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INTRODUCCIÓN:
Para comenzar a tratar el tema de las fuentes del Derecho es necesario comenzar
por aportar un concepto de lo que es el Derecho, y luego, lo que es una fuente del
Derecho.
Por el contrario, el concepto objetivo de Derecho (y esta vez con mayúscula), tiene
numerosas divisiones, existiendo tres grandes visiones: Una visión normativa, otra
visión fáctica y una dimensión valórica.
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Estos apuntes han sido desarrollados exclusivamente para los cursos de Introducción al Derecho
de la Universidad de Santiago y de Compliance para la Universidad Nacional Andrés Bello.
Ahora bien, este concepto normativo no es totalmente puro como normativo, pues
incluye los fines históricamente condicionados, de modo que si la norma se aparta
de ello llevaría a sostener que la norma no es Derecho, cuestión que puede ser
errada.
Otra visión normativa, esta vez neutra, es la entregada por el autor Hans Kelsen,
quien sostiene que el Derecho es un “orden de la conducta humana de carácter
coactivo”, es decir, simplemente un conjunto de normas jurídicas, pues son
ordenes de la conducta humana (normas) con la característica central de ser
coactivo (jurídica).
Así, obsérvese que las normas permisivas (aquellas que permiten una conducta)
no conllevan una sanción en caso de que no se realice la conducta, pues
simplemente señala que se permite algo, no que deba hacerse ni que esté
prohibido hacerse. Misma situación ocurre con las normas de competencia, pero
esta vez relativo a los funcionarios públicos, es decir, determinan que pueden
hacer, pero no necesariamente lo que deben hacer.
Otro tanto sucede con las normas derogatorias, en donde se deja sin efecto una
ley anterior, pero sin que por ello sea coactiva su incumplimiento, es decir, que la
persona estime como vigente la norma anterior. Este tipo de norma tampoco es
coactiva.
Ninguna de las dos normas conlleva una sanción para el caso en que se incumpla,
aunque claramente el Juez será sancionado si le aplica un régimen diverso al bien
en cuestión (por ejemplo, si se le exige las formalidades para vender un inmueble
a un mueble, o si acaso se declara inadmisible una querella por considerar
inmueble un bien mueble objeto de un hurto o robo, entre otros ejemplos).
Así, estos ejemplos llevarían a cuestionar el concepto de Derecho entregado por
Kelsen, pues todas esas normas, que forman parte del ordenamiento jurídico, no
tienen el carácter de coactivo ni son, en el estricto sentido de la palabra, ordenes
de la conducta humana.
Sin embargo, la respuesta a ello es hacer una distinción entre los tipos de normas
existentes, pues habrían normas jurídicas que no son independientes, por lo que
solo tienen sentido en concordancia con otras normas que si son independientes y
coactivas, así, se observará el contenido de la ley interpretada, derogada,
etcétera, teniendo valor en razón de la otra norma jurídica.
A nuestro parecer las críticas a estos dos conceptos son manifiestas, pues la
primera no se refiere a lo que es el Derecho sino que a como se percibe por la
sociedad, es decir, si se obedece la norma o se le cumple, más no su validez (con
ello confunde lo que es la validez y el ser de la norma con la eficacia y aplicación
de la misma).
Una tercera corriente es la visión valórica, donde destacan los conceptos dados
por tres autores: Radbruch, Marx y Von Savigny. El primero sostiene que el
Derecho es “la realidad que tiene el sentido de servir al valor jurídico”, mientras
que el segundo sostiene que es “la voluntad de una clase erigida en la ley”. Von
Savigny, finalmente, ha sostenido que el Derecho es “el producto cultural del
espíritu del pueblo”, resaltando con ello el elemento sociológico aplicado en las
normas como sistema.
Recordemos acá la visión de Karl Marx. Este autor sostiene que el mundo se
afirma sobre la base de una estructura y una superestructura que depende de lo
primero. La estructura siempre ha sido el modelo económico imperante, cuya
constante es la explotación del hombre por el hombre (y que se observaría en todo
el materialismo histórico), y de ella depende la superestructura, incluyendo el
Derecho, la Religión, el Estado, etcétera.
Al igual que los conceptos de Derecho las fuentes tienen variadas acepciones.
Desde una primera perspectiva, se dice que la fuente del Derecho es su
fundamento último, es decir, donde encuentra su justificación máxima. Esta
postura es sostenida principalmente por las corrientes Ius Naturalistas. Así, el
fundamento último del Derecho sería Dios o el orden natural. No obstante, los Ius
Naturalistas no son los únicos que sostienen dicho concepto. Así también lo hacen
los Ius Racionalistas, sosteniendo en este caso que el fundamento último del
Derecho es la naturaleza racional del ser humano.
Para esta última visión la fuente del Derecho es el órgano, autoridad o persona
que crea el Derecho, según normas de competencia. Principalmente sería el
legislador, pero también puede ser el Juez al dictar órdenes judiciales, o incluso
los particulares, al crear costumbre jurídica o bien actos jurídicos, como los
contratos. Esto sería lo que le daría validez a la norma, que es el órgano y
procedimiento establecido por la norma superior, como se explicó.
En primer lugar, las fuerzas políticas, que transforman el poder en Derecho por
conveniencia o por el bien común, se autolimitan o pactan entre grupos opuestos.
Ejemplo de lo anterior se observa en la Carta Magna de 1215, en donde a objeto
de mantener el poder, el monarca le entrega o pacta unas ciertas garantías a sus
ciudadanos, naciendo con ello el llamado habeas corpus (existente hasta el día de
hoy – véase artículo 21 de la Constitución Política de la República de Chile).
Un tercer factor también relevante son las llamadas fuerzas económicas, aspecto
originalmente planteado por Karl Marx pero que tiene una validez considerable,
sea mediante el ejercicio del lobby directo, aun regulado, o bien por la incidencia
de la economía como factor determinante en el debate de las políticas públicas y
las leyes.
Ahora bien, más allá de estas concepciones de fuentes del Derecho y de las
fuentes materiales, lo que nos interesa son las llamadas fuentes formales,
entendiendo por tales a aquellos procedimientos de creación de normas jurídicas y
su modo de exteriorización, es decir, el proceso de creación de la ley, por una
parte, y el texto legal, por la otra.
De esta forma, lo mínimo que hace una Constitución son esas dos cosas: 1)
Establecer o reconocer derechos fundamentales; y 2) Establecer la distribución
equilibrada de funciones.
Por otro lado y volviendo a la premisa inicial, nótese que lo segundo que hace una
Constitución es establecer la distribución equilibrada de funciones. Si se compara
esta frase con lo establecido en el artículo 16 de la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano ya citado, se observará que hay una
diferencia, pues allá se refiere a la separación de poderes.
No obstante, la nomenclatura del principio era errada, pues el poder es solo uno,
sin que pueda dividirse. Este poder recae a su vez en la nación, conforme al
principio de soberanía nacional, mientras que es su ejercicio el que se divide en
diversos órganos. Por ello, resulta más correcto conocer el principio como
separación de funciones.
Ahora bien, la frase que se analiza no dice “separación” sino que “distribución
equilibrada”, lo cual se explica por cuanto los órganos realmente no están
separados tajantemente entre sí, sino que se relacionan y comparten algunas
atribuciones. Así por ejemplo, el Legislativo ejerce funciones jurisdiccionales al
conocer acusaciones constitucionales, mientras que el Poder Judicial ejerce
funciones ejecutivas al dictar sus propios auto acordados y ejercer su
superintendencia correctiva, direccional y económica. Finalmente, el Presidente de
la República es colegislador y además, puede dictar indultos, inmiscuyéndose
válidamente en funciones que estrictamente son judiciales. Por esta razón se
indica distribución equilibrada más no separación. De ahí que el principio ahora se
conozca como distribución equilibrada de funciones.
Ahora bien, el principio en cuestión sería solo una mera declaración sin un órgano
que vele por su cumplimiento efectivo, el cual puede ser un control difuso en todos
los órganos del Estado, o uno concentrado. En el caso de Chile se trata de un
control concentrado o más bien mixto con preeminencia a la concentración, pues
todos los órganos se rigen por la Constitución y ésta tiene vinculación directa,
existiendo varios organismos que ejercen justicia constitucional.
Cabe señalar que en el contexto del debate por una nueva Constitución se está en
discusión tanto los principios como los derechos, la parte orgánica, y
particularmente el rol del Tribunal Constitucional, promoviéndose la eliminación de
su facultad de control preventivo de la ley, pues estaría actuando como una
tercera cámara contra-mayoritaria. No está en debate, en cambio, el principio de
supremacía constitucional, el cual debiera mantenerse.
PRECEPTOS LEGALES:
Este precepto se ha visto como otra definición de ley, aunque ciertamente es más
incompleta, pues solo alude a la generalidad y obligatoriedad de la norma más no
a su vinculación con los principios constitucionales ni la forma de la misma, e
incluso tampoco al fondo, no siendo suficiente la alusión a las bases esenciales de
una sociedad.
En cuanto a las Leyes de Reforma Constitucional debemos señalar que estas son
manifestación del Poder Constituyente Derivado, modificando lo dispuesto en la
Constitución. En efecto, en cuanto al Poder Constituyente, se distinguen dos: uno
originario y otro derivado. El primero (originario) es aquel que crea una nueva
Constitución, como sería el caso de la Convención Constitucional en Chile,
mientras que el segundo (derivado) se trata de aquel poder que modifica la
Constitución ya existente, reformándola.
Ahora bien, este tipo de leyes tienen una segunda diferencia, que es que se
someten al control de constitucionalidad preventivo obligatorio del Tribunal
Constitucional, esto es, que por trámite, el proyecto debe pasar antes de su
publicación y promulgación por el control del Tribunal Constitucional. Esto es así
ya que se busca impedir que, por vía de Ley Interpretativa de la Constitución, ésta
se modifique, burlando con ello los quórums de reforma constitucional, como se
indicó.
En tercer lugar, hay materias que la Constitución señala que son objeto de Leyes
Orgánicas Constitucionales, como son aquellas que en general regulan órganos,
como es la Ley Orgánica Constitucional del Congreso Nacional, de Carabineros,
etcétera. Estas leyes, al ser de mayor importancia que una simple ley, exigen 4/7
de los Senadores y Diputados en ejercicio para su aprobación, modificación o
derogación, pasando también por el control de constitucionalidad preventivo
obligatorio ante el Tribunal Constitucional, en razón de su importancia. Lo que
busca esto es asegurar la estabilidad de las instituciones, exigiendo mayorías más
amplias para modificar estos órganos.
En cuarto lugar se encuentran las Leyes de Quorum Calificado, las cuales exigen
la mayoría absoluta, es decir, 50% + 1 de los Senadores y Diputados en ejercicio,
sin tener control de constitucional preventivo obligatorio sino que eventual y
facultativo, es decir, solo en caso de que surja un conflicto de constitucionalidad y
lo soliciten las partes facultadas para ello por la Constitución.
En todos estos tramites, los proyectos de ley tienen exigencias en cuanto a los
quórums, conforme a la división ya explicada: 2/3, 3/5, 4/7, mayoría absoluta o
mayoría simple, según el tipo de ley de que se trate. Si no se cumple el quorum, el
proyecto es rechazado.
Cabe eso sí precisar que una vez tramitado completamente el proyecto de ley en
el Congreso Nacional, éste puede pasar por el Tribunal Constitucional, debiendo
hacerlo si son leyes orgánicas constitucionales o interpretativas de la Constitución,
o solo pudiendo hacerlo en caso de ser las demás leyes, si así es solicitado por la
autoridad competente y habiendo surgido durante su tramitación un conflicto de
constitucionalidad.
TRATADOS INTERNACIONALES:
En primer lugar, la palabra “acuerdo” excluye el acto unilateral del Estado (que
también es fuente de obligaciones bajo el Derecho Internacional, pero no es
tratado internacional), exigiendo el consentimiento entre dos o más partes. En
segundo lugar, estos acuerdos tienen como sujeto a los Estados, que son quienes
tienen la personalidad jurídica para contraer obligaciones y adquirir derechos. La
Convención exige también una solemnidad, cual es que el tratado internacional
conste por escrito.
Finalmente, esta definición señala que el tratado puede contenerse en uno o más
instrumentos conexos, como por ejemplo, un tratado de fronteras que incluya un
mapa como anexo, y cualquiera sea su denominación particular, lo cual sigue un
aforismo: las cosas son lo que son y no lo que dicen ser, de modo que sea que el
tratado se llame pacto, convención, declaración, tratado, etcétera, si cumple con
los requisitos en cuestión, será considerado tratado y regulado por la Convención
de Viena sobre Derecho de los Tratados de 1969.
Se sostuvo entonces que tendría jerarquía de ley, pero ello invierte el problema,
pues querría decir que el tratado internacional puede modificarse por otra ley,
cuestión que contraviene la Convención de Viena sobre Derecho de los Tratados
de 1969.
Esta disposición provocó un efecto mayor, pues permite sostener que los tratados
de derechos humanos constituían, en conjunto con la Constitución, el bloque de
DDHH, resguardado por la Constitución. De esta forma, si bien la disposición no
resuelve el tema de la jerarquía, configura el bloque de DDHH teniendo un efecto
más positivo que solo haber resuelto la jerarquía.
Con la misma jerarquía de las leyes, encontramos los Decretos con Fuerza de
Ley, que son “actos legislativos del Presidente de la República que regulan
materias propias de ley previa autorización o delegación del Congreso Nacional
dentro de los límites que fija la Constitución”.
Antes de la Constitución de 1980 los Decretos con Fuerza de Ley eran una
práctica no regulada constitucionalmente, pero que se ejercía. La situación
consiste en que el Congreso Nacional le permite al Presidente de la República
dictar decretos que tendrán el valor jurídico de una ley.
Ahora bien, el principio de soberanía nacional implica que ésta es indelegable, por
lo que el Congreso realmente no puede delegar sus facultades en el Presidente de
la República, ni en ningún órgano o persona. Por esta razón es que el término
correcto es “autorizar”, más no “delegar”.
DECRETOS LEYES:
Los Decretos Leyes son “actos legislativos del Presidente de la República que
regulan materias propias de ley durante Gobiernos de facto”, es decir, en
situaciones de quiebre institucional, estando el Congreso Nacional clausurado, las
normas que se dictan, en vez de ser leyes, son Decretos Leyes, para regular
materias propias de ley, por parte del Ejecutivo.
POTESTAD REGLAMENTARIA:
Ésta se define como “la facultad del Presidente de la República para generar
normas jurídicas generales o particulares para regular materias que no sean de
dominio legal o facilitar la adecuada aplicación de las leyes”.
De la definición se desprenden dos clases de potestad reglamentaria: una
autónoma y otra de ejecución. Bajo la potestad reglamentaria autónoma el
Presidente de la República está facultado para dictar normas jurídicas generales
que regulen materias que no sean de dominio legal, vale decir, aquellas que no
estén contenidas en el artículo 63 de la Constitución.
El tercer poder o función del Estado es el Poder Judicial, el cual actúa mediante
dos fuentes jurídicas: Sea mediante auto acordados, o sea mediante sentencias y
resoluciones en general.
Los auto acordados son normas jurídicas generales dictadas por los Tribunales
Superiores de Justicia sobre la manera en que los Tribunales deben proceder en
el conocimiento de acciones y recursos procesales, así como sobre su
funcionamiento interno.
Cuando las sentencias se agrupan por materia y son dictadas principalmente por
los Tribunales Superiores de Justicia, como son las Cortes de Apelaciones y la
Corte Suprema, dicho conjunto de fallos pasan a llamarse jurisprudencia, que son
este conjunto de fallos o decisiones de uno o más tribunales sobre una
determinada materia, en donde idealmente aplican un mismo criterio.
No obstante, este efecto vinculante no está declarado como tal por la ley, y, aun
más, en los diversos estudios jurisprudenciales no siempre se observan criterios
constantes y uniformes de la jurisprudencia para resolver uno u otro asunto. Ello
es tema de debate actual en el mundo académico y político.
COSTUMBRE JURÍDICA:
Hasta el minuto hemos revisado las fuentes jurídicas que emanan de los poderes
públicos, pero el ciudadano también crea normas jurídicas, y lo hace mediante dos
fuentes fundamentalmente: la costumbre jurídica y los actos jurídicos.
Ahora bien, para que dicha costumbre sea jurídica se necesita el elemento
subjetivo, que es la “opinio juris”, es decir, la convicción de que con dicha práctica
se está dando cumplimiento a un imperativo jurídico, es decir, que está
cumpliendo un deber jurídico.
En Chile la costumbre jurídica puede tener tres clases de validez: contra ley, en
silencio de ley o según ley. La costumbre contra ley significa que ésta vale aun si
está en oposición al mandato legal. En Chile esto no tiene cabida, y punto de
ejemplo se observa en el principio de legalidad en materia penal. Conforme al
artículo 19 Nº3 de la Constitución, “ninguna ley podrá establecer penas sin que la
conducta que se sanciona esté expresamente descrita en ella”, es decir, solo es
delito lo que la ley describe como tal, NO se puede crear un delito por ninguna otra
fuente jurídica, ni por costumbre, ni tampoco por algún acto jurídico, e incluso
tampoco por vía de reglamento, sino solo por ley.
Ahora bien, la costumbre jurídica sí tiene valor en otras áreas del Derecho. En
materia comercial, por ejemplo, el artículo 4 del Código de Comercio establece
que “las costumbres mercantiles suplen el silencio de la ley cuando los hechos
que las constituyen son uniformes, públicos, generalmente ejecutados… y
reiterados por un largo espacio de tiempo”. De esta forma, se recoge lo que se
llama la costumbre jurídica en silencio de ley, es decir, que vale en todo lo que la
ley no lo regule expresamente.
Finalmente, en materia civil, el artículo 2 del Código Civil establece que “la
costumbre no constituye Derecho sino en los casos en que la ley se remite a ella”,
es decir, la costumbre jurídica tendrá valor siempre y cuando la ley establezca que
en dicha materia, la costumbre vale.
ACTO JURÍDICO:
Finalmente, la última de las fuentes jurídicas son los actos jurídicos. La doctrina
entiende por tal a “aquel hecho jurídico de la persona, voluntario y licito, con la
intención de generar consecuencias jurídicas”.
Explicando esta definición debemos distinguir dos tipos de hecho: aquel hecho de
la naturaleza y aquel hecho de la persona. Un hecho de la naturaleza por ejemplo
es la caída de una hoja, o la salida del sol, etcétera, mientras que un hecho de la
persona es aquel que es producto de un actuar humano.
Ahora bien, no todo hecho de la persona será jurídico, pues no todo hecho
humano tiene trascendencia jurídica. Será hecho jurídico si el hecho humano
provoca el nacimiento, la modificación o extinción de algún derecho u obligación
jurídica.
Siguiendo con dicho esquema, se debe especificar que el acto jurídico es aquel
hecho jurídico de la persona voluntario y lícito, pues hay hechos jurídicos humanos
que son involuntarios, y otros que son ilícitos. Ejemplo de esto son los delitos y
cuasidelitos civiles, sea que concurran con dolo o con culpa. Estos hechos
generan responsabilidad extracontractual pero no son actos jurídicos, sino que
éstos solo son aquellos lícitos y voluntarios.
Así, un ejemplo de acto jurídico son los contratos, sean estos de donación, de
compra venta, de arrendamiento, mandato, mutuo, comodato, etcétera, como
quien compra un alimento en el quiosco, o arrienda un inmueble, entre otros.
En cuanto a los efectos jurídicos de esta fuente, el artículo 1545 del Código Civil
establece la regla básica: “Todo contrato legalmente celebrado es una ley para los
contratantes y no puede ser invalidado sino por su consentimiento mutuo y por
causas legales”.
Esta disposición establece lo que se llama el principio de pacta sunt servanda, que
se traduce en que “lo pactado obliga”, valiendo como si fuera ley. Ahora bien, los
contratos, al igual que las sentencias, solo valen para las partes que concurren a
su celebración, por regla general. Sin embargo, pese a su efecto relativo, es claro
que los actos jurídicos son también fuente jurídica, encontrándose debajo del resto
de la pirámide normativa desarrollada en el presente texto.