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Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Materia: Teoría General del


derecho
Nombre del trabajo: Resumen
capitulo 2
Alumna: Acevedo Vargas
Katherine Arlette
Matrícula: 202220524
Quienes dedican su vida a actividades tan distintas como la alfarería o la medicina, o
quienes deciden consagrar sus días a la física nuclear o al comercio, bien pueden ir por el
mundo con esa imagen de las normas sin ahondar en qué sean las normas y sin dedicar
tiempo alguno a dilucidar su concepto.
Kelsen parte de la distinción entre naturaleza y sociedad en el entendido de que, si bien la
segunda queda comprendida en la primera (en el sentido de que la sociedad forma parte de
la vida en general y, por ello, es parte integrante de la naturaleza), no todos los fenómenos
sociales pueden explicarse como si se tratara de fenómenos naturales como, por ejemplo, la
lluvia.
Mientras los fenómenos naturales se explican a partir de relaciones causa-efecto (siempre
que se presente la causa ocurrirá necesariamente el efecto), tratándose de fenómenos
normativos la explicación causal resulta insuficiente, pues en el mundo del deber ser (al que
pertenecen las normas) que algo deba ser no implica necesariamente que ocurra.
De esta manera, a diferencia de las leyes de la naturaleza, que relacionan causas con efectos
necesarios, según Ricardo Guibourg las normas enlazan ciertas condiciones, “algunas
consecuencias que no son efectos naturales de ellas, sino secuelas artificiales establecidas
en la misma norma”.
De esta manera se demuestra cómo las normas enlazan artificialmente condiciones y
consecuencias que no guardan entre sí relaciones necesarias sino contingentes, es decir, que
si se presenta la condición (por ejemplo, si se sustraen bienes de un domicilio sin el
consentimiento del propietario y sin una orden que determine el retiro de los bienes, aun
contra la resistencia del dueño) ello no garantiza que se lleve a cabo la consecuencia (a
saber, el encarcelamiento de los responsables), pues bien pudo haberse efectuado la
condición (el robo) sin que se aplicara la consecuencia prevista en la norma (o sea, que
quienes lo realizaron no fueran sancionados por ello).
Como todo fenómeno de comunicación, el fenómeno normativo se despliega al abrigo de
un lenguaje, es decir, supone la existencia de un sistema de signos que debe ser compartido
tanto por quien emite la norma como por quien tiene el deber de cumplirla.
Autores como Roberto Vernengo distinguen así una variedad de formas en que puede
manifestarse el uso prescriptivo del lenguaje de acuerdo con las diferencias que puede
haber, por ejemplo, entre la prescripción contenida en el mandamiento mencionado y la
prevista en la disposición penal citada.
Mientras las normas morales regularmente se expresan en forma imperativa (según se
desprende de ejemplos paradigmáticos como los mandamientos mosaicos “no matarás” y
“no robarás”), las normas jurídicas utilizan el formato condicional, en el que dos oraciones
diferenciadas son enlazadas de tal suerte que la segunda se convierte en consecuente de la
primera, y ésta en antecedente de aquélla.
En esta disposición, el antecedente está representado por la oración “al que prive de la vida
a otro”, mientras que el consecuente es la pena de prisión de entre ocho y veinte años.
Recurriendo nuevamente al ejemplo de derecho penal que hemos utilizado, podemos decir
que el artículo 123 del Código Penal para el Distrito Federal enlaza la conducta consistente
en privar de la vida a otra persona, con la pena de prisión entre ocho y veinte años como
consecuencia.
Expresado de acuerdo con el esquema antecedente-consecuente, es válido afirmar que en el
artículo citado el antecedente está representado por la oración “Al que prive de la vida a
otro”, mientras que el consecuente es la sanción de entre ocho y veinte años En la
motivación directa el único estímulo del destinatario de la norma para actuar conforme a
ella, es que la conducta debida sea acorde con sus pautas de valoración.
Esta interiorización de la consecuencia, dentro del mismo enunciado en que se señala la
conducta prohibida, obligatoria o permitida, sólo es posible según la forma condicional de
formular los enunciados prescriptivos; ocurre así porque si se empleara la forma
imperativa, que por definición consta de una sola oración.
Mientras Austin pensaba que todas las normas que componen un sistema de reglas de
derecho consisten en mandatos generales que establecen obligaciones y prohibiciones, Hart
afirma que, a la par de esas reglas —a las que denomina primarias—, hay otras que tienen
una categorización lógica distinta —a estas últimas las denomina secundarias, porque en
cierto sentido “dependen” de las primarias—.
Hart consideró que en el ejemplo del asaltante (propuesto por Austin), el sujeto asaltado no
tiene la obligación de entregar el dinero esta acción para evitar que el asaltante cumpla la
amenaza.
De esta manera, si la existencia de obligación —según se desprende del modelo de Austin
— depende del cálculo subjetivo que una persona hace respecto de las ventajas o
desventajas de resistir la amenaza, de la teoría de las reglas como mandatos respaldados por
amenazas, no se pueden predicar enunciados de verdad objetiva.
Dicho lo anterior, para Austin hay obligación sólo si existe la predicción de sufrir un mal a
causa de una amenaza, afirmación que no compartiría Hart; para este último, la existencia
de una regla es independiente de factores subjetivos —como el cálculo racional.
Si, como pensaba Austin, la obligación depende del cálculo entre costo y beneficio que
hace el sujeto amenazado, no habría obligaciones preexistentes sino que todas las
obligaciones jurídicas nacerían de un cálculo personal acerca de las ventajas o desventajas
que supone apartarse de las normas.
Estas sociedades cuentan tan sólo con reglas que imponen límites (vía prohibiciones y
obligaciones) a la naturaleza humana de los miembros del grupo social, como ocurría en las
sociedades primitivas que, aunque tenían un alto grado de cohesión entre sus miembros,
sólo tenían reglas primarias de obligación.
Las reglas primarias con que cuenta una sociedad primitiva no forman un sistema, sino que
son un mero conjunto de pautas de conducta separadas entre sí, sin criterios comunes de
identificación, salvo el de que el grupo social en cuestión las acepta, como ocurre con las
reglas de etiqueta.
Si no hay más que normas primarias, habrá disputas entre los miembros de la sociedad
acerca de en qué consiste una obligación o cuál es el alcance de una prohibición.
De esta tesis se sigue otra que también resulta inadmisible para Dworkin: que si el derecho
positivo se agota en las normas, cuando un juez se encarga de resolver un caso para el que
no hay una norma aplicable, tiene que apelar a su discrecionalidad y a “pautas
extrajurídicas” para darle solución.
Dworkin considera que la concepción del derecho como un sistema conformado
exclusivamente por reglas resulta deficitaria, pues implica tender una sombra sobre otras
pautas que son distintas de las reglas y que forman parte del razonamiento jurídico.
La preocupación de Dworkin por los principios surge de la constatación de que son
herramientas usuales en el razonamiento jurídico de quienes participan de la dinámica del
derecho: los profesores los enseñan, los teóricos los citan, litigantes y jueces los invocan,
etc.
Dworkin establece siete criterios para diferenciar reglas y principios, con el fin de mostrar
por qué sin esa distinción ya no es posible explicar de manera teórica una parcela
primordial del razonamiento jurídico.
En cambio, los principios no siguen un procedimiento, por lo cual no es posible tener
certeza plena de cuándo se incorporan a un sistema jurídico.
Mientras que las relaciones jerárquicas de las reglas entre sí nos permiten predicar a priori
la superioridad o inferioridad de una norma con respecto de otra (como, ocurre, por
ejemplo, con la superioridad.
Al inicio de la unidad se intenta ubicar el lugar que ocupa el derecho dentro del universo
del conocimiento, a partir de la distinción entre naturaleza y sociedad, que puede expresarse
como la diferencia entre el mundo del ser y el del deber ser. Más adelante se ofrece al lector
una aproximación al estudio del fenómeno normativo a través del análisis del lenguaje, en
el entendido de que las normas comunican pautas de conducta mediante un lenguaje. Se
analizan los distintos usos del lenguaje y se muestra cuál de ellos es el que utiliza el
derecho por excelencia. Después se abordan los distintos tipos de normas y se identifica,
dentro del espectro de normas existentes, a las normas jurídicas. Asimismo, se analizan
distintas formas de motivación de la conducta y se precisa cuál es la técnica que
regularmente utiliza el derecho. Una vez que se ubica a las normas jurídicas como una
especie del catálogo general de normas, se estudian los diferentes tipos de normas jurídicas.
Más adelante te comparan las reglas de derecho con otras pautas distintas de esas reglas
pero que también forman parte del razonamiento jurídico: los principios. Se establecen
varios criterios de distinción entre reglas y principios, con el fin de mostrar cómo el
razonamiento de los operadores jurídicos es distinto dependiendo de si el material
argumentativo del que se valen son normas positivas o principios de derecho.
Posteriormente se analizan distintos tipos de juicios que es común formular en contextos
jurídicos, para mostrar que una gran cantidad de desacuerdos entre los Juristas es sólo
aparente. Así, se apuntan las diferentes implicaciones que trae aparejado formular un juicio
de eficacia, un juicio de validez y un juicio de justicia, en atención a que se trata de juicios
que se emiten desde perspectivas distintas.

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