bajando con suavidad hasta colarse entre sus piernas sin dejar
de mirarla con fijeza. Le bajó la cremallera de los vaqueros y
exploró con sus dedos dentro de la ropa interior de la joven,
que ya estaba completamente húmeda. Preparada para él.
―Eres tan perfecta para mí, valquiria ―afirmó con la voz
grave―. Siempre estás dispuesta para recibir mi polla.
Jessica jadeó.
―No quiero tu polla, imbécil arrogante ―negó con
cabezonería.
―¿Ah, no? ―inquirió sonriendo de medio lado―. Porque
tu cuerpo no dice lo mismo ―afirmó metiendo un dedo en su
interior.
Jess dejó escapar un suave gemido y cerró los ojos por las
sensaciones que las atenciones de Thorne le provocaban.
―¿Quieres que me detenga? ―preguntó sin dejar de
mover su dedo dentro de ella con brío, mientras que con el
pulgar le frotaba el clítoris―. Dilo y lo haré. Aunque ambos
sabemos que tu coño anhela que mi polla esté dentro de él.
Las caderas de la policía comenzaron a moverse adelante y
atrás al ritmo de los movimientos del guardián. Sin embargo,
este detuvo su mano y se quedó mirando a sus preciosos ojos,
que se apreciaban nublados por el deseo.
―Dime qué quieres, valquiria.
Jessica le miró con rabia.
―Eres un cerdo.
―¿Qué quieres? ―insistió sin hacer caso a sus insultos.
La joven respiró hondo y tragándose su orgullo, dijo:
―Quiero que hagas que me corra.
―¿De qué modo? ―continuó indagando―. ¿Con mis
dedos? ―Los movió en su interior―. ¿Con mi lengua? ―La
pasó sobre los sensuales labios femeninos―. ¿O con mi polla?
―Presionó su erecto miembro contra sus caderas.
―Thorne…
―¿Qué es lo que deseas, valquiria? Dímelo y lo haré.
Con sus ojos verdes grisáceos recorrió las facciones
masculinas. Él también la deseaba, podía percibirlo con
claridad.
―Deseo que me metas la polla y me folles hasta que me
corra ―dijo al fin.
El guardián sonrió ampliamente. Acto seguido, soltó las
muñecas de la joven, que aún tenía retenidas, y tiró de sus
pantalones dejando expuestas sus preciosas y torneadas
piernas.
Jess tampoco permaneció quieta. Con la misma ansia que
demostraba él, comenzó a desnudarle. Cogió el duro miembro
de Thorne y subió y bajó la mano en torno a él, dándole placer.
―¿Y qué es lo que tú deseas, vikingo? ―preguntó
entonces sin detener sus movimientos, mientras iba
depositando sensuales besos sobre su musculoso torso.
―Te deseo a ti, Jess. Desnuda, a cuatro patas y con tu
precioso culo expuesto para mí ―declaró roncamente―.
Quiero notar la humedad de tu coño impregnando mi polla y
follarte hasta que cualquier recuerdo de amantes pasados se
borre de tu mente.
―¿Qué más te dan a ti mis amantes pasados? ―inquirió
con la boca seca y su sexo palpitante ante aquella confesión.
―No puedo soportar pensar en otro hombre tocándote,
valquiria ―respondió cogiendo uno de sus pechos―. Ahora
eres mía.
Asaltó sus labios y Jessica respondió con un ardor igual al
que él demostraba. Cuando sus bocas se separaron, se acercó
con lentitud a la cama y sin dejar de mirarle de manera
provocativa, se colocó en la posición que él describió
segundos antes.
Observando aquel tentador espectáculo, Thorne se pasó la
lengua por los labios y se aproximó a ella. Le soltó una sonora
palmada en su redondo trasero, para después acariciar la zona
enrojecida con veneración.
Sin más demora, colocó la punta de su polla contra el
chorreante sexo de la joven. Podía ver como sus fluidos se
escurrían por sus piernas, demostrando cuan excitada se sentía.
De un fuerte empellón se enterró en su interior, haciéndola
gritar su nombre. Se movió contra ella, follándola con cierta
agresividad y asestando alguna que otra cachetada sobre sus
nalgas.
Jessica se sintió más excitada de lo que lo estuvo en toda
su vida. Thorne la hacía arder de un modo que no sabía ni que
pudiera ser posible.
Alargando una de sus grandes manos, el hombre la posó
sobre su vagina, friccionando con brío su clítoris, empujándola
más y más al ansiado orgasmo.
―Quiero mirarte a los ojos ―le suplicó la joven.
Saliendo de dentro de ella, la ayudó a tumbarse en la cama
de espaldas, para después volver a meterse dentro de ella. Jess
se agarró a sus hombros dejándose llevar por el placer que las
profundas penetraciones del guardián causaban en ella.
El cuerpo de la joven se puso rígido mientras el estallido
de placer se desataba dentro de ella. Era como si su cuerpo
estuviera en llamas. Thorne, por su parte, emitió un rugido
antes de correrse dentro de ella.
Sin ser consciente de sus actos, Jessica ladeó la cabeza,
aún sintiendo los últimos coletazos de aquel arrasador
orgasmo, y clavó los dientes en su antebrazo. El sabor
metálico de la sangre sobre su lengua le resultó delicioso, a la
vez que un acto íntimo y especial.
―¿Qué pollas acabas de hacer? ―inquirió separándose de
ella y observando como la marca de sus dientes emitía
destellos dorados.
―¿Qué? Yo… nada ―respondió confundida.
―¿Me has marcado?
―¿Cómo quieres que lo sepa? ―repuso molesta―. Se
supone que eres tú el que entiende de esto.
―Si en mi puta vida he visto nada igual, ¿qué mierda voy
a saber? ―rugió con brusquedad.
―Eres un gilipollas ―dijo Jessica entre dientes
levantándose de la cama y comenzando a vestirse.
―¿Adónde coño vas? ―preguntó Thorne incorporándose
también.
―A cualquier parte donde no tenga que ver tu maldita cara
de capullo.
―¡No vas a salir de aquí! ―bramó plantándose delante de
la puerta.
―¿Me estás dando una orden? ―se sorprendió.
―Puedes apostar todo lo que tengas a que sí.
―No soy un puto perro, ¿sabes?
―No, solo eres la hija del rey de los demonios, el cual me
ha dicho que debo protegerte de un peligro que no tenemos ni
puta idea de qué se trata. Así que sí ―enfatizó―, me vas a
hacer caso y no vas a abandonar esta habitación, aunque tenga
que atarte y amordazarte para ello.
Jessica alzó el mentón, dispuesta a seguir discutiendo con
él. Sin embargo, en el fondo, era consciente de que tenía
razón, aunque no pensaba reconocerlo en voz alta.
―No necesito otro padre, ya tengo demasiados ―bufó
disgustada, dándose media vuelta y metiéndose en el baño
propinando un portazo.
Unas horas después, estaban montados en el avión de
camino a San Francisco.
Ninguno de los dos consiguió dormir nada esa noche y
tampoco se dirigieron la palabra hasta que Jessica dio el
primer paso.
―¿Te duele aún el mordisco que te di anoche?
Thorne desvió los ojos hacia la marca de dientes que aún
se apreciaba en su antebrazo.
―No, no me duele.
―¿Y por qué no ha cicatrizado del todo? ―siguió
indagando la joven.
―Será otro de tus dones misteriosos ―bufó.
―Pues menudos dones ―se quejó.
―Lo de revivir no está mal, ¿no crees? ―preguntó con
una ceja alzada.
―¿Piensas que lo heredé de mi papá demonio o de mi
desconocida mamá? ―ironizó.
Thorne rio roncamente.
―Supongo que será una mezcla de ambos ―le respondió
desviando su rostro para poder mirarla a los ojos.
Una corriente eléctrica circulaba entre ellos, en especial,
cuando la gran mano del guardián se posó sobre la mejilla de
la joven.
―¿Y de quién heredaste la belleza, valquiria? Es la más
jodidamente deslumbrante que haya visto jamás.
Jessica sonrió y, girando levemente sus labios, besó su
palma con ternura.
―Intuyo que de la misma persona que adquirí la mala
leche ―bromeó.
Las comisuras de los labios de Thorne se elevaron, justo
antes de inclinarse sobre ella para besarla. No obstante, no
pudo hacerlo porque un demonio trató de abalanzarse sobre
Jessica. El guardián, gracias a sus agudizados sentidos, pudo
desviar su ataque y le hizo estrellarse contra una de las paredes
del avión.
El caos se desató y los humanos, asustados, empezaron a
gritar y a correr tratando de huir de la pelea.
―¿Qué cojones quieres, demonio? ―inquirió el vikingo,
pudiendo percibir su olor y poniéndose en pie con las piernas
separadas, dispuesto a matarle por haber tratado de hacerle
daño a su mujer.
―No tiene nada que ver contigo, guardián. Mantente al
margen ―le pidió el devorador de pecados con los ojos
rojos―. Esto es entre esa zorra y yo. ―Señaló a la policía.
Jessica, colocándose junto a Thorne, levantó el mentón y le
enfrentó sin demostrar una pizca de miedo a pesar de tenerlo.
―¿Es a mí a quién quieres? Pues ven a buscarme, capullo
―le retó.
El demonio gruñó y le enseñó los dientes.
―Voy a desgarrarte la garganta para que aprendas a no
faltarme el respeto, princesita ―la amenazó y la llamó
princesita, demostrando que sabía que era la hija biológica de
su rey.
Tras decir aquello, echó a correr hacia ella.
Jess se preparó para recibir su envestida, pese a que esta no
llegó. Thorne emitió un grito de guerra y empezó a pelear de
un modo brutal contra el demonio. Ambos se golpeaban sin
cesar, destrozando los asientos y cualquier cosa que se les
cruzara en el camino.
Los pasajeros comenzaron a ponerse aún más histéricos,
por lo que Jessica, usando sus conocimientos como policía,
intentó calmarlos, aunque sin dejar de mirar por el rabillo del
ojo que aquel desgraciado no le hiciera daño a su vikingo. Ella
podía darle una paliza, pero que no se le ocurriera a nadie más
hacerlo, porque ahí es cuando se ponía en plan asesina y le
entraban ganas de comenzar a despellejar.
El guardián, por su parte, tenía arrinconado al demonio,
que veía con claridad que iba a serle imposible vencer a
aquella mole de puro músculo.
―¿Qué es lo que quieres de Jessica? ―le preguntó Thorne
tomándolo por la camiseta e inmovilizándolo contra la pared
del avión―. Contesta y te dejaré vivir.
―Ella no puede existir.
El vikingo frunció el ceño.
―¿Qué quieres decir? ¿Es por ser hija de Belial?
El demonio rio.
―No lo sabes, ¿verdad?
―¿Qué tendría que saber?
―Simplemente, que ella arruinará el equilibrio de todo
―respondió de forma misteriosa―. Es una bomba que puede
estallar en cualquier momento, por eso, no voy a permitirlo.
Tomando desprevenido al guardián, que cavilaba sobre sus
palabras, le empujó haciéndole caer hacia atrás, y corriendo
hacia la puerta del avión, la agarró con fuerza.
―¿Qué vas a hacer? ―inquirió Jessica temiéndose lo peor.
―Adiós, princesa ―le sonrió de forma sombría―.
Envíale saludos a tu mami de mi parte.
De un tirón arrancó la puerta del avión, y el cambio de
presión que eso ejerció tiró de él hacia fuera, arrojándolo al
vacío.
Los humanos gritaban y trataban de agarrarse para no tener
la misma suerte que el demonio. Thorne, echando mano de
todas sus fuerzas, consiguió desanclar la puerta del lavabo y
avanzando por el pasillo con ella, la puso contra la salida del
avión. Aquello no detuvo que continuaran cayendo, pese a que
sí consiguió que la fuerza de arrastre no fuera tan intensa.
―¡Vamos a estrellarnos! ―gritó Jess para que el vikingo
pudiera oírla por encima del ruido ensordecedor que había a su
alrededor.
―Lo sé ―respondió con la voz ronca por el esfuerzo que
hacía para mantener la puerta en su lugar.
―¿Y qué podemos hacer? ―Fue tambaleándose hasta él.
―Puedes rezar para que revivas de nuevo cuando el avión
se haga pedazos.
―No estoy preocupada por mí, sino por toda esta gente.
―Señaló a los histéricos pasajeros, entre los que se
encontraban ancianos, jóvenes, niños…
El guardián maldijo entre dientes.
―No puedo hacer nada por ellos, Jess ―se lamentó.
La respiración de la policía comenzó a acelerarse. No
podía permitir que aquellas personas inocentes murieran por
su culpa.
Cerró los ojos al sentir como su corazón latía tan acelerado
que parecía que fuera a darle un paro cardíaco. Notó una
energía desconocida recorrer su cuerpo y entonces estiró las
manos con las palmas hacia arriba. De estas surgieron rayos
dorados, del mismo color que sus ojos cuando los abrió.
Thorne la miraba anonadado, estaba preciosa, con su pelo
sacudiéndose en torno a aquella extraña energía. Era la pura
imagen de la valquiria que siempre imaginó.
La caída del avión pareció ralentizarse hasta que
aterrizaron, con cierta brusquedad, pero sanos y salvos.
El guardián soltó la puerta del baño y tomó a la joven por
los hombros, haciéndola salir del trance donde parecía estar
inmersa.
―¿Estamos todos bien? ―preguntó parpadeando varias
veces.
―Gracias a ti, sí ―respondió mirándola de arriba abajo
para asegurarse de que ella estuviera ilesa―. ¿Qué acabas de
hacer?
―No tengo ni idea ―reconoció.
―¡Es un milagro! ―exclamó una anciana―. Esa
muchacha de ahí ha hecho un milagro. Yo la vi.
―Yo también ―aseguró otro hombre, consiguiendo que
todos los pasajeros empezaran a cuchichear sobre ella.
―Será mejor que nos vayamos ―murmuró Thorne
tomándola de la mano y arrastrándola fuera del avión
estrellado.
―¿Esto puede ser gracias a mi sangre demoníaca? ―quiso
saber Jessica.
―Jamás he visto a un demonio hacer algo así.
Continuaron alejándose con paso rápido, hasta que vieron
como el demonio que los atacó trataba de encontrar un brazo
que perdió durante la caída. No obstante, este se encontraba a
los pies del guardián, que se agachó a cogerlo.
―¿Buscas esto? ―le preguntó con el brazo en la mano.
El demonio se volvió a mirarlos con los ojos muy abiertos.
―¿Cómo habéis conseguido aterrizar? Es imposible.
―Nada es imposible, gilipollas ―enfatizó antes de
golpearle con su propia extremidad. Después, se colocó tras él
y le rompió el cuello―. Esto le hará dormir unas horas, por lo
menos, hasta que envíen el jet a por nosotros.
―¿Te lo vas a llevar? ―inquirió Jess con una ceja
enarcada.
―Por supuesto, y le sacaré lo que sabe a golpes, te lo
aseguro.
Capítulo 25
Llegaron a San Francisco junto al demonio, al que Thorne lo
único que consiguió sonsacarle fue que se llamaba Vasili. Sin
embargo, Mauronte lo conocía bien. A él, y al clan de
demonios al que pertenecía.
Además, era el mismo demonio al que Azazel vio junto a
la taberna, al que le robó la nota del bolsillo y por la que
descubrió que Mammon estaba de vuelta.
―¿Qué quiere Mammon de Jess? ―le preguntó Mauro,
que seguía interrogando a Vasili (que colgaba del techo), junto
a Thorne, Jessica y Maera.
―¡Que te jodan! ―espetó el cautivo con rabia.
El vikingo, harto de sus continuas negativas a darles
información, sacó el puñal que llevaba a la espalda, en la
cinturilla de sus vaqueros, y sin previo aviso, se lo clavó en el
ojo. El demonio soltó un alarido de dolor. Y aún fue más
estridente cuando el guardián empezó a retorcerlo.
―¡Habla de una jodida vez si no quieres que te corte a
pedazos! ―rugió con furia.
―Jamás diré nada, así que mátame y acaba con todo
―dijo Vasili entre dientes.
―Eso sería demasiado piadoso, demonio. ―Sacando la
daga de su cavidad ocular, la clavó en su abdomen rajándoselo
de arriba abajo y consiguiendo que sus tripas se fueran
desparramando a sus pies.
Jess, a pesar de haber visto muchas cosas a lo largo de su
carrera policial, desvió la mirada del grotesco espectáculo que
tenía frente a ella.
―Madre mía, guardián, estás dejando el suelo perdido
―comentó Maera con ligereza.
―Y más que lo va a estar cuando empiece a extraerle los
órganos uno por uno ―sentenció entre dientes.
―No conocía esta vena sádica que tienes. ¡Me gusta!
―aseguró la sexi demonio sonriendo de par en par.
―Vasili, habla ―le rogó Mauro dándole ligeras
palmaditas en la cara cuando vio que estaba a punto de perder
el conocimiento―. No merece la pena alargar esta tortura.
―No podemos permitir que la elegida empuñe la espada
divina ―murmuró justo antes de desvanecerse.
―¿Por qué? ―inquirió Thorne zarandeándole con
violencia―. ¿¡Por qué cojones no puede empuñarla?
¡Contesta!
―Tranquilo, amigo, hasta que no recobre la consciencia,
no podrás obtener más respuestas. ―Mauronte trató de
apaciguarle posando una mano sobre su ancho hombro.
―¿Qué habrá querido decir con eso de que no pueden
permitir que empuñe la espada divina? ―caviló la policía.
―Y otra cuestión importante ―apuntó Maera―. ¿En qué
puede afectar a Mammon que eso ocurra?
―Por si no teníamos suficiente con la puta bruja persa
tocando las pelotas, ahora encima también quiere jodernos ese
maldito demonio desquiciado ―dijo Thorne entre dientes.
―No es nada bueno que Mammon la quiera muerta
―repuso Mauro, preocupado por lo que pudiera estar
tramando su congénere.
―De maravilla ―ironizó Jessica cruzándose de brazos―.
Soy el blanco de todos los locos paranormales que andan
sueltos.
―No te preocupes, linda, entre todos te protegeremos
―afirmó la demonio.
―No te ofendas, pero no lo creo. Me parece que soy yo
quien os tiene que salvar el culo a todos ―refutó Jess con una
sonrisa dibujada en el rostro, haciendo reír a Maera. Le caía
muy bien aquella mujer.
Unos toques en la puerta hicieron que todos se volvieran.
Azazel apareció ante ellos con el semblante serio.
―¿Pasa algo malo? ―inquirió Mauronte aproximándose a
él. Az no perdía la sonrisa jamás, por eso, que pareciera tan
circunspecto le preocupaba.
―Hay dos custodios de Belial en la puerta. Han venido a
por Maera ―les informó.
Todos los presentes clavaron sus ojos sobre la aludida, que
respiró hondo y alzó el mentón.
―Parece que ha llegado la hora de enfrentarme a mí
castigo ―comentó, andando con paso firme hacia la salida de
la estancia.
Mauro la tomó por el brazo, deteniéndola, y la abrazó con
afecto.
―Convenceré a Belial para que te libere lo antes posible
―le juró su buen amigo.
―Le di mi palabra, así que cumpliré con el castigo que él
crea conveniente. Además, estoy segura de que si eres tú quien
le pide mi libertad, solo conseguirás que mi cautiverio se
alargue —apuntó, teniendo en cuenta la animadversión que
sentía Belial hacia su amigo.
―¿Por qué la reclama mi padre? ―preguntó Jessica a
Thorne en un susurro.
―Le dio su palabra de ser su esclava si perdía el tridente
―respondió el guardián.
Aquella información hizo que se enfureciera.
―¿Qué tipo de sádico es el hombre que me engendró? ¿Le
gusta coleccionar rehenes o qué? No lo entiendo ―bufó con
incredulidad.
―No podéis dejar que se la lleven ―suplicó Sasha
irrumpiendo en la estancia con lágrimas en los ojos.
―No podemos impedírselo, conejita ―Draven,
caminando tras ella, intentaba que lo entendiera.
―¡Me niego a que sea una esclava por mi culpa!
―exclamó entre sollozos.
―¿Por tu culpa? ―indagó Jess pasando un brazo por
encima de sus hombros.
―Todo esto le está ocurriendo por intentar ayudarme ―le
explicó su hermana acongojada.
―No quiero que te pongas así, linda ―le pidió Maera
tomando el rostro de Sasha entre las manos―. Estaré bien.
Solo es un cambio de aires. ―Con lentitud la besó con
suavidad en los labios―. Volveremos a vernos. ―Tras
guiñarle un ojo, se marchó en compañía de los custodios.
Entonces, la joven artista rompió a llorar desconsolada.
Draven la abrazó y mirando al demonio torturado (al que su
esposa ni había visto con los nervios), se la llevó de allí para
que no tuviera que pasar por el trance de presenciar tan
grotesco espectáculo.
Jessica fue tras ellos, preocupada por su hermana. Odiaba
verla llorar y mucho más, sabiendo que el sufrimiento se lo
estaba provocando el demonio que la engendró.
―Esto es una mierda ―maldijo Mauronte, haciendo
añicos una silla que lanzó contra la pared.
Maera era su amiga, casi como una hermana para él.
Habían estado juntos a lo largo de los siglos, y pensar en la
humillación que para ella supondría ser la esclava de Belial, le
dolía.
―Va a estar bien ―le aseguró Az palmeando su espalda.
―Claro que no. ¿Cómo va a estar bien?, ¡joder!
―masculló entre dientes antes de abandonar la estancia
seguido de su amigo.
―Menuda se está montando, ¿no? ―inquirió Varcan
asomando la cabeza por la puerta y emitiendo un silbido de
admiración al ver a Vasili con las tripas fuera―. Qué obra de
arte has creado, bror. Eres casi como Jack el destripador 2.0.
―Las chicas están todas pensando en organizar una
revuelta contra Belial ―explicó Elion llegando junto a ellos.
―¡Las jodidas cosas cada vez se complican más, maldita
sea! ―siseó el vikingo con los dientes apretados.
―Seguro que todo acaba volviendo a su cauce ―dijo
Elion intentando autoconvencerse de ello.
―Por cierto, bror, ¿a qué hueles? ―preguntó entonces
Varcan olisqueando en torno al vikingo―. Es como si
estuvieras marcado por un hada madrina. Hueles como a
caramelo o algo así.
Thorne suspiró.
―Puede que sea por esto. ―Les mostró la marca de
dientes de Jessica.
―Pero qué coño… ―el highlander agarró su brazo y miró
la marca con curiosidad―. ¿Te lo ha hecho tu mujer?
―Me lo ha hecho Jessica ―rectificó Thorne.
―Menuda fiera. Aunque no me extraña, siempre supe que
lo sería ―repuso el guardián de la cicatriz con admiración.
―¿Tenéis alguna puta idea de cómo ha podido marcarme
sin ser uno de nosotros?
―Yo nunca vi u oí nada parecido ―respondió Elion―. De
todos modos, investigaré al respecto.
―Te lo agradezco, bror.
―No me lo puedo creer. ¿Qué más te ha hecho la poli
buenorra? ¿Dónde está mi hermano el brutote? ―preguntó
Varcan divertido―. ¿Te lo agradezco? ¿Acabas de decir eso?
―No me toques la polla que no estoy de humor
―refunfuñó el aludido.
―¡Ese es mi chico! ―vitoreó Varcan con su habitual
sentido del humor—. Uff, ya pensaba que te perdíamos.
En ese momento, Vasili gimió dolorido, dando muestras de
que comenzaba a despertarse.
―Dejadme solo, que voy a seguir «interrogando» a
nuestro invitado ―declaró Thorne cogiendo de nuevo la daga
del suelo.
―Yo me quedo ―respondió el guardián de la cicatriz
acomodándose en un sillón―. Estoy deseando ver cómo se la
clavas y le arrancas unos cuantos gritos. Eso siempre me pone
mucho, sea en el escenario que sea.
Capítulo 26
Nikolai, Keyla y Talisa llegaron a San Francisco para que
todos estuvieran juntos de cara a la batalla final. Fue en ese
momento cuando Amaro apareció frente al bloque de
apartamentos de su hermano y tomó a la ciega anciana por el
brazo.
―Espera un segundo, que tengo un mensaje que darte.
―¿Qué es lo que quieres, Amaronte? ―inquirió Nikolai
poniéndose en guardia.
―Nada de lo que debas preocuparte ―le aseguró,
depositando el papelito que Roxie le dio en la mano de la
vidente―. Solo he venido para daros esto.
―¿Qué es? ―preguntó Talisa.
―¿Por qué no lo miras tú misma? Ah, no, que no ves ni
tres montados en un burro ―repuso tratando de mostrarse
gracioso.
La anciana no pareció inmutarse ante su pulla,
simplemente sonrió y dijo con calma:
―En ocasiones lo agradezco, nunca me gustó mirar a
imbéciles como tú a la cara, muchacho.
Amaro le devolvió la sonrisa.
―Vaya, tienes muy malas pulgas, vieja.
―Y también buenos colmillos, así que no me tientes a
soltarte un mordisco, graciosillo ―sentenció alargando la
mano con la nota para que Nikolai la cogiera y pudiera
leerla―. ¿Qué es lo que pone?
El guardián se apresuró a leerla y soltó un bufido de
frustración.
―Parece ser que nuestros problemas continúan
aumentando ―comentó alzando sus ojos hacia el demonio―.
¿Quién te ha entregado esta nota?
―Una buena amiga vuestra.
―¿Roxie? ―inquirió Keyla.
―Chica lista ―la alabó el demonio, antes de darse media
vuelta para alejarse.
―Si te la ha dado ella, ¿por qué no nos dices dónde está?
―intervino de nuevo Talisa.
―Verás, momia, eso es una cuestión que no tiene nada que
ver conmigo ―repuso Amaro con descaro.
―Háblale con respeto, demonio ―le exigió Nikolai.
―No te preocupes, guapetón, hay hombres que no saben
lo que es eso ―aseveró agarrándose al brazo del guardián para
que la condujera al interior del edificio.
―¿Vas a decirnos qué pone en la nota? ―insistió la
doctora.
―Dice que Sherezade pretende abrir una puerta al
infierno, para que los demonios condenados queden libres.
―Por si no teníamos suficiente con los demonios que ya
pululan por la tierra ―se lamentó Talisa.
―¿Roxie ha vuelto a contactar contigo? ―le preguntó
Abdiel a la vidente con cierto tono de ansiedad, nada más
traspasar la puerta del apartamento.
―Lo siento, guapetón, pero no ―respondió la anciana con
pesar―. No obstante, acabamos de recibir un mensaje suyo.
―¿Un mensaje? ¿Cuál?
―Amaronte nos ha entregado una nota escrita por Roxie,
en la que nos advierte que Sherezade planea abrir una grieta al
infierno para liberar a los demonios condenados ―le explicó
su hermano.
El líder de los guardianes se pasó las manos por el pelo y
comenzó a andar por la estancia, como si fuera un tigre
enjaulado.
―¿Por qué tenía Amaronte ese mensaje?
―No quiso contárnoslo, ni tampoco donde está ella
―respondió la anciana.
―¡Joder! ―maldijo entre dientes—. Si llega a ocurrirle
algo malo, Amaronte será hombre muerto.
Talisa podía sentir la angustia que experimentaba.
―Podemos tratar de contactar con ella como hicimos la
última vez ―sugirió―. Así nos aseguraríamos de que
continúa sana y salva.
―Es peligroso, Talisa ―intercedió Keyla―. Ya te
expliqué que el hechizo que debo usar es muy poderoso.
―La última vez no me ocurrió nada malo ―insistió.
―¿Es posible? ―preguntó Abdiel esperanzado.
―Posible es, pero…
―Si es posible, hagámoslo ―la interrumpió Talisa.
Keyla desvió los ojos hacia su marido, quien se encogió de
hombros, dándole la libertad para decidir qué quería hacer.
―Si te encuentras mal en algún momento…
―Te lo diré, no te preocupes ―la interrumpió
nuevamente.
La doctora suspiró y asintió.
―Necesito que estemos en un sitio tranquilo ―solicitó la
joven bruja.
―Venid conmigo ―les pidió Abdiel, acompañándolos a
un estudio que había en el apartamento que ocupaba―. ¿Aquí
os parece bien?
―Sí, este lugar es perfecto. Gracias ―respondió Keyla
ayudando a la vidente a sentarse en un cómodo sillón―.
¿Estás segura de esto? ―insistió una última vez.
―No te preocupes por mí, polluela, estaré bien.
―Más te vale. ―La doctora la abrazó antes de
posicionarse frente a ella y colocar las manos contra sus
sienes.
Comenzó a murmurar el hechizo de vinculación que le
sirvió la última vez. La consciencia de Talisa voló hasta
conectar con la de Roxie.
«Polluela, ¿estás ahí?».
«Talisa, ¡qué alegría escucharte! Necesitaba conectar
contigo».
«¿Ocurre algo malo? ¿Tú estás bien?», preguntó la vidente
preocupada.
«Yo estoy bien, ese no es el problema. Lo que sucede es
que ya sé que planea Sherezade y es algo inminente»,
respondió con cierta ansiedad en la voz.
«Por eso no te preocupes, Amaronte nos acaba de hacer
llegar tu mensaje».
Talisa sentía una fuerte presión en su cabeza, que a cada
instante se volvía más intensa.
«Entonces, ya sabéis que sus planes son liberar a todos los
demonios que arden en el infierno».
La vidente, que cada vez se sentía más débil, usó las
últimas fuerzas que le quedan para seguir preguntando.
«¿Sabes cómo piensa conseguirlo?».
«Lo único que sé es que lo hará a través de un ritual con el
tridente de Mammon».
La mujer sintió un fuerte mareo y se tambaleó hacia
delante, perdiendo la conexión con Roxie.
―Talisa. ―Nikolai la tomó por los hombros para evitar
que cayera al suelo.
―¿Estás bien? ―se preocupó Keyla, que puso dos dedos
en su cuello para tomarle el pulso.
―Sí, sí…, no te preocupes ―mintió. En realidad, sentía
que podía desvanecerse en cualquier momento.
―¿Has conseguido contactar con Roxanne? ―preguntó
Abdiel impaciente.
―Sí, he hablado con ella ―respondió carraspeando para
aclararse la voz―. Lo principal es que está bien, la he notado
con fuerza. Me ha dicho cómo pretende abrir esa puerta al
infierno.
―¿Y cómo lo hará? ―inquirió el líder de los guardianes
con el ceño fruncido.
―A través de un ritual que puede hacer gracias al tridente.
Los tres se miraron entre sí al recibir aquella información.
―Si finalmente lo consigue, se desatará el caos ―apuntó
Nikolai.
―Va a lograrlo, guapetón, no tengo ninguna duda de ello
―dijo la vidente―. La cuestión es que sepáis contenerla.
―Debemos decirle al resto lo que hemos descubierto
gracias a Roxanne ―terció Abdiel.
―Me parece bien ―asintió Talisa―. Hacedlo, yo me
quedaré descansando unos segundos para recuperarme.
―Me quedo con ella ―se ofreció Keyla.
―No, muchacha, no hace falta ―declinó su
ofrecimiento―. Solo necesito descanso y puede que debas
estar presente para elaborar el plan de contraataque. Ahora
mismo, eres la única bruja que tenemos cerca.
La joven doctora la estudió con el ceño fruncido, antes de
asentir y abandonar la estancia, no muy convencida de que la
anciana fuera sincera en cuanto a su estado de salud. Y tenía
razón, ya que en cuando se quedó sola, Talisa se dobló sobre sí
misma con unas tremendas ganas de vomitar.
No sabía si sería capaz de aguantar otro hechizo de
aquellos, aunque lo volvería a hacer si con ello conseguía
ayudar a sus amigos de algún modo. Ella ya era lo bastante
vieja como para sacrificarse en su favor.
Sintiéndose frágil, se puso en pie para ir a buscar un aseo
donde poder vomitar, pero al salir al corredor, unos gemidos
roncos llamaron su atención. Nada más entrar en otra de las
estancias, un fuerte olor a sangre inundó sus fosas nasales.
―¿Hola? ¿Hay alguien? ―preguntó la vidente.
―¿Quién eres tú? ―inquirió una voz ronca que no
reconoció, por lo que supuso que sería el demonio al que
tenían cautivo, según le contó Nikolai durante el vuelo.
―Nadie que deba preocuparte ―contestó la anciana
avanzando hacia él.
―Si has venido a seguir interrogándome, pierdes el
tiempo. No voy a contaros nada, aunque me torturéis hasta la
muerte ―repuso con rabia.
―Tranquilo, muchacho, no me hace falta que me cuentes
nada ―le aseguró alargando una mano hasta posarla sobre su
pegajoso torso desnudo.
Imágenes de Vasili hablando con Mammon aparecieron en
la mente de la vidente. Pudo ver como el peligroso demonio
explicaba que consiguió liberarse de su prisión, gracias a
engañar a Sasha en la gruta, donde la manipuló para que
rompiera la caja de Selma, a la que estaba vinculado su
cautiverio.
También descubrió que tenía constancia del plan de
Sherezade de liberar a los demonios del infierno, y pretendía
usarlo a su favor, reclutándolos como parte de su ejército.
Indagó aún más en los recuerdos de Vasili y alcanzó a ver
que el lugar donde abrirían el portal al infierno era en el
Golden Gate, ya que parecía tener una energía mística ideal
para el ritual. Y, además, aquella noche sería el momento ideal
para iniciarlo.
Interrumpió el contacto con el demonio sintiéndose aún
más mareada que antes.
―¿¡Qué me has hecho, vieja!? ―exclamó Vasili
intentando liberarse por enésima vez.
―Solo conseguir la información que necesitaba.
Sin escuchar ninguna de sus protestas, se encaminó al
salón seguida de su inseparable amigo felino.
Los guardianes, sus mujeres y los demonios que eran
afines a ellos, discutían sobre el modo de afrontar que el
infierno se abriera, cuando Talisa hizo acto de presencia.
―No creo que tengáis demasiado tiempo para planear
nada. En un par de horas, en el Golden Gate, comenzará el
principio del fin ―aquella afirmación consiguió captar la
atención de todos.
―¿Cómo estás tan segura? ―indagó Abdiel acercándosele
a tomarla del brazo para ayudarla a sentarse. Parecía muy
pálida y temió que se desmayara si no lo hacía.
―Pude verlo en la mente del demonio que tenéis atado y
cubierto de sangre ―confesó.
―¿Y cómo sabe Vasili de los planes de la bruja persa?
―inquirió Mauronte.
―Porque Mammon pretende usar a esos mismos demonios
que se liberen para crear un ejército mucho más grande y letal
―le explicó la vidente.
―Parece que será una reunión multitudinaria ―ironizó
Varcan.
―También he descubierto cómo consiguió liberarse
Mammon. ¿Puede ser que hablaras con alguien misterioso en
alguna gruta, Sasha? ―preguntó al aire, sin saber dónde se
hallaba la artista exactamente.
―Emm… yo… sí ―contestó la joven con inseguridad.
―¿Qué? ¿Cuándo? ―quiso saber Draven extrañado―. No
me dijiste nada.
―Fue la noche que escapé. La voz de aquel extraño me
dijo que no podía decirle a nadie lo que hablamos, porque esa
sabiduría solo podía llegar a mí, que soy la llave ―expuso
Sasha―. Me explicó que los objetos que dibujaba no debía
encontrarlos o usarlos, sino destruirlos. Por eso lo hice con la
caja de Selma.
―Gracias a eso consiguió liberarse ―apuntó Talisa―. Su
cautiverio estaba ligado a esa caja.
―Dios mío, todo es culpa mía ―se lamentó la artista―.
Soy un desastre.
―No sabías lo que ocurriría ―la defendió Draven
tomando su rostro entre las manos―. Solo querías ayudar.
―Si todo lo que ha dicho Talisa es cierto, no tenemos
tiempo que perder ―intervino Jessica con decisión
empuñando la espada divina―. Así que vayamos a patearles el
culo a esos demonios y a la loca que los liberará.
―Todo eso está muy bien, Electi, pero antes debes tener
una última batalla contra mi guardián vikingo en el templo
sagrado ―habló la Diosa Astrid sobresaltándolos a todos,
puesto que nadie la oyó llegar.
―¿Y a qué esperamos? ―enfatizó la policía con los ojos
brillando con destellos dorados, como la valquiria que Thorne
siempre vio en ella.
Capítulo 27
Sasha llevó de nuevo a Thorne y a Jess al templo donde
estuvieron entrenando hacía unos días.
Helga los recibió con expresión preocupada.
―¿Ha ocurrido algo malo? ¿Qué hacéis de nuevo aquí?
―le preguntó a su amigo, mientras Jessica se vendaba las
manos como lo hacía cada vez que iba a luchar.
―Aún no, pero está a punto de ocurrir ―le explicó Thorne
tratando de mantener la calma―. ¿Tú estás bien? ¿Has
recibido algún castigo por ayudarnos a volver a la tierra?
―No, nuestra Diosa entendió por qué lo hice.
Su amigo asintió aliviado. Se preocupó pensando que
cargaría con las consecuencias de ayudarles.
Desviando su mirada hacia Jessica, que estaba haciendo
unos estiramientos en el centro del campo de entrenamiento
para calentar los músculos, no pudo evitar pensar en su
valquiria luchando contra una horda de demonios vengativos y
la bruja que los lideraría, y le pareció una imagen aterradora.
―¿Estáis aquí para refugiaros? ―continuó preguntando
Helga.
―No. La Diosa insistió en que debíamos tener un último
entrenamiento antes de la jodida batalla final.
―Te noto tenso ―apuntó cogiendo su mano―. ¿Estás
preocupado por Electi?
El guardián apretó los dientes y desvió la mirada.
―Estoy inquieto por lo que está por venir y por todas las
personas que sufrirán por culpa de la ambición de la bruja
persa, sus secuaces, Mammon, y la puta madre que los parió a
todos. ¡Joder!
―Seguro que todo sale bien ―intentó calmarle
acariciándole el brazo. Entonces se percató de la señal de
dientes que marcaba su piel―. ¿Quién te ha hecho esto?
Thorne frunció el ceño al percatarse de que no era la
primera vez que veía algo similar.
―Has visto algo parecido alguna vez, ¿verdad?
―preguntó para asegurarse de que no le fallaba la intuición.
Helga asintió.
―Es una marca divina.
―¿Marca divina? ―repitió. Era la primera vez que oía
hablar de ella.
―Cuando los Dioses se emparejan, dejan sobre sus almas
gemelas esta impronta para que, pase lo que pase, el resto de
los seres celestiales sepan que ese ser pertenece a un Dios
determinado.
―¿De qué coño estás hablando, Helga? ―no podía acabar
de asimilar lo que escuchaba.
―¿Quién te la hizo, Thorne? ―insistió su amiga―. ¿Fue
Electi?
―Fue Jess, sí ―asintió, volviendo sus ojos para ver como
Jessica practicaba algunos mandobles.
―¿Sabes lo que eso significa?
La respiración del vikingo comenzó a acelerarse a causa de
la rabia que contenía a duras penas.
―Empiezo a comprenderlo todo ―aseveró alejándose a
grandes zancadas.
Entró al salón del templo con las piernas abiertas y los
músculos en tensión, y comenzó a llamar a la Diosa a voz en
grito.
―¿A qué viene tanto escándalo? ―inquirió la aludida
materializándose ante él.
―Lo es, ¿verdad?
―No te entiendo…
―¡Claro que me entiendes, joder! ―rugió con las venas
del cuello hinchadas.
La hermosa mujer respiró hondo y alzó el mentón.
―Háblame con respeto, guardián.
―¿El mismo respeto que has tenido tú? ―inquirió sin
bajar la voz―. Has jugado con nosotros.
Jessica, alertada por los alaridos de Thorne, fue hacia el
salón, sin embargo, al escuchar la pregunta que este le hacía a
la Diosa, permaneció escondida para poder enterarse de qué
hablaban.
―No ha sido una falta de respeto, solo hice lo que debía
para salvar a los humanos de lo que estaba por venir.
―¿A los humanos o a tu hija?
Escuchar al vikingo hacer aquella afirmación consiguió
que el corazón de Jess diera un vuelco.
―Pensé que podría guardarlo en secreto. ¿Qué me delató?
―Helga reconoció esta marca. ―Le mostró su antebrazo.
―Electi te marcó ―comentó sonriendo.
―¿Cómo pudiste abandonarla?
Los ojos de la Diosa se oscurecieron.
―No pude hacer otra cosa, si el resto de Dioses se
enteraban de su existencia, la habrían matado ―le explicó con
la mirada baja y el rostro en tensión. Parecía afectada de
verdad―. ¿Una Diosa y el rey de los demonios teniendo
descendencia? Eso es una aberración.
―Jess es maravillosa. No te permito que hables de ella de
ese modo ―dijo Thorne entre dientes avanzando hacia la
preciosa mujer con paso amenazante.
La policía sintió un pellizco en el estómago al escuchar
como el vikingo la defendía con tanta vehemencia.
―Lo sé, no hace falta que me mires como si quisieras
matarme, mi guardián ―repuso la Diosa con una de sus
perfectas cejas enarcadas―. Conozco perfectamente a mi hija,
he seguido todos sus pasos y estoy muy orgullosa de la mujer
que es.
Aquella afirmación consiguió que Thorne se relajara.
―Necesito comprender mejor qué cojones pasa. Ahora
mismo me encuentro perdido, sin saber cuál es el papel real
que tenemos en esta puta profecía.
―En ese caso, será mejor que comience por el principio…
Corría el año 1000 a.C.
En aquella época, Astrid estaba cansada de vivir en el
paraíso. Se le hacía aburrido observar a los humanos sin que
ella pudiera hacer otra cosa que descansar, comer deliciosos
manjares o retozar con otros Dioses o ángeles.
En un acto de rebeldía, decidió bajar a la tierra, en
concreto, a Egipto. Paseaba por uno de sus mercados,
cubriendo su claro cabello con un pañuelo para no desentonar
entre los aldeanos. Con interés, observaba todas las especias
allí expuestas, cuando se chocó contra un musculoso cuerpo
masculino.
―Lo siento, estaba distraído ―se disculpó el hombre en
cuestión―. ¿Te encuentras bien, muchacha?
Cuando los ojos grises de Astrid se clavaron en los negros
del joven, ambos se quedaron embobados. Era como si
hubieran caído en una especie de trance y solo existieran ellos
dos.
―Debo irme ―dijo la Diosa dándose media vuelta y
tratando de escapar entre el resto de personas que
abarrotaban el mercado.
―Espera ―la llamaba el desconocido corriendo tras
ella―. Dime tu nombre.
La Diosa se detuvo y le miró por encima del hombro.
―¿Para qué quieres saberlo?
―Para recordar toda mi vida el nombre de la mujer más
hermosa que haya visto jamás ―reconoció con una sonrisa
ladeada dibujada en su atractivo rostro.
Aquello consiguió que ella también sonriera y volviéndose
hacia él, respondió:
―Mi nombre es Astrid.
―¿Astrid? Creo que es un nombre que te viene muy bien,
ya que significa diosa de la belleza.
La mujer entrecerró los ojos.
―¿Cómo lo sabes?
―Digamos que soy muy sabio.
―¿Siendo tan joven?
Una de las cejas negras del hombre se enarcó.
―Soy muy leído ―fue su misteriosa respuesta.
Eso hizo que Astrid prestara atención a los detalles y al
característico olor que desprendía el desconocido,
percatándose de que no se trataba de un humano, como creyó
en un principio, sino de un demonio.
―Oh, ya veo…
―¿Qué es lo que ves, muchacha?
La Diosa sonrió.
―Que no eres lo que pareces ―contestó con
coquetería―. ¿Y qué hay de ti? ¿Vas a decirme tu nombre?
―Mi nombre es Belial.
―Belial ―repitió en un susurro.
El lado de su mente que estaba conectada con todo el
universo pudo ver que, en su templo, uno de sus semejantes la
buscaba.
―Debo marcharme ―declaró intentando alejarse de él de
nuevo.
Belial la agarró por el brazo para retenerla y el pañuelo
se escurrió de la cabeza de la mujer, mostrando su
esplendorosa melena dorada.
―Impresionante ―susurró admirando su deslumbrante
belleza.
―¿Qué es lo que quieres? Ya te he dicho mi nombre
―inquirió la Diosa, liberándose de su agarre.
―Quiero que me prometas que volveremos a vernos.
―¿Quieres volver a verme?
―En realidad, querría no perderte nunca más de vista
―le aseguró.
La Diosa sabía que no debía entablar relación con nadie
fuera del Paraíso, no obstante, quería conocer más a aquel
demonio.
―Nos veremos aquí mañana a la misma hora.
―Ya anhelo que llegue ese momento ―declaró
A partir de entonces, sus encuentros fueron diarios.
Astrid disfrutaba conversando y riendo con ese demonio,
que era el ser más interesante que hubiera conocido en todos
sus años de existencia.
Por su lado, Belial no podía estar más admirado de lo que
lo estaba por aquella mujer, que no solo era hermosa por
fuera, sino que, por dentro, aún era más maravillosa.
―Llegó la hora de marcharme ―dijo la Diosa como cada
día.
―¿No podrías quedarte?
―¿Para qué quieres que me quede?, ya está anocheciendo
―repuso la mujer mirando como el sol se escondía por el
horizonte.
―Porque te amo, Astrid.
Su inesperada declaración de amor hizo que le mirase con
los ojos muy abiertos.
―¿Qué estás diciendo, Belial?
―Lo que siente mi corazón ―respondió con la mirada fija
en ella―. No puedo callarme por más tiempo que me he
enamorado de ti.
―No me digas eso ―musitó poniéndose en pie para
marcharse.
―¿Por qué no puedo decírtelo? Es la verdad, Astrid. Te
amo ―afirmó irguiéndose también.
―No puedes amarme.
―¿Por qué no?
―Porque no ―sentenció.
―No puedes decirme eso sin darme una explicación.
―Lo nuestro es imposible, Belial.
―¿Acaso estás casada? ―preguntó con el ceño fruncido.
―No, claro que no.
―¿Prometida?
―No.
―Entonces, ¿cuál es el problema?
―No lo entenderías…
El demonio la tomó por los hombros y la pegó a su cuerpo.
―Ponme a prueba ―le pidió.
Tomando aire, la mujer se dispuso a confesar la verdad.
―No soy una humana.
El rostro de Belial comenzó a demostrar desconfianza.
―¿Qué quieres decir?
―Sé lo que eres ―aseveró―. Sé que eres un demonio.
―¿Y qué eres tú?
―Una Diosa.
Belial retiró las manos de los hombros de la preciosa
mujer.
―¿Qué estás diciendo?
―Soy una Diosa, por eso mismo, nuestro amor es
imposible.
―¿Qué hace una Diosa aquí? No lo entiendo ―inquirió
confundido.
―El día que me conociste fue el primero que bajé a la
Tierra ―comenzó a explicarle―. Tenía curiosidad por
conocer las costumbres de los humanos y entonces, apareciste
tú. Es por ti que he venido cada día hasta aquí.
―¿Qué es lo que sientes por mí, Astrid?
La Diosa desvió la mirada.
―Eso no importa.
Belial tomó su rostro entre las manos y lo giró de nuevo
hacia él.
―Claro que importa ―la contradijo―. Para mí, es lo
único significativo en este momento.
―Belial…
―¿Qué sientes por mí? ―insistió alzando la voz e
interrumpiendo su protesta.
Los ojos de la Diosa se llenaron de lágrimas.
―Te amo, aunque lo nuestro sea imposible.
―Nada es imposible cuando existe amor ―afirmó el
demonio besándola con pasión.
A partir de aquel momento, su relación pasó a otro nivel.
Astrid pasaba en la Tierra todo el tiempo que le era
posible. Se amaban y ambos se lo demostraban con sus
cuerpos y con sus palabras.
Una noche, estando abrazados en la cama de Belial, la
Diosa percibió que algo no andaba bien. Se incorporó de
repente y posó las manos sobre su vientre.
―Astrid, ¿qué te ocurre? ¿Te encuentras bien?
―preguntó su amado con preocupación.
―No, no lo estoy.
―¿Por qué? ¿Qué pasa? ―la ansiedad pudo percibirse
en su voz.
La Diosa se puso en pie y comenzó a ponerse su túnica.
―No creí que esto pudiera pasar.
―¿Qué es lo que pasa? Dímelo, me estás volviendo loco.
Se detuvo frente a él con el rostro desencajado.
―Acabo de percibir otro corazón latiendo en mi interior.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Belial.
―¿Estás embarazada? ―Astrid asintió―. Eso es una
buena noticia.
―No lo entiendes ―negó con la cabeza―. El resto de
Dioses jamás permitirán que nazca un bebé engendrado entre
una Diosa y un demonio, y mucho menos, su rey.
―Pues lucharemos por defender nuestro amor.
―No es cuestión de amor, Belial ―apuntó―. No
permitirán que nuestro bebé viva.
―No dejaré que nadie le haga daño.
―Es imposible que consigamos protegerlo de todos los
Dioses. ―Se pasó una mano por el pelo para retirárselo del
rostro―. Siempre supimos que nuestro amor era imposible,
pero no nos importaba arriesgar la vida por él. Sin embargo,
no es lo mismo arriesgar la vida de nuestro bebé.
―¿Qué es lo que sugieres?
―Debemos separarnos.
―No, eso no puede ser ―negó con desesperación―. Te
amo.
―Y yo te amo a ti. ―Con una lágrima corriendo por su
mejilla, le besó en los labios―. Y por eso amaré a este bebé
que se ha creado a raíz de nuestro amor.
Belial se sentía desesperado. La idea de no poder besarla
nunca más le rompía el corazón.
―¿Volveré a verte? ―le preguntó con la voz entrecortada
por el nudo que se formó en su garganta.
―Nunca se sabe lo que el universo tenga destinado para
nosotros ―respondió con una sonrisa triste.
―Siempre te amaré, Astrid.
―Siempre te amaré, Belial.
A partir de entonces, Astrid trató de hacer su vida normal,
pese a estar encerrada en el templo para que nadie viera que
su tripa iba creciendo. Desde allí, miraba hacia la tierra para
poder ver a Belial, que parecía muy abatido.
De todos modos, su vida continuaba con relativa calma
hasta que una de sus sirvientas le contó que los Dioses
estaban preocupados por algo que había ocurrido. Las
Nornas tejieron un cambio importante en el destino del
universo. Una elegida estaba a punto de nacer, para hacer
frente a una bruja que amenazaría la seguridad del equilibrio
de la tierra. Astrid intuyó que se referían a su hija cuando
hablaban de la elegida, por eso decidió que su nombre sería
Electi.
Con temor por lo que pudiera pasar, supo que cuando su
bebé naciera, debía esconderlo. Así que, al llegar el momento,
tuvo a su hija en la intimidad de su templo, tras lo cual, la
puso a dormir en una especie de hibernación, con la
esperanza de que el resto de Dioses olvidaran la predicción de
las Nornas.
Pasaron unos años y cuando Sherezade se alzó en contra
de los humanos, la Diosa comprendió que era con ella con
quien Electi lucharía, tal y como predijeron las Nornas. Solo
que aún faltaban siglos para que se desatara la batalla final.
Por eso, pensó en crear una profecía y a unos guerreros
vinculados a sus almas gemelas, que pudieran respaldarla
llegado el momento. No iba a permitir que su hija estuviera
desprotegida y sola para enfrentarse a la batalla que tenía por
delante.
Y así fue como el tiempo fue corriendo, hasta que llegó el
día en que la elegida debía nacer, por eso se puso en contacto
a través de un mensajero con Belial. Ella fue incapaz de verlo
de nuevo en persona, aún tenía roto el corazón desde su
despedida, y tenerlo en frente solo removería el anhelo que
consiguió enterrar en un rincón de su corazón.
Le pidió que buscara a la mejor familia para ella. A unos
padres adoptivos que pudieran cuidarla y darle el amor que su
preciosa hija se merecía. Ocultarla entre los humanos, como
una más de ellos, era el modo de mantenerla a salvo, y obligó
al rey de los demonios a que le diera su palabra demoníaca de
que no iría en su busca o tendría trato alguno con ella, pues
eso solo la pondría en riesgo.
―Y el resto de la historia ya la conoces ―dijo la Diosa al
terminar de explicarle todo.
―Jessica tiene derecho a saber la verdad ―declaró
Thorne.
―Por eso no te preocupes, mi guardián. Ya la sabe
―afirmó volviendo la mirada hacia donde Jess se ocultaba.
Capítulo 28
Jessica salió de su escondite y se quedó mirando a la Diosa a
los ojos. Aquella preciosa mujer de cabello rubio y rasgados
ojos grises, fue quien la engendró, y renunció a ella para
protegerla.
―Si Thorne no hubiera descubierto la verdad, ¿me lo
habrías dicho? ―quiso saber la joven.
―Sabía que en algún momento lo descubriríais. Era
inevitable, sobre todo, después del modo en que resucitaste en
aquella estación de servicio.
―¿Resucité gracias a tu sangre?
La Diosa sonrió con ternura.
―Lo hiciste porque eres una semidiosa, mi amor.
―No me llames de ese modo ―le pidió, dolida con ella.
Podía entender sus motivos para hacer lo que hizo, de
todas maneras, aquello no evitaba que tuviera cierto
sentimiento de abandono.
―¿Qué ocurrirá cuando el resto de Dioses descubran su
existencia? ―indagó el guardián, al que lo único que le
preocupaba en ese momento era la seguridad de Jess.
―Lo importante es que ese descubrimiento ocurrirá en el
momento propicio, cuando mi hija esté arriesgando su vida
para salvar el mundo ―respondió la Diosa―. El problema de
mis iguales es que temen a lo desconocido, y a que pueda
existir alguien en el universo más poderoso que ellos. Electi
demostrará que es poderosa y también, que su poder pertenece
al bando adecuado.
―Si es tan importante esta batalla, ¿por qué estamos aquí
perdiendo el tiempo? ―inquirió Jess incómoda por las ganas
de llorar que llevaba conteniendo desde hacía un buen rato.
―Es importante que tengas un último entrenamiento con
mi guardián y que te dejes llevar por el poder que tienes dentro
de ti ―le aconsejó, posando una de sus finas manos sobre el
hombro de Jessica―. Libera la luz y la oscuridad que te hacen
única. Echa abajo el muro que recubre tu corazón y que te
impide ser libre.
La joven frunció el ceño.
―¿Qué quieres decir?
La Diosa se aproximó más a ella y poniendo sus labios
junto al oído de su hija, susurró:
―Un amor lo inició todo y un amor conseguirá que
termine. ―Le dio un suave beso en la mejilla y se desvaneció,
dejándolos a solas.
Jess le dio vueltas a las palabras de su madre biológica y
desvió sus ojos hacia el vikingo que tenía en frente, que
parecía preocupado por ella, a juzgar por el modo en que la
miraba.
―¿Estás bien? ―le preguntó acercándosele más.
La policía siguió observándole en silencio. Poniéndose de
puntillas, le besó en los labios con suavidad.
―No quiero tener más miedo ―musitó contra la boca del
guardián.
Las enormes manos de Thorne enmarcaron el precioso
rostro femenino.
―Es normal tener miedo cuando se aproxima la batalla,
valquiria.
Jessica negó con la cabeza.
―No es eso lo que me asusta.
―Entonces, ¿qué es lo que temes?
―Temo los sentimientos que has despertado dentro de mí
―reconoció con sinceridad―. Temo reconocer que te amo y
sentirme vulnerable. Temo que no pueda llegar a descubrir
hasta dónde nos llevará nuestro amor, porque el universo
decida separarnos. Y, sobre todo, temo reconocer que te amo y
descubrir que tú no me amas a mí.
En el rostro del guardián apareció una increíble sonrisa.
―Joder, valquiria, claro que te amo ―afirmó a boca
llena―. Estoy tan enamorado que no puedo dejar de pensar en
ti ni un solo momento de cada jodido día. Eres mi puta droga y
no quiero desengancharme.
La besó de manera salvaje y apremiante, pegando el
cuerpo de la joven contra el suyo. De un solo movimiento, la
sentó sobre la mesa del salón, le quitó los vaqueros ajustados y
el tanga, separó sus rodillas y se colocó entre ellas.
Olía tan bien que sintió que solo con aspirar su aroma sería
capaz de correrse como un quinceañero. Aún más, cuando tocó
su sexo y este ya estaba húmedo.
Sacando la polla de dentro de sus pantalones, la penetró y
comenzó a mover las caderas sin descanso. Jessica lamió su
oreja y le quitó la camiseta para acariciar su perfecto torso.
El guardián la besó en los labios consiguiendo que el roce
de su barba provocara un sutil cosquilleo en la joven.
―Valquiria ―jadeó sin detener sus embestidas.
―Vikingo ―dijo ella a su vez inclinándose hacia atrás.
Thorne aprovechó para rasgarle la camiseta y el sujetador,
liberando sus redondos pechos que tanto le fascinaban.
Abriendo la boca, clavó sus colmillos en uno de los
pezones rosados y, con ansia, bebió su dulce sangre. Aquello
provocó que ambos alcanzaran el orgasmo y que Jess, invadida
por la lujuria, le mordiera a su vez en el hombro, dejando
sobre él la marca de los demonios, convirtiéndoles en divinos,
demoníacos y guardianes del sello al mismo tiempo.
Cuando se saciaron, ambos desclavaron los colmillos de
sus cuerpos y unieron sus frentes, mientras esperaban a que
sus respiraciones se acompasaran. Había sido un polvo rápido
pero muy intenso.
Unos leves golpes en la puerta de la casa hicieron que
ambos se volvieran hacia allí.
―Tortolitos, ¿estáis visibles? ―preguntó Helga desde el
otro lado de la puerta.
Ambos sonrieron y se apresuraron a ponerse de nuevo la
ropa.
―Puedes pasar ―la invitó Thorne cuando estuvieron
visibles.
La preciosa escudera abrió la puerta y los miró con los ojos
brillantes de felicidad.
―Parece que por fin habéis decidido reconocer lo que
todos ya sabíamos ―repuso alegre, dejando las prendas de
ropa que llevaba entre las manos sobre la mesa del salón―.
Nuestra Diosa quiere que te pongas esto ―le explicó a Jess.
―¿Qué es? ―la policía tomó entre las manos el corsé de
cuero marrón.
―Es el traje que usan las valquirias cuando van a entrar en
combate ―le explicó Helga.
―Al final vas a tener razón y voy a ser una valquiria,
vikingo ―le dijo a Thorne con cierta guasa.
―Desde el momento que vi tu fuerza interior, lo supe. No
me coge por sorpresa ―afirmó el guardián.
Una vez ataviada con el uniforme de guerra de las
valquirias, Jessica y Thorne se posicionaron en el centro del
campo de entrenamiento, espada en mano.
Helga y la Diosa Astrid les observaban con atención
cuando las espadas de ambos guerreros comenzaron a
entrechocar.
―No bajes la guardia ―le aconsejó el vikingo atacando al
flanco que Jess solía dejar más desprotegido.
La joven consiguió detener su ataque, pese a tener que
retroceder varios pasos.
―¿Eso harás cuando pelees contra Sherezade? ¿Permitirle
que te arrincone? ―la provocaba el guardián sin darle
tregua―. Esa puta persa amenazó a tus padres, intentó matar a
tu hermana y te matará a ti si le das la oportunidad. ¿Vas a
consentirlo?
Jessica fue notando como la furia se apoderaba de ella.
―¿Les darás la satisfacción a los Dioses, que impidieron
que te criaras con tus padres biológicos, de que te maten sin
demostrar de que pasta estás hecha? ―continuó diciendo
Thorne sin dejar de entrechocar su espada contra la de la
joven―. Eres la hija de una Diosa y del rey de los demonios.
¡Eres única, joder!
Jess, emitiendo un grito de guerra, alzó la espada en alto.
Su piel empezó a refulgir, desprendiendo destellos dorados,
mientras que sus ojos se tornaban completamente rojos.
Atacó con fiereza a Thorne, que trató de esquivar sus
mandobles, pero el último lo propinó con tal fuerza, que acabó
derribado y con la afilada hoja divina contra su cuello.
Jessica, con la respiración entrecortada, soltó la espada,
que cayó al suelo con un fuerte estruendo.
―Lo he hecho ―susurró sorprendida―. He logrado
derribarte.
El guardián se puso en pie de un salto y la miró sonriendo
de oreja a oreja.
―Has estado magnífica, valquiria ―le aseguró orgulloso
de ella.
―Era justo esto lo que quería ver ―terció la Diosa Astrid
aproximándoseles―. Ya estás preparada para la lucha, Electi.
Cuando llegue el momento, recuerda la sensación que acabas
de experimentar y libérala. Ahora tienes el poder de los
Dioses, el de los demonios y la protección que te otorga la
marca de mi guardián. Puedes conseguir cualquier cosa que te
propongas, hija, no permitas que nadie te haga creer lo
contrario, ¿de acuerdo?
Jess asintió. Era incapaz de decir una palabra a causa del
nudo que atenazaba su garganta.
―Ojalá las cosas hubieran podido ser de otra manera
―continuó diciendo la Diosa con pesar―. De todos modos,
no me arrepiento de lo que hice. He visto lo feliz que has sido
durante toda tu vida y me has hecho sentir muy dichosa con
cada uno de tus logros.
Una lágrima resbaló por la mejilla de la joven y la Diosa la
enjugó con sus nudillos.
―Aún no puedo perdonarte por haberme abandonado, sin
embargo, entiendo tus motivos y no descarto que yo hiciera lo
mismo por salvar la vida de alguien a quien quiero
―reconoció con honestidad.
―Yo te quiero, hija ―le dijo con la voz entrecortada―.
Siempre lo he hecho y siempre lo haré.
Jess asintió.
Aún no podía corresponderle del mismo modo, aunque
intuía que su corazón sería capaz de albergar amor por aquella
preciosa Diosa que, de manera sorprendente, era una mejor
madre de lo que hubiera esperado cuando estuvo buscándola.
―¿Volveré a verte?
―No te quepa la menor duda ―le aseguró posando una
mano sobre su mejilla―. Tienes mi bendición para librar la
batalla final, de la que estoy segura que saldrás victoriosa.
Capítulo 29
La Diosa los devolvió a la Tierra. Exactamente, al lugar
donde iba a comenzar a librarse la batalla que decidiría que
bando, si el del bien o del mal, se proclamaría campeón.
Sherezade ya se encontraba allí, junto a Roxie, que parecía
estar retenida por varios brujos y un ejército completo de
Groms.
―Está sucediendo ―le dijo Jessica a Thorne por encima
del ruido que hacía el fuerte viento que soplaba en torno a la
bruja persa―. Aquí es donde todo se decidirá.
―Vas ha conseguirlo, lo sé ―aseguró el vikingo justo
antes de besarla con pasión en los labios.
―Ya era hora de que llegarais, pensaba que nos tocaría
pelear sin vosotros, parejita ―repuso Varcan, cogiéndolos por
los hombros y metiéndose entre ellos―. ¿Cómo os ha ido por
el paraíso?
―Haciendo muchos descubrimientos ―confesó Jess.
―¿Qué tipo de descubrimientos? ―indagó Draven
situándose a su lado junto a Sasha, el resto de los guardianes y
sus parejas. Incluso Talisa estaba allí acompañada por su
inseparable gato.
También venían con ellos Mauronte y Azazel, que estaban
dispuestos a arriesgar sus vidas para detener a Sherezade y a
Mammon.
―Lo más importante de todo es que ya sé quién es mi
madre.
―¿Y quién es? ―preguntó su hermana con suma
curiosidad.
―La Diosa Astrid.
―¡No me jodas! ―exclamó Varcan entre risas―. Has
pasado de ser miss FBI a miss Diosa divina.
―¿La Diosa Astrid? ¿En serio? ―insistió Ella incapaz de
creer lo que oía.
―Y tan en serio… ―suspiró Jessica.
―Así que eres una especie de semidiosa, ¿no? ―apuntó
Elion.
―Semidiosa, semidemonio y medio guardiana después de
que Thorne me marcara ―repuso encogiéndose de hombros.
―Si no os importa, quiero rescatar a mi mujer lo antes
posible ―terció Abdiel con todos los músculos en tensión.
Poder verla y comprobar que estaba bien le tranquilizaba,
aunque también, le hacía sentir unas ganas tremendas de
arrancarle la cabeza a la bruja milenaria que estaba junto a ella
y que la apartó de su lado durante tantos días.
―Abdiel tiene razón, debemos detener a Sherezade antes
de que sea demasiado tarde ―sentenció Nikolai, dispuesto a
comenzar la batalla.
―Me quedaré aquí, con Talisa, preparada para sanaros si
fuera preciso ―apuntó Keyla cogiéndose del brazo de la
anciana vidente.
―Yo me quedaré protegiéndolas ―se ofreció Az.
―O tal vez seamos nosotras las que te protejamos a ti,
guapetón ―terció la vidente, haciéndole reír.
―Hagamos papilla a esos demonios condenados
―proclamó Mauro sonriendo de medio lado.
―Yo trataré de retenerlos lo que pueda ―dijo Max, a la
que ya se le estaban poniendo los ojos amarillos.
―¡Dejaos de tantas polladas y destrocemos a esos putos
desgraciados! ―rugió Thorne antes de soltar un grito de
guerra y correr hacia Sherezade y su ejército de brujos y
Groms.
El resto lo siguieron.
Las aguas bajo el Golden Gate comenzaron a abrirse y una
enorme grieta en la tierra fue creciendo, hasta que por ella
comenzaron a emerger decenas de demonios con ansias de
venganza por los años que pasaron ardiendo en el infierno.
Max, liberando a la bestia que dormía en su interior, trató
de que la brecha no se hiciera más grande, conteniendo a duras
penas que más demonios traspasaran la mágica abertura.
Sin que nadie se diera cuenta, Amaro y Cyran se ocultaban
entre los coches que los humanos abandonaron cuando se
dieron a la fuga aterrorizados. Habían seguido a Sherezade y
sus esbirros para ser testigos de primera fila de aquella batalla.
―Está completamente loca. ¿Crees que podrán detenerla?
―inquirió Amaronte con el ceño fruncido.
―Sospecho que, si no hubiera conseguido liberar a los
demonios condenados, les sería mucho más fácil. Y ha sido
capaz de hacerlo gracias al pedazo de corazón que le diste,
¿eres consciente de ello? ―se quejó su amigo.
―No sabía que pretendiera liberar a todos los jodidos
demonios que ardían en el infierno ―trató de defenderse.
―¿Y qué esperabas, Amaro? Esa bruja no podía tramar
nada bueno.
―¿Tienes algo más que decirme, Cyran? ―Se volvió
hacia él para enfrentarle―. Adelante, desahógate.
―Amaro, eres mi amigo…, mi hermano ―enfatizó
mirándole directamente a los ojos―. Me uní a ti porque creía
en la causa por la que luchabas. No era justo que tuviéramos
que entregar nuestras vidas por humanos que habían cometido
pecados de forma voluntaria. Sin embargo, otra cosa es ayudar
a una maldita bruja a destruir el mundo, joder.
―Cyran…
―¡No! Ahora vas a escucharme ―le cortó alzando la voz,
cosa que jamás hacía―. Te quiero y va a continuar siendo así,
pero no voy a seguirte si para ello tengo que hacer daño a
personas inocentes, ¿me entiendes?
―Amigo, no hablas mucho, sin embargo, cuando lo haces,
es alto y claro.
El demonio de los cuernos soltó un gruñido.
―Piensa en lo que acabo de decirte, Amaro, porque no
volveré a repetirlo ―sentenció, antes de unirse a los
guardianes y al resto de seres sobrenaturales que luchaban
contra Sherezade y sus secuaces.
Amaronte suspiró y se cruzó de brazos. No entraba en sus
planes pelear codo a codo junto a su hermano. Antes se
arrancaba la polla a bocados.
―No puedes hacer esto, es una locura ―le decía Roxie a
su hija, horrorizada al ver como su esposo luchaba como un
salvaje para llegar hasta ella.
―Puedo y lo estoy haciendo, madre ―repuso con
satisfacción―. Es mi momento y ni tú ni nadie va a
arruinármelo.
―¡Sherezade, suelta a mi mujer! ―gritó Abdiel, que cada
vez estaba más cerca de ellas, a pesar de que tanto brujos
como demonios trataban de detenerle.
―Si la quieres, guardián, ven a buscarla ―le retó la bruja
milenaria.
―¿Por qué no la liberas a ella y te quedas conmigo?
―¡No! ―gritó Roxie.
―¿Para qué voy a querer hacer tal cosa? ―se burló la
persa―. Tú no vales nada.
―¿Y qué es lo que quieres de mí? ―preguntó su madre.
―Quiero que repitas conmigo este hechizo, madre.
―Jamás haré tal cosa.
―Que te niegues a hacerlo traerá consecuencias ―le
advirtió con una ceja enarcada.
―No voy a ayudarte a liberar a más demonios ―se
reafirmó.
Sherezade se encogió de hombros.
―Como quieras ―dijo como de pasada, antes de alzar el
tridente que llevaba en la mano y apuntando a Talisa, le lanzó
un rayo.
―¡No! ―gritó Roxie estirando una mano para detenerla.
Por desgracia, no fue lo bastante rápida.
Aquel rayo demoníaco impactó contra el pequeño cuerpo
de la vidente, que cayó hacia atrás con sus ciegos ojos abiertos
y sin vida.
Keyla se arrodilló junto a la anciana y le tomó el pulso. El
gato negro maullaba sobre el cuerpo inerte de la anciana,
chocando su cabeza contra ella, como si le pidiera que
despertase.
Unos segundos después, la doctora se echó a llorar
abrazada a Talisa, y Azazel, que permanecía junto a ellas, alzó
el rostro compungido y negó con la cabeza, haciéndole saber
que su buena amiga había muerto.
―¡Talisa! ―gritó Roxanne con las manos en el estómago
doblándose en dos, presa de la pena que sentía―. ¿Por qué lo
has hecho?
―No es culpa mía, tu decisión ha sido lo que le ha costado
la vida, madre.
―No me puedo creer en qué te has convertido ―se
lamentó.
―Voy a volver a preguntarlo. ¿Vas a ayudarme con el
hechizo? ―Roxie apretó los labios negándose a responder―.
¿Quién será el próximo en caer? ¿Tu querida amiga Max?
―El tridente se dirigió hacia ella―. O mejor, ¿tu esposo?
―Señaló entonces a Abdiel.
―No puedes hacerlo ―le suplicó.
―En ese caso, dame la mano y repite el hechizo junto a
mí.
Con lágrimas corriendo por sus mejillas, se liberó del
agarre de los brujos que la custodiaban y tomó la mano de
Sherezade.
―Una sabia decisión, madre ―sonrió la persa antes de
volver a repetir el hechizo junto a ella.
La fuerza de ambas hizo que a Max le resultara mucho más
difícil mantener la brecha cerrada, por lo que su carne
comenzó a abrirse por diferentes lugares.
―No puedes retenerlos ―le dijo Varcan preocupado por
ella y alejando a cualquiera que pretendiera atacarla―. Debes
parar.
―¡No voy a hacerlo! ―negó con los dientes apretados―.
Si todos consiguen liberarse, estaremos perdidos.
La piel de su cuello volvió a abrirse, haciéndola gritar.
Su esposo, angustiado, giró el rostro hacia Keyla. Fue
entonces cuando se percató de que el pequeño cuerpo de la
vidente estaba tirado sobre el suelo. Maldijo para sus adentros,
no obstante, aquel no era el momento de lamentarse.
―Doctorcita bombón, ¡te necesitamos! ―chilló por
encima del bullicio de la batalla.
La preciosa rubia le miró con los ojos hinchados de tanto
llorar, depositó un último beso sobre la frente de Talisa, se
puso en pie y caminó hacia él.
Azazel la acompañó hasta allí, evitando que nadie pudiera
hacerla daño.
―¿Qué pasa? ―preguntó con la voz rota por el dolor.
―¿Talisa ha…? ―dejó la pregunta en el aire y Keyla
asintió. Varcan suspiró y se pasó la mano por el corto pelo―.
Max te necesita. Tratar de contener a los demonios la está
hiriendo y temo que pueda incluso llegar a matarla.
La joven doctora no se lo pensó dos veces y situándose
junto a la pelirroja, alzó sus manos y comenzó a sanar cada
herida nueva que aparecía en su cuerpo.
Jess y Thorne, por su lado, habían conseguido llegar junto
a Sherezade cuando el ejército de Groms se abalanzó sobre
ellos.
―Son demasiados ―gritó la policía sin dejar de cortar
cabezas con su reluciente espada.
―Por eso no te preocupes, yo me encargo ―aseveró Ella
poniéndose a su lado y controlando a los Groms para que
pudiera seguir avanzando.
―Menuda pasada ―repuso Jess con admiración,
observando como aquellos engendros hacían todo lo que la
preciosa rubia les pedía.
Brunella sonrió y le dedicó un guiño de ojos.
―Adelante, elegida. Destroza a esa maldita bruja ―la
animó.
Jessica asintió antes de dirigirse a la persa.
―Sherezade, déjate de cánticos y enfréntate a mí ―gritó
cuando estuvo a escasos metros de ella.
―¿Enfrentarme a ti? ―rio―. ¿Te crees que por ponerte
un disfraz y empuñar una espada te convierte en una guerrera?
―No lo sé. ―Se encogió de hombros―. ¿Por qué no
vienes a averiguarlo? ¿O es que tienes miedo?
―¿Miedo de ti? ―se burló―. No seas ridícula. Lo que
ocurre es que no quiero perder mi tiempo en una lucha absurda
de egos. No merece la pena. ―Haciendo un movimiento de
cabeza, ordenó a sus brujos que fueran a por ella.
―Yo los entretengo, tú ve a por esa zorra ―dijo Thorne
entre dientes abalanzándose contra los brujos.
Jessica asintió y avanzó hacia Sherezade, pero por más que
lo intentaba, brujos, demonios o algún Grom se interponían en
su camino.
―No logrará llegar hasta ella con tantos obstáculos de por
medio ―murmuró Sasha a unos pocos metros de su hermana.
―¿Qué has dicho? ―le preguntó Draven a su lado, sin
dejar de matar a cualquier ser que se pusiera en su camino.
―Mi hermana ―le explicó―. No podrá enfrentarse a
Sherezade si no la ayudo.
―¿En qué estás pensado?
―Confía en mí, sé lo que hago ―le aseguró antes de
echarse a correr en dirección a Jessica.
―¡Sasha! ―la llamó su esposo, pero no se detuvo.
Llegó hasta su hermana y la tomó de la mano.
―¿Qué haces aquí, Sash? Lárgate, van a herirte ―le
ordenó Jessica.
―No, debes confiar en mí ―le pidió con la mirada
suplicante.
Aunque reticente, ya que tenía miedo de que le pudiera
ocurrir algo malo, asintió.
―Gracias ―murmuró Sasha antes de echar a correr hacia
la bruja con ella de la mano.
Uno de los brujos trató de lanzarles un rayo, no obstante,
Roxie se dio cuenta y lo interceptó con otro.
―¿Qué estás haciendo, madre? ―inquirió Sherezade.
―No voy a permitir que volváis a hacer daño a ninguno de
mis amigos ―respondió cargada de rabia.
―Quiero que te estés quieta ―le ordenó agarrándola del
brazo.
Aquella distracción sirvió para que Sasha se tirase sobre
ellas, y gracias a que perfeccionó el modo en que hacer servir
su don, se las llevó de allí de manera inmediata.
―¡No! ―gritó Abdiel cuando vio desvanecerse a su
esposa junto a las otras tres mujeres.
―¿Dónde coño han ido? ―inquirió Thorne tan
desesperado como él.
―Sasha se las ha llevado lejos de aquí ―intuyó Draven
sin dejar de pelear.
―Pues será mejor que eso sirva de algo, porque no creo
que pueda contener a los demonios mucho más ―reconoció
Max con una expresión de dolor contrayéndole el rostro.
Capítulo 30
Cuando Sherezade desapareció junto a las dos hermanas y a
la preciosa morena que era la esposa del líder de los
guardianes, Amaronte pudo ver como la lucha se volvió aún
más cruenta.
Ninguno de los brujos, demonios o Groms seguía órdenes,
por lo que el caos se desató en torno a ellos, haciendo que el
improvisado campo de batalla se abriera aún más.
Por suerte, algunos clanes de brujos que aún permanecían
del lado de los guardianes, llegaron para unirse a ellos. Los
demonios condenados lanzaron llamaradas de fuego para
contener su avance.
Una de aquellas llamaradas pasó muy cerca del cuerpo
inerte de la anciana que vino junto a los guardianes, y que
perdió la vida nada más comenzar la lucha.
En un arrebato, Amaro salió de su escondite y apartando a
quien se interponía en su camino, llegó hasta la vidente y al
gato negro que no se separaba de su cuerpo ni un solo
segundo.
―Has servido a una buena causa y te mereces un entierro
digno, joder ―dijo para sí mismo antes de cargar su pequeño
cuerpo en brazos y alejarla del peligro.
Fue entonces cuando alcanzó a ver como Mammon,
seguido de más demonios, también irrumpía en aquella
multitudinaria «fiesta».
―Lo que faltaba ―murmuró Amaro abriendo la puerta
trasera de uno de los coches y depositando con delicadeza el
cuerpo de Talisa.
El gato negro maulló y el demonio desvió sus negros ojos
hacia él.
―¿Quieres pasar dentro con ella, amiguito? ―El felino
respondió con un gorjeo amistoso―. Está bien, entra
―aceptó, apartándose de delante de la puerta.
El gato saltó al asiento y se acurrucó de nuevo contra el
costado de la anciana.
―¿Qué estás haciendo aquí, Mammon? Todos te creíamos
convenientemente muerto ―oyó gritar a su hermano, que se
plantó ante el poderoso demonio.
―Será idiota ―musitó Amaronte poniendo los ojos en
blanco.
Mammon era un demonio de nivel superior al de Mauro.
Podría matarlo en un suspiro.
―¿Qué es lo que quieres, Mauronte? ¿Por qué te has unido
al bando perdedor? ―le preguntó el peligroso demonio con
una sonrisa siniestra dibujada en el rostro.
―Estoy del lado de lo que es justo ―le respondió.
Mammon soltó una carcajada.
―¿Justo para quién? Porque lo justo para mí es gobernar
esta mierda de planeta, ya que soy el ser más poderoso que
camina sobre él.
―Todos los narcisistas os pensáis que sois la hostia,
cuando en realidad no sois más que un pedazo de mierda con
el ego mucho más grande que vuestros diminutos cerebros.
Amaronte pudo ver como los ojos de Mammon pasaban
del negro a un rojo brillante y sus manos se cerraba en dos
puños, demostrando la rabia que causaron en él aquellas
palabras.
―Acabas de cagarla, hermanito ―comentó Amaro
poniendo las manos en sus caderas.
―Puede que yo sea un narcisista, y sin duda, tú eres un
estúpido por atreverte a enfrentarte a mí ―decretó cargado de
ira.
Alzó las manos y de ellas surgió una potente llamarada,
que Mauro interceptó con la suya. No obstante, Mammon era
mucho más fuerte, por lo que fue comiendo terreno a las
llamas de Mauronte.
―Voy a abrasarte y cuando estés retorciéndote en el suelo
de dolor, te arrancaré tu chamuscado corazón del pecho para
que no puedas volver a inhalar un solo aliento más ―se jactó
cuando el fuego ya casi rozaba el cuerpo de Mauro.
Sin embargo, Cyran, que apareció de la nada, se situó junto
a su antiguo amigo y envió él también otra llamarada para que
entre los dos pudieran pararlo.
Mauronte le miró de soslayo, pese a guardar silencio.
―No, ¿qué coño estás haciendo, amigo? ―maldijo
Amaronte desde la distancia al ver a Cyran en peligro.
Mammon desvió una de sus manos y quemó el hombro del
demonio de los cuernos, que apretó los dientes, pero no emitió
ni un solo quejido.
Amaro, bufando fastidiado, no tuvo otro remedio que
meterse en el campo de batalla para unirse a ellos en contra de
Mammon. Sabía que, de otro modo, su amigo y el indeseable
de su hermano acabarían escaldados. Incluso tenía sus dudas
de que los tres no terminaran ardiendo y aplastados por la ira
del poderoso demonio.
Sherezade se irguió confundida. ¿Dónde narices estaban?
―¿Qué has hecho? ―inquirió fulminando con la mirada a
Sasha.
―Le he dado la oportunidad a mi hermana de tener una
batalla justa ―respondió irguiendo el mentó.
―No debería estar aquí ―se quejó furiosa―. Mi lugar es
junto a mis brujos en el campo de batalla.
―¿Y eso quién lo dice? ¿Tú? ―se burló la artista―.
Siento decirte que no eres nadie. Solo un ser insignificante en
este mundo, y dentro de unos años, nadie recordará tu nombre.
Cargada de ira por sus palabras, alzó el tridente y lanzó un
rayo hacia la joven. Por suerte, Jessica estaba alerta y con unos
reflejos felinos interceptó su ataque con la hoja de la espada.
―¿No quieres enfrentarte a mí, pero atacas a mi hermana
que está indefensa? ―soltó con desprecio―. Eso solo tiene un
nombre y se llama cobardía.
Sin más demora, corrió hacia ella con la espada en alto,
que impactó contra el tridente cuando Sherezade detuvo su
ataque con él.
Roxie se fue junto a Sasha y, abrazándola, creó un escudo
de protección en torno a ellas.
Las otras dos mujeres siguieron con su lucha. Sherezade
lanzaba rayos con el tridente o con su mano, que Jess tenía que
esquivar entre mandoble y mandoble.
―¿Qué es lo que pretendes? ¿Vencerme? Una simple
humana como tú ―rio la bruja persa lanzándole otro rayo a
Jessica, que acabó impactando en su muslo izquierdo y la hizo
tambalearse.
Aquello la enfureció, así que cerró los ojos,
concentrándose en esa energía para desatar su poder.
―Me parece que andas algo perdida, bruja ―repuso
sintiendo como su cuerpo comenzaba a vibrar a causa de la
fuerza divina y demoníaca que la recorría―. Yo no soy una
humana. ―Abrió los ojos de golpe y estos lucían de un rojo
intenso, mientras que su piel emitía destellos dorados―. Soy
una semidiosa, heredera del trono demoníaco. Por no hablar
del poder de los guardianes que me ha traspasado el amor de
mi vida y con el que voy a patearte el culo.
Sherezade compuso una expresión de sorpresa, en especial,
cuando la energía de Jessica se trasladó a su espada, haciendo
que su hoja brillara y se llenara de llamas.
La lucha se tornó más cruenta.
Ambas mujeres se retaban y atacaban. Eran rápidas y
poderosas. Eran unas auténticas guerreras.
Un fuerte golpe impactó contra el costado de Jessica, que
siseó entre dientes cuando fue arrojada al suelo.
Sherezade rio.
―¿Esta es la elegida? ―se burló―. Porque yo no veo más
que a una perdedora.
Le lanzó un rayo mucho más potente y aunque Jess logró
repeler la gran mayoría de energía, algunos fragmentos de
energía sí que impactaron contra su cuerpo. Sherezade,
satisfecha, quiso aprovechar que la elegida continuaba en el
suelo para rematarla. No obstante, empezaba a sentirse algo
débil, como si el tridente estuviera absorbiendo su energía
vital.
De un salto y valiéndose de su debilidad, la policía pudo
ponerse en pie. La bruja renacida intentó alcanzarla con el
tridente, pero Jess le asestó una contundente patada en el
estómago que consiguió dejarla sin aire.
Aún sentía el dolor en su costado y su muslo, pero lo
ignoró. Luchó como Thorne le enseñó. Era rápida, era certera
y era mortal. Asediaba y arrinconaba a la bruja, que a cada
instante parecía más lenta y torpe.
Con una última estocada, Jess desarmó a Sherezade,
haciendo que el tridente cayera a varios metros de ella. Con
decisión, presionó su espada contra el cuello de la bruja,
dispuesta a rebanarle la cabeza.
―¡No! ―escuchó gritar a Roxie―. No la mates ―le
suplicó aproximándose a ellas con lentitud.
―Debo hacerlo, es mi misión en esta profecía ―respondió
Jessica sin apartar sus ojos rojos de la bruja milenaria.
―Es mi hija ―sollozó―. Sherezade, por favor… ―Se
acercó más a ella con el rostro surcado de lágrimas―. Debes
parar. ¿Qué puedo hacer para que acabes con esto?
―Lo siento, madre, esto jamás terminará ―sentenció
sacando una daga que llevaba oculta y enterrándola en el
estómago de Jessica, que se tambaleó hacia atrás presa del
dolor.
―¡No! ―gritó de nuevo Roxie al percatarse de lo que
acababa de hacer.
Jess, sin más miramientos, clavó la espada en el corazón
de Sherezade y la hundió dentro de su cuerpo, hasta que su
empuñadura, junto al corazón de la bruja, salió por su espalda.
Cuando la desclavó de su cuerpo, este cayó hacia atrás con un
gran agujero dentro de su pecho. Sin embargo, no impactó
contra el suelo, pues Roxie se apresuró a sostenerla y con
cuidado, la acompañó hasta que quedó tendida y con la cabeza
sobre su regazo.
―Madre… ―gimió la persa expulsando su último aliento.
―Mi amor ―sollozó llorando sobre su cuerpo sin vida.
Jessica sintió pena viendo el dolor de Roxie. Aunque
aquella mujer fuera una sádica que quisiera destruir a la
humanidad, no dejaba de ser su hija.
―¿Estás bien? ―le preguntó Sasha acercándose a
abrazarla.
La policía miró hacia la herida de su abdomen, que ya
estaba casi curada.
―Sí, estoy bien. Tranquila ―le aseguró besando su
coronilla.
De repente, el cuerpo de Sherezade comenzó a
desvanecerse de los brazos de Roxie.
―¿Qué está ocurriendo?
―Su cuerpo se desvanece cuando su alma es reclamada
por los Dioses ―les explicó Helga, que hasta aquel momento
se mantuvo al margen de todo lo sucedido.
―¿Qué harán los Dioses con su alma? ―quiso saber
Roxie angustiada.
―Esa respuesta solo la tienen ellos ―contestó la guía de
aquel templo.
La joven morena, abatida, se miró las manos manchadas de
la sangre de su hija.
―No he podido salvarla ―se lamentó entre lloros.
―Has hecho todo lo que podías por ella ―la consoló
Sasha arrodillándose a abrazar a su amiga―. No quería
redimirse, así que no estaba en tu mano protegerla.
―¿Sabrá que, a pesar de todo lo que ha hecho, la quiero?
―preguntó con cierta desesperación.
Su amiga la besó en la mejilla, incapaz de contener sus
propias lágrimas.
―Ella lo sabía ―le aseguró―. De hecho, su última
palabra fue «madre». Eso demuestra que también te quería,
pese a que su sed de venganza ennegreció su corazón.
―Creo que deberíamos volver a la tierra ―sugirió Jess
preocupada por lo que pudiera estar pasando allí.
―Sí, es una buena idea ―corroboró Helga―. Es posible
que allí necesiten vuestra presencia.
―De acuerdo ―repuso Sasha poniéndose en pie y
ayudando a hacer lo mismo a Roxie―. En ese caso, no
esperemos más. ―Tendió la mano hacia Jessica, que se
apresuró a tomarla.
Cerrando los ojos, la artista visualizó el Golden Gate, tras
lo cual, pronunció sus mágicas palabras y, desvaneciéndose,
aparecieron segundos después en el centro de la batalla.
Las tres miraron a su alrededor, viendo como los demonios
que salieron de la grieta que se formó en la puerta del infierno,
eran arrastrados hacia allí de nuevo.
―¿Qué está pasando? ―inquirió Jess con el ceño
fruncido.
―Intuyo que como el hechizo estaba vinculado a
Sherezade, al… morir ―a Roxie le costó mucho pronunciar
aquella palabra― queda invalidado y los demonios tienen que
volver al lugar al que pertenecen.
―¡Por los Dioses, estás herida! ―exclamó Abdiel al ver
su ropa cubierta de sangre.
En cuanto las tres jóvenes aparecieron de nuevo, se abrió
paso a través de sus enemigos para llegar hasta su mujer.
―No, tranquilo, no es mía ―le dijo para calmarlo―. Es
de mi hija. Ella ha… ―se le quebró la voz y no pudo
continuar hablando.
―Lo lamento mucho por ti ―aseveró su esposo
abrazándola contra su pecho, sintiendo que su corazón volvía a
latir de nuevo con normalidad al tenerla entre sus brazos.
―¿Qué habéis hecho? ―rugió Mammon, pillándoles
desprevenidos al tomar a Sasha por detrás y colocando su
mano contra su cuello.
―¡Suéltala ahora mismo! ―exigió Draven situándose ante
él.
―Esta puta acaba de desbaratar mis planes ―dijo entre
dientes―. Si no se hubiera llevado de aquí a la bruja persa, la
elegida jamás la habría vencido, pese a que mi tridente la fuera
debilitando, ya que yo soy el único que puede empuñarlo.
―¿Qué coño sabes tú de lo que habría ocurrido? ―espetó
la policía alzando su espada―. No eres más que otro ególatra
con ansias de poder.
Mammon sonrió de medio lado y alzando su mano libre,
hizo que el tridente volara hasta ella.
―Esto es lo único bueno que habéis hecho por mí.
―No puede ser, estaba en el templo ―negó Jessica.
―No sé de qué templo hablas, solo puedo decirte que cayó
aquí unos segundos antes de que lo hicierais vosotras
―explicó apoyando las afiladas puntas contra el costado de
Sasha, que gimió asustada―. Y lo primero que voy a hacer
con él es ensartar a tu hermanita.
―¡No! ―Jess se abalanzó hacia delante, no obstante,
Thorne fue más rápido y consiguió liberar a la artista desde
atrás.
El poderoso demonio le miró con inquina enterrando el
tridente en el estómago del guardián.
Jess, con aquella visión clavada en la mente, emitió un
grito de guerra y liberando todo su poder se lanzó a atacarle.
Mammon desclavó su arma del cuerpo del vikingo y le
lanzó una llamarada a la joven, que la interceptó con su espada
cubierta de fuego y luz.
―¿Pero qué cojones es esta mujer? ―inquirió Amaronte
alucinado al verla brillar de aquel modo.
―Es única ―respondió Thorne sosteniéndose el estómago
sangrante. Las heridas proferidas con armas demoníacas o
divinas no se les curaban por sí solas, pese a ser inmortales―.
Es la elegida.
Jess se lanzó hacia el poderoso demonio con el corazón
latiendo acelerado. Mammon le lanzó un rayo con su tridente,
que ella logró esquivar antes de darle un golpe en la mandíbula
con la empuñadura de su espada.
El demonio aprovechó la cercanía para cogerla del pelo.
―No sé qué pretendes, elegida, pero no va a funcionar.
Soy mucho más poderoso que tú.
―Eso ya lo veremos ―repuso con los ojos completamente
rojos.
Con su codo le pegó en la nariz haciendo que se
tambalease. Mammon arrugó el gesto, furioso, prometiéndole
sin palabras que iba a matarla del modo más doloroso posible.
En un movimiento rápido, hizo impactar la parte baja de su
tridente en el gemelo de Jess, a quien se le dobló la pierna,
dándole la oportunidad de lanzar una bola de fuego que fue a
parar a su brazo. Podía percibir el olor a chamuscado de su
carne y, de fondo, los rugidos de Thorne le hicieron saber que
no se mantendría demasiado tiempo al margen, pese a estar
malherido.
Cada vez más enfadada y dolorida, movió con rapidez la
espada, tal y como entrenó en el templo, y rajó el pecho de
Mammon, que soltó un quejido. Aquel corte no solo abrió su
carne, sino que también le hizo sentir que se quemaba por
dentro.
―¿Qué es esto? ―gritó golpeándose en la herida como si
tratara de apagar unas llamas inexistentes.
Aprovechando su descuido, Jessica giró sobre sí misma y
consiguió alcanzarle en el cuello, que comenzó a sangrar
profusamente. El demonio posó su mano allí tratando de
detener la hemorragia, cosa que aprovechó la joven para meter
la mano dentro de su pecho y agarrando su corazón con fuerza,
le miró a los ojos.
―Di adiós para siempre, cabrón ―espetó antes de tirar
con fuerza y, arrancando su corazón, lo arrojó al suelo con
desprecio.
Dejando el cuerpo sin vida del poderoso demonio en el
suelo, se dirigió hacia Thorne, preocupada por él. Keyla ya
estaba sanando su herida, cosa que agradeció enormemente.
―¿Está bien? ―le preguntó a la doctora.
―Sí, ya está perfecto ―le aseguró la rubia con una sonrisa
tranquilizadora en su rostro.
―No debiste hacerlo, pudo haberte matado ―le reprochó
Jess besando al vikingo en los labios.
―¿Y qué cojones debería haber hecho según tú? ¿Dejar
que matara a tu hermana? ―inquirió con una ceja enarcada.
―Yo lo tenía todo bajo control ―le aseguró.
―Ya, por supuesto ―ironizó Thorne poniéndose en pie.
Los pocos brujos aliados de Sherezade que aún quedaban
por allí, salieron huyendo al verse en inferioridad de
condiciones, al igual que los demonios que seguían a
Mammon. Ver caer a su líder a manos de aquella mujer les
atemorizó.
―No encuentro el cuerpo de Talisa ―les informó Elion―.
Llevo un buen rato buscándolo y no hay rastro de él.
Abdiel, viendo que la zona donde la vidente murió estaba
devastada por el fuego que provocaron los demonios que
salieron del infierno, suspiró.
―Es posible que haya sido calcinado ―se lamentó.
―No, yo lo puse a resguardo ―le dijo Amaronte
señalando el coche donde la metió y que estaba un tanto
alejado de allí.
―¿Tú la pusiste a resguardo? ―se extrañó su hermano―.
No es algo típico de ti.
―No me conoces, hermanito, no sabes lo que es típico o
no de mí ―aseveró con rabia contenida.
Todos se aproximaron al vehículo que les señaló Amaro.
Abdiel abrió la puerta trasera y tomó el cuerpo de la anciana
entre sus brazos, junto a su inseparable gato.
―No me puedo creer que esté muerta ―se lamentó Keyla
comenzando a llorar de nuevo. Habían compartido tantas horas
juntas, que no podía creerse que ya no volvería a recibir sus
sabios consejos.
―Ha sido una buena amiga ―aseguró Nikolai tomando a
su esposa por los hombros.
―La mejor ―sollozó Roxie, que seguía llorando sin parar
desde que su hija murió.
―Ya no queda ningún Grom ―les informó Ella llegando
hasta allí con las manos llenas de sangre, por lo que todos
supieron que ella misma se encargó de ellos.
―La grieta también se ha cerrado por completo
―comentó Max con una expresión de cansancio absoluto.
Varcan, tomándola en brazos, le ofreció su yugular.
―Vamos, pecas, sírvete. Necesitas alimentarte después del
sobreesfuerzo que acabas de hacer.
Sin protestar, clavó los dientes en el cuello del guardián
sintiéndose hambrienta.
―Creo que habéis hecho todas un trabajo excelente ―las
felicitó Abdiel.
―Yo estoy jodidamente orgulloso de ti, valquiria ―le dijo
Thorne mirando a Jess a los ojos para demostrarle que lo decía
con total sinceridad.
―Nos has salvado a todos ―corroboró Sasha.
―No es cierto, sin todos y cada uno de nosotros, la batalla
hubiera estado perdida. Cada uno hemos tenido un papel clave
en esta profecía y, del mismo modo, en la batalla final
―apuntó Jessica convencida de sus palabras.
―No quiero ser aguafiestas, pero ¿dónde está el cuerpo de
Mammon? ―preguntó Varcan percatándose de que el lugar
donde antes estuvo tirado su supuesto cadáver estaba vacío.
En ese instante, la Diosa Astrid hizo acto de presencia y
miró a su hija con los ojos cargados de admiración, antes de
decir:
―Eso ya no es asunto vuestro, mi guardián, pertenece a
otra guerra en la cual no sois los protagonistas. ―Se giró hacia
Mauronte y Amaronte―. Estad preparados, demonios, porque,
aunque no os soportéis, es posible que tengáis que luchar codo
con codo.
Los dos se miraron con animadversión.
―No lo veo probable ―aseveró Amaro.
―Yo tampoco ―corroboró Mauro.
La única respuesta de la Diosa fue sonreír, como si ella
supiera mucho más de lo que expresaba.
―Quiero deciros a todos mis guardianes y a mis damas de
la profecía, que habéis estado a la altura. Cuando todo esto se
inició, no estaba segura de cómo podían salir las cosas, sin
embargo, sí que confiaba en el buen hacer de todos vosotros.
Sois valientes, entregados, leales y, sobre todo, poseéis
grandes corazones guerreros. Vuestra lucha ha llegado a su fin
y por eso, es el momento de que descanséis.
―¿Vamos a estirar la pata? ―ironizó Varcan.
La Diosa puso los ojos en blanco.
―No, no vais a morir.
―Uff, qué descanso, pensé que ya no volveríamos a follar,
pelirroja ―le dijo a su mujer dedicándole un guiño de ojos.
―¡Cállate! ―le pidió Max secándose un hilo de sangre
que corría por la comisura de sus labios tras haberse
alimentado de él.
―No obstante, sí que vais a abandonar la Tierra
―prosiguió diciendo la deidad, sin prestar atención a sus
comentarios burlones―. Os trasladaréis al templo donde
Electi y Thorne estuvieron entrenando. Allí podréis hacer
vuestras vidas lejos de la maldad terrenal. Seréis felices y
estaréis a salvo para siempre ―les aseguró.
―¿Y qué pasará con nuestros padres? ―quiso saber
Sasha―. ¿Eso significa que no volveremos a verlos?
―Por supuesto que no ―negó la Diosa―. Eres la llave,
preciosa. Podrás bajar a la tierra cada vez que quieras.
Los seis guardianes y sus parejas de vida asintieron,
aunque ninguno demostró la alegría y la efusividad que
esperaba la mujer.
―¿Qué os ocurre? ¿No os parece bien mi idea?
―No es eso, mi señora ―respondió Abdiel―. Es solo
que, a lo largo de esta guerra, hemos perdido a personas muy
importantes para nosotros. Amigos fieles y leales que fueron
quedándose por el camino.
Nikolai recordó la masacre que sucedió con los brujos de
los Fiordos.
A la mente de Roxie acudió la imagen de Érika. Aunque al
principio no se llevaron bien, terminaron por entenderse y su
muerte fue muy injusta. También pensó en su padre, que dio la
vida por salvar a Max.
Keyla pensó en su hermana. Un sacrificio que su propio
padre perpetró por aquella absurda idea de dominar el mundo.
Max rememoró el rostro de Florian Lacroix, su sonrisa
amistosa y el dolor que le causó que lo asesinaran.
Elion sintió pena por su amiga Fiona, que se vio envuelta
en aquella trama por su culpa. Jamás podría perdonárselo a sí
mismo.
Brunella revivió el momento en que Sherezade mostró la
cabeza de Romina por televisión. Le entraban ganas de volver
a matarla por lo que hizo, si eso fuera posible.
Habían perdido a muchas personas por el camino, y para
rematar, ahora también debían despedirse de Talisa.
La Diosa Astrid, percibiendo la angustia que todos sentían,
clavó sus ojos en la vidente fallecida.
―Comprendo vuestro dolor, y no puedo devolveros a
todos los que perecieron en medio de esta guerra, aunque sí
puedo hacer una excepción. ―Alargó la mano y la posó sobre
el cuerpo de Talisa, que comenzó a refulgir.
Todos los presentes miraban embelesados aquel
espectáculo, en especial, cuando en los brazos de Abdiel, en
lugar de estar la anciana que todos recordaban, apareció una
preciosa y menuda joven de cabello oscuro y brillante.
―¿Qué ha pasado con Talisa? ―indagó Max.
―Talisa está aquí ―afirmó Abdiel sonriendo―. Es así
como la conocí hace ya muchos años.
―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó la vidente con la voz
ronca. Comenzó a parpadear y se sorprendió al percatarse de
que ya no estaba ciega, podía ver―. Pero… ¿cómo?
El líder de los guardianes la ayudó a poner los pies en el
suelo.
―Habías muerto, Talisa, y la Diosa te revivió ―le explicó
con calma.
―¿Por qué puedo ver? ¿Por qué no me duelen las rodillas
ni la espalda? ―Bajó la vista hacia sus manos y abrió los ojos
de par en par al percatarse de que estas ya no estaban
arrugadas ni retorcidas.
―También te ha devuelto la juventud ―añadió Roxie,
feliz por ella.
Su inseparable gato negro maulló y, ágilmente, se
encaramó a sus brazos. Él también se veía rejuvenecido. Sus
dos ojos brillaban y su oreja ya no estaba retorcida.
―Qué bien te veo, amiguito ―se alegró la vidente.
―Vuestras almas están ligadas, así que en el momento en
que te rejuvenecí a ti, pasó lo mismo con Oráculo ―le explicó
la Diosa.
―¿Tienes permitido hacer esto? ―le preguntó Jess.
―La verdad es que no, pero aceptaré el castigo que
quieran imponerme ―respondió encogiéndose de hombros.
―Humm, la verdad es que ha sido un cambio bastante
interesante ―bromeó Amaro recorriendo con sus ojos negros
el cuerpo de la renovada Talisa.
―Para el carro, demonio, que cuando decida disfrutar de
nuevo de mi juventud, será con un hombre al que admire, no
con uno como tú, que vendería a su madre si con ello sacara
algún beneficio.
Amaronte enarcó una ceja y se cruzó de brazos.
―Has perdido las arrugas, aunque sigues teniendo la
misma lengua viperina que recordaba.
Talisa se limitó a mirarle mal, pero no dijo nada más.
―Ha llegado el momento de despediros ―les sugirió la
Diosa, interrumpiendo aquella disputa―. Puedes
acompañarlos al templo, Talisa, si ese es tu deseo. Has sido
esencial en esta batalla y te estoy muy agradecida por ello.
―¿A qué templo?
―Un templo divino en el que ya no existirán los conflictos
―le explicó―. El tiempo se detendrá para ti y continuarás
siendo joven y bella toda la eternidad.
La vidente miró a sus amigos con nostalgia y negó con la
cabeza.
―Aunque la oferta suena tentadora, prefiero quedarme en
la Tierra. Es el lugar al que pertenezco y donde mi don puede
seguir ayudando a la gente.
―Es tu decisión ―asintió la deidad, dando un paso atrás
para que todos pudieran despedirse de ella.
También se despidieron de Mauronte y Azazel, incluso de
Amaro y Cyran.
Por último, la Diosa se aproximó a su hija.
―Los Dioses ya no volverán a ser una amenaza para ti
―le aseguró―. Han visto lo que vales, y saben que viniste a
este mundo para hacer el bien, no para ser una amenaza.
Jessica asintió y, por primera vez en su vida, abrazó a su
madre, que se emocionó ante aquel gesto de sincero afecto.
―Espero que podamos seguir en contacto ―repuso Jess
compungida.
―No voy a volver a perderte, hija ―aseveró cerrando los
ojos y dejándose llevar por el sentimiento de amor que la
invadía en aquel momento.
―Te quiero, mamá ―reconoció la joven con una lágrima
corriendo por su mejilla―. Acabo de ser testigo de cómo el
rencor puede hacer que una persona sea incapaz de ser feliz y
apreciar lo que de verdad importa. Yo no quiero que eso me
pase a mí, por eso, te perdono por haber tenido que
abandonarme. Entiendo por qué lo hiciste y no quiero seguir
enfadada por ello.
―Eres una mujer sabia, hija. ―Tomó su hermoso rostro
entre las manos―. Yo también te quiero a ti, siempre lo he
hecho.
Epílogo
Llevaban cerca de tres meses instalados en aquel templo y no
podían ser más felices. Todo estaba en calma, hacían sus vidas
sin pensar en los peligros que podía haber a su alrededor,
porque se ganaron el privilegio de vivir tranquilos.
Thorne y Jess se besaban abrazados en la cama, después de
haber hecho el amor.
―¡Joder, valquiria! ―exclamó Thorne mordisqueando su
carnoso labio inferior―. No me canso nunca de recorrer con
mis manos tu jodidamente perfecto cuerpo.
―Siempre tan tierno y delicado, Thornie ―bromeó,
enroscando sus piernas en torno a la cintura de su esposo.
Porque sí, ya eran marido y mujer. Nada más llegar a aquel
lugar divino, Thorne le pidió que hicieran el ritual para sellar
su enlace para toda la eternidad.
―A ti no te gusta la delicadeza ―repuso el vikingo,
soltándole una sonora palmada sobre el firme muslo―. Lo
tuyo es la caña, por eso eres mi pareja perfecta.
―En eso tienes razón ―sonrió, y ambos se quedaron
mirándose a los ojos.
―Eres preciosa ―le dijo mientras le acariciaba el rostro
con suavidad.
―No te me ablandes, vikingo, que, como acabas de decir,
a mí me gusta que seas rudo ―bromeó.
Thorne soltó una carcajada.
―¿Eres feliz? ―le preguntó de sopetón, tomándola por
sorpresa.
―¿Que si soy feliz? ―El guardián asintió―. Más de lo
que nunca imaginé.
Thorne la besó de nuevo, satisfecho con su respuesta.
―Creo que va siendo hora de que nos levantemos
―comentó Jess tratando de quitárselo de encima.
―No, es mejor que nos quedemos justo aquí todo el día.
La joven rio y le empujó por el pecho, echándolo a un
lado.
―No voy a ser tu esclava sexual por mucho que te
empeñes, grandullón ―repuso divertida, mientras se metía en
el baño para hacer sus necesidades y darse una ducha rápida.
―Eso que has dicho de la esclava sexual me ha parecido
una gran idea ―comentó siguiéndola dentro de la ducha con
una nueva erección irguiéndose hacia ella.
―Humm, ya veo lo buena idea que te ha parecido
―observó en tono seductor―. Quizá tengamos algo de tiempo
antes de ir a desayunar.
Una radiante sonrisa apareció en el rostro del vikingo.
―Una sabia decisión, hembra ―le dijo en tono ronco
antes de meterse bajo el chorro del agua para devorar sus
labios.
Sasha estaba frente al templo, plasmando en su lienzo el
precioso paisaje que tenía delante. Todo en aquel lugar era
hermoso y único, una fuente de inspiración inagotable para
ella.
―Sabía que te encontraría aquí ―le dijo su esposo
abrazándola por la espalda y haciéndola sobresaltarse.
―Me has asustado ―le reprochó volviendo el rostro para
poder besarle en los labios.
―Lo siento. ―Se sentó sobre el mullido suelo y la levantó
en brazos para colocarla sobre su regazo―. Llevaba un rato
observándote, pero estabas tan hermosa que no quería
molestarte.
―Tú nunca me molestas ―le aseguró rodeándole el cuello
con los brazos.
―Me encanta saberlo ―sonrió de medio lado.
―¿Qué hacéis, tortolitos? ―les preguntó Elion, que llegó
hasta ellos con Ella cogida de la mano―. ¿Molestamos?
―Para nada, solo estaba pintando ―respondió la joven
artista.
―No me extraña que pintes, jamás en toda mi vida, y eso
que es muy larga, vi unos paisajes como estos ―comentó Ella,
acercándose a la mesa que estaba en la terraza y cogiendo una
uva de la gran cantidad de fruta fresca que Helga les trajo
aquella mañana.
Vieron llegar a Nikolai y a Keyla, ataviados con ropa
deportiva tras haber ido a correr como hacían cada mañana en
cuanto el sol despuntaba en el horizonte.
―Cada vez estás más en forma ―la alababa el guardián
ruso―. En nada podrás tomarme la delantera.
―¿En nada? ―inquirió la doctora con guasa, enarcando
una ceja―. No te gano porque no he querido dejarte mal, Nik.
―Oh, no lo dudo, preciosa ―apuntó tomándola por la
cintura y alzándola en el aire para después dejarla resbalar por
su cuerpo hasta apoderarse de sus suaves labios.
―¡Que te den! ―escucharon gritar a Max, que salía del
templo con paso airado.
―Vamos, pecas, no te pongas así ―le pedía Varcan
siguiéndola con una sonrisa canalla dibujada en sus labios.
―¿Que no me ponga así? ―inquirió volviéndose hacia él
en jarras―. Llevaba más de media hora hablando contigo,
expresándote mis sentimientos, y resulta que tú estabas
entrenando mientras yo me desahogaba con tu doble.
El guardián de la cicatriz rio, ganándose que los ojos de
Max se volvieran amarillos.
―Tranquila, fiera, sabes que, si hablas con él, es como si
lo hicieras conmigo. Forma parte de mí.
―Pero no eres tú ―protestó.
―No te veo quejarte cuando los dos te damos placer
―repuso enarcando una ceja.
―No entiendes nada ―espetó furiosa dándole la espalda y
tratando de alejarse.
Varcan la tomó por el brazo y la volvió hacia él, pegándola
a su cuerpo.
―Tienes razón, pelirroja. Lo siento, no volveré a hacerlo,
¿de acuerdo?
Max desvió los ojos, pero Varcan la tomó por la barbilla,
volviéndole de nuevo el rostro hacia él.
―Dime, ¿qué puedo hacer para que me perdones?
―comentó mientras depositaba suaves besos por su cuello.
La joven se encaramó sobre él y le besó con pasión,
encendida por sus caricias. Eso era típico en ellos. Pelearse y
reconciliarse, una montaña rusa de emociones.
Entonces aparecieron Abdiel y Roxie. En los ojos de esta
última aún podía verse reflejada la tristeza que sentía por la
muerte de su hija.
―¿Thorne y Jess siguen en la cama? ―preguntó el líder
de los guardianes tomando asiento en la mesa junto a su pareja
de vida.
―¿Acaso no lo han estado cada mañana desde que
llegamos aquí? ―inquirió Varcan acomodándose en la mesa
también, sentando a Max sobre sus piernas.
―¿Solo por las mañanas? ―bromeó Draven.
―No seáis así, que el resto tampoco nos quedamos cortos
―les defendió Nikolai.
―¿Recuerdas que estamos hablando del mismo tío que
nos reprochaba a todas horas que no sabíamos mantener la
polla dentro de los pantalones? ―apuntó Elion sin dejar de
sonreír.
―Están enamorados ―comentó Keyla.
―Como todos los demás ―enfatizó Ella agarrando a su
esposo por la camisa para acercarlo más a ella y poder besarlo.
―Eso es cierto ―asintió Roxie justo antes de notar un
mareo que la hizo tambalearse en la silla.
―¿Qué te ocurre? ―Abdiel se acercó a ella con el ceño
fruncido―. ¿Estás bien? ¿Es una visión?
La joven morena negó con la cabeza.
―No es ninguna visión ―negó llevándose las manos al
vientre―. Es… es otra cosa…
―¿El qué? ¿Puedo ayudarte? Yo… ―Abdiel guardó
silencio cuando escuchó unos fuerte latidos provenientes de
dentro de su esposa. Sus ojos de desviaron a la zona donde
reposaban las manos de Roxie―. ¿Puedes oírlo?
Ella le miró con los ojos cargados de lágrimas y asintió.
En ese momento, sí que la asaltó una visión.
Pudo ver una versión infantil de la Sherezade del pasado,
pero esta vez, mucho más alegre y sonriente.
Más niños correteaban junto a ella en torno al templo
divino que ahora era su hogar. Por los rizos pelirrojos de una
de las pequeñas, supo que era la hija de Max. Al resto no fue
capaz de identificarlos, pese a que sabía que todos se trataban
de los hijos del resto de los guardianes y sus mujeres.
―Mami ―dijo la pequeña morena tomándola de la mano.
Emocionada, se arrodilló frente a ella y la abrazó con
fuerza contra su pecho.
―Las circunstancias de la vida pueden hacer que el
corazón más puro se transforme en el más oscuro ―le dijo la
Diosa Astrid colocándose a su lado―. Ahora tenéis la
oportunidad de empezar de nuevo. De ser felices.
―¿Cómo es esto posible? ―le preguntó sin soltar a su
pequeña―. Se suponía que los guardianes no podían tener
hijos.
―Cuando la profecía llegó a su fin, pensé que podía
dejaros decidir por vuestra propia voluntad ―le explicó la
Diosa―. Solo si lo deseáis realmente, sucederá el milagro,
como os ha ocurrido a Abdiel y a ti.
―Gracias por devolvérmela ―expresó con una lágrima
corriendo por su mejilla.
―Sé lo que es perder a una hija, mi querida Roxanne. No
tenía otra opción. ―Tras sonreír, desapareció, y Roxie volvió
a la realidad.
―Roxanne, dime algo ―le pedía Abdiel zarandeándola
con suavidad.
―La he visto.
―¿Qué has visto? ―indagó mirándola con preocupación.
―A nuestra hija.
―Nuestra hija ―repitió sin poder acabar de creérselo.
―Es ella, Abdiel ―le dijo con cierto temor de que pudiera
rechazarla―. Es Sherezade.
―No me jodas ―murmuró Varcan poniendo los ojos en
blanco―. Otra vez no.
―No es la misma que fue, he podido verlo ―se apresuró a
explicar―. Me han dado la oportunidad de hacerlo mejor con
ella, de darle el amor y la seguridad que no me permitieron en
el pasado. Podemos hacerlo juntos, si tú quieres.
Abdiel, percibiendo su inseguridad, tomó el rostro de su
mujer entre las manos y sonrió.
―Ella es parte de ti…, de nosotros. La voy a querer y a
cuidar del mismo modo en que intento hacer contigo. Seremos
una familia.
Roxie, emocionada, le abrazó con fuerza.
―Parece que tendremos que acostumbrarnos a tener a una
niña correteando por aquí ―apuntó Max, feliz por su amiga.
―Y no será la única ―le aseguró la morena―. He podido
ver también a vuestros hijos.
―Es imposible ―negó Nikolai―. Nosotros no podemos
engendrar.
―Eso ya forma parte del pasado ―afirmó Roxie―. A
partir de ahora, cuando estéis preparados y queráis ser padres,
simplemente ocurrirá.
―Uff, ¡qué alivio! ―exclamó Varcan secándose el
supuesto sudor de la frente―. Eso nos descarta, pecas.
―Y tanto ―aseveró Max como si acabaran de sortear una
bala.
Roxie prefirió no decirles nada más. Ya irían descubriendo
que, en un par de años, su forma de pensar sobre los hijos
cambiaría por completo, a juzgar por su visión.
Las risas de Thorne y Jess hicieron que todos se volvieran
hacia ellos. El guardián tenía el brazo sobre los hombros de su
mujer y parecía que en sus facciones duras se había instalado
una eterna sonrisa.
Al percatarse de que todos los miraban con intensidad, el
vikingo enarcó una ceja.
―¿Nos hemos perdido algo? ―preguntó con curiosidad.
―Baah, nada importante, bror ―respondió Varcan
acercándose a él―. Solo que nuestra pequeña culo sexi, va a
ser madre.
―Pero… ¿cómo?
―Será mejor que os sentéis para que podamos
explicároslo todo ―sugirió Roxie sonriendo.
Thorne hizo lo que le pedía y Jessica se quedó mirándolo.
En realidad, miró a todos los presentes.
Hacía solo unos meses estaba hundida. Se regocijaba en su
propio sentimiento de autocompasión, que le provocaba
ataques de ira. No se hablaba con su hermana y apenas podía ir
a ver a sus padres por la culpa que sentía, y temiendo que le
reprocharan la situación que había entre ellas. Estuvo perdida
y completamente sola.
Sin embargo, ahora tenía una familia. Todos aquellos
hombres y mujeres que estaban junto a ella eran sus hermanos
y hermanas. Y, además, su alma estaba enlazada a la de un
hombre leal, al que admiraba y amaba por encima de todo.
Era feliz.
En realidad, era muy feliz y pensaba exprimir aquella
felicidad el tiempo que durara, que esperaba que fuera para
toda la eternidad.
FIN
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MARIMONIO POR CONTRATO

Valentina de la Rosa acaba de cumplir treinta años, pero sigue


viviendo como cuando tenía veinte. Sin responsabilidades, de
fiesta en fiesta, tan solo preocupada por el modelito que lucir y
ser la reina de todos los bailes.
Sus padres, hartos de su vida de excesos y derroche, le dan un
ultimátum, o se busca un trabajo para costearse sus gastos o se
casa durante un plazo mínimo año, tras lo cual le legarán una
gran cantidad de dinero.
Eso la llevará a estar casada por error con Ángel, un hombre
que ha renunciado a la fortuna de su padre, por seguir su sueño
de ser fotógrafo.
No pueden ser más diferentes. Ella, una pija de manual y él, un
macarra que vive como puede.
¿Serán capaces de no matarse durante el tiempo que dure su
matrimonio por contrato?

ENAMORADA

Las hermanas Chandler llevaban varios años presentándose en


sociedad sin ningún éxito, ya que los posibles pretendientes las
rehuían, pues la familia Chandler era un tanto peculiar.
Un día, en una de las pomposas fiestas a las que su madre las
obligaba a asistir, Grace se vio atrapada en una de las típicas
fechorías de su hermana gemela y, quedó envuelta en un sinfín
de mentiras, con una de los solteros más codiciados de todo
Londres.
James Sanders, duque de Riverwood, era un hombre serio,
atractivo y con una vida bien organizada. Podría tener a la
mujer que quisiera y siempre obtenía lo que pedía. Hasta que
una joven descarada y testaruda volvió su mundo patas arriba,
sin que apenas pudiera darse cuenta.
¿Podría Grace salir ilesa del embrollo en que la habían
metido?
¿Sería capaz James de no volverse loco y estrangular a aquella
exasperante mujer, como realmente deseaba?
Y, lo más importante, ¿podrían controlar el torrente de pasión
que sentían cada vez que estaban juntos?

HASTA QUE LLEGASTE TÚ

Megan es la hija pequeña del laird MacLeod.


Meg es una joven valiente, impulsiva y una experta con el
arco, muy apreciada por toda la gente de su clan.
Pero toda su vida cambia cuando su hermana Aline muere de
forma repentina y tiene que tomar su lugar de ser desposada
por Ian, laird de los Mackenzie. Aquella boda había sido
pactada hacía muchos años para traer la paz a sus respectivos
clanes y no llevar la unión a cabo, podría poner fin a dicha
tregua.
Pero Megan no se parece en nada a su dulce y sumisa
hermana mayor, por lo que Ian deberá aprender a lidiar con
aquella pelirroja, tan terca como decidida.
¿Serán capaces de entenderse?
Sin duda Ian deberá recordar que jamás se puede enjaular a un
ave salvaje.
El demonio escocés

Tras varios años de enfrentamientos entre ingleses y


escoceses, los reyes Etelredo y Edgardo decidieron que sería
bueno comenzar a unir sus reinos a base de enlaces entre
algunos importantes lairds y damas inglesas de buena buena
cuna.
Ese es el motivo por el que Broc, que jamás pensó en volver a
contraer matrimonio, viaja a una tierra que odia para ir en
busca de la prometida que han elegido para él. Lo que no
esperaba era que la damita inglesa que él creía que encontraría,
es en realidad una belleza deslumbrante, de lengua afilada y
más terca que una mula.
Willow, por su parte, está furiosa por tener que unirse a aquel
gigante escocés con aspecto de salteador de caminos y que
parece fulminarla con sus ojos negros cada vez que la mira.

¿Podrán llegar a entenderse?


Y lo más importante, ¿aquel fuego que parecía nacer dentro de
ellos cada vez que estaban juntos acabaría consumiéndoles?

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