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Escudriñar los enfoques teóricos sobre el territorio1

Carlos Rodríguez, Mindahi Bastida, Sergio Grajales, Marco Lima, Alejandra Meza,
Víctor Moreno, Mayra Nieves

Introducción

Una verdadera irrupción de estudios e investigaciones que tienen al territorio como


eje de análisis de procesos, luchas y movimientos sociales en las que participan
actores rurales. Esta irrupción ha sido resaltada por Hiernaux y Lindón (2006:13),
quienes proponen que a nivel latinoamericano se está emergiendo una tercera
escuela de la geografía humana, paralela a las dos grandes tradiciones clásicas:
la francesa y la anglosajona2.

Y no es para menos, por donde quiera se muestran grupos académicos. Por dar
algunos ejemplos, podemos encontrar en Colombia los trabajos del grupo en torno
al Instituto de Estudios Regionales y la Maestría en Estudios Socioespaciales de la
Universidad de Antioquia con Diego Herrera, Vladimir Montoya y Carlo Emilio
Piazzini. La Pontificia Universidad Javeriana con los estudiosos como Fabio
Lozano y Flor Edilma Pérez aglutinados en el Departamento de Desarrollo Rural y
Regional. Por su parte, Beatriz Nates del Grupo de Investigación Territorialidades
de la Universidad de Caldas.

En el caso de Argentina, investigadoras de la Universidad de Buenos Aires como


Silvina Quintero y Raquel Gurevich desde las discusiones de la geografía o el
Programa de Estudios sobre Conflictividad Agraria y Desarrollo Rural de la
Universidad Nacional de Córdoba con Luis Daniel Hocsman, Mariana Romano y
Sabrina Villegas.

1
Este artículo retoma el   “Documento   Base”   que   conjuntó   las discusiones y textos elaborados a partir de la
sesión del 5 de diciembre del 2008 del   seminario   “Enfoques teóricos y metodológicos para el análisis de la
defensa comunitaria del territorio en la región central de México"
2
Desde la geografía anglosajona Massey (citado en Oslender, 2000) mencionaba que "el espacio está muy
de moda en estos días", refiriéndose a un gran número de científicos sociales que articulan sus análisis en
términos espaciales.

1
En Brasil Bernardo Mançano Fernandes y el Programa de Post graduación en
Geografía de la Universidad Estadual Paulista, así como Carlos Porto Gonçalves
del Programa de Post graduación en Geografía de la Universidad Federal
Fluminense en Río de Janeiro.

Para México, la investigaciones desarrolladas desde la geografía humana por el


área   de   investigación   “Espacio   y   Sociedad”   de   la   UAM   Iztapalapa,   con   Daniel  
Hiernaux y Alicia Lindón. En el Instituto de Geografía de la UNAM con Javier
Delgado, en la UAM Xochimilco, con el equipo multidiciplinario de trabajo en el que
participa Blanca Ramírez, entre otros.

Dos elementos han permitido la emergencia de la temática territorial, por un lado


lo   que   Jaques   Levy   denomina   “Giro   geográfico”   (citado   en   Hiernaux   y   Lindón  
2006:9), como un esfuerzo de vinculación de las ciencias sociales a la geografía.
Por otro, el surgimiento de una serie luchas, movimientos y procesos sociales que
tienen como eje la defensa y gestión del territorio.

El giro geográfico se plantea como una nueva propuesta conceptual sobre el


espacio y el territorio en diálogo con diversas disciplinas de las ciencias sociales,
lo que le ha dado a la geografía una mayor legitimidad dentro de las teorías
sociales, provocando una explosión de la espacialidad y el territorio en temas de
la sociología, la ciencia política, la psicología, la economía, entre otras. Asimismo,
el desarrollo de complejas tecnologías de vigilancia satelital, por ejemplo.

Parte del giro geográfico se explica por la emergencia de distintos movimientos y


luchas sociales que están referidas a la territorialidad, hablamos del impulso de las
luchas agrarias, los procesos de organización que tienen como espacio la
comunidad, las luchas municipalistas y por la remunicipalización, la construcción
de autonomías indígenas, los proyectos de conservación ambiental y
ordenamientos territoriales, la defensa de los recursos naturales y bienes
culturales, la conflictividad en las interfases urbano-rural , etcétera.

Las respuestas sociales de los actores rurales han permitido ubicar al territorio
como una dimensión que posibilita analizar las prácticas y estrategias
comunitarias para defender sus tierras y recurso naturales. Por ello, hemos tratado

2
de profundizar en las distintas concepciones sobre el territorio, de manera de
ubicar una relación explicativa a una serie de procesos que investigan los
participantes del proyecto. Para ello, hemos dividido este documento en tres
apartados. El primero se refiere a las aproximaciones al debate teórico sobre el
territorio, en particular desde las aportaciones de la geografía social y crítica. El
siguiente apartado se refiere a los procesos actuales que inciden en el territorio y
que se comportan como elementos de análisis de la realidad social. Finalmente,
debatimos una perspectiva para el análisis territorial como espacio de disputa.

La ruta del debate teórico sobre el territorio

El espacio geográfico ha sido objeto de distintas percepciones e interpretaciones


en las ciencias sociales, lo que se ha reflejado en la elaboración y uso de
diferentes conceptos que han sido utilizados en las ciencias sociales para vincular
la acción humana en el ámbito geográfico: región, espacio, lugar y territorio, son
los conceptos que están en el centro del debate académico actual. Con la
emergencia del giro geográfico en los últimos años, el concepto de territorio ha ido
tomando relevancia en distintas corrientes del pensamiento social.

Para abordar el debate teórico sobre el territorio vamos a hacer a un lado algunas
perspectivas teóricas que no permiten aprehender la dinámica de los procesos
sociales, en particular, nos referimos a los planteamientos provenientes de la
geografía que se toman al espacio un receptáculo, sobre el cual despliegan los
modelos de organización espacial, tal como propone la geografía analítica y
cuantitativa. En esta perspectiva también se encuentran varios de los estudios
económicos regionales, los cuales refieren al territorio fundamentalmente como un
contenedor geográfico y soporte de las acciones sociales o como base material y
productiva independiente de los procesos sociales (Ramírez, 2003:29).

Al contrario de estas posturas, retomamos las perspectivas constructivistas 3 que


están agrupadas en las corrientes de la geografía humanista, social y crítica, las

3
Las posiciones constructivistas en las ciencias sociales parten de que los actores tienen la capacidad de
construir su realidad y trasformarla (Corcuff, 1998).

3
cuales consideran al territorio en una interrelación dialéctica, es decir, como
producto y condicionante de las relaciones sociales. En esta idea, el territorio
implica siempre una apropiación del espacio, aunque no se reduce a una entidad
jurídica tampoco puede ser asimilado a una serie de espacios vividos sin la
existencia política o administrativa reconocida.

En términos de la geografía humanista, que tiene como exponentes a Yi Fu Tuan


(2007)   y   Doreen   Massey   (2008),   privilegian   el   concepto   de   “lugar”   (“place”   en  
inglés) más que el territorio. Así, el lugar es el espacio vivido, que es percibido a
través de los sentidos, de los valores, sensaciones y de la experiencia de los
individuos y los grupos sociales. Su valor depende del significado atribuido por la
sociedad por lo que el espacio geográfico es significativo sólo en función de su
significado que la sociedad le atribuye. En esta perspectiva, se retoma la idea de
“paisaje”   en   tanto   la   morfología   se   constituye   por   la   experiencia   y   los   aspectos  
simbólicos (Frolova y Bertrand, 2006).

Desde la geografía social autores como Henri Lefebvre (1991) y Milton


Santos4(1990) se hace énfasis en el análisis territorial y sus vínculos con los
problemas y procesos sociales, que caracterizan a esta corriente de
investigadores por su compromiso   con   la   sociedad:   “Los   geógrafos   se   deben  
preparar para sentar las bases de un espacio verdaderamente humano, un
espacio   que   una   a   los   hombres   por   y   para   su   trabajo”   (Santos,   1990),   es   decir,  
esta corriente reivindica el compromiso social y político de la geografía.

Lefebvre toma como centro de sus reflexiones la producción del espacio social, el
cual está definido tanto por las relaciones de producción (como la división del
trabajo y su organización jerárquica) como por las relaciones sociales de
reproducción. Las relaciones de producción y reproducción están cohesionadas
por representaciones simbólicas, que incluyen significados, signos y lenguaje
(Lefebvre, 1991)

4
Entre   las   obras   más   influyentes   de   Milton   Santos   están   “Por   una   nueva   geografía”,   “Espacio   y   método”   y  
“Metamorfosis  del  espacio  habitado”

4
La producción y reproducción social son procesos entrelazados que implican la
transformación de la superficie terrestre: producir es producir espacio, como
menciona Santos (1990). En este sentido, el espacio es un conjunto indisociable y
contradictorio  de  la  forma  y  su  contenido,  constituidos  por  “sistemas  de  objetos”  y  
“sistemas  de  acción”. Los sistemas objeto se refieren a la materialidad del espacio
geográfico, como los elementos naturales y los objetos sociales (edificios, calles,
infraestructura) que son expresiones de las relaciones sociales que les dieron
origen, lo que los vincula a los   “sistemas   de   acción”,   es   decir,   los   procesos  
sociales referentes a la interacción de los actores, que expresan relaciones de
poder y su inserción en circuitos socio-económicos. La relación dinámica entre los
sistemas, objetos y acciones son expresión de la movilidad de las relaciones
sociales que producen de los espacios.

El desarrollo de la vida social implica satisfacer un conjunto de necesidades, que


se realizan a través de la vinculación de la naturaleza con los procesos de
producción (incluyendo la circulación), así como de procesos de reproducción
social, en los que se satisfacen necesidades de forma diferenciada de acuerdo
con el grupo y clase social.

Así, el proceso de construcción del territorio recoge las relaciones culturales con el
espacio, así como las formas de apropiación y explotación de ese espacio. El
territorio es, entonces la proyección del grupo social, de sus necesidades, su
organización del trabajo, de su cultura y sus relaciones de poder sobre el espacio,
es lo que transforma ese espacio de vivencia y producción.

En la geografía crítica, los conceptos de espacio y territorio ocupan una posición


central, vinculados a la organización y el funcionamiento de la sociedad, en
particular, a los procesos de producción y reproducción social, en autores como
Yves Lacoste (2009), David Harvey (2007), Edward Soja (1989) y Ulrich Oslender
(2000).

La geografía crítica sostiene que en la relación entre naturaleza y sociedad hay


una doble interacción: la actividad humana cambia la forma de la naturaleza, lo
que implica que la mediación es a través del trabajo, el cual está estructurado

5
social e históricamente. El trabajo humano definido por relaciones sociales es el
principal agente de transformación de la naturaleza y de la producción del
espacio.

Así, la reproducción del espacio es parte del proceso complejo y contradictorio de


la acumulación capitalista (Harvey, 2004) y donde el espacio expresa una doble
condición, ya sea como concreción de las actividades de la sociedad en su
conjunto y como proceso determinado por el conjunto de las relaciones sociales
de producción. En este sentido, el espacio es producido como lugar de la
acumulación de capital al mismo tiempo es el producto, medio y condición de esa
acumulación, es pues, un integrante de la dinámica reproductiva del capitalismo y
como un instrumento privilegiado de reproducción del sistema social, elementos
fundamentales para la compresión del espacio-tiempo tanto de las formas
hegemónicas como de las alternativas desde los actores subalternos, que
producen un desarrollo espacial desigual como parte del proceso de reproducción
del capital.

Con estos referentes, se pueden ubicar las influencias de autores sudamericanos


como Porto Gonçalves, Bernardo Manzano Fernandes y Carlos Zambrano los
cuales destacan como un elemento fundamental en las nuevas concepciones
sobre el territorio es producto de una disputa social, lo que implica que pueden
haber varios tipos de territorios según los intereses y proyectos de los actores
sociales, por lo que su construcción está en constante conflicto. Es decir, no hay
un territorio predefinido, sino lo que expresan los procesos sociales es una
constante disputa territorial.

En efecto, el territorio es un espacio competitivo de luchas por la producción y


reproducción social, de prácticas sociales que mantienen y refuerzan la
especialidad existente, sea para una reestructuración significativa o una
transformación radical (Soja 1989). Las prácticas sociales son desarrolladas por
actores sociales (individuos, empresas, organizaciones e instituciones). El Estado
tiene un papel relevante pues tiene como uno de sus fines preservar la integridad
del territorio, a través de su autoridad puede dar forma firme y coherente a las

6
alianzas regionales, y por poderes fiscales y de control de la política monetaria,
puede promover y sostener la coherencia regional para la producción y el
consumo (Harvey, 2007). El conjunto amplio de actores tiene capacidades
desiguales para imponer decisiones y condiciones, lo que lleva a que alguno de
los actores encuentre limitaciones efectivas para llevar adelante sus proyectos.
Hay actores hegemónicos o hegemonizados.

De esta manera, entendemos al territorio como un espacio que es apropiado y


construido social y culturalmente y en el cual se ejercen relaciones de dominio y
control, pero que también es un espacio que contiene vínculos de pertenencia y
donde toman forma los proyectos de actores (Blanco, 2007:42). Es una
concepción que lleva implícita la apropiación, ejercicio, dominio y control de una
superficie terrestre, sobre la cual también hay un sentimiento de pertenencia y
proyectos de vida, que solo de una sociedad mayor.

Desde este plano de análisis, pondremos especial énfasis en la importancia del


territorio para estudiar las diferentes disputas sobre las prácticas sociales que se
dan en él. Por ejemplo, las prácticas sociales muestran como la naturaleza es
apropiada y transformada como parte de un proceso de valoración del espacio y a
lo largo del tiempo.

Sobre espacio, lugar y territorio

Al escudriñar las perspectivas teóricas, hemos hecho referencia a una serie de


autores que utilizan distintas categorías: espacio, territorio y lugar. Sobre ello, hay
que señalar que existe un amplio debate en el ámbito de las ciencias sociales
sobre estas tres categorías.

En Latinoamérica, el concepto territorio ha ganado relevancia en el debate


académico, después de que por muchos años se le vinculó a la organización de
los Estados Nacionales. Ahora territorio refiere a una perspectiva que trata de
evitar  la  ambigüedad  que  puede  tener  el  concepto  “espacio”,  que  es  muy  general  o  

7
“lugar”   que   es   muy   específico.   Aunque   hay   que   señalar   que   territorio   ha   tomado  
una caracterización más cercana al término place de los debates de autores
anglosajones (Ramírez, 2003:8).

En términos estrictos, la categoría espacio es más amplia que la de territorio.


Lafebvre (1991) utiliza el concepto de espacio social como aquel que contiene las
relaciones sociales de reproducción, las relaciones de producción y las
representaciones simbólicas. Es importante señalar que este autor consideraba
que no había solamente un espacio social sino muchos conjuntos de espacios
sociales. En esta perspectiva, Fernandes (2009:39) señala que la conformación de
los territorios resulta de una fragmentación y construcción del espacio. En
palabras de Raffestin (1993) el territorio es el resultado de una acción conducida
por el actor que se apropia de un espacio. De ahí que el territorio se forma a partir
del espacio.

Agnew (2008) define la categoría lugar como el espacio cultural y geográfico


donde se concretan las relaciones y actividades cotidianas, que permiten una
identificación clara con una comunidad y con el paisaje, pero también donde se
expresan los procesos socioeconómicos de amplio rango que influyen de algún
modo en la acción de la población.

El concepto de lugar refiere a tres elementos: la localidad, que se refiere a los


marcos formales e informales dentro de cuales están constituidas las interacciones
sociales cotidianas. La ubicación, que es el espacio geográfico concreto que
incluye la localidad que está afectada por procesos económicos y políticos que
operan dentro de un marco más amplio /regional, nacional y global) y, por último,
el sentido de lugar que refleja la orientación subjetiva que se deriva del vivir en un
lugar particular (Oslender, 2000)

Elementos para analizar la defensa del territorio

Con las referencias teóricas que influyen en nuestras perspectivas conceptuales,


volvemos a la pregunta inicial: ¿por qué el territorio es una categoría relevante
para analizar las luchas y resistencias comunitarias? Para dar una respuesta a
8
este cuestionamiento, tenemos que destacar que los grupos sociales están siendo
impactados por la dinámica de la globalización neoliberal, que expresa una mayor
profundización del sistema capitalista y de una renovada espacialidad del capital
(Harvey, 2007) con una mayor complejidad y conflictividad por las respuestas de
los actores, que hacen que los territorios se expresen procesos dialécticos: la
desterritorialización global que va restringiendo las soberanías territoriales por la
dinamización del mercado capitalista, al mismo tiempo que se produce una re-
territorialización en la escala local, que fortalece la identidad y pertenencia de las
ciudadanías con sus lugares. Este proceso dialéctico hace que los territorios sean
considerados como espacios complejos y fragmentados, producto de disputas
entre diversos actores, los cuales tratan de llevar al cabo sus proyectos e
intereses.

Otro elemento relevante que expresa la defensa del territorio se refiere a los
impactos provocados por el modelo industrial capitalista (Toledo, 2000: 16) en la
destrucción de la naturaleza y la sustracción de los recursos naturales en amplias
zonas rurales, lo que ha dado pie a una crisis ecológica, una crisis que muestra
que la expansión de capital ha topado con los límites de la naturaleza, y que,
adicionalmente está vulnerando los modos de vida de comunidades y grupos
campesinos.   Es,   en   la   propuesta   de   O’Connor   (2001:191-212), la segunda
contradicción del capital, que refiere a las confrontaciones entre las relaciones
sociales de producción y las fuerzas productivas respecto a las condiciones
físicas, naturales y ambientales, lo que está generando una crisis en la disposición
de materias primas (como en el caso del petróleo) o del incremento en los precios
de insumos y alimentos, procesos que han intensificado las disputas por los
territorios que poseen dichos recursos y generan una nueva configuración de los
espacios regionales.

En el contexto de estas contradicciones, los gobiernos en su papel de Estados


nacionales de competencia (Hirsch, 1998), han tomado posición, ya que impulsan
modificaciones en los marcos legales y elaboran políticas públicas para atraer
inversiones de empresas transnacionales, utilizando mecanismos como los
ordenamientos territoriales o el pago de servicios ambientales, en la idea de crear

9
condiciones para la inversión de empresas en la extracción y aprovechamiento de
recursos naturales.

Frente a estos procesos, las luchas campesinas e indígenas que defienden sus
recursos naturales proponen alternativas que colocan a la naturaleza y al territorio
como elementos estrechamente vinculados, generando formas de producción rural
como mecanismos diferentes de apropiación territorial de la naturaleza. Así, en
esta perspectiva, se resalta que los territorios indígenas y campesinos son
fundamentales, no sólo para impulsar las autonomías locales soberanía de los
pueblos, sino para conservar el medio ambiente y la biodiversidad, como ha
reseñado Toledo (2000:48).

En la disputa territorial sale a relucir la valoración cultural que le dan los actores
rurales al territorio, una valoración construida desde la identidad, arraigo y apego,
elementos que son fundamentales para las personas que habitan un espacio
(Giménez, 1996,163-173), pertenencia que resulta una dimensión importante para
analizar las sociedades actuales, en la medida que ubica a las identidades
socioterritoriales en relación a una diversidad de expresiones que coexisten, por
ejemplo, los localismos tradicionales y neolocalismos modernos, que implica la
existencia de espacios de alta densidad simbólica, configurando diferentes
definiciones para una región o comunidad.

De esta manera, la tierra para indígenas y campesinos tiene un carácter simbólico,


histórico y cultural, resulta el núcleo de su referente identitario, ya que tiene un
sentido sagrado que se expresa en mitos, ritos, leyendas. En efecto, en los
pueblos indígenas, la tierra es el centro de su cosmovisión, es la madre tierra, un
referente básico, no sólo en su caracterización física, sino como origen mítico y de
creación de lo humano. Paoli (2003, 43-69)  señala  que  entre  los  tseltales  el  k’inal  
(la tierra) está íntimamente vinculado con la vida cotidiana, es un paisaje tatuado,
espacio vivido. La tierra evoca recuerdos, formas de integración, sistemas
productivos, organización social y sexual del trabajo.

Autores como Toledo (2000) y Lenkersdorf (1999:62) sostienen que las culturas
originarias explican su realidad como un conjunto interrelacionado en la cual todas

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las cosas y todas las personas tienen la calidad de sujetos. Similar orientación
mantiene Geertz (1994) en el tema, cuando enfatiza que el conocimiento local y
pensamiento mítico tienen diferentes maneras de estructurarse y que ello reposa
en la cosmovisión y cultura local, por lo cual la construcción del conocimiento en
los individuos, pueblos y sociedades respecto a su territorio, no tienen una forma
única u homogénea de hacerse.

Los crecientes procesos rurales como la migración o la pluriactividad campesina


vienen cambiando estos conceptos, se van generando una pertenencia territorial
fragmentada, en tanto las identidades de los migrantes y jornaleros se
recomponen y readaptan sobre la base de las antiguas identidades.

El territorio es un espacio privilegiado para estudiar la relación entre las luchas


sociales y el desarrollo rural, en la idea de que en éste en el cual se concretizan
las relaciones de poder y conflictos entre los actores que posibilitan o limitan la
construcción del desarrollo. Este enfoque pone en relevancia al territorio desde la
perspectiva de la geografía política (Nogué, 2007), desde la cual se observa una
espacialización de las prácticas sociales, que conlleva no sólo a una concepción
distinta del desarrollo y la democracia al aterrizarla, es decir, territorializarla, sino
en términos jurisdiccionales, al plantear diversos espacios en los que la soberanía
se pluraliza y también adquiere sentidos diversos.

Es en ese espacio de la geo-grafía, como propone Gonçalves (2001), que están


tatuados los espacios rurales, adquiere un sentido particular en propuestas de
apropiación del espacio y de la construcción del desarrollo en su énfasis político,
social y cultural. De esta manera, el territorio y la territorialidad se construyen
sobre bases sociales, políticas y culturales, en espacios como la comunidad, el
municipio o la región donde aparentemente no hay organización sino sólo
espacios de confluencia que permiten referencias identitarias tanto en planos
locales como en relación a los movimientos sociales. No obstante, la comunidad y
otros espacios son plenos de contradicciones y, en general, toda referencia
territorial no puede ser entendida más que como espacio de conflicto y
confrontación ente actores sociales (Fernandes, 2009)

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El estudio sociopolítico y de relaciones de poder en el territorio parte de ubicar a
los actores sociales, sus prácticas y perspectivas, lo que permite observar la lógica
del espacio y entender la construcción de proyectos de desarrollo en el territorio
como principio espacial para el manejo de conflictos y disputas sociales. En este
sentido, los espacios regional, municipal o comunitario no deben ser entendidos
como lugares geográficos o administrativos sino como espacios donde los actores
locales impulsan procesos de organización social y de constitución socio político y
cultural del territorio.

Los conflictos territoriales expresan luchas por el poder jurisdiccional, como lo


propone Zambrano (2002), en particular con la idea de territorios plurales, los
cuales representan una multiplicidad de espacios culturales, sociales y políticos
con contenidos juridiccionales en tensión, que muestran estrategias
espacializadas de los actores sociales por imponer la hegemonía de un modo
particular de ejercer legítimamente el dominio sobre el territorio. De esta manera,
el territorio es un espacio terrestre, real o imaginado, que un grupo social ocupa o
utiliza para la generación de un sentido de pertenencia; lo organiza (según
producción social diferenciada, diversidad de sexo y género) y ejerce jurisdicción,
es decir, trata de imponer autoridad y dominio. Esta forma de construir el territorio,
entra en conflicto con la que impulsan los grupos hegemónicos, quienes intentan
imponer   una   lógica   de   dominio   en   torno   al   “orden”   territorial   que   combina   la  
propiedad ampliada, (en el que se incluye aspectos intangibles como el
conocimiento) y la propiedad plena sobre la tierra.

Una expresión de la conflictividad en la disputa por la jurisdicción en los territorios


plurales son las luchas por la autonomía indígena, las cuales refieren a prácticas
de territorialidad de los pueblos indios frente a las nuevas formas de explotación
del capital y la imposición de formas de dominación. Desde las experiencias
autogestionarias en América Latina, se expresan procesos de lucha que enlazan
la memoria histórica (ya sea étnica, agrarista o municipalista) con los nuevos
espacios de lo político (como la lucha por la democratización o los derechos
ciudadanos) frente a los formas tradicionales de organización territorial y la toma
de decisiones públicas de los grupos políticos hegemónicos. Desde las luchas por

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la autonomía y la apropiación del territorio se puede encontrar formas para la
transformación social, que van desde la resistencia hasta ámbitos de recuperación
de las iniciativas de corte estratégico.

La perspectiva del territorio y de las relaciones de poder han dado paso, en años
recientes, a reformular el enfoque de análisis geopolítico, el cual ha tomado
relevancia para estudiar espacios regionales y locales (Castro 2006) en la idea de
analizar los conflictos de los actores locales centradas en la posesión y control del
territorio. En esta perspectiva, trabajos como el de Dehouve (2001) muestran
cómo   se   disputan   los   símbolos   de   los   pueblos   como   el   “centro”,   la   iglesia,   las  
oficinas municipales, la escuela o el camposanto, y cómo en torno a ellos y en un
mismo espacio, coexisten y se conflictúan distintas lógicas territoriales que tratan
de imponer su jurisdicción, apropiándose de símbolos, espacios y poderes.

Conclusiones

La lectura del territorio desde las diferentes dimensiones permite ubicar las
adjetivaciones del espacio producto de las distintas relaciones que establecen los
actores y grupos sociales con el capital y con la naturaleza, de cómo elaboran sus
sentidos de identidad, apego y pertenencia, de cómo las luchas desde lo político
puedan modificar las relaciones de poder y dominación observándose formas
diferenciadas para ejercitar una forma particular de soberanía.

Con estos elementos, podemos considerar al territorio como un espacio


socialmente construido, valorizado instrumental, social y culturalmente por parte
de las personas que lo habitan, un espacio que permite ubicar la dinámica
dominante de la economía, la influencia de los grupos de poder y donde actores
sociales despliegan estrategias de vida, tejen relaciones entre ellos y confrontan
sus proyectos sociales.

El territorio expresa la estrecha relación y mutua interdependencia con los actores


sociales, lo que ayuda a comprender a la gente que la habita, sus necesidades, su
historia, sus luchas sociales, etcétera. Es en este sentido un espejo de los
procesos sociales y de la actividad humana. Asimismo, estudiar el territorio
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permite conocer a los actores sociales y a los procesos que la modifican, perfilan y
delimitan.

Además, la dimensión territorial permite reconocer la forma en que se articulan


tanto los procesos sociales y económicos que se generan en las comunidades,
como los impactos que tienen en lo local las políticas y programas de carácter
nacional, la concreción de las tendencias globalizadoras dominantes, así como la
actuación de los grupos de poder (Rodríguez,2005).

El hecho que se expresen distintas formas de producir el territorio, permite ubicar


la existencia de proyectos sociales con ciertos intereses en torno a los cuales los
grupos sociales ejercen relaciones de poder, de manera de imponer una
soberanía dominante. Esta soberanía es la que está en disputa en los conflictos
por la disputa territorial, lo que expresa una lucha por el poder jurisdiccional con
miras a ejercer autoridad e imponer dominio sobre el espacio (Zambrano, 2001).
Ello da lugar a una serie de conflictos que constituyen un proceso generador de
territorios, en el que hay un enfrentamiento constante por el control político y social
de dichos espacios.

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