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FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

ESCUELA DE ANTROPOLOGÍA
Reynaldo Antonio Rivas.

[Apuntes de Clases]

El objeto de la ética: ¿De qué se ocupa?

Kant nos ha dejado varios ejemplos didácticos, uno de los cuales puede sernos aquí
de mucha utilidad. Quien vaya a visitar los vestigios de culturas antiguas, nos dice, por
ejemplo las pirámides de Egipto (o, podríamos agregar nosotros, la ciudadela de Machu
Picchu, o la Roma antigua), puede adoptar diferentes perspectivas en su viaje. Puede acudir
interesado en indagar qué recursos tecnológicos utilizaron los egipcios para realizar aquellas
construcciones, qué cálculos hicieron y qué conocimientos poseían para ello; en la medida
en que dirige su atención a examinar los avances en el campo de la explicación tecnológica
de la realidad, diremos, con Kant, que el viajero está adoptando una perspectiva científica.
Pero puede también, naturalmente, prescindir de estas preocupaciones y emprender el viaje
interesado exclusivamente en contemplar la belleza del paisaje y en gozar del espectáculo
que ofrecen las pirámides en aquel entorno; en la medida en que dirige su atención, esta vez,
al goce desinteresado en la contemplación de la belleza, diremos que está adoptando una
perspectiva estética. En fin, también sería posible que el viajero se interesara más bien por
el sufrimiento causado a los esclavos para hacer posibles esas construcciones, o por la
injusticia de las relaciones de poder que permitieron semejante dominación; en la medida en
que dirige así su atención a la valoración del sentido de las relaciones humanas, diremos
ahora que está adoptando una perspectiva ética-moral.

El ejemplo de Kant es claro, aunque, como veremos, deja abiertas aún algunas
interrogantes importantes. La diferencia entre las perspectivas adoptadas por el viajero nos
ofrece una pauta para caracterizar mejor la peculiaridad de los juicios morales. Y lo primero
que aprendemos es que no debemos confundirlos con los juicios científicos ni con los juicios
estéticos. La ciencia se ocupa de la verdad o la falsedad de los conocimientos, y se vale para
ello de una metodología descriptiva o explicativa, que se refiere en última instancia a lo que
es, a la realidad existente. El arte se ocupa de la belleza o la fealdad de la naturaleza o las
creaciones humanas, y se vale para ello de una metodología estéticamente apreciativa, que
se refiere en última instancia al gusto o a la necesidad humana de representarse el mundo. La
ética, en fin, se ocupa de la bondad o la maldad de las acciones humanas, y se vale para ello
de una metodología estrictamente valorativa o prescriptiva, que se refiere en última instancia
a lo que debería ser, a la mejor manera de vivir.

Sobre esta base, digamos entonces que la ética es una concepción valorativa de la
vida. Su peculiaridad reside en el hecho de tratarse de una concepción valorativa, que
pretende decirnos cuál debería ser el orden de prioridades en la organización de la
convivencia humana, es decir, que se propone establecer cuál es la mejor manera de vivir.
No es, pues, una concepción que se restrinja a describir el modo en que los seres humanos
ordenan el mundo; su punto de vista es el del participante en la interacción, no el de un
observador. Tampoco es, en sentido estricto, una concepción estética de la vida, que ponga
la mirada en el goce contemplativo o en la representación original de la experiencia, aunque
más de uno podría pensar que esta sería acaso la mejor manera de vivir. Podría serlo, por
supuesto, pero sería entonces una concepción simultáneamente estética y valorativa en
sentido moral.

Que la ética sea una concepción valorativa de la vida, quiere decir también que ella
ocupa un lugar primordial en nuestra reflexión y en nuestra conducta cotidianas, pues es
evidente que lo que nos sirve de pauta de orientación de todas nuestras acciones va a estar
permanentemente presente en nuestras vidas. Fácilmente podremos constatar esta
aseveración no solo si nos ponemos a pensar en la relevancia que puedan tener, por ejemplo,
nuestros criterios éticos para evaluar la justeza de las leyes, sino también cuando
reflexionamos sobre la importancia relativa que tiene en nuestra vida cotidiana el uso del
lenguaje moral. Si tratáramos de medir cuantitativamente el espacio que los juicios morales
ocupan en nuestro lenguaje por comparación con el lenguaje científico o el lenguaje estético,
es probable que nos sorprenda la notoria preponderancia de los primeros.

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