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LOS MILAGROS
perspectiva, Dios es como el artista que extrae del instrumento el sonido deseado.
Todo es signo. Los milagros propiamente dichos, insólitos con respecto al curso general
del mundo, se comprenden dentro de este horizonte. Tienen valor de mensaje nuevo o
de signo particular. La atención no se dirige pues hacia el establecimiento del hecho
extraordinario, esta polarizada por la cuestión de su sentido.
En la literatura judía contemporánea de Jesús aparecen taumaturgos. La curación
del hijo de Gamaliel por el galileo Hanina Ben Dosa se parece extrañamente a la del
hijo del centurión (Jn 4,46-54) – C. PERROT, Jésus et l histoire, o c, 222-. Flavio Josefo habla
de otros prodigios, la mayoría de las veces de manera desfavorable.
Hay también paralelos paganos de los milagros de Jesús. El santuario de Epidauro,
consagrado a Asclepio (Esculapio), dios de la medicina, ha dejado constancia de unos
ochenta relatos de milagros, casi todos curaciones, algunos de ellos muy precisos.
Incluyen «la presentación del enfermo y de su mal, la intervención del dios y la
curación, anotada con pocas palabras» (A. GEORGE Les miracles dans le monde hellénistique, en
Les miracles de Jesús, 98. El autor presenta en estas páginas un buen informe sobre los milagros
paganos). El filósofo Apolonio de Tiana, discípulo de Pitágoras, se ganó una gran
reputación como taumaturgo, como testimonia la Vida del mismo escrita por Filostrato.
En esta se incluye un relato de resurrección, cinco relatos de curación, cuatro relatos de
expulsión de un demonio, una curación de la peste en Éfeso y, finalmente, seis
prodigios sobre la naturaleza.
Estos datos judíos y paganos muestran que la creencia en los milagros era
corriente en el mundo en que vivió Jesús. Todos estos milagros no tenían la misma
valoración. Podían atribuirse a la acción benéfica de un dios —en un contexto religioso
que incluía la oración—, o a la acción maléfica de un demonio. Se llamaba milagro a
todo hecho fuera de lo común, en un mundo cultural que no tenía el sentido del
determinismo de las leyes naturales. Es en este contexto cultural y religioso donde
hay que situar, por medio de semejanzas y diferencias, la naturaleza y calidad, el
sentido y originalidad de los milagros de Jesús.
¿Qué es un milagro? Una concepción errónea de este término del lenguaje religioso,
siempre presente en las mentalidades, contribuye a hacer del milagro algo increíble. Es
propio del milagro el salirse del curso normal de las cosas. En virtud de esto,
provoca asombro y llama la atención. Una curación instantánea, por ejemplo, escapa a
las leyes normales de la medicina. El milagro es algo «prodigioso»; pertenece al orden
de «lo nunca visto». A partir de ahí se plantea la cuestión de su relación con Dios,
así como la del «cómo» de su realización.
desconocida, no por ello dejaría de ser verdadero milagro, siempre que se realizara
en un contexto religioso que le diera sentido. Hoy por lo demás existe una concepción
más «abierta» de la naturaleza y sus leyes.
Se ha podido hablar incluso de un «concepto vacío» (W. Kasper) a propósito de
esta definición, a la que habría que renunciar decididamente. Porque supone que
Dios suplanta personalmente a las causas segundas, cuando en realidad él siempre
interviene como Dios. El milagro, escribe por su parte H. Bouillard, «está por encima
de las leyes, no en el sentido de que las contradiga o les sea totalmente extraño, sino en
el sentido de que las utiliza. Del mismo modo que el hombre transforma la naturaleza,
no oponiéndose a ella sino orientándola, del mismo modo que la libertad emerge de los
determinismos psicológicos apoyándose sobre ellos para inclinarlos hacia el fin que se
propone, así también el milagro se sirve de los determinismos naturales» ( H. BOUILLARD,
Lidée chrétienne áu miracle, Cahiers Laénnec 8, n. 4 (1948) 34-45, artículo del que están tomados los
textos citados).
Hoy se suelen distinguir dos tipos de milagros hechos por Jesús por un lado,
los exorcismos y curaciones, y por otro, los milagros realizados sobre el cosmos o la
naturaleza. Sin embargo, esta distinción es moderna, y los relatos no hacen
distinción a priori entre estos dos tipos. Puede ser el resultado de lo que hoy se
considera más o menos verosímil. Según una opinión bastante difundida, su relación
con la historia no parece exactamente del mismo orden en ambos casos. En el primero,
el consenso es bastante general a la hora de reconocer la historicidad de la actividad de
Jesús como exorcista y curandero.
Hay que distinguir los exorcismos de las curaciones, aunque en muchos
casos ambos aspectos estén mezclados. Hay exorcismo cuando Jesús se dirige a un
demonio o a un poder maléfico del que es víctima el enfermo. Así, los exorcismos
conllevan generalmente una curación, pero toda curación no se presenta como un
exorcismo. Esta superposición de exorcismos y curaciones, atestiguada por
interferencias de vocabulario en los relatos, es signo de la vinculación existente entre el
mal moral y la enfermedad. El poseído está «alienado» en su comportamiento, está
excluido de la red normal de la comunicación humana y, por tanto, es un enfermo. Pero
los síntomas de su enfermedad son para nosotros más de orden psiquiátrico que
propiamente físico. Por otro lado, las enfermedades que provocan crisis de aspecto
aterrador, como la epilepsia, son interpretadas como posesiones.
Este estado cultural de cosas es portador de una verdad profunda. Aunque
las enfermedades son distintas e irreductibles, en función de su síndrome
respectivo, y susceptibles de un tratamiento específico, no deja de ser verdad que
no hay enfermedad exclusivamente física y que el modo en que cada uno vive su
mal compromete su libertad. Un desorden psíquico grave puede tener también
consecuencias físicas manifiestas, y una libertad alienada se encuentra impedida para su
justo ejercicio. La enfermedad es así objeto de la cuestión del sentido y, en definitiva,
de la «salvación» del enfermo enfrentado al mal. Es en este plano en el que interviene
Jesús cuando hace un milagro.