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El experimento de Milgram
El experimento de Milgram fue llevado a cabo en la universidad de Yale en los años 60. El
objetivo principal de la investigación era averiguar cuánto dolor infligiría un ciudadano
común a otra persona simplemente porque un experimentador le ordenara hacerlo.
La investigación demostró el peligro que encerraba la predisposición de los sujetos a
obedecer y cómo esta actitud llegaba a despojarlos de su conciencia y del sentido de
responsabilidad frente a los actos que cometiran.
El conflicto inherente a la sumisión a la autoridad es viejo. Como ubica Milgram en su texto,
los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son trascendentes en alto grado, pero nos
aclara muy poco en el comportamiento de la mayoría de las personas enfrentadas a
situaciones concretas. De ahí la importancia de la investigación que él propuso realizar con
su experimento.
Las predicciones de los resultados que arrojaría el experimento eran que los sujetos se
negarían a obedecer a la autoridad frente a tales circunstancias. Pero esto fue erróneo dado
que los resultados fueron todo lo contrario. De los 40 sujetos del primer experimento, 25
obedecieron hasta el final de las órdenes del experimentador, castigando a la víctima con la
máxima descarga posible del generador.
En los comienzos mismos del experimento se usaron como sujetos estudiantes de la
Universidad de Yale y aproximadamente el 60% de ellos obedecieron en todo. Luego se
evaluaron a personas de todos los estratos sociales, profesionales, empleados,
trabajadores, obreros, y el resultado del experimento fue el mismo en todos los casos.
Unas de las interpretaciones realizadas respecto a la agresión afirma que todos llevamos
dentro instintos agresivos que pugnan por expresarse y que el experimento sirve para
justificar dentro de un marco institucional dar rienda suelta a estos impulsos, es decir que se
puede considerar que el impulso de dar descargas a la víctima nace de los fuertes instintos
de agresión que forman parte del individuo. Como experimento de legitimidad social a esos
instintos lo que hace es abrirse camino para que eso se manifieste.
Para el autor resultaba de suma importancia comparar la conducta del sujeto cuando está
sometido a órdenes y cuando se le permite elegir la intensidad de las descargas. Para ello
se procedió con un experimento similar al original pero se le advertía al profesor que podía
elegir libremente cualquier nivel de descarga. El resultado mostró que la mayoría de las
personas que hacían de profesores dieron choques muy leves, en general indoloros,
cuando la elección de la intensidad dependía explícitamente del profesor. Esta circunstancia
del experimento quita fuerza a otra explicación que se ha dado a la conducta de los sujetos.
que los autores de realizar las descargas más intensas contra las víctimas proceden de una
minoría marginal de sádicos de la sociedad. Pero, si consideramos que casi ⅔ de los
participantes caen en la categoría de sujetos obedientes y que representaba gente común
extraída de clases trabajadoras, administradoras, profesionales tal argumento resulta
desechable.
Algo fundamental que sitúa el autor es que no se necesita de una persona mala para servir
en un mal sistema. La gente común se integra fácilmente en sistemas malévolos. La
pregunta que se desprende es si podemos evitar de algún modo este potencial aterrador
está fácil aceptación de la autoridad, aún la mal dirigida o la perversa.
Es importante tener presente que el hecho que la obediencia sea muchas veces un
imperativo de la sociedad humana, eso no reduce nuestra responsabilidad como
ciudadanos.