Está en la página 1de 214

Este libro llega a ti gracias al trabajo desinteresado de otras

lectoras como tú. Está hecho sin ningún ánimo de lucro por lo que
queda totalmente PROHIBIDA su venta en cualquier plataforma.
Es una traducción de fans para fans. En caso de que lo hayas
comprado, estarás incurriendo en un delito contra el material
intelectual y los derechos de autor en cuyo caso se podrían tomar
medidas legales contra el vendedor y el comprador
Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprándolo.
También puedes hacerlo con una reseña, siguiéndolo en las redes
sociales y ayudándolo a promocionar el libro. Los autores (as) y
editoriales también están en Wattpad.
Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios
que suben sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus
propias historias. Al subir libros de un autor, se toma como plagio.
¡No suban nuestras traducciones a Wattpad!
Es un gran problema que enfrentan y luchan todos los foros
de traducción. Más libros saldrán si dejan de invertir tiempo en este
problema. No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedarás sin
Wattpad, sin foros de traducción y sin sitios de descargas!
¡Que lo disfruten!
Traducción Corrección
ZD Shura

DiSeñO
Dark Quenn

MonTaje epuB
zD Shura
Índice
Mensaje de Obsesiones al Margen
Staff
Índice
Titulo
Sinopsis
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo veintiséis
Epílogo
Nota de la autora
PredeSTinada
Saga el Fae más frío
libro 4
Katerina Martínez
SinopSiS
Para salvar a Arcadia, debo volar al corazón de la tormenta

Hay una profecía que dice que el lobo blanco salvará a


Arcadia de las garras de una terrible tormenta.
Yo soy la loba blanca, pero incluso a mí me cuesta creer la
profecía.
Se supone que el antiguo Príncipe Radulf está muerto, pero
no lo está. Su espíritu se ha apoderado del cuerpo del Príncipe
Cillian, y por si fuera poco, cualquier vínculo de alma que el
Príncipe y yo tuviéramos ha desaparecido.
La única manera de restablecer mi vínculo con el Príncipe es
ganar la Selección Real, pero la ciudad de Windhelm piensa que
soy una asesina, y puede matarme en cuanto cruce sus puertas.
Es un riesgo que voy a tener que correr, porque si fracaso, no
sólo caerá Arcadia, sino también la Tierra cuando los ejércitos del
invierno atraviesen los portales como avalanchas.
1
i ba de regreso a Windhelm, donde me buscaban por un
asesinato que no había cometido. La última vez que estuve
en el castillo, pasé una noche en una gélida celda,
esperando que los jueces dictaran mi sentencia. Al final, fue el
Príncipe quien decidió mi destino; iba a ser ejecutada por el crimen.
Sólo que él no era Cillian en ese momento, sino Radulf.
Su difunto hermano había regresado de la muerte en forma de
espíritu y se había enroscado en su alma como una serpiente. Ahora
Radulf vivía en el cuerpo del Príncipe, pero no como pasajero, al
menos ya no. Ahora estaba en el asiento del conductor, y aunque
alejarse era probablemente la idea más inteligente, me dirigía justo
hacia él.
Directamente hacia el corazón de la tormenta.
No tenía ni idea de lo que me esperaba al volver al castillo.
Mira estaba convencida de que la Selección Real tenía que
continuar, y que, aunque los jueces hubieran decidido ejecutarme,
mi ejecución se habría aplazado hasta después de que la selección
hubiera terminado. Si eso era cierto, y mi muerte seguía en pie,
mientras el concurso continuara, tenía una oportunidad para hacer
lo que necesitaba. Ganar, y restaurar mi vínculo de alma con
Cillian.
Fácil...
—¿Quieres saber de qué me acabo de dar cuenta? —preguntó
Gullie. Estaba sentada en mi hombro, y ambas íbamos delante con
Mira.
—¿De qué?
—No nos han molestado ni una vez en todo el camino de
vuelta.
Mira me miró, enarcando una ceja.
—Tiene razón —dijo—, no lo había considerado. La última
vez que pasamos por aquí, nos atacaron los Vrren.
—¿No dijo alguien que sólo atacan si creen que pueden
ganar? —pregunté—. Deben saber que atacarnos probablemente
sólo va a terminar mal para ellos.
—Hemos hecho un viaje tranquilo —respondió Gullie—. Eso
es todo lo que digo.
—¿Estás aburrida, Gull?
—He dicho tranquilo, no aburrido.
—Creo que alguien tiene ganas de aventura, ahora.
—¿Y qué pasa si es así?
Me encogí de hombros.
—No hay nada de malo, sólo que ¿quién iba a pensar que las
dos íbamos a correr aventuras... y nos iba a gustar?
—Lo sé. El mundo está al revés.
—En más de un sentido. —afirmó Mira, señalando
directamente sobre nosotras.
Seguíamos en el bosque, pero los árboles se iban espaciando
a medida que llegábamos al borde. Las copas de los árboles habían
empezado a reducirse, y a través de ellas podía ver el cielo, o la
falta de él. En lugar de los crujientes azules invernales de Arcadia
a los que me había acostumbrado, sólo había nubes espesas y
agitadas que se oscurecían cuanto más nos acercábamos al castillo.
Eran tan densas que casi no se filtraba la luz del sol a través
de ellas. Si se hacían más profundas, me preocupaba que no
pudiéramos distinguir si era de día o de noche, pero poco podíamos
hacer al respecto. El Veridian se había estirado y convertido en una
entidad masiva desde que yo había tenido que... matar a Cillian.
Se había vuelto más poderoso, no menos, y me temía que aún
tenía más fuerza que ganar.
—Deberíamos tener cuidado. —Advertí, mientras mi ritmo
cardíaco empezaba a aumentar—. Ya sabéis lo que trae la tormenta.
—Wenlow... —Soltó Gullie, estremeciéndose—. Los odio.
—No lo hagas. Están perdidos, y son utilizados. Me gustaría
poder ayudarles.
—Es tu lado humano el que habla. —Señaló Mira—. Ellos no
desean tal cosa para ti.
—Lo sé... pero no puedo evitarlo.
—Desgraciadamente.
—Oye, no finjas que mi humanidad no es entrañable.
Sus ojos se pusieron en blanco.
—Supongo que es... un poco contagiosa.
La miré de reojo.
—¿Un poco?
Ella enarcó una ceja.
—No me presiones.
—No sé —dijo Gullie—, cuando te conocimos, eras la
señorita Reina del Hielo cubierta de estalactitas. Pero ahora...
Mira volvió la vista al frente.
—Quizá debería endurecerme de nuevo... —Tiró de repente
de las riendas y Ollie, nuestro enorme y esponjoso alce blanco, se
detuvo—. Dahlia. —Gimió.
Allí, en la linde del bosque, se estaban reuniendo formas. Por
un momento temí que fueran Wenlow, pero cuando la poca luz que
había se reflejó en sus armaduras de placas azules, supe que era
peor. Los guardias de Windhelm estaban detenidos donde los
árboles eran más delgados, en el límite del bosque. Uno de ellos ya
tenía una espada en la mano, desenvainada, con la hoja reluciendo.
—Está bien. —Las tranquilicé— Esperábamos esto, ¿no?
—No tan pronto —respondió Mira—. Pensé que no nos los
encontraríamos hasta llegar al puente.
—Pero ha sucedido ahora, así que nos adaptaremos. Tenemos
un plan, pongámoslo en marcha.
—Allá voy. —contestó Gullie, alejándose de mi pelo y
posándose en el hombro de Mira.
Un momento después, se dejó caer sobre su piel.
Desapareciendo en una ráfaga de polvo verde y brillante, y
convirtiéndose en un tatuaje de mariposa en su hombro.
Respiré hondo cuando los soldados comenzaron a avanzar
hacia el carruaje. ¿Nos habían estado esperando? Parecía que sí.
Era un poco sospechoso que ya estuvieran aquí, bloqueando la
salida del bosque. Era posible que supieran que veníamos, y nos
habíamos preparado para eso, pero no era una situación ideal.
Significaba que el Príncipe, Radulf, no sólo sabía que veníamos,
sino que también que llegaríamos exactamente aquí, en este mismo
momento. Nos había estado observando, o al menos vigilando
nuestro avance por el bosque, y había tenido tiempo suficiente para
prepararse para nosotras. El primero de los soldados levantó la
mano.
—Deténganse. —gritó, su voz se adentró en el bosque—.
Bajen del carro y prepárense para rendirse.
—¿Rendirnos? —gritó Mira—. ¿Por qué razón?
—Por orden del rey Yidgam Wolfsbane y de la corona, debéis
bajar del carruaje y acompañarnos de vuelta a la ciudad. Si os
resistís, tendremos que usar la fuerza.
—Sabes quiénes somos, ¿verdad? —Le grité.
—No me importa quiénes sois.
Miré a Mira y luego al guardia.
—Pero sabes quién soy yo, lo que significa que sabes lo que
puedo hacer. No hemos venido aquí a luchar. De hecho, estamos
aquí porque estamos obligadas a terminar su estúpida competición,
así que con gusto aceptaremos que nos escolten de vuelta a la
ciudad... pero no nos van a arrestar.
El guardia nos observaba fijamente desde las rendijas de su
casco metálico. Sus ojos eran azules y nítidos como los claros
cielos de Arcadia, pero en lugar de una frialdad distante, vi la
verdad detrás de ellos. Este hombre me despreciaba, al igual que el
resto. No me hacía ilusiones de que algunos de ellos desenvainaran
con avidez sus espadas e intentaran acabar con nosotras si pudieran.
Les habían ordenado que no lo hicieran. Esa era la única razón por
la que mostraban algún tipo de contención. Me gustaba pensar que
era porque se les había advertido que no debían recurrir
instantáneamente al uso de la fuerza. Si Radulf los había mandado,
entonces sabía a donde enviaba a sus hombres.
—Quedaos en vuestro carruaje —respondió el guardia—,
pero seguidnos hasta la ciudad y no os desviéis del camino. Si lo
hacéis...
—…Sacarán sus espadas y nos harán desear no haberlo hecho. —
continuó Mira por él, poniendo los ojos en blanco—. Lo sabemos.
Los hombres se hicieron a un lado; todos menos dos, que se
dirigieron hacia el borde del bosque donde otros dos carruajes
esperaban. Cada uno tenía otro enorme alce blanco tirando de él.
Permanecían estoicamente, con el suave viento agitando sus
pelajes. Cuando salimos del bosque, los otros soldados se situaron
detrás de nosotras, asegurándose de cerrar el camino para que no
pudiéramos volver a pasar.
Una vez que nuestro carruaje se detuvo junto a los demás y
los soldados subieron, los jinetes soltaron las riendas y pusieron a
sus alces en movimiento. Miré a Mira, segura de que no había nadie
al alcance de nuestros oídos.
—Tenemos que ceñirnos al plan, no te desvíes, ¿vale?
—¿Por qué demonios iba a desviarme de nuestro
cuidadosamente elaborado plan? —preguntó ella.
—Porque ahora se te han pegado cosas un poco de humana y
puedes ser propensa a actuar de forma imprudente.
Ella arqueó una ceja.
—¿Lo soy, ahora?
—No digo que sea algo malo, sólo que sabemos lo que nos
espera aquí. Tú y yo sabemos lo que va a pasar después, porque es
lo único que tiene sentido.
—Nos van a separar en cuanto lleguemos a la ciudad.
Asentí con la cabeza.
—Y me van a llevar ante él .
Ella era la que respiraba hondo, ahora.
—Nunca me ha gustado esa parte del plan. Esperaba que
fueran un poco más hospitalarios con nosotras.
—Ambas huimos de la escena después de un asesinato.
—Con el que no tuvisteis nada que ver, y espero que pelees
por tu caso.
—Lo haré... eso suponiendo que los jueces no hayan dictado
ya sentencia.
—Si lo hubiera hecho, creo que estos buenos soldados fae
habrían actuado con mucha más agresividad. Tú eres la Loba
Blanca, pero no enviaron sólo dos hombres para traerte. Son ocho,
y ocho pueden ser suficientes para arrastrarte a una celda.
—¿Eso crees?
—Lo sé. Dahlia, tus poderes son impresionantes. Eres
increíble. Pero no invulnerable, ni invencible. Eres de carne y
hueso, como yo. Igual que ellos.
—No dejaré que se me suba a la cabeza.
—Asegúrate de que sea así. Sospecho que esta gente hará
todo lo posible para doblegarte, y el primero será el Príncipe.
—Temo tener que volver a verle, pero estoy preparada.
Ella se inclinó un poco más hacia mí.
—Sé que puedes hacer lo que tienes que hacer, si el momento
lo requiere y se presenta la oportunidad. Ya lo hiciste una vez.
—Espero no tener que hacerlo de nuevo. Siento que está ahí,
Mira. Tengo que averiguarlo.
—¿Y si no lo está?
—Entonces Cillian ya está muerto, y Radulf no merece
conservar su cuerpo.
Ella se acomodó en el asiento y miró hacia adelante.
Seguimos a los carruajes en silencio durante un rato, observando la
nieve, las montañas... el cielo oscuro que se cernía sobre nosotras.
Se sentía diferente, volver aquí.
Más oscuro.
Más opresivo.
Recordé la primera vez que vi la ciudad de Windhelm. A
pesar de lo aterrorizada que estaba por lo que me acababa de
ocurrir, no pude evitar enamorarme casi al instante del lugar. Era
como una joya azul y helada en un paisaje totalmente blanco y
estéril. Brillaba y resplandecía con la luz, como un espejismo que
se hacía más grande y hermoso cuanto más nos acercábamos.
Al verla ahora, se me hundió el corazón en el estómago.
Había regresado a este lugar como una mujer más segura de mí
misma, más poderosa. Ya no tenía miedo, pero me parecía que la
ciudad lo tenía. Había poca luz ambiental que rebotara en sus
agujas y torres heladas, las sombras se cernían oscuras y profundas,
y el largo y delgado puente que la conectaba con el resto del mundo
parecía más bien una mano huesuda que luchaba por mantener su
agarre.
Y allí, agitándose y rugiendo en lo alto, estaba el Veridian. La
tormenta estaba en silencio, pero los vientos eran fuertes. Hacían
que las nubes se movieran rápidamente y en círculo alrededor de la
propia ciudad. Dentro de ellas, estallidos de luz roja florecían como
gritos silenciosos, y en el corazón de la tormenta, su ojo se separó
sólo para reflejar el resplandor azul de la piedra de escarcha
directamente debajo de ella.
Este no era el lugar que recordaba.
Este era un lugar de pesadillas y oscuridad. Era un lugar de
magia vil y peligro. Era el lugar al que tenía que ir si quería
recuperar al hombre que amaba.
2
w indhelm ya no era la joya en la nieve, sino la
ciudad bajo la tormenta. Mientras los soldados nos
escoltaban a través del puente y hacia la ciudad,
no pude evitar notar lo vacías que estaban las calles. No había
mercados, ni comerciantes, ni puestos. Las resplandecientes
fuentes estaban muertas, las puertas y ventanas estaban todas
cerradas y, salvo el sonido de los carruajes y de los alces que los
arrastraban, apenas se oía a otra cosa que no fuera el ruido del
viento.
¿Dónde demonios estaba todo el mundo?
Era como caminar por una ciudad abandonada. La inquietante
oscuridad, el silencio, la falta de movimiento y de vida, no me
sentaban bien. Las pocas personas que veía en las calles eran
guardias, y no parecían prestar mucha atención a los carruajes
mientras avanzábamos por los adoquines hacia el castillo.
En cuanto llegamos, los soldados que iban delante y detrás de
nosotras desmontaron y rodearon nuestro carruaje. Miré a Mira,
respiré hondo y asentí. Luego me recogí mi vestido azul y me bajé,
dejándola sentada en el asiento del jinete.
El primer soldado que nos había hablado se acercó, con una
mano preparada en el pomo de su espada, y otra señalando las
enormes puertas dobles que daban acceso al castillo.
—Por ahí. —Ladró.
Le miré fijamente.
—Primero, quiero que me dé su palabra de que ella no sufrirá
ningún daño. —dije.
Él me devolvió la mirada y luego miró a Mira.
—No se le hará daño. —Soltó entre dientes—. Tiene mi
palabra.
Respirando un poco más tranquila, subí las escaleras y me
dirigí a las puertas del castillo. Varios de los soldados habían
llegado a ella antes que yo y la habían abierto de un empujón para
que pudiera pasar. Algunos más me siguieron como sombras, con
sus botas y armadura de acero tintineando a mi espalda.
Todos y cada uno de ellos estaban dispuestos a luchar. Podía
sentirlo. La tensión en el aire era espesa, inevitable, inconfundible.
Me ponía de los nervios, pero tenía que mantener la calma aquí. A
pesar de lo familiar que se había vuelto este lugar desde la primera
vez que lo vi, estaba claro que ahora estaba en territorio enemigo,
y no era bienvenida.
El castillo, al igual que la ciudad de fuera, estaba casi
totalmente desprovisto de gente. El único sirviente con el que me
crucé se escabulló inmediatamente en cuanto me vio a mí y a los
soldados que me acompañaban por el pasillo. Tal vez mi notoriedad
tuvo algo que ver con eso. Quizás eran los guardias armados
escoltándome básicamente a punta de espada. O tal vez el Veridian
también tenía a esta gente en vilo todo el tiempo.
No podía imaginarme que nadie estuviera contento con eso
colgando sobre sus cabezas. El Veridian era el hombre del saco.
Era una pesadilla de dolor y terror, y traía consigo a los Wenlow;
criaturas capaces de paralizar a sus presas fae antes de comérselas.
Todavía no había visto ninguno, pero dado el estado de este lugar,
esperaba uno en cualquier momento.
Al igual que todo el mundo, probablemente.
No me llevaron a las mazmorras, pero tampoco a mi antigua
habitación. En su lugar, me condujeron a una celda con la que me
había familiarizado hace poco. Era una pequeña habitación sellada
con una pesada puerta, pero tenía una ventana que daba a la ahora
oscura y sombría ciudad, y un sofá para sentarse.
La última vez que estuve aquí fue el día en que Mareen y su
séquito me acorralaron en la biblioteca e hicieron caer la mayor
parte sobre mi cabeza. Cillian vino a verme poco después de mi
llegada, y fue una de las primeras veces que pasamos tiempo juntos
a solas. Ahora que lo pienso, era un buen recuerdo, pero estaba a
punto de ser pisoteado.
Las pesadas llaves de hierro de la puerta giraron. El corazón
se me subió a la garganta, se me erizó la piel y se me pusieron los
pelos de punta. No era una buena sensación, me desgarraba como
una onda expansiva. Era ansiedad, pavor y anticipación salpicados
de un poco de esperanza.
Esperanza de que sus ojos fueran azules y no negros o rojos.
Esperanza de que cruzara esa puerta y no viera al hombre que se
había abalanzado sobre mi como si intentara matarme hace sólo
unas semanas. Esperanza de que fuera mi Príncipe, mi Cillian, mi
belore, y no su hermano Radulf.
Esa esperanza se desvaneció en el momento en que lo vi.
Vestía todo de negro, lo cual no era inusual, pero sus ojos...
también eran negros. Entró en la habitación, con una capa oscura
ondeando detrás de él, e inmediatamente puso sus ojos oscuros en
mí. Cillian, mi alma gemela, no aparecía por ningún lado en el
rostro de este hombre. Incluso cuando se pasó los dedos por su
largo cabello negro, como hacía a menudo, no había nada del
hombre que yo conocía en esos ojos.
Me puse rígida y lo miré fijamente, con cada centímetro de
mí listo para luchar en cualquier momento. Nunca había cruzado
espadas con él, y recordé lo que nos había hecho en el bosque: lo
poderoso que había sido, la facilidad con que había barrido a
Ashera y a los niños de la luna con su magia oscura.
Nada de eso me importaba ahora mismo. Lo único importante
era superar esta parte con vida.
—Cometiste un error al venir aquí. —afirmó, su voz era un
gruñido áspero en el fondo de su garganta.
—He venido a ver a Cillian. —contesté—. ¿Dónde está?
—Se ha ido, ¿o es que no lo dejé claro la última vez que nos
vimos? Cillian ya no está.
—No me lo creo.
—Por eso, ¿tenías que venir a verlo por ti misma? —Señaló
su propio cuerpo—. Bien. Aquí estoy. —Tirando de su capa hacia
atrás, reveló una daga atada a su cinturón.
—Conozco tu juego, Radulf. Ni siquiera tú eres lo
suficientemente poderoso para enviarlo lejos para siempre. Podrías
haberme matado cuando tuviste la oportunidad, pero él te lo
impidió.
Se burló.
—No te mientas a ti misma.
—Lo vi. Vi la vacilación, y te oí hablar con él. Sé que está ahí
dentro.
—¿Y supongo que estás aquí para traerlo de vuelta? No
puedes. Él es mío, ahora. Este cuerpo es mío, y tú... te daré algunas
opciones.
Ladeé una ceja.
—Dudo que me guste cualquier opción que tengas para mí.
Se pasó la mano por la barba negra.
—Sin embargo, la tienes igualmente.
—Te seguiré la corriente, Radulf. ¿Cuáles son mis opciones?
Él se acercó un poco más, obligándome a retroceder un paso
más cerca de la ventana. No había mucho espacio para moverse
aquí. Con una embestida, cualquiera de nosotros podría cerrar la
brecha que nos separaba. Sin embargo, no quería estar cerca de él.
Me repugnaba, a pesar de que llevaba la piel de Cillian como un
traje perfectamente confeccionado. No era sólo que fuera un
espíritu que poseía otro cuerpo; era el hedor del Veridian. Estaba
por todas partes; irradiaba de él como una colonia barata. Era
posible que mi olfato hipersensible empeorara las cosas, pero tenía
la sensación de que yo no era precisamente especial en este caso;
que cualquiera y todo el mundo sería capaz de percibir la oscuridad
que rezumaba de él.
—Renuncia a Cillian, acéptame como legítimo propietario de
este cuerpo y permíteme llevar a cabo mi misión. A cambio, te
perdonaré la vida. Puede que incluso llegues a gustarme, con el
tiempo.
—¿Renunciar a él? ¿O?
—No te necesitamos aquí. Ya has sido acusada de asesinato.
Si te matara ahora mismo, nadie me detendría, ni siquiera me
castigarían por ello.
Incliné la cabeza hacia un lado.
—No creo que eso sea del todo cierto.
—¿No lo es? —Avanzó un paso más, se quitó la capa y cogió
su daga—. ¿Qué tal si te lo demuestro?
—No lo harás, porque no lo hiciste. Él te detuvo.
—Ah, pero muchas cosas han cambiado desde aquel día. No
tengo que recordarte otra vez que se ha ido, ¿verdad?
Sacó la daga de su funda y vi el brillo de la hoja por primera
vez. Me fijé en sus pasos y los igualé, manteniéndolo a la mayor
distancia posible y anticipando el momento en que podría atacar.
—Si realmente se ha ido, y me atacas, no tendré ningún
problema en matarte.
—Probémoslo. —Siseó, y entonces se abalanzó.
Sacando la daga completamente de su funda, Radulf cargó
contra mí desde el otro lado de la habitación. La distancia no era
grande, pero estaba lo suficientemente lejos como para que pudiera
reaccionar y protegerme. Me desvié hacia la derecha, evitando la
estocada de su brazo y la afilada punta de su espada. Tuve la
oportunidad de contraatacar, pero no la aproveché, sino que opté
por poner un poco más de distancia entre nosotros.
—¿Ves? —preguntó una vez que hubo girado—. No lo harás.
—Y tú tampoco. No puedes. —respondí— ¿O es que no
conoces tus propias costumbres?
—¿De qué estás hablando?
—Firmé con mi nombre en la piedra de la escarcha, y eso
significa que mientras esté viva y la selección continúe, el destino
se asegurará de protegerme.
—No veo al destino en esta habitación ahora mismo, ¿y tú?
Volvió a acercarse a mí, esta vez con un golpe angular del
que fue difícil zafarse. Tuve que poner mi antebrazo en la
trayectoria de su mano, con la esperanza de atrapar su muñeca.
Funcionó, pero la hoja logró encontrar mi piel igualmente. Me
estremecí por el dolor, me retiré por segunda vez y me acuné el
brazo. Estaba sangrando, la sangre me llegaba hasta la muñeca y
caía al suelo. Volví los ojos hacia él y, por primera vez, me di
cuenta de que realmente iba a matarme. No había precaución
alguna en esos orbes negros, ni pensaba en las consecuencias de
sus actos, ni tenía en cuenta mi vida. Me quería matar porque me
odiaba, y me odiaba porque yo era la que se había interpuesto entre
él y su plan de poseer a Cillian.
Me quería muerta, y si le concedía un ápice o una pizca de
beneficio de la duda, aprovecharía la oportunidad y acabaría con
mi vida.
—Elige. —Ladró—. Quédate a mi lado, o muere donde estás.
—Adelante, inténtalo. —gruñí.
Enfurecido, Radulf rugió y cargó por tercera vez. Me agaché
a un lado, girando alrededor de él como si estuviera hecha de agua.
Su estocada cayó lejos de mi cuerpo y el impulso lo empujó hacia
la puerta. Me di la vuelta y le golpeé la caja torácica con el pie,
haciéndole tambalearse contra la pared de enfrente. Me miró
fijamente, jadeando, con sus ojos negros como agujeros del
mismísimo infierno. Sonrió, mostrando sus grandes caninos.
—Muy bien —dijo—, al menos sacaré una buena pelea de
esto.
Cuando se acercó de nuevo a mí, estaba preparada para él. A
pesar de estar en posesión del cuerpo de Cillian, Radulf era torpe,
sus movimientos estaban alimentados por la rabia y el odio más
que por la previsión y la habilidad. Era fácil esquivarlo, y tal vez
en campo abierto hubiera tenido más posibilidades, pero en el
estrecho espacio de la celda en la que estábamos, no había mucho
espacio para moverse.
Intenté abrir la puerta en un momento dado, pero estaba
cerrada con llave, y el guardia del otro lado no parecía preocupado
por lo que ocurría aquí dentro. Radulf me agarró de la capa de
pieles, tiró de ella hacia él y luego la atravesó con su daga. Por
suerte, me había quitado la capa, de lo contrario la daga me habría
atravesado la espalda.
Para cuando me di la vuelta para defenderme de su siguiente
ataque, estaba sobre mí, con una mano alrededor de mi garganta y
la otra hacia atrás, con la daga empuñada al revés. Estaba a punto
de matarme. Mi vida podría haber pasado ante mis ojos, pero no lo
hizo. En cambio, las palabras surgieron de algún lugar profundo
dentro de mí. Palabras que me daban miedo usar pero que temía
que fueran mi única esperanza de evitar el final de esa hoja.
—¡Estoy embarazada! —grazné.
Su cara se torció, sus ojos se abrieron de par en par y, por un
instante, la negrura que había en ellos se desvaneció como la tinta,
revelando dos ojos azules, brillantes y nítidos.
Los ojos de Cillian.
3
l as palabras sonaron como un disparo, y luego
rebotaron en las paredes en un eco casi interminable.
—Cillian... —Jadeé.
—D-Dahlia. —Tuvo que luchar para pronunciarlo, pero lo
hizo.
Sentí que su agarre a mi garganta se aflojaba y le cogí la cara.
—Soy yo. —susurré—. Dioses míos, Cillian... Pensé que te
había perdido.
—Yo también creí que me había perdido... —Hizo una pausa,
sin apartar su mirada de la mía—. Tiene un agarre sobre mí que no
puedo romper.
—Acabas de quebrarlo.
—No, tú lo hiciste. Lo empujaste hacia abajo, por eso te tiene
miedo. Todavía tienes el poder.
—Pero no puedo sentir nuestro vínculo... ¿por qué no puedo
sentirlo?
—No lo sé, pero no necesito un vínculo para saber que te amo,
Dahlia, y que lucharé por ti hasta que sea polvo.
Le besé, profundamente, aferrándome a la esperanza de poder
mantenerlo aquí, conmigo. Que podría volver a empujar a Radulf
como había hecho antes... antes del día en que clavé una daga en el
corazón de Cillian y lo maté. Pero incluso yo podía sentir la
presencia de ese espíritu oscuro. Permanecía como una sombra.
Como una nube oscura que había retrocedido, pero sólo por un
momento. Ya estaba cogiendo fuerzas para volver, y no sabía si
podía hacer algo para evitarlo.
—¿Es cierto? —preguntó, rompiendo el beso para jadear
contra mi boca.
—¿No puedes sentirlo? Sólo han pasado unas semanas, pero
hasta Mira pudo sentirlo.
Cillian me olió profundamente el cabello y el cuello. Mi piel
se erizó de deseo. Sentí que mis manos se adentraban más en su
pelo, que mis dedos se enredaban en él como si se tratara de salvar
mi vida. Mi pecho se apretó y se calentó. Sabía que estaba en
peligro ahora mismo, que en cualquier momento Radulf podría
reafirmarse y ya no sería Cillian.
Eso no importaba.
Lo quería, quería más de él. Aquí. Ahora.
—Dahlia... —susurró contra mi oído.
—¿Sí? —Respiré.
—¿Realmente… estás embarazada?
Lo abracé con más fuerza.
—Lo siento, y puedes olerlo, así que debo estarlo.
Se retiró y se aferró a mis hombros.
—Tienes que huir —afirmó—, ahora mismo.
—No puedo, Cillian. No sin ti.
—Debes hacerlo. —Tiró de mi brazo y me arrastró hacia la
puerta de la celda—. No puedes quedarte aquí. No es seguro.
Clavé los talones en el suelo para evitar que me arrastrara.
—Cillian, no lo entiendes. He venido aquí para recuperarte.
Sacudió la cabeza.
—No puedes, Dahlia, no si llevas a nuestro hijo.
—¡No puedo dejarte aquí para que te asfixies en la nada! —
Volví a agarrarlo, acercándolo a mí—. Eres el hombre que amo, mi
compañero, mi príncipe. Voy a ganar esa maldita Selección Real y
recuperarte. Tengo que hacerlo.
—No dejaré que arriesgues tu vida por mí.
Ladeé una ceja.
—No veo cómo puedes detenerme, y sé que, si la situación
fuera al revés, estarías intentando hacer lo mismo.
—Sí, pero es diferente.
—¿Por qué, porque la doncella nunca salva al Príncipe? Estoy
reescribiendo ese libro, y puedes usar la poca energía que tienes
tratando de ayudarme a recuperarte, o puedes usarla tratando de
enviarme lejos. Sin embargo, mi decisión está tomada, y ni siquiera
tú puedes cambiarla.
Me miró como si me hubiera convertido en otra persona
delante de él. Apoyó sus manos en mis hombros, los apretó un poco
y acercó sus labios a los míos. Pero no me besó. No de inmediato.
—Nunca... —susurró, y luego suspiró—, me he sentido más
atraído por ti que en este mismo momento.
Enarqué una ceja.
—Demuéstralo.
Me apretó contra él y me besó con la fuerza de un huracán.
Me hizo girar, me levantó y me inmovilizó contra la pared. Rodeé
su abdomen con las piernas, rodeé su cuello con las manos y
saboreé cada segundo, cada gramo de pasión y excitación que me
invadía como un torrente de fuego líquido.
Quería arrancarle la ropa y follármelo, aquí mismo, en el frío
y gélido suelo. No me importaba un poco de frío, y no es que fuera
a notarlo después de un rato, dado lo mucho que lo deseaba en este
momento. Pero notaba cómo se desvanecía, cómo cedía el control
sobre su propio cuerpo.
Me aferré a él con más fuerza, esperando que el calor de mi
cuerpo lo mantuviera conmigo, pero empezó a temblar. Podía sentir
cómo su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, en su cuello,
en la punta de sus dedos. Estaba cayendo, retrocediendo como la
marea.
—Por favor, no —susurré—. No te vayas...
Cillian me bajó rápidamente.
—Tengo que hacerlo, tengo que alejarme de ti, todo lo que
pueda.
—¡No, espera!
Me acerqué a él, pero se encogió de hombros y me miró
fijamente, y vi el cambio en sus ojos. Fue tan rápido y repentino
como hace un momento, sólo que esta vez pasó del azul al negro,
y fue una de las cosas más espeluznantes que jamás había visto.
—Entonces. —graznó, su voz retumbó como si estuviera
gorjeando algo en su garganta—. ¿Así es como piensas conseguir
que te perdone la vida?
—Tráelo de vuelta. —gruñí.
Su respuesta fue un único y frío No.
—Entonces voy a tener que sacártelo y enviarte de nuevo a
esa tormenta.
—Dudo mucho que lo consigas.
—Vas a tener que matarme si quieres garantizar eso, y no creo
que lo hagas.
—¿Porque llevas a su hijo? ¿Crees que eso es suficiente para
detener mi mano?
Ladeé una ceja.
—No lo creo, lo sé. Puedo sentirlo.
—No sientes nada.
—Eso no es cierto. Soy humana; lo siento todo. Y ahora
mismo, me siento bastante segura de que vas a salir por esa puerta
y me vas a dejar vivir. Nos dejarás vivir.
Radulf se lanzó hacia mí, me agarró del cuello y me
inmovilizó contra la pared con tal rapidez que no pude reaccionar
lo suficientemente rápido para detenerlo.
—Sobrestimas tu capacidad para extraer compasión de mí.
—Ya la he visto, Radulf —afirmé, aunque me costó encontrar
las palabras—. La vi aquella noche, cuando me perdonaste la vida.
¿Qué pasó? Estabas a punto de matarme, pero él te detuvo. ¿Cómo?
—No sabes de qué estás hablando.
—¿No lo sé? Entonces responde a la pregunta, porque me
muero por saberlo. ¿Fue porque él te importaba lo suficiente como
para no querer verme muerta? ¿O yo era quien te importaba lo
suficiente?
Él parpadeó con fuerza, sus ojos se abrieron de par en par y
arqueó la cabeza hacia atrás.
—Silencio. —siseó.
—¿Qué pasa? ¿He tocado un nervio?
Me apretó un poco más la garganta y sentí que se cerraba bajo
su mano. No podía respirar y lo único que oía eran los fuertes
latidos de mi corazón contra mis sienes. Aunque estaba perdiendo
rápidamente la conciencia, no pude evitar tratar de encontrar algún
indicio de lo que percibía en sus ojos.
Él tenía el control total del cuerpo de Cillian. Podía hacer lo
que quisiera, decir lo que quisiera, ir a donde quisiera, pero no me
había matado cuando tuvo la oportunidad. No aquella noche en el
claro, cuando intentamos exorcizarlo, y tampoco ahora.
Claro, hace un momento había estado a segundos de clavarme
una daga en el corazón, pero ¿lo habría hecho o estaba tratando de
asustarme? ¿Era capaz de matarme directamente? Si no lo era antes
de saber que estaba embarazada, quizá ahora lo fuera aún menos.
Los segundos pasaban y yo me acercaba a la inconsciencia.
Todavía no podía encontrar compasión en sus ojos, ni siquiera
empatía, pero había algo allí, además de la oscuridad infinita.
Vacilación. Inseguridad. Me soltó la garganta, me empujó contra
la pared y se dio la vuelta para salir de la celda.
Con un jadeo y una tos, me esforcé por recuperar el aliento
mientras mi visión se aclaraba. No había intentado quitármelo de
encima, no había luchado contra él, pero me había soltado
igualmente. Cuando llegó a la puerta, se dio la vuelta y me miró
fijamente.
—No creas ni por un momento que esto significa que me
importa. —Advirtió—. Si estás esperando un hijo, es tan suyo
como mío. Tengo la intención de averiguar la verdad del asunto,
pero no te equivoques, si estás mintiendo, desearás que te hubiera
matado aquí hoy.
Abrió la puerta y desapareció tras ella antes de que yo pudiera
pronunciar otra palabra. Pasaron minutos antes de que recuperara
la capacidad de hablar de nuevo, aunque para entonces ya no
quedaba nadie conmigo en la habitación con quien hacerlo. No
quería arriesgarme a que Radulf notara la presencia de Gullie, así
que la había enviado con Mira, pero deseaba que estuviera aquí
ahora mismo.
Me había comunicado con él.
Había visto a Cillian, y eso significaba que todavía estaba allí,
y que podía salvarlo.
Lentamente, me levanté del suelo y exploré la habitación en
la que me encontraba. No me habían registrado antes de arrastrarme
hasta aquí, y eso equivalía que no habían confiscado el amuleto que
colgaba de la pulsera de mi muñeca izquierda. Lo froté entre las
yemas de los dedos y cerré los ojos, incitando a la magia de su
interior a despertarse.
—Melina. —susurré, tosiendo una vez más para aclararme la
garganta—. ¿Puedes oírme?
Pasó un momento, luego otro. Sentí que la pequeña piedra
ovalada empezaba a vibrar entre mis dedos mientras la magia que
contenía florecía.
—¿Dahlia? —Llegó una voz que se proyectaba directamente
en el espacio entre mis oídos.
Era Mel, pero sonaba borrosa y distante; esto no se parecía en
nada a nuestras pruebas.
—No puedo oírte muy bien —dije—, creo que la tormenta
está causando interferencias.
—Lo mismo pasa en nuestro lado. ¿Estás bien?
—Hice contacto.
—¿Hiciste... contacto? ¿Con Cillian?
—Está ahí dentro. Hablé con él.
—Oh... destino... ¡Dee, eso es enorme! ¿Dónde estás ahora?
—En una celda, como sospechábamos. Mira y Gullie están
juntas ahora mismo, pero nos han separado. No sé por cuánto
tiempo. ¿Cómo están las cosas por allí?
—Estamos listos para cualquier momento. Tu tío tiene ganas
de pelea, al igual que Ashera.
—Todavía necesito que me acepten de nuevo en la selección,
y luego tengo que ganarla. No sé cuántas pruebas habrá, ni cuánto
tiempo llevará.
—Tardes lo que tardes. Los niños de la luna están esperando.
—Gracias, Mel. Es bueno escuchar tu voz de nuevo.
—La tuya también... Cuando vuelvas a ver a Gull, dile... —
Se interrumpió, como si no supiera qué decir a continuación.
—No te preocupes, ella lo sabe.
—Gracias. Cuídate, Dahlia. Estamos contigo.
Asintiendo, dejé que el pequeño amuleto se apoyara de nuevo
en mi muñeca y me acerqué a la puerta de mi celda. No había
guardias fuera, pero la puerta estaba cerrada con llave y no cedía.
Eso no significaba que no pudiera abrirla a golpes o por la fuerza.
Sentía que podía hacerlo. Pero no había permitido que me trajeran
a una celda sólo para intentar salir de ella. Necesitaba esperar a que
vinieran a buscarme. Necesitaba que me admitieran de nuevo en la
Selección Real: era la única manera de recuperar a Cillian. Y ahora
que sabía que tenía una oportunidad, que todavía estaba ahí, en
algún lugar, era todo lo que quería.
Lo único que quedaba por hacer ahora era prepararme.
4
P
arecía que habían pasado horas antes de que la puerta se
abriera de nuevo. Sin siquiera una mirada, el guardia me
ordenó que saliera de la celda y caminara por el pasillo.
Había otros esperándome, todos ellos con sus armaduras azules de
placas; cada uno de ellos con una mano en sus armas.
Una vez fuera de la celda, formaron un perímetro a mi
alrededor y me condujeron por el castillo, subiendo unas escaleras,
por un pasillo y otro. Finalmente, llegué a la puerta de una
habitación que no reconocí. Era una especie de estudio, con
estantes cubiertos de libros, una mesa bien organizada y varias
sillas.
A diferencia de la mayoría de las otras habitaciones del
castillo, ésta estaba bastante vacía y escasamente decorada.
Quienquiera que fuera su propietario no se preocupaba mucho por
colgar adornos en las paredes. Tenía una vista dominante de la
parte izquierda del castillo, con la ciudad que se extendía por
debajo, pero eso era todo.
Cerca de la ventana que daba a la ciudad había un perchero...
o, al menos, yo había pensado que era un perchero hasta que se
movió, se giró y me miró. Era Tellren; el hombre alto, larguirucho
y de rostro severo que había llegado a conocer bastante bien,
especialmente durante la segunda parte de la selección real.
Sus largas y puntiagudas orejas se movieron al unísono con
su rizado bigote cuando me miró. Con un simple gesto de la mano,
hizo que los guardias nos dejaran. Obedecieron la orden sin
cuestionarla y salieron de la sala en silencio para esperar al otro
lado de la puerta. Tellren, mientras tanto, se giró para mirarme de
frente, con una ceja enarcada.
—No esperaba volver a verte. —dijo entre dientes.
—Lamento decepcionarle. —respondí.
—Bastante. —Hizo una pausa y volvió la nariz hacia mí—.
Te ves... diferente.
—He pasado casi un mes en el bosque, así que creo que sí.
—Bastante. —repitió.
—¿Vas a decir algo más? ¿Por qué me han traído aquí?
Respiró profundamente.
—Te han traído aquí porque el destino decreta que los
procedimientos deben continuar. La Selección Real ha sido
pospuesta durante demasiado tiempo.
—¿No me has echado?
—No por falta de intentos, te lo puedo asegurar. Después de
todo, eres una asesina y una fugitiva.
—No soy una asesina.
—¿Ah, ¿sí? Entonces lo siento mucho, debemos haber
cometido un horrible error.
—Lo hicisteis. Yo no maté a Verona.
—Espera, no me lo digas, fue Mareen, ¿verdad?
Me puse una mano en la cadera.
—En realidad, lo fue. Si hubieras prestado más atención, la
habrías visto hacerlo.
—La escena del crimen fue cuidadosamente analizada,
Dahlia Crowe, y tú eres la asesina.
—Bueno, entonces tu gente hizo un trabajo terrible, porque
vi a Mareen hacerlo. Yo estaba allí.
Parecía que estaba a punto de estallar, de gritarme, de
desahogar cualquier frustración que se hubiera guardado desde que
me fui. Pero el fuego y la pasión no tenían muchas posibilidades
en el corazón de los faes de invierno. La ira se enfrió rápidamente,
la expresión de su rostro se congeló de nuevo.
—Esto es irrelevante —afirmó—, no estoy aquí para discutir
contigo sobre quién hizo qué. Simplemente he venido para
prepararte para la siguiente ronda de la competición. Está claro que
los jueces consideraron oportuno permitirte seguir con nosotros, así
que se te está dando otra oportunidad de fracasar.
—Eso no suena muy imparcial.
Su ceja no podría haberse arqueado más.
—Me sorprendería que encontraras una sola persona en toda
esta corte que quisiera que ganaras. Todos preferiríamos verte
fracasar y luego asistir a tu ejecución. Pero eso puede esperar...
Estoy seguro de que no tardarás mucho.
Le fruncí el ceño.
—Sabes, antes me gustabas más.
—Yo también he descubierto que mi tolerancia hacia ti ha
disminuido, pero supongo que no debería sorprenderte dado tu
actual estatus social. Eras la favorita, ya sabes. El caballo negro. Y
ahora... —Se interrumpió, burlándose y buscándome con los ojos.
Me iba a cansar rápidamente de aquello, pero estaba claro que
no iba a hacerle cambiar de opinión con palabras. Él pensaba que
yo era culpable. El resto de la Corte me consideraba culpable.
Intentar razonar con ellos no funcionaría. Lo único que podía hacer
era agachar la cabeza y pasar las pruebas.
Si ganaba, y me casaba con el Príncipe, entonces no podrían
ejecutarme... ¿verdad? Era mucha fe la que depositaba en el fae
más frío que conocía, pero salvo limpiar mi propio nombre y
expulsar a Mareen como asesina de Verona, no creía que tuviera
muchas más opciones.
—Bien —dijo finalmente Tellren—, deberíamos empezar.
—¿Empezar qué? —pregunté.
Se acercó a su escritorio, se sentó detrás de él y sacó un par
de gafas de medialuna. Respiró sobre ellas, con cuidado, y luego
las limpió antes de deslizarlas sobre el puente de la nariz. Después,
levantó la vista hacia mí.
—Siéntate. —ordenó, con un tono cortante y agudo, y sin
siquiera hacer un gesto con la mano para activarlo, una de las sillas
se deslizó a un lado, como si me invitara a aparcar el culo.
Me retorcí alrededor de ella, y la silla se me metió debajo de
las piernas y me acercó al escritorio.
—Podría haberse limitado a...
—Teatro. —Cortó, con un gesto despectivo de la mano—. No
nos diferenciamos de las bestias sin él.
—Bien... entonces, ¿qué pasa ahora?
—Ahora, te digo a qué atenerte y qué es lo que sigue. Tu
custodia ya ha sido traída y.… acomodada. Tan pronto como
termine contigo, le informaré. Pero tendrás poco tiempo para
prepararte para tu primera prueba. Los jueces desean que la
selección comience de inmediato. Ya se ha perdido demasiado
tiempo.
Asentí.
—Supongo que eso tiene sentido.
—Quedan seis mujeres en la selección. Tú eres una de ellas.
—¿Por qué no fui eliminada?
—Porque hiciste lo que te pidieron los jueces: mataste al
humano.
—Yo... —Me callé, las palabras se me atascaron de repente
en la garganta. Me había olvidado de eso.
El Hammer.
Fue Verona quien lo mató, no yo. Las imágenes volvieron a
mí, al igual que el torrente de emociones que vinieron con ellas.
Mareen había levantado una pequeña tormenta que nadie había sido
capaz de ver. Fue entonces cuando Verona atacó y acabó con el
hombre, antes de dirigir su atención hacia mí. La corte realmente
estaba ciega ante lo que había sucedido en el ojo de la tormenta.
Sólo había sobrevivido a la eliminación porque pensaban que yo
había matado al humano, y eso significaba dos cosas. Número uno,
que Mareen no había dicho la verdad a los jueces, y número dos,
que, si la verdad salía a la luz, yo estaba acabada.
—¿Verdad? —preguntó Tellren, su voz me hizo volver a la
silla.
—Sí... —contesté—. ¿Cuál era la pregunta?
—Yo no te he preguntado nada. Tú me la has hecho a mí.
—Claro... —Me quedé sin palabras. Un destello de luz
procedente del exterior captó mi atención y me encontré
inclinándome para mirar la tormenta que se cernía sobre mí. Era
oscura y espesa. Los relámpagos bailaban en su interior. Pero
estaba en silencio, inquietantemente—. ¿No te molesta? —
pregunté.
Él enarcó una ceja.
—¿Qué es lo que me tiene que molestar?
Señalé la tormenta.
—¿Eso?
Su mandíbula se apretó. Parecía que iba a hablar, pero se
mordió la lengua.
—Ya no lo noto.
—¿De verdad? Porque es lo único que he podido notar desde
que llegué aquí.
—Está claro que a ti te distraen mucho más las luces
intermitentes que a mí.
—¿Qué estás insinuando?
Golpeó las manos contra la mesa y se puso en pie.
—No estoy insinuando nada —ladró—, pero si sigues
interrumpiéndome, haré que los guardias... —Se detuvo
bruscamente llevándose una mano a la boca.
Le miré fijamente desde el otro lado del escritorio, con el
corazón atascado en la garganta y martilleando con fuerza. Tellren
me devolvió la mirada, pero vi algo horrible en sus ojos. No era ira,
sino miedo. Pavor. Se llevaba la mano a la boca, como si le
preocupara que soltarla permitiera que saliera más de lo que fuera
el infierno que iba a decir. Después de tomarse un momento para
serenarse, volvió a sentarse y se tiró de la camisa como si quisiera
enderezarla. Se aclaró la garganta.
—Como decía —continuó, intentando que pareciera que no
había pasado nada—, eres una de los seis concursantes. La
siguiente fase de la selección, la fase final, será rápida, pero difícil.
Se te pondrá a prueba en tus capacidades físicas y mágicas.
También tendrás una audiencia con su majestad.
—¿El Rey?
—En efecto. Yo argumenté que no se te debería permitir
verlo, dado que de hecho eres una peligrosa asesina, pero él parecía
ansioso por conocerte.
—Ansioso...
—En efecto. Se te concederá una audiencia, suponiendo que
pases tu próxima primera prueba.
Un escalofrío me recorrió. Nunca había conocido al Rey, no
personalmente, pero sentía que había llegado a conocerlo a través
de Cillian. Habíamos hablado de él durante nuestro tiempo con los
niños de la luna. Él me contó cómo había crecido a la sombra de su
hermano, cómo Radulf era el favorito, el primogénito, el heredero,
y cómo Cillian era más hijo de su madre que de su padre.
Fue el rey Yidgam quien llevó el cuerpo moribundo de Radulf
al Veridian para intentar salvar su vida. ¿Sabía lo que le ocurriría a
su hijo? ¿Lo había planeado? ¿O había sido una especie de extraño
accidente que había transformado a Radulf, antaño heredero de
Windhelm con un brillante futuro por delante, en un espíritu
psicótico, malvado y parásito?
Yo también me cabrearía bastante si alguien me hiciera eso.
—¿Me enviarán de nuevo a una celda, ahora? —pregunté.
—Por mucho que prefiera que te encierren en una celda, bajo
vigilancia —soltó—, se te concederán las mismas comodidades
que a las demás concursantes. Sin embargo, en lugar de quedarte
en el palacio, se te enviará a tu dormitorio original. Logré que el
palacio aceptara, al menos, esa medida de seguridad.
—No soy una asesina peligrosa.
Volvió los ojos hacia mí y me miró desde el borde de sus
gafas.
—Díselo a Verona. —Se levantó de nuevo—. Ven, te
conseguiremos un nuevo uniforme antes de que te envíen a tus
aposentos.
—¿Uniforme?
—Sí... por orden del Príncipe, las concursantes deben llevar
un uniforme específico de aquí en adelante. No habrá más vestidos
extravagantes o elaborados de aquí al final de la selección.
—El Príncipe dijo eso, ¿eh? ¿Fue Cillian o Radulf?
Tellren aspiró profundamente por la nariz y me fulminó con
la mirada.
—¿Qué has dicho? —siseó.
Oh, mierda. ¿No lo saben?
—Nada, no he dicho nada.
—¿Por qué dijiste ese nombre?
—¡No lo dije! No sé de qué estoy hablando. Debo estar
delirando de tanto viajar.
Tellren tardó un momento en romper el contacto visual, pero
cuando finalmente lo hizo, se dirigió a la puerta y la abrió de golpe.
—Fuera. —ordenó, señalando el pasillo que había más allá.
Como no quería irritarlo más, me dirigí a la puerta, sin dejar
de mirar al suelo. Los guardias me esperaban fuera, sólo que esta
vez el mayordomo se unió a nosotros mientras atravesábamos el
castillo.
No lo saben, pensé. No deben saberlo, y por supuesto, ¿cómo
podrían saber la verdad? Radulf estaba muerto. No sólo estaba
muerto, sino que había sido borrado del registro, y los registros que
existían habían sido rayados por una mano furiosa.
Por lo que se sabía, Cillian era el Príncipe de Windhelm, y no
Radulf.
No me lo esperaba, pero probablemente ése era sólo el primer
problema con la que tendría que lidiar. Este no era el castillo que
recordaba, sino una casa de los horrores. No había forma de saber
lo que me esperaba a la vuelta de la siguiente esquina. Si quería
sobrevivir a esto, tenía que estar más atenta que nunca.
5
t ellren y los guardias me guiaron por una parte del
castillo que me resultaba más familiar. Las paredes
blancas a veces parecían no tener fin, un pasillo casi
indistinguible del anterior, pero era la configuración de las
ventanas y las puertas lo que lo delataba. Este era mi antiguo hogar,
el lugar al que me habían traído el día que me secuestraron.
Uno de los guardias abrió la puerta y Tellren me indicó que
pasara. La habitación no había cambiado desde la última vez que
estuve aquí. Encontré mi gran cama cubierta de pieles, mi mesa de
comedor, mi armario, la cómoda, el baño y la enorme ventana que
daba al castillo. Todo estaba aquí, pero también había algo más.
Algo fuera de lugar.
Una caja alta y rectangular, a juzgar por su forma, se
encontraba situada en el centro de la habitación, cubierta con
gruesas cortinas de color azul intenso. La caja era fácilmente tan
alta como yo, tal vez incluso un poco más, pero no podía ver más
allá de las cortinas. Cuando entré en el dormitorio y me acerqué un
poco más a ella, me pareció oír... un zumbido procedente de algún
lugar del interior.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—Eso se revelará en breve. —dijo el mayordomo mientras
me seguía al interior de la habitación. Se acercó a la mesa del
comedor, se detuvo y se volvió para mirarme—. Estoy obligado a
preguntarte si hay algo que pueda conseguirte para ayudarte en tus
pruebas.
—Y a juzgar por tu tono, puedo decir que estás encantado de
ofrecerme cualquier tipo de ayuda.
—Este es mi tono habitual.
—Incluso para un fae de invierno, estás siendo muy frío.
—¿Hay algo que necesites? ¿O podemos deshacernos el uno
del otro?
Miré por la habitación. Aparte de los muebles y las mantas
peludas, no había mucho más aquí. Ni armas, ni armaduras, ni
siquiera comida.
—Me gustaría tener una máquina de coser.
—¿Una máquina de coser?
—Soy costurera de profesión. Me gustaría poder seguir
mostrando mis habilidades.
Me miró fijamente.
—Muy bien. ¿Algo más?
—Hilos, telas, equipo para poder crear vestidos desde cero si
es necesario. Haré una lista para uno de sus guardias. También me
gustaría una comida caliente y algo de beber, pero no vino. —Hice
una pausa—. En realidad, sí, tomaré algo de vino.
Él enarcó una ceja. No le había visto tomar ni una nota, pero
tampoco había pedido mucho. Aunque sabía qué clase de estatus
tenía una concursante de la Selección Real, seguía sintiéndome
incómoda al pedir demasiado. Me habían educado para tomar sólo
lo que necesitaba, y no más. Sí, me habría venido bien un arma o
dos, ropa de repuesto; incluso podría haber pedido que Mira se
alojara conmigo mientras estaba aquí, pero no lo hice.
Respirando hondo, Tellren se dirigió al centro de la
habitación y se situó cerca de la caja, bajo las cortinas. El zumbido
se había intensificado, al menos eso parecía. Sonaba como una
especie de melodía, suave y distante, etérea, fantasmal. Era
hermoso... entonces recordé dónde estaba, y me di cuenta de que lo
que fuera que había debajo no iba a ser bueno.
—Me gustaría presentarte a tu nueva compañera de
habitación. —anunció, y con un gesto de su mano, las cortinas
azules volaron hacia arriba y se apartaron para caer limpiamente
sobre mi cama, revelando lo que había debajo de ellas.
No era tanto una caja como un cubo de hielo gigante. Unos
dedos de aire frío se filtraban desde el cubo, que estaba cubierto
por una fina capa de escarcha blanca. Detrás de él, me pareció ver
algo oscuro... no una forma, exactamente, sino una especie de
extraña distorsión. Tenía que acercarme si quería verlo mejor, pero
cada centímetro de mí me advertía que no lo hiciera.
—¿Qué... es? —pregunté.
—Esto va a asegurarse de que no hagas ninguna tontería.
Como conspirar para cometer otro asesinato.
—¿Conspirar? Yo no conspiro.
—Y no lo harás. Ven aquí.
Le observé, mis ojos revoloteaban entre él y el cubo. No veía
otra alternativa que acercarme, y una parte de mí quería saber qué
había allí; con qué clase de monstruo me obligaban a alojarme para
mantenerme en el buen camino, como si necesitara ser
supervisada.
Al llegar al cubo, me di cuenta de que lo que había dentro
cambiaba constantemente de forma. Era de color azul oscuro, casi
negro, y se movía dentro como si en su interior hubiera agua líquida
en lugar de estar congelada. La forma del interior nadó hasta el
borde del cubo y se estrelló contra él, haciendo que todo el conjunto
traqueteara. Por un instante vislumbré algo que parecía casi un
calamar. Tenía tentáculos, pensé, un montón de ojos y una piel azul
palpitante.
—¿Me estás colocando en una habitación con un calamar? —
pregunté.
—No sé lo que es un calamar. —contestó—. Se trata de una
criatura conocida como Ulhan. Su nombre es Tula, un Ulhan
particularmente antiguo que ha vivido durante muchos siglos, ha
visto muchas cosas y ha mostrado a otros muchas, muchas más.
—Entonces, ¿es una mascota?
—¡No son una mascota! —espetó Tellren. Luego se volvió
hacia el cubo de hielo, inclinó la cabeza y juntó las manos—. Me
disculpo. Es una mestiza ignorante sin gracia, modales ni
cualidades redentoras de ningún tipo.
—¡Oye! —protesté.
—Silencio. —siseó—. Por eso necesitamos tu ayuda, Tula.
Por favor, asegúrate de que se mantenga a raya. —Hubo una pausa
y Tellren asintió—. Sí, por supuesto. De inmediato.
—Espera, ¿acabas de hablar con... ellos?
Él dirigió su mirada hacia mí.
—Procura no ofender a Tula. Ellos pueden hacer que tu
estancia aquí sea muy agradable, o insufrible. La elección es tuya.
—¿Ellos... qué?
No dijo otra palabra, y prefirió ignorarme por completo
mientras salía de la habitación. Los guardias se fueron con él. Un
momento después, oí que la puerta se cerraba desde el otro lado, lo
que significaba que no querían que vagara por el castillo sin
supervisión. Eso estaba bien. No tenía que ir a ningún sitio.
Respirando hondo y echando una última mirada a Tula, me
di la vuelta y me senté en mi cama, sólo que toda la habitación
había cambiado. Ya no estaba en el castillo, sino en Carnaby Street.
Podía oír el pitido de los coches que circulaban por la calle a la
vuelta de la esquina. Había gente que pasaba por el borde del
callejón, algunos con bolsas de la compra, otros que se apresuraban
a llegar a alguna cita.
Era un hermoso día en Londres; fresco, brillante y soleado.
Volví a girar sobre el lugar y vi la Caja Mágica al final del
callejón. No estaba muy lejos de ella, tal vez unos pocos pasos. La
puerta estaba cerrada, pero las luces del interior estaban
encendidas. Más allá de la ventana delantera, vi a mamá Pepper
atendiendo el mostrador. Tenía una pila de papeles delante de ella
y los hojeaba diligentemente, deteniéndose sólo para lamerse el
pulgar y poder pasar las páginas con más facilidad.
Me precipité hacia la puerta y fui a abrirla, pero me topé con
una barrera invisible que me hizo retroceder al instante varios
pasos. Tambaleándome, con la mano entumecida por el golpe del
campo de fuerza, miré la ventana de la tienda de magia,
preguntándome por qué no podía entrar.
—¿Pepper? —grité—. ¿Puedes oírme?
No podía. La vi coger un papel, dejarlo a un lado y firmarlo
antes de volver a la pila para continuar con su trabajo. Mamá Evie
apareció un momento después. Se movía por la tienda, organizando
rollos de tela y limpiando un poco el polvo aquí y allá. Solía hacer
eso siempre que necesitaba pensar en un problema.
—¿Evie? —Volví a gritar.
—Eres un fantasma para ellas. —dijo una voz suave y
profunda. No podría decir si era masculina o femenina; tenía un
poco de ambas, así como una cualidad extrañamente melodiosa—.
No pueden oírte.
Miré a mi alrededor, buscando la fuente de la voz, pero no la
encontré.
—¿Quién ha dicho eso? —pregunté.
—Soy Tula...
—¿Esto es un sueño?
—Esto es el presente. Te estoy mostrando lo que quieres ver.
Fruncí el ceño.
—¿Esto es... la Caja Mágica ahora mismo? No lo entiendo.
—Esta fue tu casa una vez. Esas son tus madres. Pepper, Evie.
Helen está cerca. Se preocupan por ti, hace tiempo que no te ven,
pero la vida continúa.
—¿Por qué me enseñas esto?
—Porque es importante que sepas lo que puedo ver. Lo que
sé. Lo que puedo hacer. Puedo mostrarte lo que quieres ver... si te
comportas.
—¿Y si no lo hago?
El mundo que me rodeaba cambió, se rompió como si
estuviera hecho de agua, para volver a materializarse a mi
alrededor. Ya no estaba en la calle. Estaba en un apartamento, y me
parecía que seguía en Londres. De hecho, una vez que me acerqué
a la ventana, me di cuenta de que seguía en Carnaby Street; seguía
en el callejón que daba a la Caja Mágica, sólo que, en un ligero
ángulo, y al menos dos pisos más arriba.
—¿Qué es esto? —pregunté.
Oí pasos cerca y me giré inmediatamente. La habitación era
oscura y estaba ligeramente amueblada. Había un sillón, viejo y
desgastado. Una pequeña mesa, una silla y una chimenea inerte.
Detrás de la silla había un abrigo negro que parecía pertenecer a un
hombre. Me acerqué a él como para intentar recogerlo, cuando un
hombre dobló la esquina desde uno de los pasillos contiguos.
Era bajito y delgado, con una melena oscura desordenada.
Tenía una cicatriz en el lado izquierdo de la cara que parecía hecha
con un cuchillo, y dos orejas puntiagudas, la marca de los faes.
Vestía todo de negro, desde las botas hasta los guantes, y en su
cinturón llevaba dos dagas.
—¿Quién eres tú? —grité, pero no pudo oírme.
El hombre pasó a través de mí, como si estuviera hecha de
niebla, y se posó junto a la ventana que daba al callejón. No parecía
tener ninguna prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo;
como si estuviera esperando algo.
—¿Tula? —pregunté—. ¿Qué se supone que es esto?
—Esto es lo que no quieres ver.
—¿Esto es real?
—El hombre que estás viendo es un asesino, especialmente
hábil para derrotar a los magos humanos. Obsérvalo mientras
espera que le den la orden de atacar.
El corazón se me subió a la garganta y empezó a martillear.
—¡¿Atacar?! ¿De qué estás hablando?
—No hay necesidad de alarmarse. Compórtate y tus madres
no sufrirán ningún daño. No lo hagas, y te mostraré sus muertes
cuando se produzcan.
—No... ¡no puedes hacer esto! ¡No han hecho nada malo!
—No hago nada. Sólo muestro. Esto es una consecuencia de
tus acciones, Dahlia Crowe. No les des una razón para matar a tus
madres. No me des una razón para plagar tus sueños con los
sonidos de su agonía.
El mundo empezó a cambiar de nuevo, a desaparecer como si
se lo llevara el viento. Por un instante de locura, creí ver al asesino
mirándome -quizás incluso sonriendo- antes de que él también se
convirtiera en poco más que oscuridad. Un momento después,
estaba de vuelta en mi habitación, con el corazón todavía
martilleando y la piel helada. Me di la vuelta y miré fijamente el
cubo de hielo.
—No es real —murmuré—, no puede ser real.
—Es real, Dahlia. Espera que le digan que ataque... mientras
cooperes, la orden nunca llegará.
De repente perdí la capacidad de respirar. Retrocediendo un
paso, me sentí caer de culo sobre la cama. Mis madres... estaban en
peligro, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Nada
excepto cooperar.
Volvía a ser una prisionera de Windhelm, pero esta vez, mi
vida no era la única que estaba en juego.
6
l a presencia constante de Tula era un recordatorio
persistente del peligro que corrían mis madres. La
extraña criatura con aspecto de calamar no se movía
mucho dentro de los confines de su prisión helada. No hablaba, no
habían hablado desde que entregaron su mensaje, lo que me llevaba
a intentar averiguar qué era más espeluznante: su mensaje o el
silencio que le siguió.
Fue un silencio que se prolongó durante lo que parecieron
días. Había llegado a este lugar como víctima de un secuestro, pero
también me había convertido en una especie de invitada estimada.
Con el tiempo, incluso había alcanzado un tipo de estatus de
celebridad. ¿Pero ahora? Parecía que todos aquí me querían muerta.
Todos, por supuesto, excepto Mira.
Cuando la puerta se abrió y se le permitió entrar en la
habitación, podría haber saltado a través de la distancia entre
nosotras para envolverla en un abrazo. Pero no lo hice. Tuve que
controlarme, porque lo último que quería era que alguien tuviera la
impresión de que éramos demasiado cercanas. Por lo que tenía
entendido, ella no había sido acusada de nada todavía.
Quería que siguiera siendo así.
Entró escoltada por dos guardias, que me miraron con
frialdad y dureza desde el otro lado del dormitorio antes de volver
a marcharse. Oí el pesado cerrojo de la puerta cerrarse de golpe una
vez salieron.
Mira se dio cuenta enseguida de que el Ulhan estaba en su
caja de hielo e hizo una mueca. Sus labios se apretaron en una fina
línea.
—Me lo temía. —dijo, manteniendo la voz baja, aunque no
creí que eso ayudara.
Me acerqué con cuidado a ella.
—¿Sabes qué es esto?
Asintió con la cabeza.
—Significa que te han enseñado algo terrible.
Tragué con fuerza.
—Mis madres... —Hice una pausa y miré al Ulhan—. ¿Es
seguro hablar con ellos?
—Están aquí para mostrarte cosas, no para informar a los
demás. Pero es más que probable que te espíen en esta habitación,
así que deberíamos tener cuidado con lo que decimos.
—No me importa si escuchan esto. Mira, tienen un asesino
entrenado con mis madres. Está... literalmente viviendo al lado de
ellas. Tula dijo que las matarán si no me comporto. Ni siquiera sé
qué significa eso. Y el Príncipe...
—¿El Príncipe?
—Lo vi... vino a visitarme a la celda en la que me metieron.
Lo vi, Mira.
Sus ojos se entrecerraron. Estaba claro que ella también era
consciente del elefante en la habitación.
—¿A él?
Asentí con la cabeza.
—Tuve que confesar a algo para lo que no estaba preparada,
pero fue suficiente para sacarlo de... cualquier lugar oscuro en el
que esté. Está ahí, Mira. Todavía está ahí. —Gemí—. Tengo tanto
que contarte, pero no puedo hablar con franqueza de eso contigo y
me va a volver loca.
Ella cerró los ojos y bajó la cabeza.
—Lo siento —dijo—. No sabía que esto pasaría, pero tenía la
sospecha de que harían algo turbio. Deberíamos hacer lo posible
por no cabrear a nadie, mantener la cabeza baja, hacer lo que hemos
venido a hacer.
Asentí.
—Eso puedo hacerlo. Supongo que necesito una distracción
de la inminente fatalidad. Sólo me gustaría poder enviarles un
mensaje, para advertirles.
—Sabes que eso es imposible.
—Lo sé... pero eso no aleja mágicamente los pensamientos
de mi mente. ¿Te han informado sobre la primera prueba?
—Lo han hecho... aunque de mala gana.
Me acerqué a la mesa del comedor y me senté en la silla de
respaldo alto.
—¿También te trataron como a una indeseable?
—Mi recibimiento fue más frío de lo que había previsto, y
eso es mucho decir teniendo en cuenta dónde estamos.
Sacudí la cabeza.
—Es difícil de creer que en unos cuantos... Ya no sé cuánto
tiempo ha pasado, pero cuando llegué aquí, eras absolutamente una
de ellos, y ahora no lo eres.
—¿Qué puedo decir? Una buena profesora me mostró lo que
me faltaba.
—¿Estás hablando de mí?
—No, hablo de la otra casi humana con la que me tocó al
principio de esta competición.
—Oye, a mí no me gustó más que a ti.
—Supongo que al final hicimos que funcionara. —Miró
alrededor de la habitación—. Ahora esto parece diferente, ¿no?
—No sé si es la tormenta, o si es sólo el hecho de que nos han
tratado como prisioneras desde que llegamos aquí, pero sí. Es
diferente. —afirmé.
—Probablemente es un poco de ambos. He estado sintiendo
los efectos de la tormenta desde que llegamos aquí...
Fruncí el ceño al mirarla.
—¿Efectos?
—Son leves, no te preocupes. Quizás porque no he estado
expuesta tanto tiempo. Pero me siento más agitada que de
costumbre. Normalmente controlo mi estado emocional, pero
siento que la tormenta está minando esa compostura.
Me incliné para bajar la voz.
—Tellren me gritó antes... ¿es lo mismo?
—¿Estalló?
—Se me ocurrió mencionar... algo. Alguien cuyo nombre no
debería haber mencionado. ¿Alguien que se supone que está
muerto, pero que nadie sabe que ha vuelto?
Ella asintió, comprendiendo.
—¿Qué pasó?
—Se perdió por un momento. Nunca he conocido a Tellren
como algo más que frío, desinteresado y un poco idiota. Pero nunca
había perdido los nervios de esa manera.
—Si yo ya estoy sintiendo los efectos de la tormenta, y sólo
he estado bajo su influencia durante unas horas, no puedo imaginar
lo que debe sentir el resto de la corte de invierno teniendo en cuenta
el tiempo que llevan bajo ella.
—¿Crees que te afectará de la misma manera que a los
demás? ¿O a mí?
—Hemos sido testigos de primera mano de tu resistencia a
los efectos de la tormenta. No creo que te afecte tanto como a mí...
—Mira... no puedo perderte también por esta cosa.
Me cogió la mano y, extrañamente, la frialdad de su tacto me
llenó de calor.
—No lo harás. Te lo prometo. —Se giró con cuidado hacia
un lado y se recogió el pelo, ofreciéndome una visión de la nuca
donde Gullie descansaba como un tatuaje contra su piel. Fue un
gesto rápido que podría haber sido visto como un simple
movimiento de pelo, pero yo había captado el mensaje.
No perdería a Mira, y no perdería a Gullie. Ambas estaban
aquí conmigo, y mientras eso fuera cierto, existía la esperanza de
que llegaría al otro lado de esta cosa de una pieza.
—Muy bien. —dije, respirando profundamente—. ¿Qué tal si
hablamos de esta primera prueba, entonces?
Ella asintió.
—No quedan muchas. Al parecer, Su Alteza quiere que la
selección termine lo antes posible.
—Por supuesto.
—Aunque no me han dado un informe sólido, por lo que
tengo entendido, habrá tres pruebas: una prueba de destreza física,
una prueba de habilidad mágica y una prueba de resistencia.
—Todas suenan... duras.
—Lo son. Esta es la etapa final de la selección, sólo queda un
puñado de vosotras. Aquí es donde descubrimos cuál es apta para
liderar los ejércitos del invierno contra sus enemigos. Aronia sigue
siendo la favorita...
—¿Ella sigue en esto?
—También lo están Mareen, y Kali... y cualquiera otra que
no fuera eliminada durante la última prueba. Toda la selección
quedó en suspenso cuando te escapaste.
—¿Por qué los jueces no me eliminaron y continuaron?
—Bueno... porque el Príncipe también desapareció. Debes
entender que fue una situación sin precedentes. Nunca en la historia
de la Selección Real un Príncipe o Princesa ha huido del palacio en
medio de la competición.
—Aunque todo eso sea cierto, creen que he matado a alguien.
Iban a ejecutarme... seguramente eso es motivo de eliminación.
—Pregunté sobre eso, y resulta que los jueces estaban
indecisos sobre si eliminarte o no. Una votación de eliminación
tiene que ser unánime, y había dos que pensaban que merecías
seguir en la competición.
—Dos jueces... ¿qué pasa con el asesinato?
—Estoy segura de que eso influyó en las deliberaciones, pero
se votó y te salvaste. Recuerda que fue el Príncipe quien sugirió
que fueras ejecutada. La orden no vino de los jueces.
—Entonces, si lo estoy entendiendo bien, ¿el hecho de que
algunos piensen que soy una asesina no le importa a la Selección
Real? ¿Todo el asunto del asesinato es aparte?
—Todo el asunto del asesinato es la razón por la que se ha
asignado un Ulhan a tu habitación, es la razón por la que se te ha
mostrado lo que te ha enseñado. Algunos piensan que eres culpable
y que debes ser eliminada y ejecutada, otros piensan que se te debe
permitir permanecer en la competencia y presentar tu caso de esa
manera.
—Entonces voy a exponer mi caso. —Miré la marca plateada
en el dorso de mi mano—. Voy a mostrarles a todos quién soy
realmente.
Una ligera sonrisa cruzó sus labios.
—Tengo muchas ganas de verlo. —Se quedó pensativa un
momento—. Es muy posible que necesites la ventaja,
especialmente mañana. Esta primera prueba será de velocidad y
agilidad.
—Puedo ser rápida y ágil. Creo.
—Puedes. Has estado entrenando para ser rápida desde que
llegaste aquí, y ahora tienes nuevas habilidades que refuerzan esas
capacidades.
—¿Sabes a qué me voy a enfrentar?
Ella bajó los ojos.
—Otra concursante. —respondió, ofreciéndome una mirada
sombría—. Sólo quedan cinco chicas y faltan tres pruebas. Al final
de cada prueba habrá una vencedora y una perdedora. La perdedora
será eliminada, la vencedora seguirá adelante.
—Espera... ¿cinco? Es un número impar. ¿Cómo funciona
eso?
—Aronia se saltará esta primera ronda, dada su actual
posición de líder en la competición. Tu oponente será Kali.
Se me erizó la piel.
—¿La secuaz de Mareen?
—Me temo que sí. Es rápida, tan rápida como tú, quizá más.
No quiero sugerir que tengas que confiar en tu habilidad para
cambiar de forma para superarla, pero...
—Haré lo que tenga que hacer. Me sentiré bien si la elimino
de la competición, teniendo en cuenta toda la mierda que ella y sus
amigas me han hecho pasar.
—Deberíamos empezar, entonces. —Propuso ella,
poniéndose de pie—. Hace tiempo que no entrenamos las dos.
Quiero asegurarme de que no has olvidado cómo hacerlo.
Me levanté y luego la miré con el ceño fruncido.
—Me has visto luchar.
—Sí, pero eso fue hace tiempo. Pasaste muchas horas
encerrada en una tienda, ¿recuerdas?
—Eso es un golpe bajo, y hasta tú lo sabes.
—Puede ser, pero alguien tiene que despertarte y ponerte en
forma, y no tengo mucho tiempo para hacerlo. Entrenaremos, luego
comeremos y después te probarás tu nuevo uniforme.
Miré hacia la cama. Tellren lo había dejado antes de salir de
la habitación. Era negro, y soso. Estaba hecho de cuero, o de algún
otro tipo de piel gruesa. No me gustaba su aspecto, ni su olor, y
probablemente me iba a picar. En cuanto el mayordomo volviera
con la máquina de coser, pensaba hacerle un montón de arreglos.
—Lo odio. —gruñí.
—Se supone que no te tiene que gustar. —dijo Mira—. Al
menos, esa es la impresión que me da esta maravillosa pieza.
—¿Todas las demás tienen que ponerse uno también, o es otro
castigo para mí?
—No, todas llevarán lo mismo. Supongo que ahora forma
parte de vuestra nueva estética.
Suspiré.
—De acuerdo, si quieres que entrene, será mejor que lo
hagamos rápido. Ya puedo sentir que la gravedad de la situación
empieza a subirme por la garganta de nuevo como un reflujo ácido.
Mira me agarró por los hombros.
—Intenta relajarte. Sé que es difícil, pero vamos a superar
esto. Todos nosotros.
—¿Incluso él?
Ella asintió.
—Incluso él. Ahora, ven, vamos a practicar tus pies ligeros.
7
e sa noche no dormí bien. Parecía que apenas mi cabeza
tocó la almohada, Mira me despertaba con el
desayuno. Sólo que no tenía hambre. Me di cuenta de
que apenas había comido desde que llegué aquí, pero este lugar,
este entorno, no era el tipo de situación en la que pudiera prosperar
un apetito saludable. Sin embargo, esa regla no parecía aplicarse a
mi custodia. Parecía bien alimentada y tan afilada como una hoja
de afeitar en todo momento. Estaba agradecida por eso. Agradecida
por ella. No se lo decía tan a menudo o tan alto como me gustaría,
pero estaba segura de que ella lo sabía igualmente.
Me ayudó a ponerme mi nueva armadura de cuero. Me
abrochó la daga al cinturón. Me ató el pelo plateado y plomizo en
un moño apretado que no se podría agarrar ni tirar fácilmente. Si
no fuera por ella, habría llegado a esta prueba terriblemente
desprevenida.
Lo mejor que pude ofrecerle como agradecimiento fue un
apretón de manos momentos antes de que los guardias aparecieran
para escoltarnos a la arena.
La última vez que esto ocurrió, los pasillos del castillo
estaban llenos de cortesanos que querían ver a las concursantes
mientras se dirigían a sus pruebas. Ahora, sin embargo, los pasillos
estaban vacíos. Sin ningún signo de vida. Sólo se percibía la
escarcha en las paredes, un frío intenso y el sonido chirriante del
metal al chocar con las armaduras de los soldados.
Nos condujeron hacia la arena, el antiguo escenario de la
Selección Real. Incluso antes de que se abrieran las puertas para
dejarnos entrar, normalmente se podía oír el rugido de la multitud
de cortesanos reunidos al otro lado de la misma. Hoy no era así.
Había un silencio absoluto al otro lado de las puertas. Ni una
ovación, ni un abucheo, ni un susurro.
Uno de los guardias empujó las puertas para abrirlas,
produciendo un sonido de chirrido que salió disparado como un
disparo y resonó en la cámara que había más allá. Una vez abiertas,
otro guardia me empujó con el pomo de su espada, obligándome a
caminar. Lo fulminé con la mirada, y él me la devolvió desde detrás
de su casco integral, pero la cosa no pasó de ahí.
Ahora no era el momento ni el lugar.
En silencio, y con Mira a mi lado, atravesé las puertas y entré
en la arena. El espacio era grande, amplio y abierto. El suelo era
del azul intenso de un lago helado, tenía grandes columnas azules
repartidas por todo el recinto y en el estrado real había movimiento.
Pero el resto del coliseo estaba mortalmente silencioso y vacío.
Todo el anillo que rodeaba la arena, el anillo que
normalmente se llenaba de cortesanos que tenían los medios para
acudir a este lugar a disfrutar de las festividades, estaba en silencio.
No había ni un alma allí arriba, nadie que observara, animara y
aplaudiera. Ese hecho por sí solo destrozó todo mi sistema
nervioso, sacudiéndome hasta la médula porque significaba que
esta prueba, hoy, no iba a ser para entretener a las masas. No iba a
ser un espectáculo, no iba a haber nada de pompa y brillo. Era una
pelea que sería vista sólo por un puñado de personas. Es decir, la
realeza.
Ya podía verlos reunidos en el balcón. Los sirvientes y los
guardias salieron primero, seguidos por el Rey Yidgam... y luego
el Príncipe. Observé cómo ambos tomaban sus asientos
ornamentados de respaldo alto en la parte delantera del balcón y
esperé a que llegara la reina Haera, pero no lo hizo.
—¿Dónde está la Reina? —pregunté.
—No estoy segura —dijo Mira—, pero no me gusta cómo se
siente esto.
Volví los ojos hacia el tragaluz que colgaba sobre nosotros.
Solía llenar la cámara con la luz del cielo, haciendo brillar el
mobiliario blanco como la nieve. Ahora estaba oscuro; sólo había
tormenta, nubes y algún que otro rayo que proyectaba sombras
amenazantes por todo el coliseo.
—A mí tampoco me gusta, esto está oscuro, y no lo digo sólo
por la tormenta.
—No, tienes razón. —confirmó ella, volviéndose hacia mí y
cogiéndome por los hombros—. Prométeme que tendrás cuidado...
—Siempre... sabes que lo tendré.
—Lo sé, pero… —Se interrumpió—. Sólo, buena suerte.
Asentí con la cabeza.
—Gracias, Mira. Nos vemos pronto.
Con una ligera reverencia, primero hacia mí y luego hacia la
realeza, ella se dio la vuelta y se dirigió hacia las puertas por las
que habíamos entrado. Eso me dejó sola en el centro de la arena,
con el Rey y el Príncipe mirándome. Podía sentir el peso de su
mirada, el calor de sus ojos. Se me erizaba la piel porque sabía,
podía decir con seguridad, que el Rey era perfectamente consciente
de lo que había sucedido. Radulf se había hecho cargo, y el rey
Yidgam no podía estar más contento de tener de vuelta a su
primogénito. Podía verlo en la cercanía de sus asientos, en la forma
en que el Rey se aseguraba de que su hijo tuviera toda la cerveza
que pudiera desear, y en la forma en que ambos me miraban. Tenían
la misma mirada depredadora, a medio camino entre una sonrisa y
un ceño fruncido.
Como los ojos de los lobos hambrientos.
Seguí esperando que Lord Bailen dijera algo. Cualquier cosa.
Pero durante mucho tiempo sólo hubo silencio y algún que otro
relámpago insonoro. Entonces, finalmente, las puertas se abrieron
de nuevo y entró Kali. El hada se movía por la arena con un
contoneo, con su cuchillo ya agarrado firmemente en la mano.
En cuanto la vi, me giré hacia ella y me preparé.
No estaba segura de lo que estaba ocurriendo. No se había
hecho ningún anuncio, nadie había dicho una palabra, pero ella
venía hacia mí como si estuviera a punto de intentar clavarme ese
cuchillo en la garganta. Desenfundé el mío y me preparé, lo que
hizo que finalmente dejara de avanzar, pero me apuntó con la punta
de su daga y frunció el ceño.
—Has matado a Verona. —afirmó, y su voz resonó en la
cámara oscura—. Ahora, yo voy a matarte a ti.
—¿Matarme? —pregunté—. ¿De qué estás hablando?
Ella hizo un mohín.
—Oh, ¿no informaron a tu custodia?
—¿Informaron de qué?
—¡La prueba ha comenzado! —anunció una voz estruendosa
desde el balcón real. Me giré bruscamente y vi al Rey de pie,
tapándose la boca con las manos—. Ante cada una de ustedes hay
una enemiga. Asegúrense de que no salgan vivas de este lugar.
—¡¿Vivas?! —grité— ¡Nadie dijo que tuviera que matar a
nadie!
—Pero ya lo has hecho. —siseó Kali, sus palabras eran como
veneno—. Y el invierno no perdona.
No me dio ni un segundo para prepararme. Sin más aviso, se
lanzó hacia mí con la velocidad y la crueldad de una serpiente. Me
recordó a Verona, por la forma en que se movía y golpeaba con su
daga, pero a pesar de la conmoción por el anuncio que acababa de
escuchar, estaba lista para detener su golpe.
Entonces me di cuenta, mientras nuestras dagas se
encontraban y vibraban, de que yo era más fuerte que ella. Más
fuerte, y quizás incluso un poco más rápida. Sólo que no estaba
preparada para matarla directamente. Ella, sin embargo, estaba lista
para acabar conmigo; con ganas, incluso. Eso la hacía mucho más
letal de lo que había imaginado.
—Yo no maté a Verona. —afirmé, mientras nuestras espadas
permanecían bloqueadas.
—Mentirosa. —espetó—. Yo estaba allí. ¡Sé lo que vi!
—Entonces verías a Mareen convocar esa pequeña tormenta
que nos ocultó del resto del coliseo.
—Deja de intentar defenderte con palabras y defiéndete con
ese cuchillo.
Kali se apartó, pero sólo por un instante. Medio latido más
tarde estaba sobre mí de nuevo, asestando una ráfaga de golpes
rápidos pero precisos que podrían haberme dejado lisiada si hubiera
permitido que acertaran en el blanco. En lugar de eso, me centré en
la defensa, en agacharme y esquivar, tratando de agotarla de la
misma forma en que había agotado a Verona.
Pero ella era implacable. Como un huracán, seguía atacando,
golpeando y pateando. Intentó hacerme tropezar, pero cuando su
pie hizo contacto con el mío, no era lo suficientemente fuerte como
para derribarme. La golpeé en la cara con el codo, haciéndola
retroceder unos pasos. La sangre brotó de la comisura de su boca.
Volvió los ojos hacia mí y sonrió.
—Ahí estás. —gruñó—. Ahí está la luchadora que esperaba
encontrar.
—No tienes que hacer esto, Kali. —dije—. No quiero
matarte.
—Ya está decidido. Si no te mato, fracaso. Si no me matas,
fracasas. De cualquier manera, sólo una de nosotras saldrá viva de
aquí.
—¡No tiene que ser así! Podemos decirles que no queremos
esto.
—Y entonces ambas seremos eliminadas. No. Voy a matarte,
le haré justicia a Verona, y luego ganaré esta competición.
—¿De verdad crees que vas a ganarle a Mareen? ¿O incluso
a Aronia? Odio tener que decírtelo, pero sólo eres una chica mala,
no la abeja reina.
Ella frunció el ceño.
—¿Abeja reina?
—Cierto, olvidé que vosotros no veis películas.
—¿Qué es una película?
Puse los ojos en blanco.
—Me gustaba más cuando me atacabas.
—¡Entonces prepárate!
Kali se lanzó de nuevo contra mí, esta vez con un poco más
de habilidad y velocidad de la que había mostrado hasta ahora.
Mientras esquivaba sus ataques, casi parecía que estaba
encontrando más energía en lugar de que se agotara, lo que me hizo
preguntarme si tenía pilas bajo su sencilla armadura de cuero negro.
Me di cuenta de que no iba a llegar muy lejos si sólo me
defendía de sus ataques, así que decidí pasar a la ofensiva.
En cuanto encontré un hueco, le clavé el cuchillo en el
abdomen, con la esperanza de cortarle la piel lo suficiente como
para que se replanteara su postura. Pero era difícil agarrarla. Se
movía como el agua. Era como si mis embestidas la atravesaran
inofensivamente. No fui lo suficientemente rápida como para
rasgar su piel, y cuando hice contacto con su cuerpo, la armadura
hizo un buen trabajo manteniendo el cuchillo a raya.
Estas cosas son más duras de lo que parecen.
Fue durante ese momento de distracción que Kali me quitó el
cuchillo de la mano de una patada, enviándolo con un estrépito por
el suelo azul. Me apuntó con la punta de su daga y sonrió triunfante.
Me había desarmado, y eso limitaba mucho mis posibilidades de
vencerla en esta competición.
Eso es lo que decía su mirada, al menos.
—No eres tan buena como crees. —Se burló.
Miré hacia la daga y fui a acercarme a ella, pero Kali
endureció su postura y me advirtió que no cogiera ese cuchillo sin
decir una palabra.
—Kali, te doy una oportunidad más, no lo hagas.
—¿Que no te mate? Me temo que ya hemos pasado ese punto,
y ahora estás desarmada.
—Eso no significa que hayas ganado.
—Dime, ¿compartió Verona alguna última palabra contigo
antes de que la mataras?
—Yo no la maté.
—¡Responde a la pregunta! —rugió.
—Tendrás que preguntarle a Mareen. Ella es la quien la mató.
Estaba demasiado ocupada tratando de averiguar cómo detener la
hemorragia para preocuparme por lo que Verona tenía que decir.
—Más mentiras.
—¡Kali, no!
Era demasiado tarde. Ella no quería escuchar lo que tenía que
decir, su mente ya se había preparado lo suficiente como para que
mis palabras cayeran en saco roto. Esta vez, cuando se lanzó sobre
mí, yo estaba desarmada, pero eso no significaba que estuviera
indefensa. No había querido llegar a esto, pero ahora parecía ser el
momento.
Retrocedí ante su daga, saltando ligeramente para evitar sus
mortíferos tajos una y dos veces. Tras el tercer golpe, rodé para
alejarme de ella, cambiando a mi forma de loba en cuanto me
enderecé. En el instante en que ella me vio, grande y blanca, con
los colmillos afilados, se quedó observándome, atónita.
Sólo podía esperar que se hubiera dado cuenta del terrible
error que había cometido.
8
— ¡¿ Qué es esto?! —chilló, y oí el temblor de su voz,
la repentina oleada de miedo.
Arqueando la espalda y bajando el hocico al suelo, le gruñí.
—No lo hagas.
—¿Cómo has hecho eso?
—No importa cómo lo hice. Lo que importa es que te doy a
elegir. No me ataques, no intentes matarme, no me obligues a
matarte.
—Esto tiene... —Hizo una pausa, escudriñándome, y luego se
repitió—. Esto tiene que ser una especie de truco. —Sus ojos se
volvieron hacia el balcón real como si esperara ver alguna señal del
Rey o del Príncipe.
Ninguno de los dos le ofreció ninguna, excepto, tal vez, la de
la excitación. Ambos estaban de pie, ahora, los dos hombres
observándonos cuidadosamente desde su percha, no como lobos
ahora, sino como aves de rapiña esperando su momento para
abalanzarse sobre nosotras desde arriba.
Antes, cuando pensé que esta prueba no tenía ningún valor de
entretenimiento para los faes, me había equivocado. Estábamos
actuando para un público de dos personas, y la idea me revolvía el
estómago. Por mucho que quisiera apartar esa idea de mi cabeza y
enfocarme en la prueba, centrarme en asegurarme de que esta mujer
no hiciera ninguna estupidez, no podía.
Sin siquiera una palabra, el Rey había dejado claro que sabía
qué fuerza impulsaba el cuerpo de Cillian, y se alegraba de ello.
Vi la forma en que el cuchillo de Kali temblaba en su mano,
y cuando se dio cuenta de que me fijaba en ella, apretó su agarre.
—¿Crees que un truco barato va a asustarme? —siseó.
—Esto no es un truco. Soy una hija de la luna, soy la Loba
Blanca y he venido a ayudaros. A todos vosotros.
—¿Ayudarnos? ¿Por qué nos ayudarías?
—¡Mira a tu alrededor, Kali! ¿Te parece que algo de esto está
bien? ¿Dónde está toda la gente? ¿Dónde está la fanfarria? ¿Dónde
está el cielo? ¿Acaso todo Windhelm ha olvidado de repente que el
Veridian existe?
Los relámpagos brillaron, furiosos, como si la tormenta me
hubiera oído invocar su nombre. Esta vez, el trueno retumbó, y Kali
volvió los ojos hacia arriba. Vi la forma en que la luz bailaba en su
rostro; ese inquietante resplandor rojo que contrastaba con los
azules y los blancos que me rodeaban.
—El Veridian... —Las palabras salieron de sus labios como
un suspiro, y por un momento me pareció que su tono se elevaba
hacia el final, como si se estuviera haciendo una pregunta a sí
misma.
—Puedes verlo, ¿verdad? —pregunté.
—Él va a... —se interrumpió—, salvarnos...
—¿Él? ¿Quién es él?
—Él... es el que puede poner orden en el caos... el que arrasará
con nuestros enemigos para que podamos volver a prosperar.
—Kali, escúchame... —Di un paso hacia ella, pero eso
pareció sacarla de su trance y volver a centrar su atención en mí.
—Estás aquí para hacernos daño. —gruñó—. Vas a impedir
que cumplamos nuestro destino si ganas esta competición. No
puedo permitir que lo hagas.
—No voy a hacerle daño a nadie. Ni siquiera quiero hacerte
daño a ti, y tú eres... un poco gilipollas*. —Se sintió un poco raro
usar esa palabra mientras sostenía mi aspecto de depredadora.
Debió parecer aún más raro viniendo de la boca de una loba. Ella
no pareció encontrarle la gracia.
—Vine a esta arena con una finalidad, y no hay nada que
puedas decir que me impida cumplir esa tarea. —gruñó.
—¡Pero te han lavado el cerebro, o algo así! ¿No puedes ver
los efectos que la tormenta te está causando? Ni siquiera estás
dispuesta a escucharme cuando te digo que no maté a tu amiga.
—¡Porque todo lo que haces es mentir! —siseó y se abalanzó,
con su daga lista para atacar.
No tuve más remedio que defenderme, y ahora que mis
sentidos eran mucho más agudos que hace un momento, era mucho
más sencillo. Fue como si Kali se moviera a cámara lenta; sus
embestidas eran lánguidas y lentas, el arco de su espada fácil de
esquivar. Se sentía como una trampa, pero si ella no iba a
escucharme, entonces tenía que vencerla.
Si podía hacerlo sin matarla, mejor.
Para intentar cansarla un poco, me separé de ella y empecé a
correr por la pista. Yo era mucho más rápida que ella en mis cuatro
patas, pero ella me persiguió de todos modos, haciendo todo lo
posible por alcanzarme.
Sabiendo que tenía la atención de la realeza, me resultaba más
difícil concentrarme de lo que hubiera querido. Podía verlos
mientras corría, observándome desde el balcón, analizándome. El
Príncipe sonreía, pero el Rey… tenía el ceño fruncido. Casi podía
ver cómo se ponía rojo en tiempo real, aunque no entendía por qué.
—¡Deja de correr! —gritó Kali—. ¡Sólo hay una forma de
salir de aquí para cualquiera de nosotras!
Un rayo mágico se dirigió de repente hacia mí. Me agaché
detrás de una columna de hielo, y cuando la magia la golpeó, la
columna se rompió en cien pedazos con una fuerza explosiva. Miré
a mi alrededor mientras el polvo se asentaba, tratando de encontrar
el origen. ¿Había sido ella, o había venido del balcón real?
Por un instante, no estuve segura, hasta que la vi cargando
otro rayo en su mano, derrapando mientras enrollaba el brazo para
lanzarlo hacia mí. No sabía que podía hacer eso. Mis ojos se
abrieron de par en par, pero en un segundo me puse en movimiento,
corriendo hacia la siguiente columna, con mis patas patinando por
el suelo liso en el que me encontraba hasta que mis uñas por fin
encontraron apoyo y pude ponerme en marcha.
La explosión de su mano desintegró la columna tras la que
me escondía, enviando fragmentos de afilado hielo en todas
direcciones. Tenía que hacer algo. No podía seguir intentando
evadir sus ataques, sobre todo si podía lanzarme magia. No quería
estar en el lado equivocado de una de esas explosiones mágicas,
pero pronto me iba a quedar sin columnas tras las que esconderme.
Era el momento.
Al percibir una oportunidad, Kali no me dejó más remedio
que aprovecharla. Estaba cargando otra ráfaga mágica en su mano,
pero tardaron un par de segundos en pasar de la nada a la barra
explosiva. Gruñendo, salté sobre los escombros de la columna y
cargué.
Sus ojos se abrieron de par en par y su postura vaciló. Había
confiado bastante en que yo iba a correr y a esconderme de nuevo,
pero mi considerable tamaño y el hecho de que me precipitara hacia
ella ahora, habían hecho estallar esa confianza como un grano.
Cerré la brecha con tiempo de sobra, obligándola a abandonar
el hechizo que estaba a punto de lanzarme y a ponerse a la
defensiva. Sólo eso bastó para que casi perdiera el equilibrio;
chocar con ella hizo el resto. La hice caer al frío y duro suelo.
Intentó enderezarse mientras se deslizaba por él, pero era
demasiado resbaladizo. Sólo se detuvo cuando me abalancé sobre
ella. Agarré su tobillo con los dientes, hundiéndolos en su carne, y
luego la tiré hacia un lado, soltándola sólo cuando probé la sangre
y sentí que algunos de sus tendones se desgarraban bajo mis
mandíbulas.
Lanzó un grito que llenó la arena; un grito que podría haberse
ahogado si hubiera estado llena de cortesanos e invitados. Pero
como estaba vacía, su voz rebotó en todas las superficies posibles,
sonando como una sentencia de muerte en un cementerio.
Vi cómo intentaba ponerse en pie una vez que se había
detenido, pero no podía apoyar peso suficiente en la pierna y
sangraba. Me miró con sus ojos desorbitados y desorbitados y me
fulminó con ellos.
—Entonces, ¿eso es todo? —preguntó— ¿Ahora vas a
matarme como mataste a Verona?
—No quiero matarte, Kali, y no maté a Verona. Todavía
estamos a tiempo de acabar con esto.
—¡No, no lo hay! —rugió, y pude ver la vida en sus ojos, el
deseo de vivir—. Te mato, o me matas. Eso es todo.
—Tiene que haber otra manera.
Miró hacia el balcón real, luego hacia el tragaluz y el Veridian
por encima de él. Los relámpagos volvieron a brillar en su rostro,
y fue como si la vida que había visto hace un momento reflejado
en sus ojos se desvaneciera de repente. Su expresión se volvió fría
y oscura, y cuando bajo la vista hacia mí, ya no era la misma
persona.
La vi apoyar las palmas de las manos en el helado suelo y
levantarse. Hace un momento, no había sido capaz de poner ningún
peso sobre su sangrante pierna, pero ahora, parecía que ni siquiera
le molestaba. La sangre goteaba de la herida y se acumulaba
alrededor de su pie, pero estaba de pie frente a mí, observándome
fríamente.
—Vas a acabar con esto —murmuró, con la voz baja y
distante—, o lo haré yo.
—¡Kali, es la tormenta! —grité— ¡Mira lo que te está
haciendo! A todos vosotros.
Ella negó con la cabeza.
—Está aquí para salvarnos. Salvarnos de ti.
—No, no... —grité, pero ella ya se dirigía hacia mí; corriendo,
de alguna manera, a pesar de la pierna lisiada.
Me aparté de su camino y salí disparada hacia un lado. Ella
me siguió con un golpe de revés que me hizo un corte en el hombro.
Grité cuando la hoja se clavó en mi piel, manchando de sangre de
mi pelaje blanco.
Me encabrité sobre mis patas traseras, gruñí y le lancé un
chasquido de rabia, queriendo herirla inmediatamente por haberme
lastimado. Fue un movimiento ciego impulsado por la rabia y el
instinto, y fue letal. Mis mandíbulas cayeron con fuerza sobre
ambos lados de su cuello. Sentí que los músculos y los tejidos
cedían bajo mis dientes, que las venas y las arterias se desgarraban
y que los huesos se rompían.
Kali tembló, se estremeció y luego se quedó sin fuerzas.
Tardé un momento en darme cuenta de lo que había hecho,
en que la niebla de la ira se disipara y me presentara la horrible
verdad de lo que acababa de ocurrir. Cuando la furia se calmó, abrí
la boca. Su cuerpo cayó, perezosamente al suelo, golpeando el hielo
con un fuerte estruendo. En segundos, estaba rodeada por un
creciente charco de su propia sangre.
Primero vi desaparecer el brillo de sus ojos. No podía girar el
cuello, pero había caído de espaldas y aún podía verme. Por un
momento, vi miedo en sus ojos, miedo a la muerte. Pero entonces
ocurrió algo. Sonrió, ligeramente, como si... casi se sintiera
aliviada. Luego sus ojos volvieron a brillar, sólo que esta vez era
de muerte.
Se había ido.
Esperé, con el cuerpo temblando y la sangre goteando de mi
hocico. Volviendo mis ojos hacia el balcón real, vi al Rey y al
Príncipe de pie, observándome fijamente. Pasó un largo y tenso
momento en el que nadie habló. Quería gritarles a ambos,
desafiarlos, llamarlos a la fosa conmigo y hacerles demostrar qué
clase de hombres eran realmente. Tenían mujeres que se mataban
entre sí para divertirse, pero ¿tendría alguno de ellos lo necesario
para enfrentarse a la Loba Blanca? Había visto de lo que era capaz
Radulf, pero eso no importaba ahora. Seguía enfadada, llena de
rabia; una rabia que necesitaba desahogarse.
Di un paso hacia el balcón, entonces el Rey levantó la mano
y gritó.
—¡Agárrenla!
En un momento, la arena se llenó de guardias. Algunos
estaban armados con espadas y escudos, otros con lanzas. Me giré
en el acto, tratando de averiguar a por quién ir primero; qué
garganta desgarrar. Pero eran demasiados. Cualquiera de esas
armas parecía una amenaza, y no podía arriesgarme.
Me tumbé en el suelo, manteniendo la cabeza baja, pero
gruñendo a cualquiera que intentara acercarse. Al final, el Rey
decidió entrar en la arena, aunque no antes de que yo hubiera sido
sometida por todos sus hombres. Se acercó a mí, frunció el ceño y
luego hizo un gesto con la mano. Alguien le entregó una especie de
collar, una gruesa cadena que parecía estar sujeta con un broche.
—Había oído las historias —dijo—, pero quería verlo por mí
mismo primero.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Algo para asegurarme de que no vuelvas a contaminar este
lugar con tu inmundicia de cambia formas.

*Gilipollas: Estúpido, imbécil, tonto.


9
v olví a mi estado humano en cuanto me pusieron el
collar alrededor del cuello. Fue involuntario,
repentino y doloroso. Hice todo lo posible por no
gritar, pero no pude contenerlo todo. Sentí como si me desgarraran
los músculos de dentro a fuera y luego los volvieran a coser con
aguja e hilo.
La transformación fue antinatural y horrible, y al final me
quedé desnuda. Aunque había hechizado a mi cuerpo con la
armadura que llevaba puesta, algo en la manera en que me habían
obligado a volver a cambiar debió de alterar la magia y hacer que
se me cayera al hacer la transición, dejándome como una bola
desnuda y con muecas en el suelo de la arena.
Lo único que seguía unido a mí era el brazalete que llevaba
en la muñeca.
Ninguno de los muchos hombres que me rodeaban se ofreció
a ayudarme a levantarme. No intentaron vestirme. De hecho,
esperaron, observaron, me miraron de arriba abajo, cada curva,
cada pico, cada valle. Me sentí más expuesta y vulnerable que en
toda mi vida. Quería que terminara, pero no lo hizo.
Hasta que Radulf me lanzó una capa.
No intentaba precisamente ayudarme a cubrirme. El
lanzamiento de la capa había sido más bien un gesto para ayudarse
a sí mismo, pero dadas las circunstancias, lo agradecí igualmente.
La cogí y me envolví como pude. Era gruesa, cálida y negra, y olía
a Cillian.
A Cillian, no a Radulf.
Una vez que me puse de pie y me cubrí, sentí que mi propia
compostura se solidificaba un poco. Mi boca estaba cubierta de
sangre. Podía sentirla correr por mi pecho y dentro de la capa. Me
limpié los labios con el dorso de la mano, pero nada pudo quitarme
el sabor de la boca.
Su sabor.
Miré hacia el cadáver enfriándose en ese gélido suelo.
—Lo siento... —susurré.
—Todavía no. —rugió el Rey, con sus ojos oscuros e
intensos—. Pero lo harás. Encárgate de que esta mestiza sea
trasladada a su habitación.
Radulf inclinó la cabeza, aceptando la orden. El rey Yidgam
me miró de reojo y se marchó escoltado por más guardias de los
que creía necesarios. Sólo un puñado de ellos se quedó con
nosotros. Radulf, con un gesto de la mano, los despidió a todos.
—La llevaré a su habitación. —Soltó, con voz ronca y
rasposa—. Déjanos, y asegúrate de que alguien vuelva para limpiar
esto.
—Sí, su alteza. —respondió el guardia de mayor rango. Un
momento después, se fueron.
Él aún no me había mirado a los ojos, pero cuando esos
oscuros orbes se encontraron con los míos, noté algo. Fue como ver
algo, cualquier cosa, salir disparado de un agujero negro en lugar
de nadar alrededor de él. Una imposibilidad, pero ocurrió.
No fue intencionado.
No.
A Radulf no le podía importar.
Pero había algo más reflejado en su rostro, algo que lo
incomodaba. Tal vez había sido presenciar la forma violenta en que
me habían obligado a transformarme, o quizás verme tendida en el
frío hielo, desnuda, rodeada de hombres corpulentos lo que había
desencadenado algo en su interior.
¿Quizás Cillian se había manifestado por un instante?
Fuera lo que fuera, lo había atrapado.
—Ven conmigo. —Ladró.
Frunciendo el ceño, di un paso, pero mis rodillas cedieron
debajo de mí. El mundo se sentía diferente. Yo me sentía diferente.
El collar que me rodeaba el cuello era tan pesado que parecía querer
arrastrarme al suelo. Tuve que sacar las manos para no caer de
bruces en el duro hielo azul.
Jadeando, con el corazón palpitante, traté de levantarme, pero
mi cuerpo estaba destrozado por el dolor. Temblaba, tiritaba, no
podía orientarme ni pensar de forma coherente. Nunca en mi vida
había sentido un dolor así, pero podría decir que ahora entendía por
qué algunas personas preferían la muerte a un sufrimiento de esta
magnitud.
—¿Qué... qué me está sucediendo...? —pregunté, sin aliento.
—Se te pasará. —contestó—. Levántate.
—No puedo.
—Levántate. No te lo volveré a pedir.
Golpeé con mi puño el duro hielo, creando una pequeña
abolladura en él y grietas como venas en todas direcciones. Aquel
acto de agresividad pareció ayudarme a recuperar parte de la
sensibilidad en las piernas. Utilicé esa fuerza para apoyarme y,
finalmente, ponerme de pie, aunque temblaba todo el tiempo,
visiblemente agitada por el esfuerzo.
Miré a Radulf, desafiante, respirando con dificultad por la
nariz.
—Me levanté.
—¿Quieres una medalla? —preguntó.
—Me gustaría verte llevar esta maldita cosa.
—No soy un mestizo como tú, así que no tengo que hacerlo.
—Señaló las puertas dobles que salían de la arena—. Camina.
Lo hice, dando un paso tras otro para no caerme. El collar
alrededor de mi cuello todavía parecía como si pesara una tonelada,
pero si podía mantener la nariz levantada, los ojos nivelados y no
hacer ningún movimiento brusco, pensé que podría alcanzarlo. A
decir verdad, el collar empezó a parecer que pesaba un poco menos
a cada paso. No es que fuera más ligero, sino que me estaba
adaptando a su peso, a la forma en que quería desequilibrarme. Sin
embargo, lo peor no era lo pesada que me sentía, sino lo
desconectada a mi verdadero yo.
Desde que cambié de forma por primera vez, siempre había
sido capaz de sentir el poder que había dentro de mí. Recurrir a él
era tan fácil como respirar o pensar; como la flexión de un músculo.
Sin embargo, ahora mismo, cuando intentaba alcanzar esa parte de
mí, sólo sentía dolor. Era como meter la mano en un cubo lleno de
pinchos y cuchillas.
No podía hacerlo.
—Sabías que haría esto. —Acusé. Él permaneció en
silencio—. Sabías que vería lo que era, y que me ataría esta cosa
en el cuello. ¿Por qué no ponérmelo nada más llegar? ¿Por qué el
espectáculo?
—Porque puede. —respondió Radulf.
—¿Él? ¿O tú?
—No sé de qué estás hablando.
—No me mientas. Tú y tu hermano sois unos terribles
mentirosos.
—No me compares con él. —gruñó.
—Es difícil no hacerlo cuando llevas su piel como un abrigo.
Un abrigo mal ajustado, además.
—¿Mal ajustado?
—No te queda bien. Te queda grande, como si te esforzaras
demasiado en llenar unos zapatos que son varias tallas más que tus
pies.
Radulf me agarró del brazo y me hizo girar, luego me atrajo
hacia él sólo para gruñirme en la cara.
—Él es el que nunca podría llenar mis zapatos. Es débil, por
eso mi padre me eligió, por eso mi padre quería esto para mí.
—¿Y tú querías esto? No puedo imaginar que lo hicieras.
Debías tener tu propia vida, tu propio cuerpo. Estaban preparando
una Selección Real para ti... fuiste un hombre normal, vivo, que
respiró una vez... ¿querías esto para ti?
—Cállate.
—¿Por qué? ¿Estoy tocando algún nervio? No creí que
tuvieras ningún nervio del que tirar, pero claramente lo tienes.
—Estás poniendo a prueba mi paciencia.
—Y tú estás poniendo a prueba la mía. ¿Crees que sólo
porque has tomado el control del cuerpo de Cillian tienes el control
de esta situación? Puedo ver la dinámica en juego. Estás bajo el
pulgar de tu padre, ¿no es así? ¿Él es el que ha querido esto, así que
tienes que hacer lo que él dice, asegurarte de participar en sus
juegos dementes? Dime la verdad.
Me apartó de un empujón y estuve a punto de perder el
equilibrio de nuevo, pero esta vez no lo hice.
—No necesito responder a tus preguntas. Ahora, camina.
Le fruncí el ceño.
—Podrías haber dejado que uno de esos guardias me llevara
a mi habitación, pero en lugar de eso les dijiste que lo harías tú
mismo. ¿Por qué?
—Camina.
Me di la vuelta.
—Tiene que haber una razón, Radulf. Me viste tirada en el
suelo y me diste tu capa, luego les ordenaste a esos hombres
hambrientos de lujuria que se retiraran. ¿Por qué?
—Tienes que dejar de hablar.
—¿Porque tengo razón? ¿Es quizás que no tienes tanto
control sobre el cuerpo como esperabas? ¿Es que Cillian está
resultando más difícil de apartar? O, tal vez, ¿hay algo del hombre
que eras todavía ahí dentro, en alguna parte? ¿Hay una parte de ti
que ve a una mujer expuesta, y vulnerable, y piensa que eso no está
bien?
—Te veías patética, tirada en el suelo de esa manera. No
quería que el Rey tuviera que mirar tu cuerpo.
—Claro, así que lo hiciste por su bien. ¿Realmente esperas
que me crea eso?
—Sólo espero que creas que te mataré en cualquier momento
si es necesario.
—Otra mentira que se te da fatal soltar. Has tenido... ¿dos
oportunidades de matarme? Tres, si cuentas esta. Estoy un poco
decepcionada de que no lo hayas hecho ya. Al menos entonces
sabré que tienes una columna vertebral digna de la que elegiste
poseer.
Radulf volvió a abalanzarse sobre mí, sólo que esta vez me
levantó y me inmovilizó contra la pared. Me golpeé la cabeza
contra el hielo y vi estrellas por un momento, pero luego me fijé en
él, y en los orbes negros de sus ojos. A diferencia de los ojos de la
mayoría de la gente, especialmente los de los faes, los suyos no
reflejaban nada de luz. Ni siquiera podía verme reflejada en ellos.
Durante el silencioso concurso de miradas que manteníamos, me
pregunté cómo sería su visión. ¿Veía todo en tonos grises? ¿Era
todo blanco y negro? Tal vez era todo rojo.
—No estás muerta ahora mismo por el niño que dices que
estas esperando. —siseó—. Si descubro que es una mentira, seré
yo quien te dé el golpe del verdugo, no te preocupes por eso.
—¿Y si me presionas demasiado y lo pierdo?
Su rostro cambió, se alteró por un instante. No había esperado
esas palabras. Tal vez esperaba un poco más de descaro, otra
réplica ingeniosa. En lugar de eso, había recibido una fría y dura
verdad que probablemente ni siquiera había considerado.
Tragó con fuerza.
—Entonces... no me servirás de nada. —declaró.
—Me parece que probablemente voy a morir de todos modos,
así que ¿por qué no me sacas de mi miseria ya?
—¿Qué?
—Si realmente hay algo decente en ti, me matarás ahora en
lugar de hacerme pasar por este espectáculo de perros y ponis que
al final terminará no sólo con una muerte, sino con dos.
Realmente estaba presionando este asunto del embarazo, y lo
sabía. No tenía absolutamente ninguna prueba de que estuviera
realmente embarazada, sólo era una sensación, un cambio en la
forma en que olía, y un poco de malestar aquí y allá. Pero eso no
era prueba de nada considerable. Por suerte para mí, estos faes no
parecían tener forma de verificar mi afirmación. A pesar de toda su
destreza mágica, no podían hacer una simple prueba de embarazo.
—Irás a tu habitación. Comerás, descansarás y te prepararás
para la próxima prueba. ¿Queda claro?
—No parece que tenga muchas opciones. —repliqué—.
Aunque claramente voy a estar en desventaja si no puedo usar toda
mi gama de habilidades.
Él se encogió de hombros.
—Te adaptarás o morirás. La elección es tuya.
Bien, genial.
10
h abían pasado horas y todavía no había superado el
dolor que sentí en la arena. Las réplicas iban y venían,
sacudiendo mis huesos y músculos y dejándome sin
aliento y jadeando. Parecía una tortura, larga y prolongada,
diseñada específicamente para hacerme sufrir por el crimen de ser
una niña de la luna. Era enfermizo, pero no importaba lo que
hiciera, no podía quitarme el collar.
—Respira. —dijo Mira mientras me daba palmaditas en la
espalda.
Estaba doblada. Sentía que el collarín pesaba una tonelada,
tenía el pecho apretado y mis músculos se movían
involuntariamente. Lo peor era que cada sacudida traía consigo una
aguda punzada de dolor que me recorría como un fuego blanco.
Cada vez eran menos, y más espaciados, pero no estaba segura de
cuándo se detendrían por completo, y necesitaba que lo hicieran.
—Lo estoy intentando. —Jadeé—. Me duele...
—Lo sé, pero pasará. Te lo prometo.
Agarré las sábanas con las manos y las estrujé, clavándome
las uñas en la piel y agarrándome a ella.
—No puedo... ni siquiera pensar.
—Eso es lo que quieren. Tienes que intentar imponer el
control sobre el dolor, es la única manera.
—No sé... cómo hacerlo, Mira. No soy... como tú.
—¿Crees que tengo un control total sobre mis emociones?
—A veces.
—No lo tengo. No tenerlas es diferente a controlarlas. No
creo que tuviera mucha compasión antes de conocerte.
—No tenías... ninguna.
—Sí, bien. Lo que quiero decir es que, una vez que empecé a
tener compasión, me resultó difícil dejarla.
Hice una pausa, volví los ojos hacia arriba.
—¿Cómo pasamos de... yo tratando de controlar mi dolor, a
hablar de lo mucho que te importan las cosas ahora?
—¿Acaso importa? Estás jadeando menos y tu postura es
mejor. ¿Cómo va el dolor?
Fruncí el ceño.
—Disminuyendo.
—¿Ves?
—¿Qué, se supone que debo estar impresionada de que
puedas calmarme con tu narcisismo?
—Sólo soy un poco narcisista. Dame algo de crédito.
Después de que pasaran unos segundos sin dolor, me atreví a
ponerme de pie. Mis huesos crujieron, mis músculos se resintieron,
pero no sentí otra réplica. Por primera vez en lo que parecieron
días, pude respirar sin sentir que el aire estaba hecho de hielo.
—Eso está un poco mejor... —afirmé, sin más.
Una pequeña luz verde se manifestó en la base de su cuello,
y un momento después, Gullie emergió, subiéndose al hombro de
Mira, estirándose, y bostezando. Miré, con dureza, a Tula, la cosa
parecida a un calamar encerrada en el hielo. Se movieron, se
retorcieron dentro de su prisión congelada, pero luego se
acomodaron.
—Gull, ¿qué estás haciendo? —pregunté.
—No puedo quedarme como un tatuaje para siempre. —
contestó, bostezando de nuevo—. Y tengo hambre. ¿Qué me he
perdido?
—No hay que alarmarse. —anunció Mira—. He investigado
un poco mientras dormías antes. Tula no revelará la presencia de
Gullie aquí.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté.
—Porque se rigen por ciertas reglas. No operan fuera de ellas
para nada.
—¿Cómo sabes que no les han pedido que busquen
duendecillos e informen de su presencia?
Mira se quedó reflexiva, se pasó un dedo por una de sus cortas
y blancas astas y levantó la barbilla.
—No lo había considerado, pero dado lo tranquilos que
parecen, creo que estamos a salvo.
—¿Qué es una Tula? —preguntó Gullie.
Ladeé una ceja.
—¿Has sido un tatuaje todo este tiempo?
Se relamió los labios.
—Más o menos desde que llegamos aquí. Creo que le puse
demasiado jugo al hechizo. ¿Qué ha pasado?
—Creo que eso lo tiene que explicar Dahlia. —respondió
Mira—. No hemos mantenido una conversación de verdad desde
su prueba.
—¡¿Me perdí la primera prueba?! —chilló mi pequeña amiga.
—Llevas mucho tiempo durmiendo.
Ella se frotó los ojos.
—Obviamente. Está bien, estoy aquí. Cuéntame.
La miré fijamente y luego sacudí la cabeza, un poco divertida
y algo incrédula.
—Vale, bueno... no puedo contarte todo por el gran elefante
azul que hay en la habitación, pero puedo decirte que todo esto es
mucho más jodido de lo que pensaba.
—¿Qué quieres decir?
Sacudí la cabeza y respiré hondo, pero tardé un momento en
reunir el valor para pronunciar las palabras. Últimamente me
encontraba con que tenía que hacer eso a menudo, tratando de
reunir la fuerza para hablar, probablemente porque muchas de las
cosas que tenía que decir se habían vuelto... enormes.
Puede que esté embarazada.
Mi compañero ha sido poseído por el espíritu maligno de su
hermano.
Acabo de matar a alguien con mis dientes.
—Algo está pasando aquí. —Solté—. El Veridian... cuando
estaba luchando con Kali, era como si ella no pudiera verlo. O,
cuando lo vio, le hizo algo y la hizo olvidarlo.
—No tiene sentido. —murmuró Gullie.
—No, ella es... —Mira hizo una pausa.
—¿Soy…? —pregunté.
—No te voy a mentir... Yo también lo he percibido.
—¿Qué has sentido?
Por un momento pareció que estaba contemplando
exactamente qué palabra, o palabras, usar a continuación. Como si
estuviera tratando de resolver un rompecabezas en su propia mente,
sólo que no sabía dónde estaban todas las piezas, o incluso cuáles
eran algunas de ellas. Pensé que había visto algo de esa mirada en
la cara de Kali, y me dio escalofríos.
—Momentos de nada. —explicó Mira—. De oscuridad, de
olvido.
—¿Olvidas cosas?
—Por así decirlo. —Se acercó a la ventana y miró hacia fuera
y hacia arriba. Hacia la tormenta. Vi que los relámpagos danzaban
en su rostro como lo habían hecho en el de Kali, y el escalofrío
regresó—. Puedo verlo —continuó—, sé que está ahí, y puedo
sentir... algo, una punzada en la base de mi columna vertebral. Sé
que está haciéndome algo, intentando que me someta, y que olvide
que me he sometido.
Me levanté de golpe.
—Aléjate de la ventana, entonces. —gruñí.
Ella negó con la cabeza.
—No, no tengo que hacerlo. Puedo sentir su poder, soy
consciente de ello, y puedo resistirme. Sé que puedo.
—Hasta que no puedas. —intervino Gullie—. No tiene el
mismo efecto en mí, tal vez porque no soy exactamente como tú,
pero también puedo sentir... algo que intenta llegar a mí.
—No tiene ese efecto en mí. —afirmé.
Mi custodia me miró de reojo.
—Porque eres parte humana, sospecho. Y porque eres la Loba
Blanca. Recuerda, se supone que debes liberarnos de esta cosa...
antes de que caiga la oscuridad.
—Si está influyendo en ti —dije—, y ha influido en Kali, y
en todos los demás cortesanos de invierno, ¿podría estar
controlando al Rey?
Ella volvió a centrar su atención en la tormenta.
—Sin duda. El hecho de que alguien le ponga una corona en
la cabeza no lo convierte en algo más que un fae. Puede ser
influenciado, controlado... o algo peor.
Tula se estremeció dentro de su jaula congelada, pero no dijo
nada.
Hice una larga pausa antes de volver a hablar, porque no
estaba del todo segura de que lo que iba a decir fuera del todo
cierto. Sentía que parte de ello, tal vez, lo era, y que valía la pena
mencionarlo. Sobre todo, si eso nos acercaba a rescatar a Cillian de
las garras del espíritu de su hermano. El único problema era, ¿cómo
sacar el tema delante de Tula?
¿Me atrevía a pronunciar el nombre de Radulf delante de
ellos? Mira parecía bastante convencida de que no delatarían a
Gullie ante las autoridades. ¿Pero Radulf? No sólo se suponía que
estaba muerto, sino que además había sido borrado del registro casi
por completo. ¿Era Radulf una palabra desencadenante que se le
había pedido a Tula que buscara? ¿Eso les haría informar a quien
los puso aquí?
Tenía que correr ese riesgo.
—Radulf es... —Me quedé callada un momento, esperando a
ver si Tula hacía algún tipo de movimiento. No lo hicieron. Mira
frunció el ceño.
—¿Radulf es...? —preguntó, interrumpiendo.
Respiré profundamente.
—Siento que no es del todo... malvado.
—¿Qué? —preguntaron Mira y Gullie al mismo tiempo.
—Tengo un presentimiento sobre él. Soy la única que puede
romper su dominio sobre el cuerpo de Cillian, y él lo sabe, pero ha
tenido tres oportunidades para acabar con mi vida y no las ha
aprovechado.
—¿Tal vez no puede?
—No creo que sea eso. Estoy segura de que es capaz. No
parece importarle lo que piense el destino, o lo que el destino podría
hacerle si me diera un golpe mortal.
—Eso no suena muy convincente, Dee. —Soltó Gullie.
—Lo sé, pero escúchame. Ha tenido oportunidades y no las
ha aprovechado. No porque no pueda, sino porque no quiere. Y no
lo hará, porque se preocupa. Tal vez no por mí, pero tal vez por
esto...
Me toqué el estómago.
—Dee... —Gull sacudió la cabeza—. ¿Otra vez con eso?
No estaba precisamente convencida de que estuviera
embarazada. Al parecer, las hadas tienen un sentido para estas
cosas, y el suyo no se había disparado cerca de mí. Mira, sin
embargo, pensaba que podía olérmelo, y yo también.
—Mira, si es real o no, no importa —dije—, fue suficiente
para convencerlo la segunda vez de que no me matara. Y la tercera
vez... no hice nada. Me vio en una posición vulnerable y me ayudó.
Creo que se preocupa. Creo que hay algo dentro de él que se
preocupa de todos modos.
—¿Y si te equivocas?
—Entonces me equivoco.
—Dahlia. Radulf es una entidad malévola en posesión de un
cuerpo que no le pertenece. No sabemos qué tipo de planes tiene.
Tal vez esté tratando de atraerte a una falsa sensación de seguridad
a tu alrededor. —argumentó mi custodia.
—¿Por qué haría eso?
—No lo sé, pero no es imposible que esté tratando de
manipularte. Él es del Veridian, y el Veridian manipula a los que
toca. Hace que actúen y se comporten de formas que normalmente
no lo harían. Sé que tu lado humano quiere ver algo bueno en él,
pero me temo que se ha ido... de verdad.
Asentí con la cabeza.
—Tenía el presentimiento de que dirías eso. Y tiene sentido,
lo tiene, pero... no sé, Mira. Creo que también está siendo utilizado.
No creo que quiera hacer esto, pero no tiene elección.
Gull revoloteó hacia mí y se posó frente a mi cara.
—Odio preguntarte esto —dijo—, otra vez. Pero ¿y si te
equivocas? ¿Y si caes en una trampa?
Sacudí la cabeza.
—Ya estamos aquí. Esta es la trampa. ¿Qué sería otra más?
—Potencialmente devastadora. Tal vez si supiéramos qué
tiene en mente, cuál es su objetivo final.
—Sabemos cuál es su objetivo final. Va a tomar los ejércitos
del Rey e invadir la Tierra. Mi hogar. No puedo dejar que lo haga,
pero no creo que eso sea lo que él quiere. Creo que eso es lo que
quiere el Rey. Radulf es sólo una herramienta. Piensa en lo
poderoso que es.
—Si eso es cierto —preguntó Gullie—. ¿Entonces por qué
continuar con la selección?
—Porque tiene que continuar. No se puede detener. Tiene que
seguir su curso.
—Y ese curso se llevará a cabo mucho antes de lo previsto.
—añadió Mira.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—La próxima prueba es mañana.
—¡¿Mañana?! —chillé—. ¡Eso no nos da mucho tiempo
para prepararnos!
—Lo sé. Es intencionado. Y ahora que sólo quedáis tres...
Oh no.
—Porque otra chica fue eliminada...
Sombríamente, ella asintió.
—Me temo que sí.
—¿Qué significará eso?
—Será una prueba a tres bandas... entre tú, Aronia y Mareen.
11
t enía un nudo en el estómago que no desaparecía. Mira
había hecho todo lo posible para prepararme para la
próxima prueba, pero la verdad era que lo único que
sabía de ella era que tenía algo que ver con la magia, que la magia
era algo en lo que Mareen era muy buena, y que yo no lo era en
absoluto.
Menos aún, ahora, con este peso alrededor de mi cuello.
Todavía no controlaba exactamente mis propios poderes. Los
había desatado una vez sobre unos Wenlow, y creía saber cómo
invocarlos, pero el poder había sido tan destructivo que no estaba
segura de lo que haría desatarlo en la habitación. Eso significaba
que ni siquiera podía probar si el collarín me impedía invocarlo o
no.
Me impedía cambiar de forma, y eso ya me ponía en
desventaja. Por otra parte, había llegado a esta competición en
desventaja. ¿Por qué no iba a salir de la misma manera? Se sentía
algo poético, en realidad; como si todo empezara a cerrar el círculo.
Los guardias nos habían llevado a Mira y a mí por los pasillos
y nos habían obligado a separarnos momentos antes de que me
metieran en una tranquila sala de espera. Era una que recordaba.
Ya había estado antes en ella para esperar mi turno durante otras
pruebas.
Nunca me había mordido las uñas, pero mientras estaba
sentada en el relativo silencio de la sala, me encontré con que mi
mano se dirigía hacia mi boca. Mi corazón ya estaba acelerado, y
las gotas de sudor asomaban por toda mi frente. Esta ronda ni
siquiera había empezado y ya era un manojo de nervios. ¿Cómo iba
a tener éxito en este estado?
No tardé en oír que se abría la puerta. Como un déjà vu,
esperaba que un guardia entrara y me avisara de que era hora de
salir, pero en su lugar, fue Lady Aronia quien entró. Mi corazón se
hinchó al verla, y luego se hundió casi inmediatamente.
—Aronia... —dije, sin poder evitarlo.
Volvió los ojos hacia el suelo. Llevaba el mismo uniforme
negro que yo, y su pelo era tan turquesa como siempre; sus cuernos
se curvaban perfectamente alrededor del cráneo. Pero su piel era de
una palidez enfermiza, sus ojos oscuros y estaban un poco
hundidos, y no parecía haber sonreído en días.
Aunque parecía agotada, como si estuviera luchando contra
algún tipo de enfermedad, se mantenía en pie con suficiente
orgullo. Seguía siendo la mujer atlética y musculosa que yo
recordaba, pero al mismo tiempo también era una sombra de sí
misma, y ella sabía que yo lo había notado enseguida.
—Me alegro de verte. —dijo.
Me acerqué a ella. Era la mujer que me había salvado la vida,
la que me había sacado de las mazmorras, arriesgando no sólo su
propia reputación y la de su familia, sino también su propia vida en
el proceso. Le debía tanto y, sin embargo, me sentía completamente
impotente en este momento; como si no pudiera hacer nada para
ayudarla.
—Aronia... ¿qué te ha pasado?
—¿Es realmente tan evidente? —preguntó ella, volviendo los
ojos ligeramente hacia arriba.
—De dónde vengo es de mala educación decirle a otra mujer
que no tiene buen aspecto, pero tú pareces estar enferma.
—No sé si te has dado cuenta de la tormenta que se cierne
sobre nosotros.
—Lo he hecho... ¿es eso lo que está causando esto?
Se acercó al pequeño sofá y se sentó, luego se pasó los dedos
por el pelo.
—He pasado toda mi vida aprendiendo a luchar. He
entrenado, día y noche, para perfeccionar mi cuerpo y mi mente en
algo de lo que pueda estar orgullosa. No creo que sea demasiado
engreído por mi parte decir que he sido capaz de superar la mayoría
de los obstáculos que se me han puesto delante, pero esta
tormenta... sigue poniéndome a prueba de formas que nunca creí
posibles.
—¿Qué quieres decir?
—¿De qué sirve este cuerpo contra algo que ataca la mente?
Me senté junto a ella y le puse una mano en el hombro.
—Aronia... tienes que seguir luchando. No sé por lo que estás
pasando, pero me parece que la tormenta aún no te ha alcanzado.
Ella asintió.
—No lo ha hecho, pero quiere hacerlo. —Dirigió sus ojos
húmedos hacia mí—. Viene a por mí cuando estoy despierta. Viene
a por mí en mis sueños. Me muestra lo que les hará a mis amigos,
a mi familia, si no me doblego y hago lo que quiere que haga.
—¿Qué quiere que hagas?
Negó con la cabeza.
—No puedo decírtelo.
—¿Por qué no?
—Porque es... horrible.
—Aronia, por favor. Puedes contármelo.
Su mandíbula se tensó.
—Quiere que te mate.
Mi cuerpo se enfrió, como si me hubieran cogido por la
cabeza y me hubieran sumergido en un charco de agua helada.
—¿Matarme? ¿La tormenta te dijo eso?
—No ha dicho nada. No habla, pero aun así sé lo que quiere.
Siento que todos lo sabemos, todos los que estamos atrapados bajo
su yugo.
Entonces sentí que tragaba con fuerza. Mi cuerpo se tensó,
como si se preparara para un ataque. Pero Aronia no parecía estar
preparándose para atacarme en esta tranquila celda. A pesar de su
fuerza, parecía que apenas se mantenía en pie.
—Ojalá no hubiera pasado esto. —dije—. No tenía ni idea de
que pasaría.
Ella me miró completamente, ahora.
—¿Qué sabes de lo que ha pasado ahí fuera? —preguntó—.
Nadie me ha dicho nada, pero he percibido un cambio en mucha
gente... entre ellos el Príncipe.
Radulf.
Ella no lo sabía. Ninguno lo sabía. Si había alguien en todo
este lugar, en quien sentía que podía confiarle ese conocimiento,
era Aronia. Pero la tormenta ya se había apoderado de ella. La
estaba desgastando, secándola. El hecho de que hubiera aguantado
tanto tiempo sin sucumbir del todo, como había hecho Kali, era
poco menos que milagroso y un testimonio de su fuerza. Me
asombraba, incluso ahora, pero aún no estaba segura de que
estuviera preparada para lo que tenía que decirle.
—Escúchame con atención, porque tengo algo importante
que contarte. Un secreto.
—¿Un secreto? —Frunció el ceño—. ¿Es prudente, aquí
dentro?
—¿Porque podrían estar observándonos? Probablemente sea
cierto, y si lo es, probablemente no sea algo malo.
—Creo que no entiendo...
—Si la tormenta no se ha apoderado de ti todavía, entonces
eres definitivamente la única otra persona a la que puedo confiarle
esto.
Ella volvió a escudriñar la habitación, como si buscara a
alguien al acecho.
—¿Qué es?
—Es sobre el Príncipe... algo le ha pasado. No es él mismo.
—Me he dado cuenta de eso.
—No, pero es peor que eso. No tengo tiempo para
explicártelo completamente, así que necesito que no hagas
preguntas y me escuches.
Ella asintió.
—Muy bien...
—Ese no es el Príncipe Cillian, es Radulf.
—Rad…
—…Espera, déjame explicarte. No sé exactamente cómo
sucedió, pero el espíritu de Radulf está habitando el cuerpo del
Príncipe. Por eso no es él mismo. Por eso todo esto es diferente. La
tormenta se precipitó aquí la noche en que Radulf se apoderó de él
por completo... Siento que es culpa mía.
—¿Tu culpa?
—Sabía que el espíritu de Radulf intentaba tomar el control.
Algunos de nosotros tratamos de exorcizarlo, pero eso sólo
empeoró las cosas. Por eso he vuelto.
Me observó atentamente durante un momento, estudiando
mis ojos.
—Volviste por la selección... —dijo, sin formularlo como una
pregunta, sino como una afirmación.
—Casi me había olvidado de la selección. No sé si te has dado
cuenta, pero me ha pasado algo mientras estaba allí.
Ella asintió.
—Eres una niña de la luna... puedo olerlo en ti.
—¿Y no me odias?
—Muchos de nosotros no lo admitiremos, pero la sangre de
los niños de la luna corre profundamente dentro de nuestro pueblo.
Hace mucho tiempo, se lanzó un hechizo sobre Windhelm para
suprimir la magia de los hijos de la luna y evitar que surgiera en la
descendencia nacida en el castillo. Por eso muchos de los que
abandonan la ciudad no regresan.
Me toqué con los dedos el cuello de la camisa.
—Nos odian... No iba a volver, pero entonces Radulf se
apoderó del cuerpo de Cillian, y creo que la única manera de
salvarlo es que yo gane esta cosa.
—¿Tú? —preguntó ella, frunciendo el ceño.
—No sé cómo explicarlo mejor que... somos el belore del
otro. Me han dicho que eso no se supone que ocurra hasta que la
selección esté completa, pero teníamos un vínculo antes de que
empezara.
—Eso es... imposible.
—Debería haberlo sido, pero es lo que pasó... al menos, lo fue
hasta la noche del exorcismo. Nuestro vínculo era lo único que
mantenía a Radulf a raya, y ahora nuestro vínculo está roto. La
única manera de recuperarlo es ganando la Selección Real.
Aronia me miró como si estuviera diciendo tonterías, y
después de un momento, no pude evitar sentir que eso era
exactamente lo que acababa de suceder. Sabía cómo sonaba todo,
lo absurdo de todo esto. Estaba hablando de cosas que no se podían
ver ni tocar como si fueran totalmente reales. En casa, hablar así
habría sido suficiente para que me internaran.
¿Pero en Arcadia?
—Muy bien. —respondió ella.
Me quedé callada un segundo.
—Espera, ¿no me vas a interrogar?
—No tengo ninguna razón para creer que me estás mintiendo.
—Pero lo que acabo de decir es... una locura, ¿no?
—Quizás para algunos, pero yo soy una firme creyente en el
destino y en la mano que guía todas las cosas. En cualquier caso,
¿quién soy yo para cuestionar tu vínculo con el Príncipe Cillian?
Mentiría si no dijera que no había percibido ya algo entre los dos.
—¿Lo habías sentido?
Ella enarcó una ceja.
—Era difícil no notarlo. Nunca hablaba con ninguna de las
otras chicas como lo hacía contigo, rara vez se reunía con alguna
de nosotras sin un acompañante presente. Siempre pensé que, si
ganaba y nos casábamos, sólo sería por la selección porque él ya te
había elegido a ti.
Mis mejillas se sonrojaron al rojo vivo.
—Aronia... no tenía ni idea de que te sentías así.
—Disfruto de mi intimidad donde puedo conseguirla, y como
hija única en una familia de alto nivel, rara vez la consigo a menos
que luche por ella. Aprendí a cerrarme a una edad temprana, quizá
más que la mayoría de los faes de invierno.
Asentí con la cabeza.
—Entonces, ¿me crees? ¿Qué tengo que ganar esto si
queremos recuperar a Cillian?
—Radulf no debería estar aquí. Cuando miro a Cillian, veo a
un hombre que no me gusta. Es frío, y cruel... y no encaja aquí.
Pero no te preguntaré qué puedo hacer para ayudarte. No
conspiraré.
—¿No?
—No podemos. El destino intervendrá si lo hacemos. —Se
puso de pie y extendió la mano—. En su lugar, te desearé buena
suerte en las pruebas que se avecinan.
Me puse de pie con ella y tomé su mano. Luego la abracé.
—Pase lo que pase hoy —dije contra el lado de su cabeza—,
voy a hacer todo lo que pueda para sacarnos a todos de este lío. Lo
prometo.
Ella me abrazó con cautela y me tocó la espalda.
—Te creo... ahora, tranquilízate. La prueba comienza pronto,
y no podemos dejar que Mareen capte ni siquiera un indicio de
debilidad. Hace tiempo que no la ves y se ha vuelto... algo
desquiciada.
—¿Desquiciada?
—Ya lo verás.
Se dirigió a la puerta de la habitación, la abrió y me echó una
mirada por encima del hombro antes de salir.
—Me alegro de que hayas vuelto, Dahlia.
Asentí con la cabeza.
—Yo también.
Y me dejó sola para esperar a que me convocaran. Sabía que
no tardarían mucho, y aunque era reconfortante saber que Aronia
estaba -al menos en parte- de mi lado, seguía teniendo nudos en el
estómago al pensar en lo que iba a ocurrir a continuación.
12
S ólo quedábamos tres, y eso significaba que el combate
que nos esperaba iba a ser uno de los más duros. Cuando
el guardia abrió la puerta para dejarme salir de la sala
de espera y guiarme hacia la arena, los nudos de mi estómago sólo
se apretaron más. Sentía como si tuviera todo un nido de serpientes
ahí abajo, retorciéndose, apretándose. Y en el centro de ese pozo se
asentaba la inquietante sensación de que estaba a punto de perder.
Aronia era la favorita en la competición. Siempre lo había
sido, desde el principio. Mareen era increíblemente talentosa,
versátil y disciplinada. Nunca se lo habría dicho a la cara, pero
siempre había sentido una pequeña punzada de admiración por
ella... por otra parte, era una auténtica zorra, así que podía ir y
hacer alguna jugarreta.
La cuestión era que estas concursantes eran lo mejor de lo
mejor, las mejores de su clase, la flor y nata de toda la cosecha de
hadas de invierno. ¿Y yo? Bueno, no iba a intentar convencerme
de que no tenía posibilidades de ganar, o de que no pertenecía a
este lugar. Después de todo lo que había pasado, me gustaba pensar
que mi columna vertebral se había fortalecido un poco, al menos.
Pero aquí no había lugar para la arrogancia. No había lugar
para el espectáculo, ni para el alarde, ni para el error. Un paso en
falso, y cualquiera de esas mujeres me dejaría fuera de la
competición, y entonces eso sería todo. El Príncipe Cillian dejaría
de existir, Radulf se convertiría en el nuevo Príncipe, y el Veridian
ganaría aún más poder del que ya tenía.
No podía permitir que eso sucediera.
Volver a entrar en la arena dentro de la cual, justo ayer, había
matado a Kali fue un poco surrealista. Ahora estaba oscuro. Esta
prueba no tenía lugar al amanecer, como de costumbre, sino de
noche. La luz ambiental era escasa. Podía distinguir las columnas
de mármol. Podía ver el balcón real frente a las puertas principales,
la platea, el tragaluz. Todo estaba oscuro.
Apenas había dado cinco pasos dentro de la arena cuando los
guardias que me habían escoltado se dieron la vuelta en silencio y
regresaron por donde habían venido. Las puertas se cerraron con
un ruido sordo que resonó por toda la sala, rebotando en las
columnas de mármol y dando una vuelta entera a los puestos que
rodeaban la arena.
Avancé con cuidado, con cautela, esperando que en cualquier
momento alguien saltara de detrás de una de esas columnas de
mármol y me atacara. Nadie lo hizo. Nadie se movió. Parecía que
yo era la única persona aquí. ¿Dónde estaban las otras chicas?
¿Dónde estaban los miembros de la realeza?
¿Dónde está Cillian?
—Hola, Dahlia. —Me llegó una voz suave y femenina desde
lo más profundo de la oscuridad.
Mareen.
Me giré, tratando de encontrarla, pero estaba escondida en
algún lugar. Totalmente fuera de la vista.
—Mareen. —Saludé, tratando de sonar lo más cortés
posible—. Es maravilloso escuchar tu voz de nuevo.
—¿Lo es, ahora?
—Sí. Se te oye... bien.
—No diría lo mismo de Kali... o de Verona.
Su voz era un eco distorsionado que sonaba como si viniera
de todas partes y de ninguna a la vez.
—No quería tener que matar a Kali. —afirmé—. Me
obligaron a hacerlo.
—Una excusa probable, pero no una que me haga sentir bien.
No una que salvará tu vida hoy.
—No estoy tratando de excusarme, es la verdad. ¿No fue tu
última prueba un combate a muerte?
—¿A muerte? —Se rió ella—. No somos monstruos. No, mi
prueba no fue a muerte. Pero consideraste oportuno matarla, ¿no es
así? Pensaste: ya me había causado suficiente dolor, tal vez debería
abrirle la garganta con mis dientes de mestiza.
—¡Eso no es lo que pasó! —grité, mi voz rebotó en las
paredes—. Me dijeron que tenía que matarla, o ella me mataría a
mí.
—No manches este lugar con tus asquerosas mentiras, zorra.
—gruñó—. Ya lo mancillas con tu presencia. Se supone que no
debemos morir en esta competición, y dos de nosotras están
muertas por tu mano.
—¿Mi mano? —chillé—. ¿Qué tal si le dices a todos lo que
realmente le pasó a Verona?
—¿Crees que lo que esta Corte necesita son más mentiras?
—Lo que esta Corte necesita es levantar la vista y ver la
tormenta que se cierne sobre vuestras cabezas. Literalmente te
odio, Mareen, pero ni siquiera yo quiero que acabes convirtiéndote
en otra de las marionetas del Veridian.
—¿Marioneta? ¿Yo? Tú eres la marioneta, perra. Déjame
adivinar, has creído cada palabra que te han dicho, ¿no?
—No sabes de lo que estás hablando.
—Sé lo suficiente. —siseó, y el duro filo de su voz me puso
nerviosa por primera vez—. Has venido aquí para derribar nuestras
murallas y matar a nuestra gente, como el resto de tu miserable
especie. La única razón por la que aún respiras es porque la
selección te exige participar. Pero puedes creerme cuando te digo
que, cuando termine, estaré allí.
Negué con la cabeza.
—Mareen, tú sólo... —Con un suspiro, dejé de hablar.
Era inútil. Un desperdicio de aliento. Había intentado
convencer a Kali de que estaba cometiendo un error. Había tratado
de hacerle ver lo que el Veridian le estaba haciendo, de hacerle ver
las cosas con un poco más de claridad, pero ella no había querido
escuchar ni una sola palabra de mi boca. ¿Qué me hacía pensar que
Mareen sería diferente? ¿Por qué iba a molestarme en hacerle ver
lo que estaba ocurriendo a su alrededor? ¿Por qué quería salvar su
vida, cuando ella había estado haciendo todo lo posible para que la
mía fue tan miserable como pudiera?
Porque soy humana.
Mis ojos rodaron por sí solos. Estaba a punto de volver a
hablar con ella, cuando las puertas principales de la arena se
abrieron y Aronia entró en escena. Estaba flanqueada por dos
grandes guardias, uno de los cuales tenía la espada desenvainada.
Al menos, era bueno saber que no era la única que recibía ese tipo
de trato por aquí.
Tras dar unos pasos hacia la arena, los guardias retrocedieron
por la puerta de la que habían salido y la dejaron a su aire. Ella
observó la arena, pareciendo que también estaba un poco
sorprendida por la oscuridad. Abrió la boca para hablar, pero una
explosión de luz la cortó antes de que pudiera pronunciar una
palabra.
Cientos, miles, quizá cientos de miles de hermosos orbes
blancos estallaron en el aire, bañando el coliseo con un brillo
incandescente. Caían suavemente, como dientes de león, cada uno
palpitando con su propia luz interior y zumbando para crear una
hermosa melodía coral que llenaba el lugar, que de otro modo
estaría muerto.
No pude evitar levantar la vista y observar. Era como ver
nacer una galaxia delante de mis ojos. Se arremolinaban, bailaban
y caían, pero las sombras que creaban eran enormes, profundas y
oscuras, y allí, posada sobre una columna de mármol como un ave
de rapiña, estaba Mareen.
Lo primero en lo que me fijé fue en su pelo. Estaba muy
revuelto, como si no se hubiera cepillado en días. Su piel estaba
pálida, sus ojos rodeados de ojeras y la forma en que sus cuernos
negros se curvaban alrededor del cráneo le daban un aspecto
francamente siniestro. También llevaba una armadura de cuero
negro liso, pero la suya parecía un poco más deshilachada que la
mía o la de Aronia. Estaba cortada y desgarrada en algunas partes,
casi como si lo hubiera hecho a propósito.
En ese instante me quedó claro que Mareen había perdido la
cabeza, y eso la hacía aún más peligrosa que antes. No me cabía
duda de que seguía siendo tan hábil y talentosa como antes, pero
parecía que su disciplina se había quebrado y había sido sustituida
por algo parecido a la locura.
Miré a Aronia y la sorprendí observándome directamente.
Asintió con la cabeza y yo le devolví el gesto. No pude evitar notar
lo cansada que parecía, lo agotada que estaba. Luchaba contra los
efectos de la tormenta, y eso le estaba pasando factura. No sabía
cómo seguía en pie. Cómo había sido capaz de mantener el control
de su propia mente era nada menos que increíble.
—La prueba va a comenzar. —rugió una voz desde el balcón
real.
Con toda la conmoción, ninguna de nosotras se había dado
cuenta de que los miembros de la realeza salían a él y tomaban
asiento. De nuevo, estaban los sirvientes, el Príncipe y el Rey, pero
nada de la Reina. Era la segunda vez que esperaba verla, pero no
estaba. ¿Eran estas pruebas demasiado brutales para su gusto?
—Esta prueba será de destreza mágica. —anunció la voz de
nuevo.
No estaba segura de a quién pertenecía, pero no era la de Lord
Bailén, ni la del Rey, ni la del Príncipe. Parecía que uno de los
sirvientes estaba gritando a todo pulmón para que lo escucháramos.
El presupuesto de producción se ha ido a la mierda, en estos
días.
Fue una idea estúpida que se me pasó por la cabeza, pero me
hizo soltar una media sonrisa. A pesar de mis esfuerzos por
reprimirla, Mareen captó el sonido y me miró con los ojos muy
abiertos y desorbitados. Me señaló con un dedo, luego lo puso
contra su cuello y me hizo el gesto universal de estás muerta.
Genial.
—Derrota a tus oponentes usando sólo la magia. —Continuó
la voz desde el balcón—. La prueba terminará cuando la primera
concursante haya sido eliminada.
—¿Derrotarlas? —pregunté— ¿No fue eso lo que me
dijeron?
—¿Qué pasa, Dahlia? —gritó Mareen—. ¿Crees que no
tienes lo que hay que tener para sobrevivir? Entonces renuncia. Tal
vez te perdonen y te envíen a alguna prisión congelada en lugar de
hacer un espectáculo de tu ejecución. Asesina.
—Ya está bien, Mareen. —gritó Aronia—. Si fueras la mitad
de la persona que has intentado hacer creer a todo el mundo que
eres, quizás no habrías sido una de las primeras en caer ante la
tormenta.
—¡¿La tormenta?! —chilló ella—. La tormenta nos ha
salvado. Nos va a mostrar el camino, ya lo verás. Todos lo verán,
pero no antes de que ella esté muerta.
—¡Comienza la prueba! —rugió la voz desde el balcón,
haciendo estallar la arena como la ráfaga de una escopeta.
Mareen se levantó de un salto, dobló el brazo y cargó una
ráfaga de magia blanca en la palma de la mano. Me di la vuelta y
me dirigí a la columna de mármol más cercana, corriendo hacia ella
como si mi vida dependiera de ello... y quizá así fuera. No podía
cambiar de forma, y eso significaba que no sabía si podría curarme
tan rápido como estaba acostumbrada o no.
Y eso si la explosión no me desintegraba primero.
Cuando llegué a la columna y miré a su alrededor, me di
cuenta de que Aronia no se había movido de donde estaba. En su
lugar, estaba cogiendo la daga que llevaba en el cinturón.
—¡Aronia! —grité— ¡¿Qué estás haciendo?!
Ella tenía la daga en una mano. La ráfaga mágica de Mareen
se dirigió hacia la columna tras la que me escondía y la golpeó
como si estuviera cargada de dinamita. Sentí la explosión en el
pecho cuando casi destruyó la columna. El impacto me hizo
tambalearme hacia delante, quitándome el aire de los pulmones y
haciendo que me estallaran los oídos.
¿Dónde habían aprendido ella y Kali ese tipo de magia?
Cambiando su peso a la otra pierna, Mareen cargó otra ráfaga
de magia en su otra mano. Vi sus ojos, salvajes, vivos y algo
maníacos. La forma en que la luz de los orbes y de su magia bañaba
su rostro hacía que sus movimientos parecieran intermitentes,
desincronizados, y muy inquietantes.
Entonces Aronia clavó su daga en el suelo. Levantó la cabeza,
respiró profundamente y gritó:
—¡Me rindo!
El corazón se me subió a la garganta. La luz que tenía Mareen
en la otra mano se desvaneció, y su concentración se rompió de
repente. Los orbes que colgaban por encima de nosotras se
apagaron en una cascada de oscuridad creciente, sumiendo la arena
en una negrura casi total. Todo quedó en silencio. Me pitaban los
oídos y el corazón me latía con fuerza.
Aronia.
Ella giró la cabeza para mirarme, e incluso en la oscuridad
pude ver que parecía aliviada. Aliviada de que la prueba hubiera
acabado. Aliviada de que su selección hubiera terminado. Aliviada
de haber tomado la decisión correcta. Yo no estaba tan segura.
—Ha habido una concesión. —Llegó la voz desde el balcón,
aunque no sin antes hacernos esperar—. La prueba ha terminado.
¿Qué demonios acaba de pasar?
13
h abía movimiento en el balcón real. Voces que subían
y bajaban. Algunos de los sirvientes tampoco estaban
seguros de lo que estaba sucediendo. El Rey y el
Príncipe se habían acomodado para ver un espectáculo, pero éste
había terminado antes de empezar. Vi que ambos intercambiaban
palabras acaloradas, y luego el Rey se puso en pie y corrió hacia el
borde del balcón.
—¡¿Te das por vencida?! —rugió—. ¡Nadie ha cedido nunca!
Explícate.
—Con todo respeto, su gracia —respondió Aronia—, no
tengo que ofrecerle una explicación. Mi concesión es legal, y ya
habrá sido escrita en la piedra de la escarcha. La prueba ha
terminado.
—¿Esto es... un ultraje? —Sonó como una pregunta, y cuando
la formuló, se volvió para mirar a los cortesanos sentados en el
balcón; el Príncipe entre ellos—. ¡Esto es un atropello! —repitió a
los que estaban de pie detrás de él.
El Príncipe se levantó, se tiró de la camisa y se acercó al borde
del balcón. Parecía que le decía algo al Rey, pero estaban tan lejos
que era imposible escucharlo. Observé, esperé, con el cuerpo aun
tenso, los oídos todavía zumbándome. Parecía que Mareen no había
captado el mensaje de que la prueba había terminado. Desde lo alto
de su percha, parecía tensa y lista para atacar en cualquier
momento.
Algo estaba sucediendo en el balcón. Conmoción, voces,
conversaciones. Uno de los criados subió corriendo las escaleras y
se perdió de vista, como si le hubieran dicho que fuera a buscar a
alguien. Yo, mientras tanto, no me atrevía a hablar con Aronia.
Quería saber qué había pasado por su cabeza, por qué había hecho
esto.
Creí saberlo.
Tenía una teoría.
Pensé que, tal vez, ella sabía que sería demasiado débil para
ganar y decidió deponer las armas para que yo pudiera pasar a la
fase final. Era la teoría más sólida, y la que tenía más lógica para
mí. Pero no tenía por qué ocurrir de esta manera. Podríamos
habernos unido para derrotar a Mareen, y entonces una de nosotras
habría ganado la selección.
Pero no podemos conspirar. Mierda.
Aronia lo había dicho. Si conspiráramos para ganar, algo
malo nos pasaría a cualquiera de las dos, o a ambas. Si hubiéramos
noqueado a Mareen hoy, habríamos tenido que luchar entre
nosotras al final, y posiblemente a muerte, dado el modo en que
iban las cosas. Esta debe haber sido la mejor solución que se le
ocurrió. Sentí que podía verlo escrito en su rostro, en un
reconocimiento silencioso.
Entonces llegó la voz de Marren, suave y silenciosa, pero
cargada de veneno.
—No.
Volví los ojos hacia ella, y no me miraba a mí, sino a Aronia.
Sus manos se agarraban al borde de su percha, sus ojos estaban
desorbitados y su cuerpo parecía inclinarse, como si se preparara
para saltar y atacar.
—¡Mareen! —grité—. Se acabó. No hagas nada estúpido.
—¡No se ha terminado! —rugió ella, con salpicones de saliva
saliendo de su boca. Echó el brazo hacía atrás, convocando una
bola de luz blanca y brillante en la copa de su mano y la dirigió
hacia Aronia.
La luz se reflejó en los ojos de mi amiga durante un momento,
y luego ella se puso en movimiento, corriendo a esconderse detrás
de una columna para evitar el ataque. Decidí que no podía
quedarme de brazos cruzados, así que corrí hacia la columna más
corta y cercana que encontré y me subí.
No estaban todas alineadas por igual, y estaban lo
suficientemente separadas como para poder saltar de una columna
a la siguiente; así fue como Mareen había llegado a la más alta de
toda la arena. Saltando de una en una. Eso significaba que debía
haber estado aquí, sola, durante al menos unos minutos antes de
que nosotras dos apareciéramos.
Significa que le habían dado ventaja. Quieren que ella
gane.
Intenté recordarlo mientras me dirigía hacia ella, saltando de
columna en columna. Los ataques mágicos de Mareen corrían tras
Aronia como misiles, detonando allí donde impactaban y enviando
pequeñas lluvias de hielo y piedra en todas direcciones. ¿Y lo peor?
Lo más terrorífico de todo era la mirada en su rostro. Una mezcla
de rabia absoluta y regocijo vertiginoso. Estaba claro que Aronia
había desatado su ira, y Mareen no quería otra cosa que hacerla
estallar en un millón de pedazos... e iba a disfrutar haciéndolo. Pero
entonces me vio ir hacia ella, y su atención se centró en mí como
el ojo brillante de la propia muerte.
—¿Creíste que podías acercarte sigilosamente a mí? —siseó,
haciendo retroceder su brazo y cargando otra ráfaga mágica.
Ahora estaba a unas pocas columnas de ella, y podía ver el
camino que tenía que seguir para alcanzarla.
—¡Tienes que parar! —grité.
—¿Parar? ¿Por qué? Esto es muy divertido.
Lanzó la bola de magia blanca hacia mí, y no tuve más
remedio que saltar frenéticamente hacia la siguiente columna de mi
camino. Sin embargo, el repentino y brusco salto me hizo aterrizar
bruscamente sobre mi hombro. Me desplacé por su parte superior,
consiguiendo sólo en el último segundo sacar una mano y
agarrarme a uno de los bordes para no caer. No era probable que la
caída me matara, pero sí que me dolería, y estaría de espaldas el
tiempo suficiente para que ella tuviera un tiro claro sobre mí.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? —chilló—. ¡Mírate, eres
patética! Ni siquiera puedes saltar.
Me esforcé por levantarme y luego volví a encontrar mis pies.
Cuando parecía que el mundo estaba en la dirección correcta,
busqué el camino que tenía que tomar para llegar a ella y me
preparé para dar otro salto. Cada vez eran más largos y difíciles de
realizar, pero habrían sido pan comido si no me estuviera
disparando una loca.
—Escúchame. —grité—. La prueba ha terminado. Se acabó.
Pasaste a la siguiente ronda, así que ¿por qué estás haciendo esto?
—¡Porque no tengo otra opción! —gritó—. ¿No lo entiendes?
Tengo que matarte. ¡Tengo que mataros a las dos!
—¿Por qué? ¿Quién te pide que lo hagas?
Silenciosamente, el Veridian brilló en lo alto, enviando una
cascada de luz espeluznante y rojiza que cayó en la arena. Era como
si la tormenta supiera cuándo ha sido convocada, o invocada, o
comentada, y ¿quién iba a decir que no lo sabía? Había oído decir
que era una tormenta inteligente, una tempestad que piensa y actúa
según sus propios deseos. Estaba claro que también era una telépata
realmente poderosa, si era capaz de joderles los cerebros a los faes
para que no pensaran con claridad.
¿Qué demonios era, en realidad?
—Todos podemos elegir, Mareen —aseguré— le dije lo
mismo a Kali antes de que me atacara.
—Asesina... —rugió, con la voz raspando su garganta.
—Yo también pude elegir entonces. Me dijeron que la
matara, pero no quería hacerlo.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
—Porque... estaba enfadada. Dejé que mi rabia se apoderara
de mí, y arremetí de una manera que no pude controlar. Me asusté,
Mareen. Tengo miedo de mí misma incluso ahora.
—¿Miedo de ti misma? —Se rió—. Eso es absurdo. Nadie te
tiene miedo.
—Y no quiero que lo tengan. No quería hacer esto. No quería
ser esto. Era feliz donde estaba, haciendo vestidos en el mundo
humano. Parece que han pasado cinco vidas desde entonces, y
aunque no creo que quiera volver a esa vida, tampoco pedí estar
enfrentándome a ti ahora mismo. No quiero tener que matar a
nadie, tienes que creerme.
Mareen me observó desde su percha, con los ojos fijos en los
míos. Por un instante me pareció ver algo parecido al
reconocimiento en su rostro, algo parecido a la comprensión. Por
encima de ella, el Veridian parpadeó, con rabia, y esa expresión
que creí ver en su cara desapareció, y sus ojos salvajes y
enloquecidos volvieron a aparecer.
Rugiendo, echó su brazo hacia atrás cargando otra ráfaga
mágica y fue a lanzarla contra mí. Me giré hacia un lado, di dos
pasos y salté hacia la siguiente columna, solo para estamparme
contra ella como un ladrillo. Intenté agarrarla al aterrizar. Quería
agarrarla. Pero mis brazos y mis piernas no hicieron lo que les pedí.
El dolor del impacto floreció bajo mis costillas, todo el aire
fue succionado de mis pulmones, y al caer al suelo de espaldas, las
estrellas explotaron frente a mis ojos, trayendo consigo más dolor.
Sin embargo, mis brazos y piernas no se habían movido. No podía
gritar, no podía chillar, y no podía llorar de dolor, aunque podía
sentir las lágrimas rodando por el lado de mi cara.
Era como si estuviera... paralizada.
Mierda.
Intenté mover los brazos, las piernas, la cabeza. Nada
funcionaba. Cada gramo del dolor que sentía me atravesaba como
el fuego, pero el resto de mí estaba entumecido, frío y
completamente rígido. Apenas podía mover los ojos, pero había
aterrizado de espaldas, y podía ver con total claridad al Veridian,
en lo alto de la claraboya que tenía encima.
Parpadeó con rabia, como un pequeño Dios petulante, y a
pesar del dolor que sentía, le devolví la mirada, desafiante. Si era
telépata, quería que escuchara mis pensamientos. Quería que
sintiera lo que yo sentía. Quería que supiera, en términos
inequívocos, que podía irse a la mierda.
Otro violento destello atravesó los cielos, enviando una
cascada de luz que ondulaba por la arena. Fue entonces cuando lo
vi, la criatura que me observaba fijamente en algún lugar a mi
izquierda. No podía verla completamente, no desde donde estaba,
pero vi lo suficiente para saber lo que era.
Los cuernos oscuros, el pelaje blanco, esos enormes ojos
negros... Casi no podía creerlo. Estaba viendo un Wenlow. No sólo
uno, sino dos; espera, no, ¡tres! Podía verlos, y a los que no podía
ver, podía oírlos. Había Wenlow en el castillo. Había Wenlow en
el castillo, y yo no podía moverme, no podía estar de pie, no podía
luchar.
Quería cambiar de forma, romper la parálisis, pero el collarín
me lo impedía. El collar era probablemente también la razón por la
que no podía moverme ahora. Tenía una resistencia a los efectos
paralizantes del Wenlow, pero esa resistencia estaba destrozada
ahora mismo, y no había casi nada que pudiera hacer al respecto.
—Los jueces han declarado terminada esta prueba. —Se oyó
una voz estruendosa desde el balcón real—. No te muevas, no
respires, no parpadees, o te matarán y te comerán.
Encantador.
Una de las criaturas se acercó a mí. Podía sentir las
vibraciones de sus pisadas en mi pecho y, a medida que se acercaba,
podía olerla: ese pelaje espeso y almizclado, su aliento cobrizo. Me
rodeó uno de los pies con sus garras y empezó a arrastrarme como
un saco por el suelo liso y azul.
Al Wenlow que me arrastraba no le importaba si golpeaba
una o dos rocas mientras avanzaba. Casi sentí que quería asegurarse
de que me chocara al menos con unas cuantas en el camino. Cada
vez que lo hacía, el dolor era agudo y repentino, y no se desvanecía,
pero después del tercer golpe, pude girar la cabeza hacia un lado a
tiempo para vislumbrar a Aronia.
Ella también estaba siendo arrastrada por una de esas grandes
y horribles criaturas. Mareen, dondequiera que estuviera,
probablemente había sufrido el mismo destino; aunque cabía
esperar que se hubiera caído de su percha y se hubiera roto el
cuello, pero dudaba mucho de que fuera así.
No sabía de adónde me llevaban, pero, fuera donde fuera, no
parecía que nos llevaran a las tres al mismo sitio. Vi cómo los otros
Wenlow arrastraban a Aronia por una puerta lateral y el corazón
me dio un salto en el pecho. Había perdido la prueba; había
renunciado. ¿Qué le iba a pasar? ¿Se la iba a comer esa cosa?
Quería luchar contra la parálisis, intentar levantarme, pero no
podía hacer nada. Nada excepto cerrar los ojos y gritar por dentro.
Más lágrimas corrieron por mis mejillas mientras Aronia
desaparecía en la oscuridad. El Veridian pasó por encima de mí,
bajo y discreto, como si estuviera satisfecho con lo que acababa de
ocurrir. Un momento después, la criatura que me arrastraba me
llevó por una puerta lateral separada, donde todo estaba oscuro, y
frío, y horrible.
No estaba segura de lo que estaba a punto de ocurrirme.
Ahora mismo, lo único que quería era a Gullie, ver a mi amiga,
decirle que la quería y oírla responder. Pero me alegraba que ella
no estuviera aquí para presenciar esto.
14
e l Wenlow me arrastró por un túnel oscuro y me metió
en una celda. Estaba bastante harta de que me
trasladaran de una caja a otra, pero dado que estaba
paralizada y con mucho dolor, eso apenas parecía relevante.
La criatura se cernió sobre mí durante un largo momento,
observándome con sus enormes ojos oscuros. Su boca comenzó a
ensancharse, sus comisuras se estiraron hasta llegar a ambos lados
de su cara. Vi sus dientes, pude oler la sangre en su aliento, y por
un largo instante, que me pareció eterno, pensé que iba a comerme.
Pero no lo hizo.
La bestia levantó la barbilla, frunció el ceño, se dio la vuelta
y salió a toda prisa de la habitación como si se lo hubiera ordenado
una voz invisible. Esperé tirada en un rincón, con las extremidades
en ángulos extraños y la mejilla apoyada en el gélido suelo, con la
esperanza de que la parálisis pasara. Esta parte también me pareció
una eternidad, pero al final empecé que a recuperar un poco de
sensibilidad en los dedos de los pies.
Tenía la intención de intentar relajarme un poco en cuanto
pudiera volver a moverme. En cambio, no pude evitar dejar escapar
el gemido de dolor que llevaba dentro de mi pecho desde el primer
golpe.
Rodé lentamente sobre mi costado, jadeando, respirando con
dificultad, tratando de controlar el dolor. Parecía imposible, como
una montaña que no podía escalar. Todavía no me había recuperado
del todo de la parálisis. Mis dedos no hacían lo que yo quería y no
podía mover el brazo derecho. Me sentía inútil, como una muñeca
de trapo con las costuras rotas. Sabía que lo único que podía hacer
era sentarme y esperar a que pasara, pero incluso eso me parecía
demasiado.
Sólo unos instantes después, oí que empezaban a acercarse
unos pasos. Un solo par, que resonaban en las paredes del túnel por
el que acababa de ser arrastrada. Eran pasos firmes, fuertes, una
zancada amplia y definitivamente masculina. Cillian. Me pareció
reconocer el sonido de su caminar; ¿o tal vez era el de Radulf?
Como no quería que me viera en mi estado actual, hice todo
lo posible para estirar mis extremidades y sentarme. Seguía
teniendo problemas para respirar. Sentía el pecho como si me
hubieran golpeado con un martillo, el collarín que me rodeaba el
cuello pesaba cinco toneladas, y entre la caída y el arrastre algo le
había sucedido a mi tobillo que me hacía sentir que probablemente
no sería capaz de levantarme y caminar por mis propios medios.
Pero no iba a mostrarle ninguna debilidad. No si podía
evitarlo.
Cillian emergió de la oscuridad como si fuera humo. Vestía
un traje negro con cuello alto, una camisa y guantes negros. Su
largo cabello estaba recogido detrás de la cabeza, con la
cornamenta a la vista y una daga plateada y adornada en el cinturón.
Tenía buen aspecto. Guapísimo. Pero los ojos negros delataban a
Radulf, y la repugnancia me subió a la garganta como un reflujo
ácido.
Me observó desde el borde de la habitación.
—Estás herida. —dijo, con la voz baja y áspera.
Enarqué una ceja.
—¿Es eso lo que has venido a decirme? —pregunté,
apretando los dientes para combatir el dolor.
—Ya sabes lo que te duele. No necesitas que te lo diga.
Me reí, y al instante me arrepentí. Cuando me recuperé del
repentino dolor, lo miré fijamente.
—Creía que los faes del invierno eran maestros del sarcasmo.
Supongo que tú eres el más lento del grupo.
Radulf frunció el ceño.
—No he venido aquí para que me insultes.
—Bueno, acabo de ser golpeada, magullada y arrastrada por
un Wenlow, y tú eres la única persona que está a mi alcance. Si no
te gusta, puedes irte, Alteza.
Volvió los ojos a un lado.
—Los Wenlow no fueron idea mía.
—Déjame adivinar; ¿fue de tu padre?
—Sí.
Sacudí la cabeza.
—Sabes, me han llamado todo tipo de basura desde que
llegué aquí, me han dicho que estoy contaminando este lugar con
mi sangre sucia, pero luego vas y traes a los Wenlow a tu castillo.
¿Por qué eso está bien? ¿Por qué nadie ve lo jodido que es esto?
Volvió a mirarme a los ojos.
—Yo lo veo.
Fue mi turno de fruncir el ceño.
—Lo siento, tal vez estoy delirando por el dolor. ¿Acabas de
decir que lo ves?
—Lo hago.
—¿Quieres decir que no te gusta que los Wenlow se paseen
libremente por tu castillo? ¿Tu hogar?
—¿Qué tiene eso de extraño?
Me encogí de hombros.
—No sé, parece que no te importa el asesinato, la tortura, la
conquista, pero pones el límite en dejar que las bestias callejeras se
orinen por todo tu castillo. Tus prioridades están un poco al revés.
Radulf hizo una pausa y su ceño se frunció.
—¿Orinar? —preguntó.
Enarqué una ceja.
—¿Mear? ¿Hacer pipí? Deben ir al baño en alguna parte, ¿no?
Dime, ¿quién limpia sus cacas, y alguien ha encontrado algún trozo
de fae en ellas?
Pasó la mano por el aire.
—Ya está bien.
—¿Te pone de los nervios, Radulf? Es bastante fácil, tengo
que admitirlo.
No tuvo respuesta a eso. No había sarcasmo, ninguna
ocurrencia, y muy poca molestia en su rostro, lo cual era, en sí
mismo, molesto. De hecho, cuanto más lo miraba, más sentía que
mis garras metafóricas se retraían en mis manos. Había algo
diferente en él. Parecía... decaído, infeliz.
Disgustado
¿Los espíritus malignos se enfadaban? ¿Eran capaces de
sentir algo más que pensamientos homicidas y megalómanos?
¿Estaba Cillian parcialmente tomando el control? Fuera lo que
fuera, lo odiaba, porque me había desarmado casi inmediatamente,
y no me gustaba estar desarmada cerca de él. Me gustaba que mi
ingenio fuera afilado como una hoja de afeitar, por si acaso tenía
que utilizarlo con él.
—No he venido aquí para seguir peleando contigo. —dijo.
—¿Para qué has venido, entonces?
—He venido a comprobar... cómo estás.
—¿Yo? —Sus ojos bajaron de mi cara, a mi estómago, y una
campana sonó en mi mente—. Oh...
—¿Y bien?
—Me temo que no es una ciencia exacta en este momento,
pero siento que estoy de una pieza, no gracias a tus malditas
pruebas.
—Son necesarias.
—¿Pero a muerte, Radulf? ¿En serio? Una de las primeras
cosas que aprendí de esta competición fue que todas íbamos a estar
a salvo. Nadie estaba destinada a morir, y hay al menos dos
personas muertas en las que puedo pensar ahora mismo.
—Y eso es desafortunado.
—¿Desafortunado? ¿Qué clase de monstruo eres? Estas
chicas han estado entrenando durante años para llegar hasta aquí,
pensando que al final se casarían con un príncipe, o al menos
ganarían un poco de celebridad para sus familias. Ninguna de ellas
esperaba morir, y eso es culpa tuya. Su sangre está en tus manos.
—Por eso estoy aquí.
—¿Y por qué estás aquí, Radulf? Porque a menos que hayas
venido para curar mis heridas puedes...
Sus ojos destellaron con una luz interna tan brillante que
iluminó la habitación, que de otro modo sería sombría. Cuando el
brillo se atenuó, la oscuridad de aquellos orbes había desaparecido,
dando paso a dos ojos brillantes del color del cielo en un cálido día
de invierno.
Cillian se arrodilló.
—Dahlia. —dijo, con una voz suave y profunda, pero débil.
Era él. Radulf se había ido; había cedido el control.
—Cillian... —La palabra salió de mi boca como un suspiro.
Quise acercarme a él, pero estaba tan dolorida que cualquier
movimiento que hiciera era lento y difícil.
El Príncipe puso una mano en el suelo y se ayudó de ella para
ponerse en pie. Un momento después, caminaba hacia mí, aunque
parecía estar aturdido, como si acabara de despertarse de una larga
siesta. Le tendí las manos cuando se acercó a mí y las cogió para
guiarse hacia donde yo estaba.
Volvió a caer de rodillas, pero esta vez a propósito. Luchando
por un momento, tiró de sus guantes negros hasta que se los quitó,
y luego los tiró a un lado, haciendo que se fundieran en la oscuridad
que nos rodeaba. Entonces me acarició la cara, pasando su mano
por mi mejilla y por mi pelo como si fuera la primera vez.
—Eres tú de verdad. —susurré, agarrando su mano.
Él asintió.
—Soy yo.
—¿Qué... qué ha pasado? ¿Por qué...? —No encontraba las
palabras.
Negó con la cabeza.
—Radulf, él... renunció al control.
—¿Para siempre?
—No, no lo creo. Todavía puedo sentirlo en el fondo de mi
mente, pero sé que se ha alejado.
—¿Quieres decir que no está mirando?
—No lo está.
Una oleada de emoción surgió en mi interior y la llevé hasta
sus labios. Tomando su cara entre mis manos, bebí profundamente
de su boca como si tratara de encontrar un trozo de mí misma en
él, intentando recuperar parte de lo que habíamos perdido. Podía
sentirlo, o la falta de él. Nuestro vínculo. Eso me dolía más que
cualquier dolor físico que pudiera sentir, pero creía que, si lo
besaba lo suficientemente fuerte, lo recuperaríamos.
Pero no fue así.
El beso se rompió, y todavía no había vínculo. Apoyé mi
frente contra la suya y respiré contra su boca.
—Te he echado de menos. —susurré.
—Y yo a ti. —respondió él, con la voz baja—. Perdóname...
—¿Perdonarte por qué?
—No soy lo suficientemente fuerte para luchar contra él.
Tengo que esperar a que me dé el control, y no sé cuándo será la
próxima vez.
Le acaricié la barba.
—No te lamentes. Esto no es culpa tuya.
—No deberías estar aquí, Dahlia. Deberías estar lo más lejos
posible de este lugar.
—Ya hemos hablado de esto. No voy a ir a ninguna parte.
—Te matarán...
—No lo permitiré. No sé si te has dado cuenta de esto, pero
tengo muchas cosas por las que vivir ahora mismo: recuperarte es
una de ellas.
—Yo tampoco dejaré de luchar, pero odio verte herida.
Sacudí la cabeza.
—Eso es lo de menos. Puedo soportar el dolor. Lo que no
puedo soportar es perderte para siempre.
Volvió sus ojos hacia mí.
—Puedo oír sus pensamientos. —afirmó, manteniendo la voz
baja—. A veces me habla, y a veces yo puedo hablar con él. Se está
volviendo más parlanchín estas noches.
—¿Qué dice?
—Está en conflicto consigo mismo. Antes no había ningún
conflicto... ni una sola vez había percibido siquiera una pizca de
duda en él.
—Y ahora sí. ¿Qué ha cambiado?
—Yo... no puedo asegurarlo, pero creo que eres tú.
—¿Yo? ¿Qué he hecho?
—Lo desafías. Le desafías cuando nadie lo hace, le haces
cuestionarse sus motivos y los de los que le rodean. Hasta ahora
nunca se había sentido utilizado.
Tragué con fuerza.
—¿Se siente utilizado?
—No me lo ha confesado, pero habla consigo mismo y, como
he dicho, a veces lo oigo. Ya no confía ciegamente en las palabras
de nuestro padre.
—¿Qué estás tratando de decirme?
Cillian hizo una pausa y respiró profundamente.
—Sea lo que sea que le estés haciendo, continúa haciéndolo.
No sé exactamente qué saldrá de eso, pero si puedes seguir
minando su lealtad hacia nuestro padre... sólo nos ayudará.
Agarré su cuello y lo acerqué, besándolo de nuevo.
—Me gustaría que estuviéramos en un dormitorio ahora
mismo. —susurré contra sus labios.
—A mí también… —gruñó—. Las cosas que deseo hacerte...
Sus palabras me provocaron escalofríos.
—Tengo que recuperarte. —afirmé— No pararé hasta que
vuelvas a ser mío.
—Soy tuyo.
—Bien. Recuérdalo.
—Lo haré, y cuando todo esto termine, y hayas ocupado el
lugar que te corresponde a mi lado, colocaré una corona en tu
cabeza y te haré mi esposa.
Le besé de nuevo.
—No si yo primero te hago mi marido.
Él cerró los ojos, apretándolos.
—Quiere el control. —dijo.
Casi le rogué que luchara, pero no lo hice. En lugar de eso, lo
dejé ir como si de repente se hubiera vuelto tan caliente como el
sol. Cillian se levantó y se alejó de mí, y para cuando se dio la
vuelta de nuevo, sus ojos estaban negros. Inspiró profundamente
por la nariz, se detuvo y me miró fijamente.
—Me encargaré de que te envíen a tus aposentos. —Soltó—.
Cúrate, come y descansa bien. Necesitarás tu energía.
—Radulf, espera. —grité justo cuando se daba la vuelta para
irse.
Se detuvo, pero no se volvió.
—¿Qué quieres?
—Te está mintiendo... tu padre.
Giró la cabeza hacia un lado, y en ese instante me pareció
increíble cómo, a pesar de que compartían el mismo cuerpo, podía
distinguir tan fácilmente a ambos hombres. Radulf tenía una forma
de arquear los hombros, de fruncir el ceño, de hacer una mueca, y
siempre parecía estar erguido, y rígido, como una tabla.
Esos no eran los gestos de su hermano. Cillian, se movía con
un poco más de fluidez y gracia. No hacía tantas muecas, no
apretaba los dientes a menudo, y dejando de lado por un momento
el hecho de que Radulf tenía orbes negros por ojos, rara vez había
dureza en los de Cillian. Había visto frialdad y distancia, pero tenía
ojos amables.
No dijo ni una palabra.
Apartándose de mí, salió de la habitación y desapareció en el
oscuro pasillo, dejándome sola de nuevo. Mi mente daba vueltas.
Analizándolo todo. Habían pasado tantas cosas en un solo día. Miré
el amuleto que aún tenía en la muñeca izquierda y jugué con él
entre los dedos. Era el momento.
Hora de hablar con Melina.
Hora de que los Niños de la Luna empezaran a atacar el
castillo.
Para cuando llegaran, la selección habría terminado y los
necesitaríamos para la siguiente parte del plan.
15
f iel a su palabra, Radulf hizo que me trasladaran a mi
habitación, lo que supuso un bienvenido cambio de
aires. Tuve la oportunidad de cambiarme, de bañarme,
de comer, todo bajo la atenta mirada de los Ulhan en mi habitación.
Todavía no podía entenderlos del todo. No hacían ni decían nada,
sólo se sentaban allí, retorciéndose de vez en cuando dentro de su
caja de hielo.
Era un poco desconcertante, pero al cabo de un rato me olvidé
de que estaban allí, como si se hubieran convertido en parte del
mobiliario. No estaba segura de sí eso era un designio, o si se debía
a que estaba muy privada de sueño y agotada, tanto mental como
físicamente. En cualquier caso, me ocupé de mis asuntos lo mejor
que pude hasta que Mira pudo venir a verme más tarde. Tenía un
par de cosas que contarle, y a estas alturas, no me importaba si Tula
se enteraba o no.
Estaba demasiado cansada.
—No tienes buen aspecto. —dijo Mira, frunciendo el ceño.
Yo enarqué una ceja.
—Gracias.
—No quiero molestarte; sólo era una observación.
—No me enfado. En mi defensa, sólo diré que me acaba de
paralizar un Wenlow... en el castillo. ¿Tu mundo se ha ido a la
mierda?
—Así es, y es nuestro mundo, ¿recuerdas? —Negó con la
cabeza—. No supe qué hacer cuando vi surgir esas cosas. Salieron
de la nada, y no se mencionó ni una palabra sobre ellos.
—¿Supongo que tener Wenlow como mascotas es la nueva
normalidad por aquí ahora?
—El Rey no debería haber permitido esto.
—Odio decírtelo, pero el Rey es el que está detrás de todo
esto. Mira, se ha vuelto totalmente loco. Tenemos que detenerlo,
o.… o todo se volverá oscuro y arderá.
—Y la profecía se cumplirá.
Me rasqué el cuello, lidiando con una picazón que me estaba
destrozando los nervios.
—Tengo que quitarme esto sí quiero vencer a Mareen. O eso,
o tengo que encontrar una forma de neutralizar su magia. Es muy
poderosa.
Ella asintió.
—Mareen es una hechicera dotada, pero también esta... —Se
interrumpió, como si buscara la palabra.
—¿Desquiciada? Sí, tenemos una palabra para eso.
—Eso quizás puedas utilizarlo como ventaja.
—Una ventaja no va a ayudarme si ella me golpea con incluso
una de esas ráfagas mágicas, y esta cosa alrededor de mi cuello
hace que sea muy difícil mantener mis pies sobre el suelo. Pesa
mucho.
—Sólo parece que pesa. El collar en sí es casi ingrávido.
—Entonces, ¿todo está en mi cabeza?
—Sí y no. Sí, el peso no es real, y no, es causado por la magia.
No puedo quitarlo ni manipularlo, pero podría enseñarte algunos
ejercicios de respiración para ayudarte a disminuir ese efecto en
particular, al menos.
Una pequeña luz verde comenzó a irradiar desde su nuca, y
un momento después, Gullie emergió, frotándose los ojos. La
pequeña duendecilla recorrió el hombro de Mira, levantó el vuelo
con sus alas de mariposa y se posó en el mío.
—Buenos días. —Saludé.
—Buenos días. —gimió—. Creo que puedo ayudar con el
collar.
Fruncí el ceño.
—¿Puedes?
—O, al menos, puedo ayudar con lo de la respiración. Puedo
ayudarte a mejorar tu estado de ánimo, pero necesito estar contigo
durante la prueba.
—Gull... no puedo permitir que hagas eso. Es muy peligroso
estar ahí fuera; no se parece en nada a lo que era.
Ella asintió.
—Mira me puso al corriente. Lamento que esto esté
sucediendo, pero me siento un poco inútil, y ya es hora de que me
gane mi lugar aquí. Deja que te ayude.
—No tienes que ganarte nada, Gull. Ya has hecho demasiado,
y si te pasara algo, nunca me lo perdonaría.
Me miró y frunció el ceño.
—Lo mismo digo. Ahora, no me hagas avergonzarme
teniendo que preguntarte de nuevo.
—¿Qué pasa con Mel?
—¿Qué pasa con ella?
—Si te sucediera algo, me mataría.
Gullie se encogió de hombros y luego sonrió.
—Entonces, que no me pase nada.
Puse los ojos en blanco.
—Como si no tuviera ya suficiente presión sobre mis
hombros.
—Relájate, ¿quieres? Es una broma. —Hizo crujir sus
nudillos—. Puedo ayudar, y voy a hacerlo. Me vas a necesitar si
quieres vencer a Mareen.
Mira inclinó la cabeza hacia un lado.
—Ella no se equivoca, lo sabes.
—Sí, sí. —respondí, agitando la mano—. Ambas tenéis
argumentos muy razonables. Me gustaría que dejarais de hacerlo.
Gullie miró a Tula y luego a mí de nuevo.
—Hablando de Mel... ¿lo hiciste?
Asentí con la cabeza.
—Están listos.
Inspiró profundamente por la nariz y luego exhaló.
—Entonces, está sucediendo.
—Tiene que ocurrir. Ahora, más que nunca. El Rey está loco,
y no puedo recordar la última vez que vi a la Reina. Realmente no
sé qué va a pasar cuando la selección haya terminado. Por lo que
sé, le darán la corona a Mareen tanto si gano como si no.
—¿Pueden hacer eso?
—Es difícil de decir. —respondió Mira— Las reglas que pasé
años aprendiendo, ya no se aplican... parece que los jueces aún
mantienen la autoridad final, pero ya no estoy totalmente
convencida de que sean imparciales.
—Fueron capaces de anunciarme que mi prueba era a muerte,
mientras que las otras no lo fueron. También están favoreciendo
claramente a Mareen en algunas cosas. Difícilmente parece que
sean justos.
—Probablemente sea porque piensan que eres una asesina —
argumentó Gull—. Y porque quieren que ella gane porque se
adapta a los planes del Veridian.
—¿Es posible conseguir nuevos jueces? —pregunté.
Mira negó con la cabeza.
—Sus puestos son sagrados y, al igual que las concursantes,
están destinados a participar. No se les puede sustituir.
Exhalé, larga y profundamente.
—Entonces tengo que limpiar mi nombre. Es la única manera
de eliminar los prejuicios que tienen contra mí.
—Suponiendo que les interese escucharte.
Asentí con la cabeza.
—¿Qué otra opción tengo?
—No muchas... —Reflexionó un instante—. ¿Cómo los
convencerás de tu inocencia?
Sacudí la cabeza.
—No tengo ni idea. He visto suficiente televisión para saber
que, cuando quieres pillar a alguien, puedes grabar su voz y
reproducirla para que la escuche quien necesites, pero me he
quedado sin grabadoras de audio.
Los ojos de Mira se entrecerraron y luego giró la cabeza hacia
un lado para mirar a Tula. La criatura parecida a un calamar se
estremeció en su caja de hielo.
—Tula es clarividente... —Soltó, interrumpiendo.
Fruncí el ceño.
—Tula no nos ayudará.
—¿No? —Se acercó al gran bloque de hielo—. ¿Tiene que
haber algo que quieran a cambio de un poco de ayuda?
—¿De verdad lo crees?
—¿Por qué no les dejamos responder?
—No sé cuál es tu pregunta. —Llegó una voz suave, que
resonó directamente en mi cerebro.
—¿Puedes ayudarnos? —preguntó Mira.
—Esa es una pregunta muy amplia.
—Eres un ser clarividente, ¿verdad?
Tula se retorció en su caja de hielo.
—Lo soy.
—Y también eres un poderoso telépata que puede enviar
visiones a otros, ¿no?
—Puedo, y lo hago, cuando me lo piden.
—¿Entonces puedes hacer eso por nosotras? —pregunté.
Tula hizo una pausa.
—¿Deseas que te ayude?
—Así es. Lo deseamos. Realmente necesitamos tu ayuda.
—No estoy aquí para ayudaros.
—No, pero tiene que haber algo que pueda ofrecerte a cambio
de tu ayuda... Nadie tiene que saber que nos has ayudado, será un
secreto.
Hubo un momento de silencio, largo y reflexivo, dentro de la
cual nadie emitió un sonido. El silencio era tan denso que pude
escuchar el pequeño sonido brillante que emitían las alas de Gullie.
Sólo lo había oído en la oscuridad de la noche, y casi nunca desde
que habíamos llegado a Arcadia, pero ahora estaba ahí, y me
recordaba a mi hogar.
A mi cama.
A mis madres.
—¿Qué es lo que preguntas? —Su voz volvió a resonar,
sacándome de mi ensoñación.
Miré a Mira y luego a la caja.
—Quiero que me espíes durante mi prueba con Mareen —
dije—. La Corte de Invierno, cree que maté a otra concursante
cuando no debía hacerlo. Yo no maté a Verona, y la única forma
de demostrarlo es conseguir que Mareen confiese.
—¿Y qué papel jugaré yo aquí?
—Observarás, escucharás y luego llevarás la visión a quien
tenga el poder de limpiar mi nombre.
—¿Esto es todo lo que quieres? ¿Un intercambio de
información?
—Eso es todo lo que quiero. No soy una asesina, y necesito
que la Corte de Invierno lo sepa, aunque no estén exactamente en
el estado de ánimo adecuado en este momento.
Una pausa.
—Lo que pides es noble —respondió—, ahora diré mi precio.
Volví a mirar a Mira y vi la sorpresa en sus brillantes ojos
violetas, que también empezaban a parecer un poco cansados,
como los de Aronia.
—Muy bien.
—No necesito comida ni agua, como tú, me mantengo con
los pensamientos y sueños de los demás, alimentándome de ellos
como y cuando debo. Pero lo que realmente deseo... son recuerdos.
—¿Recuerdos?
—Sí. A través de los recuerdos, mi especie evoluciona, se
mejora. Pero sólo a través de los recuerdos que se dan libremente.
Observé la caja de hielo en busca de señales de movimiento,
pero Tula permaneció completamente inmóvil.
—Cuando dices que se dan libremente, ¿a qué te refieres?
—Tú me ofreces un recuerdo y yo te lo quito.
—Entonces, ¿lo olvidaré?
—Sí. Cuanto más fuerte sea el recuerdo, mejor será la
experiencia para mi especie.
Tragué con fuerza.
—¿Qué tipo de recuerdo quieres a cambio de lo que te he
pedido?
—No estoy aquí para ofrecer ayuda de ningún tipo. Si nunca
se descubriera que te he ayudado, no necesitaría un recuerdo tan
fuerte. Sin embargo, dado que tendré que revelar mi colaboración
en este asunto, el recuerdo tendría que ser... apreciado. Quizás de
tu infancia.
—Un recuerdo de infancia... y tú lo cogerás, y yo lo olvidaré.
—Sí, creo que eso lo hemos pillado. —susurró Gullie.
—Sólo estoy tratando de resolverlo, ¿de acuerdo? —
susurré—. Nunca había tenido que renunciar a un recuerdo.
—¿Qué tan difícil puede ser? ¿Tal vez pueda recordártelo una
vez que se haya ido?
—Eso no será posible —aclaró Tula—. Un recuerdo, una vez
entregado, nunca puede ser recuperado.
—Y tiene que ser importante... —reflexioné, tratando de
pescar el recuerdo correcto en mi mente.
No me gustaba cómo sonaba esto, pero necesitaba su ayuda
si quería limpiar mi nombre. No tenía ninguna garantía de que fuera
a funcionar, ni siquiera de que alguien quisiera escucharlo, pero si
había una posibilidad de que funcionara, tenía que aprovecharla.
—¿Y bien? —preguntó Tula.
—Creo que tengo uno. —dije.
—Revísalo en tu mente.
Asintiendo, cerré los ojos y dejé que el recuerdo se formara
en mi cabeza. Era joven, tal vez seis años. No era mi primer
recuerdo, tenía otros anteriores, pero era el día en que mamá Evie
me había sorprendido revisando sus cosas. Sentí que la sonrisa me
recorría la cara mientras el recuerdo de ese día, igual que una
película, se reproducía detrás de mis ojos.
De alguna manera, era capaz de verme a mí misma como en
tercera persona. Esta pequeña y delgada criatura se las había
arreglado para meter sus pequeños pies en un par de tacones altos,
se había puesto un vestido que apenas se ceñía a su cuerpo, y estaba
en proceso de embadurnar su cara con un carísimo lápiz de labios.
Evie no se enfadó cuando me pilló. De hecho, se pasó un rato
limpiándome y las dos horas siguientes haciéndome un cambio de
imagen. Me peinó y me arregló la cara, y luego me llevó a comprar
ropa nueva de niña grande; incluyendo mi propio juego de tacones
diminutos.
Los ojos se me llenaron de lágrimas y rodaron por mis
mejillas mientras lo recordaba. Aquella niña no tenía ni idea de lo
que le esperaba. No tenía ni idea de quién era, de dónde venía, ni
de lo que le esperaba cuando creciera. Quería advertirle, avisarle
de que esto iba a ocurrir. Pero no podía.
Cerré los ojos y un dolor agudo y punzante me golpeó el
costado de la cabeza. Sentí como si una aguja helada se hubiera
clavado en mi cerebro. Hice una mueca de dolor, aspiré una
bocanada de aire entre los dientes y giré hacia un lado. No estaba
segura de lo que acababa de ocurrir exactamente, pero la
experiencia me dejó un poco conmocionada y mareada.
—¿Qué... acaba de pasar? —pregunté.
—La transacción se ha completado. —afirmó Tula.
—¿Qué?
—Les acabas de dar un recuerdo —dijo Mira—, ¿estás bien?
—¿Recuerdo? ¿Qué recuerdo?
—No lo sé —contestó Gullie—. No nos lo has dicho.
Me toqué con la mano en el lado de la cabeza para comprobar
si había sangre, pero no había. La sensación también había
desaparecido casi por completo, sin dejar nada en su lugar. No, era
menos que nada. La sensación dejó una especie de vacío en mí, un
hueco donde debería haber habido algo. Y ese vacío se sentía frío
y profundo, como si acabara de renunciar a un trozo de mi alma.
Tal vez lo había hecho, pero probablemente no era lo último a lo
que iba a tener que renunciar antes de que esto terminara.
16
l os jueces no nos daban mucho tiempo entre las
pruebas, pero yo sabía por qué. La Selección Real se
estaba llevando a cabo lo más rápido posible porque la
realeza quería que se completara; y querían que Mareen ganara.
Tenía sentido. Ya había sido consumida por la tormenta, no iba a
interponerse en el camino de Radulf, y era lo suficientemente
maliciosa como para liderar con gusto un ejército que masacrara a
los humanos.
A pesar de que la baraja estaba en mi contra, tenía que ganar.
Tenía que vencerla. No estaba segura de cómo iba a hacerlo, pero
ahora que había visto un poco de lo que tenía bajo la manga, pensé
que al menos tenía algún tipo de ventaja que podía utilizar contra
ella.
Me va a destrozar
No dejes que te vuele por los aires.
Eso iba a ser más fácil de decir que de hacer, pero mientras
me dirigía hacia la arena por tercera vez en otros tantos días, no
podía evitar sentir el tirón de la ansiedad en la boca del estómago.
No estaba segura de cómo iba a acabar esto, pero había llegado
hasta el final. Era el momento. La Selección Real estaba a punto de
llegar a su fin. En poco tiempo, habría una ganadora. Y esa
ganadora iba a ser atada al Príncipe por la mano del destino.
No pude evitar notar, al entrar en el oscuro y silencioso
coliseo, que las últimas pruebas habían sido casi idénticas entre sí.
Recordé que Mira me había informado de que cada una nos pondría
a prueba de forma diferente. Hasta ahora, me habían pedido que
matara a otra concursante en la primera y había tenido que luchar
por mi vida en la segunda.
Me hizo preguntarme si le habían mentido a mi custodia,
quizás para despistarla y reducir aún más mis posibilidades de
ganar. Me di cuenta, entonces, de que me había valido sobre todo
de la suerte, y eso no auguraba nada bueno al llegar a la prueba
final para enfrentarme a la rival más dura de la Selección Real. Iba
a necesitar algo más que suerte para vencerla.
Pero más que vencerla, necesitaba hacerla confesar lo que
había hecho.
Tula estaba observando. Podía sentir su presencia psíquica
como si estuviera revoloteando detrás de mi hombro derecho. Era
poco más que una impresión, una sensación como si tuviera una
sombra animada, pero estaba ahí, y era reconfortante. Sabía que
había renunciado a algo valioso para conseguir su ayuda, y aunque
no podía recordar exactamente a qué recuerdo había renunciado,
no tenerlo seguía doliéndome.
—Puedo oír los latidos de tu corazón desde aquí. —susurró
Gullie. Estaba sentada en mi pelo, aferrándose a él para mantenerse
a salvo.
—No puedo exactamente hacer que se tranquilice. —
respondí, manteniendo la voz baja.
—Tienes que tratar de relajarte, de lo contrario nos van a
matar a las dos.
—Tuviste la oportunidad de quedarte con Mira, pero elegiste
venir conmigo. Si mueres, es culpa tuya.
—Si muero, te voy a perseguir eternamente.
—Bueno, puedes atormentar a mi fantasma, porque si tú
mueres, yo también.
—¿Por qué estamos haciendo esto de nuevo? ¿Por un chico?
Fruncí el ceño.
—¿Qué? ¿Por un chico?
—Estamos aquí sólo porque quieres que Cillian vuelva,
¿verdad?
—Uh, ¿profecía? ¿Oscuridad, ceniza, el Veridian? ¿Olvidaste
todo eso?
—Oh, claro... lo siento, no he comido mucho desde que
llegamos aquí. Creo que me acostumbré a la forma en que los niños
de la luna alimentan a sus invitados.
Sacudí la cabeza.
—¿Cómo puedes comer tanto y quedarte tan poco? Suerte
que…
El suelo debajo de mí empezó a temblar y casi perdí el
equilibrio. Empezaron a formarse grietas en el duro hielo que salían
disparadas en todas direcciones. Di un paso hacia la izquierda para
evitarlas, ya que se extendían por debajo de mí, pero un instante
después, varios trozos de hielo irregulares salieron del suelo. Tuve
que saltar, esquivar y brincar para alejarme del hielo que intentaba
apuñalarme.
Mareen aún no había entrado en la contienda, y ya este lugar
estaba tratando de abrirme como a una lata. Pero era más que eso.
Toda la arena se estaba remodelando, cambiando, modificando sus
parámetros. Las dos últimas veces que había estado aquí, la arena
había sido grande, redonda y lisa, salvo por algunas columnas altas.
Ahora empezaba a parecer un mar de hielo movedizo con bordes
afilados. Era turbulento, difícil de navegar, y algunos de esos trozos
dentados surgían tan rápido que, si no prestaba atención, bien
podría haberme empalado en uno de ellos, o en varios al mismo
tiempo.
Cuando encontré un lugar tranquilo y sin movimiento, me
detuve para recuperar el aliento, apoyando la espalda contra la
pared.
—Se supone que eso no debe ocurrir. —Me quejé.
—Bueno, pues está ocurriendo. —contestó Gullie— ¡Míralo,
no se detiene! Quiero decir, ¿intentan matarte?
—No me sorprendería a estas alturas que hicieran todo lo
posible por acabar conmigo.
—Eso no parece justo.
—Esto no se trata de la justicia, Gull. Se trata de lo que quiere
el maldito Veridian.
Volví los ojos hacia el tragaluz y vi las nubes parpadear, con
rabia. Sabía que estaba aquí, sabía que estaba hablando de él. No
me cabía la menor duda de que esa cosa era un ser vivo y pensante,
con una agenda que implicaba sacarme de en medio. Pero no iba a
caer sin luchar.
—¿Estás lista para esto? —preguntó mi pequeña amiga.
—Siento que todo lo que hemos hecho para llegar hasta aquí
me ha preparado para esto.
Ella soltó una risita.
—Piensa en cuando vinimos aquí... cómo fueron esas
primeras pruebas.
—Atrapar orbes, hacer vestidos, impresionar a la realeza. Es
decir, aunque me hubieran secuestrado, no sonaba tan mal,
¿verdad?
—No comparado con esto, al menos. Como que extraño eso.
—Raro, ¿verdad? ¿Tenemos el síndrome de Estocolmo?
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Oh, es cuando la gente que es secuestrada se enamora de
sus captores. Algo así.
Gull se quedó pensativa.
—Bueno diré en tu defensa, que pensabas que Cillian era un
bocadillo antes de capturarte.
—Sí, pero no estaba enamorada de él.
—¿Y ahora?
Dejé que una sonrisa se deslizara por mis labios.
—Supongo que más o menos lo estoy.
—¿Más o menos? No te engañes. Ahora, concéntrate, ya
viene.
Gullie tenía razón. Las puertas de la arena se habían abierto
de nuevo, y Mareen estaba entrando. Andaba con una arrogancia
que rezumaba confianza, y una sonrisa en su rostro de ojos salvajes
que decía estoy lista para matar a alguien hoy. Parecía enfadada,
desquiciada; como un cable eléctrico que se mueve como loco,
tratando de dar una descarga a todo lo que está cerca.
La observé escudriñar el terreno irregular durante un segundo
antes de hacer su movimiento. Con un salto y una voltereta, subió
y superó algunas de las partes más traicioneras de la arena más
cercanas a la puerta. Un momento después, encontró una zona llana
en la que asentarse, y entonces sus ojos me encontraron. Sacó su
daga de la funda y apuntó su punta en mi dirección.
—¿Estás lista? —gritó.
Miré el suelo delante de mí, traté de encontrar un poco de
estabilidad y di un paso adelante.
—Estoy lista.
Su sonrisa malvada se amplió.
—Bien.
Un movimiento en el balcón real me llamó la atención. Al
igual que la última vez, los sirvientes salieron primero, y luego
llegaron el Rey y el Príncipe. Pero la Reina no estaba con ellos, y
estos parecían estar... discutiendo. No pude oír lo que decían, pero
en un momento dado el Rey dejó de caminar, se dio la vuelta y
señaló con un dedo a su hijo antes de gritar un montón de palabras
que rebotaron en las paredes del coliseo.
Cuando esas palabras llegaron a mis oídos eran poco más que
ecos distorsionados e incoherentes, pero lo que acababa de pasar
entre ellos no había sido bueno. Un momento después, el Rey se
dirigió a su trono, tomó asiento y le arrebató una copa de la mano
a un sirviente que lo esperaba con tanta fuerza que casi lo hizo caer.
El Príncipe estaba de pie junto a la escalera, con las manos en
los bolsillos y los ojos recorriendo la arena. No podía estar segura,
pero creía que habíamos coincidido en un momento dado, luego
siguió a su padre hacia su asiento y lo ocupó, preparándose para
ver el comienzo de esta prueba final. A nadie le pareció ni siquiera
un poco extraño que la arena estuviera muerta. Teniendo en cuenta
que era la última etapa de la Selección Real, debería estar llena.
Esto iba a terminar con un gemido, en lugar de una explosión.
Al menos tenía a Gullie.
—Quédate escondida, ¿de acuerdo? —susurré.
—No te preocupes —contestó—, no me revelaré a menos que
sea realmente necesario.
—Preferiría que no lo hicieras en absoluto.
—Estoy segura de que no, pero no he venido aquí a mirar.
Ahora, hagamos esto.
Una vez que se calmó la conmoción en el balcón real, uno de
los hombres que estaban alrededor se acercó al borde del balcón.
Pareció aclararse la garganta, emitiendo un sonido gutural y
cortante que rebotó por la arena.
—¡Comenzad! —gritó, y sin necesidad de mucho más
estímulo, Mareen se puso en marcha.
No había habido instrucciones, ni presentaciones, sólo una
simple orden de empezar, y parecía que Mareen sabía exactamente
lo que se le había pedido. La vi saltar y brincar de un trozo de hielo
a otro. De vez en cuando se escondía detrás de algún trozo irregular,
y yo la perdía de vista durante un segundo, sólo para entrar en
contacto con sus ojos locos y sentir el escalofrío de una muerte
inminente que me recorría como si tuviera hielo en las venas.
Volvió a desaparecer justo cuando estaba a punto de
moverme. Durante un largo y prolongado suspiro, todo quedó en
silencio, y entonces emergió, saltando varios metros en el aire,
impulsada por la magia, y cargando una bola de luz blanca en la
mano. Me agaché a la derecha y empecé a correr justo cuando ella
disparaba la ráfaga mágica hacia mí.
Sentí la fuerza del impacto contra la pared en la que me
encontraba y escuché los pedazos de escombros y piedra salir
disparados en todas direcciones. Me puse a cubierto detrás de un
gran trozo de hielo que sobresalía del suelo y me tomé un momento
para recuperar el aliento.
—Santa mierda. —gruñó Gullie—. Eso fue potente.
—Te dije que era poderosa.
—¿Cómo se supone que vamos a lidiar con eso, y es
demasiado tarde para que me eche atrás?
—Sólo tenemos que evitar que nos alcance, y esperar a que
se canse.
—¿Esperar a que se canse? —chilló—. ¿Ese es tu plan
maestro? ¿Cómo has llegado tan lejos?
—Te sigo diciendo que no lo sé.
—¡Pues vas a tener que buscar una pista porque ella va a
volver!
Gullie tenía razón. Mareen se había dado cuenta de dónde
estaba y se había colocado exactamente en el lugar adecuado para
enviar otro ataque en mi dirección. Sentí el tirón de la magia
cuando la atrajo hacia sí, y luego sentí la liberación cuando la dejó
ir hacia el mundo.
Con la esperanza de que ella no anticipara que iría hacia la
izquierda alejándome de mi cobertura, hice un movimiento: salí
corriendo del hielo irregular y me dirigí a un nuevo lugar que me
ocultara. Pero Mareen había previsto que yo iría a la izquierda, y
cuando me giré para mirarla, vi que una bola de luz blanca se
acercaba a mí a toda velocidad. Y no pude hacer nada para evitar
que me diera de lleno en el pecho.
17
e l impacto me sacó el aire de los pulmones y me hizo
tambalear. Sentí como si mi pecho se hubiera hundido
en sí mismo. Mientras yacía en el suelo, jadeando,
luchando por recuperar el aliento, estaba segura de que un puñado
de mis costillas se había torcido hacia dentro y me había perforado
los pulmones. El dolor me desgarraba como lava, robándome cada
gramo de concentración y alejándola de mí.
Me había caído, estaba indefensa y Mareen seguía viniendo.
Podía oírla, cacareando salvajemente, satisfecha de sí misma. Su
voz resonaba en la arena y, para mi aturdido cerebro, parecía que
estaba en todas partes a la vez, revoloteando por todo el coliseo
como un viento aullante y risueño. Tenía que levantarme, pero
apenas podía estirar el cuello, y mucho menos el resto de mi cuerpo.
—Dee. Dee, ¿puedes oírme? —preguntó Gull.
—Yo... acabo de ser arrollada... por un tren. —Solté.
—Pero estás de una pieza, y tienes que levantarte.
—No puedo.
Gullie sopló una nube de polvo de hadas por encima de mi
cara, y vi cómo descendía sobre mí. Casi al instante, el dolor de mi
pecho empezó a remitir, a desaparecer, a adormecerse. No
desaparecía del todo, no creía que fuera a desaparecer en días, pero
empezaba a recuperar un poco de sensibilidad en los dedos de las
manos, de los pies. Los apreté y planté las palmas de las manos en
el suelo, respirando con dificultad por el dolor residual.
—Gracias, Gull.
—No hay problema, pero que no te golpee otra vez, ¿vale?
No te he curado, sólo me he ocupado del dolor.
Podía oír a Mareen, pero no podía verla, no desde donde
estaba. Había demasiados trozos de hielo que sobresalían del suelo,
con espirales de condensación retorciéndose a su alrededor como
zarcillos. Intenté sentarme, esperando que se me hundiera el pecho,
pero no fue así. No podía respirar tan profundamente como debería,
pero el dolor había disminuido, así que eso era algo. Lo que sea que
Gullie me había hecho había funcionado. Fue suficiente para volver
a ponerme en pie, lista para defenderme de Mareen. El único
problema era que no podía defenderme para siempre. Ella era
demasiado rápida incluso para mí. Tal vez si no tuviera este
maldito collar enrollado alrededor de mi cuello... pero no había
manera de quitármelo.
Alcancé a ver lo que creía que era su pelo, y empecé a
moverme, corriendo tan rápido como pude por el hielo astillado.
—¡Ahí estááás! —cantó—. Estaba empezando a pensar que
ya te había matado, y eso habría sido una pena.
—No del todo, Mareen. —grité, encontrando un trozo de
hielo tras el que esconderme—. Vas a tener que hacerlo mejor que
eso.
—Oh, no te preocupes. Sólo estoy calentando.
Sentí inhalar el aire a mi alrededor, y supe lo que estaba a
punto de suceder. Como no quería que me cogiera desprevenida
esta vez, me dirigí al instante hacia una nueva pieza de cobertura,
dándole algo a lo que disparar. Cuando liberó la magia, me detuve
en seco, me di la vuelta y reboté hacia atrás, dejando que la ráfaga
mágica pasara inofensivamente junto a mí y golpeara una de las
paredes del coliseo.
—¡Inteligente! —gritó—. Muy inteligente. Pero no lo
suficiente. ¿Qué tan rápido puedes correr, pequeña mestiza?
¿Detrás de cuántos trozos de hielo puedes esconderte? Al final
tendrás que atacarme, y cuando lo hagas, será tu fin.
Me escondí detrás del hielo, con el corazón martilleando
dentro de mi pecho, con la respiración entrecortada y acelerada.
—Tiene razón —jadeé—, no tengo ninguna posibilidad si no
puedo cambiar de forma.
—Llegaste hasta aquí antes de aprender a cambiar de forma.
—Me animó Gullie.
—Sí, pero los pies ligeros no van a funcionar aquí, y no es
como si pudiera hacer un vestido para salir de esto.
—Entonces, improvisa.
Lo único que llevaba encima era una daga, y para usarla
necesitaba acercarme a ella, y eso era un suicidio. Había hielo a mi
alrededor, mucho. Gran parte de él era afilado y dentado, pero no
tenía ninguna esperanza de romperlo. Usar la magia también estaba
descartado... sólo tenía una cosa, una carta que jugar, y era una de
las primeras cosas que Mira me había enseñado.
No esperé a que Mareen volviera a atacar. En lugar de eso,
me alejé del trozo de cobertura tras el que me había escondido e
hice una carrera alocada hacia el balcón real, saltando entre todos
los grandes fragmentos de hielo que pude para despistar su
puntería. Parece que funcionó, porque cuanto más fallaba, más se
enfadaba, y eso la hacía fallar aún más. Alcanzando el espacio justo
debajo del balcón real, respiré profundamente, apunté con un dedo
al Rey y rugí.
—¿Es esto lo que quieres?
Él se puso rígido en su asiento y su rostro enrojeció.
—¿Te atreves a dirigirte a mí directamente, mestiza? —
gruñó, con su voz estruendosa resonando en el coliseo.
—Llámame como quieras, eso no cambia el hecho de que esta
prueba es una aburrida pérdida de tiempo para todos, y tú eres la
razón de eso.
—Yo soy el Rey…
—… lo que significa que es culpa tuya que todo esto sea tan
aburrido.
Se puso en pie y me miró como si quisiera matarme sólo con
los ojos. Lo observé respirar profundamente, su cara
enrojeciéndose, las venas de su cuello y de los lados de su cara
abultándose. Parecía dispuesto a saltar por el balcón y hacer que yo
muriera por sus manos, pero incluso él sabía lo mala que sería esa
idea, así que se contuvo.
—Mareen. —rugió el Rey—. ¡Mata a esta zorra y acaba con
esto!
—Con mucho gusto. —cantó ella, pero antes de que pudiera
colocarse en posición para golpearme con una de sus mortíferas
bolas mágicas, el Príncipe se levantó de su asiento, corrió hacia el
borde del balcón y agitó la mano.
En un instante, el collar que me rodeaba el cuello se abrió de
golpe y cayó al suelo con un fuerte golpe que hizo crujir el hielo.
Respiré profundamente, y esta vez pude inspirar hasta el final. El
dolor residual que había sentido hace un momento empezaba a
remitir, y ya podía sentir que recuperaba las fuerzas, que mis
sentidos se agudizaban. Me quedé mirando al Príncipe, con los ojos
muy abiertos. El Rey se volvió para enfrentarse a su hijo.
—¿Qué has hecho? —gritó.
—Esta no es una pelea justa —respondió Radulf—, la he
hecho justa.
—No me importa si es justa o no. Quiero que esto termine.
—Y yo quiero que me entretengan.
Eso es. Funcionó.
Quería hacerle cosquillas a su afición por el espectáculo, y
había funcionado. No había esperado algo así, nunca pensé que
sería Radulf quien me quitara el collar que llevaba al cuello, pero
ahora que estaba libre, tenía una oportunidad de luchar contra
Mareen.
—Tú y yo tendremos unas palabras. —Le gruñó el rey, y
luego se sentó enfadado.
Radulf me miró desde lo alto del balcón y me dedicó una leve
inclinación de cabeza, que yo devolví. Ahora podía oír a Mareen
con mucha más claridad. Sus pisadas habían sido casi
completamente silenciosas, pero ahora que mis sentidos se habían
abierto de nuevo, me di cuenta de que no era tan silenciosa como
creía.
También me di cuenta de que mi ventaja había regresado.
El mundo que me rodeaba respiró profundamente y, sin tener
que girarme para mirarla, supe exactamente dónde estaba. La
magia zumbaba cuando ella la liberaba, y yo era capaz de seguirla
perfectamente, incluso con los ojos cerrados. En el último segundo
posible, arqueé la espalda, me lancé en un giro y evité fácilmente
su ataque. Aterricé sobre una rodilla, con un puño plantado en el
suelo, y volví los ojos hacia ella.
—Te estás volviendo lenta, Mareen.
Ella se agarró con fuerza a la percha que había encontrado, y
luego sus ojos se oscurecieron.
—Así que te quitó el collar. ¿Realmente crees que será
suficiente?
—Creo que sí. ¿Qué tal si bajas aquí y lo averiguamos?
—¿Para qué? ¿Para que puedas convertirte en loba y hundir
tus dientes en mi cuello como la asesina que eres? No, creo que
estoy bien donde estoy.
—No soy una asesina, y lo sabes.
—Has matado a dos personas hasta ahora. Los hechos hablan
por sí mismos.
—A una de ellas, me obligaron a matarla. A la otra... tú y yo
sabemos quién la mató.
—Sí; tú. —siseó.
Enderezándome, empecé a caminar hacia ella, sacudiendo la
cabeza. Ya podía ver cómo se ponía en tensión, preparándose para
tomar represalias, para reaccionar, para defenderse. Ahora estaba
en la cuerda floja. Mareen sabía lo que yo podía hacer, sabía que
estaba en desventaja, por lo que quería tratar de hablar mal para no
perder esta pelea.
—Mareen, sabes tan bien como yo que esta prueba sólo
termina con una de nosotras saliendo con viva. —Puntualicé—.
Pero no tiene que ser así.
—Sí, así es… como lo quieren. Así es como él lo quiere, así
que ¡túmbate y muere ya!
En lugar de estirar su brazo hacia atrás y cargar otra explosión
de magia, se puso de pie, extendió ambos brazos y agitó las
muñecas. En un instante, convocó una ráfaga de viento aullante que
se precipitó hacia mí como una avalancha. Era difícil clavar los pies
en el suelo para no caerme, así que no tuve más remedio que tirarme
al suelo y agarrarme a las grietas del hielo que pudiera encontrar.
Sin embargo, mientras estaba aquí abajo, no podía moverme para
hacer mucho más.
—¡Dee! —gritó Gullie.
—¡Gull! Tienes que tatuarte en mí. ¿Puedes conseguirlo?
—Yo... creo que sí.
Mantuve la cabeza agachada, esperando que ella se apretara
contra mi espalda y dejara de ser arrastrada por el pequeño huracán
que Mareen había convocado. No pasó mucho tiempo hasta que
sentí el calor de su magia tocar mi piel; un calor amable que envió
ondas de confort por todo el resto de mí. Con eso, supe que estaba
a salvo, y eso ya era algo.
Mareen empezó a reírse.
—Así es. —gritó— Abajo, en el suelo, donde debes estar.
¿Quién te hizo creer que podías venir a mi casa y tomar lo que es
legítimamente mío?
—¡Mareen! —Llamó la voz retumbante del Rey—. ¡Es la
hora!
Intenté levantar la cabeza, pero el viento era demasiado
fuerte. Sentía como si me inmovilizaran unas manos invisibles que
empujaban, y empujaban, como si quisieran hacer que me fundiera
con el suelo que tenía debajo. Mis músculos se crisparon, mi pecho
se tensó, y supe que sólo había una manera de salir de esto.
Concentrándome, hice que unas uñas afiladas salieran de la
punta de mis dedos. Una vez que tuve un agarre más firme en el
suelo, permití que el resto de mi cuerpo se relajara y comenzara a
cambiar de forma. La transformación no dolía, no era incómoda.
De hecho, fue tan fácil como respirar; correcta, natural. En mi
forma de loba, fue mucho más fácil encontrar un punto de apoyo
sólido, y una vez que lo tuve, me levanté de un salto y salí de la
ráfaga de viento que me había estado sujetando y comencé a correr
hacia Mareen.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando me acerqué. Saltó
de su percha y se alejó de mí con toda la gracia de la mejor acróbata
del mundo, pero yo seguí avanzando. Cuando ya no pudo seguir
retrocediendo, clavó un pie en el suelo y preparó una ráfaga mágica
para lanzarme, pero esta vez fui demasiado rápida para ella.
En lugar de morderla de inmediato, lancé todo mi peso contra
ella, haciéndonos chocar a las dos contra el suelo. Mareen se quedó
sin aliento y, aunque trató de zafarse de mí, la tenía inmovilizada
bajo mis grandes patas blancas. Cuando levantó la vista, vi que en
sus ojos se reflejaban a partes iguales la ira y el miedo.
Rabia por haber caído y miedo por la gran loba que la miraba.
—Ríndete. —gruñí.
—No lo haré. —Luchó Mareen, pero no pudo zafarse de mí;
tampoco podía usar su magia. Necesitaba sus manos para eso.
—Quieren que te mate, pero no quiero hacerlo.
—No tienes elección, ¿verdad?
—Sí la tengo. Puedo perdonarte la vida. —afirmé.
—No seas idiota. Te matarán.
—Pueden intentarlo, pero si me ayudas, me aseguraré de que
no nos maten a ninguna de las dos.
Ella negó con la cabeza.
—¡No vamos a salir las dos vivas de aquí, mestiza! ¿No lo
ves? ¿Y para qué quieres mi ayuda?
La miré fijamente.
—Quiero que confieses. —dije.
—¿Confesar?
—Diles lo que hiciste. Diles que no soy una asesina.
Ella frunció el ceño.
—¡¿Y hacer que me maten?! Debes pensar que estoy loca.
—Mareen, eres la única que puede demostrar que no lo hice.
No sé qué te he hecho para que me odies tanto, pero sea lo que sea,
lo siento.
Su ceño se convirtió en una arruga.
—¿Lo sientes? —preguntó—, no te creo.
—Por favor, créeme. La primera vez que te vi, pensé que eras
la chica más guapa de aquí... luego abriste la boca, y todo cambió.
Eres la chica mala de la escuela, la que todos odian, pero aquí tienes
una oportunidad. No tienes que decírselo a la realeza, sólo
confiésamelo a mí.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Y me perdonarás la vida?
—Lo juro por mi alma. Siempre lo has negado. Quiero que
me digas la verdad sobre quién mató a Verona.
Pude verlo en su cara. La forma en que estaba luchando
consigo misma en su interior, no era muy buena para ocultarlo.
Nunca había sido buena para ocultar nada, de hecho. Las chicas
malas solían ser terriblemente inseguras; la única diferencia real
era que ella era un hada de invierno y, por lo tanto, era más
propensa a cometer homicidios que la mujer humana promedio.
—Bien. —gruñó, rechinando los dientes—. Yo lo hice. Maté
a Verona.
Sacudí la cabeza.
—Pero... ¿por qué? Era tu amiga.
Ella negó con la cabeza mientras esa lucha interna que tenía
consigo misma se convertía en algo físico, y real.
—Porque tú ibas a ganar. Siempre ibas a ganar. Tenía que
hacer algo para detenerte.
—Entonces, ¿intentaste incriminarme por asesinato?
—¡Sí! ¡Era lo único que se me ocurrió hacer!
Los relámpagos brillaron por encima, como si los dioses se
hubieran enfadado de verdad. Esta vez, un trueno retumbó,
haciendo vibrar el coliseo. Volví los ojos hacia arriba y vi cómo los
arcos de luz violenta rasgaban el cielo, y luego uno de ellos golpeó
la claraboya, haciéndola estallar en un millón de pedazos.
El corazón se me subió a la garganta. Me vinieron a la mente
las visiones de haber estado atrapada en aquella pajarera cuando
explotó, con los fragmentos de cristal precipitándose hacia mí.
Mareen había provocado eso, y al mirarla ahora, sus ojos estaban
fijos hacia arriba y completamente vidriosos. Si la dejaba
exactamente dónde estaba, sería ensartada por cientos de trozos de
vidrio. Pero yo no era un monstruo.
Intentando por todos los medios no desgarrar su carne con los
dientes, la agarré por el brazo y la arrastré por el hielo. Me dirigí a
las puertas dobles por las que habíamos entrado, arremetiendo
contra ellas con todas mis fuerzas al llegar, pero no cedieron. Los
cristales caían como una lluvia, y cada trozo estallaba en muchos,
muchos más trozos más pequeños al golpear el suelo.
Lo único que podía hacer era cubrirla y esperar lo mejor. Esta
vez, sin embargo, no grité mientras el cristal caía.
18
v arios fragmentos de cristal me mordieron la piel al
caer, pero, al fin y al cabo, podría haber sido peor.
Algunos de los trozos más grandes de la claraboya
habían caído lo suficientemente lejos de mí como para no suponer
ningún tipo de peligro real, y la mayoría de las heridas que acababa
de recibir ya estaban empezando a curarse. Mi capacidad de
regeneración era tan rápida que incluso a mí me sorprendía.
Al mirar a Mareen, me di cuenta de que sus ojos no estaban
tan vidriosos como hace un minuto. Habían recuperado cierta
nitidez, como si la neblina brumosa que los había estado ocultando
se hubiera evaporado por fin. Y en esa claridad, no vi odio, ni ira,
ni siquiera mucho miedo. Lo que vi fue vergüenza y culpa.
Era como si de repente le hubiera crecido un corazón, y éste
le hubiera dado una patada en el culo por ser una perra podrida.
—El destino... —Jadeó—. ¿Estamos vivas?
Volví los ojos hacia arriba y miré a mi alrededor a los cristales
que ensuciaban la arena.
—Eso parece. —dije.
El Veridian continuó parpadeando, con rabia, como si se
hubiera ofendido personalmente. Arcos sueltos de relámpagos
lamían y raspaban la parte superior de la arena, como zarcillos que
intentaban abrirse paso a través del agujero que habían creado.
Pero no iba más allá.
—¿Estás herida? —pregunté.
—Yo... no lo creo. —respondió Mareen, y luego hizo una
pausa—. Me alejaste de una muerte segura. ¿Por qué?
—Esperaba que me lo agradecieras, pero tal vez aún no
estemos en ese punto.
—¿Por qué me has salvado la vida?
La miré.
—No podía dejarte morir así. No si podía hacer algo al
respecto.
—Pero, somos enemigas... ¿por qué salvarías a una enemiga?
—No me gusta tener enemigos, Mareen.
Ella negó con la cabeza.
—Entonces eres más extraña de lo que pensaba... también
eres la clara ganadora de esta competición.
Fruncí el ceño.
—¿Ganadora?
Se zafó de mí, se puso de pie y respiró profundamente.
—Me rindo. —gritó, su voz se extendió por la arena—.
Dahlia es la ganadora.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—No te gusta tener enemigos —contestó, volviéndose para
mirarme con esos ojos incisivos—, a mí no me gusta tener deudas.
Considera que estamos a mano.
Incluso desde el otro lado del coliseo, la rabia del Rey era
imperceptible. Podía oírle gritar a pleno pulmón; se agarraba al
borde del balcón y forzaba su voz para llenar la arena, escupiendo
litros de su propio descontento por todo el lugar como una boca de
incendios rota. Habría sido divertido, si no fuera porque él era el
Rey de Windhelm y tenía la máxima autoridad para decidir quién
conservaba la cabeza y quién no.
Me levanté y miré al balcón.
—Parece que se ha cabreado un poco. —comenté.
—¿Cabreado? —preguntó Mareen.
—Es una cosa que decimos en mi mundo; significa que está
enfadado.
Ella sonrió.
—Cabreado. Me gusta.
El Príncipe se puso de pie, y el Rey inmediatamente se
abalanzó sobre él con su dedo punzante de decepción.
—Tú. —rugió—. Tú hiciste esto, lo arruinaste.
—No arruiné nada —respondió Radulf—. La prueba no
estaba igualada, simplemente la equilibré.
—No me importa si estaba igualado. Teníamos un trato y lo
has incumplido. ¿Tu palabra no significa nada?
—No acordé nada, pero soy un hombre de honor. No podía
permitir que esta farsa continuara por más tiempo, y evidentemente
Mareen tampoco; y ahora se acabó.
El Rey frunció el ceño.
—En eso tienes razón. —Se giró para encarar la arena de
nuevo—. ¡Envíen a los Wenlow!
Mis entrañas se revolvieron y mi cuerpo se congeló. Por la
mirada de Mareen, ella tampoco estaba totalmente emocionada por
lo que el Rey acababa de ordenar. Comenzamos a escudriñar las
partes más oscuras de la arena, tratando de ver si podíamos divisar
alguno de esos grandes monstruos tipo yeti que acechaban en las
sombras. Eran tan grandes como escurridizos, y era muy posible
que ya estuvieran aquí, pero por lo que podía ver, no lo estaban.
—No —Soltó el Príncipe—, los Wenlow son enemigos de
nuestro pueblo; no traeremos más a este lugar.
El Rey giró la cabeza, lentamente, con furia.
—¿Te atreves a contradecirme, muchacho? —gruñó—.
Podría lanzarte de nuevo a la tormenta.
—Dudo que te queden fuerzas en los brazos, viejo.
Hubo un momento en el que ambos hombres se miraron
fijamente, y pensé que en cualquier instante uno iba a intentar hacer
pedazos al otro. Un extraño silencio cayó sobre la arena como un
manto. Por encima de nosotros, los relámpagos brillaban
inaudiblemente, llenando el coliseo con destellos de luz brillante.
Podía oír cómo mi corazón se aceleraba dentro de mi pecho. Podía
oír el de Mareen. Sin embargo, desde el balcón no hubo nada
durante un largo momento: sólo dos hombres, mirándose fijamente,
cada uno desafiando en silencio al otro a hacer un movimiento.
Entonces oí algo importante. Puertas que se abrían,
armaduras que chocaban, espadas que se desenvainaban. Me di la
vuelta para mirar las puertas que acababa de intentar abrir a golpes
y las vi separarse.
Detrás de ellas había soldados marchando hacia nosotras con
las armas desenfundadas. Arqueé la espalda, con los pelos de punta
y los dientes al aire. Eso bastó para que los guardias se detuvieran
un momento, para que dudaran. Me extrañaría que alguna vez se
hayan topado con un lobo blanco de mi tamaño, y eso me dio algo
con lo que trabajar.
Avancé lentamente hacia ellos, con un zarpazo tras otro,
gruñendo y mostrando los dientes. Algunos de los guardias
intercambiaron miradas, otros retrocedieron, pero uno permaneció
estoico, inmóvil, con los ojos totalmente fijos en los míos. Este era
su líder, la columna que sostenía al grupo y el eje que lo derribaría.
Todo lo que tenía que hacer era tumbarlo con fuerza y rapidez, y el
resto huiría.
Por otra parte, actuar sobre estos guardias era una forma
segura de hacer que toda la ciudad de Windhelm se estrellara a mi
alrededor como un maremoto.
No había vuelta atrás.
El guardia preparó su arma, clavó un pie en el suelo y habló.
—En nombre del Rey de Windhelm, te rendirás.
—¿Y si no lo hago? —pregunté, continuando mi
acercamiento.
—Te arrepentirás del día en que cometiste este error.
—¿Sabes lo que estos dientes le harán a la lata en la que te
has envuelto? Tal vez si todos tus amigos te apoyaran, y estuvieran
tan dispuestos a tirar sus vidas por la borda como tú, tendrías una
oportunidad, pero parecen un poco blandos.
—No necesito ayuda para derribarte, perra.
—Tal vez si fuera sólo a ella —añadió Mareen, y sin previo
aviso, lanzó una bola de luz blanca y brillante contra el guardia
haciéndolo caer. Un momento después, estaba a mi lado, cargando
otra ráfaga mágica en su mano—. Pero no es sólo a ella, ¿verdad?
—preguntó.
Los otros guardias la miraron, luego a mí y después entre
ellos. Un momento después, dejaron caer sus espadas y se
apartaron. Desde el balcón real sólo se oían rugidos, gritos y
alaridos. El Rey estaba más allá del punto de ira, y en dirección a
las fosas del odio. Quería que sus guardias tomaran las armas, que
hicieran lo que les ordenaba, pero no le escuchaban.
—Deberíamos irnos. —dije.
—¿Irnos? ¿Irnos a dónde? —preguntó Mareen.
—No podemos quedarnos aquí, y el camino está abierto.
Dudo que estos sean los últimos guardias que nos envíen.
—Eso no responde a mi pregunta.
—A mi habitación. Nos atrincheraremos en mis aposentos.
—¿Por qué íbamos a hacer eso? La selección ha terminado.
Has ganado.
—Claro, pero acabas de atacar a un guardia y confesar un
asesinato. Te matarán en cuanto te pongan las manos encima.
—Entonces, déjales. ¿Por qué te importa?
Suspiré.
—Porque soy demasiado blanda para mi propio bien, y eso
va a hacer que me maten.
—Puede ser... pero no por mi mano.
Empecé a saltar hacia las puertas.
—No sé, el día aún es joven. Vamos.
Mareen me siguió, y con ella a cuestas me abrí paso por los
pasillos del castillo, dirigiéndome directamente a mi habitación. No
tenía ni idea de dónde estaba Mira; sólo podía esperar que
encontrara un lugar seguro donde esconderse. Al menos tenía a
Gullie conmigo y nadie sabía que estaba aquí. Con un poco de
suerte, seguiría siendo así.
Sabía lo que habría dicho si supiera que estaba tratando de
proteger a Mareen. Me habría dicho que estaba loca, que la
abandonara, que dejara que la mataran y que siguiera tomando lo
que era mío por derecho. Pero no podía hacer eso. Ella se había
portado mal conmigo mucho antes de que apareciera el Veridian.
Era una persona horrible. Pero no me correspondía a mí decidir si
vivía o moría.
Al llegar a mi cuarto, Mareen cerró la puerta e
inmediatamente se puso a trabajar en la colocación de barreras
mágicas para mantenerla así. Aproveché la oportunidad para
cambiar a mi forma de elfa y coger algo de ropa para ponerme, ya
que me había deshecho de mi armadura de cuero al cambiar de
forma antes. Cuando terminé, Mareen estaba apilando los objetos
más pesados que encontró frente a la puerta. Iba a ayudarla, pero
no era como si precisamente fuera un esfuerzo. Con sus habilidades
telequinéticas, era más que capaz de levantar cosas pesadas y
ponerlas donde necesitaba. Tenía que admitir que era bastante
eficiente.
Quitándose el polvo de las manos, examinó su trabajo,
decidiendo en el último momento que la barricada necesitaba otra
silla. Con un pensamiento y un movimiento de muñeca, la envió
flotando para unirse al resto de los muebles, apilados frente a la
puerta. Luego se volvió para mirarme.
—¿Qué opinas? —preguntó.
—Debería mantenerlos fuera, espero.
—Lo cual está muy bien, pero no los mantendrá fuera para
siempre, y parece que... no tenemos un plan. —afirmó.
—Esto es muy parecido a toda mi experiencia a lo largo de
este proceso. Por lo general no suelo meterme en algo con un plan
sólido.
—Bien... entonces, esencialmente, nos hemos atrapado aquí.
—Eh, sí... parece que lo hemos hecho.
Ella puso los ojos en blanco.
—Esta es la última vez que te sigo a alguna parte.
—Primera y última vez.
Algo me tiró del estómago, una sensación a la que no estaba
acostumbrada. Un cosquilleo me recorrió y se extendió desde el
centro de mi cuerpo hasta los dedos de los pies y de las manos, y
hasta la coronilla. Me quedé mirando a Mareen, con los ojos
desorbitados, y luego miré alrededor de la habitación como si
quisiera encontrar el origen de lo que sentía, como si fuera a
encontrarlo. Puse los ojos en Tula, sentada en su cubo, y la criatura
apenas visible, parecida a un calamar, se retorció.
—¿Qué te pasa? —preguntó Mareen, que había notado que
algo iba mal.
—No estoy segura —dije—, ¿me estás haciendo algo?
—¿Ahora? No.
—No sé... me siento rara. Con hormigueo.
Me agarró de uno de los hombros y me sujetó.
—Estate quieta y déjame ver.
Sus ojos se entrecerraron y luego brillaron en azul. Me
recorrió de arriba abajo, desde la parte superior de la cabeza hasta
los pies, y sus ojos se posaron finalmente en mi pecho. Lentamente,
colocó una mano sobre mi corazón y me tocó la piel. Su mano era
fría y suave, y eso sólo empeoró el hormigueo que sentía. Casi me
dan ganas de vomitar.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Ella respiró profundamente y luego sus ojos se apagaron.
—No hay nada de qué preocuparse. —afirmó.
—¿Qué? No puedes decirme eso. Dime lo que has visto.
—Ganaste la selección... el destino te está atando al Príncipe.
¿No es eso lo que querías?
—Yo... sí.
—¿Entonces? No hay razón para alarmarse. Deja que
funcione.
Mareen se giró para mirar la puerta, y yo me aparté de ella.
Tenía razón, esto era lo que yo quería. El único problema era que
no tenía ni idea de si me estaban vinculando a Cillian o a Radulf.
Como si respondiera a ese pensamiento, alguien llamó a la puerta
con fuerza. Un momento después, la voz de Radulf llegó desde el
otro lado.
—Dahlia. —gritó con su voz ronca—. Sé que estás ahí dentro.
Abre la puerta.
Mierda.
Necesitaba más tiempo. Tenía que sacar a Cillian primero, y
luego dejar que el destino nos uniera. No podía dejarme convertir
en la belore de Radulf, de lo contrario Cillian estaría perdido para
siempre. Tomando un fuerte respiro, hice girar el amuleto de mi
brazalete entre las yemas de los dedos y me lo llevé a los labios.
—Melina. —susurré, sabiendo muy bien que Mareen me
oiría—. Dile a Ashera que ya es la hora.
19
— a bre la puerta. —ordenó con voz severa de Radulf,

pero yo no estaba dispuesta a abrirla.


La puerta estaba mágicamente sellada y atrincherada. No iba
a dejar que se colara dentro.
Pero el destino... la barricada no impedía que la mano del
destino intentara escribir nuestros nombres en las estrellas.
Esperaba, que eso fuera algo en lo que Ashera pudiera ayudar. Pero
iba a tener que trabajar rápidamente. Yo, mientras tanto, tenía que
hacer todo lo posible para sacar a Cillian y empujar a Radulf hacía
en fondo.
Y tenía que hacerlo sin dejarlo entrar, si es que eso era
posible.
—No vamos a salir. —grité.
—Saldréis o derribaré esta puerta. —advirtió.
—Adelante, inténtalo.
Oí voces apagadas al otro lado, y luego llegó el tintineo de
botas metálicas. Un guardia intentó derribar la puerta de una
patada, oí el gruñido antes de que clavara el pie en la madera. No
vi lo que ocurrió, pero se oyó un zumbido, un gemido y, a
continuación, un enorme estruendo procedente del otro lado de la
puerta. Un momento después, oí un arrastrar de pies, más gemidos
y algunas maldiciones.
Miré a Mareen, con los ojos muy abiertos.
—¿Qué les has hecho?
—Nada demasiado grave —respondió ella—, pero debería
hacer que se lo pensaran dos veces antes de intentar derribarla.
—¿Crees que puedes esconderte detrás de la brujería? —
preguntó Radulf.
—No nos escondemos. —repliqué.
Silencio.
—¿No lo hacéis?
—No.
—Entonces, ¿qué estáis haciendo?
Miré a Mareen.
—Estamos... esperando.
Ella frunció el ceño.
—¿Esperando? —susurró.
Me encogí de hombros.
—Sólo sígueme la corriente. —dije, en voz baja.
—¿Esperando qué? —gritó él.
Me giré para mirar a la puerta.
—No saldremos de esta habitación hasta que cumplas
nuestras exigencias.
—Exigencias...
—Sí. Queremos garantías de que, cuando salgamos de esta
habitación, ninguna de nosotras será lastimada.
—Nadie va a...
—… No me has dejado terminar. —Le corté—. Quiero tu
palabra, atada por el destino, de que ninguna de nosotras será
dañada en ningún momento, ni por ti, ni por tu padre, ni por tus
guardias, ni por ningún otro cortesano de invierno. También quiero
saber que Aronia y Mira están a salvo, y quiero que me las traigan.
—Estás tentando a la suerte con estas demandas.
—Y voy a seguir presionándote, porque vas a cumplirlas.
—¿Por qué?
—Porque gané la Selección Real. Voy a ser tu esposa, liderar
tus ejércitos, y todas esas... cosas. Quieres mantener a tu futura
esposa feliz, ¿verdad?
—Feliz es irrelevante, y negociable.
—No, no lo es. Y aunque así fuera, hay otra situación que sé
que preferirías mantener intacta. No sé si lo sabes, pero el propio
destino está escribiendo nuestros nombres en su gran tapiz. ¿No lo
sientes?
Silencio desde el otro lado de la puerta.
—Me lo imaginaba —dije—, pero eso no va a suceder si no
haces exactamente lo que te pido.
—No tienes voz ni voto en lo que hace o deja de hacer la
mano del destino. —Soltó Radulf.
—Yo no, pero alguien que conozco sí.
—Ah, la bruja. Dime, ¿dónde se esconde estos días?
—Ella tampoco se esconde.
—Déjame adivinar, ¿está esperando?
—Lo está haciendo. También está bloqueando la mano del
destino.
—¿Qué?
—Soy la única que puede detenerla, la única que puede darte
exactamente lo que quieres, y si no vuelve a saber de mí, sabrá que
debe continuar su trabajo, y no podrás conservar tu traje de piel.
—¿Traje de piel? —preguntó Mareen.
Sacudí la cabeza.
—No es nada —dije—. No te preocupes por eso.
—¿Qué es un traje de piel?
Puse los ojos en blanco.
—Es lo que parece.
—¿Un traje hecho de... piel?
—Debería dejar de hablar contigo ahora.
—Si no abres esta puerta —amenazó Radulf—, ejecutaremos
a Mira.
Mi corazón se estremeció y mi piel se enfrió. No hablaba en
serio. No podía hacerlo... o tal vez yo no quería que lo hiciera. Tal
vez quería creer que había una pizca de decencia en ese espíritu
hostil e invasor que era Radulf Wolfsbane. Al principio, había
pensado que era poco más que un monstruo, pero recientemente,
había visto algo más en él.
Algo bueno, y no psicótico.
O al menos eso creía. Tal vez lo único bueno en él era Cillian.
Tal vez la única razón por la que no me había matado era Cillian.
Si quitas a Cillian, Radulf se convierte en el monstruo que yo creía
que era. Pero mi Príncipe seguía ahí, y mientras eso fuera cierto,
no había forma de que pudiera ejecutar a Mira.
Simplemente no la había.
¿Me atrevería a creerme su farol? Una parte de mí dudaba
más de lo que quería admitir. Se trataba de Radulf, y ya había visto
de lo que era capaz. Sentí el tirón del destino en la boca del
estómago y me dieron ganas de volver a vomitar, pero me tapé la
boca y mantuve la compostura como pude. Sólo me sentía así
porque él controlaba el cuerpo de Cillian. Tenía que ser eso. Estar
atada a mi príncipe nunca se había sentido ni remotamente mal,
pero esto me daba ganas de vomitar. Tenía que intentar sacar a
Cillian, pero no iba a poder hacerlo desde detrás de una puerta
atrincherada. Otra razón más para animarme a decir lo que iba a
decir.
—Tenemos que dejarle entrar. —dije.
—¿Has perdido tu poca cordura? —preguntó Mareen.
—¡Oye! —protesté.
—Ese hombre va a hacer que nos arresten a las dos, y quizás
nos maten. De manera definitiva a mí, posiblemente a ti.
—Eso no lo sabes.
—Olvida lo que sé. Hice todo lo posible para mantener a esas
personas al otro lado de esa puerta. ¿Me estás diciendo que mi
trabajo fue en vano?
Ladeé una ceja.
—Como si hubieras sudado siquiera.
—Lo que importa es el resultado.
Me pellizqué el puente de la nariz con el pulgar y el índice.
—Por eso nunca seremos amigas, Mareen.
—Y gracias al destino por eso. Pero bien, si crees que no nos
asesinará inmediatamente a ambas, le abriré.
—Tengo que confiar en que hablará con nosotras. De todos
modos, no podemos quedarnos aquí para siempre. Nos moriremos
de hambre. Sin embargo, debo advertirte primero... vas a escuchar
cosas raras.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Raras?
Asentí con la cabeza.
—Como, realmente raras.
—Bueno... ahora tengo que ver esto.
Con un movimiento de muñeca, todos los muebles que habían
bloqueado la puerta se apartaron en diferentes direcciones, dejando
la puerta entre nosotras y los hombres que estaban al otro lado.
Mareen respiró ligeramente, apuntó con su dedo índice a la entrada
y se detuvo. Volvió los ojos hacia mí, con una ceja enarcada.
Asentí con la cabeza.
—Hazlo. —dije.
Un punto de luz apareció en la punta de su dedo y luego salió
disparado como un dardo hacia la puerta, donde golpeó una especie
de campo de fuerza. Este se rompió al instante como si fuera de
cristal, y al caer los fragmentos se volvieron invisibles, como si
desaparecieran directamente en el suelo. Esperé y observé, luego la
manija giró y la puerta se abrió.
Fue Radulf quien la atravesó, no uno de los guardias. Podía
verlos fuera, podía oírlos arrastrando los pies, como si estuvieran a
punto de entrar. Él levantó una mano y evitó que siguieran
avanzando, calmando la bola de ansiedad que acababa de entrar en
mi garganta. Los guardias se apartaron lentamente de la puerta y le
permitieron cerrarla.
Cuando se cerró, Radulf giró la cabeza para mirarnos a las
dos. Mareen se tensó visiblemente cuando su mirada acerada y
oscura se posó en ella, como un arquero que apunta una flecha a su
arco. Me pregunté si, ahora que los efectos de la tormenta parecían
haber disminuido, podía ver la negrura de sus ojos donde quizás,
antes, la hubiera pasado por alto.
—Así que —dije—, aquí estás.
—Aquí estoy —contestó—. Me alegra ver que has entrado en
razón.
—Dejarte entrar aquí va en contra de todos mis instintos, pero
lanzaste una amenaza, y yo la respondí.
Él apretó los labios en una fina línea y se pasó la mano por la
barba. La barba de Cillian.
—Parece que los dos tenemos que hablar.
—Somos tres. —replicó Mareen.
—Efectivamente. —afirmó él, enarcando una ceja.
Pasó la mano por el aire, y Mareen se levantó de repente y
voló por la habitación, estrellándose contra una pared de espaldas
y cayendo de cara al suelo. Grité y corrí hacia ella, pero él me
envolvió con su magia y me retuvo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —grité—. ¡Hicimos un
trato!
—No hicimos ningún trato. Tú hiciste una demanda; yo hice
una amenaza.
—¡Podrías haberla matado!
—¿Y por qué te importa? Desde que empezó esta
competición, esa mujer no ha sido más que una espina en tu costado
en el mejor de los casos, y una amenaza para tu vida en el peor.
—Porque creo en las segundas oportunidades, y por eso no te
he abierto ya la garganta con los dientes.
Sus cejas se arquearon.
—Mientes —soltó, con la voz baja—, nunca le harías daño.
—Si no me dieras otra opción que matarlos a ambos, lo haría,
pero creo que hay algo bueno en ti, Radulf. Creo que eres mejor
que esto.
—Claramente tienes demasiada fe en mí, pero basta de todo
eso. Quiero saber más sobre lo que la bruja está haciendo para
evitar que el destino nos una.
—¿De verdad crees que te lo voy a contar?
—Creo que lo harás si empiezo a traer a tus amigas para que
las ejecuten.
Sacudí la cabeza, aunque no podía mover nada más.
—No creo que lo hagas.
—¿Entonces por qué has abierto la puerta?
Haciendo una pausa, traté de encontrar sus ojos.
—Porque quiero hablar con Cillian.
—¿Me tomas por tonto, Dahlia?
—¿Tonto?
—Deseas hablar con él ahora, justo en este momento en el
que el destino está tratando de unir nuestras almas, con la esperanza
de que estés unida a él en lugar de a mí.
Asentí con la cabeza.
—No te voy a mentir, sí, ese era mi plan.
Frunció el ceño.
—¿Qué tiene él que te hace desearlo tanto? —Se acercó un
paso más—. ¿Es su galantería? —preguntó— ¿Su caballerosidad?
¿Su sensibilidad? Cillian nunca se ha caracterizado por poseer
muchas de esas cualidades, al menos no en una cantidad
significativa.
—Es más hombre que tú.
Se llevó una mano al corazón, burlándose de mí.
—Ouch, eso escuece. No, lo quieres porque crees que es un
buen hombre, porque fue criado por mi madre más que por mi
padre. Crees que es amable y cálido contigo, aunque sea frío y
distante con todos los demás. Pero ese no es el Cillian que yo
conozco. El Cillian que conozco es un guerrero tan sanguinario
como yo; la única diferencia entre nosotros es que él lo disimula
mejor.
Negué con la cabeza.
—Eso no es cierto.
—¿Oh? ¿No te ha contado la historia de la última vez que tu
gente atacó el castillo?
Bajé los ojos.
—¿Qué intentas hacer, Radulf?
—Simplemente me estoy asegurando de que tienes toda la
información que necesitas. Estoy seguro de que Cillian ha dejado
algunas lagunas en sus recuerdos... por ejemplo, la forma en que
mató alegremente a los niños de la luna cuando intentaban escalar
los muros. La forma en que ambos lideramos la carga contra la
última alfa que se atrevió a tratar de derrocar a Windhelm.
Mi madre.
—¿Te dijo cuántos perros mató ese día?
—Estás mintiendo.
—¿Lo estoy? —Arqueó el cuello, lo crujió y volvió a
mirarme fijamente—. Entonces deja que te lo cuente.
Los ojos negros de Radulf relampaguearon de un azul
intenso. Un momento después, se había ido, dejando a Cillian de
pie ante mí, con sus ojos claros fijos en los míos. Sólo que no había
alivio en su rostro, sino miedo. Un miedo genuino y descarnado.
20
— C illian... —Su nombre salió de mis labios.

Sólo podía mirarme desde donde estaba, paralizado, como si


estuviera clavado en el sitio. Solo por la forma en que me miraba,
lo supe, él había estado al tanto de todo lo que Radulf y yo
acabábamos de hablar. Una parte de mí se compadecía de él, no
podía imaginar lo que era eso, ser un pasajero en tu propio cuerpo.
Pero la otra parte de mí quería saber si lo que su hermano acababa
de decir era cierto.
¿Mató a mis abuelos?
Vi cómo sus ojos se posaban en Mareen, que yacía
derrumbada cerca. Sangraba por un corte en un lado de la cabeza,
pero respiraba. Podía ver cómo se movía su pecho, y podía oír su
suave respiración al inhalar y exhalar incluso desde donde yo
estaba. Volví a prestarle atención a él, estudiando su rostro, y luego
abrí la boca para hablar.
Y fui directa.
—¿Es cierto? —pregunté.
—Dahlia...
—No, necesito saberlo.
Cillian negó con la cabeza.
—Es más complicado que eso.
—Pero, no lo es. Hemos hablado de todo eso. Me contaste
historias sobre los ataques, sobre los niños de la luna. No me dijiste
que habías participado en el ataque en el que murieron mis abuelos.
El amuleto de mi pulsera vibró, una rápida pulsación que me
hizo saber que alguien intentaba comunicarse conmigo. No sabía
quién era, ni qué quería, pero no podía responder, no ahora. Melina
sabía que, si era urgente, debía intentarlo tres veces y yo
respondería a la tercera. Decidí mantener eso en el fondo de mi
mente mientras dejaba que la llamada quedara sin respuesta.
—Dahlia, me estás pidiendo que te diga si maté a tus abuelos
o no. —dijo Cillian.
—Eso es exactamente lo que te estoy pidiendo.
—¿Por qué es tan importante para ti saberlo?
Negué con la cabeza.
—No es el hecho de que los mataras, o que no me lo hayas
contado abiertamente. Lo que hayas hecho en tu pasado no es de
mi incumbencia, y de todos modos no te lo pregunté antes de ahora.
Lo que me molesta es que, si los mataste, y a más de mi especie...
¿por qué aceptaste tan fácilmente su hospitalidad?
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Te cuidaron hasta que te recuperaste. Te alimentaron, te
vistieron, te dieron una cama para dormir. Puede que hicieran eso
por mí, pero ¿no sentiste ni una pizca de culpa?
Bajó la mirada y negó con la cabeza.
—Dahlia, ya sabes cómo somos los de mi clase.
—Fríos, desapegados, distantes. Lo sé. En la tierra del
invierno, todos los corazones son gélidos, pero eso no es cierto,
¿verdad? Al menos, no para todos vosotros. Tú eres diferente. Lo
he visto. También lo son Mira, Melina, los niños de la luna... la
frialdad es sólo algo que tu especie esconde para no tener que sentir
nada que no quiera sentir.
—Hablas de mi gente como si nos conocieras.
—Pero lo hago, Cillian. He vivido entre vosotros durante lo
que parece una vida. También soy uno de ustedes. Que tenga un
corazón humano sólo significa que tengo una ventaja en todos mis
sentimientos, pero tú también los tienes, y me niego a creer que el
hombre que amo hubiera aceptado la ayuda de la gente que
masacró.
Él seguía sin mirarme. Sus ojos estaban en el suelo, en mis
pies. Giró la cabeza hacia un lado y se mordió el labio inferior. Me
di cuenta de que se estaba conteniendo, guardándose las cosas. Eso
era algo en lo que los faes eran muy buenos. Conseguir que se
abrieran a ti era como sacar sangre de una piedra, pero era posible.
Todo lo que tenías que hacer era mirar a Mira.
Demonios, o incluso a Mareen.
—Necesito que me digas. ¿Hiciste lo que Radulf dice?
Cerró los ojos y suspiró.
—Estuve allí. —respondió finalmente—. El día del ataque,
estuve allí. Yo tenía una espada en la mano... defendí mi hogar.
Sentí el escozor de las lágrimas en mi interior, pero las
contuve.
—Cuéntame lo que pasó.
El brazalete de mi muñeca volvió a zumbar. Ya eran dos
veces las que alguien había intentado comunicarse conmigo. Tuve
que ignorarlo por segunda vez y esperar que no sonara por tercera
vez. Si se trataba de una emergencia, cada segundo que pasaba era
precioso, pero no tenía mucho tiempo con Cillian, y lo sabía.
Radulf podría reafirmarse en cualquier momento. Pero primero
necesitaba saber.
Necesitaba la verdad.
Sacudió la cabeza.
—Fue hace mucho tiempo —dijo—, era muy joven.
—Todavía no sé qué edad tienes.
—Y eso no importa. Lo que importa es que, para ti, yo habría
sido un adolescente precoz. Mi padre llevaba tiempo enseñándome
a luchar, para prepararme para las batallas que creía que nos
llegarían inevitablemente. Tienes que entender, Dahlia... los niños
de la luna eran nuestros enemigos.
—Windhelm tiene muchos enemigos. Estoy empezando a
preguntarme si tú eres el problema.
—Como yo... la cuestión es que, al igual que los Wenlow, las
historias de los niños de la luna nos fueron narradas para
asustarnos. Cambia formas que ya no eran realmente faes, sino algo
monstruoso y peligroso. Nos decían que eran salvajes que querían
derribar nuestros muros, sacarnos de nuestras casas y masacrarnos.
Los Wenlow eran nuestros hombres del saco, los niños de la luna
eran nuestros espejos oscuros.
—¿Espejos?
—Nos dijeron que, si no hacíamos lo que la corona pedía, nos
convertiríamos en ellos. Perderíamos todo lo que nos hacía ser...
nosotros.
—Y no había nadie cerca para aclarar las cosas.
—No. —Sacudió la cabeza—. Nadie pensó que volverían a
atacar... Todavía recuerdo esa noche. Recuerdo sus aullidos... se
sentaron en fila al borde del acantilado, al otro lado del puente, y
aullaron durante tres noches seguidas. El sonido era tan bello como
horripilante.
—Mientras tanto, ustedes se prepararon para exterminarlos a
todos.
—Iban a atacar. No teníamos otra opción.
—Sí, la teníais. Podríais haber salido a hablar con ellos.
Podrías haber enviado un diplomático, un embajador. ¿Hiciste
alguna de esas cosas?
—No, pero la decisión no era mía, y mi padre nunca habría
escuchado mis consejos.
—¿Y cuándo atacaron? ¿Qué pasó?
—Nos defendimos. Ellos eran el enemigo, estábamos
sitiados. Nos pidieron a Radulf y a mí que tomáramos las armas
para proteger a nuestro pueblo, y lo hicimos. ¿Cómo iba a saber
que tu familia estaba entre los lobos que nos atacaban?
—Supongo que no estaban. —Cerré los ojos—. No sé si
fuiste tú quien mató a mis abuelos... quizás nunca lo sabremos, ya
que no tengo recuerdos de ellos. Pero yo sólo...
Las lágrimas cayeron entonces. Suaves, silenciosas, rodando
por mi mejilla. La pulsera zumbó por tercera vez, y esta vez no tuve
más remedio que cogerla delante de él. Trabajé el amuleto entre
mis dedos mientras él miraba, frunciendo el ceño. La voz de Melina
llegó a mi mente, fuerte y clara, sobresaltando al Príncipe.
—¡Ahí estás! —dijo ella—. He estado intentando localizarte.
Me limpié los ojos.
—Lo siento, estoy con el Príncipe. —respondí, mirándolo con
el no hagas nada estúpido escrito en mi cara.
—Oh... ¿qué Príncipe?
—Cillian. ¿Cuál es la emergencia?
—Bueno, no son buenas noticias.
—Cuéntame.
—Ashera está teniendo dificultades para evitar que el destino
escriba tu nombre y el de Radulf juntos. A Toross y a mí nos
preocupa que, si retiene al destino mucho más tiempo, eso la maté;
y pronto. Pero tú estás con Cillian, ¿verdad? Eso significa que
podemos intentar hacerlo, pero se nos acaba el tiempo, Dahlia.
—Mierda.
Miré a Cillian, y en sus ojos vi al hombre que amaba, porque
lo amaba. Pero empezaba a saber que había cosas de él que aún no
conocía, secretos que aún no habían salido a la luz. Necesitaba más
tiempo con él. Si íbamos a ser compañeros predestinados,
necesitaba saber más sobre él, pero no podía permitirme ese lujo.
Sólo tenía una opción por delante.
Bueno, dos...
Mirando directamente al Príncipe, mostrándole toda la
determinación que podía reunir, me llevé el amuleto a los labios y
me detuve.
—¿Puede detener el proceso por completo? —pregunté.
Sus ojos se entrecerraron.
Melina guardó silencio por un momento.
—¿Qué? —preguntó.
—¿Puede romper el vínculo? ¿Impedir que esto ocurra por
completo?
—Yo... no lo sé. Pero eso... eso no es lo que quieres, ¿verdad?
—Tal vez no. —dije, sin dejar que se rompiera el contacto
visual entre nosotros—. Pero creo que es lo que necesito, y no me
había dado cuenta hasta ahora.
—¿Qué pasa con...?
—… Mel, ya me he decidido. ¿Puede hacerlo o no?
—Yo... no lo sé. Tendré que preguntarle a ella.
—Si ella puede hacerlo, entonces que lo haga. Ahora.
—Lo siento —dijo Cillian—, debería habértelo dicho en
cuanto supe lo que eras.
Asentí con la cabeza.
—Yo también lo siento. Pero el destino no decide si somos
buenos el uno para el otro o no. Lo hacemos nosotros.
—¿Y qué pasa con Radulf?
Negué con la cabeza.
—Todavía no lo sé, pero necesito algo de ti.
—¿Qué necesitas?
—Necesito que me ayudes a encontrar a tu padre.
—¿Mi.… padre?
—Cillian, él está en el centro de todo esto. Tal vez la tormenta
le hizo algo el día que llevó a Radulf a su corazón y lo trajo de
vuelta de la muerte, o tal vez siempre ha sido así. No lo sé. Pero
hay que detenerlo.
—¿Detenerlo?
—¿No ves lo que está haciendo? ¿No sabes que está abusando
de ti, de los dos? Quiere que lleves a cabo sus planes, y
francamente, está loco de remate. Además, ¿dónde está tu madre?
Él hizo una pausa y frunció el ceño.
—¿Mi.… madre...?
—Solía venir a las pruebas, pero no la he visto desde que
llegué al castillo. ¿Dónde está?
El silencio cayó sobre nosotros como una nube oscura que
tapara el sol. Él desvió la mirada y pareció pensar, reflexionar.
Pude ver la pregunta en sus ojos, una pregunta sin respuesta.
Esperé, observé, y entonces se estremeció y retrocedió, sujetándose
el costado de la cabeza como si le hubieran dado un martillazo.
Me lancé hacia él, pero me detuve tras un par de pasos, con
el corazón atascado en la garganta y martilleando con fuerza.
Cuando Cillian me miró, uno de sus ojos era azul y el otro negro.
Tenía el ceño fruncido, como si lo hubiera ofendido de alguna
manera, pero también parecía preocupado.
—¿Radulf? —pregunté.
—Estamos los dos aquí. —contestó el Príncipe, con una voz
de dos tonos que rallaba los oídos.
—¿Cómo... es posible?
—Es posible porque yo lo he hecho así. —respondió
Radulf—. ¿Por qué hablas de mi madre?
Fruncí el ceño.
—¿Eso es lo que te ha sacado? ¿No la parte de querer romper
el vínculo del destino?
—¡Responde a la pregunta! —gruñó.
Hice una pausa, la velocidad a la que mi corazón latía dentro
de mi garganta aumentaba rápidamente.
—Sólo quería saber dónde estaba, por qué no la había visto.
Cuando llegué aquí, me dijeron que tendría una audiencia con el
Rey, pero eso tampoco ha ocurrido.
—Nuestra madre es... —dijo Cillian, su voz se oyó un poco
más clara que la de Radulf—. Ella está... ¿dónde está?
—Yo... no lo sé. —respondió Radulf.
—Radulf, ¿dónde está?
—¡No lo sé!
21
O bservé a Radulf y a Cillian caminar por la
habitación, en silencio, con las manos cerradas en
puños. Estaban enfadados, confundidos y un poco
asustados. Era la primera vez que los veía a ambos ponerse de
acuerdo en algo, actuar al unísono, en lugar de que uno convenciera
al otro de tomar un determinado curso de acción. Ninguno de los
dos sabía dónde estaba su madre.
Teniendo en cuenta que estaba preocupada por mis propias
madres, podía empatizar con ellos.
Sin embargo, tenía que admitir que mi atención estaba un
poco dividida. Melina lo había confirmado, los hijos de la luna
habían comenzado su ataque al castillo. Iban a hacer todo lo posible
para evitar que el Rey nos obligara a Radulf y a mí a casarnos,
mientras Ashera evitaba que la mano del destino escribiera nuestros
nombres juntos; o detener el proceso por completo.
Si alguien podía hacerlo, era ella.
—Cillian, o Radulf... uno de vosotros. Tenéis que decirme
qué está pasando.
Se volvieron para mirarme, pero cuando Cillian habló, me
pareció que estaba hablando con su hermano.
—Ninguno de nosotros ha visto a nuestra madre en semanas.
—dijo— ¿Cómo hemos ignorado esto?
—No lo sé. —Llegó la voz ronca de Radulf.
—Es la tormenta —afirmé—, está nublando tus sentidos, los
de ambos. Te oculta cosas, te manipula. Quiere que hagas lo que
ella quiere, no lo que es mejor para ti. Debes saberlo, Radulf.
—La tormenta me salvó.
—¿Pero a qué precio?
Se acercaron, avanzaron, como si estuvieran a punto de
levantarme y lanzarme por la habitación. En lugar de eso, Radulf
me señaló con un dedo.
—¿Por qué? —siseó.
—¿Por qué? —Fruncí el ceño.
Señaló a Mareen.
—Tuviste el poder de romper el dominio de la tormenta sobre
ella. Tenías el poder de empujarme hacia abajo, a lo profundo de la
psique de Cillian. Ahora me haces cuestionarme lo mismo que me
trajo de las fauces de la muerte. ¿Por qué tienes ese poder?
—No sé cómo responder a esa pregunta.
—Es... exasperante.
—¿Más exasperante que el hecho de que tu madre se haya ido
y que a ninguno de los dos les haya parecido raro?
—Radulf, escúchala —le dijo Cillian—, sé que entiendes lo
que dice, sé que puedes verlo ahora.
—Entonces, ¿qué pasa si lo hago? —siseó—. Eso no cambia
los hechos.
—¿El hecho de que por culpa de esa tormenta eres un parásito
espiritual que tu padre está utilizando porque es demasiado débil
para luchar en sus propias guerras? —pregunté.
La mirada de Radulf se tensó y su mandíbula se apretó.
—Cuidado. —gruñó.
—No pretendo ser mala, pero esos son los hechos reales. La
Selección Real tenía que ocurrir, claro, pero tu padre es el Rey.
Tiene la máxima autoridad aquí, y puede hacer y decir lo que
quiera.
—Eso no es cierto. —Soltó Cillian, el suave y profundo
timbre de su voz saliendo por la misma boca que el ronco siseo de
Radulf—. Las manos de mi padre están atadas por el destino tanto
como las tuyas, si no más. Es un decreto del destino que el Príncipe
de Windhelm lidere los ejércitos del invierno, y no el Rey. Por eso
mi padre necesitaba que la selección continuara.
—También es por lo que tu padre eligió a Radulf —añadí—,
porque sabía que podía manipularlo para que hiciera lo que él
quería.
—¿Estás insinuando que soy de alguna manera débil? —
preguntó Radulf.
—Entre los dos, tú eres el espíritu, Cillian está vivo. Tu padre
tiene más influencia sobre ti que sobre él.
—También estás mejor entrenado que yo, hermano. —afirmó
Cillian.
Era la primera vez que le oía decir eso. Era la primera vez que
le oía dirigirse a su hermano con algún tipo de calidez, o cuidado
en su voz. También fue la primera vez que me pareció sentir que la
tensión de Radulf aumentaba y luego se calmaba de repente. Era
como si con una sola palabra, Cillian hubiera llegado al fae que una
vez fue, y no a la criatura que era ahora.
—Te preparó —dije—, te entrenó para ser su espada, y
luego... fuiste gravemente herido, y no podía permitir que murieras,
así que te convirtió en esto y te hizo cometer un horrible crimen
contra tu hermano. Esto no es tu culpa.
Era extraño ver con qué claridad podía distinguir cuando la
personalidad de Radulf tomaba el control total del cuerpo sobre
Cillian. Radulf inspiraba profundamente, hinchaba el pecho y
luego exhalaba haciendo una gran demostración de su presencia.
Cillian, en cambio, era un poco más discreto, un poco más sutil, y
tenía tendencia a pasarse el pulgar por el labio, o por la barba.
El pecho de Radulf se expandió, y luego suspiró.
—Si nuestra madre ha desaparecido —dijo—, debemos
encontrarla. Debe estar en el castillo, en algún lugar.
—El único que sabría exactamente dónde, es padre. —
contestó Cillian.
—Tenemos que llegar a él.
—¿Tenemos? —La ceja de Radulf se arqueó—. Eres una
asesina, ¿crees que se te permitiría acercarte al Rey?
—En primer lugar, si el Rey me tiene tanto miedo, entonces
no es ningún Rey. Y número dos, no soy una asesina; Mareen
confesó lo que hizo y limpió mi nombre.
Él frunció el ceño.
—¿Dónde está la prueba de eso?
Miré hacia la caja de hielo con la extraña criatura azul,
parecida a un calamar, sentada en su interior.
—Tula escuchó la confesión. Pueden enseñártela, si quieres.
—Y se supone que tengo que creer en la palabra de este
delgado... —Retrocedió unos pasos como si le hubieran dado una
bofetada en la cara. Sacudió la cabeza, parpadeó con fuerza y luego
volvió los ojos hacia la caja.
—¿Qué fue eso? —preguntó Cillian.
—Creo que era la prueba. —dije—, ¿Te han enseñado lo que
hizo Mareen?
—La vi... y a ti. Recuerdo haber presenciado este intercambio
desde el balcón, pero mi padre estaba beligerante y hacía difícil
concentrarse en lo que se decía.
—Tula es una telépata clarividente, pueden ver cosas a
grandes distancias, al igual que pueden ver al asesino que han
colocado cerca de mis madres.
—¿Asesino? —Cillian frunció el ceño.
—Ahora mismo, hay un fae asesino en el mundo humano,
esperando para atacar a mis madres.
—Eso... no puede ser, ¿verdad?
La pregunta se la había planteado a Radulf, pero éste había
optado por guardar silencio.
—Radulf, contéstale —pedí—, háblale del asesino.
Su mandíbula se apretó.
—No sé nada de un asesino. —respondió.
Mis ojos se entrecerraron.
—¿Qué quieres decir con que no sabes nada?
—Quiero decir lo que he dicho. No me han mencionado nada
sobre un asesino desplegado en el mundo humano para vigilar a tus
madres.
—¿Eso es algo que te habría dicho tu padre?
—Hasta ahora me ha contado todo lo demás, por lo que sé.
Soy su confidente porque yo...
Hubo una pausa, larga, oscura y profunda. Contuve la
respiración, pero eso sólo hizo que absorbiera la pausa, que viviera
dentro de ella, que la experimentara plenamente... y la odié.
—¿Porque tú qué? —Solté.
—Porque cree que hablo en nombre de la tormenta —
respondió Radulf, y luego sus ojos se entrecerraron y frunció el
ceño.
—¿No es así? —preguntó Cillian.
Él negó con la cabeza.
—No lo hago. Soy un instrumento, un vehículo de su
voluntad, pero no habla a través de mí. No me necesita para
comunicarse.
—Entonces, ¿por qué cree tu padre que lo hace? —Le
pregunté.
—Está alucinando. Antes no podía verlo, pero es como si mis
recuerdos, recuerdos reales, empezaran a salir a la superficie, y los
estuviera presenciando de nuevo.
—Yo también puedo verlos. —dijo Cillian—. Ha perdido la
cabeza, Radulf... ambos lo vemos ahora.
Él asintió.
—Lo ha hecho, pero puedo decirte que, por lo que yo o
cualquiera sabe, no hay ningún asesino en el mundo humano.
Me giré para mirar a Tula.
—Entonces, ¿por qué se me enseñaron esas visiones?
La criatura calamar se movió en su caja de hielo, pero
permaneció en silencio. Radulf se acercó, se detuvo cerca del cubo
congelado y le señaló con un dedo.
—Soy el Príncipe de Windhelm, y responderás a su
pregunta o sufrirás las consecuencias.
Tula se retorció, como si se hubiera encogido en presencia del
Príncipe.
—No hay ningún asesino. —contestó, con su voz
transmitiendo directamente a nuestras mentes.
—¡¿Qué?! —chillé.
—Me pidieron que fabricara una visión de la muerte
inminente de tus madres para mantenerte a raya.
—Eso es... ¡monstruoso! ¡He tenido pesadillas sobre eso cada
noche que he dormido aquí!
—Y me he dado un festín con esos sueños, como recompensa
por una visión sin perfecta.
Sacudí la cabeza.
—¿Quieres decir que no sientes ninguna empatía por lo que
me has hecho?
—No me corresponde tener empatía. Hago lo que se me pide,
siempre que se me ofrezca el pago adecuado, y lo acepte.
Sentí que la ira brotaba dentro de mí, pero el alivio se apoderó
rápidamente y la expulsó. Mis madres estaban a salvo, o al menos,
más seguras que si hubiera habido un asesino esperando para
acabar con ellas.
—¿Quién te pidió que hicieras esto? —preguntó el
Príncipe—. ¿Fue el Rey?
—No —dijo Tula—, fue Tellren.
Tellren. Ese imbécil.
—Bueno, si me preguntas, cobras demasiado por tus
servicios. —murmuré entre dientes.
El brazalete en mi muñeca vibró. Esta vez no esperé a que
sonara tres veces antes de responder. Trabajé el amuleto entre las
yemas de los dedos y me lo llevé a los labios.
—Estoy aquí, Mel. ¿Qué necesitas?
—El ataque está a punto de comenzar. —informó ella.
—¿Y el destino? —pregunté.
—Se ha detenido. Hoy no habrá ataduras. Realmente espero
que sea lo que querías.
Miré a Cillian y a Radulf.
—Lo es. —afirmé.
Por encima de los hombros del Príncipe, vislumbré el mundo
más allá del gran ventanal que daba a los terrenos del castillo.
Todavía no podía ver a los niños de la luna, pero podía ver la
tormenta que se desataba en lo alto. Los relámpagos brillaban con
furia y, esta vez, los truenos retumbaban con tanta fuerza que
hacían temblar las instalaciones del dormitorio.
—Eso es nuevo. —dije, mirando a mi alrededor.
Radulf dio un respingo y apretó los dientes.
—¡Para! —gritó, aunque no me miraba.
—¿Qué pasa? —pregunté, adelantándome para tratar de
ayudarlo.
El Príncipe pasó la mano por el aire.
—No, aléjate de mí; no puedo garantizarte que no te haré
daño.
Me detuve donde estaba, observándolo mientras intentaba
tranquilizarse, pero no parecía encontrar un momento de paz. Algo
le estaba sucediendo. Mientras los relámpagos destellaban y hacían
estragos, él gemía y hacía muecas. Era como si cada fogonazo de
luz fuera un latigazo, que le atravesaba la espalda y le causaba dolor
físico.
Cayó de rodillas y utilizó las manos para levantarse y evitar
caer de bruces. Respiraba con dificultad, incluso jadeaba. Cuando
levantó los ojos, esperaba encontrar sólo a Radulf devolviéndome
la mirada, pero no, seguían siendo los dos. Un ojo estaba negro y
el otro era azul claro.
—¿Qué os pasa? —pregunté.
—La tormenta. —respondió Cillian—. Lo sabe.
—¿Sabe qué?
—Sus intenciones. Sabe que los niños de la luna se acercan,
y va a defenderse.
—¿Qué va a hacer?
—Quería que te matara. —contestó Radulf, con la voz
entrecortada y ronca, y un poco disminuida.
—Pero no lo hiciste...
Me miró con el ceño fruncido.
—Si tienes razón sobre mi padre, entonces matarte sólo
condenará a mi pueblo y a todo Invierno a la oscuridad. No puedo
permitir eso.
—Radulf... —Su nombre salió de mi boca como un suspiro.
Se puso de pie y me señaló con un dedo.
—Pero si estás mintiendo, yo mismo acabaré con tu vida.
—No estoy mintiendo.
Se dirigió a la puerta.
—Más vale que no lo estés, porque a esos guardias de ahí
fuera les acaban de ordenar que se aseguren de que no nos
vayamos, lo que significa que estoy a punto de matar a mis propios
hombres por ti.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Qué?
—Si queremos llegar hasta el Rey, vamos a tener que
atravesar la sangre de faes muertos. Si me engañas, su sangre
mancharás tus manos.
22
e l infierno se desató tan pronto como el Príncipe abrió
la puerta. Los guardias no hicieron preguntas, no le
pidieron que se rindiera, ni que me entregara. Se
lanzaron a por él como animales salvajes y rabiosos que echaban
espuma por la boca. Nunca había visto nada parecido; era como si
estuvieran poseídos. Pero el Príncipe estaba preparado para ellos.
Cuando el primer guardia entró por la puerta, le dio un
puñetazo en la garganta con la fuerza suficiente para que se
tambaleara contra los otros dos que estaban detrás. Un momento
después, el Príncipe atravesó la puerta, y lo que siguió fue una
cacofonía de crujidos de metal, de huesos rompiéndose y de gritos.
Casi no quise mirar: los sonidos eran difíciles de ignorar. Pero
no tenía elección. Tuve que seguirle fuera de la habitación, dejando
a Tula y a Mareen donde estaban. Cuando llegué al pasillo más allá
de la puerta, la conmoción había cesado, y había tres cadáveres a
mis pies, cada uno de ellos tendido en ángulos extraños, uno de los
cuales tenía el cuello al revés.
Cillian estaba por encima de ellos, de espaldas a mí, con la
cabeza ligeramente girada hacia un lado y las manos juntas. Tenía
un aspecto oscuro y siniestro, pero eso sólo se debía a que el lado
de su cara que había girado hacia mí era el que tenía el ojo negro
de Radulf. Su ceja se arqueó.
—No serán los últimos en intentar impedir que lleguemos a
donde tenemos que ir. —Aseguró.
—¿Cómo es que el Veridian los controla así? —pregunté.
—Se ha vuelto mucho más poderoso desde que infectó la
piedra de escarcha.
—¿La infectó?
—Ya lo verás. Ahora, ven con nosotros.
Radulf se puso en marcha y yo le seguí sin decir nada más,
pero no fuimos muy lejos. Cuando él llegó a una puerta cerrada en
la que quería entrar, no le importó no tener una llave con la que
abrirla. En cambio, se preparó y gritó a la persona del otro lado para
que se apartara. Un momento después, clavó el pie en la puerta y la
arrancó de una patada de sus goznes. Esta estalló al interior de la
habitación, dejando polvo y escombros en el aire, y luego se
derrumbó con una serie de fuertes estruendos. Un momento
después, oí la voz de Mira.
—¿Era absolutamente necesario? —gritó desde el interior, y
mi corazón se aceleró.
—¡Mira! —grité, y entré corriendo en la habitación, pasando
por delante del Príncipe.
Ella estaba de pie en una nube de polvo, agitando la mano
frente a su nariz. La rodeé con mis brazos y la abracé, y me
devolvió el gesto.
—Debería tener cuidado de no apretar demasiado —dijo—, o
es probable que aplaste a la arpía.
—¿Arpía? —preguntó Gullie, la pequeña duendecilla verde
que se había salido de mi piel—. ¿De verdad? Creía que ya
habíamos superado eso.
Pude sentir que la sonrisa en el rostro de Mira comenzaba a
manifestarse, y me aparté de ella para mirarla.
—Me alegro mucho de que estés bien.
—Estar bien es un término relativo. —respondió, girando la
cabeza hacia un lado para intentar ocultar el moratón de su mejilla.
—¿Te han hecho daño? —pregunté, y luego miré fijamente
al Príncipe.
—No de forma sustancial. —contestó ella—. Uno de los
guardias intentó ponerme las manos encima, así que le fracturé la
nariz... eso no le gustó.
—La Spice Elegante no se pelea, ya sabes.
La sonrisa de Mira se amplió.
—Esta sí lo hace.
El Príncipe entró en la habitación y miró a su alrededor, luego
fijó su atención en Mira.
—Me disculpo por la forma en que fuiste tratada. —Llegó la
voz de Cillian—. Eso no debería haber ocurrido.
Ella lo miró y luego inclinó la cabeza hacia un lado, pero fue
Gullie quien habló.
—¿Qué pasa con tus ojos? —preguntó.
—Nos encontramos de nuevo, duendecilla. —Saludó Radulf,
y los pelos de Gullie se pusieron de punta.
—¡Dee, cuidado! —gritó.
—Está bien, Gull —tranquilicé—. No pasa nada.
—¿Está bien? ¿De qué estás hablando?
Respiré profundamente.
—Está de nuestro lado. —Me giré para mirar de nuevo al
Príncipe—. ¿Verdad?
Él asintió.
—Lo estamos.
—Esto es espeluznante... —murmuró Gullie.
—Lo sé, pero se hace más fácil. —Aseguré—. Tenemos que
salir de aquí, y rápido. Tenemos que llegar al Rey.
—¿El Rey? —preguntó mi custodia.
—Él está en el centro de esto, Mira. Radulf no es el que tiene
los planes, él es la herramienta.
—Claro que es una herramienta. —Soltó Gullie.
—Gull. —siseé—. No antagonicemos al hombre, ¿de
acuerdo?
—No puedo evitarlo. Si por fin ha entrado en razón, ¿por qué
ha tardado tanto? Podríamos habernos evitado muchos problemas.
—La tormenta los hace ciegos a lo que realmente sucede. No
sé por qué tenemos resistencias más fuertes a ella, pero creo que
tiene que ver con los niños de la luna, que ahora mismo están en
proceso de atacar al castillo.
—Toross... —suspiró Mira.
—Está bien —calmé—, pero tenemos que actuar
rápidamente. Van a intentar distraer a toda la milicia de la ciudad
que puedan mientras nos abrimos paso hasta el Rey, pero tenemos
que movernos rápidamente. Sólo vamos a tener una oportunidad en
esto.
—¿Y si fallamos? —preguntó Gull.
—No podemos fallar.
Ambas asintieron al unísono.
—Estamos listas —afirmó Mira.
Miré al Príncipe.
—¿Adónde vamos ahora? —pregunté.
—Hay un lugar más al que debemos ir antes de dirigirnos al
palacio —Mencionó Cillian—. Es importante.
—El tiempo no está precisamente de nuestro lado... ¿puede
esperar?
Él negó con la cabeza.
—No. Vamos, por aquí.
Salió de la habitación y, tras mirar a Mira, el resto le
seguimos. No estaba segura de adónde nos llevaba, pero sí era
consciente de que estábamos bajando, adentrándonos en las
entrañas del castillo, en un lugar que recordaba lo suficientemente
bien como para saber que no quería volver aquí.
En el camino hacia las mazmorras, nos encontramos con un
solo guardia que parecía estar recorriendo los pasillos a toda
velocidad, buscando al Príncipe. Radulf se encargó de él, esquivó
fácilmente su espada agachándose cuando la bajaba, agarrando su
brazo y retorciéndolo hasta que se rompió con un crujido de huesos.
Quería objetar su brutalidad; no había necesidad de herir
gravemente a esos faes. Pero sabía que protestar no me llevaría a
ninguna parte, y probablemente sólo le molestaría más. Lo último
que quería era darle una razón para afirmar el control total sobre el
cuerpo de Cillian y decidir que no iba a ayudarnos más.
Una vez que el guardia cayó, Radulf le quitó el llavero y abrió
una de las puertas del calabozo. Allí, sentada dócilmente en el
rincón de una de las celdas, con las rodillas en la barbilla, estaba
Aronia. Parecía que la habían maltratado un poco; tenía marcas en
el cuello, cortes a lo largo de la mejilla y el labio, pero por lo demás
se la veía fuerte.
—Su alteza... ¿qué hace aquí? —preguntó.
—Quedas liberada de las mazmorras. —dijo Radulf—. Ven
con nosotros.
—¿Liberada? ¿De qué estáis hablando?
Pasé por delante del Príncipe.
—Aronia, está bien —intervine—. Pero tenemos que sacarte
de aquí antes de que aparezcan más guardias.
—¿Me estáis sacando?
El Príncipe enarcó una ceja.
—Ya la ayudaste a salir de aquí una vez; parece justo que
hagamos lo mismo contigo.
Ella se puso de pie y respiró profundamente. Asintió con la
cabeza.
—Gracias, a todos. ¿Qué necesitas de mí?
—Necesitamos a encontrar al Rey —informé—. Vamos a
expulsar la tormenta de Windhelm y recuperar la ciudad.
Dio un paso hacia nosotros.
—En ese caso, haré todo lo que pueda. Prometo mi vida a la
causa.
—Esperemos que no se llegue a eso.
—Puede que sí. —dijo Cillian— No hay tiempo para andarse
con rodeos. La tormenta conoce nuestro plan, puede vernos a través
de los ojos de Radulf. Ahora mismo, hay guardias corriendo hacia
las mazmorras, tal vez más de los que podemos manejar. Debemos
movernos rápidamente.
—Usa esto. —ofreció Radulf, y desenfundó una daga de su
cinturón y se la entregó a Aronia.
Ella agarró el arma, inspeccionó el mango, la hoja, y lo
sostuvo firmemente en su mano. Volvió los ojos hacia mí, luego
miró a Mira y después al Príncipe.
—No podemos dejar que Windhelm caiga. —afirmó—. Hay
algo bueno aquí. Sé que lo hay.
—Y vamos a luchar por eso. —declaró Mira.
—Todos nosotros. —añadió Gullie.
Le sonreí.
—Las chicas al poder. —susurré.
Gullie me devolvió la sonrisa.
—Salgamos y hagámoslo.
El Príncipe fue el primero en darse la vuelta y salir por la
puerta de la celda. Nos extendimos por el túnel detrás de él,
corriendo por el pasillo para llegar a las escaleras del nivel superior,
pero rápidamente nos encontramos con el sonido de botas de metal
corriendo hacia donde estábamos. Aronia luchó por llegar al frente
de la fila y se puso al lado del Príncipe.
—¿Sabes cuántos vienen? —preguntó.
—Seis. —contestó Cillian.
—¿Sabes exactamente cuántos hay? —pregunté.
—La tormenta lo sabe. Prepárate.
Mira juntó sus manos, y cuando las separó, su largo y blanco
arco curvo apareció como si lo sacara del aire mismo. Al chasquear
los dedos, una flecha fantasma cobró vida, la clavó en la cuerda y
tiró de ella. Gullie la observó, con los ojos muy abiertos y llenos de
asombro.
—No me voy a cansar de ese truco. —murmuro.
Los labios de Mira se dibujaron en una sonrisa descarada.
—Quizá te lo enseñe algún día... si sobrevivimos.
—Más vale que lo hagamos. Las dos tenemos gente
esperándonos.
Toross y Mel. No tenía ni idea de cómo iba el ataque. Todavía
no había recibido noticias de ellos, y desde las mazmorras no
podíamos ver el exterior. Sólo podía esperar que todos estuvieran
bien, pero teniendo en cuenta la ferocidad con la que luchaban esos
guardias, era una incógnita. No se podía razonar con las marionetas
de la tormenta, y no se rendirían; lucharían hasta la muerte, y eso
me ponía nerviosa.
Giré los hombros y me desprendí de mi forma humana,
cayendo sobre mis manos y pies y convirtiéndome en la Loba
Blanca. Mis sentidos se agudizaron instantáneamente,
permitiéndome oír y oler cosas que hace un momento no había
podido. Era cierto, había seis soldados que venían a por nosotros,
cada uno de ellos llevaba un arma, y parecían estar trepando unos
sobre otros, como si estuvieran luchando por quién llegaría primero
a nosotros.
Cuando los guardias llegaron a nuestro nivel, no perdieron un
segundo en cargar hacia nosotros de dos en dos. Aronia y el
Príncipe estaban al frente de nuestra manada, y preparados para
recibirlos, agachándose, y cortando, y acuchillando, y golpeando a
quien se les acercaba.
Cuando se presentó una oportunidad, pasé por delante de
ellos, apreté mis mandíbulas sobre la pierna de un guardia y lo tiré
al suelo. Justo cuando otro estaba a punto de hundirme su espada
en el cuello, Mira le clavó una flecha en la hendidura del casco,
haciendo que su cuello se inclinara hacia atrás antes de que el resto
le siguiera.
Una vez eliminado este grupo de soldados, subimos las
escaleras hacia los niveles superiores, pero eso no fue lo peor que
nos deparó la tormenta. Radulf tenía razón: íbamos a tener que
vadear la sangre de los faes muertos para llegar al Rey. Y mientras
observaba la fila de guardias que nos esperaban una vez que
llegamos al entresuelo, supe que este conflicto no había hecho más
que empezar.
23
n os enfrentamos en el entresuelo, luego en los pasillos,
y durante todo el camino hasta las escaleras que
conducían al palacio. Era como luchar contra una
cascada interminable de espadas, dagas y hombres vestidos con
armaduras gigantes. Estaban por todas partes, venían de todas
partes, y eran absolutamente implacables en su deseo de matarnos
a todos.
Al menos cuando llegué a Arcadia, lo único que querían era
secuestrarme. No había pensado que pudiera ser mucho peor que
eso, pero aquí estábamos.
Nos resguardábamos detrás de unos pilares. Enfrente de mí,
podía ver a Mira salir de detrás del suyo de vez en cuando para
disparar una flecha a uno de los guardias de uno de los niveles
superiores. Algunos de ellos también tenían arcos y flechas ahora,
y cada vez era más difícil alcanzarlos sin fuego de cobertura.
—Dahlia. —gritó Aronia desde detrás de su trozo de pared—
¿Puedes llegar a la parte superior?
—No sin ser convertida en queso suizo. —respondí—. ¿Y tú?
—No. Son demasiados, y creo que vienen más.
—Necesitamos otro plan. —Llegó la voz de Cillian—. Si nos
quedamos aquí mucho más tiempo, nos flanquearán y estaremos
acabados.
De repente, Gullie salió flotando del pelo de Mira, se enroscó
en una bola al vuelo y generó un destello de luz verde y brillante
que podría haber cegado a cualquiera de nosotros si la hubiéramos
mirado directamente. Oí gemidos y lamentos en el nivel superior,
y esa fue mi señal para actuar.
El Príncipe y Aronia me siguieron, y juntos empezamos a
reducir a los guardias que se interponían entre nosotros y las
grandes puertas dobles que conducían a los terrenos del palacio.
Fue una ráfaga de espadas, dientes, magia y flechas, pero muy
estimulante. Mis instintos estaban totalmente en el asiento del
conductor, manejando mi cuerpo como un arma propia. Cuando el
último guardia cayó, levanté mi hocico de su cuello ensangrentado
y me volví para mirar las puertas.
—Están selladas. —Avisé.
—Tendremos que abrirlas a golpes. —respondió Radulf—
Apartaos.
Me alejé de la puerta, con la sangre goteando de mi hocico, y
me posicioné detrás del Príncipe. Aronia estaba de pie junto a él,
con su daga en una mano y los ojos fijos en la puerta. Tenía
pequeñas salpicaduras de sangre en la cara y en el pelo, todavía
estaba un poco pálida y parecía herida, pero había fuego en sus
ojos; un impulso para lograr que consiguiéramos esto.
Radulf respiró profundamente y dio una rápida patada a la
puerta con la fuerza de un trueno. Sentí la mágica onda expansiva
que salió de él cuando las puertas se hicieron añicos. Me erizó el
pelaje y me puso la piel de gallina por todas partes, y cuando el
polvo se asentó, las grandes puertas dobles quedaron
completamente destrozadas y astilladas, y el camino estaba abierto.
Sólo que no lo estaba.
Me quedé helada, casi por completo, al ver los Wenlow que
nos estaban esperando al otro lado de la puerta. Estaban
polvorientos, algunos de ellos habían sido golpeados por trozos de
la puerta destrozada, pero todos estaban de pie, los cuatro. Con sus
ojos negros y profundos fijos en nosotros, las finas líneas de sus
bocas se extendían de un lado a otro de sus caras, sus largas y
curvadas garras se movían ligeramente.
Ya podía sentir el poder de su aura paralizante tratando de
actuar sobre mí, y eso significaba que también estaba actuando
sobre Aronia y el Príncipe. Pero no podía pensar en ellos ahora, no
podía comprobar si estaban bien; me tocaba actuar, y tenía que
hacerlo rápido.
Gruñendo, me abalancé sobre Aronia y el Príncipe y me lancé
sobre uno de ellos. Mira gritó desde el nivel inferior, horrorizada
de que estuviera a punto de cargar contra ellos por mi cuenta, pero
no me detuve. Gruñendo, con los dientes chorreando sangre, me
dirigí al más cercano de los monstruos. Fue a levantar su mano con
garras para atacarme, pero me abalancé sobre él con todo mi peso,
derribándolo al suelo y forcejeando con él hasta que ambos nos
detuvimos por completo.
Los otros Wenlow tardaron en reaccionar. Demasiado lentos
para impedir que me levantara y despedazara con mis poderosas
mandíbulas al que había tumbado hacía un momento. Mis dientes
desgarraron la piel, los músculos y el hueso. Sentí su sangre fría y
azulada entrar en mi boca, y me pareció sentir un grito gorgoteante
que vibraba contra mis dientes, pero lo ignoré y seguí
destrozándolo.
Cuando la criatura que estaba debajo de mí dejó de luchar y
supe que estaba muerta, levanté los ojos y vi que el Príncipe y
Aronia seguían de pie donde habían estado hace un momento,
observándome.
Horrorizada, mi mirada se intensificó. Están paralizados,
pensé. ¿Todavía? Pero no estaban paralizados, al menos no por el
Wenlow.
Aronia sacudió la cabeza, respiró profundamente y rugió.
Luego se lanzó contra una de las otras bestias, con su daga en la
mano. Quería gritar para que se detuviera, para que se quedara
atrás. No sabía si podría enfrentarme a cuatro de ellos yo sola,
bueno, a tres, ahora, pero tampoco quería que se acercaran
demasiado.
La parálisis que estas criaturas eran capaces de infligir era
total, incluso en el Príncipe.
Nada de eso pareció impedir que la hija favorita de Invierno
se lanzara de cabeza a una lucha casi imposible. Lanzó tajos y
puñaladas, se agachó, esquivó y se contorsionó con la fluidez del
agua. Era ligera de pies, ágil y rápida. Si estuviera en proceso de
paralizarse, nunca lo habría sabido por la forma en que clavaba y
sacaba su espada del Wenlow que tenía delante.
Volví a recordar aquel momento en el bosque en el que se
lanzó contra una de aquellas criaturas y se estrelló contra ella como
un ladrillo. No pude evitar recordar la forma en que aquel monstruo
había clavado sus garras en su abdomen y había empezado a
lamerse su sangre de las manos como si estuviera disfrutando de
un tentempié en el parque.
Viéndola luchar, ahora, pensé que tal vez ella tenía esa misma
imagen en su mente ahora mismo. Si la tenía, entonces la estaba
alimentando, llevándola a una rabia casi frenética, y era increíble.
Podría haber muerto ese día, pero en cambio estaba aquí, luchando
no sólo por su reino, sino también por sus amigos.
De los otros dos Wenlow, uno de ellos se movió para atacar
al Príncipe, mientras que el otro volvió a centrar su atención en mí.
Radulf y Cillian prepararon sus espadas y adoptaron una posición
defensiva cuando la criatura se acercó. La bestia se abalanzó sobre
él primero, pero él rodó bajo el ataque y se apartó de su camino,
clavando su espada directamente en la parte posterior de la rodilla
de la criatura.
Un reguero de sangre fría y azul le salpicó la cara, y por un
instante creí ver una sonrisa en su rostro, un brillo en sus ojos.
En sus ojos.
No estaba segura de lo que estaba ocurriendo, pero tampoco
tuve demasiado tiempo para reflexionar. El último Wenlow había
abierto la boca de par en par, con sus dientes brillantes, y se dirigía
hacia mí como una avalancha de piel y muerte. Me alejé del que
estaba en el suelo y observé al que se acercaba a mí, y entonces
Mira me llamó, con el terror en su voz.
—¡Dahlia! —gritó.
Me escabullí del ataque del Wenlow y corrí hacia la puerta
que daba al nivel inferior, donde ella y Gullie estaban hace un
momento. Subían las escaleras a toda velocidad, y Mira se giraba
de vez en cuando para disparar una flecha a la penumbra de abajo.
Entonces lo vi.
Movimiento; un movimiento de armaduras, de espadas, de
escudos. Había soldados marchando hacia nosotros, toda una
hueste, y había Wenlow detrás de ellos. Mientras los guerreros
avanzaban, las bestias los seguían, con su paso lento, pero con un
aspecto tan mortífero como siempre. ¿Por qué no estaban
paralizando a los fae? Ninguno lo estaba.
—Oh, mierda. —grité — ¡Mira, sube aquí!
Tan pronto como llegó a mi lado, clavó una flecha en su arco
y la disparó a la cabeza del Wenlow que estaba atacando al
Príncipe. La bestia se quedó quieta un momento, aturdida,
confundida, con una flecha clavada en la cabeza. Entonces el
Príncipe le clavó su espada en la garganta, abriendo un torrente de
sangre azul que salió a borbotones como si de un grifo se tratara.
La criatura se dobló, Cillian retiró su espada, y entonces el Wenlow
cayó al mismo tiempo que el monstruo con el que Aronia había
estado luchando. Al mirar hacia ella, vi que se había subido a su
espalda y había estado clavándole su daga en el costado de su cuello
una y otra vez. Sus manos estaban llenas de sangre, al igual que su
cara, su pecho y su brazo.
Antes de que el Wenlow cayera al suelo, rebotó en él y se
unió a mí, limpiándose parte de la sangre del rostro con el dorso de
la mano. Cillian se puso en fila junto a nosotras no mucho después,
y entonces todos miramos el entresuelo mientras se llenaba de
soldados y monstruos, ninguno de los cuales quería que saliéramos
de este lugar con vida.
—Bueno... eso es genial. —murmuré.
—Al menos no están entre nosotros y el palacio. —suspiró
Gullie.
—El palacio suele estar poco vigilado —dijo Cillian—, y
llegamos aquí rápidamente. Dudo que haya muchos más guardias
detrás de esa puerta, no más de los que podemos manejar.
—¿Qué hay de los Wenlow? —preguntó Aronia.
—No lo sé, pero no los están paralizando. —comenté— ¿Por
qué?
—La tormenta —explicó Radulf— necesita que los Wenlow
y los fae actúen al unísono si quiere impedir que alcancen la piedra
de escarcha. No pueden paralizarnos más.
—¿Es algo que el Veridian puede... volver a activar?
—Tal vez, pero por ahora, tenemos una ventaja.
Asentí.
—Bien, entonces, nos ocuparemos de estas cosas, y nos
dirigiremos al palacio.
—No —dijo Gullie—. Ve tú. Nosotros nos encargaremos de
esto.
—¿Qué? —repliqué—. De ninguna manera. Son demasiados,
aunque no puedan paralizarnos.
—¿De verdad tengo que recordarte quién es la Ginger Spice
aquí?
—Gull... no puedes.
—Sí podemos —añadió Mira—, y lo haremos.
Aronia se puso al otro lado de Mira.
—No te preocupes —afirmó—, yo me encargaré de ellos.
Vosotros iros, termina esto.
—Aronia... —Protesté, y en la pausa que siguió, pude oír la
marcha constante de los soldados de Windhelm, y los gruñidos de
los Wenlow detrás de ellos.
Era un sonido hambriento y crujiente, que me revolvía el
estómago. La idea de dejar a Mira, Gullie y Aronia aquí para
mantener la línea mientras Cillian y yo tratábamos de encontrar al
Rey. Era fácilmente la decisión más difícil que había tenido que
tomar. Una parte de mí sabía que, si las dejaba aquí, sin ningún tipo
de apoyo... ¿cómo se suponía que iban a sobrevivir contra tantos
soldados, Wenlow y cualquier otra cosa que el Veridian decidieran
lanzarles? Al mismo tiempo, si no detenía al Rey, si incluso uno de
esos guardias lograba derribarme, ¿para qué serviría todo esto?
Todos estábamos muertos si yo fallaba, al igual que otros
innumerables faes invernales.
—De acuerdo —Solté, luchando contra el peso de esas
palabras en mi corazón—. Retenedlos todo lo que podáis.
Las tres asintieron al unísono. Mira colocó tres flechas en su
arco, tiró de la cuerda y dirigió sus ojos hacia la horda que
avanzaba. Gullie se acercó a su arco, espolvoreó un poco de polvo
de hadas verde sobre las puntas de las flechas y luego le hizo un
gesto de aprobación a Mira. Aronia sonrió, apuntó con la punta de
su daga a los soldados y al Wenlow, y le dijo a mi custodia que
disparara.
No me quedé a mirar. No podía. Si esas flechas no hubieran
hecho lo que Mira quería que hicieran, habría intentado quedarme
para ayudarles. Tenía que confiar en que esto iba a funcionar, en
que no iban a resultar heridas, ni muertas, en que las volvería a ver.
24
c illian y yo corrimos a través de la puerta destrozada
y subimos por el camino del jardín que conducía al
palacio. Estaba vacío, no había guardias, ni
centinelas, ni Wenlow, sólo los árboles, la hierba y el poder
destellante del Veridian, que se cernía furiosamente sobre
nosotros. Estábamos directamente bajo el ojo de la silenciosa
tormenta, mirando hacia arriba a través de un túnel de oscuridad
que estallaba con destellos de violentos y espeluznantes
relámpagos morados.
Era como mirar un portal a otro mundo, uno de pesadillas
y caos.
Aunque estaba en mi forma de loba, Cillian pudo seguir mi
ritmo bastante bien. Con su espada en una mano y el pelo
alborotado por el viento, parecía el héroe que yo quería que fuera,
y casi me encontré lamentando mi decisión de impedir que el
destino nos uniera. Pero entonces recordé que había contribuido a
la aniquilación de mi pueblo, de mi familia. Su sangre manchaba
sus manos, y no parecía importarle mucho.
Llegar a las puertas del palacio fue bastante fácil, sólo que
esperaba encontrarlas cerradas, y no lo estaban. Había guardias,
cinco de ellos, frente a nosotros, con las espadas desenvainadas, los
ojos vidriosos, los rayos jugando en sus armaduras. Estaba a punto
de cargar contra ellos como una bola de bolos de dientes y garras,
pero entonces los soldados se apartaron para dejar ver la forma alta
y larguirucha del hombre que había llegado a conocer como
Tellren.
No llevaba una armadura. En su lugar, tenía puesto un
chaleco azul, una camisa con volantes, y un par de pantalones
negros. En una mano sostenía un estoque adornado con una
elegante empuñadura y de su gran nariz colgaban un par de gafas
de medialuna. Parecía que se estaba preparando para un duelo de
caballeros al amanecer, en lugar de enfrentarse a una enorme loba
con la boca cubierta de sangre de faes.
—Bueno, entonces. —Habló, adelantándose a los guardias,
con el viento alborotando su cabello ondulado—. Parece que
hemos llegado a un momento decisivo.
—Apártate, Tellren. —advirtió Radulf.
—Me temo que sólo recibo órdenes directamente de su
majestad, y su majestad no desea ser molestado en este momento.
—Oh, no lo hace, ¿verdad? —pregunté— Supongo que
deberíamos volver en un momento más conveniente entonces, ¿no
crees?
Cillian me miró y sonrió, luego volvió a mirar al mayordomo.
—Tus guardias están derrotados —afirmó—. Los Wenlow no
son tan fuertes como crees, y sabemos que tu asesino era una
mentira. No hay nada que nos impida abrirnos paso a través de ti y
de tus hombres, pero por la lealtad que le has mostrado a mi familia
a lo largo de los años, te doy la oportunidad de retirarte. Por favor,
tómala.
Por favor.
Era una palabra que rara vez oí usar a Cillian. El hecho de que
él y su hermano estuvieran intercambiando entre conductor y
pasajero hacía aún más improbable que usara esa palabra, pero ahí
estaba. No sólo le estaba ofreciendo la oportunidad de salir vivo de
esto, sino que le estaba suplicando que aprovechara esa
oportunidad.
—Creo que no entiendes lo que está pasando aquí. —
respondió Tellren.
—¿Qué tal si nos iluminas, entonces? —ofreció Radulf.
—¡No tenemos tiempo para esto! —grité—. Cada segundo
que perdemos, alguien más resulta herido o muerto. ¿Es eso lo que
quieres, Tellren? ¿Lo es, de verdad?
—No lo es.
—¿Entonces por qué formas parte de esto?
La tormenta se desencadenó violentamente en el cielo, y los
relámpagos rebotaron en sus ojos.
—Nos habla a todos. —contestó—. Nos.… protege.
—¿Os protege de qué?
—De ellos... de nosotros mismos. La necesitamos.
Sacudí la cabeza.
—Tellren, cuando llegué aquí, todos erais unos imbéciles.
Creía que los faes del invierno eran todos unos idiotas sin corazón
y sin cualidades que los redimieran, pero sé que eso no es cierto.
—El cariño es débil... el amor es débil. Tenemos que
purgarlo, o nos convertiremos en la misma cosa que odiamos.
—En humano. —murmuró Cillian.
—Precisamente. No podemos permitirlo. No se puede
permitir eso.
—Confía en mí, hablo como ser humano, ninguno de vosotros
corre el peligro de convertirse en nosotros. Pero tener compasión
no es algo malo, sentir no es algo malo, y los humanos no son tu
enemigo. ¡La mayoría ni siquiera saben que existís!
—Los humanos se expanden, y se expanden, y se expanden.
Habéis destrozado vuestro propio mundo con vuestras tecnologías
y vuestro insaciable deseo de comodidad y lujo. Eso no puede
ocurrirle a Arcadia, y si no nos ocupamos de vosotros antes de que
descubráis cómo abrir vuestros propios portales, le ocurrirá.
Quise discutir con él, pero me encontré instantáneamente
desarmada y sin palabras, porque tenía razón. Yo sabía mejor que
nadie cómo trataban los humanos a su entorno, e incluso a otros
humanos. No éramos buenos, y eso era decir poco, pero tampoco
éramos todos malos. Había gente por la que valía la pena luchar, y
mucha más gente dispuesta a luchar por ella.
El espíritu humano era de unión, unidad y cuidado, aunque
también tuviéramos nuestros propios demonios que matar. ¿Pero
quién no los tenía?
—Tellren, escúchame —dije—, oye mi voz, ¿vale? Porque
creo que la única forma de que salgas vivo de esto es que me
escuches y te quites de encima el dominio de la tormenta.
—¿Por qué iba a querer eso? —preguntó.
—Porque nadie debería vivir así. Piensa a lo que estás
renunciando. A tu autonomía, tu libertad, ¿y para qué? ¿Para vivir
bajo el yugo de una entidad inescrutable que quiere controlarte y
utilizarte para sus propios fines?
—No lo entiendes.
—Sí lo entiendo. He visto lo que quiere, lo que le hace a la
gente. Por favor, Tellren, tienes que liberarte.
Pasó un momento largo y frío. La tormenta seguía
destellando, silenciosamente por encima, puntos de luz que
florecían el cielo nublado. Me pareció ver un destello en los ojos
de Tellren, parpadeó, luego bajó la cabeza y se miró los pies.
—¿Qué es mi vida sin el Veridian? —preguntó.
Dio un suave paso atrás y los soldados avanzaron
rápidamente. Miré a Cillian, que preparó su espada y se dispuso a
reducirlos a todos. Se me pusieron los pelos de punta, se me
tensaron los músculos y me empezaron a doler los dientes, ya que
mi cuerpo se anticipaba a la lucha que estaba a punto de producirse.
De repente, el mayordomo levantó los ojos, señaló con su
dedo índice derecho su hombro izquierdo y luego hizo un gesto a
través de su cuerpo, extendiendo su mano derecha. De la punta de
su largo y huesudo dedo emergió un pequeño destello de luz, y
luego un dardo salió disparado. Vi cómo el proyectil se desviaba
hacia un lado, luego giraba y salía disparado hacia el cuello de uno
de los guardias. A continuación, el dardo salió del otro lado del
cuello del soldado, se disparó a la garganta del siguiente guardia, y
así sucesivamente, en un abrir y cerrar de ojos, hasta que cada uno
de esos hombres se había desplomado en el suelo y yacía
desangrándose en las escaleras del palacio.
Me quedé observando los cuerpos y luego miré a Tellren,
cuya mano cayó finalmente a su lado.
—¿Qué... has hecho? —pregunté.
—Lo que tenía que hacer —respondió—. No sé qué poder
posees, pero pude escuchar mi propia voz dentro de mi cabeza por
primera vez en toda mi vida. Tenía que luchar.
—¿Y qué pasa con ellos? —preguntó Cillian—. ¿Por qué
matarlos?
—Porque no había esperanza para ellos. —intervino
Radulf—. Los débiles de mente no pueden recuperarse del poder
de la tormenta... tenían que morir, y él lo sabía.
Tellren frunció el ceño.
—¿Qué está pasando? —preguntó.
—Es una larga historia —dije—, pero soy una loba enorme,
y Radulf ha vuelto.
—Radulf... —Jadeó—. ¿Eres realmente tú?
—Lo soy. Hola, viejo amigo.
—¿Cómo es posible?
—Todo a su debido tiempo. Debemos encontrar a mi padre,
ahora.
Tellren asintió.
—Está en la piedra de la escarcha. Rara vez va a otro lugar.
—Debería haberlo sabido... ven, debemos irnos rápido.
—Espera —dije, acercándome a Tellren—. Necesito tu ayuda
con algo.
—¿Mi ayuda? —preguntó.
—De vuelta a la puerta de los terrenos del palacio, mis amigas
están intentando contener a los guardias y a los monstruos que
intentan llegar hasta nosotros. Les vendrías bien.
—¿Y el rey?
—Déjanoslo a nosotros. —contestó Cillian.
Él asintió.
—De inmediato, su alteza.
—Espera. —grité, y se volvió para mirarme.
—¿Sí? —preguntó.
—¿Por qué hiciste que Tula se inventara a un asesino?
Tellren mi miró fijamente.
—Fue la única manera que se me ocurrió para evitar que
hicieras algo que te matara al instante.
—¿Me estabas protegiendo?
—De la única manera que podía... eres la mejor de nosotros,
Dahlia. En el fondo, todos lo sabemos. Por eso te odian.
Con un paso rápido, se alejó de nosotros y empezó a correr
por el sendero del jardín, hacia Mira y Aronia. Sólo podía esperar
que no estuvieran ya... no, ni siquiera me permitiría pensarlo. No
lo estaban. Eso no había sucedido todavía. No pasaría.
Mirando a Cillian, noté que observaba los cadáveres en el frío
suelo. Me di cuenta de que estas muertes estaban empezando a
dolerle. Todos estaban bajo la influencia de la tormenta, y mientras
eso fuera cierto, eran nuestros enemigos, pero también habían sido
faes, su gente, los defensores más leales de su familia.
Esto le estaba pasando factura.
Me acerqué suavemente a él y le acaricié la pierna con la
nariz.
—Lo siento. —dije.
Él respiró profundamente y se quedó mirando el palacio. Más
allá de él, una suave luz pulsaba suavemente, iluminando la parte
inferior de las oscuras nubes que circulaban por encima. El
resplandor de la piedra de escarcha había sido una vez el azul pálido
de una mañana invernal de Arcadia; ahora era púrpura, y
enfermizo, y equivocado. No quería ni siquiera considerar la
posibilidad de que llegáramos demasiado tarde para arreglar esto,
pero el pensamiento roía el fondo de mi mente de todos modos.
—Deberíamos darnos prisa. —Apuré.
El Príncipe asintió con la cabeza, reforzó el agarre de su
espada y atravesó las puertas del palacio. Recordé este lugar, con
su gran escalera, sus muchas puertas, sus suelos de mosaico. La
última vez que estuve aquí, este lugar me infundió una sensación
de asombro y admiración. Era un lugar de fantasía, ventilado y
luminoso, el propio aire cargado de magia.
Pero ahora el aire estaba viciado, y la luminosidad había sido
sustituida por una penumbra que de vez en cuando se veía
interrumpida por destellos de infectada luz roja. No había nadie
aquí, excepto los fantasmas de todas las cosas que una vez hicieron
de éste, sino un lugar feliz, al menos un lugar de honor y dignidad.
Era como entrar en las entrañas de un viejo barco oxidado que
llevaba cien años hundiéndose, pero que aún no se había hundido
del todo, y quizás nunca lo haría.
Lo peor era que aún no había rastro de la reina, y empezaba a
sentir un gran nudo en el estómago.
—¿Estás bien? —pregunté.
—No estoy seguro. —respondió Radulf, con la voz
entrecortada—. No estoy acostumbrado a.… esto.
—¿Esto?
—Sentir preocupación. Las emociones de Cillian están
empezando a manifestarse incluso cuando hablo.
—La preocupación no es un sentimiento malo, Radulf. La
encontraremos. Si nos separamos, podemos buscar en el palacio
más fácilmente.
—No. Debemos llegar a la piedra de la escarcha. Ahí es
donde está mi padre.
Di un paso atrás, me impulsé con las patas delanteras y,
cuando me enderecé, ya había adoptado de nuevo mi forma humana
-o feérica-. Tenía sangre por toda la boca, la barbilla y el cuello.
Intenté limpiarme la mayor parte de los labios con el dorso de la
mano antes de acercarme de nuevo al Príncipe y ofrecerle un suave
beso en la mejilla.
Mi corazón se aceleró cuando mis labios tocaron su piel, un
calor que me llenó y me hizo vibrar. Por un instante sentí que no
sólo había tocado a Cillian, sino también a Radulf. Pensé que había
conectado con él de una manera que nunca creí posible. Pero el
Príncipe retrocedió y me miró fijamente, sin comprender, con un
ojo azul y otro negro.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Radulf.
—Yo... no estoy segura —murmuré, retrocediendo—.
Pensé...
—… No lo vuelvas a hacer. —Frunció el ceño.
—Lo siento...
Sin decir otra palabra, se volvió hacia la gran escalera y
comenzó su rápida carrera hacia arriba. Se dirigía a la piedra de
escarcha, y no tuve más remedio que seguirlo.
25
e l oscuro palacio palpitaba mientras lo atravesábamos a
toda velocidad, subiendo una escalera tras otra hasta
llegar a lo más alto del edificio. Allí, en su cima, se
encontraba la piedra de la escarcha, antes azul y hermosa, pero
ahora enferma y púrpura, con lo que apenas quedaba de luz azul en
su interior, esta se movía y retorcía como si estuviera llena de tinta
roja y profunda.
Frente a ella estaba el Rey. De espaldas a nosotros observaba
fijamente la piedra, con las manos alzadas en señal de súplica, su
pelo negro y su capa negra ondeando con el fuerte viento que
sacudía el tejado. Los relámpagos desgarraron el cielo en una
brillante serie de silenciosos destellos, y entonces él giró la cabeza
hacia un lado, posando un solo ojo en nosotros.
—¡Padre! —rugió Rudulf, y el Rey se volvió por completo.
Era un hombre muy fuerte, alto, de hombros anchos y
musculoso a pesar de la barriga que tenía. No me cabía duda de que
podía aplastar a hombres menores sin sudar, y eso era antes de que
el Veridian se apoderara de él. Podía ver, la tormenta detrás de sus
ojos. Nos observaba con la misma intensidad que él.
—Bueno, bueno —dijo Yidgam Wolfsbane—. Ahí estás,
Radulf. Supongo que has venido para ayudarme a terminar lo que
empezamos.
—Tenemos que hablar primero.
—¿Hablar de qué? El tiempo de hablar terminó, hijo mío.
—No, no es así. —Radulf dio un paso adelante, pero fue
Cillian quien habló a continuación—. Padre, no es demasiado tarde
para que retrocedas.
—Ah, Cillian. Me sorprende que tu hermano te permita
hablar.
—Este es mi cuerpo. Hablo porque es mi derecho.
—Hablas porque su determinación se está debilitando, pero
podemos arreglar eso. Radulf, acaba con esto, ahora.
—No hasta que respondas a mi pregunta. —presionó Radulf.
—¿Y cuál es?
—¿Dónde está mamá?
El Rey miró a su hijo -sus hijos- durante un largo momento,
inmóvil, sin inmutarse, sin pestañear, como si estuviera esperando
que le dijeran exactamente qué decir y cómo hacerlo. Vi la luz de
la tormenta brillar detrás de sus ojos antes de que finalmente
respirara profundamente, y luego sonriera.
—No lo entenderías si te dijera la verdad. —respondió.
—Su majestad, le ruego que...
—¿Te atreves a dirigirte a mí, perra? —rugió el Rey,
cortándome—. Sólo debes hablar cuándo y si te hablan, ¿me
entiendes?
Enarqué una ceja.
—Apuesto que estás acostumbrado a que eso funcione con
todo el mundo, ¿no?
Su rostro enrojeció.
—¿Quién te crees que eres?
Di un paso adelante.
—Soy la Loba Blanca, y la que va a poner fin a todas estas
tonterías, ¿o no te has enterado?
—Lamentarás el día en que...
—¡Padre! —gritó Cillian—. Basta ya, responde a la pregunta.
¿Dónde está mamá?
Yidgam miró fijamente a sus hijos.
—¿No te lo dijo ya tu hermano?
—¿Qué?
—Radulf... estoy decepcionado contigo.
—Cuidado con lo que dices. —siseó Radulf.
—Pero sólo digo la verdad. La tormenta sólo dice la verdad.
¿Por qué no iluminas a tu hermanito?
—¡No! Me niego a creer que las visiones sean ciertas. Quiero
escucharlo de ti.
—¿Visiones? —pregunté—. ¿Qué visiones?
Radulf temblaba. Cillian temblaba. Era un espectáculo
extraño de contemplar, y uno aún más difícil de entender. Dos
almas habitaban y controlaban un solo cuerpo, pero ambas
actuaban y pensaban independientemente la una de la otra. Por lo
general, podía distinguir cuándo uno tenía las riendas y cuándo el
otro estaba en el asiento del conductor, pero ahora mismo, parecía
que ambos estaban experimentando lo mismo.
—Díselo. —ordenó el Rey, bajando la voz a un gruñido
depredador.
—No lo haré. —gruñó Radulf—. Me niego a creer que
matarías a tu propia esposa. Nuestra madre.
Mi estómago cayó en un pozo. No sólo cayó, sino que parecía
como si hubiera sido arrastrado hasta allí por la fría y helada mano
de la propia muerte. Miré a Radulf y luego al Rey. La expresión del
Príncipe era dura y cortante, pero el Rey parecía... feliz. Tenía una
sonrisa de satisfacción, como si estuviera esperando que alguien le
pusiera una pegatina en el pecho por haber hecho un gran trabajo.
—¿Tú... la mataste? —pregunté.
—El Veridian necesitaba más poder —argumentó—,
necesitaba sangre real, y yo le di lo que quería.
—¡Monstruo! —rugió Cillian, dando un paso tembloroso
hacia adelante—. ¿Es eso cierto?
—Chico estúpido. ¿Cuándo te darás cuenta de que el Veridian
está aquí para salvarnos? Si requiere un sacrificio, entonces un
sacrificio es lo que tendrá.
—Radulf, ¿lo sabías? —pregunté.
—Vi visiones. Pero no quise creerlas.
—Podrías haber evitado esto... —rugió Cillian— ¿Por qué no
lo hiciste?
—Quería... tienes que creerme.
—¿Por qué iba a creer una palabra de lo que dices? Dejaste
que matara a nuestra madre.
—Silencio, los dos. —bramó Yidgam—. Esta discusión me
aburre, y todavía hay trabajo que hacer.
—Acabas de confesar que mataste a la Reina. —grité,
levantando la voz por encima del viento—. ¿De qué trabajo estás
hablando?
—Una Reina no fue suficiente —prosiguió el Rey—, Radulf,
atrapa a la perra y tráemela. Se la entregaremos a la tormenta, y
ésta se llevará al cachorro que lleva en su vientre, y cuando eso esté
hecho, la tormenta tendrá todo lo que necesita para hacer que
Windhelm ascienda a alturas desconocidas, y tú serás su heredero.
El cachorro en mi vientre.
¿Cómo podía saberlo? No podía, no realmente. El instinto me
llevó la mano hacia el estómago antes de saber lo que estaba
haciendo. Pillé a Radulf girando su ojo negro hacia mí, y no estaba
segura de lo que haría a continuación. La luz del Veridian bailaba
sobre su expresión, profundizando las sombras, las duras líneas que
había llegado a conocer tan bien durante el tiempo que llevaba aquí.
Era el rostro de Cillian. El rostro del hombre del que me había
enamorado, pero ahora había ira en él; ira e incertidumbre.
Me alejé un paso de él, esperando un ataque, pero Radulf en
cambio se volvió para mirar a su padre.
—No. —gruñó.
—¿No? —preguntó el Rey—. ¿Me desafiarías? ¿Irías contra
la tormenta que te trajo de las fauces de la muerte?
—Nunca pedí que me trajeran de vuelta.
—Pero se hizo de todos modos, y ahora me debes lealtad a
mí. A nosotros.
—No te debo nada. —respondió, y sin previo aviso, cargó,
con la espada preparada en la mano.
El Rey retrocedió un paso, inseguro por un momento, y
entonces un rayo salió de la punta de la piedra de escarcha y se
disparó en un arco violento y mortal directamente hacia el pecho
de Radulf. Grité cuando golpeó al Príncipe, clavándolo en el sitio
y haciéndolo temblar y convulsionar. Intenté acercarme a él, pero
el rayo se arremolinaba alrededor de su cuerpo como tentáculos
furiosos, tratando de impedirme llegar a él.
Tuve que protegerme los ojos contra el brillo para evitar que
me abrasara las retinas, pero era un ruido odioso. Sonaba como un
gato salvaje, rasgando y desgarrando la carne del Príncipe,
rugiendo con hambre mientras le arrancaba la piel de los huesos.
Cuando el rayo cesó, sin previo aviso y de forma repentina, abrí los
ojos a tiempo para ver cómo caía de rodillas y luego se desplomaba
sobre su pecho.
Grité su nombre y corrí hacia él, pero con un poderoso salto,
el Rey se interpuso entre nosotros.
—¿Ves lo que me veo obligado a hacer? —gruñó—. Ahora
no tengo más remedio que ocuparme de esto yo mismo.
—Aléjate de él. —gruñí.
—¿O qué, lobita? —preguntó, mientras se desprendía de la
capa y la tiraba a un lado—. ¿Vas a matarme?
Me dejé caer sobre las manos, desprendiéndome al instante
de mi forma humana y sacando a la Loba Blanca. Me sacudí el
pelaje y le gruñí, con los dientes desnudos, el pelaje erizado y el
lomo completamente alzado. Él me miró fijamente, con los ojos
vidriosos, pero todavía llenos de oscura intensidad. Lo vi retroceder
un paso, y pensé que iba a arremeter contra mí, pero en lugar de
eso clavó el talón en el suelo, y entonces empezó a suceder algo
que no esperaba.
Empezó a cambiar de forma.
Del dorso de sus manos empezó a salir un pelaje grueso y
negro. Largas y afiladas uñas se extendían desde las puntas de sus
dedos. Sus músculos empezaron a cambiar, a romperse y a
expandirse hasta el punto de reventar las costuras de sus ropas, pero
para cuando eso ocurrió, su cuerpo estaba completamente cubierto
de piel, y estaba creciendo, y creciendo, y creciendo.
El Rey rugió y, al hacerlo, los huesos de su cara empezaron a
romperse y a cambiar de forma. Le creció un hocico, gruesos
bigotes, y un pelaje más grueso y negro cubrió cada centímetro de
él donde antes sólo había piel. Volvió a gritar, pero esta vez el
sonido era profundo, primitivo y animal. Ahora estaba de pie ante
mí, de unos tres metros de altura y completamente negro.
Pero no era un lobo, sino un oso.
Cuando finalmente se puso a cuatro patas, el suelo tembló por
su peso. Era dos o tres veces más grande que yo, su cuerpo era una
montaña de músculos gruesos y pieles resistentes. Su tamaño me
hizo retroceder un par de pasos. Mi hocico se hundió, mis ojos
bajaron, pero no dejé de mostrar los dientes.
—Ahora. —gruñó, su voz era un sonido gutural y animal—
¿Empezamos?
—No te tengo miedo. —siseé.
—Deberías tenerlo.
Se lanzó hacia mí como un meteorito cubierto de dientes y
garras del tamaño de los brazos de un bebé. No tuve más remedio
que ponerme inmediatamente a la defensiva. Ya podía oír la voz de
Mira en mi cabeza; pies ligeros, Dahlia pies ligeros. Sabía que si
me ponía una sola garra encima, estaba muerta. Tenía que evitarlo
a toda costa, pero a pesar de su tamaño, era sorprendentemente
rápido, y era difícil mantenerse fuera de su alcance.
Corrí alrededor de la piedra de escarcha y traté de ponerla
entre nosotros, pero el oso negro era implacable. No dejaba de
acercarse, sus garras me buscaban cada vez que podía, su boca se
abría y cerraba como si tuviera mente propia. Necesitaba un plan,
necesitaba una idea, pero no podía pensar con claridad. Cillian
estaba en el suelo, no estaba segura de lo que la piedra le había
hecho, pero no se había vuelto a levantar, y yo ya me temía lo peor.
Presintiendo una oportunidad mientras el Rey estaba de
espaldas, me atreví a atacar. Saltando hacia una de sus patas
traseras, mordí con fuerza donde creía que estaría su corva e intenté
clavarle los dientes en su piel, pero era demasiado gruesa. Con un
potente golpe de revés, me hizo caer de lado y derrapar por el
tejado.
Apenas había tenido la oportunidad de volver a levantarme
cuando me di cuenta de que ya estaba cargando de nuevo hacia mí,
con la boca abierta de par en par y el cuerpo moviéndose en
perfecta locomoción. Me lancé hacia la derecha, abandonando mi
forma de loba y adoptando la humana para convertirme en un
objetivo más difícil, sobre todo teniendo en cuenta que mis dientes
eran inútiles.
Cuando el Rey llegó a mí, yo ya estaba en movimiento,
corriendo hacia el otro lado de la azotea para considerar mi
siguiente movimiento.
—Es inútil, perra. —gruñó—. Ahórranos el esfuerzo y
entrégale tu vida a la tormenta. Quizás seas recompensada en la
próxima vida.
—¿De verdad crees que recibirás una recompensa por matar
a tu esposa?
—Windhelm logrará cosas increíbles cuando la tormenta se
afirme. Ha permanecido durante diez mil años, y se mantendrá
durante diez mil más, gracias a mí.
—Entonces, ¿eso es todo? ¿La vanidad es lo que te impulsa?
—Negué con la cabeza—. Eres patético.
Al instante, sentí que mi cuerpo empezaba a zumbar y a
vibrar. Era una sensación que había experimentado una vez, una
que no había podido replicar con ningún tipo de certeza, y ahora
comprendía por qué. La magia estaba empezando a llenarme, a
darme poder, a moverse a través de mí, la magia del lobo blanco.
Era una magia blanca, poderosa y justa, del tipo que sólo aparece
cuando alguien la necesita de verdad.
Llegaba ahora porque sin ella, seguramente estaría muerta.
El Rey bajó los ojos y gruñó.
—¿Qué has dicho?
—Pensé que eras el Rey de todo un reino, pero ahora veo la
verdad. Eres un hombrecillo triste y patético. Te compadezco, y
compadezco a tu mujer por haber tenido que aguantarte.
Él rugió y vino a la carga hacia mí. Esta vez, mientras se
acercaba, estiré las manos a ambos lados de mí, las junté con una
fuerte palmada y luego las empujé hacia el Rey. Un rayo crepitó,
no a mi alrededor, sino a través de mí. Podía sentirlo surgir a través
de mi pecho, mis brazos, mis manos, y cuando brotó de las yemas
de mis dedos, fue en su busca como un misil teledirigido.
Violenta, contundente, la luz blanca que salía de mis dedos lo
envolvió, destrozando su cuerpo de la misma manera que sus hijos
habían sido destrozados hace un momento. Sólo que el Rey no
disminuyó su velocidad, no se detuvo, siguió avanzando, luchando
contra el dolor y la fuerza del rayo, atravesándolo como un tren de
mercancías.
No pude apartarme de su camino lo suficientemente rápido
mientras el oso gigante se dirigía hacia mí. Aunque vi cómo perdía
el equilibrio y se desplomaba hacia un lado, la magia que salía
disparada me tenía clavada en el sitio, inmóvil, como una farola. Y
él se abalanzó sobre mí como una bola de bolos, con su enorme
forma cayendo encima mía.
Sentí el aguijón agudo y caliente de lo que creí que era un
diente, o una garra, mordiéndome el muslo mientras luchaba con la
enorme criatura. La magia cesó cuando se detuvo a unos metros de
mí, aunque no antes de haberme arrollado y dejarme dolorida y
sangrando. Intenté levantar la cabeza para comprobar la herida de
mi pierna, pero no tenía fuerzas para mover el cuello. Estaba de
lado, con el oso en mi línea de visión. Estaba de espaldas a mí, pero
la chispa ocasional de un relámpago lo atravesaba, chamuscando
manchas de su pelaje y dejando un olor enfermizo en el aire que
era difícil de ignorar.
Toma eso, imbécil, pensé, pero sabía que probablemente yo
estaba peor que él.
Ya empezaba a sentirme un poco mareada. ¿Cuánta sangre
estaba perdiendo? No tenía forma de saberlo. Tampoco sabía por
qué mis poderes regenerativos no habían hecho efecto todavía.
¿Por qué no se había cerrado la herida? ¿Por qué me sentía peor a
medida que pasaban los segundos, en vez de mejor?
Él respiró con fuerza, exhaló y empezó a girar lentamente. La
mayor parte de su piel estaba chamuscada y quemada, su carne
oscura y ennegrecida, pero cuando clavó una pata en el suelo y
empezó a levantarse, me di cuenta -horrorizada- de que no le había
hecho suficiente daño, ni tanto como él me había hecho a mí.
Porque yo no me levantaba.
El Rey se puso de pie lentamente. Estaba tan cerca del borde
de la azotea del palacio que bastaría una rápida y poderosa patada
para enviarlo a su esperanzada muerte, pero yo no podía. No tenía
la fuerza, ni la voluntad. Podía ver la sangre corriendo a través de
algunas de las grietas en el suelo. Mi sangre.
No se detenía.
De espaldas a mí, él se encabritó sobre sus patas traseras, giró
la cabeza hacia arriba y bramó a la tormenta, su voz resonó en la
mitad del reino invernal, y tal vez más allá. Se giró rápidamente,
de forma brusca, con sus garras flexionadas, la sangre goteando de
una de sus patas, sus ojos fijos en mí.
Pero sus ojos se abrieron de par en par.
Trató de lanzarse sobre sus cuatro extremidades, pero antes
de que pudiera tomar suficiente impulso, algo grande y oscuro le
golpeó en el pecho con la fuerza suficiente como para hacer que se
pusiera de pie de nuevo. No, no sólo se puso de pie, sino que se
inclinó, tropezó, retrocedió un paso, luego otro. Tras el tercer paso,
se volcó por completo, se enganchó el pie en la cornisa del tejado
y se desplomó totalmente, desapareciendo de la vista en un
instante.
Le oí rugir al caer; un sonido gutural y ronco que se cortó
bruscamente al cabo de un momento. Los relámpagos brillaron con
furia en lo alto, los truenos retumbaron, el edificio entero se
estremeció y, a continuación, un brillante destello de luz abrasó el
cielo. Volví la cara hacia el suelo y me cubrí los ojos, pero el brillo
no se desvaneció ni siquiera cuando el trueno cesó lentamente.
Esperé, mi conciencia ya empezaba a deslizarse. Cuando me
atreví a mover la mano y abrir los ojos, me di cuenta de que no
había habido ningún destello de luz en el cielo. Las nubes habían
desaparecido, al igual que la tormenta, y aquel sol cálido y arcádico
me iluminaba desde arriba. Debía de ser pleno mediodía.
No había rastro del Veridian.
Ni rastro del Rey.
Moviendo un poco la cabeza, me di cuenta de que la piedra
de la escarcha brillaba con un hermoso color azul, que el
enrojecimiento de su interior había desaparecido por completo y
que el púrpura enfermizo había sido sustituido por su verdadero
color. Todo volvía a parecer correcto, como si la pesadilla hubiera
terminado. Si así era como iba a morir, al menos iba a morir
sabiendo... que acababa de salvar el mundo.
Y eso estaba muy bien.
Mis ojos se cerraron, y cuando los abrí de nuevo, Cillian
apareció como un espejismo. Estaba de pie cerca de mí, con una
camisa blanca con volantes, un pantalón negro, y las manos en los
bolsillos. Sin embargo, su barba... no era tanto una barba, sino el
inicio de una, y no tenía nada de sangre.
Nada de eso tiene sentido.
Sacó una mano del bolsillo y saludó ligeramente.
—¿Cillian...? —pregunté.
Negó con la cabeza, con una sonrisa en el rostro.
—Pórtate bien, Dahlia. —dijo, y entonces se movió a través
del espejismo, haciendo que se dispersara como el humo.
El rostro de Cillian estaba sucio y ensangrentado, pero había
brillos en sus ojos azules, vitalidad. Era... él, y no…
—Radulf...
Negó con la cabeza.
—No —respondió—, soy yo.
—Tu hermano... Acabo de verlo. Se parece a ti...
Me levantó.
—No hables. Necesito llevarte a un sanador.
—Estoy bien. Sólo quiero dormir.
Sentí que mis ojos se cerraban. Sentí que Cillian me daba
golpecitos en la cara y le oí hablar, pero no pude entender las
palabras. Intenté abrir los ojos, pero no funcionaban. El mundo, en
cambio, se oscureció, y me sumergí en algo pacífico, y tranquilo.
Y en esta tranquila calma, supe que mis amigos estaban vivos
gracias a mí.
Este mundo era seguro.
La tormenta se había ido.
La Loba Blanca había hecho su trabajo, y ahora, podía
descansar.
26
Epílogo
Gullie

m e paseaba de un lado a otro. Melina me miraba


como si estuviera loca, como si nunca hubiera visto
a una duendecilla caminar. Me detuve y la miré
boquiabierta, con una mano volando hacia mi cadera como si
estuviera imantada.
—¿Qué? —pregunté.
—Pasear no te llevará a ninguna parte, Gullie. —dijo Melina.
—Tengo que hacer algo para calmar mis nervios, ¿no?
—¿No tienes un montón de cosas calmantes de polvo de
hadas que puedas utilizar?
—Sabes, es lo más gracioso, no puedo drogarme con mi
propio suministro.
Mel me miró burlona.
—Tú... ¿qué?
Puse los ojos en blanco.
—Es decir, el polvo de duende no funciona con los duendes.
¿No es eso de lo más extraño?
—Creo que es perfectamente razonable —Se rió Mira—.
Sobre todo, teniendo en cuenta que se supone que los duendes son
dueños de sus propios estados emocionales en todo momento.
—Eso es un montón de mierda de caballo, si me lo preguntas.
—Solté—. Suelo ser un desastre ansioso, y cuando no lo soy es por
culpa de Dahlia, pero no está aquí para convencerme de que deje
de serlo, ¿verdad?
Una pausa recorrió la sala en la que estábamos todos. Mira y
Toross estaban de pie, cerca el uno del otro, con sus manos
tocándose ligeramente. Ashera estaba sentada en una esquina de la
habitación, observando en silencio, escuchando. No había dicho
una palabra en casi una hora, y eso estaba bien. La bruja daba
miedo; tenía esa capacidad de decir verdades tan rotundas que casi
no querías oírla hablar.
—No necesitas a Dahlia para que te convenza de lo contrario.
—afirmó Mel, tomando mi mano—. Me tienes a mí.
Miré su mano, sus dedos entrelazados con los míos. Fruncí el
ceño al verla.
—No me gusta que puedas hacerme eso.
—¿Hacer qué? —preguntó.
Respiré profundamente y exhalé.
—Calmarme en un instante.
Ella enarcó una ceja.
—¿De verdad? ¿Era tan fácil? Si lo hubiera sabido, lo habría
hecho hace mucho tiempo.
—No te acostumbres. Creo que esto es especial...
Se abrieron unas puertas y apareció un hombre alto y
larguirucho con un traje fino, con largas orejas y gafas de
medialuna colgando de la nariz. Tellren echó un buen vistazo a la
sala, hinchó el pecho e inclinó la cabeza.
—Están listos para ti. —anunció.
El corazón se me subió a la garganta y empezó a latir con
fuerza.
—¿Hablas en serio? —pregunté.
Una de las cejas de Tellren se arqueó tanto que pensé que iba
a salir disparada de su cara.
—Sí, por supuesto. —respondió simplemente.
No esperé a los demás. Salí disparada junto al mayordomo,
arrastrando a Melina conmigo fuera de la sala de espera, a través
de los pasillos del palacio, y directamente hacia la sala donde
habían instalado a Dahlia después de su calvario. Casi derribo a
uno de los sanadores cuando abrí la puerta de un empujón y la
atravesé. En otra vida, me habría disculpado, pero en esta vida no
podría importarme menos.
Respetuosamente.
Dahlia estaba recostada en una cama, con el sol brillando
sobre su hermoso cabello plateado. Todavía tenía la cara un poco
roja, las mejillas sonrojadas y algunos mechones de pelo húmedo
pegados a la cara, pero parecía feliz y sana, al igual que el niño que
llevaba en brazos.
El príncipe Cillian salió rápidamente de una habitación
lateral, bajándose las mangas al entrar.
—He oído un ruido —dijo—. ¿Está todo bien?
—Sí. —contestó Dahlia— Gullie casi noquea a esa
enfermera.
—¿Noquea? —el Príncipe frunció el ceño.
Dahlia cerró los ojos.
—¿Cómo es que todavía no entiendes mi idioma después de
todo este tiempo?
Él sonrió, le cogió la cara con una mano y la besó en la frente.
—Algunas cosas simplemente no se pueden enseñar.
Me acerqué, aproximándome todo lo que creí que podía, y
luego me detuve.
—Oh, vaya... guau. ¿Realmente hiciste eso?
—Lo hice. —respondió ella— ¿Sorprendida?
—No, es que... hasta este momento esto sólo había sido un
bulto, ahora es una persona de verdad.
—Esto, es un él —aclaró Dahlia, acariciando la oreja
puntiaguda del niño en sus brazos.
—Oh, lo siento... no lo sabía.
—No pasa nada. ¿Cómo estáis todos? Sé que estabais
esperando.
—Estamos bien. —intervino Melina— Esta loca ha sido una
ruina ansiosa todo el día, pero ya estoy acostumbrada, supongo.
Oí a Mira, Toross y Ashera entrar en la habitación detrás de
mí. Uno tras otro, tomaron posiciones a mi lado y los cinco vimos
a Dahlia acunar a su hijo recién nacido. Parecía que fue ayer cuando
todos luchábamos por nuestras vidas contra la tormenta y su
influencia. Ayer mismo, cuando los niños de la luna apenas nos
salvaron la vida. Ayer mismo que Dahlia estuvo a punto de morir
a manos del Rey.
En realidad, habían pasado meses. Windhelm no era el mismo
lugar que había sido cuando llegamos aquí. Casi se sentía como un
hogar, ahora, tan loco como era pensar eso, y mucho menos decirlo.
Pero... y sabía que podía hablar en nombre de Dahlia también,
éramos felices.
—Felicidades —dijo Mira—. Otra cosa que pareces haber
hecho bien, a pesar de mis... preocupaciones.
—¿Preocupaciones? —preguntó Dahlia, arqueando una ceja
juguetona.
—Bueno, te has abierto camino a tientas en casi todo lo
demás. No tenía ninguna duda de que esto iría tan bien como el
resto de tus pruebas aquí. Pero lo has hecho fenomenal, y estoy
orgullosa de ti.
—Estás... orgullosa de mí. Es la primera vez.
—He estado orgullosa de ti durante mucho tiempo, mi
querida, querida amiga.
—Yo también estoy orgullosa de ti —afirmó Dahlia—, de
todos vosotros. Quiero decir, mirad lo lejos que hemos llegado...
todos nosotros.
El príncipe Cillian la besó en la parte superior de la cabeza, y
luego pasó el dedo por la coronilla de su hijo.
—Aprende a apreciar un cumplido. —susurró—. No
necesitas desviar el tema más.
—No lo estaba desviando. —replicó ella—. Lo digo en serio.
Quiero decir, ¿qué nos habría pasado a todos si no me hubieras
secuestrado y traído aquí?
—Nunca habría encontrado a la mujer que amo.
—O a mí. —añadí.
—O a mí. —agregó Toross.
—¿Quién iba a pensar que yo vendría aquí y derretiría el
corazón helado del invierno? —Bromeé. Fruncí el ceño mirando a
Dahlia, con una expresión plana en el rostro—. No. No, realmente
no me gusta. Lo retiro. Eso ha sido muy cutre.
—¡¿Cutre?! —chilló ella—. ¿Cuánto tiempo has estado
ensayando eso?
—¡Cállate!
—Dios mío, ¿has estado ensayando esa frase? No puedo ni
mirarte ahora mismo.
—Si las dos habéis terminado. —Cortó Mira, su voz se elevó
por encima de la nuestra—. Me gustaría mucho saber qué nombre
habéis elegido finalmente para vuestro hijo.
Dahlia la miró y luego volvió los ojos hacia Cillian.
—Fue fácil, la verdad. —afirmó.
Cillian asintió, con una suave sonrisa en el rostro.
—Radulf. —dijo él.
—Radulf... —repitió Mira, y luego asintió—. Lo permitiré.
—¿Lo permitirás? —preguntó Dahlia.
—Sí, os lo permitiré. Es un buen nombre... Creo que le haces
un gran honor.
—Él me salvó la vida. Nuestras vidas... dondequiera que esté
ahora, espero que esté descansando.
El Príncipe… bueno, no; el Rey, puso su mano en el hombro
de Dahlia y apretó suavemente.
—Estoy seguro de que lo está.
Una pausa recorrió la habitación, vacía pero llena al mismo
tiempo. Miré a Dahlia, luego a Mel, Mira, Toross y finalmente a
Ashera, que frunció el ceño.
—¿Podemos comer ya? —preguntó ella.
—Id. —animó Dahlia— Nosotros estamos bien.
—¿Estás segura? —pregunté—. Porque estoy a disposición
de la Reina, ya sabes.
—Come. —insistió Dahlia.
No iba a discutir. Ya teníamos al Príncipe Radulf aquí, el Rey
y la Reina estaban sanos, y teníamos un banquete esperándonos.
Tenía la intención de zamparme todo lo que encontrara, y
probablemente emborracharme más de la cuenta con ese delicioso
Claro de Luna mientras aún fuera grande, y no del tamaño de una
duendecilla.
La única verdadera pregunta era si podría llegar antes que
Ashera a la sala de banquetes y si volvería a pelearse conmigo por
los últimos pasteles de limón. Porque eso fue divertido, la última
vez que pasó.
Ashera dio media vuelta y empezó a correr.
La perseguí, y los demás me siguieron, dándoles algo de
espacio al Rey, a la Reina y a su hijo. Parecía como si un calvario
acabara de terminar. Un capítulo se había cerrado. No estaba segura
de lo que nos esperaba a continuación, pero mientras estuviéramos
juntos, sabía que seríamos capaces de enfrentarnos a cualquier
cosa.

Fin
nota de la autora
Sólo quería dedicar un momento a daros las gracias, de todo
corazón, por hacer de El fae más frío un éxito rotundo.
Llevo escribiendo muchos, muchos años, pero nunca una
serie había sido tan increíblemente bien recibida por los lectores de
todo el mundo. Todavía estoy sorprendida, pero prometo que voy
a hacer todo lo que pueda para seguir ofreciendo grandes historias
para que las disfrutéis.
Muchas gracias, de verdad.
Estoy deseando volver a veros en la próxima serie :)

Katerina.

También podría gustarte