Está en la página 1de 5

JEAN ROUSSEAU (1712-1778) Su obra literaria anuncia un tipo humano y estético nuevo, imprimió también un nuevo

sesgo a la doctrina del pacto social. Precursor del romanticismo, hay en él una primacía del sentimiento que contrasta
con el racionalismo imperante. Como en San Agustín y en Fichte, la experiencia vital resulta en Rousseau determinante
en grado máximo para su pensamiento. Es sabido que esta experiencia fue la de un marginado en una sociedad
jerarquizada en la que, por su origen y talante plebeyo, nunca lograría integrarse. Su fuga de Ginebra, que le hizo ir a
parar a un hospicio de Turín, donde abandonó el calvinismo para abrazar el catolicismo. París (1741-1754) con el
paréntesis de su cargo de embajador de Francia en Venecia, que hubo que dejar ante las humillaciones de que fuera
objeto; sus primeros éxitos literarios y musicales en la capital, su breve regreso a Ginebra, donde volvió a la religión de
sus padres. En la amplia y variada producción literaria de Rousseau ocupan un lugar destacado las preocupaciones
sociales y políticas, unidas a las pedagógicas. 1° obras: Discurso sobre las ciencias y las artes. Discurso sobre el origen y
los fundamentos de la diferencia entre los hombres (explica el origen de la desigualdad entre los hombres y si está
autorizada, esta desigualdad por la ley natural). Economía política, la Enciclopedia (donde se perfila su pensamiento
político). En 1762 aparecen Del Contrato Social o de los principios del Derecho Político y Educación de Emilio, entre las
más importantes. Si el Contrato Social fue prohibido en Francia, Emilio dio lugar a una condena y a una detención que
logró evadir. La filosofía de Rousseau se opone conscientemente a la de las Luces. Como ésta se basa ciertamente en la
“naturaleza”. Pero la naturaleza no es por él entendida mecánicamente y en cuanto razón, sino orgánicamente y en
cuanto espontaneidad. Se ha negado, frente a una opinión que cabe considerar como dominante, que Rousseau fuera
antirracionalista; pero un partido destacado del “racionalismo” de Rousseau no ha podido dejar de reconocer que,
según él, “no hay sana razón en un corazón corrompido, y que la propia conciencia debe servir de principio o de regla a
la razón que, sin esta guía, corre el riesgo de “perderse en errores y más errores” y de engendrar sofismas. La primacía
del sentimiento en la filosofía de Rousseau proclama la superioridad de las virtudes morales sobre las intelectuales. De
ahí el veredicto negativo expuesto a lo largo de su 1° Discurso con respecto a las ciencias y las artes, cuyo progreso se ha
pagado, a su juicio, con el debilitamiento del carácter y la depravación de las costumbres. La libertad concebida como
esencia del hombre en un sentido más radical que el de sus adversarios, que la ponían propiamente al servicio de la
utilidad individual o social. Dedicó especial atención al “estado de naturaleza”. “El hombre ha nacido libre, y en todas
partes se encuentra encadenado”, comprueba al comienzo del Contrato Social. El problema fundamental de la política
consistirá en establecer en la sociedad actual las condiciones que más se acerquen a la condición originaria. El punto de
partida de la reflexión filosófico-política de Rousseau es la cuestión de cómo se ha engendrado la desigualdad. Distingue
una doble desigualdad: la natural o física, que resulta de diferencias de edad, salud, vigor físico, aptitudes intelectuales,
etc., y la desigualdad moral o política, consistente en privilegios de unos sobre otros, y que es de institución humana.
Rousseau admitió siempre como inevitable la 1°; el problema estriba en la aparición, consolidación y posible eliminación
de la 2°. Por naturaleza, los hombres son libres, iguales entre sí fuera de las diferencias indicadas, y buenos, si hoy los
vemos por doquier aherrojados, explotándose unos a otros y depravados, es por obra de la sociedad. La condición
originaria del hombre, su estado de naturaleza, es el de una vida sencilla, esencialmente sensitiva, poco diferente de los
animales, salvo por facultades virtuales y la libertad, de la que todavía no hacía uso. No reconoce en el hombre un
impulso social natural. Admite que es el estado de naturaleza es pre-social. No atribuye al hombre una tendencia innata
al egoísmo, sino la virtud universal de la piedad. Tampoco es el estado de naturaleza un estado de lucha, por la
abundancia de bienes disponibles y la simplicidad del modo de vida. Por la institución de la propiedad privada, nació la
desigualdad y, con la codicia de bienes suplerfluos, rivalidades y contiendas, así como una creciente perversión de las
costumbres. En contraste con Hobbes, la lucha de unos contra todos caracteriza en Rousseau no el estado de
naturaleza, sino el incipiente estado de sociedad: ”La sociedad naciente dio lugar al más horrendo estado de guerra”. La
credulidad de los más permitió establecer un orden jurídico y una constitución (monárquica, aristocrática o
democrática, según la mayor o menor concentración de la riqueza). Con el tiempo, el poder del Estado degeneró, no
gobernando ya la ley, sino el capricho del poderoso, el despotismo. A la desigualdad entre ricos y pobres y entre fuertes
y débiles se añadió otra entre señores y esclavos, llegándose en las grandes sociedades modernas (aquellas
precisamente que Hume, ponía como prototipos de civilización) a lo que para Rousseau es una nivelación en la
servidumbre. Rousseau la atribuye a factores externos “años estériles, inviernos largos y duros, veranos abrasadores
que todo lo consumen” exigieron de los hombres “una nueva industria” y, poniendo a prueba sus facultades latentes,
les movieron a superar las dificultades con su trabajo, que desembocó en una actividad organizada y la puesta en
marcha de la razón. Se produjo así “una 1° revolución que formó el establecimiento y la distinción de las familias y que
introdujo una suerte de propiedad”, revolución seguida mucho más tarde de otra, provocada por las artes de la
metalurgia y la agricultura. Del cultivo de la tierra resultó su división, y de la propiedad una vez reconocida, la
formulación de las 1° reglas de justicia. Rousseau, como Locke, funda el derecho de propiedad en el trabajo, pero se
trata de un derecho que no se concibe fuera de la existencia de una sociedad. Vincula la instauración de la sociedad civil
a la defensa de la propiedad: los hombres tuvieron que unirse contractualmente para su mutua protección, saliendo del
estado de naturaleza regido por la ley natural y sometiéndose a un derecho civil o político; pero con ello sellaron el fin
de lo que en Rousseau es el equivalente de la edad de oro, del estado de inocencia y del paraíso terrenal, en el que
imperan la libertad y la igualdad. El paso del estado de naturaleza al de la sociedad. Constituye según Rousseau, la caída
original. Es máxima fundamental de todo derecho político que los pueblos se han dado jefes para defender su libertad y
no para esclavizarlos. De ahí que el despotismo destruya el contrato del gobierno. El estado de naturaleza es un estado
“que ya no existe, que acaso no ha existido, que probablemente no existirá jamás”. Lo considera, como la hipótesis
necesaria “para juzgar bien nuestro estado presente”. El tránsito del estado de naturaleza al de sociedad es irreversible.
CONTRATO SOCIAL, se llega a afirmar que el paso al estado civil produce en el hombre un cambio “muy notable”,
sustituyendo en su conducta el instinto por la justicia y dando a sus acciones la moralidad que antes les faltaba. El
hombre alcanza ahora “la libertad moral, la única que verdaderamente hace al hombre dueño de sí mismo, porque el
impulso exclusivo del apetito es esclavitud, y la obediencia a la ley que se ha prescrito es libertad”. Dado que no es
posible volver al estado de naturaleza, han de buscarse las condiciones que en el estado actual garanticen la libertad y la
igualdad originarias bajo una nueva forma, las condiciones de un gobierno legítimo. Dichas condiciones se dan en el
contrato social, el cual no supone, según Rousseau, subordinación alguna a un titular personal o corporativo del poder,
sino al cuerpo social como un todo. Cada cual se da a todos, y por tanto no se da a nadie, y adquiere sobre cualquier
asociado el mismo derecho que sobre sí mismo le cede; todos ganan el equivalente de lo que pierden y una fuerza
mayor para conservar lo que tienen. El ciudadano, se somete, no a su voluntad particular superior, sino a lo que
Rousseau llama la “voluntad general”, pieza esencial y original de su doctrina. Del contrato así concebido surge una
persona moral, que “tomaba en otro tiempo el nombre de Ciudad, y toma ahora el de República o de Cuerpo Político, el
cual es llamado por sus miembros ESTADO cuando es pasivo, SOBERANO cuando es activo, POTENCIA al compararlo a
sus semejantes” en cuanto a los asociados, “toman colectivamente el nombre de PUEBLO, y se llaman en particular
CIUDADANOS en cuanto participantes de la autoridad soberana, y SÚBDITOS en cuanto sometidos a las Leyes del
Estado. El Contrato Social se distingue del contrato de gobierno, evocado en el Discurso Sobre La Desigualdad, porque
instaura un Estado de Derecho, el único Estado legítimo, que devuelve a sus miembros los derechos naturales perdidos
bajo la forma de derechos civiles. LA VOLUNTAD GENERAL lo es en 2 aspectos. Subjetivamente es VOLUNTAD de todos
los individuos asociados a la mayoría, y objetivamente es VOLUNTAD que tiene por finalidad el bien de todos, o bien
público, dirigiéndose, pues, a todos por igual. De ahí la distinción rusoniana entre la VOLUNTAD GENERAL y la
VOLUNTAD DE TODOS. Es una distinción esencialmente cualitativa: lo que constituye la VOLUNTAD GENERAL es menos
el número de votos que el interés común que los une. Rechaza Rousseau la existencia de “sociedades parciales” en el
Estado. La VOLUNTAD GENERAL es siempre recta y tiende siempre a la utilidad pública que las VOLUNTADES
INDIVIDUALES, sino interfieren grupos partidistas, se dirigen al mismo objeto, no habiendo entre ellas más que
diferencias de grado. El contenido de la VOLUNTAD GENERAL es la legislación (con inclusión de la ley constitucional),
que tiene validez para todos. La condición de esta validez es que todos han de ser iguales ante la ley. La ley no ha de
hacer excepciones, y una igualdad jurídica general hace que todos tengan el mismo interés en que la ley se cumpla. En
este sentido añade Rousseau al postulado de la libertad el de la igualdad. El Contrato Social confiere a la comunidad un
poder absoluto sobre los individuos, dirigido por la voluntad general, y análogo al que por naturaleza tiene el hombre
sobre sus miembros. Este poder absoluto dirigido por la voluntad general es lo que Rousseau llama soberanía, cuyo
contenido propio es la legislación. La soberanía reside, en la totalidad del pueblo como portador de la voluntad general.
La existencia de una ley fundamental, borrando toda distinción entre las leyes. Ninguna ley es obligatoria para el
“cuerpo del pueblo”, ni siquiera el contrato social. Rousseau rechaza una división de poderes como las que
propugnaron, cada cual a su manera, Locke y Montesquieu, pues dicha división despojaría a la voluntad general de su
generalidad. Por otra parte, nadie que no sea el pueblo en su totalidad puede encarnar plena y perpetuamente esta
voluntad general. De ahí que la voluntad general no sea susceptible de representación. Solo cabe legítimamente un
ejercicio directo de la función legislativa. Es evidente que la supresión de toda representación sólo es posible en una
república pequeña, como el Estadociudad. El patriotismo es para Rousseau la virtud más alta. El absolutismo del poder
soberano no deja aquí de reconocer límites. Por de pronto el soberano no puede imponer a los súbditos “ninguna
cadena que sea inútil a la comunidad”, por la sencilla consideración de que “bajo la ley de la razón no se hace nada sin
causa, como asimismo ocurre bajo la ley de la naturaleza”. “El poder soberano, por muy absoluto, sagrado e inviolable
que sea, no excede, ni puede exceder, de los límites de las convenciones generales”, por lo que “todo hombre puede
disponer plenamente de lo que por virtud de estas convenciones le han dejado de sus bienes y de su libertad”. No hay
en el contrato social de parte de los particulares ninguna renuncia verdadera, y “su situación, por efecto de este
contrato, es realmente preferible a la de antes, y en lugar de una enajenación no han hecho sino un cambio ventajoso,
de una manera de vivir incierta y precaria, por otra mejor y más segura”. Es cierto que el poder de dar leyes, inherente a
la soberanía, no puede ser dividido ni transferido, no lo es menos que la ejecución de las leyes, consistente en actos
particulares, no puede pertenecer a la generalidad del cuerpo político. Junto al poder legislativo aparece así un poder
ejecutivo, cuyo ejercicio legal constituye el gobierno o suprema administración. El gobierno, “cuerpo intermedio
establecido entre los súbditos y el soberano para su mutua correspondencia, encargado de la ejecución de las leyes y
del mantenimiento de la libertad, tanto civil como política”. La forma de gobierno será democrática, aristocrática o
monárquica, según que el gobierno se encomiende a todo el pueblo o su mayor parte, a un número reducido, o a un
magistrado único, resultado cada una de ellas la mejor según las circunstancias de tiempo y lugar. Sus formas
degeneradas (cuando el gobierno usurpa las atribuciones del soberano) son la oclocracia, la oligarquía y la tiranía o
despotismo (llamando Rousseau “anarquía”, el abuso del gobierno, cualquiera que sea). Cabe también el gobierno
mixto. Como Montesquieu, relaciona Rousseau las formas de gobierno con la extensión y riqueza (la monarquía
conviene a las naciones grandes y opulentas, la aristocracia a los países medianos en riqueza y tamaño, la democracia a
los Estados pequeños y pobres). Por lo que se refiere a los Estados, la distinción principal en Rousseau es la existente
entre los que se rigen por las leyes, cualquiera que sea la forma de su administración (porque sólo entonces gobierna el
interés público y la cosa pública significa algo). En materia religiosa, reconoce Rousseau al soberano la facultad de
formular los artículos de fe de una “religión civil” cuya observancia es obligatoria en cuanto sentimientos de
sociabilidad, sin los cuales, a su juicio, es imposible ser buen ciudadano y súbdito fiel. El Estado no tiene por qué
inmiscuirse en las creencias de sus súbditos en lo que no toca a la comunidad, pero tiene que exigir una profesión de fe
puramente civil que garantice una convivencia sin grietas. Los dogmas de esta religión civil son por lo demás simples y
poco numerosas: “la existencia de la Divinidad, inteligente, bienhechora, previsora y providente; la vida por venir, la
felicidad de los justos, el castigo de los malos, la santidad del contrato social y de las leyes. Son las ideas fundamentales
de la religión natural de la Profesión de fe del vicario saboyano”. Sin poder obligar a nadie aceptarlas, puede el soberano
castigar con la pena de muerte a los que, habiéndolos reconocido públicamente, se conduzcan como si no creyeran en
ellos. A estos “dogmas positivos” añade Rousseau la prohibición de la intolerancia, lo que conduce a excluir del Estado
las religiones que incurren en ésta. La tendencia probablemente mayoritaria ha visto en Rousseau, desde Benjamín
Constant (en sus Principios de Política), a un precursor del despotismo, del colectivismo o del totalitarismo. Creyó
escapar al peligro de la opresión de la minoría por la mayoría debido a que la voluntad general no se refiere a casos
individuales, sino a todos los ciudadanos por igual. Los textos de Rousseau dan pie para la interpretación autoritaria y la
liberal, según el lugar donde se ponga el acento. Es indudable su posición democrática. El sentido comunitario del
pueblo como como totalidad la diferencia claramente del absolutismo liberal de Hobbes y Espinosa, así como del
liberalismo individualista dominante en su época. Su oposición a los grupos intermedios contrasta con el pluralismo, hoy
generalmente asociado a la idea de la democracia en Occidente, como su religión civil con la creciente tendencia a la
separación entre Estado y religión. Ha señalado Sabine que la idealización de la voluntad general por Rousseau y el
acento por él puesto en la idea de patria originaron no sólo el culto romántico del grupo, sino también la exaltación de
la Nación, lo cual le convirtió en un precursor del nacionalismo del Siglo XIX. La influencia de la filosofía jurídica y política
de Rousseau. Se hizo sentir intensamente sobre la Revolución Francesa, en particular sobre Robespierre y Saint-Just. El
culto del Ser supremo fue el eco de la religión civil rusoniana, y el gobierno convencional, una aplicación de la idea del
gobierno como comisario de la voluntad general, encarnada por los jabinos, a un gran Estado. También se da la huella
de Rousseau en las declaraciones de derechos del hombre y del ciudadano. La clara caracterización del Estado como
persona moral tenía que dar a Rousseau una aguda conciencia de su dimensión internacional. Proponía Saint-Pierre una
asociación de los Estados europeos con la renuncia a la guerra, la institución del arbitraje obligatorio y una fuerza
internacional para mantener la paz y la alianza. El plan de Saint-Pierre tenía un espíritu conservador, pues partía del
reconocimiento de Status Quo existente, no lo creía realizable por los monarcas, reacios siempre a cuanto pudiera
suponer limitación de poder. Una asociación como la que propugnaba el abate sólo podría llevarse a cabo por los
pueblos y por medio de revoluciones, surgiendo entonces la pregunta de si era de desear o más bien de temer. Para
Rousseau la guerra nació con el abastecimiento de las sociedades políticas, subsistiendo entre ellas el estado de
naturaleza. Mientras la ley civil se hacía ley común de los ciudadanos en las respectivas sociedades políticas, la ley
natural siguió en vigor, bajo el nombre de derecho de gentes, moderada mediante algunos convenios tácitos
encaminados principalmente a hacer posible el comercio. La guerra, según la célebre fórmula del CONTRATO SOCIAL
“no es una relación de hombre a hombre, sino una relación de Estado a Estado, en la cual los particulares sólo son
enemigos accidentalmente, no como hombres, ni aun siquiera como ciudadanos, sino como soldados; no como
miembros de la patria, sino como sus defensores. De hombre a hombre vivimos en el Estado civil y sometidos a las
leyes; de pueblo a pueblo, cada uno disfruta de la libertad natural”, lo cual en el fondo “hace nuestra situación peor que
si estas distinciones fuesen desconocidas”. El derecho de gentes es precario, siendo respetado sólo en tanto en cuanto
responda al interés de los Estados.

También podría gustarte