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1. TIPOLOGIA
Organismos públicos, dentro de los cuales cabe distinguir dos sub categorías: los
Organismos Autónomos y las Entidades Públicas Empresariales.
Autoridades administrativas independientes, a las cuales cabría sumar las
Universidades públicas.
Las entidades que operan en el ámbito exclusivo de la Seguridad Social: se trata de las
Entidades Gestoras, Servicios Comunes y Mutuas de accidentes de trabajo y
enfermedades profesionales de la Seguridad Social.
un conjunto de entidades de régimen singular
Los dos últimos tipos de entidades, también de carácter fundacional, pero constituidas bajo
formas de Derecho privado:
las sociedades públicas
las fundaciones públicas.
Existen entes de todos los tipos mencionados en el epígrafe anterior, salvo, naturalmente, las
que desempeñan funciones típica y exclusivamente estatales.
B) LOS CONSORCIOS
En cuanto su naturaleza, el consorcio es la forma que revisten las entidades que agrupan a
Administraciones de distinta naturaleza y nivel y, eventualmente, entidades privadas,
igualmente para la realización de actividades o servicios de interés común.
Son entidades de derecho público, con personalidad jurídica propia y diferenciada, creadas por
varias Administraciones Públicas o entidades integrantes del sector público institucional, entre
sí o con participación de entidades privadas, para el desarrollo de actividades de interés común
a todas ellas dentro del ámbito del ámbito de sus competencias.
En cuanto a su regulación, queda contenida en los artículos 118 a 127 LRJSP, que ha
desplazado a la normativa local a un papel puramente supletorio.
En cuanto al régimen jurídico, se integra además de por los preceptos de la propia LRJSP, por
la normativa autonómica y, sobre todo por lo que dispongan los estatutos de cada consorcio.
La actividad de los consorcios se encuentra parcialmente limitada ya que solo podrán realizar
actividades de fomento, prestacionales o de gestión común de servicios públicos.
Cuestión siempre polémica es la relativa a la adscripción del consorcio: es decir, a cuál de las
Administraciones participantes se adscribe formalmente. La LRJSP ordena que sean los
estatutos quienes determinen la Administración a la que se adscribe el consorcio, pero de
acuerdo con los criterios que establece por orden de prioridad:
disponer de la mayoría de votos en los órganos de gobierno; o
de facultades para nombrar o destituir a la mayoría de los miembros de los órganos
ejecutivos, del personal directivo o del órgano de gobierno
financiar en más de un cincuenta por ciento la actividad desarrollada por el consorcio
ostentar el mayor porcentaje de participación en el fondo patrimonial; o
tener el mayor número de habitantes o extensión territorial.
Pieza capital del proceso de constitución de un consorcio son sus estatutos, cuyo contenido
mínimo son:
la sede, objeto, fines y funciones del consorcio
los participantes en el mismo, así como sus respectivas aportaciones
los órganos de gobierno y administración, su composición y funcionamiento, y el
régimen de adopción de acuerdos, y
las causas de disolución.
Como se deduce de esta enumeración, es en los estatutos donde ha de contenerse las reglas
de fondo por las que el consorcio ha de regirse.
La LRJSP no prevé otra causa de disolución que el cumplimiento de los fines del consorcio. En
su lugar, regula con detalle la forma de su liquidación, estableciendo:
que para fijar dicha cuota habrá de atenderse a lo previsto en los estatutos del
consorcio; y, en su defecto, la participación que le corresponda en el saldo resultante
del patrimonio neto tras la liquidación, así como al porcentaje de las aportaciones que
haya efectuado cada miembro del consorcio al fondo patrimonial del mismo como la
financiación concedida cada año.
Esta cuestión parece haber recibido una respuesta afirmativa en nuestro derecho positivo: se
autoriza a las entidades locales a «constituir asociaciones, de ámbito estatal o autonómico,
para la protección y promoción de sus intereses comunes», las cuales se regirán por su
normativa específica y supletoriamente por la citada Ley Orgánica 1/2002.
(i) La primera de estas finalidades se persigue por la Ley mediante la facilitación de las
fusiones, en un doble sentido:
permitiendo tanto la fusión en sentido estricto como la absorción de un organismo por
otro ya existente; y
deslegalizar la norma de creación, ya que la fusión podrá llevarse a cabo mediante una
norma reglamentaria, aunque ello suponga la modificación de las leyes por las que se
crearon ambos organismos
(ii) La finalidad de ahorro de fondos públicos, por su parte, se intenta lograr mediante la
obligatoria redacción de un llamado plan de redimensionamiento, que ha de acompañar al
proyecto de norma reglamentaria en la que se acuerde la fusión, y en el que se lleve a cabo la
adecuación de las estructuras organizativas, inmobiliarias, de personal y de recursos de los
organismos fusionados a la nueva situación. Tal adecuación puede dar lugar a un conjunto de
bienes sobrantes, los cuales habrán de integrarse en un fondo sin personalidad jurídica que ha
de ser objeto de liquidación posterior
(iii) La fusión, como es obvio, produce la cesión e integración global de todo el activo y el
pasivo de los organismos públicos extinguidos nuevo organismo público resultante de la
fusión; la cesión no altera las condiciones financieras de las obligaciones asumidas ni es causa
de resolución de las relaciones jurídicas
Porque sus fines hayan sido totalmente cumplidos, de forma que no se justifique la
pervivencia del organismo público, y así se haya puesto de manifiesto en el control de
eficacia.
Cuando del seguimiento del plan de actuación resulte el incumplimiento de los fines
que justificaron la creación del organismo o que su subsistencia no es el medio más
idóneo para lograrlos y así se concluya en el control de eficacia o de supervisión
continua.
Por encontrarse en situación de desequilibrio financiero durante dos ejercicios
presupuestarios consecutivos.
Por cualquier otra causa establecida en los estatutos.
Cuando así lo acuerde el Consejo de Ministros siguiendo el procedimiento
determinado al efecto en el acto jurídico que acuerde la disolución.
Delimitación conceptual
El primer problema teórico que suscitan las llamadas Administraciones independientes se
refiere a la delimitación misma del concepto.
Ante todo, es necesario separar del mundo de las Administraciones independientes a todos los
órganos constitucionales o de relevancia constitucional dotados de autonomía o
independencia de funcionamiento, pero que no forman parte de las Administraciones Públicas:
la autonomía de las Cámaras parlamentarias, del Tribunal Constitucional, del Defensor del
Pueblo o del Tribunal de Cuentas. Lo mismo debe decirse de la llamada «Administración
electoral», constituida por las Juntas Electorales, que no forma parte orgánicamente de las
Administraciones Públicas.
El legislador español, sin embargo, ha optado por una noción más estricta de las
Administraciones independientes, para las que prefiere la denominación de «autoridades
administrativas», limitándola a «las entidades de derecho público que, vinculadas a la
Administración General del Estado y con personalidad jurídica propia, tienen atribuidas
funciones de regulación o supervisión de carácter externo sobre sectores económicos o
actividades determinadas, por requerir su desempeño de independencia funcional o una
especial autonomía respecto la Administración General del Estado, lo que deberá
determinarse en una norma con rango de Ley»
Régimen jurídico
El régimen jurídico de las autoridades administrativas independientes está presidido por el
principio de jus singulare. La LRJSP no establece norma alguna relativa a su organización y
funcionamiento, limitándose a establecer tres niveles de regulación:
primero, una remisión íntegra a lo que disponga «su Ley de creación, sus estatutos y la
legislación especial de los sectores económicos sometidos a su supervisión»;
segundo, invocando, como derecho supletorio de primer grado, a lo dispuesto en la
propia LRJSP en relación con los organismos autónomos, en la LPAC, la LGP, la LCSP, la
LPAP, así como al «resto de las normas de derecho administrativo general y especial
que le sea de aplicación»; y
tercero, declarando al «derecho común» (esto es, al civil, mercantil y laboral) como
derecho supletorio de segundo grado.
a) En primer lugar, frente a quién se ostenta tal independencia. En este punto, el artículo 109.2
LRJSP dispone que «las autoridades administrativas independientes actuarán, en el desarrollo
de su actividad y para el cumplimiento de sus fines, con independencia de cualquier interés
empresarial o comercial». Pero esta regla, con ser acertada, es incompleta, porque también la
Administración centralizada y los organismos públicos deben actuar con independencia de los
intereses privados a los que afecta su actividad. Lo que caracteriza principalmente a estas
entidades es su independencia frente a los poderes políticos.
b) Segunda cuestión, independencia frente a qué actuaciones: esto es, qué tipo de inmisiones
de los poderes públicos queda excluido en virtud de la independencia. En este orden de cosas,
parece indiscutible que la independencia no opera respecto de las decisiones normativas: las
autoridades políticas pueden (y deben) condicionar el comportamiento de las independientes
dictando normas jurídicas que regulen su actividad. La independencia protege de las
decisiones ejecutivas: lo que está vedado a las autoridades políticas es impartir a las
independientes instrucciones o mandatos relativos a la resolución de casos concretos. Esta
prohibición no suele figurar expresamente en las normas reguladoras de estas autoridades,
pero se deduce implícitamente del otorgamiento del status de independencia.
c) Y tercera cuestión, cómo se garantiza efectivamente tal independencia. Ello se consigue
mediante dos tipos de técnicas:
la atribución de una autonomía medial, esto es, de un poder de auto disposición sobre
los medios y recursos que las autoridades independientes emplean en su trabajo,
eliminando los poderes de intervención de la Administración en aspectos
instrumentales pero prácticamente muy relevantes de la gestión interna de estas
entidades es el caso del otorgamiento de poderes concretos de auto organización, de
gestión del personal a su servicio y de disposición sobre sus medios patrimoniales y sus
ingresos
La LRJSP, al igual que una de sus normas antecesoras ha adoptado una actitud pragmática ante
este tipo de entidades, limitándose a efectuar una enumeración nominativa de las mismas.
Enumeración que se hace a los meros efectos de disponer que las normas generales dedicadas
a regular los dos tipos básicos de Organismos Públicos no les son directa y primariamente
aplicables. Todas estas entidades disponen de una regulación peculiar, de tal forma que los
preceptos reguladores de los Organismos Públicos solo les son aplicables a título supletorios.
1) A este conjunto pertenecen las que genéricamente podrían denominarse entidades mixtas:
un supuesto muy variado, en el que, junto a entes de carácter interadministrativo, cuyos
órganos de gobierno se integran por representantes de todas las Administraciones
competentes en la materia, existen otros cuyos órganos rectores incorporan, junto a agentes
de la Administración estatal, representaciones muy significativas o mayoritarias de
organizaciones y fuerzas sociales de naturaleza privada.
Naturaleza
En el plano del derecho positivo, la LRJSP parece haber adoptado una posición intermedia: de
una parte, su artículo 2.3 niega la condición de Administraciones Públicas a todas las entidades
constituidas bajo formas de derecho privado; pero, de otra, incluye a las sociedades
mercantiles dentro de la categoría de sector público institucional estatal, junto con los
organismos públicos y autoridades independientes, regulándolas en el mismo Título; y,
además, admite que «excepcionalmente la ley pueda atribuirle(s) el ejercicio de potestades
administrativas», supuestos en los que dichas sociedades actuarán como auténticas
Administraciones y habrán de hacerlo sometidas al Derecho administrativo.
Una sociedad mercantil estatal perderá esta condición en los supuestos en los que dejen de
cumplirse los requisitos de participación en el capital por enajenación de las acciones
correspondientes. La competencia para realizar esta operación corresponde al Ministro de
Hacienda, previa autorización del Consejo de Ministros.
La legislación administrativa no regula con detalle los supuestos de disolución de este tipo de
sociedades. En consecuencia:
la disolución se regirá por las normas del Texto Refundido de la Ley de Sociedades de
Capital;
adicionalmente, el artículo 172 LPAP exige que la disolución sea acordada por
resolución del Ministro de Hacienda, previa autorización del Consejo de Ministros; y
el artículo 114.2 LRJSP añade que la subsiguiente liquidación de la sociedad habrá de
ejecutarse por un órgano de la Administración General del Estado por una entidad
integrante del sector público institucional estatal.
En cuanto al ejercicio de los poderes dominicales, dado que las participaciones en el capital de
las sociedades públicas son de titularidad de la Administración General del Estado como
persona jurídica única, es necesario determinar que órgano concreto de la misma es
competente para ejercer los poderes propios del accionista, y cuáles sean estos; poderes que
la LRJSP denomina «tutela funcional».
Por regla general, el ejercicio de dichos poderes corresponde al Ministerio de Hacienda. Sin
perjuicio de ello, en los supuestos en que los entes públicos sean titulares del 100 por 100 del
capital, el Consejo de Ministros, al autorizar la constitución de la sociedad, podrá atribuir a un
Ministerio, cuyas competencias guarden una relación específica con el objeto social de la
sociedad, la tutela funcional de la misma.
El Ministro titular del poder de tutela funcional ejercerá el control de eficacia de la sociedad, la
instruirá respecto a las líneas de actuación estratégica que debe seguir, y establecerá las
prioridades en la ejecución de las mismas.
¿Pueden los titulares del poder de tutela impartir instrucciones concretas a las sociedades? La
LRJSP responde a esta cuestión con tres matizadas reglas:
La impartición de tales instrucciones u órdenes concretas es legalmente posible, si
bien «en casos excepcionales» y cuando la ejecución de las mismas sea de interés
público.
Si dichas instrucciones suponen una modificación de los Presupuestos de Explotación
y Capital de la sociedad, el órgano de administración no podrá proceder a cumplirlas
sin contar con la autorización del órgano competente para efectuar la modificación
correspondiente.
En tales casos, si de la ejecución de las instrucciones se derivaren consecuencias
lesivas, los administradores de las sociedades quedarán exonerados de la
responsabilidad prevista en la legislación mercantil.
En cuanto a su régimen jurídico, no existe diferencia alguna con la normativa estatal. Todas las
leyes autonómicas confían al respectivo Gobierno la creación y extinción de estas empresas,
ordenando su sometimiento, sin excepciones, a las normas del Derecho mercantil, civil o
laboral.
Las sociedades de los entes locales
La constitución de la sociedad se encuentra condicionada al requisito previo de acreditación
de que el empleo de la forma societaria resulta <<más sostenible y eficiente» que la realización
de la tarea que pretenda encomendarse a dicha sociedad mediante gestión directa por la
entidad local o mediante la creación de un organismo autónomo.
En cuanto a la forma, la legislación local permite que la sociedad adopte cualquier de las
formas previstas en el texto refundido de la Ley de Sociedades de Capital; pero parece exigir
que la totalidad del capital social sea de titularidad pública.
En cuanto al régimen jurídico de este tipo de sociedades, las cuales «se regirán íntegramente,
cualquiera que sea su forma jurídica, por el ordenamiento jurídico privado, salvo las materias
en que les sea de aplicación la normativa presupuestaria, contable, de control financiero, de
control de eficacia y contratación»
La actividad de las fundaciones a que nos referimos se encuentra limitada en un doble aspecto:
estas fundaciones únicamente pueden realizar actividades <<para el cumplimiento de
fines de interés general»;
dichas actividades deben estar relacionadas con el ámbito de competencias de las
entidades fundadoras, y deben coadyuvar a la consecución de los fines de las mismas;
las actividades no pueden realizarse con ánimo de lucro, aunque se ejecuten mediante
contraprestación.
En cuanto al régimen jurídico, con carácter general, el artículo 130 LRJSP dispone que las
fundaciones a las que nos referimos se rigen «por lo previsto en esta Ley, por la Ley 50/2002,
de 26 de diciembre, de Fundaciones, la legislación autonómica que resulte aplicable en
materia de fundaciones, y por el ordenamiento jurídico privado». La referencia a la legislación
autonómica no resulta explicable.
Esta prelación de fuentes tiene, no obstante, tres excepciones:
es aplicable a las fundaciones estatales la normativa presupuestaria, contable y de
control económico-financiero del Estado;
la contratación de estas fundaciones ha de realizarse con sujeción a la normativa de
contratos del sector público, no al Derecho privado;
el personal de estas fundaciones será en todo caso de naturaleza laboral, rigiéndose
por el Derecho del trabajo, así como por las norn1as presupuestarias del Estado.
Pieza básica del proceso de constitución de una fundación son sus estatutos, los cuales
han de aprobarse por Real Decreto, a propuesta conjunta del titular del Ministerio de
Hacienda y del Ministerio que ejerza el protectorado; y
han de determinar, además de la organización y reglas de fruncimiento de la
fundación, la Administración Pública a la que estará adscrita. Con independencia de
que participen en la fundación entidades privadas sin ánimo de lucro, la adscripción ha
de realizarse siempre a una de las Administraciones fundadoras, a la cual
corresponderá ejercer el Protectorado sobre aquélla
La fusión, disolución, liquidación y extinción de las fundaciones se rige por las mismas reglas
establecidas para los organismos públicos.