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2.

- CIENCIA Y FE
La ciencia y la fe son dos formas diferentes de conocimiento con objetivos y
medios distintos. No solo son compatibles sino complementarias, siempre que una y
otra sean modestas: ni la fe tiene autoridad para corregir conclusiones de la ciencia,
ni la ciencia puede pretender ser considerada como el único medio legítimo de acceso
a la realidad. Para comprender lo específico de la ciencia y de la fe, ha sido necesario
un largo proceso histórico jalonado con encuentros y desencuentros.

TEMAS:
1 El nacimiento de la ciencia
2 Primeras tensiones
3 La crisis del darvinismo
4 Las tensiones del siglo xx
5 La fe del científico

PUNTO DE VISTA

Diríase que es un cuento de hadas esta realización de todos o casi todos sus
deseos fabulosos, lograda por el hombre con su ciencia y su técnica, en esta tierra que
lo vio aparecer por vez primera como débil animal y a la que cada nuevo individuo de su
especie vuelve a ingresar—oh inch of nature! — como lactante inerme. Todos estos
bienes el hombre puede considerarlos como conquistas de la cultura. Desde hace mucho
tiempo se había forjado un ideal de omnipotencia y omnisapiencia que encarnó en sus
dioses, atribuyéndoles cuanto parecía inaccesible a sus deseos o le estaba vedado, de
modo que bien podemos considerar a estos dioses como ideales de la cultura.
Ahora que se encuentra muy cerca de alcanzar este ideal casi ha llegado a
convertirse él mismo en un dios, aunque por cierto solo en la medida en que el común
juicio humano estima factible un ideal: nunca por completo; en unas cosas, para nada;
en otras, solo a medias. El hombre ha llegado a ser, por así decirlo, un dios con prótesis:
bastante magnífico cuando se coloca todos sus artefactos; pero estos no crecen de su
cuerpo y a veces aun le procuran muchos sinsabores. Por otra parte, tiene derecho a
consolarse con la reflexión de que este desarrollo no se detendrá precisamente en el
año de gracia de 1930. Tiempos futuros traerán nuevos y quizá inconcebibles progresos
en este terreno de la cultura, exaltando aún más la deificación del hombre. Pero no
olvidemos, en interés de nuestro estudio, que tampoco el hombre de hoy se siente feliz
en su semejanza con Dios.
S. FREUD , El malestar en la cultura

Qué significa que el ser humano se ha convertido en un dios con prótesis?


Según el autor, el progreso ha ayudado al hombre a ser más poderoso y sabio, sin
embargo, no se siente feliz en su semejanza con Dios. ¿Estás de acuerdo?
1 .- EL NACIMIENTO DE LA CIENCIA
El desencantamiento de la naturaleza
El ser humano ha logrado compensar
holgadamente su fragilidad física mediante la
ciencia y la técnica. En La ciencia como vocación
(1919), Max Weber propuso por primera vez una
tesis que hoy goza de común aceptación: no se debe
a la casualidad que la ciencia y la técnica hayan
nacido y se hayan desarrollado principalmente en Occidente, sino al hecho de que el
judaísmo y el cristianismo "desencantaron" la naturaleza que las religiones panteístas
habían llenado de dioses y demonios.
Lógicamente quienes vivían dentro de ese mundo mágico, hilozoísmo, pensando
que el sol y La luna son divinidades, que en Las aguas, fuentes y árboles había dioses
tutelares o bien espíritus malignos, etc., no estaban en condiciones de emprender
ninguna investigación de eso que nosotros llamamos "fenómenos naturales".
La Biblia llevó a cabo una profunda desacralización de la naturaleza. Donde otros
pueblos veían dioses —el sol, la luna, los astros en general—, el libro del Génesis (1,14-
19) establece que detrás de la pluralidad, de lo cambiante, de la apariencia hay una
única causa, Dios, quien desde la nada ha ido creando la totalidad de Lo que existe. Para
el relato de la creación no hay dioses ni en los astros —suprime incluso los nombres
propios ("sol" y "luna") y los designa con Los apelativos un poco displicentes de
"lumbrera grande" y "lumbrera pequeña"— ni en los seres animados de la naturaleza.

El ser humano y la creación


Es fácil comprender que un cielo vacío de dioses, de espíritus y de ángeles queda
abierto a la intervención de Los astrónomos y, eventualmente, a la de los astronautas.
Teológicamente no hay nada que oponer. El investigador que, al estudiar las íntimas
correlaciones del cosmos, se basa en La ley de la gravitación universal y en Las Leyes
de Kepler, dando por supuesto que Dios no está interviniendo en todo ese asunto, no
es porque sea ateo, sino porque respeta la trascendencia divina.
A la vez podemos decir que al investigar el cosmos está cumpliendo la voluntad
de Dios, que encomendó a los seres humanos la misión de dominar la tierra (Gn 1,28).
Naturalmente, esa invitación a "dominar" La tierra no se debe interpretar desde las
categorías del Derecho Romano, para quien el dominio significa derecho a usar y abusar
(ius utendi et abutendi), porque esas categorías —que están detrás de todos los
desastres ecológicos— no son bíblicas. Para la Biblia, el dominio debe ejercerse
virtuosa y rectamente. El sabio alaba la creación diciendo a Dios: [..] y con tu sabiduría
formaste al hombre para que dominara toda tu creación, para que gobernase el mundo
con santidad y justicia" (Sab 9,1-3).

El sol y la luna no son divinidades


De manera que la Escritura no pretende contarnos cómo progresivamente se fueron
originando las diferentes plantas, ni cómo se formaron el sol, la luna y las estrellas,
sino que en último extremo quiere decirnos solo una cosa: Dios ha creado el universo.
El mundo no es, como creían los hombres de aquel tiempo, un laberinto de fuerzas
contrapuestas ni la morada de poderes demoníacos, de los que el hombre debe
protegerse. El sol y la luna no son divinidades que lo dominan, ni el cielo, superior a
nosotros, está habitado por misteriosas y contrapuestas divinidades, sino que todo
esto procede únicamente de una fuerza, de la razón eterna de Dios que en la palabra
se ha transformado en fuerza creadora.
J. RATZINGER, Creación y pecado
¿El mensaje de la Escritura cuestionaba las creencias culturales de aquel tiempo?

2.- PRIMERAS TENSIONES


Aunque el cristianismo ofreció a la ciencia el clima más idóneo para su desarrollo,
no han faltado tensiones entre ellos. Antes del siglo XX se debieron a que muchos
cristianos consideraban diversos descubrimientos científicos incompatibles con la
Biblia.
Cuando Copérnico publicó en 1543 De revolutionibus orbium coelestium, donde
propuso la teoría heliocéntrica, dedicó la obra al Papa Pablo III quien le felicitó por su
trabajo. En cambio, recibió una carta de Lutero en la cual el Reformador se limitaba a
recordarle con bastante desprecio un pasaje bíblico: "¡Sol, detente sobre Gabaón! ¡Y
tú, luna, sobre el valle de Ayalón! Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo
se vengó de sus enemigos" (Jos 10,12-13).

El caso Galileo
Parecida incomprensión sufrió después Galileo cuando defendió el
heliocentrismo de Copérnico. En 1616 sufrió un primer proceso que concluyó con la
promesa de no hacer propaganda pública del heliocentrismo. El prudente y culto
cardenal Bellarmino le aconsejó que lo defendiera como hipótesis, no como verdad
inamovible. Desgraciadamente, Galileo no solo hizo caso omiso, sino que en su famoso
Dialogo dei massimi sistemi dio el nombre de "Simplicio" al interlocutor que defendía
los puntos de vista contrarios. Eso le llevó a un segundo proceso, que giró mayormente
en torno a la ruptura de la promesa dada en 1616, y concluyó con la prohibición de
publicar y el arresto domiciliario en su residencia de Arcetri, en las cercanías de
Florencia.
Suele citarse el proceso a Galileo como ejemplo del oscurantismo católico. La
objetividad exigiría reconocer que también los protestantes tuvieron sus galileos,
porque entonces todos los cristianos veían en la Biblia un depósito de información
infalible, incluso para cuestiones científicas.

La ciencia y la Biblia
Tanto Pablo III como Lutero creían sinceramente que la Biblia era palabra de
Dios y, sin embargo, uno la consideraba compatible con el heliocentrismo y otro no. Eso
nos hace sospechar que todo depende de entender correctamente lo que significa que
la Biblia es "Palabra de Dios". El Concilio Vaticano II (Doc 1) explicó que Dios, por medio
de la revelación, no pretendió en absoluto comunicarnos conocimientos de tipo
científico, sino solo —y nada menos que— "manifestarse a sí mismo y sus planes para
salvar al hombre" (DV 6a). En consecuencia, no todo lo que hay en la Biblia es Palabra
de Dios, sino Palabra de Dios expresada en categorías culturales humanas, que son
naturalmente las categorías culturales de la época en que se escribió (DV, 12).

DOC 1
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a
"los géneros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras
diversas en los textos de di¬verso género: histórico, profético, poético o en otros
géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que
intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición
de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues
para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay
que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar
o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época
solían usarse en el trato mutuo de los hombres.
CONCILIO VATICANO II, DV, núm. 12
¿Qué géneros literarios conoces?
¿Qué géneros literarios utilizaría la Biblia si se escribiera hoy día?

3 LA CRISIS DEL DARWINISMO

Cuando Darwin propuso en el siglo XIX la teoría del evolucionismo, se desató una
nueva tormenta, porque la mayoría de los cristianos seguían creyendo que el origen del
mundo y de los seres humanos fue como se describe en los dos primeros capítulos del
Génesis.

Reacciones
Algunos recurrieron a argumentos inconsistentes. El británico Philip Gosse, por
ejemplo, sostuvo que Dios esparció por la naturaleza los fósiles que estaban
encontrando los evolucionistas para poner a prueba la fe de los creyentes. Otros
optaron por un concordismo fácil, diciendo, por ejemplo, que los siete días de la
creación (Gn 1) representan en realidad siete períodos de tiempo muy largos. Es claro,
sin embargo, que los autores del relato se referían a días de veinticuatro horas, puesto
que al acabar cada uno de ellos dicen: "Atardeció y amaneció". El hecho de que existan
dos relatos distintos de la creación (Gn 1 y Gn 2) hace pensar que la Biblia no pretende
explicar cómo ocurrieron las cosas. Los redactores ni siquiera corrigieron
contradicciones fácilmente detectables, como la existencia de la luz desde el primer
día (Gn 1,3-5) mientras la creación del sol y la luna se produjeron el cuarto día (Gn 1,14-
19).
En esos relatos, como en toda la Biblia, encontramos verdades religiosas
expresadas a través de las categorías culturales de la época. Podemos prescindir
tranquilamente de estas últimas, pero no de las enseñanzas religiosas.

No contradice la doctrina de la Iglesia


Pío XII declaró en el número veintinueve de la
encíclica Humani generis que el evolucionismo —con tal
de que se admita que "las almas son creadas
inmediatamente por Dios"— no está en contra de la
doctrina de la Iglesia.
A diferencia de la ciencia antigua, que entendía
la causalidad en términos de metas futuras (¿para qué
sirve la lluvia? Para que crezcan las cosechas), la
ciencia moderna, nacida en el siglo XVII, la entiende
en términos de causas eficientes (¿cómo se produce la
lluvia?). Eso ha contribuido a que no solo los filósofos
y los teólogos, sino también muchos científicos, se
pregunten si alguien ha diseñado todo el proceso que
va desde la gran explosión (big bang) producida hace
quizás 14.000 millones de años —que permitió primero
la formación de partículas subatómicas, después de
átomos y así sucesivamente hasta llegar al mundo y los seres vivos que ahora
conocemos—, o bien es fruto del azar. La respuesta a esa pregunta, naturalmente, se
sale ya del ámbito de la ciencia. La doctrina teológica de la creación no contradice a la
doctrina científica de la evolución, porque no trata de cuándo y cómo emergió la
realidad que conocemos, sino de por qué y para qué (Doc 2).
4 LAS TENSIONES DEL SIGLO XX
Cuando hablamos de ciencia corremos el riesgo de disociar los saberes
científicos de otros saberes humanísticos. Ambos son dos modos diferentes de
conocimiento racional, siguen métodos de investigación rigurosos y buscan
explicaciones coherentes de la realidad. El objeto preferente de estudio de la ciencia
es la naturaleza (física, química, biológica, geológica, astronómica, etc.), aunque
también se aplica al estudio de las sociedades y de las personas (ciencias sociales,
humanas).

El riesgo del cientificismo


Además de las ciencias empíricas existen las
ciencias del espíritu (filosofía, teología...); sin embargo,
las primeras han acaparado ese prestigioso sustantivo
como si ellas fueran el único saber verdadero.
Esta toma de postura arranca en el siglo XIX con
el pensamiento de Augusto Comte (1798-1857), que
estableció tres estados en la sociedad: teológico,
metafísico y científico o positivo. Para Comte, solo este último, en el que hay que
abandonar explicaciones religiosas o filosóficas y dar
como verdadero lo experimentable, es el que traerá
el progreso a la humanidad.
Ya en el siglo XX, el Círculo de Viena sostuvo
que solo tiene sentido lo que es empíricamente
verificable y, por tanto, el contenido de las ciencias
del espíritu no es ya que esté equivocado, sino que ni
siquiera tiene sentido; palabras como "Dios", "amor",
etc., son únicamente un flatus vocis, una vibración del
aire.

Ciencia y fe complementarias
Hay muchas realidades, y precisamente las más importantes para que la vida
tenga sentido, que nunca podrán ser captadas con los métodos de la ciencia, requieren
otras vías de acceso, tales como el arte, la filosofía o la teología. El mismo
Wittgenstein —que fue el mentor intelectual del Círculo de Viena—escribe en su Diario
filosófico que "incluso una vez resueltas todas las posibles cuestiones científicas,
nuestro problema ni siquiera habría sido aún rozado".
5 LA FE DEL CIENTÍFICO
Entre los científicos, encontramos todo tipo de posturas ante la religión. Desde
aquellos que ven incompatible ciencia y fe, hasta los científicos que se consideran
creyentes.

Creyentes
Casi todos los iniciadores de la ciencia moderna (Copérnico, Galileo, Kepler,
Newton, Linneo...) y no pocos científicos eminentes de los dos últimos siglos (Volta,
Ampére, Cauchy, Pasteur, Robert Mayer, Marconi...) han sido personas profundamente
cristianas. Por ejemplo, Plank (el creador de la física cuántica), cuando su hijo fue
ajusticiado por los nazis, escribió a un amigo: "Lo que me ayuda es que considero un
favor del cielo la permanencia desde mi infancia de una fe plantada en lo más profundo
de mí, una fe en el Todopoderoso y Todobondadoso que nada podrá quebrantar". Entre
los científicos ni siquiera han faltado los que consagraron su vida a Dios, como Nicolás
Copérnico (canónigo de la catedral de Frauenburgo) o Gregor Mendel (fraile agustino).

Agnósticos
Darwin, en cambio, sufrió una crisis religiosa, pero no se debió a sus
descubrimientos científicos (en su principal obra, El origen de las especies, menciona
frecuentemente al "Creador"), sino al misterio del mal y a sus dudas sobre el carácter
revelado del cristianismo. En una carta a Mr. J. Fordyle fechada en 1879 escribió: "En
mis fluctuaciones más extremas, jamás he sido ateo en el sentido de negar la existencia
de un Dios". Pasó desde la ortodoxia anglicana en su juventud hasta el agnosticismo en
sus últimos años. Solía decir a sus amigos: "Estoy y permaneceré siempre en una
perplejidad sin esperanza". Pero él era consciente de que sus opiniones en materia
religiosa tenían poco valor: "No me siento inclinado a pronunciarme públicamente sobre
temas religiosos, pues no creo haberlos meditado con suficiente profundidad que
justifique la divulgación de mis ideas" (Autobiografía).

Deístas
Tampoco Edison y Einstein fueron ateos, sino
deístas. Uno de los mejores amigos del segundo (Max
Jammer), en el libro Einstein y la religión (Doc 3),
afirma que el inventor de la teoría de la relatividad
dijo al príncipe Humberto de Lowenstein: "Lo que
realmente me enfurece es que (quienes dicen que
Dios no existe) me citen para reforzar sus tesis".
Desde luego, él negaba la existencia de un Dios
personal, pero no la existencia de Dios: "No soy ateo,
y no creo que me pueda llamar panteísta".

Ateos
Tampoco faltan, por último, los científicos
ateos. Seguramente el más conocido es el astrofísico
Stephen W. Hawking. En la Historia del tiempo
afirmó que si algún día supiéramos "por qué existe el
universo y por qué existimos nosotros [...] sería el
triunfo definitivo de la razón humana, porque
entonces conoceríamos el pensamiento de Dios". Pero
años después aclaró: "Cuando dije que conoceríamos
la mente de Dios era que comprenderíamos todo lo
que Dios sería capaz de comprender si existiera. Pero
no hay ningún Dios. Soy ateo".

PREGUNTAS PARA EL EXAMEN


DEL TEMA 2

CUESTIONES
1. ¿Qué diferencia encuentras en afirmar que Dios ha creado todas las cosas o en
afirmar que hay dioses en todas las cosas?
2. ¿Qué significa que la Biblia es un libro inspirado por Dios?
3. ¿Qué le dirías a alguien que encuentra que la ciencia es incompatible con el texto
bíblico?
4 . Elabora una lista con cuestiones sobre el origen del ser humano que responda la
ciencia y otras que pueda responder la teología.
5. Si solo consideramos verdad las realidades que pueden ser contrastadas
científicamente, ¿qué dejaría de tener sentido? Señala algunos ejemplos.
6. ¿El hecho de que haya científicos creyentes quita valor a sus aportaciones
científicas?
7. ¿Se puede extraer alguna conclusión del hecho de que haya disparidad de actitudes
religiosas entre los científicos?

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