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ÉL

Siempre que caminamos por la montaña, echamos las bestias al frente, salimos solo cuando es
necesario, hablamos poco. Desde que llegó el ejército, lo que más odiamos es ir por la remesa,
hacer firmar las facturas para que no nos rieguen el mercado entrando a la vereda. Ahora resulta
que todos somos guerrilleros, vida hijueputa, es que ya ni caminar. Los caballos, las vacas y los
perros, siempre van adelante, aunque no conozcan los caminos, incluso en la noche, sin linternas
ni antorchas. Claro que lo que más queremos todos, es que la noche caiga siempre del naranjo de
la casa. Que crezca en el solar y que las flores de la abuela saluden siempre su sombra arbustiva. A
veces pienso que solo somos la sombra de estos animales.

Así caminamos todos por acá, menos él, él siempre va al frente, no piensa en lo que pueda haber
debajo de las piedras, entre los matorrales, en las hojas que se desprenden justo cuando pasa bajo
el árbol rojo y le van cayendo, detrás de toda mirada, sobre el sombrero, sobre el poncho, sobre la
tierra que él no toca. El becerro y el perro le siguen de cerca, son uno en la inmensidad del monte,
avanzan, el monte se va volviendo abrazo, el azul del cielo es luz de polvo cayendo caracol entre
las hojas y las ramas que le van destejiendo el saco. El bosque cascarón y él no piensa en el suelo
porque la morenita lo espera al otro lado. Levita, el becerro y el perro también. Son uno en la
inmensidad del monte. Van dando saltos por sobre las flores más lindas del camino. En la última
palma está el rancho, ahora, viento y nísperos amarillos en la nariz. Un camino se abre desde lo
profundo.

El camino va creciendo a cada instante. Él no recuerda cuántos pasos ha dado. ¿Al menos un paso
ha dado? La noche dura va creciendo entre las piedras, el sombrero le pesa como una piedra. No
hay luciérnagas que enciendan la luna. Silencio absoluto. Ni los insectos quieren hablar. Ve correr
a un policía incendiándose filo arriba, sigue los gritos y el olor de la gasolina. El perro se echa atrás
cuando escucha a unas gallinas cantar distantes. La noche cascarón y no llega al rancho. Cantan las
gallinas, no ven más allá de un metro. No tiene linterna, tampoco hay fuego, se lo llevó todo el
policía. permanecen sin suelo, la morenita espera en el último rancho del filo de la lluvia. Allá las
nubes solo llegan para ser río.

Al fin, una luz débil y temblorosa dibujó la ventana, reconoció el filo, el rancho, la palma de cera.
Las gallinas. Percibe desde la puerta el olor del fogón, huele a tinto, golpea. Esconde las flores que
tomó del camino tras su espalda. Él no avisó que llegaría aquella noche. Como es natural, su
morenita salió a esconderse en el último rincón de la casa. Soy yo negrita. Ábreme. La única
respuesta: una vela que se apaga y el intento fallido para silenciar una risa nerviosa que le brotaba
entre la cocina y el baño, el pecho y el sexo. Él se apagó también un poco. No saldrá. Las flores se
le marchitaron en las manos. Frente a la puerta no hay palabras ni preguntas. Ahora es parte del
mundo que le rodea. El perro le gruñó y el becerro lo empujó con la cabeza. El perro le tiró del
poncho, del pantalón, de la camisa, luego ladró al vacío. Las gallinas han vuelto a cantar. Hay que
volver.

Regresó perplejo. Era un hombre en ruinas y por primera vez en mucho tiempo, sus pies tocaron el
suelo. Vibraban torpes, raíces pesadas de tiempo. Volvió sus pasos, mismo camino. Desciende. Su
ruta no cambió ni un centímetro. Las mismas flores y las mismas piedras, las mismas hojas
desprendiéndose de los árboles rojos, imperceptibles en la huella oscura. Sobre el sombrero,
sobre el poncho, sobre el insecto que esta vez sí pudo pisar. Caminaban. Ellos acompañan su
vacío. Él pisaba tambor, su temblor íntimo resonaba en la tierra.

Un fogonazo lo encerró. identificó la cara del policía. Un lamento en la memoria de Gaitania.


Luego el blanco. Los pensamientos a mil, lejos de su control. Le brotó un cúmulo de voces en el
alma que jamás logró reconocer, se hicieron un cuerpo, un rostro, vida propia y se marcharon. Se
olvidó de su nombre. Fue ocultando el blanco la penumbra del cansancio. Las gallinas cantaron
por última vez antes de que las matara el sol. Ellos, acompañaron su vacío.

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