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Este documento presenta un resumen de un libro de ficción. Introduce a los personajes principales como guardianes mitológicos que protegen el equilibrio entre lo humano y lo sobrenatural. Describe que una bruja malvada llamada Sherezade ha despertado y amenaza con destruir el mundo actual. El primer capítulo muestra a Thorne siendo reprendido por Abdiel por haber encerrado a Jessica en su sótano, antes de que se revele que Jessica es la elegida para derrotar a Sherezade y que podría ser la pareja de vida de Thorne
Este documento presenta un resumen de un libro de ficción. Introduce a los personajes principales como guardianes mitológicos que protegen el equilibrio entre lo humano y lo sobrenatural. Describe que una bruja malvada llamada Sherezade ha despertado y amenaza con destruir el mundo actual. El primer capítulo muestra a Thorne siendo reprendido por Abdiel por haber encerrado a Jessica en su sótano, antes de que se revele que Jessica es la elegida para derrotar a Sherezade y que podría ser la pareja de vida de Thorne
Este documento presenta un resumen de un libro de ficción. Introduce a los personajes principales como guardianes mitológicos que protegen el equilibrio entre lo humano y lo sobrenatural. Describe que una bruja malvada llamada Sherezade ha despertado y amenaza con destruir el mundo actual. El primer capítulo muestra a Thorne siendo reprendido por Abdiel por haber encerrado a Jessica en su sótano, antes de que se revele que Jessica es la elegida para derrotar a Sherezade y que podría ser la pareja de vida de Thorne
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constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal) En la vida todo tiene un principio y un final. Sin embargo, eso no significa que la historia se acabe, más bien, que es el inicio de nuevas y fascinantes aventuras. Agradecimientos Como siempre, quiero agradecer a todas mis fieles lectoras y lectores, a mis queridas guardianas y guardianes. Durante toda mi trayectoria como escritora habéis estado ahí, apoyándome y dándome cariño. Sois parte de esta gran familia que entre todos hemos formado. A mí madre, mi hermano, mi marido y mi hija, por estar siempre a mi lado. Sois el motor que me hace seguir adelante. A mi correctora, Sonia Martínez Gimeno, gracias por tu profesionalidad y eficiencia. Formamos un buen tándem. Y en esta ocasión, también quisiera hacer una mención especial a todos los personajes de esta serie. Gracias por todo lo que me habéis dado a lo largo de estos seis libros. Me ha costado mucho tener que deciros adiós, aunque no es un adiós definitivo, porque formaréis parte de mí, y sé que de muchas otras personas más que se han enamorado de vosotros tanto como yo. El juego de la sangre puede que llegue a su fin, pero no nuestro amor por estos guerreros milenarios y sus parejas de vida. Sarah McAllen PROFECÍA Dice la profecía que habrá una bruja, renacida de un tiempo lejano, que podrá reinar sobre todos los reinos, humanos o sobrenaturales. Cuando el oráculo haga acto de presencia, la bruja renacida se alzará, haciendo que el mundo que conocemos hasta ahora desaparezca. El oráculo maligno será el conductor para conseguir este objetivo, quedando destruido sin remedio y enviado a los infiernos, donde arderá por toda la eternidad. Sin embargo, la portadora del sello será la única que pueda mantener las fuerzas del mal a raya, ayudando a la sanadora a proteger a los seis guerreros que velan por el cumplimiento de la ley de la sangre. Cuando la reina perdida aparezca, se abrirá el camino para encontrar la llave del bien y del mal, que abrirá la puerta a la elegida, decidiendo de qué lado caerá la balanza. El juego de la sangre ha comenzado, ¿te atreves a participar? GUARDIANES DEL SELLO Seis guerreros mitológicos que velan por que la ley de la sangre se cumpla. Una ley suprema, donde todos los elementos, terrenales o mágicos, deben estar en equilibrio. Los protectores del sello se encargan de controlar que nadie trate de hacerse poderoso, a cambio de esclavizar al resto de especies. Existen desde hace milenios, cuando una bruja llamada Sherezade decidió que quería reinar sobre todos los seres que existían en la tierra. Por ello, la Diosa Astrid dotó de poderes a seis de los guerreros más fieros y los convirtió en los guardianes del sello. Un sello que todos ellos llevan marcado en su pecho, sobre el corazón. Pero de algún modo, un grupo de brujos han conseguido despertar de nuevo a Sherezade y la profecía se ha puesto en marcha, ¿de qué lado caerá la balanza? Capítulo 1 ―¿Cómo se te ocurrió secuestrarla y encerrarla en tu sótano? ―le reprochaba Abdiel con las manos en las caderas y el ceño fruncido―. ¿Sabes que eso suena muy cercano a lo que haría un psicópata? Cuando le explicaron la nueva información que les dio la Diosa Astrid sobre que Jessica, la hermana mayor de Sasha, sería la destinada para empuñar la espada divina y derrotar a Sherezade, el líder de los guardianes quiso hablar a solas con Thorne para reprocharle el comportamiento que tuvo con la joven humana. ―¿Y qué cojones pretendías que hiciera? ¿Que dejara que continuara siguiéndome y exponiéndose a que la mataran? ¿Eso te hubiera parecido más apropiado, bror? ―Debiste haberme informado de que estabas teniendo problemas con ella. ―No eran problemas ―afirmó categóricamente―. Es una tocapelotas entrometida, pero podía hacerme cargo yo solo sin necesitar tu supervisión, joder. Abdiel enarcó una ceja. ―Ya veo que lo tenías todo bajo control y que ahora la chica estará encantada de ayudarnos después del trato tan amable que le has dispensado ―ironizó. El vikingo gruñó y caminó de un lado a otro de la estancia. ―¿Quién coño se iba a imaginar que ella era la elegida para vencer a Sherezade? ―Contando con que cada mujer con la que nos cruzamos acaba convirtiéndose en una pieza clave de la profecía, no era tan descabellado, ¿no crees? ―apuntó de forma acertada―. Además, teniendo en cuenta que todas ellas se han convertido en nuestras parejas de vida y que eres el último de nosotros que conserva su soltería, no estaría de más que pensaras seriamente que es muy probable que Jessica sea tu alma gemela. ―¡Ni de coña! ―bramó horrorizado―. Esa harpía tocacojones jamás podría ser mi pareja de vida. No me jodas, bror. Acabaríamos matándonos. ―Lo que tú digas; no obstante, trata de ser más amable con ella y de arreglar lo que estropeaste ―le pidió con calma―. Aunque tengas razón y no os una ningún tipo de vínculo sentimental, según nuestra Diosa, debes ser tú quien le enseñe a usar la espada y, no quisiera que acabara empleando sus habilidades contra ti y tener que recogerte en pedacitos. ¿Entendido? ―¿Amable? Con esa mujer no se puede ser amable, bror ―soltó entre dientes―. Me apuntó con un arma y me pateó las pelotas. Por no hablar de su lengua viperina… ―Es una orden, Thorne ―le interrumpió con voz firme―. Quiero que controles tu temperamento y te esfuerces en adiestrarla lo mejor que sepas. No es un capricho, es una misión muy importante y lo sabes. Confío en que harás lo que debes, como siempre has hecho. Draven y Sasha acompañaron a Thorne hasta su casa, donde mantenía retenida a Jess. Los tres bajaron las escaleras que conducían al sótano y justo antes de abrir la puerta, el vikingo se volvió hacia ellos para advertirles: ―Esperad a que entre yo primero, no creo que esté de muy buen humor y no quiero que os ataque a vosotros. ―Lo vas a tener complicado para que vuelva a confiar en ti, bror ―bromeó el celta, divertido. ―No me toques los cojones ―refunfuñó, antes de meter la llave en la cerradura y pasar dentro de la estancia. Como preveía, nada más traspasar el umbral, la policía se abalanzó sobre él armada con la pata de una silla, la cual había destrozado. Le arrojó al suelo y se colocó a horcajadas encima de su cuerpo, con actitud amenazante. ―¡Hijo de puta! ―gritaba a la vez que le golpeaba con fuerza. ―¡Quieta, joder! ―le pedía intentando inmovilizarla tomándola por las muñecas, no obstante, no quería hacerle daño, por lo que no ejercía la fuerza suficiente para que dejara de asestarle un golpe tras otro. ―Y una mierda ―espetó furiosa―. No vas a tenerme aquí encerrada por más tiempo. Antes te mato, cabrón. Dándole otro fuerte porrazo, le hizo una brecha en la frente, que comenzó a sangrar copiosamente. ―Jess, detente ―intervino Sasha mirándola con los ojos muy abiertos, sorprendida por su fiereza. Nada más escuchar su voz, Jessica se levantó de encima del guardián sin soltar su improvisada arma y se la quedó mirando con la respiración entrecortada. ―¿Sash? ―Hola, Jess ―la saludó sonriendo con ternura. ―¿Estás bien? ―se aproximó a ella sin dejar de vigilar al enorme vikingo que comenzaba a incorporarse―. ¿Qué te han hecho? ―Nada, ellos no me han hecho nada ―le aseguró. ―¿Ellos? ―entrecerró los ojos―. ¿Quiénes son ellos? ―¿Qué tal? ―la saludó Draven apareciendo por detrás de la artista. Jessica, tan protectora como siempre, tomó a su hermana por el brazo y la colocó detrás de ella, alzando la pata de la silla por si tuviera que defenderse. ―¿Quién narices eres tú? ―No era este el modo en que me hubiera gustado conocerte. En fin, es lo que hay. ―Se encogió de hombros el guardián celta―. Soy Draven, tu cuñado. ¿Cuñado? ¿De qué estaba hablando aquel demente? ―¿Qué tipo de alucinógenos consumís vosotros dos? ―inquirió mirando a los guardianes alternativamente―. Porque está claro que vuestros cerebros no funcionan correctamente ―No te está mintiendo, Jess ―dijo su hermana a sus espaldas―. Draven y yo estamos casados. Nos amamos. La policía se giró levemente para poder mirarla. ―No puedes estar hablando en serio, Sash. ―Se sentía confusa―. ¿Acaso te han lavado el cerebro? ¿Forman parte de una especie de secta o algo así? ―No es nada de eso, debes creerme ―aseveró la artista. ―Si te calmas, te lo explicaremos todo para que puedas entenderlo ―le pidió Draven tratando de acercarse a ellas. ―¡Que te jodan! ―espetó, intentando alcanzarle con la pata de la silla para que no siguiera avanzando―. No me fío de ti ni de tu sonrisa amistosa, y mucho menos de tu amigo el gigante. ―Confía en mí, entonces ―le suplicó Sasha. ―Sash… ―Por favor ―insistió. Se la quedó mirando a la espera de ver alguna muestra de temor por su parte, algún indicio de que estuviera siendo coaccionada o amenazada, sin embargo, no las halló. Suspiró y bajó su improvisada arma. ―De acuerdo, te escucharé, pero no quiero que ellos se acerquen a nosotras. ―Nos mantendremos a distancia ―aceptó el celta. ―Tampoco quiero permanecer más tiempo encerrada aquí abajo. ―Era necesario para mantenerte a salvo retenerte aquí, hembra ―respondió Thorne, intentando ser paciente como le aconsejó Abdiel. ―¿A salvo de qué? No sé de qué coño estás hablando, porque hasta ahora, el único peligro al que me he enfrentado eres tú. ―Subamos arriba y te lo contaremos todo ―respondió el cazador, haciéndose a un lado para que ellas pudieran salir primero del sótano. Tomando a su hermana de la mano, Jessica pasó por delante de ellos sin perderles de vista en ningún momento. Ascendió las escaleras de manera apresurada y cuando los rayos del sol se reflejaron en su rostro, sintió un alivio instantáneo. Se hizo a la idea de que moriría allí, siendo la cautiva de aquel enorme motero, aunque tenía claro que no se hubiera dado por vencida sin luchar. Ella jamás se rendía, no formaba parte de su naturaleza. ―Sentémonos, estaremos más cómodos ―indicó Draven, retirando una silla para que su pareja de vida se acomodara en ella, cosa que hizo. ―Yo prefiero quedarme de pie ―dijo Jess desconfiada. ―¿Por qué nunca haces nada de lo que se te pide? ―inquirió Thorne, molesto con su actitud desafiante. ―¿Por qué no te vas a tomar por el culo, puto psicópata? El vikingo apretó los puños y soltó un gruñido. ―Ahora mismo te pondría sobre mis piernas y te daría la azotaina que te mereces por hablarme de ese modo. ―Te animo a intentarlo ―le retó―. ¡Venga, no te cortes! ―Se posicionó con los brazos abiertos y la pata de la silla aún en su mano. Thorne dio un par de pasos hacia ella, antes de que su hermano le tomara por el brazo. ―Centrémonos en lo importante ―les pidió manteniendo la calma que a los otros dos les faltaba―. Ya arreglaréis vuestras diferencias más tarde. ―¿Arreglar nuestras diferencias? ―Jessica rio de forma sarcástica―. Te aseguro que en cuanto me hayáis aclarado lo que está sucediendo con mi hermana, no tendré nada más que hablar con ese capullo. Es más, si vuelve a acercarse a mí, le volaré la cara de un tiro sin pensarlo dos veces. El vikingo frunció el ceño profundamente. ―Esto va a ser aún más complicado de lo que esperaba ―refunfuñó por lo bajo. ―Jess, Thornie no es tan malo como piensas ―le defendió Sasha. ―¿Thornie? ―se carcajeó―. ¿Qué mierda de nombre es ese? ―Escúchame bien, hembra, a ti no te permito llamarme así ―le advirtió acercándose a ella con el dedo índice en alto―. Soy Thorne Ragnarson, un guerrero de casi mil cien años, inmortal y que se alimenta de sangre, por lo que una mocosa como tú no va a burlarse de mí. ¿Entendido? La policía abrió la boca y le miró como si le hubieran salido dos cabezas. ―Estás loco, joder. ―En realidad no, Jess ―intervino su hermana. Se volvió hacia ella. ―¿Qué estás diciendo, Sash? ―Sé que es difícil de creer, pero todo lo que Thorne te ha dicho es cierto ―insistió, mirándola directamente a los ojos para que la creyera―. Son unos guerreros creados por una Diosa y ahora, necesitan nuestra ayuda. Aunque pareciera imposible, los ojos de Jessica se abrieron todavía más. Puso las manos a ambos lados del rostro de su hermana y escudriñó sus pupilas. ―¿Qué te han dado, Sash? ¿Te han drogado? Es eso, ¿verdad? ―No, claro que no. ―¿Has bebido? A ver, échame el aliento. ―No he bebido, Jess, y tampoco estoy loca, si esa es tu siguiente pregunta ―espetó separándose un poco de ella―. Comprendo que no puedas procesar todo esto, pero es verdad. ―Necesitamos que mantengas la mente abierta ―le pidió Draven. ―Lo que necesitáis es un psiquiatra para que solucione vuestro trastorno mental y, de paso, la manipulación que habéis ejercido sobre mi pobre hermana ―aseveró tomando a la artista de la mano y tirando de ella―. No estás bien, Sash, tenemos que irnos de aquí para que pueda verte un médico. ―Estoy bien, te lo prometo. ―No es verdad, salta a la vista que no lo estás en absoluto. ―La arrastró hacia la puerta pese a su resistencia. ―Para, Jess, tienes que creernos. ―Debes de creerme tú a mí cuando te digo que estás sufriendo alguna especie de síndrome de Estocolmo o algo así. ―Siguió tirando de ella―. Pero te pondrás bien, te lo juro. ―¡Jess, espera! ―Sasha forcejeó con ella para liberarse de su agarre. ―Tranquilízate y ven conmigo. ―Trató de seguir arrastrándola hacia la salida con más fuerza―. ¡Voy a ayudarte! ―Ya estoy harto ―bramó Thorne acercándose a las jóvenes y separándolas. Tomando con firmeza por los hombros a la descreída agente de policía, abrió su boca e hizo crecer sus colmillos, con los cuales se mordió el brazo, arrancándose un trozo de carne que escupió en el suelo. De sus labios goteaba sangre y su mirada se veía fiera, cosa que hizo que a Jessica se le erizara la piel y sintiera, por primera vez en su vida, un profundo terror que amenazaba con paralizarla. Sin embargo, decidida a no amedrentarse, le empujó por el pecho y le golpeó en la cabeza con la pata de la silla que aún llevaba sujeta. ―Jess, ¿qué haces? ―gritó Sasha―. ¿No vas a ayudarle? ―le preguntó a su marido, que sonreía de medio lado. ―Esto se nos está yendo de las manos ―suspiró Draven, acomodándose en el sillón para ver el espectáculo en primera fila. ―¡Me cago en mi puta vida! ―se quejó el vikingo, que consiguió desarmarla e inmovilizarla para después colocarse a espaldas de ella. ―¡Suéltame, hijo de puta! ―Jessica gritaba y se retorcía. ―No voy a soltarte hasta que te calmes. ―Y una mierda me voy a calmar ―dijo entre dientes―. Acabas de arrancarte un pedazo de brazo. ¡Eres un puto demente! ―Lo he hecho para que puedas comprobar por ti misma cómo me curo en unos segundos y te creas lo que acabo de explicarte. Los ojos de la joven morena se dirigieron hacia el brazo herido del guardián, que, como si fuera por arte de magia, estaba casi curado al completo. ―No puede ser, es imposible ―murmuró aún incrédula. ―Ya ves que no es imposible, valquiria, así que respira hondo, relájate y te soltaré. Notando el cuerpo de la policía destensarse, Thorne abrió los brazos liberándola, aunque lo primero que recibió en cuanto tuvo las manos libres fue un puñetazo en toda la nariz. ―¡Qué cojones…! ―exclamó el vikingo llevándose las manos a su tabique roto. ―Si es cierto que te curas tan rápido, déjame ver cómo tu nariz vuelve a su estado natural, capullo ―espetó Jessica con los brazos en jarras. ―No es una mala lógica ―terció Draven divertido, ganándose una mirada enfurecida de su hermano. Apretando los dientes, se recolocó el hueso de la nariz para que se soldara recto, antes de acercarse más a la policía, que se mantenía en guardia, y permitirle que comprobara cómo se curaba casi de inmediato. El ceño de la joven se frunció y tomando la nariz del vikingo entre sus dedos, la toqueteó y apretó, cerciorándose de que no se tratara de ningún truco. ―No tiene sentido, ¿cómo lo has hecho? ¿Es posible que me hayas drogado a mí también? ―Olvídate de las malditas drogas, joder. Ya te he explicado lo que pasa. Soy inmortal, hembra, pese a que te niegues a creerlo ―respondió con sus ojos verdes oscuros clavados en ella. A pesar de que la mente lógica de Jessica le decía que aquello era imposible, lo que acababa de presenciar le hacía pensar en todo lo contrario. Desvió su mirada hacia su hermana, que se acercó a ella para tocarle el brazo y poder reconfortarla. ―Déjanos contártelo todo, Jess. Confía en mí―le suplicó―. Sé que durante mucho tiempo yo perdí mi fe en ti y no te dejé explicarte y es una cosa de las que más me arrepiento en esta vida. Un nudo se formó en la garganta de Jessica, que asintió a duras penas, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. Capítulo 2 Sasha y Draven le explicaron a Jessica todo sin dejarse ningún detalle. Mientras tanto, Thorne se limitaba a mirar por la ventana del salón dándoles la espalda y con sus enormes manazas dentro de los bolsillos de su pantalón de cuero. La agente de policía se mantuvo en silencio, prestando atención a cada cosa que decían, preguntando sus dudas y asimilando que ese mundo de fantasía del que hablaban pudiera llegar a ser real. Para darle más realismo a sus palabras, Draven se hizo invisible ante sus ojos y pese a que Jessica no entró en shock, como llegó a temer, sí notó que cierto temor se encendió en el fondo de su mirada gris verdosa. ―Lo que venís a decirme es que existen seres mágicos, entre los que mi hermana y yo también estamos incluidas. ¿Es eso? ―A grandes rasgos, sí ―concedió el guardián celta. ―Y que voy a tener que empuñar una espada creada por los Dioses para salvar a la humanidad, ¿cierto? ―Así es ―asintió Sasha. ―Y además, para colmo, el gigante neandertal ese ―señaló a Thorne, que se encontraba en la otra punta del salón― es el encargado de enseñarme a usarla. ―Hembra, no te consiento… ―comenzó a decir el aludido acercándose a ella. Sin embargo, su hermano le interrumpió para que la sangre no llegara al río. ―Sí, el grandullón es muy diestro con la espada y estoy seguro de que sabrá instruirte como es debido. Jessica se pasó las manos por el cabello, retirándoselo del rostro. ―No me puedo creer que vaya a dar por válida una historia tan inverosímil. Lo que pasa es que me habéis dado muestras de que puede ser cierta o, en el peor de los casos, de que me he vuelto loca del todo y estoy alucinando, cosa que tampoco descarto. ―Necesitamos tu colaboración, Jess, es muy importante ―le imploró su hermana con ojos suplicantes. Emitiendo un suspiro, desechó sus últimas reticencias. ―Está bien, os ayudaré, y lo haré por ti, Sash ―dijo mirándola directamente―. Para demostrarte lo importante que eres para mí y que entiendas que nunca te dañaría conscientemente. ―Lo sé. ―¿Lo sabes? ―Jessica se sorprendió de aquella afirmación. ―Me encontré a Kyle por la calle y me lo contó todo ―le explicó con los ojos brillantes―. Siento no haber querido escucharte. He sido una idiota. ―Será mejor que las dejemos a solas ―sugirió Draven ―No tardéis demasiado, no tenemos tiempo que perder con absurdas charlas femeninas ―protestó el vikingo, que se ganó una peineta por parte de la policía. Una vez las jóvenes estuvieron a solas, se sentaron en el mismo sofá y se tomaron de las manos. ―Entiendo que desconfiaras de mí, todo apuntaba a que me acosté con tu prometido a tus espaldas, no obstante, te juro que en cuanto me enteré de que estaba contigo, rompí con él. Nunca podría hacerte eso de forma deliberada. ―Kyle me lo dijo. ―De todos modos, tuve que explicártelo antes, pero estabas tan feliz… Nunca en la vida te había visto sonreír del modo en que lo hacías en esa época. ―Posó su mano sobre la mejilla de su hermana pequeña―. Después pensé que no era justo que esa felicidad fuera cimentada sobre una mentira, por eso le exigí a Kyle que te lo contara todo, aunque nunca se atrevió. Comprendo que te sintieras humillada cuando irrumpí en medio de la boda y solté toda la verdad, pero ya era demasiado tarde y no tenía otra opción. No quería que te equivocaras, nunca me lo hubiera podido perdonar. Lo siento mucho, Sash. ―Yo también lamento mi cabezonería y no haberte dado la oportunidad de explicarte. Ambas se abrazaron y lloraron por el tiempo que aquel malentendido las mantuvo separadas. ―Si algún día me cruzo con tu exprometido, le felicitaré por haber sido valiente, más vale tarde que nunca, ¿no? ―Respecto a eso, tengo algo que decirte ―repuso Sasha separándose un poco de su hermana y secándose las lágrimas que corrían por sus mejillas. ―¿De qué se trata? ―enarcó una de sus perfectas cejas oscuras―. Porque si me dices que Kyle es un ser sobrenatural también, me caigo de espaldas aquí mismo. ―No, no tiene nada que ver con eso ―dijo con una expresión apenada―. Él… ha muerto, Jess. Durante una revuelta organizada por Sherezade le mataron, fue justo después de que me lo confesara todo. La agente de policía apretó los dientes. ―Aún no conozco a esa bruja y ya me cae como el culo ―sentenció. ―¿Podéis dejaros de una puta vez de charlitas de mujeres para que nos centremos en salvar el mundo? ―oyeron espetar desde la cocina a Thorne con impaciencia. ―¿Ese tío es siempre tan gilipollas? ―inquirió Jessica tentada a enviarle a la mierda. ―Cuando lo conozcas de verdad te darás cuenta de que es un trozo de pan ―le aseguró Sasha con una sonrisa dulce dibujada en los labios―. Perro ladrador, poco mordedor. ―Lo dudo ―objetó Jessica. ―Y haces bien en dudarlo ―proclamó el vikingo desde la distancia, haciéndola poner los ojos en blanco. Iban de camino al apartamento de Jessica para que cogiera algunas de sus cosas, antes de embarcarse en aquella inverosímil batalla mágica que le dijeron que tenía por delante. ―Esto es una jodida pérdida de tiempo ―refunfuñaba Thorne―. Arriesgarnos a que Sherezade nos tienda una emboscada para que la hembra coja algunos trapitos. ―¿Por qué no te vas a la mierda? ―espetó la aludida sin dirigirle la mirada―. Nadie te ha pedido que vengas con nosotros, así que pierdes el tiempo porque te da la real gana. ―Ojalá fuera cierto. Por desgracia, nuestra Diosa ha decretado que sea tu instructor. ―¿Acaso tenemos la espada para que me instruyas? ―Se detuvo y le enfrentó. ―Aún no, pero… ―Pero, pero, pero ―le imitó poniendo la voz ronca―. No hay peros que valgan. Si tanto te molesta acompañarme, no lo hagas. De hecho, me harías un favor si no me impusieras tener que soportarte, capullo. El enorme vikingo se cruzó de brazos. ―¿Podrías mostrarte más amable, hembra? Me pones muy difícil que podamos colaborar si no dejas de insultarme. Jessica se puso en jarras. ―Unos cuantos insultos es lo menos que te mereces. Me has tenido secuestrada durante días, así que da gracias por que aún tengas la cabeza sobre los hombros. ―¿No entiendes que lo hice porque temía que terminaran hiriéndote por meter las narices donde no te llamaban? Si no fueras tan tocapelotas, no hubiera tenido que tomar esa drástica decisión. ―¿Tocapelotas? ―repitió ofendida―. Trataba de averiguar dónde estaba mi hermana, por la que estaba muy preocupada porque había desaparecido, ¿recuerdas? ―Ya ves que tu hermana está bien ―añadió señalando a la joven artista. ―¿Bien? ―rio de forma sarcástica―. ¿Casada con un vampiro de miles de años, y metida en medio de una guerra iniciada por una bruja loca en la que arriesga su vida para ayudaros? ―Enarcó una de sus cejas―. Déjame decirte que a esto yo no le llamaría estar bien. ―¿Evans? Aquella conocida voz a su espalda la hizo volverse y encontrarse de frente con quien, durante años, fue su compañero de trabajo. ―Miller, ¿qué tal? ―le saludó tensa. Dylan ojeó a los acompañantes de Jessica, sin reconocer al vikingo, ya que la vez que lo vio, Elion terminó borrándole la memoria. ―Con demasiado trabajo, aunque te echo de menos, compañera. ―Posó su mano sobre el brazo de Jess, que se retiró hacia un lado―. ¿Cómo te va a ti? ―De maravilla ―respondió de forma escueta. El agente Miller estudió de nuevo a los dos enormes hombres que la acompañaban y frunció el ceño. ―¿Podemos hablar a solas? ―No creo que sea necesario. ―Jess, por favor… ―¿Qué es lo que quieres, Miller? Si te sientes culpable por haber estado de acuerdo con que me suspendieran, no tienes por qué hacerlo. ―Jessica, sé que estás molesta… ―¿Molesta yo? Para nada ―ironizó interrumpiéndole. ―El capitán Forbes está preocupado por ti, y yo también ―insistió de nuevo Dylan―. No has acudido a las visitas con el doctor Holster, y es obligatorio para que puedas recuperar tu placa. ―No pienso volver a ver a ese loquero. ―Jess… ―En este momento me importa bien poco volver a mi puesto de trabajo ―le cortó de nuevo. ―¿Andas metida en problemas? ―susurró acercándose más a ella y mirando de reojo a Thorne y a Draven. ―No ando metida en nada que tenga que preocuparte. ―Puedes confiar en mí. Jessica soltó una carcajada. ―No, yo creo que no puedo ―negó con vehemencia―. Me delataste cuando tuve mi problema y no me apoyaste en esta ocasión tampoco. ―No podía apoyar los ataques de ira que estabas sufriendo, Evans ―se justificó. ―¿Ataques de ira? ¿La pérdida de tu placa? ―intervino entonces Sasha, que hasta aquel momento estuvo en silencio y atenta a toda la conversación―. ¿Qué ha estado pasando en tu vida, Jess? ―Nada, estoy bien ―se apresuró a asegurarle. ―Creo que no nos conocemos. Soy Dylan Miller, el compañero de Jessica ―se presentó el joven, alargando una mano hacia ella. ―Excompañero ―apuntó Jess de mala gana. ―Yo soy Sasha, su hermana. ―La joven aceptó su mano y sonrió con amabilidad. El agente entrecerró los ojos y los desvió hacia su amiga. ―¿La hermana con la que no te hablabas? ―No tengo otra ―bufó Jessica cruzándose de brazos a la defensiva―. Tenemos algo de prisa, Miller. Me alegro de haberte visto ―le despachó. ―Lo mismo digo. ―Hizo un leve asentimiento de cabeza, siguiéndola con la mirada cuando se alejaba con paso rápido. ―Ha sido un placer, Dylan ―se despidió la artista. ―Sasha, tienes que cuidarla, no está bien ―le murmuró para que solo ella le escuchara―. Jessica intenta hacerse la fuerte, pero tiene problemas. Necesita ayuda para controlar su temperamento. ―¿Desde cuándo está así y por qué? ―Sospecho que su falta de relación contigo ha tenido algo que ver, a pesar de que nunca se ha mostrado muy comunicativa al respecto. ―Gracias por preocuparte por ella, prometo intentar ayudarla. ―Estoy convencido de ello. Capítulo 3 Thorne estaba golpeando el saco de boxeo del lujoso gimnasio que Mauronte tenía montado en su bloque de apartamentos de lujo. Necesitaba desestresarse después de haber pasado varias horas en compañía de aquella exasperante mujer, y golpear algo siempre le ayudaba a hacerlo. ―¡Maldita y deslenguada hembra! ―decía entre dientes, asestándole otro fuerte puñetazo al saco, que, tras varios golpes más, acabó soltándose de su anclaje en el techo. ―Menuda energía, mi guardián. El vikingo, en guardia, se volvió hacia la voz femenina hasta que se dio cuenta de que se trataba de la Diosa Astrid. ―Ah, eres tú ―comentó desganado quitándose los guantes de boxeo. ―Es la hora de que la elegida y tú os pongáis en marcha y vayáis a por la espada ―le dijo acercándose más a él. ―¿En serio? ―enarcó una ceja con sarcasmo―. ¿Y dónde se supone que he de ir a buscarla? Porque yo no tengo ni puta idea de dónde puede estar la jodida espada divina de la que nos hablaste. La hermosa mujer chasqueó los dedos, haciendo que un pequeño rayo impactara contra el corpachón del vikingo. ―¡Mierda! ―exclamó dolorido―. ¿A qué cojones ha venido eso? ―Háblame con más respeto, guardián, soy tu Diosa ―le recordó. ―No me jodas. Los ojos de la mujer parecieron relampaguear al escuchar aquel nuevo improperio, pero prefirió no decir nada más al respecto. ―Yo no puedo decirte dónde encontrar la espada divina, no obstante, tú sabes donde hallarla y mi querida llave también lo descubrirá ―le dijo de manera misteriosa―. Una vez que la tengáis en vuestro poder, Sasha os llevará al lugar donde deberéis entrenaros. ―¿Yo? ―Frunció el ceño―. Te aseguro que no sabría ni por dónde empezar a buscarla, así que la pequeña artista ya puede descubrir su paradero cuanto antes. ―Quiero que hagas memoria, mi guerrero ―le aconsejó con calma―. Estoy segura de que en algún recoveco de tus recuerdos puedes dar con la respuesta que estás buscando. Tras decir aquellas palabras, desapareció del mismo modo en que hizo acto de presencia. ―Pero ¿qué coño ha sido eso? Se pasó las manos por el largo pelo rubio oscuro y se secó con el antebrazo el sudor que perlaba su frente. ¿Que él sabía dónde estaba la espada de los cojones? Hacía mucho tiempo que no tocaba ninguna, desde que fuera mortal y viviera en su poblado vikingo. Su mente le transportó hacia aquella época, cuando su vida era mucho más sencilla. ¿O no? Thorne Ragnarson era un guerrero muy respetado entre las gentes de su poblado. Todos conocían el nombre de aquel vikingo de más de dos metros que peleaba con la fiereza y la fuerza de diez hombres. Junto a Ragnar Lodbrok, habían hecho suyas muchas tierras y tenían previsto ser los más importantes conquistadores de todos los tiempos. En cuanto a las mujeres, no tenía previsto sentar cabeza ni formar una familia. Él tenía suficiente con su hermana, Inga, que tenía catorce años y quedó a su cargo tras la muerte de sus padres. También contaba con su buena amiga, Helga, una diestra escudera que luchaba junto a él. Se habían salvado la vida mutuamente en varias ocasiones y sabía que siempre podía contar con ella, del mismo modo que él daría su vida por Helga, sin dudarlo un solo segundo. ―Thorne, ¿podemos hablar un momento? ―le preguntó Hans, otro de sus compañeros de batalla. Dejando de afilar su espada, alzó los ojos hacia el pelirrojo. ―Claro, ¿qué necesitas? ―Quisiera saber la relación que te une a Helga ―dijo sin rodeos. ―¿Helga? ―Frunció el ceño y se puso en pie―. Somos buenos amigos. ¿Por qué? ―Estaba pensando en pedirle la mano y dada tu cercanía con ella, creí que podrías interceder en mi favor. Thorne se cruzó de brazos y enarcó una ceja. Que él fuera amigo de Helga no le daba potestad para tratar de convencerla para hacer algo que no quisiera. Ella era una mujer inteligente y muy capaz de tomar decisiones. ―Hans, espero que no te moleste, pero no voy a decirle una sola palabra a Helga sobre nada que tenga que ver contigo. Si quieres que sea tu esposa, deberás conquistarla y ganarte su favor. La expresión del pelirrojo varió de esperanzada a molesta en cuestión de segundos. ―Vamos, Thorne, hemos luchado codo con codo en cientos de batallas. ―¿Y qué demonios tiene que ver eso? También hemos compartido ese mismo tiempo con Helga. ―No vas a compararlo, ella solo es una escudera… ―Una escudera más valiente y diestra que la mayoría de los guerreros que conozco ―le interrumpió. ―Aunque así sea, no deja de ser una mujer ―le contradijo―, destinada para parir y criar a los hijos de los guerreros, que un día se convertirán en nuestro legado. No hay nada más. ―Si tan mala imagen tienes de las mujeres, ¿para qué quieres unirte a una? El rostro de Hans comenzó a tornarse rojo a causa de la rabia contenida. ―Acabo de explicártelo, Thorne. Quiero que el día de mañana mis hijos me sobrevivan. Helga es hermosa y tiene buenas caderas para parir, sería la candidata perfecta. ―¡Maldición, Hans! ―bramó enfadado―. ¿Piensas que estás hablando de un caballo? ―Thorne… ―Mira, no voy a andarme con rodeos ―le cortó―. No soy un maldito entrometido y no voy a contarle a Helga nada de lo que ha pasado aquí, no obstante, si ella llegase a pedir mi opinión, le diría que lo más sensato sería no casarse con alguien como tú, que ve a las mujeres como meros animales de cría. Hans apretó los puños. ―En este momento me siento insultado ―declaró dando un par de pasos hacia él―. Y no me gusta nada. ―No es mi problema como te sientas, solo he sido franco contigo ―le enfrentó sin un ápice de arrepentimiento―. Sin embargo, siempre puedes resarcirte enfrentándote a mí en un duelo. ¿Qué me dices? El pelirrojo pareció rumiarlo antes de negar con la cabeza, darse media vuelta y alejarse por el mismo lugar que llegó minutos antes. Thorne suspiró, intuyendo problemas. ―¿Ocurre algo, hermano? ―le preguntó Inga, asomando la cabeza por la puerta de su modesta casa―. Me pareció escuchar que discutías con alguien. Se volvió hacia la jovencita, que ya comenzaba a perder sus rasgos aniñados dando paso a un hermoso rostro por el que muchos hombres suspirarían dentro de un par de años. ―No estaba discutiendo, solo intercambiaba opiniones con Hans ―respondió aproximándose a ella. ―¿Con Hans? ―indagó poniéndose en jarras―. ¿Y de qué has hablado con él? No quisiera ser una entrometida, pero es que ese hombre no me gusta nada. Me mira de un modo que me pone los pelos de punta. ―Un escalofrío recorrió el pequeño cuerpo de la muchachita. ―Estoy de acuerdo contigo, Inga, a mí tampoco me gusta nada ―concordó entrando en la casa seguido de su hermana―. Nunca he tenido un trato muy directo con él, aunque la conversación que acabamos de tener me ha dejado claro que tampoco quiero tenerlo en el futuro. ―¿Qué es lo que te dijo para que hables así? ―Nada, no tiene importancia ―contestó probando el guiso que Inga tenía al fuego. ―Claro que tiene importancia, Thorne ―insistió la jovencita―. Vamos, cuéntamelo. ―No. ―Por favor, por favor, por favor… ―repetía una y otra vez, a la vez que tiraba del bajo de su camisa. ―Maldita sea, Inga, ¿por qué nunca te conformas con una negativa? ―Porque soy curiosa y una escudera jamás se rinde ―declaró con orgullo. ―No eres una escudera. ―Aún no, sin embargo, un día lo seré. Por algo Helga y tú me estáis entrenando ―repuso orgullosa―. Ahora, dime, ¿de qué vino a hablar Hans? Thorne puso los ojos en blanco dándose por vencido. ―Vino a hablar de Helga. La muchacha frunció el ceño, extrañada. ―¿Helga? ¿Qué le ocurre con ella? ―Tiene la esperanza de convertirla en su esposa y pretendía que yo intercediera en su favor. Inga soltó una carcajada. ―Helga nunca escogería a un hombre como Hans para unirse a él. ―Y hace bien, estoy seguro de que ese malnacido no aprecia el valor de una buena escudera. Piensa que las mujeres solo fueron creadas para complacer al hombre y cuidar de su descendencia. ―Por eso mismo ella necesitaría a un guerrero leal y valiente que la entienda. Como tú, por ejemplo. ¿Cuántas veces oyó aquello mismo? No podía llevar la cuenta, y sin duda, hubiera sido una gran idea. Si él y Helga no se vieran de un modo fraternal y nada carnal, aquella valiente mujer sería la opción adecuada para convertirse en su esposa. No obstante, quería y admiraba a su amiga como a una hermana, y el simple hecho de pensar en ella desnuda le revolvía las tripas, y sabía que el sentimiento por parte de la escudera era mutuo. Habían pasado cuatro días desde que tuviera aquella inapropiada conversación con Hans, cuando Helga llegó a su casa y le explicó que se le había declarado. Como se esperaba, su amiga se negó a convertirse en su esposa y, por lo que le dijo, el guerrero pelirrojo no se tomó bien su rechazo. Acusó a Thorne de haber malmetido contra él y juró que se vengaría. ―No me gusta que me amenacen ―bramó el enorme vikingo cuando su amiga se lo contó. ―Habrá sido un arrebato, ya sabes que el orgullo masculino os juega malas pasadas ―bromeó la rubia, sonriendo. ―Te aseguro que cuando yo amenazo a alguien, es porque estoy dispuesto a cumplir con mi palabra ―la contradijo. ―Dejando a un lado el tema de Hans, Ragnar quiere que nos preparemos, mañana mismo piensa partir de nuevo hacia Northumbria. ―Entonces debo decírselo a Inga y avisar a Jorgen y Ondina para que se hagan cargo de ella en mi ausencia. ―La vi hace un momento junto al río, acompañada de Sigrid ―le informó su amiga. Ambos se encaminaron hacia allí, donde se encontraron con la amiga de Inga, que estaba con los pies en remojo en la fría orilla del caudaloso río. ―Sigrid, ¿dónde se ha metido mi hermana? ―le preguntó Thorne nada más verla. La jovencita le miró extrañada. ―¿Inga? Pensé que estaba contigo. ―¿Por qué creíste eso? ―inquirió el vikingo comenzando a alarmarse. ―Un guerrero vino a por ella y le dijo que la estabas buscando. El corazón de Thorne se puso a latir con fuerza. ―¿Qué guerrero? ―¿Cómo dices? ―¡Maldita sea, Sigrid! ―gritó alterado―. ¿Qué guerrero vino a buscarla? La muchachita se puso a temblar ante su ferocidad. ―Yo… Era el pe-pelirrojo ―tartamudeó―. Hans. ―¡Demonios! ―exclamó pasándose los dedos por el largo cabello―. ¿Hacia dónde se fueron? ―No… no lo sé. Thorne la tomó por los hombros y la zarandeó. ―Debes recordarlo, ¿hacia dónde se dirigieron? ―No me fijé ―sollozó Sigrid asustada. ―Basta, Thorne, suéltala ―le pidió Helga tocándole el brazo―. No puede ayudarte. El vikingo la liberó de golpe y la jovencita huyó de allí a toda velocidad. ―Tenemos que encontrar a Inga. ―¿Crees que haya podido hacerle daño? ―Por su bien, espero que no ―rugió acuclillándose en el suelo en busca del rastro por donde se marcharon. Una vez lo halló, corrió a seguir sus pasos. Helga fue tras él, tan asustada por la muchachita como su amigo. El corazón de Thorne latía a toda velocidad, aunque se esforzaba por mantener la calma. Rezó para sus adentros a los Dioses para que protegieran a su hermana y la mantuvieran a salvo de las malas intenciones de Hans, que era hombre muerto por haberse atrevido a secuestrarla. Continuó siguiendo sus pisadas unos minutos más, adentrándose en el bosque, hasta que, en medio de una frondosa arboleda, pudo alcanzar a ver el cuerpo inerte de la muchachita. ―¡Inga! ―gritó arrodillándose junto a ella y tomando su delgada figura entre los brazos. Sus ojos verdes permanecían abiertos, sin vida. Tenía el cuello rebanado y un charco de sangre se formaba entre sus piernas, haciéndole saber que antes de quitarle la vida, Hans profanó su inocencia. ―¡No! ―gritaba Thorne fuera de sí, acunando el cuerpo de su amada hermana contra su duro pecho. ―Por los Dioses, qué horror ―murmuró Helga con lágrimas corriendo por sus mejillas―. ¿Cómo ha podido hacer algo tan horrible? ―Lo siento mucho, Inga ―susurraba el vikingo contra la fría mejilla de la jovencita―. Prometo vengarte ―le juró, besando su frente. Dejándola con delicadeza sobre el lecho de hojas que adornaba el suelo, se puso en pie con los ojos cargados de ira. ―¿Qué pretendes hacer? ―le preguntó su amiga. ―Voy a dar con ese hijo de perra y le haré pagar por lo que le ha hecho a mi hermana ―le aseguró, echando una última mirada a la muchachita antes de comenzar a buscar de nuevo el rastro de Hans. ―Ha sido todo culpa mía ―se lamentó Helga, agachándose a cerrar los ojos de la niña a la que vio nacer y crecer. ―No es cierto, debí matarle hace días, cuando noté que no era de fiar ―objetó con rabia contenida―. Tú hiciste lo que debías al rechazarle. Ese malnacido no se merece estar unido a ninguna mujer. ―No sé si es buena idea dejar a Inga aquí. ―Cuando acabe con Hans, volveré a por ella para darle una sepultura digna ―respondió antes de comenzar a seguir el rastro que encontró. No se permitió desviar de nuevo la mirada hacia su hermana. Si lo hacía, no sería capaz de separarse de ella y dejarla allí tirada. Su dulce Inga… ¿Por qué los Dioses le castigaban de aquel modo? Una furia desatada bullía en su interior y por mucho que oyera a su amiga gritarle que la esperara, él ya no podía atender a razones; solo tenía una cosa en la cabeza, vengar la injusta muerte de su querida hermana. Llevaba una media hora corriendo cuando se topó con el cuerpo ensangrentado de otra mujer en el camino. ¿Qué estaba haciendo aquel malnacido? ¿Dejar cuerpos de mujeres sin vida a su paso? Se acercó a la joven con cautela y la tocó suavemente con la punta de su pie. Cuando no se movió, se agachó junto a ella y tomándola del hombro dio media vuelta a su cuerpo, sorprendiéndose cuando la desconocida descubrió una daga que llevaba oculta y que clavó con saña en su cuello. Thorne comenzó a sentir que le faltaba el aire, pese a que, de todos modos, no desclavó el arma de su garganta para no desangrarse con demasiada rapidez. ―Lo siento ―se disculpó la traicionera mujer, mirándole con los ojos muy abiertos. De entre los matorrales salió Hans, entregándole un saco con monedas. ―Puedes largarte ―le pidió a su cómplice, que echó a correr como alma que lleva el diablo. Thorne empuñó su espada, agarrándose el cuello con una mano, para intentar que la sangre manara con más lentitud de su herida. Poniéndose en guardia, se preparó para enfrentarse a ese desgraciado. El pelirrojo emitió una lúgubre carcajada. ―El gran Thorne Ragnarson derrotado por una mujer ―se burló―. ¿No te parece curioso? La última vez que hablamos defendiste que las hembras de nuestra especie servían para mucho más que para parir o cuidar de los críos, y por suerte para mí, tenías razón. Pueden ser unas sucias harpías, que se venden por un puñado de monedas. Thorne envistió contra él, a pesar de que sus movimientos se habían vuelto pesados y predecibles, por lo que a Hans no le costó esquivarlo. Sintiéndose débil, cayó de rodillas y la espada resbaló de sus manos. ―Eres un pobre infeliz ―le dijo acercándose más a él y retirando la daga de su cuello―. Morirás sabiendo que maté a tu hermana. Era una jovencita tan deliciosa ―sonrió con maldad―. Debiste oír cómo gritaba cuando le metía la verga. Podía notar como su carne se desgarraba y su cuerpo se contraía a causa del dolor. Te llamaba y pedía auxilio, pero tú no estabas para socorrerla, ¿verdad? Thorne se desplomó en el suelo hacia atrás y, con disimulo, rebuscó el cuchillo que llevaba escondido en la cinturilla de su pantalón. ―Debiste haber dejado que me casara con Helga ―apuntó sin parar de sonreír e inclinándose encima de él. Estaba disfrutando con la situación―. Ahora, ella será mía de todas formas y tu hermana ha pagado las consecuencias de tus actos. Un dramático giro del destino que podrías haber evitado siendo más amable. Con las últimas fuerzas que le quedaban, sostuvo la daga con firmeza y rajó el abdomen de Hans, aunque no tan profundo como le hubiera gustado. ―¡Maldición! ―gritó poniéndose en pie y desenvainando su espada―. Despídete de este mundo, Thorne Ragnarson el patético. Alzó la hoja por encima de su cabeza para asestarle el golpe de gracia, cuando un grito de guerra por parte de Helga resonó en sus oídos. La escudera se abalanzó contra el enorme pelirrojo, luchando con arrojo y fiereza, tal y como le enseñó su amigo, el que estaba perdiendo la vida en aquel instante. Alrededor de Thorne se tornó todo oscuro y el dolor desapareció. Entonces fue cuando se transportó a un templo con suelos de mármol, donde una preciosa mujer rubia le esperaba. ―Bienvenido a mi hogar, mi valiente guerrero ―le saludó. El vikingo se puso en píe de un salto, palpando su garganta en busca de la mortal herida. ―¿Estoy en el Valhala? ―Algo similar ―asintió la Diosa―. Has muerto, mi guerrero, y te he reclutado para que formes parte de mi ejército. ―¿A qué ejército te refieres? ―preguntó confuso. ―Déjame que te lo muestre. ―Posó la mano sobre la frente de Thorne, revelándole todo lo que necesitaba saber. Una vez el vikingo estuvo al día de la batalla que tenían por delante, asintió. ―¿Y qué ha ocurrido con mi hermana? ¿También está aquí? ―No, mi guardián, ella ascendió al Paraíso. Thorne apretó los dientes y contuvo las lágrimas. No era justo que una muchacha como Inga, tan llena de vida, hubiera tenido que perecer de aquel modo. ―¿Qué hay de Helga? ―Ella debe librar sus propias batallas, mi guerrero, no son cosa tuya ―afirmó la Diosa. ―Si quieres que te ayude, necesito verla ―insistió. La mujer pareció sopesar su petición, a la que finalmente accedió. ―De acuerdo, acércate ―le ordenó situándose frente a un espejo de cuerpo entero―. Mira aquí y sabrás qué pasa con tu amiga. Haciendo caso a lo que le solicitaba, se aproximó al espejo, que le mostró cómo la escudera continuaba luchando contra Hans. El pelirrojo era más fuerte que ella, aunque también más lento y torpe. ―Vamos, puedes hacerlo ―la animó en un susurro. Como si le hubiera escuchado, Helga peleó con más fiereza, alcanzando al enorme pelirrojo en el pecho, para después ensartarle con su espada. Hans cayó de rodillas y la miró con ojos de pánico. ―Esto es por mis amigos, hijo de perra ―chilló la escudera antes de girar sobre sí misma y cortarle la cabeza. Agachándose a cogerla por el cabello, la levantó y emitió un grito victorioso. Después, la arrojó al suelo y se arrodilló ante el cuerpo sin vida de su amigo, al que le puso su espada sobre el pecho antes de llorar desconsolada. ―Lo siento mucho ―se disculpó con la voz entrecortada―. Juro que haré que tu nombre permanezca vivo de generación en generación. Llevaré tu espada junto a mí en cada batalla. Le pediré al herrero que la bañe en oro para que permanezca indestructible y puedas usarla en el Valhala, amigo. También fundiré un mechón de cabello de Inga, para que cada batalla que se libre con ella sea en su nombre. Nos volveremos a ver, en esta vida o en la venidera. La imagen dejó de reflejarse en el espejo, justo antes de que Thorne se volviera hacia la mujer y se cuadrara de hombros. ―Estoy preparado para convertirme en uno de tus guardianes ―repuso con solemnidad, haciendo enorgullecer a la Diosa. Thorne nunca eludía una guerra y si la tenía que librar como guardián del sello, que así fuera. Volviendo a la realidad, Thorne pensó en aquellas palabras que escuchó pronunciar a su amiga. ¿Era posible que la espada divina fuera la suya? ¿Debía ir a buscarla al lugar donde reposaba? Al parecer, no tenía otra opción. Capítulo 4 ―¿Estás fantaseando con tirarte a la poli buenorra o qué? ―inquirió Varcan con una ceja enarcada. ―¿De qué coño estás hablando? ―gruñó volviendo a la realidad. ―Tenías cara de bobo, bror. ―A ver si te parto la tuya más de lo que ya la tienes y el que se queda con cara de bobo para siempre eres tú, guapito ―aseveró con brusquedad. El guardián de la cicatriz rio y se cruzó de brazos. ―¿Estás seguro de que te encuentras bien? ―insistió al notarle nervioso. ―Estoy bien, aunque he recibido una visita de la Diosa. ―¿En serio? ―Se acercó a él, interesado―. ¿Y qué quería? Últimamente la he visto con cara de mal follada, igual estaba deseosa de que le dieras un buen revolcón. A modo de respuesta de la aludida, Varcan recibió la descarga de un rayo. ―¡Au, qué mal genio! ―se quejó el guardián de la cicatriz, frotándose la nuca dolorida. ―Vino a darme pistas de dónde podríamos encontrar la espada divina ―contestó Thorne sin prestar atención al olor a chamuscado que desprendía su hermano. ―¿Y las pistas funcionaron? ¿Sabes dónde está? El enorme vikingo se encogió de hombros. ―Es probable. ―¿Probable? ―Enarcó una ceja―. ¿Solo probable? ―Sí, joder, probable ―espetó fulminándolo con la mirada―. La Diosa nunca dice las cosas con claridad, ya lo sabes. Varcan asintió, consciente de la forma enrevesada y misteriosa de hablar de su señora. ―Y cuál es el lugar elegido para comenzar la búsqueda. ―Sevilla. ―¿Sevilla? ―se extrañó. ―Sospecho que la espada divina sea la que usaba en mi vida como mortal ―comenzó a explicarle―. Helga, mi buena amiga, la llevó junto a ella en cada batalla que libró hasta que pereció, a las órdenes de Björn Ragnarson, en Sevilla. ―¿Y crees que después de todos estos años la espada aún siga allí? ―Tengo la esperanza de que así sea ―dijo con el ceño fruncido―. Durante siglos estuvo custodiada por templarios, pero hace años que le perdí la pista. De todos modos, mi espada estaba bañada en oro, así que no es probable que se deshicieran de ella. O al menos, eso espero. ―Roguemos por que tengas razón, bror, porque si no, estamos bien jodidos. En ese mismo instante, en el gimnasio irrumpió Sasha con un bloc de dibujo en las manos y clavando sus ojos en el vikingo, le mostró el boceto de una pequeña ermita y a él traspasando sus puertas. ―Creo que este lugar es importante para la profecía ―declaró con convicción. ―Más de lo que te imaginas, ojazos ―apuntó Varcan guiñándole un ojo. ―El problema es que no sé dónde se encuentra esta ermita. ―Oh, por eso no te preocupes, que el grandullón sí lo sabe ―aseveró el guardián de la cicatriz sonriendo de oreja a oreja. ―¿A España? ―inquirió Jessica cuando le informaron de las nuevas pesquisas―. Siempre quise visitar ese país, pero nunca pensé que tendría que ser con un acompañante tan indeseable. Thorne gruñó y se limitó a permanecer en silencio. No estaba dispuesto a iniciar una nueva guerra dialéctica con ella. Le ponía demasiado furioso aquella lengua viperina que poseía. ―Lo mejor será que partáis hacia Sevilla cuanto antes ―continuó diciendo Abdiel―. Y que Nikolai vuelva a Irlanda junto a Keyla y Talisa, para cerciorarse de que todo sigue bien. ―La verdad es que te lo agradezco ―dijo el guardián ruso―. Me cuesta estar tanto tiempo separado de mi esposa. ―Lo sé ―asintió su líder―. Entre tanto, nosotros nos quedaremos vigilando cualquier nuevo paso que pueda dar Sherezade. Desde que tiene el tridente es mucho más peligrosa e impredecible. ―Yo iré a España junto a Jess ―declaró Sasha agarrándola del brazo. ―No es buena idea ―la contradijo Draven―. Debes quedarte y practicar tus poderes para que, llegado el momento, puedas llevar a tu hermana y a Thorne al lugar donde deben entrenar. ―De verdad os digo que no creo que haya nada que ese capullo pueda enseñarme ―apuntó la policía señalando con su dedo pulgar al vikingo. ―Mira, hembra, me tienes hasta los cojones ―bramó el aludido con la cara roja de rabia. ―¿En serio? ¿Y qué vas a hacerme? ¿Secuestrarme de nuevo? ―repuso con sarcasmo. El vikingo bufó, sintiéndose tentado a estrangularla. ―No pueden ir solos, acabaran matándose ―expuso la artista. ―Si se matan, será a base de polvos, créeme ―afirmó Varcan riendo. ―¡Ni de puta coña! ―gritó Thorne―. Antes me la corto. ―Harías bien, sería una desgracia que fueras dejando copias tuyas sueltas por el mundo ―le soltó Jess plantándose ante él con el mentón alzado―. Y te aseguro que soy yo la que no te tocaría ni con un palo, gigante cabeza hueca. El vikingo parecía a punto de explotar, dado el tamaño que estaban adquiriendo las venas de su cuello. ―Haya paz ―les pidió Elion mientras tecleaba en su portátil―. Como intuyo que Nikolai usará el jet, os reservaré los billetes de avión para que partáis lo antes posible. Hay un vuelo que sale dentro de dos horas y aún quedan algunas plazas libres. ―Que sean asientos separados, por favor ―exigió Jessica cruzándose de brazos. ―Estoy de acuerdo, cuanto más alejados, mejor ―enfatizó el vikingo. Elion puso los ojos en blanco. ―Como digáis. ―Será un milagro si vuelven los dos de una pieza ―le susurró Max a Roxie, conteniendo una sonrisa divertida. ―No sé, yo ahí veo algo. ―¿En serio? ―la pelirroja los observó seguir tirándose pullas―. Yo solo veo que no se soportan. ―¿Del mismo modo que te pasaba a ti con Varcan? ―ironizó. Su amiga la miró con una ceja enarcada. ―¿Alguien ha pronunciado mi nombre? ―preguntó el guardián de la cicatriz tomando por la cintura a su mujer y pegándola a su cuerpo. Aquellos dos no podían estar demasiado tiempo alejados el uno del otro. ―Así es, las dos coincidíamos en que eres un capullo. ―Vaya, esa palabra parece estar de moda. ―La apretó aún más contra él―. Me encanta cuando enseñas tu lado peleón, pecas. Me la pone dura. Jessica y Sasha, ajenas a la conversación de la pareja, empezaron a despedirse entre abrazos. A las dos les costaba hacerlo. Después de tres años sin hablarse, les hubiera gustado poder permanecer más tiempo juntas, aunque ya lo harían cuando salvaran el mundo. Mauronte se ofreció a dejarles en el aeropuerto y desde el momento en que pisaron la terminal, Jessica y Thorne se separaron tanto como pudieron, pese a que el guardián no la perdió de vista ni un solo segundo, asegurándose de que no sufriera ningún ataque sorpresa. Una vez en el avión, el vikingo pudo relajarse ya que la policía estaba un par de filas por delante de él, y tenía buena visión de ella, sin que tuviera que soportar sus miradas de inquina. ¿Comprendía el porqué de aquella animadversión? La verdad es que sí, podía entenderlo, no obstante, ya le explicaron la situación con todo lujo de detalles. Ya debería haber comprendido que si la tuvo retenida, fue por su bien. ¿Esa mujer tenía la capacidad de razonar? Al parecer, no, solo se dejaba llevar por sus impulsos y su mal genio. Unas horas después aterrizaron en el aeropuerto de Sevilla, pese a que el lugar al que tenían que llegar estaba en un pueblecito a las afueras, por lo que no les quedaba más remedio que tomar el único autobús que llegaba hasta él. ―¿No podríamos haber cogido un taxi? ―inquirió Jessica sentándose de mala gana en el destartalado asiento. ―No me acuerdo del nombre del pueblo, así que no podría darle la ubicación de a dónde queremos ir; sin embargo, sé a ciencia cierta que este autobús te deja a sus puertas. Jess se lo quedó mirando cuando se sentó a su lado. ―¿Qué haces? ―Tomar asiento. ―¿Por qué tiene que ser junto a mí? Creo que dejé bastante claro que te quiero lo más lejos posible. ―No hay más sitio, ¿es que estás ciega? ―espetó malhumorado. ―En ese caso, quédate de pie ―le exigió―. ¿No te crees un superhombre? Demuéstralo. ―Ay, querida, todos se piensan que lo son ―intervino la anciana que estaba acomodada en el asiento de delante, entre risas y en un torpe inglés. Se giró hacia ellos, permitiéndoles apreciar su agradable sonrisa. Tenía el cabello blanco, corto y muy rizado, unas enormes gafas de pasta ocupaban casi por completo su pequeña cara y medio ocultaban sus brillantes ojos castaños. ―Pero qué parejita tan bonita formáis ―observó. ―No, no ―se apresuró a negar la policía―. No somos pareja. ―Preferiría formar pareja con un puercoespín ―aseguró Thorne, consiguiendo que Jess le enseñara disimuladamente su dedo corazón―. Me daría menos pinchazos que esta hembra. La anciana volvió a reír. ―Cuanto echo de menos las riñas de enamorados que tenía con mi Cipriano, pero no os preocupéis, lo mejor de todo son las reconciliaciones ―dijo suspirando y sonriendo con añoranza―. Mi nombre es Josefa, un placer conoceros. El vikingo frunció el ceño. ¿Qué quería aquella entrometida? La joven, poniendo los ojos en blanco al ver su expresión suspicaz, tendió una de sus manos a la anciana. ―Yo soy Jessica y, aquí, mi amigo el simpático se llama Thornie. ―Thorne ―la corrigió el guardián con un gruñido. ―Habla muy bien inglés, Josefa ―prosiguió diciendo la joven, ignorándole. ―No tan bien, pero al menos me defiendo. Hace años que mi única hija se mudó a Londres y mis nietos hablan inglés, así que no me quedó más remedio que aprenderlo ―le explicó―. ¿Hacia dónde vais? ―Hasta la última parada. ―Vaya, yo también ―se alegró la buena mujer―. ¿Y para qué os dirigís al Madroño? No seréis familia del Botijo, ¿verdad? Porque tengo entendido que tenía familiares en guasinton. ¿Se dice así? Jess contuvo una sonrisa. ―Washington ―la corrigió―. Ha estado muy cerca de pronunciarlo correctamente. ―¿He acertado? ¿Sois familia del Botijo, entonces? ―insistió de nuevo. ―No, la verdad es que no. Vamos… ¿al Madroño? ―le costaba pronunciar el extraño nombre de aquel pueblo. ―Sí, el Madroño ―corroboró Josefa, orgullosa. ―Pues vamos para visitar la ermita. ―¿Vais a ver al padre Acacio? ―preguntó extrañada―. ¿Puedo saber por qué? ―Lo cierto, señora, es que no es de su incumbencia ―respondió Thorne cortante. ―No le haga caso, doña Josefa ―intercedió Jessica, dándole un codazo al guardián―. Nos han hablado mucho de su pueblo, en especial de la ermita. Tengo entendido que es muy antigua. Somos buscadores de ese tipo de construcciones, estudiamos los edificios antiguos y escribimos artículos sobre ellos. El guardián la miró sin comprender qué pretendía inventando aquella historia. ―¿Queréis escribir un artículo sobre nuestro pueblo? ¡Qué ilusión! ―exclamó emocionada―. Verás tú cuando se entere Aurelia, no va a poder creerlo. Aurelia es mi hermana pequeña y siempre se queja de que nunca pasa nada interesante en el pueblo, ¿sabes? No me quiero ni imaginar la cara de todas las vecinas cuando vean llegar a este buen mozo ―añadió señalando al vikingo. ―¿Podría usted decirnos algo de su ermita? ¿Hay alguna cosa que la haga especial? Thorne enarcó una ceja. Así que era eso, pretendía sonsacarle información a aquella parlanchina mujer. ¡Chica lista! ―La ermita de San Bartolomé está en pie desde hace cientos de años ―comenzó a explicar Josefa―. Es conocida por su precioso retablo, ahí me casé con mi Cipriano. ¡Qué jóvenes éramos entonces! ―¿Y sabe algo de una espada? ―insistió Jess―. Nos comentaron que la espada de un famoso templario formaba parte de las riquezas de esta ermita. ―¿Un templario? ―bufó el vikingo ofendido. La policía le hizo un gesto con la mano para que guardara silencio. ―¿Una espada? ―caviló la mujer poniéndose dos dedos en la barbilla―. Nunca he visto ninguna, ni el padre Acacio me ha comentado nada sobre ello, aunque no descarto que pudiera estar en la parte de las catacumbas. Hace muchos años que no se pueden visitar a causa del riesgo de derrumbe. ―Oh, vaya, qué pena, nos hubiera encantado poder verlas. ―¿Tenéis hambre? ―les preguntó―. Hice galletas caseras. Tened. ―Les ofreció un par de ellas que sacó de una fiambrera que tenía guardada en su bolso de punto. ―Qué buena pinta ―la alabó Jess, dándole un bocado y cerrando los ojos con deleite―. Está deliciosa. ―Yo no quiero ―negó Thorne pretendiendo devolvérsela a Josefa. Jessica le golpeó con la punta de su bota en la espinilla. No le gustaba que pudiera hacer sentir mal a aquella buena mujer que, en cierto modo, le recordaba a su difunta abuela. ―No seas maleducado y cómetela, joder ―le murmuró enfadada. ―¿Acabas de darme una patada, hembra? ―bramó el vikingo con aquel vozarrón que resonó por encima del resto de los pasajeros del autobús. ―Así es, y da gracias de que estoy sentada y no puedo asestártela donde me gustaría. El guardián soltó un gruñido muy parecido al que hubiera emitido un animal rabioso. La anciana rio de buena gana. ―Sois tan encantadores ―comentó con dulzura―. Estoy segura de que con la pasión que demostráis, tendréis un buen puñado de críos correteando a vuestro alrededor en breve. Serán la mar de guapos, ¡sí señor! ―exclamó recolocándose de nuevo en su asiento. Jess y Thorne se miraron a los ojos tras las palabras de la anciana. «Ni loco tendría nada que ver con esta harpía», pensó el vikingo. «Me arranco los ovarios a bocados antes de parir ningún hijo engendrado por este cavernícola», rumió la policía. Capítulo 5 Cuando el autobús los dejó a los tres en el Madroño, ya había anochecido. ―¿Dónde pensáis pasar la noche, jóvenes? ―les preguntó Josefa. ―Ya buscaremos alguna pensión ―respondió el vikingo, cosa que hizo reír a la anciana. ―¿Una pensión? ¿En el Madroño? No, hijo, no. Nosotros no tenemos de eso ―negó la mujer. ―Qué bien, parece que vamos a tener que dormir a la intemperie ―se quejó Jess―. Viajar contigo mejora a cada segundo. ―¿Pasar la noche en la calle? ―se escandalizó Josefa―. De eso nada, en mi casa hay camas libres. ―No, no, tranquila. No se preocupe, no queremos ser una molestia para usted ―se apresuró a decir Jessica. ―Además, ¿cómo se le ocurre invitar a dos extraños a su casa? ―le reprochó el guardián―. No sabe si somos dos ladrones. O peor aún, un par de asesinos sanguinarios. ―Vuestra mirada es de buena gente ―aseveró―. Yo sé calar a las personas. Mi Cipriano siempre me lo decía: «Pepita, sabes calar a las personas». ―No somos asesinos ni ladrones ―corroboró Jess―. No le haga caso. ―Claro, con que lo niegues basta, porque si lo fuéramos, lo iríamos pregonando a los cuatro vientos ―ironizó Thorne. ―No seas tocanarices, ¿quieres? Josefa está siendo muy amable con nosotros, ¿no puedes tener la deferencia de mostrarte agradecido? ―Se puso en jarras―. No, supongo que será demasiado pedir para un neandertal como tú. Thorne frunció el ceño y avanzó hacia ella con paso amenazante, hasta que el pequeño cuerpo de la anciana se interpuso entre ellos. ―¡Basta de riñas! No me gusta que os habléis así ―les regañó de un modo muy maternal―. Seguidme, que voy a prepararos un gazpachito que hará que os chupéis los dedos. Además, os va a venir muy bien para el calor que está haciendo esta noche. Josefa comenzó a andar hacia una típica casa blanca, con muchos geranios de diferentes colores colgados en las ventanas y el pequeño balconcito. Abrió la pesada puerta de entrada y pasó al interior del hogar, esperando a que ellos hicieran lo mismo. Thorne y Jessica se miraron entre sí. La policía no pudo evitar sonreír al ver la expresión enfurruñada del vikingo, así que se encogió de hombros y entró en la pintoresca casita. Con un gruñido, el guardián fue tras ella, mirándolo todo con ojos suspicaces por si aquella amable hospitalidad fuera algún tipo de trampa. ―Siéntate, niña ―le ofreció a Jessica―. Tú puedes dejar la bolsa con vuestro equipaje en la primera puerta que te encuentres en el pasillo ―le dijo Josefa a Thorne―. Es la habitación de invitados. Podéis usarla juntos o uno de los dos, como queráis. Si preferís dormir separados, justo el cuarto de al lado es el de mi hija y también está vacío en este momento. El vikingo, como un autómata, hizo lo que la española le pidió. Se sentía desubicado y un poco abrumado por la actitud maternal que la anciana demostraba con ellos. Hacía demasiado tiempo que nadie le trataba de ese modo, y le hacía sentir vulnerable, cosa que no le gustaba nada. Cuando regresó de nuevo al salón, Josefa se dio cuenta de su expresión descompuesta, por lo que se aproximó a él y poniéndose de puntillas, tocó su frente. ―¿No te encuentras bien, hijo? Thorne se retiró de su contacto como si este le quemara. ―Señora, mantenga las manos quietas ―espetó con brusquedad―. Es usted una inconsciente, no comprendo cómo ha podido sobrevivir tantos años. Tiene suerte de que este sea un pueblo pequeño, porque de ser una ciudad, ya le hubieran ocupado el piso y dejado en la calle, o algo aún peor. ¡Que ya tiene edad para demostrar prudencia, por los Dioses! ―tras decir aquello, dando un portazo salió al exterior de la casa para intentar tomar aire. Sin embargo, no pudo respirar demasiado, pues Jessica fue tras él y le empujó por detrás. ―¿Qué cojones estás haciendo, hembra? ―rugió encarándola. ―¿Yo? ¿Qué mierda haces tú? ―le devolvió la pregunta―. Josefa está siendo una persona maravillosa con nosotros y tú te comportas como un auténtico gilipollas. Aunque no sé de qué me sorprendo, ya que me has demostrado en muchas ocasiones que es justo lo que eres. Un gilipollas integral. Apretando los puños, trató de contener su explosivo temperamento. Esa mujer le sacaba de quicio. ―Eres policía y presupongo, que has visto demasiadas cosas a lo largo de tu carrera como para saber que este tipo de confianzas pueden poner en riesgo su vida. ―Lo sé y ya se lo advertiste antes. ¿Por qué continúas insistiendo? Y lo peor de todo, de un modo tan desagradable. ―Porque por las buenas no parece entrarle en la jodida cabeza. ―No voy a tolerar que vuelvas a tratarla así, ¿me has entendido? Se acercó unos pasos más a ella e inclinó la cabeza para que quedara a la altura de la de la joven, que estando tan cerca de él, pudo apreciar que en los ojos verdes oscuros de Thorne se vislumbraba un aro más claro que rodeaba su pupila y les daba luz, haciéndolos tremendamente especiales. ―¿No te das cuenta de que la estamos poniendo en peligro? ―murmuró para asegurarse que nadie más le escuchaba―. Si nuestros enemigos logran localizarnos de algún modo, es muy probable que acabe muerta. ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que la maten? Jess apretó los dientes y negó con la cabeza. No le gustaba darle la razón, no obstante, era cierto todo lo que acababa de exponer el guardián. ―Pasaremos la noche aquí porque ya has aceptado y hemos entrado en la casa impregnándola de nuestro olor, pero en cuanto amanezca, nos vamos a la ermita y dejamos a esta anciana viviendo en paz. Justo como estaba, antes de tener la desgracia de cruzarse con nosotros. ―Como usted ordene, capitán ―aceptó de forma sarcástica―. De todos modos, espero que, durante la cena, intentes parecer un ser civilizado. ―No te preocupes por eso porque no voy a cenar con vosotras, no tengo hambre, prefiero dar una vuelta por el pueblo y asegurarme de que es seguro. ―Me parece una buena idea ―asintió antes de darse la vuelta y volver al interior de la casa. Allí la esperaba Josefa, mirándola con una sonrisa comprensiva dibujada en los labios. ―No seas tan dura con él, se nota que algo le ha afectado. Es grande y fuerte, sí, aunque en sus ojos se puede apreciar que también es muy sensible. ―¿Sensible? ―rio Jessica―. Siento contradecirla, pero ese… hombre ―corrigió el insulto que estuvo a punto de soltar― tiene la sensibilidad de un pedrusco. ―No te dejes engañar por sus bravuconadas, chiquilla. ―Le palmeó la mano con cariño―. Mi Cipriano era igual, un cascarrabias, pese a que, en el fondo, yo era la fuerte de los dos. Las peleas son normales entre los enamorados y más, con dos tan fogosos como vosotros ―añadió acercándose a uno de los cajones de la cómoda. Jessica pensó en volver a negar que estuvieran juntos de ese modo, no obstante, se dio cuenta de que por mucho que se empeñaran en decir que no eran pareja, Josefa no iba a aceptarlo. Era una romántica empedernida, podía verlo. ―Mira, ¿a que éramos guapos? Le mostró una foto en blanco y negro donde se veía a una joven y bonita Josefa, con el cabello largo y sin gafas, y a un hombre delgado, con una nariz un tanto aguileña y muy atractivo, que vestía un uniforme del ejército. ―Muy guapos, sí ―asintió sonriendo. ―Esta foto nos la hicimos durante un permiso de su servicio militar ―continuó explicando la anciana―. Ahí teníamos toda la vida por delante y mírame ahora, con un pie en la tumba. ―No diga eso, Josefa, se la ve con mucha vitalidad y salud. ―Eso no quita que tengo ochenta y tres años, chiquilla. Es ley de vida que más temprano que tarde acabe reuniéndome con mi Cipriano. ―Se limpió una lágrima que escapó de la comisura de uno de sus ojos―. En fin, he tenido una buena vida y eso es lo importante. Y sé que vosotros también la tendréis. Créeme, yo sé calar a las personas. ¿Te lo he dicho ya? Jessica contuvo una sonrisa. ―Sí, algo nos comentó antes. ―Bueno, voy a ponerme manos a la obra con el gazpacho ―dijo remangándose y yendo a la enorme cocina―. ¿Quieres que te enseñe a hacerlo? ―Claro, me encantaría ―asintió la joven, cogiendo el delantal que le ofrecía y poniéndoselo―. Thorne no cenará con nosotras, así que tampoco hace falta que haga demasiada comida. ―Ay, chiquilla, aquí siempre hacemos comida para que sobre. Entre los vecinos somos como una gran familia y siempre nos la ofrecemos unos a otros. Ambas mujeres prepararon la refrescante comida. Después, cenaron entre conversaciones y anécdotas que Josefa le explicó. Jessica insistió en ser ella la que recogiera y lavara los platos, tras lo cual, se fue a descansar. Estaba agotada después de aquel largo viaje. Thorne, después de dar al menos cuatro vueltas al pueblo y haber sido el objeto de incontables miradas desconfiadas por parte de los vecinos de aquella pequeña localidad, volvió a casa de Josefa y se sentó en la silla de rafia que tenía en la entrada. La noche era calurosa, pese a que una agradable brisa sacudía levemente su largo pelo. Era la una de la madrugada, la puerta de entrada se abrió y apareció Josefa con una humeante taza de chocolate entre las manos. ―Menos mal que ya has vuelto, me tenías con el alma en vilo, chiquillo ―le dijo la buena mujer ofreciéndole la humeante bebida y sentándose a su lado. El vikingo se quedó mirando el chocolate sin saber qué hacer con él. Jamás había bebido nada similar, lo suyo era la cerveza o el whisky. ―Estaba paseando por el pueblo ―respondió al fin sin apartar los ojos de la dulce bebida. ―¿A que es muy bonito? ―preguntó orgullosa―. Siempre se lo digo a mi hermana: «Aurelia, este pueblo es muy bonito y acogedor». Es una renegona y no quiere reconocerlo, pero ¿qué va a saber ella, que nunca ha salido de aquí? Yo he estado en Londres con mi hija y no puede compararse con nuestro Madroño. Aquello es muy frío y oscuro. Además, está lleno de gente estirada. ¿No estás de acuerdo conmigo, chiquillo? ―Emm, sí ―respondió al fin, tan solo para que dejara de parlotear. ―No te enfades tanto con Jessica, anda ―le pidió entonces―. Es una mujer con temperamento, justo lo que necesita un hombre como tú. ―Ya le he dicho que no es mi pareja ―se apresuró a decir clavando su mirada sobre la anciana. Josefa sonrió con condescendencia. ―¿Pretendes engañar a esta vieja? ¿No has oído el dicho de que sabe más el diablo por viejo que por diablo? Thorne enarcó ambas cejas. Si ella supiera lo viejo que era él, ya no le serviría de nada aquel dicho. ―Señora… ―Puedo aceptar que en este momento entre vosotros no haya nada más que una amistad ―le cortó y se puso en pie―. Sin embargo, veo el fuego en tus ojos cuando la miras, y eso es algo que no se falsea. ―Posó una de sus pequeñas manos sobre el ancho hombro del guardián―. Pasa dentro y duerme algo, te irá bien. Y ten cuidado con este escalón ―añadió señalando hacia las escaleras de madera que conducían al interior de la casa―. Lleva años roto, de eso se ocupaba mi Cipriano ―emitió un suspiro triste―. Qué se le va a hacer. Es la vida, que pone a las personas en nuestro camino y nos las quita cuando menos lo esperamos. ―Le miró sonriendo con la tristeza reflejada en los ojos―. Buenas noches, hijo. ―Buenas noches ―repitió, incapaz de decir nada más. Entendía la pena de la anciana, ya que él también sufrió demasiadas pérdidas a lo largo de su vida. Cuando se quedó a solas, los ojos del vikingo se dirigieron hacia el peldaño maltrecho. Una anciana como ella no debía vivir en una casa con ese tipo de desperfectos, podría tener un despiste, meter el pie en el agujero y caerse escaleras abajo. Suspirando, dejó la taza de chocolate sobre la mesita redonda de metal trenzado que tenía al lado, y se dirigió hacia la parte trasera de la casa. Hacía unos minutos que había visto un cobertizo con el candado abierto y una caja de herramientas dentro. Pensaba pagar a Josefa por su hospitalidad, así que sería mejor ponerse manos a la obra y reparar todo lo que pudiera antes de que llegara el amanecer. Sasha seguía esforzándose en perfeccionar su técnica para viajar en el tiempo y el espacio con más de una persona a la vez, y aunque hacía avances, no tan rápido como le hubiera gustado. ―Conejita, creo que por hoy ya está bien ―le dijo Draven abrazándola por detrás―. Llevas todo el día practicando sin descanso, tampoco es plan de que caigas enferma. ―Estoy bien, no voy a caer enferma ―negó desembarazándose de su abrazo y acercándose de nuevo al bloc de notas. ―Hoy has estado a punto de lograr llevarnos a Brunella y a mí hasta Irlanda, eso es un gran paso. ―La clave está en las palabras: «a punto» ―señaló―. No creo que estar a punto de llevar a mi hermana al lugar donde debe entrenar con la espada sea suficiente. ―¿Y qué esperabas? ―inquirió poniéndose las manos en las caderas―. ¿Aprender a hacerlo en un solo día? Sasha se volvió hacia él sonriendo con picardía. ―¿No se supone que ahora soy una supermujer? El guardián celta le devolvió la sonrisa y, aproximándose de nuevo, la agarró por la cintura y la pegó a su duro cuerpo. ―Para mí siempre has sido una supermujer, conejita ―le aseguró, besándola con pasión en los labios―. Estoy convencido de que conseguirás hacer lo que se espera de ti. De hecho, jamás lo he dudado. ―Ya tienes más fe en mí que yo misma. ―Y también tengo la esperanza de conseguir que dejes de preocuparte por lo que aún no haces y te centres en dejar que tu esposo, o sea yo, te ayude a relajarte para que mañana puedas afrontar un nuevo día cargada de energía. ―Le mordisqueó el cuello de manera sensual―. ¿Qué te parece? Sasha, sintiendo como su respiración se aceleraba, se aferró a sus hombros y emitió un leve jadeo. ―Creo que me parece una excelente idea. Capítulo 6 Cuando Jessica despertó aquella mañana, no esperaba encontrarse con la imagen más sensual que hubiera visto en toda su vida. Thorne, sin camiseta, con el torso y la espalda sudorosos, estaba subido a una escalera mientras reforzaba una viga de madera carcomida, clavando un nuevo tablón a cada lado. Mechones del cabello largo del vikingo caían sobre su masculino rostro y Jess, sintió deseos de acercarse y retirarlos para poder apreciar mejor sus marcadas facciones. ¿Era normal que necesitara acercársele para lamer todos aquellos marcados músculos? Un jadeo ahogado escapó de entre sus labios, haciendo que los ojos verdes oscuros del guardián se desviaran hacia ella. Respirando hondo, trató de recomponerse y de conseguir que los acelerados latidos de su corazón volvieran a la normalidad. «¿Qué mierda te pasa, Jess? Es el capullo que te tuvo secuestrada. ¿Con qué andas fantaseando?», se reprochó para sus adentros. ―¿Qué estás haciendo? ―le preguntó para desviar su mente de los pensamientos lujuriosos que la asaltaban a cada movimiento que él hacía. ―Vi que esta viga no tardaría mucho en romperse del todo, así que decidí reforzarla. ―La miró de medio lado, percibiendo que tenía el cabello húmedo y olía a flores, por lo que supuso que acabaría de darse una ducha―. ¿Por qué? ¿También te molesta? ―¿A qué viene eso? ―inquirió con los brazos en jarras. ―No lo sé, pero como parece fastidiarte todo lo que hago, no me extrañaría. ―Se encogió de hombros a la vez que bajaba de la tambaleante escalera. ―Para nada, me alegro por Josefa, aunque no esperaba que fueras capaz de mostrarte amable. ¡Menuda sorpresa! ―Emitió un silbido sarcástico. Thorne gruñó, y dejando el martillo sobre la mesa, se acercó a ella. ―¿Y qué hay de ti? Jessica alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos. ¿Por qué tenía que ser tan alto y atractivo? La naturaleza no debería dotar a los tipos como aquel con ese físico, era demasiado injusto. ―¿Qué hay de mí? ―su voz sonó un tanto entrecortada a causa del deseo que su cercanía estaba avivando en ella. ¿Pero qué le pasaba aquella mañana? Sería que llevaba demasiado tiempo sin sexo. Tenía que ser eso. ―¿Cuándo dejarás de tratarme a patadas? ―repuso el guardián sin ser consciente de los pensamientos que cruzaban por su mente―. ¿Acaso no ves nada bueno en mí? «Oh, sí, claro que lo veo», caviló para sus adentros. «Eres un pedazo de rubio de dos metros con músculos de acero, no soy ciega» ―¿Qué más te da lo que piense de ti? Lo único que importa es que tenemos una misión que cumplir juntos, eso es todo. Cuando todo esto acabe, no tendremos que volver a vernos. ―¿Y es tanto pedir que durante el tiempo que dure nuestro cometido, te comportes de un modo más amable conmigo, hembra? Jessica, ante el apelativo hembra que tanto odiaba, frunció el ceño. ―La verdad es que sí, demasiado pedir, teniendo en cuenta que me has tenido secuestrada, ¿no crees? Thorne gruñó, y dándole la espalda se pasó las manos por el pelo retirándoselo del rostro, haciendo que su bíceps se contrajera. Aquello consiguió que, en un espasmo involuntario, las paredes de la vagina de la joven palpitaran, haciéndola humedecerse. Como si pudiera percibirlo, el vikingo giró de repente la cabeza, clavando sus ojos sobre ella y olisqueándola como un perro de presa. ―¡No me jodas, valquiria! ―refunfuñó entre dientes. ―¿Que no te joda? ―preguntó confusa. «Aunque justo eso sería lo que más me gustaría hacerte en este momento. ¡Vaya putada!», se lamentó. ―Deja de pensar en mí de ese modo, joder. Los ojos de la policía se abrieron de par en par. ―¿Acaso puedes leerme la mente? «Que diga que no, que diga que no, que diga que no», repetía en su cabeza una y otra vez. ―No lo hago y tampoco me hace falta para saber que te gustaría follar conmigo ―respondió sin andarse por las ramas. Los colores subieron ligeramente a las mejillas de la joven, que negó con la cabeza y rio de forma burlona. ―¿Te has vuelto aún más loco de lo que ya estabas? Antes me follaría a una planta ―mintió. Pese a que le gustaba ser sincera, no iba a darle la satisfacción de saber cómo la ponía de cachonda. ¡Antes muerta! ―Hembra, no puedes engañarme, puedo oler tu excitación ―le dijo acercándose a la silla donde estaba colgada su camiseta y poniéndosela―. Aunque lo comprendo, no me lo tomo como algo personal. Al fin y al cabo, somos animales con instintos. ―¿Se puede ser más básico de lo que eres tú? ―Alzó las cejas sorprendida ante su razonamiento. ―¿Es que el deseo que sientes por mí no es básico? Claro que era básico. Incluso también podría añadirle salvaje y abrasador, dadas las ganas que tenía de arrancarle la ropa. Sin embargo, se limitó a bufar y a desviar la vista de la tentación que suponía aquel guardián exasperante y demasiado atractivo para su tranquilidad. ―No puedo contigo, la verdad ―fue lo único que se atrevió a decir sin meter la pata. ―¡Madre mía! ―la exclamación emocionada de Josefa hizo que la atención de ambos recayera sobre ella―. Has reparado la viga y la puerta que no cerraba bien en la alacena ―añadió aproximándose a pasar sus dedos sobre esta última. El vikingo se encogió de hombros mientras se limpiaba las manos con un pedazo de tela. ―Comencé con el escalón de la entrada, pensé que era peligroso para usted tenerlo así ―comentó Thorne como de pasada―. Cuando fui a por las herramientas, me di cuenta de que la puerta del cobertizo tampoco cerraba bien, así que la reparé y ya continué con el resto de cosas que fui viendo en mal estado. Espero que no le moleste. ―¿Molestarme? ―Se acercó a él y posó su mano sobre el antebrazo del hombre―. Ha sido de lo más considerado por tu parte, chiquillo. Aunque debes haber estado toda la noche despierto para poder repararlo todo, que esta casa sin mi Cipriano se estaba echando a perder. ―No suelo dormir demasiado, así que eso no es problema. ―Eres un pedazo de pan, muchacho. ―Sonrió la anciana―. ¿Lo ves, hermosa?, perro ladrador poco mordedor. Te lo dije. ―Sí, eso dijo ―asintió la joven esforzándose por no volver a mirar al vikingo. ―Como pago, dejadme que os prepare unos churritos. Siempre se me ha dado bien hacerlos. A mi hija le encantaban cuando era pequeña. Ya veréis, os vais a chupar los dedos. Después de desayunar copiosamente, Thorne se dio una ducha y se cambió de ropa, tras lo cual, procedieron a despedirse de la amable anciana. ―Ha sido un placer conoceros, de verdad ―les dijo Josefa, entregándoles una fiambrera con galletas para el camino. ―El placer ha sido nuestro ―respondió Jess besándola en la mejilla. ―¿Estáis seguros de que no queréis que os acompañe a la ermita? Para mí no sería ninguna molestia hacerlo. ―Ya ha hecho suficiente por nosotros ―se apresuró a responder el guardián―. Además, la subida hasta llegar es bastante empinada y no quiero que se fatigue. Josefa se acercó más a él y le abrazó. ―Nunca os olvidaré, muchachos ―les aseguró―. Cuida mucho de esta chiquilla que vale su peso en oro ―le pidió. ―Si me deja, lo haré ―contestó el vikingo. ―En realidad, soy muy capaz de cuidarme sola ―intervino Jessica. ―Lo ve ―se quejó Thorne―. Es imposible acertar con ella, nunca está contenta. Ignorándole, Jess volvió a dirigirse a la española. ―No obstante, si se mete en problemas prometo intentar salvarle el culo yo a él. ―No tengo ninguna duda de ello. ―Josefa le guiñó el ojo. ―Prometo volver a visitarla, si le parece bien. ―Por supuesto, chiquilla, esta es vuestra casa. ―No podemos perder más tiempo, así que terminad de despediros y vámonos de una puta vez ―rezongó Thorne con brusquedad. ―Me encanta como derrocha sensibilidad por los cuatro costados ―le dijo la policía a la anciana, que se echó a reír―. Cuídese mucho, Josefa. ―Igualmente, muchachos. Sherezade estaba furiosa. Por mucho que habían intentado una y otra vez abrir una grieta que les condujera al paraíso, no surtía ningún efecto. Era como si se estrellasen contra un muro de piedra. Gritó rabiosa y tiró el tridente al suelo. ―No puedo entenderlo. ¡Debería funcionar! ―Quizá sin la caja de Selma no tenga la fuerza suficiente para abrir una grieta hacia el paraíso, Sherezade ―respondió Chase, uno de los nuevos brujos que se había unido a ella―. Recuerda que Mammon la necesitó en su día. ―La caja de Selma lleva años desaparecida, ni siquiera sabemos si aún existe ―se lamentó, apoyando las manos sobre la mesa e inclinándose hacia delante―. Ronan me dijo que se la entregó a la artista que anda con los guardianes, pero no estoy segura de que fuera verdad. ―En ese caso, tendremos que buscar otra manera de llegar hasta los Dioses. ―No existe otra manera, este era el único modo de ser libres por fin, de acabar con los Dioses y sus reglas, y todo se ha ido al traste. ―¿Y si no nos centramos en destruirlos nosotros? La bruja persa se volvió a mirarle con interés. ―¿Qué estás queriendo decir, Chase? ―¿Por qué limitarnos a intentar romper el sistema impuesto? ¿Y si, por el contrario, nos aprovechamos de él? Sherezade se irguió y avanzó hacia él. ―¿A qué te refieres? ―Este tridente solo, sin la caja, no es capaz de abrir el velo que separa el paraíso de nuestro mundo, pero ¿será capaz de abrir una brecha en el infierno? ―¿En el infierno? ―En el infierno ―repitió el brujo―. Imagina lo enfadados que tienen que estar todos los demonios que se han consumido absorbiendo los pecados de los humanos. Lo furiosos que se tienen que sentir con los Dioses por condenarlos a esa horrible existencia. Una sonrisa se fue formando lentamente en el rostro de Sherezade. ―La verdad es que lo que dices tiene sentido, Chase, puede funcionar ―repuso con satisfacción―. Si no puedo llegar al paraíso para destruirlo, abriremos el infierno y desataremos el caos en la tierra. ―Los demonios condenados pueden ser unos grandes aliados para nuestra causa. ―Grandísimos aliados, es cierto ―asintió―. Solo debemos averiguar el lugar donde la puerta al infierno pueda abrirse. Si lo conseguimos, los guardianes no tendrán nada que hacer contra nosotros. Capítulo 7 Cuando abandonaron aquella casa, Jessica se sentía un tanto emocionada. Josefa se comportó con ellos como si fueran parte de su familia y nadie, en aquellos tiempos que corrían, se mostraba tan hospitalario y amable. ―Acelera el paso, ya hemos perdido bastante tiempo, joder ―bramó el vikingo, que parecía estar de muy mal humor. ―¿Qué mierda te pasa a ti ahora? ―inquirió dando zancadas más largas hasta alcanzarle―. ¿Comer churros te ha agriado el carácter aún más de lo normal? ―No han sido los churros, sino tus putas promesas vacías. ―¿De qué estás hablando? Se detuvo en seco y la encaró. ―Acabas de prometerle a Josefa que volverás a visitarla. ―¿Y? ―Se puso en jarras―. ¿Cuál es el problema? ―Que no lo harás ―aseveró―. No volveremos nunca más, porque cada vez que pusiéramos un pie en su casa, la estaríamos acercando más al peligro. ¿No te das cuenta de que nos encontramos en medio de una jodida guerra? El modo en que le habló la puso furiosa. ¿Por qué tenía que tratarla siempre como a una idiota que no se enteraba de lo que ocurría a su alrededor? ―¿Me crees estúpida? Claro que soy consciente de que en estos momentos no somos una compañía muy recomendable, pero tengo la esperanza de que esta contienda en la que estáis envueltos termine tarde o temprano, y entonces, podré hacer lo que me dé la real gana, y si una de esas cosas es volver al Madroño a visitar a Josefa, lo haré y no necesitaré tu permiso para ello. ―Primero, concéntrate en hacer bien el papel que la profecía ha destinado para ti, y una vez que eso ocurra, me sudará la polla lo que hagas con tu vida. ―En ese caso, terminemos esta misión cuanto antes, porque no veo el momento de perderte de vista ―sentenció volviendo a ponerse en marcha de nuevo. Con un gruñido, Thorne la siguió, sin poder evitar que su atención se centrase en el redondo trasero de la joven, que consiguió provocarle una molesta erección. ¡Malditos instintos! Por suerte, unos minutos después apareció ante ellos aquella antigua y bien conservada ermita, y rezó para sus adentros a los Dioses para que aún guardaran su espada o estarían bien jodidos. Jessica alzó la mano hacía la puerta y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave. ―Parece que vamos a tener que esperar a que vuelva el párroco. Sin embargo, a Thorne ya no le quedaba más paciencia, la había agotado toda con la exasperante mujer que tenía al lado. Así que, de una fuerte patada, derribó la puerta. ―Detrás de ti, valquiria. Jess no se lo pensó dos veces y cruzó el umbral, admirando los bonitos retablos labrados. ―¿Crees que han guardado tu espada todos estos años? Es demasiado tiempo. ―Tengo la esperanza de que sea así. ―La esperanza ―murmuró escéptica―. Que gran motivo para recorrer miles de kilómetros. ―¿Qué está ocurriendo aquí? Thorne y Jessica se volvieron hacia la ronca voz masculina, que pertenecía al cura que daba misa en la ermita. A diferencia de lo que pensó la joven, no se trataba de un anciano. El hombre que tenían frente a ellos rondaría los cuarenta años, poseía un tupido y negro cabello y unos penetrantes ojos oscuros que, en ese momento, los miraban con desconfianza. ―Acacio, cuanto tiempo sin verte ―comentó el guardián acercándose a él. ―Espera un momento, ¿lo conoces? ―se sorprendió la policía. ―Hace siglos que nos conocemos ―respondió el párroco―, ¿verdad, guardián? ―Así es, aunque no sabía que te hubieran desterrado a este pueblo dejado de la mano de Dios. ―¿Siglos? ―señaló Jessica―. ¿También eres inmortal? ―Es un demonio ―le explicó el vikingo. ―Un… ¿demonio? ―No pudo evitar soltar una carcajada―. ¡Pero si es un jodido cura! ¿No se supone que son ellos los que luchan contra los demonios y bla, bla, bla? ―Solo son leyendas urbanas, querida ―repuso el clérigo dedicándole una agradable sonrisa―. Y como respuesta a tus dudas, guardián, me enviaron aquí cuando mi predecesor fue incapaz de absorber más pecados humanos. Lo que me lleva a preguntaros, ¿qué hacéis vosotros en mi ermita? ―Hace años, esta ermita custodiaba una espada bañada en oro, que me perteneció en mi vida como mortal ―contestó Thorne sin rodeos―. He venido a recuperarla. ―¿Una espada? ―el demonio frunció el ceño―. En los años que llevo aquí no he visto ninguna. ―¿Estás seguro? ―insistió el vikingo―. Es probable que esté en las catacumbas. Nos dijeron que llevan años sin que nadie ponga un pie allí abajo. ―Si así hubiera sido, Tomás, el demonio que vivía aquí antes de que llegara, me lo habría comunicado. ―Es probable, pero, de todas maneras, me gustaría que nos dejaras bajar para comprobarlo. ―No es muy seguro bajar allí abajo, guardián ―le advirtió Acacio―. Y mucho menos, acompañado de una simple humana. ―Esta simple humana tiene capacidad para decidir qué quiere hacer, y si él baja a las catacumbas ―dijo señalando con el pulgar al vikingo―, iré con él. Thorne no dijo nada al respecto, pero se sintió muy orgulloso de la valentía que la joven siempre demostraba. Sin lugar a dudas, en otra vida fue una guerrera vikinga, estaba seguro de ello. ―Aun así, no me parece buena idea ―continuó diciendo el demonio, dubitativo. El guardián, harto de tantas reticencias, sacó una daga que llevaba oculta en la espalda y plantándose ante el cura, rugió: ―Tienes dos opciones, Acacio, o nos dejas bajar a buscar mi espada por las buenas o lo harás por las malas, tú decides. Y hazlo rápido, porque te advierto que no me queda demasiada paciencia. ―No quiero pelear contigo, guardián, soy un demonio pacífico. ―Si es así, indícanos dónde está la entrada a las catacumbas. Ambos hombres se quedaron mirándose fijamente, retándose, hasta que, por fin, el párroco señaló al final de la sala. ―En aquel retablo, en la esquina inferior derecha, encontrarás una palanca con la que podréis abrir una puerta oculta ―le explicó―. Ella os conducirá a las catacumbas, aunque debéis saber qué hace años que nadie las pisa, no sé en qué estado os las encontraréis. ―Por eso no te preocupes, demonio ―repuso el vikingo encaminándose hacia donde le dijo, seguido por la policía. Agachándose frente al retablo de madera, encontró la palanca de la que Acacio les habló, y tras presionarla, se abrió la puerta oculta. Un olor a humedad y polvo llegó hasta ellos nada más cruzar el umbral. Grandes telarañas colgaban del techo de las catacumbas. Todo estaba a oscuras, así que Thorne sacó el móvil del bolsillo y encendió la linterna. Jessica hizo lo mismo. ―No mentía cuando nos explicó que hacía años que nadie pisaba estas catacumbas. ―Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando retiró una de las telarañas que estaba en su camino―. ¡Qué asco! ―Puedes subir arriba y quedarte con Acacio, yo me las apaño bien solo. ―¿Que me quede a solas con un demonio que finge ser un cura? ―ironizó―. Gracias, pero no. ―Los demonios no son los seres perversos que los humanos creéis. ―En realidad, son los curas los que siempre me han dado repelús, no los demonios. Y en este instante, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. El vikingo enarcó una ceja. ―¿Así que soy lo malo conocido? ―Poco conocido y demasiado malo, concretamente. ―Mira, hembra… ―Thorne iba a responderle cuando un ruido llamó su atención. ―¿Qué? No me digas que te has quedado sin nada que decir. ―Shhh. ―Se llevó el dedo índice a los labios para que guardara silencio. Jessica sacó la pistola que llevaba dentro de su mochila y se puso alerta. ―¿Qué ocurre? Yo no oigo nada. ―Me pareció escuchar pasos. ―¿Pasos? ―Miró alrededor, donde solo se veían huesos y calaveras―. Espero que no sea de ninguno de estos esqueletos, porque creo que mi mente acabaría colapsando. ―No digas sandeces, los esqueletos no andan. ―Después de todo lo que he descubierto en las últimas horas, no me extrañaría nada, así que agradecería que encontráramos la puñetera espada de una vez. ―Yo también ―concedió relajándose al no escuchar nada más―. Sigamos adelante. Reiniciaron la marcha mirando por todos los rincones de aquellas oscuras grutas. Llegaron a una estancia medio derruida y al iluminarla con la linterna, un reflejo metálico llamó la atención de Jessica. ―¿Qué hay allí? ―Señaló al lugar donde le pareció verlo. Thorne también alumbró aquella zona y pudo vislumbrar la empuñadura de su espada oculta entre los escombros. ¡La habían encontrado! Apenas podía creerse su suerte. ―Quédate aquí y alúmbrame, voy a por ella ―le pidió a Jess. ―¿Es tu espada? ―Sí, y ha sido una suerte que la hayas visto ―reconoció, guardando su teléfono de nuevo en el bolsillo y comenzando a quitar escombros de su camino―. Aléjate un poco de la entrada de esta sala por si se derrumba. El corazón de Jessica comenzó a latir acelerado. ―¿Te metes ahí pensando en que puede derrumbarse? ―Es una posibilidad, ¿no crees? ―respondió sin dejar de avanzar―. De todos modos, yo soy inmortal, cosa que no puedes decir tú, así que, por una vez, hazme caso y mantente lejos. Jessica hizo un mohín con los labios y se guardó la pistola en la cinturilla de sus vaqueros, tras lo cual, se dedicó a iluminarle el camino al guardián lo mejor que pudo. Cuando Thorne llegó hasta la espada, la tomó por la empuñadura y tiró con fuerza de ella. No podía creerse que estuviera empuñándola de nuevo. Acarició con sus largos dedos el lugar exacto donde sabía que Helga fundió el mechón de cabello de Inga. Sin pretenderlo, sintió que comenzaba a emocionarse, pero no podía dejarse llevar por su tristeza. No era el momento ni el lugar para ello. ―¡La tengo! ―exclamó alzándola por encima de su cabeza y mostrándosela a la joven. ―Es enorme, no me esperaba que fuera tan grande ―observó Jess. El vikingo no pudo evitar soltar una carcajada. Al escucharla, Jessica se dio cuenta de lo mal que sonaron sus palabras y puso los ojos en blanco, sabiendo en lo que estaba pensando el guardián. ―No te hagas ilusiones, capullo, que hablaba de la espada. ―Lo sé, aunque esa es una frase que he escuchado mucho a lo largo de mi vida ―se jactó. ―No seas engreído y sal de ahí, anda. Lo último que me faltaba sería tener que llamar a los bomberos para que te saquen de debajo de un montón de escombros. Thorne se dispuso a hacer lo que la joven le pedía, no obstante, al dar el primer paso comenzó a caer arena del techo de la gruta. El guardián supo que no le daría tiempo a llegar a la salida antes de que la cubierta se derrumbara, así que, con decisión, gritó: ―Apártate, valquiria ―le ordenó antes de lanzar la espada para que cayera fuera de la estancia que estaba a punto de venirse abajo. Jessica se retiró con rapidez, por lo que el arma aterrizó a sus pies con un estridente ruido metálico. Todo pasó tan rápido que apenas se dio cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir, hasta que el vikingo quedó sepultado bajo un montón de piedras. ―¡Thorne! ―gritó desesperada dejando el móvil en el suelo e intentando rescatarle retirando las piedras que era capaz de mover―. No me hagas esto, no puedo volver a San Francisco diciendo que has acabado enterrado en una antigua catacumba. No me jodas. Sin embargo, no pudo seguir con su cometido de desenterrarle. Unos sonidos de pasos corriendo hacia ella la alertaron de que no estaban solos. Fue a tomar su arma, pero en el revuelo de agacharse a quitar piedras debía haberse caído al suelo y en la oscuridad de la gruta no pudo verla con tanta rapidez como hubiera necesitado para librarse del atacante que ya estaba prácticamente sobre ella. Sin tiempo a pensar en lo que hacía, tomó la espada que refulgía a sus pies y alzándola con sus dos manos, ya que pesaba bastante, la blandió contra el hombre moreno que se abalanzaba sobre ella. Como no se esperaba su ataque, la aún afilada hoja de hierro terminó enterrada en el estómago masculino, que se derrumbó hacia atrás sin vida. Pisando el cuerpo del desconocido, tiró de la espada con fuerza, y la desclavó de sus entrañas. ―¿Quién coño eres tú? ―murmuró Jessica para sí misma. De todos modos, no tenía tiempo para descubrirlo, ya que su prioridad en ese momento era ver si Thorne seguía con vida. Sin duda, un humano no hubiera sobrevivido, pero por suerte, él era un ser inmortal y eso la hacía tener una pequeña esperanza. Volvió a acercarse a la entrada de la estancia derruida, no obstante, no pudo seguir quitando piedras, porque el hombre al que había matado hacía unos segundos comenzó a levantarse. ―¿Pero qué coño…? ―dijo entre dientes poniéndose en guardia nuevamente. ―Eso ha dolido ―confesó el desconocido haciéndose crujir el cuello―. Pensaba darte una muerte rápida, humana, pero ahora me has enfadado, así que solo por placer, voy a arrancarte los brazos antes de matarte. ―Emm, creo que no ―fingió no temerle, aunque la realidad era bien distinta―. No nos conocemos lo suficiente como para que te tomes esas libertades conmigo, gilipollas. El extraño hombre que tenía enfrente arrugó el gesto, haciendo una mueca lúgubre que le puso los pelos de punta, y corrió hacia ella. Jessica dio una patada al suelo para que parte de la tierra que había sobre él fuera a parar a sus ojos, sirviéndole de distracción para tomar la espada de nuevo e intentar defenderse con ella. Consiguió rajarle el brazo a pesar de que el desconocido se movió hacia un lado con rapidez. Entonces, alargó su mano y tomándola por el cuello con fuerza, la estampó contra la pared de la gruta, haciendo que la espada se resbalase de sus manos y cayese al suelo. ―Eres muy peleona, humana. ―Acercó su nariz al cuello de la joven y la olisqueó―. Y tienes unos pecados muy suculentos ―comentó relamiéndose. ―¡Que te jodan, cabrón! ―farfulló con la voz entrecortada por la presión que aquel hombre ejercía en su garganta. Tras decir aquello, el desconocido sonrió y un calor comenzó a brotar de su mano, quemando la piel de la joven, que apretó los dientes tratando de contener un grito que al final emergió del fondo de su garganta. Un ruido de piedras al moverse hizo que su atacante volviera la cabeza y gruñera al ver al guardián, lleno de polvo, alzarse entre los escombros. ―Tomás, te aconsejo que la sueltes, a no ser que quieras que te arranque los brazos y te los haga tragar. ―Vaya, creí que este derrumbe me había ahorrado el tener que matarte. ―Liberó el cuello de la policía, que cayó al suelo tratando de recuperar el aliento, y se volvió hacia el guardián―. En fin, terminaré rápido contigo para poder divertirme con tu putita. Thorne soltó un grito de guerra antes de correr hacia el demonio, con el que comenzó a pelear con ferocidad. Jessica, que ya casi podía respirar con normalidad, alcanzó a ver a otros dos desconocidos y al padre Acacio llegando hasta el vikingo, para unirse al demonio contra él. Aunque sentía un tremendo escozor en la zona que el demonio le quemó, se puso en pie y rebuscó entre los escombros su pistola hasta que consiguió hallarla. La tomó entre las manos y se puso en pie con las piernas separadas y el arma bien cogida. ―¡Alto! ―gritó para que la oyeran por encima del revuelo de la pelea―. ¡Alto o disparo! El cura volvió su mirada oscura hacia ella. ―Humana, baja esa pistola, no me gustaría que te hicieras daño. ―Prefieres hacérmelo tú, supongo. Acacio sonrió de medio lado. ―No es algo que me llame demasiado la atención, sin embargo, a mi amigo Tomás sí que le gustan las humanas guerreras y contestonas como tú. Comenzó a avanzar hacia ella, que de reojo pudo ver como Thorne le arrancaba la cabeza a uno de sus atacantes. ¡Ese hombre era una bestia en combate! ―No te acerques más ―le exigió al demonio―. No dudaré en pegarte un tiro en la frente, te lo advierto. ―No deberías haber venido hasta aquí ―dijo sin dejar de caminar hacia ella. Como advertencia, Jess le disparó en la pierna, aunque eso no hizo que se detuviera, por el contrario, aceleró el paso. Viendo que los disparos de aviso no servían, Jessica vació el cargador en su pecho, traspasando de manera acertada su corazón. ―Eso no será suficiente, valquiria, tienes que cortarle la cabeza o arrancarle el corazón ―le gritó el guardián tratando de deshacerse de los dos demonios que no dejaban de golpearle. ―¡Joder! ―dijo entre dientes apresurándose a tomar de nuevo la espada para blandirla contra el padre Acacio. El cura alzó una mano y una llamarada salió de ella. Por suerte, la policía fue capaz de esquivarla. Aquel demonio de los cojones pretendía quemarla viva, pero no pensaba ponérselo fácil. Emitiendo un grito de guerra fue hacia él, dispuesta a morir peleando si hiciera falta. Acacio, entre risas, esquivaba sus ataques como si se estuviera divirtiendo mucho con aquello, que, para él, parecía ser un juego. Thorne era plenamente consciente de ello, Acacio jugaba con Jessica porque le gustaba ver como una humana, a su parecer insignificante, tenía el coraje de enfrentarse a un demonio tan poderoso como era él. Luchó con más ahínco contra Tomás y su otro secuaz, al que no conocía, pero que, por su olor, sabía que se trataba de otro demonio de un rango inferior. Tomás aprovechó su distracción para asestarle un fuerte golpe que le hizo sangrar por la boca. ―Con los años, has perdido reflejos, guardián ―se mofó Tomás―. O quizá sea que te hace perder la concentración ver como Acacio va a acabar con tu puta humana. ―¡No hables así de ella! ―rugió, devolviéndole el golpe. Al otro lado de la gruta, Acacio se cansó de jugar, por lo que abofeteó con fuerza a la policía, que cayó al suelo, aunque se mantuvo aferrada a la espada. ―¡Jess! ―bramó Thorne deshaciéndose del demonio de categoría inferior y tratando de llegar hasta ella. No obstante, Tomás se interpuso en su camino. Aquel maldito demonio era más fuerte de lo que esperaba. ―Lamento que te hayas visto envuelta en esto, humana ―le decía el padre Acacio deteniéndose a su lado―. Me gustaría dejarte marchar, créeme, pero la situación se ha complicado en los últimos días, así que no me queda más remedio que matarte. ―¿Qué ha ocurrido para que se haya complicado la situación? ―le interrogó aún desde el suelo―. ¿No has rezado lo suficiente? El demonio sonrió de medio lado. ―Ojalá fuera eso, sin embargo, es algo mucho más intrincado que pondrá patas arriba todo el reino demoniaco. Tuvimos paz durante demasiado tiempo, ahora ha llegado el momento de alzarnos a sus órdenes ―comentó de manera misteriosa antes de levantar la mano para hacerla arder como si estuviera en una pira. Jessica, que ya se esperaba algo así, hizo un rápido movimiento con la espada, cortando el brazo del cura, que soltó un gutural alarido de dolor. ―¿Qué has hecho? ―Seré una humana insignificante, pero lo suficientemente cabezota para luchar por mi vida, demonio de los cojones ―repuso entre dientes clavando de nuevo la afilada hoja en el estómago del párroco, que cayó desplomado sobre los escombros. La policía, bastante dolorida, se puso en pie y se lo quedó mirando. ―Esto no puede matarme, humana ―dijo comenzando a incorporarse. ―Lo sé, pero tengo la esperanza de que esto sí lo haga ―respondió tomando impulso y cortándole la cabeza, que rodó hasta sus pies. ―¡Acacio! ―gritó el otro demonio, distrayéndose y consiguiendo que el guardián introdujera una mano en su pecho y le arrancara el corazón. Sin más dilación, se acercó a la agente de policía, que respiraba con dificultad a causa del esfuerzo que acababa de hacer luchando con el cura. ―Lo has hecho bien ―la felicitó Thorne poniendo una mano sobre su hombro―. Has matado tú sola a un demonio de rango superior. La joven dio un respingo y se apartó de él. ―¿Tú crees? Sospecho que el único motivo por el que he podido matarlo es porque me subestimaba y bajó la guardia. ―Nunca se puede subestimar a ningún contrincante, y eso no hace menos válido lo bien que has peleado, valquiria. ―Gracias, tú tampoco lo has hecho mal. ―El vikingo enarcó una ceja al oír esa afirmación―. Hay una cosa que me da mala espina. Antes de que le cortara la cabeza, me dijo que la situación se había complicado y por eso debía matarme. Que el mundo demoniaco se pondría patas arriba y que la paz que tuvieron se iba a acabar, que era el momento de alzarse a las órdenes de alguien, aunque no especificó de quien. ¿Te dicen algo estas palabras? El guardián pensó en ello. ―Es posible que estuviera a las órdenes de Sherezade, es lo único que se me ocurre. De todos modos, no acabo de entenderlo, los demonios siempre suelen ir por su lado, no se meten en asuntos de brujos. ―¿No tenéis amigos demonios? Sería interesante hablar con ellos para ver si saben algo más. Cruzándose de brazos, sonrió. ―Estás sacando tu vena policiaca, hembra. ―Y sacaré de nuevo mi vena asesina si vuelves a llamarme hembra otra vez ―sentenció entregándole la ensangrentada espada―. Vayámonos de aquí, no me gusta nada este lugar. Capítulo 8 Thorne habló con Abdiel nada más llegar a San Francisco. Le explicó que hallaron la espada, el ataque de los demonios y las misteriosas palabras que Acacio le dijo a Jessica antes de morir. Con toda aquella información, el líder de los guardianes fue a comentarlo con Mauronte. ―No lo entiendo, los de mi especie somos pacíficos. Además, no tenían ningún motivo para atacar a un guardián, siempre nos hemos respetado entre nosotros. ―¿Es posible que Sherezade haya tenido algo que ver? ―le preguntó Abdiel, cada vez más perdido con los movimientos de la bruja persa. ―Hace muchos años que conocía a Acacio y él jamás hubiera vendido sus lealtades a una bruja, no las tenía en alta estima. ―¿Se te ocurre algún otro motivo? Porque yo me siento completamente perdido ―se lamentó el guardián. Mauro se pasó los dedos entre el oscuro cabello y comenzó a dar vueltas por la estancia. ―Qué va, no entiendo nada ―respondió un tanto desesperado―. Es cierto que Acacio se desvió en alguna ocasión del camino, por eso Belial lo desterró a ese pequeño pueblo español, no obstante, nunca fue un demonio conflictivo. ―¿Por qué motivo se desvió del camino? ―quiso saber Abdiel. ―Fue cuando Mammon se rebeló contra los Dioses, él no estuvo de acuerdo con que Belial le castigara de un modo tan duro al darle muerte. ―¿Crees que hayan podido querer volver a retomar lo que empezó Mammon? ―Sería la primera noticia que tendría, de todos modos, puedo enviar a Azazel para que investigue sobre el tema. ―Te lo agradecería, Mauronte. Unos leves golpes en la puerta hicieron que ambos hombres se volvieran hacia ella. ―Sasha va a intentar trasladar a Jess y Thorne al lugar donde deben entrenar, acaba de terminar el lienzo ―les informó Roxie―. ¿Estáis bien? ―preguntó al ver sus semblantes serios. ―Sí, sí, todo bien ―se apresuró a responder su pareja, omitiendo sus sospechas sobre que algunos demonios estuvieran pensando en retomar el plan de Mammon―. ¿Y dónde tiene que llevarlos? ―Por lo que he podido ver, parece una especie de templo ―repuso encogiéndose de hombros. ―De acuerdo, pues vamos a ello y esperemos que en breve Jessica esté preparada para luchar con lo que el destino tenga previsto para ella. Los tres se dirigieron hacia el salón de aquel apartamento, donde las dos hermanas se abrazaban. Sasha quería trasmitirle todo su apoyo y confianza, a la vez que se mentalizaba a sí misma de que sería capaz de trasladarlos al lugar que, de manera mágica, se materializó en su mente en cuanto Jessica volvió de Sevilla. ―Deja que Thorne te guie, es un buen hombre ―decía la artista convencida de sus palabras. ―Siempre hemos tenido una forma de pensar muy diferente tú y yo ―ironizó su hermana. ―No seas tozuda y dale una oportunidad. ―Con que deje que me entrene ya es más que suficiente, créeme, porque lo que de verdad me gustaría hacer es meterle entre rejas por retenerme en su depravado sótano sin mi consentimiento. ―Solo intentaba protegerte ―le justificó una vez más. ―No lo necesitaba, así que no voy a agradecérselo. Sasha puso los ojos en blanco, dejándola por imposible. La conocía lo suficientemente bien como para saber que no daría su brazo a torcer. ―De todos modos, confía en él; si no lo haces, no podrás aprender nada. ―Mantendré la mente abierta para adquirir destreza con la espada lo más rápido que pueda. ―Siempre has sido muy inteligente, sé que lo harás bien. ―La abrazó una última vez. ―¿Podemos partir de una puta vez? ―gruñó el vikingo desde la puerta, donde se había mantenido para poder darles un poco de intimidad―. A este paso, Sherezade conseguirá destruir el mundo a la espera de que os despidáis. ¡Que vamos a volver en unos días! Parece que no vayáis a volver a veros jamás. ―¿Lo ves?― se quejó la agente de policía―. ¿Ves lo que voy a tener que soportar? Y encima pretenderá que sea simpática con él. ¡Y una mierda! Sasha contuvo la risa. Acabarían matándose, estaba segura de ello. ―Es un hombre impaciente ―dijo, consiguiendo que su hermana la fulminara con la mirada―. Y, además, tiene razón, es hora de que intente llevaros al templo que he dibujado ―añadió señalando el lienzo. A Sasha le sudaban las manos y un desagradable temblor nervioso sacudía su cuerpo. ―Tranquila, conejita, podrás hacerlo, has practicado mucho ―Draven trató de calmarla desde la distancia. ―Puedo hacerlo ―repitió para darse ánimos, antes de tomar a su hermana y a Thorne de las manos. Concentrándose en la imagen que dibujó, cerró los ojos y los visualizó en aquel lugar. Tenía que enviarlos a ellos sin que ella tuviera que ascender también, y eso le preocupaba bastante. Cuando se sintió lo suficientemente preparada, respiró hondo y dijo con voz segura y clara: ―Ibi me ducere. Como por arte de magia, Thorne y Jessica desaparecieron dejando una estela de destellos brillantes, haciendo que la artista abriera los ojos y mirara sus manos, las cuales habían estado unidas a las de ellos segundos antes. ―Lo he hecho ―murmuró llena de felicidad―. ¡Lo he conseguido! ―exclamó lanzándose a los brazos de Draven, que la recibió encantado. ―No dudé ni por un segundo de que lo lograrías. ―Esperemos que Jessica aprenda rápido y vuelvan lo antes posible ―comentó Abdiel con una mala sensación rondando su mente. Thorne y Jess aterrizaron con sus posaderas sobre un suelo de mármol blanco y brillante. ―¡Auch! ―se quejó la joven―. ¿No había una mejor manera de llegar? El vikingo, levantándose de un salto, alargó su mano para ayudarla a hacer lo mismo. Jessica la rechazó de un manotazo. ―No necesito tu ayuda, puedo incorporarme sola. ―¿No eres capaz de aceptar ni una vez el favor de los demás? ―¿El favor tuyo? No, gracias ―inquirió poniéndose en pie con agilidad y clavando sus ojos grises verdosos en el vikingo. ―Por fin habéis llegado. Una voz femenina les hizo volverse y encontrarse de frente con la Diosa Astrid, que mantenía su mirada fija en Jessica. ―Sí, por fin ―rezongó el guardián del mal humor. De todas maneras, la Diosa no le prestó atención y se aproximó más a la joven policía para poder estudiarla más de cerca. ―La elegida, por fin te tengo frente a mí. He esperado demasiados años y ya estaba impaciente. Jessica, sintiendo invadido su espacio personal, dio un par de pasos atrás y se puso en jarras. ―Me gustaría saber por qué soy la elegida ―indagó sin rodeos―. ¿Por qué yo? ―Porque eres especial, Electi. ―¿Electi? ―Significa elegida en latín ―le aclaró. ―¿Y qué me hace especial? ―insistió Jess. ―Pretendes correr antes de andar, Electi, y las cosas no funcionan así. ―¿Y cómo funcionan, si se puede saber? ―preguntó enarcando una de sus perfectas cejas oscuras. ―Por el momento, entrenando en este templo sagrado junto a mi guardián vikingo ―le dijo con calma―. Os daré dos semanas, no disponéis de más tiempo. ―¿Dos semanas? ―intervino Thorne―. No puedo enseñarla a ser diestra con la espada en solo dos semanas. ―En ese caso, deberás esforzarte más ―repuso la Diosa―. Además, en este lugar el tiempo trascurre de manera diferente, al igual que los conocimientos que aquí adquiráis. El vikingo gruñó y contuvo sus ganas de maldecir. ¿Que el tiempo trascurría de manera diferente? Odiaba pensar que estaría allí, a resguardo, mientras que sus hermanos permanecerían al pie del cañón arriesgando sus vidas sin poder ayudarles. ―¿Y contra quién tengo que luchar? ¿Contra Sherezade? ―quiso saber Jessica. ―Su existencia fue el motivo por el que creé a mis guardianes y se inició la profecía ―respondió evasiva. ―¿Eso es un sí? ―Eso es un: saca tus propias conclusiones, Electi ―dijo sonriendo―. Y basta ya de interrogatorios. Permitidme que os enseñe este lugar tan maravilloso y lleno de magia. Aquí nadie os molestará y podréis contar con una guía que estará disponible para cualquier cosa que necesitéis. ―¿Una guía? ―se extrañó el vikingo. ―Así es, yo seré vuestra guía. En cuanto Thorne escuchó esa voz, supo reconocer de quién se trataba. Sus ojos se desviaron hacia aquella preciosa mujer rubia que en su vida como mortal fue su mejor amiga. ―¡Helga! ―Cuánto tiempo sin verte, amigo ―le dijo con lágrimas en los ojos. El vikingo se quedó paralizado y con todo su cuerpo en tensión, intentando mantener sus emociones bajo control. Jamás pensó en volver a ver a aquella escudera, más valiente que la mayoría de los hombres a los que había conocido a lo largo de su vida. ―¿Os conocéis? ―preguntó Jessica percibiendo la agitación que ambos parecían experimentar. ―Helga y mi guardián fueron compañeros de batallas en sus vidas como mortales ―le explicó la Diosa―. En resumen, llevan más de mil años sin verse. La guía se fue acercando a su amigo hasta quedar a pocos pasos de él. ―¿No piensas decirme nada? Nunca has sido muy hablador, pero parece que los años te hayan vuelto mudo ―bromeó sin dejar de sonreír. ―¿Qué cojones haces aquí? ―inquirió entonces con brusquedad. Helga no pudo evitar soltar una carcajada. ―Sigues siendo el mismo que recordaba ―repuso antes de abrazarle. Thorne permaneció unos segundos más envarado, hasta que, por fin, alargó los brazos y rodeó el pequeño cuerpo de la antigua escudera. ―No creí que volvería a verte ―reconoció con la voz aún más ronca de lo normal. ―Sin embargo, yo he tenido durante años la esperanza de poder abrazarte y por fin ha sucedido ―reconoció separándose de él y alargando su mano hacia Jessica―. Mi nombre es Helga, es un placer conocerte, Electi. ―Jess, mi nombre es Jess ―la corrigió. La guía miró de reojo a la Diosa, como pidiéndole permiso para llamarla del modo en que se presentó la joven, y esta asintió concediéndoselo. ―De acuerdo, Jess. Aunque es probable que pueda confundirme, ya que durante los siglos que llevo esperando tu llegada, para mí siempre fuiste Electi ―comentó con simpatía―. ¿Estáis preparados para dejar que vuestras habilidades se multipliquen por mil en este templo divino? Thorne y Jessica se miraron entre sí. ―Lo estamos ―aseguró el guardián. ―Nací preparada para ello, para algo soy la elegida ―apuntó la joven morena con ironía. ―Es justo lo que quería escuchar ―indicó la Diosa satisfecha, con una sonrisa radiante iluminando su hermoso rostro. Capítulo 9 Amaro y Cyran traspasaban las puertas del salón del apartamento donde se asentaba Sherezade, en busca de la prueba de vida de Selene que le prometió. La bruja estaba de espaldas a ellos, con la vista fija en el bullicio de gente que se veía a través de la ventana. En su gesto se podía apreciar cuanta repulsión sentía hacia los humanos, a los que veía como seres inferiores y egocéntricos. ―Has tardado bastante en decidirte en llamarme, ¿no crees? ―inquirió con sarcasmo. Sherezade se volvió hacia ellos y sonrió. Debía reconocer que era una mujer muy atractiva, pese a que su energía le repelía. ―No pienses que es tan fácil poder darte lo que has venido a buscar. El corazón del demonio empezó a latir de manera acelerada. ―¿Y bien? ―la instó con impaciencia―. ¿Qué es lo que tienes para mí? Con paso tranquilo, la persa se encaminó hacia el mueble del salón, abrió uno de los cajones y sacó un enorme sobre. Aproximándose a Amaronte, lo alargó hacia él. ―Espero que esto sea una buena recompensa a cambio de la sangre que me diste. Sin más demora, el demonio abrió el sobre con las manos un tanto temblorosas. Dentro de él había una decena de fotografías donde se podía ver a Selene encerrada en una especie de celda, que parecía decorada de manera minuciosa y con muy buen gusto. Su respiración se entrecortó al ver de nuevo su precioso rostro y aquella sonrisa que siempre consiguió desarmarle. Aún recordaba la primera vez que la vio. Su hermano y él, que por aquel entonces vivían en Roma, acudieron por primera vez a la corte demoniaca, donde Belial les presentó con orgullo a su encantadora hija. Amaro se enamoró de ella en aquel mismo instante y así se lo hizo saber a Mauronte. Por desgracia, fue enviado por el mismísimo rey a cumplir una misión importante en San Francisco y cuando volvió, Mauro le anunció que se había prometido con ella. Sintió como su corazón se partía en mil pedazos al enterarse de aquella noticia. De todos modos, quería a su hermano y a esa mujer que, en breve, se convertiría en su esposa, así que les deseó lo mejor a ambos, dispuesto a apartarse de su camino para que pudieran ser felices. Por ese mismo motivo, pidió a Belial que le trasladará a San Francisco de manera definitiva, necesitaba poner distancia física con ellos. Y pareció que durante un par de años consiguió superar el dolor de su corazón roto, hasta que su hermano y Selene se trasladaron a su misma ciudad. Amaro trató de mantenerse distante con la prometida de Mauronte, a pesar de que esta no le ponía las cosas fáciles. Parecía disfrutar más de la cuenta estando en su compañía. Hasta que al final, sucedió lo inevitable y acabaron besándose. Él trató de detenerse, sin embargo, Selene le confesó que creía que se había confundido al aceptar casarse con Mauro, cuando en realidad, de quien estaba enamorada era de él. A partir de ahí todo comenzó a complicarse y la relación con su único hermano se fue deteriorando poco a poco, en especial, cuando ella desapareció. ―¿Dónde la tiene? ―preguntó con los dientes apretados a causa de la rabia que sentía recorrer su cuerpo. ―Esa información tiene otro precio ―respondió con un tono satisfecho. ―No me jodas, Sherezade. ―Nada más lejos de mi intención, pero nuestro acuerdo era darte una muestra de vida de Selene a cambio de tu sangre y eso es lo que acabo de hacer. Amaronte bajó de nuevo la mirada hacia las fotos que tenía entre las manos y suspirando, asintió. Iba a rescatar a Selene aunque aquello significara ayudar a esa bruja loca a destruir la humanidad. ―Dime qué quieres ahora. ―Un pedazo de tu corazón. ―¿Un qué? ―se sorprendió. ―Lo que has escuchado, un pedazo de tu corazón. ―No puedes hacerlo, Amaro ―le susurró Cyran por lo bajo. ―Prometo que será lo último que te pida y, en contraprestación, podrás encontrar a la mujer que amas y la cual lleva cientos de años sufriendo, privada de libertad ―insistió la persa. ―Si es cierto que sigue con vida, daremos con ella por nuestra cuenta, no hace falta que te prestes a esto ―dijo Cyran de nuevo. ―¿De verdad vas a arriesgarte? ―preguntó Sherezade―. Porque te advierto que este ofrecimiento tiene fecha de caducidad. Cuando salgas de aquí, anularé mi propuesta para siempre. Estarás solo tratando de averiguar su paradero, y no es algo que se te haya dado demasiado bien en el pasado. Desesperado, asintió. ―De acuerdo, toma un trozo de mi corazón. ―¡Amaro, no! ―exclamó el demonio de los cuernos en completo desacuerdo con esa decisión. ―No voy a permitir que Selene continúe sufriendo a manos de Belial, Cyran ―repuso con los ojos completamente rojos por la ira que en ese momento sentía hacia el rey de los demonios―. Puedes marcharte si no quieres formar parte de esto; lo entenderé. El enorme y siniestro demonio soltó aire por la nariz y negó con la cabeza. ―No voy a dejarte solo, ya lo sabes. Nosotros somos un equipo. Amaro sonrió. No conocía a nadie en todo el universo más leal y justo que Cyran. ―Te lo agradezco, amigo. ―¿Podemos empezar ya? ―indagó Sherezade con impaciencia―. Pediré que intenten adormecer la zona con un hechizo para que no tengas que sentir dolor. ―No, no hace falta, lo que quiero es que acabéis cuanto antes y me des la información que necesito ―sentenció con ganas de ir en busca de la mujer que llevaba amando durante años. Era el primer día del entrenamiento de Jessica y no le apetecía nada que Thorne le tuviera que decir lo que debía hacer. Aún se sentía muy resentida por el modo en que la retuvo en su sótano y no aceptaba la excusa de que lo hizo por su bien. Para sus adentros, se decía que, si su hermana le tenía aprecio, no podía ser tan malo como a ella le parecía, pero había visto a demasiados psicópatas encantadores a lo largo de sus años en el cuerpo, como para saber que eso no era ninguna prueba de nada. ―¿Se te han pegado las sábanas o qué? ―inquirió el guardián nada más verla aparecer en el campo de entrenamiento―. Un buen guerrero se levanta al alba. ―Por suerte, yo soy la elegida, no un simple y bruto guerrero como tú ―le respondió con descaro. El vikingo estaba vestido con un pantalón de cuero, botas estilo militar y el pecho al descubierto, dándole una estupenda imagen de sus esculpidos músculos. Por su parte, Jess vestía unas cómodas mallas negras de deporte, un top del mismo color y unas deportivas blancas. También se recogió el oscuro pelo en una coleta alta para que no le molestase al moverse. ―¿Te sientes preparada, Electi? ―le preguntó Helga, que permanecía sentada sobre un murito cerca del lugar donde les tocaba entrenar. Como cuando la conoció, una agradable sonrisa se dibujaba en su bello rostro. ―Siempre estoy preparada ―se pavoneó la policía, mientras se ajustaba unas vendas en sus manos, para que no se le dañaran con el peso de la espada o por algún puñetazo que tuviera que darle en la cara a aquel gigantón. Sin lugar a dudas, esa parte del entrenamiento sería la que más disfrutaría. ―No tenemos tiempo que perder, valquiria, así que vamos a ello. ―Sin más preámbulos, le lanzó la espada sin moverse de su sitio. Jessica la cogió al vuelo a duras penas. ―¿Estás loco? ¿Podrías haberme cortado un brazo? ―se quejó la joven morena, indignada. ―Por eso no te preocupes ―se apresuró a responder la escudera―. Durante estos quince días tienes la protección de nuestra Diosa y cualquier herida que te hagas en el campo de entrenamiento se te curará de forma inmediata. Se lo estaba contando a Thorne hace unos minutos. ―Oh, ya veo. En ese caso, por qué preocuparme, que me corte una mano si le apetece ―ironizó Jess. El guardián, que no era conocido por su gran paciencia, arremetió contra ella, que logró detener su estoque sosteniendo la espada divina con ambas manos. ―Eso ha sido un ataque a traición, aún no estaba preparada ―protestó con la voz entrecortada por el esfuerzo que hacía deteniendo su embestida. ―¿Piensas que nuestros enemigos van a ser considerados y legales? Ellos intentarán encontrar tus puntos débiles para poder acabar contigo, no seas ingenua. ―Que lo intenten ―aseveró girando sobre sí misma y tratando de alcanzar el costado del vikingo con la afilada hoja. Durante varios minutos, Jessica intentó desarmarlo, mientras que Thorne la esquivaba e iba corrigiendo todo lo que hacía mal. ―Yérguete ―le gritaba―. No dejes tu flanco derecho tan desprotegido ―insistía―. Debes hacer más músculo en los brazos, tus golpes están desprovistos de potencia. ―¿Solo piensas criticarme? ¿Ese es tu modo de enseñarme? ―dijo molesta tratando de atacarle con más fuerza. ―Vamos, Electi, demuéstrale lo que valemos las mujeres ―la alentó Helga con entusiasmo, como si de una animadora se tratase. ―Eso intento ―respondió tratando de alcanzarle de nuevo. A causa del fuerte impulso que se dio, trastabilló y a punto estuvo de besar el suelo. ―Así solo conseguirás que te maten ―refunfuñó el vikingo―. Debes ser certera en tus envites. Cuanta más energía pierdas en dar golpes en falso, antes acabarás agotada y darás ventaja a tu rival. Tras aquellas palabras, Thorne empezó a contraatacar, haciéndola retroceder. Verbalizaba cada movimiento que iba haciendo para que Jessica pudiera tomar nota de ellos. Tras su explicación, chocó su espada contra la de Jessica con fuerza. La joven consiguió detener el golpe, pese a que, de todas maneras, acabara tirada de espaldas en el suelo a causa de su potencia. La espada cayó a un par de metros de ella y el guardián presionó con suavidad la suya contra el fino cuello femenino. Su intención no era hacerle ningún daño, solo mostrarle el peligro que conllevaba el no saber defenderse. ―¿Ves lo poco preparada que estás? No creo que dos semanas sean suficientes para enseñarte a usar la espada de manera eficiente. De un manotazo, Jessica apartó la afilada y reluciente hoja de su garganta. ―Limítate a hacer lo que te han pedido y déjate de juicios de valor ―contestó irritada. No le gustaba sentirse indefensa y en un duelo a espadas con aquel gigantón, evidentemente, estaba en clara desventaja. Se agachó a tomar el arma del suelo y dándole la espalda, se dispuso a salir del campo de entrenamiento. ―¿Dónde te crees que vas, hembra? Aún no hemos terminado ―le dijo Thorne tomándola por el hombro y girándola hacia él. Furiosa, Jessica le barrió los pies y arrojándole al suelo, imitó el gesto que él hizo segundos antes y le apuntó al cuello con la espada. ―Has olvidado tu primera lección, capullo. Nunca bajes la guardia. ―aseveró con vehemencia―. Y por hoy, se acabó el entrenamiento. ―Esto no va a funcionar si te niegas a obedecer. ―Llevas crudo eso de que te obedezca, neandertal, como mucho, intentaré aprender de tu experiencia, nada más. ―Apartó la espada y volvió a darle la espalda. Thorne se incorporó de un salto. ―Solo tenemos quince días para que aprendas al menos a defenderte, no seas testaruda. ―Pues tendrás que conformarte con catorce días, porque por hoy ya he tenido más que suficiente de aguantarte. ¡No te soporto ni un segundo más! El vikingo gruñó irritado y tiró su arma al suelo. ¡Aquella mujer era exasperante! ―Tiene mucho carácter ―observó Helga acercándose a él sonriendo. ―Con muy mala hostia, diría yo ―refunfuñó. ―No será fácil que puedas enseñarle lo que sabes si te muestras imperativo, Thorne. ―¿Y qué quieres que haga? Acabará muerta si no dispone de habilidades en una pelea real. No tenemos tiempo para contemplaciones ―dijo con cierta desesperación reflejada en el tono de su voz. ―¿Y sí para perder todo un día por ser tan brusco? ―inquirió con una ceja enarcada. El guardián, a la defensiva, se cruzó de brazos. ―Contigo siempre entrenaba así y nunca te vi quejarte. ―Eso es porque te conozco desde que no eras más que un mocoso con las rodillas ensangrentadas de tanto hacerme de caballo para que pudiera subir sobre tu espalda ―rememoró feliz―. Recuerdo que también lo hiciste con Inga. La simple mención del nombre de la jovencita consiguió que ambos se estremecieran. El cuerpo de Thorne se tensó y apretó los dientes, sintiendo deseos de poder matar a Hans, el mayor hijo de perra que se hubiera echado a la cara, con sus propias manos. Inga no se merecía morir del modo en que lo hizo. Fue el ser más dulce y alegre que hubiera conocido jamás. Helga, compartiendo su sufrimiento, posó una de sus manos sobre su antebrazo. ―No era mi intención nombrarla. ―No te preocupes, me gusta saber que aún la recuerdas. ―¿Recordarla? ―suspiró y sonrió con melancolía―. Ella está presente en mis pensamientos de manera constante, al igual que tú. Erais mi única familia. Thorne compartía ese mismo sentimiento. Su amiga y él se quedaron huérfanos a una edad demasiado temprana, por lo que entre los dos se formó un lazo fraternal muy fuerte. ―Sabes que es algo mutuo. ―Te he echado tanto de menos que aún no puedo creerme que estés aquí, frente a mí. ―Yo no tenía la esperanza de volver a verte nunca más. ―Lo sé, pero yo llevo siglos esperándote. ―¿Supiste desde que te trajeron aquí que yo vendría? Helga negó con la cabeza mientras sonreía con picardía. ―No, aunque eso no me hizo perder la esperanza. Si estabas vivo y eras un guardián de mi Diosa, ¿por qué no iba a traerte aquí en algún momento de nuestra larga existencia? Thorne le devolvió la sonrisa, siempre le gustó el carácter optimista de su amiga. ―¿Algún día podrás salir de aquí? Me gustaría presentarte a mis hermanos. Seguro que te caerían bien. ―No es muy probable que eso ocurra, aunque he de decirte que los conozco a todos. Tengo un espejo mágico que me permite ver la Tierra y a sus habitantes. Me habéis tenido muy entretenida últimamente. El vikingo enarcó una ceja. ―Me alegro de que nuestra maldita guerra te haya servido de distracción ―ironizó―. Y dime, ¿qué hago ahora con Jess? ¿Dejo que se encierre en su habitación hasta mañana? ¿La cojo en volandas y la obligo a volver al campo de entrenamiento? Ando bastante perdido con esta hembra, joder. Helga se carcajeó. ―Para empezar, dejar de llamarla hembra, la pone realmente furiosa que lo hagas ―le aconsejó divertida―. Y lo segundo, debes ganarte su confianza. ¿Cómo pretendes que haga lo que le dices, si te ve como al enemigo? Thorne gruñó y colocó las manos en sus caderas. ―¿Y cómo pollas consigo eso? Me da una coz cada vez que me aproximo a ella. ―Con paciencia. ―¡Cojonudo! ―rugió fastidiado―. Justo lo que no tengo. ―Esfuérzate un poco, amigo, hace demasiados años que no lo haces con ninguna mujer. ¿Esforzarse con una mujer? ¿Para qué?, si él solo quería de ellas poder alimentarse y echar un buen polvo sin ataduras. ¿Y ahora se suponía que tenía que hacerlo con esa harpía de lengua afilada? Menuda gran putada. Capítulo 10 Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando el agudizado oído de Thorne escuchó ruidos que llegaban del exterior, podría jurar que, en concreto, del campo de entrenamiento. Levantándose de la cama, cogió los pantalones que estaban tirados en una esquina de la habitación y se los colocó. Él siempre dormía desnudo. Con cautela, por si se trataba de algún peligro, tomó una de sus dagas e intentando no hacer demasiado ruido, siguió los sonidos que cada vez se iban oyendo más cercanos. Sorprendido, se encontró a Jessica entrenando con la espada y por el sudor que brillaba en su frente, debía hacer bastante rato que estaba en ello. La joven ejecutó un movimiento con la espada y dio un traspiés, cosa que le hizo perder el equilibrio y que la espada se cayera de su mano. Frustrada, pateó el suelo y emitió un grito ahogado. Thorne pudo percibir la impotencia que la invadía por no ser todo lo diestra que le gustaría. Se aproximó más a ella, que, al percatarse de su presencia, se tensó. ―¿Qué haces aquí? ―inquirió la policía cruzándose de brazos, a la defensiva. El guardián no respondió, se limitó a agacharse, coger la espada y entregársela a la joven, antes de colocarse tras ella ayudándola a adoptar la posición adecuada. ―Separa un poco más las piernas, debes estar bien asentada para que no pierdas el equilibrio como te acaba de pasar ―le aconsejó―. Los golpes deben de ser fuertes, pero también seguros ―continuó diciendo moviendo el brazo junto al de Jessica para demostrarle lo que quería decir. El olor almizclado que desprendía el cuerpo masculino inundó las fosas nasales de Jess, consiguiendo que sus pezones se irguieran. Podía notar el firme torso del vikingo pegado a su espalda, cosa que le dificultaba el poder concentrarse. La enorme mano del guardián cubría la suya mientras ambos sostenían la empuñadura de la espada, y su aliento le agitaba el cabello cada vez que hablaba, haciendo que su piel se erizara. ―Debes adelantar un poco las caderas para compensar el peso de la espada y regular tu centro de gravedad ―continuaba diciendo―. Así ―susurró roncamente, posando la mano sobre la cadera femenina para guiarla a la posición correcta. La respiración de la joven se tornó agitada y dificultosa, y sintiendo como su corazón comenzaba a latir fuera de control, le dio un manotazo en la mano, que parecía quemarla a través de sus finas mallas de deporte, y se alejó de él. ¿Acaso había subido la temperatura en los últimos segundos? Desde luego, ella estaba ardiendo. ―¿Qué es lo que pretendes? ―¿Qué pretendo? ―frunció el ceño―. Enseñarte a usar la espada, creí que estaba claro. ―¿Y a qué viene ese tono que acabas de emplear conmigo? ―le recriminó. ―Hemb… ―recordó lo que le dijo Helga y carraspeó para detenerse―. Quiero decir, Jess ―se corrigió―, yo no he usado ningún tono determinado a conciencia. Aunque, si he de ser sincero, debo de confesar que tu cercanía me afecta. Es algo que no puedo controlar, del mismo modo en que tú tampoco lo haces, ¿no es cierto? Jessica apretó los labios, no iba a negar lo que, al parecer, para él resultaba evidente, aunque tampoco lo admitiría en voz alta. ―Me incomodas, me molesta tu presencia y creo que esto no va a funcionar ―fue lo que se limitó a responder―. Así que lo mejor será que aprenda por mi cuenta, tú limítate a rememorar viejos tiempos con nuestra guía. El vikingo gruñó. ―No me jodas, mujer, esto no funciona así. ―Acortó la distancia que los separaba en un par de zancadas―. No se trata de ti o de mí, estamos hablando del futuro de la humanidad tal como la conoces. Te dedicas a proteger a la gente, eres agente de policía, si esto fuera uno de tus casos y yo tu nuevo compañero, ¿lo echarías por la borda solo porque nos cayéramos mal? ¿Arriesgarías las vidas de personas inocentes? ―No es lo mismo. ―Por supuesto que no lo es, esto es algo mucho más grande y trascendental. ¡Se trata del equilibrio del universo, joder! Jessica bufó. Thorne tenía razón, sus emociones estaban haciendo que no se comportara de un modo racional, pero es que ese hombre la enfurecía y excitaba como ningún otro que hubiera conocido antes. ―De acuerdo, tú ganas, firmemos una tregua. ―¿Una tregua? ―repitió enarcando una ceja. ―Así es, una tregua en la que yo intentaré olvidar que me tuviste retenida y tú dejarás de tratarme como si fuera tu subordinada. ―¿Cuándo cojones te he tratado así? ―protestó con indignación. ―A todas horas. Pareces el general del ejército y yo el cabo novato que no tiene ni idea de lo que hace. ―Es que no tienes ni puta idea de manejar una espada. ―Pues no hace falta que me lo hagas sentir a cada segundo. El guardián volvió a soltar otro gruñido. ―Está bien, intentaré controlarme, aunque toda mi vida como mortal instruí de ese modo al resto de guerreros de mi poblado y ninguno dio tanto por culo como tú. ―¿Que doy por culo? ―repuso enfadada―. ¿Lo ves? Ese es tu problema, no sabes tratar con las personas, creo que se te daría mucho mejor hacerlo con animales. ―Me estás ofendiendo, hemb…, Jess. ―Genial, ya que tú también me ofendes a mí. Se quedaron retándose con la mirada como si fueran dos contrincantes en un ring de boxeo. Finalmente, Thorne asintió y agachándose a tomar la espada, se la entregó a ella. ―Iniciemos el entrenamiento manteniendo la tregua que hemos pactado, ¿te parece? ―Me parece bien ―concedió, soltando el aire que sin darse cuenta estaba reteniendo. Tras aquellas palabras, comenzaron con el adiestramiento. Thorne no fue delicado, no estaba en su naturaleza, pero sí más cordial y menos incisivo. Era firme y exigente, aunque aquello no molestaba a Jessica, ya que también lo era consigo misma. Perdieron la noción del tiempo, incluso amaneció sin que se dieran cuenta, hasta que escucharon las palabras de Helga: ―¿No pensáis descansar y dormir ninguna noche o esta ha sido una excepción por ser la bienvenida al templo? ―Hemos recuperado el tiempo que perdimos ayer ―respondió la joven, que se sentía dolorida y agotada, pese a que no se quejaba. La bonita vikinga la miró como si pudiera leer cómo se encontraba y sonrió. ―No es cuestión de que acabes con todo el cuerpo dolorido el primer día, ¿no crees? ―Estoy bien. ―No, Helga tiene razón, debemos parar por unas horas ―repuso Thorne―. Puedes darte una ducha, desayunar y descansar hasta después de la comida. ―He dicho que estoy bien ―le aseguró poniéndose en jarras. ―Te he oído. ―Entonces sigamos entrenando. ―Necesitas descanso. ―No lo necesito. ―Claro que sí. ―¡Por supuesto que no! ―exclamó alzando la voz―. ¿Quién te crees que eres para decirme lo que necesito o no? ―¿Puedes dejar de ser tan jodidamente cabezota? ¿Piensas que si desfalleces de cansancio serás de más ayuda? ―No soy una de esas mujercitas que se desmayan por trabajar duro, ¿sabes? ―No, tú eres de las que solo saben tocar los cojones y llevar la contraria en todo. Jessica se envaró. ―¿Sabes qué? ¡Que te jodan, neandertal! ―gritó antes de darse media vuelta airada y alejarse refunfuñando entre dientes. ―Veo que las cosas van mejorando entre vosotros ―ironizó Helga acercándose a él y conteniendo la risa. ―Es imposible tratar con esta hembra, es más terca que una mula. ―A mí me recuerda a las escuderas con las que peleábamos codo con codo y que tanto te gustaban. ―Es más bien un grano en el culo, no una escudera. Su amiga soltó una carcajada. ―Pues vete acostumbrando a ese grano en el culo, porque os quedan bastantes días que soportaros. Aunque creo que lo que en realidad te molesta es que te atrae más de lo que te gustaría. ―La que me está molestando ahora mismo eres tú ―refunfuñó para evadir responder a su afirmación. Helga volvió a reír. ―No me cabe la menor duda ―concedió―. Y ve a darte una ducha también. No quería decírtelo, pero apestas ―bromeó. Thorne le dio un leve empujón en el hombro y le enseñó el dedo corazón. ―Muy graciosa. ―Lo sé ―se jactó sonriendo. El guardián negó con la cabeza y comenzó a alejarse hacia el templo. Nada más traspasar las puertas pudo ver a Jessica dentro de su cuarto. Se masajeaba y estiraba el cuello, dando muestras de que lo sentía dolorido. Los ojos verdes de Thorne recorrieron su cuerpo fibroso y curvilíneo. El sudor corría por su generoso escote y sintió ganas de poder acercarse a ella para lamerlo. Se la veía cansada, pero también preciosa y absolutamente deseable. Su entrepierna, cobrando vida propia, se alzó y le demandó que la tomara allí mismo. Si estuviera en otras circunstancias y fuera una mujer más fácil de tratar, tal vez hasta se lo hubiese planteado, sin embargo, aquella joven solo representaba problemas. ―¿Qué coño estás mirando, vikingo? Esa pregunta le sacó del torbellino de deseo en el que estaba metido. ―No miraba nada ―mintió. ―¡Y una mierda! ¿Te crees que no me doy cuenta cuando un tío me devora con la mirada? ―exclamó antes de darle un puntapié a la puerta y cerrarla de golpe. Thorne respiró hondo para tratar de relajarse, ya que lo único que le apetecía en aquel momento era echar la puerta abajo para poder disfrutar junto a esa harpía que le ponía tan cachondo, que conseguía que le dolieran hasta las pelotas. Ojalá fuera el neandertal que ella aseguraba, de ese modo, no tendría que contenerse y darse una ducha fría para poder conseguir que su erección bajase. La herida de Amaronte comenzaba a cerrar. Uno de aquellos brujos chiflados, un tal Chase, le acababa de quitar un trozo de corazón y la verdad es que no fue nada agradable. Es más, ¡había dolido de cojones! ―¿Y ahora qué? ―le preguntó a Sherezade, quien sonreía con satisfacción, sosteniendo el tarro donde metieron el pedazo de corazón del demonio―. ¿Vas a enmarcarlo? ¿Es a esto a lo que se refieren cuando te dicen que una mujer te ha robado el corazón? ―Lo siento, pero eso no es asunto tuyo ―respondió la bruja. Amaro se encogió de hombros e hizo una mueca despreocupada. ―De acuerdo, solo espero que no te lo comas. Espero que no te ofendas, pero tienes pinta de gustarte comer carne cruda, ¿sabes? ―No me ofendo ―repuso fingiendo una sonrisa. ―Ahora, cumple tu parte del trato. ―Por supuesto. Dejó el frasco de cristal sobre la mesa y aproximándose a Amaronte, le tocó el brazo, que comenzó a quemarle. ―¿Qué estás haciendo? ―inquirió el demonio tratando de soltarse. ―No te muevas o no funcionará. ―¿Funcionar qué? ―Detente, bruja ―le ordenó Cyran aproximándose de manera amenazante. Antes de que llegara hasta ella, Sherezade alzó las manos en el aire, mostrándole que era inofensiva. ―Ya está, no es para tanto, no os pongáis así. Ambos demonios observaron el antebrazo de Amaro, en el que ahora se podía apreciar una especie de mapa. ―¿Qué mierda es esto que me has tatuado? ―Es tu manera de llegar a tu amada. ―¿Y cómo se supone que he de interpretarlo? ―Eso ya no es cosa mía, aunque estoy segura de que sabrás como hacerlo. ―Una sonrisa escalofriante se dibujó en el atractivo rostro de la persa―. ¿No dicen que el amor todo lo puede? Capítulo 11 Tras una semana de entrenamientos, Jessica ya se desenvolvía con soltura con la espada. Era muy buena alumna y nunca acusaba el cansancio, a pesar de terminar agotada. Incluso cuando sus largas y extenuantes jornadas llegaban a su fin, ella seguía alguna hora más, hasta casi caer la noche. Thorne se sentía muy orgulloso de ella y de su coraje, y también de la amistad que la joven estaba forjando con Helga, cosa que no le extrañaba en absoluto, pues ambas eran bastante parecidas. Mujeres fuertes, valientes y decididas, que no se amedrentaban ante ningún desafío. Aquel día, la Diosa Astrid hizo acto de presencia para comprobar de primera mano los progresos de la elegida. ―Me satisface constatar que cada vez se te da mejor empuñar la espada divina. ―Mis esfuerzos me está costando ―respondió Jess sin sentirse abrumada por el magnetismo que desprendía la deidad, y que impresionaba a todo aquel que la tuviera enfrente. ―¿Os importaría hacerme una demostración? ―¿Ahora? ―inquirió la policía con una ceja enarcada. ―Ahora ―asintió la Diosa. Suspirando, Jessica volvió sus ojos hacia el guardián. Llevaba ya demasiadas horas de entrenamiento y sentía los músculos cansados y un tanto agarrotados. No le apetecía nada volver a enfrentarse a Thorne, aunque, al parecer, no tenía alternativa. ―Por qué no vuelves otro día, hoy es demasiado tarde y Jess necesita descansar ―repuso Thorne consciente de su agotamiento. La Diosa abrió los ojos sorprendida. ―¿Te estás negando a cumplir mi petición? ―su voz se oía controlada, no obstante, un deje de peligro podía apreciarse en ella. ―Claro que no, mi señora ―se apresuró a intervenir Helga, temiendo que tomara represalias contra su amigo. Pese a que la Diosa era piadosa, tenía un temperamento de mil demonios. No obstante, Thorne dio un paso adelante y contradijo a su amiga. ―Es exactamente lo que estoy haciendo ―aseveró con firmeza―. Esta hembra es solo una humana y se esfuerza demasiado para cumplir su papel en la profecía. No puedo consentir que acabe lesionada, ahora mismo es mi responsabilidad. ―Thorne… ―Helga quiso intervenir, pero la Diosa levantó la mano y la silenció. ―¿Crees que mi intención es que se lastime? Nuestra única opción de sobrevivir es que ella nos salve, así que, en este momento, es la persona más importante del universo, por eso la tengo en este templo lo más protegida que puedo. ¡No cuestiones nunca mi protección hacia ella! El vikingo no se amedrentó cuando los ojos grises de la Diosa se oscurecieron y comenzaron a relampaguear. Era como observar un cielo tormentoso antes de que empezara a diluviar. ―No te cuestiono, solo te informo de lo que está ocurriendo y el estado en el que se encuentra Jess en este momento. ―Estoy bien ―intervino Jessica―. Podemos mostrarle nuestros avances, no pasa nada. ―Sé lo que ocurre con Electi en todo momento. Siempre lo he sabido. Aquella afirmación no le extrañaba. Había nacido para poner fin a esta guerra y esperaba poder estar a la altura de las expectativas. ―En ese caso, sabrás que está entrenando hasta el límite de su resistencia, no le pidas que aún vaya más allá o juro que me negaré a seguir entrenándola. ―¡Thorne! ―le regañó Helga. ―No exageres, ¿quieres? ―se indignó Jessica poniéndose en jarras―. Estoy bien. ―No es cierto ―la contradijo el guardián―. Eres una cabezota y no vas a reconocerlo pese a estar jodidamente agotada. ―Porque tú lo digas, capullo ―murmuró haciendo una mueca, pero sin ganas de discutir más. El vikingo se limitó a gruñir y a poner una mano en su cadera. ―De acuerdo, veo que tienes razón. Electi necesita descansar con urgencia o ya estaría peleando contigo con uñas y dientes para negar tus afirmaciones ―observó la Diosa―. Ya me demostraréis en otra ocasión vuestros avances. ―Una buena decisión ―le alabó Thorne. Jessica puso los ojos en blanco y bufó, aunque tenía razón, estaba tan cansada que no tenía fuerzas ni para discutir con él. ¡Increíble! ―En ese caso, si no me necesitáis más, voy a darme una ducha. ―No, espera ―la detuvo la Diosa―. Quiero que vayáis al lago de la luz. ―¿Ahora? ―inquirieron Jess y Thorne al unísono. ―Sí, ahora, ahora ―respondió con cansancio―. Allí crece una flor dorada con la que, si te haces infusiones, tu cuerpo se recuperará mucho mejor del agotamiento del día. ―Iré yo a por ella ―se ofreció el guardián. ―No, debéis ir los dos ―insistió la Diosa―. No está muy lejos de aquí y os irá bien hacer otra cosa juntos que no sea entrenar. Eso creará una confianza mutua que siempre debe existir entre un instructor y su aprendiz. Thorne gruñó. ―Si no hay otro remedio. ―No lo hay ―sentenció la preciosa mujer―. Ya he cedido bastante, mi guardián, así que deja de tentar a tu suerte. ―Pues vayamos ya de una vez a por la dichosa florecita para que por fin pueda darme la ducha que tanto deseo ―repuso Jessica de mala gana―. ¿Hacia dónde está? ―Por allí ―señaló Helga hacia la frondosa arboleda con una sonrisa radiante―. Seguid en línea recta y daréis con el lago de la luz, no hay pérdida. ―En marcha, vikingo ―dijo Jess dirigiéndose hacia donde la guía les indicó. Thorne echó una última mirada a la Diosa. No acababa de fiarse de ella en aquel instante, en especial, por la expresión divertida que lucía su amiga en su bonito rostro. ―¿Por qué los habéis mandado a por la flor dorada, mi Diosa? ―le preguntó Helga a su señora cuando estuvo segura de que ya no podían escucharla. ―Ha pasado una semana desde que llegaron aquí y son tan tercos, que no están ni un poco más cerca de dejarse llevar por lo que sienten el uno por el otro, así que decidí darles un empujoncito ―respondió encogiéndose de hombros―. Si Mahoma no va a la montaña… ―Imagino que este será el puto lugar del que habló la Diosa ―dijo Thorne cuando llegaron frente a un precioso lago de aguas cristalinas y flores amarillas en la orilla. ―Y si no es así, lo fingiremos ―repuso Jessica quitándose la camiseta. ―¿Qué cojones haces? ―preguntó el guardián sin poder dejar de observarla. ―Voy a darme ese baño con el que llevo horas fantaseando. Este lago tiene el agua más transparente que he visto jamás y me está llamando a gritos. ―¿Y vas a desnudarte? La joven se giró de medio lado para mirarle con las cejas alzadas. ―No me digas que eres un mojigato. ―Por supuesto que no, pero no creo que sea apropiado. ―¿Apropiado? ―rio divertida―. Tampoco lo es que un grupo de brujos pretendan destruir el mundo y que yo sea la única que pueda detenerles. Y ya ves, aquí estamos. Se quitó las mallas, deleitándole con un primer plano de su redondo trasero, tan solo cubierto por la fina tira del tanga negro que lucía. El corazón del vikingo comenzó a latir desbocado dentro de su pecho y un calor interno le recorrió de arriba abajo, por no hablar de su miembro, que pareció cobrar vida propia. ―¿Vas a seguir mirándome con cara de bobo? ―inquirió Jessica, que podía sentir los ojos del guardián clavados sobre ella. ―No tengo cara de bobo ―gruñó. ―Oh, sí, Thornie, la tienes ―se jactó justo antes de saltar dentro del lago. ―¡No me llames Thornie! ―gruñó. Dio un par de pasos adelante para ver cómo buceaba bajo aquellas cristalinas aguas, que le permitían contemplar todos los movimientos de la joven y hacían que su erección se tornase cada vez más dolorosa. Jessica emergió para tomar aire, con su negro cabello hacia atrás, dejando que sus preciosas facciones brillaran bajo los rayos del sol del atardecer, que se reflejaban sobre ellas. Entonces abrió los ojos y le miró, dibujando una sonrisa sensual en sus carnosos y apetecibles labios. ―Eres el tío más bueno con el que me he cruzado en toda mi vida ―confesó de sopetón. Thorne enarcó una ceja, incrédulo. ―¿Te acabas de golpear la cabeza, hembra? ―¿Volvemos a lo de hembra? Porque no me gusta nada que me llames de ese modo, aunque, en el fondo, ese lado primitivo tuyo me pone como una moto. ―Se mordió el labio inferior de un modo muy seductor. ―¿Qué cojones te pasa? ―Esa actitud no era normal en ella. ―¿A mí? ―Acarició con las manos sus brazos, bajando de manera lenta y sensual―. Que cuando te tengo cerca solo puedo pensar en una cosa y es en follarte hasta que a ambos nos duelan todos los músculos del cuerpo. El guardián bufó, pues las imágenes de sus cuerpos desnudos y sudorosos se instalaron en su mente. ―Sal del agua, creo que algo no anda bien ―le ordenó. ―¿Quieres que salga? ―preguntó juguetona―. Entonces ven tú a buscarme, grandullón. ―¡No me jodas, valquiria! ―¿Joderte? Justo eso es lo que me gustaría hacer ahora mismo. ¿Te apuntas? ―Me cago en la puta, Jess. ¿No ves que no eres tú misma desde que te has metido en este jodido lago? ―Creo que soy más yo que nunca en mi vida ―mientras decía esas palabras se quitó el sujetador y lo lanzó a sus pies. Thorne sintió como se le secaba la boca ante la visión de aquellos perfectos pechos. Daría lo que fuera por poder amasarlos a sus anchas y enterrar su polla entre ellos. ―Jessica, por favor, sal ahora mismo del lago ―dijo con voz lenta y calmada, intentando que entrara en razón―. Algo ocurre aquí, algún tipo de magia que te hace comportarte de este modo lujurioso. ―Lujurioso ―repitió divertida―. ¿Por qué no dices cachonda? Suena mucho mejor, ¿no crees? ―Hembra… ―Vamos, dilo ―le cortó―. Dime: hembra, estás cachonda y mojada esperando a que tenga los huevos de meterme en el agua y follarte como he deseado desde el primer momento que puse mis ojos sobre ti. ―¡Joder! ―exclamó, tan excitado que sentía que su polla iba a romper los pantalones de un momento a otro. ―Ven a por mí, vikingo ―suplicó Jess a la vez que le lanzaba a la cara su tanga. Viendo que no iba a salir por su propio pie, Thorne maldijo para sus adentros y deshaciéndose de su ropa, a excepción del bóxer negro que lucía, se dispuso a ir a por ella. ―Eso es, quítatelo todo ―iba diciendo Jessica, que recorría la anatomía masculina con sus rasgados ojos―. Oh, vaya, parece que tu estatura no es lo único grande que tienes ―comentó observando la enorme protuberancia que se intuía bajo sus Calvin Klein. ―Por suerte, lo fría que esta puta agua está me ayudará con eso ―refunfuñó. ―Si tienes frío, acércate, yo te ayudaré a calentarte. ―Déjate de gilipolleces y salgamos de aquí, tenemos que volver. ―No seas aburrido, vikingo ―murmuró con voz seductora―. ¿Pretendes hacerme creer que no me deseas? ¿Después de haber visto lo alzado que andaba tu mástil? Ni de coña. Sin previo aviso, se lanzó sobre él hundiéndolo en el agua. Jessica reía cuando lo vio emerger de nuevo, esperando encontrarle furioso, sin embargo, en los ojos de Thorne no había ni un ápice de enfado, solo un deseo puro y primitivo que prometía hacerles arder a ambos. ―Prepárate, valquiria, porque voy a follarte como ningún otro hombre lo ha hecho en toda tu vida. El calor que se alojaba entre las piernas de Jess se hizo aún más intenso tras escuchar sus palabras. Tomándola en brazos, Thorne la sacó del agua y la dejó sobre la mullida hierba en la orilla del río. Su mirada parecía abrasar la piel de la joven, en especial, cuando sus manos subieron por los costados de su cuerpo hasta detenerse sobre sus llenos pechos. Las respiraciones de ambos se aceleraron cuando pudieron mirarse con libertad y con las frías gotas del agua del lago recorriendo sus cuerpos. El guardián se acercó más a ella, y sin despegar sus ojos de los de Jess, tomó aquellos pechos que le volvían loco con cierta brusquedad y los masajeó. ―Son las tetas más jodidamente perfectas que he visto en toda mi vida ―declaró con vehemencia, antes de meterse uno de sus erguidos pezones en la boca. Jessica jadeó y le tomó del pelo para apretarlo más contra ella. ―Oh, sí, no pares ―le pidió dejándose llevar por la excitación. Sin dejar de mimar sus pechos, Thorne recorrió con dos de sus dedos los pliegues de su sexo, justo antes de penetrarla con ellos con cierta rudeza. Jess jadeó sintiendo que le faltaba el aire. Estuvo masturbándola unos minutos más y cuando retiró los dedos de dentro de ella, Jessica soltó un gemido de frustración. Sin embargo, ver que olía sus fluidos y los saboreaba hizo que sintiera una especie de morbo que consiguió que se encendiera aún más. ―Eres deliciosa ―murmuró con voz ronca―. ¿Quieres probarlo? ―le preguntó acercando sus húmedos y resbaladizos dedos a la boca femenina. Jessica, como un autómata, abrió la boca para dejar que los metiera dentro de ella. Aquella erótica imagen logró que la erección del guardián se volviera casi dolorosa. Irguiéndose, sacó los dedos de su boca y se quitó el bóxer, dejando su miembro libre. ―Madre mía, tienes la polla más grande que he visto. ¡Joder! ―exclamó arrodillándose frente a él para poder mirarla más de cerca. ―¿Te gusta lo que ves? Jess la tomó en su mano. ―Me encanta ―reconoció relamiéndose los labios. ―Entonces, métetela en la boca ―le exigió con voz grave. Mirándole con descaro, Jess hizo lo que le pedía. Succionó su glande y recorrió de arriba a abajo sus grandes dimensiones, aunque no pudo abarcarlo del todo dentro de su boca. Thorne la agarró del cabello para ayudarla a seguir el ritmo apropiado y, en cierto momento, movió sus caderas como si estuviera follándole la boca. Cuando estuvo a punto de correrse, se retiró, y arrodillándose junto a ella, la colocó a cuatro patas. Poniendo su miembro contra el sexo húmedo de la joven, la penetró de una sola estocada, haciéndola gritar de placer. ―Eso es, valquiria, grita para mí ―le pidió el guardián penetrándola una y otra vez. Estirando una de sus manos hacia delante, le acarició y pellizcó el clítoris. ―Oh, sí, vikingo ―dijo entre gemidos―. Fóllame así. No pares. Thorne se sentía enloquecer al notar su polla apretada contra sus estrechas paredes vaginales. La folló aún más fuerte, más salvaje. Con un solo movimiento salió de dentro de ella y la tumbó sobre la mullida hierba, para penetrarla de nuevo. Quería poder mirarla a los ojos. Profundizó más y más con cada embestida, haciendo que sus testículos golpearan contra su perfecto culo. Al notar como Jess se retorcía debajo de él al alcanzar el orgasmo, estudió todos y cada uno de sus gestos. El modo en que entreabrió los labios sin dejar de gemir, cómo sus manos se aferraron a la hierba fresca y los dedos de sus pies se crisparon hacia atrás, la forma en que arqueó su espalda. Todo lo que ella hacía era sensual y resultaba perfecto para él. Sin más, se dejó ir. Se corrió como no recordó haber hecho jamás, y no era de extrañar, pues esa mujer era puro fuego y tentación. Durante esos minutos, ambos se olvidaron de pensar, casi de respirar, simplemente se habían dejado llevar por lo que sentían. Por lo que sus cuerpos les habían exigido reclamar del otro. Capítulo 12 Thorne se despertó sintiendo un dulce aroma instalado en sus fosas nasales. Lo reconoció de inmediato como el olor que desprendía Jess, y tan solo le hizo falta eso para que volviera a estar duro y preparado para ella. Abrió los ojos y los clavó en la cabeza morena que descansaba sobre su pecho. Tenían las piernas entrelazadas y la mano de Jessica reposaba sobre su cintura. ―Valquiria, despierta ―susurró para no sobresaltarla. La joven comenzó a removerse y alzó sus ojos adormilados y un tanto hinchados por el sueño, hacia él. En cuanto cayó en la cuenta de todo lo que pasó entre ellos la noche anterior, se envaró y se apartó de su cuerpo como si le hubiera quemado. ―¿Qué pasó anoche? El guardián enarcó una ceja, burlón. ―¿Tengo que explicártelo? ―No me refiero a eso. ―Se puso en pie y comenzó a buscar su ropa, que estaba esparcida por todos lados―. Algo me poseyó en ese maldito lago. ―Fui yo quien te poseí en él…, hembra. Jessica terminó de colocarse la camiseta y se lo quedó mirando con el ceño fruncido. ―¿Qué te pasa? ¿Intentas hacerte el gracioso? Porque a mí no me hace ni puta gracia lo que ocurrió. Debiste detenerme. ―¿Que debí detenerte? ―Se puso en pie de un salto como su madre le trajo al mundo―. Te recuerdo que lo intenté, pero no me lo ponías nada fácil. A Jess se le quedó la boca seca. Aquel hombre era un auténtico espectáculo. De todos modos, trató de mantener la expresión impasible, ya mostró anoche sus deseos más de lo debido. ―Pues desististe pronto ―protestó mientras se enfundaba el tanga y las mallas. ―¿No te has parado a pensar que lo mismo que te afectó a ti también lo hizo conmigo cuando tuve que meterme en el agua a buscarte? ―farfulló molesto de que estuviera insinuando que se aprovechó de la situación. ―Creía que a un poderoso guardián como a ti no le afectaría la magia o lo que sea que nos haya poseído. ―Esto no es la tierra, estamos en un tempo divino, no tiene nada que ver con la magia convencional. ―¿No vas a vestirte o qué? ―le apremió. Ya no sabía dónde mirar porque sus ojos parecían tener vida propia y se empeñaban en desviarse hacia su prominente entrepierna. ―¿Te pongo nerviosa? ―No, solo me cabrea que tú estés tan tranquilo después de la trampa que nos ha tendido la Diosa, porque está claro que eso es lo que ha sido. ―Ya ha pasado y no hay remedio. ¿Por qué no iba a estarlo? ―Porque hemos follado sin desearlo. El ceño de Thorne se frunció profundamente. ―¿No deseabas follar conmigo? ―¿Acaso tú eras del todo consciente de lo que estábamos haciendo? ―Eso es algo distinto, valquiria, el jodido lago no hizo que te deseara más, solo que expresara mis deseos en voz alta y sin ningún tipo de tapujos. Lo mismo le ocurrió a ella. Ese deseo por el guardián se fue incrementando durante la semana que llevaban juntos, pero lo mantuvo bajo control hasta que entró en el dichoso lago y este detonó todas las barreras que con tanto esfuerzo levantó. ―En fin, será mejor que olvidemos el tema y volvamos al templo ―sentenció agachándose a arrancar unas cuantas flores amarillas que parecían crecer por todas partes. La Diosa no tuvo bastante con convertirla en una guerrera improvisada, sino que también se burló de ellos enviándolos a aquel lago que parecía sacar a flote sus deseos carnales más profundos. Llegaron al templo y Jessica buscó a la Diosa para cantarle las cuarenta, sin embargo, no había ni rastro de ella por allí. ―¿Dónde está? ―le preguntó a Helga. La guía, a la que no le hizo falta preguntar para saber a quién se refería, negó con la cabeza. ―Se fue en cuanto os fuisteis al lago. ―¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora con estas malditas flores? ―Le mostró el ramillete que llevaba en la mano. ―¿Ponerlas en un jarrón? Son muy bonitas ―respondió la escudera sonriendo. La morena bufó, furiosa, comprendiendo que todo fue una especie de plan retorcido para que ocurriera justo lo que pasó entre Thorne y ella. ―Genial. ¡Todo esto está siendo una gran putada! ―exclamó arrojando las flores al suelo y adentrándose en el templo. Helga se agachó y comenzó a recoger las bonitas flores amarillas. ―Parece ser que a tu novia no le van mucho las flores ―comentó divertida. ―No es mi novia ―gruñó―. ¿Y qué coño es ese lago al que nos envió la Diosa? ―Un lago, tú mismo lo acabas de decir ―respondió de modo evasivo. ―¡No me jodas, Helga! Ese no es un lago convencional. ―No, no lo es. Se trata del lago de las emociones. ―¿El lago de las emociones? ―repitió asimilando lo que eso significaba. ―Así es. ―¿Podrías ser un poco más explícita? ―Creo que su nombre lo dice todo, pero si necesitas más detalles, se trata de un lago mágico que hace que las emociones de las personas salgan a flote. Dado lo que yo he podido percibir estos últimos días, imagino que vuestra emoción predominante habrá sido el deseo, ¿cierto? Thorne se limitó a gruñir y a colocarse las manos en las caderas. ―Esta jodida treta de la Diosa solo ha complicado las cosas entre nosotros. ―Quién sabe ―su amiga se encogió de hombros―. Nuestra Diosa siempre tiene ases escondidos bajo la manga. ―Me sudan la polla sus putos ases. Tras pronunciar aquellas palabras, un rayo cayó justo al lado del guardián, advirtiéndole que contuviera su lengua. ―A nuestra señora no le está gustando lo que dices, amigo. ―Me importa una mierda ―bramó sin amedrentarse―. A mí tampoco me gusta que nadie me manipule para echar un puto polvo, joder. ―Coincido contigo, por eso creo que lo mejor es que dejemos el tema y nos pongamos a entrenar ―dijo Jess cortante. Había vuelto junto a ellos, espada en mano, sin que se dieran cuenta. Le lanzó al guardián su propia espada, la cual pilló al vuelo, y se situó en el centro del campo de entrenamiento poniéndose en posición. ―¿Estás segura de que no quieres descansar un poco? ―No me uses a mí como excusa, vikingo. Si nuestro polvo de anoche te dejó agotado, dilo. Lo entenderé, soy demasiada mujer para alguien como tú. ―¿Demasiada mujer para alguien como yo? ―Se indignó―. Te aseguro que podría estar follándote una semana entera sin cansarme. ―Claro, claro, puedes seguir diciendo eso en voz alta para engrosar tu ego. Avanzó hacia ella con actitud amenazante. ―¿Qué pollas te pasa? ¿Tienes alguna queja de lo que pasó anoche entre nosotros? ―¿Del puto polvo? ―inquirió, repitiendo sus palabras―. Por supuesto. Para empezar, es algo que no tendría que haber pasado nunca. ―¿Es eso lo que te ha molestado? ¿Qué me referí a lo que pasó anoche entre nosotros como un puto polvo? ―Abrió los brazos en cruz y soltó una carcajada―. Es solo una manera de hablar, valquiria, no creí que fueras tan delicada. Jessica no contestó y se abalanzó a atacarle. Thorne consiguió detener su envite con la hoja de su espada, haciendo gala de su destreza. ―¡Guau! Creo que os dejaré solos ―exclamó Helga marchándose de manera sigilosa. ―Déjate de tanta charla y pelea conmigo ―le provocó Jess. ―¿Te da miedo confesar que lo que en realidad te ocurre es que te gustaría que volviéramos a repetir lo que ocurrió en el lago? ¿Por eso quieres entrenar? ―No digas gilipolleces. ―Embistió contra él de nuevo. El guardián se limitó a esquivar su ataque nuevamente. ―Vaya, parece que hemos tocado la tecla, ¿verdad, hembra? ―¡Deja de llamarme hembra, joder! ―gritó, arremetiendo con la espada otra vez. ―¿No te gusta? Porque anoche me confesaste que te ponía cachonda que te llamara así. ―Se debía a la locura que nos hizo experimentar ese maldito lago. ―Ese lago no nos hizo volvernos locos, solo consiguió que nuestras emociones salieran a flote, en nuestro caso, fueron las ganas que teníamos de follarnos el uno al otro. ―¡Deja de decir eso! Le molestaba que fuera tan directo y franco. Chocó otras dos veces su espada contra la de Thorne, hasta que este, cansado de esquivar sus ataques, la desarmó con un solo mandoble, y, arrojando su arma al suelo, la tomó desde atrás y la inmovilizó contra su cuerpo. ―No, seguiré diciéndolo porque es la puta verdad, valquiria, por mucho que te pese ―susurró contra su oreja, consiguiendo que un estremecimiento le recorriera la columna vertebral―. Ahora mismo sientes deseos de arrancarme la ropa y subirte a horcajadas sobre mí, y lo sé porque a mí me ocurre lo mismo ―afirmó pegando más sus caderas al trasero de la joven para que pudiera notar su duro miembro―. Te colocaría sobre este mismo campo de entrenamiento y metería mi polla dentro de ti hasta que te quedaras afónica de gritar de puro placer. Un jadeo excitado escapó de entre los labios de Jessica. ―No… ―Tragó saliva para aclararse la voz―. No es cierto, solo estás fantaseando. ―Tus palabras pueden seguir negándolo, pero tu cuerpo… ―Con sutileza, rozó de manera fugaz uno de sus erguidos pezones―. Tu cuerpo grita a los cuatro vientos la verdad, valquiria. Tú me deseas tanto como yo a ti, aunque dicho deseo no sea nada conveniente para ninguno de los dos. La liberó de su agarre y ella se giró para enfrentarlo. ―No vuelvas a tocarme. El guardián asintió. ―Por una maldita vez estamos de acuerdo en algo ―repuso antes de darse media vuelta, dejándola sola en el centro del campo de entrenamiento. Azazel, tal y como le pidió Mauronte, estaba tratando de averiguar qué llevó a los demonios españoles a atacar a Thorne y a la elegida. Por el momento no había podido sacar nada en claro. Muchos demonios eran tan ignorantes de lo ocurrido como su propio clan, y los que parecían saber algo se negaban a responder a sus preguntas. Estaba quedándose sin hilos de los que tirar, hasta que pudo apreciar como dos de sus congéneres, a la salida de la taberna que era regentada por demonios de dudosa reputación, se pasaban un papel de manera misteriosa. Con sigilo, se aproximó a ellos. ―Tiene que estar todo preparado ―cuchicheaba el más alto de los dos―. No quiere que haya ningún contratiempo, ¿entendido? ―Así será ―asintió el otro, guardándose la nota en el bolsillo trasero del pantalón. ―Por supuesto, contamos con tu discreción para que nada de esto transcienda. ―Te doy mi palabra de demonio. Ambos se estrecharon las manos y Az aprovechó para chocarse contra ellos, fingiendo estar borracho. ―Oh, lo siento ―balbuceó simulando un tono de voz torpe y un tanto gangoso―. He tropezado. ―Quita de aquí, escoria ―escupió el demonio más alto, empujándole para apartarle de ellos. ―¡Qué modales! ―exclamó tambaleándose. ―Márchate si no quieres que te partamos las piernas ―aseveró el otro mirándole con repugnancia. Azazel alzó las manos en el aire. ―No hace falta ponerse así, ya me voy, no quería interrumpir una charla de enamorados. El demonio que se guardó la nota dio un par de pasos hacia él, pero el otro le detuvo. ―No merece la pena ―le dijo mientras observaba como Az se alejaba dando traspiés. Al doblar la esquina, cuando estuvo seguro de que no podían verle, se enderezó y comenzó a caminar con paso rápido y decidido. Alzó la mano derecha y la abrió, mirando la nota que les acababa de robar a aquel par de idiotas. La abrió de forma apresurada y leyó su contenido: La lucha ha comenzado, estad preparados para la batalla. No absorbáis ningún pecado en los próximos días, precisareis de toda vuestra energía para lo que tenemos por delante. Mammon ¡Mammon! No podía ser, Mammon murió hacía cientos de años. ¿O no? ¿Sería posible que estuviera de vuelta? Esperaba que no, o la cosa se complicaría muchísimo más, y que el infierno les pillara libres de pecados. Capítulo 13 Jess estaba comiendo en el salón cuando Thorne se le unió. Se sentó justo en frente, con una jarra de cerveza en la mano, y clavó su mirada en ella. La joven trató de ignorarlo sin despegar sus ojos del suculento pato a la naranja que Helga les había preparado, hasta que no pudo más y alzando la vista hacia él, soltó los cubiertos de forma ruidosa. ―¿Qué? ―¿Qué? ―repitió enarcando una ceja. ―Supongo que tendrás algo que decir, ya que no dejas de observarme como un maldito acosador. El guardián se encogió de hombros. ―Solo admiraba el modo en que disfrutabas de tu comida. ―Pues no lo hagas, me pone los pelos de punta. Thorne suspiró. ―De acuerdo, como quieras. ―Se llevó la cerveza a los labios y bebió un largo trago―. Cada vez queda menos para volver a San Francisco. ―No veo la hora de que eso suceda. ―¿Para huir de mí? ―Entre otros motivos. ―¿Podría saber cuáles son esos otros motivos? La policía frunció el ceño. ―Estás muy hablador hoy, ¿no? ―Solo pretendo que podamos comunicarnos de manera civilizada, aunque los Dioses son testigos de lo jodidamente difícil que me lo pones ―gruñó levantándose de la silla malhumorado. Iba a marcharse cuando Jess habló de nuevo. ―El motivo principal es poder retomar la relación con mi hermana, han sido años complicados al no poder tenerla en mi vida. Thorne se volvió con lentitud hacia ella y una expresión sombría se dibujaba en su atractivo y masculino rostro. ―Perder a una hermana es difícil. Aquella afirmación sorprendió a la joven. ―¿Has tenido alguna hermana que hayas perdido? El guardián permaneció en silencio, limitándose a mirarla, sin mover un solo músculo. Estaba claro que no era un tema agradable para él, así que Jess negó con la cabeza y apoyándose en la mesa, se puso en pie. ―No te preocupes, no debí preguntar… ―Tuve una hermana, sí ―la cortó. Jessica alzó la cabeza para mirarle de nuevo. ―Inga, ese era su nombre ―continuó diciendo―. La perdí cuando tan solo era una niña de catorce años. Le arrebataron la vida de la forma más cruel. Pudo ver como Thorne apretó los puños y sus nudillos se tornaron blancos. ―Lo siento. ―Hace demasiado tiempo, no pasa nada. ―Eso no lo hace menos doloroso. ―Por eso quiero que sepas que yo jamás cometería un acto tan terrible como dañar a una persona inocente. Cuando te encerré en mi sótano, siempre fue pensando en tu seguridad, debes creerme. Ambos permanecieron en silencio, como si estuvieran esperando que fuera el otro quien dijera algo más. Jessica sintió que ante sí tenía a un hombre distinto al que siempre pensó, uno menos básico y más sensible, con un lado oculto que comenzaba a llamarle la atención más allá del terreno sexual. ¡Curioso! ―Deberíamos volver a los entrenamientos ―comentó con incomodidad para quitarse aquella absurda idea de la cabeza. ―O podríamos ir a dar un paseo. ―¿Un paseo? ―inquirió sorprendida. ―Llevamos más de una semana aquí y aún no hemos explorado los alrededores. ―Se encogió de hombros. Estuvo tentada a negarse, pero en el fondo, tenía ganas de caminar y ver qué había más allá del templo y del lago que la noche anterior les jugó la mala pasada. ―Me parece bien. El guardián se hizo a un lado y señaló la salida con su mano. ―Detrás de ti. Jessica asintió. Al pasar junto a él, el olor amaderado que desprendía su cuerpo inundó sus fosas nasales y la hizo estremecer. ―¿Alguna vez habías estado en un sitio similar a este? ―preguntó mientras caminaban para mantener su mente distraída de lo que su cuerpo experimentaba cada vez que estaban cerca. ―Solo cuando la Diosa me convirtió en guardián. ―¿Y a qué te dedicabas antes de serlo? ¿Asaltante de caminos o algo así? ―bromeó. Thorne soltó un leve gruñido. ―Era un guerrero conquistador, nunca he asaltado a nadie en ningún camino. ―Pero sí en sus casas. ―comentó alzando una de sus perfectas cejas―. Menuda diferencia. ―¿Y qué hay de ti? ¿Por qué te han echado del cuerpo de policía? ―le devolvió la pregunta porque sabía que por mucho que le explicara que en aquella época conquistar territorio era un honor, ella no lo entendería. ―Solo estoy suspendida, no me han echado ―rebatió. ―¿Y por qué te suspendieron? Jessica bufó, sin muchas ganas de hablar de ello. ―Digamos que en el pasado tuve algunos problemas de ira… ―No puedo creerlo ―ironizó interrumpiéndola. Jess le fulminó con la mirada y prosiguió: ―Aunque lo definitivo fue que yo asegurara que detuve a dos gigantes de pelo largo y ropas moteras, y que nadie más lo recordara en toda la comisaría. ―¿Fue por Elion y por mí? ―Me hicisteis quedar como una demente ―respondió aún afectada por ello―. ¿Cómo lo conseguisteis? ―Eso fue cosa de mi hermano, tiene el poder de borrar la memoria. Es jodidamente útil, la verdad. ―Oh, sí, muy útil ―repuso burlona―. ¿Y qué hay de ti? ―¿De mí? ―preguntó sin entenderla. ―De tus poderes. ¿Tienes alguna habilidad especial, como esa que me has contado que posee tu hermano? ―La mía es la fuerza. ―La fuerza ―repitió. ―Ajá, la fuerza. ―Pues vaya, no me parece nada del otro mundo. ―¿Ah, no? ¿Y qué esperabas, hembra? ¿Que pudiera volar o algo así? ―Eso, sin duda, hubiera sido mucho más impresionante. Le sonrió y Thorne sintió como su corazón daba un vuelco. Era la primera sonrisa genuina que le dedicaba y se veía tan preciosa luciéndola en su bello rostro, que el guardián sintió miedo. Miedo por verse irremediablemente atraído hacia ella de un modo más profundo. ¡Estaba jodido! Pasaron alrededor de una hora explorando los alrededores, antes de ponerse a practicar con la espada. Durante todo el entrenamiento, Jessica solo pudo pensar en el modo en que los músculos del guardián se tensaban y el sudor que corría por ellos. ¡Fue una auténtica tortura! En especial, cuando tenía a Thorne más cerca y percibía su olor, que parecía atraerle más que el polen a las abejas. Y qué decir de cuando le hablaba con aquella voz ronca que poseía. ¡La ponía tan cachonda! Tumbada en la confortable cama pateó el colchón con rabia. No estaba acostumbrada a contenerse, ella era una mujer que no se andaba con rodeos y que cuando deseaba a un hombre, se lo hacía saber. ¿Por qué con aquel vikingo parecía todo tan complicado? De un salto se levantó del lecho, decidida. No iba a pasar más noches en vela pensado en el cuerpo de ese guardián, cuando lo único que tenía que hacer era ir a su cuarto y dejarle claro lo que quería de él. Abrió la puerta de la habitación que ocupaba, solo vestida con unas braguitas negras y una fina camiseta de tirantes. Thorne estaba dos puertas más allá, así que no hacía falta ponerse nada más, ya que tenía la esperanza de acabar desnuda en unos minutos. ―¿Electi? ―La voz de Helga la sobresaltó―. ¿Te ocurre algo? ―Emm… No, estoy bien. ―¿Puedo ayudarte? Si necesitas cualquier cosa… ―En lo que necesito no puedes ayudarme ―la interrumpió. ―Seguro que sí, yo estoy aquí para eso, Electi ―insistió la guía, que, aunque se lo prometió, era incapaz de llamarla por su nombre―. Si me dices qué quieres, veré qué puedo hacer. Jess se puso frente a ella y se colocó en jarras. ―Voy a ir a buscar a tu amigo para follar con él ―soltó sin sutileza. ―Oh… Oh, vaya ―se sorprendió y emitió una risilla―. Es cierto, con eso no puedo ayudarte. ―Le guiñó un ojo y se alejó hacia su propia alcoba. Jessica sonrió. Helga le caía muy bien, la verdad. Irguiendo los hombros, llamó a la puerta de Thorne y, sin esperar respuesta, la abrió. El guardián tenía el cabello húmedo y una toalla cubría sus caderas, como si acabara de darse una ducha. Sobre su abdomen aún brillaban pequeñas gotas de agua, que resbalaban de manera lenta hacia abajo, consiguiendo que la joven comenzara a acalorarse. ―Jess, ¿qué haces aquí? ―inquirió con el ceño fruncido por la preocupación―. ¿Ha ocurrido algo? ―Sí, lo cierto es que algo está ocurriendo ―respondió cerrando la puerta tras ella. ―¿Y bien? ―indagó aproximándose más y escrutando su rostro en busca de alguna respuesta. Jessica respiró hondo y mirándole directamente a los ojos, dijo: ―Quiero follar contigo. El guardián parpadeó varias veces asimilando sus palabras. ―¿Creo que no te he entendido bien, hembra? ―Me has entendido perfectamente ―aseveró acercándose aún más, hasta que sus cuerpos estuvieron a escasos centímetros el uno del otro―. Quiero que follemos. ¿Es posible? ―¿Me preguntas si es posible que follemos? ―Sí, joder, eso mismo te acabo de preguntar y de una manera bastante clara ―repuso con impaciencia―. ¿Acaso te has vuelto sordo de repente? ―Solo quería asegurarme antes de que te arranque esas bragas diminutas que llevas puestas y entierre mi polla dentro de ti hasta que ambos quedemos satisfechos ―declaró con la voz cada vez más ronca―. Pero quiero que te quede una cosa clara, valquiria, yo no sé tomar las cosas a medias, o te tengo por completo o no quiero saber nada de ti. ―¿Y eso que significa? ―Que no voy a ser delicado, no voy a hacerte el amor, voy a follarte como nunca nadie lo haya hecho antes, y para eso necesito que te entregues a mí. ―Agachó la cabeza y puso sus labios a la altura del oído de la joven―. Serás mía, valquiria, durante unas horas, serás toda mía. Un suave gemido escapó de entre sus labios. ―¿Ser tuya? ―repitió en un murmullo. Siempre le dieron grima los tíos que hacía aquel tipo de afirmaciones acerca de sus mujeres, pero en aquel momento, sus palabras la habían puesto muy caliente. ―Por unas horas ―puntualizó de nuevo, haciendo que sus largos dedos recorrieran los brazos desnudos de la joven. ―Eres un neandertal, vikingo ―soltó entre jadeos cuando Thorne apresó el lóbulo de su oreja entre los dientes. ―¿Eso es un no? ―Eso es un… ―¿Qué era?― ¿a qué esperas para hacerme tuya, pedazo de capullo? Thorne sonrió de medio lado, ni en aquellas circunstancias podía contener su viperina lengua. ―Era justo lo que quería escuchar. Con un ronco gruñido se apoderó de sus labios a la vez que Jess le arrancaba la toalla de las estrechas caderas liberando su erección. Cogiéndola por los muslos, la levantó en volandas y la dejó sobre la cómoda. Deslizando sus manos por las esbeltas piernas femeninas, las llevó hasta sus rodillas para hacer que las separase, y acto seguido, colocarse entre ellas. Con brusquedad, tiró de ambos lados de su camiseta de tirantes, partiéndola en dos y dejando sus preciosos pechos a la vista. Tras lo cual, se metió uno de sus duros pezones en la boca, mientras rompía también sus bragas. Continuó lamiendo y mordisqueando sus pechos durante unos minutos más, en los que Jess enredó los dedos en su largo cabello. Sus tetas le volvían loco, eran perfectas. Qué coño, ¡se merecían un jodido altar! Cuando se retiró ligeramente, se la quedó mirando sin poder creerse del todo lo preciosa que era. Percibiendo el modo en que la observaba, Jessica comenzó a acariciarse los pechos, sabiendo que sentía debilidad por ellos. Apretó ligeramente su suave piel y se pellizcó con delicadeza uno de sus pezones. Después, deslizó una de sus manos entre las piernas dándole un primer plano del modo en que comenzaba a masturbarse. Se frotó el clítoris sin dejar de acariciar con la otra mano su seno. Cerró los ojos y echando la cabeza hacia atrás, la apoyó contra la pared. Thorne sentía que podía correrse solo con aquella excitante visión. La respiración de ambos se fue acelerando y la piel de la joven fue cubriéndose de sudor, demostrándole lo mucho que estaba disfrutando de sus propias caricias. El guardián, incapaz de quedarse quieto por más tiempo, retiró los dedos de la joven de dentro de su sexo y llenó el hueco que estos habían dejado con los suyos. La torturó durante unos minutos más, empujándola hasta el borde del orgasmo para después detenerse, dejándola frustrada y cada vez más excitada. ―Thorne… ―¿Qué, valquiria? ¿Qué es lo que quieres? ―le preguntó de modo provocador. ―Sabes lo que quiero. ―Quiero oírlo. Jessica apretó los labios, negándose a darle el gusto. ―¿Quieres que empiece yo? ―inquirió de nuevo el guardián―. Porque lo que quiero es meterte la polla tan fuerte y tan profundo que lo único que atines a decir sea mi nombre a gritos. ―¿Y por qué no lo haces? ―repuso con la boca seca. ―Porque antes quiero que me lo pidas. ―No creo que sea necesario… ―Para mí lo es ―la cortó agarrándola del cabello y tirando de él para echar su cabeza atrás y que pudiera mirarle a los ojos―. Dime, Jess. ¿Qué deseas? ―Deseo que me lamas ―pidió sin mostrar timidez alguna. ―¿Qué te lama aquí? ―preguntó posando la mano sobre su húmedo sexo. Jessica asintió y Thorne, arrodillándose frente a ella, le hizo subir las piernas sobre sus anchos hombros y procedió a devorarla. Ella gimió y enterró las manos en su pelo. Arqueando la espalda, movió sus caderas contra él. El guardián sentía que estaba en el paraíso y que podría pasarse la vida entera degustando aquel adictivo sabor, pese a que su polla pedía a gritos que se enterrase en ella para poder liberarse. Succionando su clítoris con fuerza, la hizo gritar y comenzar a temblar presa del orgasmo que estaba experimentando. ―Thorne… Oh, Thorne ―repetía entre jadeos. Sin poder contenerse por más tiempo, se puso en pie y tomándola en brazos, la dejó sobre la cama que tenían a sus espaldas, para después colocarse sobre ella y hundirse de una sola embestida en su interior. Sentía sus apretadas paredes cernirse en torno a él, provocándole unas increíbles sensaciones. Movió sus caderas con fuerza deslizándose dentro y fuera de su cuerpo. Jessica provocaba que tuviera un fuerte sentimiento de posesión sobre ella, y a cada penetración era como si la notara cada vez más suya. Una de las manos masculinas acarició todo el costado de la joven, hasta posarse sobre uno de sus perfectos senos, rozando con el pulgar su rosado pezón. Mirándose a los ojos se besaron. Ambos se movían a la vez, saboreando cada leve gesto, cada suave y sensual caricia. Los gemidos, jadeos y gruñidos que la pareja emitía fueron tornándose más altos y urgentes. Los pechos de Jess se bamboleaban a cada embestida, hipnotizando al guardián. Ya no era un ser racional, solo un hombre preso de sus instintos. Thorne comenzó a mover las caderas en círculos, frotando con su pelvis el hinchado clítoris de la joven. La punta de su polla llegaba muy dentro de ella, alcanzando el lugar que él sabía que hacía enloquecer a las mujeres. Jess subió sus manos hasta la nuca del vikingo, haciéndole inclinar la cabeza para besarle de nuevo. Mordiéndole el labio inferior, tiró de él, provocándole dolor y placer a partes iguales. Thorne la penetró aún más fuerte, clavándola contra la cama. Jessica le rodeó con sus esbeltas piernas, al borde de llegar al clímax. Se intuía en el modo en que su respiración se aceleró y sus músculos se pusieron en tensión. Cuando el orgasmo la arrasó, gritó y se aferró a la ancha espalda del vikingo, que, incapaz de contenerse por más tiempo, se dejó ir en su interior. Jamás se había corrido de aquel modo con nadie, incluso sintió que, por unos instantes, dejó de respirar. En ese momento, solo existían ellos dos en el mundo. Nada más importaba. Capítulo 14 Roxana veía a su pequeña Sherezade correr hacia el borde de un precipicio, y lo único que ella quería era detenerla y que no cayera al vacío. ―¡Sherezade! ―gritaba desesperada y con los pulmones a punto de explotar tratando de alcanzarla. ―Corre, madre, ya estamos cerca. ―¿Cerca de qué? ―preguntó desesperada al verla detenerse justo en el filo―. Ahí no hay nada. ―Sí lo hay, madre. ―Cuando se detuvo junto a ella, la tomó de la mano―. Mira allí abajo. Roxana aguzó la vista, pese a que tan solo atisbó a ver oscuridad. ―No veo nada, mi amor. La niña se volvió hacia ella y alzó sus enormes ojos oscuros para clavarlos en los de su madre. ―No lo ves porque no quieres hacerlo ―aseveró sonriendo. ―¿Qué se supone que hay allí abajo? ―Está la libertad, madre. ―La libertad ―repitió en un murmullo. ―Así es, la libertad de poder ser nosotras mismas. Roxana agarró la cara de su niña entre las manos y se agachó para estar a su altura. ―Ya eres libre de ser tú misma, mi amor. ―No, madre, no lo seré hasta que no logre castigar a todos los humanos que tanto daño nos hicieron. A los que nos separaron. La mujer abrazó a su hija con fuerza contra su pecho y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. ―El odio va a consumirte, Sherezade, debes seguir adelante ―le suplicó. ―No está en mi naturaleza perdonar, solo quiero infringir el mismo dolor que nos causaron a nosotras esos malditos humanos. ―Por favor, mi amor… La niña se separó de ella de un tirón y echándole una última mirada, dijo: ―Madre, ven conmigo. ―Tras lo cual, se arrojó por el acantilado. ―¡No! ―gritó Roxana con el corazón latiendo acelerado, antes de tirarse tras su hija. Roxie despertó sobresaltada y con un sentimiento de angustia y soledad instalado en el fondo de su pecho. Alzó la mano para tocarse las mejillas y sintió que estaban húmedas por las lágrimas que derramó en sueños. Con cuidado para no despertar a Abdiel, se levantó de la cama y colocándose una batita fina con estampado oriental, salió de la habitación. Sentía una extraña sensación recorrer su cuerpo, así que se asomó al balcón para notar el aire en la cara. Fue entonces cuando en la acera de enfrente pudo ver a Sherezade mirándola con fijeza. Era como si aún estuviera dentro del sueño, y su hija la esperara en el fondo de aquel oscuro acantilado. Algo dentro de ella le decía que debía bajar y unirse a ella, así que, respirando hondo, salió del apartamento y apretó el botón del ascensor para bajar a la calle. Sherezade sonrió ampliamente al verla aparecer sola, y caminando con calma, se detuvo a escasos pasos de ella. ―¿Qué haces aquí? ―Hola, madre ―la saludó―. ¿Te alegras de verme? ―Me alegraría si hubieras venido a decirme que te has dado cuenta de que toda esta rebelión es una locura y que vas a detenerla. Su hija rio roncamente. ―Eso jamás ocurrirá. ―Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Qué quieres? ―A ti. Roxie frunció el ceño. ―A mí ―repitió. ―Madre, ven conmigo. Nada más escuchar aquella frase, recordó la última que dijo la Sherezade niña en su sueño. Sin duda, era una señal. ―¿Ir contigo? ¿Adónde? ―Quiero que te unas a mi causa ―respondió tomándola de la mano―. Sé que no estás de acuerdo con mi manera de actuar, sin embargo, aún estás a tiempo de comprenderla. Estamos a tiempo de recuperar el tiempo perdido. Llevo varias noches plantada delante de este edificio con la esperanza de verte y poder decírtelo. Roxie se soltó de su agarre y sus ojos se inundaron de lágrimas. ―No puedo hacerlo, mi amor. El semblante de la bruja persa se endureció. ―Si no lo haces por las buenas, será por las malas. ―¿Pretendes secuestrarme? ―Jamás te haría algo así, madre ―contestó con tranquilidad―. Estoy convencida de que vendrás por tu propio pie, si no quieres que los padres de Sasha y Jessica paguen por tu rebeldía. Roxie se sentía apenada por ella. Nunca lograría sacarla de aquel pozo de rencor en el que estaba metida. No lograría salvarla del precipicio al que se arrojó cuando la crueldad de los hombres la empujó a ello. ―Son personas inocentes. ―Ningún humano es inocente ―aseguró con odio―. Ahora decide, ¿vienes conmigo o no? ―Iré, si me das tu palabra de que no dañarás a los padres de mis amigas. ―Eso solo depende de lo obediente que seas, madre. Roxie echó un último vistazo a la ventana de la habitación donde sabía que dormía Abdiel y despidiéndose de él mentalmente, asintió. Tras su extraño sueño, sentía que tenía que ir con su hija. Era necesario. ―Iré contigo ―declaró. ―Una decisión muy inteligente ―la alabó, antes de aproximarse a un todoterreno negro y abrir la puerta trasera―. Adelante, madre. Sin dudar, se metió dentro del vehículo y concentrándose todo lo que pudo, trató de enviarle un mensaje mental a Talisa, rezando para que lo recibiera. La anciana vidente, que dormía junto a su inseparable gato negro, abrió los ojos escuchando en su cabeza la voz de Roxie explicándole lo que había ocurrido y la advertencia de que debían proteger a los padres de Sasha y Jess. Con el cuerpo un tanto tembloroso, se incorporó, salió de su habitación y, a tientas, fue a buscar el teléfono, en el que estaban guardados en su memoria todos los móviles de los guardianes y sus parejas de vida. ―¿Nikolai? ¿Ocurre algo? ―preguntó el líder de los guardianes al otro lado de la línea telefónica. ―No soy Nikolai, guapetón, soy Talisa. ―¿Está todo bien, Talisa? ―inquirió con preocupación. ―La verdad es que no. Tu polluela se ha marchado junto a Sherezade. ―¿¡Qué!? ―Se incorporó de un salto y miró a su alrededor, esperando que todo fuera una broma pesada―. ¿Cómo sabes que se ha ido con Sherezade? ―Ella misma acaba de decírmelo a través de un mensaje telepático. ―¿Por qué? No lo entiendo ―sentía tanta angustia que apenas podía respirar. ―Por lo que he podido entender, esa maldita bruja debió de amenazar a los padres de Sasha. ―No, no, no ―repetía una y otra vez―. No puede ser. ―Mi guardián, solo puedo pedirte que mantengas la calma ―le suplicó―. La polluela es una mujer fuerte y valiente, estoy segura de que, si se ha marchado junto a ella sin pelear, debe haber algún motivo. Solo tenemos que descubrirlo. Abdiel se encontraba fuera de sí. Les contó a todos lo ocurrido y desde entonces, no hubo manera de conseguir que se calmase y dejara de romper todo lo que encontraba a su paso. Elion, que permanecía junto a él en todo momento, trataba de tranquilizarle, aunque sin mucho éxito. ―Parece que necesitaré remodelar el apartamento ―ironizó Mauronte al escuchar una silla partirse contra el suelo. ―Puedes estar contento si solo lo debes hacer con el apartamento y no con el bloque entero, cuernos ―bromeó Varcan, pese a que en sus ojos se podía apreciar lo preocupado que estaba por Roxie. ―Debo ir a explicarle a mi hermana que nuestros padres están en peligro ―sollozó Sasha abrazada a Draven, que trataba de consolarla. ―No te preocupes por eso, los protegeremos ―le aseguró su pareja de vida. ―De todos modos, Jess tiene que saber lo que está ocurriendo ―repuso la bonita artista mirándole con los ojos brillantes. El guardián celta negó con la cabeza. ―No sé si es buena idea… ―¡Dejadla que haga lo que quiera! ―le interrumpió Max con los ojos amarillos―. Son sus padres, es normal que quiera contarle a su hermana que esa maldita bruja los está amenazando. ―La poli buenorra aún no ha terminado con su entrenamiento, pecas ―le recordó su esposo. ―Ninguno esperábamos este imprevisto ―apuntó Ella―. Si yo fuera Jessica, me gustaría saber que mis padres pueden estar en peligro. ¿Vosotros no? ―Depende de cuál de mis dos progenitores hablemos ―respondió Draven, a quien su madre no le dio muy buen trato―. De todas maneras, sigo pensando que no debemos desestabilizarla. La artista bufó y se separó de él. ―Muchas gracias por tu apoyo ―dijo dolida dándose media vuelta para marcharse. ―Vamos, conejita, no te pongas así. ―Fue tras ella. Sasha le encaró, fulminándole con la mirada. ―No se te ocurra seguirme, necesito estar sola en este momento para no sentirme tentada a darte una patada en la espinilla. ―Esta noche duermes en el sofá, bror ―bromeó el guardián de la cicatriz. ―¡Joder, cállate, Varcan! ―rugió Draven, provocando que su hermano comenzara a reír. ―No te pongas así, solo quería ofrecerte nuestro sofá por si te hiciera falta ―se encogió de hombros y le guiñó un ojo. Sasha aprovechó la discusión entre ellos para escabullirse al apartamento que estaba compartiendo con Draven. Una vez dentro, echó el cerrojo ya que pensaba ir a ver a Jess, aunque no tuviera el beneplácito de nadie. Entró en una de las habitaciones y rebuscó dentro del arcón, donde tenía los lienzos que fue pintando en los últimos días, hasta hallar el del templo donde envió a Jess y a Thorne. Lo colocó contra la pared y cerró los ojos con fuerza, concentrándose en visualizar en su mente aquel lugar. Ya pensaría después en cómo traerlos de vuelta. Jessica y Thorne estaban entrenando. Desde la noche en la que Jess irrumpió en su dormitorio, su relación pasó a otro nivel. Por el día practicaban duro con la espada y al caer el sol, tras haber cenado, los dos se reunían en el cuarto del guardián y mantenían largas sesiones de sexo salvaje. Al acabar, la joven se marchaba para dormir en su propia cama. En definitiva, follaban, pero trataban de mantener la distancia en el terreno sentimental. Jessica giró sobre sí misma y con un certero movimiento logró desarmar al enorme vikingo. ―¡Yuju! ―gritó emocionada mientras daba saltos de júbilo en el aire―. ¡Lo conseguí! ―No cantes victoria, valquiria, no todo es desarmar a tu contrincante, también tienes que ganarle, o lo que es lo mismo, matarle ―refunfuñó el guardián. ―¿Quieres que te mate? Si es así, dame un poco de tiempo más, estoy segura de que conseguiré terminar de separar tu cabeza de alcornoque del resto de tu cuerpo, vikingo. Thorne dio un par de pasos amenazadores hacia ella, y habría comenzado a gruñir si Sasha no hubiera aterrizado de la nada a sus pies. ―¡Joder! ―exclamó echándose atrás, un tanto sobresaltado. ―¡Apartad! ―les ordenó Helga corriendo espada en mano hacia la joven artista, dispuesta a defenderlos de la intrusa. ―¡No, quieta! ―profirió Jess interponiéndose entre ellas―. Es mi hermana. ―¿Tu hermana? ―se sorprendió la escudera―. ¿Y qué hace aquí? Nadie que no sea la Diosa o nosotros podemos pisar este templo. ―Ella es capaz de viajar a través del tiempo y del espacio gracias a su don ―le explicó Jessica antes de volverse hacia Sasha y acuclillarse delante de ella―. ¿Estás bien? La artista asintió. ―Sí, lo estoy, pero necesitaba verte. ―¿Ha ocurrido algo? ―inquirió Thorne. ―Han pasado varias cosas, la verdad. ―¿No sería más cómodo que habláramos de esto dentro y no con la pobre muchacha ahí tirada? ―sugirió Helga acertadamente. ―Es buena idea ―concedió su amigo, tomando a Sasha por debajo de las axilas y poniéndola en pie con un solo movimiento, como si pesara menos que una pluma. Jessica le sacudió el polvo que se posó sobre su ropa. ―¿Te has hecho daño, Sash? ―La aludida negó con la cabeza―. Creo que deberías perfeccionar el tema del aterrizaje ―bromeó. ―Debería perfeccionar muchas cosas ―sonrió resignada. ―No es cierto, tú ya eres perfecta. ―La tomó por los hombros acompañándola al salón del templo. Las dos hermanas tomaron asiento, mientras que Helga y Thorne se limitaron a permanecer de pie. ―Todo esto es precioso ―murmuró la artista admirando lo que la rodeaba. ―La verdad es que sí ―admitió su hermana. ―Podéis dejaros de hostias e ir a lo que de verdad nos importa ―intervino el guardián, impaciente―. ¿Qué cojones ha pasado? ¿Mis hermanos están bien? Jessica, molesta porque hablara de ese modo a su hermana pequeña, se incorporó de golpe, tirando al suelo la silla donde estuvo sentada. ―Podrías tener un poco más de respeto, capullo, mi hermana no es una de las mujeres con las que estoy segura que sueles codearte. Thorne enarcó una ceja, burlón. ―¿Mujeres con las que suelo codearme? ¿Podrías ser más específica? ―Delincuentes y prostitutas, ¿me equivoco? El guardián se acercó hasta quedar a escasos centímetros de ella. ―La verdad es que últimamente solo me relaciono con harpías de lengua afilada y un puto carácter de mierda. Jessica alzó el mentón desafiante, sabiendo que se estaba refiriendo a ella. ―El único que tiene un carácter de mierda aquí eres tú, imbécil. ―¿Así que ahora soy un imbécil? ―Colocó las manos en las caderas y la fulminó con la mirada―. En ese caso, imagino que será mejor que nos limitemos a hacer lo que se espera de nosotros, sin tener ningún otro tipo de relación. ―Creo que es la mejor idea que has tenido en toda tu vida ―sentenció Jess cruzándose de brazos. ―No quiero causar conflictos entre vosotros ―repuso Sasha afectada, apretándose el puente de la nariz―. Quizá todos tuvieran razón y no debería haber venido. ―¿Qué acabas de decir? ―inquirió el guardián. ―Que no quiero causar conflictos. ―Eso no, ¿qué has dicho sobre que nadie quería que vinieras? ―Oh, eso ―Sasha desvió la mirada―. Me refiero a…, en realidad, no saben que estoy aquí. ―¿Te has vuelto loca, hembra? ―rugió el vikingo tomándola por los hombros―. Es peligroso que estés aquí sin que nadie lo sepa, pueden creer que te han secuestrado o algo peor aún. ―Suéltala, pedazo de neandertal ―pidió Jessica empujándole por el hombro―. Si mi hermana ha venido hasta aquí, debe de ser por algo importante. ―La miró a los ojos a la espera de que dijera algo. ―Yo… he venido hasta aquí… ―Oh, por todos los Dioses ―se desesperó el vikingo. ―La estás atosigando ―le reprochó Jess. ―¿Que yo la atosigo? ―gritó a escasos centímetros de su rostro. ―Sí, tú ―respondió la policía en el mismo tono sin amedrentarse. ―¡Han amenazado a nuestros padres! ―declaró al fin Sasha alzando la voz para que pudieran oírla por encima de su discusión. Los dos desviaron sus ojos hacia ella, que parecía poder echarse a llorar en cualquier momento. ―¿Qué has dicho, Sash? ―preguntó Jessica para asegurarse de que lo que escuchó era cierto. ―Han amenazado a nuestros padres ―repitió con más calma―. Sherezade los amenazó, antes de que Roxie se fuera con ella para tratar de protegerles. ―¿Roxie se ha ido con esa zorra persa? ―se extrañó Thorne―. Si eso que dices es cierto, hembra, mi hermano debe de estar loco de preocupación. ―Mucho más que loco, diría yo. ―Debemos volver ―dijo Jessica. ―No me gusta reconocerlo, pero tienes razón ―concedió Thorne. ―Vaya, menuda novedad ―ironizó la policía. ―¿Quieres que volvamos a discutir? ―¿Acaso hemos dejado de hacerlo en algún momento? Ambos gruñeron y se dieron la espalda. ―Por eso vine, creí que querrías saber lo que estaba ocurriendo ―se explicó Sasha. ―Lo siento, no quería interrumpiros, no obstante, me veo obligada a intervenir ―comentó Helga―. No podéis marcharos hasta que no acabe vuestro entrenamiento. ―No puedes retenernos ―afirmó Jessica tomando a su hermana de la mano. ―La verdad es que sí, sí puedo ―le aseguró la escudera. ―¿Qué cojones quieres decir, Helga? ―inquirió Thorne sin más paciencia―. Dilo sin rodeos, porque estoy hasta la polla de tanto misterio. ―Muy delicado ―murmuró Jess poniendo los ojos en blanco. ―Lo que quiero decir es que por mucha magia o don que ella tenga ―señaló a Sasha―, solo podréis salir de aquí si yo os doy mi aprobación. Por algo soy la guía y guardiana de este templo. ―Pues dánosla ―reclamó la policía. ―No puedo, la Diosa me dijo que teníais que permanecer aquí quince días, aún os quedan cinco para llegar a finalizar ese plazo. ―¡No me jodas, Helga! ―maldijo Thorne. ―Tienes que ayudarnos a volver, no puedes negarte ―insistió Jessica. ―Puedo y lo hago. ―Helga… ―Por favor ―suplicó Sasha acercándose a ella y tomando sus manos―. Se trata de nuestros padres, son la única familia que tenemos. No puedo ni imaginarme que les ocurriera algo sin que intentáramos impedirlo. ¿Qué harías si se tratara de los tuyos? La preciosa rubia se quedó mirando aquel bonito e inocente rostro en el que solo podía ver preocupación. ¿Cómo iba a negarle nada? Suspirando, asintió. ―Sé que estoy siendo demasiado blanda, pero está bien, os daré mi aprobación para regresar a la Tierra, aunque eso implique que la Diosa me castigue por desobedecer sus órdenes. ―Muchísimas gracias ―dijeron las dos hermanas al unísono. ―¿Volveremos a vernos? ―preguntó Thorne envolviéndola con sus brazos. La rubia se dejó caer contra su pecho y cerró los ojos. ―Confío en que así sea, amigo mío. Capítulo 15 Tras el permiso de Helga para abandonar el templo divino, Sasha consiguió llevarlos de vuelta a los apartamentos de Mauronte en San Francisco, donde todos estaban desesperados sin saber dónde se hallaba la joven artista. ―¡Por los Dioses, Sasha, casi consigues que me dé algo! ―exclamó Draven tomándola por los hombros al verla aparecer. En ese instante, se percató de que no venía sola y abrió los ojos de forma desmesurada. ―¿Qué has hecho? ―inquirió. ―Lo que debía ―respondió Jessica por ella―. Cuando mis padres son amenazados por una bruja vengativa, debo saberlo. ―No era lo que nuestra Diosa dictó ―dijo Abdiel, que miraba por la ventana como si esperara ver aparecer a su esposa de un momento a otro―. Aunque en estos momentos, poco me importa. ―No le hagáis caso, está en plan depresivo ―intervino Varcan. ―¿Y qué pretendéis hacer ahora que estáis de vuelta? ―preguntó Elion. ―Voy a cerciorarme de que están sanos y salvos. ―¿Vas a ir a Alabama? ―preguntó Sasha―. En ese caso, iré contigo. ―Y yo buscaré a Roxanne, aunque tenga que quemar toda esta maldita ciudad ―aseveró el líder de los guardianes con la mirada más cargada de ira de lo que hubieran visto jamás. ―Vamos a ver, tratemos de mantener la calma, ¿de acuerdo? ―Draven se posicionó en el centro del salón tomando las riendas de la situación al ver que Abdiel no estaba en posición de hacerlo―. Buscaremos a Roxie, sí, aunque de un modo sensato y cuidadoso, bror. No podemos ser temerarios en este momento. No querrás que acabe herida, ¿verdad? Abdiel gruñó ante aquella perspectiva y negó con la cabeza. ―En cuanto al tema de vuestros padres, comprendo que queráis ir a cercioraros de que están bien, pero con que vaya una de vosotras será más que suficiente, y, dado que habéis bajado del templo solo para eso, creo que será mejor que vayas tú, Jess. ―Estoy de acuerdo ―repuso la policía. ―No me parece justo ―protestó Sasha. ―Conejita, tu don puede sernos de utilidad aquí ―le explicó Draven con calma―. No sabemos a dónde se han llevado a Roxie, ni siquiera si la han trasladado en el tiempo con la ayuda de algún otro brujo viajero. No puedes marcharte a Alabama en estos momentos. ―Pero… ―Sash, tu marido tiene razón, por mucho que me pese llevarte la contraria ―la interrumpió Max―. Estoy muy preocupada por Roxie, tenemos que rescatarla. Sasha también compartía su preocupación y por mucho que le gustaría ir a ver a sus padres, asintió. Si podía hacer falta para liberar a su amiga, haría lo que estuviera en su mano. ―Yo acompañaré a Jessica a Alabama ―se ofreció Thorne. ―No esperaba menos, bror, después de que la poli buenorra y tú estéis impregnados de olor a sexo ―bromeó Varcan, guiñándoles un ojo―. Parece ser que tu polla sabe tan poco estarse quieta como la de los demás ―añadió refiriéndose a lo que su hermano siempre les achacaba cuando habían intimado con sus parejas de vida. ―Si tanto te interesa, sí, hemos follado, pese a que eso ya se acabó ―respondió Jess con naturalidad. ―Vaya, bror, parece ser que eres un amante pésimo. ―El aludido gruñó y fulminó a Varcan con la mirada―. Lo lamento, miss FBI, has llegado tarde, ya estoy pillado y no puedo demostrarte lo que es un verdadero hombre en la cama. Max puso los ojos en blanco y Jessica se colocó en jarras antes de responderle: ―Dime de qué presumes y te diré de qué careces. ¿Has escuchado alguna vez ese refrán? El guardián de la cicatriz soltó una carcajada. ―Es una fiera, ¿verdad, bror? Tengo miedo que acabe devorándote. ―¡Que te den! ―le soltó el vikingo. ―De acuerdo, como parecéis llevaros tan bien, creo que Varcan puede acompañaros ―sugirió Draven. ―¡Y una polla! No quiero a este idiota cerca ―bramó Thorne. ―La quieres toda para ti solo, ¿verdad? ―ironizó mientras le daba golpecitos con el codo. ―Lo que quiero es arrancarte la jodida cabeza hueca que luces sobre los hombros, así que deja de provocarme. ―Entonces ya está todo claro, ¿no? ―añadió Ella, dando por zanjada la discusión de esos dos―. Nosotros buscaremos a Roxie, mientras que Jess, Thorne y Varcan van a Alabama. ―¿Te parece bien, bror? ―le preguntó Draven a Abdiel. ―Como veas, en estos momentos no soy capaz de pensar con claridad ―reconoció levantándose de golpe y pasándose las manos por su largo cabello con frustración. ―Lamento añadir más leña al fuego, pero estos no son los únicos problemas que nos ocupan ―dijo entonces Azazel, haciendo que todos se percatasen de su presencia. Llevaba bastante tiempo escuchando su conversación, no obstante, estuvieron tan ocupados discutiendo, que pasó desapercibido. ―Az, ¿a qué te refieres? ―preguntó Mauronte, que hasta aquel momento se mantuvo al margen de lo que estaba sucediendo. ―Tras varios días investigando el porqué del ataque de los demonios españoles, he descubierto algo que nos interesa a todos. ―¿De qué se trata? ―quiso saber su amigo. ―Mammon ha vuelto. ¿Que Mammon había vuelto? ¿No se suponía que estaba muerto? Esas preguntas y muchas más rondaban por las cabezas de todos los presentes, que se miraron los unos a los otros sabiendo que, si aquello era cierto, les complicaba más las cosas. ¡Mucho más! Capítulo 16 Esa misma tarde los tres se montaron en un coche y se dispusieron a pasar alrededor de día y medio de viaje. Y lo cierto es que, tras varias bromas por parte de Varcan y bastantes gruñidos y maldiciones provenientes del vikingo, estaba claro que fácil no iba a ser. ―Siempre me gustó este ambientador ―comentó el guardián de la cicatriz como de pasada desde el asiento trasero. Jessica olisqueó el aire, no obstante, el único aroma que consiguió captar fue el de Thorne, que hizo que se estremeciera de deseo. ¿Por qué le afectaba tanto? ―Yo no huelo nada ―mintió, ya que no estaba dispuesta a reconocer que su simple esencia la conseguía alterar de ese modo. ―Eso es porque el olor a sexo está impregnado en tu piel, ya te has acostumbrado a él. ―¿Volvemos a lo mismo? ―Jess se giró hacia atrás―. ¿Tanta curiosidad tienes por saber de nuestra vida sexual? El guardián de la cicatriz sonrió de oreja a oreja. ―Llámame morboso. ―Más bien tocacojones ―repuso Thorne sin dejar de mirar a la carretera. Era un conductor excelente. ―Como ya te dije, follamos, pero solo le utilicé para desfogarme porque allí, en el dichoso lugar divino al que fuimos, era el único hombre que tenía a mano. El vikingo, al escucharla, desvió por unos segundos la mirada hacia ella. ―Oh, ya veo, así que ha sido un vibrador de carne y hueso ―se mofó Varcan. ―Algo parecido. ―Deja de decir gilipolleces, hembra. Eso no ha sido así y los dos lo sabemos ―respondió Thorne, incapaz de permanecer por más tiempo en silencio. ―¿Volvemos a lo de hembra? ―bufó Jess―. Porque yo también puedo continuar llamándote capullo. ―En ningún momento te he dicho que me guste que me llames así, sin embargo, creo recordar que confesaste que esa manera de llamarte te ponía cachonda. ―Es muy poco elegante de tu parte echarme en cara algo que dije, influenciada por las aguas de aquel maldito lago de las narices. El vikingo emitió una carcajada irónica. ―Supongo que el decir que follamos porque era el único hombre que tenías a mano, y me usaste como a un puto vibrador de carne y hueso es mucho más elegante, claro que sí. ―¿Te ha molestado o qué? Pareces muy ofendido. ―¿Por qué cojones me iba a molestar? Yo hice exactamente lo mismo, soy un hombre con necesidades. ―Si vuelves a sentir necesidades, bror, en estos momentos yo estoy disponible, mientras no se entere mi pelirroja, no hay problema ―repuso Varcan sardónico. ―No te diré que no, porque me estoy viendo tentado a meterte el puño por el culo ―refunfuñó su hermano. ―¿Contigo también era tan sádico, miss FBI? Jessica volvió la mirada hacia el paisaje que se apreciaba a través de la ventanilla, antes de responderle: ―Ya no me acuerdo. El guardián de la cicatriz rio y Thorne gruñó por lo bajo. ―Paremos a echar gasolina y a tomar un poco el aire ―comentó el vikingo desviándose hacia una estación de servicio que vio junto a la carretera. ―Sí, me parece buena idea, necesito estirar un poco las piernas ―reconoció Jess. En cuanto el todoterreno se detuvo junto al surtidor, la joven abrió la puerta y salió del vehículo para dirigirse al cuarto de baño. Necesitaba remojarse el rostro ya que se sentía acalorada y un tanto incómoda tras la discusión que acababa de tener con Thorne. No debió decir que le usó para desahogarse porque no era verdad, se acostó con él porque era el hombre al que deseaba, no le hubiera servido ningún otro más, así que tampoco sabía decir por qué lo hizo. Se estaba comportando como una idiota y no le gustaba nada sentirse así, no obstante, parecía que volvía a ser incapaz de no pelear con aquel testarudo vikingo. ¿Acaso la tregua que pactaron en el templo divino había llegado a su fin? ―Jess, ¿qué te ocurre? ―murmuró para sí misma abriendo el grifo y remojándose el rostro y la nuca. Rehaciéndose la coleta que llevaba, se irguió de hombros y, tomando aire, salió del baño dispuesta a controlar su temperamento. Iba de nuevo en dirección al vehículo cuando un chillido ahogado llamó su atención. Su instinto policial enseguida se encendió, así que sacó la pequeña pistola que llevaba oculta y, sigilosa, se dirigió hacia el lugar donde escuchó el grito. Nada más asomar la cabeza hacia el interior de la tienda de comestibles, pudo ver a un tipo encapuchado que apuntaba con su arma a la asustada cajera, que sollozaba mientras le entregaba el contenido de la caja registradora. Su corazón comenzó a latir acelerado y notó como la adrenalina empezaba a correr por su organismo. Manteniendo la calma, fue acercándose con sigilo para evitar hacer ruido y alertar de su presencia al atracador. Por desgracia, la joven cajera desvió su mirada hacia ella. ―¿Qué coño miras? ―dijo el hombre que la apuntaba con el arma, quien, siguiendo su mirada, clavó sus ojos sobre Jessica. ―¡Policía! ¡Suelta el arma! ―le exigió Jess sin dejar de apuntarle. ―¡Y una mierda! Suéltala tú o le pego un tiro en la cabeza ―gritó el atracador tomando del brazo a la cajera y clavando el cañón de la pistola en su sien. ―Por favor ―sollozaba la joven aterrada. ―No hagas tonterías, si bajas ahora el arma todo quedará en una anécdota ―intentó tranquilizarle. ―¡Que te jodan, poli! ―espetó apretando un poco más el gatillo. Jessica notaba que aquel hombre estaba demasiado alterado para ser prudente, y si seguía presionándole, terminaría disparando a la pobre cajera, así que desamartilló su arma y alzó las manos en el aire. ―De acuerdo, no pasa nada, no te pongas nervioso. ―No estoy nervioso, puta ―espetó empujando a la cajera y arrojándola al suelo, para desviar el cañón de su calibre 38 en su dirección. Jessica corrió hacia él sabiendo que iba a dispararle, y lo hizo, pudo escuchar el estallido de la pistola, pese a que la adrenalina hizo que no notara el dolor de la bala traspasando su carne. Abalanzándose sobre él, forcejearon. Jess le golpeó con fuerza con el codo en el estómago, haciéndole soltar el aire que contenían sus pulmones. Le retorció el brazo con una llave, consiguiendo que dejase caer el arma, y le inmovilizó desde atrás, golpeando con su pie la parte trasera de su rodilla para que se arrodillase y poder controlarle mejor. ―Llama a la policía ―le pidió a la asustada muchacha. ―¿No lo eras tú? ―preguntó con un hilo de voz. ―Lo soy, pero en estos momentos no estoy de servicio ―respondió contando una verdad a medias. Asintiendo, la cajera se metió tras el mostrador y marcó el número de emergencias. ―Lo siento, no iba en serio, solo quería unos dólares para pagar una deuda que tengo, no pretendía hacer daño a nadie. ―¡Cállate, imbécil! ―espetó quitándole de un tirón el pasamontañas. Cuando su rostro quedó al descubierto, pudo apreciar que no era más que un niño, no podía tener más de veinte años. ―¿En qué problemas te has metido para hacer una estupidez como esta? ―susurró para sí misma. ―¡Jess! ―Thorne apareció con el rostro desencajado, seguido por Varcan―. ¿Qué coño ha pasado? ―Oímos un disparo ―le explicó el guardián de la cicatriz. ―Este idiota intentaba robar a punta de pistola ―respondió retorciéndole un poco más el brazo y haciéndole soltar varios quejidos. ―¿Hueles eso? ―inquirió entonces el vikingo. ―Es sangre ―afirmó Varcan―. ¿Hay alguien herido? ―Creo que no ―contestó Jessica. ―Eres tú ―afirmó Thorne acercándose a la policía―. Reconozco tu aroma. ―¿¡Que!? ¿Estás loco? Yo no estoy… ―Fue entonces cuando se sintió un poco mareada y bajó los ojos hacia su abdomen, donde se podía apreciar una gran mancha de sangre en su camiseta. ―¡Joder! ―exclamó el vikingo tomándola por los hombros―. Varcan, encárgate de esta escoria ―le pidió, a la vez que le daba un puntapié y le arrojaba al suelo. ―Bonita, ¿por casualidad tendrías bridas? ―le preguntó el aludido a la cajera, que asintió con nerviosismo. Thorne se alejó con Jessica, que comenzó a sentir el dolor del balazo. ―Estoy bien, solo es un rasguño. ―¿Un rasguño? ―deteniéndose y volviéndose hacia ella le levantó la camiseta―. ¡Un rasguño, mis cojones! La bala había traspasado su abdomen para después salir por el otro lado. La sangre que manaba de ella era bastante oscura, por lo que le hacía saber que le traspasó el hígado, cosa que no era nada alentadora. Era una herida mortal, lo sabía, y por la expresión que puso Jessica al verla, ella también. ―Necesito sentarme ―murmuró la joven a cada instante más mareada. Con cuidado, la ayudó a sentarse en el suelo y a apoyar la espalda contra la pared del edificio. Se quitó la camiseta y presionó ambos lados de la herida con fuerza para detener el flujo de sangre. ―¿Cómo está? ―preguntó Varcan llegando hasta ellos tras haber maniatado al atracador. Thorne se mantuvo callado y con la expresión pétrea. Fue Jessica quien respondió: ―Mal, la cosa no pinta nada bien. ―Necesitamos un médico ―añadió el vikingo. ―No es cierto, he visto bastantes heridas de bala como para saber cuando una de ellas es mortal. ―Ni se te ocurra decir eso, valquiria, no vas a morir. Jessica rio con amargura, cosa que provocó que el dolor se intensificara y gimiera. ―Bror, deberíamos llevarla al coche ―sugirió Varcan, que había perdido su habitual sonrisa. ―No vamos a moverla. ―Si alguien nos ve… ―¡He dicho que no vamos a moverla! ―gritó con las venas del cuello hinchadas, interrumpiéndole. En ese instante, la joven jadeó y cerró los ojos, comenzando a convulsionar. Thorne la apretó contra su pecho sintiendo que le faltaba el aire. ―Vamos, Jess, no me hagas esto, joder ―suplicó entre dientes―. Quédate conmigo. Cuando las convulsiones cesaron, la separó un poco de él para poder mirarla. Notaba como su corazón acababa de dejar de latir y la sangre ya no corría por sus venas. ―No, no puede ser ―decía con las manos temblorosas y su respiración entrecortada. ―Bror ―Varcan puso su mano en el hombro de su hermano para transmitirle su apoyo. Sin embargo, Thorne no parecía escucharle. Apoyó su frente contra la de Jessica y en ese mismo instante, la joven tomó una gran bocanada de aire que los sorprendió a ambos. ―Jess ―susurró retirándole el cabello del rostro para poder escrutarlo. ―¿Qué? ¿Por qué tienes esa expresión tan seria? Aún no he muerto. ―En realidad sí lo hiciste ―señaló el guardián de la cicatriz tan sorprendido como su hermano. ―¿Cómo? ¿De qué estás hablando? ―Jess se irguió, pues, de repente, el dolor había desaparecido. El vikingo quitó su camiseta del lugar donde estaba la herida de bala, no obstante, esta ya no se apreciaba. Era como si nunca hubiera estado ahí. Si no fuera por la sangre que lo impregnaba todo, habría pensado que fue producto de su imaginación. ―¿Qué ha pasado? ―inquirió Varcan agachándose a observar el abdomen de la joven más de cerca―. ¿La has marcado? ―No, claro que no ―negó Thorne. Los tres estaban sorprendidos, aunque Jessica fue la primera en recuperarse. Se puso en pie y sacudiéndose los vaqueros, dijo: ―Será mejor que nos vayamos, ya oigo las sirenas de la policía y no tengo ganas de dar explicaciones. Sin más, se dio media vuelta alejándose hacia el todoterreno, dejando a los dos guardianes con la boca abierta. ―¿Esto acaba de pasar? ¿Tu mujer ha muerto y ha revivido delante de nuestros ojos? ―repuso Varcan con una ceja enarcada. ―No sé cómo cojones lo ha hecho, pero sí, así ha sido ―comentó aún con el corazón encogido por las emociones que acababa de experimentar―. Y no es mi mujer. ―¿Ah, no? ―su hermano dibujó una sonrisa incrédula en su atractivo rostro―. Por el modo en que te has comportado hace unos segundos, cualquiera hubiera dicho lo contrario. ―Cierra de una vez tu jodida bocaza, Varcan ―refunfuñó siguiendo los pasos de Jessica para no tener que responderle más. Mantenían a Roxie encerrada en una habitación y la única que entraba a visitarla de vez en cuando era Sherezade, justo como hacía en aquel instante. ―¿Estás cómoda, madre? ―Lo estaría más si no me tuvieras prisionera. ―No eres prisionera, tú misma viniste conmigo por tu propio pie. ―Para que no dañaras a los padres de mis amigas. ―¿Ese era tu único motivo? ―Por la expresión de la persa, estaba claro que intuía que ocultaba algo. ―También tenía la esperanza de hacerte recapacitar y que entraras en razón. ―¿Volvemos a lo mismo, madre? ―Se sentó en la cama junto a ella―. No tengo nada que recapacitar, sé muy bien lo que hago, luchar por nuestra libertad. ―Puede que esto comenzara de ese modo, aunque ahora te has convertido en el verdugo de la historia. ―Prefiero ser el verdugo a la víctima, ya fui esta última durante demasiado tiempo, y créeme, no es nada divertido. Roxie tomó la mano de su hija entre las suyas y sus ojos se humedecieron. ―Ojalá todo hubiera sido diferente. Desearía haber podido estar a tu lado, protegerte y ver como crecías y te convertías en la mujer que eres ahora. ―Un sollozo escapó del fondo de su garganta―. Sin embargo, aún estamos a tiempo. La expresión de Sherezade pareció ablandarse. Pudo apreciar como su mentón temblaba, justo antes de soltar su mano. ―Estaríamos a tiempo si olvidaras tus ideales pacifistas y rompieras con ese guardián con el que follas, madre, aunque si te soy sincera, no tengo demasiadas esperanzas de ello. Se puso en pie y, dándose media vuelta, posó su mano en el pomo de la puerta. ―Te quiero, necesito que lo sepas, aunque no quieras escucharlo. Sherezade permaneció unos segundos más dándole la espalda, como si estuviera asimilando aquellas palabras, antes de marcharse. Roxie se dejó caer sobre la cama y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Era su hija, aún veía a la niña que dejó atrás antes de que la mataran en su anterior vida. ¿Cómo iba a ser capaz de dejar que los guardianes la destruyeran cuando llegara el momento? Porque lo que tenía claro era que ella no daría su brazo a torcer. Su mente estaba centrada en la venganza y había perdido toda capacidad de razonar y de empatizar con los humanos. ¿Y cómo estaría Abdiel? Sabía a ciencia cierta que se sentiría desesperado y lamentaba que fuera por su culpa, no obstante, su sueño le indicó que debía estar allí, así que ambos tendrían que resistir la distancia, aunque rezaba por que no fuera demasiado tiempo. Capítulo 17 Jessica no quiso hablar de lo ocurrido en la gasolinera y los dos guardianes no la presionaron, aunque sí que informaron a Draven de lo ocurrido, dado que Abdiel seguía sin estar en condiciones de desempeñar su papel de líder. Tras varias horas más en la carretera, donde se turnaron para conducir y de ese modo no tener que detenerse, llegaron a la residencia de los Evans. Era una casa blanca, con un bonito porche delantero y un jardín repleto de preciosas flores de distintos colores. Jessica se acercó al columpio donde su hermana y ella tantas veces jugaron cuando eran dos niñas. Tenía muy buenos recuerdos de aquella casa. ―Wow, qué bonito es esto ―comentó Varcan mirando las flores más de cerca. ―Parece una jodida casa de revista ―observó el vikingo. ―¿Quién anda ahí? ―inquirió un hombre de unos cincuenta años y cabello canoso, saliendo de la casa―. Tú, capullo, deja de pisar las flores de mi esposa si no quieres que te pegue un tiro. ―Oh, vaya, que recibimiento tan caluroso ―ironizó el guardián de la cicatriz, haciendo lo que le pedía. ―Ya sé de quién ha heredado su temperamento la valquiria ―murmuró Thorne poniendo las manos en sus caderas. ―¿Qué estáis haciendo en mi casa? ―preguntó el señor Evans avanzando hacia ellos sin la menor muestra de temor, pese a estar frente a dos tipos enormes y de aspecto peligroso. ―Papá. Nada más escuchar la voz de su hija, este se volvió y una sonrisa se dibujó en su aún atractivo rostro. ―¡Jessy! No me lo puedo creer. ―Acortando la distancia que les separaba, la estrechó entre sus brazos―. Hacía demasiado tiempo que no venías a visitarnos. ¡Qué alegría! ―He estado ocupada. ―Nunca deberías estar lo bastante ocupada como para no venir a visitar a tus padres ―le reprochó. ―Tienes razón, papá, no volverá a pasar. ―Lo importante es que ahora estás aquí. ―Desvió su mirada hacia los guardianes―. Y no has venido sola. ―Son compañeros de trabajo ―le explicó Jess―. Thorne, Varcan, este es mi padre, John. ―Es un placer conocerle señor, tiene una casa tan preciosa como su hija ―le saludó el guardián de la cicatriz alargando una mano hacia él, quien la tomó con firmeza. ―Muchas gracias ―respondió el hombre antes de centrar su atención en el vikingo―. ¿Desde cuándo permiten que en el cuerpo los hombres lleven el pelo tan largo? ―Hace demasiados años que te retiraste, papá, las cosas cambian ―rio su hija. Thorne continuaba sin decir palabra, cosa que incomodaba a Jessica, que carraspeó y le hizo gestos con los ojos para que dijera algo de una vez. ―Emm… ―dudó unos segundos―. ¿Qué coño hacemos plantados aquí fuera? ¿No va a invitarnos a pasar? Jess puso los ojos en blanco. ―Sí, papá, invítanos a pasar, estamos demasiado cansados después de tantas horas de viaje. John le echó una última mirada desconfiada al vikingo, antes de asentir. ―De acuerdo, pasemos ―concedió tomando a su hija por los hombros―. ¡Mandy, ven! ―llamó a su mujer una vez estuvieron dentro. ―Por Dios, Johnny, ¿qué son esas voces? ―le regañó llegando desde la cocina y secándose las manos en un trapo, hasta que posó sus ojos sobre Jessica. ―Hola, mamá. ―Oh, mi niña ―corrió a abrazarla―. Estás preciosa. ―Eso mismo he dicho yo ―repuso Varcan sonriente. ―Por Dios, ni me di cuenta de que venías con alguien. ―Soltó a su hija y se acercó a ellos―. Soy Amanda, la madre de Jessy, un placer. ―Ya sé de dónde ha sacado su hija tanta belleza ―la alabó el guardián de la cicatriz, logrando que se sonrojara―. Mi nombre es Varcan, soy un compañero de trabajo de Jess. ―No sabía que ya no patrullabas con Dylan ―terció John. ―Es algo temporal ―respondió la joven. ―Vaya, ¿y quién es este hombretón? ―preguntó la mujer mirando al vikingo―. Bien podrías ser jugador de baloncesto. ―Thorne ―dijo el guardián sin más. Su postura era rígida y tensa. ―¿Thorne? ―repitió Amanda―. Curioso nombre, nunca había conocido a nadie que se llamara así. ¡Me gusta! ―¿Y cómo estáis vosotros? ―les preguntó Jessica desviando su atención. ―Mucho mejor ahora que estás de vuelta ―contestó su madre―. ¿Te quedarás unos días? ―Si os parece bien, nos gustaría quedarnos a los tres, aunque no será demasiado tiempo. ―Oh, por supuesto, no hay problema ―dijo Amanda encantada―. Os mostraré las habitaciones que podéis ocupar. Comenzó a subir las escaleras, seguida por los guardianes. Jessica también iba a ir tras ellos cuando su padre la tomó por el hombro y la detuvo. ―Jessy, ¿estás metida en problemas? ―No, papá. ¿A qué viene eso? ―No soy estúpido, esos dos tíos de ahí no son polis. Debió imaginarlo, su padre era demasiado intuitivo para que se creyera sus mentiras. ―Papá, ¿de qué estás hablando? ―trató de reír, aunque sin mucho éxito. ―Jessica Elizabeth Evans, no me mientas. ―Siempre que usaba su nombre completo, sabía que estaba en problemas. Jess bufó y se cruzó de brazos. ―Está bien, no son policías, pero son buenas personas que me están ayudando en un caso ―murmuró para que solo él la oyera―. Necesito que en este momento confíes en mí. John asintió. ―¿Estamos en peligro? ―No, si podemos evitarlo, aunque sería mejor que os fuerais unos días de vacaciones. ―Esto no me gusta, Jessy. ―Lo sé, a mí tampoco. ―Ten cuidado, ¿vale? Si me entero de que te han herido, te daré la azotaina que nunca te di cuando eras pequeña. Jessica sonrió y le abrazó. ―No me pasará nada, aprendí del mejor. ―Más te vale. ―¿Qué hacéis ahí abajo? ―inquirió Amanda desde lo alto de la escalera. ―Nada, Mandy, solo quería abrazar otra vez a nuestra hija ―respondió su esposo tomando de la mano a Jess para reunirse junto a su mujer. Amanda sonrió. ―Te hemos echado demasiado de menos, cariño ―reconoció abrazándolos a los dos a la vez. ―¿De qué iba esa actitud? ―le echó en cara a Thorne cuando volvieron al coche a por sus cosas―. ¿No podías parecer normal por una vez? ―¿Qué mierda quieres que te diga? ―gruñó, poniéndose la bolsa de deporte con sus cosas al hombro―. No se me dan bien los padres. ―¿En serio, bror? Jamás lo hubiera dicho ―bromeó Varcan. ―Y tú deja de exagerar ―enfatizó la joven―. ¿A qué venía eso de que esta casa es tan preciosa como yo, que he heredado la belleza de mi madre y el resto de tonterías que has dicho? ―Eso es lo que a los padres les gusta oír, ¿no? ―Pues corta el rollo ―le ordenó señalándole con su dedo índice―. Mi padre es muy inteligente y ya se ha percatado de que no sois policías, así que deja de darle motivos para seguir indagando. Y esto va para los dos, comportaos con normalidad. ―¿Quieres decir que seamos nosotros mismos? ―preguntó el guardián de la cicatriz. ―Exacto. ―En ese caso me duplicaré y me pondré a beber sangre, lo pillo ―bromeó. ―Oh, por Dios ―puso los ojos en blanco dejándolos junto al coche y metiéndose dentro de la casa. ―¡Menudo carácter! ―Varcan soltó un silbido―. Tiene que ser puro fuego en la cama. Thorne le golpeó en el hombro haciéndole tambalear. ―Deja de imaginarte cómo sería en la cama, idiota. ―Vale, vale, lo capto ―comentó alzando las manos en el aire―. La quieres solo para ti. El vikingo gruñó y cerrando el maletero de golpe, entró también en la casa. ―Voy a preparar un pastel de carne, verduritas asadas y pollo ―le dijo Amanda cuando le vio traspasar la puerta―. ¿Te gusta? ―Sí, aunque no hace falta que cocine tanto ―contestó Thorne. ―¿Cómo que no? Sois hombres grandes, debéis comer bien para alimentaros. ―Es muy amable. ―Déjame que te ayude, mamá ―se ofreció Jess acompañándola a la cocina para alejarla del incómodo guardián, que parecía al borde del infarto cuando su madre se dirigía a él. ―Claro, será agradable pasar un rato juntas. Ojalá pudiera teneros a las dos aquí, aunque sé que es imposible ―se lamentó con tristeza. ―En cuanto a eso, Sasha y yo nos hemos reconciliado. ―¿¡Qué!? ―Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas―. No puedo creerlo, ¡qué alegría! ¿Cómo ha sido? Ya había perdido toda la esperanza de que eso sucediera. ―Sash se encontró con Kyle ―le explicó un tanto emocionada―. Le contó toda la verdad. ―Le doy gracias a Dios de que quisiera escucharle. ―Ya que no quería escucharme a mí… ―Se sentía dolida. ―Lo sé, mamá, no tienes que justificarla. Yo más que nadie comprendo lo mal que pudo sentirse y por eso mismo le di tiempo. ―Tres años es demasiado tiempo ―suspiró la mujer, entregándole las verduras para que comenzara a pelarlas, ya que a Jessica no se le daba nada bien la cocina y era una de las pocas cosas de las que se fiaba que hiciera. ―Por suerte, parece que todo va a volver a la normalidad. ―¿De verdad, cariño? ¿Vas a volver a la normalidad? Jess tomó una zanahoria entre las manos para mantenerse ocupada. ―No sé a qué te refieres, mamá. ―Claro que lo sabes, hija. Aunque no quieras reconocerlo ―La besó en la mejilla―, siempre fuiste mi niña valiente, la más decidida e inteligente, sé que sabrás volver a reconducir tus impulsos. Eso esperaba ella también. Desde la ventana pudo ver como Thorne salía al jardín. Su aspecto era tan imponente y atractivo que se le quedó la boca seca. Observó como apoyaba su gran mano en el tronco de la enorme secuoya centenaria, que llevaba allí incluso desde antes de que sus padres compraran la casa, e inclinó la cabeza hacia delante. Parecía contrariado y preocupado por algo. ―Es muy apuesto ―comentó Amanda. ―¿Cómo dices, mamá? ―Parpadeó varias veces, tratando de prestar atención a lo que su madre decía y no al atractivo rostro del vikingo. ―Tu amigo ―puntualizó―. Es un hombre muy apuesto. ―Bueno, si tú lo dices. La mujer soltó una carcajada. ―Vamos, no estás ciega, así que no me hagas creer que no te has dado cuenta. ―Hay muchos hombres atractivos, mamá, y no por ello voy suspirando detrás de cada uno que veo. Varcan también lo es, de hecho. ―Te conozco, Jessy, sé cuándo alguien te interesa. ―Pues tu radar se ha debido estropear. ―Lo que tú digas. ―Se encogió de hombros, sonriente. Jessica vio como un par de vecinas se acercaban al guardián, que se puso tenso; sin duda, indagando de quién se trataba. ―Mamá, enseguida vuelvo, creo que Thorne está en apuros. Amanda estiró el cuello para ver a qué se refería su hija. ―Oh, parece que Karen ha arrastrado a Mildred para poder enterarse de quienes son tus amigos ―repuso divertida. ―Ya veo que las cosas por aquí nunca cambian ―suspiró, saliendo al jardín. ―¿Así que eres amigo de alguna de las hijas de John y Amanda? ―preguntaba la entrometida vecina al ceñudo vikingo. ―Así es ―respondía este de manera cortante. ―¿Y de cuál de las dos? ―continuó curioseando―. ¿De la dulce Sasha o de la descarada Jessica? Te advierto que esta última destrozó en varias ocasiones mis rosales ―apuntó con resentimiento. ―¿Cuántas veces voy a tener que pedir perdón por eso, señora Patton? Cuando las mujeres se percataron de su presencia, sonrieron. Una, de manera sincera, y la otra, con más falsedad que un billete de tres dólares. ―Oh, Jessica, cuánto tiempo sin verte ―le dijo Mildred Rose, la madre de su mejor amigo de la infancia―. Todos por aquí te echábamos de menos. ―Yo también echaba en falta el barrio ―respondió abrazándola con afecto―. ¿Cómo le va a Todd? ¿Sigue repoblando el mundo de pequeños Rose? La señora rio. ―Creo que con tres pequeños pilluelos ya se planta. ―¿Y qué hay de ti? ―volvió a la carga Karen Patton―. ¿No piensas casarte y sentar la cabeza? ―¿Sentar la cabeza? ―inquirió con sarcasmo―. Señora Patton, ¿por qué iba a querer sentar la cabeza, cuando puedo mantenerla en alto y tener a los hombres que quiera a mis pies? ―repuso para molestarla. La mujer emitió una exclamación escandalizada, mientras que Mildred soltó una risita divertida. ―¿Y quién es este hombre? También he visto a tu padre con otro desconocido con una cicatriz muy sospechosa en el rostro ―inquirió Karen poniéndose en jarras―. No estarás llenando el barrio de personas peligrosas, ¿verdad? ―¿Más peligrosas que usted? ―repuso con una sonrisa en el rostro. Karen Patton bufó y tomó a Mildred del brazo. ―Vámonos de aquí, Millie, hay personas que nunca cambian. ―Tirando con fuerza, arrastró a su amiga tras ella. ―Me alegro de volver a verte, Jessica ―le dijo Mildred mientras se alejaba. ―Lo mismo digo, señora Rose. Dele besos a Todd de mi parte. Cuando las dos mujeres se metieron en casa de la señora Patton, la joven se volvió hacia el guardián, que había permanecido en silencio en todo momento. ―¿Qué te han dicho? ―Querían saber si éramos pareja ―le explicó―. Ya les dije que ni loco me uniría a una hembra como tú. Jess enarcó una ceja. ―¿Una hembra como yo? ―Eso he dicho. ―Puso una mano en su cadera. ―Lo comprendo, no todos los hombres son capaces de manejar a una mujer como yo, te quedo grande. ―¿¡Que me quedas grande!? ―gruñó y se acercó más a ella―. Puedo contigo, valquiria, y con cuatro más como tú si me diera la gana, cosa que no es el caso. Eres un puto grano en el culo, eso es lo que ocurre. ―¿Que yo soy un grano en el culo? ―se ofendió―. ¿Y eso lo dice el tío más exasperante, capullo y parco en palabras que haya conocido? ―¿Que yo soy exasperante? ―Sí, ¡tú! ―gritó señalándole con el dedo. ―¿Todo va bien? La pregunta de John hizo que ambos se volvieran hacia él y el guardián de la cicatriz que le acompañaba, y lucía una sonrisa divertida en su atractivo rostro. ―Sí, papá, todo va de maravilla ―contestó furiosa, dando media vuelta y entrando en la casa con paso airado. El señor Evans fulminó con la mirada al vikingo antes de seguir a su hija. ―Bror, estás dándoles muy buena imagen a tus futuros suegros ―bromeó Varcan. ―Deja de decir gilipolleces. Lo único que quiero es que nos marchemos de aquí de una puta vez para poder matar a la bruja que no deja de hacer peligrar el equilibrio del mundo. No me importa nada más. ―¿Estás seguro? ―enarcó una ceja―. Pareces demasiado afectado para no importarte. Thorne rugió por lo bajo, como un animal furioso, y se alejó de su hermano adentrándose en el hogar de los Evans. Necesitaba averiguar qué pasaba con Jessica. Desde que la hirieron de muerte en la gasolinera, no podía dejar de pensar en qué había ocurrido para que muriera y resucitara ante sus ojos. Tenía que haber alguna explicación, aunque no sabía cuál. Aprovechando que estaba solo en el salón, comenzó a abrir todos los cajones en busca de algo que pudiera darle una pista de lo que estaba sucediendo con ella. Entonces fue cuando se percató de que uno de los cajones permanecía cerrado bajo llave, así que, de un tirón, lo rompió. Allí se encontraba una única carpeta, que tomó en las manos para comenzar a rebuscar entre los papeles que contenía. ―¿¡Qué coño estás haciendo!? ―exclamó Jessica, que acudió al oír el ruido del cajón roto, seguida de sus padres. ―Necesitaba averiguar qué cojones fue lo que te ocurrió en la gasolinera ―respondió con calma. ―¿Y crees que vas a encontrar algo entre los papeles de mis padres? ―Le arrebató la carpeta de las manos―. Estás paranoico, joder. El vikingo clavó sus ojos verdes en los Evans, que se mostraban nerviosos. ―No es vuestra hija biológica, ¿verdad? ―¿De qué hablas? ―preguntó Jess desconcertada. Amanda sollozó y se llevó una mano al pecho. ―Siempre quisimos decírtelo, pero no sabíamos cómo. No queríamos hacerte sufrir ni sentir mal. Tras aquellas palabras, Jessica se volvió hacia su madre, sintiendo que su corazón daba un vuelco. ―Mamá, ¿qué estás diciendo? ―Lo lamento, cariño ―Amanda se acercó a ella y tomó su rostro entre las manos―. Puede que no te llevara en mi vientre, pero siempre fuiste mi hija. ―¿Así que es cierto? ¿Soy adoptada? ―Su madre asintió―. ¿Sasha también? ―Cuando la mujer bajó la mirada al suelo supo la respuesta―. Ah, comprendo, solo yo. Dando unos pasos atrás se alejó de su contacto y miró de frente a su padre. ―Siempre confíe en ti. ―Puedes seguir haciéndolo, nunca te he mentido. Jess emitió una carcajada amarga. ―¿De verdad, papá? ―Te dije que era tu padre y es cierto, lo soy ―afirmó con vehemencia―. Desde el momento en que vi por primera vez tu preciosa carita en aquella cunita del orfanato lo supe, eras mi hija y nada ni nadie en el mundo podría cambiar eso. Jessica notó como sus ojos se humedecían. Encarando a Thorne, alzó el mentón y una lágrima resbaló por su mejilla. ―Muchas gracias por arruinar lo único bonito que tenía en mi vida. ―Jess… No pudo seguir la frase, pues ella se echó a correr escaleras arriba, seguida por su madre, que la llamaba de manera ansiosa. ―No debiste entrometerte, muchacho, esto era cosa nuestra ―le dijo John al vikingo. ―Lo comprendo, señor, sin embargo, es muy importante que sepamos todo sobre su hija ―respondió con calma―. Solo trato de protegerla. El señor Evans se quedó mirándole unos segundos más, como si estuviera decidiendo si decía la verdad. Entonces asintió y cogiendo la carpeta que su hija arrojó al suelo antes de marcharse, rebuscó en ella. Sacó unos papeles y se los entregó a Thorne. ―Ten, aquí está todo, confío en que sea suficiente. El guardián, tomándolos, asintió. ―Muchas gracias. ―¿Cuidarás de ella? ―Le doy mi palabra. Capítulo 18 Jessica permaneció toda la noche encerrada en su habitación, ni siquiera salió para cenar. Sus padres también estaban muy afectados por la situación, lo que hacía que Thorne se sintiera como una persona horrible. ―Bror, no te martirices, solo hiciste lo que debías ―le decía Varcan. ―¿De veras? ―gruñó pasándose los dedos por el pelo. ―Vamos, Thorne, los dos sabíamos que algo no cuadraba. ―Les he lastimado ―dijo entre dientes―, nos abrieron las puertas de su casa y yo invadí su puta intimidad. ―Lo has hecho para poder proteger a miss FBI, no pueden reprochártelo. ―Eso es lo peor, que no lo han hecho. ―Quieren a su hija por encima de todo, bror, lleve su sangre o no. ―Varcan pasó un brazo por encima de los anchos hombros de su hermano―. Son conscientes de que sea lo que sea lo que esté ocurriendo con ella, nosotros solo intentamos que siga sana y salva. Tú lo intentas. Gruñendo, se separó de él y se asomó por la ventana. ―He podido oírla llorar toda la noche. ―Lo sé, fui a verla y a preguntarle si se encontraba bien ―reconoció el guardián de la cicatriz―. Ni siquiera me atreví a hacer ninguno de mis comentarios burlones, parecía demasiado triste. ―Se dejó caer sobre la cama con los brazos tras la cabeza. La persona de la que hablaban salió en aquel instante al jardín, sentándose entre las preciosas flores. Thorne no podía apartar sus ojos de ella y su expresión afligida. ―Ahora vuelvo ―le dijo a su hermano dirigiéndose hacia la puerta. ―¿Adónde vas? ―De un salto, se levantó de la cama para poder mirar lo que había visto el vikingo―. Oh, entiendo. Bien hecho, bror, ve a hablar con tu mujer. ―No es mi mujer, cojones ―rugió antes de cerrar la puerta tras de sí de un portazo. Pudo escuchar las risas de su hermano dentro de la habitación mientras bajaba por las escaleras. Con cuidado de no hacer ruido para no despertar a los padres de Jessica, salió al jardín y se sentó junto a ella. ―Quiero estar sola ―repuso con la voz apagada y apenada. Thorne se sentía incómodo porque no se le daba bien tratar con mujeres al borde de las lágrimas, como era el caso de Jess en aquellos momentos. ―Y yo quiero hablar contigo. ―¡Me importa una mierda lo que tú quieras! ―exclamó pasando de la tristeza al enfado en un segundo. Bien, prefería verla furiosa que llorando. ―Solo quiero que sepas que lamento que toda la verdad haya salido a la luz de este modo… ―Te has inmiscuido en mi vida ―le cortó. ―Era necesario para poder averiguar qué ocurre contigo, qué es lo que eres para morir y revivir del modo en que lo hiciste en la gasolinera. ―Estoy segura de que eso es cosa tuya, me has infectado o algo así, como les ha ocurrido al resto de las mujeres de los demás guardianes. ―No es así, yo no te he marcado como hicieron ellos. Jessica le miró de reojo con desconfianza. ―¿Estás seguro? ―Totalmente. Jess desvió de nuevo sus ojos y suspiró. ―¿Y qué es lo que soy entonces? Porque está claro que una Evans no. ―Eso no es cierto, los Evans siempre serán tu familia, valquiria, y lo sabes. Tenía razón, lo sabía, pese a que en ese momento solo pudiera centrarse en el dolor y la decepción de haber descubierto la verdad. ―Pensé que anoche vendrías a ver cómo me encontraba ―comentó tras unos segundos en silencio―. Varcan lo hizo. ―Sabía que necesitabas espacio y digerir lo ocurrido. La joven asintió. ―¿Y qué haremos ahora? ―Tu padre me entregó todos los documentos sobre tu adopción, así que he pensado que deberíamos ir a investigar. ―¿Y si no me gusta lo que pueda encontrarme? ―Ese era uno de sus mayores miedos. ―Sea lo que sea, no determinará la persona que eres, Jess. La puerta de la casa se abrió y aparecieron los Evans. John tomaba a su esposa por los hombros, que tenía los ojos hinchados, intuían que por haberse pasado la noche llorando. De un salto, el vikingo se puso en pie y extendió su mano hacia la joven para ayudarla a hacer lo mismo. Jessica la aceptó, para su sorpresa, y se incorporó. Tras mirar unos segundos más al guardián, se soltó y fue hacia sus padres. ―¿Cómo estás, cariño? ―le preguntó Amanda con la voz entrecortada. Sin decir nada, Jessica se lanzó a sus brazos. ―Os entiendo, solo intentabais protegerme y no puedo estar más que agradecida por todo lo que me habéis dado, aunque no fuera vuestra verdadera hija. ―Eres nuestra hija, Jessy, eso no lo dudes nunca ―aseguró su padre uniéndose al abrazo. Thorne se alejó para darles intimidad y aprovechó para informar a Draven de lo que descubrió sobre Jessica. Ambos quedaron en que no se lo dirían a Sasha hasta que su hermana volviera y pudiera comunicárselo ella misma. John, sabiendo que era posible que estuvieran en peligro, decidió llevarse a su esposa unos días fuera para despejarse. Por seguridad, Varcan los acompañaría, ya que no se fiaban de que Sherezade fuera tras ellos. Thorne y Jessica iban de camino a Kentucky, hacia el orfanato donde la joven policía fue adoptada veintiocho años atrás. Jess seguía confusa y furiosa, ya no con el guardián, sino con el mundo en general. De repente, sentía que ya no sabía quién era en realidad. ―¿Piensas seguir todo el viaje de morros? ―comentó el vikingo mirando a la carretera. ―No estoy de morros. ―¿Ah, no? ―inquirió sarcástico―. Sea lo que sea lo que ronda tu cabeza, pasa página y sigue adelante. La joven se volvió hacia él. ―Es muy fácil para ti decirlo, ¿verdad? No eres tú el que no tiene pasado y, para colmo, como no consiga vencer a la bruja con la que tengo que enfrentarme, tampoco futuro. ―Joder, Jess, deja de ser tan egocéntrica. ―¿Egocéntrica? ―repitió indignada―. Sois vosotros los que decís que soy la elegida y que la responsabilidad de que la humanidad sobreviva recae sobre mis hombros, pero ¿qué pasa si no quiero serlo? ¿Qué ocurriría si tan solo quiero seguir siendo una policía normal y corriente, con su vida monótona y aburrida? ―Eso no es factible. ―¡Y una mierda que no! Thorne la miró con el ceño fruncido. ―¿Quieres que tu hermana y tus padres continúen en peligro, hembra? Porque te aseguro que es lo que pasará si no conseguimos deshacernos de esa puta persa. ―¿Y por qué no te deshaces de ella tú mismo? ¿No se supone que tienes superfuerza? ―Si eso fuera todo lo que hiciera falta para matarla, ya lo habría hecho, no obstante, y no sé por qué motivo, eres la jodida elegida y debes hacerlo tú. ―En ese caso, ¿qué hacemos perdiendo el tiempo? Vayamos a cortarle la cabeza. ―Antes tengo que saber qué eres. ―¡Yo no quiero saberlo! ―gritó fuera de control. Agarró el volante y dio un giro que los llevó a meterse en el arcén antes de que Thorne lograra frenar. ―¿Te has vuelto loca? ―inquirió enfadado―. Podrías haber conseguido que nos estrelláramos. ―¿Y que más da? Ambos somos inmortales, ¿no es así? ―Que revivieras una vez no significa que vuelva a suceder. ¿No te das cuenta? Por eso es tan importante conocer tus orígenes. ―¡Joder! ―Jess se cubrió el rostro con las manos. ―Todo va a ir bien, no tienes por qué… Las palabras que iba a decir se quedaron en el aire cuando Jessica se abalanzó sobre sus labios sin previo aviso. De forma apresurada, se colocó a horcajadas sobre el guardián, que posó sus manos en las nalgas de la joven, apretándola contra su incipiente erección. Ambos gimieron, anticipándose a lo que estaba por venir. Sus lenguas jugueteaban entre ellas y no podían dejar de acariciarse como dos adictos a sus cuerpos. Con la respiración entrecortada y los labios un tanto hinchados, Jessica miró el atractivo rostro de Thorne. Debería estar prohibido que un hombre fuera tan masculino y perfecto. Era como si hubiera sido creado para hacer pecar a las mujeres. Sin duda, era su manzana prohibida. Su mayor tentación. Una de las enormes manos del vikingo se posó sobre el rostro de la joven, recorriendo con el pulgar su labio inferior. Entreabriendo los labios, Jess acogió el dedo en su boca y lo succionó, consiguiendo que la erección del guardián diera brincos de emoción. Con rapidez, las manos de Thorne se colaron bajo su camiseta, deleitándose con la suavidad de la piel de la joven. Jessica, por su parte, tironeó de la del guardián, consiguiendo sacársela por la cabeza para admirar aquel torso perfecto que poseía y que la ponía a cien. Sin importarles que estuvieran dentro de un coche a la vista de cualquiera que pasara por la carretera, Jess empezó a quitarse los vaqueros, deseando poder sentir el cuerpo del vikingo contra el suyo. Tras hacerlo, desabrochó sus pantalones y liberó su enorme polla, que parecía muy contenta de verla. Sentándose sobre su erección, se restregó contra ella de manera lenta y seductora, haciendo que la humedad que empapaba su tanga acabara impregnando el duro miembro del vikingo. Thorne aprovechó para quitarle la camiseta y el sujetador, admirando los llenos pechos de la joven. Aquellos pezones rosados y duros se erguían hacia él pidiendo ser mordisqueados, cosa que hizo. Se metió uno en la boca, lamiéndolo y succionándolo con ansia, arrancando jadeos placenteros de la garganta de la joven. Cuando notó que estaba lo bastante excitada, lo mordió con suavidad y tiró sutilmente de él, quedando suspendido en la delgada línea entre el dolor y el placer más absoluto. Con su cabello oscuro alborotado, los labios entreabiertos y su piel arrebolada por la pasión, Jessica era la viva imagen de la lujuria y la belleza. ―Valquiria, no sé qué cojones haces conmigo, pero me vuelves loco ―declaró justo antes de volver a besarla. Jessica, sin pronunciar palabra, se apartó para un lado el tanga y sosteniendo la polla de Thorne, fue dejándose caer sobre ella lentamente. El guardián, soltando un ronco rugido, posó las manos sobre sus caderas ayudándola a subir y bajar despacio, consiguiendo que sus cuerpos se fueran encendiendo cada vez más y más. Jess echó la cabeza hacia atrás, buscando el aire que parecía faltarle, y gimió con fuerza. Él aprovechó para lamer su cuello, deseando poder alimentarse de ella. Sus movimientos comenzaron a volverse más rápidos y apremiantes, consiguiendo que ambos se sintieran al borde del orgasmo. Thorne necesitaba decirle lo bella que estaba y lo mucho que la deseaba. ―Jess… ―Cállate y fóllame más rápido ―le exigió entre jadeos. Haciendo caso a su reclamo, el vikingo movió con fuerza las caderas sin soltar las de la joven para que se quedara quieta pese a sus envites. Las respiraciones de los dos se volvieron más pesadas y sus besos más apremiantes. El cuerpo de Jessica comenzó a convulsionar cuando llegó al clímax, así que Thorne se dejó ir, corriéndose en su interior de un modo que hizo que se le erizara hasta la piel. Apoyaron la frente el uno contra la del otro, con la respiración entrecortada y sus cuerpos sudorosos. El olor de la sangre caliente de la joven corriendo por sus venas llamaba al vikingo de un modo casi irrefrenable. Sentía unos fuertes deseos de beber de su carótida. Tomándola por la cintura, la devolvió de nuevo al asiento del copiloto y se pasó las manos por el cabello, intentando contener su hambre. ―¿Te ocurre algo? De repente pareces encontrarte mal ―le preguntó la joven al percatarse del modo en que sus nudillos se pusieron blancos cuando cogió el volante, a causa de la fuerza que ejercía sobre él. ―Necesito unos minutos a solas, en este momento no puedo estar cerca de ti. Una exclamación ofendida escapó de entre los labios de Jessica. ―Oh, claro, follamos y un segundo después te asquea mi presencia. ―Te puedo asegurar que no tiene nada que ver con eso. Sería mejor que me asquearas, que no estuviera deseando en este mismo instante morderte y beber de ti como un jodido salvaje ―declaró con voz ronca. ―Pues contrólate, vikingo, no me gustaría que te abalanzaras sobre mí como una sanguijuela adicta a la sangre. ―Ojalá fuera tan sencillo, pero tratándose de ti, para mí es casi imposible contenerme. Keyla trataba, sin éxito, de contactar con Roxie a través de un hechizo, sin embargo, se sentía frustrada porque nada parecía funcionar. ―No pasa nada, cariño, mis hermanos conseguirán dar con ella, aunque tus hechizos no vayan bien ―la tranquilizó Nikolai. ―Me siento tan inútil encerrada aquí ―se lamentó―. Quizá deberíamos estar buscándola en San Francisco, junto a los demás. ―Aquí estas a salvo… ―No quiero estar a salvo, necesito ser de utilidad en todo esto que inició mi padre. ¿No lo entiendes? ―le interrumpió con desesperación. Su esposo la abrazó contra su pecho para reconfortarla. ―Ya lo has sido, mi amor, gracias a ti somos inmunes al veneno de los Groms. ―Estoy preocupada por Roxie, si le ocurre algo malo… ―No le pasará nada ―la cortó tomando su bello rostro entre las manos. ―Tengo un mal presentimiento, Nik. Estoy asustada ―confesó con los ojos brillantes. ―No permitiré que te ocurra nada malo. ―No es por mí por quien temo. ―Roxie es la madre de Sherezade, no le haría daño. ―¿Olvidas que vi como mi padre entregaba a mi hermana para hacer un ritual de sacrificio con ella? ―Aún le dolía recordar ese momento―. ¿Y que tenían planeado hacer lo mismo con ella? ―¿Y qué quieres hacer? ―Seguir intentando dar o contactar con Roxie. ―¿Y por qué no lo intentas conmigo? ―La voz de la vidente hizo que ambos se volvieran hacia ella. La anciana, acompañada de su inseparable gato, caminaba hacia ellos como si en realidad pudiera verlos. ―¿Qué quieres decir, Talisa? ―le preguntó el guardián ruso. ―Si Roxie consiguió enviarme su mensaje a mí es por algo, así que no sería descabellado que, con la ayuda de un hechizo de Keyla, yo pueda hacer lo mismo con ella, o al menos, intentarlo. ―No, no puedo hacerlo ―negó la doctora. ―¿Por qué no? ―quiso saber la anciana. ―Es peligroso, aún no controlo bien mis poderes. Además, este hechizo es demasiado poderoso, requeriría mucha energía por tu parte. ―Sandeces, polluela, sé perfectamente que puedes hacerlo, y yo también. ―Talisa… ―Shhh… ―chistó para callarla―. Me he ofrecido voluntaria y, por edad, debes hacerme caso. ―¿Puede funcionar? ―le preguntó Nikolai a su esposa. ―Es posible, no estoy segura. ―Se encogió de hombros. ―La única manera de comprobarlo es que lo intentes ―la animó la vidente. Keyla miró a su esposo con expresión preocupada. ―Confiamos en ti, cariño ―la alentó el guardián. Respirando hondo, la doctora se puso frente a la anciana y la ayudó a acomodarse en la silla que tenía cerca. ―Si notas cualquier cosa extraña o empiezas a encontrarte mal, me avisas y paro, ¿de acuerdo? ―Ajá ―asintió la mujer―. Adelante, estoy preparada. Keyla posó sus manos temblorosas a ambos lados de la cabeza de la vidente, cerró los ojos para poder concentrarse mejor y empezó a murmurar el hechizo que le permitiera acceder a Roxie de alguna manera. Talisa notó como su conciencia viajaba a través del espacio intentando hallar a Roxanne. Sentía una fuerte presión en las sienes, donde la doctora tenía apoyadas sus manos, no obstante, apretó los dientes y resistió aquellas molestias. Llegado un momento, la oscuridad que siempre reinaba a su alrededor desapareció, pudiendo ver una habitación decorada de forma moderna y lujosa. Sabía que estaba viendo a través de los ojos de la joven secuestrada y, por ello, intentó fijarse en alguna cosa característica del lugar, sin hallarla. «Polluela, escúchame. Necesitamos saber que estás bien», intentó trasmitirle a través de su mente. «¿Talisa?». Escuchar su voz hizo que sintiera un alivio instantáneo. «La misma. ¿Dónde te encuentras?». «No lo sé, me tienen encerrada». «Pero ¿estás bien?». «Sí, estoy perfectamente». «Tranquila, iremos a por ti». «Aún no». «¿Cómo que no?». «Tuve un sueño que me guiaba a seguir a Sherezade, por eso vine con ella. Necesito permanecer aquí un tiempo más». «Vas a matar a Abdiel, lo sabes, ¿verdad?». «Dile que no se preocupe por mí, sé cuidarme». «Lo haré», le aseguró. «Nos mantendremos en contacto». La conexión entre ellas se cortó y la vidente volvió a su cuerpo. ―Talisa, dime que estás bien ―le suplicaba Keyla. ―Sí, estoy bien ―respondió con calma. ―¿Ha funcionado? ―preguntó Nikolai. La anciana asintió. ―He contactado con ella, está bien y se fue por su propia voluntad con Sherezade. ―¿Por qué iba a hacer algo así? ―quiso saber el guardián, extrañado. ―Soñó con que debía hacerlo. ―¿Dónde la tienen? ―continuó indagando Keyla. ―No lo sabe, pero quiere que le digamos a Abdiel que no debe preocuparse, que es capaz de cuidar de sí misma. ―No creo que eso tranquilice a mi hermano ―se lamentó Nikolai intuyendo lo desesperado que debía sentirse. A él le ocurriría lo mismo. ―Llamémosle, se alegrará mucho de saber que hemos podido contactar con ella ―repuso Keyla animada, alejándose junto a su esposo. Talisa fue a ponerse en pie y se tambaleó. Se sentía débil, un tanto mareada y un hilo de sangre resbaló de su nariz. El hechizo de la joven doctora fue fuerte, quizá demasiado para su edad, aunque lo haría de nuevo si fuera necesario. Oráculo emitió un maullido lastimero, como si pudiera percibir su debilidad y estuviera preocupado por ella. ―Tranquilo, amiguito, no pasa nada. Estoy bien ―le aseguró alargando la mano al suelo, por la que el gato se restregó ronroneando. Capítulo 19 Jessica quería que siguieran turnándose durante la noche para no tener que detenerse, sin embargo, Thorne se empeñó en que hicieran una parada en un motel para que ella pudiera descansar, ya que apreciaba las ojeras que lucía bajo sus ojos. ―Vamos a ver si les quedan habitaciones libres ―comentó el vikingo al salir del todoterreno. ―Ve tú, yo necesito tomar el aire ―repuso cruzándose de brazos. Thorne puso los ojos en blanco, ya que era consciente de que estaba enfadada por no haber podido salirse con la suya, así que, por no discutir, la dejó junto al coche y entró al motel. Jessica bufó y se apoyó en el capó. Miró a su alrededor y alcanzó a ver a una joven que discutía con un tío con muy mala pinta. Por el modo de vestir de la mujer, Jess apostaría a que se trataba de una prostituta, y sospechaba que el hombre era su chulo. ¡Cómo odiaba a esos cabrones! El tío la tomó por el brazo y la zarandeó, cosa que hizo que Jessica se pusiera alerta y se acercara a ellos despacio. ―Te juro que hoy no he hecho ningún servicio, Clyde. ―No te creo, puta. ¿Estás intentando estafarme? ―No, jamás haría eso ―sollozó antes de llevarse una sonora bofetada. ―¡Ey, tú! ―llamó su atención―. ¡Suéltala! El desconocido se volvió hacia ella, no sin antes empujar a la prostituta y arrojarla al suelo. ―¿De qué coño vas dándome órdenes, zorra? Lárgate de aquí si no quieres tener problemas. Enarcó una ceja y se puso en jarras. ―Me encantan los problemas, a decir verdad. Con paso amenazante, el chulo se acercó a ella. Jessica se puso alerta. Era consciente de que en cualquier momento trataría de golpearla como el cobarde que era, y así lo hizo, pues al llegar hasta ella, alzó el puño dispuesto a estamparlo en su rostro. Con un movimiento rápido le tomó por la muñeca y le retorció el brazo a la vez que le propinaba un rodillazo en el estómago, haciéndole doblarse en dos. Agarrándolo con fuerza por el pelo, le levantó la cabeza y se acercó a su oído. ―Escúchame bien, escoria, debería pegarte un tiro entre ceja y ceja. ―¿Quién eres? ―preguntó el desconocido con la voz entrecortada por el dolor. ―Lo importante no es quién soy yo, es lo que vas a hacer tú a partir de ahora. ―Tiró con más fuerza de su cabello―. ¿Ves a esa mujer? ―Señaló a la joven que lloraba desde el suelo―. No vas a volver a ponerle jamás la mano encima. ―Es solo una puta. Jessica soltó su pelo y estampó su puño contra el pómulo del hombre, que cayó hacia atrás, cosa que aprovechó ella para encaramarse sobre él y asestarle varios golpes más. ―Es una mujer a la que explotas, pedazo de mierda ―gritó furiosa. ―Ella vino a mí, yo le di trabajo para ayudarla, joder. ―¿¡Para ayudarla!? ―Otro puñetazo impactó en su nariz consiguiendo que sangrara―. ¿Haciendo que venda su cuerpo para lucrarte? ―¿Qué mierda te pasa? ―balbuceó el desconocido con una mirada de terror―. ¿Qué coño eres tú? ―Jess, ¿qué cojones haces? ―inquirió Thorne llegando hasta ella y tomándola del brazo, la levantó de encima del cuerpo golpeado del hombre. ―Este desgraciado pretendía agredir a esa pobre chica. ―Se volvió hacia él y señaló a la asustada muchacha. Thorne se paralizó cuando percibió que sus ojos se habían tornado rojos y refulgían como si fueran dos ascuas incandescentes. ―Joder ―susurró llevándola hacia el coche y haciendo que entrara dentro de él. ―¿Qué estás haciendo? ―preguntó la policía molesta. ―Tus ojos se han vuelto rojos y no quiero que los vean, así que espérame aquí. ―Abrió la guantera y sacó un sobre que había dentro de ella. ―¿Mis ojos? ―Jess se miró en el espejo para cerciorarse que lo que decía era cierto―. ¿Qué está pasándome? ―Lo averiguaremos, pero ahora, quédate quietecita y mantén la calma ―sentenció antes de cerrar la puerta de un portazo y encarar al chulo que, con dificultad, se levantaba del suelo―. Márchate de aquí o te daré una paliza que no te reconocerá ni tu madre. El desgraciado asintió con pavor, desviando de vez en cuando su mirada hacia la joven que permanecía en el todoterreno. Estaba claro que él también pudo ver cómo sus ojos pasaron de gris verdoso a ese rojo brillante, por eso salió corriendo todo lo rápido que sus magulladuras le permitían. Entonces, se aproximó a la compungida prostituta, que, sorbiendo por la nariz, se encogió al tenerlo cerca. Le tenía miedo, el guardián era consciente de ello. ―Gra… gracias por la ayuda. ―No fue cosa mía, sino de mi amiga ―respondió entregándole el sobre―. Ten esto y vete lejos para que ese hijo de perra no pueda encontrarte. La muchacha agarró el sobre con las manos temblorosas y miró el contenido, que hizo que sus ojos se abrieran de par en par. ―Es mucho dinero. ―Y es tuyo. ―¿A cambio de qué? ―preguntó con desconfianza. ―De que me prometas que no volverás a esta vida ni a acercarte a ningún desgraciado como ese que te explotaba. ―Muchísimas gracias, de verdad, no sé cómo pagaros todo lo que estáis haciendo por mí. ―Páganoslo emprendiendo un nuevo camino alejada de toda esta mierda. ―Lo prometo ―asintió, guardándose el dinero en el bolso antes de alejarse y tomar un taxi que pasaba por allí. El guardián volvió al todoterreno y abrió la puerta para que Jessica saliera, pudiendo comprobar que sus ojos ya habían vuelto a la normalidad. ―¿Qué le has dado? ―quiso saber la policía. ―Dinero. ―¿Cuánto? ―indagó más―. Parecía muy afectada. ―Quince mil dólares. ―¿Llevabas quince mil dólares en la guantera del coche? ―se sorprendió. ―Siempre me gusta llevar dinero en efectivo, soy de la vieja escuela ―respondió encogiéndose de hombros y sacando la bolsa de deporte con sus cosas del maletero. ―Espero que a partir de ahora las cosas le vayan mejor. ―Solo depende de ella. ―Se colocó la bolsa al hombro y se encaminó al motel. ―¿Y qué hay de mí? ¿Qué acaba de ocurrirme? ―No tengo ni puta idea. He visto refulgir los ojos de ese modo en otras ocasiones, pero nunca a una humana. ―¿A quién has visto antes así? ―A demonios ―dijo sin más. ―¿Demonios? He conocido a tu amigo italiano y sus ojos eran negros. ―Solo les ocurre cuando se enfurecen, como te ha pasado a ti antes. ―¿Eso quiere decir que soy una demonio? ―inquirió confusa. Thorne la miró de reojo a la vez que abría la habitación que les asignaron, permitiendo que pasara dentro, y cerrando la puerta tras él. ―No hueles como ellos, aunque nunca se sabe. ―Colocó las manos en sus caderas―. De ahí la importancia de descubrir tus orígenes. Jessica se dejó caer sobre la cama y se cubrió los ojos con el antebrazo. ―Claramente, no me va a gustar nada lo que descubramos, lo veo. Amaronte y Cyran consiguieron despistar a los custodios de Belial y colarse en los calabozos, donde buscaban algún rastro de Selene en ellos, ya que no eran capaces de descifrar el dichoso mapa que Amaro llevaba tatuado en el brazo. ―Tiene que estar aquí ―decía el italiano con desesperación. ―No está, Amaro. Hemos registrado estos calabozos de arriba abajo ―proclamó su amigo con aquella voz gutural que poseía. ―En ese caso, debe de estar en algún rincón del palacio. ―¿No puede ser que la bruja te haya engañado para conseguir el pedazo que quería de tu corazón? ―No sé que decir, la verdad. ―¿La verdad sobre qué? La voz de Belial hizo que ambos se volvieran hacia él. Venía acompañado de Gorzal y Paimon, sus custodios de confianza, y la mirada que le echó a Amaronte fue aterradora. ―Cuánto tiempo sin vernos, majestad ―repuso Amaro con sarcasmo. ―No estoy para tus malditas bromas, Amaronte ―aseveró con los ojos rojos deteniéndose a escasos centímetros de él―. ¿Cómo habéis entrado aquí? ―Digamos que pusimos a dormir a los perritos guardianes que siempre defienden tus dominios ―respondió en el mismo tono despreocupado. De un puñetazo le lanzó al suelo. ―No estoy de humor para soportar tus bromas. ―Majestad, no pretendíamos hacerle enfadar ―intervino Cyran situándose ante su amigo, que se levantaba del suelo y se secaba el hilo de sangre que resbalaba por la comisura de su boca. ―¿Y qué pretendíais viniendo a mi casa y dejando inconscientes a mis custodios? Belial apretaba los dientes y sus mandíbulas palpitaban por la ira que contenía a duras penas. ―Queríamos descubrir dónde tenías a Selene ―proclamó Amaronte sin una pizca de miedo a pesar de estar frente al demonio más poderoso de todos. ―No te atrevas a mencionar su nombre ―siseó entre dientes. ―¿El nombre de la hija que has tenido oculta durante años? ¿Ese nombre? ―Te mataría con gusto ahora mismo, pero no merece la pena estar condenado a arder en el infierno por un ser tan insignificante y repugnante como tú ―manifestó apartando a Cyran de su camino para encarar de nuevo a Amaro―. ¿De dónde has sacado semejante idea? ―Sherezade me aseguró que eras el responsable de su desaparición ―respondió con sinceridad. ―Esa bruja te ha mentido y tú has caído de bruces en su engaño, estúpido. ―Si es cierto lo que dices, ¿por qué no me permites registrar tu palacio? ―¿Es lo que quieres? ―preguntó enarcando una ceja―. Adelante, registra todo lo que te dé la gana. ―Se lo agradecemos, alteza ―dijo Cyran haciendo una leve inclinación de cabeza. ―Solo quiero una cosa a cambio. Aquella petición hizo que ambos amigos se miraran el uno al otro sabiendo que Belial no tramaba nada bueno. ―¿Qué es lo que quieres? ―inquirió Amaronte entrecerrando los ojos. ―Durante cien años no podrás aparearte con nadie que no sea tu alma demoníaca. ¿Cien años sin poder follar? ¿Que pretendía con eso? ―No puedes hablar en serio. ―¿Por qué no? ―inquirió alzando una ceja―. Si dices que mi hija está aquí retenida y tú siempre aseguraste que era tu alma demoníaca, no tienes nada que perder. ―Es una trampa ―murmuró Cyran tras él. Belial sonrió con desprecio. ―Lo sabía, eres el cobarde que siempre creí. ―De acuerdo, acepto ―manifestó en un arrebato. El rey de los demonios tomó su mano y la estrechó. ―¿Tengo tu palabra demoníaca? ―La tienes. Las iniciales M y P se marcaron a fuego en su mano, sellando la promesa. Tras eso, ambos demonios registraron el palacio de cabo a rabo, seguidos por Belial y sus custodios, sin hallar a Selene ni ningún rastro de ella. ―¿Contentos? ―preguntó el rey con una sonrisa satisfecha en el rostro. ―No puede ser, debe estar en algún lado ―murmuró sin comprender nada. ―La bruja nos ha engañado, Amaro ―le dijo su amigo. ¿Podía ser así? ¿Sherezade le engañó para obtener ese pedazo de su corazón? ―Ahora, salid de mi casa, antes de que os encierre en las mazmorras y mande que os torturen, que es lo mínimo que os merecéis ―les ordenó Belial. Ambos demonios, cabizbajos, se dirigieron a la salida confusos y derrotados. ―Por cierto, Amaronte, espero que disfrutes tus cien años de abstinencia y de no poder embaucar a otras mujeres del mismo modo en que lo hiciste con mi hija. Si no la hubieras seducido y engañado, ahora mismo estaría casada y feliz junto a tu hermano, aunque en este momento, tampoco es que esa idea me satisfaga ―sentenció el rey de los demonios justo antes de que cerraran la puerta tras ellos. ―Has cometido una estupidez, Amaro ―le reprochó Cyran cuando estuvieron a solas. ―Vamos, amigo, para un ser inmortal como yo, cien años no son para tanto. ―Al menos, de eso quería autoconvencerse. Capítulo 20 Durante aquella noche Thorne no pudo pegar ojo, ya que el dulce aroma de Jessica inundaba toda la estancia y él se sentía hambriento y con unas ansias descontroladas de alimentarse de ella. Y decía bien, de ella, porque ninguna otra mujer le servía para saciar su sed de sangre. Así que, nada más amanecer, se puso ropa de deporte y salió a correr con la esperanza de desfogarse. El sonido de la puerta al cerrarse despertó a Jessica, que se desperezó y restregó los ojos. Bostezando, se levantó de la cama y descalza fue hacia el cuarto de baño. Una ducha le vendría bien para terminar de despejarse. Abrió el grifo y se deshizo de la ropa. Cuando el agua caliente resbaló por su cuerpo sintió una relajación casi instantánea. Por desgracia, esa sensación duró poco, ya que un par de tíos vestidos de negro irrumpieron en el baño y antes de que pudiera defenderse, estrellaron su cabeza contra los azulejos de la ducha, abriendo una brecha en su frente. Acto seguido, tiraron de ella y la arrastraron a la habitación, donde otro hombre los miraba de brazos cruzados. Jess trató de enfocar su imagen, pero a causa del golpe estaba tan mareada que le fue imposible hacerlo. ―¿Creías que te saldrías con la tuya, puta? Hemos tenido que esperar a que tu amiguito te dejara sola, pero ya eres mía. Le reconoció por la voz, era el chulo de la noche anterior. ―Eres un cobarde de mierda, no te has atrevido a venir a por mí solo ―le echó en cara. El desgraciado le propinó un puñetazo partiéndole el labio. Jessica aprovechó su cercanía para hacerle una llave con las piernas y arrojarle al suelo. Uno de los matones que la mantenían sujeta la golpeó en el estómago para que le soltara. ―Estate quieta, joder, si no quieres que te matemos aquí mismo, zorra. Jess le escupió en la cara. ―¡Que te den! ―Es a ti a quien vamos a dar, puta ―espetó el chulo metiendo una mano entre sus piernas y manoseándola. Jessica sentía arcadas de notar sus repugnantes manos recorrer su cuerpo, por lo que se removió con violencia tratando de liberarse. ―¡Soltadme, hijos de puta! ―gritó con la cara roja a causa del esfuerzo que hacía por librarse de sus agarres. ―¡Calla! ―le ordenó cubriéndole la boca con la mano y desabrochándose los pantalones―. Ayer me dejaste sin mi putita favorita, así que ahora te toca a ti complacerme. Jessica gritaba contra la palma de su mano, mientras los dos matones del chulo reían de su desesperación por deshacerse de ellos. Sin embargo, antes de que aquel desgraciado pudiera meterle la polla, la puerta se partió por la mitad y entró Thorne con una expresión asesina dibujada en el rostro. Como un animal rabioso, soltó un rugido y se abalanzó sobre el proxeneta que aún permanecía sobre Jessica. Tomándolo por la chaqueta, lo alzó en el aire y lo estampó contra la pared del motel. Después fue el turno de los dos matones, que se irguieron con los puños en alto dispuestos a defenderse, no obstante, no tuvieron nada que hacer contra el guardián, que en dos movimientos consiguió noquearles. Aproximándose a Jess, quien se levantaba del suelo con la mano en el abdomen dolorido después de los golpes, intentó abrazarla, pero la policía se retiró de sopetón. ―No te compadezcas de mí, estoy bien ―le aseguró tomando el arma que descansaba en su mesita y apuntando a la cabeza al chulo que estuvo a punto de violarla. ―Por… por favor ―decía el muy desgraciado con la voz entrecortada por el miedo. ―Por favor, ¿qué? ―inquirió poniéndose a escasos centímetros de él―. ¿No tenías ganas de divertirte hace unos segundos? Pues divirtámonos. ―Jess ―intervino Thorne temiendo que le matara, puesto que los ojos de la joven habían vuelto a tornarse rojos. ―No te metas ―le ordenó―. Abre la boca ―le dijo entonces al proxeneta. ―No, yo… ―¡Que la abras! ―gritó interrumpiendo sus protestas. Tembloroso, hizo lo que le pedía y Jessica introdujo el cañón del arma dentro de su boca. ―Ya no es tan divertido que sea yo quien te la meta, ¿verdad? ―Por favor ―repitió el chulo hablando con dificultad a causa del cañón que presionaba su lengua y poniéndose a llorar. ―Valquiria, debes parar ―le advirtió el guardián. ―¿Por qué? Si le matara ahora mismo libraría a este mundo de un ser despreciable, nadie le echaría en falta. ―Tú no eres así. ―No sabes cómo ni quién soy, y yo tampoco. Con cuidado, Thorne agarró la muñeca de la joven, y tirando con suavidad, retiró la pistola de dentro de la boca de aquel desgraciado. Jessica dio un par de pasos atrás y como si acabara de ser consciente de su desnudez, se cubrió con las manos. ―Llamaremos a la policía para que metan a estos pedazos de mierda entre rejas por lo que te han hecho. ―No, no voy a denunciar nada. ―Jess… ―¡He dicho que no! ―gritó con la respiración entrecortada antes de encerrarse en el baño. Apoyándose en la puerta, dejó ir las lágrimas que estuvo conteniendo. Se metió en la ducha en la que aún corría el agua y colocándose bajo el chorro, lloró y se quitó los restos de sangre seca que manchaban su frente y parte de su rostro a causa de la brecha que le hicieron. No supo cuánto rato estuvo allí, dejando el agua tibia correr por su cuerpo, hasta que Thorne llamó a la puerta y sin esperar respuesta, entró al aseo. ―¿Estás bien? ―Perfectamente ―mintió mientras salía de la ducha y se envolvía en una toalla―. ¿Qué has hecho con ellos? ―Los he tirado a un contenedor como la basura que son ―respondió, omitiendo que antes de eso les rompió algunos huesos a causa de la paliza que les pegó. Esperaba que eso les sirviera de lección. La joven asintió. El guardián se puso frente a ella y, con delicadeza, tocó la brecha que se abría en su frente. ―Debería verte un médico. ―No, estoy bien, solo son rasguños. ―Esta herida no es ningún rasguño, precisaría algún punto. ―En ese botiquín puede que haya algunos puntos de papel, con eso servirá ―sugirió, señalando a la caja que estaba colgada en una de las paredes del baño. El vikingo se acercó a mirar y, en efecto, allí estaban. Los cogió junto a gasas y el desinfectante, y regresó junto a la policía, que continuaba en el mismo sitio. ―Déjame que desinfecte la herida antes ―le pidió. Jessica volvió a asentir y permaneció quieta mientras el guardián curaba su herida y la cerraba gracias a los puntos de papel. Una vez terminó de hacerlo, se quedó mirándola con una expresión de preocupación. ―Será mejor que nos pongamos en marcha de nuevo ―dijo Jessica saliendo del aseo para coger la ropa que iba a ponerse. ―Si no estás en condiciones… ―Vikingo, no soy una muñequita de porcelana que pueda romperse al mínimo golpe, así que deja de tratarme así, joder ―le encaró con el mentón en alto. ―No he dicho que lo seas. ―Estupendo, porque no me gustaría tener que patearte el culo para demostrártelo. Tras una larga jornada en la carretera, por fin llegaron al orfanato conducido por monjas, en el que los Evans la adoptaron. ―¿Puedo ayudarles en algo? ―preguntó la monja que estaba en el mostrador de recepción. ―Quisiéramos hablar con la responsable ―dijo Jess. La monja los miró con desconfianza y no era de extrañar, porque Thorne parecía un delincuente a punto de sacar una pistola y pedirle que le diera todo el dinero que llevara encima. ¿Siempre tenía que fruncir el ceño de ese modo? ―¿Por algún motivo en concreto? ―Por una adopción de hace veintiocho años. ―Lo lamento, pero deberían concertar una cita para eso. ―Escúchame, hembra, no estamos aquí para perder el maldito tiempo, así que, o me dices quién es la responsable o la buscaré yo mismo ―repuso el guardián con tono brusco, consiguiendo que la mujer diera varios pasos atrás, asustada. ―No le haga caso a mi amigo, ha conducido demasiadas horas seguidas y está agotado ―le justificó Jessica asestándole un fuerte pisotón como castigo por su modo de hablarle a la monja. El vikingo frunció aún más el ceño y gruñó; sin embargo, entendiendo su mensaje silencioso, no dijo nada más. ―Lo comprendo, de todas formas… Jess tomó las manos de la mujer entre las suyas. ―Se lo suplico, tiene que dejarme hablar con alguien que pueda saber quién soy. La monja abrió los ojos sorprendida. ―¿Te adoptaron aquí? Jessica asintió. ―Me he enterado hace muy poco. La mujer de Dios suspiró. ―No es parte del protocolo revelar la identidad de los padres biológicos de los niños que pasan por aquí, no obstante, os llevaré con la madre superiora. Que ella decida qué hacer. ―Gracias, gracias, muchísimas gracias ―repuso con el corazón desbocado. ―Acompañadme, por favor ―les pidió sonriendo―. Soy la madre Beatrix, por cierto. ―Mi nombre es Jessica y el de mi amigo, Thorne. ―¿Encontramos para ti una buena familia, muchacha? ―quiso saber. ―La mejor ―respondió con sinceridad. La hermana Beatrix llamó a la puerta que estaba al final de un largo pasillo y una voz femenina la invitó a entrar. ―Buenas tardes, madre Margaret, tenemos aquí a unos jóvenes que quieren hablar contigo. ―¿Sobre qué? ―Al parecer, la muchacha fue adoptada aquí ―le explicó. ―De acuerdo, que pasen. La hermana Beatrix se volvió hacia ellos. ―¿Podéis pasar? ―De nuevo, muchas gracias ―dijo otra vez la policía antes de adentrarse en el despacho de la madre superiora. A diferencia de lo que esperaba encontrarse, ante ella tenía a una mujer joven y muy bella. Sus ojos oscuros la estudiaban con una mezcla de curiosidad y condescendencia. ―Bienvenidos a St. Germain, tomen asiento y díganme, ¿en qué puedo ayudarles? Jessica iba a hacer lo que le pedía, cuando el brazo del vikingo se interpuso en su camino, deteniéndola. ―¿Qué ocurre? ―Esta monja no es una humana ―declaró absolutamente convencido de ello. Podía notar su olor a demonio. La madre superiora, al oír aquella afirmación, inclinó la cabeza hacia un lado y se recostó en su asiento cruzándose de brazos. ―Es curioso que digas eso, porque tú tampoco lo eres, ¿verdad, guardián? ―¿Podéis decirme qué me estoy perdiendo? ―inquirió la policía. ―Es un demonio. ―Bueno, pues demonio o no, lo único que quiero es que me dé información sobre mi adopción. ―No sé si estaré en disposición de hacer eso que me pides, ¿tienes algún papel? ―Sí, los tengo todos ―aseveró rebuscando en la carpeta que llevaba entre las manos―. Aquí tienes. La demonio los ojeó con atención unos segundos, tras lo cual, se los devolvió a la joven. ―No tengo nada que decir al respecto de tu adopción. ―¿Qué? ¿Cómo que no tienes nada que decirme? ―se indignó Jessica. ―Creo que he sido muy clara. ―No me toques los cojones, demonio, hemos hecho un largo viaje para obtener respuestas y no pienso largarme de aquí sin ellas ―intercedió Thorne, golpeando con los puños la mesa tras la que estaba sentada la madre superiora. ―Lo comprendo, guardián, y no es que no quiera ayudaros, es que no puedo hacerlo ―manifestó la madre Margaret con seriedad. ―¿No puedes? ―caviló el vikingo y abrió más los ojos al comprender qué ocurría―. ¡Diste tu palabra de demonio al respecto! ―No estoy autorizada para hablar de ello ―repuso con su mirada clavada en la del guardián. Por su expresión, comprendió que le gustaría darles respuestas, así que asintió y poniendo las manos en sus caderas, un gesto muy característico en él, preguntó: ―¿Los padres biológicos de Jess son demonios? ―No lo son ―le aseguró. ―¿Lo es uno de ellos? ―continuó interrogándola el guardián. ―Como te he dicho, no puedo hablar del tema ―insistió la monja dejándole claro que la respuesta era afirmativa. ―Estamos perdiendo el tiempo ―se lamentó Jessica con impotencia. ―Es cierto lo que dice la muchacha, así que yo me voy y espero que vosotros también lo hagáis ―declaró la madre superiora poniéndose en pie―. Y por encima de todo, no me gustaría nada que registrarais en ningún rincón de mi escritorio. Ambos comprendieron que les estaba diciendo que era allí donde hallarían las respuestas. ―Te agradezco tu ayuda ―repuso la joven cuando pasó por su lado. ―No os estoy ayudando, muchacha ―insistió de nuevo con una sonrisa calurosa dibujada en su atractivo rostro―. Te deseo lo mejor y que puedas hallar lo que andas buscando. ―Si alguna vez necesitas algo, solo tienes que llamarme y acudiré lo más pronto que pueda ―aseveró el guardián haciendo un leve asentimiento con la cabeza. La demonio sonrió de nuevo y salió del despacho, dejándoles a solas. Thorne y Jess se apresuraron a revisar los cajones del escritorio. ―Hay uno cerrado con llave. El vikingo pegó un tirón al cajón y este se abrió. ―Ya no. Con las manos temblorosas a causa de los nervios, comenzó a ojear los papeles que allí había hasta que, en una de las carpetas, apreció el nombre de sus padres adoptivos. Respirando hondo, comenzó a revisarlo todo. ―Aquí está, este es el apartado donde debería estar mi madre biológica, pero está en blanco. ―¿Y en el del padre? ―preguntó el guardián. ―Sí, este sí está especificado y pone… Belial Akibel ―le informó. ―¿Estás segura de que el nombre es Belial Akibel? ―Ten, míralo tú mismo ―le entregó el documento. El vikingo releyó el nombre varias veces, incapaz de creerse que eso fuera verdad. ―¿Qué ocurre? ¿Conoces a ese demonio? ―quiso saber Jessica. ―Claro que lo conozco, todos los seres sobrenaturales lo conocemos ―contestó volviendo a colocar los papeles en la carpeta, y tomando a la policía del brazo, la sacó del despacho―. Es el rey de los demonios, así que, si esto es real, te acabas de convertir en princesa. Capítulo 21 Jess y Thorne iban en el todoterreno de camino a San Francisco en completo silencio. Desde que descubriera que su padre era el rey de los demonios, Jessica no había vuelto a hablar, cosa que preocupaba al guardián. ―¿Te has quedado muda, hembra? ―le dijo con brusquedad, con la esperanza de picarla y que acabara saltando. No obstante, no surtió efecto, ya que ni tan siquiera desvió la mirada del paisaje que se veía a través de la ventanilla. ―Si todo lo peor que te puede ocurrir es ser una jodida princesa, ni tan mal, ¿no crees? Jessica comenzó a emitir unos sollozos ahogados, haciéndole saber que estaba llorando. ―Necesito que pares ―le pidió con la voz entrecortada. Viendo un motel a un lado de la carretera, Thorne se desvió hacia él sin rechistar. ―Espera un momento mientras alquilo una habitación ―le demandó el guardián. La joven seguía sollozando e hiperventilando, dando claras muestras de que estaba sufriendo un ataque de ansiedad. Maldiciendo entre dientes, entró al sencillo motel y poniendo un puñado de billetes sobre el mostrador de recepción, exigió: ―Una habitación, deprisa. ―Espere un momento y reviso las que tengo libres ―le dijo un hombre de unos cincuenta años, caminando con parsimonia. ―No me has entendido, quiero la primera habitación que tengas, me importa una mierda como sea y puedes quedarte a cambio con todo esto. ―Arrastró los billetes hacia él, a quien se le abrieron los ojos como platos. ―Oh, claro, sin problema, señor ―respondió con una amplia sonrisa en su rostro―. La número diez está libre y lista para usar. ―Gracias ―respondió sin más, tomando la llave y regresando al coche, donde Jessica continuaba llorando desconsolada. Abrió la puerta del todoterreno, la tomó en brazos y fue hacia donde vio un instante antes que estaba la habitación que les asignaron. Una vez dentro, dejó a la policía sentada sobre el lecho y se acuclilló frente a ella. ―No sé qué hacer, no se me da bien tratar con una mujer que llora ―reconoció con humildad. ―No tienes que hacer nada, solo necesito desahogarme. ―¿Qué es lo que te ha afectado tanto? ―No ha sido nada en concreto, es un cúmulo de todo ―reconoció sorbiendo por la nariz―. Hacía demasiados años que no lloraba. ―Porque eres una valquiria ―aseveró acariciando con suavidad su rostro con los nudillos. ―¿Por qué siempre me llamas valquiria? Thorne sonrió de medio lado. ―Porque tienes su fuerza. ―No parezco muy fuerte en este momento. ―Se limpió las lágrimas con rabia. Odiaba mostrarse vulnerable. ―Jess, los valientes no son aquellos que no le temen a nada, son los que, a pesar del miedo o de sus debilidades, afrontan la batalla con la cabeza alta ―argumentó sin apartar ni un solo segundo su mirada de la de ella―. Esa eres tú, una guerrera que jamás da un paso atrás ni para coger impulso. Jessica se inclinó hacia él. Necesitaba besarlo, sin embargo, Thorne se retiró como si su contacto le quemara. ―Oh, lo siento ―se disculpó la joven―. No quería incomodarte, entiendo que no es muy sexi besarme en estas circunstancias. ―No, no tiene nada que ver con eso, yo siempre tengo ganas de besarte, valquiria ―declaró con énfasis―. Lo que ocurre es que estoy demasiado hambriento y tu sangre es una tentación excesivamente grande para mí. ―¿Necesitas alimentarte? ―Con urgencia, la verdad ―suspiró poniéndose en pie y paseando de un lado al otro de la estancia―. Debería salir en busca de alguien de quien beber, aunque la idea no me apetezca nada. Jessica se quedó pensado en ello y sintió que a ella tampoco le gustaba la idea de imaginarlo bebiéndose la sangre de otra persona que no fuera ella. ―¿Y por qué no bebes de mí? ―se ofreció. Thorne se detuvo en seco y clavó sus ojos sobre Jessica. ―¿Me estás brindando tu sangre? ―Creo que he sido bastante clara. El guardián respiró hondo y se aproximó a ella con una actitud depredadora. ―Llevo días fantaseando con saborearte de ese modo, valquiria, así que prepárate para vivir una experiencia que jamás has vivido antes. ―¿Qué quieres decir? El vikingo esbozó una sonrisa canalla y tremendamente seductora. ―Ahora lo descubrirás ―respondió a la vez que tomaba ambos lados de su camiseta y la partía por la mitad. Jessica soltó una exclamación entre sorprendida e indignada. El guardián liberó sus pechos del sujetador y lamió uno de sus pezones antes de abrir la boca y clavar sus afilados colmillos sobre él. La joven echó la cabeza atrás y gimió complacida por las sensaciones que su mordisco le hacían sentir. Notar cómo se alimentaba de ella, y percibir cuanto le hacía disfrutar, la excitaba muchísimo. Cuando se sació de ella, Thorne desclavó sus colmillos de su tierna carne y pasó la lengua para que se cerraran las incisiones. Sin darle tregua, alzó la cabeza y se apoderó de sus carnosos labios, haciendo que se tumbase sobre el colchón y colocándose sobre ella. ―Eres deliciosa, valquiria ―susurró contra su boca. Su lengua comenzó a bajar a lo largo de su cuerpo, recorriendo de nuevo sus pechos, su plano abdomen, en el que jugueteó con su ombligo, y continuó su camino hasta la humedad creciente que había entre las piernas femeninas. Un cosquilleo de anticipación recorrió el sexo de la joven, que sintió que podía tener un orgasmo tan solo notando como su cálido aliento le cosquilleaba en su zona íntima. Separando sus pliegues, recorrió su vagina con la lengua, saboreando su dulzura. Cogiéndola por las caderas, la ancló a la cama para que no pudiera moverse, mientras él ejercía aquella placentera tortura sobre ella. Dibujó círculos en su clítoris con la punta de la lengua, hasta que al final lo abarcó con toda su boca, para succionarlo con fuerza. Jess se retorció y gimió, sintiendo como el calor del orgasmo recorría su cuerpo entero justo antes de estallar en mil pedazos. Aprovechando los últimos coletazos de placer que aún experimentaba la joven, Thorne la penetró de una sola embestida, arrancándole un grito ahogado. ―Thorne ―gimió con los ojos cerrados, clavándole las uñas en su espalda. El vikingo la follaba con fuerza, entrando y saliendo de ella sin dejar de mirarla. Era lo más hermoso que había visto jamás en su larga vida. ―Abre los ojos, valquiria ―le pidió―. Quiero que me mires cuando vuelvas a correrte. Que sepas que soy yo quien te hace gozar de este modo. Jessica obedeció justo antes de que, como él predijo, otro nuevo y aún mayor orgasmo recorriera todo su cuerpo, del mismo modo que el del guardián, que se dejó ir en su interior. De repente, Jessica tuvo la sensación de que podría enamorarse de él, pese a querer evitar que eso sucediera con todas sus fuerzas. Abdiel no conseguía calmarse ni aun sabiendo que Roxie estaba sana y salva. Hasta que no volviera a tenerla junto a él, no podría volver a respirar con normalidad. Ella era su aliento y sus ganas de vivir. Sentía que le faltaba el aire y todo a su alrededor había dejado de brillar con la misma intensidad desde que Roxie estaba lejos. ―Por favor, bror, te necesitamos centrado ―le suplicaba Elion―. Eres nuestro líder. ―En estos momentos solo soy un hombre desesperado porque le han arrancado a su esposa de su lado. ―Te entiendo, pero Roxie es una luchadora, volverá a ti ―le aseguró su hermano. ―No me preocupa eso, conozco a Roxanne y sé el tipo de mujer que es, lo que no me deja dormir es saber que Sherezade está consumida por el odio, así que nunca se sabe cómo puede actuar. Elion entendía esos miedos, la bruja milenaria era impredecible y cada vez más peligrosa. ―Varcan ha llamado, los Evans han llegado a su destino sanos y salvos, así que ya está de regreso. Abdiel asintió. ―Y de Thorne y Jessica ¿sabemos algo nuevo? ―La última vez que Thorne se comunicó con nosotros nos dijo que iban de camino al orfanato. ―Espero que consigan hallar respuestas. ―La cuestión es si esas respuestas nos gustaran o complicarán aún más las cosas ―sentenció Elion, convencido de que la segunda opción sería la acertada. Capítulo 22 Al fin llegaron de nuevo a San Francisco, donde sus amigos les esperaban para saber si habían descubierto algo. Con calma, Jessica, que ya parecía estar recuperada del bajón emocional que sufrió, le contó a su hermana que era adoptada, y que, por lo que pudieron averiguar, su padre biológico no era otro que el rey de los demonios. ―No me puedo creer que no seamos hermanas de sangre ―comentó Sasha aún en shock―. Aunque, la verdad, ahora que lo pienso, es algo bastante evidente. No es posible que tú seas tan perfecta y yo un desastre, teniendo la misma herencia genética ―trató de bromear. ―No digas tonterías, eres la mejor persona que he conocido jamás, Sash ―aseguró abrazándola. ―Ahora que te observo más detenidamente, tienes cierto parecido a Selene ―declaró Mauronte aproximándose al rostro de la policía y acariciando con la punta de los dedos su suave y bronceada mejilla. ―Mantén las jodidas manos quietas, demonio ―le ordenó Thorne mostrándole los dientes como un animal rabioso protegiendo lo que es suyo. ―Eso, quietecito, cuernos. ¿No te has enterado de que mi hermano ya ha meado sobre miss FBI? Llegas tarde ―ironizó Varcan, que se ganó una peineta por parte del vikingo. ―¿Y quién puede ser tu madre? ―caviló Elion, mientras se tocaba la barba, pensativo. ―Es demasiado joven para que sea la misma que engendró a Selene. Arcadia murió hace cientos de años ―apuntó Mauro aún con la vista fija en el precioso rostro de Jessica. ―Además, es poco probable que sea una demonio. Aunque la madre superiora no pudo aclararnos demasiadas cosas porque había dado su palabra demoníaca al respecto, sí me dejó caer que sus padres biológicos no eran dos demonios ―les explicó el vikingo. ―¿Puede que sea una humana? ―inquirió Draven, señalando la brecha que aún se veía en la frente de la joven―. Eso explicaría por qué Jess no tiene el poder de sanación de los demonios. ―Es probable ―comentó Ella―. Porque sus ojos tampoco son negros. ―Eso no explica cómo pudo morir y resucitar ante nuestros ojos ―señaló Varcan con una ceja enarcada. ―¿¡Moriste!? ―exclamó Sasha con los ojos muy abiertos, horrorizada. ―Naah, solo un poco ―le restó importancia Jess. ―¿Solo un poco? ―repitió alzando la voz―. ¡Solo un poco! ―No te pongas así, Sash, ya ves que estoy bien. Su hermana bufó, nada conforme con aquel razonamiento, pero guardó silencio. ―De acuerdo, cuando todo esto acabe, te ayudaremos a averiguar quién es tu madre biológica ―repuso Abdiel. ―Lo siento, pero no voy a esperar, pienso plantarme en el palacio de mi maldito padre demonio y le voy a sacar, aunque sea a golpes, quién narices es la mujer que me llevó en su vientre ―aseveró la policía. ―No puedes hacer eso ―negó Draven―. ¿Y si se desata la batalla y no te encuentras aquí? Eres clave para que podamos conseguir la victoria. ―Debo hacerlo ―enfatizó Jessica―. Prometo volver lo antes posible. ―Trata de entrar en razón, te necesitamos aquí ―insistió el guardián celta―. Díselo tú, Abdiel. El líder de los guardianes suspiró, y metiéndose las manos en los bolsillos de sus vaqueros, se volvió hacia la ventana. ―Que haga lo que le parezca. ―Uff, sé de uno que está hiperdeprimido ―comentó Varcan, palmeando la espalda de su hermano, dándole ánimos. Draven prefirió no insistir más, sabía que su hermano no estaba bien, así que le tocaría a él llevar las riendas, dado que fue el segundo guardián que reclutó la Diosa Astrid. ―Si Abdiel no está en condiciones de tomar el mando de lo que ocurre, lo haré yo. ¡No puedes marcharte! ―Draven… ―Sasha posó una de sus manos sobre su brazo―. Esto es importante para mi hermana. ―La protección de la humanidad lo es mucho más ―aseveró. ―Estoy con Draven ―expresó Elion. ―Lamento decirlo, porque siempre prefiero estar del lado de las mujeres guapas, pero en este caso, yo también creo que lo mejor es que permanezcamos juntos ―admitió el guardián de la cicatriz. ―¿Acaso ahora necesito vuestro permiso para salir de la ciudad? ―inquirió Jessica molesta―. ¿Vuelvo a ser vuestra cautiva o qué coño pasa? ―No eres nuestra cautiva ni mucho menos, pero en este momento sí que tenemos que estar de acuerdo todos en cómo actuar, por eso confío en que seas responsable y te quedes por tu propia voluntad ―le explicó Draven. Jess miró a su hermana, señalando al guardián celta con el pulgar. ―Te has casado con un tocapelotas, ¿lo sabías? Además de ser un ingenuo si cree que puede controlarme como a una marioneta. Sasha contuvo la risa, mientras que su esposo puso los ojos en blanco. ―Creo que puede ser importante para la profecía que averigüemos los orígenes de Jess ―intervino entonces Thorne posicionándose del lado de la policía. ―¿En qué puede servir? ―quiso saber Ella. ―No lo sé, solo me guio por una intuición ―respondió el vikingo. ―Una intuición ―suspiró Draven―. ¿Y merece la pena arriesgarnos por una simple intuición, bror? Max se plantó en medio de todos con los brazos en jarras. ―¿Por qué no dejáis que vaya al Vaticano de una vez? Está claro que no va a dar su brazo a torcer y mantendrá su atención en lo que quiere averiguar. Nosotros necesitamos que cuando llegue la hora de la batalla final, la elegida esté con sus sentidos puestos en ella. ―Un gran discurso, pecas, y muy sentido ―apuntó su pareja de vida tomándola por los hombros―. ¿Pero qué ocurrirá si llega el momento y Jessica no está aquí? ―Confío en el destino, él nos guio a todas nosotras hasta vosotros. Nos ayudó a cumplir nuestros cometidos y estoy segura de que pasará lo mismo con Jess ―repuso Max, convencida de sus palabras. ―Acabas de ponerme cachondo ―declaró Varcan besándola apasionadamente. ―Entonces, decidido ―dijo Jessica con una expresión sombría en el rostro―. Papaíto, prepárate. Voy a por ti. Roxie intentaba recabar el máximo de información posible para cuando volviera a contactar con Talisa, si es que se daba el caso. Por eso, estaba comprobando que una pequeña cornisa unía las ventanas de la habitación donde estaba encerrada y la del resto de las estancias. El problema es que siempre le había tenido fobia a las alturas, por lo que tendría que armarse de valor y enfrentar sus miedos. Respirando hondo, se sentó en el alfeizar de la ventana y miró hacia abajo. Un mareo le sobrevino, así que cerró los ojos con fuerza. ―Vamos, Roxie, tú puedes ―se dijo a sí misma para infundirse ánimos. Poniéndose en pie con lentitud y las piernas temblorosas, fue avanzando por la estrecha cornisa. Si se caía, ¿sobreviviría gracias a la marca de los guardianes? Rezaba porque así fuera, aunque, de todos modos, sospechaba que el golpe dolería de narices. Llegó hasta la primera ventana, que permanecía semiabierta, y, desde lejos, percibió la voz de Sherezade, que hablaba con un hombre. ―Queda poco para que el sol esté en su punto álgido y poder hacer el ritual ―decía la bruja persa. ―Yo ya he llamado a los brujos afines para que se reúnan con nosotros. ―Bien hecho, Chase ―le felicitó―. Pero los guardianes están tramando algo, puedo sentirlo. Roxie agudizó aún más el oído ante aquella mención. ―Por mucho que tramen, no tienen el poder suficiente para vencerte teniendo el tridente de Mammon. ―Siempre pensamos eso, y, después, se las apañan para desbaratar nuestros planes. ¡Cómo les odio! ―soltó con vehemencia―. De todos modos, tengo mucha fe en que los demonios que liberemos del infierno estén tan cabreados que se deshagan de ellos y nos los quiten de en medio. Aquel descubrimiento consiguió que el corazón de Roxie diera un vuelco. ¿Liberar a los demonios del infierno? ¿Pero qué locura pensaban hacer? ―Mi señora, llegan los demonios ―le informó una mujer entrando al salón. ―¿Otra vez? ―preguntó con hastío―. ¿Qué querrán ahora? Al escuchar que comenzaban a moverse, la joven deshizo sus pasos y regresó de nuevo a la habitación que se había convertido en su cárcel particular. Cogiendo un papel, escribió en él lo que acababa de descubrir, con la esperanza de poder darle ese mensaje a alguien. Se puso alerta cuando unos pasos se oyeron al otro lado de la puerta. Pegó su oreja en ella intuyendo que serían los demonios a los que hicieron mención segundos antes. ―¿Puedes oler eso? ―preguntó una voz masculina. ―Olor a guardián ―respondió otra voz de ultratumba, que le puso los pelos de punta. Con un movimiento rápido, la puerta se abrió, haciéndola caer de bruces contra un duro pecho masculino. Roxie alzó los ojos y se encontró con el atractivo rostro de Mauronte. Sonrió aliviada. ―Mauro, qué alegría verte ―afirmó aferrándose a su camiseta. ―¿Mauro? ―preguntó el demonio enarcando una de sus negras cejas. Algo en su expresión le dijo que no era él, su amigo jamás la miraba de ese modo. Se separó del demonio de golpe, observándole con desconfianza. ―Eres su hermano, ¿verdad? ―Vaya, parece que has oído hablar de mí ―sonrió de medio lado―. Sin embargo, yo no sé quién eres tú, y es extraño, porque conozco a todas las mujeres preciosas de la ciudad. ―Soy Roxie, la pareja de vida de Abdiel, el líder de los guardianes del sello. ―Humm, interesante. ¿Y qué haces aquí encerrada? ―Miró hacia dentro de la habitación con curiosidad. ―No creo que eso sea de tu incumbencia, Amaro ―respondió Sherezade llegando hasta ellos. ―¿Es tu nuevo juguete? ―bromeó el demonio. ―En realidad, soy su madre ―le explicó Roxie suplicándole con la mirada que la ayudara. ―¿Su madre? ―inquirió con el ceño fruncido. ―Es una larga historia y no quisiera aburrirte con mis problemas familiares ―repuso Sherezade con calma―. ¿A qué se debe tu visita? ―Pues venía con la clara intención de matarte ―reconoció Amaronte con despreocupación. ―Ya veo. ¿Y puedo saber por qué? ―preguntó mientras se cruzaba de brazos, sin un atisbo de temor en su tono de voz. ―Por mentirme acerca de Selene ―declaró entre dientes. ―¿Mentirte? ―Soltó una carcajada―. ¿De verdad has caído en las mentiras de Belial? No te creía tan estúpido. ―No juegues conmigo, bruja ―le dijo con tono amenazante. ―Te aseguro que no juego contigo, todo lo que te dije es cierto. ―Registramos el palacio de arriba abajo. Selene no estaba allí o la hubiéramos encontrado. ―Tu amada Selene está viva y Belial la tiene en su poder, no puedo saber exactamente dónde la retiene, eso es cosa tuya, Amaro. Hasta te dispensé un mapa para que te fuera más sencillo. ―Si me entero de que me engañas… ―No te engaño ―le interrumpió―. De todos modos, no puedo hacer nada más para que confíes en mí. Amaronte suspiró y se pasó la mano por su oscuro cabello, desordenándoselo. ―¿Qué opinas, Cyran? ―Démosle el beneficio de la duda hasta que estemos del todo seguros de que Belial no la esconde ―murmuró para que solo él pudiera oírle. ―De acuerdo, Sherezade, confiaré en tu palabra. ―Haces bien, amigo ―sonrió complacida. ―¿Y qué vas a hacer con tu madre? ―inquirió entonces volviendo su atención hacia la preciosa muchacha de ojos violetas que le miraba de manera suplicante. ―Nada que deba preocuparte. Sabía que aquella bruja era una sádica, así que eso de no preocuparse por lo que iba a hacerle era una utopía. No obstante, no era problema suyo, así que asintió dispuesto a marcharse. ―Esperad ―gritó Roxie abalanzándose sobre Amaronte―. ¡Tenéis que ayudarme! No podéis dejarme aquí. El demonio la tomó por los hombros y frunció el ceño al percibir como la joven metía algo en el bolsillo de su pantalón. ―Por favor, madre, no te humilles de este modo ―le pidió Sherezade con tono de cansancio. ―Quiero volver junto a mi esposo ―dijo separándose de Amaro y encarándola. ―Lo harás si llega el momento adecuado, pero te pido que no molestes a mis amigos y vuelvas dentro. Cyran dio un paso adelante dispuesto a interceder en favor de Roxie, pero su amigo lo detuvo de forma disimulada. ―Será mejor que nos marchemos para que podáis arreglar vuestras rencillas familiares ―repuso el demonio, que percibió la mirada esperanzada que la joven le dirigió. Cuando abandonaron el edificio de lujosos apartamentos, Cyran le tomó del brazo y lo volvió hacia él. ―¿Por qué hemos dejado a esa muchacha indefensa en manos de esa bruja desquiciada? ―Por esto. ―Sacó la nota de dentro de su bolsillo y se la mostró a su amigo―. Me metió esto en el bolsillo al abalanzarse sobre mí. ―¿Qué pone? ―Vamos a averiguarlo. Amaronte desdobló la nota. Sherezade pretende abrir las puertas del infierno y liberar a los demonios. Avisa a los guardianes. El demonio suspiró. No le extrañaba nada que Sherezade hiciera tal cosa, era típico de ella montar ese tipo de revolución. ―¿Qué opinas, Cyran? ¿Deberíamos ceder a la petición de la joven? ―Sabes que no tenemos otra opción, lo que esa bruja pretende es muy peligroso para el equilibrio del mundo. Por desgracia, era verdad. Además, nunca pudo resistirse a los deseos de una bella mujer. Capítulo 23 Jessica y Thorne llegaron al Vaticano y, sin más demora, se acercaron a una de las tumbas sobre la que Thorne colocó la mano para que se abriera. Cruzaron un largo y lúgubre pasadizo, hasta llegar a una entrada custodiada por dos demonios altos y guapos, que los miraron con mala cara. ―¿Te piensas que puedes andar paseándote por aquí cada vez que te dé la gana, guardián? ―le dijo Gorzal con ironía. ―Queremos ver a Belial ―aseveró Thorne con voz firme. ―Ni de coña. ¡Lárgate! ―espetó Paimon con brusquedad. ―No me moveré de aquí hasta que vea a vuestro rey, así que, o me dejáis pasar por las buenas o tendré que daros una jodida paliza, demonios ―los amenazó el vikingo dando un par de pasos hacia ellos. ―No hay por qué ser tan drásticos ―intervino Jessica. Temía que aquellos dos demonios pudieran hacer daño a Thorne, cuando la única que podía darle una paliza, si hiciera falta, era ella―. Estoy segura de que Belial querrá verme, así que solo tenéis que informarle y que él decida. Paimon miró a la joven de arriba abajo. ―¿Por qué iba a querer nuestro rey recibir a una insignificante humana como tú? Jess alzó una de sus comisuras en una sonrisa suficiente. ―Porque soy su hija. Los dos custodios abrieron los ojos sorprendidos. ―Nuestro rey solo tenía una hija y esa no eres tú ―declaró Gorzal. ―¿Estás seguro? Miró al otro demonio con dudas. ―Deja de inventarte estupideces, puta, y quítate de mi vista ―le soltó Paimon empujándola por el hombro. Thorne, al ver aquello, emitió un rugido furioso y se abalanzó sobre el custodio más alto, descargando sobre él toda la ira que en ese momento recorría su cuerpo. ¿Cómo se atrevía a tocar a su mujer de ese modo? ¡Iba a matarlo! Y había dicho bien, su mujer. Porque en aquel instante sentía que Jessica le pertenecía y nadie tenía derecho a despreciarla. El otro demonio agarró al vikingo por el cuello para sacarlo de encima de su amigo. Jessica se encaramó a su espalda y le clavó los dientes en la cara, haciéndole gritar. ―¡Maldita humana! ―exclamó tratando de quitársela de encima. ―¿Qué está pasando aquí? ―la atronadora voz de Belial hizo que la pelea se detuviera y que desviaran sus ojos hacia él. ―Majestad, el guardián y la humana pretendían entrar en la corte sin permiso ―le explicó Paimon. Los ojos del rey de los demonios se detuvieron sobre la joven, que aún permanecía encaramada a la espalda de Gorzal y que le retaba con la mirada. Jessica, por su parte, estudiaba al hombre que tenía enfrente. Era tremendamente atractivo y parecía muy joven, nunca se lo habría imaginado así. Si fuera un humano corriente, hasta podría pasar por su hermano, e incluso, un par de años menor que ella. Percibía la intensidad que se desprendía de su contacto visual y sintió cómo se le erizaba la piel. ―¿Puedes bajarte de encima de mi custodio? ―inquirió con calma, aproximándose más a ella―. Ya conozco al guardián, pero ¿quién eres tú? Haciendo lo que le pedía, se plantó ante él con el mentón alzado y una actitud retadora. ―¿No me reconoces, padre? Belial frunció el ceño. ―¿Qué patraña es esa, humana? ―Ella no miente ―aseveró el vikingo colocándose junto a la joven para mostrarle su apoyo. ―Yo solo tenía una hija, Selene, y lo sabes perfectamente, guardián. ―¿Solo una? ―ironizó Jess―. ¿Te suena de algo el orfanato St. Germain? La expresión del rey demonio pasó de incrédula a sorprendida. Parecía que su respiración se hubiera acelerado y sus mandíbulas palpitaron. ―Seguidme, es mejor que hablemos dentro ―les ofreció Belial―. Que nadie nos moleste ―les ordenó a sus custodios antes de entrar al palacio. Thorne y Jessica fueron tras él. La policía miraba todo a su alrededor con curiosidad. Pese a estar bajo tierra, nada allí olía a humedad, ni parecía lúgubre o tenebroso, como hubiera esperado de la guarida de un demonio. Belial abrió la puerta de una preciosa y opulenta sala, y se hizo a un lado para dejarles pasar, tras lo cual, entró él y cerró la puerta a sus espaldas. ―Así que eres mi hija ―fue lo primero que dijo cuando tomaron asiento. ―No sé. Dímelo tú ―repuso Jessica, irascible por la actitud pasiva que demostraba. ―¿Margaret os lo contó? ―indagó Belial. ―Ella no nos dijo nada, cumplió su palabra ―se apresuró a responder el vikingo. ―Somos lo suficientemente inteligentes como para haberlo descubierto por nuestra cuenta ―añadió Jess―. ¿Tu intención era que nunca averiguara la verdad? ―Lo cierto es que así es. ―Eres un desgraciado ―espetó con rabia. Belial se inclinó hacia delante y Thorne se tensó. ―No debes preocuparte, guardián, no voy a hacerle daño ―repuso al percibir su cambio de actitud―. Al fin y al cabo, es mi hija. ―Solo fuiste un donante de esperma, eso no te convierte en padre ―espetó Jess. ―¿Para qué has venido, Jessica? ¿Para echarme en cara haberte abandonado en un orfanato? ―Eso me importa una mierda porque he tenido los mejores padres que hubiera podido desear. ―Me alegra escucharlo, pero entonces, ¿qué es lo que quieres? ―Tengo preguntas y quiero que me las respondas. El rey de los demonios volvió a dejarse caer contra el respaldo del sillón. ―De acuerdo. Dispara ―accedió con calma. ―¿Quién es mi madre biológica? ―Eso no tiene importancia. ―¿¡Que no tiene importancia!? ―se alteró. ―No, no la tiene. ―Tengo derecho a saberlo, joder. ―Cuida tus modales, Jessica. ―No tienes el puto derecho de decirme lo que debo hacer o no. Belial suspiró y se presionó el puente de la nariz como si le hubiera entrado dolor de cabeza de repente. ―Mira, Jessica, comprendo que estés enfadada conmigo, no obstante, lo que debes entender es que si te dejamos en ese orfanato fue por tu bien. Nunca quisimos hacerte daño, pero sabíamos que con nosotros corrías peligro. ―¿Por qué corría peligro? ―le interrogó Thorne, incapaz de permanecer por más tiempo en silencio. ―Porque nunca debió nacer y su existencia en sí ya estaba prohibida. ―Sigo sin entenderlo ―repuso el vikingo confuso. ―Lo sé, y es mejor así ―asintió Belial―. Vuestra presencia aquí puede ponerla en riesgo, no deberíais haber venido. ―¿Qué clase de riesgo? ―inquirió Jess. ―De que te metan en un agujero oscuro del que no te saquen nunca o, peor aún, que terminen con tu corta vida. ―Necesito saber algo más, Belial ―insistió el vikingo―. ¿De quién debo protegerla? ―Verás, guardián… ―Su respuesta se interrumpió cuando una explosión hizo tambalear los cimientos de todo el palacio. ―¿¡Qué está ocurriendo!? ―exclamó Jessica poniéndose en guardia. Thorne la tomó por los hombros y la pegó a su costado dispuesto a resguardarla de lo que fuera que estuviera pasando. Como respuesta, aparecieron sus custodios. ―Tiene que marcharse, majestad, Mammon está aquí y viene acompañado de una horda de demonios ―le informó Paimon. ―¿Mammon? Creí que estaba muerto. ―Descubrimos hace poco que no era así ―dijo Thorne. ―¡Joder! ―maldijo entre dientes. ―Nosotros le contendremos. Ahora debéis poneros a salvo, excelencia ―le apremió Gorzal. Belial asintió y tomando a su hija de la mano, la arrastró tras él, que caminaba con paso apresurado. ―Venid conmigo, no podéis quedaros aquí. ―¿El rey demoníaco huyendo? Qué decepción ―comentó la policía para molestarle. ―Debo hacerlo por mis súbditos, Jessica. Mammon es un demonio muy poderoso y parte de mi ejército no se encuentra en palacio hoy. Si me dejara llevar por mis impulsos y le enfrentara, cabría la posibilidad de que me derrotara, y eso sería una catástrofe para mi pueblo ―le explicó entrando en la alcoba que él ocupaba, y aproximándose a un cuadro, posó la mano sobre él. Una estantería que tenían a su derecha se abrió revelándoles un oscuro pasadizo. ―¿Qué cojones…? ―murmuró Thorne acercándose a mirar el lúgubre corredor. ―Es una salida secreta a la que tan solo yo tengo acceso ―le explicó Belial introduciéndose en él, aún sin soltar la mano de su hija―. Lo que os voy a pedir ahora es que lo que veáis no trascienda fuera de aquí. ―¿Y qué vamos a ver? ―le interrogó Jess con los ojos entrecerrados. ―Algo que no me hubiera gustado que nadie descubriera ―suspiró sin dejar de avanzar. De repente, una voz femenina llegó hasta ellos. ―¿Papá, eres tú? ―Sí, Selene, soy yo. ―¿Selene? ―inquirió Thorne asombrado. Hacia cientos de años que la hija del rey de los demonios desapareció y todos la creían muerta. ―Confió en tu discreción al respecto, guardián ―repuso Belial con una mirada amenazante. Dentro de una celda decorada de manera lujosa y confortable, vieron a una preciosa mujer de cabello negro y rasgados ojos del mismo color. Era alta y su cuerpo esbelto, dotado con exuberantes curvas en los lugares indicados. ―¿Quiénes son ellos? ―preguntó la cautiva agarrándose a los barrotes de la celda. ―No tiene importancia ―contestó su padre abriendo las rejas―. Ahora debemos marcharnos. ―¿Por qué? ¿Qué ocurre, papá? ―Estamos en peligro. ―¿Es otra de tus hijas? ―se horrorizó Jess―. ¿A mí me abandonaste y a ella la tienes aquí secuestrada? ―¿Otra de tus hijas? ―se extrañó la demonio―. ¿Eso qué quiere decir? ―Nada ―se apresuró a responder Belial. ―Al parecer, somos hermanas ―le contradijo Jessica. ―¿Hermanas? No entiendo nada ―comentó Selene confundida. ―Ni falta que hace ―refunfuñó su padre, molesto con los descubrimientos que estaban haciendo sus hijas y que no le hubiera gustado revelar nunca. Se acercó a otra celda y abrió la puerta también, pese a que, a primera vista, no parecía haber nadie. ―¿Adam? ―inquirió Belial dando un paso dentro de la cámara con precaución. ―¿A quién busca? ―le preguntó Jessica a Thorne en un susurro. ―Ahora lo verás ―fue Selene quien respondió, cruzándose de brazos y sonriendo divertida. Jessica iba a hacerle más preguntas, cuando Belial salió volando por los aires. Un hombre de cabello rubio y muy corto se abalanzó sobre él, golpeándole con los puños como si se tratara de un luchador de la MMA. ―¿Quién cojones es ese? ―Adam ―respondió la demonio―. Un ángel. ―¿¡Un ángel!? ―exclamaron el vikingo y la policía al unísono. Belial le lanzó una llamarada haciéndolo caer hacia atrás. ―Déjate de gilipolleces, Adam. Estamos siendo atacados por Mammon, debemos huir ―dijo inmovilizándole al colocar su rodilla sobre el pecho del ángel y poniéndole unas esposas que desprendían destellos dorados. ―¿Mammon? ¿No estaba muerto? ―indagó el rubio poniéndose en pie de un salto, cuando se liberó de la presión que Belial estaba ejerciendo sobre su cuerpo. ―Eso pensaba yo también. Tirando del musculoso brazo del ángel, lo arrastró por el intrincado pasadizo. Los otros tres les siguieron, hasta que por fin llegaron al final y el rey demoníaco abrió una puerta oculta, emergiendo de nuevo al exterior. Selene miró a su alrededor, como si hiciera demasiado tiempo que no veía los rayos del sol, y seguramente, así fuera. ―No lo intentes, Selene ―le advirtió su padre, cogiéndola por la muñeca. ―No iba a intentar nada, papá ―le dijo la demonio bajando los ojos al suelo con sumisión. ―Marchaos y poneos a salvo ―les ordenó el rey a Thorne y a Jess―. No me gustaría que Mammon diera con vosotros. ―Necesitaré explicaciones de todo lo que acabo de descubrir, Belial ―le advirtió el vikingo. ―Y las tendrás, pero este no es el momento. El guardián asintió, aceptando aquella respuesta. Los ojos del demonio se desviaron entonces hacia Jessica. ―Cuídate, hija, y permanece cerca de los guardianes. Confío en que ellos puedan mantenerte a salvo. ―Desde luego, no será gracias a ti, que no te has dignado a darme ninguna respuesta ―soltó dolida. ―Solo te diré que, del bien y del mal, de la oscuridad y la luz, de los polos opuestos, en definitiva, emergen las mejores cosas. Capítulo 24 Jessica se sentía frustrada y furiosa. Conocer a su padre biológico había supuesto una decepción aún mayor que descubrir que era adoptada. No mostró nada de empatía por ella, ni tan siquiera un atisbo de tristeza o arrepentimiento por haberla abandonado. ¿Y qué era eso de que tenía una hermana? Una que, según le dijo Thorne, llevaba años desaparecida. ¿La habría mantenido Belial en aquella celda todo ese tiempo? ¿En qué clase de desequilibrado le convertía eso? ―¿Todo bien? ―le preguntó el guardián una vez entraron en la habitación del motel donde se detuvieron a descansar. ―Oh, claro, todo perfecto ―repuso sarcástica―. ¿Tú que crees? He conocido al tío que me engendró y es un puto psicópata que mantiene secuestrada a mi hermana, de la cual ni sabía su existencia. ―Belial no es un psicópata. ―¿Vas a defenderle? ―Le encaró furiosa―. ¿¡En serio vas a defenderle!? ―gritó empujándole. ―Tranquilízate, valquiria ―le pidió Thorne manteniendo la calma―. No estoy defendiéndole, solo digo lo que pienso. ―Y yo pienso que eres un gilipollas. ―Le empujó de nuevo. ―Hembra, me estás cabreando. ―Oh, ¿en serio? Qué miedo me das. ―No pretendo darte miedo. ―Es que no podrías aunque lo intentaras, capullo ―espetó retadora. ―Tienes ganas de pelea, ¿verdad, valquiria? ―Avanzó hacia ella con paso lento y amenazante, y la mirada clavada en sus ojos―. Quieres desahogar tu frustración conmigo. Pues bien, aquí me tienes. ―¡Que te den! Yo no me siento frustrada. Belial me importa una mierda. ―Puede que él te importe una mierda. De todos modos, eso no quita que te duela su indiferencia. ―No me duele nada ―negó con vehemencia. ―Eres una mentirosa. En cuanto escuchó aquella afirmación, Jess trató de golpearle, pero Thorne consiguió esquivarla, apoyarla contra la pared y retenerla con una sola mano por las muñecas, que colocó sobre su cabeza. ―¡Suéltame, capullo! ―vociferó forcejeando con su agarre. ―No voy a soltarte ―aseveró el vikingo―. Lo que voy a hacer es follarte para que te desfogues de un modo más placentero. La mano libre del guardián se posó en su cintura y fue bajando con suavidad hasta colarse entre sus piernas sin dejar de mirarla con fijeza. Le bajó la cremallera de los vaqueros y exploró con sus dedos dentro de la ropa interior de la joven, que ya estaba completamente húmeda. Preparada para él. ―Eres tan perfecta para mí, valquiria ―afirmó con la voz grave―. Siempre estás dispuesta para recibir mi polla. Jessica jadeó. ―No quiero tu polla, imbécil arrogante ―negó con cabezonería. ―¿Ah, no? ―inquirió sonriendo de medio lado―. Porque tu cuerpo no dice lo mismo ―afirmó metiendo un dedo en su interior. Jess dejó escapar un suave gemido y cerró los ojos por las sensaciones que las atenciones de Thorne le provocaban. ―¿Quieres que me detenga? ―preguntó sin dejar de mover su dedo dentro de ella con brío, mientras que con el pulgar le frotaba el clítoris―. Dilo y lo haré. Aunque ambos sabemos que tu coño anhela que mi polla esté dentro de él. Las caderas de la policía comenzaron a moverse adelante y atrás al ritmo de los movimientos del guardián. Sin embargo, este detuvo su mano y se quedó mirando a sus preciosos ojos, que se apreciaban nublados por el deseo. ―Dime qué quieres, valquiria. Jessica le miró con rabia. ―Eres un cerdo. ―¿Qué quieres? ―insistió sin hacer caso a sus insultos. La joven respiró hondo y tragándose su orgullo, dijo: ―Quiero que hagas que me corra. ―¿De qué modo? ―continuó indagando―. ¿Con mis dedos? ―Los movió en su interior―. ¿Con mi lengua? ―La pasó sobre los sensuales labios femeninos―. ¿O con mi polla? ―Presionó su erecto miembro contra sus caderas. ―Thorne… ―¿Qué es lo que deseas, valquiria? Dímelo y lo haré. Con sus ojos verdes grisáceos recorrió las facciones masculinas. Él también la deseaba, podía percibirlo con claridad. ―Deseo que me metas la polla y me folles hasta que me corra ―dijo al fin. El guardián sonrió ampliamente. Acto seguido, soltó las muñecas de la joven, que aún tenía retenidas, y tiró de sus pantalones dejando expuestas sus preciosas y torneadas piernas. Jess tampoco permaneció quieta. Con la misma ansia que demostraba él, comenzó a desnudarle. Cogió el duro miembro de Thorne y subió y bajó la mano en torno a él, dándole placer. ―¿Y qué es lo que tú deseas, vikingo? ―preguntó entonces sin detener sus movimientos, mientras iba depositando sensuales besos sobre su musculoso torso. ―Te deseo a ti, Jess. Desnuda, a cuatro patas y con tu precioso culo expuesto para mí ―declaró roncamente―. Quiero notar la humedad de tu coño impregnando mi polla y follarte hasta que cualquier recuerdo de amantes pasados se borre de tu mente. ―¿Qué más te dan a ti mis amantes pasados? ―inquirió con la boca seca y su sexo palpitante ante aquella confesión. ―No puedo soportar pensar en otro hombre tocándote, valquiria ―respondió cogiendo uno de sus pechos―. Ahora eres mía. Asaltó sus labios y Jessica respondió con un ardor igual al que él demostraba. Cuando sus bocas se separaron, se acercó con lentitud a la cama y sin dejar de mirarle de manera provocativa, se colocó en la posición que él describió segundos antes. Observando aquel tentador espectáculo, Thorne se pasó la lengua por los labios y se aproximó a ella. Le soltó una sonora palmada en su redondo trasero, para después acariciar la zona enrojecida con veneración. Sin más demora, colocó la punta de su polla contra el chorreante sexo de la joven. Podía ver como sus fluidos se escurrían por sus piernas, demostrando cuan excitada se sentía. De un fuerte empellón se enterró en su interior, haciéndola gritar su nombre. Se movió contra ella, follándola con cierta agresividad y asestando alguna que otra cachetada sobre sus nalgas. Jessica se sintió más excitada de lo que lo estuvo en toda su vida. Thorne la hacía arder de un modo que no sabía ni que pudiera ser posible. Alargando una de sus grandes manos, el hombre la posó sobre su vagina, friccionando con brío su clítoris, empujándola más y más al ansiado orgasmo. ―Quiero mirarte a los ojos ―le suplicó la joven. Saliendo de dentro de ella, la ayudó a tumbarse en la cama de espaldas, para después volver a meterse dentro de ella. Jess se agarró a sus hombros dejándose llevar por el placer que las profundas penetraciones del guardián causaban en ella. El cuerpo de la joven se puso rígido mientras el estallido de placer se desataba dentro de ella. Era como si su cuerpo estuviera en llamas. Thorne, por su parte, emitió un rugido antes de correrse dentro de ella. Sin ser consciente de sus actos, Jessica ladeó la cabeza, aún sintiendo los últimos coletazos de aquel arrasador orgasmo, y clavó los dientes en su antebrazo. El sabor metálico de la sangre sobre su lengua le resultó delicioso, a la vez que un acto íntimo y especial. ―¿Qué pollas acabas de hacer? ―inquirió separándose de ella y observando como la marca de sus dientes emitía destellos dorados. ―¿Qué? Yo… nada ―respondió confundida. ―¿Me has marcado? ―¿Cómo quieres que lo sepa? ―repuso molesta―. Se supone que eres tú el que entiende de esto. ―Si en mi puta vida he visto nada igual, ¿qué mierda voy a saber? ―rugió con brusquedad. ―Eres un gilipollas ―dijo Jessica entre dientes levantándose de la cama y comenzando a vestirse. ―¿Adónde coño vas? ―preguntó Thorne incorporándose también. ―A cualquier parte donde no tenga que ver tu maldita cara de capullo. ―¡No vas a salir de aquí! ―bramó plantándose delante de la puerta. ―¿Me estás dando una orden? ―se sorprendió. ―Puedes apostar todo lo que tengas a que sí. ―No soy un puto perro, ¿sabes? ―No, solo eres la hija del rey de los demonios, el cual me ha dicho que debo protegerte de un peligro que no tenemos ni puta idea de qué se trata. Así que sí ―enfatizó―, me vas a hacer caso y no vas a abandonar esta habitación, aunque tenga que atarte y amordazarte para ello. Jessica alzó el mentón, dispuesta a seguir discutiendo con él. Sin embargo, en el fondo, era consciente de que tenía razón, aunque no pensaba reconocerlo en voz alta. ―No necesito otro padre, ya tengo demasiados ―bufó disgustada, dándose media vuelta y metiéndose en el baño propinando un portazo. Unas horas después, estaban montados en el avión de camino a San Francisco. Ninguno de los dos consiguió dormir nada esa noche y tampoco se dirigieron la palabra hasta que Jessica dio el primer paso. ―¿Te duele aún el mordisco que te di anoche? Thorne desvió los ojos hacia la marca de dientes que aún se apreciaba en su antebrazo. ―No, no me duele. ―¿Y por qué no ha cicatrizado del todo? ―siguió indagando la joven. ―Será otro de tus dones misteriosos ―bufó. ―Pues menudos dones ―se quejó. ―Lo de revivir no está mal, ¿no crees? ―preguntó con una ceja alzada. ―¿Piensas que lo heredé de mi papá demonio o de mi desconocida mamá? ―ironizó. Thorne rio roncamente. ―Supongo que será una mezcla de ambos ―le respondió desviando su rostro para poder mirarla a los ojos. Una corriente eléctrica circulaba entre ellos, en especial, cuando la gran mano del guardián se posó sobre la mejilla de la joven. ―¿Y de quién heredaste la belleza, valquiria? Es la más jodidamente deslumbrante que haya visto jamás. Jessica sonrió y, girando levemente sus labios, besó su palma con ternura. ―Intuyo que de la misma persona que adquirí la mala leche ―bromeó. Las comisuras de los labios de Thorne se elevaron, justo antes de inclinarse sobre ella para besarla. No obstante, no pudo hacerlo porque un demonio trató de abalanzarse sobre Jessica. El guardián, gracias a sus agudizados sentidos, pudo desviar su ataque y le hizo estrellarse contra una de las paredes del avión. El caos se desató y los humanos, asustados, empezaron a gritar y a correr tratando de huir de la pelea. ―¿Qué cojones quieres, demonio? ―inquirió el vikingo, pudiendo percibir su olor y poniéndose en pie con las piernas separadas, dispuesto a matarle por haber tratado de hacerle daño a su mujer. ―No tiene nada que ver contigo, guardián. Mantente al margen ―le pidió el devorador de pecados con los ojos rojos―. Esto es entre esa zorra y yo. ―Señaló a la policía. Jessica, colocándose junto a Thorne, levantó el mentón y le enfrentó sin demostrar una pizca de miedo a pesar de tenerlo. ―¿Es a mí a quién quieres? Pues ven a buscarme, capullo ―le retó. El demonio gruñó y le enseñó los dientes. ―Voy a desgarrarte la garganta para que aprendas a no faltarme el respeto, princesita ―la amenazó y la llamó princesita, demostrando que sabía que era la hija biológica de su rey. Tras decir aquello, echó a correr hacia ella. Jess se preparó para recibir su envestida, pese a que esta no llegó. Thorne emitió un grito de guerra y empezó a pelear de un modo brutal contra el demonio. Ambos se golpeaban sin cesar, destrozando los asientos y cualquier cosa que se les cruzara en el camino. Los pasajeros comenzaron a ponerse aún más histéricos, por lo que Jessica, usando sus conocimientos como policía, intentó calmarlos, aunque sin dejar de mirar por el rabillo del ojo que aquel desgraciado no le hiciera daño a su vikingo. Ella podía darle una paliza, pero que no se le ocurriera a nadie más hacerlo, porque ahí es cuando se ponía en plan asesina y le entraban ganas de comenzar a despellejar. El guardián, por su parte, tenía arrinconado al demonio, que veía con claridad que iba a serle imposible vencer a aquella mole de puro músculo. ―¿Qué es lo que quieres de Jessica? ―le preguntó Thorne tomándolo por la camiseta e inmovilizándolo contra la pared del avión―. Contesta y te dejaré vivir. ―Ella no puede existir. El vikingo frunció el ceño. ―¿Qué quieres decir? ¿Es por ser hija de Belial? El demonio rio. ―No lo sabes, ¿verdad? ―¿Qué tendría que saber? ―Simplemente, que ella arruinará el equilibrio de todo ―respondió de forma misteriosa―. Es una bomba que puede estallar en cualquier momento, por eso, no voy a permitirlo. Tomando desprevenido al guardián, que cavilaba sobre sus palabras, le empujó haciéndole caer hacia atrás, y corriendo hacia la puerta del avión, la agarró con fuerza. ―¿Qué vas a hacer? ―inquirió Jessica temiéndose lo peor. ―Adiós, princesa ―le sonrió de forma sombría―. Envíale saludos a tu mami de mi parte. De un tirón arrancó la puerta del avión, y el cambio de presión que eso ejerció tiró de él hacia fuera, arrojándolo al vacío. Los humanos gritaban y trataban de agarrarse para no tener la misma suerte que el demonio. Thorne, echando mano de todas sus fuerzas, consiguió desanclar la puerta del lavabo y avanzando por el pasillo con ella, la puso contra la salida del avión. Aquello no detuvo que continuaran cayendo, pese a que sí consiguió que la fuerza de arrastre no fuera tan intensa. ―¡Vamos a estrellarnos! ―gritó Jess para que el vikingo pudiera oírla por encima del ruido ensordecedor que había a su alrededor. ―Lo sé ―respondió con la voz ronca por el esfuerzo que hacía para mantener la puerta en su lugar. ―¿Y qué podemos hacer? ―Fue tambaleándose hasta él. ―Puedes rezar para que revivas de nuevo cuando el avión se haga pedazos. ―No estoy preocupada por mí, sino por toda esta gente. ―Señaló a los histéricos pasajeros, entre los que se encontraban ancianos, jóvenes, niños… El guardián maldijo entre dientes. ―No puedo hacer nada por ellos, Jess ―se lamentó. La respiración de la policía comenzó a acelerarse. No podía permitir que aquellas personas inocentes murieran por su culpa. Cerró los ojos al sentir como su corazón latía tan acelerado que parecía que fuera a darle un paro cardíaco. Notó una energía desconocida recorrer su cuerpo y entonces estiró las manos con las palmas hacia arriba. De estas surgieron rayos dorados, del mismo color que sus ojos cuando los abrió. Thorne la miraba anonadado, estaba preciosa, con su pelo sacudiéndose en torno a aquella extraña energía. Era la pura imagen de la valquiria que siempre imaginó. La caída del avión pareció ralentizarse hasta que aterrizaron, con cierta brusquedad, pero sanos y salvos. El guardián soltó la puerta del baño y tomó a la joven por los hombros, haciéndola salir del trance donde parecía estar inmersa. ―¿Estamos todos bien? ―preguntó parpadeando varias veces. ―Gracias a ti, sí ―respondió mirándola de arriba abajo para asegurarse de que ella estuviera ilesa―. ¿Qué acabas de hacer? ―No tengo ni idea ―reconoció. ―¡Es un milagro! ―exclamó una anciana―. Esa muchacha de ahí ha hecho un milagro. Yo la vi. ―Yo también ―aseguró otro hombre, consiguiendo que todos los pasajeros empezaran a cuchichear sobre ella. ―Será mejor que nos vayamos ―murmuró Thorne tomándola de la mano y arrastrándola fuera del avión estrellado. ―¿Esto puede ser gracias a mi sangre demoníaca? ―quiso saber Jessica. ―Jamás he visto a un demonio hacer algo así. Continuaron alejándose con paso rápido, hasta que vieron como el demonio que los atacó trataba de encontrar un brazo que perdió durante la caída. No obstante, este se encontraba a los pies del guardián, que se agachó a cogerlo. ―¿Buscas esto? ―le preguntó con el brazo en la mano. El demonio se volvió a mirarlos con los ojos muy abiertos. ―¿Cómo habéis conseguido aterrizar? Es imposible. ―Nada es imposible, gilipollas ―enfatizó antes de golpearle con su propia extremidad. Después, se colocó tras él y le rompió el cuello―. Esto le hará dormir unas horas, por lo menos, hasta que envíen el jet a por nosotros. ―¿Te lo vas a llevar? ―inquirió Jess con una ceja enarcada. ―Por supuesto, y le sacaré lo que sabe a golpes, te lo aseguro. Capítulo 25 Llegaron a San Francisco junto al demonio, al que Thorne lo único que consiguió sonsacarle fue que se llamaba Vasili. Sin embargo, Mauronte lo conocía bien. A él, y al clan de demonios al que pertenecía. Además, era el mismo demonio al que Azazel vio junto a la taberna, al que le robó la nota del bolsillo y por la que descubrió que Mammon estaba de vuelta. ―¿Qué quiere Mammon de Jess? ―le preguntó Mauro, que seguía interrogando a Vasili (que colgaba del techo), junto a Thorne, Jessica y Maera. ―¡Que te jodan! ―espetó el cautivo con rabia. El vikingo, harto de sus continuas negativas a darles información, sacó el puñal que llevaba a la espalda, en la cinturilla de sus vaqueros, y sin previo aviso, se lo clavó en el ojo. El demonio soltó un alarido de dolor. Y aún fue más estridente cuando el guardián empezó a retorcerlo. ―¡Habla de una jodida vez si no quieres que te corte a pedazos! ―rugió con furia. ―Jamás diré nada, así que mátame y acaba con todo ―dijo Vasili entre dientes. ―Eso sería demasiado piadoso, demonio. ―Sacando la daga de su cavidad ocular, la clavó en su abdomen rajándoselo de arriba abajo y consiguiendo que sus tripas se fueran desparramando a sus pies. Jess, a pesar de haber visto muchas cosas a lo largo de su carrera policial, desvió la mirada del grotesco espectáculo que tenía frente a ella. ―Madre mía, guardián, estás dejando el suelo perdido ―comentó Maera con ligereza. ―Y más que lo va a estar cuando empiece a extraerle los órganos uno por uno ―sentenció entre dientes. ―No conocía esta vena sádica que tienes. ¡Me gusta! ―aseguró la sexi demonio sonriendo de par en par. ―Vasili, habla ―le rogó Mauro dándole ligeras palmaditas en la cara cuando vio que estaba a punto de perder el conocimiento―. No merece la pena alargar esta tortura. ―No podemos permitir que la elegida empuñe la espada divina ―murmuró justo antes de desvanecerse. ―¿Por qué? ―inquirió Thorne zarandeándole con violencia―. ¿¡Por qué cojones no puede empuñarla? ¡Contesta! ―Tranquilo, amigo, hasta que no recobre la consciencia, no podrás obtener más respuestas. ―Mauronte trató de apaciguarle posando una mano sobre su ancho hombro. ―¿Qué habrá querido decir con eso de que no pueden permitir que empuñe la espada divina? ―caviló la policía. ―Y otra cuestión importante ―apuntó Maera―. ¿En qué puede afectar a Mammon que eso ocurra? ―Por si no teníamos suficiente con la puta bruja persa tocando las pelotas, ahora encima también quiere jodernos ese maldito demonio desquiciado ―dijo Thorne entre dientes. ―No es nada bueno que Mammon la quiera muerta ―repuso Mauro, preocupado por lo que pudiera estar tramando su congénere. ―De maravilla ―ironizó Jessica cruzándose de brazos―. Soy el blanco de todos los locos paranormales que andan sueltos. ―No te preocupes, linda, entre todos te protegeremos ―afirmó la demonio. ―No te ofendas, pero no lo creo. Me parece que soy yo quien os tiene que salvar el culo a todos ―refutó Jess con una sonrisa dibujada en el rostro, haciendo reír a Maera. Le caía muy bien aquella mujer. Unos toques en la puerta hicieron que todos se volvieran. Azazel apareció ante ellos con el semblante serio. ―¿Pasa algo malo? ―inquirió Mauronte aproximándose a él. Az no perdía la sonrisa jamás, por eso, que pareciera tan circunspecto le preocupaba. ―Hay dos custodios de Belial en la puerta. Han venido a por Maera ―les informó. Todos los presentes clavaron sus ojos sobre la aludida, que respiró hondo y alzó el mentón. ―Parece que ha llegado la hora de enfrentarme a mí castigo ―comentó, andando con paso firme hacia la salida de la estancia. Mauro la tomó por el brazo, deteniéndola, y la abrazó con afecto. ―Convenceré a Belial para que te libere lo antes posible ―le juró su buen amigo. ―Le di mi palabra, así que cumpliré con el castigo que él crea conveniente. Además, estoy segura de que si eres tú quien le pide mi libertad, solo conseguirás que mi cautiverio se alargue —apuntó, teniendo en cuenta la animadversión que sentía Belial hacia su amigo. ―¿Por qué la reclama mi padre? ―preguntó Jessica a Thorne en un susurro. ―Le dio su palabra de ser su esclava si perdía el tridente ―respondió el guardián. Aquella información hizo que se enfureciera. ―¿Qué tipo de sádico es el hombre que me engendró? ¿Le gusta coleccionar rehenes o qué? No lo entiendo ―bufó con incredulidad. ―No podéis dejar que se la lleven ―suplicó Sasha irrumpiendo en la estancia con lágrimas en los ojos. ―No podemos impedírselo, conejita ―Draven, caminando tras ella, intentaba que lo entendiera. ―¡Me niego a que sea una esclava por mi culpa! ―exclamó entre sollozos. ―¿Por tu culpa? ―indagó Jess pasando un brazo por encima de sus hombros. ―Todo esto le está ocurriendo por intentar ayudarme ―le explicó su hermana acongojada. ―No quiero que te pongas así, linda ―le pidió Maera tomando el rostro de Sasha entre las manos―. Estaré bien. Solo es un cambio de aires. ―Con lentitud la besó con suavidad en los labios―. Volveremos a vernos. ―Tras guiñarle un ojo, se marchó en compañía de los custodios. Entonces, la joven artista rompió a llorar desconsolada. Draven la abrazó y mirando al demonio torturado (al que su esposa ni había visto con los nervios), se la llevó de allí para que no tuviera que pasar por el trance de presenciar tan grotesco espectáculo. Jessica fue tras ellos, preocupada por su hermana. Odiaba verla llorar y mucho más, sabiendo que el sufrimiento se lo estaba provocando el demonio que la engendró. ―Esto es una mierda ―maldijo Mauronte, haciendo añicos una silla que lanzó contra la pared. Maera era su amiga, casi como una hermana para él. Habían estado juntos a lo largo de los siglos, y pensar en la humillación que para ella supondría ser la esclava de Belial, le dolía. ―Va a estar bien ―le aseguró Az palmeando su espalda. ―Claro que no. ¿Cómo va a estar bien?, ¡joder! ―masculló entre dientes antes de abandonar la estancia seguido de su amigo. ―Menuda se está montando, ¿no? ―inquirió Varcan asomando la cabeza por la puerta y emitiendo un silbido de admiración al ver a Vasili con las tripas fuera―. Qué obra de arte has creado, bror. Eres casi como Jack el destripador 2.0. ―Las chicas están todas pensando en organizar una revuelta contra Belial ―explicó Elion llegando junto a ellos. ―¡Las jodidas cosas cada vez se complican más, maldita sea! ―siseó el vikingo con los dientes apretados. ―Seguro que todo acaba volviendo a su cauce ―dijo Elion intentando autoconvencerse de ello. ―Por cierto, bror, ¿a qué hueles? ―preguntó entonces Varcan olisqueando en torno al vikingo―. Es como si estuvieras marcado por un hada madrina. Hueles como a caramelo o algo así. Thorne suspiró. ―Puede que sea por esto. ―Les mostró la marca de dientes de Jessica. ―Pero qué coño… ―el highlander agarró su brazo y miró la marca con curiosidad―. ¿Te lo ha hecho tu mujer? ―Me lo ha hecho Jessica ―rectificó Thorne. ―Menuda fiera. Aunque no me extraña, siempre supe que lo sería ―repuso el guardián de la cicatriz con admiración. ―¿Tenéis alguna puta idea de cómo ha podido marcarme sin ser uno de nosotros? ―Yo nunca vi u oí nada parecido ―respondió Elion―. De todos modos, investigaré al respecto. ―Te lo agradezco, bror. ―No me lo puedo creer. ¿Qué más te ha hecho la poli buenorra? ¿Dónde está mi hermano el brutote? ―preguntó Varcan divertido―. ¿Te lo agradezco? ¿Acabas de decir eso? ―No me toques la polla que no estoy de humor ―refunfuñó el aludido. ―¡Ese es mi chico! ―vitoreó Varcan con su habitual sentido del humor—. Uff, ya pensaba que te perdíamos. En ese momento, Vasili gimió dolorido, dando muestras de que comenzaba a despertarse. ―Dejadme solo, que voy a seguir «interrogando» a nuestro invitado ―declaró Thorne cogiendo de nuevo la daga del suelo. ―Yo me quedo ―respondió el guardián de la cicatriz acomodándose en un sillón―. Estoy deseando ver cómo se la clavas y le arrancas unos cuantos gritos. Eso siempre me pone mucho, sea en el escenario que sea. Capítulo 26 Nikolai, Keyla y Talisa llegaron a San Francisco para que todos estuvieran juntos de cara a la batalla final. Fue en ese momento cuando Amaro apareció frente al bloque de apartamentos de su hermano y tomó a la ciega anciana por el brazo. ―Espera un segundo, que tengo un mensaje que darte. ―¿Qué es lo que quieres, Amaronte? ―inquirió Nikolai poniéndose en guardia. ―Nada de lo que debas preocuparte ―le aseguró, depositando el papelito que Roxie le dio en la mano de la vidente―. Solo he venido para daros esto. ―¿Qué es? ―preguntó Talisa. ―¿Por qué no lo miras tú misma? Ah, no, que no ves ni tres montados en un burro ―repuso tratando de mostrarse gracioso. La anciana no pareció inmutarse ante su pulla, simplemente sonrió y dijo con calma: ―En ocasiones lo agradezco, nunca me gustó mirar a imbéciles como tú a la cara, muchacho. Amaro le devolvió la sonrisa. ―Vaya, tienes muy malas pulgas, vieja. ―Y también buenos colmillos, así que no me tientes a soltarte un mordisco, graciosillo ―sentenció alargando la mano con la nota para que Nikolai la cogiera y pudiera leerla―. ¿Qué es lo que pone? El guardián se apresuró a leerla y soltó un bufido de frustración. ―Parece ser que nuestros problemas continúan aumentando ―comentó alzando sus ojos hacia el demonio―. ¿Quién te ha entregado esta nota? ―Una buena amiga vuestra. ―¿Roxie? ―inquirió Keyla. ―Chica lista ―la alabó el demonio, antes de darse media vuelta para alejarse. ―Si te la ha dado ella, ¿por qué no nos dices dónde está? ―intervino de nuevo Talisa. ―Verás, momia, eso es una cuestión que no tiene nada que ver conmigo ―repuso Amaro con descaro. ―Háblale con respeto, demonio ―le exigió Nikolai. ―No te preocupes, guapetón, hay hombres que no saben lo que es eso ―aseveró agarrándose al brazo del guardián para que la condujera al interior del edificio. ―¿Vas a decirnos qué pone en la nota? ―insistió la doctora. ―Dice que Sherezade pretende abrir una puerta al infierno, para que los demonios condenados queden libres. ―Por si no teníamos suficiente con los demonios que ya pululan por la tierra ―se lamentó Talisa. ―¿Roxie ha vuelto a contactar contigo? ―le preguntó Abdiel a la vidente con cierto tono de ansiedad, nada más traspasar la puerta del apartamento. ―Lo siento, guapetón, pero no ―respondió la anciana con pesar―. No obstante, acabamos de recibir un mensaje suyo. ―¿Un mensaje? ¿Cuál? ―Amaronte nos ha entregado una nota escrita por Roxie, en la que nos advierte que Sherezade planea abrir una grieta al infierno para liberar a los demonios condenados ―le explicó su hermano. El líder de los guardianes se pasó las manos por el pelo y comenzó a andar por la estancia, como si fuera un tigre enjaulado. ―¿Por qué tenía Amaronte ese mensaje? ―No quiso contárnoslo, ni tampoco donde está ella ―respondió la anciana. ―¡Joder! ―maldijo entre dientes—. Si llega a ocurrirle algo malo, Amaronte será hombre muerto. Talisa podía sentir la angustia que experimentaba. ―Podemos tratar de contactar con ella como hicimos la última vez ―sugirió―. Así nos aseguraríamos de que continúa sana y salva. ―Es peligroso, Talisa ―intercedió Keyla―. Ya te expliqué que el hechizo que debo usar es muy poderoso. ―La última vez no me ocurrió nada malo ―insistió. ―¿Es posible? ―preguntó Abdiel esperanzado. ―Posible es, pero… ―Si es posible, hagámoslo ―la interrumpió Talisa. Keyla desvió los ojos hacia su marido, quien se encogió de hombros, dándole la libertad para decidir qué quería hacer. ―Si te encuentras mal en algún momento… ―Te lo diré, no te preocupes ―la interrumpió nuevamente. La doctora suspiró y asintió. ―Necesito que estemos en un sitio tranquilo ―solicitó la joven bruja. ―Venid conmigo ―les pidió Abdiel, acompañándolos a un estudio que había en el apartamento que ocupaba―. ¿Aquí os parece bien? ―Sí, este lugar es perfecto. Gracias ―respondió Keyla ayudando a la vidente a sentarse en un cómodo sillón―. ¿Estás segura de esto? ―insistió una última vez. ―No te preocupes por mí, polluela, estaré bien. ―Más te vale. ―La doctora la abrazó antes de posicionarse frente a ella y colocar las manos contra sus sienes. Comenzó a murmurar el hechizo de vinculación que le sirvió la última vez. La consciencia de Talisa voló hasta conectar con la de Roxie. «Polluela, ¿estás ahí?». «Talisa, ¡qué alegría escucharte! Necesitaba conectar contigo». «¿Ocurre algo malo? ¿Tú estás bien?», preguntó la vidente preocupada. «Yo estoy bien, ese no es el problema. Lo que sucede es que ya sé que planea Sherezade y es algo inminente», respondió con cierta ansiedad en la voz. «Por eso no te preocupes, Amaronte nos acaba de hacer llegar tu mensaje». Talisa sentía una fuerte presión en su cabeza, que a cada instante se volvía más intensa. «Entonces, ya sabéis que sus planes son liberar a todos los demonios que arden en el infierno». La vidente, que cada vez se sentía más débil, usó las últimas fuerzas que le quedan para seguir preguntando. «¿Sabes cómo piensa conseguirlo?». «Lo único que sé es que lo hará a través de un ritual con el tridente de Mammon». La mujer sintió un fuerte mareo y se tambaleó hacia delante, perdiendo la conexión con Roxie. ―Talisa. ―Nikolai la tomó por los hombros para evitar que cayera al suelo. ―¿Estás bien? ―se preocupó Keyla, que puso dos dedos en su cuello para tomarle el pulso. ―Sí, sí…, no te preocupes ―mintió. En realidad, sentía que podía desvanecerse en cualquier momento. ―¿Has conseguido contactar con Roxanne? ―preguntó Abdiel impaciente. ―Sí, he hablado con ella ―respondió carraspeando para aclararse la voz―. Lo principal es que está bien, la he notado con fuerza. Me ha dicho cómo pretende abrir esa puerta al infierno. ―¿Y cómo lo hará? ―inquirió el líder de los guardianes con el ceño fruncido. ―A través de un ritual que puede hacer gracias al tridente. Los tres se miraron entre sí al recibir aquella información. ―Si finalmente lo consigue, se desatará el caos ―apuntó Nikolai. ―Va a lograrlo, guapetón, no tengo ninguna duda de ello ―dijo la vidente―. La cuestión es que sepáis contenerla. ―Debemos decirle al resto lo que hemos descubierto gracias a Roxanne ―terció Abdiel. ―Me parece bien ―asintió Talisa―. Hacedlo, yo me quedaré descansando unos segundos para recuperarme. ―Me quedo con ella ―se ofreció Keyla. ―No, muchacha, no hace falta ―declinó su ofrecimiento―. Solo necesito descanso y puede que debas estar presente para elaborar el plan de contraataque. Ahora mismo, eres la única bruja que tenemos cerca. La joven doctora la estudió con el ceño fruncido, antes de asentir y abandonar la estancia, no muy convencida de que la anciana fuera sincera en cuanto a su estado de salud. Y tenía razón, ya que en cuando se quedó sola, Talisa se dobló sobre sí misma con unas tremendas ganas de vomitar. No sabía si sería capaz de aguantar otro hechizo de aquellos, aunque lo volvería a hacer si con ello conseguía ayudar a sus amigos de algún modo. Ella ya era lo bastante vieja como para sacrificarse en su favor. Sintiéndose frágil, se puso en pie para ir a buscar un aseo donde poder vomitar, pero al salir al corredor, unos gemidos roncos llamaron su atención. Nada más entrar en otra de las estancias, un fuerte olor a sangre inundó sus fosas nasales. ―¿Hola? ¿Hay alguien? ―preguntó la vidente. ―¿Quién eres tú? ―inquirió una voz ronca que no reconoció, por lo que supuso que sería el demonio al que tenían cautivo, según le contó Nikolai durante el vuelo. ―Nadie que deba preocuparte ―contestó la anciana avanzando hacia él. ―Si has venido a seguir interrogándome, pierdes el tiempo. No voy a contaros nada, aunque me torturéis hasta la muerte ―repuso con rabia. ―Tranquilo, muchacho, no me hace falta que me cuentes nada ―le aseguró alargando una mano hasta posarla sobre su pegajoso torso desnudo. Imágenes de Vasili hablando con Mammon aparecieron en la mente de la vidente. Pudo ver como el peligroso demonio explicaba que consiguió liberarse de su prisión, gracias a engañar a Sasha en la gruta, donde la manipuló para que rompiera la caja de Selma, a la que estaba vinculado su cautiverio. También descubrió que tenía constancia del plan de Sherezade de liberar a los demonios del infierno, y pretendía usarlo a su favor, reclutándolos como parte de su ejército. Indagó aún más en los recuerdos de Vasili y alcanzó a ver que el lugar donde abrirían el portal al infierno era en el Golden Gate, ya que parecía tener una energía mística ideal para el ritual. Y, además, aquella noche sería el momento ideal para iniciarlo. Interrumpió el contacto con el demonio sintiéndose aún más mareada que antes. ―¿¡Qué me has hecho, vieja!? ―exclamó Vasili intentando liberarse por enésima vez. ―Solo conseguir la información que necesitaba. Sin escuchar ninguna de sus protestas, se encaminó al salón seguida de su inseparable amigo felino. Los guardianes, sus mujeres y los demonios que eran afines a ellos, discutían sobre el modo de afrontar que el infierno se abriera, cuando Talisa hizo acto de presencia. ―No creo que tengáis demasiado tiempo para planear nada. En un par de horas, en el Golden Gate, comenzará el principio del fin ―aquella afirmación consiguió captar la atención de todos. ―¿Cómo estás tan segura? ―indagó Abdiel acercándosele a tomarla del brazo para ayudarla a sentarse. Parecía muy pálida y temió que se desmayara si no lo hacía. ―Pude verlo en la mente del demonio que tenéis atado y cubierto de sangre ―confesó. ―¿Y cómo sabe Vasili de los planes de la bruja persa? ―inquirió Mauronte. ―Porque Mammon pretende usar a esos mismos demonios que se liberen para crear un ejército mucho más grande y letal ―le explicó la vidente. ―Parece que será una reunión multitudinaria ―ironizó Varcan. ―También he descubierto cómo consiguió liberarse Mammon. ¿Puede ser que hablaras con alguien misterioso en alguna gruta, Sasha? ―preguntó al aire, sin saber dónde se hallaba la artista exactamente. ―Emm… yo… sí ―contestó la joven con inseguridad. ―¿Qué? ¿Cuándo? ―quiso saber Draven extrañado―. No me dijiste nada. ―Fue la noche que escapé. La voz de aquel extraño me dijo que no podía decirle a nadie lo que hablamos, porque esa sabiduría solo podía llegar a mí, que soy la llave ―expuso Sasha―. Me explicó que los objetos que dibujaba no debía encontrarlos o usarlos, sino destruirlos. Por eso lo hice con la caja de Selma. ―Gracias a eso consiguió liberarse ―apuntó Talisa―. Su cautiverio estaba ligado a esa caja. ―Dios mío, todo es culpa mía ―se lamentó la artista―. Soy un desastre. ―No sabías lo que ocurriría ―la defendió Draven tomando su rostro entre las manos―. Solo querías ayudar. ―Si todo lo que ha dicho Talisa es cierto, no tenemos tiempo que perder ―intervino Jessica con decisión empuñando la espada divina―. Así que vayamos a patearles el culo a esos demonios y a la loca que los liberará. ―Todo eso está muy bien, Electi, pero antes debes tener una última batalla contra mi guardián vikingo en el templo sagrado ―habló la Diosa Astrid sobresaltándolos a todos, puesto que nadie la oyó llegar. ―¿Y a qué esperamos? ―enfatizó la policía con los ojos brillando con destellos dorados, como la valquiria que Thorne siempre vio en ella. Capítulo 27 Sasha llevó de nuevo a Thorne y a Jess al templo donde estuvieron entrenando hacía unos días. Helga los recibió con expresión preocupada. ―¿Ha ocurrido algo malo? ¿Qué hacéis de nuevo aquí? ―le preguntó a su amigo, mientras Jessica se vendaba las manos como lo hacía cada vez que iba a luchar. ―Aún no, pero está a punto de ocurrir ―le explicó Thorne tratando de mantener la calma―. ¿Tú estás bien? ¿Has recibido algún castigo por ayudarnos a volver a la tierra? ―No, nuestra Diosa entendió por qué lo hice. Su amigo asintió aliviado. Se preocupó pensando que cargaría con las consecuencias de ayudarles. Desviando su mirada hacia Jessica, que estaba haciendo unos estiramientos en el centro del campo de entrenamiento para calentar los músculos, no pudo evitar pensar en su valquiria luchando contra una horda de demonios vengativos y la bruja que los lideraría, y le pareció una imagen aterradora. ―¿Estáis aquí para refugiaros? ―continuó preguntando Helga. ―No. La Diosa insistió en que debíamos tener un último entrenamiento antes de la jodida batalla final. ―Te noto tenso ―apuntó cogiendo su mano―. ¿Estás preocupado por Electi? El guardián apretó los dientes y desvió la mirada. ―Estoy inquieto por lo que está por venir y por todas las personas que sufrirán por culpa de la ambición de la bruja persa, sus secuaces, Mammon, y la puta madre que los parió a todos. ¡Joder! ―Seguro que todo sale bien ―intentó calmarle acariciándole el brazo. Entonces se percató de la señal de dientes que marcaba su piel―. ¿Quién te ha hecho esto? Thorne frunció el ceño al percatarse de que no era la primera vez que veía algo similar. ―Has visto algo parecido alguna vez, ¿verdad? ―preguntó para asegurarse de que no le fallaba la intuición. Helga asintió. ―Es una marca divina. ―¿Marca divina? ―repitió. Era la primera vez que oía hablar de ella. ―Cuando los Dioses se emparejan, dejan sobre sus almas gemelas esta impronta para que, pase lo que pase, el resto de los seres celestiales sepan que ese ser pertenece a un Dios determinado. ―¿De qué coño estás hablando, Helga? ―no podía acabar de asimilar lo que escuchaba. ―¿Quién te la hizo, Thorne? ―insistió su amiga―. ¿Fue Electi? ―Fue Jess, sí ―asintió, volviendo sus ojos para ver como Jessica practicaba algunos mandobles. ―¿Sabes lo que eso significa? La respiración del vikingo comenzó a acelerarse a causa de la rabia que contenía a duras penas. ―Empiezo a comprenderlo todo ―aseveró alejándose a grandes zancadas. Entró al salón del templo con las piernas abiertas y los músculos en tensión, y comenzó a llamar a la Diosa a voz en grito. ―¿A qué viene tanto escándalo? ―inquirió la aludida materializándose ante él. ―Lo es, ¿verdad? ―No te entiendo… ―¡Claro que me entiendes, joder! ―rugió con las venas del cuello hinchadas. La hermosa mujer respiró hondo y alzó el mentón. ―Háblame con respeto, guardián. ―¿El mismo respeto que has tenido tú? ―inquirió sin bajar la voz―. Has jugado con nosotros. Jessica, alertada por los alaridos de Thorne, fue hacia el salón, sin embargo, al escuchar la pregunta que este le hacía a la Diosa, permaneció escondida para poder enterarse de qué hablaban. ―No ha sido una falta de respeto, solo hice lo que debía para salvar a los humanos de lo que estaba por venir. ―¿A los humanos o a tu hija? Escuchar al vikingo hacer aquella afirmación consiguió que el corazón de Jess diera un vuelco. ―Pensé que podría guardarlo en secreto. ¿Qué me delató? ―Helga reconoció esta marca. ―Le mostró su antebrazo. ―Electi te marcó ―comentó sonriendo. ―¿Cómo pudiste abandonarla? Los ojos de la Diosa se oscurecieron. ―No pude hacer otra cosa, si el resto de Dioses se enteraban de su existencia, la habrían matado ―le explicó con la mirada baja y el rostro en tensión. Parecía afectada de verdad―. ¿Una Diosa y el rey de los demonios teniendo descendencia? Eso es una aberración. ―Jess es maravillosa. No te permito que hables de ella de ese modo ―dijo Thorne entre dientes avanzando hacia la preciosa mujer con paso amenazante. La policía sintió un pellizco en el estómago al escuchar como el vikingo la defendía con tanta vehemencia. ―Lo sé, no hace falta que me mires como si quisieras matarme, mi guardián ―repuso la Diosa con una de sus perfectas cejas enarcadas―. Conozco perfectamente a mi hija, he seguido todos sus pasos y estoy muy orgullosa de la mujer que es. Aquella afirmación consiguió que Thorne se relajara. ―Necesito comprender mejor qué cojones pasa. Ahora mismo me encuentro perdido, sin saber cuál es el papel real que tenemos en esta puta profecía. ―En ese caso, será mejor que comience por el principio… Corría el año 1000 a.C. En aquella época, Astrid estaba cansada de vivir en el paraíso. Se le hacía aburrido observar a los humanos sin que ella pudiera hacer otra cosa que descansar, comer deliciosos manjares o retozar con otros Dioses o ángeles. En un acto de rebeldía, decidió bajar a la tierra, en concreto, a Egipto. Paseaba por uno de sus mercados, cubriendo su claro cabello con un pañuelo para no desentonar entre los aldeanos. Con interés, observaba todas las especias allí expuestas, cuando se chocó contra un musculoso cuerpo masculino. ―Lo siento, estaba distraído ―se disculpó el hombre en cuestión―. ¿Te encuentras bien, muchacha? Cuando los ojos grises de Astrid se clavaron en los negros del joven, ambos se quedaron embobados. Era como si hubieran caído en una especie de trance y solo existieran ellos dos. ―Debo irme ―dijo la Diosa dándose media vuelta y tratando de escapar entre el resto de personas que abarrotaban el mercado. ―Espera ―la llamaba el desconocido corriendo tras ella―. Dime tu nombre. La Diosa se detuvo y le miró por encima del hombro. ―¿Para qué quieres saberlo? ―Para recordar toda mi vida el nombre de la mujer más hermosa que haya visto jamás ―reconoció con una sonrisa ladeada dibujada en su atractivo rostro. Aquello consiguió que ella también sonriera y volviéndose hacia él, respondió: ―Mi nombre es Astrid. ―¿Astrid? Creo que es un nombre que te viene muy bien, ya que significa diosa de la belleza. La mujer entrecerró los ojos. ―¿Cómo lo sabes? ―Digamos que soy muy sabio. ―¿Siendo tan joven? Una de las cejas negras del hombre se enarcó. ―Soy muy leído ―fue su misteriosa respuesta. Eso hizo que Astrid prestara atención a los detalles y al característico olor que desprendía el desconocido, percatándose de que no se trataba de un humano, como creyó en un principio, sino de un demonio. ―Oh, ya veo… ―¿Qué es lo que ves, muchacha? La Diosa sonrió. ―Que no eres lo que pareces ―contestó con coquetería―. ¿Y qué hay de ti? ¿Vas a decirme tu nombre? ―Mi nombre es Belial. ―Belial ―repitió en un susurro. El lado de su mente que estaba conectada con todo el universo pudo ver que, en su templo, uno de sus semejantes la buscaba. ―Debo marcharme ―declaró intentando alejarse de él de nuevo. Belial la agarró por el brazo para retenerla y el pañuelo se escurrió de la cabeza de la mujer, mostrando su esplendorosa melena dorada. ―Impresionante ―susurró admirando su deslumbrante belleza. ―¿Qué es lo que quieres? Ya te he dicho mi nombre ―inquirió la Diosa, liberándose de su agarre. ―Quiero que me prometas que volveremos a vernos. ―¿Quieres volver a verme? ―En realidad, querría no perderte nunca más de vista ―le aseguró. La Diosa sabía que no debía entablar relación con nadie fuera del Paraíso, no obstante, quería conocer más a aquel demonio. ―Nos veremos aquí mañana a la misma hora. ―Ya anhelo que llegue ese momento ―declaró A partir de entonces, sus encuentros fueron diarios. Astrid disfrutaba conversando y riendo con ese demonio, que era el ser más interesante que hubiera conocido en todos sus años de existencia. Por su lado, Belial no podía estar más admirado de lo que lo estaba por aquella mujer, que no solo era hermosa por fuera, sino que, por dentro, aún era más maravillosa. ―Llegó la hora de marcharme ―dijo la Diosa como cada día. ―¿No podrías quedarte? ―¿Para qué quieres que me quede?, ya está anocheciendo ―repuso la mujer mirando como el sol se escondía por el horizonte. ―Porque te amo, Astrid. Su inesperada declaración de amor hizo que le mirase con los ojos muy abiertos. ―¿Qué estás diciendo, Belial? ―Lo que siente mi corazón ―respondió con la mirada fija en ella―. No puedo callarme por más tiempo que me he enamorado de ti. ―No me digas eso ―musitó poniéndose en pie para marcharse. ―¿Por qué no puedo decírtelo? Es la verdad, Astrid. Te amo ―afirmó irguiéndose también. ―No puedes amarme. ―¿Por qué no? ―Porque no ―sentenció. ―No puedes decirme eso sin darme una explicación. ―Lo nuestro es imposible, Belial. ―¿Acaso estás casada? ―preguntó con el ceño fruncido. ―No, claro que no. ―¿Prometida? ―No. ―Entonces, ¿cuál es el problema? ―No lo entenderías… El demonio la tomó por los hombros y la pegó a su cuerpo. ―Ponme a prueba ―le pidió. Tomando aire, la mujer se dispuso a confesar la verdad. ―No soy una humana. El rostro de Belial comenzó a demostrar desconfianza. ―¿Qué quieres decir? ―Sé lo que eres ―aseveró―. Sé que eres un demonio. ―¿Y qué eres tú? ―Una Diosa. Belial retiró las manos de los hombros de la preciosa mujer. ―¿Qué estás diciendo? ―Soy una Diosa, por eso mismo, nuestro amor es imposible. ―¿Qué hace una Diosa aquí? No lo entiendo ―inquirió confundido. ―El día que me conociste fue el primero que bajé a la Tierra ―comenzó a explicarle―. Tenía curiosidad por conocer las costumbres de los humanos y entonces, apareciste tú. Es por ti que he venido cada día hasta aquí. ―¿Qué es lo que sientes por mí, Astrid? La Diosa desvió la mirada. ―Eso no importa. Belial tomó su rostro entre las manos y lo giró de nuevo hacia él. ―Claro que importa ―la contradijo―. Para mí, es lo único significativo en este momento. ―Belial… ―¿Qué sientes por mí? ―insistió alzando la voz e interrumpiendo su protesta. Los ojos de la Diosa se llenaron de lágrimas. ―Te amo, aunque lo nuestro sea imposible. ―Nada es imposible cuando existe amor ―afirmó el demonio besándola con pasión. A partir de aquel momento, su relación pasó a otro nivel. Astrid pasaba en la Tierra todo el tiempo que le era posible. Se amaban y ambos se lo demostraban con sus cuerpos y con sus palabras. Una noche, estando abrazados en la cama de Belial, la Diosa percibió que algo no andaba bien. Se incorporó de repente y posó las manos sobre su vientre. ―Astrid, ¿qué te ocurre? ¿Te encuentras bien? ―preguntó su amado con preocupación. ―No, no lo estoy. ―¿Por qué? ¿Qué pasa? ―la ansiedad pudo percibirse en su voz. La Diosa se puso en pie y comenzó a ponerse su túnica. ―No creí que esto pudiera pasar. ―¿Qué es lo que pasa? Dímelo, me estás volviendo loco. Se detuvo frente a él con el rostro desencajado. ―Acabo de percibir otro corazón latiendo en mi interior. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Belial. ―¿Estás embarazada? ―Astrid asintió―. Eso es una buena noticia. ―No lo entiendes ―negó con la cabeza―. El resto de Dioses jamás permitirán que nazca un bebé engendrado entre una Diosa y un demonio, y mucho menos, su rey. ―Pues lucharemos por defender nuestro amor. ―No es cuestión de amor, Belial ―apuntó―. No permitirán que nuestro bebé viva. ―No dejaré que nadie le haga daño. ―Es imposible que consigamos protegerlo de todos los Dioses. ―Se pasó una mano por el pelo para retirárselo del rostro―. Siempre supimos que nuestro amor era imposible, pero no nos importaba arriesgar la vida por él. Sin embargo, no es lo mismo arriesgar la vida de nuestro bebé. ―¿Qué es lo que sugieres? ―Debemos separarnos. ―No, eso no puede ser ―negó con desesperación―. Te amo. ―Y yo te amo a ti. ―Con una lágrima corriendo por su mejilla, le besó en los labios―. Y por eso amaré a este bebé que se ha creado a raíz de nuestro amor. Belial se sentía desesperado. La idea de no poder besarla nunca más le rompía el corazón. ―¿Volveré a verte? ―le preguntó con la voz entrecortada por el nudo que se formó en su garganta. ―Nunca se sabe lo que el universo tenga destinado para nosotros ―respondió con una sonrisa triste. ―Siempre te amaré, Astrid. ―Siempre te amaré, Belial. A partir de entonces, Astrid trató de hacer su vida normal, pese a estar encerrada en el templo para que nadie viera que su tripa iba creciendo. Desde allí, miraba hacia la tierra para poder ver a Belial, que parecía muy abatido. De todos modos, su vida continuaba con relativa calma hasta que una de sus sirvientas le contó que los Dioses estaban preocupados por algo que había ocurrido. Las Nornas tejieron un cambio importante en el destino del universo. Una elegida estaba a punto de nacer, para hacer frente a una bruja que amenazaría la seguridad del equilibrio de la tierra. Astrid intuyó que se referían a su hija cuando hablaban de la elegida, por eso decidió que su nombre sería Electi. Con temor por lo que pudiera pasar, supo que cuando su bebé naciera, debía esconderlo. Así que, al llegar el momento, tuvo a su hija en la intimidad de su templo, tras lo cual, la puso a dormir en una especie de hibernación, con la esperanza de que el resto de Dioses olvidaran la predicción de las Nornas. Pasaron unos años y cuando Sherezade se alzó en contra de los humanos, la Diosa comprendió que era con ella con quien Electi lucharía, tal y como predijeron las Nornas. Solo que aún faltaban siglos para que se desatara la batalla final. Por eso, pensó en crear una profecía y a unos guerreros vinculados a sus almas gemelas, que pudieran respaldarla llegado el momento. No iba a permitir que su hija estuviera desprotegida y sola para enfrentarse a la batalla que tenía por delante. Y así fue como el tiempo fue corriendo, hasta que llegó el día en que la elegida debía nacer, por eso se puso en contacto a través de un mensajero con Belial. Ella fue incapaz de verlo de nuevo en persona, aún tenía roto el corazón desde su despedida, y tenerlo en frente solo removería el anhelo que consiguió enterrar en un rincón de su corazón. Le pidió que buscara a la mejor familia para ella. A unos padres adoptivos que pudieran cuidarla y darle el amor que su preciosa hija se merecía. Ocultarla entre los humanos, como una más de ellos, era el modo de mantenerla a salvo, y obligó al rey de los demonios a que le diera su palabra demoníaca de que no iría en su busca o tendría trato alguno con ella, pues eso solo la pondría en riesgo. ―Y el resto de la historia ya la conoces ―dijo la Diosa al terminar de explicarle todo. ―Jessica tiene derecho a saber la verdad ―declaró Thorne. ―Por eso no te preocupes, mi guardián. Ya la sabe ―afirmó volviendo la mirada hacia donde Jess se ocultaba. Capítulo 28 Jessica salió de su escondite y se quedó mirando a la Diosa a los ojos. Aquella preciosa mujer de cabello rubio y rasgados ojos grises, fue quien la engendró, y renunció a ella para protegerla. ―Si Thorne no hubiera descubierto la verdad, ¿me lo habrías dicho? ―quiso saber la joven. ―Sabía que en algún momento lo descubriríais. Era inevitable, sobre todo, después del modo en que resucitaste en aquella estación de servicio. ―¿Resucité gracias a tu sangre? La Diosa sonrió con ternura. ―Lo hiciste porque eres una semidiosa, mi amor. ―No me llames de ese modo ―le pidió, dolida con ella. Podía entender sus motivos para hacer lo que hizo, de todas maneras, aquello no evitaba que tuviera cierto sentimiento de abandono. ―¿Qué ocurrirá cuando el resto de Dioses descubran su existencia? ―indagó el guardián, al que lo único que le preocupaba en ese momento era la seguridad de Jess. ―Lo importante es que ese descubrimiento ocurrirá en el momento propicio, cuando mi hija esté arriesgando su vida para salvar el mundo ―respondió la Diosa―. El problema de mis iguales es que temen a lo desconocido, y a que pueda existir alguien en el universo más poderoso que ellos. Electi demostrará que es poderosa y también, que su poder pertenece al bando adecuado. ―Si es tan importante esta batalla, ¿por qué estamos aquí perdiendo el tiempo? ―inquirió Jess incómoda por las ganas de llorar que llevaba conteniendo desde hacía un buen rato. ―Es importante que tengas un último entrenamiento con mi guardián y que te dejes llevar por el poder que tienes dentro de ti ―le aconsejó, posando una de sus finas manos sobre el hombro de Jessica―. Libera la luz y la oscuridad que te hacen única. Echa abajo el muro que recubre tu corazón y que te impide ser libre. La joven frunció el ceño. ―¿Qué quieres decir? La Diosa se aproximó más a ella y poniendo sus labios junto al oído de su hija, susurró: ―Un amor lo inició todo y un amor conseguirá que termine. ―Le dio un suave beso en la mejilla y se desvaneció, dejándolos a solas. Jess le dio vueltas a las palabras de su madre biológica y desvió sus ojos hacia el vikingo que tenía en frente, que parecía preocupado por ella, a juzgar por el modo en que la miraba. ―¿Estás bien? ―le preguntó acercándosele más. La policía siguió observándole en silencio. Poniéndose de puntillas, le besó en los labios con suavidad. ―No quiero tener más miedo ―musitó contra la boca del guardián. Las enormes manos de Thorne enmarcaron el precioso rostro femenino. ―Es normal tener miedo cuando se aproxima la batalla, valquiria. Jessica negó con la cabeza. ―No es eso lo que me asusta. ―Entonces, ¿qué es lo que temes? ―Temo los sentimientos que has despertado dentro de mí ―reconoció con sinceridad―. Temo reconocer que te amo y sentirme vulnerable. Temo que no pueda llegar a descubrir hasta dónde nos llevará nuestro amor, porque el universo decida separarnos. Y, sobre todo, temo reconocer que te amo y descubrir que tú no me amas a mí. En el rostro del guardián apareció una increíble sonrisa. ―Joder, valquiria, claro que te amo ―afirmó a boca llena―. Estoy tan enamorado que no puedo dejar de pensar en ti ni un solo momento de cada jodido día. Eres mi puta droga y no quiero desengancharme. La besó de manera salvaje y apremiante, pegando el cuerpo de la joven contra el suyo. De un solo movimiento, la sentó sobre la mesa del salón, le quitó los vaqueros ajustados y el tanga, separó sus rodillas y se colocó entre ellas. Olía tan bien que sintió que solo con aspirar su aroma sería capaz de correrse como un quinceañero. Aún más, cuando tocó su sexo y este ya estaba húmedo. Sacando la polla de dentro de sus pantalones, la penetró y comenzó a mover las caderas sin descanso. Jessica lamió su oreja y le quitó la camiseta para acariciar su perfecto torso. El guardián la besó en los labios consiguiendo que el roce de su barba provocara un sutil cosquilleo en la joven. ―Valquiria ―jadeó sin detener sus embestidas. ―Vikingo ―dijo ella a su vez inclinándose hacia atrás. Thorne aprovechó para rasgarle la camiseta y el sujetador, liberando sus redondos pechos que tanto le fascinaban. Abriendo la boca, clavó sus colmillos en uno de los pezones rosados y, con ansia, bebió su dulce sangre. Aquello provocó que ambos alcanzaran el orgasmo y que Jess, invadida por la lujuria, le mordiera a su vez en el hombro, dejando sobre él la marca de los demonios, convirtiéndoles en divinos, demoníacos y guardianes del sello al mismo tiempo. Cuando se saciaron, ambos desclavaron los colmillos de sus cuerpos y unieron sus frentes, mientras esperaban a que sus respiraciones se acompasaran. Había sido un polvo rápido pero muy intenso. Unos leves golpes en la puerta de la casa hicieron que ambos se volvieran hacia allí. ―Tortolitos, ¿estáis visibles? ―preguntó Helga desde el otro lado de la puerta. Ambos sonrieron y se apresuraron a ponerse de nuevo la ropa. ―Puedes pasar ―la invitó Thorne cuando estuvieron visibles. La preciosa escudera abrió la puerta y los miró con los ojos brillantes de felicidad. ―Parece que por fin habéis decidido reconocer lo que todos ya sabíamos ―repuso alegre, dejando las prendas de ropa que llevaba entre las manos sobre la mesa del salón―. Nuestra Diosa quiere que te pongas esto ―le explicó a Jess. ―¿Qué es? ―la policía tomó entre las manos el corsé de cuero marrón. ―Es el traje que usan las valquirias cuando van a entrar en combate ―le explicó Helga. ―Al final vas a tener razón y voy a ser una valquiria, vikingo ―le dijo a Thorne con cierta guasa. ―Desde el momento que vi tu fuerza interior, lo supe. No me coge por sorpresa ―afirmó el guardián. Una vez ataviada con el uniforme de guerra de las valquirias, Jessica y Thorne se posicionaron en el centro del campo de entrenamiento, espada en mano. Helga y la Diosa Astrid les observaban con atención cuando las espadas de ambos guerreros comenzaron a entrechocar. ―No bajes la guardia ―le aconsejó el vikingo atacando al flanco que Jess solía dejar más desprotegido. La joven consiguió detener su ataque, pese a tener que retroceder varios pasos. ―¿Eso harás cuando pelees contra Sherezade? ¿Permitirle que te arrincone? ―la provocaba el guardián sin darle tregua―. Esa puta persa amenazó a tus padres, intentó matar a tu hermana y te matará a ti si le das la oportunidad. ¿Vas a consentirlo? Jessica fue notando como la furia se apoderaba de ella. ―¿Les darás la satisfacción a los Dioses, que impidieron que te criaras con tus padres biológicos, de que te maten sin demostrar de que pasta estás hecha? ―continuó diciendo Thorne sin dejar de entrechocar su espada contra la de la joven―. Eres la hija de una Diosa y del rey de los demonios. ¡Eres única, joder! Jess, emitiendo un grito de guerra, alzó la espada en alto. Su piel empezó a refulgir, desprendiendo destellos dorados, mientras que sus ojos se tornaban completamente rojos. Atacó con fiereza a Thorne, que trató de esquivar sus mandobles, pero el último lo propinó con tal fuerza, que acabó derribado y con la afilada hoja divina contra su cuello. Jessica, con la respiración entrecortada, soltó la espada, que cayó al suelo con un fuerte estruendo. ―Lo he hecho ―susurró sorprendida―. He logrado derribarte. El guardián se puso en pie de un salto y la miró sonriendo de oreja a oreja. ―Has estado magnífica, valquiria ―le aseguró orgulloso de ella. ―Era justo esto lo que quería ver ―terció la Diosa Astrid aproximándoseles―. Ya estás preparada para la lucha, Electi. Cuando llegue el momento, recuerda la sensación que acabas de experimentar y libérala. Ahora tienes el poder de los Dioses, el de los demonios y la protección que te otorga la marca de mi guardián. Puedes conseguir cualquier cosa que te propongas, hija, no permitas que nadie te haga creer lo contrario, ¿de acuerdo? Jess asintió. Era incapaz de decir una palabra a causa del nudo que atenazaba su garganta. ―Ojalá las cosas hubieran podido ser de otra manera ―continuó diciendo la Diosa con pesar―. De todos modos, no me arrepiento de lo que hice. He visto lo feliz que has sido durante toda tu vida y me has hecho sentir muy dichosa con cada uno de tus logros. Una lágrima resbaló por la mejilla de la joven y la Diosa la enjugó con sus nudillos. ―Aún no puedo perdonarte por haberme abandonado, sin embargo, entiendo tus motivos y no descarto que yo hiciera lo mismo por salvar la vida de alguien a quien quiero ―reconoció con honestidad. ―Yo te quiero, hija ―le dijo con la voz entrecortada―. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. Jess asintió. Aún no podía corresponderle del mismo modo, aunque intuía que su corazón sería capaz de albergar amor por aquella preciosa Diosa que, de manera sorprendente, era una mejor madre de lo que hubiera esperado cuando estuvo buscándola. ―¿Volveré a verte? ―No te quepa la menor duda ―le aseguró posando una mano sobre su mejilla―. Tienes mi bendición para librar la batalla final, de la que estoy segura que saldrás victoriosa. Capítulo 29 La Diosa los devolvió a la Tierra. Exactamente, al lugar donde iba a comenzar a librarse la batalla que decidiría que bando, si el del bien o del mal, se proclamaría campeón. Sherezade ya se encontraba allí, junto a Roxie, que parecía estar retenida por varios brujos y un ejército completo de Groms. ―Está sucediendo ―le dijo Jessica a Thorne por encima del ruido que hacía el fuerte viento que soplaba en torno a la bruja persa―. Aquí es donde todo se decidirá. ―Vas ha conseguirlo, lo sé ―aseguró el vikingo justo antes de besarla con pasión en los labios. ―Ya era hora de que llegarais, pensaba que nos tocaría pelear sin vosotros, parejita ―repuso Varcan, cogiéndolos por los hombros y metiéndose entre ellos―. ¿Cómo os ha ido por el paraíso? ―Haciendo muchos descubrimientos ―confesó Jess. ―¿Qué tipo de descubrimientos? ―indagó Draven situándose a su lado junto a Sasha, el resto de los guardianes y sus parejas. Incluso Talisa estaba allí acompañada por su inseparable gato. También venían con ellos Mauronte y Azazel, que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para detener a Sherezade y a Mammon. ―Lo más importante de todo es que ya sé quién es mi madre. ―¿Y quién es? ―preguntó su hermana con suma curiosidad. ―La Diosa Astrid. ―¡No me jodas! ―exclamó Varcan entre risas―. Has pasado de ser miss FBI a miss Diosa divina. ―¿La Diosa Astrid? ¿En serio? ―insistió Ella incapaz de creer lo que oía. ―Y tan en serio… ―suspiró Jessica. ―Así que eres una especie de semidiosa, ¿no? ―apuntó Elion. ―Semidiosa, semidemonio y medio guardiana después de que Thorne me marcara ―repuso encogiéndose de hombros. ―Si no os importa, quiero rescatar a mi mujer lo antes posible ―terció Abdiel con todos los músculos en tensión. Poder verla y comprobar que estaba bien le tranquilizaba, aunque también, le hacía sentir unas ganas tremendas de arrancarle la cabeza a la bruja milenaria que estaba junto a ella y que la apartó de su lado durante tantos días. ―Abdiel tiene razón, debemos detener a Sherezade antes de que sea demasiado tarde ―sentenció Nikolai, dispuesto a comenzar la batalla. ―Me quedaré aquí, con Talisa, preparada para sanaros si fuera preciso ―apuntó Keyla cogiéndose del brazo de la anciana vidente. ―Yo me quedaré protegiéndolas ―se ofreció Az. ―O tal vez seamos nosotras las que te protejamos a ti, guapetón ―terció la vidente, haciéndole reír. ―Hagamos papilla a esos demonios condenados ―proclamó Mauro sonriendo de medio lado. ―Yo trataré de retenerlos lo que pueda ―dijo Max, a la que ya se le estaban poniendo los ojos amarillos. ―¡Dejaos de tantas polladas y destrocemos a esos putos desgraciados! ―rugió Thorne antes de soltar un grito de guerra y correr hacia Sherezade y su ejército de brujos y Groms. El resto lo siguieron. Las aguas bajo el Golden Gate comenzaron a abrirse y una enorme grieta en la tierra fue creciendo, hasta que por ella comenzaron a emerger decenas de demonios con ansias de venganza por los años que pasaron ardiendo en el infierno. Max, liberando a la bestia que dormía en su interior, trató de que la brecha no se hiciera más grande, conteniendo a duras penas que más demonios traspasaran la mágica abertura. Sin que nadie se diera cuenta, Amaro y Cyran se ocultaban entre los coches que los humanos abandonaron cuando se dieron a la fuga aterrorizados. Habían seguido a Sherezade y sus esbirros para ser testigos de primera fila de aquella batalla. ―Está completamente loca. ¿Crees que podrán detenerla? ―inquirió Amaronte con el ceño fruncido. ―Sospecho que, si no hubiera conseguido liberar a los demonios condenados, les sería mucho más fácil. Y ha sido capaz de hacerlo gracias al pedazo de corazón que le diste, ¿eres consciente de ello? ―se quejó su amigo. ―No sabía que pretendiera liberar a todos los jodidos demonios que ardían en el infierno ―trató de defenderse. ―¿Y qué esperabas, Amaro? Esa bruja no podía tramar nada bueno. ―¿Tienes algo más que decirme, Cyran? ―Se volvió hacia él para enfrentarle―. Adelante, desahógate. ―Amaro, eres mi amigo…, mi hermano ―enfatizó mirándole directamente a los ojos―. Me uní a ti porque creía en la causa por la que luchabas. No era justo que tuviéramos que entregar nuestras vidas por humanos que habían cometido pecados de forma voluntaria. Sin embargo, otra cosa es ayudar a una maldita bruja a destruir el mundo, joder. ―Cyran… ―¡No! Ahora vas a escucharme ―le cortó alzando la voz, cosa que jamás hacía―. Te quiero y va a continuar siendo así, pero no voy a seguirte si para ello tengo que hacer daño a personas inocentes, ¿me entiendes? ―Amigo, no hablas mucho, sin embargo, cuando lo haces, es alto y claro. El demonio de los cuernos soltó un gruñido. ―Piensa en lo que acabo de decirte, Amaro, porque no volveré a repetirlo ―sentenció, antes de unirse a los guardianes y al resto de seres sobrenaturales que luchaban contra Sherezade y sus secuaces. Amaronte suspiró y se cruzó de brazos. No entraba en sus planes pelear codo a codo junto a su hermano. Antes se arrancaba la polla a bocados. ―No puedes hacer esto, es una locura ―le decía Roxie a su hija, horrorizada al ver como su esposo luchaba como un salvaje para llegar hasta ella. ―Puedo y lo estoy haciendo, madre ―repuso con satisfacción―. Es mi momento y ni tú ni nadie va a arruinármelo. ―¡Sherezade, suelta a mi mujer! ―gritó Abdiel, que cada vez estaba más cerca de ellas, a pesar de que tanto brujos como demonios trataban de detenerle. ―Si la quieres, guardián, ven a buscarla ―le retó la bruja milenaria. ―¿Por qué no la liberas a ella y te quedas conmigo? ―¡No! ―gritó Roxie. ―¿Para qué voy a querer hacer tal cosa? ―se burló la persa―. Tú no vales nada. ―¿Y qué es lo que quieres de mí? ―preguntó su madre. ―Quiero que repitas conmigo este hechizo, madre. ―Jamás haré tal cosa. ―Que te niegues a hacerlo traerá consecuencias ―le advirtió con una ceja enarcada. ―No voy a ayudarte a liberar a más demonios ―se reafirmó. Sherezade se encogió de hombros. ―Como quieras ―dijo como de pasada, antes de alzar el tridente que llevaba en la mano y apuntando a Talisa, le lanzó un rayo. ―¡No! ―gritó Roxie estirando una mano para detenerla. Por desgracia, no fue lo bastante rápida. Aquel rayo demoníaco impactó contra el pequeño cuerpo de la vidente, que cayó hacia atrás con sus ciegos ojos abiertos y sin vida. Keyla se arrodilló junto a la anciana y le tomó el pulso. El gato negro maullaba sobre el cuerpo inerte de la anciana, chocando su cabeza contra ella, como si le pidiera que despertase. Unos segundos después, la doctora se echó a llorar abrazada a Talisa, y Azazel, que permanecía junto a ellas, alzó el rostro compungido y negó con la cabeza, haciéndole saber que su buena amiga había muerto. ―¡Talisa! ―gritó Roxanne con las manos en el estómago doblándose en dos, presa de la pena que sentía―. ¿Por qué lo has hecho? ―No es culpa mía, tu decisión ha sido lo que le ha costado la vida, madre. ―No me puedo creer en qué te has convertido ―se lamentó. ―Voy a volver a preguntarlo. ¿Vas a ayudarme con el hechizo? ―Roxie apretó los labios negándose a responder―. ¿Quién será el próximo en caer? ¿Tu querida amiga Max? ―El tridente se dirigió hacia ella―. O mejor, ¿tu esposo? ―Señaló entonces a Abdiel. ―No puedes hacerlo ―le suplicó. ―En ese caso, dame la mano y repite el hechizo junto a mí. Con lágrimas corriendo por sus mejillas, se liberó del agarre de los brujos que la custodiaban y tomó la mano de Sherezade. ―Una sabia decisión, madre ―sonrió la persa antes de volver a repetir el hechizo junto a ella. La fuerza de ambas hizo que a Max le resultara mucho más difícil mantener la brecha cerrada, por lo que su carne comenzó a abrirse por diferentes lugares. ―No puedes retenerlos ―le dijo Varcan preocupado por ella y alejando a cualquiera que pretendiera atacarla―. Debes parar. ―¡No voy a hacerlo! ―negó con los dientes apretados―. Si todos consiguen liberarse, estaremos perdidos. La piel de su cuello volvió a abrirse, haciéndola gritar. Su esposo, angustiado, giró el rostro hacia Keyla. Fue entonces cuando se percató de que el pequeño cuerpo de la vidente estaba tirado sobre el suelo. Maldijo para sus adentros, no obstante, aquel no era el momento de lamentarse. ―Doctorcita bombón, ¡te necesitamos! ―chilló por encima del bullicio de la batalla. La preciosa rubia le miró con los ojos hinchados de tanto llorar, depositó un último beso sobre la frente de Talisa, se puso en pie y caminó hacia él. Azazel la acompañó hasta allí, evitando que nadie pudiera hacerla daño. ―¿Qué pasa? ―preguntó con la voz rota por el dolor. ―¿Talisa ha…? ―dejó la pregunta en el aire y Keyla asintió. Varcan suspiró y se pasó la mano por el corto pelo―. Max te necesita. Tratar de contener a los demonios la está hiriendo y temo que pueda incluso llegar a matarla. La joven doctora no se lo pensó dos veces y situándose junto a la pelirroja, alzó sus manos y comenzó a sanar cada herida nueva que aparecía en su cuerpo. Jess y Thorne, por su lado, habían conseguido llegar junto a Sherezade cuando el ejército de Groms se abalanzó sobre ellos. ―Son demasiados ―gritó la policía sin dejar de cortar cabezas con su reluciente espada. ―Por eso no te preocupes, yo me encargo ―aseveró Ella poniéndose a su lado y controlando a los Groms para que pudiera seguir avanzando. ―Menuda pasada ―repuso Jess con admiración, observando como aquellos engendros hacían todo lo que la preciosa rubia les pedía. Brunella sonrió y le dedicó un guiño de ojos. ―Adelante, elegida. Destroza a esa maldita bruja ―la animó. Jessica asintió antes de dirigirse a la persa. ―Sherezade, déjate de cánticos y enfréntate a mí ―gritó cuando estuvo a escasos metros de ella. ―¿Enfrentarme a ti? ―rio―. ¿Te crees que por ponerte un disfraz y empuñar una espada te convierte en una guerrera? ―No lo sé. ―Se encogió de hombros―. ¿Por qué no vienes a averiguarlo? ¿O es que tienes miedo? ―¿Miedo de ti? ―se burló―. No seas ridícula. Lo que ocurre es que no quiero perder mi tiempo en una lucha absurda de egos. No merece la pena. ―Haciendo un movimiento de cabeza, ordenó a sus brujos que fueran a por ella. ―Yo los entretengo, tú ve a por esa zorra ―dijo Thorne entre dientes abalanzándose contra los brujos. Jessica asintió y avanzó hacia Sherezade, pero por más que lo intentaba, brujos, demonios o algún Grom se interponían en su camino. ―No logrará llegar hasta ella con tantos obstáculos de por medio ―murmuró Sasha a unos pocos metros de su hermana. ―¿Qué has dicho? ―le preguntó Draven a su lado, sin dejar de matar a cualquier ser que se pusiera en su camino. ―Mi hermana ―le explicó―. No podrá enfrentarse a Sherezade si no la ayudo. ―¿En qué estás pensado? ―Confía en mí, sé lo que hago ―le aseguró antes de echarse a correr en dirección a Jessica. ―¡Sasha! ―la llamó su esposo, pero no se detuvo. Llegó hasta su hermana y la tomó de la mano. ―¿Qué haces aquí, Sash? Lárgate, van a herirte ―le ordenó Jessica. ―No, debes confiar en mí ―le pidió con la mirada suplicante. Aunque reticente, ya que tenía miedo de que le pudiera ocurrir algo malo, asintió. ―Gracias ―murmuró Sasha antes de echar a correr hacia la bruja con ella de la mano. Uno de los brujos trató de lanzarles un rayo, no obstante, Roxie se dio cuenta y lo interceptó con otro. ―¿Qué estás haciendo, madre? ―inquirió Sherezade. ―No voy a permitir que volváis a hacer daño a ninguno de mis amigos ―respondió cargada de rabia. ―Quiero que te estés quieta ―le ordenó agarrándola del brazo. Aquella distracción sirvió para que Sasha se tirase sobre ellas, y gracias a que perfeccionó el modo en que hacer servir su don, se las llevó de allí de manera inmediata. ―¡No! ―gritó Abdiel cuando vio desvanecerse a su esposa junto a las otras tres mujeres. ―¿Dónde coño han ido? ―inquirió Thorne tan desesperado como él. ―Sasha se las ha llevado lejos de aquí ―intuyó Draven sin dejar de pelear. ―Pues será mejor que eso sirva de algo, porque no creo que pueda contener a los demonios mucho más ―reconoció Max con una expresión de dolor contrayéndole el rostro. Capítulo 30 Cuando Sherezade desapareció junto a las dos hermanas y a la preciosa morena que era la esposa del líder de los guardianes, Amaronte pudo ver como la lucha se volvió aún más cruenta. Ninguno de los brujos, demonios o Groms seguía órdenes, por lo que el caos se desató en torno a ellos, haciendo que el improvisado campo de batalla se abriera aún más. Por suerte, algunos clanes de brujos que aún permanecían del lado de los guardianes, llegaron para unirse a ellos. Los demonios condenados lanzaron llamaradas de fuego para contener su avance. Una de aquellas llamaradas pasó muy cerca del cuerpo inerte de la anciana que vino junto a los guardianes, y que perdió la vida nada más comenzar la lucha. En un arrebato, Amaro salió de su escondite y apartando a quien se interponía en su camino, llegó hasta la vidente y al gato negro que no se separaba de su cuerpo ni un solo segundo. ―Has servido a una buena causa y te mereces un entierro digno, joder ―dijo para sí mismo antes de cargar su pequeño cuerpo en brazos y alejarla del peligro. Fue entonces cuando alcanzó a ver como Mammon, seguido de más demonios, también irrumpía en aquella multitudinaria «fiesta». ―Lo que faltaba ―murmuró Amaro abriendo la puerta trasera de uno de los coches y depositando con delicadeza el cuerpo de Talisa. El gato negro maulló y el demonio desvió sus negros ojos hacia él. ―¿Quieres pasar dentro con ella, amiguito? ―El felino respondió con un gorjeo amistoso―. Está bien, entra ―aceptó, apartándose de delante de la puerta. El gato saltó al asiento y se acurrucó de nuevo contra el costado de la anciana. ―¿Qué estás haciendo aquí, Mammon? Todos te creíamos convenientemente muerto ―oyó gritar a su hermano, que se plantó ante el poderoso demonio. ―Será idiota ―musitó Amaronte poniendo los ojos en blanco. Mammon era un demonio de nivel superior al de Mauro. Podría matarlo en un suspiro. ―¿Qué es lo que quieres, Mauronte? ¿Por qué te has unido al bando perdedor? ―le preguntó el peligroso demonio con una sonrisa siniestra dibujada en el rostro. ―Estoy del lado de lo que es justo ―le respondió. Mammon soltó una carcajada. ―¿Justo para quién? Porque lo justo para mí es gobernar esta mierda de planeta, ya que soy el ser más poderoso que camina sobre él. ―Todos los narcisistas os pensáis que sois la hostia, cuando en realidad no sois más que un pedazo de mierda con el ego mucho más grande que vuestros diminutos cerebros. Amaronte pudo ver como los ojos de Mammon pasaban del negro a un rojo brillante y sus manos se cerraba en dos puños, demostrando la rabia que causaron en él aquellas palabras. ―Acabas de cagarla, hermanito ―comentó Amaro poniendo las manos en sus caderas. ―Puede que yo sea un narcisista, y sin duda, tú eres un estúpido por atreverte a enfrentarte a mí ―decretó cargado de ira. Alzó las manos y de ellas surgió una potente llamarada, que Mauro interceptó con la suya. No obstante, Mammon era mucho más fuerte, por lo que fue comiendo terreno a las llamas de Mauronte. ―Voy a abrasarte y cuando estés retorciéndote en el suelo de dolor, te arrancaré tu chamuscado corazón del pecho para que no puedas volver a inhalar un solo aliento más ―se jactó cuando el fuego ya casi rozaba el cuerpo de Mauro. Sin embargo, Cyran, que apareció de la nada, se situó junto a su antiguo amigo y envió él también otra llamarada para que entre los dos pudieran pararlo. Mauronte le miró de soslayo, pese a guardar silencio. ―No, ¿qué coño estás haciendo, amigo? ―maldijo Amaronte desde la distancia al ver a Cyran en peligro. Mammon desvió una de sus manos y quemó el hombro del demonio de los cuernos, que apretó los dientes, pero no emitió ni un solo quejido. Amaro, bufando fastidiado, no tuvo otro remedio que meterse en el campo de batalla para unirse a ellos en contra de Mammon. Sabía que, de otro modo, su amigo y el indeseable de su hermano acabarían escaldados. Incluso tenía sus dudas de que los tres no terminaran ardiendo y aplastados por la ira del poderoso demonio. Sherezade se irguió confundida. ¿Dónde narices estaban? ―¿Qué has hecho? ―inquirió fulminando con la mirada a Sasha. ―Le he dado la oportunidad a mi hermana de tener una batalla justa ―respondió irguiendo el mentó. ―No debería estar aquí ―se quejó furiosa―. Mi lugar es junto a mis brujos en el campo de batalla. ―¿Y eso quién lo dice? ¿Tú? ―se burló la artista―. Siento decirte que no eres nadie. Solo un ser insignificante en este mundo, y dentro de unos años, nadie recordará tu nombre. Cargada de ira por sus palabras, alzó el tridente y lanzó un rayo hacia la joven. Por suerte, Jessica estaba alerta y con unos reflejos felinos interceptó su ataque con la hoja de la espada. ―¿No quieres enfrentarte a mí, pero atacas a mi hermana que está indefensa? ―soltó con desprecio―. Eso solo tiene un nombre y se llama cobardía. Sin más demora, corrió hacia ella con la espada en alto, que impactó contra el tridente cuando Sherezade detuvo su ataque con él. Roxie se fue junto a Sasha y, abrazándola, creó un escudo de protección en torno a ellas. Las otras dos mujeres siguieron con su lucha. Sherezade lanzaba rayos con el tridente o con su mano, que Jess tenía que esquivar entre mandoble y mandoble. ―¿Qué es lo que pretendes? ¿Vencerme? Una simple humana como tú ―rio la bruja persa lanzándole otro rayo a Jessica, que acabó impactando en su muslo izquierdo y la hizo tambalearse. Aquello la enfureció, así que cerró los ojos, concentrándose en esa energía para desatar su poder. ―Me parece que andas algo perdida, bruja ―repuso sintiendo como su cuerpo comenzaba a vibrar a causa de la fuerza divina y demoníaca que la recorría―. Yo no soy una humana. ―Abrió los ojos de golpe y estos lucían de un rojo intenso, mientras que su piel emitía destellos dorados―. Soy una semidiosa, heredera del trono demoníaco. Por no hablar del poder de los guardianes que me ha traspasado el amor de mi vida y con el que voy a patearte el culo. Sherezade compuso una expresión de sorpresa, en especial, cuando la energía de Jessica se trasladó a su espada, haciendo que su hoja brillara y se llenara de llamas. La lucha se tornó más cruenta. Ambas mujeres se retaban y atacaban. Eran rápidas y poderosas. Eran unas auténticas guerreras. Un fuerte golpe impactó contra el costado de Jessica, que siseó entre dientes cuando fue arrojada al suelo. Sherezade rio. ―¿Esta es la elegida? ―se burló―. Porque yo no veo más que a una perdedora. Le lanzó un rayo mucho más potente y aunque Jess logró repeler la gran mayoría de energía, algunos fragmentos de energía sí que impactaron contra su cuerpo. Sherezade, satisfecha, quiso aprovechar que la elegida continuaba en el suelo para rematarla. No obstante, empezaba a sentirse algo débil, como si el tridente estuviera absorbiendo su energía vital. De un salto y valiéndose de su debilidad, la policía pudo ponerse en pie. La bruja renacida intentó alcanzarla con el tridente, pero Jess le asestó una contundente patada en el estómago que consiguió dejarla sin aire. Aún sentía el dolor en su costado y su muslo, pero lo ignoró. Luchó como Thorne le enseñó. Era rápida, era certera y era mortal. Asediaba y arrinconaba a la bruja, que a cada instante parecía más lenta y torpe. Con una última estocada, Jess desarmó a Sherezade, haciendo que el tridente cayera a varios metros de ella. Con decisión, presionó su espada contra el cuello de la bruja, dispuesta a rebanarle la cabeza. ―¡No! ―escuchó gritar a Roxie―. No la mates ―le suplicó aproximándose a ellas con lentitud. ―Debo hacerlo, es mi misión en esta profecía ―respondió Jessica sin apartar sus ojos rojos de la bruja milenaria. ―Es mi hija ―sollozó―. Sherezade, por favor… ―Se acercó más a ella con el rostro surcado de lágrimas―. Debes parar. ¿Qué puedo hacer para que acabes con esto? ―Lo siento, madre, esto jamás terminará ―sentenció sacando una daga que llevaba oculta y enterrándola en el estómago de Jessica, que se tambaleó hacia atrás presa del dolor. ―¡No! ―gritó de nuevo Roxie al percatarse de lo que acababa de hacer. Jess, sin más miramientos, clavó la espada en el corazón de Sherezade y la hundió dentro de su cuerpo, hasta que su empuñadura, junto al corazón de la bruja, salió por su espalda. Cuando la desclavó de su cuerpo, este cayó hacia atrás con un gran agujero dentro de su pecho. Sin embargo, no impactó contra el suelo, pues Roxie se apresuró a sostenerla y con cuidado, la acompañó hasta que quedó tendida y con la cabeza sobre su regazo. ―Madre… ―gimió la persa expulsando su último aliento. ―Mi amor ―sollozó llorando sobre su cuerpo sin vida. Jessica sintió pena viendo el dolor de Roxie. Aunque aquella mujer fuera una sádica que quisiera destruir a la humanidad, no dejaba de ser su hija. ―¿Estás bien? ―le preguntó Sasha acercándose a abrazarla. La policía miró hacia la herida de su abdomen, que ya estaba casi curada. ―Sí, estoy bien. Tranquila ―le aseguró besando su coronilla. De repente, el cuerpo de Sherezade comenzó a desvanecerse de los brazos de Roxie. ―¿Qué está ocurriendo? ―Su cuerpo se desvanece cuando su alma es reclamada por los Dioses ―les explicó Helga, que hasta aquel momento se mantuvo al margen de todo lo sucedido. ―¿Qué harán los Dioses con su alma? ―quiso saber Roxie angustiada. ―Esa respuesta solo la tienen ellos ―contestó la guía de aquel templo. La joven morena, abatida, se miró las manos manchadas de la sangre de su hija. ―No he podido salvarla ―se lamentó entre lloros. ―Has hecho todo lo que podías por ella ―la consoló Sasha arrodillándose a abrazar a su amiga―. No quería redimirse, así que no estaba en tu mano protegerla. ―¿Sabrá que, a pesar de todo lo que ha hecho, la quiero? ―preguntó con cierta desesperación. Su amiga la besó en la mejilla, incapaz de contener sus propias lágrimas. ―Ella lo sabía ―le aseguró―. De hecho, su última palabra fue «madre». Eso demuestra que también te quería, pese a que su sed de venganza ennegreció su corazón. ―Creo que deberíamos volver a la tierra ―sugirió Jess preocupada por lo que pudiera estar pasando allí. ―Sí, es una buena idea ―corroboró Helga―. Es posible que allí necesiten vuestra presencia. ―De acuerdo ―repuso Sasha poniéndose en pie y ayudando a hacer lo mismo a Roxie―. En ese caso, no esperemos más. ―Tendió la mano hacia Jessica, que se apresuró a tomarla. Cerrando los ojos, la artista visualizó el Golden Gate, tras lo cual, pronunció sus mágicas palabras y, desvaneciéndose, aparecieron segundos después en el centro de la batalla. Las tres miraron a su alrededor, viendo como los demonios que salieron de la grieta que se formó en la puerta del infierno, eran arrastrados hacia allí de nuevo. ―¿Qué está pasando? ―inquirió Jess con el ceño fruncido. ―Intuyo que como el hechizo estaba vinculado a Sherezade, al… morir ―a Roxie le costó mucho pronunciar aquella palabra― queda invalidado y los demonios tienen que volver al lugar al que pertenecen. ―¡Por los Dioses, estás herida! ―exclamó Abdiel al ver su ropa cubierta de sangre. En cuanto las tres jóvenes aparecieron de nuevo, se abrió paso a través de sus enemigos para llegar hasta su mujer. ―No, tranquilo, no es mía ―le dijo para calmarlo―. Es de mi hija. Ella ha… ―se le quebró la voz y no pudo continuar hablando. ―Lo lamento mucho por ti ―aseveró su esposo abrazándola contra su pecho, sintiendo que su corazón volvía a latir de nuevo con normalidad al tenerla entre sus brazos. ―¿Qué habéis hecho? ―rugió Mammon, pillándoles desprevenidos al tomar a Sasha por detrás y colocando su mano contra su cuello. ―¡Suéltala ahora mismo! ―exigió Draven situándose ante él. ―Esta puta acaba de desbaratar mis planes ―dijo entre dientes―. Si no se hubiera llevado de aquí a la bruja persa, la elegida jamás la habría vencido, pese a que mi tridente la fuera debilitando, ya que yo soy el único que puede empuñarlo. ―¿Qué coño sabes tú de lo que habría ocurrido? ―espetó la policía alzando su espada―. No eres más que otro ególatra con ansias de poder. Mammon sonrió de medio lado y alzando su mano libre, hizo que el tridente volara hasta ella. ―Esto es lo único bueno que habéis hecho por mí. ―No puede ser, estaba en el templo ―negó Jessica. ―No sé de qué templo hablas, solo puedo decirte que cayó aquí unos segundos antes de que lo hicierais vosotras ―explicó apoyando las afiladas puntas contra el costado de Sasha, que gimió asustada―. Y lo primero que voy a hacer con él es ensartar a tu hermanita. ―¡No! ―Jess se abalanzó hacia delante, no obstante, Thorne fue más rápido y consiguió liberar a la artista desde atrás. El poderoso demonio le miró con inquina enterrando el tridente en el estómago del guardián. Jess, con aquella visión clavada en la mente, emitió un grito de guerra y liberando todo su poder se lanzó a atacarle. Mammon desclavó su arma del cuerpo del vikingo y le lanzó una llamarada a la joven, que la interceptó con su espada cubierta de fuego y luz. ―¿Pero qué cojones es esta mujer? ―inquirió Amaronte alucinado al verla brillar de aquel modo. ―Es única ―respondió Thorne sosteniéndose el estómago sangrante. Las heridas proferidas con armas demoníacas o divinas no se les curaban por sí solas, pese a ser inmortales―. Es la elegida. Jess se lanzó hacia el poderoso demonio con el corazón latiendo acelerado. Mammon le lanzó un rayo con su tridente, que ella logró esquivar antes de darle un golpe en la mandíbula con la empuñadura de su espada. El demonio aprovechó la cercanía para cogerla del pelo. ―No sé qué pretendes, elegida, pero no va a funcionar. Soy mucho más poderoso que tú. ―Eso ya lo veremos ―repuso con los ojos completamente rojos. Con su codo le pegó en la nariz haciendo que se tambalease. Mammon arrugó el gesto, furioso, prometiéndole sin palabras que iba a matarla del modo más doloroso posible. En un movimiento rápido, hizo impactar la parte baja de su tridente en el gemelo de Jess, a quien se le dobló la pierna, dándole la oportunidad de lanzar una bola de fuego que fue a parar a su brazo. Podía percibir el olor a chamuscado de su carne y, de fondo, los rugidos de Thorne le hicieron saber que no se mantendría demasiado tiempo al margen, pese a estar malherido. Cada vez más enfadada y dolorida, movió con rapidez la espada, tal y como entrenó en el templo, y rajó el pecho de Mammon, que soltó un quejido. Aquel corte no solo abrió su carne, sino que también le hizo sentir que se quemaba por dentro. ―¿Qué es esto? ―gritó golpeándose en la herida como si tratara de apagar unas llamas inexistentes. Aprovechando su descuido, Jessica giró sobre sí misma y consiguió alcanzarle en el cuello, que comenzó a sangrar profusamente. El demonio posó su mano allí tratando de detener la hemorragia, cosa que aprovechó la joven para meter la mano dentro de su pecho y agarrando su corazón con fuerza, le miró a los ojos. ―Di adiós para siempre, cabrón ―espetó antes de tirar con fuerza y, arrancando su corazón, lo arrojó al suelo con desprecio. Dejando el cuerpo sin vida del poderoso demonio en el suelo, se dirigió hacia Thorne, preocupada por él. Keyla ya estaba sanando su herida, cosa que agradeció enormemente. ―¿Está bien? ―le preguntó a la doctora. ―Sí, ya está perfecto ―le aseguró la rubia con una sonrisa tranquilizadora en su rostro. ―No debiste hacerlo, pudo haberte matado ―le reprochó Jess besando al vikingo en los labios. ―¿Y qué cojones debería haber hecho según tú? ¿Dejar que matara a tu hermana? ―inquirió con una ceja enarcada. ―Yo lo tenía todo bajo control ―le aseguró. ―Ya, por supuesto ―ironizó Thorne poniéndose en pie. Los pocos brujos aliados de Sherezade que aún quedaban por allí, salieron huyendo al verse en inferioridad de condiciones, al igual que los demonios que seguían a Mammon. Ver caer a su líder a manos de aquella mujer les atemorizó. ―No encuentro el cuerpo de Talisa ―les informó Elion―. Llevo un buen rato buscándolo y no hay rastro de él. Abdiel, viendo que la zona donde la vidente murió estaba devastada por el fuego que provocaron los demonios que salieron del infierno, suspiró. ―Es posible que haya sido calcinado ―se lamentó. ―No, yo lo puse a resguardo ―le dijo Amaronte señalando el coche donde la metió y que estaba un tanto alejado de allí. ―¿Tú la pusiste a resguardo? ―se extrañó su hermano―. No es algo típico de ti. ―No me conoces, hermanito, no sabes lo que es típico o no de mí ―aseveró con rabia contenida. Todos se aproximaron al vehículo que les señaló Amaro. Abdiel abrió la puerta trasera y tomó el cuerpo de la anciana entre sus brazos, junto a su inseparable gato. ―No me puedo creer que esté muerta ―se lamentó Keyla comenzando a llorar de nuevo. Habían compartido tantas horas juntas, que no podía creerse que ya no volvería a recibir sus sabios consejos. ―Ha sido una buena amiga ―aseguró Nikolai tomando a su esposa por los hombros. ―La mejor ―sollozó Roxie, que seguía llorando sin parar desde que su hija murió. ―Ya no queda ningún Grom ―les informó Ella llegando hasta allí con las manos llenas de sangre, por lo que todos supieron que ella misma se encargó de ellos. ―La grieta también se ha cerrado por completo ―comentó Max con una expresión de cansancio absoluto. Varcan, tomándola en brazos, le ofreció su yugular. ―Vamos, pecas, sírvete. Necesitas alimentarte después del sobreesfuerzo que acabas de hacer. Sin protestar, clavó los dientes en el cuello del guardián sintiéndose hambrienta. ―Creo que habéis hecho todas un trabajo excelente ―las felicitó Abdiel. ―Yo estoy jodidamente orgulloso de ti, valquiria ―le dijo Thorne mirando a Jess a los ojos para demostrarle que lo decía con total sinceridad. ―Nos has salvado a todos ―corroboró Sasha. ―No es cierto, sin todos y cada uno de nosotros, la batalla hubiera estado perdida. Cada uno hemos tenido un papel clave en esta profecía y, del mismo modo, en la batalla final ―apuntó Jessica convencida de sus palabras. ―No quiero ser aguafiestas, pero ¿dónde está el cuerpo de Mammon? ―preguntó Varcan percatándose de que el lugar donde antes estuvo tirado su supuesto cadáver estaba vacío. En ese instante, la Diosa Astrid hizo acto de presencia y miró a su hija con los ojos cargados de admiración, antes de decir: ―Eso ya no es asunto vuestro, mi guardián, pertenece a otra guerra en la cual no sois los protagonistas. ―Se giró hacia Mauronte y Amaronte―. Estad preparados, demonios, porque, aunque no os soportéis, es posible que tengáis que luchar codo con codo. Los dos se miraron con animadversión. ―No lo veo probable ―aseveró Amaro. ―Yo tampoco ―corroboró Mauro. La única respuesta de la Diosa fue sonreír, como si ella supiera mucho más de lo que expresaba. ―Quiero deciros a todos mis guardianes y a mis damas de la profecía, que habéis estado a la altura. Cuando todo esto se inició, no estaba segura de cómo podían salir las cosas, sin embargo, sí que confiaba en el buen hacer de todos vosotros. Sois valientes, entregados, leales y, sobre todo, poseéis grandes corazones guerreros. Vuestra lucha ha llegado a su fin y por eso, es el momento de que descanséis. ―¿Vamos a estirar la pata? ―ironizó Varcan. La Diosa puso los ojos en blanco. ―No, no vais a morir. ―Uff, qué descanso, pensé que ya no volveríamos a follar, pelirroja ―le dijo a su mujer dedicándole un guiño de ojos. ―¡Cállate! ―le pidió Max secándose un hilo de sangre que corría por la comisura de sus labios tras haberse alimentado de él. ―No obstante, sí que vais a abandonar la Tierra ―prosiguió diciendo la deidad, sin prestar atención a sus comentarios burlones―. Os trasladaréis al templo donde Electi y Thorne estuvieron entrenando. Allí podréis hacer vuestras vidas lejos de la maldad terrenal. Seréis felices y estaréis a salvo para siempre ―les aseguró. ―¿Y qué pasará con nuestros padres? ―quiso saber Sasha―. ¿Eso significa que no volveremos a verlos? ―Por supuesto que no ―negó la Diosa―. Eres la llave, preciosa. Podrás bajar a la tierra cada vez que quieras. Los seis guardianes y sus parejas de vida asintieron, aunque ninguno demostró la alegría y la efusividad que esperaba la mujer. ―¿Qué os ocurre? ¿No os parece bien mi idea? ―No es eso, mi señora ―respondió Abdiel―. Es solo que, a lo largo de esta guerra, hemos perdido a personas muy importantes para nosotros. Amigos fieles y leales que fueron quedándose por el camino. Nikolai recordó la masacre que sucedió con los brujos de los Fiordos. A la mente de Roxie acudió la imagen de Érika. Aunque al principio no se llevaron bien, terminaron por entenderse y su muerte fue muy injusta. También pensó en su padre, que dio la vida por salvar a Max. Keyla pensó en su hermana. Un sacrificio que su propio padre perpetró por aquella absurda idea de dominar el mundo. Max rememoró el rostro de Florian Lacroix, su sonrisa amistosa y el dolor que le causó que lo asesinaran. Elion sintió pena por su amiga Fiona, que se vio envuelta en aquella trama por su culpa. Jamás podría perdonárselo a sí mismo. Brunella revivió el momento en que Sherezade mostró la cabeza de Romina por televisión. Le entraban ganas de volver a matarla por lo que hizo, si eso fuera posible. Habían perdido a muchas personas por el camino, y para rematar, ahora también debían despedirse de Talisa. La Diosa Astrid, percibiendo la angustia que todos sentían, clavó sus ojos en la vidente fallecida. ―Comprendo vuestro dolor, y no puedo devolveros a todos los que perecieron en medio de esta guerra, aunque sí puedo hacer una excepción. ―Alargó la mano y la posó sobre el cuerpo de Talisa, que comenzó a refulgir. Todos los presentes miraban embelesados aquel espectáculo, en especial, cuando en los brazos de Abdiel, en lugar de estar la anciana que todos recordaban, apareció una preciosa y menuda joven de cabello oscuro y brillante. ―¿Qué ha pasado con Talisa? ―indagó Max. ―Talisa está aquí ―afirmó Abdiel sonriendo―. Es así como la conocí hace ya muchos años. ―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó la vidente con la voz ronca. Comenzó a parpadear y se sorprendió al percatarse de que ya no estaba ciega, podía ver―. Pero… ¿cómo? El líder de los guardianes la ayudó a poner los pies en el suelo. ―Habías muerto, Talisa, y la Diosa te revivió ―le explicó con calma. ―¿Por qué puedo ver? ¿Por qué no me duelen las rodillas ni la espalda? ―Bajó la vista hacia sus manos y abrió los ojos de par en par al percatarse de que estas ya no estaban arrugadas ni retorcidas. ―También te ha devuelto la juventud ―añadió Roxie, feliz por ella. Su inseparable gato negro maulló y, ágilmente, se encaramó a sus brazos. Él también se veía rejuvenecido. Sus dos ojos brillaban y su oreja ya no estaba retorcida. ―Qué bien te veo, amiguito ―se alegró la vidente. ―Vuestras almas están ligadas, así que en el momento en que te rejuvenecí a ti, pasó lo mismo con Oráculo ―le explicó la Diosa. ―¿Tienes permitido hacer esto? ―le preguntó Jess. ―La verdad es que no, pero aceptaré el castigo que quieran imponerme ―respondió encogiéndose de hombros. ―Humm, la verdad es que ha sido un cambio bastante interesante ―bromeó Amaro recorriendo con sus ojos negros el cuerpo de la renovada Talisa. ―Para el carro, demonio, que cuando decida disfrutar de nuevo de mi juventud, será con un hombre al que admire, no con uno como tú, que vendería a su madre si con ello sacara algún beneficio. Amaronte enarcó una ceja y se cruzó de brazos. ―Has perdido las arrugas, aunque sigues teniendo la misma lengua viperina que recordaba. Talisa se limitó a mirarle mal, pero no dijo nada más. ―Ha llegado el momento de despediros ―les sugirió la Diosa, interrumpiendo aquella disputa―. Puedes acompañarlos al templo, Talisa, si ese es tu deseo. Has sido esencial en esta batalla y te estoy muy agradecida por ello. ―¿A qué templo? ―Un templo divino en el que ya no existirán los conflictos ―le explicó―. El tiempo se detendrá para ti y continuarás siendo joven y bella toda la eternidad. La vidente miró a sus amigos con nostalgia y negó con la cabeza. ―Aunque la oferta suena tentadora, prefiero quedarme en la Tierra. Es el lugar al que pertenezco y donde mi don puede seguir ayudando a la gente. ―Es tu decisión ―asintió la deidad, dando un paso atrás para que todos pudieran despedirse de ella. También se despidieron de Mauronte y Azazel, incluso de Amaro y Cyran. Por último, la Diosa se aproximó a su hija. ―Los Dioses ya no volverán a ser una amenaza para ti ―le aseguró―. Han visto lo que vales, y saben que viniste a este mundo para hacer el bien, no para ser una amenaza. Jessica asintió y, por primera vez en su vida, abrazó a su madre, que se emocionó ante aquel gesto de sincero afecto. ―Espero que podamos seguir en contacto ―repuso Jess compungida. ―No voy a volver a perderte, hija ―aseveró cerrando los ojos y dejándose llevar por el sentimiento de amor que la invadía en aquel momento. ―Te quiero, mamá ―reconoció la joven con una lágrima corriendo por su mejilla―. Acabo de ser testigo de cómo el rencor puede hacer que una persona sea incapaz de ser feliz y apreciar lo que de verdad importa. Yo no quiero que eso me pase a mí, por eso, te perdono por haber tenido que abandonarme. Entiendo por qué lo hiciste y no quiero seguir enfadada por ello. ―Eres una mujer sabia, hija. ―Tomó su hermoso rostro entre las manos―. Yo también te quiero a ti, siempre lo he hecho. Epílogo Llevaban cerca de tres meses instalados en aquel templo y no podían ser más felices. Todo estaba en calma, hacían sus vidas sin pensar en los peligros que podía haber a su alrededor, porque se ganaron el privilegio de vivir tranquilos. Thorne y Jess se besaban abrazados en la cama, después de haber hecho el amor. ―¡Joder, valquiria! ―exclamó Thorne mordisqueando su carnoso labio inferior―. No me canso nunca de recorrer con mis manos tu jodidamente perfecto cuerpo. ―Siempre tan tierno y delicado, Thornie ―bromeó, enroscando sus piernas en torno a la cintura de su esposo. Porque sí, ya eran marido y mujer. Nada más llegar a aquel lugar divino, Thorne le pidió que hicieran el ritual para sellar su enlace para toda la eternidad. ―A ti no te gusta la delicadeza ―repuso el vikingo, soltándole una sonora palmada sobre el firme muslo―. Lo tuyo es la caña, por eso eres mi pareja perfecta. ―En eso tienes razón ―sonrió, y ambos se quedaron mirándose a los ojos. ―Eres preciosa ―le dijo mientras le acariciaba el rostro con suavidad. ―No te me ablandes, vikingo, que, como acabas de decir, a mí me gusta que seas rudo ―bromeó. Thorne soltó una carcajada. ―¿Eres feliz? ―le preguntó de sopetón, tomándola por sorpresa. ―¿Que si soy feliz? ―El guardián asintió―. Más de lo que nunca imaginé. Thorne la besó de nuevo, satisfecho con su respuesta. ―Creo que va siendo hora de que nos levantemos ―comentó Jess tratando de quitárselo de encima. ―No, es mejor que nos quedemos justo aquí todo el día. La joven rio y le empujó por el pecho, echándolo a un lado. ―No voy a ser tu esclava sexual por mucho que te empeñes, grandullón ―repuso divertida, mientras se metía en el baño para hacer sus necesidades y darse una ducha rápida. ―Eso que has dicho de la esclava sexual me ha parecido una gran idea ―comentó siguiéndola dentro de la ducha con una nueva erección irguiéndose hacia ella. ―Humm, ya veo lo buena idea que te ha parecido ―observó en tono seductor―. Quizá tengamos algo de tiempo antes de ir a desayunar. Una radiante sonrisa apareció en el rostro del vikingo. ―Una sabia decisión, hembra ―le dijo en tono ronco antes de meterse bajo el chorro del agua para devorar sus labios. Sasha estaba frente al templo, plasmando en su lienzo el precioso paisaje que tenía delante. Todo en aquel lugar era hermoso y único, una fuente de inspiración inagotable para ella. ―Sabía que te encontraría aquí ―le dijo su esposo abrazándola por la espalda y haciéndola sobresaltarse. ―Me has asustado ―le reprochó volviendo el rostro para poder besarle en los labios. ―Lo siento. ―Se sentó sobre el mullido suelo y la levantó en brazos para colocarla sobre su regazo―. Llevaba un rato observándote, pero estabas tan hermosa que no quería molestarte. ―Tú nunca me molestas ―le aseguró rodeándole el cuello con los brazos. ―Me encanta saberlo ―sonrió de medio lado. ―¿Qué hacéis, tortolitos? ―les preguntó Elion, que llegó hasta ellos con Ella cogida de la mano―. ¿Molestamos? ―Para nada, solo estaba pintando ―respondió la joven artista. ―No me extraña que pintes, jamás en toda mi vida, y eso que es muy larga, vi unos paisajes como estos ―comentó Ella, acercándose a la mesa que estaba en la terraza y cogiendo una uva de la gran cantidad de fruta fresca que Helga les trajo aquella mañana. Vieron llegar a Nikolai y a Keyla, ataviados con ropa deportiva tras haber ido a correr como hacían cada mañana en cuanto el sol despuntaba en el horizonte. ―Cada vez estás más en forma ―la alababa el guardián ruso―. En nada podrás tomarme la delantera. ―¿En nada? ―inquirió la doctora con guasa, enarcando una ceja―. No te gano porque no he querido dejarte mal, Nik. ―Oh, no lo dudo, preciosa ―apuntó tomándola por la cintura y alzándola en el aire para después dejarla resbalar por su cuerpo hasta apoderarse de sus suaves labios. ―¡Que te den! ―escucharon gritar a Max, que salía del templo con paso airado. ―Vamos, pecas, no te pongas así ―le pedía Varcan siguiéndola con una sonrisa canalla dibujada en sus labios. ―¿Que no me ponga así? ―inquirió volviéndose hacia él en jarras―. Llevaba más de media hora hablando contigo, expresándote mis sentimientos, y resulta que tú estabas entrenando mientras yo me desahogaba con tu doble. El guardián de la cicatriz rio, ganándose que los ojos de Max se volvieran amarillos. ―Tranquila, fiera, sabes que, si hablas con él, es como si lo hicieras conmigo. Forma parte de mí. ―Pero no eres tú ―protestó. ―No te veo quejarte cuando los dos te damos placer ―repuso enarcando una ceja. ―No entiendes nada ―espetó furiosa dándole la espalda y tratando de alejarse. Varcan la tomó por el brazo y la volvió hacia él, pegándola a su cuerpo. ―Tienes razón, pelirroja. Lo siento, no volveré a hacerlo, ¿de acuerdo? Max desvió los ojos, pero Varcan la tomó por la barbilla, volviéndole de nuevo el rostro hacia él. ―Dime, ¿qué puedo hacer para que me perdones? ―comentó mientras depositaba suaves besos por su cuello. La joven se encaramó sobre él y le besó con pasión, encendida por sus caricias. Eso era típico en ellos. Pelearse y reconciliarse, una montaña rusa de emociones. Entonces aparecieron Abdiel y Roxie. En los ojos de esta última aún podía verse reflejada la tristeza que sentía por la muerte de su hija. ―¿Thorne y Jess siguen en la cama? ―preguntó el líder de los guardianes tomando asiento en la mesa junto a su pareja de vida. ―¿Acaso no lo han estado cada mañana desde que llegamos aquí? ―inquirió Varcan acomodándose en la mesa también, sentando a Max sobre sus piernas. ―¿Solo por las mañanas? ―bromeó Draven. ―No seáis así, que el resto tampoco nos quedamos cortos ―les defendió Nikolai. ―¿Recuerdas que estamos hablando del mismo tío que nos reprochaba a todas horas que no sabíamos mantener la polla dentro de los pantalones? ―apuntó Elion sin dejar de sonreír. ―Están enamorados ―comentó Keyla. ―Como todos los demás ―enfatizó Ella agarrando a su esposo por la camisa para acercarlo más a ella y poder besarlo. ―Eso es cierto ―asintió Roxie justo antes de notar un mareo que la hizo tambalearse en la silla. ―¿Qué te ocurre? ―Abdiel se acercó a ella con el ceño fruncido―. ¿Estás bien? ¿Es una visión? La joven morena negó con la cabeza. ―No es ninguna visión ―negó llevándose las manos al vientre―. Es… es otra cosa… ―¿El qué? ¿Puedo ayudarte? Yo… ―Abdiel guardó silencio cuando escuchó unos fuerte latidos provenientes de dentro de su esposa. Sus ojos de desviaron a la zona donde reposaban las manos de Roxie―. ¿Puedes oírlo? Ella le miró con los ojos cargados de lágrimas y asintió. En ese momento, sí que la asaltó una visión. Pudo ver una versión infantil de la Sherezade del pasado, pero esta vez, mucho más alegre y sonriente. Más niños correteaban junto a ella en torno al templo divino que ahora era su hogar. Por los rizos pelirrojos de una de las pequeñas, supo que era la hija de Max. Al resto no fue capaz de identificarlos, pese a que sabía que todos se trataban de los hijos del resto de los guardianes y sus mujeres. ―Mami ―dijo la pequeña morena tomándola de la mano. Emocionada, se arrodilló frente a ella y la abrazó con fuerza contra su pecho. ―Las circunstancias de la vida pueden hacer que el corazón más puro se transforme en el más oscuro ―le dijo la Diosa Astrid colocándose a su lado―. Ahora tenéis la oportunidad de empezar de nuevo. De ser felices. ―¿Cómo es esto posible? ―le preguntó sin soltar a su pequeña―. Se suponía que los guardianes no podían tener hijos. ―Cuando la profecía llegó a su fin, pensé que podía dejaros decidir por vuestra propia voluntad ―le explicó la Diosa―. Solo si lo deseáis realmente, sucederá el milagro, como os ha ocurrido a Abdiel y a ti. ―Gracias por devolvérmela ―expresó con una lágrima corriendo por su mejilla. ―Sé lo que es perder a una hija, mi querida Roxanne. No tenía otra opción. ―Tras sonreír, desapareció, y Roxie volvió a la realidad. ―Roxanne, dime algo ―le pedía Abdiel zarandeándola con suavidad. ―La he visto. ―¿Qué has visto? ―indagó mirándola con preocupación. ―A nuestra hija. ―Nuestra hija ―repitió sin poder acabar de creérselo. ―Es ella, Abdiel ―le dijo con cierto temor de que pudiera rechazarla―. Es Sherezade. ―No me jodas ―murmuró Varcan poniendo los ojos en blanco―. Otra vez no. ―No es la misma que fue, he podido verlo ―se apresuró a explicar―. Me han dado la oportunidad de hacerlo mejor con ella, de darle el amor y la seguridad que no me permitieron en el pasado. Podemos hacerlo juntos, si tú quieres. Abdiel, percibiendo su inseguridad, tomó el rostro de su mujer entre las manos y sonrió. ―Ella es parte de ti…, de nosotros. La voy a querer y a cuidar del mismo modo en que intento hacer contigo. Seremos una familia. Roxie, emocionada, le abrazó con fuerza. ―Parece que tendremos que acostumbrarnos a tener a una niña correteando por aquí ―apuntó Max, feliz por su amiga. ―Y no será la única ―le aseguró la morena―. He podido ver también a vuestros hijos. ―Es imposible ―negó Nikolai―. Nosotros no podemos engendrar. ―Eso ya forma parte del pasado ―afirmó Roxie―. A partir de ahora, cuando estéis preparados y queráis ser padres, simplemente ocurrirá. ―Uff, ¡qué alivio! ―exclamó Varcan secándose el supuesto sudor de la frente―. Eso nos descarta, pecas. ―Y tanto ―aseveró Max como si acabaran de sortear una bala. Roxie prefirió no decirles nada más. Ya irían descubriendo que, en un par de años, su forma de pensar sobre los hijos cambiaría por completo, a juzgar por su visión. Las risas de Thorne y Jess hicieron que todos se volvieran hacia ellos. El guardián tenía el brazo sobre los hombros de su mujer y parecía que en sus facciones duras se había instalado una eterna sonrisa. Al percatarse de que todos los miraban con intensidad, el vikingo enarcó una ceja. ―¿Nos hemos perdido algo? ―preguntó con curiosidad. ―Baah, nada importante, bror ―respondió Varcan acercándose a él―. Solo que nuestra pequeña culo sexi, va a ser madre. ―Pero… ¿cómo? ―Será mejor que os sentéis para que podamos explicároslo todo ―sugirió Roxie sonriendo. Thorne hizo lo que le pedía y Jessica se quedó mirándolo. En realidad, miró a todos los presentes. Hacía solo unos meses estaba hundida. Se regocijaba en su propio sentimiento de autocompasión, que le provocaba ataques de ira. No se hablaba con su hermana y apenas podía ir a ver a sus padres por la culpa que sentía, y temiendo que le reprocharan la situación que había entre ellas. Estuvo perdida y completamente sola. Sin embargo, ahora tenía una familia. Todos aquellos hombres y mujeres que estaban junto a ella eran sus hermanos y hermanas. Y, además, su alma estaba enlazada a la de un hombre leal, al que admiraba y amaba por encima de todo. Era feliz. En realidad, era muy feliz y pensaba exprimir aquella felicidad el tiempo que durara, que esperaba que fuera para toda la eternidad. FIN Books By This Author MARIMONIO POR CONTRATO
Valentina de la Rosa acaba de cumplir treinta años, pero sigue
viviendo como cuando tenía veinte. Sin responsabilidades, de fiesta en fiesta, tan solo preocupada por el modelito que lucir y ser la reina de todos los bailes. Sus padres, hartos de su vida de excesos y derroche, le dan un ultimátum, o se busca un trabajo para costearse sus gastos o se casa durante un plazo mínimo año, tras lo cual le legarán una gran cantidad de dinero. Eso la llevará a estar casada por error con Ángel, un hombre que ha renunciado a la fortuna de su padre, por seguir su sueño de ser fotógrafo. No pueden ser más diferentes. Ella, una pija de manual y él, un macarra que vive como puede. ¿Serán capaces de no matarse durante el tiempo que dure su matrimonio por contrato?
ENAMORADA
Las hermanas Chandler llevaban varios años presentándose en
sociedad sin ningún éxito, ya que los posibles pretendientes las rehuían, pues la familia Chandler era un tanto peculiar. Un día, en una de las pomposas fiestas a las que su madre las obligaba a asistir, Grace se vio atrapada en una de las típicas fechorías de su hermana gemela y, quedó envuelta en un sinfín de mentiras, con una de los solteros más codiciados de todo Londres. James Sanders, duque de Riverwood, era un hombre serio, atractivo y con una vida bien organizada. Podría tener a la mujer que quisiera y siempre obtenía lo que pedía. Hasta que una joven descarada y testaruda volvió su mundo patas arriba, sin que apenas pudiera darse cuenta. ¿Podría Grace salir ilesa del embrollo en que la habían metido? ¿Sería capaz James de no volverse loco y estrangular a aquella exasperante mujer, como realmente deseaba? Y, lo más importante, ¿podrían controlar el torrente de pasión que sentían cada vez que estaban juntos?
HASTA QUE LLEGASTE TÚ
Megan es la hija pequeña del laird MacLeod.
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Tras varios años de enfrentamientos entre ingleses y
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¿Podrán llegar a entenderse?
Y lo más importante, ¿aquel fuego que parecía nacer dentro de ellos cada vez que estaban juntos acabaría consumiéndoles?