Está en la página 1de 10

CAPÍTULO 3: DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN

Las democracias modernas, surgidas tras la "ruptura moderna" del antiguo orden, difieren de la
democracia clásica griega. Estas democracias indirectas garantizan derechos y libertades para todos los
ciudadanos, quienes eligen periódicamente a sus gobernantes mediante elecciones inclusivas, libres y
competitivas. A diferencia de la democracia clásica, que enfatizaba el autogobierno, las democracias
modernas se basan en la representación política, prohibiendo el autogobierno como medio de acceso al
poder, como se refleja en la Constitución Nacional. Se abandonan la Asamblea y el sorteo como pilares
centrales, siendo reemplazados por partidos políticos y elecciones periódicas, lo que marca la transición
de la participación directa a la representación como concepto central en la legitimación política.

EL CAMINO HACIA LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA

EL MUNDO CLÁSICO

La política surge en la Grecia clásica como una construcción histórica que separa lo político de la religión
y lo vincula a la capacidad de acción de los hombres. Esta primera secularización ocurre cuando los
hombres reconocen su responsabilidad en los resultados de sus acciones de gobierno. A partir de
entonces, se busca establecer mecanismos institucionales para mejorar estos resultados. Así, las polis
griegas se convierten en un notable laboratorio de diversas formas de gobierno.

Para los clásicos, el ser humano era inherentemente político y la política era su esencia, no solo una
parte de la vida. Vivían en comunión en la polis, donde no existía el individuo como lo entendemos hoy ni
partes separadas en la sociedad. La totalidad de la polis se consideraba un organismo vivo con una
evolución natural y orientada hacia valores, independiente de las necesidades de las partes. La
concepción griega de la vida hacía de la polis la unidad fundamental y completa de la existencia, sin que lo
político estuviera subordinado a lo social, ya que ambos términos se entrelazaban y significaban lo
mismo.

En la polis, la política era de suma importancia para los antiguos griegos, ya que consideraban que a
través de la participación política el hombre alcanzaba su plenitud al volverse público. Una polis justa
reflejaba la armonía del cosmos y no diferenciaba entre lo público y lo privado, ya que ambas esferas
estaban en sintonía. La sociedad no se basaba en la utilidad o conveniencia, sino en el deseo de vivir bien
y lograr una vida perfecta y autárquica.

La gobernabilidad de las polis variaba, con énfasis en la democracia. Para los griegos, la democracia
implicaba la igualdad de todos los ciudadanos en la toma de decisiones colectivas, basándose en el
autogobierno del pueblo. Sin embargo, este "todos" excluía a las personas consideradas "desiguales" por
naturaleza, como mujeres, esclavos y extranjeros.

En la concepción clásica de la democracia, la verdadera libertad se alcanzaba cuando cada individuo se


autogobernaba, estableciendo sus propias normas (autonomía). La igualdad de todos los ciudadanos, sin
importar sus capacidades personales o recursos económicos, era fundamental en esta democracia. La
igualdad y la libertad estaban interconectadas. La democracia ateniense se caracterizaba por la asamblea
ciudadana, que permitía la participación directa y la igualdad en la toma de decisiones, respaldada por el
principio de isegoría (igualdad de derecho a hablar). Sin embargo, también existían otras instituciones,
como magistraturas, el consejo y tribunales, que no involucraban a todos los ciudadanos y, por lo tanto,
no representaban al demos (el pueblo).

1
Las instituciones de la democracia griega

En la democracia griega, la asamblea era la institución principal donde todos los ciudadanos de la
polis participaban en la toma de decisiones políticas. Sin embargo, había otras instituciones, como las
magistraturas, el consejo y los tribunales, en las cuales solo un pequeño grupo seleccionado por
sorteo tenía participación. Las magistraturas tenían diversas funciones, como convocar y presidir los
tribunales, realizar investigaciones previas a juicios y ejecutar las decisiones de los tribunales. El
consejo desempeñaba un papel crucial al establecer la agenda para la asamblea y llevar a cabo sus
decisiones. Los tribunales se encargaban de revisar la legalidad de las decisiones tomadas por la
asamblea.

En la democracia griega, la igualdad en las instituciones se garantizaba mediante el sorteo, lo que daba a
todos los ciudadanos igual probabilidad de ocupar cargos públicos, ya fueran gobernantes o gobernados.
El sorteo era central en la democracia clásica, promoviendo la rotación de cargos, desconfianza en la
política como una profesión y el igual derecho a participar en asuntos públicos.

Es importante destacar que la democracia no surgió de la concepción de un pensador, sino que


evolucionó colectivamente en la dinámica política. Los filósofos de la época, como Sócrates y Platón, eran
críticos de la democracia, preferían un gobierno de los mejores o una aristocracia basada en la sabiduría.
Aristóteles propuso una mezcla de oligarquía y democracia llamada politeia. Estas ideas influyeron en la
Roma Republicana y continuaron en algunas instituciones a lo largo de la historia, aunque se silenciaron
durante el Imperio.

LA EDAD MEDIA

Durante la Edad Media, la política sufrió un cambio drástico en comparación con la antigua Grecia. San
Agustín y otros teóricos medievales enfatizaron la salvación individual de las almas como el máximo
objetivo, relegando la política a un ámbito apolítico y privado. La política perdió su carácter positivo y se
convirtió en una consecuencia del pecado original, determinada por el plan divino de Dios, en contraste
con el mundo clásico donde los humanos podían influir en su estructura política.

A pesar de esta transformación, el cristianismo tenía un mensaje igualitario que, aunque se realizaba
plenamente en el más allá, influía en la tierra al someter a las autoridades políticas a un principio
superior. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, abogaba por la obediencia de los gobernantes al bien
común y la Ley Natural, justificando la resistencia frente a la tiranía.

En la Edad Media, la Iglesia desempeñó un papel crucial al proporcionar sentido a una sociedad
desgarrada por la violencia y la caída de la civilización clásica. Como resultado, la política se alejó de la
vida de los ciudadanos y se resolvía de manera secreta y exclusiva para unos pocos tras muros opacos.

HOBBES Y LA MODERNIDAD

El proceso que llevó a la modernidad se caracterizó por una creciente racionalización de todos los
aspectos de la sociedad, con un énfasis en las formas de actuación "racionales". En la modernidad, la
sociedad reemplazó a la comunidad, y se concibió como un núcleo central estructurado por relaciones
artificiales de jerarquía, en lugar de naturales. Esto planteó la cuestión fundamental de cómo
fundamentar el orden social y la obligación política, dado que el orden ya no se consideraba un designio
divino, sino una creación voluntaria de los seres humanos.

Una solución lógica fue la democracia en el sentido clásico, con una ciudadanía extendida a todos los
individuos, como propuso Rousseau. Según su visión, el único poder legítimo sería aquel que no
restringiera la libertad individual, permitiendo que al obedecer al poder soberano, uno se obedeciera a sí
mismo. Esta idea dio lugar a la noción de la "voluntad general", que influyó significativamente en la
Revolución Francesa.
Thomas Hobbes introdujo el concepto de representación política individual, detallando su significado en el
capítulo XVI de su libro Leviatán. Según esta noción, alguien puede hacer presente a otro en un lugar en
el que no está, actuando como su representante. En este proceso, el representante sustituye y encarna al
representado. Para Hobbes, salir del estado de naturaleza hacia la instauración de una autoridad
soberana requiere que todos acepten limitarse según la segunda ley de la naturaleza, renunciando a
ciertas facultades en busca de la paz, siempre y cuando los demás también lo hagan. Sin embargo, esto
solo tiene sentido si existe un individuo, el soberano, que no se autolimite y no forme parte del pacto. Este
soberano no está sujeto a las limitaciones de los demás y puede situarse por encima de ellos. Representa
la persona y juicio de los súbditos, quienes reconocen ser autores de las acciones de sus representantes.
Este acto de constitución da origen al estado, entendido como una entidad formada por la voluntad de
individuos libres y racionales. Hobbes establece tres estadios en la relación entre el estado y los
individuos: la etapa previa en estado de naturaleza, el pacto voluntario y la formación del estado. La teoría
de la representación individual de Hobbes se convirtió en la base del pensamiento político moderno, al
proporcionar una justificación para la obligación política independiente de la voluntad divina. La mayoría
de los estados en la actualidad se presentan como gobiernos representativos.

DESPUÉS DE HOBBES, LA REPRESENTACIÓN MODERNA

La idea de representación política

El concepto de representación, después de ser propuesto por Hobbes, adquirió múltiples significados
variados y contradictorios, dependiendo del contexto. Se pueden identificar tres acepciones principales.
En primer lugar, está la representación sociológica, que implica una relación de similitud entre el
representante y el representado. Luego, se encuentra la representación como delegación, derivada del
derecho privado romano, donde un representante asume el papel de defender a un individuo frente a una
corte. Por último, está la representación como responsabilidad, que se refiere a la idea de que los
representantes deben "responder" a sus representados.

Estas dos formas de representación se relacionan con dos tipos de relación entre representantes y
representados: el mandato imperativo, donde el representante transmite instrucciones precisas de sus
principales, y la independencia, donde el representante toma decisiones en beneficio de sus principales
como un experto fiduciario.

El mandato imperativo estuvo presente en los estados estamentales y órdenes políticos feudales en
Europa desde el siglo XIII. Esto se reflejó en los parlamentos medievales, que representaban los
intereses de la nobleza, el clero y la burguesía a través de representantes personales o fiduciarios. Estos
parlamentos marcaron el inicio de la representación política moderna que surgió en Europa y Estados
Unidos entre los siglos XVIII y mediados del XIX. En contraste, la independencia está asociada con la
representación política moderna, cuyo origen se encuentra principalmente en la Revolución Francesa. La
Constitución de 1791 marcó un cambio importante al rechazar el mandato imperativo y afirmar la
supremacía de la nación sobre los intereses individuales.

La representación premoderna estaba ligada a grupos específicos o intereses particulares. Sin embargo,
la transición hacia la representación moderna implicó la idea de representar todos los intereses, incluso
aquellos que no estaban organizados. Según Sartori, este cambio histórico en la representación se debió
al creciente poder del parlamento, que no solo representaba los intereses ciudadanos, sino que también
se convirtió en un órgano soberano con capacidad de gobierno. Esto significa que el parlamento, al ser un
órgano del Estado con la intención de representar a la nación, requirió un mayor grado de autonomía.

3
Representación de intereses: el modelo pluralista y el modelo corporativo

Se pueden distinguir dos formas de organización y representación de intereses: el pluralismo, que


implica un bajo nivel de agregación de intereses con múltiples asociaciones compitiendo entre sí, y el
corporativismo, que involucra un alto nivel de agregación de intereses con un número limitado de
asociaciones obligatorias. El corporativismo se divide en dos tipos según Schmitter (1992): el
corporativismo estatal, donde el estado organiza los sectores sociales, y el corporativismo social o
neocorporativismo, donde la sociedad civil tiene un alto nivel de autonomía en la negociación y toma
de decisiones, con el reconocimiento del estado a las organizaciones. El corporativismo estatal se
asocia con regímenes autoritarios como el fascismo en Italia, mientras que el corporativismo social
complementa la representación partidaria en los regímenes democráticos.

La representación política, según Cotta, es una relación estable entre ciudadanos y gobernantes que
autoriza a estos últimos a gobernar en nombre y en interés de los primeros, estando sujetos a
responsabilidad política a través de mecanismos electorales. Esto no implica una brecha máxima entre
representante y representado, ni una completa superposición de ambos, sino que se sitúa en un punto
intermedio entre el mandato y la independencia. A pesar de que Manin destaca la prohibición del mandato
imperativo en el gobierno representativo, se olvida de la importancia de la promesa vinculante en la
legitimación de la elección representativa y, por ende, en la fundamentación de la obligación política. Así,
el mandato imperativo, como promesa, ha tenido un papel central en el imaginario político, siendo común
evaluar a los gobernantes en base a si cumplieron o traicionaron su mandato. La representación es un
concepto complejo y cambiante, con múltiples significados, y no puede reducirse a una única
interpretación.

La democracia representativa

La representación política, que implica que el representante actúe en nombre y en interés de aquellos a
quienes representa, es el eje central de la democracia representativa. Este modelo democrático, una
característica de la modernidad, se basa en la elección de representantes encargados de tomar
decisiones que afectan a toda la ciudadanía. Surgió en contraposición a la forma directa de democracia,
donde todos los ciudadanos participan en la toma de decisiones. Los fundadores de la democracia
representativa en Occidente, como Hamilton, Madison y Jay, se preocupaban por el peligro del partidismo
en las democracias directas, lo que podía llevar a la inestabilidad y a la vulneración de la seguridad de la
población. Por eso, optaron por una forma diferente de democracia, la república, que se basa en un
sistema de representación y delega el gobierno en un pequeño grupo de ciudadanos elegidos por el resto.
Esta república, al ser representativa, podía abarcar a más ciudadanos y un territorio más extenso,
permitiendo la diversidad de partidos e intereses y evitando la opresión de una facción. La democracia
representativa llevó a una progresiva expansión de la ciudadanía, donde el gobierno del pueblo se hizo
posible a través de representantes elegidos por voto.

La diferencia fundamental entre la democracia directa y la democracia representativa no se encuentra


únicamente en la presencia o ausencia de representantes, sino en el método de selección de estos
representantes. En la democracia directa griega, los representantes eran seleccionados mediante sorteo,
mientras que en la democracia representativa moderna, son elegidos a través de elecciones. Esta
distinción en el método de selección es esencial, ya que la igualdad política es un principio fundamental.

La democracia representativa moderna, a menudo denominada como "gobierno electoral representativo,"


es significativamente diferente de la democracia en su sentido original, como se practicaba en la antigua
Grecia. La participación política en la democracia moderna está mediada por partidos políticos y es muy
distinta de la reunión directa de todos los ciudadanos en una asamblea griega. Los estados modernos no
son la continuidad de los principios antiguos, sino que representan una forma particular de gobierno
caracterizada por la realización de elecciones para designar a los representantes encargados de tomar
decisiones en cuestiones públicas.

La democracia representativa, con un enfoque en el papel de las elecciones, fue desarrollada por
Schumpeter, quien cuestionó la noción de un bien común y una voluntad general, argumentando que la
voluntad del pueblo es un producto fabricado en el proceso político. Según Schumpeter, la democracia es
un arreglo institucional en el que los individuos compiten por el voto del pueblo para tomar decisiones
políticas. Los líderes políticos desempeñan un papel crucial en la construcción de estas voluntades
políticas al competir por los votos de los ciudadanos.

Robert Dahl, por otro lado, se centró en los grupos de interés en lugar de los líderes políticos y
argumentó que los principios y prácticas democráticas eran incompatibles con los grandes estados
nacionales. Esto llevó a la formación de la democracia representativa o "poliarquía". Dahl destacó dos
componentes esenciales de la poliarquía: elecciones limpias y ciertas libertades políticas primarias, como
la libertad de expresión y el derecho a formar asociaciones. La poliarquía se diferencia significativamente
de la democracia directa de las polis griegas y se caracteriza por la representación a través de
elecciones periódicas y la participación de partidos políticos en lugar de asambleas y sorteos.

LOS MODELOS DE REPRESENTACIÓN POLÍTICA: PARTIDOS Y ELECCIONES

La transformación de la concepción del orden social y político desde la antigüedad hasta la sociedad
moderna y el gobierno representativo se ha destacado en la primera parte de este capítulo. Ahora, es
crucial comprender los instrumentos efectivos de la representación en la era moderna.

La sociedad moderna se caracterizó por la fragmentación pero no la desarticulación. La pérdida del


"interés de todos" en la antigüedad no condujo a una guerra de intereses antagónicos en la sociedad
moderna. En cambio, la sociedad moderna se dividió en diferentes partes o sectores políticamente
organizados. La existencia de diversos agentes sociales, conocidos como clases, se definió en función de
la búsqueda de intereses propios, que se percibían como centrales en una coyuntura particular.

Para que la idea de representación funcione, se requieren dos condiciones: gobiernos representativos y
sociedades representables. Las sociedades históricas posteriores a la revolución industrial se
organizaron en grupos en función de sus intereses. La representación se hizo posible porque los
individuos se identificaban con una parte de la sociedad y se sentían representados por un partido
político. Por lo tanto, la materialización de la idea de representación en la sociedad moderna se llevó a
cabo a través de la existencia de partidos políticos que representaban a los diversos sectores
constituyentes de la sociedad.

Los partidos políticos fueron inicialmente considerados una aberración por el pensamiento clásico, ya
que se percibían como facciones que defendían intereses particulares en detrimento del interés general.
Hasta el siglo XVIII, se utilizaba el término "facción" de manera peyorativa para referirse a estos grupos,
asociándolos con la perturbación del orden público y el caos. Incluso cuando se comenzó a distinguir
entre partidos y facciones, ambos eran vistos negativamente.

Durante la Revolución Francesa y la Revolución Americana, los líderes políticos de diversos grupos
compartían el rechazo hacia los partidos políticos, ya que se consideraba que iban en contra del "interés
nacional". Incluso figuras como Thomas Jefferson, un fundador de uno de los primeros partidos políticos
modernos, el Partido Republicano, criticaba los partidos y los veía como una necesidad temporal.

Fue solo a finales del siglo XIX que los partidos políticos se convirtieron en una parte inherente de las
democracias y otros regímenes que permitían la competencia política. Los partidos surgieron en el
contexto de los parlamentos, al principio como coaliciones intraparlamentarias centradas en cuestiones
específicas. El surgimiento de los partidos estuvo estrechamente vinculado a la evolución de los
gobiernos representativos y electorales.

En la política moderna, la elección se convirtió en una herramienta característica de la aristocracia, donde


se elige al individuo considerado mejor en lugar de votar por el más parecido, como en la democracia.
Las elecciones desempeñaron un papel secundario en la antigua Grecia y se generalizaron cuando se
buscó seleccionar a algunos para gobernar en nombre de todos.

En la actualidad, se tiende a considerar como democracias a los países que garantizan derechos a sus
ciudadanos y seleccionan a sus gobernantes a través de elecciones libres entre partidos. Los modelos
políticos que se describen en este contexto se basan en la interacción entre dos elementos clave: los
partidos políticos y las elecciones. Estos modelos son construcciones ideales que simplifican la realidad
para comprenderla mejor, y se utilizan como patrones de referencia para evaluar cuánto se acercan o
alejan los casos reales de la política moderna.
5
EL MODELO PARLAMENTARIO (1830-1890)

En el siglo XIX, la política moderna comenzó a desarrollarse en Europa del Norte, América del Norte y
combinó un modelo estatal con competencias reducidas, una sociedad en proceso de modernización
debido al crecimiento del capitalismo y un régimen político fuertemente ligado a instituciones
parlamentarias. El primer tipo ideal de política moderna que surgió en este contexto fue el "modelo
parlamentario."

Este período marcó el inicio del capitalismo, la desaparición de las estructuras tradicionales y la creación
de individuos que formaban parte de una sociedad civil en expansión. La construcción del Estado y del
régimen político se produjo de manera gradual y caótica, acompañada de la expansión de las relaciones
capitalistas y la formación de naciones-estado. Los estados desarrollaron principalmente dos políticas
económicas: el laissez-faire o un proteccionismo moderado de los mercados nacionales.

Los primeros partidos políticos surgieron en ese contexto, relacionados principalmente con los
parlamentos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. La representación en este momento era más
directa, con un cuerpo electoral reducido y sistemas electorales uninominales, lo que generaba una
relación individual entre los representantes y sus electores, influenciada en gran medida por el mundo
aristocrático.

El sistema electoral uninominal, también conocido como mayoritario o de mayoría relativa, dividía el
territorio en distritos o circunscripciones, con un cargo en juego en cada uno. El candidato que obtuviera
la mayoría de los votos en su distrito ganaba el cargo, sin necesidad de alcanzar una mayoría absoluta.
Este sistema fue utilizado en la mayoría de los regímenes democráticos del siglo XIX y aún se utiliza en
países con una tradición anglosajona.

Este sistema electoral funcionaba bien en comunidades pequeñas con una ciudadanía restringida o
censitaria, donde solo un grupo selecto de personas tenía derecho a votar, basado en requisitos
materiales. Esto generaba un cuerpo electoral uniforme donde todos se conocían y compartían intereses
y tradiciones.

Los partidos políticos surgieron de manera espontánea en estos parlamentos, inicialmente como grupos
temporales que se formaban para abordar cuestiones específicas, y con el tiempo se volvieron más
estables en relación a opiniones o tendencias permanentes. Los partidos parlamentarios eran
asociaciones locales vinculadas por una etiqueta común que funcionaban principalmente durante los
períodos electorales. Estos partidos eran liderados por notables que los financiaban y los utilizaban para
renovar sus cargos o participar en cuestiones de interés público.

Según Max Weber, los políticos que desempeñaban estos roles eran personas que vivían "para" la
política, ya que su posición económica les permitía dedicarse a esta actividad sin depender
económicamente de ella. Vivir "de" la política, en cambio, se refería a quienes intentaban obtener ingresos
sostenibles de su actividad política.

En el modelo parlamentario de política moderna del siglo XIX, las organizaciones partidarias estaban en
sus primeras etapas de desarrollo y tenían una relación débil con la sociedad. La representación en las
democracias parlamentarias de esta época se caracterizaba por una relación directa entre los
representantes y un cuerpo electoral pequeño y homogéneo. Los candidatos eran individuos que
inspiraban confianza debido a sus conexiones locales y notoriedad, y se les percibía como compartiendo
intereses con sus electores.

La representación individual era la base de la obligación política, ya que los ciudadanos-representados


eran un grupo reducido que veía a sus representantes como parte de su misma comunidad y, por lo tanto,
suponía que compartían los mismos intereses. Aunque este sistema reflejaba signos del mundo
aristocrático, con la elección de miembros reconocidos de la élite, con el tiempo, a medida que crecían los
cuerpos electorales y las disputas políticas se radicalizaban, los partidos políticos comenzaron a
extenderse más allá de las cámaras parlamentarias y a involucrarse de manera más permanente en la
sociedad. Las posturas políticas se empezaron a expresar y generalizar en la sociedad en su conjunto.

EL MODELO DE MASAS (1910-1970)


Durante el siglo XIX, se produjo una transformación significativa en las naciones centrales, caracterizada
por el auge de los partidos de notables y un cambio en la configuración política y social. Se desarrollaron
estados más amplios que regulaban la economía, las sociedades generaron fuertes identidades colectivas
y surgieron regímenes políticos llamados "democracias de partidos" que se basaban en la representación
política de intereses sociales.

Este período de transformación estuvo marcado por la industrialización y urbanización, lo que cambió
radicalmente la estructura de la sociedad. Surgió una nueva clase social, la clase obrera, que se organizó
y luchó colectivamente contra el sistema. Inspirada en diversas corrientes del socialismo, esta clase
obrera desempeñó un papel fundamental en la ampliación de la ciudadanía política al cuestionar los
umbrales censitarios de participación política que caracterizaban los regímenes del siglo XIX. Sus luchas
contribuyeron a la ruptura de las barreras materiales que limitaban la participación política, permitiendo
una mayor inclusión en el proceso político.

A principios del siglo XX, se aceptó el criterio numérico como elemento central para determinar la
autoridad política, lo que condujo a la democratización y al sufragio universal. Las discusiones sobre los
criterios de exclusión basados en capacidad, género, riqueza o ingresos, así como el umbral de
incorporación, se sometieron a análisis de costo-beneficio. Como resultado, las instituciones del régimen
político se transformaron, y la democracia moderna se estableció sobre la base de cuerpos electorales
amplios y diversos, que representaban una variedad de intereses materiales e ideales.

El estado evolucionó hacia el modelo del Estado Keynesiano de Bienestar, central en la sociedad, en
contraposición a los modelos estatales liberales del siglo XIX. Este estado tenía un doble papel como
integrador y modernizador. Se centraba en la inclusión de capas sociales más bajas y en el desarrollo
económico, actuando como agente de desarrollo. La política adquirió una gran importancia debido a la
relevancia de las decisiones estatales en la vida de los ciudadanos.

En este contexto, los partidos políticos se transformaron en partidos de masas, burocráticos o de


integración. Representaban grupos sociales pre-políticos, como obreros, católicos, campesinos, y
buscaban expresar y unir a estos grupos en la política. Estos partidos tenían fuertes lazos con la
sociedad y reflejaban las divisiones sociales. Requerían un compromiso profundo de los individuos, que
se afiliaban al partido, se comprometían con su programa y lo financiaban. Las estructuras organizativas
eran densas y complejas, involucrando a afiliados, delegados, y comités locales, provinciales y
nacionales. Además, se apoyaban en organizaciones afiliadas, como sindicatos, con los que compartían
objetivos y recursos financieros.

En la evolución de la representación política, se pasó de la confianza personal en los partidos de notables


a la representación de intereses. En las sociedades modernas, los partidos agrupan a personas que
comparten similitudes en términos socioeconómicos, creencias religiosas y actitudes, y los enfrentan a
aquellos que difieren en estos aspectos. De esta manera, los partidos estructuran el campo político
representando a los actores sociales. La representación se convierte en un reflejo de la estructura social,
reflejando la división de fuerzas sociales en conflicto a través del proceso electoral.

La coincidencia de intereses entre representantes y representados refleja una homología estructural


entre el juego político y el juego social. Esto significa que la dinámica de relaciones entre actores en la
sociedad es similar a la de los actores políticos. Aunque los intereses de los jugadores políticos se
definen por las reglas del juego político, los mejores jugadores son aquellos que mejor sirven a los
intereses de sus representados, beneficiándose a sí mismos. Por tanto, la representación se convierte en
una representación teatral del conflicto social, donde el actor representativo encarna los intereses de los
actores sociales en el escenario político. Esta interacción entre ambas esferas es fundamental en la
democracia moderna, ya que los partidos políticos son la manifestación democrática de la lucha de
clases.

La política adquiere un papel crucial en la distribución de recursos, y los partidos buscan el apoyo de los
electores ofreciendo políticas que beneficien a grupos específicos. Esto refuerza la relación
representativa, ya que los votantes eligen partidos que comparten sus intereses. Sin embargo, una vez en
el parlamento, los representantes deben lealtad al partido y el debate parlamentario se vuelve menos
relevante. Cualquier miembro que desobedezca al partido puede perder su posición en la lista en la
siguiente elección.
7
El modelo electoral (1980- ?)

La reducción del papel del estado en la regulación de la vida cotidiana de los ciudadanos, impulsada por
la ideología neoliberal desde la década de los años 80, ha tenido un impacto significativo en el sistema
político. El modelo de partidos burocráticos de masas se había desarrollado en respuesta al Estado
Keynesiano de Bienestar y, por lo tanto, su transformación debía reflejar los cambios en el estado.

En un contexto social menos centrado en el estado, las organizaciones partidarias se han vuelto más
limitadas y menos representativas. Esto se debe a varios factores, incluyendo la creciente diferenciación
social y la influencia política de los medios de comunicación de masas. Las sociedades actuales,
consideradas posindustriales, son más desestructuradas en comparación con décadas anteriores. Los
intereses sociales se vuelven más individualizados, disminuyendo la importancia de los grandes grupos
colectivos como las clases sociales y dando lugar a identidades colectivas flexibles y variables.

Estas transformaciones afectan a los partidos políticos, haciéndoles más difícil implementar políticas
dirigidas a grupos sociales específicos, ya sea a través de propuestas electorales o decisiones de
gobierno. Esto se debe a la fractura del orden social, lo que hace que representar a la sociedad sea un
desafío en un contexto heterogéneo y complejo.

La creciente influencia de los medios de comunicación masivos también ha impactado en la política al


llevarla a los hogares de los ciudadanos, en la esfera de lo individual. Los ciudadanos ahora pueden
participar en la política encendiendo la televisión, escuchando programas de radio o participando en
encuestas en línea, lo que ha llevado a una "videopolítica".

En resumen, la reducción del papel del estado, la influencia de los medios de comunicación de masas y la
mayor heterogeneidad social han resultado en un electorado más independiente y flexible, con menos
determinantes estructurales para el voto, así como la importancia de las coyunturas políticas específicas
y la personalización de las campañas electorales. Estos son los efectos políticos más notables de estos
cambios.

En este contexto, se está consolidando un nuevo tipo de partido político: el partido profesional electoral.
Este partido se caracteriza por reducir su expresión ideológica, flexibilizar sus programas y estandarizar
su imagen. Su principal enfoque se centra en garantizar el voto, en lugar de mantener sus antiguas
estructuras como afiliados, locales y escuelas de formación. Se observa una tendencia a centralizar las
decisiones en la cúpula del partido, disminuyendo la importancia de la militancia y la participación de la
base.

Este modelo de partido electoral obliga a los líderes a constantemente validar su popularidad y capacidad
para atraer votos, en lugar de representar las creencias de la base. Esto ha llevado a una personalización
creciente en la política, donde los ciudadanos buscan conocer a los candidatos y pueden armar sus
boletas sin seguir el orden propuesto por los partidos.

La relación representativa se ha debilitado, y la identidad partidaria es menos sólida. Los partidos


políticos compiten en cada elección por las preferencias de los ciudadanos, y la representación se
asemeja más a la popularidad, basada en la imagen positiva que un dirigente o partido puede generar en
el electorado. Esta imagen se construye en torno a factores como el conocimiento, la simpatía, el carisma
y la presencia mediática, y no necesariamente en la representación de intereses concretos. La adhesión a
un líder político es más directa pero menos comprometida en términos de participación y apego a un
programa político específico.

En este contexto, ha surgido una democracia de audiencias o demoscópica, donde los electorados actúan
como públicos a los que los partidos políticos deben seducir constantemente. Para lograrlo, los partidos
deben ofrecer incentivos colectivos creíbles que representen una visión de futuro y un ideal de sociedad.
Si los partidos se convierten en meras agencias electorales que adoptan cualquier programa y ofrecen
paquetes contradictorios de incentivos, la relación representativa se debilita y se vuelve irrelevante, lo
que ha sido el núcleo de la crisis de la representación política. Esta crisis ha generado apatía y
distanciamiento de la política en los electorados.

Además, la exposición constante de problemas internos y corrupción por parte de los medios de
comunicación ha contribuido a hacer más visible el distanciamiento de la política. A pesar de esta crisis
de representación que ha caracterizado la política desde los años 80, recientemente se ha observado una
tendencia incipiente de recuperación en la creciente legitimidad de ciertos gobernantes que están
revalorizando el papel del Estado.

Cuadro: “Modelos de Modelo parlamentario Modelo de masas Modelo electoral


Política”
Época de auge 1830-1890 1910-1970 1980-¿?
Espacios geográficos de Europa Occidental y Europa(menos América, Europa,
referencia América Anglosajona(de claramente, América Oceanía y parte de Asia
manera incipiente en Latina y América (India y Japón)(más
América Latina) Anglosajona) claramente en los
grandes centros
urbanos de clase media)
Tipo estatal Reducido; “liberal” Amplio; “social” o En reducción;
“keynesiano de “postsocial”
bienestar”
Tipo partidario Parlamentario o de Burocrático de masas o Profesional electoral o
notables de integración atrapa todo
Tipo social Preindustrial, mercantil Industrial Postindustrial, servicios
Configuración de la Liberal Masiva De audiencia
política
Modalidad de la Representación Representación de ¿Postsocial? ¿Imagen
representación individual, confianza intereses mediática?
personal
Tipo de sistema Uninominal Representación Sistema mixtos
electoral proporcional “personalizados”
Institución política Parlamento Los partidos políticos y Los medios masivos de
central el aparato estatal comunicación y los
máximos gobernantes
(personalización)

LA CRISIS DE REPRESENTACIÓN EN ARGENTINA

En 2001, en Argentina, se produjeron cacerolazos masivos los días 19 y 20 de diciembre como expresión
del profundo descontento de la población con la grave crisis económica, social y política. Esta crisis
política y de representación fue el resultado de la pérdida gradual de confianza en los representantes
políticos por parte de la sociedad. Dos factores clave contribuyeron a esta pérdida de confianza: la
percepción generalizada de corrupción en la política y la insatisfacción con el desempeño de los partidos
políticos desde el retorno a la democracia en 1983.

La percepción de corrupción aumentó en la década de los '90 debido a privatizaciones poco


transparentes, denuncias de enriquecimiento ilícito y la exhibición ostentosa en la cultura política. A
pesar de la promesa de honestidad por parte de la Alianza, que surgió como una alternativa política al
exceso del gobierno de Menem, no se logró cambiar la percepción de corrupción. Esto llegó a su punto
máximo con el escándalo de sobornos en el Senado durante las sesiones para la aprobación de la Ley de
Reforma Laboral en el año 2000.

La pérdida de confianza en los partidos políticos en Argentina se debió a su incapacidad para gestionar
crisis económicas y distribuir la riqueza de manera equitativa. La falta de acción ante la crisis
hiperinflacionaria en 1988 y la crisis financiera durante el gobierno de la Alianza en 2001, junto con el
deterioro de las condiciones sociales (alta pobreza, desempleo y precarización laboral), minaron la
confianza en la capacidad de los partidos políticos para administrar los asuntos públicos y representar
los intereses de la ciudadanía.

El "voto bronca" surgió en las elecciones legislativas de 2001 como un primer signo de descontento, con
un alto número de abstenciones y votos blancos. El "corralito" empeoró la situación y desató protestas,
saqueos y huelgas, llevando al estado de sitio. Las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, con

9
el lema "que se vayan todos", forzaron la renuncia del presidente y reflejaron la profunda crisis de
representación.

Las asambleas barriales, promoviendo la democracia directa, surgieron como respuesta al descontento
con la democracia representativa y la clase política. A pesar de la crisis de representación, no se
cuestionó la continuidad de la democracia.

Posteriormente a la crisis de 2001, hubo una recuperación del papel del Estado y una mejora en los
indicadores económicos y sociales, lo que contribuyó a restablecer la confianza en los representantes
políticos, reflejado en una disminución en la abstención electoral y el voto negativo.

También podría gustarte