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¿Autonomía o Dependencia?

En el presente escrito nos vamos a trasladar a las costas del Oriente


Próximo para tratar sobre una interesante civilización: los fenicios.
A lo largo de la historia, la civilización fenicia ha sido objeto de
halagos y cuestionamientos. Pero queremos adelantarle al lector que
en nuestro caso no estamos interesados en la creación del alfabeto o
el uso del regateo para las prácticas comerciales, temas que seguro
merecen ser tratados. Lo que a nosotros nos concierne es indagar
como un pueblo dividido en pequeñas ciudades y con la amenaza de
los imperios vecinos logró supervivir y expandirse con miras hacia
Occidente.

¿Ciudades independientes?
Una gran parte de los manuales de historia describen a las ciudades
fenicias como independientes o autónomas. De acuerdo a los registros
documentales, se advierte la presencia de un rey y una asamblea
compuesta por los sufetes, magistrados que actuaban como consejeros
de la realeza. Entre las ciudades fenicias más importantes podemos
citar a Sidón, Biblos, Arwad y Tiro. Mario Liverani sostiene que las
prácticas comerciales fenicias se remontan al Antiguo Testamento
donde se puede constatar las relaciones entre el rey de Tiro, Hiram,
con David y Salomón para proporcionar madera y mano de obra
especializada para la construcción del templo.

Ciudad de Tiro

La política expansionista de los imperios suponía la posibilidad de la


subordinación a cambio del pago de un tributo o la amenaza de
devastación. En este sentido, las ciudades fenicias prefirieron la
primera opción para evitar la invasión y el riesgo de una guerra. Pero
no necesariamente la tributación recayó al conjunto de los fenicios y
tampoco implicó un sometimiento total de las ciudades hacia los reyes
extranjeros. De esta forma, los reyes fenicios firmaron una serie de
acuerdos en materia política y económica con los grandes imperios de
aquel entonces: egipcios, asirios, babilonios y persas. Estos pactos
implicaban el permiso para que las ciudades tuviesen su rey y linaje,
pero a cambio debían permitir una serie de concesiones.

Según la correspondencia de Amarna (región del Antiguo Egipto), las


ciudades fenicias estuvieron bajo la tutela de Egipto en el XV a.C. En
los intercambios epistolares se pueden encontrar los términos de padre
e hijo como sinónimos de superior e inferior. Los relatos de Wen-
Amun, un funcionario real egipcio que concurre a la ciudad de Biblos
para conseguir madera de cedro, muestran como la ciudad fenicia se
proclama como súbdito del dios Amón. Incluso en el mito de Isis y
Osiris, se menciona a Biblos lo cual reflejaría la importancia de las
transacciones comerciales y tributarias para los egipcios. Otro caso
similar fue la ciudad de Sidón, que se convirtió en Estado vasallo egipcio
para controlar la región de Canaán y bloquear las incursiones hititas.

En el caso de los asirios el acuerdo incluía la elección de un funcionario


que era la voz y voto del rey asirio en todas las decisiones
gubernamentales. De hecho, si este dignatario se ausentaba no se
podían celebrar las reuniones del Consejo Real. Estas concesiones se
pueden visualizar en el tratado entre Asarhaddon, rey de Asiria, y Ba
´al, rey de Tiro, entre 675-671 a.C:

El gobernador que he puesto sobre ti (…) los ancianos de tu país en Consejo (…) el
gobernador junto con ellos (…) la palabra de su boca no escucharas sin el
gobernador; los mensajes que yo te mande, no debes abrirlos en ausencia del
gobernador; si el gobernador no estuviera presente, le esperarás para abrir

Si bien el fragmento citado es un ejemplo de subordinación política, a


continuación, mostraremos las ventajas que obtuvieron los
comerciantes o phoinix (de ahí viene el significado de la palabra fenicio)
por la firma del tratado:
Estos son los puertos y las rutas que Asarhaddon, rey de Asiria, ha concedido a Ba
´al, su siervo (…) En todas estas ciudades de Asarhaddon, rey de Asiria, Ba´al y sus
siervos los tirios, la gente de Asarhaddon, rey de Asiria, podrán concurrir. En el
interior de sus naves y en cualquier ciudad de Asarhaddon, rey de Asiria, adonde se
dirijan, sus ciudades, sus aldeas, sus puertos, que en el territorio sean recibidos
amigablemente.

Los babilonios crearon el cargo del Khanunu (jefe comercial) cuyo


origen era fenicio. A través de una subordinación política hacia el
imperio, un sector se beneficiaba económicamente de esta relación
desigual. Por último, los persas mantuvieron la lógica acuerdista que
los imperios predecesores. Además, de mantener las prerrogativas
comerciales, el rey persa se aseguraba de contar con un Estado tapón
donde las actividades de los fenicios le permitían controlar una parte
del Mediterráneo y bloquear la colonización griega en Oriente
Próximo. Es por ello, que los persas colaboraron en el financiamiento
de las empresas comerciales, la expansión de su flota y provisión de
mercenarios como tripulantes.

Los imperios mesopotámicos tuvieron la actitud de preservar la


autonomía y los puertos comerciales siempre que la actividad
redundara en su propio beneficio. Justamente, los imperios se cuidan
demasiado de romper los mecanismos que les proporciona beneficios
y, probablemente, no funcionaría igual con una gestión directa. Como
señala Marisa Ruiz Gálvez-Prieto, la protección imperial produjo el
ascenso y expansión de una “poderosa oligarquía mercantil
independiente de las que apenas el rey era algo más que un
representan político”.

La colonización fenicia
Los acuerdos planteaban la subordinación y la tributación de los
fenicios hacia los imperios. Pero, a cambio, la elite comercial fenicia se
beneficiaba de controlar el flujo comercial entre las regiones orientales
y las occidentales del mundo antiguo conocido. A través de su
intermediación, las clases aristocráticas imperiales recibieron artículos
de lujo como marfiles tallados, madera de cedro y ébano, jarras de oro
y plata que servían para decorar los palacios. Pero uno de los
productos más codiciados eran los tejidos purpura cuyo tinte se obtenía
de la secreción del Muréx, un caracol de las islas del Mar Egeo. El
historiador Teopompo bromeaba que “la púrpura para los tintes valía
su peso en plata en Colofón”.
Para incrementar sus ganancias, los comerciantes fenicios solicitaron a
sus respectivas ciudades-estados la financiación de empresas
comerciales. De esta manera, los barcos mercantes viajaban con tres o
cuatro navíos de guerra tripulados por mercenarios para evitar los
asaltos de parte de los piratas o mejorar la competencia sobre los
griegos en el Mar Mediterráneo. En algunas ocasiones, estos navíos
militares eran provistos por los Imperios como parte de los acuerdos
firmados. Esta forma de organización de los viajes marítimos era
similar al “sistema de flotas y galeones” creado por Felipe II, rey de
España, en 1561. Con el fin de garantizar el tráfico de metales de las
colonias americanas, la Armada española se encargaba de custodiar los
trayectos de sus barcos.

La segunda empresa comercial que financiaron las autoridades de las


ciudades-estados fueron la creación de colonias o factorías en enclaves
estratégicos. Entre las principales colonias se encuentran Cartago
(Tunez), Cirene y Gadir (Cádiz). José Luis Córdoba de la Cruz explica
que la instalación de los fenicios en otras regiones costeras se realizaba
por un “grupo de aristócratas” quienes eran los que emprendían el
negocio. A su vez, ellos se encargaban de “entablar contactos con las
elites y líderes indígenas” que favorecían el intercambio de mercancías.

En relación a la colonización en la península ibérica, en una primera


instancia el contacto con los pueblos originarios tuvo un carácter
comercial y pacífico dado que la subsistencia de los asentamientos
extranjeros necesitaba de los alimentos de los pueblos vecinos como el
reino de Tartesso. La riqueza ganadera de esta monarquía tuvo su
lugar en las leyendas griegas, como el robo del rebaño de ovejas y
vacas de Gerión para que Hércules erigiese las famosas columnas que
dieron origen al actual Estrecho de Gibraltar, y así poder culminar su
décima tarea.

Pero la colonización fenicia del suroeste de la península ibérica se


debía por la riqueza procedente por la plata, oro y hierro de minas
como Guadalquivir, por ejemplo. Esta atracción por los minerales para
satisfacer la demanda de las regiones orientales, convirtió a la región
española en una suerte de El Dorado para los fenicios. Esto implico la
presión de parte de los comerciantes a los funcionarios locales para
incrementar la extracción y producción de metales con motivo del
aumento de la demanda los Estados mesopotámicos. En ocasiones, esta
presión derivó en el uso de la fuerza militar, como fue el caso de la
intervención de los cartagineses en el 500 a.C. En otro caso, se
transformó en el ataque de parte de las tribus ibéricas a las colonias
fenicias. Pero generalmente las elites ibéricas aceptaban la orden y la
ejecutaban a sus respectivos súbditos, porque deseaban seguir gozando
de los artículos de lujo orientales. De lo contrario, parafraseando al
curioso obrero de Bertold Brecht, ¿Quiénes extraían el oro, la plata o el
hierro para que se garantizaran los intercambios comerciales?

¿Quiénes se benefician con los acuerdos?


Los acuerdos entre las ciudades-estados fenicias y los imperios
asiáticos nos permite estudiar y comprender la complejidad de este
vínculo. Como pudimos ver, la relación permitió la tributación y
pérdida de la soberanía por parte de los fenicios frente al poderío
militar de egipcios, asirios, babilonios y persas. Pero, al mismo tiempo,
favoreció el ascenso y la consolidación de una oligarquía compuesta
por comerciantes y artesanos que se beneficiaron con su rol de
intermediación comercial. Así, pudieron expandirse hacia Occidente
fundando colonias o factorías e, incluso, imponer pautas monopólicas
como la producción de los tejidos purpura.

Por lo tanto, la autonomía relativa de los fenicios nos abre la puerta


para profundizar el estudio de fenómenos contemporáneos como el
vínculo entre las potencias económicas imperialistas y los estados
semicoloniales en el Siglo XX. El 1 de mayo de 1933, en Argentina se
celebró un acuerdo comercial y bilateral entre Argentina e Inglaterra
popularmente conocido como el pacto Roca-Runciman en referencia al
vicepresidente de la nación argentina y el encargado de negocios
británico. El acuerdo generó un escándalo político por los beneficios
obtenidos a los ingleses como su intromisión en el Banco Central y el
transporte argentino y la liberación de aranceles al carbón. A cambio,
se establecía una cuota de exportación para las carnes argentinas que
permitiría favorecer a los grandes grupos ganaderos. Luego de la firma
del pacto, el vicepresidente, Julio Argentino Roca (hijo), declaró:
“Argentina por su independencia recíproca es desde el punto de vista
económico una parte integrante del Imperio británico”.

A principios de la década del noventa, un discurso polémico a cargo


Guido Di Tella, el Canciller durante la presidencia de Carlos Saúl
Menem, buscó demostrar el alineamiento de Argentina con los Estados
Unidos:

Nosotros queremos pertenecer al Club de Occidente. Yo quiero tener una relación cordial
con los Estados Unidos y no queremos un amor platónico. Nosotros queremos un amor
carnal con Estados, nos interesa porque podemos sacar un beneficio

Fenicia-Asiria…Argentina-Estados Unidos…

Nos vemos pronto……

Léase
Liverani, Mario. (2012). El Antiguo Oriente, Historia, sociedad y economía. Editorial
Crítica.
Ruiz-Gálvez Priego, Marisa. (2013). Con el fenicio en los talones. Los inicios de la Edad
del Hierro en la cuenca del Mediterráneo, Editorial Bellaterra.

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