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Deudas pendientes

Por Marcelo Krikorian (*)

Lo sucedido con el endeudamiento público argentino a partir de la dictadura es


un reflejo de cómo vivió el país en todos esos años. Entre 1976 y 1983 la deuda
comenzó a crecer desmedidamente: de U$S 7800 millones pasó a U$S 45000 millones.
Pueden citarse, entre otras, tres razones: endeudamiento de empresas públicas (el
caso más emblemático fue YPF) para traer dólares que permitieran mantener barata su
cotización en el mercado, con los efectos que sabemos ocasionó: importaciones que
reemplazaron a la producción nacional, turismo en el exterior cuyos costos eran
comparativamente más accesibles que en nuestro país; encarecimiento de los servicios
financieros, cuando las naciones desarrolladas -que antes alentaron los préstamos
privados a las naciones subdesarrolladas- ahora por motivos internos endurecían su
política monetaria, de modo que los intereses pasaron de un dígito al 20% promedio en
1981; estatización de la deuda (mayoritariamente financiera e improductiva) contraída
por grandes grupos privados y que el Estado absorbió luego de la devaluación de 1981.

En abril de 1982 el abogado y periodista Alejandro Olmos presentó en la Justicia


Federal una denuncia para que se investigue el origen fraudulento de la deuda en la
dictadura. Luego de 18 años, varios magistrados que intervinieron y 30 cuerpos de
expedientes, el Juez Jorge Ballestero cerró la causa, resultando favorecido el imputado
José Alfredo Martínez de Hoz, superpoderoso ministro de economía de la dictadura.
Copias de los expedientes fueron remitidos al Congreso Nacional por decisión del Juez:
"El archivo de la presente causa no debe resultar impedimento para que los miembros
del Congreso evalúen las consecuencias a las que se ha arribado en las actuaciones
labradas en este Tribunal para determinar la eventual responsabilidad política que
pudiera corresponder a cada uno de los actores en los sucesos que provocaron el
fenomenal endeudamiento externo argentino".

A partir de entonces, los proyectos legislativos para investigar los hechos que
derivaron en un crecimiento geométrico de la deuda, resultaron infructuosos más allá de
las buenas intenciones de sus impulsores.
En democracia la deuda siguió en aumento guiada casi siempre por la necesidad
de cubrir déficits fiscales, refinanciar vencimientos o pagar los costos de políticas
equivocadas. Curiosamente, no nos endeudamos para que se expanda nuestra
capacidad económica como país, permitiendo de esa manera un repago futuro sin
mayores problemas.

Un caso paradigmático es el de la década de 1990 en que tanto por la


privatización del sistema previsional (aparición de las AFJP mientras el Estado siguió
pagando prácticamente todas las jubilaciones), como por la reducción de los aportes
patronales a la seguridad social, pensando que de esa manera bajaría el desempleo -
algo que sabemos no ocurrió- significaron para las cuentas públicas una pérdida de
ingresos de aproximadamente $80.000 millones. Semejante agujero fiscal fue
cubierto prácticamente en su totalidad con más deuda. El endeudamiento en toda la
década se duplicó, paradojalmente, luego de la venta de empresas públicas (ENTEL y
Aerolíneas son los ejemplos más emblemáticos) a cambio de títulos de la deuda con
valores reales reducidos mientras el Gobierno de Carlos Menem los reconocía como
si estuvieran al 100% de su valor. Esa operación se llamó Capitalización de la deuda.

El país, ya con Fernando de la Rua, se encaminaba al default. Los vencimientos


eran cada vez mayores y los mercados internacionales se cerraban a las colocaciones de
bonos argentinos. Es en ese momento que se obtuvo una asistencia (con el FMI a la
cabeza) llamada Blindaje, como para dar la señal -ficticia- de que Argentina tenía
asegurado el financiamento para atender todos los pagos de la deuda. Luego vino el
megacanje de Cavallo (cambiar deuda “vieja” por deuda nueva, a mayor plazo con
intereses más caros y comisiones abusivas para los bancos que intervinieron). Por esto
el ex Ministro fue procesado, lo mismo que de la Rua y otros funcionarios.

Finalmente, en diciembre de 2001 llegó el default más importante de la


historia mundial por el monto -casi U$S 90.000 millones-, la cantidad de bonos
emitidos –alrededor de 150-, y una decena de tipos de monedas y legislaciones
extranjeras a las que debía someterse la deuda. El 76,15% de los acreedores aceptaron
la propuesta del Presidente Kirchner y el ministro Lavagna, de una quita del 75% sobre
el capital, aunque otorgando algunas concesiones que con los años encarecieron los
pagos: a) Unos U$S 57.000 millones tienen, además de los intereses habituales, el
premio del ajuste por inflación. Muy probablemente debido a esta cuestión
encontremos una de las causas por las cuales se denuncia la manipulación de los índices
de precios en el INDEC, desde enero de 2007. Cada punto porcentual que sube la
inflación en un año, implica más pagos en concepto de deuda; b) los bonos atados al
crecimiento –más crecemos, más pagamos- que significan más de U$S 3.000 millones
para los acreedores en 2011 y 2012. También se pagó en comienzos de 2006 la deuda
con el FMI, lo que redujo el pasivo en u$S 9.500 millones.

Los acreedores que no ingresaron al canje originario, han reclamado en


tribunales extranjeros el cobro de la deuda: son principalmente los denominados fondos
buitre, que compraron los títulos a valores irrisorios cuando el país estaba en default,
procurando luego reclamar judicialmente la totalidad del capital e intereses. En 2010 el
Estado argentino reabrió el canje, con lo cual el porcentaje de aceptación subió al
93%, quedando un 7% que aun se resiste a una quita. Estos procesos tramitan ante un
Juzgado de Nueva Cork, a cargo del Juez Thomas Griesa. El juez tiene estas causas
porque al emitirse los bonos, el Estado argentino aceptó prorrogar la jurisdicción, de
modo que fuera competente en caso de controversias la justicia de EEUU (situación
permitida por la reforma del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación durante la
dictadura -ley de facto 22434-)

Hoy la deuda no crece en proporciones geométricas, pero sigue siendo un peso


difícil de soportar para el país. La deuda de 2012 ronda los U$S 180.000 millones; y los
vencimientos de capital e intereses son de alrededor de U$S 20.000 millones, aunque
los acreedores han cambiado: hay menos externos -lo que reduce la dependencia
externa- y más acreedores internos, especialmente organismos del propio Estado, como
el Banco Central (especialmente mediante el uso de sus reservas a cambio de bonos que
entrega el Tesoro Nacional; esto ocurre con organismos de crédito internacionales desde
el pago al FMI en finales de 2005 y a partir de 2010 se extendió en 2010 a los
acreedores privados) o ANSES (aproximadamente el 60% del Fondo de Garantía de
Sustentabilidad, creado con motivo de la estatización de las AFJP corresponde a títulos
de la deuda argentina mientras el 82% móvil no está aun garantizado para los jubilados,
sin negar los aumentos en los haberes mínimos, que resultan pese a ello insuficientes y
la incorporación de 2,5 millones de beneficiarios en los últimos años). También son
acreedores pero en dimensiones menores: AFIP, Lotería Nacional,. PAMI, etc.
El escenario en estos tiempos es financieramente menos difícil que en otras
épocas (década de 1990, default de 2001 por ejemplo). Pero los compromisos son
abultados en comparación con el gasto en áreas que ningún país debiera descuidar para
intentar lograr su desarrollo: educación pública, salud, infraestructura, gasto social con
prestaciones universales, jubilaciones dignas. Es ahí donde vinculamos la deuda con
derechos humanos pues el Estado tiene la obligación de observar el cumplimiento de
instrumentos internacionales como el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales ratificado por Argentina en 1986. En este sentido, corresponde reorientar
progresivamente las prioridades, de modo que la atención de ciertos compromisos no
terminen desplazando a otros que son cualitativamente más importantes (la deuda
social).

Por último, nunca olvidar que debe conocerse y esclarecerse la verdad sobre el
incremento desproporcionado de un endeudamiento que en principalmente en la
dictadura estuvo viciado de legitimidad, con responsables cuyos nombres están frescos
en la memoria colectiva y cómplices que a lo largo de las décadas prefirieron guardar
silencio.

Son deudas pendientes que la sociedad argentina necesita saldar.

(*) Profesor ordinario de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNLP. 2012.

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