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LA LLAVE

Sarah McAllen
La llave
Marzo 2023
© de la obra de Sarah McAllen
Instagram: @sarahmcallen_
Facebook: Sarah McAllen

Corrección: Sonia Martínez Gimeno


Portada: Sara González

No se permitirá la reproducción total o parcial de este


libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros
medios, sin el permiso previo y por escrito de su autor.
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constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art.
270 y siguientes del Código Penal)
La llave de la felicidad
está al alcance de nuestras manos.
Solo tienes que pensar y actuar
con el corazón para conseguirla.
Agradecimientos
Este libro se lo quiero dedicar especialmente a todas las
personas que lleváis siguiendo las historias de mis
guardianes a lo largo de estos cinco libros. Es por vosotras y
vosotros que estos guerreros milenarios siguen adelante,
pudiendo enamoraros, mientras la profecía no se detiene.
A mi familia, por estar siempre a mi lado, apoyándome y
dándome ánimos. Creyendo en mí, incluso cuando me
asalta el síndrome del impostor. Sois el motor que alimenta
mis historias.
A mi correctora, Sonia Martínez Gimeno, gracias por tu
profesionalidad y eficiencia. Desde la primera vez que
trabajamos juntas conectamos, y ahora debo decir que te
tengo un gran cariño.
Y a Lidia S. Balado (Mal de ojillo), por las bonitas
ilustraciones que ha hecho de los personajes de este libro.
No solo eres una ilustradora maravillosa, también eres una
gran persona.

Sarah McAllen
Capítulo 1

Draven y Sasha fueron arrojados sobre una ladera por la


que rodaron hasta llegar a la explanada, donde se quedaron
tumbados bocabajo sobre la húmeda hierba.
¿Qué acababa de ocurrir? ¿A dónde habían ido?
Hacía unos segundos que estaban en el apartamento de
la joven artista y, de repente, se vieron precipitados a aquel
paraje que era el mismo que ella acababa de plasmar sobre
el lienzo.
¿Y qué eran aquellas palabras que pronunció? ¿Ibi me
ducere? ¿De dónde salieron?
Sasha, con la ropa llena de barro y briznas de hierba, se
arrodilló y miró al enorme y musculoso hombre que estaba
junto a ella.
¿Era el guardaespaldas de Roxie? Sí, era él, reconocería
aquel duro y redondo culo entre un millón.
¿Qué había sucedido? ¿Qué estaba pasando?
¿Acaso estaría soñando? Sí, debía de ser eso, sin duda, un
sueño erótico, a juzgar por las ganas que tenía de alargar
una mano y posarla sobre el trasero masculino.
Se pellizcó el brazo con fuerza e hizo una mueca de dolor.
«Auch, esto duele y no cuadra con estar dormida», pensó
alarmada.
―¿Qué… qué estamos haciendo aquí? ―preguntó entre
confusa y asustada.
Sin embargo, el guardián no respondió.
Se puso en pie de un salto, mirando a su alrededor y
reconociendo aquel lugar.
«¿Qué hacemos aquí?», se repitió para sus adentros, sin
saber la respuesta.
Su mente se trasladó a su pasado, en concreto, a su vida
como mortal…

Corría el año 176 a. C.


Draven era un niño de seis años, vivaracho y muy listo,
que vivía junto a su madre en una modesta cabaña de un
pequeño poblado celta.
Su padre, que fue un valeroso guerrero celtíbero, pereció
durante una batalla, dejándoles solos y apenas sin recursos
para sobrevivir. Aquellas circunstancias hicieron que Brenda,
su viuda, se tornara una mujer amargada y que arrastraba
una perpetua pena. Pasó de ser una madre amorosa y
entregada a una que perdía los nervios con demasiada
facilidad, descargando toda su rabia y frustración sobre su
hijo.
Aquella tarde, Draven estuvo en la orilla del río junto a su
mejor amigo, Briccio. Los dos niños se divirtieron tirando
piedras al agua y desenterrando lombrices.
Por desgracia, cuando llegó a su casa con la ropa
manchada de barro, a su madre no le gustó nada.
―¿De dónde vienes? ―gritó en cuanto traspasó el umbral
de la puerta―. ¿Y qué haces con la ropa sucia?
―Verás, madre…
No fue capaz de decir nada más, pues la mujer le
abofeteó con fuerza, arrojándolo a suelo.
―¿Te crees que voy a estar todo el día lavando tu ropa
hasta que me sangren los nudillos? ―le soltó con una
mirada de desprecio―. ¿Acaso tú no aprendes nunca?
―Lo lamento, madre ―se disculpó, tratando de
levantarse del suelo, sintiendo la mejilla dolorida. Sin
embargo, cuando Brenda tomó una vara de madera y le
golpeó en la espalda con ella, cayó de nuevo de rodillas.
―¿Lo lamentas? ―Le cogió del cabello y le arrastró hasta
el pequeño corral donde vivían sus dos gallinas y la vieja
cabra.
―Sí, madre ―le aseguró tratando de liberarse.
―Y más que lo sentirás.
Tomando una cuerda que estaba tirada por el suelo, ató
las muñecas del pequeño, y pasándola por encima de una
de las carcomidas vigas de madera, le colgó, haciendo que
sus pies no tocaran el suelo.
―Eres un desagradecido. No valoras todo lo que hago por
ti ―pronunció con ira contenida.
―Claro que lo valoro, madre.
―¡Mientes! ―Le atizó con la vara en las costillas,
haciéndole gritar―. No me gustan los niños embusteros.
―No estoy mintiendo, lo juro ―articuló con los dientes
apretados, tratando de contener las lágrimas. Otra de las
cosas que Brenda odiaba era a los muchachitos llorones.
Otro varazo le hizo jadear.
―Voy a estar dándote golpes hasta que confieses la
verdad.
―De acuerdo, de acuerdo ―se apresuró a decir―. Lo
confieso, soy un desagradecido y no valoro todo lo que
haces por mí, madre. Lo siento mucho, no volverá a ocurrir.
A partir de ahora no me ensuciaré, lo prometo ―mintió para
que aquella tortura parase.
No obstante, los ojos verdes de Brenda, iguales a los de
su hijo, se abrieron de par en par comenzando a desprender
llamaradas furiosas.
―Eres un mal hijo ―murmuró dando vueltas en torno al
pequeño―. ¡Un mal hijo! ―gritó, asestándole dos varazos
más.
―Por favor, madre, detente ―le suplicó Draven―. He
confesado, te he dicho la verdad ―gimoteó con las lágrimas
corriendo por sus mejillas.
―Una verdad que merece un castigo ―sentenció
parándose frente a él para mirarle a los ojos―. ¡Y no llores!
En esta ocasión, la fusta impactó contra su mejilla,
haciendo que su piel se abriera y comenzara a manar
sangre de ella.
Draven, sorbiendo por la nariz, trató de contener el llanto,
aunque sus irritados ojos no parecían dispuestos a
obedecerle.
―Por esto que has hecho, mereces diez golpes.
―Madre…
―Que sean veinte ―le cortó, ladeando la cabeza y
mirándole con fijeza, haciéndole entender que cuanto más
protestara, más varazos se ganaría―. De acuerdo ―asintió
al ver cómo apretaba los labios para no pronunciar otra
palabra más―. Cuenta en voz alta.
―¡Uno! ―gritó el pequeño cuando la fusta impactó por
primera vez sobre su espalda.
Y así lo fue haciendo hasta que, al contar quince, perdió
el conocimiento. Aunque ni con esas Brenda se detuvo.
Continuó golpeando a su hijo hasta finalizar el castigo que
ella le impuso, pese a que su brazo le doliera por la fuerza
empleada en cada golpe.
Por desgracia, aquella fue la primera vez que su madre le
aplicó un castigo tan duro, aunque no la última. Cualquier
motivo bastaba para que descargara su ira contra Draven y,
en cierto modo, parecía que golpearlo le hacía sentir un
retorcido y sórdido placer.
Acababa de cumplir los doce años cuando al poblado
llegó una nueva familia.
Draven y Briccio decidieron ir a investigar. Quizá entre los
nuevos habitantes hubiera un jovencito de su edad con el
que poder jugar. Y no andaban muy desencaminados, solo
que, en vez de un muchacho, se trataba de una bonita niña
de diez años, con unos preciosos rizos dorados y unos
enormes y vivaces ojos oscuros.
La recién llegada se acercó a ellos mirándolos con interés.
―Hola, mi nombre es Myra ―se presentó―. ¿Quiénes sois
vosotros?
A pesar de dirigirse a los dos, sus ojos se centraban en
Draven, que, a pesar de su corta edad, ya era un
muchachito alto y fuerte.
―Soy Briccio y este es Draven ―respondió su amigo,
sonriendo―. Eh, despierta ―le susurró, dándole un leve
codazo para que saliera de la ensoñación en la que parecía
inmerso.
―Emm, sí, hola ―balbuceó de manera torpe, pasándose
la mano por su cabello castaño claro―. Es un placer
conocerte, Myra.
La jovencita pareció satisfecha con la contestación, a
juzgar por la preciosa sonrisa que le dedicó.
―¡Draven! ―escuchó gritar a su madre, que se dirigía
con paso airado hacia ellos―. ¿Qué haces perdiendo el
tiempo? Tenías que estar partiendo leña. ¿Pretendes que el
invierno nos pille sin un leño que echar a la lumbre?
―Ya he cortado toda la leña, madre ―le aseguró su hijo
con cierto temor a su reacción.
―¿Y con eso ya has pagado tu deuda conmigo? ―espetó
alzando la mano para abofetearle―. Me debes la vida,
desagradecido.
Antes de que consiguiera golpearle, la tomó por la
muñeca, deteniéndola.
―Ya está bien, madre ―dijo con una expresión pétrea―.
No voy a consentir que sigas tratándome así.
Le soltó la mano y Brenda se lo quedó mirando como si
no lo conociera.
―No puedes hablarme así ―murmuró con desdén―.
Pagarás por tu osadía. En cuanto lleguemos a casa…
―Cuando lleguemos a casa, nada, madre ―la
interrumpió, avanzando hacia ella―. Sé que me diste la
vida, pero también yo aporto cosas a nuestra… familia ―le
costó pronunciar esta última palabra. Ellos eran de todo
menos una familia de verdad desde que su padre no
estaba―. ¿Quién cortaría la leña si yo no estuviera? ¿Quién
cuidaría de los animales y trabajaría en el huerto?
»Te agradezco que laves mi ropa y cocines para mí, de
todos modos, no me merezco el trato que me dispensas y
no voy a consentirlo más. Se acabaron los castigos, madre.
Para siempre.
―Mientras vivas bajo mi techo, acatarás mis normas
―siseó con rabia contenida.
―En ese caso, hoy mismo recogeré mis cosas y me
marcharé.
Brenda comenzó a abrir y cerrar la boca, como si no
supiera qué decir. Si Draven finalmente tomaba la
determinación de marcharse, la vida para ella iba a ser aún
más complicada y no sabía si tendría la fuerza suficiente
para sobrevivir al duro invierno.
―Está bien, acepto que ya eres lo suficiente mayor como
para recibir castigos, pero olvídate de que haga nada por ti
―repuso, alzando el mentón y cruzándose de brazos―.
Serás independiente y no contarás conmigo para nada.
Incluso borra de tu memoria que soy tu madre.
Draven le hubiera podido decir que él haría lo mismo,
pero en el fondo, y por mucho daño que le hubiera hecho,
era su madre, aunque ella le pidiese olvidarlo, y no podría
dejarla congelarse o pasar hambre, si podía evitarlo.
―De acuerdo, madre ―asintió sin ganas de seguir
discutiendo con ella. Sentía lástima, pues sabía que en su
mente algo no iba bien.
Brenda le echó una última mirada cargada de rencor
antes de darse media vuelta y marcharse por donde vino.
―Creo que has hecho lo correcto ―dijo Myra a sus
espaldas, que había permanecido atenta a toda la escena.
―Eso espero ―suspiró, viendo a su madre alejarse.
La muchachita se acercó más a él y posó una de sus
pequeñas manos sobre su antebrazo. Draven fijó su vista en
donde le tocaba, para después mirarla a los ojos. En aquel
mismo instante supo que se había enamorado de ella.
Los años fueron pasando y Draven, gracias a sus
esfuerzos, se convirtió en uno de los mejores guerreros del
poblado, además de un experto cazador.
Myra y él estaban más enamorados que nunca. Hacía días
que tenía planeado pedirle que le hiciera el honor de
convertirse en su esposa, y quería que todo fuera perfecto
cuando se declarara.
―¡Draven! ―gritaba Briccio aquella mañana, corriendo
hacia él.
―¿Qué sucede?
Su amigo se detuvo ante él, apenas sin aliento.
―Son los romanos ―le explicó cuando consiguió hablar―.
Vienen hacia aquí.
Draven se tensó.
―Hay que avisar al resto de los hombres ―declaró
cogiendo su espada―. No podemos permitir que se
acerquen al poblado. Hay que proteger a las mujeres y a los
niños.
―De acuerdo, reuniré a todo aquel que pueda luchar.
―Hazlo ―asintió, mientras él se dirigía a grandes
zancadas a casa de Myra.
En cuanto estuvo frente a su puerta, llamó con fuerza.
―Voy yo. ―Oyó decir a la joven.
Cuando el portón se abrió, Draven tomó su dulce rostro
entre las manos y sin darle tiempo a reaccionar, la besó en
los labios con ternura.
―¿A qué viene esto? ―preguntó la joven mirándole con
una encantadora sonrisa.
―Los romanos vienen hacia aquí, intentaremos
contenerlos para que no lleguen hasta el poblado.
Myra parpadeó varias veces antes de lograr hablar.
―No vayas ―le rogó asustada.
―Debo ir.
―¿Qué será de mí si te ocurre algo?
Draven la tomó por los hombros y la miró con fijeza a los
ojos.
―Pase lo que pase, volveré junto a ti, te doy mi palabra
―le prometió―. Y cuando eso suceda, quiero que te
conviertas en mi esposa. No quiero estar más tiempo
separado de ti y tengo la esperanza, de que algún día seas
la madre de mis hijos. ¿Me aceptarías por esposo, Myra?
La muchacha le echó los brazos al cuello y le besó de
forma apasionada.
―Claro que me casaré contigo. ―Acarició la cicatriz que
marcaba su mejilla a causa del varazo que su madre le dio
cuando era pequeño―. Y te elegiría una y mil veces como el
único hombre con el que lo haría.
Draven la tomó por la cintura, apretándola más contra él,
y sonrió de oreja a oreja.
―Acabas de convertirme en el hombre más feliz del
mundo. ―Asaltó sus labios una vez más―. Volveré, mi
amor, y ya no nos separaremos jamás.

Todos los guerreros celtíberos veían avanzar a los


sincronizados romanos hacia ellos. Les superaban en
número y también en armamento, pero los celtas sabían
que estaban luchando por las vidas de sus familias, así que
su motivación era muy superior a la de sus rivales.
―Preparaos ―pidió Draven alzando la voz para que todos
sus compatriotas le oyeran―. La verdad está en vuestros
corazones, la fuerza en vuestros brazos y la realización en
vuestras lenguas ―repitió un antiguo proverbio druida―.
Puede que perezcamos, pero no lo haremos sin luchar. Esos
romanos no saben a quién se enfrentan. ¿Lucharemos con
valentía y coraje?
―¡Sí! ―gritaron todos al unísono, contagiados por su
arrojo.
―La victoria está al alcance de nuestra mano, vayamos a
por ella.
Los celtíberos levantaron sus espadas, soltando sendos
gritos de guerra justo antes de echar a correr hasta que sus
espadas impactaron contra las de sus contendientes.
La lucha era encarnizada y ellos no estaban dispuestos a
darse por vencidos, morirían si fuera necesario. Aunque
Draven estaba decidido a volver junto a Myra, por lo que
dominaba con maestría su espada, asestando mandobles
certeros y mortíferos.
La batalla se alargó en el tiempo, haciendo que los
hombres cada vez estuvieran más cansados. Los celtas
consiguieron dominar la batalla, hasta el punto de que los
romanos dieran la orden de retirada. Todos estaban felices y
gritaban de júbilo.
Fue entonces cuando Draven se percató de que una
flecha traicionera iba directa hacia el corazón de su amigo.
Sin pensarlo, se abalanzó sobre él, cubriéndole con su
propio cuerpo. La flecha impactó en su pecho derribándolo
al suelo.
Dos guerreros celtas corrieron tras el arquero romano,
mientras que Briccio le tomó en sus brazos.
―Draven, ¿qué has hecho?
―Iba… iba a matarte ―consiguió decir expulsando sangre
por la boca.
―No debiste hacerlo ―dijo su amigo con lágrimas en los
ojos.
―No podía permitir que te asesinaran ante mis ojos sin
mover un dedo. Eres mi familia ―declaró sin poder contener
la tos, que venía acompañada de más sangre.
―Draven, yo…
―Tranquilo, no debes sentirte culpable, Briccio ―le pidió
mirándole a los ojos―. Solo quiero que le digas a Myra que
lo siento. Le prometí volver con ella y voy a tener que
romper mi palabra. Dile… ―le costaba hablar― Dile que lo
siento y que la amo.
Soltó su último aliento en brazos de su amigo, que lloró a
la vez que lo apretaba contra su pecho.
Lo último que vio Draven fue una fuerte luz antes de dejar
de sentir dolor. Tampoco le costaba ya respirar, se
encontraba en paz.
De repente, se vio transportado a un templo dorado, en el
que le recibió una hermosísima mujer vestida con una
túnica blanca semitransparente.
―Ya estás aquí, mi guardián ―su voz era ronca y sensual,
al igual que sus movimientos.
Draven se puso en pie de un salto y bajó la mirada hacia
su pecho, donde segundos antes estaba enterrada la flecha
romana.
―¿Quién…? ―Miró a la desconocida con desconfianza―.
¿Quién eres?
Aproximándose a él con un pronunciado contoneo de
caderas, sonrió.
―Eres muy inteligente, celta, sabes que estás muerto y,
de todos modos, no pierdes la calma. ―Se detuvo a escasos
centímetros de él―. Soy la Diosa Astrid y a partir de ahora,
responderás ante mí.
El hombre frunció el ceño.
―¿Seré un ángel?
La mujer emitió una sensual risa.
―Claro que no, serás mi guardián y combatirás junto a tu
hermano divino contra una bruja que quiere hacerse con el
control del mundo terrenal. ―Apoyó las palmas de sus
manos contras sus sienes―. Permíteme que te lo muestre.
Las imágenes comenzaron a penetrar en su mente de
modo inexplicable, haciéndole entender a lo que se
enfrentaban y lo que sería a partir de entonces. Cuando la
Diosa retiró las manos, ladeó levemente la cabeza, a la
espera de ver qué tenía que decir.
―¿Y si no quiero ser uno de tus guardianes?
―Entonces seguirás tu camino y ascenderás a los cielos
como debiste hacer si yo no te hubiera reclutado.
Draven sopesó sus posibilidades y la única que le
conducía de nuevo a Myra, era convertirse en el guardián de
aquella Diosa.
―De acuerdo, conviérteme en inmortal.
La hermosa mujer sonrió satisfecha antes de posar sus
manos sobre los anchos hombros masculinos y ejercer sus
poderes sobre él. Sintió como un calor recorría todo su
cuerpo y el modo en que sus músculos parecían cobrar más
fuerza. Cuando la Diosa Astrid dejó de tocarle, él se volvió
hacia un espejo que estaba a sus espaldas. Todo estaba
igual, a excepción de la cicatriz de su mejilla, que había
desaparecido. Tocó con sus dedos el lugar donde estuvo,
recordando aquel traumático momento.
―¿Echarás de menos esa marca? ―le preguntó la mujer,
mirándolo a través del espejo.
―No ―respondió de forma escueta, volviéndose hacia
ella―. ¿Cuándo regresaré al mundo real?
―¿El mundo real? ―Alzó una ceja divertida.
―Sí, al lugar del que he venido.
―En este mismo momento, si lo deseas. ―Alargó una
mano y un hombre alto y musculoso, con el cabello oscuro y
los ojos de un extraño color aguamarina, se acercó y la
tomó―. Él es Abdiel, tu líder a partir de este mismo
momento y tu hermano divino.
Draven hizo un leve asentimiento de cabeza y su nuevo
líder respondió del mismo modo.
―Quisiera pedirte que, antes de iniciar mis tareas como
guardián, me dejes despedirme de una persona muy
importante para mí.
La Diosa se cruzó de brazos, dando vueltas en torno a él.
―¿Así que una persona? ―repuso con ironía―. ¿Y dicha
persona no será una hermosa rubia de ojos oscuros?
―¿Es posible o no? ―inquirió con impaciencia.
―Voy a concedértelo porque sé que, de otro modo, no
podrías centrarte en la verdadera tarea que te compete.
Aunque debes recordar, mi guardián, que hay veces que las
cosas no son como esperamos y pueden conducirnos a la
decepción más dolorosa. ―Sin darle más explicaciones, le
besó en los labios enviándolo de nuevo a su poblado.
Draven miró a su alrededor, ya era de noche, por lo que
esperaba encontrar a Myra en su acogedora habitación.
Dio vueltas a las últimas palabras que la Diosa le dijo, no
obstante, no quiso prestarles mucha atención, él solo tenía
necesidad de tener a su futura mujer entre sus brazos.
Echó a correr sin detenerse, hasta llegar donde se
encontraba la pequeña casita donde estaría durmiendo su
amada. Se situó junto a su ventana y llamó con los nudillos
sobre la contraventana de madera.
―¿Quién es? ―preguntó su dulce voz a la vez que abría
las portezuelas. Al percatarse de que era él, le miró con los
ojos muy abiertos―. ¡Draven!
―Te dije que volvería junto a ti, mi amor, y jamás hubiera
roto esa promesa.
―¡Dios mío! ―exclamó alzando los brazos para abrazarle.
Draven, tomándola por la cintura, la sacó por la ventana―.
Me dijeron que estabas muerto. ―Escondió el rostro contra
el hueco de su cuello sin poder evitar echarse a llorar.
―Y lo hice.
La joven alzó sus ojos hacia él.
―¿Qué estás diciendo? Hace un mes que lloro tu pérdida,
no puedes volver y tomarme el pelo de esta manera. Es
muy cruel.
Draven no era consciente de que había pasado tanto
tiempo desde que subió al templo de la Diosa. Quizá el
tiempo en aquel lugar transcurriera de forma diferente.
―He muerto, Myra, pero fui transportado a un templo
celestial, donde una Diosa me ha transformado en un ser
poderoso e inmortal.
La joven le miraba con los ojos muy abiertos, como si se
hubiera vuelto loco.
―Has debido de darte un golpe en la cabeza, por eso
desvarías.
―No, Myra, lo que te digo es cierto. ―Tomó su precioso
rostro entre las manos―. Sé que cuesta creerlo, pero debes
confiar en mí.
―Es que yo… ―Negó con la cabeza, confusa.
―Está bien, comprendo que es difícil, por eso lo mejor es
demostrarte que lo que digo es cierto.
La soltó y tomó la daga que llevaba a la espalda y, sin
más, se hizo un profundo corte en el antebrazo.
―¡Draven! ―sollozó, pero se quedó de piedra cuando vio
como la herida se curaba al instante―. No es posible
―murmuró, tomando el brazo entre sus manos para
examinarlo más de cerca.
―¿Me crees ahora?
Los oscuros ojos de la joven se alzaron hacia su rostro.
―¿Así que eres inmortal? ―Draven asintió―. Qué locura.
―Myra se cubrió la cara con las manos. Aquello no podía ser
real, debía de estar alucinando.
―Tranquila, todo sigue igual ―le aseguró, tomándola por
las muñecas para descubrirle el rostro―. Mi amor por ti no
ha cambiado, sigo queriendo convertirte en mi esposa.
―¿Y entonces qué? ¿Yo envejeceré y me marchitaré,
mientras tú continúas siendo atractivo y joven toda la vida?
―No te amo por tu aspecto ―enfatizó―. Para mí
continuarás siendo igual de hermosa, aunque tu piel se
arrugue y tu cabello se blanquee.
―Draven…
Tomándola por la nuca, la besó con ardor. Necesitaba
sentirla cerca de él, pues deseaba y amaba a aquella mujer
con todo su ser.
―Hazme el amor ―le rogó Myra contra sus labios.
―¿Estás segura?
Asintió, acariciando con sensualidad su musculoso pecho.
Draven la tomó en brazos y con paso ágil se dirigió hacia
el granero. Estaba lo bastante alejado de la casa como para
que ambos disfrutaran el uno del otro sin que los
escucharan, en lo que se convertiría en su primera
experiencia sexual.

Draven llevaba una semana escondido en el bosque. Myra


así se lo pidió, ya que le dijo que necesitaba tiempo para
despedirse de sus padres antes de fugarse junto a él y
empezar su nueva vida.
El guardián se dirigió a la ventana de su prometida, como
ocurrió cada noche desde que reviviera. Era el único
momento en que podían estar juntos sin ser descubiertos.
Sin embargo, en esa ocasión fue diferente, pues antes de
que Myra abriera la puerta, le atacaron y cubrieron con una
red de hierro forjado, impregnada con alguna especie de
hechizo, que le hizo imposible desembarazarse de ella.
―¿Quiénes sois? ¿Qué queréis de mí? ―les preguntó
cuando no pudo reconocerles.
De todos modos, si le respondieron, no los escuchó, su
atención estaba centrada en Myra, que llegaba hasta ellos
abrazada por su padre.
―Habéis hecho bien en entregárnoslo, señorita ―dijo uno
de los desconocidos―. Aunque lamentamos que hayáis
tenido que hacer el sacrificio de entregaros a este engendro
demoníaco para lograr entretenerlo mientras llegábamos.
―Ha sido horrible, pero lo superará ―respondió su padre,
mientras la joven mantenía la mirada baja.
―¿De qué están hablando, Myra? ¿Qué has hecho?
La aludida jadeó y escondió el rostro contra el pecho de
su progenitor.
―Montadlo en la carreta ―ordenó de nuevo el
desconocido que parecía ser quien mandaba.
―¡Myra! ―gritaba Draven forcejeando contra la red―.
¡Myra!
Ni siquiera le dirigió la mirada.
Los desconocidos lo arrojaron sobre el carro, tras lo cual
su líder se alejó junto a la que creyó que era su prometida,
pese a que todo resultó ser un burdo engaño. Unos minutos
después, regresó, se montó en la parte trasera junto a él e
iniciaron la marcha.
―¿Qué queréis de mí?
El hombre que tenía frente a sí sonrió.
―Mi nombre es Dugan y soy el líder del clan Berrycloth,
los brujos más poderosos de estas tierras.
―Eso no responde a mi pregunta.
La sonrisa del brujo se amplió.
―Pareces impaciente ―ironizó―. Queremos averiguar
qué tipo de magia te ha convertido en fuerte e inmortal.
―Fue una Diosa, no es magia ―le contradijo.
―Es magia, Draven, solo que divina ―repuso Dugan,
flexionando una pierna y apoyando su brazo sobre ella―. Si
desentrañamos el funcionamiento de dicho poder, no solo
seríamos los brujos más poderosos de estas tierras, también
del mundo. Quizá no quedara ahí la cosa y hasta los Dioses
acabaran temiéndonos.
―Ella no te lo permitirá.
―¿Te refieres a tu Diosa? ―rio de forma sarcástica―. Ella
no puede interceder en el proceder de los acontecimientos
que se desencadenan en el plano terrenal, debió haberte
informado sobre ello.
Draven apretó los dientes, furioso.
―¿Y cómo pensáis averiguar cómo funciona la magia que
circula por mis venas?
―Muy sencillo. ―La mirada fría de los ojos del brujo hizo
que se le erizaran los vellos de la nuca―. Te
diseccionaremos poco a poco, hasta descubrir cada retazo
de magia oculta en ti. Nos divertiremos.
Y así fue cómo sucedió.
Durante quince días, Draven fue abierto, cortado en
pedazos y torturado sin parar. Le dio tiempo a repasar una y
otra vez qué habría llevado a Myra a hacer lo que hizo, sin
embargo, por más que le diera vueltas y quisiera odiarla por
ello, su mente le acababa recordando que amaba a aquella
joven de mirada inocente y que el único motivo por el que le
entregaría, sería a causa de algún tipo de coacción o
amenaza.
Por suerte, sus dudas pudieron saldarse cuando, unos
días después, ya habiendo perdido la cuenta del tiempo que
llevaba siendo torturado, Myra cruzó la puerta de su celda.
―Solo tienes unos minutos, no los desaproveches ―le
dijo Dugan, antes de dejarlos a solas.
―¿Myra? ―preguntó confuso, sin estar muy seguro de
que no fuera una alucinación.
La mujer se acercó a él, mirando con cierto desagrado su
ropa hecha jirones y el charco de sangre seca que estaba
bajo sus pies.
―¿Qué te han hecho? ―Alzó una mano hacia su rostro
para acariciarlo.
Draven cerró los ojos y apretó su mejilla contra aquel
conocido y amado contacto, que tanto había extrañado.
―Sabía que me amabas, no podías haber fingido todo lo
que existe entre nosotros.
―Claro que te amo, Draven, espero que nunca hayas
dudado de ello ―dijo poniéndose de puntillas y besándole
en los labios―, no obstante, no me podía conformar con
envejecer y marchitarme, sabiendo que tú te mantendrías
joven y atractivo para siempre. Debía tomar una decisión y
me elegí a mí, sé que lo entenderás, porque siempre me has
antepuesto a todo lo demás.
El guardián se apartó de ella de sopetón, mirándola como
si la viera por primera vez.
¿Quién era esa persona que tenía en frente? Desde luego,
no quien él creyó y amó con toda su alma.
―¿Sabes las cosas horribles que me han hecho? ¿Las
torturas a las que me han sometido? ―murmuró
decepcionado―. No puedo creer que me entregaras solo por
eso, por vanidad.
―No fue solo eso. ¿Piensas que soy estúpida? ―Soltó una
suave risa―. Me prometieron convertirme en una inmortal y
poderosa bruja. A eso vine, a cobrar mi recompensa, y mira.
―Levantó una de sus manos haciendo que destellos
brillantes nacieran de ella―. Lo he conseguido.
―Eres una zorra egoísta y sin sentimientos.
Draven notó como el odio y la animadversión hacía ella
nacían dentro de él.
―Siento todo lo que has tenido que sufrir, mi amor, pero
yo siempre pensé en nosotros dos. Quiero seguir teniéndote
en mi vida, una vida que ahora será eterna para ambos.
―Se aproximó más a él―. Me prometieron no matarte, y
cuando obtengan de ti lo que necesitan, te liberarán para
que podamos disfrutar juntos de toda la eternidad. ¿No te
das cuenta? Esto lo he hecho por nosotros dos, por nuestro
amor.
―¿Amor? ―rio con amargura―. El amor no es eso. El
amor es protección, ¡no esta mierda! ―gritó frustrado.
―Draven…
El guardián se removió para que no le tocara.
―Aléjate de mí, me repugna tu contacto.
―No lo dices en serio.
―Claro que lo digo en serio ―le aseguró mirándola con
rabia―. Todo lo que sentía por ti…, perdón, por la persona
que fingías ser, se ha transformado en rencor y asco. Eres
una cínica sin sentimientos, Myra, y juro que cuando
consiga liberarme, te buscaré y te mataré.
La nueva bruja dio unos cuantos pasos atrás, mirándole
desconcertada, como si aquella reacción no se le hubiera
pasado por la mente nunca.
―Tú estás enamorado de mí, no puedes hacernos esto.
―Lo estaba, Myra, no te confundas ―su tono de voz sonó
frío y desprovisto de emoción―. Jamás podría amar a
alguien con el corazón tan negro como el tuyo.
La joven apretó los puños cargada de ira.
―Está bien, entonces ya no es necesario que te
mantengan con vida ―repuso mirándole con una ceja
enarcada―. Te deseo una rápida muerte…, mi amor.
Tras aquellas palabras, se dio media vuelta y salió de la
celda con paso airado.
Draven gritó y forcejeó contra las cadenas que le
mantenían preso, aunque por más que lo intentaba, no era
capaz de liberarse.
La puerta de la celda volvió a abrirse y Dugan entró con
una sonrisa satisfecha en los labios.
―No sé qué le habrás hecho a tu prometida, pero parece
muy enfadada. Incluso ha retirado su cláusula de que te
mantuviéramos con vida. ―Sonrió ampliamente―. Es una
mujer fascinante y muy apasionada, ¿no es así?
―¡Vete al infierno! ―soltó entre dientes.
―Divirtámonos un rato más. ―Tomó una daga y se la
mostró de forma retorcida.
―Vas a pagar con tu vida por todo esto.
―Ya lo veremos ―repuso despreocupado.
De pronto, la sonrisa se le quedó congelada en el rostro y
su expresión varió a una de miedo absoluto. Llevándose la
afilada hoja al cuello con las manos temblorosas, se lo cortó
sin pensárselo dos veces, dejando a Draven desconcertado.
―Ya está visto, brujo ―comentó Abdiel entrando en la
celda con paso seguro.
―¿Qué acaba de ocurrir? ―preguntó Draven, viendo el
cuerpo de Dugan tirado en el suelo mientras se desangraba.
―Mi poder es el de controlar las emociones, he hecho que
este brujo Berrycloth se sintiera tan aterrado que no le ha
quedado más remedio que quitarse la vida. ―Se plantó ante
él y se lo quedó mirando con los brazos cruzados―. ¿A qué
esperas para liberarte?
―Ya lo he intentado, no soy lo bastante fuerte para
hacerlo ―reconoció.
―¿No lo eres? ¿Estás seguro? ―Enarcó una ceja―. Sé que
esas cadenas son más resistentes de lo normal, han lanzado
un hechizo sobre ellas para que así sea, pero a los
guardianes no nos afectan del mismo modo que a los
humanos o al resto de brujos. Solo tienes que concentrarte
en tu poder, Draven. Focaliza tu rabia en romper esas
cadenas. Eres un guardián del sello muy poderoso, debes
creértelo.
Draven, siguiendo sus consejos, pensó en el modo en que
Myra le traicionó y transformó ese dolor que sentía en
fuerza para romper los grilletes. Con un grito salvaje, tiró de
ellos y estos se rompieron, permitiéndole ser libre.
Se frotó las muñecas, viendo como las rojeces que
estaban en ellas desaparecían con rapidez.
―Si era tan sencillo, podrías haber venido un poco antes,
¿no crees? ―le reprochó.
―No sabía dónde estabas. Nuestra Diosa me dijo que
necesitabas ver por ti mismo la verdadera cara de alguien
que para ti era importante. Que, si no lo hacías, no te
permitiría avanzar como guardián ―le explicó Abdiel.
Draven alzó sus claros ojos verdes hacia él.
―¿Así que ella sabía que me torturarían? ¿Sabía que todo
esto sucedería?
―Bror, ella lo sabe todo.
El guardián celta sintió decepción e ira. Ira porque, al
parecer, todas las mujeres que se cruzaban en su camino
acababan haciéndole daño. Su madre, Myra y ahora
también la Diosa que le dio la inmortalidad. Estaba claro
que las personas del sexo femenino no eran de fiar y él, no
volvería a caer en el error de confiar en ninguna de ellas.
Capítulo 2

Sasha trataba de despertar a Draven de esa especie de


ensoñación en la que estaba sumergido. Le zarandeó con
fuerza y consiguió que el guardián parpadeara varias veces
antes de centrar su atención en ella.
―Por fin ―suspiró, cubriéndose el rostro con ambas
manos.
―¿Te encuentras bien? ―le preguntó, aún alterado por
todo lo que acababa de revivir.
Sasha retiró las manos y le miró con sus enormes ojos
verdes muy abiertos.
―¿Que si estoy bien? ―rio un tanto histérica―. Que si
estoy bien, dice ―murmuró comenzando a caminar de un
lado a otro―. Claro que no estoy bien. ¿Qué es lo que ha
ocurrido? ¿Qué hacemos aquí, en medio de la nada? ¿Y por
qué estoy contigo? Eres el guardaespaldas de mi amiga y
apenas te conozco, sin embargo, siempre apareces en el
momento más oportuno o en el más surrealista. ¿Por qué?
―Draven abrió la boca para contestar, aunque no pudo
hacerlo porque la alterada joven continuó parloteando sin
parar―: Yo estaba trabajando con tranquilidad en mi casa,
¿sabes? Y, de repente, ¡Bum! ―Gesticuló exageradamente
con las manos―. Aquí estamos. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
¿Tienes idea? ―Se detuvo delante de él alzando sus
enormes y rasgados ojos para mirarle―. Claro que no, qué
vas a saber si todo esto es una locura. Porque es una locura,
¿verdad? ¿Cómo puede ser que nos encontremos en el lugar
que imaginé y pinté? ¿Es posible que me haya vuelto loca?
No lo descarto, desde luego…
El guardián le cubrió la boca con la mano para que
guardara silencio, porque estaba visto que de otro modo no
conseguiría que dejara de cotorrear.
―En primer lugar, debes tranquilizarte ―solicitó con
calma, intentando trasmitírsela a ella―. Respira hondo.
Sasha, aún con la boca cubierta, hizo lo que le demandó.
―Muy bien. ―Retiró la mano con lentitud―. Ahora, te
pido que mantengas la mente abierta para lo que voy a
explicarte.
―Yo…
―Shhh ―chistó alzando un dedo―. Déjame hablar.
Cuando me escuches, ya continuarás con tu alocada charla,
¿de acuerdo?
La artista se cruzó de brazos y torció el morro, asintiendo
de mala gana. Draven tuvo que contener la risa ante aquel
gesto tan típico en los niños enfurruñados.
―Está bien, quiero que no te asustes con lo que te voy a
contar…
―Esa advertencia ya ha conseguido hacerlo ―le
interrumpió, ganándose una mirada ceñuda por parte del
guardián.
―Creo que, de algún modo ―prosiguió diciendo―, hemos
viajado en el tiempo y en el espacio, hasta llegar junto a un
poblado celta, sobre el año 180 a. C.
Sasha parpadeó varias veces y negó con la cabeza.
―¿Cómo estás tan seguro? ―Miró a su alrededor―. Yo
solo veo un valle como cualquier otro.
―Lo estoy, porque yo nací aquí.
Se lo quedó mirando un par de minutos sin decir nada,
hasta que estalló en carcajadas.
―Qué bueno ―decía sin dejar de reír―. Por un momento
me lo había creído. ¿Cómo lo habéis hecho? ¿Cómo
conseguisteis que no me enterara de que me traíais aquí?
¿Algún somnífero en mi infusión?
―¿Cómo dices? ―inquirió Draven, desconcertado.
―No disimules más, ya sé que es una broma ―afirmó
mirando alrededor―. ¡Ya podéis salir! ―gritó sonriendo―.
Casi conseguís que me dé un ataque de nervios, pero os
habéis pasado. Esta explicación es demasiado surrealista
para que ni siquiera me la coléis a mí.
―Sasha, te estás confundiendo… ―empezó a negar el
guardián, cuando un sonido de cascos le hizo ponerse
alerta―. Ven, debemos escondernos. ―Tomó a la artista de
la mano y la arrastró hacia los árboles.
―¿Qué haces?
―Baja la voz o nos descubrirán.
―¿Quiénes?
―Ellos. ―Señaló hacia el séquito de brujos Berrycloth que
abandonaban su antiguo poblado, con él dentro de la
carreta.
Draven apretó los dientes, sabía los días de sufrimiento
que su yo pasado tenía por delante. En cierta manera, era lo
mejor, porque de ese modo no se arriesgaría a cruzarse con
él mismo, desequilibrando aún más el futuro.
―Yo…, es que… ellos… ―balbuceaba Sasha de forma
incoherente―. Entonces, ¿esto no es una broma? ¿Hablas
en serio con respecto a que hemos viajado al pasado?
El guardián asintió y se quitó las gafas de sol.
Fue en aquel momento, al ver sus distintivos ojos, cuando
Sasha le reconoció como a su muso. El hombre al que pintó
tantas veces durante toda su vida, que era incapaz de llevar
la cuenta.
―¡Eres tú! ―exclamó.
―Si te refieres a que soy la persona que pintas una y otra
vez, resultando casi obsesivo, sí, soy yo.
―Esto no puede estar pasando ―negó desconcertada―.
Debo de estar soñando o, peor aún, muerta. ¿Es eso? ¿Estoy
muerta? ¡Ay Dios, he muerto!
―No seas absurda, claro que no estás muerta.
―No existe otra explicación lógica.
―Puede que no sea lógica, pero la realidad es la que te
he contado hace unos minutos. ―Alzó la mano y, con su
pulgar, limpió el churrete de pintura azul que teñía su
mejilla.
―¿Qué haces? ―le preguntó en un susurro. Aquel
contacto le erizó la piel.
Puede que hubiera muerto, pero, sin duda, aquel hombre
debía de ser un ángel, ya que aquel simple roce parecía
hacer aletear mil mariposas en su estómago. O quizá fuera
un demonio, pues era mirarle y estar tentada a pecar junto
a él, de todas las formas posibles.
―Tenías una mancha. ―Le mostró el dedo antes de
frotarlo contra su vaquero.
Sasha tragó saliva y trató de recomponerse.
―Suponiendo… ―carraspeó para aclararse la voz―.
Suponiendo que te crea. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué pinto
yo en el año 180 a.C.?
―Aún no lo sé, debemos averiguarlo.
―Vaya, eres de gran ayuda ―ironizó―. Recuérdame que
cuando necesite respuestas sobre algo, te dé un toque a ti,
en vez de buscar en Google.
―Tienes suerte de que al menos esté aquí contigo. No sé
qué habría ocurrido si llegas a viajar sola en el tiempo.
Ella también daba gracias por tenerle a su lado, o en ese
momento se estaría volviendo loca. ¿O acaso ya lo estaba?
Era una duda que le rondaba la cabeza.
―¿Y cómo sabes tú tanto de viajes en el tiempo? ¿Es por
eso que naciste aquí y a la vez estabas en mi época? ¿Eres
un viajero o como se llame? ―preguntó entre emocionada y
asustada.
―No soy un viajero, solo un hombre muy muy viejo.
―¡Ja! ¿Con ese cuerpo? ¡Y un huevo! ―exclamó sin
pensar, justo antes de cubrirse la boca con las manos y
cerrar los ojos, maldiciéndose por no tener filtro.
Draven enarcó una ceja, burlón.
―Este cuerpo lo mantendré siempre, conejita, porque soy
inmortal.
―¿Cómo Drácula?
―Estoy más cerca de Drácula de lo que te puedas
imaginar ―repuso mordaz.
―Todo esto es una locura ―balbuceó.
―Es cierto, lo es ―asintió, tomándola de la mano y
tirando de ella―. Sin embargo, dada la situación en la que
nos encontramos, espero que lo digieras rápido y podamos
pasar página. Te necesito centrada para que encontremos la
solución y poder volver a casa, ¿de acuerdo?
―¿Roxie sabe lo que eres? ―inquirió con curiosidad.
―Roxie está casada con otro hombre que es, incluso más
viejo que yo.
―¡No me jodas! ―exclamó alzando la voz.
Draven volvió la vista atrás sin dejar de andar con ella a
rastras.
―No lo hago… por ahora ―su tono de voz sonó ronco y
sensual, consiguiendo que Sasha se estremeciera.
Madre del amor hermoso, ese hombre era un auténtico
mojabragas.
―¿Dónde… dónde vamos ahora? ―continuó preguntando
para no centrarse en todas las posturas que le gustaría
experimentar junto a él.
Estaba claro que tanta sequía sexual le estaba pasando
factura.
―A buscar algo que ponernos para pasar desapercibidos.
Con esta ropa destacaríamos demasiado.
¿Desapercibidos? ¿Con aquel macizo de metro noventa e
increíbles ojos verdes? Ni de coña.
―Dios santo, esto no puede salir bien.
Sasha vio cómo se acercaban a aquel pequeño poblado,
que para Draven era conocido y odiado, mientras que para
ella era todo un descubrimiento.
A su alrededor reinaba el silencio, y no era de extrañar,
dado que era de madrugada. El guardián la condujo hacia
una de las casas y llevándose el dedo índice a los labios, le
pidió que se mantuviera callada.
―Entro, cojo algo de ropa y salgo. No te muevas de aquí
―le ordenó antes de colarse por la ventana de la pequeña
casita de madera.
―Eh, no, espera ―susurró nerviosa―. No me dejes aquí
sola. ¡Macizo!
No recordaba su nombre. ¿Acaso se lo dijo? ¿Tampoco
estaba segura?
De todos modos, sus súplicas no sirvieron de nada, él ya
no estaba y los sonidos del bosque que la rodeaba, unidos a
la oscuridad, la hicieron sentir un miedo atroz, que aceleró
los latidos de su corazón. Y no era de extrañar, ya que la
luna llena era lo único que iluminaba aquel lugar, tan
antiguo como aterrador a sus ojos. No podía hacer otra cosa
que mirar a todas partes, mientras los minutos pasaban,
rezando porque Draven no tardara mucho en volver.
―Por el amor de Dios, ¿qué pinto yo aquí? ―se dijo para
sí misma, abrazándose y frotándose los brazos porque
empezaba a tener bastante frío.
―Desde luego, no lo que te gustaría ―apuntó el guardián
saliendo de la casa y consiguiendo que se sobresaltara.
―Ya era hora, has tardado mucho.
―He tenido que rebuscar entre las cosas de mi madre
algo que pudiera servirte, y no es fácil hacerlo sin
despertarla en el proceso, ¿sabes?
―¿Y qué hacemos ahora?
―Hay un pajar cerca de aquí, allí nos cambiaremos y
trataremos de dormir un par de horas ―le explicó mientras
se alejaba.
Sasha corrió tras él y le tomó del brazo.
―¿En un pajar? ¿No existía un lugar peor? ―ironizó.
―Créeme, hay sitios mucho peores, y te lo digo por
experiencia.
Entraron en aquella destartalada casucha a la que el
hombre llamaba pajar, y nada más poner un pie dentro, un
par de ratones salieron corriendo y se escondieron entre la
paja que estaba por allí esparcida.
Quiso chillar, pero Draven se acercó a ella por detrás, la
tomó por la cintura y le cubrió la boca con la mano para que
no lo hiciera.
―¿Quieres que nos descubran? ―Sasha abrió mucho los
ojos fulminándolo con ellos―. No podemos cambiar este
plano del tiempo más de lo debido, porque no sé si podría
alterar el futuro, así que nadie nos puede ver cómo vamos
vestidos. Ahora, te voy a destapar la boca, prométeme que
no gritarás. ―La artista asintió y el guardián retiró la mano
poco a poco.
Sasha se separó de él y se volvió para mirarle de frente.
―Hay ratones ―susurró en tono acusatorio.
―¿Y qué esperabas? ―enarcó una ceja―. En todos los
pajares hay.
―Claro, como si hubiera estado en muchos ―repuso de
manera sarcástica―. No voy a dormir aquí.
―Entonces, no duermas.
Ignorándola, comenzó a estirar la manta que llevaba
sobre la paja.
―¿Y si me tumbo ahí y sale otro de esos ratones?
―continuó diciendo.
―No te preocupes, son más pequeños que tú y no
pueden comerte.
Se puso en jarras.
―Ja, ja, ja, qué gracioso eres.
―Ten. ―Draven le tendió el vestido―. Póntelo.
Sasha lo cogió y se lo quedó mirando.
―No sé si me va a servir.
―Tú póntelo y ya veremos qué hacemos para que no se
note que no es de tu talla.
Se quitó la camisa y la joven, con las mejillas encendidas,
le dio la espalda, no sin antes haber podido apreciar que
tenía el torso más espectacular que hubiera visto en toda su
vida. De hecho, solo vio algo similar en la televisión, el cine
o alguna revista de moda. Había oído hablar a sus amigas
de haberse acostado con hombres que poseían una perfecta
tableta de chocolate como aquella, aunque para ella era
una fantasía, como los unicornios que tanto le gustaban.
Santa madre de Dios, ese pedazo de maromo no podía
ser real.
Aunque bueno, estaba claro que algo irreal era, teniendo
en cuenta su inmortalidad y todo eso. Justo como ella
pensaba, un fantástico unicornio de músculos esculpidos y
labios jugosos y besuqueables.
Giró un poco la cabeza para asegurarse de que él no la
miraba cuando comenzara a desvestirse, y no, no lo hacía.
Se encontraba de espaldas, subiéndose los ajustados
pantalones de cuero y regalándole un maravilloso plano de
su duro trasero.
¡Qué calor!
―La madre que me parió ―susurró volviéndose de golpe.
Cerró los ojos con fuerza y se mordió el labio inferior
temiendo soltar algún gemido involuntario.
―¿Has dicho algo? ―le preguntó con un tono de guasa,
como si supiera lo que estaba ocurriéndole.
―Nada, nada. ¿Qué iba a decir? ―mintió, empezando a
deshacerse de su ropa y notando como el frío de la noche
hacía que se le pusiera la piel de gallina.
No se quitó la ropa interior, ni tampoco las mallas, puesto
que con la larga falda no se verían y la mantendrían más
caliente. Cuando se enfundó el vestido, este desprendía
cierto olor a rancio, pero no se quejó, era lo mejor que
Draven encontró, así que, ¿de qué servía protestar?
―Está bien, lo tengo puesto, aunque es evidente que,
como dije, no es de mi tamaño.
―Déjame ver.
Sasha hizo lo que le pedía y se volvió, manteniendo
cruzados los brazos sobre el pecho. El guardián sonrió de
forma canalla, y aquello hizo que la artista sintiera que
deseaba saltar sobre él, y acabar de una vez por todas con
aquella abstinencia que ya duraba tres años.
―Si no apartas los brazos, no podré ayudarte a estar
presentable.
Soltando un bufido, hizo lo que le pedía, mostrando gran
parte de sus generosos pechos. Porque sí, Sasha heredó
aquella parte de su anatomía de su madre, que era una
mujer muy pechugona.
―Ya lo ves, no… no van a caber ahí ―repuso un tanto
avergonzada.
―Te ajustaré los lazos lo máximo que se pueda, y si te
pones el chal por encima, no creo que se note tanto que
este vestido no es tuyo. ―Señaló su escote―. ¿Puedo?
La artista asintió y contuvo la respiración cuando notó
como los dedos de Draven la rozaron de modo accidental.
Se sentía acalorada y taquicárdica, sin embargo, el guardián
parecía absolutamente indiferente y a Sasha no le
extrañaba, porque era imposible que un pedazo de hombre
como aquel se fijara en ella. No es que fuera fea, aunque
tampoco una belleza despampanante como Roxie o su
hermana.
―Ya está, no ha quedado tan mal.
La joven bajó los ojos y pudo ver como la tela del vestido
contenía sus pechos a duras penas, alzándolos y dejando
gran parte expuestos.
―No, si pretendo que me confundan con una prostituta
de taberna ―se lamentó.
Draven soltó una carcajada, pero se le cortó cuando la
puerta del pajar se abrió. Solo le dio tiempo a meter con el
pie la ropa de la artista debajo de un montón de paja ―la
suya ya la escondió minutos antes― y a colocarse ante ella
para protegerla con su cuerpo. Frente a él se encontraba su
madre, acompañada de Myra, y ambas le miraron muy
sorprendidas.
Notó como una rabia cegadora despertaba dentro de él y
le empujaba a tomarlas por el cuello. A duras penas logró
controlarse.
―¿Qué… qué haces aquí? ―balbuceó su antigua
prometida sin entender lo que estaba sucediendo.
―¿No se suponía que estabas muerto? ―inquirió su
progenitora con cierta decepción reflejada en su tono de
voz, ya que parecía que ella no estuvo al tanto de su
regreso, ni del plan de Myra de entregarle a los Berrycloth.
―Ya ves, madre, no puedes creer todo lo que oyes
―repuso, tratando de contener todo el rencor acumulado
por años.
―No, no puede ser… Yo vi cómo te llevaban con ellos
―comentó Myra con incredulidad, refiriéndose al clan de
brujos.
―Se dieron cuenta de que no era cierto todo lo que te
conté y que solo era una treta para meterme entre tus
piernas, querida ―ironizó, avanzando un par de pasos hacia
ella―. Lo que no sé es qué hacéis aquí. ¿Conspirando contra
otro pobre infeliz? Eso os pega bastante.
―Solo… solo iba a informarle a tu madre sobre lo
ocurrido. ―La muchacha trató de tocarle, sin embargo, él
dio un paso atrás―. Todo fue idea de mi padre, ya sabes
que yo nunca podría entregarte a esos hombres, Draven.
Debes creerme.
¡Draven! Así que ese era su nombre, pensó Sasha, en
medio de aquella confusa conversación.
―La verdad es que no me importa lo más mínimo si has
tenido algo que ver ―continuó diciendo el guardián, que
sabía toda la verdad, pese a que no podía interferir en el
futuro más de lo que ya lo hacía su presencia allí―. Quisiera
presentaros a mi esposa.
Estiró su mano hacia Sasha, que se mantuvo al margen
hasta aquel momento.
―Emm… ¿yo? ―preguntó, mirándole con los ojos muy
abiertos. La situación cada vez se estaba tornando más
descabellada.
―No seas tímida, mi amor. ―Agarró su mano y tiró de
ella, hasta que la arrastró a su lado―. Ella es Sasha.
―No es posible ―murmuró Myra, ignorando a la artista―.
¿Cómo…? ¿Cuándo te has casado?
―Cuando todo el mundo me dio por muerto, Sasha me
encontró en el campo de batalla, tirado y muy malherido.
Me llevó a su casa y me curó las heridas. Entonces nos
enamoramos y me casé con ella.
―¿Y después volviste a jurarme amor eterno a mí? ―se
indignó la rubia―. Y me engañaste con tu inverosímil
historia ―dudó un momento―. Pero no lo entiendo, yo vi
cómo te cortabas y cómo tu herida sanaba por arte de
magia.
―Tan solo viste un truco ―le aseguró―. Era de noche y
estaba oscuro, todo unido te jugó una mala pasada para
que creyeras lo que yo quería.
Myra apretó los dientes, rabiosa. Si todo lo que decía
Draven era cierto, ella perdería su ansiada inmortalidad,
pues el trato con los Berrycloth no se haría efectivo.
―¿Qué hay de ti? ―le soltó a Sasha con toda la furia que
sentía recorrer su cuerpo―. ¿Has consentido que tu
supuesto marido retoce conmigo, mientras tú le esperabas
en casita cocinando para él?
―Bueno… ¿no soy celosa? ―preguntó, mirando de reojo
al guardián, sin saber muy bien qué decir.
―Esto es indignante ―farfulló Myra.
―Te has convertido en un hombre sin ningún tipo de
honor ―le echó en cara su madre.
―En ese caso, lo habré aprendido de ti, Brenda
―respondió su hijo con todo el rencor que albergaba hacia
ella. Era incapaz de volver a llamarla madre.
La mujer abrió los ojos con indignación.
―Eres un desagradecido ―le soltó entre dientes.
Alzó un poco la mano como si estuviera tentada a darle
un bofetón. Sin embargo, al ver como Draven alzaba las
cejas, como dándole a entender que no iba a permitírselo,
dio un par de pasos atrás y tomó a Myra de la mano.
―Vayámonos, aquí no hay nada que merezca la pena.
La joven celta miró una última vez a Draven antes de
abandonar el pajar, junto a la que estuvo a punto de ser su
suegra.
El guardián apretó los puños.
Se quedó con ganas de tomar a aquel par de brujas por el
cuello hasta partírselo, no obstante, debía contenerse.
―Así que ahora soy tu esposa. ―Oyó suspirar a Sasha―.
Una esposa consentidora, que anda exponiendo sus pechos
a la vista de todos. El mejor papel de la obra, sí señor.
―Fue la única manera que encontré de explicar tu
presencia aquí. ―Se encogió de hombros y se tumbó sobre
la manta.
―Estaba claro que este día solo podía ir a peor ―se
lamentó, sin saber cómo podría dormir teniendo a aquel
Dios griego al lado.
«Menuda noche más larga que te espera, amiga», se dijo
a sí misma con resignación.
Capítulo 3

Abdiel miraba como Roxie intentaba una y otra vez hacer el


hechizo de localización para dar con Draven y Sasha. Sin
embargo, este fallaba en cada una de las ocasiones,
haciendo que se sintiera muy frustrada.
―No lo entiendo, es como si se los hubiera tragado la
tierra ―se lamentó la joven.
―Quizá sea obra de Sherezade ―apuntó Keyla.
―¿Y dónde ha podido llevárselos? ―intervino Max, muy
preocupada por su antigua compañera de piso―. ¿Qué
puede querer de ellos?
―Quizá sean alguna pieza para su plan, sea cual sea
―respondió Nikolai, pensativo.
―Eso, contando con que no se haya desecho de ellos
―repuso Varcan, diciendo en voz alta lo que nadie quería
expresar.
―Imposible, me niego a creer eso ―negó Elion,
rehaciéndose el moño con nerviosismo.
―Lo que está claro es que sea lo que sea lo que ha
ocurrido, tiene que ver con la profecía, de eso estoy segura
―afirmó Talisa, que permanecía sentada en un sillón con el
gato negro sobre sus piernas―. Aunque no descarto que esa
bruja persa también esté detrás.
―Si lo que queremos es averiguar si Sherezade tiene algo
que ver, conozco a alguien que puede ayudarnos ―dijo Ella
con las manos en las caderas.
―¿Quién? ―inquirió Max con interés.
―No te referirás a… ―Elion dejó la frase en el aire.
―El mismo ―asintió su pareja de vida―. Amaro es el
único que puede descubrirlo. Él tiene trato directo con
Sherezade.
―¿Amaronte? ―ironizó Varcan enarcando una ceja―.
Parece que el cuernos vengativo dejó en ti huella, piernas.
―No es eso, pero él está del lado de la bruja. ―Se
encogió de hombros―. Bueno, al menos en parte. Con
Amaro nunca se sabe.
―¿Y por qué iba a ayudarnos? ―le preguntó Abdiel,
avanzando hacia ella―. Amaronte no hace nada de forma
desinteresada.
―Por intentarlo no perdemos nada ―insistió Ella.
―En eso tiene razón ―la respaldó Roxie.
―Y tal vez sí tengamos algo que le interese. Por ejemplo,
una rubia de metro ochenta y piernas kilométricas
―apostilló el guardián de la cicatriz con su particular
sentido del humor.
―No me toques las narices, bror. Quizá le interese más
cierta pelirroja de rizos salvajes y un temperamento de mil
demonios ―intervino Elion, tomando a Ella por la cintura de
modo posesivo.
Varcan, por su parte, soltó una carcajada.
―Si me dejan participar, me apunto.
Max le golpeó el pecho.
―Deja de decir gilipolleces ―le regañó.
―Cómo me excita cuando te pones mandona, pecas
―susurró acercándola a él y mordisqueándole el cuello de
modo juguetón.
Abdiel carraspeó para que se comportara.
―Si crees que hablar con Amaro puede ser de ayuda, le
pediré a Thorne que lo encuentre y le proponga ayudarnos
―le dijo a Ella―. Intentaremos cualquier cosa que nos lleve
a dar con ellos sanos y salvos.
Thorne acudió al club Pecado en busca de Mauro, con la
esperanza de que este supiera donde se encontraba su
hermano, pese a la mala relación que entre los dos existía.
Se lo encontró en su mesa habitual, acompañado de
Azazel, otro de los demonios de su clan.
―Vaya, guardián, ¿qué te trae por aquí? ―le saludó nada
más verle―. ¿Buscas un poco de diversión?
―En realidad busco a Amaronte, ¿sabes dónde puedo
encontrarlo? ―dijo sin rodeos, como era habitual en él.
Mauronte se puso en pie y sus ojos completamente
negros parecieron llamear.
―No quiero escuchar el nombre de ese bastardo, así que,
si eso es todo lo que necesitas, será mejor que te marches
por donde has venido ―le sugirió, alejándose hacia su
sótano privado.
El vikingo, sin darse por vencido, le siguió.
―No me jodas, Mauronte. ¿Acaso crees que a mí me
gusta andar buscando a un loco narcisista como tu
hermano? ―se quejó el guardián―. Sin embargo, Draven y
la mujer a la que vigilaba han desaparecido y me temo que
Amaronte sea el único que pueda darnos una respuesta.
―La contestación sigue siendo no ―sentenció,
metiéndose tras la barra que estaba en el sótano y
sirviéndose una copa.
―¿Me vas a obligar a darte una paliza para que
colabores? ―inquirió Thorne, que no era muy conocido por
su paciencia.
―¿Por qué no lo intentas, guardián? ―repuso el demonio
con una ceja enarcada.
―Está bien, que la sangre no llegue al río ―intervino
Azazel, que les había seguido en silencio―. Yo te llevaré a
donde creo que puede ocultarse.
―Escondido, como la rata que es ―murmuró Mauro,
bebiéndose de un trago su copa de whisky escocés, el más
viejo que tenía, y sirviéndose otra.
Thorne cruzó los brazos sobre su amplio pecho y asintió.
―De acuerdo. ¿A qué esperamos entonces?
Azazel sonrió con aquella picardía que le caracterizaba.
Ese demonio parecía estar siempre de buen humor.
―Detrás de ti, princesa.
Le guiñó un ojo y señaló hacia la puerta, consiguiendo
que el vikingo gruñera y le fulminara con la mirada.

―¿Qué es este jodido lugar? ―gruñó Thorne cuando el


demonio detuvo su deportivo en medio de una especie de
vertedero.
―La madriguera de Amaronte y Cyran ―respondió Azazel
abriendo la puerta y saliendo del coche―. O por lo menos,
lo era la última vez que estuve aquí.
Thorne imitó su acción y, colocando las manos en las
caderas, enarcó las cejas.
―Menudo montón de mierda ―comentó mirando
alrededor y dando un par de pasos adelante.
―¡Espera! ―le gritó el demonio, aunque fue demasiado
tarde, el guardián cayó en una trampa, quedando atrapado
en una red y colgando boca abajo.
―¡Qué cojones…! ―exclamó furioso.
―Se me olvidó decirte que era muy probable que
estuviese plagado de trampas ―repuso encogiéndose de
hombros, con una expresión divertida reflejada en su rostro.
―¿No te pareció un detalle jodidamente importante?
―ironizó, sacando su daga de la parte trasera de su tejano
negro.
―¿Qué tenemos aquí? ―Escucharon la voz del demonio al
que fueron a buscar―. ¿Has visto, Cyran? Parece que hemos
cazado una buena pieza. Al menos, una bien grande
―repuso, haciendo referencia a la enorme envergadura del
guardián.
―Cazado… ¡Y una mierda! ―bramó, cortando la red y
cayendo al suelo.
Amaronte soltó una carcajada divertida.
―Que aterrizaje tan elegante ―observó con sarcasmo.
El vikingo se puso en pie de un salto y le fulminó con sus
ojos verdes oscuros.
―¿Acaso quieres que te arranque esa cabeza hueca que
luces sobre los hombros, guapito? Porque si es así, no hace
falta que te andes con provocaciones, solo dímelo y haré tus
deseos realidad.
Amaro sonrió de medio lado.
―¿Qué os ha traído por aquí? ―les preguntó fijando la
vista en Azazel―. ¿Mi hermano ahora envía a su perro
guardián a hacer el trabajo sucio? ¿O acaso tiene miedo de
encararse conmigo? Sería típico de él, darme la espalda en
vez de enfrentar las cosas como un hombre.
Az rio y avanzó hacia él.
―Créeme, Mauronte jamás te temería.
Amaro amplió aún más su sonrisa, tornándola siniestra.
―Pues debería hacerlo ―le aseguró.
―¿Podéis dejaros de gilipolleces y de competir para ver
quién de los dos tiene la polla más larga? ―soltó Thorne
perdiendo la paciencia―. Hemos venido a que nos digas en
qué agujero se esconde la puta persa, y si ha tenido algo
que ver con la desaparición de mi hermano y la amiga de
Max y Roxie.
―¿En serio? ¿Por qué no lo has dicho antes? ―repuso
mordaz―. Largo de aquí, no tengo nada que decir al
respecto.
Trató de darse la media vuelta, pero el vikingo lo tomó
con fuerza del brazo. Amaro miró la mano que le sostenía y
levantando la suya propia, hizo que esta ardiera.
―¡Me cago en la puta! ―gritó Thorne dándole manotazos
para extinguir las llamas―. Sabes que el fuego no puede
matarme, capullo.
―Pero duele de cojones, ¿a que sí? ―ironizó.
El vikingo parecía a punto de explotar.
―Ya me estás cansando, demonio, así que, o me dices
ahora mismo si sabes algo de Draven, o juro que te
arrancaré los brazos y te los meteré por el culo.
Amaronte silbó de modo apreciativo.
―Menudo genio nos gastamos hoy, trenzas.
―¡Se acabó! ―avanzó hacía Amaro, que no se movió de
donde estaba y le miraba con los brazos cruzados sobre el
pecho y una satisfecha sonrisa en su atractivo rostro. No
obstante, Azazel le detuvo.
―Así no conseguirás que te diga nada, Amaro solo
funciona si consigue algún beneficio.
―Qué bien me conoces, perrito. ―Aplaudió con
conformidad―. ¿Qué sacaría yo a cambio de darte esta
información, guardián?
―¿Qué coño quieres? ―inquirió Thorne con los ojos
cargados de ira contenida.
El demonio se encogió de hombros.
―Lo cierto es que no tenéis nada que me interese ―dijo
con desgana―. Vámonos, Cyran.
El demonio de los cuernos se había limitado a mirarlos en
silencio, a la espera de intervenir si fuera necesario.
―¿Ni siquiera el tridente de Mammon?
Aquello hizo que Amaro se volviera hacia Az con los ojos
entrecerrados.
―¿El tridente de Mammon? ―repitió como si no se
creyera lo que acababa de oír.
―¿Acaso te has vuelto sordo con los años? ―respondió
Azazel con una ceja alzada.
―Es un farol, mi hermano jamás me entregaría un arma
tan poderosa.
―Te doy mi palabra demoníaca.
Thorne miró de reojo a Az, ya que cuando un demonio
daba su palabra demoníaca y otro sellaba el trato con un
apretón de manos, esta se hacía solemne, y si se rompía,
acababa consumiéndose en las llamas del infierno.
―Hecho ―aceptó Amaronte tomando la mano de forma
apresurada, antes de que pudiera arrepentirse.
En ese momento, como si estuviera siendo marcado a
fuego, las letras P y D se marcaron en el dorso de la mano
de Azazel, haciéndole apretar los dientes a causa del dolor
que le provocó.
―Un trato es un trato, perrito, así que me encargaré de
averiguar si Sherezade ha tenido algo que ver en la
desaparición del guardián celta y la bonita artista que
custodiaba.
―¿Cómo sabes eso? ―preguntó Thorne desconfiando aun
más de él.
―Yo lo sé todo, trenzas. ―Le guiñó un ojo y comenzó a
alejarse.
―Mauronte no va a estar contento con este trato, Azazel
―intervino Cyran con aquella voz de ultratumba que
poseía―. Te has arriesgado demasiado.
―Es probable ―fue la única respuesta que le dio.
―Espero que no te cueste la vida. Aunque nuestra
diferencia de pensamientos nos haya distanciado, en un
pasado fuimos amigos. ―Tras soltar aquello, se marchó por
el mismo lugar que lo hizo Amaro segundos antes.
―Sabes que te has puesto la soga al cuello, ¿verdad?
―observó el vikingo cuando se quedaron a solas.
―Lo sé, aunque confío en que no me apriete demasiado.
―El tridente de Mammon es un arma muy peligrosa en
manos de Amaronte.
―Mauro lo mandó desactivar hace años, así que por eso
se lo ofrecí, pese a que, de todos modos, no va a estar muy
contento con la idea de entregárselo ―le explicó el
demonio―. Sin embargo, era la única manera de conseguir
que nos ayudara.
Thorne asintió.
―Te debo una.
―Y bien gorda, amigo ―afirmó Az antes de que ambos se
subieran de nuevo al coche, alejándose de allí.
Capítulo 4

Sasha despertó al notar movimiento a su lado. Le dolía la


espalda y sentía los músculos entumecidos tras pasar la
noche sobre el duro lecho de paja que el guardián
improvisó.
―Buenos días, conejita ―la saludó al ver que se sentaba
y se restregaba los ojos―. ¿Has dormido bien?
―¿Estás de broma? ―Apoyó las manos en las lumbares,
estirándolas―. Me duele todo. Siento como si me hubieran
dado una paliza.
El guardián ladeó la cabeza levemente y le dedicó una
divertida sonrisa. Aquello provocó que mil mariposas
revolotearan en el estómago de la artista, que no pudo
evitar que sus mejillas se tiñeran de rojo.
¿Cómo era posible que estuviera tan bueno recién
levantado? Ella debía presentar un aspecto terrible y él
parecía un modelo de Calvin Klein.
¡El mundo no era justo!
Se pasó las manos por el cabello para tratar de
acomodárselo, pese a no tener grandes esperanzas al
respecto.
―Bueno, será mejor que nos pongamos en marcha
―sugirió Draven poniéndose en pie.
―¿En marcha? ¿A dónde? ―repuso enarcando una ceja―.
¿Acaso está por aquí el Delorean de Regreso al futuro?
―Muy graciosa ―respondió cruzándose de brazos―. No
hay ningún Delorean, pero tenemos que encontrar una
solución, a no ser que quieras vivir en este granero para
siempre.
―¿Una solución? ―repitió―. No sé cuál puede ser, dado
que toda esta situación es de locos.
Trató de ponerse en pie, sin embargo, se enredó con las
faldas, y habría caído de bruces si Draven no lo hubiera
evitado.
―No sabes qué hacer para acabar en mis brazos,
¿verdad, conejita? ―rio el guardián.
―No, no es verdad ―se apresuró a responder,
apartándose de él y pasándose las manos por la falda, ya
que se sentía muy nerviosa―. Tengo tendencia a la torpeza,
eso es todo. No te hagas ideas equivocadas, ¿quieres?
―No te pongas tan seria, Sasha, que solo estaba
bromeando. ―Le guiñó un ojo y abrió la puerta del pajar
permitiendo que la luz se colara dentro.
Tendió la mano hacia la joven, que la tomó, y ambos
salieron fueran. Una vez pisaron el exterior, Myra, que les
estuvo espiando durante horas como una vulgar acosadora,
se acercó a ellos.
―Sigo sin creer una sola palabra de todo lo que dijiste
anoche ―soltó de sopetón, rabiosa.
―No tengo nada que hablar contigo, así que déjanos
pasar ―respondió Draven con tranquilidad.
―¿Qué te ha ocurrido? ¿Por qué me tratas con tanta
frialdad? ―le reclamó agarrándolo por el brazo con
desesperación.
―Creí habértelo dejado claro.
―¡Eres un embustero! ―gritó fuera de sí, tratando de
abofetearle―. Jamás me usarías del modo en que
insinuaste. Tú no eres así, te conozco bien.
Draven agarró su muñeca y con un gesto fiero acercó su
rostro al de la única mujer que amó en su vida como mortal.
―Puedes creer lo que te venga en gana, aunque te
aconsejo que sea la última vez que intentes abofetearme o
te prometo que te devolveré el golpe. ―La soltó con
desprecio, tomando a Sasha de la mano, que parecía en
shock, y arrastrándola tras él.
Con decisión, se dirigió a la casa que en su día compartió
con su madre y entró dentro, consiguiendo que los
recuerdos de las torturas vividas le erizaran la piel.
―¿Qué haces aquí? ―se escandalizó Brenda―. No tienes
derecho a pisar mi casa.
―Solo voy a coger algunas de mis cosas antes de
marcharme para siempre ―le dijo sin detenerse siquiera a
mirarla.
―No queda nada, me deshice de todo en cuanto me
mintieron sobre tu muerte ―declaró a sus espaldas―. Y
créeme, tampoco me costó, ya que no hubiera sido una
gran pérdida para mí tu fallecimiento.
El guardián se giró de forma lenta, apretando las
mandíbulas y mirando a aquella mujer que debía profesarle
amor y que, por el contrario, solo exudaba odio y maldad.
De todos modos, sabía que no estaba diciendo la verdad,
porque justo la noche anterior él mismo robó aquellas
prendas que ahora lucía.
―Hay personas que jamás deberían ser madres y, sin
duda, tú eres una de ellas.
―El problema no es mi instinto maternal, es que tú no
eres digno de que te quieran, Draven, debes asumirlo.
Sasha pudo ver como en los ojos del guardián aparecía un
destello de dolor que se apresuró a ocultar. Aquello hizo que
la joven artista no pudiera permanecer callada por más
tiempo, así que se plantó delante del hombre y, con las
manos en las caderas, se enfrentó a su madre.
―¿Cómo puede ser tan cruel? ―le recriminó―. A un hijo
hay que protegerle y cuidarle, no hacerle sentir que no es
digno de amor. ¿Se da cuenta del daño que puede hacer eso
en una persona? ¿Del impacto psicológico que puede
significar para él? ―le señaló.
―Nada de esto es de tu incumbencia ―respondió Brenda
mirándola con animadversión.
―Claro que lo es, porque… ―Observó de reojo a
Draven―. Porque soy su esposa.
―Te compadezco por ello ―espetó con altivez.
―Más le valía compadecerse de sí misma, porque
vaticino que va a acabar sola y sin nadie que la llore el día
que abandone este mundo. ―Agarró a Draven de la mano y
lo sacó fuera de la modesta casita antes de que Brenda
dijera algo más que pudiera dañarle de nuevo.
―Gracias por defenderme ―repuso el guardián a sus
espaldas.
―No podía permanecer callada por más tiempo, viendo
como trataba de herirte sin motivo.
―Lo que ella me diga ya no me hiere ―le aseguró,
entrando de nuevo al pajar.
―Pretendes que no te hiera, sin embargo, es inevitable
―le contradijo―. Yo también intento que no me afecte nada
que tenga que ver con mi pasado, pero hay ocasiones en las
que aún duele, en especial, cuando la persona que te dañó
se presenta frente a ti.
Draven la miró de soslayo, sabiendo que se refería a su
hermana.
―No todas las personas te hacen daño de manera
intencionada.
―Eso no es un eximente ―respondió, sintiéndose
incómoda―. ¿Qué haremos ahora? Está claro que tu madre
no pretende ayudarnos y tampoco parece que seas muy
bien recibido aquí.
―Debemos averiguar el modo de regresar a nuestro
tiempo sin seguir interfiriendo demasiado en las vidas de la
gente de este poblado.
―¿Y cómo quieres que lo hagamos? ―insistió con las
manos en las caderas―. No sé qué hice la última vez para
llegar hasta aquí, así que no puedo repetirlo.
―No demasiado lejos de este poblado, hay un
asentamiento de brujos viajeros que estoy seguro de que
pueden ser de ayuda, pero antes debo abastecernos de
alguna provisión, ya que el camino a pie es largo.
―¿Puedo hacerte otra pregunta?
Draven se cruzó de brazos y la miró con más atención.
―Adelante ―la animó.
―¿Qué ocurrió entre la muchacha rubia y tú? Parecía muy
dolida por el modo en que le hablaste.
―No te creas nada de su actuación ―le aconsejó
apretando los dientes y haciendo palpitar sus mandíbulas―.
Esa… mujer ―consiguió decir sin insultarla― con aspecto
inocente no es más que una harpía que fingió amarme, para
después entregarme a unos brujos para que me torturaran
durante días, con el único objetivo de conseguir poderes y la
inmortalidad.
―¿Y lo consiguió? ―indagó interesada.
―Por desgracia, sí, sigue tocando los cojones en el futuro
―suspiró, pasándose las manos por la barba bien recortada
que aún lucía―. En fin, dejemos de hablar de ella, hacerlo
solo me pone de mal humor.
Sasha se limitó a asentir y a sentarse sobre un montón de
paja, vigilando que no apareciera ningún indeseado roedor.
―Espérame aquí mientras trato de cazar algo, ¿de
acuerdo?
La chica se encogió de hombros.
―No tengo nada mejor que hacer.
Draven asintió antes de salir del pajar, sin percatarse de
que, escondida, Myra escuchó toda la conversación que
acababan de mantener, haciendo que se sintiera satisfecha
al saber que iba a conseguir lo que se propuso cuando
entregó a su antiguo prometido a los Berrycloth.
Ella siempre conseguía lo que quería.

Draven se pasó el día consiguiendo un caballo, sería más


rápido y el camino no se le haría tan pesado a la joven.
Además, cazó algo para que pudieran comer antes de partir,
y recolectó algunos frutos para el camino. También se
acercó al río a por agua, y robó un par de mantas para
poder pasar la noche a la intemperie sin que Sasha se
congelara.
Cuando volvió al pajar, se la encontró echa un ovillo y
dormida. El guardián no pudo evitar acuclillarse a su lado y
quedarse mirándola. Estaba muy bonita y parecía tan
inocente y delicada, con aquellas doradas pequitas
salpicando el puente de su nariz. Sin pretenderlo, su mano
se dirigió de forma automática hacía su mejilla, la cual
acarició con suavidad, consiguiendo que Sasha entreabriera
los ojos adormilada.
―Siempre apareces en mis sueños ―murmuró apretando
su rostro contra la mano masculina.
―Ahora no estás soñando, conejita ―susurró con voz
ronca, sintiendo unas repentinas ganas de besarla.
No obstante, no pudo hacerlo, ya que las puertas del
pajar se abrieron de repente e irrumpieron en él todos los
hombres del poblado, incluido Briccio, armados con sus
espadas.
Draven se puso en pie, manteniéndose alerta.
―¿Qué estáis haciendo? ―Miró de frente a su buen
amigo―. Briccio, ¿qué ocurre?
―¡Cállate, demonio! ―exclamó el aludido con ojos de
furia―. Yo vi morir a mi amigo… mi hermano, en el campo
de batalla, sacrificándose por mí. No sé lo que eres tú, pero
sin lugar a dudas, él no.
―Myra ya nos ha dicho que ha visto como esa bruja hacía
encantamientos sobre el cuerpo de Draven para conseguir
que un demonio lo posea ―espetó el padre de su antigua
prometida, señalando a Sasha.
―Jodida zorra mentirosa ―dijo el guardián entre dientes.
¿Es que Myra nunca podía dejar de darle problemas?
Sin darle tiempo a decir nada más, los habitantes del
poblado se abalanzaron sobre él. Draven, usando su poder
de invisibilidad, los esquivó, haciendo que todos los
presentes entraran en pánico, incluida Sasha.
―Era cierto, es un demonio ―gritó Briccio.
―¡Ha desaparecido! ―exclamó la artista con el rostro
pálido.
―Coged a la bruja ―ordenó el padre de Myra.
Sasha tomó un palo del suelo y lo alzó por encima de su
cabeza, tratando de defenderse del hombre que se
acercaba a ella con el semblante demudado por la rabia.
Intentó golpearlo con el arma improvisada antes de que
pudiera alcanzarla. Por desgracia, al darse impulso, se pisó
el bajo de la falda de nuevo, cayendo de bruces al suelo.
Alzó la mirada hacia el desconocido, que levantó la espada,
dispuesto a ensartarla con ella.
Sasha se tapó los ojos con las manos conteniendo la
respiración y gritando de manera histérica, a la espera de
sentir el dolor de aquella afilada hoja atravesar su carne.
Por suerte, esto no sucedió, dado que el hombre salió
volando por los aires. Y lo mismo sucedió con el resto de los
cabreados aldeanos, tras lo cual, la joven artista fue alzada
en brazos por algo o alguien que ella no podía ver. Aunque
imaginaba que era Draven, no pudo evitar asustarse.
―Tranquilízate, soy yo ―escuchó decir a aquel ente que
la llevaba corriendo.
―¡Eres invisible! ―exclamó histérica―. No puedo verte.
―Es otro de mis poderes.
―Podías haberme avisado antes de que me llevase este
susto ―le echó en cara―. Casi consigues que se me pare el
corazón.
―No se me ocurrió, lo siento ―reconoció, haciéndose
visible otra vez.
Sasha gritó de nuevo por la impresión.
―Van a escucharnos por culpa de tus gritos y no quiero
que nos sigan ―le dijo el guardián bajándola al suelo y
cubriéndole la boca con la mano.
La artista se la apartó de un manotazo.
―¿Y qué pretendes que haga si no paras de hacer cosas
raras? He viajado al pasado con un hombre que es inmortal
y tiene poderes que jamás imaginé que existieran. ¿Cómo
puedo asimilarlo en tan poco tiempo? Creo que he estado
bastante tranquila hasta ahora, pero ya no puedo más,
siento que voy a entrar en shock y a desmayarme de un
momento a otro, yo…
No pudo seguir diciendo nada más, pues los labios del
guardián se posaron sobre los suyos, acallando su perorata.
Aquel contacto encendió el cuerpo de la joven, que, sin
pensar, le agarró por la camisa y se pegó más a él. Hacía
tres años que nadie la besaba de ese modo… Bueno, en
realidad, jamás ningún hombre la había besado con tanta
pasión como lo hacía Draven en ese momento, hasta que,
tomando su rostro entre las manos, se separó de ella y se la
quedó mirando a los ojos.
―¿Te sientes más tranquila?
Tranquila no era la palabra que se le venía a la mente en
aquel instante. Excitada, caliente, como una moto…
¡Cachonda!
―Emm, sí, creo que estoy mejor ―respondió,
apartándose de él y sonrojándose.
―Me alegro. ―Draven sonrió y, tomándola de la mano, la
guio entre la arboleda―. Escondí aquí un caballo por si
llegase el momento de huir de este modo.
―Muy previsor de tu parte ―murmuró Sasha, que aún
sentía el pulso acelerado y la humedad que mojaba su ropa
interior. Si es que el apodo de mojabragas le venía como
anillo al dedo.
―Tenemos que encontrar a los brujos viajeros antes de
que sea demasiado tarde.
―Demasiado tarde ¿para qué?
―En nuestro tiempo, mis hermanos y yo estamos en
medio de una guerra, y creo que tú eres una parte
importante de ella.
―¿Yo? Si no soy nadie ―se sorprendió―. ¿Para qué os
puedo servir? ¿Necesitáis que pinte un bonito dibujo en
alguno de vuestros tanques?
Él sonrió guasón.
―No es ese tipo de guerra y aún no sé en qué puedes
ayudarnos. Sin embargo, creo que tiene que ver con tu
poder para viajar en el tiempo.
Avistaron al precioso caballo castaño atado al tronco de
un árbol. Una vez estuvieron a su lado, Draven la alzó por la
cintura sentándola sobre el lomo del animal, consiguiendo
que soltara un gritito y se agarrara a sus crines con
desesperación.
El guardián emitió una carcajada y, de un salto, se situó
tras ella.
―No temas, conejita, que mientras estés conmigo, no te
pasará nada malo.
―No sé qué decirte, estas palabras me han sonado a las
que le diría el lobo feroz a Caperucita roja antes de
zampársela.
Draven volvió a reír, justo antes de espolear el caballo y
adentrarse en la profundidad del bosque en aquella oscura
noche.
Capítulo 5

No supo con exactitud cuando sucedió, pero se quedó


dormida apoyada contra el duro pecho del guardián. De
repente, un rayo de sol se reflejó en su rostro haciendo que
se desperezara y entreabriera los ojos, esperando
despertarse en su cama y escuchando a Daisy cantar como
cada mañana. Sin embargo, el aroma masculino que inundó
sus fosas nasales le hizo saber al instante dónde se
encontraba, y era en el pasado, junto a aquel hombre tan
atractivo como misterioso.
―Buenos días ―la saludó bajando sus ojos verdes hacia
ella, para mirarla con una sonrisa ladeada en su
impresionante rostro.
Sasha boqueó como un pez fuera del agua, quedándose
sin habla y sintiendo unos irrefrenables deseos de besarle.
¿Qué ocurriría si dejara de lado su vergüenza y se
lanzara? Aquella pregunta resonaba en su mente una y otra
vez, y a punto estuvo de dejarse llevar, si no hubiera sido
por el siguiente comentario que soltó Draven.
―Has dormido a pierna suelta, hasta has babeado
―bromeó.
La joven se envaró y, con disimulo, se limpió las
comisuras de los labios, sintiéndose avergonzada.
―Muy amable por tu parte señalar este tipo de cosas.
El guardián rio de forma ronca.
―Estamos cerca del río, cuando lleguemos, nos
detendremos a descansar un poco.
―¿No has dormido en toda la noche?
El hombre negó con la cabeza.
―No quería detenerme y arriesgarme a que nos
alcanzaran, era peligroso.
―Entonces, estarás agotado.
―La verdad es que estoy bien. ―Se encogió de hombros.
―Imagino que tiene que ver con que seas una especie de
Superman.
―¿Superman? ―Soltó una carcajada.
―Por los superpoderes y la ultra fuerza, ya sabes
―puntualizó―. Por cierto, ¿podrías aclararme un par de
dudas que tengo?
―¿Solo un par? ―Enarcó una ceja.
―Tengo muchas más, pero no creo que sea el momento
de hacerte un interrogatorio.
―Estoy de acuerdo contigo ―asintió―. Dispara. ¿Cuál es
tu primera pregunta?
―¿Por qué durante años he dibujado retratos tuyos si no
te conocía?
El guardián resopló.
―No tengo respuesta para eso, sobre todo, teniendo en
cuenta que en los retratos me pintabas con el aspecto de
mis años como mortal.
―Y supongo que tampoco tienes ni idea de cómo nos hice
viajar hasta esta época, ¿no?
―Lo hiciste con el retrato y aquellas palabras que dijiste,
pero el propósito no lo tengo claro.
―Ya te lo digo yo, no tenía ningún tipo de propósito.
―No me refiero al tuyo, sino al del destino o la Diosa que
suele mover los hilos a nuestro alrededor ―le aclaró
Draven.
Ambos escucharon el agua del río correr y Sasha se
removió incómoda, sintiendo unos terribles pinchazos en
sus posaderas por estar toda la noche cabalgando.
Cuando el guardián detuvo al semental y desmontó, tomó
a la joven por la cintura, bajándola al suelo.
―¿Estás bien? ―indagó mirándola a los ojos, sin soltarla.
―Yo… sí, sí, claro, estoy perfecta ―dijo de forma
apresurada. Su contacto no la dejaba pensar con claridad.
Draven asintió y apartó las manos de la cintura femenina.
Fue entonces cuando Sasha notó el tremendo temblor que
sufría en las piernas, que no fueron capaces de sostenerla,
por lo que acabó cayéndose de culo en la embarrada orilla
del río.
―¡Mierda! ―exclamó cubierta por la pringosa sustancia
marrón.
―¿No decías que te encontrabas bien? ―inquirió
alzándola en el aire y sentándola sobre unas piedras.
Se acuclilló frente a ella y la miró con la cabeza ladeada.
―Creía que sí, pero no estoy acostumbrada a hacer
ejercicio y no sabía que montar a caballo era tan agotador.
―Se encogió de hombros y el hombre no pudo evitar reír.
―Eres un desastre, ¿lo sabes?
―Soy consciente de ello, sí ―se lamentó.
Irguiéndose, se quitó la camisa y se la ofreció a la joven,
que se quedó sin respiración al tener aquel esculpido torso
tan cerca. El tatuaje que lucía en su pectoral izquierdo la
tentaba a recorrerlo con sus dedos… o con su lengua, no
lograba decidirse.
―Toma, quítate la ropa sucia para que pueda lavarla
antes de que vuelvas a ponértela.
¿Ponérsela? Más bien le gustaría arrancarse la ropa y
abalanzarse sobre semejante monumento de hombre. Por
Dios, ¿desde cuándo era una adicta al sexo?
―Estoy deseando quitarme la ropa ―murmuró.
―¿Cómo has dicho? ―preguntó en tono guasón, dando
muestras de que la había escuchado con claridad.
―Que estoy deseando quitarme la ropa, porque no me
gusta estar mojada ―trató de arreglarlo, sin éxito.
―¿Así que no te gusta estar mojada? ―ironizó
cruzándose de brazos y sonriendo de medio lado.
―Bueno, un poquito no me importa, pero en estos
momentos estoy empapada… Quiero decir… sucia. ¿Me
explico?
―Oh, sí, sí, te explicas muy bien ―le aseguró con una voz
ronca y seductora.
―Venga ya, deja de tomarme el pelo ―le exigió
sonrojándose de pies a cabeza―. Estás intentando que todo
lo que digo suene obsceno.
Draven se carcajeó y le dio la espalda.
―Está bien, dejaré de molestarte, aunque eres muy
divertida.
―Más bien ridícula ―susurró entre dientes, quitándose la
ropa embarrada y poniéndose la camisa que el guardián le
prestó y que aún conservaba su olor, cosa que le erizó la
piel.
―Si tienes frío, puedes envolverte en una de las mantas
que están atadas en la montura ―le sugirió el guardián,
tomando su ropa sin mirarla y comenzando a lavarla en la
orilla del río.
La chica se acercó al caballo y desatando una de las
cobijas, se cubrió con ella. Al darse la vuelta, los ojos
abrasadores de Draven estaban fijos sobre ella, como si
hubiera estado atento de todos sus movimientos y sintiera
un deseo irrefrenable que le hacía observarla como a una
deliciosa tarta a la que hincar el diente.
No obstante, eso no era posible. Sasha se consideraba
una mujer de lo más normalita y, ese monumento de
hombre, estaría acostumbrado a tener a su lado a mujeres
espectaculares, tipo a las modelos de Victoria Secret.
¿Cómo iba a desearla a ella?
―¿Por qué me miras así?
―Estaba recordando algo que me dijiste hace unos días
―respondió colgando la ropa de la joven de la rama de un
árbol.
Tomó un par de manzanas de un hatillo que llevaba y le
tendió una a Sasha.
―¿Qué fue lo que dije? ―le animó a proseguir.
―Dijiste que llevabas mucho tiempo sin sexo y que si me
acostara contigo sería como hacer una obra de caridad.
La artista se atragantó con un bocado de manzana que
acababa de llevarse a la boca, y que salió disparado cuando
comenzó a toser de manera compulsiva.
Draven se acercó a darle pequeños golpecitos en la
espalda.
―¿Estás bien?
Sasha asintió, desviando la mirada y sintiendo las mejillas
arder.
―Lo estoy, pero es muy poco considerado de tu parte
recordarme el ridículo que hice aquella noche ―le reprochó
haciendo un mohín enfadado.
El guardián soltó una carcajada ante aquella expresión
enfurruñada y el modo en que su respingona nariz se
arrugaba de manera graciosa.
―No quería molestarte, solo decirte que, si finalmente
quieres que te haga ese favor, estaría dispuesto.
La artista abrió los ojos como platos sin saber qué
responder a aquella proposición.
¿Estaría dispuesto a acostarse con ella? ¿Cómo un favor?
―Emm…, bueno…, no creo que esta sea la circunstancia
apropiada para ello. A ver, que no digo que no quiera
hacerlo…, que tampoco es que quiera… ―comenzó a
parlotear de manera rápida, como le ocurría siempre que se
ponía nerviosa―. Lo que sucede es que eso de que lo hagas
para hacerme un favor no me resulta muy halagador…
―No te hubiera hecho esta sugerencia si no te deseara
―la interrumpió para dejarle eso claro.
Sasha cerró la boca, asimilando aquella declaración.
¿La deseaba? ¡La deseaba! Su niña interior estaba dando
saltitos de felicidad dentro de ella.
―¿Desearías acostarte conmigo? ―preguntó de nuevo
para asegurarse de que no se estaba confundiendo de
ninguna manera.
―Creo haberlo dejado claro ―contestó sin dejar de
mirarla a los ojos, para que viera que estaba siendo sincero.
El corazón de la artista comenzó a bombear con fuerza y
un calor abrasador recorrió todo su cuerpo.
¡Yuju!, gritaban sus hormonas ante la expectativa de
poder intimar con aquel hombre que parecía un modelo de
ropa interior.
Sin embargo, ¿ella estaría a la altura de sus expectativas?
Llevaba tres años sin tener sexo y en su pasado con Kyle, su
exprometido, tampoco es que hubiera sido una máquina
sexual.
―Mientras asimilas lo que acabo de decirte, voy a
refrescarme en el río y a tratar de quitarme este olor a
caballo de encima ―repuso Draven quitándose los
pantalones y metiéndose de cabeza en el agua, como si
aquello que acababa de confesar no tuviera mayor
importancia.
Lo cierto es que para Sasha sí tenía mucha importancia,
pues hacia demasiado tiempo que no se sentía deseada y
su cuerpo reaccionaba con vida propia, reclamándole que se
olvidara de las inseguridades y los remilgos, y dejara seco a
aquel pedazo de hombre.
Los sonidos del bosque se hicieron cada vez más
evidentes a su alrededor, haciendo que se sintiera un tanto
temerosa e insegura. Miró hacia el agua, pero el guardián
nadaba bastante retirado de ella.
Sentándose en el suelo, tomó un palo que tenía cerca y
comenzó a dibujar sobre la tierra para mantenerse distraída.
Realizaba trazos sin pensar, solo dejándose llevar por las
musas. Aquello la relajaba.

Draven volvió al improvisado campamento media hora


después. Necesitó meterse en la fría agua del río para
quitarse el calentón que le provocó ver a Sasha, vestida tan
solo con su camisa.
Desde lejos la vio sentada en el suelo, con su cabello
castaño y liso sobre uno de sus hombros, dejando expuesto
parte de su cuello, el cual, al guardián le dieron ganas de
morder para poder saborear su sangre.
Aquella humana con tendencia a la torpeza y a la
verborrea, cada vez le gustaba más. Se aproximó a ella
dispuesto a gastarle alguna broma para molestarla y ver
aquella expresión de fastidio que tan dulce le resultaba. Sin
embargo, el dibujo que había hecho sobre la tierra le dejó
paralizado.
―¿Dónde has visto eso antes? ―inquirió de sopetón.
La joven dio un respingo, no le había oído llegar.
―¡Por Dios! ―Se llevó una mano al pecho, notando los
acelerados latidos de su corazón―. Me has asustado.
―Te he preguntado que dónde has visto ese objeto
―insistió Draven con la expresión más seria que le hubiera
visto nunca.
―¿Esto? ―La joven señaló el dibujo, aún con el palito que
le sirvió de lápiz entre los dedos―. No es nada, solo algo
que he imaginado y dibujado. No lo he visto jamás.
―¿Estás segura?
Sasha asintió con la cabeza.
―¿Por qué? ¿Qué significa este dibujo? ―quiso saber―.
Pareces preocupado.
El guardián se pasó las manos por el pelo, mientras
andaba de un lado al otro.
―Lo que acabas de dibujar es un objeto demoníaco
creado por Mammon para la destrucción de los Dioses, hace
millones de años.
―¿De un mamón? ―se sorprendió.
Draven no pudo evitar soltar una carcajada.
―Mammon es el nombre de un demonio que fantaseaba
con destruir el paraíso, para ello creó un tridente con el que
poder penetrar en su templo, y esto ―Señaló el dibujo
hecho sobre la tierra― es la caja de Selma. Fue hechizada
por una bruja viajera para darle el poder suficiente al
tridente para permitirle traspasar la barrera que nos separa
de los Dioses.
―¿Y por qué lo he dibujado? ―inquirió asustada,
poniéndose en pie y abrazándose a sí misma―. ¿Qué tiene
que ver esta caja, que es un objeto demoníaco, conmigo?
Todo esto me está asustando de verdad.
Draven se la quedó mirando sin saber qué responder, ya
que a él también empezaba a preocuparle la implicación
que tenía Sasha dentro de la profecía, temiendo que fuera
mucho más decisivo y peligroso de lo que imaginó en un
principio.
Capítulo 6

Sasha respiró hondo, deleitándose con el maravilloso olor


amaderado y atrayente que desprendía la almohada sobre
la que reposaba su cabeza. No era mullida y suave como la
de su casa, por el contrario, era dura y confortable a la vez.
Alargó una mano aún adormilada, pasándola sobre lo que
hasta ese momento creyó que era un almohadón, sin
embargo, los cuadraditos marcados, y que se movían
levemente arriba y abajo, le hicieron saber que se trataba
del único hombre que era capaz de encenderla con una sola
mirada de sus impresionantes ojos verdes.
Abriendo los ojos de par en par y haciendo una mueca de
apuro, intentó alejarse de él sin despertarle.
―¿Ya tratas de huir del lobo feroz, conejita?
La joven dejó de moverse en cuanto la voz profunda y
burlona de Draven le hizo saber que no dormía como ella
pensaba.
―Claro que no ―mintió con descaro―. Pero necesitaba ir
a hacer pis y asearme un poco.
Terminó de enderezarse, intentando acomodarse el pelo
con las manos. Por suerte, al tenerlo liso, no solía
despeinarse demasiado, o al menos, eso esperaba.
El guardián, que permanecía con el pecho descubierto,
colocó las manos tras su cabeza, consiguiendo que los
músculos de sus bíceps se hincharan, captando la atención
de la artista, que pensó que estaba creado para que
hicieran una escultura de él y de ese modo inmortalizarle.
―¿Quieres que te acompañe? ―le preguntó
devolviéndola a la realidad.
―¿A hacer mis necesidades y a asearme? ―inquirió
horrorizada―. Antes preferiría cortarme una pierna.
Draven emitió una carcajada.
Se puso en pie de un salto y le tendió una mano para
ayudarla a hacer lo mismo, sabiendo que tendría agujetas
después de las horas que pasó montando a caballo el día
anterior. Sasha posó la suya sobre su palma y una energía
hasta entonces desconocida le recorrió el cuerpo de arriba
abajo, haciendo que se le erizara la piel. Aquel simple
contacto provocaba en ella una descarga de adrenalina
parecida a cuando te montabas en una montaña rusa.
Se levantó y estuvo tentada a lanzarse sobre el guardián,
si no fuera porque sus piernas y su trasero parecían estar
siendo atravesados por un millón de alfileres.
―Por el amor de Dios, apenas puedo moverme, me
recuerda al día que Daisy me llevó a hacer spinning. No sé
quién volvería a repetir esa tortura voluntariamente sin
estar como una cabra.
―Solo son las consecuencias de montar a caballo sin
estar acostumbrada ―repuso el hombre sonriendo divertido.
―Pues es peor que ir al gimnasio, cosa que tampoco
hago, por cierto.
―Cualquiera lo diría ―observó Draven, recorriendo el
cuerpo curvilíneo de la joven con su abrasadora mirada.
Sasha, cohibida, tiró del bajo de la camisa para tratar de
cubrirse un poco más las piernas y carraspeó.
―En fin… ¿Dónde puedo hacer pipí?
―Oh, hay un lugar especial que creo que te hará sentir
muy cómoda. ¿Qué te parece detrás de aquellos arbustos?
Pillan cerca del río para que luego te asees como te
apetezca.
La chica miró hacia donde el guardián señalaba y se
quedó pálida. Con la cabeza completamente nublada por
todos los pensamientos calenturientos que Draven le hacía
tener, ni siquiera cayó en la cuenta de que le tocaría
desahogarse con el culo al aire en medio del bosque.
―¡Ay, madre! ―exclamó cubriéndose la cara con las
manos―. Yo, que jamás uso un baño de ningún servicio
público, ahora tengo que bajarme las bragas en medio de
unos matorrales.
Oyó respirar hondo al guardián, cosa que hizo que le
mirara y pudiera ver que sus pupilas parecían haberse
dilatado.
―Es una imagen muy evocadora.
―Oh, vamos, no me tomes el pelo. ―Caminó torpemente
con las piernas separadas a causa de las agujetas, y se
adentró entre los arbustos―. Te aseguro que no estoy de
humor para evocarte nada de nada. Y ahora, aléjate o no
podré hacer pis sabiendo que estás oyéndome.
Draven hizo un saludo militar de forma cómica.
―Como usted ordene, señora. ―Dedicándole un guiño de
ojos, dio media vuelta y se alejó como le acababa de pedir.
Sasha, sin parar de protestar entre dientes, se agachó,
dejó su culo al aire y se dispuso a vaciar su vejiga, que
estaba a punto de reventar. Se sentía aliviada y relajada, y
fue entonces cuando un doloroso picotazo en las posaderas
la hizo dar un grito.
―¡Coño! ¡Joder! ―gritaba sin dejar de saltar y frotarse la
zona dolorida, de donde vio que se marchaba zumbando
una enorme abeja.
―¿Qué ocurre?
Draven llegó hasta ella asustado por sus aspavientos y
obteniendo un primer plano de su redondo trasero.
Sasha gritó aún más fuerte al verlo, y se apresuró a
bajarse la camisa para poder cubrirse.
―Me acaba de picar una abeja en el culo ―le informó sin
dejar de dar brincos.
El guardián apretó los labios para contener la risa que
pugnaba por escapar de ellos.
―Remójate en el río, el agua fría te ayudará a calmar el
escozor ―le sugirió con la voz entrecortada por los
esfuerzos que hacía para no estallar en carcajadas.
La artista le miró con el ceño fruncido antes de
apresurarse a hacer justo lo que Draven dijo.
Cuando la picadura se puso en contacto con el agua, un
ligero alivio recorrió el cuerpo de Sasha, que suspiró y cerró
los ojos.
―Parece que no puedes estar un solo minuto sin meterte
en algún problema ―repuso sarcástico.
―¿Acaso es culpa mía que a esa abeja le haya apetecido
clavar su aguijón en mi trasero? ―preguntó molesta.
―Lo cierto es que dada la imagen que me mostraste hace
unos segundos, no puedo culparla ―ironizó encogiéndose
de hombros y sonriendo con descaro.
Los colores subieron a las mejillas de la joven ante
aquella clara insinuación de que había podido ver su culo al
aire, y desvió la mirada para no sentirse todavía más
avergonzada.
―Vamos, sal del agua para que pueda curar tu picadura y
que nos pongamos en marcha antes de que mis antiguos
vecinos nos den alcance.
―¿Curarme la picadura? ¿Tú? ―inquirió horrorizada.
―Si te ha clavado el aguijón, hay que sacarlo ―le explicó
a la vez que se agachaba y comenzaba a menear el barro
del lugar donde Sasha hizo pipí.
―¿Qué estás haciendo? ―gritó comenzando a salir del río
para detenerle.
―La mejor manera de que no te escueza es poniendo un
poco de barro y orina sobre la picadura.
Sasha se cubrió el rostro con ambas manos.
―La situación no puede ser más embarazosa ―se
lamentó.
―Date la vuelta y enséñame el trasero ―le pidió
entonces el hombre.
La artista puso los ojos en blanco.
―Me equivoqué, siempre puede ir a peor.
Draven al fin soltó una carcajada y tomándola del brazo,
le dio la vuelta, para después agacharse para estar a la
altura de la picadura. Entonces le levantó el bajo de la
húmeda camisa que se pegaba a las curvas de la joven,
dejando expuesta la zona afectada. Notó como se envaraba
y contenía la respiración, mientras que él trataba de no
descentrarse con la preciosa forma de corazón que tenía el
culo de la artista, y que le gustaría amasar a sus anchas.
Apretó los dientes, y no sin esfuerzo por su parte, se
concentró en ver si el aguijón estaba clavado en su carne.
―No parece que se haya ensañado contigo, con un poco
de barro, en unas horas estarás como nueva ―le aseguró
untándole aquel mejunje asqueroso―. Has tenido suerte.
―Suerte. ―Rio con amargura―. Te aseguro que esta
vergonzosa situación no me parece nada afortunada.
Draven sonrió antes de ponerse en pie.
―Listo.
―Te lo agradezco ―murmuró Sasha tratando de alejarse
de él lo más posible.
Siempre fue dada a la torpeza, pero desde que estaba
cerca de ese hombre, no salía de una cuando ya estaba
cayendo de bruces en otra.
―Ponte tu ropa, ya debe estar seca ―le aconsejó el
guardián dirigiéndose a lavarse las manos a la orilla del río.
―Sí, pongámonos en marcha, que no veo el momento de
poder volver a nuestro tiempo ―comentó alejándose a toda
prisa.

―Ni hablar ―negaba Mauro furioso al saber la promesa


que Azazel le hizo a Amaronte―. Ese desgraciado no va a
poner sus sucias manos sobre el tridente de Mammon ni por
asomo.
―Debes hacerlo o tu jodido hermano no nos dirá nada del
paradero de Draven ―le exigió Thorne con el ceño muy
fruncido.
―Deja de decir que el innombrable es mi hermano
―bramó el demonio con los ojos rojos.
―Mauro, le di mi palabra de demonio a Amaronte ―le
informó Az con calma.
―Que hiciste ¿¡Qué!? ―exclamó fuera de sí.
―Tampoco tiene importancia, el tridente está desactivado
desde hace años.
―¿Y eso lo convierte en menos peligroso? ―inquirió
encarándose con él―. Si Amaronte encuentra el modo de
activar su poder, sería un arma demasiado peligrosa. Mucho
más en manos de semejante demente. Además, hace años
que no soy yo quien lo custodia.
Azazel se sintió confundido.
―Yo… no lo sabía…
―Entonces, ¿quién lo tiene? ―se apresuró a preguntar el
vikingo.
―Belial.
―¿El rey del infierno y padre de tu prometida, esa que se
interpuso entre Amaronte y tú? ―se sorprendió Thorne.
―El mismo ―suspiró, metiendo las manos en los bolsillos.
―Entonces, estoy jodido ―apuntó Az, ya que sabía del
odio que Belial sentía hacia ambos hermanos desde que, a
su parecer, consiguieron separar a su única hija de él.
―Cuando Selene se marchó, Belial mandó a uno de sus
demonios para que recogieran todos los objetos demoníacos
peligrosos que estaban a mi cuidado. Dejó de confiar en mí
como para permitir que los siguiera custodiando ―les
explicó Mauro.
―Me importa una mierda si es el rey del infierno, me dará
ese tridente o te aseguró que le arrancaré su negro corazón
antes de hacérselo tragar ―declaró Thorne furioso.
―Belial es muy poderoso. Además, posee un ejército de
demonios bien entrenados, que jamás te permitirán que
puedas acercarte a él sin que te maten ―objetó Mauronte.
―Pues me desharé de todos y pondré el infierno patas
arriba hasta hallar el dichoso tridente de los cojones.
―Te matarán, guardián ―le advirtió Azazel.
―Que lo intenten.
―Cuanta testosterona en una sola habitación ―ironizó
Maera acercándose a ellos con su característico y sensual
balanceo de caderas.
―No estamos para bromas, hembra ―refunfuñó el
vikingo.
―Ya lo veo ―respondió la mujer, sonriendo de medio
lado―. Sin embargo, quizá pueda ayudarte con tu cometido
y, de paso, impedir que el idiota de mi amigo ―Miró de
manera significativa a Az―, acabe ardiendo por toda la
eternidad.
Azazel puso los ojos en blanco y metió las manos en los
bolsillos de sus vaqueros.
―¿Cómo vas a hacerlo? ―quiso saber Thorne.
―Con mi encanto, nene ―le contestó con suficiencia.
El guardián se cruzó de brazos y enarcó una ceja con
escepticismo.
―Si alguien puede lograrlo, esa es Maera ―intervino
Mauronte―. Belial tiene cierta debilidad por ella.
―¿Cierta debilidad? ―Comenzó a reír la preciosa
morena―. Belial come de la palma de mi mano.
―No te pases ―negó Az.
―En fin, llamadlo como queráis, la cosa es que ese
vejestorio nos dé el tridente ―dijo Thorne con impaciencia.
―Déjalo en mis manos, conseguiré el tridente de
Mammon ―le aseguró Maera.
―Y yo se lo entregaré a Amaronte para hacer honor a mi
palabra ―afirmó Azazel.
―Está bien ―asintió el guardián―. Avisadme cuando lo
hayáis hecho. Confío en vosotros.
Thorne decidió ir a casa de Sasha, aprovechando que su
compañera de piso iba cada viernes a cenar con otra de sus
amigas, la que trabajaba como ayudante de cocina.
Quería ver si hallaba alguna pista sobre su desaparición
que se le hubiera pasado por alto.
Llevaba alrededor de una hora rebuscando por todos los
cajones del apartamento de la artista, cuando un sonido en
la puerta de entrada lo puso alerta.
Sacó una daga de la cinturilla de su vaquero y avanzó
despacio hacia el salón.
―¡Alto! ―escuchó que le decía una voz femenina,
apuntándole claramente con un arma, pese a la oscuridad
que les envolvía―. Soy policía, así que levanta las manos y
no te muevas de donde estás.
―No es lo que parece ―dijo el vikingo tirando su arma al
suelo y haciendo lo que le pedía―. La dueña de esta casa
es… es mi novia.
Avanzó un par de pasos más, justo antes de que la mujer
encendiera la luz y le mirase con incredulidad cuando le
reconoció.
―¡Tú!
―Me cago en la puta ―maldijo Thorne al ver que se
trataba de la molesta policía que les detuvo a Elion y a él.
―¿Qué coño estás haciendo aquí, en casa de mi
hermana? ¿Y qué es eso de que eres su novio? Sash jamás
estaría con alguien como tú ―le soltó con desprecio.
―¿Tu hermana? ―se extrañó―. ¿Sasha es hermana tuya?
―Así es ―asintió sin dejar de apuntarle con la pistola―.
Mi hermana pequeña, de la que hace días que no sé nada. Y
ahora te encuentro aquí, cosa que me hace sospechar que
has tenido algo que ver con su desaparición.
No podía creerse que la harpía tocacojones que tenía ante
él, fuera la hermana de esa muchachita con mirada de
cervatillo inocente, que se había esfumado junto a Draven.
―Yo también ando buscándola, así que deja de
apuntarme con esa puta pistola si no quieres que te
desarme ―le advirtió con rudeza.
―No uses ese tono conmigo, gilipollas, o te meto una
jodida bala entre ceja y ceja, ¿entendido? ―le amenazó la
policía.
El vikingo soltó un gruñido y antes de que Jessica pudiera
reaccionar, se abalanzó sobre ella, tomó el arma y
poniéndose a sus espaldas, la inmovilizó.
―Suéltame, hijo de perra ―gritó, forcejeando para tratar
de liberarse.
―Nunca te pongas delante de un león si no estás
preparada para recibir su zarpazo, hembra.
―¿Qué león? Tú solo eres un cabrón prepotente ―le
insultó, a la vez que conseguía liberar uno de sus brazos, le
daba un codazo en el estómago, un pisotón en el pie con
todas sus fuerzas y un cabezazo en la nariz, consiguiendo
desembarazarse de él y hacerle sangrar.
―¡Coño! ―exclamó cubriéndose la nariz con las manos.
Notaba que la policía se la acababa de romper, por eso
mismo la mantuvo tapada hasta que notó como el hueso
volvía a su sitio, para que Jess no se extrañara al ver su
pronta recuperación.
―¿Era necesario ser tan agresiva? ―le preguntó con
resentimiento, limpiándose con el dorso de la mano la
sangre que manchaba su cara.
―Tú me has atacado primero ―le reprochó poniéndose en
jarras.
Thorne no pudo evitar admirar lo bien que le sentaban los
vaqueros ajustados que lucía, y el modo en que su camisa
se abrió por la zona donde asomaban sus redondos y llenos
pechos.
Gruñó entre dientes y desvió la mirada al notar que
estaba empezando a empalmarse, no tenía tiempo para
perder follando, y mucho menos con aquella poli buenorra y
jodidamente entrometida.
―No te he atacado, solo te he desarmado porque no me
gusta que me apunten a la cabeza con un arma, como
comprenderás.
―¿Sabes dónde está mi hermana o no? ―inquirió sin
querer reconocer que en eso, tenía razón.
―Si lo supiera no estaría ahora mismo perdiendo el
tiempo contigo.
―Como hayas tenido algo que ver con su desaparición…
―Cuantas veces voy a tener que decirte que no ―la
interrumpió furioso―. Quizá seas tú la que le ha hecho algo,
dado que has entrado aquí armada. ¿Qué me dices a eso,
hembra? ¿Le has hecho algo a Sasha? ―preguntó
avanzando hacia ella de forma amenazante.
De todas maneras, Jessica no retrocedió ni un paso y
mirándole a los ojos con valentía, sonrió con altivez.
―Harías bien en temerme porque soy peligrosa, aunque
nunca con mi hermana, a ella siempre la protegeré ―le
aseguró, acortando la poca distancia que quedaba entre los
dos―. Por eso, ándate con ojo, vikingo, ya que si me entero
de que le has hecho daño, aunque sea un simple rasguño,
iré a por ti y te cortaré las pelotas. ¿He sido lo bastante
clara?
Thorne ladeó levemente la cabeza. En aquel momento la
tomaría por la cintura, la empotraría contra la pared y se la
follaría una y otra vez hasta que se le quitara esa mala
leche que siempre tenía.
―Clarísima ―fue lo que respondió finalmente,
conteniendo sus instintos animales, por mucho que le
costara.
Jessica asintió.
―Ándate con ojo ―sentenció, antes de salir del
apartamento, dejándolo solo y pensado en qué había sido
aquella atracción salvaje que esa mujer acababa de
despertar en él.
Capítulo 7

Tras muchas horas cabalgando, Sasha y Draven se


detuvieron en un poblado que había de camino. El guardián
era consciente de que necesitaba abastecerse de algunos
víveres para la joven, aunque fuera peligroso perder tiempo
y que los Berrycloth pudieran alcanzarles, porque estaba
seguro de que en cuanto se hubieran enterado de sus
nuevas circunstancias, no desistirían en su empeño de dar
con ellos.
En cuanto se adentraron entre las pequeñas casitas de
madera, varios hombres se asomaron a mirarlos con
expresiones de desconfianza.
―Despierta, Sasha ―le pidió a la joven en un susurro.
Ella se desperezó y entreabrió los ojos justo a tiempo para
ver como un desconocido con una horca en la mano se les
acercaba.
―Buenos días ―los saludó con su ronca voz―. Mi nombre
es Artús, ¿puedo ayudaros en algo?
―Buenos días, Artús. Soy Draven y ella es mi esposa,
Sasha. Llevamos varios días viajando y necesitamos
descansar, si no os resulta una molestia ―respondió Draven
con humildad.
El hombre los observó alternativamente, como si
estuviera decidiendo si suponían un peligro. No se fiaba del
guardián, sabía que, si era lo que pretendía, podía darles
problemas, pero al mirar a aquella mujer de mirada
inocente, suspiró e hizo una señal con la cabeza a un
muchacho más joven.
―Podéis dejarle vuestro caballo a mi hijo para que le dé
un poco de agua. Acompañadme y mi esposa os preparará
un guiso caliente, si tenéis hambre.
―Sí, por favor ―se apresuró a contestar Sasha, a la que
le rugió el estómago.
Draven sonrió.
―Acabáis de hacer a mi esposa tremendamente feliz,
Artús ―dijo el guardián, desmontando del caballo y
ayudando a hacerlo también a la joven.
Tras lo cual, le entregó las riendas al muchacho.
―Soy Brent, señor, y puede estar seguro de que cuidaré
de vuestro caballo como si fuera mío.
―Confío en ello, Brent ―asintió Draven.
―Acompañadme ―les pidió Artús, comenzando a andar
hacia una de las casas que estaba a un lado del camino.
Una vez dentro del acogedor hogar, una mujer y una
anciana de avanzada edad se los quedaron mirando.
―Draven, Sasha; ellas son mi esposa, Saoirse, y mi
madre, Lenora. Ellos son dos viajeros que acaban de llegar
al poblado y necesitan un poco de descanso y algo de
comida para llenarse la tripa ―los presentó el hombre.
―Es un placer conocerlas, señoras ―las saludó el
guardián.
―Os agradezco mucho vuestra amabilidad ―añadió la
joven artista con una sonrisa deslumbrante dibujada en su
bonito rostro.
―Es un placer conoceros. Tomad asiento mientras hago
un guiso calentito ―les pidió Saoirse.
Mientras Artús prendía la lumbre y su esposa tomaba
todos los ingredientes para el guiso, los dos se sentaron en
torno a la mesa, junto a la anciana.
―¿Venís de muy lejos, muchachos? ―les preguntó la
mujer.
―Demasiado lejos, créame ―respondió Sasha.
―Vamos a visitar a una tía que tenemos enferma
―añadió Draven.
―¿Hace mucho tiempo que estáis casados? ―continuó
interrogándoles Lenora.
―No ―respondió la joven.
―Sí ―dijo el guardián a la misma vez.
La anciana entrecerró los ojos, dándose cuenta de la
contradicción.
―Es decir, que hace mucho tiempo que nos conocemos,
pero poco desde que hemos sellado nuestro amor ―Sasha
trató de arreglar su metedura de pata.
―Ya veo ―comentó Lenora, con cierto tono de
desconfianza, consiguiendo que los colores subieran a las
mejillas de la artista.
No le gustaba mentir y mucho menos a una anciana como
aquella, con un aspecto tan entrañable.
―¿Sabes una cosa, muchacha? Tienes un acento raro.
―¿En serio? Pues… ―miró de reojo a Draven―. Quizá zea
porque en ocacionez me cuezta pronunciar algunaz
palabraz ―dijo fingiendo cecear.
Draven se cubrió la boca con la mano, aparentando toser,
cuando en realidad trataba de no echarse a reír como tenía
ganas de hacer.
―Es probable que sea eso ―aceptó Lenora encogiéndose
de hombros―. ¿Y qué le ocurre a vuestra tía?
―Unas fiebres.
―Una pulmonía.
Respondieron Draven y Sasha de nuevo.
―Vamoz a ver, la tía cogió una pulmonía y a cauza de
ezo, le vinieron laz fiebrez ―se apresuró a justificar sus
diferentes respuestas, sin dejar de usar esa forma de hablar
que simuló segundos antes.
La anciana enarcó una de sus blancas cejas, como si
supiera con total seguridad que Sasha no decía la verdad.
Aquello hizo que la artista se pusiera nerviosa, comenzara a
retorcerse las manos y a ponerse cada vez más colorada.
Draven posó una de sus grandes manos sobre una de las
rodillas de la joven, para que dejara de mover las piernas y
supiera que estaba ahí para darle su apoyo.
―Tenemos algo de ropa vieja, aunque limpia, que quizá
os venga bien para que podáis cambiaros ―les ofreció
Artús.
―Sería fantástico ―asintió el guardián.
―Pues ven conmigo.
Ambos hombres se alejaron, no sin que Draven le echara
una última mirada a Sasha, pidiéndole que mantuviera la
calma. Ella respiró hondo, intentando relajarse, sin
embargo, no fue capaz, sobre todo, cuando Lenora se
acercó más a ella y entrecerrando los ojos, inquirió:
―Ese hombre no es tu esposo, ¿no es cierto?
Sasha abrió la boca para asegurarle que sí lo era, pero
ante la mirada directa de la mujer, no fue capaz de
mantener su mentira.
―No, no lo ez ―susurró finalmente, para que solo ella
pudiera escucharla―. De todoz modoz, no zomoz maleantez
ni nada por el eztilo, ze lo azeguro. Zolo estamoz huyendo
de unaz malaz perzonaz.
La anciana sonrió complacida por haber podido
sonsacarle la verdad.
―Lo que yo sospechaba ―repuso en el mismo tono
cómplice de la artista―. Sois una pareja de enamorados que
huis de unos padres que no dan el beneplácito a vuestro
amor. ¿A que he acertado?
―¿Cómo? ―Sasha se sorprendió por las conclusiones a
las que llegó la buena mujer.
―Tranquila, no voy a decir nada, vuestro secreto está a
salvo conmigo ―trató de calmar sus supuestos temores,
palmeando con suavidad el dorso de su mano―. No tienes
por qué continuar fingiendo esa rara forma de hablar, jamás
os delataría. Entiendo lo que es estar enamorado y
sacrificarlo todo por la persona amada.
Sasha estuvo tentada a contradecirla, aunque al final
guardó silencio. Si ella creía eso, no tendría que dar otro
tipo de explicaciones mucho más inverosímiles.
Pasaron un par de horas en las que aquella maravillosa
familia les ofreció agua, comida, ropa limpia y un par de
mantas más para el camino.
Sasha se sintió muy cómoda acompañada de esas buenas
personas, que les trataron con amabilidad y cariño sin tan
siquiera conocerlos.
―Deberíamos partir ya ―dijo Draven poniéndose en pie y
ofreciéndole la mano a la joven para que hiciera lo mismo.
―Habéis sido muy amables y cercanos, así que solo
puedo agradeceros todo lo que habéis hecho por nosotros
―repuso la artista con cierta emoción.
―Os deseamos mucha felicidad, muchacha ―comentó la
anciana―. Formáis una pareja encantadora. Tengo buen ojo
para estas cosas y sé que estáis hechos el uno para el otro.
―Es cierto ―aseveró Saoirse riendo―. Mi suegra siempre
sabe cuándo dos personas están destinadas a estar juntas.
Draven y Sasha se miraron de soslayo.
―Llevaos algo de comida para lo que os queda de camino
―les brindó Artús.
―Sois unas personas con un gran corazón ―le agradeció
Draven, palmeándole la espalda y yendo con él a por las
provisiones.
―Voy a ensillaros el caballo ―proclamó el joven Brent con
entusiasmo, saliendo a la carrera de la modesta casa.
Cuando las tres mujeres se quedaron a solas, Sasha
aprovechó para abrazarlas, sintiéndose emocionada por lo
generosas que fueron con ella.
―Sois una familia increíble y os deseo lo mejor del
mundo. Es difícil hallar personas como vosotras.
―Es bien conocida la hospitalidad que demostramos por
estos lares, muchacha ―comentó Lenora.
―Pues de donde yo vengo es muy extraño que te ayuden
sin pedirte nada a cambio, y por eso, jamás os olvidaré.
―Sintió como se le humedecían los ojos.
―Ojalá lleguéis a vuestro destino sanos y salvos ―les
deseó Saoirse.
La anciana la abrazó de nuevo y murmuró en su oído:
―Os auguro una vida llena de dicha. El amor puede con
todo y sé que, aunque en estos momentos tengáis muchas
cosas en vuestra contra, sabréis conseguir que el amor
quede por encima de todo lo demás.
Cuando se separaron, una lágrima corría por la mejilla de
Sasha, que Lenora le secó con ternura. Aunque era
consciente de que todo lo que había entre Draven y ella no
era más que un paripé, las palabras de la anciana se
quedaron grabadas en su mente.

Aquella mañana Azazel le llevó a Amaro el tridente de


Mammon.
El receptor de dicho objeto jamás pensó que su hermano
se desprendiera de él, y si lo hacía, estaría rabiando por
dentro al saber que ponía sus manos sobre otra cosa que
creía suya, como ocurrió con Selene.
Pensar en ella le dolía demasiado como para permitirse a
sí mismo hacerlo.
Así que, haciendo honor a su promesa, se desplazó junto
a Cyran a la nueva guarida de Sherezade, donde
permanecía enclaustrada junto a su renovado ejército de
brujos y los pocos Groms que aún quedaban con vida.
―¿A qué se debe esta visita? ―le preguntó la persa
acercándose a él.
―¿Acaso no puedo venir a visitar a una buena amiga?
Pudo notar como los ojos de la bruja reflejaron
desconfianza, a pesar de intentar disimularla con buenas
palabras.
―Por supuesto, eres bien recibido aquí, aunque
conociéndote, sé que tiene que haber algún motivo oculto.
¿Me equivoco?
El demonio sonrió de medio lado.
―Siempre has sido muy inteligente, Sherezade ―la
alabó―. He oído decir que los guardianes andan muy
nerviosos porque uno de ellos, el celta, ha desaparecido
junto a una joven artista a la que estaba vigilando.
―¿Draven? ―Fue Myra, que estaba al lado de la bruja
persa, la que pronunció aquella pregunta.
―El mismo ―asintió Amaro.
―¿Desde cuándo está desaparecido? ―inquirió
Sherezade con el ceño fruncido, una reacción que le pareció
de lo más natural y sincera.
Estaba claro que ella no tenía nada que ver con aquella
desaparición.
―No sé exactamente desde cuándo, ni si es cierto, solo
son rumores que han llegado a mis oídos ―mintió.
―Es la primera información que tengo al respecto ―le
aseguró―. Aunque es extraño. ¿Dónde se habrán metido?
¿Es posible que estén escondidos por alguna razón?
―Draven no es un hombre que se esconda ―apuntó Myra
con seguridad.
―¿Ni para proteger a esa artistucha? ―insistió la bruja
milenaria.
Ahí la rubia dudó, porque conocía bien a Draven y era
cierto que, en alguna ocasión, le pareció percibir que había
mirado a esa humana con más interés del normal.
―Vaya pérdida de tiempo ―comentó entonces Amaronte
con desgana―. Parece ser que andas demasiado despistada
con tus nuevos juguetes como para estar al tanto de lo que
ocurre con tus enemigos. ―Señaló con un movimiento de
cabeza a los brujos que estaban en la estancia.
―Por suerte, tengo buenos amigos que me informan.
―Sonrió con suficiencia.
―Desde luego, estoy encantado de poder servirte de
ayuda.
Ambos permanecieron en silencio unos segundos más,
retándose con la mirada. No se fiaban el uno del otro lo más
mínimo, pese a que en ciertas ocasiones decidieran unirse
por su propio beneficio.
―Creo que es hora de que nos marchemos, ¿no estás de
acuerdo, Cyran?
El aterrador demonio asintió, sin decir una sola palabra.
―Si me entero de algo, te lo haré saber, Amaronte ―le
dijo Sherezade―. Espero lo mismo de tu parte.
―Así será. ―Hizo una leve inclinación de cabeza antes de
salir de la oculta guarida.
―Han perdido el tridente para nada ―comentó Cyran una
vez se quedaron ambos demonios a solas.
―Eso ya lo sabían cuando hicieron el trato conmigo.
―¿Para qué quieres ese objeto, Amaro?
El aludido se encogió de hombros con despreocupación.
―No hay ningún motivo en concreto, aparte de molestar
a mi queridísimo hermano ―ironizó, metiéndose las manos
en los bolsillos de sus pantalones negros.
―¿Seguro que no tiene nada que ver con Selene?
―insistió el demonio de los cuernos.
Amaronte le echó una leve mirada de reojo antes de
marcar el teléfono de Thorne y, de ese modo, evitar
responder a aquella incómoda pregunta. Todo lo que tuviera
que ver con esa mujer le seguía afectando demasiado.
―¿Qué has averiguado? ―indagó el vikingo nada más
descolgar.
―¿Pero qué maneras son estas de atender a mi llamada?
¿No me merezco ni un «Hola, mi amor»? ―repuso en tono
guasón.
―No me toques los cojones, demonio, y ve al grano.
―Se está perdiendo todo el romanticismo entre nosotros
―ironizó, tras lo que escuchó como el guardián gruñía al
otro lado de la línea telefónica―. Está bien, acabo de hablar
con vuestra bruja favorita.
―¿Y? ―le apremió.
―No sabe nada de dónde pueden estar tus amigos.
―¿Estás seguro de ello?
―Muy seguro.
―Me cago en la puta ―maldijo furioso.
―Lamento no haberte sido de más ayuda, guardián, y por
eso, te voy a dar una información extra. Junto a Sherezade
había muchos brujos que se han unido a su causa, así que,
si pretendéis vencerla, os aconsejo que estéis bien
preparados. La batalla se pinta cruenta, aunque sabéis que
podéis contar conmigo, siempre que estéis dispuestos a
pagar el precio. Nos vemos ―se despidió antes de colgar el
teléfono.
Thorne pateó la pared del edificio que tenía frente a sí.
Parecía que nada le salía a derechas últimamente.
Debía llamar a Abdiel e informarle de las malas noticias y
que pudieran prepararse para una batalla más
trascendental de lo que imaginaron.
Capítulo 8

Tras dos días más cabalgando, Sasha sentía todos y cada


uno de los músculos de su cuerpo doloridos. Apenas
descansaban por las noches y les quedaba ya poca comida
que llevarse a la boca.
―Necesito parar ―le pidió a Draven.
―No es seguro parar aquí, en medio de esta explanada.
―Pues lo siento, pero no puedo más ―enfatizó
sintiéndose al borde de las lágrimas―. Estoy agotada,
hambrienta y muerta de frío. Vale que tú seas un
superhombre al que no le afecta nada, pero yo soy una
chica normal y corriente, acostumbrada a pasar largas horas
sentada en una silla pintando. No estoy preparada para vivir
esta aventura… o, mejor dicho, pesadilla.
El guardián bajó la mirada hacia la muchacha, sintiendo
lástima por ella. Resultaba peligroso detenerse, era muy
consciente de ello, no obstante, también podía ver con
claridad que, si no descansaba, Sasha acabaría
desmayándose.
De hecho, él mismo sentía que necesitaba alimentarse,
aunque no creía que fuera el momento adecuado. Cómo
reaccionaría la joven artista si de repente él le dijera: «¿Te
importa si te doy un mordisquito y bebo un trago de tu
sangre?».
Estaba seguro de que la respuesta no sería demasiado
satisfactoria.
―De acuerdo, nos detendremos para que puedas comer
algo y descansar.
―Ya era hora ―suspiró aliviada.
Draven paró al semental, desmontó y ayudó a Sasha a
hacer lo mismo. Ella puso las manos en sus lumbares y
estiró la espalda, sintiéndola muy cargada y dolorida.
El guardián extendió una manta en el suelo para que se
sintiera más cómoda.
―Voy a ir a ver si puedo cazar algo para que comas…
―¿Y qué hay de ti? ―le interrumpió―. No parece que el
hambre te afecte.
Los ojos verdes claros del hombre se volvieron hacia ella
como si fueran los de un depredador.
―Te puedo asegurar que estoy muy hambriento, conejita.
A Sasha le pareció ver las puntas de sus colmillos
refulgiendo entre sus labios, como si le hubieran crecido de
repente, aunque el guardián ladeó la cabeza con rapidez,
impidiendo que pudiera estudiarle mejor.
―Ten. ―Le ofreció un poco de agua―. Te irá bien beber.
La artista lo hizo sin rechistar, estaba sedienta.
―Muchas gracias. ―Le devolvió el zurrón.
―Vuelvo enseguida, tú mantente alerta y al menor signo
de que se acerca alguien, te subes sobre el caballo y te vas
galopando y sin mirar atrás. No quiero que me esperes, yo
daré contigo, lo principal es que te pongas a salvo.
¿Entendido?
―¿Tan cerca crees que están?
―No lo sé, pero nuestro paso está siendo bastante lento y
no quiero arriesgarme. Prométeme que estarás atenta.
―Sí, claro, lo prometo.
Draven sonrió y la tomó por el mentón.
―Buena chica.
Sus ojos se desviaron hacia los carnosos labios de la
joven, como si estuviera deseoso por besarla, sin embargo,
unos segundos después la soltó de forma apresurada y se
alejó sin decir nada más.
Sasha soltó el aire que estuvo conteniendo.
Para sus adentros, estaba gritando porque aquel hombre
se dejara de contemplaciones y la besara, como quiso hacer
desde el momento en que se lo encontró por primera vez,
cuando lo confundió con un asaltante y él le explicó que era
el escolta de su amiga Roxie.
Apoyó la espalda contra el tronco del árbol que tenía
cerca, mientras miraba como el caballo se ponía a pastar
con tranquilidad.
No supo cuando se quedó dormida, pero despertó al notar
la fría hoja de una daga contra su cuello.
―¿Dónde se ha metido el bastardo de tu marido? ―le
preguntó un hombre de unos cuarenta años, mirándola con
animadversión.
―¿Qué…? Yo no… ―era incapaz de balbucear nada
coherente, su mente estaba paralizada por el miedo.
―¿Es lo único que tienes que decirme, bruja? ―inquirió,
apretando más la afilada hoja contra su piel, haciéndola
sangrar.
El cuerpo de Sasha temblaba de manera compulsiva.
―No… no… no soy una bru… bruja ―consiguió decir.
―¿Y cómo explicas que hayáis viajado en el tiempo?
La artista abrió los ojos como platos, sin saber cómo se
enteró de ese dato.
Dugan, como si supiera lo que estaba pensando, sonrió
con altivez y respondió:
―Myra os escuchó hablar. ¿Es cierto? ¿Venís del futuro?
Sasha apretó los labios negándose a contestar y
maldiciendo para sus adentros a aquella rubia entrometida.
La bruja, sin duda, era ella.
―Habla o te rebano el cuello aquí mismo ―le exigió el
líder de los Berrycloth, haciendo hincapié en sus palabras,
clavando aún más el cuchillo en su garganta.
―Sí, es verdad ―dijo al fin, sin poder contener por más
tiempo las lágrimas de pánico.
La sonrisa de Dugan se amplió de forma codiciosa, como
si acabara de encontrar la gallina de los huevos de oro. Iba
a decirle algo más, cuando una fuerza invisible le lanzó por
los aires.
Sasha gritó y echó a correr hacia el caballo, aunque no
pudo llegar a él, otro de los Berrycloth la alcanzó, agarrando
su falda y haciendo que se cayera al suelo, rascándose los
brazos contra la arena. Trató de cogerla por la pechera de
su vestido para ponerla en pie, cuando se escuchó un
chasquido horrible, a la vez que su cuello tomaba una
posición extraña y caía de bruces al suelo, muerto.
La artista se quedó horrorizada al ver que aquellos ojos
sin vida se quedaron clavados en ella.
Dugan volvió a acercársele corriendo, tratando de impedir
que pudiera huir. Iba haciendo movimientos con la daga y
en uno de ellos, pudo oír claramente el jadeo de dolor del
guardián, a la vez que el suelo comenzó a teñirse de rojo.
―¡Draven! ―exclamó asustada.
El líder de los Berrycloth salió volando de nuevo por los
aires, justo antes de que Sasha fuera sentada sobre el
caballo, tras lo que notó el cuerpo de un hombre
colocándose a sus espaldas, y pese a no poder verlo, supo
que era Draven, pues reconoció su olor.
Cuando el guardián se hizo visible, la joven se volvió
hacia él consiguiendo ver su abdomen herido. Una herida
grande, que dejaba parte de sus tripas al descubierto,
dando señales de lo grave que era.
―¡Dios mío! ―gimió asustada.
Como pudo, se dio la vuelta en el regazo del hombre para
tratar de hacer presión sobre la lesión.
―No te preocupes, estoy bien ―le aseguró Draven.
―¿Cómo vas a estar bien? ―sollozó desesperada―.
Necesitas un médico con urgencia.
―Hazme caso, no es necesario.
―Es que… ―se quedó en silencio cuando comenzó a ver
como la fea herida empezaba a cerrarse―. No es posible.
―Forma parte de mis superpoderes, como tú los llamas
―bromeó Draven, bajando la mirada hacia ella.
―Eres impresionante ―susurró acariciando los bien
formados abdominales del guardián, que ya lucían su
aspecto de siempre.
Draven se estremeció, presa de lo que la caricia de Sasha
le hizo sentir.
Los ojos de los dos se cruzaron y la tensión sexual que
emanaban sus cuerpos chisporroteó entre ellos. Incluso, la
joven pudo notar como el miembro del hombre se endurecía
y se apretaba de manera descarada contra su sexo, a causa
del modo en que estaba sentada sobre él.
―Draven…
―Creo que eres tú la que necesita una cura ―la cortó,
pasando su pulgar por el hilo de sangre que corría por el
cuello de la joven e iba a parar a su apetecible escote―. En
cuanto sea seguro detenerse, lo haré.
―¿Seguro? ―preguntó enarcando una ceja―. Si los has
dejado para el arrastre.
―Me hubiera gustado matarlos a todos, si estuviera
convencido de que no traería consecuencias en el futuro
―se sinceró.
―Mataste a uno de ellos― le recordó.
―Fue un descuido.
No era cierto, lo que ocurrió es que cuando vio cómo la
arrojaba al suelo, la sangre correr por su fina garganta y el
modo en que levantaba la espada hacia ella de forma
amenazante, una rabia feroz dentro de él tomó el control y,
sin pararse a pensar, le rompió el cuello a aquel pobre
diablo. Solo esperaba que su arrebato no trajera
demasiados efectos en el trascurso de los acontecimientos
venideros.
―¿Seguirán intentando atraparnos? ―indagó Sasha.
―Por supuesto, no se darán por vencidos.
―Siento mucho haberme quedado dormida ―se disculpó.
―No pidas perdón, estabas agotada y debí prever que
ocurriría, ha sido culpa mía.
―¿Por qué siempre haces lo mismo? ―inquirió en tono de
reproche.
―¿Qué hago?
―Echarte a tus espaldas el peso de todo lo que ocurre a
tu alrededor. No puedes ser infalible, Draven, eres un
hombre, aunque súper.
El guardián no pudo evitar carcajearse.
―Te advierto que soy súper en muchas cosas, conejita
―la provocó, haciendo un leve movimiento con las caderas,
permitiendo que Sasha notara aún mejor su enorme
erección.
Ella se limitó a contener el aire, morderse el labio inferior
y fantasear con que algún día pudiera descubrir de verdad
si lo que decía era cierto, y fuera súper en muchas cosas.
Después de tanta sequía, se merecía echar el polvazo de su
vida.
Capítulo 9

Finalmente, y tras varios días más de camino, por fin


consiguieron llegar al clan de los viajeros y al contrario de lo
que Sasha esperaba, que era descansar y que los recibieran
con los brazos abiertos, como hicieron Artús y su familia, se
mostraron hoscos y reticentes a acogerlos en su poblado.
De qué se sorprendía, a ella siempre le salía todo mal,
¿por qué iba a ser diferente ahora?
―Bajad del caballo ―les ordenó de manera seca un
guerrero que se aproximó a ellos espada en mano.
―No te pongas nerviosa ―le susurró Draven en el oído
antes de hacer lo que el viajero le pedía―. No suponemos
un peligro, tan solo necesitamos vuestra ayuda. ―Levantó
las manos para darle énfasis a sus palabras.
―Que la mujer desmonte también ―exigió de nuevo el
hombre, sin prestar atención a sus explicaciones.
El guardián se volvió hacia ella y le sonrió con confianza,
intentando transmitírsela. Sasha, pese a tener miedo, se
sentía protegida al estar junto a Draven.
Apoyó sus manos en sus anchos hombros y dejó que la
ayudara a bajar del lomo del semental.
―Venid conmigo y no intentéis nada raro o juro que os
ensartaré con mi espada ―les advirtió, a la vez que
empujaba a Draven para que comenzara a caminar.
Los llevó hasta un gran poste de madera, donde les
ordenó que pegaran la espalda a él y les ató.
―¡Auch! ―se quejó la muchacha al notar que la cuerda le
raspaba la piel―. ¿Podrías ser un poco más delicado?
El hombre ni se dignó a responder, antes de alejarse en
busca de su líder.
―Qué bien ―ironizó Sasha―. La verdad es que este viaje
tan largo y difícil ha merecido la pena. No sabía cómo
pedirlo, pero mi mayor aspiración en la vida era estar atada
a un poste de madera y al borde de que me cortaran el
cuello.
―No seas cínica, no te pega ―le reprochó Draven.
―¿Y qué se supone que he de hacer? ¿Alegrarme de este
cálido recibimiento? ¿Era esto lo que esperabas cuando nos
arrastraste a cabalgar durante días para llegar hasta aquí?
―Es normal que no se fíen de los extraños ―respondió el
guardián, alargando una mano hacia atrás para coger la de
la artista y tranquilizarla. Podía notar su ansiedad―. Son un
clan con mucho poder y hay demasiadas personas
interesadas en sus dones.
―¿Qué pasa si no quieren ayudarnos? ―le planteó uno de
sus miedos.
―Lo harán ―aseguró con convicción―. Solo deben
asegurarse de que no queremos utilizarlos para malas artes.
―Lo que no entiendo es que, siendo una especie de
Superman, ¿por qué no rompes las cadenas y te rebelas?
Exígeles que nos lleven junto a su líder y se acabó.
―Las cosas no funcionan así, Sasha, necesitamos su
colaboración voluntaria.
―Entonces, espero que estén dispuestos a prestárnosla
antes de que me congele ―repuso sin poder evitar que los
dientes le castañearan.
Draven maldijo para sus adentros. No le gustaba que la
joven lo estuviera pasando mal, pese a ser consciente de
que debía tener paciencia. Conocía bien a los brujos viajeros
y eran muy desconfiados, no le convenía tratar de apresurar
las cosas o se cerrarían en banda a ayudarles.
Dos horas después y ya entrada la noche, el guerrero que
los ató llegó acompañado de otro hombre de unos treinta
años, que los miraba con interés.
―¿Quiénes sois? ―preguntó con sus ojos clavados en el
rostro de la joven artista.
―Venimos… ―comenzó a decir Draven, pero guardó
silencio cuando el líder de los viajeros alzó una mano para
acallarle.
―Quiero que me conteste ella ―repuso acuclillándose
ante Sasha y ladeando levemente la cabeza―. Decidme
vuestros nombres, mujer ―le pidió con un tono amable y
calmado.
―Somos Draven y Sasha.
―¿Y que habéis venido a hacer a mi poblado?
Sasha se removió nerviosa, sin saber si debía decir la
verdad. Al final, optó por ser sincera. Si necesitaban su
ayuda, debía saber lo que ocurría.
―Hemos venido para que nos ayudes a volver a nuestra
época.
―¿Vuestra época? ―repitió el viajero, cada vez más
interesado en ellos.
La artista tomó una gran bocanada de aire antes de
soltarlo todo:
―No sé cómo ocurrió, yo estaba en mi apartamento
dibujando un paisaje cuando, de repente, unas palabras
acudieron a mi cabeza. Al decirlas en voz alta, una extraña
energía me arrastró hasta aquí junto a este hombre, que es
una especie de unicornio inmortal y con poderes mágicos. El
problema es que no sabemos cómo volver ni qué hacer, por
eso necesitamos vuestra ayuda. Se supone que sois unos
brujos que sabéis viajar en el tiempo, según Draven.
―Sasha… ―le advirtió el guardián, temiendo que
estuviera metiendo la pata.
―¿Cuál se supone que es vuestra época? ―insistió el
líder de los viajeros, ignorando a Draven.
―Venimos del año 2023.
Aquella afirmación hizo que entrecerrase los ojos,
mirándola con una desconfianza que no dejó entrever hasta
aquel momento.
―Lo que me acabáis de contar, señora, no es más que
una sarta de patrañas. ―Se puso en pie―. Deshazte de
ellos ―le ordenó al guerrero que permanecía a su lado.
―¿Qué? ―se alteró la joven―. No he dicho ninguna
mentira, se lo juro ―insistió asustada.
El enorme viajero que portaba la espada se aproximaba a
Sasha con gesto fiero y paso decidido. Draven decidió que
ya estaba bien de mantenerse pasivo, así que de un tirón
rompió las cuerdas que los retenían y usando su velocidad
de guardián, se plantó entre la artista y el guerrero,
empujándolo por el pecho y lanzándolo unos metros más
allá.
Otros viajeros que rondaban cerca corrieron a defender a
su líder, que, de manera extraña, permanecía quieto
observando toda la escena con una tranquilidad asombrosa.
Draven se iba desembarazando con facilidad de
cualquiera que tratara de atacarle, hasta que unos aplausos
le hicieron centrar su atención en el cabecilla de aquel
poblado, que se aproximó a él con una sonrisa dibujada en
el rostro.
―Era preciso que comprobara que lo que la muchacha
decía es cierto, y para ello, necesitaba que me mostraras
tus poderes de… ―Se quedó pensativo y miró a Sasha por
encima del hombro del guardián―. ¿Cómo dijisteis?
¿Unicornio inmortal?
Draven puso los ojos en blanco y las mejillas de la artista
se sonrojaron.
―Sí, eso dije ―murmuró.
―Soy Ronan ―se presentó e intentó ofrecerle una de sus
manos a Sasha para ayudarla a incorporarse, pero Draven
no se lo permitió y se interpuso en su camino, aún a la
defensiva―. No voy a hacerle nada a vuestra esposa…
―No soy su esposa ―se apresuró a negar Sasha, que se
ganó una mirada furibunda por parte del guardián―.
Estamos siendo sinceros, así que digamos la verdad en todo
―se justificó, encogiéndose de hombros.
Aquellas palabras hicieron que Ronan sonriera aún más.
―Os pido por favor que me acompañéis ―dijo dándoles la
espalda y alejándose en dirección a la casa más grande del
poblado.
Draven tomó del brazo a Sasha y la ayudó a ponerse en
pie, notando que estaba helada, por lo que la abrazó por los
hombros pegándola a su cuerpo para traspasarle su calor.
―Tenías mucha prisa por dejar claro que eres una mujer
libre ―susurró para que solo ella le escuchara.
―No es eso, lo que ocurre es que no se me da bien
mentir, pero me sorprende que te moleste.
―No me molesta, es solo que en esta época es más
seguro para una mujer que piensen que tiene esposo. Ya te
lo dije, aunque parece que te empeñas en ignorarme.
―Si este hombre va a ayudarnos es porque no supone
ningún peligro para nosotros ―le rebatió―. Y si lo fuera,
confío en tus superpoderes para protegernos.
―Aún está por ver que vaya a hacerlo.
―Por supuesto que os ayudaré ―respondió Ronan,
haciéndoles saber que les estaba escuchando―. Por lo
menos, voy a intentarlo. ―Abrió la puerta de su casa―.
Adelante. Bienvenidos a mi humilde hogar.
Ambos entraron dentro de la acogedora casa, donde ardía
el fuego en la chimenea y al que Sasha se acercó a
calentarse las manos. Emitió un jadeo de satisfacción
cuando el agradable calorcillo desentumeció las puntas de
sus dedos.
―Lamento que hayáis tenido que pasar frío, querida. ―Le
ofreció una manta con la que la joven se apresuró a
envolverse.
―Imagino que es difícil saber las intenciones de los
extraños, aun más cuando se cuenta con el poder que
poseéis vosotros.
―Para poder, el vuestro, que habéis hecho que viajéis
tantos años sin tan siquiera proponéroslo.
―Puedes tutearme ―le pidió la joven artista. No estaba
acostumbrada a tantos formalismos.
Ronan sonrió ampliamente, mostrando una hilera de
blancos dientes que contrastaban con su cabello oscuro y
sus ojos negros, haciéndole verse aún más atractivo.
―Será un verdadero honor, Sasha ―aceptó con voz ronca
y seductora, consiguiendo que se sonrojara―. Esta noche
puedes dormir aquí, te cedo mi lecho para que descanses,
imagino que lo necesitarás si habéis hecho un largo viaje
hasta llegar.
―Lo cierto es que el viaje ha sido extenuante ―reconoció
la artista―. Sin embargo, no podría despojarte de tu cama.
―Insisto ―enfatizó acercándose aún más a ella y
tomando una de las manos de la joven entre las suyas―. De
hecho, me sentiría insultado si no aceptaras mi
ofrecimiento.
―Eres muy amable, Ronan ―le agradeció a la vez que le
sonrió con dulzura.
―¿Habéis dejado de coquetear ya? ―inquirió Draven con
hosquedad.
―¡Draven! ―exclamó Sasha avergonzada, fulminándole
con la mirada.
―¿Hay algún problema en que la corteje? ―quiso saber el
brujo viajero.
―Ninguno, ella es libre de hacer lo que quiera, pero me
gustaría que nos centráramos en poder volver a nuestra
época. ¿Sería posible?
―Desde luego ―concedió Ronan, ofreciéndole asiento a
Sasha y sentándose en otra silla a su lado―. Aunque
nosotros, los brujos viajeros, podemos trasportarnos a
través del tiempo, jamás hemos conseguido hacerlo más de
una década adelante o atrás. Estamos intentando ir más
allá, pero eso requerirá años de práctica.
―¿Y qué quieres decir? ―se alarmó la joven―. ¿Que
estamos atrapados aquí?
―No, tan solo que del mismo modo en el que llegasteis
será como podáis volver a iros ―le explicó con calma.
―¿Todo está en mis manos? ―Sasha sintió como el peso
de una enorme losa recaía de repente sobre sus hombros.
―No te preocupes, tengo confianza en tus habilidades
―afirmó Ronan.
―No es posible que sea tan sencillo ―le contradijo
Draven―. Sasha ni siquiera sabe qué hizo para traernos
hasta aquí y tampoco el motivo por el que ocurrió.
―¿Por qué no iba a serlo? ―preguntó el brujo
sonriendo―. ¿Acaso lo habéis probado?
Aquel tipo arrogante y vendemotos le estaba tocando
bastante las pelotas, en especial, por la actitud seductora
que mostraba con Sasha.
El guardián le devolvió la sonrisa sarcástica y cruzó los
brazos sobre su amplio pecho.
―Probémoslo ahora, ¿qué os parece? ―sugirió con una
ceja enarcada.
―¿Ahora? ―se alteró la joven.
Draven se encogió de hombros.
―Es tan buen momento como cualquier otro.
―Por probarlo no pierdes nada, querida ―la animó
Ronan.
Sasha asintió, mirando a ambos hombres de manera
alternativa, antes de cerrar los ojos y respirar hondo.
―¿Me puedes recordar la frase, Draven?
―Ibi me ducere.
―Ibi me ducere ―repitió la artista conteniendo el aliento
a la espera de que algo ocurriera.
No obstante, en esta ocasión no pasó nada.
―Vaya sorpresa ―repuso con sarcasmo el guardián.
―Quizá hace falta que pinte un lienzo del lugar al que
quiero desplazarme, como hice la vez anterior ―terció
Sasha.
―Pues es complicado que eso pueda ser así en este siglo
―se lamentó el guardián―. Por cierto, Ronan, ¿sabes algo
de la caja de Selma?
El brujo se puso en pie de un salto y se lo quedó mirando
fijamente.
―¿Por qué preguntas por ese objeto en concreto? Hace
muchos años que renegamos de él y de la magia que Selma
utilizó para crearlo.
―Sasha lo dibujó sobre la tierra el otro día y no creo que
sea algo fortuito.
Ronan se pasó las manos por el cabello, como si estuviera
alterado, cosa extraña, pues hasta aquel momento se
mostró impasible.
―La caja de Selma no es un objeto cualquiera, es
poderosa y demasiado peligrosa. Con ella se puede hacer
que el tridente de Mammon cobre la fuerza suficiente para
destruir el mundo e incluso mucho más.
―Conozco el alcance de su poder ―aseguró Draven―.
También sé de la destrucción que Mammon causó con él, sin
embargo, si Sasha la dibujó, debe significar algo.
―Quizá no sea nada, solo una mera coincidencia ―terció
la joven.
―Nada en este jodido juego de los Dioses es casual,
Sasha ―aseveró el guardián.
―Lo único que se me ocurre es que el tridente sea capaz
de abrir una brecha temporal usando su poder de
destrucción ―sugirió el brujo―. Mammon lo utilizó para
abrir un resquicio entre el mundo terrenal y el de los Dioses,
para colarse en él y crear su destrucción hasta que pudieron
detenerle, así que sería probable que, usando su magia de
manera correcta y con la fuerza que le otorga la caja de
Selma, pueda llevaros hasta vuestro propio tiempo.
―¿Sabes dónde se encuentra la caja? ―inquirió Draven.
―Es un misterio ―negó con la cabeza―. Hace años que
mis antepasados se deshicieron de ella.
―¿Y qué significa eso? ¿Que nos quedaremos atrapados
aquí para siempre?
Sasha los escuchaba hablar de objetos mágicos, ataques
de demonios a los Dioses y muchas cosas más, pero lo que
realmente le importaba a ella era saber si podría volver
algún día a su hogar y si abrazaría de nuevo a sus padres.
―No tiene porqué ―le explicó el viajero―. Intentaremos
usar nuestros métodos para movernos a través del tiempo
y, con suerte, hacer que no os quedéis atrapados aquí.
―Ojalá sea así ―suplicó Sasha aferrándose a esa
esperanza, aunque fuera ínfima.

En Irlanda comenzó a haber ciertas revoluciones entre los


brujos que se unieron a la causa de Sherezade, suponían
que con la intención de acabar descubriendo dónde se
encontraba la guarida de los guardianes.
Elion, Ella, Varcan y Max se dirigieron al lugar donde se
organizó la última revuelta, deshaciéndose de los brujos que
atentaban contra la seguridad de los humanos y haciendo
que el escocés, usando su poder, hiciera olvidar a todos los
presentes lo que acababan de presenciar.
―Vamos a tener que pedirle a nuestra Diosa favorita que
nos pague una paga extra bastante cuantiosa, porque la
verdad es que últimamente no tenemos ni un segundo de
descanso ―ironizó Varcan, haciendo crujir el brazo que se
había roto durante la pelea antes de que acabara de
sanarse.
―No entiendo para qué sirven tantas revueltas. ¿Qué
ganan con ello? ―preguntó Ella con los brazos en jarras.
―Tocarnos las narices ―se quejó Max.
―¿Y Sherezade prefiere perder aliados con tal de
fastidiarnos? ―se extrañó Elion―. Ya llevamos diez de estas
pequeñas revueltas y, curiosamente, en todas participaban
trece brujos.
―¿Los has contado? ―preguntó su pareja con una ceja
enarcada.
―Sabes que siempre me fijo hasta en el más pequeño
detalle. ―Le guiñó un ojo y se acercó a abrazarla.
―Así que trece… ―caviló el guardián de la cicatriz,
agachándose a mirar uno de los cadáveres que yacían
amontonados en el suelo.
―¿Qué andas elucubrando? ―quiso saber Max, que
conocía de sobra a su pareja como para saber que algo le
rondaba por la cabeza.
―El trece es un número místico para los brujos, y las
localizaciones que han elegido para los altercados, creo que
están pensadas a conciencia, no ha sido algo al azar.
―¿Eso qué quiere decir? ―indagó Ella.
―Que todo pertenece a un patrón ―afirmó, irguiéndose y
metiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros―.
Sospecho que Sherezade necesita estas muertes o, mejor
dicho, estos sacrificios, para alguna causa desconocida. Y
teniendo en cuenta que todo parece girar en torno al trece,
auguro que existirán tres revueltas más.
―Eso quiere decir que nos tocará tirar del hilo para
averiguar qué se trae ahora entre manos ―suspiró Elion con
cansancio.
―Efectivamente, bror. ―Sonrió con ese descaro tan
característico suyo―. Esa maldita momia no da un paso sin
tener un propósito detrás.
Capítulo 10

Dos noches después, durante la primera luna llena, Ronan


lo preparó todo para hacer el ritual que enviara de vuelta a
casa a Draven y Sasha.
El tiempo que pasaron en casa del brujo viajero
estuvieron muy arropados por él. Ronan era muy atento con
Sasha y siempre se mostraba encantador y la cortejaba de
forma dulce y agradable, lo que halagaba a la joven y ponía
de los nervios al guardián.
―Colócate en el centro de este altar ―le pidió el brujo,
ofreciéndole la mano para ayudarla a subir a aquella
especie de pedestal de piedra.
―Estoy un poco nerviosa ―reconoció temblorosa.
―No tienes porqué, todo va a salir bien ―le aseguró
mirándola a los ojos con fijeza y dándole un afectuoso
abrazo.
―¿Podemos comenzar ya? ―inquirió Draven con
hosquedad―. Necesito volver a ayudar a mis hermanos
cuanto antes y no puedo perder el tiempo con vuestros
estúpidos coqueteos.
―No seas desagradable, ¿quieres? ―le reprochó Sasha.
El guardián desvió la mirada y se cruzó de brazos,
negándose a decir nada más y subiendo junto a ella al altar.
Trece viajeros se colocaron en torno al altar tomados de la
mano y recitando una serie de cánticos, mientras Ronan les
guiaba desde otro pequeño altar, cerca del que estaban
ellos.
Un viento repentino se levantó y Draven tomó a Sasha
por los hombros, pegándola a su costado.
―¿Qué va a ocurrir ahora? ¿Será como la otra vez? ―le
preguntó la joven, asustada.
―La verdad es que no lo sé ―reconoció con sinceridad―.
Sea como sea, estaré a tu lado.
Aquella afirmación consiguió que Sasha se sintiera
reconfortada y segura, por lo que se dejó caer contra él,
sintiendo el calor que irradiaba su cuerpo.
Un par de minutos después, el viento dejó de soplar y los
brujos se soltaron de las manos.
―Parece que no funciona ―comentó Ronan.
―La vez anterior nos trasladamos al lugar que plasmé en
mi lienzo, puede que eso sea lo que falle ―repitió la artista,
pues era la única idea que se le ocurría.
―Es posible, el problema es que no tienes tus pinturas
y… ―Draven interrumpió su argumentación y frunció el
ceño―. Quizá puedas utilizar otra cosa para dibujar, como
un carboncillo.
―¿Carboncillo? ―indagó Sasha enarcando una ceja.
―Esperad ―les pidió el guardián, que de un salto bajó del
altar y se marchó con paso ligero.
Un momento después volvió con un par de ascuas, que le
entregó a la joven.
―A ver si esto te sirve para dibujar el lugar al que
queremos volver.
―Puedo intentarlo ―asintió, a la vez que se sentaba
sobre el altar y comenzaba a dibujar el salón de su casa.
Unos instantes después, se podía apreciar una imagen
bastante parecida al apartamento de Sasha, plasmada
sobre la piedra.
―Creo que podemos volver a intentarlo ―aseguró la
artista, satisfecha de lo que pudo hacer con una simple
ascua.
De nuevo los brujos se tomaron de la mano y empezaron
a emitir sus canticos. El viento volvió a levantarse. Sasha y
Draven se abrazaron otra vez, para asegurarse que se irían
juntos.
Unos minutos después, Ronan abrió los ojos, mirándolos.
―No va a funcionar si no dibujas algo que realmente
sientas ―el brujo alzó la voz por encima del sonido de los
canticos del resto de viajeros―. Debes dibujar con el
corazón, querida.
―Intenta hacer lo que te dice ―le pidió Draven.
La joven se arrodilló en el altar y, cerrando los ojos,
visualizó una imagen desconocida para ella. De forma
apresurada, empezó a plasmarla, dibujando todos los
detalles que visualizaba.
El viento se hizo más intenso y un rayo cayó sobre los
brujos, haciendo que todos convulsionaran sin soltarse de
las manos. Entonces, un remolino pareció formarse en torno
al altar.
―Es el momento, Sasha ―gritó Ronan―. Di la frase que
os trajo hasta aquí.
La joven respiró hondo, sintiendo los acelerados latidos
de su corazón golpeando en su pecho. En los últimos días se
aprendió la frase de memoria, así que cerró los ojos y la
pronunció con todas sus ganas:
―Ibi me ducere.
Fueron arrojados a otro lugar, donde Draven aterrizó
sobre un duro suelo de piedra, y Sasha impactó sobre él,
dejándole unos segundos sin respiración a causa de que una
de sus rodillas le golpeó en sus partes nobles.
―¿Hemos vuelto? ¿Estamos en nuestra época?
―preguntó la artista con ansiedad.
―No lo sé, ahora mismo no puedo pensar con claridad
―gimió dolorido.
―¡Ay Dios! ―Se quitó de encima de él―. ¿Te duele algo?
¿Puedo ayudarte?
―Me has pateado los cojones ―se quejó.
―Amm… bueno, pues… ―¿Este había sido su primer
contacto íntimo? ¿La primera vez que tocaba su
entrepierna? ¡Que desastre!―. Ya se te pasará.
Draven la miró con el ceño fruncido.
―Que gran observación. ―Se puso en pie con cierta
dificultad, aunque por suerte, ya comenzaba a pasársele el
dolor―. Vamos a comprobar si hemos vuelto a nuestra
época.
Irguiéndose del todo, la tomó de la mano, la ayudó a
levantarse y la arrastró tras él. Se cruzaron con una mujer
que caminaba con su carro de la compra. Por la ropa, casi
podían asegurar que habían vuelto a su presente, aunque
Sasha prefería certificarlo.
―Disculpe, ¿me podría decir que fecha es hoy? ―le
preguntó a la señora con amabilidad.
―Lo siento, no la entiendo ―respondió la mujer en
griego, haciéndoles saber que habían aparecido bastante
lejos de San Francisco.
―El año ―insistió Sasha hablando su mismo idioma con
total naturalidad, como si lo hubiera hecho toda la vida―.
¿Nos podría decir en qué año estamos?
La desconocida los miró alternativamente, como si fueran
un par de locos. Y no era de extrañar, ya que, aparte de su
descabellada pregunta, iban vestidos como si acabaran de
salir de un poblado Amish.
―En el año 2023 ―les respondió con desconfianza.
―¿Y nos podría decir qué ciudad es esta, por favor?
―indagó Draven.
―Es… es Atenas ―contestó cada vez más confusa.
―Muchísimas gracias, ha sido muy amable ―dijo la joven
con una sonrisa agradable, justo antes de que la mujer se
alejara de ellos sin dejar de volver la vista atrás para
mirarlos de reojo.
―Sasha, ¿sabes hablar griego? ―le preguntó el guardián
con las cejas enarcadas.
Ella le miró extrañada.
―No, ¿por qué?
―Porque es justo lo que estás haciendo ahora mismo.
―Yo no estoy hablando… ―Se llevó la mano a la boca y
guardó silencio al ver que sí lo hacía―. ¿Cómo es posible?
―No tengo respuesta para esa pregunta, aunque te
ocurrió igual cuando viajamos al pasado, pero creí que ya
estabas lo bastante alterada por todo lo que descubrías
como para hacértelo saber. Además, es como si tuvieras el
idioma tan interiorizado que no te das cuenta de que
cambias de uno a otro.
―¿Tendrá que ver con lo que hago para viajar a través del
tiempo?
―Es lo más probable. ―Se encogió de hombros.
―¿Y qué hacemos aquí ahora? ¿Por qué hemos aparecido
en Atenas?
―¿A mí me lo preguntas? ―colocó las manos en sus
caderas―. Tú eres nuestro GPS y te empeñas en hacernos
ruta turística por diferentes lugares y épocas.
Sasha puso los ojos en blanco.
―Ojalá supiera por qué me ocurren estas cosas.
Draven sonrió y comenzó a alejarse.
―¿A dónde vas? ―inquirió la artista, apresurándose a
seguirle.
―Ya que al menos has acertado con el año, voy a buscar
un teléfono para poder llamar a mis hermanos, que deben
estar devanándose los sesos pensando en dónde estamos.
―¿Qué habrá ocurrido con Ronan y el resto de los
viajeros? ―preguntó con la voz entrecortada al intentar
seguir sus largas zancadas.
―Para saberlo, deberás mirar en los libros de historia,
conejita ―ironizó.
―¿Qué te pasa con él? Nos ha ayudado en todo lo que ha
podido y ha sido encantador con nosotros ―le defendió.
―¿Con nosotros? ―repitió guasón―. Creo que deberías
decir que ha sido encantador contigo.
―¿Estás celoso o qué?
El guardián soltó una carcajada.
―No seas ridícula.
―¿Ridícula? Te pido por favor…
No pudo seguir con su protesta, pues en la oscuridad de
la noche no vio un saliente en una de las baldosas del suelo
y se torció el tobillo. Cayó de bruces y, con un terrible dolor,
se agarró la zona lesionada, jadeando.
―¿Qué ha pasado?
―Por tu culpa creo que me he hecho daño en el tobillo
―le echó en cara.
―¿Por mi culpa? ―arqueó una ceja.
―Me pones furiosa con tus respuestas ácidas.
―Déjame ver qué te has hecho. ―Trató de inspeccionarle
la zona lastimada, pero ella se retiró.
―Estoy bien, solo ha sido un leve esguince.
Draven sonrió.
―¿Acaso, aparte de ser una máquina del tiempo, también
eres adivina?
―Pues no, aunque me he hecho suficientes esguinces en
este tobillo como para reconocer otro más.
―Ay, Sasha ―suspiró, tomándola en brazos y ayudándola
a sentarse en un banco cercano―. ¿Cómo puedes ser tan
patosa?
―Porque no soy una supermujer como tú.
―No estoy tan de acuerdo ―susurró con voz ronca,
pasando su dedo pulgar sobre los gruesos labios femeninos.
La artista bajó la mirada al suelo porque, que Draven la
tocara de aquella manera, la turbaba.
Entonces, llegó a atisbar un objeto brillante en el suelo.
―¿Qué es eso?
―¿El qué? ―preguntó el guardián observando hacia
donde señalaba la joven.
Se agachó y cogió aquella pequeña caja de oro recubierta
de brillantes gemas.
―No puede ser…
―¿Qué no puede ser? ―inquirió confusa.
―Es la caja de Selma.
―¿¡Qué!? ―gritó con los ojos muy abiertos.
―¿Se encuentra bien, señorita? ¿Necesita ayuda? ―le
preguntó un grupo de jóvenes, que se habían acercado a
ellos al ver como la joven se cayó al suelo.
Draven se guardó la cajita en el bolsillo y se irguió para
volverse a mirarlos.
―Sí, sí, estoy perfectamente ―se apresuró a responder la
artista, un tanto avergonzada.
―No te hagas la fuerte, Sasha ―le pidió Draven―. Mi
amiga se ha hecho un esguince y nos hemos dejado el móvil
en nuestro hotel. ¿Seríais tan amables de dejarnos uno para
poder llamar y que vengan a recogernos?
―Por supuesto, ten ―le ofreció uno de los chicos con
gentileza.
―Muchas gracias. ―Tomó el aparato y se alejó unos
metros.
Sin perderla de vista, marcó el teléfono de Abdiel.
―¿Dígame? ―Oyó la voz de su hermano al otro lado de la
línea telefónica.
―Bror, soy yo.
―¿Draven? ―en su voz pudo percibir alivio―. ¿Dónde te
habías metido? ¿Sasha está contigo?
―Sí, tranquilo, los dos estamos bien, lo que ocurre es que
no podíamos ponernos en contacto con vosotros.
―¿Por qué? ¿Os han tenido retenidos?
―No exactamente.
―¿Puedes ser un poco más específico?
―No sé cómo lo ha hecho exactamente… ―hizo una leve
pausa―. Sasha nos ha hecho viajar al pasado, a mi poblado,
con exactitud, al momento en que Myra me entregó a los
Berrycloth.
Un silencio reinó tras aquellas palabras.
―¿Bror, estás ahí?
―Sí, solo trataba de asimilar lo que acabas de decirme.
―Tómate tu tiempo, yo aún lo estoy procesando ―repuso
sarcástico.
―Tiene que haber algún motivo para este viaje ―caviló
Abdiel.
―Pienso lo mismo, aunque no pude averiguar cuál era
hasta este momento, en que la caja de Selma ha aparecido
a nuestros pies.
―¿La caja de Selma? Pues es curioso, porque aquí le
hemos tenido que entregar a Amaronte el tridente de
Mammon intentando averiguar vuestro paradero, y ambos
sabemos que los dos objetos están muy relacionados.
―Abdiel fue atando cabos―. ¿Dónde estáis ahora?
―En Atenas.
―¿Y qué hacéis ahí?
―Tratamos de volver a San Francisco y no funcionaba, así
que el brujo viajero al que acudimos en busca de ayuda, le
sugirió a Sasha que pintara algo que le saliera de las
entrañas, como sucedió en su apartamento, y eso nos trajo
hasta aquí.
―Lo importante es que estéis bien ―se alegró el líder de
los guardianes―. Enviaré a Nikolai a buscarte para que
volváis cuanto antes.
―No, bror, si estamos aquí será por algo, y voy a
averiguarlo antes de regresar ―le contradijo.
―De acuerdo ―aceptó creyendo que era una buena
idea―. Mañana te enviaré dinero, aunque deberás robar un
móvil o algo para ponerte en contacto conmigo.
―En cuanto abran las tiendas me ocupo de eso y vuelvo
a llamarte.
―Muy bien, bror. Cuidaos e id con mil ojos.
―Así lo haremos.
Cuando colgó la llamada, vio como Sasha tiritaba.
¿Qué iba a hacer con ella? ¿Cómo podía decirle que
tenían que pasar otra noche a la intemperie?
Un sentimiento de protección nació dentro de él.
Así que no lo haría, no permitiría que pasara más frío.
Aquella noche iban a dormir calientes y en una cama,
aunque tuviera que entrar a la fuerza en cualquier sitio.
Capítulo 11

Thorne entró al club Pecado con paso decidido.


Abdiel acababa de llamarle para decirle que Draven había
dado señales de vida y todo lo que el cazador le contó sobre
su viaje en el tiempo.
Se aproximó a la mesa que ocupaban Maera, Azazel y
Mauronte. Este último le dedicó una mirada sombría y
sospechaba que era porque hubieran tenido que entregar el
tridente de Mammon a su odiado hermano.
―Draven ha aparecido ―dijo el vikingo sin preámbulos.
―¿Dónde estaba? ―quiso saber la sexy demonio.
―Parece ser que viajaron en el tiempo de algún modo, del
que no tengo ni puta idea ―les explicó tomando una silla y,
dándole la vuelta, se sentó a horcajadas en ella.
―¿Así que le hemos entregado un arma de destrucción
masiva al innombrable sin ningún motivo? ¿Me estás
diciendo eso? ―inquirió Mauro con la voz controlada,
denotando que estaba a punto de estallar.
―Por desgracia, así es ―afirmó mirándole directamente a
los ojos.
―¡Joder, Thorne! ―gritó furioso―. La hemos cagado a lo
grande.
―No te alteres, Mauro, me comprometo a tratar de
recuperar el tridente ―intervino Az.
―Como si fuera tan fácil ―bufó el italiano―. Amaronte es
una cucaracha, se esconderá, y con él, al tridente.
―Yo también haré lo que esté en mi mano para
recobrarlo, te doy mi palabra ―afirmó Thorne―. Entre los
dos seguro que nos haremos con él.
―Sois un par de optimistas ―resopló malhumorado.
―Lo que no entiendo es qué puede querer Amaronte del
tridente ―comentó Az―. ¿Es posible que pretenda seguir
los pasos de Mammon?
―Para ello necesitaría la caja de Selma y hace siglos que
desapareció ―indicó Maera.
Thorne se calló que, en aquel momento, él sí sabía dónde
se encontraba, porque Abdiel le contó que estaba en
posesión de Draven, aunque no sabía cómo llegó a su
poder.
―Lo importante es llegar a un acuerdo con Amaronte y
que nos devuelva el tridente ―intercedió.
―¿A un acuerdo? ―repuso Mauro con sarcasmo―. Ya no
tienes nada que le interese, guardián.
―Puede interesarle conservar los dos brazos pegados al
cuerpo.
―Está muy bien ese plan de descuartizarlo ―comentó
Maera divertida, antes de señalar a las espaldas del
guardián―. Pero antes deberías ocuparte de otro asuntillo.
Thorne se volvió de golpe siguiendo la dirección que le
indicaba, así consiguió ver a la entrometida agente de
policía, que parecía estar siguiéndole.
―Me cago en la puta ―maldijo entre dientes.
―Creo que tienes una admiradora ―bromeó Azazel,
haciendo reír a los otros dos demonios.
―Más bien una poli tocapelotas ―refunfuñó levantándose
con rapidez y dirigiéndose hacia ella.
Cuando Jess se percató de que la había descubierto, trató
de escabullirse fuera del local, sin embargo, las piernas del
vikingo eran más largas que las de ella y la alcanzó en
pocas zancadas.
La tomó por el brazo y la detuvo, la giró hacia él y,
fulminándola con la mirada, espetó:
―¿Qué coño estás haciendo aquí?
―Tomarme algo ―respondió con ligereza―. Me han dicho
que este es el club de moda y, por lo que veo, es verdad, ya
que tú también estas aquí.
―¿Te piensas que soy estúpido?
―A grandes rasgos… ―la observación se quedó en el
aire, dejando constancia de que era justo lo que pensaba.
Thorne apretó los dientes haciéndolos rechinar, no estaba
acostumbrado a que se rieran de ese modo de él delante de
sus narices.
Comenzó a caminar fuera del local sin soltarla y gracias a
su oído de guardián, pudo escuchar como los demonios se
divertían a su costa.
¡Maldita mujer! Estaba tentado a tomarla del cuello hasta
rompérselo. Aún no descartaba que acabara haciéndolo.
―¿Qué haces? ―protestó Jessica forcejeando para tratar
de liberarse de su agarre―. ¡Suéltame, cerdo!
―Hembra, está claro que necesitas que un hombre te dé
una buena lección.
―¿Perdona? ―repuso indignada―. ¿Que un hombre me
dé una lección? ¿¡Hembra!? ―escupió con rabia― ¿A ti qué
te pasa? ¿Acaso has nacido en el siglo pasado?
―Bastante antes, en realidad ―murmuró para sí mismo.
―¿Cómo dices?
―Que te largues. ―La soltó con brusquedad cuando
estuvieron fuera del club.
―Tú no eres nadie para decirme dónde debo estar ―le
enfrentó con las manos en las caderas y el mentón alzado.
El vikingo sintió un inoportuno tirón en la entrepierna ante
aquel alarde de valentía y arrojo, que tanto le recordó a las
escuderas que lucharon junto a él en su vida como mortal.
―Sí lo soy, desde el momento en que te dedicas a
seguirme de manera tan descarada.
―¿Tanto te molestaría que así fuera? ―indagó con
perspicacia―. ¿Acaso estás metido en algo ilegal con esos
tres con los que estabas reunido? Que, por otro lado,
parecen más unos modelos internacionales que mafiosos.
―¿Por qué te empeñas en pensar que soy un criminal,
joder?
―Porque tienes pinta de serlo.
Thorne gruñó.
―No me toques más los cojones, hembra, o te prometo
que te amordazaré y ataré para que no sigas dando por…
―la frase se murió en sus labios cuando, con un rápido
movimiento, Jess le barrió los pies arrojándolo al suelo.
Se colocó sobre él, le inmovilizó colocando su rodilla
contra la garganta masculina y lo miró de manera
desafiante.
―Ni se te ocurra amenazarme o el único que acabará
atado, amordazado y con mi bota dentro de su culo, serás
tú ―sentenció, antes de incorporarse y alejarse con paso
seguro.
Thorne se apoyó en los codos para observarla marcharse,
y no fue capaz de evitar que su atención se centrara en el
precioso culo que se apreciaba a través de sus ajustados
vaqueros. Su polla se alzó firmemente, para hacerle saber
que le encantaría poder disfrutar del placer de arrancarle
esa prenda de ropa y enterrarse entre sus piernas.
―¡Maldita mujer! ―refunfuñó entre dientes, poniéndose
en pie de un salto.
Estaba seguro de que no se daría por vencida. Vio el
coraje y la determinación de las escuderas vikingas en su
mirada. Lo único que esperaba era que eso no la llevara a
meterse en medio de una guerra que no le pertenecía.

Draven y Sasha descansaban a oscuras sobre un mullido


colchón de un hotel de cinco estrellas. El guardián, usando
su poder de invisibilidad, robó una de las tarjetas que
hacían las veces de llave de las habitaciones.
―¿Draven? ―habló la joven artista en un susurro, como si
esperase que estuviera dormido.
―¿Sí?
Notó como se colocaba de costado para poder mirarle.
Sin embargo, el celta mantuvo la vista fija en el techo,
temiendo que, si no lo hacía, acabaría besándola. La
tentación de hacerlo había sido casi insostenible desde que
se tumbaron a compartir cama. Tanto, que faltó poco para
que tuviera que levantarse y darse una ducha bien fría.
―¿Por qué durante años era tu rostro el que veía en mi
cabeza y sentía esa necesidad imperiosa de dibujarte?
―No tengo respuesta para eso, Sasha, ya te lo dije.
―¿Crees que algún día lo averiguaremos? ―insistió.
―Tampoco lo sé.
―¿Acaso tienes respuestas para algo? ―repuso
frustrada―. Como, por ejemplo, ¿por qué no me has vuelto
a mirar a los ojos desde que pusimos un pie en esta
habitación?
Aquellas palabras sí que consiguieron que Draven
desviara su clara mirada verde hacia ella.
―¿Qué quieres que te diga, Sasha? ―inquirió con voz
ronca―. ¿Qué no te miro para no tener la tentación de
lanzarme sobre ti y comerte entera, como me gustaría?
La artista abrió la boca, sorprendida ante aquella
declaración. No sabía qué decir, lo único que se le venía a la
cabeza era pensar en a qué esperaba para hacerlo, ya que
no había nada que deseara más en aquel momento que
acabar haciendo el amor con ese pedazo de hombre.
―¿Por qué no pruebas? Quizá no sea una mala idea
―consiguió balbucear.
―Créeme, conejita, es la peor idea del mundo ―afirmó
sonriendo de medio lado y alargando su mano hasta posarla
en la suave mejilla femenina.
El corazón de Sasha comenzó a latir desbocado,
anticipando el beso que intuía que Draven iba a darle.
El guardián fue acercándose poco a poco a ella, hasta que
su aliento acarició el rostro de la joven, que cerró los ojos
para recibir aquel ansiado contacto. Sin embargo, el
deseado beso no llegó a producirse, puesto que unos firmes
golpes en la puerta les hicieron dar un respingo.
―¿Quién puede ser? Nadie sabe que estamos aquí
―susurró Sasha asustada―. ¿Crees que han podido
descubrir que robaste la tarjeta?
―No lo sé, así que no te muevas ―le advirtió
levantándose de la cama de un salto y acercándose a la
puerta con todos sus sentidos alerta―. ¿Quién es?
―Un viejo amigo ―respondió una voz conocida.
―¡Ronan! ―exclamó la artista con voz alegre.
―¿Ronan? ―se extrañó el guardián.
―El mismo.
―Vamos, ábrele ―le pidió Sasha acercándose a él.
Aún desconfiado, Draven hizo lo que le sugirió,
encontrándose de frente con el sonriente rostro del brujo
viajero.
―¿Me echabais de menos, pareja?
La joven se lanzó a sus brazos, fundiéndose con él en un
efusivo abrazo, que, de manera inesperada, molestó al
guardián más de la cuenta, haciéndole sentir ganas de
tomarla por la cintura para alejarla del brujo, al que le
mostraría los dientes como si fuera un animal rabioso que
estuviera protegiendo su territorio, o mejor dicho, a su
hembra.
¿Qué mierda le estaba ocurriendo?
―¿Qué haces aquí? ―le preguntó la joven una vez que se
separó de él.
―Creo que esta conversación es mejor tenerla dentro de
la habitación ―sugirió Draven al ver que ambos aún
seguían bajo el marco de la puerta.
Haciéndole caso, pasaron a dentro y se acomodaron en
los dos sillones que decoraban la estancia. El guardián tomó
asiento en la cama, con las piernas abiertas y los codos
apoyados en sus rodillas, expectante por saber las
explicaciones de Ronan.
―Cuando os marchasteis, me quedé estudiando el portal
que Sasha consiguió abrir para viajar en el tiempo
―comenzó a relatar―. Tras unos días, logré descubrir el
hechizo exacto para usar la magia residual que quedaba en
el altar, para usarla como trampolín y dar un salto tan
grande en el tiempo. Por desgracia, los cálculos no fueron
del todo precisos, así que aparecí aquí, aunque diez años
antes de que lo hicierais vosotros.
Draven se fijó mejor en los rasgos del brujo, y era cierto
que en los extremos de sus ojos podían verse unas
pequeñas arrugas que antes no estaban, y en su oscuro
cabello también se apreciaban algunas vetas blancas.
―¿Y llevas diez años aquí esperándonos? ―quiso saber la
artista.
―En resumen, sí, he estado esperando y he tenido
tiempo de buscar a una poderosa vidente para que me
informase del momento y el lugar en el que volveríais. De
ese modo, os he podido encontrar.
―No obstante, la pregunta es: ¿por qué has venido hasta
aquí?
Ronan suspiró.
―Eso fue un tremendo error ―les explicó―. Los trece
brujos que hacían el círculo sagrado murieron a causa del
rayo que cayó sobre ellos tras vuestra partida. Para que su
muerte no fuera en vano, quise aprender a usar la magia
que utilizó Sasha, pese a que mi intención no era ser
trasportado en el tiempo. He tratado de volver a mi época
en muchas ocasiones desde entonces, pero todos los
intentos han sido inútiles.
Draven y Sasha intentaban interiorizar que, por
ayudarles, trece buenas personas hubieran perecido.
―Dios santo, no puedo creerlo ―sollozó la artista
sobrecogida―. ¿Murieron todos?
―Así es ―asintió con pesar.
―Qué horror. ―Se cubrió el rostro con las manos―. Y
para colmo, te traje hasta aquí.
―Eso fue un error mío, no tuyo. Me pudo la arrogancia al
pensar que sería capaz de controlar una magia tan
poderosa ―le aseguró el brujo viajero―. Lo bueno es que
estoy asentado en esta ciudad y puedo ofreceros
alojamiento y buena comida.
―No deberías querer ayudarnos después de las
consecuencias que les trajo la última vez, a las gentes de tu
pueblo ―se lamentó.
―Tuve que haberles echado un hechizo de protección, por
los imprevistos que pudieran ocurrir, el error fue mío. Venid
conmigo y os ayudaré de nuevo, y no porque deba hacerlo,
sino por la amistad que nos une.
―No hará falta ―respondió el guardián.
Sasha se volvió para mirarle con el ceño fruncido.
―¿Cómo qué no? Estamos en este hotel de forma ilegal.
¿Por qué no íbamos a aceptar la hospitalidad de Ronan?
La primera respuesta que se le vino a la cabeza fue
decirle que no le gustaba cómo la miraba, sin embargo,
aquello era algo que no estaba dispuesto a reconocer.
―No quisiera volver a salpicarle con nuestros problemas
―alegó finalmente.
―Creo que ya es demasiado tarde para eso ―terció
Ronan―. Yo mismo he estado investigando acerca de esa
bruja de la que me hablasteis y no me gusta nada la
revolución que ha encabezado. El problema ahora es tan
mío como vuestro.
―¿Qué dices, Draven? ―le apremió Sasha―. ¿Podemos
refugiarnos en casa de un buen amigo o nos vas a obligar a
seguir siendo unos delincuentes?
El guardián los miró a ambos de forma alternativa.
No podía negarse sin revelar sus verdaderos motivos, así
que se pasó las manos por el cabello, desordenándoselo, y
se puso en pie.
―Si estás implicado en esto tanto como nosotros, Ronan,
no veo motivos para no aceptar tu hospitalidad.
―¡Estupendo! ―exclamaron Sasha y el brujo al unísono,
cabreando aún más al guardián.
Capítulo 12

Ronan les ofreció una copiosa cena, aunque aquello no


consiguió saciar el apetito de Draven, que solo podía pensar
en una cosa, clavar sus dientes en el precioso cuello de
Sasha y beber su sangre.
Llevaba días sin alimentarse y ya empezaba a hacer
estragos en él, pero no era solo eso. Era algo mucho más
profundo, como si la única persona que pudiera saciarle
fuera aquella artista con tendencia a la torpeza y de
enormes ojos verdes, que le desarmaban cada vez que le
miraba. ¡Estaba bien jodido!
Se apoyó en el barandal del balcón que estaba en la
habitación en la que el brujo le instaló, y respiró hondo
apreciando las bonitas vistas. Sin duda, Ronan supo
montárselo bien durante aquellos diez años.
Unos leves golpes en la puerta le hicieron volverse, lo
justo para ver como Sasha asomaba la cabeza por ella y se
mordía el labio inferior frunciendo el ceño, como si estuviera
tomando una decisión importante. Tras unos segundos de
indecisión, pasó dentro de la oscura estancia y cerró la
puerta tras de sí con sigilo.
Iba vestida tan solo con una enorme camiseta, suponía
que sería de Ronan, y sus pies estaban descalzos, por lo que
pudo comprobar cuando se fue acercando a la cama donde
ella suponía que él estaba acostado.
Divertido, se giró del todo, cruzando los brazos sobre su
pecho, recostándose contra la baranda y colocando un
tobillo encima del otro de manera relajada.
Sasha continuó avanzando, hasta quedarse a los pies del
enorme lecho. Tras lo cual tomó una gran bocanada de aire
y alzando levemente el mentón, se decidió a hablar.
―¿Draven? Siento si te he despertado, pero no soy capaz
de dormir ―les murmuró a las mantas revueltas―. Y por
favor, no digas nada o no podré continuar ―hizo una breve
pausa, tras la cual, se lanzó a soltar todo lo que pasaba por
su cabeza―: Antes de que Ronan llamara a la puerta de la
habitación del hotel, tuvimos un momento. Lo tuvimos,
¿verdad? Al menos eso me pareció a mí, aunque tampoco
es que sea una experta en coqueteos. La cuestión es que,
desde entonces, no puedo dejar de pensar en ello… No
puedo dejar de pensar en ti.
Aquella declaración hizo que Draven borrara de inmediato
la sonrisa que se dibujaba en su rostro.
―Es posible que dar este paso en nuestra relación
complique las cosas, sin embargo… me gustaría
arriesgarme. No suelo ser impulsiva, pero si no hago esto
ahora, me arrepentiré toda la vida ―se quedó en silencio
con la vista clavada en las cobijas―. Ya puedes hablar. Es
más, necesito que digas algo antes de que la vergüenza que
siento me haga seguir diciendo más estupideces.
¿Podía hablar?, pensó Draven, porque ahora se hallaba
sin palabras. De todos modos, se irguió y respiró hondo.
―Es la peor idea que he oído en años, pero, qué coño,
suena genial.
Sasha dio un respingo, asustada, cuando la voz le llegó
desde la terraza. Con la respiración agitada, se llevó la
mano al pecho, tratando de calmar los acelerados latidos de
su corazón.
―¿Has estado ahí todo el tiempo?
El guardián asintió.
―No tengo el poder de teletransportarme ―respondió,
acercándosele con la mirada clavada en ella, como si fuera
un depredador acechando a su presa.
La artista se cubrió el rostro con ambas manos.
―Uff, ¿por qué soy incapaz de dejar de hacer el ridículo
en tu presencia? ―se lamentó.
―No me has parecido ridícula, más bien encantadora.
Se descubrió la cara y le miró con suspicacia.
―¿Me tomas el pelo?
―No lo hago, Sasha ―dijo con la voz enronquecida, a
escasos centímetros de ella.
Fue entonces cuando se percató de que tan solo llevaba
puestos unos vaqueros, que le colgaban de sus caderas,
mostrando unos oblicuos de infarto, por no hablar de la
tableta de chocolate en la que se podría lavar ropa.
«¡Capitán mojabragas ataca de muevo!», canturreó su
mente.
―¡Madre mía! ―jadeó alzando sus ojos hacia los
masculinos―. Va a suceder, ¿verdad? Vas a besarme.
Draven sonrió y tomó el rostro de Sasha entre sus manos.
―Así es, conejita, voy a besarte para acabar devorándote
entera. Ya no tienes escapatoria.
¿Escapatoria? ¿Quién quería escapar? Desde luego, ella
no.
Los labios de Draven descendieron sobre los carnosos de
la joven, y fue entonces cuando ambos comprendieron que
jamás habían experimentado una pasión tan abrasadora y
visceral.
Con desesperación, tomó los bajos de la camiseta que
llevaba la joven y se la quitó, devorando con sus ojos cada
resquicio de piel desnuda que quedó expuesta a él, ya que
solo vestía unas sencillas braguitas blancas. Era aún más
hermosa de lo que imaginó en sus fantasías.
Le mordió el labio inferior, tirando de él y recorriéndolo
con la punta de la lengua.
Sasha, envalentonada por la magnitud del deseo que
desprendía el cuerpo masculino, enroscó los brazos en torno
a su cuello, pegándose a él y enredando los dedos entre su
corto cabello.
Los besos de ambos se fueron volviendo cada vez más
calientes y profundos.
Draven la tomó por la cintura, pegándola contra la pared.
Un jadeo escapó de la boca de la artista, que cerró los ojos y
echó la cabeza hacia atrás, dejando su cuello expuesto a él,
que aprovechó para mordisquearlo con delicadeza, aunque
lo que de verdad deseaba era clavar sus colmillos y beber
de ella hasta saciarse.
―Deseo alimentarme de ti ―le confesó.
―¿Eso que quiere decir?
―Los guardianes tenemos otra característica que nos
hace únicos, y es que la comida no es lo que nos alimenta.
―Y entonces, ¿qué lo hace?
―La sangre.
―Sangre ―repitió con lentitud.
―Sangre humana.
Los ojos de Sasha se abrieron de par en par ante aquel
descubrimiento.
―Entonces, cuando dices que quieres alimentarte de mí,
te refieres a… ¿beber mi sangre? ―preguntó un tanto
insegura.
El guardián asintió.
―Y si me dejas hacerlo, ha de ser antes de que nos
acostemos.
Sasha se sentía un tanto atemorizada.
―¿Me dolerá?
―No ―le aseguró Draven sonriendo―. Solo incrementará
tu placer, pero, de todas formas, quiero que estés
completamente segura antes de aceptar.
Así que resultaba que era más parecido a Drácula que al
unicornio con el que siempre lo comparaba.
La joven respiró hondo y asintió.
―Está bien, hazlo. Aliméntate de mí.
―¿De verdad? No quiero que te arrepientas.
―No me arrepentiré ―aseguró sonriendo.
Sintiendo como se le alargaban los colmillos por la
anticipación de saborear la dulce sangre de la artista, lamió
su garganta para prepararla para él, tras lo cual, abrió la
boca y clavó sus dientes en su carótida.
Sasha gimió, sintiendo un pequeño escozor en la zona,
antes de que un placer desconocido hasta entonces la
recorriera de pies a cabeza.
Aferrándose a los hombros del guardián, hincó las uñas
en su carne. Su entrepierna húmeda comenzó a palpitar
desesperada por un desahogo que aún no llegaba, pero que
anhelaba con ansias.
Cuando Draven se hubo saciado de aquella sangre, la
más dulce y sabrosa que hubiera probado jamás, contrajo
los colmillos y pasó la lengua por las hendiduras que le dejó
para que se cerraran.
Colocando una de sus musculosas piernas entre las de la
joven, las separó con cierta brusquedad. El irrefrenable
deseo que sentía por ella, sobre todo después de haberla
degustado, le hacía ser un poco salvaje.
―Eres deliciosa, conejita ―declaró contra sus labios,
tomando uno de sus generosos senos en la mano y bajando
la otra para meterla bajo sus bragas―. Y quiero saborear
aún mucho más de ti.
Sasha estaba tan mojada y resbaladiza que sintió cierta
vergüenza. Sin embargo, los expertos dedos de Draven
jugueteaban entre sus pliegues, acariciándola con destreza
y empujándola a desinhibirse y a olvidarse de todo lo que
no fuera el placer que la estaba haciendo experimentar.
Sus bocas chocaron entre sí, devorándose mutuamente.
Las lenguas se exploraban y enredaban entre ellas,
mientras jadeaban y recorrían sus cuerpos con las manos,
impacientes.
Tomándola por los muslos, la alzó en volandas, pudiendo
encajar su entrepierna con la de ella y haciendo que notara
la dureza que crecía bajo su pantalón.
Sus respiraciones se volvieron más pesadas y aceleradas
cuando apoyaron la frente del uno contra la del otro,
buscando poder tomar aliento entre beso y beso.
El celta coló su mano entre ellos y tiró de las bragas,
rompiéndolas, para después hundir sus dedos en el
apretado interior de la joven, que gimió roncamente.
―Draven ―balbuceó en medio de aquella bruma de
deseo que la poseía.
Hacia tanto que nadie la tocaba —sin contar que nunca lo
hicieron con tanta maestría—, que con unas pocas caricias
ya se sentía al borde del orgasmo. El guardián, notándolo,
aceleró sus movimientos, haciendo círculos con su pulgar
sobre su hinchado clítoris, hasta que una oleada de placer
arrasó el cuerpo de la joven, que comenzó a temblar de
manera descontrolada.
Sacando los dedos de su interior, la tomó por la cintura y
la apoyó bocabajo sobre la cama, pues sabía que, de otro
modo, sus piernas no la sostendrían. Entonces, se agachó
tras ella y enterró la cara entre sus nalgas para poder
saborear su orgasmo, del mismo modo que lo hizo minutos
antes con su sangre. La experimentada lengua de Draven
lamió de arriba abajo sus húmedos pliegues, aferrando con
las manos las caderas femeninas para inmovilizarla y
disfrutar de ella como quería.
Sasha, que aún sentía el cuerpo lánguido, comenzó a
experimentar los nuevos coletazos de otro orgasmo
asaltándola.
―¡Madre del amor hermoso! ―gimió apretando las
mantas con sus manos y sintiendo que iba a deshacerse con
tanto placer.
¿Mojabragas? No, aquel apelativo se quedaba corto.
Draven más bien era un Dios del sexo. ¡Yuju!
Incorporándose, el guardián se quitó el pantalón y pegó
su pecho a la espalda de la artista, que respiraba con
dificultad.
―Esto aún no ha acabado, conejita, así que prepárate
para que mañana estés afónica por gritar mi nombre una y
otra vez ―le susurró en el oído con sensualidad.
Colocó la punta de su polla contra el sexo de la joven y la
movió arriba y abajo. Comenzó a adelantar sus caderas,
cuando Sasha lo detuvo.
―Un momento, no te has puesto protección ―logró
discernir entre el velo de placer.
Draven sonrió con ternura y la besó en los labios con
suavidad.
―Los guardianes no podemos tener hijos y tampoco
contraer ninguna de vuestras enfermedades ―le explicó―.
No es necesario que lo use, a no ser que tú prefieras lo
contrario.
―Así que tienes superpoderes incluso para esto, ¿no?
―bromeó mordiéndose el labio inferior.
―Me parece que ya te he enseñado parte de mis
superpoderes sexuales, y ahora, te voy a demostrar algunos
otros que están ocultos ―afirmó enterrándose por completo
dentro de ella.
Ambos jadearon, a la vez que el guardián la sostuvo con
firmeza por las caderas. Comenzó a follarla con fuerza,
consiguiendo que las paredes vaginales de Sasha se
contrajeran con cada una de sus embestidas, haciendo que
la fricción entre ellos fuera mucho más satisfactoria.
La agarró del pelo para atraer su cabeza hacia él y poder
besarla en los labios, mientras con la otra mano empezó a
jugar con su clítoris, que esa noche parecía insaciable.
En un momento dado, la cogió en volandas, le dio la
vuelta en la cama para que pudieran mirarse de frente y
volvió a penetrarla sin darle tiempo a dejar de sentir aquel
éxtasis que, a cada envestida, les acercaba más al
desahogo que ambos necesitaban.
Los ojos verdes de la artista se veían vidriosos y
empañados por el deseo, y los mantenía clavados sobre los
de Draven cuando ambos alcanzaron el orgasmo, que para
Sasha fue el tercero de la noche, y que culminó un
encuentro sexual inolvidable e inigualable para los dos.
Ahora entendía de lo que le hablaron sus amigas cuando
decían que un hombre las había follado hasta hacer que se
les pusieran los ojos en blanco, porque con Draven no
servían las medias tintas, no era un polvo pasable que te
dejaba buen sabor de boca. Con Draven había descubierto
que era capaz de enlazar un orgasmo con otro y, de todos
modos, seguir anhelando volver a disfrutar de nuevo de
aquellas sensaciones que sabía que solo él le podría hacer
experimentar.
Así que la pregunta que rondaba por la mente de Sasha
era: «¿Para cuándo una segunda ronda, machote?».

―Draven, amigo, creo que he descubierto el motivo por


el que estáis aquí ―dijo el líder de los viajeros irrumpiendo
en la alcoba que ocupaba el guardián―. Llevo toda la noche
despierto dándole vueltas al tema y… ―Se detuvo en seco
cuando sus ojos se fijaron en la pareja desnuda que estaba
sobre la cama revuelta.
―¡Madre mía! ―exclamó Sasha alejándose de golpe de
los brazos de Draven y cubriéndose con las mantas hasta la
barbilla―. No es lo que parece, Ronan.
―¿Ah, no? ―inquirió el cazador con una ceja enarcada,
tumbándose bocarriba sin avergonzarse de su desnudez, y
cruzando los brazos tras su cabeza, demostrando lo
orgulloso que se sentía de su cuerpo.
¡Y qué cuerpo! A la artista le dieron ganas de inclinarse
sobre él y lamerlo de arriba abajo, hasta hacerle jadear de
placer como él hizo con ella, hacía unos segundos.
Sacudió la cabeza para alejar aquellos lujuriosos
pensamientos de su mente y, para sus adentros, trató de
centrarse en que no estaban solos.
―Lo siento, no debí haber entrado sin llamar ―se
disculpó Ronan.
―No, tranquilo, no pasa nada, esta es tu casa ―se
apresuró a decir la joven.
Sin embargo, Draven no estaba de acuerdo con ella, así
que la contradijo:
―Hubiera sido un detalle, la verdad. ―Sasha le lanzó una
mirada fulminante―. ¿Qué? Si hubiera entrado solo un
instante antes, nos hubiera pillado en pleno polvo ―inquirió
encogiéndose de hombros.
Se puso en pie de forma despreocupada, sin cubrir ni un
solo instante su absoluta desnudez, consiguiendo que las
mejillas de Sasha se sonrojaran aún más. Su amigo debía
pensar que eran unos desvergonzados por pagarle su
hospitalidad de aquel modo.
―Creo que voy a esperaros en el salón ―comentó Ronan
carraspeando con incomodidad para aclararse la voz.
―Una gran idea ―repuso Draven sonriendo.
―Haré que os traigan algo de ropa limpia ―fue lo último
que dijo el brujo antes de cerrar la puerta y dejarlos a solas
de nuevo.
―¿Tenías que ser tan descarado? Ni siquiera has tratado
de disimular o cubrirte tus partes. Has conseguido
avergonzarle y, de paso, a mí también.
El guardián se giró hacia ella con las manos en las
caderas.
«Sasha, no mires hacia abajo, no mires hacia abajo».
«¡Mierda!», se lamentó cuando sus rebeldes ojos no le
hicieron caso y repasaron el miembro del guardián, que
parecía estar preparado para una segunda ronda.
―No tenía por qué, pero me ha apetecido hacerlo
―contestó sin más.
Sasha, cada vez más turbada por su desnudez y el modo
en que la hacía sentir, desvió la vista.
―Has sido un grosero.
―¿Eso es lo que de verdad te molesta? ―inquirió
acercándose más a ella y tomándola del mentón para poder
mirarla a los ojos―. ¿O quizá sea que no te ha gustado que
Ronan sepa que nuestra relación ha pasado a otro nivel?
―No seas absurdo. ¿Por qué iba a importarme eso?
―No lo sé, dímelo tú. ―Enarcó las cejas, a la espera de
alguna respuesta.
―Si lo que insinúas es que Ronan puede interesarme de
otro modo que no sea amistoso, te equivocas ―dijo con
énfasis―. Y también me ofendes.
―¿Te ofendo?
Sasha se levantó de la cama con cuidado de envolverse
bien con las mantas, y alejándose lo más que pudo de él. Su
cercanía hacía que no pudiera pensar con claridad.
―Así es. Me ofendes ―repitió de nuevo―. No soy el tipo
de chica que juega con los hombres o se debate a dos
bandas. De hecho, ni siquiera soy una mujer que se acueste
con nadie sin que sea mi pareja estable. Necesito sentir algo
por una persona para poder entregarme de un modo tan
íntimo ―parloteaba a toda prisa―. ¿Suena antiguo? Es
posible, Max y Daisy siempre me lo dicen y, de todas
maneras, no puedo evitarlo. Sin corazón no hay revolcón,
ese es mi lema. Que no quiere decir que no eche de menos
sentir las manos de un hombre recorriendo mi piel, sin
embargo, imaginarme besando a un desconocido es algo
que me incomoda…
―Y, aún así, me acabas de besar y dejar que mis manos
recorran cada rincón de tu cuerpo ―la interrumpió el
guardián.
Sasha abrió y cerró la boca sin saber qué decir.
Todo lo que acababa de explicarle era cierto, no había
cambiado de idea, no obstante, con Draven era diferente.
No eran pareja, eso lo tenía claro, aunque durante aquella
extraña aventura entre ellos se creó un vínculo que estaba
muy cerca de convertirse en amor, al menos, por su parte.
Era algo que no estaba dispuesta a confesarle.
―Tú no cuentas ―dijo al fin.
―¿Que no cuento? ―repuso burlón alzando una ceja.
―Eres un anciano con superpoderes. ¿Cuándo podría
volver a estar con un espécimen así? No podíamos
separarnos sin que comprobase si esos dones también se
veían reflejados en tus relaciones íntimas.
Draven echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada
que hizo estremecer a la joven. ¿Cómo podía ser tan sexy?
Acortando la distancia que les separaba, la tomó por los
hombros y la pegó a su cuerpo.
―¿Y a qué conclusión has llegado, conejita? ―preguntó
con voz ronca y sensual.
―Que… que… ―le costaba hablar teniéndolo tan cerca―.
Que no es para tanto, ha sido igual que si me enrollara con
cualquier otro chico en una fiesta ―mintió.
El guardián amplió la sonrisa que se dibujaba en su
atractivo rostro.
―Tendré que esforzarme más la próxima vez, entonces.
Sin darle tiempo a ver sus intenciones, posó la boca sobre
los carnosos labios de la artista, arrasándola con el beso
más apasionado y brutal que nadie le hubiera dado en toda
su vida.
Se aferró a su cuello, olvidándose de sostener por más
tiempo las mantas, que cayeron a sus pies. No podía
pensar, no era capaz de razonar, solo quería fundirse con el
calor que emanaba el cuerpo musculoso de aquel hombre.
No obstante, unos suaves golpes en la puerta la hicieron
volver a la realidad.
Draven gruñó y esta vez tuvo la decencia de ponerse sus
calzoncillos, a la vez que Sasha volvía a cubrirse con las
cobijas.
―Adelante ―invitó a pasar a la muchacha que llegó con
la ropa que les prometió el líder de los viajeros minutos
antes.
―Creo que será mejor que vaya a mi cuarto a cambiarme
―se apresuró a decir Sasha cogiendo su muda.
―¿En serio? ―bromeó―. Creía que teníamos algo entre
manos.
―Nos vemos en el salón ―fue lo único que dijo antes de
marcharse a toda prisa, con las mejillas de nuevo
encarnadas.
Necesitaba poner en orden sus sentimientos antes de
tirarse de cabeza a esa extraña relación que se había
comenzado a forjar entre ellos.
Draven rio entre dientes, negando con la cabeza.
Sasha era una mujer especial, hacía días que se dio
cuenta de ello, y tras beber su sangre aun era más
consciente. Jamás en toda su vida, tanto mortal como
inmortal, probó nada más exquisito, y pretendía volver a
saborearlo lo más pronto posible.
Capítulo 13

―¿Qué era eso que has descubierto? ―preguntó Draven


nada más presentarse en el salón, donde Sasha y Ronan ya
hablaban de forma animada.
Sus ojos se dirigieron hacia la joven artista, que vestía un
vaquero ceñido, una camiseta negra con escote en forma de
uve y unas botas de cordones del mismo color. No era su
estilo habitual, pero le sentaba tremendamente bien. La
hacía parecer mucho más sexy y segura de sí misma. Sobre
todo, con aquella coleta alta que lucía, y que hacía que sus
ojos claros aún se vieran más grandes y rasgados.
―¿Puedo ofrecerte algo para desayunar? ―le preguntó el
brujo señalando uno de los sillones para que tomara
asiento.
Draven, dejándose caer donde le indicó, cruzó una pierna
sobre la otra de manera relajada y miró a Sasha de forma
significativa.
―No, gracias. Ya estoy saciado.
Los colores subieron al rostro de la aludida, que se llevó
su taza de café a los labios para cubrir su turbación.
―Lo que he descubierto es este dibujo. ―Ronan le mostró
al guardián un libro antiguo que tenía entre las manos.
En la foto que señalaba se podía apreciar una gruta de
piedra construida bajo unas ruinas griegas, donde, en una
de sus paredes, estaba dibujado el símbolo de los
guardianes. Draven frunció el ceño, a la vez que leía la
inscripción que se apreciaba debajo en el idioma que
usaban los celtas.
«Este es el lugar al que la llave debe llegar.
Si en un momento dado, el rastro quieres hallar, no
dudes en visitar esta gruta donde la respuesta se te ha de
mostrar».

―¿Cómo has dado con esto? ―quiso saber Draven


releyendo de nuevo la inscripción.
―Llevo diez años revisando todos los libros de historia,
sin resultados, pero anoche, gracias a vuestra cercanía,
pude hacer un hechizo de visualización para que me
mostrara cual era vuestro cometido. Tras pronunciarlo, este
libro cayó de la estantería, abierto justamente por esta
página. Ver el símbolo de los guardianes no me dejó lugar a
dudas ―le explicó orgulloso―. Hay que ir allí, ya que
sospecho que Sasha es la llave de la que habla la
inscripción.
―¿Yo soy la llave? ―indagó la joven―. ¿Para abrir qué?
―Eso aún no lo sé, querida.
Draven apretó los dientes cuando escuchó el apelativo
cariñoso por el que Ronan siempre la llamaba, y que cada
vez le molestaba más. Era irracional de su parte, pero no
soportaba que se tomara tantas confianzas con ella. Sasha
era…, no sabía lo que significaba para él, pero de lo que sí
estaba seguro era de que no le gustaba sentir como el brujo
viajero se interesaba por ella de un modo más carnal. Podía
olerlo, no era un simple interés fraternal, la deseaba,
aunque no tanto como lo hacía él mismo.
―Voy a informar a mi hermano de este nuevo
descubrimiento ―dijo poniéndose en pie y tratando de
relajar sus ganas de arrancarle la cabeza―. ¿Tendrías un
móvil para prestarme, Ronan?
―Sí, claro. Aguarda un segundo. ―Se aproximó a uno de
los cajones del mueble del salón, sacó la caja de un IPhone
sin estrenar, y se la entregó al guardián―. Sabía que te
haría falta cuando llegarais.
Draven asintió.
―Te lo agradezco, has tenido tiempo de pensar en todo
durante estos años.
―Es un placer, amigo.
Echando una última mirada a Sasha, que mantenía la
vista fija en su taza de café, Draven salió del salón para
encender el dispositivo y marcar el número de teléfono de
Abdiel.
―Dime, bror ―respondió nada más descolgar―. ¿Alguna
novedad?
―¿Cómo sabías que era yo? ―preguntó burlón,
enarcando una ceja.
―Roxanne me dijo que en breve recibiríamos una llamada
tuya.
―Va haciendo avances con sus poderes ―observó con
admiración.
―Keyla y ella se están esforzando muchísimo para
desarrollarlos lo antes posible ―le explicó―. ¿Qué querías
decirme?
―Ronan, el brujo viajero que nos ayudó cuando
estuvimos en el pasado, consiguió colarse por una grieta del
portal que abrió Sasha acabando en nuestra época.
Después de eso, no fue capaz de llegar a su tiempo de
nuevo ―comenzó a relatarle―. Se ha tirado diez años
esperando nuestra llegada, puesto que el portal lo dejó en
Grecia, pero no acertó con el momento exacto. Desde
entonces, lleva investigando el porqué de aterrizar aquí. No
obstante, no dio con ninguna pista hasta esta mañana,
cuando un hechizo de visualización que hizo gracias a
nuestra cercanía, le mostró una gruta escondida bajo unas
ruinas, donde se apreciaba tallado en la piedra nuestro
símbolo y una inscripción.
―¿Qué decía la inscripción?
―Este es el lugar al que la llave debe llegar. Si en un
momento dado, el rastro quieres hallar, no dudes en visitar
esta gruta donde la respuesta se te ha de mostrar ―le
relató de memoria.
―Es probable que la llave sea Sasha.
―Eso pensamos.
―Sería bueno ir a investigarlo.
―Eso mismo vamos a hacer, pero quería que estuvieras
al tanto de los nuevos avances antes de hacerlo.
―De acuerdo, tened cuidado ―les advirtió―. No me fio
de que Sherezade no esté intentando haceros caer en una
trampa. Con ella nunca se sabe.
―Iré con mil ojos, bror.
―Confío en ello ―afirmó, sabiendo de las grandes
cualidades que poseía su hermano―. Te hemos abierto una
cuenta a nombre de Jack Smith, te pasaré el número y la
contraseña por WhatsApp para que puedas comprar lo que
necesites. ¿Podré seguir contactando contigo a través de
este teléfono?
―Sí, lo llevaré conmigo.
―Genial, bror. Mantenme informado de cualquier cosa
nueva que averigües.
―Así lo haré ―le aseguró antes de colgar la llamada.
Acto seguido, hizo un par de llamadas más, antes de ir en
busca de Sasha, que estaba conversando con Ronan en sus
espectaculares jardines.
―Creo que deberíamos irnos ya ―dijo el guardián al
llegar hasta ellos.
―Claro, pediré a mi chófer que nos lleve hasta las ruinas.
―Lo cierto es que he alquilado un vehículo.
―¿Lo has alquilado? ―se extrañó el brujo―. No hacía
falta, yo podía haberos prestado uno sin problema.
―Lo sé, pero un coche no es el mejor modo para
desplazarnos por la ciudad ―repuso encogiéndose de
hombros.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Sasha, temiéndose lo
peor.
―Ven conmigo y te lo enseñaré.
Los tres se dirigieron a la puerta de la vivienda y allí se
encontraron con una increíble Yamaha R6 Race de color
negro, con dos cascos a juego.
―¿¡Una moto!? ―exclamó la joven horrorizada.
Siempre sintió un pánico irracional por esas máquinas
mortales de dos ruedas.
―¿A que es preciosa? ―repuso Draven orgulloso,
acariciando su carrocería.
Siempre sintió debilidad por las motos. Desplazarse con
ellas garantizaba una mayor movilidad en urbes
concurridas, y la sensación de velocidad era indescriptible.
―No, es monstruosa.
―¿Qué dices? No hay nada más liberador que ir en moto
―la contradijo el guardián.
―Si lo prefieres, yo puedo llevarte en mi coche ―se
ofreció el líder de los viajeros.
―No, Ronan, es mejor que te quedes aquí indagando más
sobre la inscripción de la gruta ―le ordenó Draven―. No
estoy del todo seguro de que no nos dirijamos a una
trampa, por eso necesito que permanezcas a salvo para
avisar a mis hermanos, en caso de que no volviéramos en
las próximas horas.
―Oh… Claro… ―aceptó, no muy conforme con ello.
―Si me prestas un momento tu móvil, te guardaré el
número de Abdiel para que puedas contactar con él, si fuera
necesario.
―Sí, por supuesto, aquí tienes. ―Le tendió el teléfono, y
el cazador se apresuró a hacer lo que dijo.
―Si en cuatro horas no has tenido noticias nuestras,
llámale. Él sabrá qué hacer.
―De acuerdo ―asintió el brujo―. Os deseo suerte.
―¿Nos vamos, conejita? ―Draven le tendió uno de los
cascos.
Sasha, que seguía con la mirada clavada en la moto como
si fuera una bomba a punto de explotar, tomó lo que le
ofrecía con manos temblorosas.
―Confía en mí, no va a pasarte nada malo ―le susurró el
guardián al oído―. Yo cuidaré de ti.
Aún con el corazón latiendo de forma acelerada, asintió.
Leía en sus ojos que sería capaz de hacer cualquier cosa
que estuviera en su mano para protegerla. Aquello era algo
que la hacía sentir segura y un tanto asustada por la
intensidad que percibía en él.
Colocándose el casco, vio a Draven subir a la moto. La
chaqueta de cuero que lucía y los tejanos del mismo color
que marcaban de manera pecaminosa su perfecto y prieto
culo la ponían a mil. Jamás en toda su vida había visto una
imagen que la hiciera sentir más excitada. Ese hombre
estaba hecho para dejar a las mujeres babeando a su paso.
―¿Subes o no? ―la apremió cuando se percató de que
tan solo se quedaba mirándole embobada.
Sasha carraspeó y se apresuró a montarse tras él,
sosteniéndose con fuerza a su cintura.
―¿Tú no te pones el casco? ―preguntó para no sentirse
tan nerviosa ante su cercanía, que calentaba su sangre
como nunca le hubiera ocurrido.
―Soy inmortal, ¿recuerdas? ―repuso sarcástico.
Lo cierto es que por un momento su cerebro solo podía
pensar en arrancarle la ropa y abalanzarse sobre él.
―Tened cuidado ―les deseó Ronan.
―Lo tendremos ―respondió Sasha, sonriéndole a través
de la visera del casco.
―Te mantendremos informado ―dijo el guardián antes de
arrancar la moto y lanzarse a la carretera a toda velocidad.
―¿¡Hace falta que vayas tan rápido!? ―gritó la artista
con los ojos cerrados y escondiendo el rostro contra la
ancha espalda del cazador.
―Esto no es ir rápido, conejita ―le aseguró entre risas―.
Estoy siendo considerado contigo, créeme.
―Con quien no has sido considerado es con Ronan.
―¿Qué quieres decir?
―Que has alquilado esta moto adrede para que no
pudiera acompañarnos.
―¿Qué sentido tiene eso?
―Que te sientes un poco amenazado por él.
―¿Amenazado yo? ―ironizó―. Creo que estás
alucinando, conejita.
Tras estas últimas palabras, aceleró aún más, haciéndola
soltar un chillido y que, de ese modo, se desviara del tema
de conversación.
Capítulo 14

Cuando llegaron a las ruinas que Ronan les indicó, se


encontraban plagadas de turistas que les entorpecerían su
misión de llegar a la gruta donde estaba la inscripción.
―Parece que aquí regalen entradas ―se quejó Draven.
―La verdad es que entiendo por qué está tan lleno, esto
es precioso ―comentó la artista disfrutando de las bien
conservadas ruinas.
―¿En serio vas a alucinar con las ruinas de este templo?
―inquirió alzando una ceja―. Te recuerdo que anoche te
acostaste con un hombre aún más antiguo que todo lo que
ves aquí. Eso sí que es impresionante.
Sasha rio.
―Eres un engreído.
―¿Acaso no es cierto? ―preguntó guiñándole un ojo y
acercándose más a ella e inundándola con su masculino
olor.
Eso hizo que las imágenes de la noche anterior de sus
cuerpos sudorosos y desnudos, acudieran a su mente,
haciendo que su respiración se apresurara y la boca se le
quedara seca. Sintió que le hormigueaban los labios por el
deseo de besarle, y una humedad creciente comenzó a
invadir su entrepierna.
Mojabragas atacaba de nuevo.
Draven, gracias a su desarrollado olfato de guardián,
pudo oler su excitación, haciendo que la suya se despertara
al instante.
Fue acercándose a ella con lentitud, consiguiendo
arrinconarla contra una de las paredes de las ruinas y
encerrarla entre sus brazos al apoyar las manos a ambos
lados de su cabeza.
―¿Qué te ocurre, Sasha? Te noto acalorada.
―Es porque estás invadiendo mi espacio personal
―murmuró con el pecho subiendo y bajando de forma
acelerada y la respiración agitada.
―No me seas mentirosa, conejita ―sonrió con
suficiencia―. Lo que te ocurre es que no puedes dejar de
pensar en cómo follamos como dos salvajes hace unas
horas. Y lo sé, porque a mí me ocurre lo mismo.
―Draven…
―No puedo esperar para volver a hincarte el diente.
La besó de manera feroz, arrastrándola hasta un rincón
escondido entre las ruinas para alzarla en brazos y encajar
la protuberancia que se apretaba en sus pantalones contra
el húmedo sexo de ella.
―Pueden vernos ―gimió Sasha.
―¿Y eso no lo hace aún más excitante?
Durante unos segundos se quedaron mirándose a los
ojos, hasta que sus bocas se encontraron de nuevo con
desesperación. Tenían que tocarse, lamerse y morderse. No
era solo deseo, más bien se trataba de una necesidad
superior a ellos mismos.
Draven abrió la cremallera de sus vaqueros y sacó la polla
de sus calzoncillos. Después, Sasha y él forcejearon con los
ajustados pantalones de la joven, de los que se deshicieron
de manera apresurada.
Apoyándola contra la pared de piedra, el guardián pasó
sus dedos por el sexo femenino, que ya estaba preparado
para él. La alzó por los muslos, la puso a su altura y la
penetró sin vacilación, haciéndola jadear con fuerza.
Sasha rodeó el cuello masculino con los brazos para
aferrarse a él. Necesitaba sentirlo lo más cerca posible.
―Te deseo cada segundo del día, conejita ―declaró sin
dejar de moverse dentro de ella―. No sé qué embrujo me
has echado, pero me tiene la mente nublada. Solo puedo
pensar en ti y en tu adictivo sabor.
Entre gemidos, la joven respondió:
―¿No serás tú el que me ha hechizado a mí para
volverme una adicta al sexo?
El celta rio y le besó la punta de su respingona nariz.
―Me gusta saber que soy tu adicción ―aseguró antes de
mordisquear sus labios.
Llevados por esa salvaje pasión que los poseía, jadeaban
y se acariciaban, sin pensar en que alguien pudiera
sorprenderles. De hecho, habían perdido la capacidad de
razonar.
Cuando los dos estuvieron cerca del clímax, Draven
agarró las nalgas de Sasha para profundizar sus
penetraciones. Aquello hizo que alcanzaran la cúspide de su
pasión pronunciando el uno el nombre del otro, como si
fuera una especie de mantra.
Sasha respiraba de forma dificultosa contra el cuello del
guardián, sintiéndose lánguida y complacida.
―No sé qué me haces, yo no soy así.
―¿Así, cómo? ―le preguntó dejando que sus pies tocaran
el suelo.
―No mantengo relaciones en lugares públicos, ni nada
parecido. Es como si me hubieras vuelto una especie de…
―pensó las palabras adecuadas―. Depravada sexual
―terminó por susurrar.
Draven soltó una enorme carcajada, hasta que Sasha le
cubrió la boca con la mano, avergonzada.
―Van a oírte ―le advirtió.
El guardián retiró su mano suavemente.
―Quizá nos hayan oído ya, ¿no crees?
La artista se sonrojó al contemplar aquella posibilidad.
Sin perder más tiempo, se deshizo de lo que quedaba de
sus bragas echas jirones y se agachó a tomar los vaqueros
que yacían sobre el duro suelo de piedra, para
enfundárselos de manera apresurada.
―¿Por qué no hacemos como si esto no hubiera pasado y
nos centramos en hallar la inscripción? ―sugirió
rehaciéndose de nuevo la coleta, que quedó totalmente
despeinada después de su revolcón.
―Es buena idea, aunque no cuentes con que lo olvide
―le aseguró a la vez que se subía la cremallera del pantalón
y le guiñaba un ojo de forma descarada―, porque pienso
repetirlo.
―¿Y yo no tengo nada que decir al respecto? ―repuso
enarcando una ceja.
―Oh, sí, claro que tendrás que decir ―comentó con una
sonrisa satisfecha―. Mi nombre entre jadeos.
Sasha bufó y puso los ojos en blanco.
―Engreído ―murmuró entre dientes, consiguiendo
hacerle reír de nuevo.
―Y dime, ¿cómo es eso de que nunca antes te habías
dejado llevar por la pasión? ―indagó mientras escrutaban
las ruinas en busca de la gruta―. Acaso tu exprometido no
sabía cómo excitarte.
―¿Por qué presupones que él tenía toda la culpa? ―le
miró de reojo.
―Porque a ti te conozco bien, conejita, y solo hace falta
prender la llama para que ardas como una antorcha.
Sasha suspiró.
―Como ya te he dicho, nunca he sido así, esta es una
nueva faceta de mi personalidad y no estoy segura de que
me guste demasiado.
―Eso es que no habías dado con el hombre adecuado
―afirmó―. Ese pelele que tenías por novio debía ser un
imbécil de tomo y lomo.
―No era tan imbécil cuando, junto a mi hermana,
consiguió jugar conmigo ―admitió, aún dolida por ello―. La
imbécil fui yo por creerme todas sus mentiras.
―No tenías por qué no hacerlo. Le amabas y confiabas en
él. ―Le vino a la cabeza la imagen de Myra―. Muchos
hemos cometido el mismo error.
―Por suerte, pude contar con el apoyo de mis amigas
para superarlo.
―Es muy importante tener cerca a buenos amigos
―coincidió Draven mirándola con intensidad.
Entonces, algo detrás de ella llamó su atención. Era una
pequeña grieta en la pared y a su lado se apreciaba un
pequeño símbolo de los guardianes.
Estiró el brazo para meter la mano en la grieta de dónde
sacó un pergamino.
―¿Qué es eso? ―se interesó la joven.
―Creo que el mapa que nos indica cómo llegar a la gruta.
―¿Cómo has sabido que estaba ahí?
―Por esto. ―Señaló el diminuto distintivo tallado en la
piedra.
―Es tan pequeño que ha sido un milagro que lo vieras
―observó la artista.
―No creo en los milagros ni en las casualidades, Sasha.
Todo forma parte de un elaborado plan creado por nuestra
Diosa ―le explicó―. En el cual, nosotros solo somos sus
peones.
―Pues mira qué bien, siempre quise ser manipulada y
usada por una Diosa ―ironizó.
Draven le sonrió, la tomó de la mano y la guio hacia
donde les indicaba el antiguo mapa.
Asegurándose de que nadie les seguía, comenzaron a
bajar por un estrecho y oscuro pasadizo que olía a humedad
y estaba plagado de telarañas, como si hiciera mucho
tiempo que nadie pasaba por allí.
―Esto no me gusta nada ―comentó Sasha agarrándose
con fuerza al brazo del guardián.
―Todo va bien, no te asustes.
―¿Cómo estás tan seguro?
―Lo presiento.
La joven puso los ojos en blanco.
―Qué tranquilizador ―repuso sarcástica―. Como si los
hombres os caracterizarais por vuestro sexto sentido.
Encendiendo la linterna del móvil, el guardián estudió las
paredes hasta dar con la inscripción.
―Es aquí. ―Se acercó más para tocar las palabras
talladas en la piedra.
―¿Y ahora qué?
―No lo sé. ―Se encogió de hombros―. Se supone que tú
eres la llave. ¿No notas nada extraño?
―¿Aparte de esta horrible peste?
Draven puso las manos en las caderas y la miró con las
cejas alzadas.
Sasha bufó, cruzándose de brazos.
―No, no noto nada especial ―respondió al fin.
―¿Por qué no pruebas a tocar la inscripción? ―le sugirió.
Con cierto asco, Sasha alargó la mano y la posó sobre la
rugosa pared. Cerró los ojos para concentrarse y dejar su
mente despejada a algún tipo de señal, pero siguió sin
ocurrir nada.
―Parece que este paseíto ha sido en vano ―se lamentó
dejando caer la mano.
―No estoy de acuerdo, a mí me ha parecido muy
entretenido ―la contradijo sonriendo con picardía, como
una clara alusión a su encuentro sexual―. Haré unas fotos
para mandárselas a mi hermano y ver si puede averiguar
algo más que a nosotros se nos haya pasado por alto.
―Ya que ahora tienes móvil, ¿podrías dejarme llamar a
Daisy para que no entre en pánico ante mi repentina
desaparición?
―Claro, ten. ―Le entregó el teléfono tras sacar un par de
instantáneas―. Aquí dentro no hay cobertura, hazlo cuando
salgamos de la gruta.
Sasha asintió agradecida.
―¿Qué hacemos ahora? ¿Regresamos a casa de Ronan?
―Qué remedio.
Draven empezó a desandar sus pasos seguido por la
artista, cuando una voz cavernosa hizo que esta diera un
respingo.
―¿Qué te ocurre? ―Se acercó a ella alarmado.
―¿No lo has oído?
―¿Oír qué?
―Yo…
¿Qué había escuchado? En realidad, no lo sabía.
―Nada, puede que el miedo que me causa este lugar me
esté jugando una mala pasada. ―Negó con la cabeza.
―¿Estás segura?
―Sí, no pasa nada. ―Trató de sonreír sin mucho éxito―.
Solo quiero salir de aquí cuanto antes.
―De acuerdo. ―La tomó de la mano―. Vámonos.
Sasha volvió la vista atrás en varias ocasiones, como
esperando encontrar algo o a alguien. Por suerte para su
tranquilidad mental, no apareció nada.
Una vez fuera de las ruinas, Draven se quedó junto a la
moto y ella se alejó unos pasos buscando tener algo más de
intimidad para hablar con su amiga.
Con impaciencia, marcó su número de teléfono.
―¿Dígame?
―Hola, Daisy.
―¿¡Sasha!? ―exclamó a voz en grito―. La madre que te
parió. ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien?
―Sí, tranquila, estoy perfectamente ―se apresuró a
decirle―. Siento haberme ido sin avisar, necesitaba tomar
distancia con todo y despejarme.
―Pues a mí casi me da algo por la preocupación que me
has hecho pasar, capulla ―le reprochó―. Por cierto,
despejarte, ¿por qué? ¿Qué te ocurre?
―Vino Jessica a casa y me agobié. Ya sabes que su
presencia siempre me altera.
―Ahora que la mencionas… Tu hermana ha estado
bastante presente por aquí desde que te marchaste. Llamó
a tus padres para preguntarles si sabían algo de ti.
―¿Qué? Deben estar preocupadísimos. ―Se apretó el
puente de la nariz con dos dedos.
―Y ahí no queda la cosa.
―¿Qué más ha hecho? ―preguntó temiéndose lo peor.
―Ha denunciado tu desaparición a la policía.
―Mierda ―se lamentó entre dientes.
―En parte, es culpa tuya por irte sin avisar a nadie, por
suerte, ya está solucionado. Cuando vuelvas, tú misma
puedes ir a retirar la denuncia demostrando que estás sana
y salva y que te has marchado por voluntad propia.
―El problema es que aún no tengo pensado volver. ―Miró
a Draven de reojo.
―¿Y eso? ¿En qué andas metida, Sasha? Todo esto está
empezando a darme mala espina.
―Te prometo que no estoy envuelta en nada ilegal. ―Al
menos eso no era mentira―. Pero he conocido a una
persona. Un hombre, más concretamente.
―¡Serás lagarta! ―Rio encantada―. ¿Has ligado? ¿Por
eso no has dado señales de vida?
―Algo similar ―contestó con las mejillas sonrojadas por
las miradas de satisfacción que le lanzaba el guardián.
¿Acaso escuchaba lo que estaban hablando? Seguro que
sí, sería otro de sus muchos superpoderes.
―¿Eso quiere decir que has salido de tu periodo de
abstinencia?
―Ya hablaremos de ello cuando vuelva a casa.
―¡Eso es un sí! ―gritó emocionada―. Has vuelto a
perder la virginidad.
Draven rio entre dientes y Sasha le fulminó con la mirada
para que dejara de hacerlo.
―Voy a dejarte, Daisy, que tengo que avisar a mis padres
de que estoy bien y no deben preocuparse.
―Vale, pero llámame en cuanto puedas, que tengo
muchas preguntas que hacerte.
―Lo prometo.
―Te quiero, Sash, y disfruta mucho.
―Yo también te quiero. Hablamos pronto.
Colgó y se aproximó al guardián.
―Has escuchado todo, ¿verdad?
―La gran mayoría ―asintió.
―Entonces ya sabes que mi hermana ha andado
metiendo las narices donde no la llaman. Siempre fue una
metomentodo.
―Estará preocupada por ti ―dedujo el guardián.
―Jess solo se preocupa de sí misma ―se quejó antes de
marcar el número de teléfono de sus padres para intentar
tranquilizarlos.

―Es una metomentodo ―sin saberlo, Thorne le repetía


las mismas palabras a Maera, a muchos kilómetros de
distancia, cuando fueron a encontrarse con Amaronte.
―A mí me ha parecido que es una mujer de lo más sexy
―comentó la demonio.
―Yo la calificaría más bien como una tocapelotas ―gruñó.
―¿Otra vez molestándome, guardián? ―inquirió Amaro al
aparecer junto a Cyran en el lugar que acordaron―. ¿Y qué
hace ella contigo? ―aseveró mirando a Maera con inquina.
―¿No te alegras de verme, Amarito? ―repuso la aludida
con superioridad.
―Me alegraría más si te viera con la cabeza ensartada en
una picota.
―Siempre has tenido unas fantasías sexuales muy
retorcidas ―ironizó―. Aunque tu sumiso sabrá más de ellas
que yo. ―Clavó sus ojos negros en el demonio de los
cuernos―. ¿Qué hay, Cyran? ¿No vas a saludarme?
El nombrado se limitó a gruñir y a desviar la mirada.
―Oh, es verdad, lo olvidaba, si tu amo no te da permiso,
tú no ladras.
―¿Por qué no vamos directos al grano y nos dejamos de
gilipolleces? ―intervino Amaro, notando la incomodidad de
su amigo.
―Queremos pedirte que nos devuelvas el tridente ―dijo
Thorne sin rodeos.
―¿No sabes eso de lo que se da no se quita,
guardiancito?
―No me toques los cojones, demonio ―rugió el vikingo―.
No nos diste ningún tipo de información a cambio y ese no
era el trato.
―No por falta de intentos ―contestó con una sonrisa de
superioridad―. Yo hice lo que estuvo en mi mano para
conseguiros cualquier tipo de respuesta, el problema es que
errasteis al señalar a Sherezade como la culpable de su
desaparición
―¿Vas a devolvérnoslo o no? ―insistió Maera con
impaciencia―. Conozco tus triquiñuelas baratas y no tengo
ganas de ver como intentas manipularnos.
―No es por no devolvéroslo, yo lo haría, pero ya no lo
tengo. ―Se encogió de hombros.
―¿Qué no lo tienes? ―Thorne frunció el ceño―. ¿Acaso lo
has perdido?
―Más bien lo he intercambiado.
―¿Con quién? ―inquirió la atractiva demonio.
―Con Belial, a cambio de que deje de perseguirme y
asediarme.
―Serás rastrero ―escupió Maera con rabia―. Al
devolvérselo a Belial, has dejado patente que algo que él
nos prestó en confianza, te lo entregamos a ti.
―Lo siento, preciosa, pero ese no es mi problema.
Además, mi seguridad vale más para mí que cualquier trato
que hicierais con él. ―Le lanzó un beso guasón.
―No me extraña nada, siempre has sido un egoísta.
―Dejemos esta discusión, si ya no tiene el tridente,
resulta inútil seguir con ella ―terció el vikingo, pateando el
suelo con rabia―. Ya que con tu mierda de intercambio nos
has metido en otro jodido lío, al menos puedes ayudarnos
manteniendo vigilada a Sherezade por nosotros. La rebelión
de los brujos es más peligrosa de lo que esperábamos,
muchos se están uniendo a ella. Más de los que preveíamos
en un principio.
―¿Y en qué me concierne eso a mí? ―Se cruzó de brazos
y enarcó una ceja.
―¿Crees que si esa zorra persa consigue su objetivo de
dominar el mundo, no va a intentar ir más allá y derrocar a
los clanes demoníacos?
―Hace muchos años que no formo parte de ninguno de
esos clanes.
―¿Y te vas a conformar con ser su recadero? Porque
cuando consiga el poder, no va a permitirte tratarla con
tanta condescendencia como lo haces ahora.
Amaro caviló sobre lo que acababa de plantearle y la
verdad es que tenía bastante sentido.
―Digamos que acepto mantenerla vigilada. ¿Qué gano yo
a cambio? ―Sonrió de medio lado―. ¿O es que la pecadora
que anda escondida entre los matorrales es mi regalo?
En cuanto oyó aquella afirmación, Thorne supo a quien se
estaba refiriendo.
―¡Me cago en la puta! ―bramó tratando de ubicarla.
―Hay que reconocer que es muy persistente ―apuntó
Maera con admiración.
Aguzando su olfato, el vikingo rastreó los arbustos hasta
que su olor dulce y picante a la vez delató su escondite.
―¿Puedes negociar tú sola con Amaronte? ―le preguntó
a la demonio, intentando contener su mal genio.
―Tranquilo, lo tengo todo bajo control.
―Mas quisieras tú tenerme debajo de ti de forma alguna
―se jactó Amaro, consiguiendo que su antigua amiga le
mostrara el dedo corazón.
Sin más demora, Thorne caminó a grandes zancadas
hacia donde la molesta policía se mantenía oculta.
―No des un paso más, capullo ―le advirtió apuntándole
con una pistola que, por las dimensiones, estaba claro que
no era su arma reglamentaria―. Creo que acabo de
descubrir algo que no me gusta nada, sobre todo, estando
mi hermana de por medio. ¿Quiénes son esos? ¿Traficantes?
¿Asesinos a sueldo? ¿Proxenetas? ¡Contesta! ―le exigió
acercándose a él con cautela.
―El único asesino que hay aquí soy yo, y créeme cuando
te digo que estoy a punto de cometer el primer crimen del
día ―le aseguró con una mirada homicida.
―Al fin lo reconoces. ―Aseguró el arma con ambas
manos―. No te acerques más ―le ordenó―. No quiero
dispararte, pero lo haré si es necesario.
―No me toques más los cojones, hembra ―rugió
acortando la distancia que les separaba.
―¡Quieto! ―gritó ella a su vez.
Thorne tomó la pistola para desarmarla, cosa que hizo a
Jessica apretar el gatillo, acertándole de lleno en su pectoral
derecho.
―¡Mierda! ―maldijo a la vez que le arrebataba el arma y
la lanzaba lejos. Bajó los ojos hacia el orificio de bala―.
Acabas de joder mi cazadora favorita.
Se la quitó arrojándola al suelo y rasgando más su
camiseta para introducir los dedos en su carne y extraer la
bala con ellos.
―Estás como una jodida cabra. ―Observó con los ojos
muy abiertos antes de echarse a correr.
El vikingo se precipitó a la carrera tras ella, oyendo las
risas de Maera y Amaronte a lo lejos.
―¡Vamos, guardián, doma a esa fiera! ―exclamó Amaro.
―Pelea, pequeña, no te dejes avasallar por el grandullón
―la animó la demonio.
Cuando consiguió alcanzarla, la levantó en volandas y la
colocó sobre uno de sus anchos hombros.
―Hijo de puta, ¡suéltame! ―reclamó sin dejar de patalear
y golpearle con los puños.
―Ni lo sueñes, valquiria, has agotado mi paciencia.
Abriendo la puerta trasera de su todoterreno, la arrojó
dentro y la maniató.
―Eres un cabrón miserable y juro que voy a pegarte un
tiro en cuanto tenga la oportunidad.
―Tu juramento llega tarde, ya lo has hecho y me has
cabreado estropeando mi cazadora, joder.
―¿Dónde me llevas? ―le preguntó cuando el hombre se
sentó tras el volante y arrancó el coche.
Giró la cabeza y la miró fijamente a los ojos.
―Te llevo directa a la boca del lobo.
Capítulo 15

Draven había informado a Abdiel y a Ronan, a través de un


WhatsApp, de la falta de resultados al llegar a la gruta.
Cuando estaban a punto de regresar a casa del brujo, un
grupo de cuatro bonitas jóvenes de unos veinte años se
acercó al guardián, al que le pidieron que les hiciera una
foto. Todas se reían de forma coqueta y le lanzaban miradas
seductoras al cazador.
Aquello hizo que el complejo de inferioridad que
acompañaba a Sasha desde que Kyle la traicionara, hiciera
acto de presencia.
Desvió la mirada para no ver sus flirteos y contempló su
imagen en el espejo retrovisor de la moto. Algunos pelillos
se habían soltado de su cola de caballo, así que trató de
acomodarlos a la vez que se pellizcó las mejillas para darles
un poco de color.
―¿Nos podemos hacer una foto contigo? ―le preguntó a
Draven una de las turistas.
―¿Conmigo? ―se pavoneó.
«¿Conmigo? ¿Conmigo?», repitió la artista mentalmente,
fastidiada.
―Eres el monumento más bonito que hemos visto desde
que llegamos a Grecia ―le dijo otra de las jóvenes,
consiguiendo hacerle reír.
―De acuerdo, por mí no hay problema ―accedió―.
Sasha, ¿te importaría? ―Le ofreció la cámara de fotos de las
turistas.
―Sí, claro, cómo no.
«Pedazo de idiota vanidoso y egocéntrico», refunfuñó
para sus adentros.
Draven se colocó en medio de las cuatro chicas y sonrió a
la cámara, como si fuera un actor hollywoodense posando
con sus fans.
Sasha hizo un par de instantáneas y le devolvió la Réflex
a la turista, que en aquel momento le daba dos besos al
guardián, al que entregó un papel con su número de
teléfono por si en cualquier momento le apeteciera irse de
fiesta con ellas.
―Parece que has ligado ―comentó como si no le
importara lo más mínimo.
Tratando de mostrarse seductora, apoyó la cadera contra
la moto, cruzando un tobillo sobre el otro.
―Sasha…
―Puedes irte de fiesta con ellas sin problemas ―le
interrumpió―. Estoy segura de que Ronan sabrá como
entretenerme.
―Sasha, no… ―trató de advertirle cuando vio como la
motocicleta se tambaleaba, cayendo al suelo con un
horrible estrépito.
Ella hubiera corrido la misma suerte si no fuera porque el
guardián la agarró con fuerza por el brazo.
―¡Ay, madre! Lo siento mucho ―se lamentó mirando la
reluciente motocicleta volcada.
―¡Joder, Sasha! ―maldijo agachándose a levantar la
abollada moto―. ¿No puedes tener un poco de cuidado?
Eres un peligro andante.
―No era mi intención tirarla ―se defendió.
Lo único que pretendió fue resultarle atractiva y, como
siempre, solo hizo el ridículo.
Draven se subió a la Yamaha y trató de arrancarla, pero el
manillar estaba doblado y hacía un ruido extraño.
―Te la has cargado.
Se cubrió la cara con las manos y sin saber por qué,
rompió en llanto.
―Lo lamento de verdad ―sollozó―. Sé que soy una
torpe, lo he sido toda la vida. Desde niñas, mi hermana era
la perfecta, la buena estudiante, la responsable, y yo el
desastre con patas. Siempre cometía errores, aunque nunca
con mala intención, te lo aseguro.
―¿Por qué lloras? ―le preguntó Draven cambiando su
tono de voz enfadado por otro más sensible y cariñoso―. Es
solo una moto, se puede reparar.
―No es por eso, el problema es que parece que nunca
voy a poder ser una mujer seductora y elegante.
―¿Seductora y elegante? ―repitió conteniendo la risa.
―¿Te estás burlando de mí?
―Para nada.
―Vete al cuerno ―espetó ofendida, sin acabar de creer
que no le estuviera tomando el pelo.
Trató de alejarse, sin embargo, la tomó por el brazo y la
volvió de nuevo hacia él.
―No necesitas ser seductora y elegante de forma
convencional, conejita, tú eres especial por tu encanto y tu
forma de ser natural y dulce ―declaró antes de besarla con
ternura y pasión.
Cuando despegó sus labios de ella unos centímetros y se
quedaron mirando a los ojos, Sasha no pudo evitar suspirar.
Él era el hombre de sus sueños, literalmente. Al que llevaba
años dibujando, con el que fantaseó muchas noches, y
ahora lo tenía frente a sí, besándola y diciéndole cosas
preciosas. Y aquello comenzaba a resultar bastante
peligroso, porque estaba segura de que era inevitable
acabar enamorándose de él.
¡Menuda putada!
―Volvamos a casa de Ronan, ¿te parece? ―sugirió
Draven sin tener idea de la profundidad de sus
sentimientos.
―¿Y cómo lo haremos? ¿A pie?
―A pie tardaríamos demasiado, así que haremos lo que la
mayoría de los humanos convencionales, utilizaremos el
trasporte público ―respondió con una amplia sonrisa.

Subidos al bus, Sasha se recostó contra el hombro del


guardián mientras hablaban de manera animada. Quien los
viera, aseguraría que eran un par de enamorados. Por parte
de ella, tampoco estarían muy lejos de la realidad.
―No recuerdo la última vez que viajé en autobús en
pareja. A Kyle no le gustaba usar el trasporte público, era
muy aprensivo con las bacterias y las aglomeraciones de
gente. ―Entonces cayó en la cuenta de que acababa de
referirse a ellos como pareja―. Porque tú y yo somos un par
de buenos amigos, ¿no? ―puntualizó para tratar de
arreglarlo.
Draven sonrió.
Sus esfuerzos para justificar su lapsus le hacían gracia.
Ella, al completo, le resultaba encantadora y muy divertida.
―¿Qué te parece si antes de regresar nos detenemos a
comer algo? He visto un puesto de perritos calientes en la
otra esquina ―le apetecía pasar más tiempo con ella a
solas, antes de encerrarse de nuevo en casa de Ronan.
―¿Perritos calientes?
―¿No te gustan?
En el rostro de la joven artista se dibujó una enorme
sonrisa.
―Me encantan, la verdad es que toda la comida basura
me pierde ―confesó apretando el botón para que el
conductor se detuviera en la próxima parada.
El guardián rio, la tomó de la mano y se puso en pie para
dirigirse a las puertas, que en aquel momento se abrían.
Entre risas, corrieron por las calles hasta llegar al puesto de
comida ambulante donde Draven se pidió un perrito caliente
con kétchup, mientras que Sasha lo quiso completo, y le
añadió unas patatas fritas a su demanda.
―Parece que tenías hambre ―comentó el guardián con
guasa, viendo las ganas con las que mordía el perrito.
―Ya te he dicho que la comida basura es mi debilidad
―dijo con la boca llena.
―Y lo será también para tus arterias ―apuntó
comiéndose un pedazo enorme de su salchicha.
―De algo hay que morir, ¿no? ―Le miró de reojo―.
Bueno, todos menos tú.
―Hay más seres inmortales en el mundo, conejita, no soy
el único.
―¿Y por qué los humanos vivimos ajenos a todo eso?
―No podemos dejar que sepáis que existimos y usamos
todos los métodos a nuestro alcance para que eso no
ocurra.
―Incluso manipularnos.
―Incluso eso.
Se metió una patata en la boca, justo antes de ver a un
anciano acurrucado entre unos cuantos cartones. Sin
pensarlo, se acercó a él, acuclillándose a su lado.
―Hola ―le saludó, haciendo que la mirara con cierta
desconfianza―. He pedido más comida de la que soy capaz
de comer, ¿le apetece un poco?
―Muchas gracias, señorita ―dijo el mendigo tomando la
comida entre sus manos como si fuera un tesoro.
―Gracias a usted. Aposté con mi amigo que no tendría
que tirar nada de comida y, con su ayuda, ha hecho que
gane la apuesta. ―Le guiñó un ojo e hizo sonreír al
anciano―. Que pase un buen día.
Cuando volvió junto a Draven, este la esperaba sintiendo
una renovada admiración por ella.
―¿No decías que tenías mucha hambre? ―inquirió
alzando una ceja.
―Estoy segura de que él tenía más que yo.
―Ten. ―Le dio el trozo que quedaba de su perrito―. Yo
como por placer, nunca por hambre ―confesó―. Mi apetito
solo se sacia con sangre y te aseguro que la tuya es una de
las más deliciosas que he probado.
Sasha mordió el frankfurt para no tener que decir nada
acerca de aquella confesión, que debía reconocer que le
encantó escuchar.
―¡Ostras! ―exclamó la joven cuando vio un cartel de una
exposición de arte que se celebraba aquella noche en uno
de los hoteles de la capital Griega―. Conozco a este artista
y es un genio.
Draven se la quedó mirando y contempló que su rostro se
iluminaba ilusionado. ¿Cómo podía ser tan bonita?
―¿Y por qué no vamos a verla? ―aquella pregunta le
salió de manera espontánea.
―¿A una exposición en un hotel de cinco estrellas? ―Se
señaló el atuendo―. ¿Así? Íbamos a desentonar bastante.
¿no crees? ―Soltó una risita―. Además, no tenemos
entrada.
―Lo de la entrada déjamelo a mí ―recalcó con
seguridad―. En cuanto a nuestra ropa, podemos ir de
compras.
Sasha lo miró sorprendida.
―Estás hablando en serio, ¿verdad?
―Completamente en serio. ―Le guiñó un ojo, satisfecho
por poder hacerla feliz.
Capítulo 16

Fueron a una selecta tienda de ropa pese a las protestas de


Sasha, que era muy reticente a que Draven se gastara
dinero en ella. Al final, consiguió convencerla para que se
probara diferentes vestidos y complementos.
Él mismo se compró una americana azul, unas deportivas
de vestir en el mismo color y una camisa blanca, que
combinaría con sus vaqueros. No era su estilo habitual, sin
embargo, no se sentía incómodo con él.
Cuando la artista se decidió por un vestido, que no le dejó
ver porque quería que fuera una sorpresa, pasó al salón de
belleza, donde le arreglarían el pelo y la maquillarían para
completar el look.
El guardián aprovechó aquel momento para salir a la
puerta del establecimiento y llamar a Abdiel.
―¿Cómo va todo, bror? ―preguntó nada más responder a
la llamada.
―No hay novedades. ¿Y por allí?
―Thorne está tratando de negociar con Amaronte para
que nos ayude a mantenernos informados de los pasos de
Sherezade.
―¿Ya te fías de ese demonio?
―Ni un pelo ―reconoció su líder―. Aunque siempre es
mejor tenerlo de nuestro lado que en contra.
―En eso tienes razón.
Oyó voces de fondo antes de que Abdiel gruñera y Roxie
se pusiera al teléfono.
―Hola, Draven ―le saludó la joven―. ¿Cómo está Sasha?
¿Cómo lleva el enterarse de este nuevo mundo que se abre
ante sus ojos? ―por la voz parecía preocupada.
―No sufras, lo está asimilando bien.
Miró de reojo hacia la puerta de cristal desde donde se
veía a la artista hablando con la estilista que la atendía. Una
sonrisa tontorrona se dibujó en su rostro.
―De hecho, está encantada.
―¡La madre que te parió! ―oyó exclamar a Max de
fondo―. Te la estás tirando.
―Por el tono tontorrón con el que habla de ella, diría que
no es un revolcón cualquiera, pelirroja ―apuntó Varcan,
guasón.
―¿Es cierto lo que dicen, Draven? ―inquirió Roxie.
―No creo que sea de vuestra incumbencia ―respondió a
la defensiva.
―Eso es un clarísimo sí ―señaló Elion divertido.
―Ya son mayorcitos para saber lo que se hacen sin que
tengamos que meternos por medio ―repuso Nikolai.
―Quizá se hayan enamorado ―suspiró Keyla, soñadora.
―O tal vez Sasha esté disfrutando de echarle un polvo a
un tío bueno, sin más ―destacó Ella, ganándose una mirada
enfurruñada de su pareja de vida por la apreciación que hizo
del aspecto físico de Draven.
―Lo que pasa es que son dos jovenzuelos con la sangre
caliente ―afirmó Talisa.
Por lo que parecía, estaba en manos libres y todos se
veían con la libertad de opinar sobre sus vidas. Aquello
molestó al celta.
―Voy a colgar ―refunfuñó.
―Será lo mejor, porque la conversación se nos está
yendo de las manos ―coincidió Abdiel.
―Cuida mucho de nuestra amiga y no le hagas daño, es
muy sensible ―le pidió Roxie.
―Y si se te ocurre desoír sus palabras, sacaré mis garras
y te arrancaré los huevos de un solo zarpazo ―remarcó
Max―. ¿He sido clara?
―Has sido cristalina, pecas. ―Rio su esposo.
Sin dignarse a responder nada más, colgó el teléfono y se
pasó las manos por el pelo, alborotándoselo. ¿Cómo una
llamada para hablar con Abdiel sobre sus avances en la
investigación había derivado a un debate acerca de su vida
sexual?

Una hora y media después, Draven había conseguido


robar un par de entradas haciéndose invisible, e incluso
reservó una habitación en el mismo hotel de la exposición
para poder arreglarse ahí.
Sasha no le dejó ver su cambio de imagen hasta que se
hubo colocado el vestido y todos los complementos. Él ya
llevaba un rato preparado y la esperaba recostado en la
cama, con los codos apoyados sobre el colchón.
Cuando la puerta del cuarto de baño se abrió y la artista
salió de él, Draven se quedó con la boca abierta. ¡Estaba
preciosa!
Llevaba un vestido en tono coral brillante, con escote en
uve y mangas trasparentes que desprendían preciosos
destellos plateados. La falda era acampanada y le llegaba a
la mitad del muslo, dejando expuestas sus bonitas piernas,
que culminaban en unas sandalias de color plata que se
ataban en torno a su esbelto gemelo.
A su cabello castaño claro le habían dado unos sutiles
reflejos dorados, haciéndolo parecer más voluminoso y
brillante. En un lado de su sien tenía una trenza que dejaba
su rostro más despejado, enfatizando sus enormes y
rasgados ojos, que llevaba maquillados con un sencillo
delineado y máscara de pestañas. Iba natural y dulce, como
ella era.
El guardián se puso en pie y se le acercó lentamente,
deteniéndose a escasos centímetros y mirándola con fijeza.
―¿No vas a decir nada? ―le preguntó Sasha con cierta
inseguridad―. ¿No te gusta?
Draven tomó el bonito rostro de la joven entre sus manos
sin despegar los ojos de ella.
―Eres lo más bello que he visto en todos mis años de
existencia ―declaró con voz ronca.
Aquellas palabras hicieron que los ojos de la artista se
humedecieran, así que, emocionada, se puso de puntillas y
besó sus labios con delicadeza.
―Gracias ―susurró con la voz entrecortada.
Sentía que era sincero, lo que hizo que su maltrecha
autoestima diera saltos de felicidad. No debería hacerle
falta que ningún hombre le dijera lo que valía o lo bonita
que era, pero la herida que dejó en ella la traición de Kyle la
hizo creer que, hiciera lo que hiciera, jamás sería suficiente.
―Gracias a ti por hacer que sea el hombre más envidiado
de la noche. ―Le ofreció su brazo y le dedicó una sonrisa,
ajeno a sus cavilaciones.
Sasha posó su mano sobre el bíceps masculino y salieron
de la habitación camino a uno de los salones que habilitaron
para la exposición.
La joven se entusiasmó mucho viendo las obras de arte y
pudiendo explicarle a Draven su significado y las emociones
que la hacían sentir.
Aún se puso más exaltada cuando el mismísimo artista se
presentó y pudo estar durante un buen tiempo
compartiendo su visión artística con él.
Después de pasarse un par de horas allí, el guardián
decidió llevarla a cenar a un selecto restaurante, donde
disfrutaron de unos platos exquisitos y un vino de las
mejores bodegas de Grecia.
Una vez de vuelta al hotel, Draven la tomó en brazos para
evitar que se cayera, al notar que Sasha se encontraba un
poco achispada.
―Eres muy guapo ―ronroneó acariciando la barba
incipiente del guardián―. Por eso eres mi muso por
excelencia.
Draven echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
―El alcohol te afecta más de lo que esperaba, se nota
que no estás acostumbrada a beber vino.
―No estoy borracha, solo soy sincera porque beber un
par de copas me desinhibe.
El cazador abrió la puerta de la habitación del hotel y
entró dentro, cerrándola segundos después a sus espaldas.
Intentó soltarla, pero ella continuó aferrada a su cuello,
pegándose todo lo que pudo a su cuerpo.
―Bailemos ―le pidió en un susurro.
―¿Ahora?
Sasha asintió y se mordió el labio inferior, haciendo que la
atención de él recayera sobre su boca.
Sacando el móvil del bolsillo, Draven buscó una canción
para poder bailar y la primera que se le vino a la cabeza fue
I will always love you, de Whitney Houston.
La artista suspiró.
―Me encanta esta balada.
Apoyó su cabeza en el hombro del guardián y ambos
comenzaron a mecer sus cuerpos al son de la bonita
música.
Los labios de la joven recorrieron el cuello masculino,
haciendo que su piel se erizara. Buscando su boca, Draven
la besó con una mezcla de ternura y pasión, moviendo la
lengua y saboreando su dulzura.
La tomó en brazos, la dejó con delicadeza en el centro de
la cama y se tumbó sobre ella, colocándose entre sus
piernas. Las miradas de ambos se entrelazaban, uniéndolos
de un modo muy especial y profundo.
Despacio, el guardián se incorporó lo suficiente como
para ir desprendiéndose de toda su ropa. Del mismo modo,
ayudó a hacer lo mismo a la joven, que ya no se sentía
cohibida cuando los ojos claros de Draven la devoraban del
modo en que lo hacían en aquel momento.
Una vez desnudos, el celta se tumbó de nuevo sobre ella,
deleitándose de la sensación de sentir la suave piel de
Sasha contra la suya.
Sus grandes manos comenzaron a recorrer las curvas
femeninas, mientras tomaba uno de sus rosados pezones en
la boca. Lo succionó y mordisqueó haciéndola enloquecer.
Después comenzó a dejar un reguero de besos por su
abdomen, hasta llegar a su monte de venus, sobre el cual
dibujó círculos con la punta de su lengua.
La artista gimió y encogió los dedos de sus pies cuando
notó aquella juguetona lengua recorriendo sus pliegues
internos.
―¡Draven! ―jadeó clavándole las uñas en la espalda.
El aludido tomó sus caderas y las alzó para darse un
mejor acceso a su sexo. Introdujo dos dedos en su interior,
mientras que con la lengua no dejaba de torturar su
hinchado clítoris.
Minutos después, la joven estalló en su boca, cosa que
aprovechó el guardián para erguirse sobre ella y penetrarla
de una sola embestida, alargando su placer.
Los espasmos placenteros de la joven aún continuaban
cuando Draven movía sus caderas como un pistón dentro y
fuera de ella.
Tomándolo por el cuello, Sasha le obligó a inclinarse más
sobre ella para poder besarlo. Necesitaba sentirlo más cerca
y no solo físicamente.
Sin terminar del todo su primer orgasmo, la artista sintió
como otro iba a arrasarla en cuestión de segundos, como
finalmente sucedió.
¿Acaso se estaba volviendo multiorgásmica? Quizá
siempre lo fue y no lo supo hasta que encontró un amante
tan diestro como su vampiro particular.
Draven, emitiendo un gruñido ronco, también llegó a
alcanzar el orgasmo. Y no fue un orgasmo normal, sino algo
mucho más profundo, mucho más íntimo y visceral.
¿Qué le estaba pasando?
Fuera lo que fuera, ya no había marcha atrás. Su deseo
por Sasha excedía cualquiera que hubiera experimentado
en toda su vida.
El guardián se quitó de encima de ella, recostándose en la
cama con la respiración agitada y miles de caóticos
pensamientos rondando por su cabeza.
La joven se acurrucó contra su costado y cerró los ojos
medio adormilada. Inhaló el olor que desprendía el cuerpo
masculino y suspiró con satisfacción.
―Nunca he sido tan feliz ―murmuró antes de cerrar los
ojos y caer en un profundo sueño.
El guardián se quedó contemplando cómo dormía. Su
corazón aún palpitaba acelerado por lo que acababan de
vivir. Además, la declaración que Sasha hizo sin ser del todo
consciente, azuzada por el alcohol y la emoción del
momento, impedían que él conciliara el sueño.
La imagen de Myra y el recuerdo de su traición le vino a
la cabeza. La desechó de manera casi instantánea, porque
si de algo en el mundo estaba seguro, era de que Sasha no
se parecía en nada a aquella zorra traicionera.
De todos modos, no entraba en sus planes sentir todo lo
que llevaba sintiendo desde que conoció a aquella bonita
chica que dormía a su lado. Él no necesitaba en aquellos
momentos perder la cabeza por ninguna mujer, por muy
dulce y encantadora que esta fuera.
Se pasó la mano por el rostro. Estaba confuso y asustado.
¡Menuda puta mierda!

Keyla llevaba horas encerrada en el laboratorio,


concentrada en crear un antídoto contra el veneno de los
Groms y el nuevo suero que aún corría por la sangre de
Elion, y que le hacía tener ganas de matar a sus hermanos,
a no ser que bebiera la sangre de Ella cada vez que sentía
esas incontrolables ansias.
―¿No crees que es hora de descansar? ―preguntó Nikolai
entrando a la estancia y acercándose por detrás para
abrazarla y depositar suaves besos sobre su cuello―. Llevas
horas aquí encerrada.
―Creo que he encontrado el antídoto, Nik.
―¿De veras? ―Miró interesado el líquido que su pareja de
vida le mostraba.
―No puedo estar del todo segura hasta probarlo, aunque
tiene muchas posibilidades de ser lo que estaba buscando
―contestó con una sonrisa radiante.
―¿Y a qué esperas para probarlo?
Keyla frunció el ceño.
―No puedo hacerlo hasta que a alguno de vosotros no os
hieran.
―O puedes inyectarme el veneno ahora y confirmar tu
teoría.
La expresión de la doctora cambió de esperanzada a
preocupada.
―¿Y si me equivoco? No quisiera utilizarte como a mi
conejillo de indias.
Nikolai posó su mano sobre la mejilla de su esposa.
―Yo confío en ti.
Keyla bajó la mirada hacia la probeta que llevaba en la
mano. Cuadrándose de hombros, se dirigió a la encimera de
aluminio donde tenía todas sus cosas y cogiendo dos
jeringas, cargó una con el veneno y otra con el supuesto
antídoto.
Cuando se volvió de nuevo hacia el guardián ruso, este se
había sentado sobre la camilla más cercana.
―¿Estás seguro?
―Estoy muy seguro de tus habilidades, cariño.
Con las manos temblorosas se acercó a él, agarró su
antebrazo y le hizo un leve corte.
―Lo siento.
―No tienes porqué ―le restó importancia―. Continúa.
Keyla vertió un poco del veneno sobre su carne abierta y,
como siempre ocurría con él, la herida no cicatrizó.
―Es el momento de la verdad ―dijo Nikolai sonriendo.
―Estoy muy nerviosa ―reconoció la joven antes de
inyectarle el antídoto.
Como por arte de magia, la herida se cerró casi de forma
inmediata y la doctora soltó un gritito de alegría.
―¡Se ha curado! ¡Ha funcionado! ―exclamó feliz.
―Estoy muy orgulloso de ti, cariño. ―Se puso en pie y la
besó con adoración.
―Gracias por confiar en mí a ciegas.
―No era a ciegas porque sé lo que vales, mi amor.
Capítulo 17

A la mañana siguiente, Sasha se despertó con un dolor de


cabeza horrible.
Se incorporó con una mano sobre la frente, no obstante,
se olvidó de todo cuando sus ojos se posaron en el
guardián, que dormía profundamente con el torso al
descubierto y la respiración acompasada.
Sonrió con ternura.
Estaba metida en un buen problema, puesto que se
estaba enamorando como una tonta de aquel hombre, que,
sin duda, se encontraba fuera de su alcance, eso lo tenía
claro. De todos modos, pensaba vivir aquellos días y la
pasión que los arrasaba cada vez que se tocaban por el
tiempo que durara. Era hora de hacer caso a sus amigas y
dejarse llevar por el momento y lo que le pedía su cuerpo.
Levantándose con lentitud para no despertarle, se dirigió
al baño para orinar. En ese instante, su imagen se reflejó en
el espejo y se horrorizó. Tenía el pelo despeinado y
acartonado a causa de la laca, el rímel corrido y una horrible
legaña en uno de sus ojos.
Soltó un gritito y se apresuró a quitarse la ropa para
darse una ducha rápida.
―¿Estás bien, Sasha? ―preguntó el guardián desde el
otro lado de la puerta―. Te he oído chillar.
―Estoy bien, tranquilo. Es que me pareció ver una
cucaracha, pero era solo una pelusa ―mintió.
―¿Vas a darte una ducha?
―Sí, me he despertado bastante acalorada.
―¿Quieres compañía?
Oh, Dios, qué bien sonaba eso, pero ni muerta iba a dejar
que la viera con aquellas pintas.
―No, prefiero un poco de intimidad.
―Vale, como quieras.
Le oyó alejarse y suspiró.
Entró a la ducha y se relajó bajo el chorro del agua
caliente. Sentía agujetas en todo el cuerpo y no le
extrañaba. Ella no era de hacer ejercicio y estaba más que
claro que el sexo con Draven era como estar haciendo una
maratón. De todos modos, aquella intensidad era nueva
para ella y la hacía sentir insegura, a la vez que en una
nube de la que no quería bajarse.
Apagó el grifo y se envolvió en una toalla. Al reflejarse de
nuevo en el espejo se le pasó por la cabeza que quizá aquel
fuera el momento idóneo para intentar mostrarse sensual y
volver a seducir al guardián.
Se colocó todo el cabello hacia un lado e irguió la
espalda.
«Puedes hacerlo, Sasha», se dijo a sí misma, dándose
ánimos.
Abrió la puerta despacio y caminó meneando las caderas
con gracia. Al menos esperaba que así fuera y no pareciese
un pato mareado.
Draven posó sus ojos sobre ella y recorrió su cuerpo, tan
solo cubierto con la mullida toalla blanca, con un ardiente
deseo.
Sasha se fue acercando a él, mientras se mordía el labio
inferior.
―Creo que me precipité al decirte que no quería tu
compañía en la ducha.
―¿En serio? ―Se cruzó de brazos y sonrió de medio lado.
―Absolutamente en serio. ―Dejó caer la toalla
quedándose desnuda.
Dio otro paso para aproximarse más a él, por desgracia,
uno de sus pies se enredó en la húmeda toalla, lo que
consiguió que se precipitase contra el suelo quedando con
el culo en pompa.
―¡Sasha! ―el guardián corrió a agacharse junto a ella―.
¿Estás bien?
―Perfectamente. A excepción de mi ego, todo lo demás
sigue intacto ―farfulló avergonzada―. Está claro que no soy
capaz de ser seductora por mucho que lo intente.
Draven rio.
―Entonces es extraño que a mí me tengas seducido
como a un quinceañero, conejita ―admitió con voz ronca.
La tomó por el cuello para acercarla más a él y poder
darle un beso que hizo que el mundo a su alrededor se
tambalease.
Sasha apoyó sus manos sobre el duro pectoral masculino,
separándose de él.
―¿Ocurre algo? ―preguntó Draven con el ceño fruncido.
La joven, sin hablar, se arrodilló ante él relamiéndose los
labios y abriendo con delicadeza el botón de sus vaqueros,
liberó su miembro y se aproximó más para recorrerlo con la
punta de su lengua.
El guardián echó la cabeza hacia atrás y gimió de manera
ronca.
La gran polla del celta se alzaba hacia ella orgullosa y
decidió acogerla dentro de su boca con timidez.
―Sasha, me estás matando ―declaró Draven.
Envalentonada por aquel descubrimiento, le tomó por las
duras nalgas, profundizando aún más su penetración, a la
vez que comenzó a mover la cabeza con brío.
El guardián colocó una de sus manos sobre el húmedo
cabello de la artista para poder guiar sus movimientos.
Aunque le costaba abarcarlo todo en su boca, hacía
esfuerzos por hacerlo, e incluso se atrevió a succionarlo y
mover la lengua en círculos en torno a él. Nunca fue muy
dada a hacer felaciones, sin embargo, con Draven
disfrutaba de poder darle aquel tipo de placer.
Con una de sus manos acarició sus testículos,
consiguiendo que el hombre se mordiera el labio inferior y
alzara la palma de su mano contra la pared, como si
necesitara apoyo para mantenerse en pie.
Estuvo torturándolo de este modo durante un tiempo,
hasta que Draven, que no quería correrse sin haber estado
dentro de ella, la tomó por debajo de los brazos y la puso
sobre la cama. Abriéndole las piernas con rudeza, la penetró
y hundió la lengua dentro de su boca.
―Eres increíble, conejita ―dijo cuando apartó por unos
segundos sus labios de los femeninos.
Bajó la mano acariciando su costado, llegó hasta el sexo
de la joven y frotó su clítoris sin dejar de mover sus caderas.
Lamió sus pezones y Sasha desordenó su corto cabello
con los dedos.
Las piernas de la artista se enroscaron en torno a sus
caderas para que la penetración fuera aún más profunda.
Cuando llegaron al clímax, sintieron tal placer que
perdieron la noción del tiempo y el espacio. Solo podían
centrarse en sus cuerpos unidos.
Se mantuvieron quietos hasta que sus respiraciones
volvieron a la normalidad, tras lo cual, Draven se quitó de
encima de ella y la arrastró hacia sí, donde permanecieron
abrazados en la cama y mirando el techó de la habitación,
aún con los latidos del corazón acelerados.
―El sexo de estos días es lo más alucinante que he vivido
jamás ―confesó Sasha.
―Y ha sido conmigo ―se jactó.
La joven le dio un manotazo en el estómago.
―Eres un pedazo de vanidoso.
Draven soltó una carcajada.
―Eso ya lo sabes y te encanto igual ―repuso volviéndose
hacia ella a la vez que comenzaba a besarla por todo el
rostro.
―Para ―le pidió entre risas―. Te amo.
Aquella inesperada confesión consiguió que el cazador se
separase de ella de forma abrupta y que la artista
palideciera por haber sido tan impulsiva.
―Draven, yo…
―Creo que deberíamos llamar a Ronan para que venga a
recogernos ―la interrumpió poniéndose en pie de un salto.
―Espera un momento, será mejor que hablemos de lo
que acabo de decir. Yo…
―¿Por qué no te vistes? ―le sugirió poniéndose los
pantalones y saliendo de la habitación mientras tecleaba el
número de teléfono del brujo viajero.
―¡Mierda, mierda, mierda! ―Sasha pataleó sobre el
colchón.
Draven acababa de salir huyendo, su afirmación le asustó
muchísimo, pudo verlo en sus ojos.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Esta huida significaba que su
apasionado interludio acababa de llegar a su fin?
Capítulo 18

Varcan, Max, Elion y Ella fueron a visitar a los O'Sullivan, un


clan de brujos que se asentaba en el norte de Irlanda y que
siempre habían sido leales a ellos. Hacía un par de días que
su líder contactó con Abdiel, necesitaba hablar con ellos
sobre algo que descubrieron.
―Bienvenidos ―les recibió Brian―. Como bien le dije a
Abdiel, es importante que hablemos.
―Para eso estamos aquí ―respondió Elion caminando
tras él cuando les invitó a entrar en su casa.
―Vaya, que visita tan agradable.
Una preciosa joven de cabello rojo intenso y unos
espectaculares ojos azules apareció en la sala, caminando
de forma sexy, encaramada sobre unos enormes tacones.
―Tara, cuánto tiempo ―la saludó Varcan―. Es la hija de
Brian ―la presentó.
―Diría que demasiado, bombón ―repuso acercándosele
más.
Max se colocó en jarras y fulminó a la irlandesa con la
mirada.
―Un momento, ¿qué ocurre aquí?
Elion puso los ojos en blanco.
―Se va a liar ―le susurró a Ella en el oído.
―¿Antiguos amantes? ―indagó la rubia.
El guardián escocés asintió con una sonrisa divertida
dibujada en los labios.
―No ocurre nada, pelirroja ―intervino Varcan―. Solo
somos amigos.
―Muy buenos amigos, diría yo ―puntualizó Tara.
Los ojos de Max comenzaron a volverse amarillos.
―No nos han presentado, ¿verdad? ―inquirió en tono
burlón―. Soy Maxine, su esposa.
―¿Esposa? ―repitió la bruja, mirando al guardián de la
cicatriz con el ceño fruncido.
―Así es. ―Tomó a Max por los hombros―. Es mi
queridísima, dulce y paciente esposa.
―Una mierda, dulce y paciente ―replicó apartándose de
él de manera airada.
―Menuda sorpresa ―cuchicheó Tara.
―Sí, muy sorprendente y real ―apuntó Maxine con
arrogancia.
La bruja sonrió y se volvió hacia Varcan.
―Aunque parece que te dejé huella, ya que has buscado
una versión low cost de mí.
―Será zorra ―susurró Max entre dientes―. Escúchame,
mona…
―Wow, creo que ya está bien de tanta charla ―terció el
guardián cogiendo a su pareja por los hombros y
acompañándola a sentarse junto a Elion y Ella―. Lo que
tuvimos pertenece al pasado, pecas, no tienes por qué
ponerte celosa ―le susurró en el oído.
―Más te vale que así sea o me haré un collar con tus
pelotas ―bufó.
―¿Por qué esa obsesión por mis pelotas? ―ironizó―.
Siempre están en peligro por un motivo u otro.
―¿Podéis dejar ese debate para otro momento? ―sugirió
Elion con las cejas enarcada.
―Sí, será lo mejor ―dijo Max malhumorada.
―¿Qué es lo que habéis descubierto, Brian? ―preguntó el
highlander.
―Lo que se está gestando es grande, Elion ―comenzó
diciendo―. Muchos clanes de brujos ya se han aliado con
Sherezade, quieren dejar de vivir en la sombra. Además, los
que no nos unimos a ella, somos amenazados con la
destrucción. Temo que esa presión haga que algunos clanes
más pequeños terminen claudicando y poniéndose de su
lado.
―¿Y qué podemos hacer nosotros al respecto? ―quiso
saber Ella.
―Considero que, si saben que cuentan con la protección
de los guardianes del sello, su temor se aplaque un poco.
―¿Pretendes que vayamos clan por clan demostrándoles
nuestro apoyo? ―repuso Varcan sarcástico.
―Eso he dicho, sí ―respondió el líder de los O’Sullivan.
―En ese caso, deberías hacernos una lista de dichos
clanes ―apuntó Elion.
―Son más de treinta ―precisó el brujo.
―Pues entonces será mejor que nos pongamos en
marcha cuanto antes ―observó Elion.
―Parece que nos queda un largo día por delante ―suspiró
Max, que no pensaba perder de vista en ningún momento a
la pelirroja que lanzaba miraditas a su esposo.
¿Sería un problema si se levantaba del asiento y le rajaba
la garganta? Imaginaba que sí, pero al menos, fantasearía
con ello.

Ronan llegó al hotel para recogerlos una hora después, en


la cual Draven buscó mil y una excusas para no tener que
hablar con Sasha.
―No lo entiendo, se suponía que al llegar a la gruta algo
ocurriría ―se lamentaba el brujo―. ¿Estáis seguros de que
no se os pasó nada por alto?
―No, no ocurrió nada ―respondió la artista, que en aquel
momento garabateaba en una libreta que encontró por ahí.
Se le vino a la memoria la voz que le pareció oír, pero
desechó la idea de su cabeza. Aquello solo había sido a
consecuencia del miedo, nada más.
―Esto está siendo una jodida pérdida de tiempo ―Draven
sonaba cabreado.
―Una pérdida de tiempo ―susurró dolida.
¿Acaso el haber estado con ella no contaba? Parecía que,
después de su declaración, no.
―No te precipites, daremos con la tecla que debemos
tocar ―Ronan trató de calmarlo.
―¿Cuándo? ¿Dentro de otros diez años? No tenemos
tanto tiempo que perder.
―Confío en que con la ayuda de Sasha sea más rápido.
―No sirve solo con confiar ―enfatizó el guardián.
―No te lo tomes a mal, Ronan, es que la confianza no
está en la naturaleza de Draven ―ironizó la joven―. Él es
más de dar la espalda y salir corriendo.
El aludido se apretó el puente de la nariz.
―Dejemos esa conversación para después, ¿quieres?
―¿Para después? ¡Ja! ―rio amargamente―. No tengo
nada que hablar contigo, tu tiempo ya se pasó, vaquero.
―¿Vaquero? ―Enarcó una ceja.
―¿Prefieres capullo? ―Alzó la cabeza del cuaderno para
fulminarle con la mirada.
―Emm, vaya, noto el ambiente algo tenso ―comentó
Ronan incómodo―. Creo que será mejor que me retire.
―¡No! ―gritaron los dos al unísono.
Sasha se puso en pie de golpe, haciendo que el cuaderno
cayera al suelo.
―Será mejor que sea yo la que se marche, estoy cansada
y algo tensa.
―Un momento… ―dijo el guardián acercándose y
arrodillándose frente a ella.
―Oh, no, ahora no me vengas con súplicas.
―No digas tonterías, no estoy suplicando ―espetó
Draven con el bloc entre las manos, incorporándose de
nuevo―. Mira esto ―le pidió al viajero.
Este se asomó para observar lo que quería que viera y se
quedó con la boca abierta.
―Madre mía. ¿Es lo que creo?
―Me temo que sí.
―¿Hola? ―La artista movió una mano de un lado al otro,
delante de sus rostros―. Estoy aquí, ¿recordáis? ¿Podéis
explicarme qué pasa?
―¿Ves esto que has dibujado? ―El brujo señaló sus
trazos―. Es el tridente de Mammon.
―¿El mismo del que me hablaste cuando dibujé la caja de
Selma? ―Frunció el ceño.
―Exacto.
―¿Y esto qué quiere decir?
El brujo negó con la cabeza.
―No lo sé.
―Sea lo que sea, de lo que estoy seguro es de que
tenemos que hacernos con el tridente para ver qué ocurre
―señaló Draven.
―¿Y cómo vamos a conseguirlo? ―indagó Ronan―. Los
demonios son muy reservados con sus objetos místicos.
―Soy amigo del líder del clan de demonios que
custodiaba el tridente. Le llamaré para ver si puede
interceder con su rey en nuestro nombre ―sugirió el
guardián.
―Me parece buena idea ―coincidió el brujo.
―¿Por qué siempre dibujo cosas relacionadas con ese
demonio? ¿Qué tiene que ver conmigo?
―No tengo respuestas para eso, querida ―contestó
Ronan encogiéndose de hombros.
―Es todo tan confuso…
―Pondremos las cosas en orden, solo debes tener
paciencia ―le pidió Draven.
―Paciencia, claro. ―Le miró dolida―. No sirvo para otra
cosa que para mantenerme al margen, a la espera de que
todos a mi alrededor solucionen mis problemas.
―No he dicho eso.
―Lo sé, lo he dicho yo ―sentenció con amargura―. Me
retiro, así no os molestaré más.
La joven se dirigió hacia la puerta, pero Draven se
interpuso en su camino.
―Sasha, creo que deberíamos hablar.
Alzó sus enormes ojos hacia él.
―¿Sobre qué? Con tu actitud has dejado más que clara
cuál es tu postura con respecto a lo que fuera que hubiera
entre nosotros.
En el fondo, esperaba que lo negara o dijera que estaba
equivocaba. No obstante, permaneció en silencio apretando
las mandíbulas.
La artista sonrió con tristeza.
―Justo lo que yo pensaba. ―Sorteándole, salió del salón
sin volver la vista atrás.
―Joder ―masculló el guardián entre dientes.
―No sé lo que has hecho, amigo, pero no me gusta ver
esa mirada de disgusto en ella ―le dijo Ronan a sus
espaldas.
―No te ofendas, pero no es asunto tuyo ―respondió a la
defensiva.
―Puede que no lo sea, sin embargo, intuyo que la chica
te importa tanto como a mí y serás lo suficiente hombre
como para hacer lo que debes.
―¿Me vas a decir tú lo que me corresponde hacer?
―Yo no, te lo dirá tu conciencia ―sentenció con una
sonrisa―. Ahora, si me disculpas, voy a seguir investigando.
―Hizo una leve reverencia con la cabeza y salió del salón,
dejándolo solo.
Draven gruñó, sabiendo que había metido la pata hasta el
fondo con Sasha. Se asustó y, como un idiota, se distanció
de ella sin darle ni una sola explicación.
―Eres un auténtico imbécil, Ajax ―se dijo a sí mismo,
llamándose por su apellido, antes de teclear el número de
teléfono de Mauro.
―¡Hombre, el desaparecido! ―exclamó el demonio al
descolgar.
―El mismo.
―¿A qué se debe tu llamada? No creo que sea solo para
oír mi sensual voz ―bromeó.
―Has acertado, necesito un favor.
Oyó como el italiano suspiraba.
―Los guardianes os estáis acostumbrando a que os
saque siempre las castañas del fuego ―repuso sarcástico―.
Vamos a ver, ¿qué quieres?
―Necesito que me traigas el tridente de Mammon.
―¡No me jodas! ¿Otra vez?
―¿Puedes hacerlo o no? ―inquirió con impaciencia.
―Ya no lo tengo, Draven.
―Lo sé, Abdiel me contó que se lo tuvisteis que entregar
a Amaronte.
―Parece que no estás al tanto de las últimas novedades.
En resumen, el innombrable, después de conseguir el
tridente, se lo devolvió a Belial a cambio de que levantara
las restricciones que tenía sobre él.
El guardián cerró los ojos con fuerza e hizo una mueca.
―¿Y no podrías pedirle que nos lo preste de nuevo?
―¿A Belial? ―soltó una amarga risa―. En cuanto pusiese
un pie cerca de sus dominios, me cortaría la cabeza. Sabes
que desde lo de Selene me odia y creo que este nuevo giro
de los acontecimientos, aún ha empeorado más las cosas.
Era cierto, el rey de los demonios odiaba a los gemelos
italianos que le separaron de su amada hija.
―Pues estamos jodidos.
―¿Tan importante es que tengáis el tridente?
―Sospecho que es esencial ―compartió con él sus
pensamientos.
Mauro suspiro.
―Solo hay una persona que pueda conseguir ablandar a
Belial, ya lo hizo para que nos lo prestara una vez, así que
podemos intentarlo de nuevo. Es lo único que se me ocurre,
aunque no quiere decir que vaya a funcionar.
―¿Y crees que sería tan amable de ayudarnos? ―rezó
para que así fuera.
―Lo hará, aunque estoy casi convencido de que nuestro
rey no os lo va a poner fácil. Ya conoces lo retorcido que es.
―Me arriesgaré de todos modos.
―De acuerdo, Draven, haremos lo que podamos por
conseguiros el tridente.
―No tengo palabras para agradecerte tu ayuda,
Mauronte.
―Invítame a un whisky de esos que guardas en tu bodega
privada y me doy por satisfecho ―comentó el demonio.
―Te regalaré una botella entera ―repuso el guardián
sonriendo.
―Te tomo la palabra.
Draven colgó el teléfono justo en el momento en que
Ronan llegó respirando de forma acelerada.
―Se ha ido.
―¿Qué estás diciendo?
―Sasha ―le aclaró―. Ha cogido uno de mis coches y se
ha marchado.
―¿¡Que!? ―gritó alarmado―. ¿A dónde ha ido?
―No… No lo sé, pero me ha dejado esto.
Le tendió una pequeña nota que Draven se apresuró a
leer.

Lo siento, Ronan, he necesitado tomar prestado uno de


tus coches. Te lo devolveré, pero antes necesito buscar
respuestas.
Espero volver lo antes posible y dar con el rastro que me
lleve a saber qué soy y lo que debo hacer.

―Ha vuelto a la gruta ―murmuró para sí mismo.


―¿Cómo has dicho?
―Esta nota hace clara referencia a la inscripción de la
gruta.
―¿Crees que ha podido ir ella sola hasta allí?
―No lo creo, estoy seguro de ello. ―Arrugó la notita con
rabia.
―Puede ser peligroso.
―Lo sé, por eso voy a ir a buscarla.
Y cuando le pusiera las manos encima, iba a darle una
buena azotaina, se la merecía. ¡Vaya si se la merecía!
Capítulo 19

Sasha, harta de mantenerse al margen y con aquella


gutural voz que le pareció oír grabada en la cabeza, decidió
que era el momento de tomar las riendas de su vida.
A ver, que empezar a tomarlas robando un coche y
escapando a una aterradora gruta no es que fuera lo más
sensato, pero sí lo más valiente que hizo jamás. Y ya era
hora de serlo. Acusó a Draven de asustarse y salir corriendo,
sin embargo, ella hizo igual durante años. Nunca le dio a
Jessica la oportunidad de hablar con ella y poder explicarse.
Conducía con movimientos bruscos a causa del temblor
que le recorría el cuerpo y que hacía demasiado tiempo
desde la última vez que se puso tras el volante de un coche.
Cuando vio las ruinas del templo, aparcó el coche un poco
alejado para que el vigilante de seguridad, que presuponía
que estaría haciendo la ronda nocturna, no la escuchara
llegar.
Con sigilo, se escabulló entre los restos de la antigua
construcción, sin perder de vista la luz que la linterna del
vigilante proyectaba.
Estaba demasiado oscuro como para orientarse bien y
llegar al lugar donde se escondía la gruta.
―Genial, he venido hasta aquí para nada ―se quejó.
―¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ―escuchó decir más cerca de
ella de lo que esperaba.
―¡Mierda! ―maldijo en un susurro. Resulta que había
más de un vigilante.
Tratando de no hacer mucho ruido, se escondió en un
recoveco que encontró en una de las paredes de piedra y se
cubrió la boca con las manos para no emitir ningún sonido.
Los pasos del guardia de seguridad se fueron
aproximando y cuanto más cerca estaba, su corazón más
rápido latía.
―¿Ocurre algo, Pete? ―Oyó preguntar a una voz
masculina.
―Me pareció oír algo ―respondió el hombre que estaba
más cerca de ella.
―¿Ya estás otra vez con lo mismo? No hay ningún
fantasma ni ser sobrenatural por aquí, eso no existe.
―Puedes seguir negándolo, Dave, pero te juro que la otra
noche escuché a alguien pronunciar mi nombre.
―Ves demasiados documentales sobre casos
paranormales ―se burló su compañero.
―Oh, vamos ―comentó alejándose junto a él―. No me
digas que a ti no te gustan.
Ambos hombres se alejaron y Sasha pudo volver a
respirar con normalidad. ¿Acaso la voz que oyó el tal Pete
sería la misma que escuchó ella?
Salió con sigilo de su escondite y tomando varias
inspiraciones hondas, trató de calmarse. Necesitaba
conservar la calma para poder orientarse y hallar la gruta
de una maldita vez. Aunque, ¿cómo iba a hacerlo? Todos
aquellos corredores le parecían iguales.
De repente, como si solo fuera una brisa, le pareció
escuchar su nombre.
Sasha.
Sobresaltada, se llevó una mano al pecho.
Sasha.
Madre del amor hermoso, ¿qué hacía ella allí? Fuera como
fuere, ya no iba a echarse atrás, así que, como haría
cualquier protagonista de una película de terror, se dirigió al
lugar de donde provenía la lúgubre voz.
Temblando, se abrazó a sí misma mientras avanzaba por
los oscuros pasillos de las ruinas, que a cada instante le
parecían más y más aterradores.
Sasha, ven.
Aquella clara petición le puso los pelos de punta, y borró
de un plumazo todas las dudas de que fueran imaginaciones
suyas.
Atisbó la abertura que la conduciría al fondo de la gruta y
por unos segundos, se quedó paralizada. ¿Haría lo correcto
en entrar ahí dentro? ¿Y si era peligroso? Quizá ella solita se
estuviera metiendo en la boca del lobo.
―Si las señales me han conducido hasta aquí, debe de
ser por algo ―se dijo a sí misma antes de cuadrarse de
hombros y armarse de valor.
Con paso lento, se adentró en la oscura gruta con el
corazón latiendo acelerado y la respiración entrecortada.
―¿Ho… hola? ―murmuró aterrada―. ¿Qui… quién eres?
No obtuvo respuesta, pero una fría brisa agitó su pelo.
―Yo…, el otro día me pareció oírte ―continuó diciendo―.
Y hace unos minutos me estabas llamando, ¿no es así?
Todo a su alrededor continuaba en silencio.
―Madre mía, ¿qué hago yo aquí?
Moviendo la cabeza de un lado al otro, se dio media
vuelta para marcharse.
―Has venido en busca de respuestas ―escuchó muy
cerca de su oreja.
Pegó un bote y se giró de repente, viendo la enorme
sombra de un hombre cerniéndose sobre ella.
―¿Quién eres? ―preguntó sin poder distinguir su rostro a
causa de la oscuridad.
―Eso no tiene importancia, Sasha, lo que de verdad
cuenta es que tú tienes un poder tan inmenso que no serías
capaz ni de imaginarlo.
―¿Qué clase de poder?
―El poder de llegar a lugares a los que nadie sería capaz
de acceder, a personas con las que todo el mundo querría
poder contactar.
―¿Por qué dibujo una y otra vez los objetos de ese
demonio al que todos llaman Mammon?
―Porque es tu destino.
―¿Mi destino es utilizar sus objetos con algún fin?
―Tal vez no visualizas lo que debas dibujar, sino lo que
tienes que destruir.
―¿Destruir? No sabría ni cómo hacerlo.
―Lo sabrás ―le aseguró―. Llegado el momento, todo te
será rebelado.
―¿Incluso quién eres?
―Solo debes saber que soy un profeta ―le confesó―. Un
guía que te señala el camino a seguir, como bien dice la
inscripción de la pared.
―¿Por qué no hablaste conmigo cuando vine con Draven?
Pude no haber vuelto y jamás sabría nada de lo que acabas
de explicarme.
―La única que puede acceder a mi sabiduría es la llave,
ante ningún otro ser de este planeta puedo revelar mi
presencia y tú, tampoco tendrías que explicar lo que ha
pasado aquí, si quieres que todo salga bien.
―¡Sasha! ―Escucharon como Draven la llamaba desde la
entrada de la gruta.
―Han venido en tu busca ―susurró el profeta antes de
fundirse con la oscuridad.
―¡Sasha! ―exclamó aliviado al verla―. ¿Qué coño haces
aquí?
―Vine…, necesitaba ver si encontraba alguna respuesta.
―¿Y la has obtenido?
Se sintió tentada a contarle la verdad, pero pensó en lo
que le dijo el profeta y decidió morderse la lengua.
―No, no ha ocurrido nada, como la última vez que
estuvimos aquí.
―¿Qué te hizo pensar que en esta ocasión sería
diferente? ―preguntó enfadado―. Te has puesto en peligro
por un arrebato estúpido.
Apretó los puños, dolida con lo que acababa de decirle.
―Si así ha sido, es mi decisión y tengo derecho a tomarla,
por muy estúpida que a ti te parezca.
―Sasha…
―Déjalo ―le cortó―. No deberías haber venido a
buscarme, puedo apañármelas sola.
―Prometí que te protegería.
―¡No necesito que me protejas! ―gritó enfadada―. No
necesito la protección de nadie.
Tras aquella declaración, se alejó de él con lágrimas
corriendo por sus mejillas. En realidad, no sabía
exactamente por qué lloraba, solo que se sentía frustrada y
harta de que todos, incluida ella, la vieran como alguien
incapaz de cuidarse a sí misma.
Capítulo 20

A la mañana siguiente, muy temprano, tomaron un vuelo


para reunirse con la persona que Mauro mandó para que
tratara de convencer a Belial de entregarles el tridente.
Quedaron en la Ciudad del Vaticano, que era donde vivía
la realeza demoníaca. Era irónico que hubieran decidido
asentarse donde se encontraba la sede central de la iglesia
católica. Sin embargo, no era de extrañar, pues entre los
religiosos se encontraban muchos demonios encubiertos.
Iban en el avión y Sasha no apartaba la vista de la
ventanilla para no tener que mirar al hombre que se
sentaba a su lado. Aún estaba dolida por el modo en que la
hizo sentir en las últimas horas, desde que se le declaró. Por
otro lado, se había reprochado a sí misma muchas veces la
metedura de pata que tuvo por confesarle que se había
enamorado de él.
¿Cuándo aprendería a mantener la boca cerrada?
―Sasha, ¿podemos hablar? ―preguntó Draven de
improvisto, consiguiendo que su corazón se acelerara.
Cerró los ojos con fuerza y tomó aire antes de volverse
hacia él con una sonrisa fingida dibujada en su rostro.
―Claro, puedes empezar por explicarme con quién vamos
a reunirnos.
―No me refería a eso.
―¿A qué te referías, entonces? ―respondió intentando
hacerse la digna.
Si se sentía culpable por hacerle daño, que apechugara
con ello, se lo merecía.
¡Aunque era tan guapo!
«Sasha, céntrate», se recriminó por dejarse ablandar por
su atractivo rostro y sus impresionantes ojos verdes.
―Quiero disculparme contigo… En realidad, necesito
hacerlo ―se corrigió―. Me he portado como un idiota.
―Y que lo digas ―coincidió con él.
―Comprendo que estés molesta y espero que puedas
perdonarme. ¿Crees que sería posible?
Le hubiera gustado mostrase dura y decirle que no sabía
si sería capaz de hacerlo, sin embargo, en su mirada veía
cuan arrepentido se sentía y ella no era nada rencorosa, por
lo que suspiró y dijo:
―Qué remedio, aún tenemos que permanecer unidos y
no es agradable hacerlo sin que nos dirijamos la palabra.
Draven sonrió y a la joven se le cayeron las bragas al
suelo.
«Sasha, eres una autentica pringada», se reprochó.
De todos modos, no fue capaz de evitar devolverle la
sonrisa.
―Por cierto, ¿con quién nos vamos a encontrar? No has
respondido a mi pregunta.
―Algún demonio del clan de mi amigo, va a venir a
acompañarnos a pedirle a su rey que nos preste el tridente
de Mammon ―le explicó.
―Así que nos encontraremos con un demonio
―puntualizó para asegurarse que lo entendió bien.
―Así es.
―Y acto seguido, iremos a ver a uno aún más poderoso,
que es su rey.
―Exacto ―asintió divertido.
―¿Del tipo de demonios que salen en las películas? ¿De
los que poseen a las personas de a pie como yo?
El guardián se carcajeó.
―Tienen muchos poderes, algunos de ellos podrían
incendiar ciudades enteras ―afirmó―. No obstante, lo de
las posesiones solo son leyendas urbanas.
―Vaya, ya me dejas mucho más tranquila ―ironizó.
―No debes preocuparte, conejita, mientras estés
conmigo, no te va a ocurrir nada malo.
«Excepto enamorarme de ti».

Cuando aterrizaron en el aeropuerto, Sasha estaba


aterrada imaginando a un monstruo rojo y con enormes
cuernos, que querría quedarse con su alma. No obstante, no
estaba preparada para encontrarse con una preciosa y alta
morena, de sinuosas curvas y una sonrisa de infarto.
―Parece que de nuevo debo sacarte de los problemas en
los que te metes, guardián ―comentó con esa voz ronca y
sensual que poseía, refiriéndose a cuando, en el pasado,
tuvo que absorber un hechizo que Myra les echó.
―Por suerte, tenemos un amigo en común ―respondió
Draven con calma.
―¿Y qué hay aquí? ―inquirió dando vueltas en torno a
Sasha.
―¿Por qué me siento ahora mismo como una presa a la
que un depredador está acechando? ―preguntó sin dejar de
seguir todos los movimientos de la demonio con los ojos. Su
presencia era magnética.
La morena rio y se situó ante ella.
―Es una lástima que no tengas pecados, pequeña,
porque me resultas deliciosa ―afirmó comiéndosela con los
ojos.
―Dejadme que os presente ―intervino Draven, tomando
a la artista por la cintura y pegándola a él para dejar claro
que entre ellos existía algo, fuera lo que fuere―. Maera, ella
es Sasha, la amiga de Roxie y Max.
―Y tú eres un demonio ―se apresuró a decir la joven.
―Un demonio muy malo y perverso ―le susurró en la
oreja de manera sensual.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Sasha al notar
su aliento contra la oreja. Esa mujer era pura tentación, eso
estaba claro.
―¿Os parece si nos ponemos en marcha? ―sugirió
Draven―. No creo que Belial sea demasiado paciente.
―Tengo un coche esperando fuera ―repuso Maera
iniciando la marcha.
―No sabía que la única persona capaz de ablandar a
Belial fueras tú ―comentó Draven.
―¿Acaso dudas de que haya algún ser en este mundo
capaz de resistirse a mí, guapo? ―Le echó una mirada sexy
por encima del hombro.
―No lo pongo en duda, no ―repuso sonriendo.
Sasha estaba celosa, tenía que reconocerlo, pese a que,
en el fondo, no podía culpar al guardián si se sentía atraído
por la demonio. Hasta ella, que no le gustaban las mujeres,
sería capaz de babear con esta. Desprendía erotismo por
todos los poros de su piel.
Si se comparaba con ella, no podía más que sentirse el
torpe patito feo del cuento, mientras que Maera era el bello
y estilizado cisne.
La demonio se detuvo frente a un deportivo rojo
descapotable, que permanecía en perfecta sintonía con ella
y su glamuroso look.
―Te toca ir detrás, guardián ―le informó abriendo la
puerta para que pasara.
―¿No puedo conducir? ―sugirió con una ceja alzada.
―Va a ser que no.
―Lástima, al menos lo he intentado ―comentó
acomodándose donde le indicó.
―Adelante, linda ―invitó a la artista a sentarse a su lado
y le guiñó un ojo.
Sasha, intentando parecer tan sexy y sofisticada como la
morena, asintió y se encaminó hacia el coche, y gracias a su
mala suerte, metió el pie directo en el único charco que
había en toda la calle, haciendo que el bajo de su pantalón
se manchara de barro.
―¡Oh, no! ―se lamentó, intentando limpiarse la pringosa
mancha inútilmente.
Escuchó reír a Maera y a Draven, cosa que la hizo sentirse
aún peor.
―¿Nos vamos o qué? ―refunfuñó sentándose en los
cuidados asientos de piel, enfurruñada.
―Será lo mejor ―repuso Draven guasón, ganándose una
mirada de mala leche de la artista, que le divirtió aún más.
―¿Y qué? ―le preguntó Sasha a Maera cuando arrancó el
coche―. ¿Tú rey se parece a ti?
―Oh, no, linda ―la miró con una amplia sonrisa―. Con
Belial puedes prepararte para lo peor.

Llegaron a una cripta antigua en plena noche. Al parecer,


no se podía acceder al lugar oculto de la realeza demoníaca
si el sol estaba dominando el cielo.
Los tres se bajaron del coche y allí les esperaba Thorne,
acompañado de su inconfundible ceño fruncido.
―Bror, ¿qué haces aquí? No esperaba verte ―le saludó
Draven tomándolo por el antebrazo a modo de saludo.
―Me comprometí con Mauronte que recuperaría el
tridente, así que le pedí a Abdiel que me dejase venir para
resarcirme ―le explicó―. Aunque no creí que tendría que
esperaros como si fuerais unos putos tullidos que habéis
venido hasta aquí arrastrándoos.
―El avión se retrasó un poco ―le explicó su hermano.
El vikingo gruñó a modo de respuesta y desvió su mirada
hacia la joven artista, que le estudiaba con los ojos muy
abiertos.
―¿Así que dibujaste el tridente?
Aquel enorme hombre de mirada hosca le causaba miedo,
por lo que cuando pronunció aquella pregunta con su ronco
vozarrón, Sasha comenzó a tartamudear.
―Yo…, emm…, sí. ―Se mordisqueó una uña con
nerviosismo―. Tridenté el dibuje… Quiero de… decir que
dibujé el tridente.
Thorne enarcó una ceja y se mantuvo en silencio, un
silencio muy difícil de tolerar para ella.
―A ver, no fue algo intencionado, tan solo garabateé y
garabateé… Ni siquiera me di cuenta de qué era hasta que
Draven lo dijo ―hablaba con rapidez, mientras se retorcía
las manos―. Yo no quiero estar aquí, Dios lo sabe… ―Miró a
Maera con horror―. Ups, lo siento. ¿Te duele o algo si
menciono a Dios?
La demonio rio.
―Tranquila, cariño, escuchar pronunciar el nombre de
algún Dios a una criatura tan inocente como tú solo me
causa placer ―le aseguró guiñándole un ojo.
―Sasha, tranquila, todo va ir bien ―Draven trató de que
se relajara―. Te noto muy alterada.
―¿Y cómo no estarlo? ¿Te parece poco estar rodeada por
una demonio y un gigante? Esto parece un cuento infantil,
solo falta la judía mágica o algo por el estilo.
El cazador sonrió divertido.
―¿Y qué hay de mí? ¿Solo te alteran ellos? ―inquirió con
sarcasmo.
Las mejillas de la joven se sonrojaron.
―El modo en que tú me afectas es muy diferente
―susurró con timidez.
―Qué tierno ―comentó Maera―. Si algún día os apetece
poner más picante a vuestra relación, dadme un toque ―les
propuso.
―Me cago en la puta, no sabéis ninguno mantener la
polla quieta ―refunfuñó el vikingo.
―¿Qué? ¿¡La polla!? ―exclamó Sasha roja como un
tomate―. Nada de pollas… No, no… Su polla y yo no… Su
polla… La polla de él… ―Le señaló la entrepierna.
Draven puso los ojos en blanco.
―¿Vas a repetir la palabra polla muchas veces más,
hembra? ―le preguntó el vikingo cruzándose de brazos.
―Madre del amor hermoso. ―Se cubrió el rosto con
ambas manos.
―No hagamos esperar más a Belial, ¿os parece? ―les
apremió Draven para no tener que seguir hablando de su
vida sexual y que Sasha dejara de meter la pata.
La demonio se acercó a una de las tumbas y colocó la
mano sobre la cruz, que por el contrario de lo que creía
Sasha, no se quedó marcada en su piel como en las
películas. La lápida comenzó a abrirse, haciendo un ruido
tenebroso que le erizó la piel.
―¿Cómo es ese tal Belial? ¿Tiene cuernos o algo así?
―preguntó Sasha con nerviosismo.
―Algo así ―respondió Maera de manera misteriosa.
¿Algo así? ¿Qué significaba eso?
Dio un paso para bajar las escaleras ocultas en la entrada
secreta y a causa de la oscuridad y sus nervios alterados,
dio un traspié, torciéndose el tobillo, que comenzó a
hincharse casi de forma instantánea.
―¡Sasha! ―Draven acudió con rapidez a asistirla―. ¿Qué
ha ocurrido? ¿Estás bien?
―No vi el escalón.
―No se te puede dejar sola, siempre acabas por los
suelos o tirándote algo encima ―suspiró con cansancio―.
Déjame comprobar qué te has hecho.
Sin embargo, la joven retiró el pie de sus manos con
rapidez. Se sentía mal por ser tan desastrosa, y que él lo
remarcara delante de todos la ofendía.
―No hace falta, estoy perfectamente ―mintió, ya que,
por el dolor que sentía, lo más probable es que se hubiera
hecho un nuevo esguince, esta vez más grave que el
anterior.
Se puso en pie con dificultad, rechazando de nuevo la
ayuda del guardián.
―Puedo sola.
―Haga lo que haga, acabas molesta conmigo ―espetó
con el ceño fruncido y las manos en las caderas―. ¿Se
puede saber qué mierda te pasa ahora?
―Nada, ¿qué me va a pasar? ―respondió a la vez que se
sacudía los pantalones llenos de polvo.
―Si te has hecho daño, será mejor que nos esperes en el
coche ―propuso Maera.
―¿¡Qué!? ―exclamó horrorizada―. Ni hablar. ¿Acaso no
habéis visto películas de miedo? Quien se queda solo en el
coche es el primero en morir. Yo voy con vosotros, aunque
sea a rastras.
―Ese es un argumento ridículo ―recalcó Thorne.
Draven puso los ojos en blanco.
―Al menos, déjame llevarte en brazos.
―Soy torpe, pero intentaré andar sin volver a caerme
para no molestarte más, tranquilo.
Las aletas de la nariz del cazador se abrieron y cerraron a
causa de su enfado creciente.
―Sasha…
―He dicho que iré caminando ―enfatizó con cabezonería.
Draven apretó los dientes y negó con la cabeza.
―Está bien, haz lo que te dé la gana.
―Eso pensaba hacer.
El celta gruñó y comenzó a caminar por el oscuro
pasadizo de mal humor.
Que hiciera lo que le diera la gana, la muy cabezota. Si al
final acababa con el pie roto, no era asunto suyo.
No obstante, sabía que aquello solo era una bravuconada
y por mucho que le cabreara, no podía evitar estar
preocupado por ella.
Capítulo 21

Siguieron caminando por aquel misterioso y sinuoso


pasadizo. Todo a su alrededor olía a humedad, las paredes
estaban demasiado juntas y las telarañas decoraban el
techo. Lo único que iluminaba el corredor eran las linternas
que los guardianes llevaban y que creaban sombras
aterradoras a su alrededor.
Sasha se frotó los brazos. Tenía la piel de gallina y no solo
de frío. Todo aquello comenzaba a superarla. Por no hablar
del terrible dolor en su tobillo, que la hacía cojear bastante.
Miró hacia delante, fijándose en la impoluta imagen de la
demonio, que caminaba como si fuera por una pasarela,
encaramada en sus elegantes tacones de más de diez
centímetros y sorteando todas las piedras que se
encontraban en su camino sin tan siquiera mirar al suelo.
Debería ser un delito que existieran personas tan
perfectas.
En realidad, ella la admiraba, aunque a su lado pareciera
un espantapájaros torpe y desgarbado.
Llegaron frente a unas empinadas escaleras, sus
escalones eran muy altos, como en la mayoría de
construcciones antiguas. Cuando trató de ascender por
ellas, el dolor del tobillo fue tan insoportable que hizo una
mueca de sufrimiento.
―Creo que os esperaré aquí.
Draven se volvió a mirarla.
―¿Te ayudo a subir?
―No, estoy bien ―mintió de nuevo―. De todas maneras,
no quiero seguir adelante, prefiero aguardar a que volváis.
El guardián suspiró, no muy convencido de sus
explicaciones.
―De acuerdo ―accedió al fin entregándole su linterna―.
No te muevas de aquí.
―No iré a ningún lado ―le aseguró con una tensa sonrisa.
―Vigila que no venga el coco a comerte, linda ―bromeó
Maera, antes de ascender las escaleras tras los guardianes
con tanta gracia que hasta Sasha no pudo apartar los ojos
de su redondo trasero.
Cuando se quedó sola, la sensación de que estaba en una
mala película de miedo no dejaba de asaltarla.
―¿Qué narices hago yo aquí? ―murmuró, mirando alerta
a su alrededor.
Le parecía escuchar ruidos por todos lados y, para
rematar la cosa, la maldita linterna comenzó a parpadear.
―No me hagas esto ―le pidió zarandeándola para que no
se apagase.
No obstante, como su mala suerte no tenía fronteras, esta
dejó de brillar, dejándola en la más absoluta oscuridad.
―¡Esperad! ―gritó por el hueco de la escalera―. ¡Al final
voy con vosotros!
Intentó subir de nuevo uno de los escalones, sin
conseguirlo. Jadeó y se contrajo de dolor, sosteniéndose el
tobillo que ya comenzaba a hinchársele.
―¿Qué te pasa? ―le preguntó Draven asustándola
cuando le habló tan cerca. No le había escuchado acercarse.
―Casi consigues que me dé un infarto ―le reprochó
llevándose la mano al pecho.
―¿Qué te crees que me ha pasado a mí cuando te he
oído gritar?
―Es que se ha apagado la linterna ―le explicó
mostrándosela―. Y perdona si te parezco una exagerada,
pero todos los indicios de que voy a ser la primera víctima
en este viajecito suicida apuntan a mí. Me he torcido el
tobillo, estoy sola y mi linterna se ha quedado sin pilas. ¿El
universo puede enviarme más señales para avisarme de
que salga de aquí lo antes posible?
Draven no esperó a oír más y la tomó en brazos.
―¿¡Qué haces!? ―exclamó aferrándose a su cuello para
no caerse.
―Lo que debí hacer desde que has comenzado a
comportarte de manera incoherente.
―¿Me estás llamando incoherente? ―repuso molesta,
mientras el guardián subía con velocidad las escaleras.
―No, solo digo que lo son tus actos de las últimas horas
―respondió uniéndose a Maera y a Thorne―. Y, por cierto,
¿se puede saber qué te pasa?
―¿A mí? ¿Qué te pasa a ti?
―¿Por qué te empeñas en ser tan exasperante?
―Si tan exasperante te resulto, no me dirijas la palabra
―bufó furiosa.
―Me cabrea que te molestes conmigo sin motivo alguno,
joder.
―No necesito motivos para enfadarme.
―¿Te das cuenta de lo absurdo que suena eso?
Maera les interrumpió con su risa.
―Sois una pareja muy mona y divertida ―comentó
cruzada de brazos y sonriendo.
―¿Monos? ―rezongó el vikingo―. A mí me parecen un
par de idiotas teniendo una discusión sin sentido. Agradezco
a los Dioses no tener una mujer a la que contentar.
―¡No soy su mujer!
―¡No es mi mujer!
Gritaron los dos a la vez fulminándolo con la mirada.
―Dejadme que lo dude ―ironizó, llamando con fuerza a
la enorme puerta de madera con un picaporte forjado en
hierro, con la forma de un demonio con cuernos.
¡Qué apropiado!
La puerta se abrió y dos hombres morenos y atractivos
aparecieron ante ellos.
―¿Qué hacéis aquí, guardianes? ―preguntó el más alto
con una expresión no muy amigable.
―Veníamos a ver a Belial, nos está esperando
―respondió Draven, apretando aún más fuerte a la artista
contra su pecho, como si de esa manera pudiera protegerla
de las miradas acusadoras de los demonios.
―No creo que Belial se digne a recibir a dos de los
perritos de la Diosa Astrid ―se mofó el otro demonio.
―¿A mí tampoco me va a recibir, Gorzal? ―se adelantó la
preciosa morena, haciéndoles conscientes de su presencia.
―Maera, cuánto tiempo ―dijo el aludido mirándola con
admiración.
―Quizá demasiado, ¿no crees? ―Se mordió el labio
inferior con coquetería.
―¿Belial era consciente de que ibas a venir a verle?
―preguntó Paimon, el otro custodio del rey, con más
seriedad.
―Así es, ayer mismo hablé con él.
El demonio más alto miró a las otras tres personas que
venían con ella.
―¿Sabía que ellos te acompañarían? ―continuó
indagando.
―Le expliqué que no vendría sola, aunque no especifiqué
nada más, pero no creo que haya problema…
―No eres tú quien debe decidir eso ―la cortó con
sequedad.
―¿Y tú sí? ―inquirió la demonio enarcando una de sus
perfectas cejas.
―Vamos, Paimon, Maera siempre ha sido leal a Belial. Es
de fiar ―la defendió Gorzal―. Su clan nunca nos ha dado
problemas.
Paimon respiró profundamente y asintió.
―Está bien, podéis pasar ―concedió apartándose hacia
un lado para liberar el camino―. Pero si se os ocurre
intentar algo, sufriréis las consecuencias.
―¿Acaba de amenazarnos? ―preguntó Sasha en un
susurro, que por el modo en que los demonios la miraron,
estaba claro que escucharon.
Draven asintió, entrando a la residencia de la realeza
demoníaca.
―Eso me pareció ―volvió a decir la joven, sintiendo cómo
un escalofrío recorría su espina dorsal.
El más amigable de los dos custodios los acompañó hasta
un salón recargado con figuras y objetos antiguos.
―Belial vendrá en un momento ―les anunció antes de
pasar por el lado de Maera―. Me ha alegrado verte.
―Es algo mutuo ―le aseguró ella, acariciando con
sutileza su brazo―. Te llamaré para que podamos ponernos
al día, ¿te parece?
―Será un placer ―respondió Gorzal sonriendo.
―Y gracias por tu apoyo.
―Solo he dicho lo que pienso. ―Hizo una leve reverencia
de cabeza antes de salir de la sala y cerrar la puerta tras él.
―Bájame, Draven ―le pidió Sasha.
―¿Por qué? ¿Estás incómoda?
―No, pero me parece poco serio recibir al rey demoníaco
en tus brazos.
El cazador se la quedó mirando unos segundos más antes
de soltarla en el suelo de mala gana.
―Esto es impresionante ―comentó la artista,
acercándose cojeando a mirar los objetos que adornaban la
sala.
―Todo lo que ves a tu alrededor, linda, son objetos
demoníacos ―le explicó Maera.
―¿Quieres decir que están malditos? ―indagó,
acercándose a mirar más de cerca una máscara de
porcelana que le puso los pelos de punta.
―No, más bien objetos destinados para ser usados por
demonios o contra ellos ―murmuró una atrayente voz
masculina contra su oreja.
Sasha se sobresaltó, lo que hizo que se estrellara contra
el aparador y que varios objetos se tambaleasen, e incluso
que la máscara que observaba cayera directamente en sus
manos.
―Lo lamento ―se disculpó alargando aquel terrorífico
objeto para devolvérselo.
El hombre que tenía frente a sí parecía más un ángel que
un demonio. Su cabello era negro y le caía liso hasta la
mitad de su espalda, dándole un aspecto sexy y peligroso.
Su rostro era anguloso y bello, no se podía definir de otra
forma. Poseía unos enormes ojos negros, enmarcados por
unas largas y espesas pestañas, y unos labios carnosos que
invitaban a besarlos. Era alto, quizá rondaría el metro
noventa, y su cuerpo era esbelto y fibrado. Si no supiera
que era un demonio inmortal, hubiera dicho que aquel
muchacho tendría en torno a unos veinticinco años.
Belial sonrió y ladeó la cabeza hacia un lado, sin hacer
ningún intento por coger la máscara.
―Déjala tú misma en su lugar ―le ordenó, y ella se
apresuró a hacerlo―. Esa máscara no puede ser tocada por
los de mi especie, solo por humanos ―le explicó dando
vueltas en torno a ella―. Fue creada para poder ver la
verdadera debilidad de un demonio, al cual no podían
destruir, y se proponía a acabar con el equilibrio del
planeta. Si alguien como yo la tocara, acabaría devorado
por las llamas del infierno.
―Y… y si es algo que puede destruirte, ¿por qué lo tienes
en tu casa? ―se atrevió a preguntar―. Yo lo habría
enterrado en el hoyo más profundo y alejado que
encontrara.
El rey de los demonios se detuvo de nuevo delante de ella
y alzó una mano para posarla con delicadeza sobre su fino
cuello.
―Belial ―quiso intervenir Draven.
El aludido alzó su mano libre para hacerle callar.
―Imagino que el motivo es el mismo por el que seres tan
frágiles como tú o tus semejantes hacéis deportes de
riesgo. La sensación de estar al borde del precipicio te hace
vibrar y sentir que merece la pena estar vivo, y para alguien
como yo, que llevo más de dos mil años vagando por este
mundo, no es algo que sea fácil de encontrar.
Sasha tragó con dificultad, notando el caliente tacto de
Belial en su garganta. Sabía que, si quisiera, sería muy
sencillo que le rompiera el cuello en aquel mismo instante.
Debería estar aterrada por ello, sin embargo, en los ojos del
demonio podía leer que su intención no era hacerle daño y
eso la tranquilizó.
―De todos modos, en esta corte todo el mundo sabe que
se prohíbe tocar cualquiera de los objetos místicos
repartidos por ella, a no ser que tengan mi permiso. Si
alguien se atreve a desobedecer, será castigado.
―Belial, ella no estaba informada de dicha norma y
tampoco fue su intención tocar la máscara ―la defendió el
guardián celta, con el cuerpo en tensión por si tuviese que
enzarzarse en una pelea con el rey de los demonios.
―Lo sé, puedo percibir la inocencia que desprende esta
humana y por eso, me conformaré con absorber uno de sus
pecados como pago.
―Os va a ser imposible, alteza ―repuso Maera―. No he
podido percibir ningún pecado dentro de ella.
―Mi querida Maera ―dijo volviéndose a mirarla―. Todos
los humanos han pecado en un momento dado, aunque sea
de un modo inconsciente y apenas sin importancia. Solo
tienes que buscar bien, recorrer todos los rincones secretos
de su conciencia, cada recoveco de su alma, hasta dar con
ellos.
Clavando de nuevo sus ojos sobre los de Sasha, se
relamió los labios. Esas dos oscuridades negras con las que
la miraba pasaron a parecer dos llamas ardientes y rojizas,
que fueron encendiéndose a medida que su pecado era
absorbido, dejándole una sensación de placentera paz.
―Eres un bocado delicioso, humana ―afirmó soltándola y
volviéndose hacia el resto de los presentes―. Ahora,
veamos. ¿En qué puedo ayudaros?
Todos se acomodaron en la sala para que Draven pusiese
al día al rey de los demonios de la situación que estaban
viviendo. Belial estudiaba con interés a Sasha cuando el
guardián le explicó sus habilidades especiales. Era como si
estuviera contemplando a una exótica ave que le causaba
sorpresa y fascinación a partes iguales.
―Comprendo vuestra motivación para venir en busca del
tridente ―dijo el demonio cuando el relato del celta llegó a
su fin―. No obstante, no puedo entregároslo.
―Belial, es importante ―insistió Draven.
―Ni siquiera sabes para qué puede servirte ―señaló
enarcando una ceja―. Además, ya estuvo demasiado
tiempo custodiado por un impresentable y cuando Maera
vino a pedírmelo hace unos días, se lo entregasteis a otro
desgraciado ―añadió entre dientes, dando claras muestras
de su enemistad con Mauro y Amaro.
―Vamos, majestad, no seáis así ―intervino Maera
inclinándose en su asiento y acariciando de manera suave
el brazo de su rey―. Comprendo los motivos por los que
odiáis a Amaronte. Incluso puedo entender que Mauronte no
os caiga bien, pero también sé que sois lo bastante justo e
inteligente como para reconocer que él ha mantenido
seguro el tridente durante muchos años.
―Hasta que decidió enviarte a ti para que me
engatusaras y se lo entregaras al inconsciente de su
hermano.
―Fue por una buena causa.
―¡De todos modos, no debió hacerlo! ―enfatizó furioso.
―Lo sé, pero Azazel le dio su palabra de demonio a
Amaronte. Le prometió que le entregaría el tridente y a
Mauro no le quedó otra opción que entregarlo o sacrificar a
Az. Le conoces lo suficientemente bien como para saber que
jamás haría eso con alguien a quien quiere, por mucho que
en este momento te cueste admitirlo.
Belial se puso en pie con las manos en los bolsillos de su
pantalón de cuero negro y comenzó a caminar de un lado al
otro de la habitación.
―Ha sido muy inteligente volviendo a enviarte a ti,
Maera. Sabe que soy incapaz de negarte nada.
La demonio se levantó y se acercó a él sonriendo.
―Si lo que dijera no fuera cierto, lo rebatirías, porque no
eres de los que se ciegan por la belleza ―murmuró con
suavidad, mirándole con fijeza a los ojos.
―Maera, si os entrego el tridente, en esta ocasión será
bajo tu responsabilidad. Sabes lo que eso significa, ¿no es
cierto?
―Soy consciente de ello ―asintió.
Belial suspiró y se retiró el pelo de la cara.
―Está bien, os lo prestaré por dos semanas, al trascurso
de estas, quiero que seas tú misma la que me traiga el
tridente de Mammon, ¿de acuerdo? ―preguntó mirando a
todos los presentes―. Si lo perdéis o hacéis un uso
malicioso de él, Maera lo pagará de un modo muy
humillante para los de nuestra especie, tras lo cual, iré a por
todos y cada uno de vosotros.
―¿Intentas que nos caguemos de miedo, demonio?
―inquirió Thorne, que hasta entonces había permanecido
callado. Sin embargo, el tono de Belial no le estaba
gustando nada.
―No, la verdad, agradecería que no defecaras en mi
casa, aunque entiendo que tus capacidades no sean lo
bastante desarrolladas como para evitarlo ―le vaciló.
El vikingo, ofendido, se incorporó de un salto y se acercó
al demonio con paso amenazante.
―Calma, bror ―le pidió Draven interponiéndose en su
camino―. No dejes que la ira te controle, necesitamos que
nos ayude.
―Eso, guardiancito, cálmate ―repuso Belial guasón.
Sasha, viendo como Thorne se ponía rojo de rabia, se
acercó al rey de los demonios y sonrió para apaciguar los
ánimos.
―Sé que estas muestras de testosterona os están
divirtiendo mucho, de todos modos, quiero recordaros que
yo no soy inmortal, ni tengo superpoderes y estoy harta de
tantas gilipolleces. Me siento cansada, con el tobillo dolorido
y tratando de asimilar todo lo que me rodea sin volverme
loca, así que, ¿por qué no nos das el dichoso tridente de una
vez para que podamos irnos?
Contuvo la respiración por si su exigencia le había
molestado. Cuando Belial sonrió ampliamente, se relajó.
―Qué sorpresa ―comentó con admiración―. Si además
de bonita e inocente, posees una valentía que no me
esperaba. Entiendo que te vuelva loco, guardián ―se dirigió
a Draven.
―Sí, loco lo vuelvo, pero no en el sentido al que te estás
refiriendo ―repuso la artista.
―Humana, debes recordar algo antes de marcharte de
aquí, y es que yo nunca me equivoco.
Capítulo 22

Volvieron a casa de Ronan, el cual les ofreció a Thorne y a


Maera quedarse allí también. Ellos aceptaron, aunque el
vikingo prefirió ir a tomarse algo antes y a buscar un bocado
que llevarse a la boca, cosa que Sasha interpretó como que
iba a la caza de algún cuello al que hincarle el diente.
La demonio se ofreció a acompañarle, para ella, la noche
aún era joven ya que era un ser plenamente nocturno.
―A mí me encantaría ir con vosotros, pero mi tobillo
necesita algo de descanso ―se excusó Sasha.
―Ha sido una noche accidentada para ti ―comentó
Maera―. De todos modos, creo que tu presencia fue
indispensable para convencer a Belial para que nos prestara
el tridente de nuevo.
―Si no hice nada aparte de tropezar con sus cosas y
meter la pata una vez tras otra.
―Estoy segura de que eso le ha resultado tan tierno
como a mí, linda. En nuestro mundo estamos tan
acostumbrados a la perfección, que cuando nos topamos
con un ser tan imperfectamente exquisito, no podemos
resistirnos a él. ―Le guiñó un ojo con coquetería.
La artista, tratando de imitarla, hizo el mismo gesto que,
por la falta de práctica, pareció más bien una mueca
graciosa, muy alejada de la actitud sexy que pretendía
demostrar.
Draven, al verlo, alzó las cejas divertido, lo que no
esperaba era escuchar una ronca carcajada proveniente de
su hermano. El vikingo reía a mandíbula batiente, con la
cabeza echada hacia atrás y una mano sobre el estómago.
―Hembra, eres la criatura más torpe, inocente y graciosa
que he conocido jamás ―confesó aún entre risas.
―Si eso pretendía ser una especie de piropo, no lo pillo
―refunfuñó cruzándose de brazos.
―Solo señalaba una realidad. ―Se encogió de hombros―.
Cualquiera diría que esa arpía metomentodo es tu hermana.
No os parecéis en absoluto.
―¿Jess? ―inquirió con el ceño fruncido―. ¿La conoces?
―Digamos que ha estado metiendo sus narices en mis
asuntos en más de una ocasión.
Pese a llevar años distanciadas, Sasha no pudo evitar
sentir preocupación por que pudiera salir herida si descubría
más cosas de las debidas.
―Es típico de ella ―comentó con tono de añoranza―.
Desde niña siempre fue curiosa y muy terca.
―Pues no ha cambiado nada ―afirmó antes de
despedirse de ellos con un gesto de cabeza y marcharse
junto a Maera.
―Es increíble lo que acabas de conseguir ―comentó
Draven cuando entró en la casa junto al brujo y ella.
―¿A que te refieres? ―indagó la joven.
―A hacer reír a mi hermano de esa manera ―le explicó―.
Pocas veces le he oído hacerlo en el tiempo que le conozco,
lo que supone un montón de años.
―A mí me parece una especie de oso amoroso ―explicó
Sasha―. Grandullón y adorable.
El guardián rio.
―Procura que no te oiga diciendo eso o se sentirá
profundamente ofendido.
―Es increíble que hayáis conseguido el tridente
―intervino Ronan al verlos llegar―. Ahora solo tenemos que
descubrir para qué lo necesitáis. Deberíamos investigarlo.
―Mañana nos pondremos a ello, hoy Sasha necesita
descansar ―contestó Draven.
―Comprendo que esté agotada, han sido demasiadas
emociones. ―El viajero miró con una sonrisa a la joven.
―Entre otras muchas cosas ―asintió bostezando.
―Déjame ayudarte a subir las escaleras ―se ofreció el
celta.
―Gracias, puedo hacerlo sola ―se negó, comenzando a
ascender con lentitud.
Aquel comportamiento molestó al guardián.
―¿Se puede saber por qué continúas con esa actitud tan
necia?
Sasha se volvió hacia él, furiosa.
―¿Necia?
―No he dicho que lo seas, solo que estás actuando de
ese modo.
Los ojos de la artista echaban fuego.
―Creo que será mejor que me vaya ―murmuró Ronan
dejándoles a solas.
―Yo también me marcho ―bufó la artista dándole la
espalda al guardián y encaminándose de nuevo al cuarto
que ocupaba.
Draven maldijo para sus adentros y a grandes zancadas
la siguió.
―Sasha, perdona, no quería ofenderte.
―Pues cualquiera lo hubiera dicho.
―He sido un gilipollas, lo sé, es que no estoy
acostumbrado a tener que tratar con humanas de este
modo ―se justificó.
―Ya, imagino que tú sueles codearte con mujeres
preciosas, sexys y poderosas como Maera ―apuntó
entrando en el cuarto y sentándose de forma pesada sobre
el colchón, para aliviar un poco el dolor que sentía en el
tobillo.
―¿Todo este comportamiento es por eso?
―¿A qué te refieres? ―inquirió clavando sus ojos en él.
―Tu inseguridad ―le aclaró dejando el tridente sobre la
cómoda―. Tu inseguridad te hace comportarte así. Aunque,
con sinceridad, no entiendo por qué, ya que eres increíble,
conejita, pese a que parece que no te des cuenta.
―Draven, necesito estar sola ―le pidió sintiéndose
agotada.
―Sasha, no puedes permitir que la traición que cometió
el cabrón de tu exprometido te haga sentir inferior a nadie
―continuó diciendo, comprendiendo cual era el origen de
dicha inseguridad―. Él fue quien perdió, no tú.
―No quiero hablar sobre eso, Draven.
―Sasha…
―¡Basta! ―gritó cubriéndose el rostro con las manos―.
¿No entiendes que están siendo demasiadas emociones? No
soy capaz de gestionarlo todo. Soy una simple mortal en un
mundo lleno de seres especiales. ¿Cómo no sentirme
inferior? ―Se descubrió el rostro y le miró―. Por no hablar
de lo que ha surgido entre nosotros y que aún no sé cómo
calificar.
«Como amor», le dijo su subconsciente, aunque no
pensaba reconocerlo en voz alta de nuevo.
―Si necesitas que hablemos…
―Lo haremos ―le interrumpió―. Solo dame unos minutos
para poder respirar y relajarme.
Draven se pasó las manos por el cabello y asintió.
―De acuerdo, entiendo que necesites aclarar tus ideas.
Sasha sonrió con ternura.
Le gustaba mucho que por fin se mostrara comprensivo,
aunque también reconocía que ella tampoco le contó qué
era lo que le estaba pasando.
―Gracias.
El guardián se la quedó mirando unos segundos más,
antes de dar media vuelta y dejarla a solas.
Sasha se dejó caer hacia atrás y se cubrió el rostro con el
brazo, mientras pataleaba sobre el colchón y soltaba un
gritito ahogado.
Draven tenía razón, se estaba comportando como una
estúpida. Los sentimientos que habían nacido dentro de ella
hacia el guardián la hacían revivir la asquerosa traición que
sufrió por parte de Kyle y de su hermana. En cierto sentido,
Maera le recordaba mucho a Jessica. Era preciosa,
inteligente y rezumaba sensualidad sin tan siquiera
proponérselo, mientras que ella solo era un patito feo, cojo
y con la cabeza llena de pajaritos.
Unos apremiantes toques en la puerta de la habitación la
hicieron incorporarse de un respingo. Suspirando, se dirigió
hacia ella y la abrió de un tirón.
―Te he dicho que me des un poco de espacio… ―sin
embargo, cortó a medias la frase cuando en el umbral vio al
brujo viajero y no al guardián, como ella esperaba―. Ronan,
perdona. Creía que eras Draven.
―Le he visto salir y parecía muy enfadado ―le explicó―.
Vine a comprobar si estabas bien.
―Lo estoy, gracias ―le sonrió realmente agradecida por
su preocupación por ella.
―Me gustaría que habláramos ―le pidió con cortesía―.
¿Te importa que pase?
Sasha se apartó del hueco de la puerta para que pudiera
entrar.
―Claro, Ronan, adelante. Estás en tu casa.
―No sé qué tipo de relación tenéis entre vosotros y
tampoco pretendo entrometerme, lo que me preocupa es
que no te veo feliz ―comenzó a decirle cerrando la puerta a
sus espaldas.
―Espero que no te molestes, pero no me siento cómoda
hablando de esto contigo ―respondió cambiando el peso de
un pie al otro con nerviosismo.
―Lo comprendo, lo comprendo ―se apresuró a decir―.
Aunque debes entender que te he cogido aprecio y me
preocupo por ti.
Miró en derredor y reparó en el tridente de Mammon que
descansaba sobre la cómoda, donde Draven lo dejó unos
minutos antes.
―Es increíble que Belial os haya prestado el tridente
―comentó acercándose a estudiarlo―. Jamás creí que lo
consiguierais.
―La cuestión ahora es saber para qué lo necesitamos.
―Por eso no sufras, me va a ser de mucha utilidad
―murmuró.
La artista escuchó aquella afirmación y el tono del viajero
le puso los vellos de punta.
Comenzó a retroceder con lentitud hacia la entrada, pues,
de repente, una sensación de desconfianza la invadió.
―Estoy muy cansada y tengo bastante sueño ―fingió un
bostezo―. ¿Te importa que hablemos más tarde?
―No, claro ―se irguió tomando el objeto demoníaco en la
mano―. Podemos hablar cuando tú prefieras.
―Será mejor que dejes el tridente donde lo puso Draven
―le sugirió―. No le gustaría saber que lo tocamos, puede
ser peligroso.
―Seguro que no le gusta ―asintió sonriendo, sin soltar el
objeto mágico.
Sasha agarró el pomo de la puerta y trató de girarlo, no
obstante, este no se movió ni un ápice. Eso hizo que su
corazón empezara a latir acelerado y su respiración se
tornase más dificultosa.
―Trata de tranquilizarte, Sasha ―le ordenó el brujo.
―Ronan, ¿qué has hecho? ―preguntó con la voz
temblorosa.
―Lo que debía para conseguir que, por fin, los brujos
seamos libres ―le indicó aproximándose a ella con
lentitud―. Cuando me explicasteis que una bruja milenaria
organizó una revuelta para que no tuviéramos que vivir en
la sombra, decidí que yo formaría parte de ella. Por
desgracia, cuando conseguí llegar a esta época, lo hice diez
años antes, por lo que tuve que esperar. Mientras tanto,
ideé un plan para hacer que me consiguierais este tridente.
―Lo alzó con satisfacción.
―No lo entiendo, yo lo dibujé, no fue cosa tuya ―repuso
la joven con confusión.
―Sí, así fue, porque puse una poción en tu bebida que te
hizo visualizar justo lo que yo quería ―le explicó―. Sabía
que no sospecharíais, porque fue lo que te ocurrió cuando
viajasteis al presente y dibujaste la caja de Selma. ¿Por qué
no iba a ser viable que hicieras lo mismo con el tridente?
―¿Y ahora qué harás? ¿Vas a matarme? ―inquirió
alzando el mentón con valentía pese al miedo que
experimentaba.
―No es mi intención, tranquila ―le aseguró tomándola
por el brazo―. Si colaboras, creo que los dos podemos
ayudarnos mutuamente.
―¿Para qué necesito yo tu ayuda?
―Sé de tu anhelo por ser una artista conocida y que tu
obra se recuerde por siempre. Yo puedo conseguírtelo.
―¿Lo dices de verdad? ―necesitaba hacer tiempo para
que Draven volviera. Ojalá fuera pronto.
―Por supuesto ―asintió sonriendo―. Y mucho más.
Podrías ser millonaria, la mujer más hermosa del mundo, lo
que tú desees podemos conseguírtelo. A cambio, solo debes
colaborar con nuestra causa. Piénsalo bien. ¿Qué te han
ofrecido los guardianes? Nada en absoluto. Solo te han
puesto en peligro, tanto física como emocionalmente, a
juzgar por el modo en que miras a Draven.
Sasha bajó la mirada al suelo. Cómo odiaba ser tan
trasparente.
―Querida, créeme cuando te digo que los hombres como
él no acaban con mujeres como tú ―remarcó―. Ellos se
decantan por mujeres preciosas y poderosas como Maera.
Estoy seguro de que eres lo suficiente inteligente como para
haberte dado cuenta de ello.
Aunque aquellas afirmaciones le dolían, no salió del papel
que estaba representando. Fingió valorar la propuesta del
brujo, hasta que finalmente asintió y volvió a mirarle a los
ojos.
―¿Me juras que conseguiré ser una artista conocida en
todo el mundo?
La sonrisa de Ronan se amplió.
―Te doy mi palabra.
―Espero no arrepentirme.
Tras soltar aquella frase, se abalanzó hacia el tridente,
consiguiéndolo agarrar para tratar de arrebatárselo. Sin
embargo, el brujo era más fuerte que ella, por lo que,
asentándole una sonora bofetada, la arrojó al suelo.
―He intentado darte la oportunidad de colaborar por las
buenas, maldita sea ―gruñó agarrándola por el cuello y
levantándola de un tirón.
―Ronan, por… por favor ―dijo con la voz entrecortada
por la falta de aire, intentando zafarse de él.
―Lo siento, Sasha, has perdido la ocasión de pedirme
nada ―espetó a pocos centímetros de su rostro sin dejar de
ejercer presión en su garganta―. A partir de ahora,
obedecerás lo que te ordene o te mataré. ¿Me has
entendido?
La artista asintió y el viajero soltó su cuello.
―¿Dónde has metido la caja de Selma?
―¿La caja? Yo no tengo ni idea de donde está, tú mismo
nos dijiste que hacía mucho tiempo que desapareció.
―No me mientas, querida, sé perfectamente que la
tienes en tu poder, porque yo mismo la metí en el bolsillo de
tu falda antes de que volvieras a esta época.
―¿Fuiste tú? Entonces, nos engañaste todo el tiempo―le
acusó.
―Deberías haberte dado cuenta de que os engañé con
respecto a muchas cosas.
―¿Cuándo me colaste la caja?
―Cuando te abracé para tranquilizarte, justo antes de
que volvierais ―respondió satisfecho consigo mismo―.
Ahora, dime dónde la has metido.
―No lo sé, Draven la guardó y no he vuelto a verla.
―No te creo. ―La cogió de nuevo del cuello apretándolo
con fuerza―. ¿Dónde la escondes?
Sasha le había dicho la verdad, ella no sabía dónde
estaba la dichosa caja, así que le pegó un rodillazo en la
entrepierna, haciéndole doblarse en dos y que el tridente
cayera al suelo.
―¡Serás zorra! ―jadeó con voz ronca a causa del dolor.
―¡Draven! ―gritó la joven con todas sus fuerzas
desembarazándose de su agarre y rezando para que el
guardián la escuchara.
Aquel gritó puso en guardia al brujo, que, aún
renqueante, se agachó a coger de nuevo el objeto
demoníaco. Cuando fue a atraparla a ella, la puerta se hizo
añicos, dando paso al cazador, que respiraba con dificultad,
como si hubiera corrido hasta el límite de su resistencia.
―¡El tridente! ―exclamó Sasha al ver como Ronan abría
un portal y desaparecía a través de él.
―Por los Dioses ―Draven se aproximó a ella tomando el
rostro femenino entre las manos para examinarlo―. ¿Estás
bien? ¿Qué te ha hecho?
La joven posó una de sus manos sobre la del guardián y
sonrió débilmente.
―Estoy bien ―le aseguró.
No obstante, el celta podía ver con claridad su mejilla
enrojecida y las marcas de dedos que se apreciaban en la
nívea piel de su cuello.
―¿Por qué ha hecho esto? ¿Qué ha ocurrido?
―Está con Sherezade ―le explicó a la vez que los ojos se
le llenaban de lágrimas por la tensión acumulada―. Desde
el principio quiso formar parte de la revolución. Tiene
pensado usar el tridente y me hechizó para que pareciera
que era cosa mía. No fue así, Draven, nos ha manipulado.
―Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas―.
También fue él quien colocó la caja de Selma en mi bolsillo,
quería que la trajera conmigo y ahora pretendía recuperarla.
―No te preocupes por eso ahora, recobraremos el
tridente y no permitiremos que se haga con la caja ―le
afirmó con seguridad.
―¿Qué consecuencias tendrá para Maera que lo hayamos
perdido? Belial fue muy claro al respecto.
Le preocupaba mucho lo que dijo Belial justo antes de
entregarles el preciado tridente.
El guardián suspiró.
―Maera deberá ser su cautiva hasta que él considere que
le ha resarcido por la pérdida.
Aquellas palabras horrorizaron a la artista.
―¿Su cautiva? ¿Como una presa?
―Más bien como una esclava.
―Dios mío ―jadeó horrorizada, llevándose una mano a la
boca―. Y todo por mi culpa.
―No tienes la culpa de nada, Sasha ―la contradijo―.
Además, Maera sabía a lo que se exponía y es una demonio
fuerte, lo superará.
―Quizá, si hablo con Belial, considere perdonarla
―sugirió esperanzada.
―Ya conversaremos sobre eso después, ahora necesito
llamar a mi hermano para contarle todo lo ocurrido.
Sin más dilación marcó el número de teléfono de Abdiel,
que respondió a la llamada casi de inmediato.
―¿Draven?
―Tenemos un problema, bror. Hemos perdido el tridente.
―Al otro lado de la línea telefónica se hizo el silencio―. El
brujo viajero nos manipuló y traicionó. Forma parte de la
revuelta de Sherezade.
―En ese caso, debemos reagruparnos. Volved lo antes
posible ―les ordenó―. Si antes ya eran peligrosos, con el
tridente de Mammon en su poder puede ser catastrófico.
Ayer mismo se inició otro ataque que Varcan, Max y Nikolai
tuvieron que sofocar.
―Maera vino en un jet privado, le pediré que nos lleve a
Irlanda, espero que no le importe acercarnos.
―Traed alguna pertenencia del brujo y le pediré a
Roxanne que haga un hechizo de localización, aunque no
tengo muchas esperanzas de que vaya a funcionar. Los
desgraciados saben esconder su esencia.
―De acuerdo, algo me llevaré y rezaremos para
encontrarle ―dijo entre dientes―. Esto se acaba de volver
algo personal para mí ―le confesó mirando la mejilla
hinchada de Sasha.
―Tened cuidado y no confiéis en nadie.
―Eso ya ha quedado claro ―bufó antes de colgar.
―¿Qué cojones ha pasado aquí? ―espetó Thorne, que les
miraba junto a Maera desde la puerta destrozada.
―Ronan es un traidor ―declaró Draven mirando de
soslayo a la demonio―. Lo siento mucho, Maera, pero ha
robado el tridente.
Aunque la expresión de la sexy morena no varió, sí pudo
ver como su rostro palidecía. Para un demonio, estar
sometido a otro de sus congéneres era un duro golpe para
su orgullo y el mayor de los insultos.
―Parece que voy a pasar una larga temporada
incomunicada ―fue lo único que comentó con ligereza, pese
a que, por dentro, todos eran conscientes de que aquella
privación de libertad no sería nada fácil.
Ojalá Sasha tuviera razón y pudieran convencer al rey de
los demonios de que no llevase a cabo su advertencia,
aunque era poco probable.
Capítulo 23

Estaban en el avión privado de Mauronte, de camino a


Irlanda. Draven presionaba el gel frío contra el pómulo
hinchado de Sasha, que siseaba a modo de protesta.
―No necesito más frío, estoy bien ―se quejó.
―Si no te estás quieta, acabarás haciéndote daño.
―Ya me estás haciendo daño.
―Solo trato de que baje la inflamación.
―Qué más da que esté hinchado, me lo merezco por
haber caído en la trampa de Ronan ―se lamentó, enfadada
consigo misma―. Por mi culpa, todos pagaréis las
consecuencias. No hago una a derechas, os aconsejo que os
alejéis de mí, soy destructiva, yo…
No pudo continuar porque los labios de Draven se
posaron sobre los suyos, acallándola. Cuando se alejó unos
centímetros de ella, se quedaron mirándose a los ojos.
―¿A qué ha venido eso? ―susurró la joven.
―Era el único modo que se me ocurrió de hacerte callar
―repuso guasón.
Sasha, ofendida, le dio un manotazo en el brazo.
―Eres un idiota.
―Un idiota que te gusta mucho ―aseguró guiñándole un
ojo.
Thorne puso los ojos en blanco.
―Me dais urticaria ―gruñó―. Id a follar si os sale de los
cojones, pero no nos torturéis con vuestras gilipolleces
romanticonas.
―¿¡Qué!? ―exclamó la artista con voz chillona―. No, él y
yo… ―Señaló a Draven―. Qué va, nosotros no hemos hecho
nada… Es decir, nada de eso que has insinuado. ―Una risa
estridente emergió del fondo de su garganta.
―¿Estás intentando engañarme, hembra? ―Clavó sus
ojos verdes oscuros sobre ella, intimidándola con su ceño
fruncido.
―¿Yo…? ¿Emm…? ―Miró a Draven solicitando su ayuda.
El celta se limitó a cruzarse de brazos y a sonreír
divertido. Aquello consiguió que Sasha le fulminara con la
mirada.
―Estás equivocado, Thorne, yo jamás tendría nada con
este idiota ―soltó en un arrebato que hizo reír al cazador.
―Habrías sonado convincente si el olor de mi hermano no
estuviera sobre todo tu cuerpo ―repuso el vikingo con una
ceja enarcada.
―¿Su olor? ―Abrió los ojos de par en par―. ¿Puedes
olerlo?
―Como si te hubieras rociado de perfume de feromonas
masculinas ―afirmó.
La artista abrió y cerró la boca varias veces hasta que se
dio por vencida. Qué sentido tenía seguir negando algo que
le resultaba evidente.
Su mirada se desvió hacia Maera, que observaba las
nubes a través de la ventanilla. Parecía relajada y serena,
pese a que en sus ojos oscuros se podía apreciar
preocupación.
―Recuperaremos el tridente, te lo prometo ―le dijo
Sasha poniéndose en pie y acercándose a abrazarla.
Se sentía tan culpable. Aquella demonio solo quiso
ayudarles y, ahora, porque ella no supo diferenciar entre un
hechizo y su propia inspiración, iba a pagar las
consecuencias. Ronan la utilizó y eso le dolía, puesto que en
el tiempo que le conocía le cogió mucho aprecio.
―No puedes prometer algo que no está en tu mano, ¿no
crees? ―preguntó Maera sonriendo.
La joven artista se sentó frente a ella y suspiró.
―Le explicaremos a Belial que no fue culpa tuya para que
no lleve a cabo el castigo ―aseveró, queriendo convencerse
a sí misma de ello―. No parecía un hombre cruel.
―Las cosas no van así entre los demonios, Sasha
―comentó la morena cruzando una pierna encima de la
otra―. Cuando das tú palabra o te haces cargo de algo y no
cumples con lo que dijiste, siempre tienes que pagar el
precio. Es nuestra cultura, nuestras costumbres, y lo acepto.
Aceptaré lo que mi rey quiera imponerme.
―¿Cuánto tiempo durará tu cautiverio? ¿Hay un período
de tiempo estipulado?
Maera negó con la cabeza.
―Solo Belial sabe eso.

Cuando llegaron a la pista de aterrizaje, Varcan estaba


esperándoles con un coche para llevarlos al castillo.
Recostado sobre el capó, con los brazos cruzados sobre su
amplio pecho y un tobillo descansando sobre el otro, se le
veía relajado y muy atractivo.
―Así que os habéis dejado engañar y ese brujo astuto os
robó el tridente, ¿no? ―repuso irónico―. ¿Por qué no sois
capaces de hacer las cosas bien si no os hago de niñera?
Entended que no puedo estar en todas partes.
―Cómeme la polla, Varcan ―le soltó Thorne apartándolo
de la puerta del todoterreno y sentándose frente al volante.
―Una tentadora oferta, bror, lamento que los rabos no
sean de mi agrado y no pueda complacerte. ―Le guiñó un
ojo y el vikingo gruñó, enseñándole el dedo corazón.
El guardián de la cicatriz se volvió hacia Sasha y,
agachándose un poco para ponerse a su altura, le preguntó:
―¿Cómo te han tratado, ojazos? ¿Mi hermano ha sabido
darte… todo lo que necesitabas? ―inquirió provocador.
Las mejillas de la artista se sonrojaron.
―También puedes olerlo, ¿no es cierto?
―Si te refieres al aroma de una mujer satisfecha
sexualmente, la respuesta es sí, lo huelo, ojazos.
―Déjala en paz, Varcan ―le pidió Draven tomándola del
brazo y ayudándola a subirse al coche.
―¿Ascuas no viene con vosotros? ―preguntó mirando
hacia el jet.
―Ha preferido ir a San Francisco a explicarle a Mauronte
lo que ha ocurrido ―le contó el celta sentándose en los
asientos traseros junto a Sasha.
―El cuernos va a poner el grito en el cielo ―vaticinó el
guardián de la cicatriz―. Tendremos suerte si después de
esto quiere seguir ayudándonos.
―Deja de joder y móntate de una puta vez en el coche
―le ordenó Thorne arrancando el motor.
―No te impacientes, bror. ―Se sentó a su lado―.
Menudos humos. ¿Cuánto hace que no follas?
El vikingo respondió con un gruñido y aceleró, haciendo
derrapar al todoterreno.
Una hora más tarde, los cuatro llegaban al oculto castillo
donde vivían los guardianes y sus parejas. En cuanto
traspasaron el umbral de la entrada, unas emocionadas
Roxie y Max se abalanzaron sobre Sasha, comenzando a dar
saltitos y gritos de júbilo junto a ella.
―Qué alegría volver a verte ―aseguró la morena.
―He echado de menos nuestras charlas nocturnas ―dijo
la pelirroja.
―No me puedo creer que me hubierais mentido ―les
reprochó―. Aunque tampoco habría sido fácil creer todo lo
que estoy descubriendo en los últimos días.
―Ya no importa, porque ahora tú también formas parte
de todo esto ―repuso Max depositando un sonoro beso en
su mejilla.
―¿Se supone que eso es bueno? ―ironizó la artista.
―Volvemos a estar juntas, eso es lo bueno ―afirmó Roxie
sonriendo.
―¿Puedo unirme al abrazo? ―preguntó Varcan
acercándose con los brazos abiertos.
―¡No! ―exclamaron Roxie y Max a la vez.
El guardián de la cicatriz dejó caer los brazos.
―¿Ya has visto lo mal que me tratan, ojazos?
Sasha soltó una risita.
―Si necesitas un abrazo, yo puedo dártelo ―se ofreció
con amabilidad.
―Ya se lo doy yo ―se adelantó Draven, palmeándole con
fuerza la espalda.
―Vaya, me encanta tu delicadeza, bror ―se quejó Varcan,
frotándose la zona dolorida.
―Déjame presentarte a mi esposo, Sash ―intervino
Roxie, tomando de la mano a su pareja y acercándole a su
costado―. Él es Abdiel Katsaros.
―Un placer conocerte en persona por fin ―la saludó el
líder de los guardianes, estrechando su mano―. Maxine y
Roxanne me han hablado mucho de ti.
―¿Maxine y Roxanne? ―preguntó divertida, sabiendo que
sus amigas odiaban que las llamasen por sus nombres
completos.
―Manías suyas ―le restó importancia la morena,
moviendo una mano en el aire.
El resto de los presentes, a los que no conocía, se
presentaron también, tras lo cual, se sentaron para ponerse
al día.
―¿Y qué se supone que haremos ahora? ¿Buscar a ese
brujo traidor y pedirle por favor que nos devuelva el
tridente? ―enfatizó Ella disgustada cuando terminó de oír el
relato―. Porque empiezo a estar harta de que siempre nos
mantengamos al margen, aguardando a su próximo
movimiento para defendernos. ¿A qué esperamos para
atacar?
―Muy entusiasta, piernas, y tienes toda la razón, es hora
de ir a la guerra ―indicó Varcan aplaudiendo el discurso de
la exbailarina.
―No es tan sencillo, encanto, debemos ser cautos para
no hacer daño a más humanos de los necesarios ―le dijo
Elion.
―Si la puta bruja y sus lacayos consiguen activar el poder
del tridente de Mammon, no solo habrá heridos, sino que
acabaran con todos los humanos ―gruñó Thorne
bebiéndose de un trago el vaso de whisky que llevaba en la
mano.
―No podéis ir a por ellos sin saber cómo actuar, eso sería
como embarcarse en una misión suicida ―comentó Keyla
con preocupación.
―No hay nada que saber, Key, solo ir en su busca y
arrancarles la cabeza. ―En los ojos de la pelirroja
aparecieron destellos amarillos.
―No es tan sencillo, Max, son brujos poderosos ―terció
Roxie con el ceño fruncido.
―Por eso mismo creo que sería inteligente adelantarnos a
sus movimientos ―opinó Draven, que afilaba uno de sus
cuchillos de caza.
―Las prisas nunca fueron buenas, jovenzuelos ―les avisó
Talisa, acariciando con suavidad el lomo de Oráculo.
―De todos modos, aunque decidiéramos atacar primero,
no sabemos dónde encontrarlos ―les recordó Nikolai―. El
hechizo de Roxie para hallarlos no dio resultado.
―Porque no tengo nada personal de Sherezade y eso
complica las cosas ―se lamentó la morena.
―La verdad es que sí lo tenemos ―murmuró Abdiel con
los ojos clavados sobre su mujer―. Ella comparte sangre
contigo.
La aludida tragó saliva y asintió.
―¿Eso quiere decir que estás de acuerdo con que
vayamos a por Sherezade y sus seguidores? ―inquirió Elion
sorprendido. Abdiel siempre era el más cauto de todos ellos.
―Hay que terminar con esta revolución antes de que se
nos vaya de las manos. Además, si el tridente se activase,
nos resultaría casi imposible hacerlo ―se explicó su líder.
Varcan soltó una carcajada.
―¡Ya era hora, joder! ―exclamó besando a su esposa en
los labios, emocionado―. Vamos, culo sexy, haz tu magia y
revélanos donde está la zorra de tu hija.
Roxie le miró con cierta inquina. Por muchas maldades
que hiciera Sherezade, aún le dolía oír hablar así de ella.
―Si finalmente decidís ir a la guerra, dejadme que antes
os inyecte el antídoto que he creado contra el veneno de los
Groms ―les pidió la doctora―. Haría falta poner tres dosis
para que sea del todo efectivo, pero mejor una que nada. Al
menos hará que os curéis, aunque sea de un modo más
lento.
―Bien pensado ―concedió Abdiel.
―Draven ―susurró Sasha que había permanecido callada
hasta entonces―. ¿Sería buen momento para confesar que
me he perdido y no he entendido una palabra de la mayoría
de cosas que habéis dicho? ¿Groms? ¿Qué es eso, una
especie de planta?
Pese a la complicada situación en la que se encontraban,
todos rieron con las preguntas de Sasha.
―Será mejor que te expliquemos todo desde el principio
―dijo Draven guiñándole un ojo.
Capítulo 24

Sherezade estaba en la sala de su nuevo escondite. Esta


vez decidió apropiarse de un bloque de apartamentos de
lujo, camuflándolo con hechizos para que nadie viera salir y
entrar a los Groms y el resto de brujos que colaboraban con
ella.
En aquel momento, el demonio más tocapelotas,
atractivo y peligroso que conocía, cruzaba el umbral de la
estancia y se sentaba en uno de sus sillones como si todo lo
que le rodeaba le perteneciera. Cuando le sonrió con
aquella prepotencia que le caracterizaba, le dieron ganas de
lanzarle un hechizo y dejarlo ciego. ¡No lo soportaba!
Lástima que aún le necesitase.
―Gracias por acudir a mi llamada tan rápido.
Amaronte hizo un leve asentimiento con la cabeza y
apoyó los brazos en los reposabrazos del confortable
asiento.
―¿En qué puedo ayudarte, Sherezade?
―Ha llegado a mis manos un objeto que creo que puede
interesarte.
―¿A mí? ―Enarcó una de sus negras cejas―. Siento
desilusionarte, pero hay pocas cosas en este mundo que me
interesen ya, a no ser que sean las curvas de una mujer
preciosa.
La persa le devolvió la sonrisa.
―¿De veras? ―inquirió tras llamar a Myra.
―¿Tu recadera? ―Hizo una mueca apreciativa―. Bueno,
no diré que no me parece atractiva. ―Recorrió la figura
curvilínea de la rubia―. Aunque no sabía que ahora te
dedicaras a estos menesteres.
―No es lo que estás pensando ―le contradijo la bruja.
―¿Ah, no?
Volvió la mirada con interés hacia la puerta por la que
entró la rubia con algo alargado en las manos y envuelto
con una tela blanca.
―Aquí tienes ―le dijo a Sherezade depositándolo sobre
su regazo.
―Gracias, puedes retirarte ―le ordenó esta.
Myra miró de reojo a Amaro antes de desaparecer de
nuevo.
―Qué misterio ―comentó el demonio divertido―. ¿Vas a
sacar un conejo de la chistera?
―Algo mucho mejor. ―Retiró la tela y le dejó ver el
reluciente tridente―. ¿Qué te parece?
El ceño del demonio se frunció pese a tratar de que la
bruja no notase cambios en su expresión.
―¿Qué haces con eso?
―Es algo que, con la ayuda de los guardianes, he
conseguido ―le explicó.
―Imagino que querrás decir que se lo has robado
―dedujo―. ¿Para qué lo quieres? Hace siglos que no tiene
poder, fue desactivado.
―Sin embargo, puede volver a activarse de nuevo, pero
para ello, necesito tu ayuda.
―¿Quieres que te ayude a devolverle su poder a un
objeto demoníaco tan poderoso como ese? ―Lo señaló con
un movimiento de cabeza―. ¿Para qué? ¿Acaso pretendes
destruir el mundo? ―fingió bromear, aunque en el fondo,
temía que aquella loca acabase con todo.
―Si te refieres al planeta Tierra, la respuesta es no
―respondió mirándolo a los ojos―. No obstante, mi
propósito sí consiste en acabar con el mundo que
conocemos hasta ahora. Con este modo de vivir reprimidos,
ocultos en la sombra, y sí para ello debo tomar el reino
divino, así lo haré.
Amaronte procesó con rapidez todo lo que Sherezade le
reveló.
―Así que quieres terminar con lo que Mammon inició.
―Él se sentía tan frustrado y maltratado como yo. Como
nosotros ―le incluyó―. ¿O acaso vas a negar que piensas
del mismo modo?
Amaro permaneció en silencio. No iba a negarlo, justo por
ese sentimiento, Cyran y él abandonaron al resto de
demonios de su clan y se rebelaron contra la existencia a la
que se les condenó cuando fueron creados.
―¿Y cómo piensas activarlo? ¿Con un abracadabra de los
vuestros?
―En parte, pero me falta algo esencial que solo tú
puedes ofrecerme.
―¿Algo esencial? ―Entonces fue cuando cayó en la
cuenta de que necesitaba su sangre, ya que con sangre de
demonio fue con la que se hizo en conjuro inicial―. Humm,
ya veo. ―Se recostó aún más contra el respaldo del sillón―.
¿Y en qué me beneficia eso a mí?
―Si conseguimos nuestro objetivo, te daría la libertad de
no tener que esconderte nunca más. ¿Te parece poco eso?
Amaro entrelazó los dedos sobre su pecho y alzó ambas
cejas, dándole a entender que aquello no era suficiente para
él.
Sherezade suspiró.
―De acuerdo, hay algo que estoy segura que despertará
tu interés.
―Sorpréndeme.
―Sé dónde está.
―Sabes dónde está, ¿el qué?
―Ella ―dijo sin más.
Ella.
El corazón de Amaronte comenzó a latir con fuerza. Sabía
que se refería a Selene, no existía otra para él. ¡Jamás la
habría!
―No es posible, la he buscado por todas partes y no he
dado con ella.
―Quizá no quería que la encontraras.
Amaro apretó los dientes y se puso en pie, dirigiéndose
hacia la salida.
―¿Esto quiere decir que no vas a ayudarme?
―Quiere decir que mi sangre es demasiado valiosa como
para dártela sin ninguna garantía ―contestó sin volverse a
mirarla―. Dame muestras de que Selene sigue con vida y
será tuya.
Salió del apartamento, bajando las escaleras de dos en
dos. Necesitaba tranquilizarse, ya que el saber que su único
amor podía continuar con vida, le alteró más de lo que quiso
demostrar.
Hacía mucho que no se permitía pensar en ella. Tras más
de cien años buscándola, se dio por vencido y aún odiaba a
su hermano por haberla empujado a huir de él.
¡Se vengaría! Vaya si lo haría. Tarde o temprano daría con
algo que fuera valioso para él y entonces, pagaría por todo
lo que le arrebató.
―¿Qué quería la bruja? ―le preguntó Cyran al salir del
edificio, esperándole recostado contra el deportivo.
―Intercambiar mi sangre por información sobre Selene.
El demonio de los cuernos frunció el ceño.
―¿Selene?
―Sí. ―Pateó una de las ruedas del coche con
frustración―. Selene. ¡Selene!
―No puede ser ―negó con la cabeza―. Movimos cielo y
tierra, se esfumó y dedujimos que murió consumida por los
pecados de los humanos.
―Quizá erramos en nuestra deducción, Cyran. ―Se pasó
las manos por el pelo, desordenándoselo―. Yo qué sé.
―¿Y qué harás? ¿Aceptarás el trato?
―Antes, necesito pruebas de que la zorra no miente.
―No puedo creerlo, ¿ya andas llamando zorra a otra
pobre infeliz que se haya enrollado contigo?
Ambos demonios se volvieron hacia la voz de aquella
rubia, que clavaba sus ojos sobre Amaro con inquina.
―¿Disculpa? ¿Nos conocemos?
La joven se puso en jarras.
―Lo que faltaba. ¿Ahora finges no conocerme? ―inquirió
Daisy furiosa―. Bueno, no sé de qué me sorprendo,
supongo que es tu estilo. El playboy italiano que olvida a las
mujeres con las que se lía en su elegante club. Típico
―espetó antes de alejarse con paso airado.
Los ojos de Amaronte la siguieron hasta que desapareció
de su vista.
―Creo que te ha confundido con tu hermano ―dedujo
Cyran.
―Eso parece ―asintió―. Quiero que averigües más cosas
sobre esa mujer. Dónde vive, cómo se llama, su edad, la
relación que mantuvo con Mauronte. ¡Todo!
―¿Estás pensado en utilizarla contra él?
―Sopeso esa posibilidad.

Sherezade siguió mirando a los demonios a través de la


ventana, mientras subían en el coche y se alejaban de allí.
―¿Crees que va a ayudarnos? ―le preguntó Ronan a
Sherezade, eliminando el hechizo de invisibilidad que le
mantuvo oculto de la vista del demonio.
―Tanto Amaronte como el idiota de su hermano jamás
han podido resistirse a la atracción que sentían por Selene.
Si hay una ínfima posibilidad de obtener información sobre
ella, hará lo que haga falta. Dale unos días para hacerse a la
idea de que está viva y volverá aquí suplicándonos que le
extraigamos la muestra de sangre. ―Sonrió complacida.
―¿Entonces, esperamos a que el demonio vuelva?
―No me gusta perder el tiempo ―repuso girándose hacia
él―. Así que Myra y tú iréis a por el guardián celta.
―¿A por Draven? ―El viajero frunció el ceño―. ¿Para
qué?
―El hechizo que haremos para devolver sus poderes al
tridente está vinculado a su sangre, gracias a los
experimentos que hicieron con él los Berrycloth ―le explicó
con calma―. Además, es lo más cercano a sangre celestial
que tenemos a mano. La Diosa Astrid les dio a los
guardianes su inmortalidad y poderes, haciendo que parte
de su sangre circule por sus venas, como si fueran sus
propios hijos. Es esencial que contemos con ella para poder
acceder al reino de los Dioses.
―¿Y cómo haremos para hacer que Draven caiga en
nuestras manos?
―Eso déjamelo a mí ―respondió Myra apareciendo en la
estancia y mirando a Sherezade con una expresión de
seguridad.
Capítulo 25

Sasha se sentía agotada después de tantas emociones. Se


había vuelto a reencontrar con sus amigas y conocido al
resto de los guardianes que formaban el séquito de la Diosa
Astrid, a sus respectivas parejas y a la carismática Talisa.
Menuda mujer, sin duda, a su edad, le gustaría tener la
fuerza que demostraba ella.
Le pidió a Draven un cuaderno y un lápiz, y este le dijo
que encontraría todo en el escritorio que estaba en su
habitación, y que ella compartiría con él. No tenía sentido
no hacerlo, ya que entre ellos existía algo, aunque aún no
se atreviesen a ponerle nombre.
Cogiendo la libreta y el lapicero, salió a la terraza y se
sentó con las piernas cruzadas en la silla que allí se
encontraba. Hacía muchos días que no dedicaba tiempo a
dibujar y era algo para ella esencial. Necesitaba dejarse
llevar por su arte para desconectar y relajar su mente.
Su mano comenzó a moverse sola, como le ocurría cada
vez que las musas hacían acto de presencia. En su cabeza
visualizaba a una hermosa mujer de cabello dorado y
rasgados ojos grises, su color se asemejaba al cielo
turbulento de San Francisco antes de que se pusiera a
llover.
Continuó trazando líneas, haciendo que el boceto se viera
más real con cada una de ellas. Una vez el dibujo estuvo
terminado, se quedó observándolo y sintiendo que los ojos
de aquella mujer estaban mirándola de verdad.
Entonces, sintiendo una necesidad irrefrenable, no pudo
contenerse de pronunciar: Ibi me ducere.
De nuevo, fue como si aquellas palabras hicieran que
todo a su alrededor se tambalease, hasta arrastrarla a un
templo de mármol y adornos dorados, donde aterrizó de
bruces en el suelo. Allí parecía esperarla la mujer de su
retrato, que la miraba con una sonrisa agradable en su
precioso rostro.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó sintiéndose un tanto
mareada―. ¿Dónde estoy y quién eres tú?
―Estás en mi hogar, Sasha.
La artista se puso en pie con inseguridad y frunció el
ceño.
―¿Nos… nos conocemos?
―Tú a mí no, sin embargo, yo a ti te conozco a la
perfección ―le aseguró acercándose más a ella―. Aunque
puede que hayas oído hablar de mí. Mi nombre es Astrid.
El corazón de la joven se desbocó.
―¿Eres la Diosa que convirtió a Draven y sus hermanos
en guardianes?
La preciosa mujer asintió con lentitud.
―La misma.
―¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ―comenzó a
exclamar sin parar―. ¿Y qué se supone que tengo que hacer
ahora? ¿Me arrodillo, te beso los pies, te juro lealtad? No sé.
―Se retiró el cabello del rostro con sumo nerviosismo―.
¡Eres una Diosa! ¿Cómo se comporta uno en presencia de
una Diosa? ¿Y qué hago aquí? ¿Por qué puedo verte? ¿Acaso
estoy muerta? ―Su rostro empalideció―. ¿He muerto? ¿Es
eso? Seguro que tras tantos sobresaltos he sufrido un
infarto. ―Comenzó a caminar de un lado al otro incapaz de
permanecer quieta―. No me creo que mi final haya sido así,
sin poder despedirme de Draven.
Aquel incesante parloteo divirtió a la Diosa, que alzó una
mano y la posó sobre el hombro de la muchacha para que
se detuviera.
―Debes tranquilizarte ―le ordenó―. No estás muerta y
espero que continúe siendo así durante mucho tiempo.
―¿No lo estoy? ¿Lo dices de verdad? ―insistió para estar
completamente segura.
La Diosa negó.
―Has sido tú quien ha decidido trasportarse hasta aquí, a
través de tu dibujo ―le explicó―. Abriste la puerta, mi
querida llave.
―¿La puerta? ¿Qué puerta? ―Cada vez se sentía más
confusa―. ¿Y por qué me has llamado llave? Todos me
llamáis así y aún no sé el motivo.
―Porque es lo que eres. ¿Aún no lo has comprendido?
―Acercándose más a ella, se agachó para que los ojos de
ambas estuvieran a la misma altura―. Tus dibujos son como
la puerta de entrada al lugar que necesitas ir, y la frase que
pronuncias hace que esta se abra. Hasta ahora, has actuado
por impulso, no obstante, estoy segura de que eres capaz
de redirigir tu don, Sasha.
―¿Redirigirlo? ¿Hacia dónde y de qué modo?
―Hacia lo que necesites ―respondió sonriendo―. Solo
deberás concentrarte en tu objetivo, en lo que te hace falta,
con las suficientes ganas como para que se te revele el
destino que tendrás que plasmar con tu arte. Es esencial
dejarte llevar por el corazón y la inspiración, y confiar en
ello ciegamente.
―¿Confiar? ―suspiró con pesar mirándose las puntas de
sus botas―. ¿Del mismo modo en que confié cuando dibujé
el tridente demoníaco y fue todo un engaño?
―Así es. ¿De verdad ese brujo de segunda te ha hecho
desconfiar de ti misma? ―La tomó por el mentón para que
alzase el rostro―. Eres mucho más poderosa y valiosa de lo
que crees, mi querida niña. Tu don no se puede manipular
por mucho que lo intenten, ya que nace dentro de ti. Los
hechizos no te afectan.
―Pero Ronan dijo…
―Sé lo que dijo, estaba escuchándole ―le aseguró,
interrumpiéndola―. Y se equivocaba. Él no provocó que
dibujaras el tridente de Mammon, era tu destino hacerlo.
―¿Y también que lo robara?
―Todo tiene su razón de ser, Sasha, solo debes tener
paciencia y actuar siempre con el corazón para que cada
pieza se coloque en su lugar.
―No lo entiendo. ¿Qué quieres decir con esto?
―Lo entenderás, solo recuerda que eres la llave y tu
actuación será esencial para que la profecía siga su cauce.
―Tengo una última pregunta.
―Formúlala, entonces.
―¿Por qué durante años dibujé a Draven?
La Diosa sonrió.
―Porque supiste ver quien sería tu alma gemela ―le
explicó―. Cuando creé a mis guardianes, uní sus almas a
las de unas mujeres poderosas y valiosas para que, llegado
el momento de encontrarse, sus cuerpos se reconocieran.
Gracias a tu don, llegaste a reconocerle incluso antes de
haberle conocido en persona. Estabas esperándole, Sasha.
Ahora que ya has obtenido tu respuesta, vuelve junto a mi
guerrero y ámalo como solo tú sabes hacer.
Posando sus labios sobre los de la artista, la devolvió de
nuevo a la terraza donde estuvo dibujando minutos antes.
Sentía la cabeza pesada y un leve mareo hacía que todo a
su alrededor diera vueltas. Se puso en pie un tanto
tambaleante. El bloc y la silla cayeron al suelo haciendo un
estridente ruido.
La puerta de la alcoba se abrió de repente y Thorne
irrumpió en ella con una postura defensiva.
Se la quedó mirando con el ceño fruncido.
―¿Estás bien? ―le preguntó acercándose a ella y
mirando por la terraza, por si hubiera algún peligro allí―.
Pasaba por aquí y oí un ruido.
―La silla. ―La señaló para mostrársela―. Se cayó.
El vikingo relajó la postura.
―De acuerdo, entonces me marcho.
Iba a pasar por su lado para salir de la estancia, cuando
Sasha le cortó el paso y le abrazó.
―Muchas gracias por preocuparte por mí ―murmuró
entre sollozos.
Se sentía emocionada y arropada por todas las personas
que había conocido en los últimos días, y que la trataban
como si fuera una más de la familia.
―¿Qué estás haciendo? ―inquirió Thorne incómodo, sin
saber cómo comportarse ante aquella muestra de cariño.
―Necesitaba un abrazo y tú me pareces muy achuchable,
Thornie.

―¿Thornie? ―espetó con el ceño fruncido―. ¿Qué pollas


es ese nombre?
La artista se separó de él y alzó los ojos para mirarle. Era
tan alto que tenía que levantar mucho la cabeza.
―Es un diminutivo cariñoso. ¿No te gusta?
El vikingo se limitó a gruñir y se retiró un mechón de su
largo cabello de la frente.
―Me pareces una buena hembra y me caes bien, algo
que no puedo decir de muchas personas, así que mientras
nadie te oiga, puedes llamarme cómo te dé la gana
―concedió para sorpresa de la joven.
Sasha sonrió ampliamente y sus ojos se iluminaron.
―Al principio me causabas miedo porque parecías
aterrador siendo tan grandote y estando siempre con
aspecto enfurruñado. Debo admitir que me equivoqué,
tienes el corazón tan enorme como el resto de tu cuerpo.
―No es cierto, pero parece que he sabido engañarte bien
―refunfuñó―. Eres buena para mi hermano, le haces bien
―dijo entonces de sopetón, dejándola descuadrada―. Le
veo más feliz, más relajado. Es como si, de repente, hubiera
dejado de estar a la defensiva y perdonado al género
femenino.
―Thornie, yo… no sé qué decir ―susurró emocionada―.
No puedo negarte que me he enamorado de él. ¡Lo he
hecho! He caído de cuatro patas ―repuso subiendo la voz―.
Y en un descuido se lo declaré a él, que, para mi profundo
bochorno, salió huyendo. Ahora no sé cómo comportarme y
tampoco estoy segura de que le haga tanto bien como tú
dices.
―No dudes de mi palabra ―le exigió―. Conozco a mi
hermano perfectamente, y aunque no estaba preparado
para volver a amar, estoy seguro de que es lo que le está
ocurriendo. Deja que todo fluya y no coartes tus
sentimientos. Solo sé tú misma, eres una cosita dulce e
inocente a la que no se puede resistir, por mucho que lo
intente.
―¿Sabes que eres un consejero sentimental estupendo?
Además, se te da muy bien subirle la autoestima a una
chica. Eres un encanto.
El vikingo gruñó de nuevo.
―No hagas que me arrepienta de que me guste como
eres ―comentó dirigiéndose a la puerta―. Solo tienes un
defecto, aunque vale por mil.
La joven artista, divertida por lo mal que se tomaba los
cumplidos, contuvo una sonrisa.
―En realidad tengo miles de defectos, pero me gustaría
saber a cuál de todos te refieres.
Thorne abrió la puerta y volvió la cabeza hacia ella una
vez más.
―A la tocapelotas de tu hermana. Ese es tu mayor
defecto ―sentenció saliendo de la alcoba.
Sasha se cubrió la boca con la mano y rio. Aquel
grandullón era muy dulce y sensible, aunque preferiría
cortarse un brazo antes de reconocerlo.
¿Qué su único defecto era Jess? Aquello sí era una
agradable novedad.
La puerta volvió a abrirse, aunque esta vez tras ella se
encontraba el hombre al que amaba.
―¿Thorne acaba de salir de aquí? ―inquirió extrañado,
señalando con el pulgar hacia el pasillo.
―Sí, se me cayó la silla y creyó que me había ocurrido
algo malo o que me estaban atacando ―le explicó―. Quería
asegurarse de que estaba bien.
El cazador asintió.
―¿Y lo estás?
―Lo estoy ―afirmó aproximándose a él y dándole un
suave beso en los labios―. Mejor ahora que estás aquí
conmigo.
La mano de Draven subió por su cuello y se posó en su
mejilla.
―Siempre estaré a tu lado, conejita. No te dejaré sola,
pase lo que pase.
―¿Quieres saber algo increíble? ―preguntó con sus ojos
clavados en los masculinos.
―Claro.
―He visto a vuestra Diosa.
―¿Has visto a la Diosa Astrid?
―La dibujé en el bloc y tuve la necesidad de volver a
pronunciar las palabras mágicas que me hacen viajar en el
tiempo y el espacio.
―¿Y que te dijo? ―se interesó.
―Que soy la llave y debo confiar en mi don, puesto que
no es manipulable ―explicó de forma resumida.
―¿Eso quiere decir que Ronan no te manipuló con su
hechizo?
―Eso parece. ―Sonrió de manera tensa―. También…
también me explicó el motivo por el que te he dibujado
durante años.
―Oh, vaya. ―Entrecerró los ojos―. ¿Y cuál era el motivo?
Sasha se sentía bastante insegura.
―Según ella, porque supe reconocerte como mi alma
gemela antes de que nos conociéramos. ―Se encogió de
hombros―. Pero yo no acabo de creérmelo, igual solo son
sus ideales románticos. Quién sabe.
―Almas gemelas ―repitió pensando en ello.
―No te agobies, ya sabes lo grandilocuentes que son los
Dioses ―trató de restarle importancia―. Además, ¿quién
dice que las almas gemelas existen en realidad? Son solo
cosas que se dicen los enamorados para autoconvencerse
de que están con la persona adecuada y que no hay nadie
más en el mundo con quien encajen mejor.
―Eres una autentica caja de sorpresas, conejita ―apuntó
el guardián con cierta guasa―. Nunca hubiera dicho que
eras una cínica.
―No lo soy ―negó con firmeza.
―Entonces, ¿a qué viene este discurso tan pesimista
sobre el amor?
Bajando los ojos al suelo, suspiró.
―Está bien, no es lo que realmente pienso, ¿contento?
―reconoció―. Creo en el amor verdadero y las almas
gemelas. Soy una tonta soñadora y romántica, pero tenía
miedo que al explicarte lo que me dijo la Diosa, salieras
huyendo de nuevo.
―Ahí está, la sinceridad que te caracteriza y que
empezaba a echar de menos. ―Sonrió de medio lado.
―¿Y te gusta? ―Respiró hondo armándose de valor―.
Más bien, quería preguntarte si te gusto yo. Y no me refiero
a físicamente, sino a algo más profundo.
El celta se quedó pensando en ello.
¿Le gustaba Sasha? Eso era innegable, claro que le
gustaba, y no solo se quedaba ahí, la cosa iba más allá. Se
había enamorado de ella y sería muy estúpido que siguiera
negándoselo.
―No me gustas, Sasha ―aseveró―. Te amo, que no es lo
mismo.
La joven abrió la boca sin saber qué decir. Aquella
declaración sí que no se la esperaba.
―Entiendo que mi reacción cuando tú me confesaste que
me amabas fue una cagada y que te confundiera, pero no
esperaba encontrarme a una mujer como tú, en la que
pudiera confiar y a la que admirar.
―¿Me amas? ―repitió algo aturdida.
―Te amo tanto que no puedo quitarme de la cabeza la
idea de beber de ti y marcarte como mi pareja de vida.
Deseo unirme a ti para siempre ―continuó diciendo
Draven―. Sin embargo, es algo que solo depende de ti.
Jamás haría que nos uniéramos sin tener tu pleno
consentimiento.
La artista sabía lo que era la marca, porque Roxie y Max
se lo explicaron hacía unas horas. Era un compromiso muy
grande y de por vida, por lo que era necesario meditarlo
bien. Aunque, por otro lado, sentía dentro de ella que estar
unida a aquel hombre durante toda la eternidad era justo lo
que necesitaba y a lo que estuvo destinada siempre.
«Almas gemelas», rememoró mentalmente las palabras
de la Diosa.
―Quiero que lo hagas, Draven ―proclamó segura de
ello―. Quiero convertirme en tu pareja de vida y que tú seas
la mía. Te quiero para siempre junto a mí.
El guardián la besó con avidez y Sasha cerró los ojos al
sentir aquel contacto, dejándose llevar por el torrente de
emociones que la embargaban. Cuando los dos estaban
juntos, miles de corrientes eléctricas parecían recorrer sus
cuerpos.
Draven enmarcaba el bonito rostro de la joven con sus
manos sin dejar de asaltar sus labios con desesperación, lo
que hizo gemir a Sasha, que se apretó más contra su duro
cuerpo.
Sin interrumpir los besos y explorando sus cuerpos con
avidez, se fueron aproximando a trompicones a la cama. Se
desnudaron mutuamente de forma acelerada, pues el calor
que emanaba de sus cuerpos les empujaba a hacerlo.
Ansiaban sentirse y saborearse, lo querían todo el uno del
otro.
Cayendo sobre el colchón, Sasha se subió a horcajadas
sobre él, ofreciéndole sus generosos senos, que el guardián
no se demoró en lamer y mordisquear, haciéndola gemir
enloquecida.
Ambos estaban en llamas, como si hubieran descendido
al mismísimo infierno del placer.
Devorándola con la mirada encendida, Draven fue
descendiendo por su cuerpo, besando cada resquicio de piel
expuesta que encontraba a su paso. Cogiéndola por detrás
de las rodillas, la obligó a abrir las piernas, enterró su
cabeza entre ellas y clavó sus dientes en la cara interna de
su firme muslo.
Sasha jadeó y arqueó su espalda, aferrándose con fuerza
a las sábanas.
El celta bebía aquella deliciosa sangre, de la que, a partir
de aquel momento, se alimentaría toda su inmortal vida,
cosa que le hacía sentir muy satisfecho.
Desclavó sus colmillos de su tierna carne y lamiendo la
zona, cerró las heridas. Entonces tomó su miembro en la
mano, lo colocó en la entrada del sexo femenino y la
penetró de una sola y certera estocada.
Sin dejar de mirarse a los ojos, Draven fue moviéndose
sobre ella, haciendo que su conexión fuera cada vez mayor.
―¿Sigues estando segura de esto? ―le preguntó de
nuevo―. Podría detenerme si fuera lo que tu quisieras. Aún
estás a tiempo de echarte atrás.
―Nunca he estado más segura de nada en toda mi vida
―aseveró, sonriendo con dulzura y en sus claros ojos se
reflejó el enorme amor que sentía por él.
El celta le devolvió la sonrisa antes de lamer su garganta
y clavar sus colmillos ahí, a la vez que continuaba
haciéndole el amor.
Colocó sus grandes manos a ambos lados de su cabeza
para lograr que sus movimientos fueran más salvajes y
profundos, conduciéndolos a los dos al borde del orgasmo.
Desclavó sus dientes, relamiéndose los restos de sangre
que quedaban en sus labios.
―Muérdeme, Sasha ―le rogó girando el rostro para
ofrecerle su yugular―. Aliméntate de mí.
No hizo falta que se lo pidiera dos veces, ella también
estaba deseosa por saborearle, así que haciendo lo que
sentía por instinto, clavó sus colmillos en él, degustando por
primera vez en su vida la sangre del que sería por siempre
su pareja.
Draven gruñó complacido al notar el ansia con la que la
joven succionaba su sangre. Aquello los impulsó a los dos a
precipitarse hacia el clímax, sintiendo que la unión entre
ellos iba tejiéndose con hilos irrompibles.
La marca estaba completa, eran pareja de vida y se
amarían por toda la eternidad, cosa que a ambos les hacía
tremendamente dichosos.
Capítulo 26

A la mañana siguiente, cuando despertó, Sasha se sentía


cargada de energía, como si de repente se hubiera tomado
un chute de multivitaminas sobrenaturales. Estaba segura
de que todo era a causa de la marca.
No había ni rastro de Draven en la habitación, así que
supuso que la dejó dormir y descansar cuando él se levantó.
Salió de un salto de la cama y se encaminó al baño. Tras
darse una relajante ducha, fue hacia la cómoda, donde la
noche anterior colocó la ropa que las chicas le prestaron.
Tomó un tejano y una sencilla camiseta blanca, algo más
ajustada de lo que ella solía llevar. Después se puso unas
deportivas blancas, era lo más cómodo para su tobillo
dolorido.
¿Dolorido?
En ese momento se dio cuenta de que el dolor constante
que sintió las últimas horas en aquella zona había
desaparecido. Movió el pie hacia un lado y hacia otro,
estaba perfecto.
―¡Impresionante! ―murmuró fascinada.
Feliz, salió de la alcoba y bajó hasta el salón esperando
ver a alguien por allí, sin embargo, estaba desierto.
―Están en el laboratorio ―dijo una voz a sus espaldas,
sobresaltándola.
Dio un respingo y se giró de golpe, viendo a la pequeña
vidente.
―Dios, me has asustado ―repuso con una mano sobre el
pecho.
―No era mi intención, jovenzuela ―se disculpó Talisa,
alargando una mano para aproximarse a ella.
Sasha, con presteza, la tomó. Pudo apreciar cómo los
opacos ojos de la anciana se alzaban al techo, como si
estuviera en una especie de trance, tras el cual, sonrió.
―Eres una chica muy linda, polluela ―afirmó con mucha
seguridad―. No obstante, debes desprenderte de la
sensación de que no eres lo suficiente buena para ser
admirada y amada. Lo que te hizo tu exprometido dice
mucho más de él, que de ti. La traición deja cicatrices en
nuestra alma, pero no debemos permitir que eso nos
condicione.
―¿Cómo… cómo sabe lo de Kyle?
―Veo cosas, niña, incluso alguna que ni tú misma sabes
que está ahí ―le explicó―. Tienes que desprenderte de la
autocompasión y el resentimiento, y perdonarla.
Sin necesidad de que dijera su nombre, Sasha supo que
se refería a su hermana.
Negó con la cabeza.
―No… no creo que pueda hacerlo. Jess siempre fue mi
referente, la persona a la que acudía cuando me sentía sola
o triste ―expresó con un nudo en la garganta―. Su traición
fue peor que la de Kyle. Me destrozó.
―Nunca le diste la opción de explicarse.
―No veo qué iba a cambiar. ―Su mentón temblaba por la
congoja que sentía―. Lo esencial fue que se estaba
acostando con mi prometido a mis espaldas. Lo demás ya
no importaba, ¿no crees?
―Las cosas no siempre son blancas o negras, existen
diferentes escalas de grises, polluela. Además, si no cierras
ese capítulo de tu vida, nunca serás feliz del todo. Hablar
con ella te hará mucho bien ―le aconsejó antes de soltar su
mano y alejarse, seguida de su inseparable gato negro.
La joven se la quedó mirando unos segundos más hasta
que desapareció de su vista. Aquella mujer le ponía los
pelos de punta porque parecía poder leerle el alma.
Sacudió la cabeza y se encaminó hacia las escaleras que
conducían al laboratorio que estaba situado en el sótano,
como le explicaron la pasada noche.
Allí se encontraban todos los guardianes, a los que Keyla
les estaba administrando el antídoto que ella misma creó.
También estaban Roxie, Max y Ella, que se le acercaron con
unas sonrisas dibujadas en el rostro.
―¿Cómo has dormido, Sash? ―le preguntó la morena,
antes de abrazarla.
―¿Cómo va a dormir? A pierna suelta a juzgar por el olor
a sexo que desprende ―señaló la cantante guiñándole un
ojo, traviesa.
―¡Max! ―la regañó Sasha, enrojeciendo.
―No solo sexo ―continuó diciendo Ella―. Puedo oler la
marca de los guardianes en ella.
―Era evidente que eso iba a suceder. Las hembras os
pierden a todos ―les echó en cara el vikingo a sus
hermanos.
―¿A ti te pierden los machos, bror? ―ironizó Varcan
lanzando un mordisco al aire cerca de él.
―No me toques los cojones, capullo ―rugió el vikingo.
―No me digas guarradas, que me pones cachondo
―bromeó el guardián de la cicatriz, ganándose un empujón
que le hizo echarse a reír.
―Sabía que tu dicho de «sin corazón no hay revolcón»
seguía en pie ―proclamó Max con una sonrisa radiante.
―¿Podéis dejar de hablar de nuestra vida íntima? ―les
pidió Draven, al que acababan de inyectar el antídoto,
acercándose a su pareja―. ¿Estás bien? ―le preguntó con
ternura.
Sasha, mirándole a los ojos y sintiendo la nueva
complicidad que ahora les unía, asintió.
―Mejor ahora que te tengo enfrente.
―¡Qué bonito! ―exclamaron Max y Roxie al unísono.
―Por aquí destilan miel por los poros ―repuso Varcan con
guasa.
La pareja, sin prestar atención a nada de lo que ocurría a
su alrededor, se besó en los labios.
Sasha se sintió emocionada de poder volver a tener una
relación de pareja después de tanto tiempo. En especial,
con aquellos nuevos sentimientos tan intensos que estaba
experimentando.

Llegaron a San Francisco. En concreto, al club de Mauro,


donde este les esperaba junto a Maera. Solo Keyla y Talisa
se quedaron en Irlanda, rezando porque todo saliera bien.
―No tenemos tiempo que perder ―les dijo en tono serio
nada más verlos―. Azazel ha llamado diciéndome que algo
va a ocurrir. En la ciudad está habiendo movimientos
extraños por parte de los brujos. Además, han venido
muchos otros que no pertenecen a la ciudad.
―¿Percibís si Sherezade ha conseguido activar el
tridente? ―le preguntó Abdiel, sabiendo que los demonios
eran capaces de percibir los objetos demoniacos y su poder.
―Aún no, pese a que no descarto que puedan hacerlo
―dijo Mauronte entre dientes, furioso.
―Si eso sucede, nos pondrá las cosas difíciles ―comentó
Nikolai.
―¿Difíciles? Que una bruja vengativa active un tridente
que incluso atenta contra la vida de los Dioses, ¿solo te
parece difícil? ―inquirió Varcan, sarcástico―. Eres muy
optimista, hermanito. Muy optimista.
El guardián ruso puso los ojos en blanco.
―Puede que deban activarlo ―se atrevió a intervenir
Sasha.
―¿Qué estás diciendo? ―espetó Mauro con el ceño
fruncido―. Si consigue activarlo, será el fin de todo.
La artista dio un paso atrás un tanto intimidada.
―La Diosa Astrid le dijo que debía dar con el tridente
―explico Draven tomándola por los hombros para que
supiera que mientras estuviera con ella, no tenía nada que
temer.
―¿Cuándo ocurrió eso? ―preguntó Elion.
―Anoche ―respondió la joven.
―No lo entiendo ―repuso Ella―. ¿No se supone que ese
brujo viajero te manipuló con un hechizo?
―La Diosa me aseguró que mi don no podía manipularse.
―¿Y vamos a jugárnoslo todo, tan solo fiándonos de tu
palabra? ―espetó Maera cruzándose de brazos.
―Yo confío en ella ―se apresuró a decir Max, situándose
junto a su amiga.
―Yo también ―concordó Roxie.
―Por mucho que me pese, coincido con las hembras
―admitió el vikingo.
―La Diosa siempre nos ha ayudado… a su manera
―intervino Draven.
―Está claro, todos creemos y apoyamos a ojazos, que se
ha convertido en la chica más popular del recreo ―bromeó
el guardián de la cicatriz.
―¿Para ti todo es un jodido chiste? ―le reprendió Ella con
los brazos en jarras.
―Todo menos el sexo, piernas. Eso me lo tomo muy, muy
a pecho ―aseguró guiñándole un ojo y haciendo que
pusiera los ojos en blanco.
Abdiel se puso frente a la artista, mirándola con sus
extraños ojos color turquesa.
―Si es cierto lo que dices, espero que estemos
preparados para lo que el destino haya deparado para
nosotros, porque ante el poder del tridente de Mammon, lo
vamos a necesitar.

Llegaron al centro de la ciudad, donde Azazel les


esperaba. Puso al día a Abdiel y a Mauro, mientras el resto
permanecían alerta a cualquier movimiento sospechoso.
―¿Sasha, eres tú? ―preguntó una voz masculina a
espaldas de la artista―. Claro que eres tú. ¡Cuánto tiempo!
La joven se volvió lentamente, con los ojos muy abiertos
y el corazón desbocado.
―Kyle ―murmuró viendo su rostro por primera vez, desde
el día que le abandonó en el altar.
―Que alegría. ―La abrazó con efusividad―. He pensado
muchas veces en llamarte para disculparme contigo.
―¿Hola? ―Draven tomó a Sasha del brazo y la apartó de
él―. ¿Qué ocurre aquí?
Kyle le miró frunciendo el ceño.
―¿Tú quién eres?
―Soy su pareja. ¿Y tú? No serás el gilipollas que la dejó
escapar, ¿verdad? Porque si es así, debo darte las gracias
por ser tan estúpido.
―¡Draven! ―se escandalizó la joven por su cruda
sinceridad.
―No, tranquila ―la calmó su exprometido―. Tiene razón,
fui un idiota. No supe valorarte como debía, cuando me di
cuenta, ya era demasiado tarde. Espero que puedas
perdonarme por lo que te hice.
Aquella confesión consiguió que Sasha se quedara
paralizada. Jamás esperó oír esas palabras y sintió que
escucharlas era como un bálsamo que sanaba una herida
que no era consciente de que aún sangrara.
―Te perdono, Kyle, estoy cansada de guardarte rencor. Es
demasiado agotador.
El hombre sonrió y asintió con la cabeza.
―Ojalá tengas una vida muy feliz ―le deseó―. Cuídala
mucho, es extraordinaria ―le solicitó al guardián.
―Así lo haré ―le aseguró este, sintiendo una renovada
admiración por él, dado el modo en que reconoció sus
errores. Hasta entonces, solo lo vio como un gusano
asqueroso, ahora, al menos, lo respetaba un poco.
―Adiós, Sasha ―se despidió―. Y pídele disculpas
también a tu hermana de mi parte.
―¿Qué? ―Le detuvo tomándole por el brazo―. Un
momento, ¿por qué debería pedirle disculpas a Jessica?
―Por engañarla también. Cuando la conocí, le oculté que
estaba prometido. Al enterarse y saber que eras tú mi
prometida, se le vino el mundo encima. Me dejó al instante
y me pidió que no te dijera nada, lo último que quería era
lastimarte. Sin embargo, unos días antes de la boda me dijo
que tenía dudas, que no podía permitir que nuestro enlace
se irguiese sobre una mentira. Yo le pedí que me dejara
decírtelo a mí, con la esperanza de que, de ese modo,
pudieras perdonarme, pero era un cobarde, no me veía
capaz de sentarme frente a ti y confesarte que me estuve
acostando con tu hermana.
Sasha sintió que le faltaba el aire.
―Por eso Jess interrumpió la ceremonia, no quería que
cometiera el mayor error de mi vida ―susurró sobrepasada.
―Sé que fue una situación embarazosa y yo fui el único
responsable.
Se volvió hacia el guardián y le tomó por la camiseta con
desesperación.
―¿Sabes lo que eso significa, Draven? He sido muy
injusta con mi hermana.
―No sabías la verdad, pero aún estás a tiempo de
arreglarlo ―trató de tranquilizarla―. Cuando todo esto
acabe, podrás disculparte con ella.
―Lamento si por mi culpa os distanciasteis.
―Fuiste un cerdo egoísta y miserable ―le echó en cara
moviendo su dedo índice frente a su rostro―. Lo mejor que
pudo pasarme fue no casarme con alguien como tú.
―Lo sé ―asintió agachando la cabeza con verdadero
arrepentimiento.
―De todos modos, voy a perdonarte, y no lo hago por ti,
sino por mí misma. No voy a cargar por más tiempo con la
losa del resentimiento que pesa sobre mis hombros.
―De nuevo, gracias, valoro mucho tu perdón. Ahora
tengo que irme.
―Adiós, Kyle.
Sonrió y retomó de nuevo su camino. Sasha lo observó,
sin recordar lo que sintió por él en otra época de su vida.
―Parece que ha aprendido y evolucionado ―comentó el
guardián pasando un brazo sobre los hombros de la joven.
―Me alegro por la próxima chica que forme parte de su
vida. ―Suspiró recostándose contra él.
Y fue entonces cuando el caos estalló. Kyle cayó hacia
atrás con los ojos abiertos y sin vida, al igual que otros
humanos que caminaban a su lado.
―¡Kyle! ―gritó Sasha queriendo ir a socorrerle.
―No, es peligroso.
Draven la retuvo y la colocó a sus espaldas. A su
alrededor los guardianes y los demonios luchaban contra
algunos brujos, mientras que Ella mantenía a los Groms a
raya.
La artista llegó a atisbar al brujo viajero de lejos,
acompañado por la bonita rubia que conoció en su viaje al
pasado.
―¡Ronan está allí! ―Señaló hacia el coche donde se
encontraba subido.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia otro vehículo que su
dueño dejó abandonado en medio del caos.
―¿Qué haces, Sasha? ¿A dónde crees que vas? ―inquirió
Draven asomándose por la ventanilla del copiloto.
―No voy a dejar que escape, robó el tridente.
―No puedes perseguirlo tú sola.
―Pues vente conmigo ―le pidió.
―No es buena idea que nos separemos, ese no era el
plan. Pueden conducirnos a una trampa.
―¿Vienes o no? ―gritó desesperada.
―¡Joder! ―maldijo antes de subirse al coche.
―¿Os vais sin mí? ―Thorne se metió en la parte trasera
del monovolumen.
Sasha arrancó el coche, pisó a fondo el acelerador y
empezó a seguir al otro vehículo donde iban los brujos.
Hacía mucho tiempo que no conducía, por lo que sus
volantazos eran bruscos y torpes.
―¡Mierda! ―rugió el vikingo agarrándose al asiento
delantero―. ¿Quieres que nos estrellemos?
―Perdón, no estoy acostumbrada a conducir.
―No hace falta que lo jures ―murmuró Draven, que, a
causa de un giro violento, acababa de darse un cabezazo
contra la ventanilla.
―¡No me pongáis nerviosa, hago lo que puedo!
―exclamó alterada.
―Se han detenido ―dijo Thorne señalando hacia el
almacén al que entraban los brujos.
―Vas demasiado rápido, Sasha, reduce la velocidad ―le
aconsejó el cazador―. ¡Nos estrellaremos!
Sin pensar, emitió un chillido, soltó el volante y se cubrió
la cara con las manos. Draven, viendo que iban a
estrellarse, tomó el freno de mano para detener el coche en
seco.
―Eres una inconsciente ―le reprochó.
―No parabais de gritarme, me he colapsado ―se
justificó.
―Por eso nunca me monto en un coche con hembras al
volante ―bufó el vikingo saliendo de él y abriendo la puerta
del conductor para ayudar a la joven a hacer lo mismo.
―Han entrado a ese almacén ―certificó Draven
acercándose a la puerta cerrada.
―Pues ¿a qué esperamos? ―repuso Thorne derribando el
portón de una patada.
Inició la marcha hasta dentro de la nave industrial, en la
que no parecía haber nadie.
―Mantened los ojos abiertos, puedo oler a brujo ―les
advirtió el celta, colocándose muy cerca de la artista para
poder protegerla.
Oyó como un cuchillo cortaba el aire y haciendo mano de
sus reflejos, lo detuvo al vuelo. Fue la señal para que un
grupo de brujos se abalanzaran sobre ellos emitiendo
alaridos de guerra.
―¡Ve hacia allí! ―le ordenó el celta, señalando a un
rincón medio escondido entre dos estanterías.
Sasha se apresuró a hacerlo. Tomo un tablón de madera
que se encontraba por allí tirado y se acurrucó en el suelo,
con el corazón en la garganta.
Los guardianes seguían peleando con los brujos y un
grupo de Groms que se unieron a ellos. Uno de aquellos
brujos se desvió del grupo, acercándose a ella, que se irguió
con el tablón en alto.
―Aléjate, no quiero hacerte daño.
―¿Daño? ―río el hombre alzando el cuchillo y
consiguiendo herirla en el brazo.
Sasha emitió un grito de dolor y armándose de valor,
respiró hondo antes de correr hacia él y golpearle en la
cabeza, haciéndole caer al suelo sobre un charco de su
propia sangre.
Otro brujo que estaba cerca se apresuró a hacerse con el
cuchillo, como si pretendiera atacarla. No obstante, la miró
con desconfianza y se alejó tan rápido como había
aparecido.
―Bien hecho, conejita ―la felicitó Draven, arrancando la
cabeza a uno de aquellos engendros sin pelo.
Esa visión consiguió que Sasha se doblara en dos y
echara todo el contenido de su estómago.
―¡Tratan de escapar! ―espetó el cazador.
―Iré a por ellos, tú quédate con tu mujer ―dijo Thorne
persiguiéndoles.
Draven se arrimó a Sasha y le retiró el cabello que caía
sobre su rostro.
―¿Estás bien?
―No puedo ver todos esos cuerpos desmembrados
―repuso sintiendo otra arcada.
―Vámonos de aquí.
Sin soltarla, la condujo fuera del almacén, donde la artista
tomó una gran bocanada de aire fresco. Aún tenía ganas de
vomitar.
―No estaban ―se lamentó―. ¡Ronan y Myra no estaban!
―Seguramente fueron un señuelo para tendernos una
trampa y que su grupo de brujos y engendros nos atacaran.
―He golpeado a un hombre y creo que lo he matado
―sollozó superada por la situación.
―Estoy orgulloso de ti, conejita. Has sabido defenderte.
Ella alzó sus enormes ojos hacia él.
―¿Ahora también soy una supermujer? ―preguntó
haciendo una especie de puchero―. Porque no sé de dónde
he sacado tanta fuerza, si no es porque me la hayas
contagiado, como una especie de venérea.
Draven rio.
―Siempre has sido una supermujer, solo que ahora más
fuerte, rápida e inmortal ―declaró antes de besarla como
llevaba tiempo queriendo hacer.

Tras muchos días dándole vueltas al tema, Amaro decidió


que si existía una ínfima posibilidad de poder encontrar a
Selene, iba a aprovecharla, aunque con eso pudiera darles
armas a Sherezade y su ejército de brujos chiflados.
Cyran no estaba muy de acuerdo con su decisión, de
todos modos, conocía el tipo de amor que su amigo sentía
por la demonio desaparecida, por lo que no podía culparle
por querer hallarla.
―Sabía que volverías ―comentó Sherezade cuando le vio
aparecer.
―¿Acaso ahora eres vidente? ―repuso mordaz.
―Solo intuitiva ―respondió enarcando una ceja―.
Imagino que tu presencia aquí significa que aceptas el trato,
¿cierto?
―Así es, aunque antes de darte una sola gota de mi
preciada sangre, quiero cerciorarme de que la información
lo vale.
―Ese no era el trato.
―O lo tomas o lo dejas, bruja, tú decides ―aseveró,
haciéndole saber que no aceptaría otra cosa.
Sherezade se quedó meditándolo unos segundos antes de
asentir.
―De acuerdo, lo haremos como propones.
―Soy todo oídos.
―Selene no está muerta ―comenzó a decir la mujer con
calma―. Ni desapareció de manera voluntaria.
―¿Cómo es eso posible? ―se extrañó Amaronte―. Moví
cielo y tierra, interrogué a todos nuestros enemigos y usé
técnicas de tortura con las que habrían vendido a su madre
si hubiera sido necesario. Si alguno de ellos la tuviera, lo
sabría.
―Quizá te centraste en el lado equivocado ―declaró
Sherezade―. Puede que los enemigos no tengan nada que
ver y el peligro siempre hubiera estado más cerca de lo que
crees.
Aquello desconcertó al demonio.
―¿A quién te refieres? ¿Es a mi hermano? ―Se acercó a
ella y la tomó por los hombros, zarandeándola―. ¡Contesta!
―Dame tu sangre y te lo diré ―enfatizó la bruja.
―Estoy tentado a matarte.
―Hazlo y nunca sabrás la verdad.
Amaronte maldijo entre dientes y la soltó.
―Vale, sángrame, jodida sanguijuela. ¡A qué esperas!
Se sentía desesperado e impaciente.
Cyran, que hasta entonces se mantuvo al margen, se
colocó al lado de su amigo para demostrarle a la bruja que,
si intentaba algo, él estaría allí para protegerle.
―Me alegro de que seas razonable ―comentó Sherezade
sonriendo.
Hizo un gesto a un brujo que estaba en la puerta y este
entró con una jeringa y varios tubos para llenarlos con la
sangre demoníaca.
―Ahora, habla ―le ordenó cuando su sangre comenzó a
fluir fuera de su cuerpo.
―Siempre pensaste que vuestros enemigos, o los de
Selene y su familia, pudieron hacer algo en contra de ella.
No obstante, nunca te paraste a pensar en que el más
interesado en hacerla desaparecer era justo quien más
decía quererla.
―Mauronte no lo hizo ―Amaro negó con la cabeza―. Si
hubiera sido así, yo lo sabría. Le vigilé a conciencia durante
años. Es imposible…
―No me refiero a tu hermano ―le interrumpió.
―Entonces a qué… ―De repente se detuvo, cayendo en
la cuenta de que existía otra persona que quería a Selene
tanto como ellos―. ¿Belial?
―Creí que nunca te darías cuenta.
―¿Insinúas que Belial la ha mantenido retenida todo este
tiempo?
―No lo insinúo, lo sé.
―¿Cómo?
―¿Cómo lo sé? ―Amaronte asintió―. Tengo un contacto
dentro de su corte real.
―¿Y es fiable? ―insistió―. Porque si decido que lo que
dices es cierto, haré lo que sea necesario para liberarla,
aunque conlleve iniciar una rebelión contra la corona.
―Es de fiar, aunque puedo comprometerme a darte una
prueba más tangible. ¿Te parece bien?
―Me parece que, si lo haces, te deberé una muy gorda.
Capítulo 27

Una vez que estuvieron de nuevo en el club Pecado, Nikolai


llamó a Keyla para asegurarse de que estaban bien. No se
fue tranquilo sabiendo que Talisa y ella se quedaban solas.
Tanto los guardianes como los demonios no entendían
qué sentido tuvo aquel ataque, en el que, por desgracia,
murieron bastantes humanos.
―Creo que tiene que ver con que, de nuevo, hayan
muerto trece brujos ―apuntó Elion.
―Han creado doce revueltas y si tus suposiciones son
ciertas, habrá una última para activar el tridente o lo que
sea que se proponga Sherezade ―observó Abdiel.
―¿Qué es eso de las trece muertes? ―preguntó Draven,
que no estaba informado de esa teoría.
―Elion se percató de que, en todas las revueltas, cada
una organizada en diferentes puntos místicos, murieron
siempre trece brujos ―le explicó Nikolai con calma―. El
trece es un número mágico que tiene mucha fuerza para
hacer hechizos.
―Por eso aún esperamos un último baile, bror ―comentó
Varcan.
―Pues creo que el baile queda cancelado, porque ya han
conseguido su objetivo de matar a trece brujos en trece
puntos místicos diferentes.
Sasha abrió mucho los ojos.
―Te refieres a…
―Sí, a eso mismo.
―¿Podéis compartir con los demás de lo que estáis
hablando? ―inquirió Ella, impaciente.
―Para que pudiéramos volver a esta época, trece brujos
crearon un círculo mágico en torno al altar donde
estábamos situados ―les contó el cazador―. Justo antes de
ser engullidos por la magia creada en torno a nosotros, un
rayo cayó sobre ellos, provocando sus muertes.
―¿Estás seguro de que eran trece? ―insistió Roxie.
―Completamente seguro ―asintió Draven.
―Parece que eso quiere decir que ya no nos queda casi
tiempo para pensar qué vamos a hacer ―suspiró Abdiel, sin
dejar de darle vueltas a la cabeza. Tenían que pensar un
plan cuanto antes.
Las chicas, cansadas de tantas conjeturas, decidieron
abandonar el sótano e ir a la barra a tomarse algo. Maera
les sirvió unos mojitos, que, por cierto, le salían de muerte.
―He matado a una persona ―repetía por enésima vez
Sasha, aún en shock.
―La primera vez siempre es complicado. ―Roxie la tomó
por los hombros y depositó un beso en su mejilla.
―La primera y la última, no voy a volverme una asesina
―repuso escandalizada.
―Siento desilusionarte, bonita, pero en este mundo
tienes complicado cumplir esa promesa ―comentó Ella
bebiendo un sorbo de su cóctel.
―Matar en defensa propia no cuenta ―afirmó la
pelirroja―. Es la ley de la supervivencia, solo sobrevive el
más fuerte.
―¿Qué dices, Max? ―La miró con los ojos muy abiertos―.
Te has vuelto una salvaje.
―Más bien una bestia. ―Se encogió de hombros y le
guiñó un ojo, juguetona.
La artista puso los ojos en blanco.
―¿Por qué no hablamos de algo más animado, como por
ejemplo, de sexo? ―sugirió Maera, pícara―. ¿Qué tal es
hacerlo con un guardián? He estado con muchas criaturas,
aunque nunca con un guerrero de la Diosa Astrid.
―Supongo que eso dependerá de cada uno de ellos
―convino Roxanne―. Yo no tengo ninguna queja, con Abdiel
me siento completamente satisfecha.
―He de reconocer que yo no he tenido mejor sexo en
toda mi vida ―soltó la pelirroja a bocajarro―. Mi chulito es
un bocazas, pero un amante excepcional. Hace unos
cunnilingus que te dejan los ojos en blanco.
―¡Max! ―la regañaron Roxie y Sasha entre
escandalizadas y divertidas.
―Elion y yo también nos compaginamos muy bien en ese
terreno ―repuso Brunella―. A los dos nos va la caña.
―¿Y qué hay de ti, linda? ―inquirió la demonio
dirigiéndose a la artista―. ¿Cómo ha sido acostarte con un
buenorro como Draven? Tu aura destila tanta inocencia que
es como si fueras una dulce virgen.
―Hombre, virgen no era, pero sí es cierto que tenía poca
experiencia en ese terreno. Además, llevaba tres años sin
hacer el amor con nadie.
―¿Y? ―insistieron las otras cuatro al unísono.
―¿Alguien os ha dicho que sois unas cotillas?
―Sí, tú ahora mismo ―respondió Max de forma
apresurada―. Al grano, ¿cómo ha sido abandonar tu larga
abstinencia?
―Ha sido… ―guardó silencio y una sonrisa tímida se
dibujó en su rostro―. Ha sido increíble. Draven es un
hombre respetuoso, tierno y apasionado. Se preocupa
mucho de mi bienestar y de que disfrute.
―Así que viste fuegos artificiales ―comentó Roxie feliz
por ella.
Todas, incluida la aludida, se echaron a reír.
Envalentonada por aquel ambiente distendido, se animó a
seguir hablando.
―¿Fuegos artificiales? Fue como un meteorito
estrellándose contra mí. Jamás disfruté tanto de un
encuentro íntimo. ¡Que digo encuentro íntimo! Aquello fue
un señor polvo, el rey de todos los revolcones. ¡Follamos
como unos salvajes! ―alzó la voz para enfatizar esta última
frase.
Cuando terminó su improvisado discurso sexual, miró a
sus amigas, que tenían la vista clavada tras ella y parecían
contener la risa.
«No, no, no», repetía en su cabeza una y otra vez. «Que
no sea lo que estoy pensando»
―Están detrás de mí, ¿verdad?
―No sabía que fueras tan entusiasta, ojazos ―ironizó
Varcan a sus espaldas.
Cerró los ojos con fuerza.
―Tierra trágame.
―No tienes nada de que avergonzarte, conejita ―afirmó
Draven besándola en los labios―. Si soy un Dios del sexo,
se dice y punto.
Sasha le dio un manotazo en el pecho, sintiendo que las
mejillas le ardían.
―¡Idiota!
Contra todo pronóstico, Thorne se carcajeó de nuevo,
haciendo que los demás se volvieran a mirarle,
sorprendidos.
―¿Eso ha sido una risa? ―inquirió Elion divertido.
―Y no es la primera que suelta en las últimas horas ―les
informó Draven.
―Esto es lo más inesperado que he visto en años
―comentó Mauro―. El gigantón riendo. Ver para creer.
―Quizá por fin haya echado un polvo en condiciones, del
tipo que describe la ojazos ―bromeó el guardián de la
cicatriz.
El vikingo gruñó molesto y Sasha, levantándose del
taburete, se puso frente a él.
―No os metáis con Thornie, es muy sensible y vuestros
comentarios le afectan más de lo que le gusta demostrar.
Aquellas palabras consiguieron que, a todos, a excepción
de Thorne y de ella, les fuera imposible contener las
carcajadas.
―¿Thornie? ―preguntó Abdiel, que, en vano, trataba de
sofocar su risa.
―¿Así que eres muy sensible, bror? ―repitió Elion.
―Sí, claro, es como un corderito ―bromeó Max.
Sasha, alzando los ojos hacia el gigante, se encogió de
hombros e hizo una mueca apesadumbrada.
―Solo pretendía protegerte.
Thorne bufó y, sin mediar palabra, salió del club
malhumorado.
―Ten cuidado, Thornie, no vaya a ser que se te rompa
una uña, cariño ―dijo Varcan sarcástico, siguiéndole a la
calle para poder continuar molestándole.
La artista suspiró y se mordió el labio inferior.
¿Cuándo aprendería a mantener la boca cerrada?

Thorne, molesto por las burlas de los demás, decidió que


prefería la soledad de la casa que ocupaba hacía ya
bastantes días, que quedarse en alguno de los
apartamentos de Mauro.
Siempre le gustaron más las afueras y la tranquilidad que
el bullicio del centro.
Entró en la vivienda y dejó las armas que llevaba encima
sobre el mueble de la entrada. Nunca iba por casa cargado
con ellas, tenía esa costumbre desde que era un simple
mortal.
Se adentró en la cocina, abrió la nevera y tomó una
botella de agua, de la que bebió un largo trago.
Movió el cuello hacia un lado y al otro, haciéndolo crujir.
Se sentía bastante tenso.
Con paso tranquilo abrió la puerta del sótano y se dispuso
a bajar las escaleras. Fue una suerte que al antiguo
propietario de la vivienda le gustara tocar la batería y
hubiera insonorizado esa parte de la casa. Además de haber
construido una cocina, un baño y una habitación,
convirtiéndolo en un bonito loft.
Sacando las llaves del bolsillo, abrió la cerradura que
había permanecido cerrada en los últimos días. Nada más
abrir la puerta, un cuerpo pequeño y fibrado se abalanzó
sobre él, tratando de derribarlo.
―¡Hijo de puta! ¡Voy a matarte! ―gritaba Jess haciéndole
una llave y tratando de derribarle.
―Cálmate, hembra ―rugió el vikingo liberándose de su
agarre e inmovilizándola en el suelo de espaldas―. ¿Creía
que te alegrarías de verme?
Jessica le dio un cabezazo a modo de respuesta,
haciéndole sangrar por la nariz.
―Joder, qué mal genio tienes ―espetó sujetando sus
muñecas con una sola mano y limpiándose la sangre con el
dorso de la otra.
―Mi mal genio lo vas a conocer cuando me sueltes y
pueda darte una paliza ―rugió forcejeando con él―. ¡Me
has secuestrado, desgraciado hijo de perra!
―Te dije que no te metieras en mis asuntos.
―Mi hermana es asunto mío, cabrón, y sé que sabes
dónde está. ―Le retó con la mirada.
―Escúchame bien, valquiria, te voy a soltar, pero si
vuelves a tratar de atacarme, te ataré y amordazaré.
¿Entendido?
La policía fingió una sonrisa.
―Alto y claro… Gilipollas.
El vikingo no estaba muy convencido de que fuera a
colaborar, pero, de todos modos, liberó sus muñecas y se
quitó de encima de ella.
Jess se incorporó de un salto y clavó sus ojos sobre él con
inquina.
―¿De qué va esto? ¿Es una especie de retorcido fetiche?
¿Te gusta secuestrar a mujeres? ¿Es eso lo que hiciste con
mi hermana? ―le interrogaba―. ¿Y después qué? ¿Me
matarás? ¡Contesta!
―Me parece que has visto demasiadas películas.
―Soy policía y sé reconocer a un asesino cuando lo tengo
enfrente.
―¿Quieres saber si he matado gente? ―Thorne se
aproximó unos pasos a ella―. La respuesta es sí, a cientos,
pero ninguno de ellos era una mujer indefensa y
desarmada. ¿Si sé dónde se encuentra Sasha? Así es, lo sé,
y está a salvo. Nos hemos encargado de ello.
―¿Os habéis encargado? ¿Quiénes? ¿Sois un grupo de
mafiosos o proxenetas?
―Somos guerreros.
―¿Guerreros? ―inquirió con una ceja enarcada―.
Querrás decir mercenarios.
―He querido decir lo que he dicho, hembra.
Jessica no se creía ni una sola palabra, así que comenzó a
caminar de un lado al otro del sótano.
―¿Y ahora qué? ¿Vas a liberarme o me retendrás aquí
para siempre?
―Aún no lo he decidido.
Se detuvo en seco y le fulminó con la mirada.
―¿No lo has decidido? Oh, genial ―ironizó furiosa―. Pues
nada, piénsalo con calma, total, mi único objetivo en el
mundo es complacerte.
Sabía que no lo decía en serio, sin embargo, aquella
afirmación consiguió que su entrepierna cobrase vida.
Incómodo, volvió a dirigirse a la puerta, no le gustaba
estar a solas con aquella mujer que parecía tener más poder
sobre sus instintos animales de lo que le gustaría.
―Te traeré comida para reponer la que hayas gastado.
¿Necesitas algo más?
―Necesito que te vayas a la mierda y te mueras
―aseveró rabiosa.
―Volveré pronto.
―Genial, te esperaré empuñando un cuchillo.
―Estoy seguro de que si hubiera alguno a tu alcance, ya
lo habrías hecho.
Como en algún momento se le pasó por la cabeza tener
que usar el sótano como prisión, se aseguró de no dejar allí
ningún objeto que se pudiera usar como arma.
Capítulo 28

Sasha, vestida solo con una camiseta de Draven y el


cabello húmedo recogido en un moño desecho, dibujaba
sobre un lienzo que Mauronte le prestó. Al parecer, era
amante del arte y de vez en cuando, como hobbie, le
gustaba relajarse pintando.
El celta se encontraba en la ducha, donde ambos,
minutos antes, hicieron el amor. La artista, recordando su
cuerpo desnudo bajo el chorro de agua caliente, comenzó a
plasmarlo.
Estaba tan concentrada que no escuchó cuando un Grom
entró por la ventana, se acercó a ella por la espalda y le
rompió el cuello, matándola al instante. Por suerte, y gracias
a la marca, aquella muerte no sería permanente.
―¿Qué ha podido ver Draven en una humana tan
insustancial? ―inquirió Myra con aversión, entrando en la
alcoba y pasando por el lado del cuerpo inerte de Sasha.
Sin ninguna delicadeza, le quitó la camiseta y se la puso
sobre su corto y ajustado vestido, que quedaba oculto bajo
la enorme prenda.
―Esconde su cuerpo en el armario y déjame sola ―le
ordenó al Grom, que hizo lo que le pedía al momento.
La bruja llevaba un frasquito de cristal en la mano que
contenía una poción, la cual se bebió y la transformó en
Sasha. Justo aquel fue uno de los motivos por el que
planearon el ataque en la nave abandonada, para conseguir
su sangre y poder hacer aquel hechizo de suplantación.
Se miró en el espejo y, bufando, cogió un pincel para
hacerse un moño, del mismo modo que llevaba la artista.
Mojando dos dedos en pintura roja, se manchó la mejilla
para hacer más creíble su papel.
Entonces la puerta del cuarto de baño se abrió y el
guardián que fue su prometido en el pasado salió de él con
el torso descubierto y tan solo vestido con unos pantalones
grises claros. Seguía siendo igual de atractivo y sexy.
―Qué bonito ―comentó el celta observando el lienzo.
―Bonita, querrás decir ―le corrigió la bruja poniendo una
mano en la cintura y sacando pecho.
Draven sonrió divertido.
―Me refería al retrato que has hecho de mí, aunque sin
duda, tú eres mucho más preciosa ―afirmó acercándose a
tomarla por la cintura―. Te noto distinta, como si tuvieras
más seguridad en ti misma.
«Mierda», pensó Myra.
―Solo intentaba ser graciosa, sabía que hablabas del
cuadro. ―Enredó los brazos en torno al cuello masculino,
pegándose más a él.
―Estás muy juguetona.
―¿A ti no te gusta jugar? ―preguntó coqueta―. Tenemos
toda la noche para hacerlo.
Se puso de puntillas y le lamió el cuello, para después
mordisquearle el lóbulo de la oreja. El guardián buscó la
boca de la joven y la besó profundamente. Ella le respondió
con ardor, incluso con un poco de agresividad, cosa que no
le cuadraba con su dulce e inocente pareja de vida. Era
como si su sabor fuera diferente, más picante y un tanto
ácido, así que se separó de ella de repente y la miró con
suspicacia.
―¿Quién eres? Porque desde luego, Sasha no.
―¿Qué tiene esa humana que la hace tan especial como
para que la reconozcas en unos pocos segundos, Draven
Ajax?
―¿Myra? ―preguntó extrañado y sintiéndose mareado.
―Parece que yo también te dejé huella ―repuso con
satisfacción.
―¿Qué… qué le has hecho a Sasha, zorra? ―inquirió
tambaleante.
La bruja se encogió de hombros e hizo una mueca
despreocupada.
―La hemos matado ―dijo sin más―. Ya no nos era útil.
Fue lo último que escuchó el guardián antes de
desplomarse contra el suelo.
Con premura, Myra se deshizo de la enorme camiseta y
se limpió del rostro la pintura que lo ensuciaba.
―¡Qué alivio! ―exclamó antes de asomarse por la
ventana y hacerle un gesto a los Groms para que fueran a
recoger a Draven.
Había sido todo más sencillo de lo que esperaba, gracias
a que el brujo viajero les ayudó a trasportarse a los
apartamentos de Mauronte.
Sin duda, Sherezade estaría satisfecha.

Max y Varcan estaban desnudos y sudorosos tras la larga


jornada de sexo salvaje que acababan de tener, cuando la
pelirroja notó un desagradable olor en el ambiente.
―¿No lo hueles?
―Sí, es olor a sexo, pecas, y me encanta ―murmuró
mordisqueándole el cuello y apretando su trasero con
deseo.
―No me refiero a eso.
Se puso en pie y se colocó la camiseta del guardián,
oteando el ambiente.
―¿A dónde vas?
Se incorporó y se enfundó sus vaqueros para seguirla.
―¿No notas ese hedor?
―¿Hedor?
―Huele como… como a Grom.
Tras aquel descubrimiento, echó a correr siguiendo el
rastro del olor, que le llevó hasta el apartamento que
ocupaban Draven y Sasha en la misma planta.
―Es aquí. ―Señaló la puerta.
―Pues ¿a qué esperamos? ―De una patada la derribó.
Max se apresuró a entrar sin dejar de olisquear. Percibió
el aroma de Sasha dentro del armario, así que lo abrió y el
cuerpo desnudo de esta cayó al suelo sin vida.
―¡Sash! ―exclamó asustada.
―Calma, pelirroja, la marca hará que vuelva a la vida
―dijo Varcan ofreciéndole una manta para que cubriera su
desnudez con ella.
―¿Estás seguro?
―Casi seguro.
Su mujer clavó sus ojos en él.
―Eso no me tranquiliza demasiado.
Abrazó a Sasha contra su cuerpo, retirándole el cabello
del rostro y mirándola con preocupación.
―Draven no está ―le informó Varcan tras inspeccionar el
apartamento.
―¿Qué ha ocurrido? ―inquirió Abdiel, que acudió alertado
por el ruido de la puerta al derribarse.
―Alguien ha atacado a Sasha y creo que se ha llevado a
Draven ―respondió el guardián de la cicatriz.
―Alguien no, los Groms ―aseguró Max sin dejar de
acariciar el cabello de su amiga.
―¿Cómo han podido entrar aquí? ―caviló el líder de los
guardianes.
―Quizá porque entre sus filas cuentan con un brujo que
puede trasportarse a donde le dé la gana ―dedujo Varcan.
Sasha comenzó a removerse, sintiendo un fuerte dolor en
el cuello.
―¿Qué me ha pasado?
―Dios, Sash, qué alivio ―suspiró la pelirroja abrazándola
con fuerza―. Te han atacado.
―Te han roto el cuello, para ser exactos ―apuntó el
bárbaro―. Aunque ahora ya no te mata, jamás acabarás
acostumbrándote a ese dolor.
La artista miró a su alrededor.
―¿Dónde está Draven? ―Los tres se miraron entre sí―.
¿Qué está pasando?
―Verás, Sash, no lo encontramos, por lo que
sospechamos que se lo han llevado, pero sabemos que está
bien porque que tú lo estés, siendo su pareja de vida, es la
prueba ―le explicó con el mayor tacto posible.
Sintiendo que le costaba respirar, se levantó del suelo
temblando de pies a cabeza y apretando la manta en torno
a sí.
―Tenemos que ir a buscarlo ―les pidió con los ojos
vidriosos.
Abdiel se asomó por la puerta del apartamento para
llamar a su esposa.
―Roxanne intentará dar con su paradero ―le explicó a la
artista.
―¿Qué ocurre? ―preguntó la morena un tanto alterada
por el grito de su marido.
―Se han llevado a Draven y necesitamos que hagas un
hechizo de localización.
Roxie miró a su amiga con pesar. Después, desvió de
nuevo los ojos hacia Abdiel y susurró:
―Los hechizos de localización nunca funcionan cuando
Sherezade y sus esbirros están de por medio.
―Por favor, inténtalo de todas maneras ―le suplicó
Sasha, que llegó a oírla―. No puedo perderle ―sollozó.
Roxie se acercó a ella y la abrazó con cariño, sintiendo
como suyo el dolor de su buena amiga.
―Haré todo lo que pueda ―le prometió―. Necesito algo
que le pertenezca.
La artista fue hacia el aseo y le entregó la camiseta que
el guardián se quitó antes de ducharse.
―¿Te sirve esto?
―Sí, es perfecto, gracias.
La morena cerró los ojos y apretó la prenda entre las
manos, a la vez que murmuraba el hechizo con el que
intentaba encontrar a Draven. Sin embargo, no surtía efecto
y no porque notara un bloqueo, como ocurrió en otras
ocasiones, era como si no se encontrara en aquel plano
terrenal.
―No consigo dar con él ―se quejó frustrada―. Y no es
por un hechizo de encubrimiento, simplemente no está. No
logro entenderlo.
―Lo han trasladado en el tiempo ―dedujo Sasha―. Por
eso no lo encuentras.
―¿Y qué hacemos ahora? ―inquirió Max, furiosa―. Si me
cruzo con esa bruja, voy a descuartizarla. ¡Lo juro!
―Si no está en esta época, nos será imposible
encontrarle ―observó Varcan, que, contra todo pronóstico,
había perdido su habitual sonrisa.
―Lo voy a encontrar ―afirmó Sasha con más seguridad
de la que sintió jamás en toda su vida―. Yo dibujo lugares y
puedo trasladarme a ellos con mi don, y es lo que pienso
hacer. La Diosa Astrid dijo que siguiera mi corazón y este
me dice que voy a dar con él. Voy a salvarle ―enfatizó con
una mirada decidida.
Capítulo 29

Draven comenzó a escuchar voces lejanas y una de ellas le


resultaba conocida y muy desagradable. Pese a sentir los
ojos pesados, los abrió. Estaba sobre lo que reconoció como
un altar de sacrificio encadenado de pies y manos,
exactamente el altar en el que estuvieron Sasha y él en el
pasado, durante el ritual que les devolvió a su época.
Centró su vista en la rubia traicionera que un día amó, y
que hablaba con otras tres personas más.
―¿Qué coño hago aquí? ―preguntó con la voz ronca.
―¿Ya te has despertado? ―inquirió Myra con
admiración―. Creía que tendría que esperar un par de horas
más para poder divertirme. Dejadme sola con él.
Los otros brujos que allí se encontraban hicieron lo que
les pedía.
La sensual mujer se le acercó más, sonriendo, y quiso
acariciarle el rostro. Draven se apartó, asqueado. Le
gustaría poder partirle el cuello, pero lo tenían engrilletado
y pese a que el veneno no le afectaba tanto como en el
pasado, aún no tenía la suficiente fuerza cuando estaba en
contacto con él como para liberarse.
―Deberías ser más amable conmigo, cariño, ahora estás
en mis manos y puedo ser muy buena o una autentica
harpía.
―No conoces la bondad, así que, haga lo que haga, solo
puedes ser la puta harpía que eres bajo ese aspecto de falsa
belleza.
―¿Así que te parezco bella? ―apuntó enarcando una ceja
y mordiéndose de forma erótica el labio inferior.
Draven negó con la cabeza, mirándola con desagrado.
―No podrías parecerme más repugnante y traicionera.
La sonrisa se borró del rostro de la bruja, que apretó con
rabia los puños.
―¿De verdad? ¿Desde cuándo has perdido el buen gusto,
Draven? Porque esa insulsa humana a la que has marcado
es un ser anodino y sin ningún tipo de gracia. Una paleta
torpe y muy poca cosa para ti.
―No se te ocurra hablar de ella ―dijo entre dientes―. Es
demasiado buena para que pongas su nombre en tu sucia
boca, zorra.
―Ella no te pega nada ―afirmó subiéndose a horcajadas
sobre él―. ¿Es que no lo ves?
―¡Salte de encima! ―rugió removiéndose para librarse
de ella.
―Sé que no me porté muy bien contigo en el pasado y
que quizá he sido algo traviesa en nuestros últimos
encuentros, pero aún sigo pensando en ti, Draven. ―Se
inclinó para quedar a escasos centímetros de su rostro―.
Podríamos ser felices. Escapar y vivir nuestras vidas. Es
imposible que prefieras a la humana antes que a mí.
―¿Es que no lo entiendes? No tendría nada contigo,
aunque Sasha no existiera, porque el amor de verdad
significa ser leal a tu pareja, amarlo por encima de nosotros
mismos y protegerlo siempre que esté en nuestras manos
―sonrió con sarcasmo―. Tú no eres capaz de querer a nadie
que no seas tú misma. Conseguiste ser inmortal con
engaños y deslealtades, no obstante, vivirás esa eternidad
estando sola y sabiendo que nadie te amará jamás.
Esas palabras sí que molestaron a la bruja, que, soltando
un alarido de rabia, sacó una daga que llevaba enfundada
en el muslo y le rebanó un pedazo de carne al guardián,
quien contuvo un grito de dolor apretando los dientes.
―Si eso es lo que piensas de mí, voy a darte aún más
motivos para ello ―le amenazó clavando el cuchillo en su
abdomen―. Vamos a divertirnos mucho juntos, cariño.

Sasha llevaba dos horas concentrada en dibujar el lienzo,


dejándose llevar por su don.
Estaba asustada y temía no poder encontrar a Draven,
pese a que intentaba quitarse esos miedos de la cabeza y
autoconvencerse de que era capaz de hacerlo. Ella era
válida y debía comenzar a creérselo.
―¿Cómo coño habéis permitido que esto ocurra? ―bramó
Thorne nada más llegar a los apartamentos de Mauronte―.
Si no tuvierais las neuronas concentradas en la polla,
podríais estar más atentos, joder.
―Eres la alegría de la huerta, bror ―ironizó Varcan
haciendo una mueca graciosa.
―¿Os importa guardar silencio para que Sasha no pierda
la concentración? ―les demandó Ella con los brazos en
jarras y una ceja enarcada.
―A tus órdenes, piernas ―respondió el guardián de la
cicatriz cuadrándose como los militares.
La rubia puso los ojos en blanco.
―He estado hablando con Keyla y me ha dicho que es
peligroso que se hayan llevado a Draven sin haberle
administrado las dos dosis del antídoto que faltan
―comentó Nikolai en voz baja―. También cree que
podemos inyectarnos ya la segunda inyección sin correr
peligro.
―Ah, no ―negó el vikingo―. No pienso permitir que
ninguno de vosotros atraviese mi piel con ninguna puta
aguja. Solo se lo permito a la doctora y porque se dedica a
eso.
―No me seas cagueta, grandullón ―se mofó Elion.
―Vuelve a llamarme cagueta y te arranco la lengua
―rugió fulminándole con la mirada.
―Dejad de hacer el idiota ―les ordenó Abdiel.
―Yo puedo hacerlo, sabéis que durante un tiempo tuve
que pincharme muchas veces. Tengo práctica ―se ofreció
Brunella.
―Tú puedes clavarme lo que quieras, lady pole dance.
―Varcan le quiñó un ojo.
―Cuidadito, chulito, que te veo muy embalado ―le
advirtió Max.
Su esposo hizo el gesto de cerrarse la boca con una
cremallera.
―Tienes una mujer muy inteligente, Nikolai ―la alabó
Mauronte, estudiando el líquido que había dentro de las
probetas―. Crear un antídoto como este requiere mucha
dedicación y un gran cerebro.
―Keyla es increíble ―concordó el guardián ruso, orgulloso
de ella.
―En ese caso, sería mejor que comenzarais ya a
ponérosla ―sugirió Roxie viendo que su amiga estaba
terminando su dibujo―. Debéis estar más protegidos ante el
veneno en la batalla, la que me temo que estamos
abocados a pelear, no hay marcha atrás.
―Pretenden matarlo ―murmuró Sasha acongojada,
observando lo que había pintado―. Lo tienen en un altar de
sacrificios.
―No perdamos tiempo y vayamos a rescatarlo ―se
impacientó Elion.
―Es buena idea ―asintió Abdiel―. ¿Crees que podrás
hacerlo? ¿Puedes llevarnos hasta allí? ―le preguntó a la
artista, señalando el lienzo.
Esta asintió y alzó sus brillantes ojos hacia los del líder de
los guardianes.
―Aunque solo podré llevar conmigo a uno de vosotros.
―¿Solo a uno? ―insistió Max, preocupada porque Sasha
tuviera que ir hacia el peligro tan desprotegida.
―A uno ―repitió.
―¿Cómo estás tan segura, ojazos? ―quiso saber Varcan.
―Porque es lo que siento y la Diosa me aconsejó dejarme
llevar por lo que me dictara el corazón.
―En ese caso, que sea Thorne el que te acompañe
―indicó Abdiel volviéndose hacia el aludido―. Eres el más
fuerte de nosotros. Además, sabes usar la cerbatana y
puede servirte para inyectar la dosis del antídoto a
distancia. A juzgar por su dibujo, es muy probable que lo
necesite.
―Entonces, ven aquí, vikingo, serás al primero que le
ponga la banderilla ―repuso Ella sonriendo divertida,
consiguiendo un profundo ceño fruncido por parte del
señalado.
―De puta madre ―refunfuñó dispuesto a dejarse pinchar
por salvar a su hermano y proteger a la inocente Sasha,
quien temblaba como una hoja mecida por el viento.
Capítulo 30

Sherezade fue trasportada por Ronan al lugar donde tenían


a Draven, cien años atrás en el tiempo, justo en el mismo
altar de sacrificio que utilizó el brujo viajero en el pasado.
Durante los años que esperó a que Sasha y el guardián
aparecieran, hizo avances con sus poderes y ahora ya era
capaz de moverse a través de distancias de tiempo
centenarias.
Aquel lugar le recordó al momento en que tuvo a su hija
en otro altar similar. Por desgracia, tras ese fallo, todos sus
planes se fueron truncando uno tras otro y era culpa de
esos molestos guardianes, a los que odiaba con toda su
alma inmortal.
Desde lejos, atisbó a ver a Myra, inclinada sobre el celta
mientras le torturaba con inquina con su daga. Aquella
mujer era casi tan vengativa como ella, por eso la eligió.
Ambas eran inteligentes y no se rendían hasta lograr sus
objetivos, por muy oscuros que estos fueran.
―Veo que has sabido entretener a nuestro invitado en mi
ausencia ―espetó con ironía.
―Vaya, ya has llegado. ―Se levantó de encima de
Draven, quien gruñó dolorido―. Solo estaba matando el
tiempo.
―Y muy bien, por lo que veo.
La bruja milenaria se aproximó más al guardián, que la
miraba con odio.
―Si querías atarme como parte de una retorcida fantasía
sexual, al menos podrías haber elegido un cómodo colchón
y no este pedrusco, zorra.
Sherezade sonrió con suficiencia.
―Dentro de poco se te quitarán las ganas de bromear, te
lo aseguro. Lo peor de todo es que mientras te quite la vida,
sabrás que tu querida mujercita estará muriendo también a
causa de la marca que has dejado en ella, convirtiéndote en
el único culpable de su trágico final.
El guardián apretó los dientes y forcejeó con los grilletes.
―Si le ocurre algo a ella, te mataré con mis propias
manos ―bramó.
―¿Con estas manos? ―cogió el cuchillo que dejó Myra
hacía unos instantes y le traspasó la palma con él.
Draven resopló apretando los dientes para no darle el
placer de verle gritar.
―¿Es necesario torturarlo de esta manera? ―preguntó
Ronan un tanto horrorizado.
―No, necesario no es, pero sí divertido. ―Se encogió de
hombros con indiferencia―. Empecemos el ritual.
La rubia se aproximó al que fue su antiguo amor.
―Las cosas pudieron ser distintas ―le susurró en su
oreja―. Siempre guardaré un bonito recuerdo de ti, cariño.
―¡Vete a la mierda! ―Le escupió en la cara.
La bruja se limpió y, sin dejar de sonreír, le guiñó un ojo.
Sherezade se situó en la cabecera del altar, mientras que
Ronan lo hizo a los pies. Iba a realizar dos rituales, uno para
activar el tridente, que los Groms le acababan de acercar, y
otro para convertir a la persa en una mezcla de bruja y
demonio, gracias a la sangre que Amaro les prestó a cambio
de la información que le facilitaron de Selene, para que, de
ese modo, pudiera empuñar el objeto demoníaco.
Ronan inició el primer rito.
Rajó el pectoral del guardián, colocando un cuenco
sagrado bajo el flujo de sangre. Después vertió el líquido
rojo sobre el tridente y comenzó a pronunciar las palabras
necesarias para devolverle la magia. El objeto demoníaco
comenzó a vibrar y a emitir una luz cegadora, hasta que
una especie de explosión de energía salió de él.
―¡Lo hemos conseguido! ―exclamó el brujo viajero―.
Parecía imposible y, de todos modos, lo conseguimos.
―No pierdas tiempo, Ronan, y continua ―le ordenó
Sherezade―. Es probable que el resto de los guardianes
lleguen pronto.
―No es posible, hemos viajado cien años en el tiempo.
―Con ellos, todo es posible. Además, la artista también
es capaz de hacer lo mismo que haces tú, incluso puede
saltar más espacio de tiempo.
―La chica aún no sabe controlar su poder.
―Estoy convencida de que por venir a rescatarle,
―Señaló a Draven con la cabeza― hará lo que haga falta.

Thorne y Sasha aterrizaron entre unos arbustos. Como


cada vez que viajaba en el tiempo, se sentía mareada y algo
débil, sin embargo, se recuperó más rápido que de
costumbre. Alzó los ojos justo para ver cómo rajaban el
pecho del hombre al que amaba.
Fue a gritar su nombre, cuando una gran mano le cubrió
la boca.
―Shhh, mantén la calma ―le pidió Thorne―. No podemos
perder el factor sorpresa.
La soltó despacio, esperando que fuera sensata y le
hiciera caso.
―Debemos rescatarle, le están torturando ―murmuró la
artista, acongojada.
―Eso vamos a hacer, pero antes, necesito posicionarme
en un buen lugar para lanzar el antídoto sin posibilidad de
fallo. Si me aventurara a atacar podrían matarle, y según
Keyla, con una dosis del antídoto no sería suficiente para
revertir su muerte ―dijo con calma para trasmitírsela a
ella―. Por eso necesito que les distraigas.
―¿Y cómo? Seguro que la lio y acabo haciendo que nos
maten a todos.
El vikingo posó sus grandes manazas en los hombros de
la joven.
―Escúchame, Sasha. ¿Amas a ese hombre? ―preguntó
señalando a su hermano.
La artista miró hacia donde Draven estaba y asintió.
―Lo amo tanto que daría mi vida por él si fuera preciso.
¿Te parece algo enfermizo?
―No, es el modo de amar de los guardianes y sus parejas
de vida. Vuestras almas quedan entrelazadas, ese
sentimiento de protección es normal ―le explicó―. Y como
soy consciente de la intensidad de tus sentimientos por él,
sé que harás lo que esté en tu mano por salvarle la vida. Así
que sal ahí y distrae a esos jodidos brujos, ¿de acuerdo?
―sentenció antes de comenzar a alejarse escondido entre
los matorrales, sin esperar su respuesta.
Sasha cerró los ojos y respiró hondo varias veces antes de
salir a enfrentarlos.
―¡Quietos! ―gritó avanzando hacia ellos.
―Vaya, si es mi amiga ―ironizó Ronan, sonriendo.
―Sasha, ¿qué haces aquí? Márchate ―le ordenó Draven,
preocupado por ella.
―No, déjala que se quede ―intervino Sherezade―. Ya
tenía ganas de conocerte en persona, mi querida llave.
―Entonces, imagino que todo esto era una invitación a la
fiesta ―repuso con sarcasmo y seguridad, de un modo que
con anterioridad no hubiera esperado poder hacer.
―Eres muy inteligente, Sasha, me alegra saberlo
―concedió la bruja―. Y como yo también lo soy, sé a
ciencia cierta que no has venido sola en tu misión de
rescate.
―Me sobreestimas, yo no soy tan diestra como Ronan. La
última vez que viajé en el tiempo necesité su ayuda y la de
trece brujos más para poder volver a nuestra época.
Además, nadie estaba de acuerdo con este plan suicida.
―¿Así que has decidido hacerlo por tu cuenta? ―La persa
enarcó una de sus perfectas y negras cejas―. Muy
admirable por tu parte.
―No, solo soy una mujer enamorada que está dispuesta a
todo por salvarle la vida al hombre al que ama. ―Se cuadró
de hombros―. Incluso a ofrecerme a cambiarme por él.
―¿Te has vuelto loca? Eso ni hablar ―bramó Draven,
forcejeando de nuevo con sus grilletes.
Sasha le miró directamente a los ojos y estos se le
inundaron de lágrimas.
―Siento tener que contradecirte, pero voy a sacrificarme
por ti, tanto con tu consentimiento como sin él ―afirmó con
vehemencia―. Jamás he sido una persona valiente, siempre
he preferido ocultarme o cerrar los ojos cuando algo me
dolía. Y ahora, me duele verte en esta situación y, de todos
modos, no voy a huir, voy a quedarme y a luchar por lo que
de verdad quiero. Te amo, Draven, mi corazón siempre será
tuyo, pase lo que pase.
El guardián celta tragó saliva para deshacer el nudo que
se le formó en la garganta.
―Cuando en el pasado sentí el amargo sabor de la
traición, me juré a mí mismo no volver a enamorarme y me
convencí de que las mujeres erais todas unas interesadas.
Sin embargo, una Diosa me dio la oportunidad de ser
inmortal, de empezar de nuevo. ―Sonrió con ternura―. Y,
para mi sorpresa, en esta nueva vida como guardián me he
enamorado miles de veces. Todas y cada una de ellas fueron
de ti.
Sasha sollozó, llevándose una mano al pecho al sentir su
corazón desbocado.
Aquella declaración golpeó directamente en el ego de
Myra, que en un arrebato de rabia le quitó una daga al brujo
que estaba a su lado, lanzándosela a la artista y haciéndola
impactar en su espalda. Aquello consiguió que se
desestabilizara y cayera hacia delante, soltando un jadeo.
―¡No! ―gritó Draven con desesperación.
―¿Qué has hecho? ―inquirió Ronan horrorizado viendo la
sangre manar de la espalda de la joven―. Podría habernos
sido de ayuda.
―Estaba harta de tanta palabrería ―respondió la rubia,
encogiéndose de hombros.
―Lo cierto es que yo también ―declaró Sherezade,
alzando el puñal de sacrificios por encima de su cabeza.
―Tú, zorra ―rugió Thorne, haciendo que Sherezade
volviera la cabeza hacia él.
Aprovechando su distracción, disparó el antídoto a su
hermano con la cerbatana, como habían planeado.
―Ocupaos de él ―ordenó a los Groms, justo antes de
clavar el puñal en el corazón del cazador.
―¡Draven! ―vociferó Sasha olvidándose de su dolor y
abalanzándose sobre la bruja.
No obstante, una fuerza invisible recubrió el cuerpo de
Sherezade, arrojando a la artista al suelo con fuerza,
enterrando aún más la daga de su espalda en su carne.
Pese al lacerante dolor que sentía, se puso en pie de nuevo,
viendo como la bruja refulgía igual que pasó instantes antes
con el tridente. Sin pensarlo dos veces, cubrió el cuerpo de
Draven con el suyo propio, mientras que Thorne peleaba
con ferocidad contra los Groms y los brujos que trataban,
sin éxito, de matarle.
Sasha buscó el pulso de su esposo sin hallarlo. De todos
modos, el que ella estuviera viva le daba esperanzas para
pensar que solo se trataba de algo temporal. Rezaba por no
equivocarse.
―¿Por qué no está muerta? ―inquirió Sherezade
señalándola.
―Algo no ha salido bien, el ritual no se ha completado del
todo ―dedujo el brujo viajero.
La mujer, viendo la amenaza de Thorne cada vez más
cerca, maldijo para sus adentros.
―Llévame de vuelta, debemos poner el tridente a salvo
―le pidió a Ronan―. Noto que soy mucho más poderosa
que antes, así que es probable que pueda empuñarlo como
planeamos.
―¿Y qué pasa con ellos? ―Señaló al resto de brujos que
les acompañaron allí y que formaban parte de la revuelta.
―Volverás a por ellos cuando el tridente esté a buen
recaudo.
Ronan asintió, cogió la mano de la bruja, cerró los ojos y
pronunció unas palabras antes de desaparecer.
―Por favor, mi amor, vuelve junto a mí ―suplicaba Sasha
acariciando el atractivo rostro de su pareja de vida.
―Eso es improbable, mosquita muerta ―dijo Myra de
forma sibilina junto a su oído, antes de tomarla por el pelo
para apartarla del cuerpo del guardián.
La artista trató de liberarse, siseando de dolor.
―¿Por qué haces esto?
―Porque él siempre será mío ―declaró mostrándole un
afilado machete, con el que tenía la clara intención de
cortarle la cabeza.
―Lamento decirte que lo perdiste, aunque te niegues a
hacerte a la idea ―se atrevió a decir con la mirada fija en
los ojos oscuros de la bruja―. Ahora él me pertenece, del
mismo modo en que yo le pertenezco a él.
Tras aquella afirmación, golpeó el estómago de la rubia
con su pie, obligándola a soltarla. La bruja, desconcertada,
ya que no se esperaba esa reacción, trastabilló antes de
recomponerse.
―Pues espero que podáis perteneceros también en el
más allá ―espetó furiosa cargando contra ella con el
machete.
Sasha, que parecía haber dejado la torpeza atrás,
esquivaba sus envites con destreza. Incluso se atrevió a
atacar, golpeando a Myra con certeza en el rostro, haciendo
sangrar su pómulo.
La bruja se limpió los restos de sangre con el dorso de la
mano, cada vez más rabiosa. Soltando un alarido de guerra,
consiguió alcanzar el brazo de la artista, abriendo su carne
en dos. Aprovechando que perdió el equilibrio, la rajó en el
estómago.
Sasha se apretó la herida con las manos, cayendo de
rodillas al suelo.
―Parece que al final, gana la mejor ―recalcó con altivez.
―No tiene por qué acabar así, puedes arrepentirte y
emprender una nueva vida. Aún no es tarde.
―Puede que para mí no, pero sí lo es para ti. ―La sonrisa
más siniestra que la joven hubiera visto nunca se dibujó en
el atractivo rostro de la bruja―. Adiós, humana patética.
Dirigió el machete contra ella para asestarle el golpe de
gracia, pero Sasha detuvo el golpe y se puso en pie con
valentía.
―No soy patética ―declaró con firmeza, creyéndolo por
primera vez en su vida―. Y ya ni siquiera soy humana.
Chillando se abalanzó sobre ella, haciendo que el
machete saliera disparado. Se colocó a horcajadas sobre el
cuerpo de Myra, mientras la golpeaba sin parar. Descargó
en ella toda la ira contenida por años. Por la impotencia de
haberse sentido siempre inferior, por el modo en que se
sintió cuando Kyle la engañó, por cómo vivió la traición de
Jess… Todo aquello fue como un detonante para su furia.
―Basta, por favor. ¡Para! ―suplicó Myra―. Lo siento.
Esa disculpa consiguió atravesar el velo de su ira,
haciéndola detenerse.
―¿Cómo has dicho?
―Que lo siento ―repitió la bruja con humildad―. Siento
haberme dejado llevar por mi orgullo y mis ansias de
venganza. Amé a Draven, aún lo hago, y me duele verlo
contigo, queriéndote como jamás me amó a mí. ―Una
lágrima rodó por su mejilla―. ¿Podrás perdonarme por todo
el daño que os he hecho?
Sasha dejó caer los puños a ambos lados de su cuerpo.
―Imagino que todo el mundo merece una segunda
oportunidad.
―Gracias ―repuso Myra alargando la mano con disimulo
hacia el machete―. Eres una buena persona, Sasha…
Justo cuando iba a agarrarlo para asestarle el golpe de
gracia, una bota le pisó el brazo, haciéndola gritar.
―¡Draven! ―exclamó Sasha emocionada al verlo de
nuevo con vida.
―Siento decirte que yo no soy tan compasivo como ella
―dijo haciéndose con el arma y, en un solo movimiento,
cortó la cabeza de la atractiva bruja.
―Por Dios ―jadeó la artista reculando hacia atrás y
cubriéndose el rostro con ambas manos.
No podía acostumbrarse a tanta sangre y muerte a su
alrededor. La ponía enferma.
―Sasha… Sasha, tranquila ―le pidió el guardián
acuclillándose junto a ella.
―La has matado ―le acusó sin querer mirar hacia donde
estaba el cuerpo de la bruja.
―Iba a hacer lo mismo contigo. ―Retiró las manos de su
cara y le acarició la mejilla―. Nunca hubiera desistido en su
empeño de acabar con nosotros.
Sabía que lo que decía Draven era cierto, aunque eso no
hacía que se sintiera mejor.
―¿Estás… estás bien?
El celta asintió.
―Gracias a ti.
―¿Cómo te has liberado?
―La segunda dosis del antídoto me hizo ser lo suficiente
fuerte como para romper los grilletes, una vez que volví de
entre los muertos.
―¿Y Sherezade…?
―Ella ha escapado con el tridente.
―¿Y Thorne? ―Miró a su alrededor―. ¿Dónde está?
―Justo aquí ―dijo con aquel vozarrón tan característico
en el vikingo―. Mirad a la rata que he pillado volviendo para
rescatar a más rebeldes.
Empujó a Ronan, lanzándolo a los pies de los otros dos.
Estaba maniatado y amordazado, y los miraba con una
expresión de auténtico pánico.
―Me alegro mucho de volver a verte, traidor ―lo saludó
Draven―. Tenemos mucho de lo que hablar tú y yo.
Capítulo 31

Gracias a la «amable» coacción de Thorne, consiguieron


que Ronan los llevara a todos de vuelta a su tiempo, justo al
bloque de apartamentos de Mauronte.
Draven y Sasha se habían retirado para descansar y
recuperarse de las heridas infligidas por las brujas. Nikolai,
Elion, Varcan, Ella y Max estaban vigilando los alrededores
del edificio, para no exponerse a caer en otra trampa. Y
Roxie estudiaba el modo de encontrar un hechizo de
localización que rompiera las barreras que Sherezade erguía
contra ellos.
Mientras, Abdiel, Thorne, Mauronte y Maera trataban de
que el brujo viajero les dijera los planes futuros de
Sherezade, pero se mostraba reticente a hacerlo.
―Dejadme que yo le interrogue ―se ofreció el vikingo
chocando un puño contra otro.
―Eso sería una imprudencia, acabarías matándolo ―dijo
su líder, que conocía muy bien a su hermano y sus métodos.
―¿Por qué no me dejáis hacerlo a mí? ―sugirió la
demonio, poniéndose en pie y acercándose al asustado
brujo―. De hecho, me lo debéis, ya que seré yo la que
pagaré las consecuencias de su robo.
Los tres hombres se miraron entre sí, decidiendo si era
buena idea.
―No le pondré una mano encima, solo le mortificaré con
sus propios pecados ―insistió Maera.
―Puede ser efectivo ―comentó Mauro―. Rememorar
pecados pasados puede ser muy doloroso para los mortales.
―Está bien, no veo por qué no ―accedió Abdiel―. Puedes
interrogarle.
La preciosa morena sonrió satisfecha y se aproximó al
viajero, quitándole la mordaza de la boca con brusquedad.
―Tenía ganas de poder tenerte en mis manos ―masculló
Maera a escasos centímetros de su rostro―. Y dime, ¿cuál
es el siguiente paso que pretende dar tu jefa?
―No es mi jefa ―respondió Ronan con la voz temblorosa.
―Vamos, no te quedes con las minucias y céntrate en lo
importante. ¿Qué pretende hacer Sherezade con el tridente?
―No lo sé.
―Mientes ―tras decir esa palabra, hurgó entre los
pecados del brujo hasta hallar uno realmente jugoso―.
¿Qué tenemos aquí? Por lo que veo, siempre ha podido más
tu ambición que la integridad. ¿Fue por eso que mataste a
tu padre? Todos creyeron que había sido un accidente, no
obstante, tú sabías la realidad. Querías ser el líder de los
viajeros, dejar de estar a su sombra, y no dudaste en
arrebatarle la vida.
El sentimiento de culpa que no vivió en su momento le
atravesó como una flecha disparada de lleno a su corazón.
―¿Qué me estás haciendo? ―inquirió Ronan al borde de
las lágrimas―. Te digo que no sé qué va a hacer Sherezade.
No ha compartido sus planes conmigo.
―Sigues mintiendo ―insistió la demonio.
Continuó rebuscando en sus pecados, tenía muchos
donde elegir. Al fin se decidió por el momento en que creyó
enamorarse por primera vez. Fue de una joven hermosa e
inocente a la que desfloró, prometiéndole convertirla en su
esposa. Por desgracia para ella, en cuanto consiguió lo que
quería, perdió el interés con la misma rapidez que nació. Ni
cuando la muchacha acudió suplicando su ayuda al
quedarse en cinta, se conmovió. Le dijo que quizá se
hubiera entregado a otro, que no podía fiarse de una
perdida que retozaba en el campo con el primero que se le
cruzara. Por mucho que ella insistió, explicándole que su
padre la mataría a palos si se presentaba en casa
embarazada y sin esposo, él no se conmovió.
El destino de aquella joven y su bebé no nato fue justo el
que ella predijo, y aun cuando llegó a sus oídos la noticia de
la muerte de la hija del herrero, no le importó.
No obstante, ahora Maera le hacía cargar con la perdida
de aquellas dos vidas inocentes.
Cayendo de rodillas al suelo, el brujo se sostuvo la cabeza
con ambas manos, aún atadas por las muñecas, como si
sufriera un fuerte dolor de cabeza, cuando en realidad eran
sus pecados, consumiéndole.
―¡Basta! ¡Para con esta tortura!
La morena se agachó a su lado.
―Si quieres que el dolor cese, solo tienes que contarme
lo que necesito. ¿Qué quiere hacer Sherezade con el
tridente de Mammon?
―No, no puedo… No lo sé con exactitud.
―Veo que quieres seguir jugando.
―¡No! ―gritó―. Yo… no puedo asegurar cuál es su
siguiente movimiento, lo que sí puedo decir es que no se
conformará con acabar con los humanos, también pretende
ir un paso más allá, a por los Dioses.
―¿Y qué tipo de hechizo has lanzado hoy sobre ella?
―preguntó Abdiel.
―No… no puedo hablar de ello.
Maera lo azuzó, despertando otro pecado que mordió su
conciencia como un banco de pirañas hambrientas.
Ronan gritó doblándose en dos.
―Está bien, os lo contaré ―sollozó―. Ahora no solo es
una bruja poderosa, es medio demonio, lo que la convierte
en un ser infinitamente más peligroso y capaz de empuñar
el tridente y cualquier otro objeto demoníaco.
―¿Cómo es posible? ―se extrañó Mauronte―. Para hacer
este ritual necesitarías sangre de demonio y ninguno que se
preste os entregaría ni una sola gota. Hacerlo supondría un
deshonor.
―Sí la entregaría, si cuentas con el estímulo adecuado.
Mauro maldijo por lo bajo.
―Fue mi hermano, ¿verdad?
El brujo se apresuró a asentir.
―¿Qué le prometió Sherezade? ―inquirió Abdiel.
―Información sobre el paradero de un antiguo amor.
―¡Selene! ―exclamaron Mauronte y Maera al unísono.
―Sí, creo que ese era su nombre, pero no estoy seguro.
―¿Qué tipo de información le ofreció?
―Juro que eso no lo sé, digo la verdad.
―En esta ocasión no miente ―dijo la demonio.
Mauro se pasó las manos por su impoluto cabello,
desordenándoselo.
―No puede ser, Selene murió ―cavilaba en voz alta―. La
bruja debe de haberle engañado.
―Ya averiguaremos eso más adelante, amigo. Es
importante que nos centremos en lo que planea Sherezade
―le aconsejó el guardián.
El italiano asintió, tratando de mantener la mente fría.
―¿Hay algo más que puedas decirnos? ―continuó
interrogándole Maera.
―Tan solo que si vuestro amigo hubiera muerto para
siempre cuando hice el ritual, Sherezade sería invencible.
Por suerte para vosotros, eso no sucedió, aunque no sé
cómo lo conseguisteis, pues el puñal de sacrificio estaba
impregnado con el veneno que Sherezade me aseguró que
anulaba vuestros poderes de sanación e inmortalidad.
―Ese no es tu jodido asunto ―le cortó el vikingo.
―¿Puedes contarnos alguna cosa más? ―insistió el líder
de los guardianes―. Como, por ejemplo, ¿cuál es el
paradero del tridente?
―Juro que no lo sé.
―Por aquí huelo que mientes ―anunció Maera, haciendo
que reviviera más y más pecados, uno tras otro, sin
descanso―. ¡Dinos donde está!
―Dios mío ―gritaba el brujo llorando como un bebé―.
¡Para esto! ¡No puedo soportarlo más!
―¡El tridente! ―exigió la morena―. Dinos dónde lo
esconde Sherezade.
Ronan se puso en pie de un salto, arrancándose la camisa
con desesperación.
―No puedo con esto. No soporto tanto dolor ―gemía al
borde de la histeria.
―Maera, ya es suficiente ―le pidió Mauro.
―No hasta que me diga dónde encontrar el tridente.
―Continuó haciendo que sus pecados se manifestaran―.
QUIERO EL TRIDENTE ―reclamó, recalcando cada una de las
palabras.
Sin embargo, Ronan, que parecía fuera de sí, ya no
estaba en condiciones de pronunciar una sola palabra. Con
los ojos fuera de las órbitas, los fijó en la ventana, justo
antes de correr hacia ella y arrojarse al vacío.
―¡No! ―gritaron Thorne y Abdiel a la vez, tratando sin
éxito de detenerlo.
Se asomaron por el hueco de la ventana, viendo el
desmadejado y ensangrentado cuerpo del brujo sobre la
acera.
Varcan, que se encontraba a su lado y lo contemplaba
con indiferencia, alzó la cabeza y sus dos pulgares.
―Veo que el interrogatorio ha ido de maravilla.

Draven le sacó la daga de la espalda a Sasha, tras lo cual


se sintió mucho más aliviada.
―Necesitas alimentarte ―le dijo terminando de limpiar la
sangre que manchaba su piel.
―No me vendría mal una buena hamburguesa con doble
de queso.
El guardián rio entre dientes.
―No me refería a eso.
―Oh, claro… Quieres decir… que necesito beber… ¿tu
sangre?
Draven asintió.
―Eso te ayudará a reponer fuerzas y terminar de curarte
del todo. Como sus armas están impregnadas con el suero,
nos ralentiza la cicatrización.
―No sé si acabaré acostumbrándome a eso de ser una
especie de vampiresa.
―No eres una vampiresa ―repuso divertido―. Las
vampiresas no existen.
―Por eso he dicho una «especie» ―dijo haciendo una
mueca.
―De acuerdo, como digas.
―¿Y hablando de ese trago de sangre…?
El guardián soltó una carcajada, antes de quitarse la
camiseta y ofrecerle el cuello.
―Sírvete tu misma, conejita.
Sasha le miró como si fuera un suculento bocado. Se
aproximó más a él, abrió la boca y cuando estaba a punto
de clavarle sus colmillos en la carótida, Draven se apartó.
―Pero antes…
―Eso no se hace ―le cortó―. Me has puesto los dientes
largos, nunca mejor dicho.
Su comentario le hizo sonreír.
―Prometo no volver a hacerlo ―le juró―. Solo quería
que, antes de alimentarnos de nuevo mutuamente, te
conviertas en mi esposa.
―¿Quieres que nos casemos? ―se sorprendió.
―¿Tan descabellado te parece? Ya estamos unidos para
toda la eternidad.
―No es descabellado, solo que no pensé que fueras dado
a estos convencionalismos.
―No es un mero trámite, conejita, es un modo de
declarar mi sincero amor por ti. ―Se arrodilló frente a ella—.
Sasha Evans, amada hija, hermana de Jessica, amiga del
alma de Maxine y Roxanne y ahora, mi pareja de vida.
Frente a ti y los Dioses como testigos, juro que te protegeré
con mi vida si es necesario. Seré tu aliento en los momentos
que sientas que te falta el aire, tu apoyo cuando creas que
no puedes mantenerte en pie. Seré el calor en tus noches
frías y la brisa en las calurosas. Y tú serás mi paz en
tiempos de guerra, mi dulzura en los momentos amargos,
mi sustento cuando muera de hambre. Desde hoy y para
siempre, no solo serás mi pareja eterna, también el amor de
mi vida.
―¡Dios santo, creo que estoy dentro de un libro de
Nicholas Sparks! ―exclamó emocionada―. Si esto que
acabas de decir es un «¿aceptas a este hombre como
legítimo esposo?», mi respuesta es sí. ¡Sí, sí, sí! ―chillo
pegando saltitos y lanzándose a sus brazos―. Quiero ser tu
esposa, tu amiga, tu amante y tu pareja de vida. Quiero
todo contigo y haré lo posible para hacerte feliz.
Draven la besó con pasión.
―A tu lado siempre soy feliz, conejita.
Epílogo

Sasha despertó sintiéndose plena y feliz.


Draven y ella hicieron el amor a la vez que se alimentaron
mutuamente. Su conexión cada vez era más única y
especial. Sin lugar a dudas, junto a él se sentía completa.
Tomando la camiseta masculina que descansaba en el
suelo, se la puso. Necesitaba pintar. No sabía exactamente
por qué, pero era así.
Puso un nuevo lienzo sobre el caballete y como le ocurría
siempre, se dejó llevar por lo que sentía. Pintaba trazos y
daba forma a una imagen, que poco a poco fue revelándose.
Cuando aquellos conocidos ojos verdes grisáceos la
miraron de frente, se quedó sin aliento.
―¿Quién es? ―preguntó Draven a su espalda,
sobresaltándola. No le oyó levantarse.
―Es… es mi hermana.
―¿Y por qué la has dibujado empuñando una espada?
La artista negó con la cabeza.
―No lo sé ―reconoció.
Los gritos que se comenzaron a escuchar en el exterior
hicieron que ambos se miraran alarmados y salieran al
balcón. Una nube negra se cernía sobre San Francisco y la
lluvia que caía de ella quemaba a los humanos, dejándolos
tirados sin vida sobre las aceras.
―¿Qué está pasando? ―Sasha se abrazó a su marido,
asustada.
―Intuyo que tiene que ver con Sherezade.
―Debemos hacer algo por ellos, están muriendo ―sollozó
horrorizada.
―No hay nada que podamos hacer en este momento
―dijo Draven con la voz cargada de rabia.
La impotencia era insoportable, por lo que una furia
interna recorría el cuerpo del celta, que temblaba a causa
de sus músculos, que se mantenían en tensión.
La puerta de su alcoba se abrió con fuerza y Thorne
irrumpió en ella.
―¿Estáis viendo lo que ocurre? Seguro que es obra de la
jodida bruja persa y el tridente.
―Es una masacre ―jadeó Sasha con lágrimas corriendo
por sus mejillas.
Como un fantasma, la imagen de la Diosa Astrid se
materializó junto a ellos.
―La profecía está a punto de llegar a su fin ―murmuró
mirando la catástrofe de la que eran testigos―. Sherezade
ha tomado algo de ventaja al conseguir volverse más
poderosa gracias a la sangre demoníaca de Amaronte y a
estar en posesión del tridente de Mammon. Sin embargo,
sigue en vuestras manos que todo salga bien.
―¿Qué debemos hacer para que así sea, mi señora?
―preguntó Draven de forma respetuosa.
Los ojos grises oscuros de la mujer se clavaron en él.
―Debéis encontrar a la elegida, ella empuñará la espada
divina, decidiendo de qué lado estará la victoria.
―La espada ―murmuró Sasha mirando al interior del
cuarto, donde descansaba el retrato de Jessica.
―¿Quién coño es esa elegida? ―inquirió Thorne con el
ceño fruncido.
―Es mi hermana ―respondió la artista.
―¿Tú hermana? ¿La tocapelotas? ―se horrorizó el vikingo.
―No tengo otra ―repuso la joven encogiéndose de
hombros.
―¿Y dónde podemos encontrar la espada divina? ―quiso
saber el celta.
―La llave es la única que os puede revelar su paradero
para llevaros hasta ella.
―La llave ―repitió Sasha―. O sea, yo.
La Diosa asintió.
―Pero no serás la única de esta sala que deba prepararse
para cumplir con su misión ―repuso volviéndose hacia el
enorme guerrero vikingo.
―¿Te estás refiriendo a mí?
―Al mismo ―afirmó acercándose más a él―. Los vikingos
sois descendientes directos de Odín, por lo que una
pequeña parte de vuestra sangre es divina. Yo también os
ofrecí la mía para transformaros en guardianes, por lo que
las dos unidas hacen de ti un guerrero celestial. Es por eso
que la espada que debe portar la elegida, también puede
ser empuñada por ti. Tu misión será entrenarla, prepararla
para la batalla que se avecina, una batalla que solo ella
puede ganar. Serás el responsable directo de su seguridad y
de su destreza para defenderse.
―No puedes pedirme eso.
―No te lo pido, es tu misión, no tienes otra opción, mi
guerrero.
―Esa mujer es exasperante, acabaré matándola si tengo
que permanecer junto a ella más tiempo del necesario.
―Por suerte, todo el tiempo que pases con ella será
necesario, mi guardián. Confío en que podrás convertirla en
una verdadera valquiria. ―Le guiñó un ojo y desapareció,
del mismo modo en que se había materializado minutos
antes.
―Vaya, parece que voy a tener la oportunidad de hablar
con Jess antes de lo esperado ―comentó Sasha.
―Ahora solo debemos dar con tu hermana, antes de que
Sherezade o alguno de sus esbirros descubran que es la
elegida ―señaló Draven.
Thorne soltó un gruñido.
―Eso no será un problema.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó la joven con curiosidad.
―Que tu hermana no va a estar muy contenta cuando le
expliquemos que seré el encargado de entrenarla. A lo
sumo, usará los conocimientos que le enseñe para tratar de
usarlos contra mí.
―¿Qué es lo que has hecho, bror?
―Reunámonos con todos y os lo explicaré con calma.
―¿Te ha sonado esta afirmación tan mal como a mí? ―le
susurró Sasha en el oído de su esposo.
―Peor, conejita, me ha sonado incluso peor ―afirmó
tomándola por los hombros y besándola en los labios.
Las muertes en masa de los humanos a su alrededor
convertían el panorama en trágico.
―Si ha conseguido esta masacre solo con el tridente, no
quiero ni pensar en lo que hubiera podido hacer si Ronan se
hubiera hecho con la caja de Selma.
Era cierto, Sasha casi se olvidó de la dichosa caja que
aumentaba el poder del tridente. Recordó al profeta de la
gruta y su observación de que quizá no debiera encontrar
los objetos demoniacos para usarlos, sino para destruirlos.
―Hablando de la caja, ¿dónde la tienes? ―le preguntó a
Draven.
―La escondí en la cisterna del lavabo.
Sin detenerse a pensar por más tiempo lo que iba a
hacer, se dirigió hacia el baño y quitando la parte de arriba
de la cisterna, metió la mano y sacó aquel objeto hechizado
por la antigua bruja.
―Sasha, ¿qué haces?
―Si esta pequeña caja puede ser peligrosa, lo mejor es
acabar con ella. ―La arrojó al suelo y le asestó un fuerte
pisotón, destruyéndola.
―¡No! ―exclamó el cazador.
―¿Qué pollas has hecho? ―inquirió el vikingo.
―Evitar el peligro de que nos la roben ―dijo satisfecha
con la determinación que tomó.
―Podría habernos servido a nosotros ―indicó Draven
cogiendo los pedazos que quedaban de la caja.
―No estaba dispuesta a arriesgarme. Sois mi familia y os
protegeré por encima de cualquier cosa, y si para ello tengo
que destruir todos los objetos mágicos que existan, así lo
haré.
Su esposo la abrazó mirándola con adoración.
―Mi preciosa guerrera ―comentó acariciando su rostro―.
Contigo a mi lado nadie se atreverá a dañarme.
―Y pobre del que lo intente ―bromeó, poniéndose de
puntillas y besándolo con pasión.
Debían salvar a la humanidad y si era con Sasha a su
lado, sabía que podrían hacerlo, porque confiaba en ella y
en su valía. Juntos serían capaces de afrontar lo que viniera.

A muchos kilómetros de distancia, entre las ruinas de un


templo griego, un preso que permaneció durante años
atrapado en una gruta oscura y húmeda consiguió salir de
ella, gracias a la destrucción de aquella caja a la que estuvo
ligada su libertad por milenios.
Irguiendo su corpulento cuerpo se crujió los nudillos y
sonrió de forma siniestra, dispuesto a recuperar lo que por
justicia le pertenecía. Su tridente, su trono y su poder
perdido.
Él era Mammon, el más poderoso de los demonios y
también el más vengativo. Y ninguno de sus enemigos sería
capaz de escapar de toda la ira que acumuló durante su
cautiverio.
El equilibro del universo pendía de un hilo, solo faltaba
por ver qué bando conseguía erguirse vencedor.

FIN
Los guardianes del sello
La ley de la sangre
Hace un año que Roxie ha comenzado a tener extraños
sueños, en los que ve lugares misteriosos, marcados con un
singular símbolo. Lo más chocante, es que todos aquellos
sueños están relacionados con un guapo y misterioso
desconocido, que además posee… ¡Colmillos!
Será una aventura peligrosa, en la que al parecer, ella es la
clave.
Cuando por casualidad descubre que la piedra de sus
sueños es real, decide ir en busca de respuestas y averiguar
qué está pasando.
Es así como entrará en un mundo sobrenatural, hasta
entonces, desconocido para ella.

El juego ha comenzado, ¿te atreves a participar?

La portadora del sello


Max estaba totalmente descontrolada.
Desde que su amiga Roxie se fuera a Noruega y decidiera
quedarse allí tras conocer a un hombre del cual se había
enamorado, Max no había vuelto a ser la misma.
Se sentía sola y para llenar aquella sensación de soledad,
iba de fiesta en fiesta y de cama en cama. En algunas
ocasiones ni siquiera recordaba con quien había sido cuando
se despertaba a la mañana siguiente.
Y eso justamente fue lo que le ocurrió cuando conoció a
aquel buenorro de ojos gris verdoso y una cicatriz que
recorría su ojo izquierdo.

Varcan debía seguir a aquella pelirroja sin que le viera, para


asegurarse que estuviera a salvo. La Diosa le había dicho a
Roxie durante un viaje astral que Max era una parte muy
importante de la profecía, pero aún no sabían porque.
Entre los dos, había una tensión sexual impresionante, que
les lleva a mantener un tórrido encuentro. Sin saber por
qué, aquel revolcón hizo que sobre la piel de Max apareciera
el sello de los guardianes, despertando a una bestia que
parecía dormir en el interior de la joven.
¿Serían capaces de descubrir qué era lo que le pasaba a
Max antes de que aquella bestia tomara el control de su
cuerpo?

El juego continua, ¿te atreves a adentrarte en él?

La sanadora
Keyla llevaba cerca de un año viviendo en un mundo que
antaño había sido desconocido para ella y al cual le costaba
acostumbrarse.
Había descubierto que era una bruja sanadora y ahora vivía
oculta en un castillo en Irlanda, junto un grupo de
guardianes milenarios que se alimentaban de sangre. Y
entre todos ellos estaba Nikolai, un hombre que la atraía
extremadamente, pese a mantenerse distante con ella.
Nikolai estaba marcado por un duro pasado que le impedía
poder tener una relación con ninguna mujer, porque él ya
no confiaba en ellas. Ni siquiera en aquella preciosa doctora
pelo dorado y unas curvas de infarto, que le hacía perder la
cabeza.
Sin embargo, aquel no era el único de sus problemas, ya
que se enfrentaban a un montón de Groms que trataban de
acabar con sus vidas. ¿Cómo estaban creando a aquellos
seres? Necesitaban descubrirlo para poder terminar con
ellos.
Y para colmo, Abe y Sherezade se habían empeñado en dar
con Keyla para sus fines, pese a que ellos todavía no
supieran cuales eran. ¿Serían capaces los guardianes del
sello de protegerla? ¿Podría Nikolai mantenerse alejado de
ella a pesar de lo mucho que la deseaba?

El juego de la sangre se complica, ¿te atreves a seguirlo?

La reina perdida
Cuando Elion acudió a ese club de striptease en busca de la
misteriosa donante de sangre con la cuál creaban a los
Groms, lo que menos esperaba era sentirse
irremediablemente atraído por ella.
Sin embargo, tras la apariencia sensual y seductora de
aquella mujer se escondía un carácter guerrero y
desafiante, que pondría su mundo patas arriba, sobre todo,
cuando se vincularon a través de un hechizo.
¿Acabarán descubriendo cómo detener a Sherezade?
¿Podrán poner fin a la profecía?

El juego de la sangre no da tregua, ¿serás capaz de seguir el


ritmo?
Books By This Author
El demonio escocés
Tras varios años de enfrentamientos entre ingleses y
escoceses, los reyes Etelredo y Edgardo decidieron que
sería bueno comenzar a unir sus reinos a base de enlaces
entre algunos importantes lairds y damas inglesas de buena
buena cuna.
Ese es el motivo por el que Broc, que jamás pensó en volver
a contraer matrimonio, viaja a una tierra que odia para ir en
busca de la prometida que han elegido para él. Lo que no
esperaba era que la damita inglesa que él creía que
encontraría, es en realidad una belleza deslumbrante, de
lengua afilada y más terca que una mula.
Willow, por su parte, está furiosa por tener que unirse a
aquel gigante escocés con aspecto de salteador de caminos
y que parece fulminarla con sus ojos negros cada vez que la
mira.

¿Podrán llegar a entenderse?


Y lo más importante, ¿aquel fuego que parecía nacer dentro
de ellos cada vez que estaban juntos acabaría
consumiéndoles?

Hasta que llegaste tú


Megan es la hija pequeña del laird MacLeod. Meg es una
joven valiente, impulsiva y una experta con el arco, muy
apreciada por toda la gente de su clan.Pero toda su vida
cambia cuando su hermana Aline muere de forma repentina
y tiene que tomar su lugar de ser desposada por Ian, laird
de los Mackenzie. Aquella boda había sido pactada hacía
muchos años para traer la paz a sus respectivos clanes y no
llevar la unión a cabo, podría poner fin a dicha tregua.Pero
Megan no se parece en nada a su dulce y sumisa hermana
mayor, por lo que Ian deberá aprender a lidiar con aquella
pelirroja, tan terca como decidida.¿Serán capaces de
entenderse?Sin duda Ian deberá recordar que jamás se
puede enjaular a un ave salvaje.

Enamorada
Las hermanas Chandler llevaban varios años presentándose
en sociedad sin ningún éxito, ya que los posibles
pretendientes la rehuían, pues la familia Chandler era un
tanto peculiar.
Un día, en una de las pomposas fiestas a las que su madre
las obligaba a asistir, Grace se vio atrapada en una de las
típicas fechorías de su hermana gemela y, quedó envuelta
en una sinfín de mentiras, con uno de los solteros más
codiciados de todo Londres.

James Sanders, duque de Riverwood, era un hombre serio,


atractivo y con una vida bien organizada. Podía obtener a la
mujer que quisiera y siempre conseguía lo que quería. Hasta
que una joven descarada y testaruda volvió su mundo patas
arriba, sin que apenas pudiera darse cuenta.

¿Podría Grace salir ilesa del embrollo en que la habían


metido?
¿Sería capaz James de no volverse loco con las múltiples
personalidades de aquella mujer?
Y, lo más importante, ¿podrían controlar el torrente de
pasión que sentían cada vez que estaban juntos?

Matrimonio por contrato


Valentina de la Rosa acaba de cumplir treinta años, pero
sigue viviendo como cuando tenía veinte. Sin
responsabilidades, de fiesta en fiesta, tan solo preocupada
por el modelito que lucir y ser la reina de todos los bailes.
Sus padres, hartos de su vida de excesos y derroche, le dan
un ultimátum, o se busca un trabajo para costearse sus
gastos o se casa durante un plazo mínimo año, tras lo cual
le legarán una gran cantidad de dinero. Eso la llevará a
estar casada por error con Ángel, un hombre que ha
renunciado a la fortuna de su padre, por seguir su sueño de
ser fotógrafo.
No pueden ser más diferentes. Ella, una pija de manual y él,
un macarra que vive como puede.
¿Serán capaces de no matarse durante el tiempo que dure
su matrimonio por contrato?

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