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Articulo N°1

Fallo histórico: en Italia, robar por hambre no es delito


3 DE MAYO 2016 - 17:51 Un joven ucraniano fue absuelto en una causa iniciada luego de que se
sorprendiera robando queso y salchichas en un supermercado. Los jueces explicaron que no se puede
castigar a quien, empujado por la necesidad, roba pequeñas cantidades de comida.
En lo que se trató de un fallo histórico, un tribunal italiano absolvió a un joven que había robado comida en
un supermercado porque consideró que "robar por hambre no es delito".
El Tribunal Supremo italiano anuló la condena por robo que había impuesto el Tribunal de apelación de
Génova a un joven ucraniano sin trabajo, indigente y sin hogar.
El hecho ocurrió en 2011, cuando Roman Ostriakov fue sorprendido en un supermercado de Génova
robando un trozo de queso y un paquete de salchichas wurstel por un valor total de 4,07 euros.
El joven solo había pagado un paquete de colines, escondiendo lo que había robado. Pero fue retenido antes
de salir del supermercado Ecom.
En un primer momento, un tribunal de Génova lo condenó a una pena de prisión de seis meses, quedando
en libertad condicional con la obligación de pagar una multa de 100 euros. Esa sentencia fue confirmada
posteriormente en el Tribunal de apelación, con seis meses de cárcel y elevando la multa a 160 euros.
Cinco años más tarde, llegó la decisión del Tribunal Supremo: "El hecho no constituye delito", es decir, no se
trató de un robo, sino de hambre.
En su resolución, los jueces explicaron que no se puede castigar a quien, empujado por la necesidad, roba en
el supermercado pequeñas cantidades de comida: "La condición del imputado y las circunstancias en que se
produjo la incautación del queso y las salchichas demuestran que él se hizo con ese poco alimento para
hacer frente a la imprescindible exigencia de alimentarse, actuando, por tanto, en estado de necesidad",
argumentaron.

Articulo N°2
Luego del triple crimen de Cipolletti. La pena de muerte, centro del debate
Granillo Ocampo la impulsa, mientras que Corach y Duhalde se mostraron más cautos; Ruckauf la

rechaza totalmente.

El ministro de Justicia, Raúl Granillo Ocampo, reabrió un debate tantas veces postergado y que suele
instalarse en la sociedad cada vez que se produce un hecho que causa conmoción e indignación: el de la
pena de muerte.
El crimen de tres jóvenes ocurrido en Cipolletti días atrás tuvo todos los condimentos como para azuzar un
fuego que no se apaga.
Es cierto que Granillo Ocampo hizo punta esta vez con la sugerencia de pedir la pena de muerte para los
asesinos de Cipolletti. Pero había sido el mismísimo presidente Carlos Menem quien diera el primer paso
cuando, de la mano de la ya fallecida diputada nacional Yorga Salomón, presentó un proyecto de ley para
que se impusiera la pena capital en casos de secuestros seguidos de muerte.
Menem sufrió en aquella oportunidad un revés, ya que el tema nunca se trató en el Congreso porque, entre
otras cuestiones, contenía "errores de forma". A su vez, cuando se reformó la Constitución nacional, en
1994, la Argentina adhirió al Pacto de San José de Costa Rica, que impide de plano cualquier posibilidad de
instalación de la pena de muerte.
Esto no detuvo al Presidente, que amplió su convicción a los casos de crímenes en los que hubiera
intervención del narcotráfico y el terrorismo. Basta recordar el énfasis puesto por Menem al recibir la noticia
del crimen del hijo de su amigo, el gremialista Diego Ibánez.
Gabinete fiel
Sin embargo, ayer, en el seno del gabinete, no se acallaron las voces en favor de una excepción para los
criminales de Cipolletti. El que secundó a Granillo Ocampo fue Carlos Corach, ministro del Interior.
Señaló la necesidad de analizar "con extremo cuidado" la posibilidad de instalar la pena capital. "La pena de
muerte es un reclamo de una parte de la sociedad que se siente agredida por la delincuencia de una manera
sádica y feroz", dijo.
En la otra vereda, con la costumbre de quien se planta en contra de las opiniones de los funcionarios
menemistas, se instaló el vicepresidente Carlos Ruckauf.
Justificó su oposición al considerar que, de existir un "error judicial" en la condena, "ya no hay forma" de
solucionarlo una vez aplicada esa sanción.
Insistió Ruckauf con que en "una sociedad imperfecta como la de los seres humanos es preferible imponer
reclusión perpetua", la que permite hacer una modificación si se descubre un error". Coincidió así con los
juristas consultados por La Nación  .
El gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, utilizó el sentido común a la hora de hacer pública su
opinión. Consideró, palabras más, palabras menos, que cuando una sociedad se siente amenazada no debe
dejar de debatir temas como éste.
Se mostró en favor de que se generen instrumentos que lleven a la gente la sensación de tranquilidad y
seguridad que merece.
Desde el alma
Más allá de los reclamos de los políticos, de los funcionarios y de los juristas, se hizo oír en pleno sepelio la
voz de los padres de las víctimas. Ellos fueron descarnados.
Juan Villar, padre de Verónica (22), opinó que la pena de muerte sería el castigo más adecuado para los
asesinos de su hija. "En casos como éste no se merecen otra pena. El que a hierro mata, a hierro muere",
lanzó desde el fondo de su alma.
Del significado de esa frase pareció tomarse la diputada neuquina Norma Miralles (PJ) para plantear su
proyecto de someter a tormentos antes de ajusticiarlos a los delincuentes que hayan cometido crímenes
aberrantes. No prosperó.
En tanto, la Iglesia señaló que la última versión del Catecismo aprobada hace dos meses por el Papa marca
como "muy raros, por no decir prácticamente inexistentes, los casos de absoluta necesidad de supresión del
reo".
El documento recuerda que en el pasado la Iglesia no excluyó este castigo siempre que fuera "el único
camino posible para defender las vidas de seres humanos de un agresor".
Los hombres del Derecho se oponen
 1)¿Qué opina de la pena de muerte? ¿Sirve para disminuir el índice de criminalidad?
 2)¿Es benévola la legislación penal de menores?
 Jorge Bacqué, ex ministro de la Corte Suprema y actual presidente del Colegio Público de Abogados.
1) No soy partidario de la pena de muerte, en primer lugar por razones morales. El derecho a la vida es el
único que no se puede reglamentar, no se puede dar más o menos vida a nadie. A un hombre a quien
matan, y después se descubre que es inocente, nadie lo puede resucitar. A un preso, si se descubre su
inocencia, se lo puede liberar, indemnizar y hasta pedirle perdón.
En segundo lugar, creo que hay impedimentos jurídicos para establecer la pena de muerte en nuestro país.
La Argentina está obligada a respetar el Pacto de San José de Costa Rica y para incorporar la pena capital
habría que denunciar el pacto y hacer una reforma constitucional.
2) Me parece que la legislación de menores no es débil, de ninguna manera. Más bien lo que se prueba en el
caso de Cipolletti es que la pena no ha sido lo indicado para evitar la violencia. Haría falta una verdadera
reeducación de todas las personas que delinquen.
 Alejandro Carrió, presidente de la Asociación por los Derechos Civiles.
1) Me opongo a la pena capital. No conozco estudios serios en nuestro país sobre la influencia de la pena de
muerte en la reducción de la criminalidad o la violencia.
Sí sé que los estudios de ese tipo realizados en los Estados Unidos demuestran que no tiene real efecto
disuasivo en los criminales.
Sobre la base de esa objetable utilidad, pienso que la decisión de privar a una persona de su vida es
demasiado seria, y claramente irreversible, como para dejarla en manos de los hombres.
2) Creo que, más que benévola, la legislación penal de menores tiene una inspiración realista. Está basada
en conocer lo dañino que es para cualquier menor su encarcelamiento. Creo que por eso se les ofrece a los
menores distintas alternativas para recuperar la libertad en menor tiempo que el que le correspondería a un
condenado mayor de edad.
 Roberto Durrieu, director del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires.
1) En términos generales, la pena de muerte no sólo no sirve para disminuir la delincuencia, sino que parece
absolutamente improcedente cuando se puede salvaguardar a la sociedad aplicando la pena de prisión. O
sea que la pena de muerte sólo se justifica cuando la pena de prisión no evita que se sigan cometiendo
gravísimos delitos contra la sociedad, como por ejemplo el narcotráfico internacional y el terrorismo. Incluso
la Iglesia Católica admite para estos casos excepcionales la pena capital.
2) Creo que la legislación penal de menores es benévola porque establece una edad de inimputabilidad que
para algunos delitos alcanza a los menores que no han cumplido 18 años y son mayores de 16. También en
el régimen general, establecido desde los 16 años para abajo, me parece que la edad es alta, porque
modernamente parecería que la madurez para cometer delitos graves se alcanza a los 14 años, como
establecía en otra época nuestra legislación.
 Andrés D´Alessio, ex camarista federal y actual decano de la Facultad de Derecho de la UBA.
1) Nunca a lo largo de la historia la pena de muerte ha disminuido el índice de criminalidad. Ni siquiera en
los Estados Unidos, donde se ha restablecido sin haber bajado la criminalidad y la inseguridad ciudadana. El
pedido por la pena de muerte es una reacción primaria explicable en la gente ante el horror de hechos como
el de Cipolletti, pero, en boca de autoridades públicas, sólo importa un acto de demagogia.
2) La ineficacia de la legislación de menores no proviene de que sea benévola o severa, se debe a que no
cumple ninguno de los fines para los cuales ha sido establecida. Todos sabemos que los institutos de
rehabilitación no funcionan como tales, sino que son verdaderos depósitos de niños y jóvenes a los que,
lejos de educar para que sean ciudadanos útiles, se los prepara para la delincuencia más grave.
Creo que lo que debería provocar una ola de indignación es ese funcionamiento inaceptable de los institutos
y no sus consecuencias .

Articulo N°3

Algunos hitos en la clonación de mamíferos

La confesión de Barbra Streisand de que ha clonado dos veces a su perra Samantha –fallecida el año pasado– y
dos de sus actuales animales de compañía, Miss Scarlett y Miss Violet, son copias exactas de ella, ha reabierto
el debate sobre la clonación de animales y sus implicaciones sociales, éticas y morales. Las posiciones oscilan
entre quienes consideran una frivolidad recurrir a una técnica tan compleja y cara sólo por seguir disfrutando
de la compañía de una mascota –término que rechazan las organizaciones de defensa de los animales por
llevar implícita la cosificación y sometimiento de los animales no humanos– hasta quienes lo consideran
inmoral.
Fabiola Leyton, investigadora del Observatorio de Bioética y Derecho de la UB, es categórica: “Entendiendo que
los animales no humanos son seres sintientes, únicos en su complejidad genética, fisiológica, psicológica y
psíquica, no es ético clonarlos, bajo ningún punto de vista”.
Y explica que se utilizan y sacrifican muchos animales buscando la eficacia de la técnica y quienes promueven la
clonación de animales de compañía no buscan sino su propio negocio a costa de la manipulación sentimental
de personas dispuestas a pagar por “un doble” de un animal que fue emocionalmente significativo para ellos.
“Se trata de un negocio que mercantiliza a los animales como fetiches con un valor emocional que se
superpone a su valor como individuos únicos y diferentes”, dice Leyton.
La codirectora del Centro de Estudios de Ética Animal (Center for Animal Ethics) de la UPF, Núria Almiron,
afirma que “la clonación en sí no la considero ni ética ni no ética, pero mi opinión varía en lo respectivo a qué o
quién clonamos; clonar una célula para hacer un experimento in vitro no me parece problemático, pero clonar
a un ser vivo sintiente me parece no sólo problemático sino inmoral”. Y subraya que le parece inmoral clonar
cualquier animal, sea de compañía, explotado en granja o de la especie que sea “por la misma razón que me
parece inmoral clonar en el caso de humanos”. Almiron considera que clonar es una forma de experimentar,
“dado que traemos al mundo un ser vivo de forma artificial sin conocer ni controlar todas las consecuencias
que ello comporta y a su propio riesgo, pues es al ser vivo clonado a quien corresponderá vivir luego con su
realidad”.
La investigadora Anna Veiga, directora del Banco de Líneas Celulares del Centro de Medicina Regenerativa de
Barcelona (CMRB) no comparte esta visión. Opina que el alcance ético de la clonación de animales de
compañía es muy limitado y no suscita la controversia que levanta la clonación de personas o de especies más
próximas al ser humano. No obstante, califica de “frivolidad” que se recurra a una técnica como la clonación
para una finalidad “lúdico-festiva” y considera que desde el punto de vista científico la clonación de animales sí
puede justificarse para perpetuar animales en vías de extinción o en caso de especies muy valiosas que no se
consigue que se reproduzcan.
También la presidenta de la comisión de protección de los derechos de los animales del Col·legi de l’Advocacia
de Barcelona, Magda Oranich, asegura que la clonación de animales sólo tiene sentido “de forma controlada”,
para ayudar a la preservación de especies en peligro de extinción o por razones científicas. En cambio, rechaza
que se utilice “porque te haga ilusión tener un animal parecido a otro que querías mucho”, y subraya que esta
práctica también puede cuestionarse desde el punto de vista ético “cuando hay tantos animales abandonados
para acoger y adoptar”.
En una línea muy similar se expresa la presidenta del Partido Animalista (Pacma), Silvia Barquero. “Nosotros
nos oponemos a la experimentación animal porque perjudica a los animales; en el caso de la clonación, si no se
hace con la intención de usar a los animales para beneficio de terceros, no vemos que haya perjuicio para el
individuo en sí, pero sí vemos controversia ética porque cada año se sacrifican cientos de miles de animales por
falta de políticas de adopción, de modo que quien se plantea clonar a un animal porque le tenía cariño sería
mejor que adoptara y salvara la vida a otro que tiene fecha de sacrificio”, dice.
Desde el Observatorio de Bioética y Derecho de la UB, Leyton cuestiona incluso la clonación de animales en
peligro de extinción. “Antes de crear animales deberíamos preguntarnos por las condiciones que llevaron a su
desaparición y si seríamos capaces de revertirlas para asegurar su supervivencia”. Y agrega que la cuestión de
la clonación plantea preguntas incómodas, como si es éticamente aceptable todo aquello que es técnicamente
posible o por qué el ser humano aprecia a los animales que quiere clonar. En su opinión, las personas quieren
repetir un animal porque les resulta útil de forma real (en el caso de animales clonados por su carne) o
simbólica (por el apoyo emocional que les da). “Pareciera que no queremos a los animales por su
individualidad sino por lo que simbolizan para nosotros”, dice.
A este respecto, Silvia Barquero enfatiza que no tiene sentido clonar a los animales de compañía para tener
uno idéntico a otro “porque los animales, como individuos, son insustituibles, y no se van a repetir las
experiencias que tenías con uno aunque tengas otro aparentemente idéntico a él”. Y la codirectora del Centro
de Estudios de Ética Animal recalca que el interés por clonar animales domésticos “dice mucho del grado de
cosificación que tienen los animales de compañía para muchas personas, que creen que pueden tener una
versión igual de ellos, como si de reponer un objeto roto se tratara”. Y apostilla que querer “repetir” al animal
de compañía que se ha perdido “supone una negación de una pérdida natural, una negación de la muerte y sus
consecuencias (la pérdida de un ser querido) que deberíamos afrontar para superar, en lugar de eludir”.
Las empresas que se dedican comercialmente a la clonación de perros y gatos ya advierten que los nuevos
individuos no tienen el mismo carácter ni comportamiento que sus modelos, sólo su aspecto.

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