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TEXTO 1

Cuéntame, la historia del hombre de muchas astucias que anduvo perdido


después de la caída de Troya. Aquel que conoció tantas tierras y sufrió
sin fin en el mar por salvar su vida y la de sus compañeros. Aunque todo
fue en vano, porque fueron víctimas ellos de su propia estupidez, pues se
comieron las vacas de Helios y ese día perdieron la esperanza de
regresar. Cuéntame, diosa, hija de Zeus, algo de estos sucesos. Todos
los héroes de Troya que habían escapado a la muerte estaban ya con los
suyos. Solo Odiseo seguía lejos. Lo retenía la ninfa Calipso en su cueva
con el deseo de hacerlo su esposo. Pero habían pasado los años y los
dioses tenían ya decidido regresara a su casa en la isla de Ítaca. Estaban
todos de acuerdo salvo Poseidón, que siempre le había guardado rencor
a Odiseo. Los inmortales se encontraban ahora reunidos en el Olimpo5
en el palacio de Zeus, cuando Atenea tomó la palabra.
«Mi corazón se apena por el pobre Odiseo dijo , que lleva ya mucho
tiempo lejos de casa. Ahora lo tiene la ninfa Calipso retenido en una isla
azotada por las corrientes en el mismísimo ombligo del mar. Quiere
hechizarlo para que se olvide de Ítaca, pero antes que eso él preferiría la
muerte. Padre, ¿por qué le tienes tanto rencor?» [ ]
TEXTO 2
[ ]
A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;
también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:
"Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paño,
siempre querremos serviros como leales vasallos."
Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.
Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.
El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allí deja sus palacios yermos y desheredados.
[ ]
TEXTO 3
[...] Miró el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta
al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella
la que buscaba, y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió
ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en
cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole
un cuchillo: "Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás
necesidad de andar a pie." Cortóse la muchacha un trozo del talón, metió
a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al hijo
del Rey. Montó éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por
delante del avellano, las dos palomitas posadas en una de sus ramas
gritaron:

"Ruke di guk, ruke di guk;


sangre hay en el zapato.
El zapato no le va,
La novia verdadera en casa está."

Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del


zapato y había enrojecido la blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa
a la falsa novia. "Tampoco es ésta la verdadera," dijo. "¿No tienen otra
hija?" - "No," respondió el hombre. Sólo de mi esposa difunta queda una
Cenicienta pringosa; pero es imposible que sea la novia." Mandó el
príncipe que la llamasen; pero la madrastra replicó: "¡Oh, no! ¡Va
demasiado sucia! No me atrevo a presentarla." Pero como el hijo del Rey
insistiera, no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Lavóse ella
primero las manos y la cara y, entrando en la habitación, saludó al príncipe
con una reverencia, y él tendió el zapato de oro. Se sentó la muchacha en
un escalón, se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela: le venía como
pintada. Y cuando, al levantarse, el príncipe le miró el rostro, reconoció en
el acto a la hermosa doncella que había bailado con él, y exclamó: "¡Ésta
sí que es mi verdadera novia!" La madrastra y sus dos hijas palidecieron
de rabia; pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a caballo y marchó
con ella. Y al pasar por delante del avellano, gritaron las dos palomitas
blancas [ ]
TEXTO 4
Era un verano muy caluroso, probablemente uno de los más calientes de las
últimas décadas. Quizá por eso, la cigarra decidió dedicar las horas del día a
cantar alegremente debajo de un árbol. No tenía ganas de trabajar, solo le
apetecía disfrutar de sol y cantar, cantar y cantar. De manera que así pasaba
sus días, uno tras otro.
Uno de esos días pasó por allí una hormiga que llevaba a cuestas un grano de
trigo muy grande, tan grande que apenas podía sostenerlo sobre su espalda. Al
verla, la cigarra se burló de ella y le dijo:

¿Adónde vas con tanto peso? ¡Con el buen día que hace y con tanto calor!
Se está mucho mejor aquí, a la sombra, cantando y jugando. ¿Acaso no
quieres divertirte?, se rió la cigarra.

La hormiga se detuvo y miró a la cigarra, pero prefirió hacer caso omiso de sus
comentarios y continuar su camino en silencio y fatigada por el esfuerzo. Así,
pasó todo el verano, trabajando y almacenando provisiones para el invierno. Y
cada vez que veía a la cigarra, ésta se reía y le cantaba alguna canción de
aires burlones:

¡Qué risa me dan las hormigas cuando van a trabajar! ¡Qué risa me dan las
hormigas porque no pueden jugar!

Así pasó el verano y las temperaturas empezaron a bajar. En ese momento, la


hormiga dejó de trabajar y se metió en su hormiguero, donde se encontraba
calentita y tenía comida suficiente para pasar todo el invierno. Entonces, se
dedicó a jugar y cantar.

Sin embargo, el invierno encontró a la cigarra debajo del mismo árbol, sin casa
y sin comida. No tenía nada para comer y estaba helada de frío. Fue entonces
cuando se acordó de la hormiga y fue a llamar a su puerta.

Amiga hormiga, sé que tienes provisiones de sobra. ¿Puedes darme algo de


comer y te lo devolveré cuando pueda?

La hormiga le abrió la puerta y le respondió enfadada:

¿Crees que voy a darte la comida que tanto me costó reunir? ¿Qué has
hecho holgazana durante todo el verano?

Ya lo sabes, le respondió apenada la cigarra. A todo el que pasaba, yo le


cantaba.

Pues ahora, yo como tú puedo cantar: ¡Qué risa me dan las hormigas cuando
van a trabajar! ¡Qué risa me dan las hormigas porque no pueden jugar!

Y dicho esto, le cerró la puerta a la cigarra. A partir de entonces, la cigarra


aprendió a no reírse del trabajo de los demás y a esforzarse por conseguir lo
que necesitaba.
TEXTO 5

[ ]Todos celebraron la victoria, la liberación de aquel mal, el fin de la desgracia.


El caballero invitó a Cleodolinda a subir a su caballo y se reunieron con el rey y
el resto de sus vecinos, que examinaban desconfiados el monstruoso cuerpo
escamado.

Tanta era la sangre que manaba de la herida infligida por San Jorge, que se
formó un gran charco junto al dragón. Y del charco surgió un rosal, de flores
carmesí como la sangre. El caballero cogió una rosa, la entregó a la hermosa
Cleodolinda y, acto seguido, se esfumó.

El pueblo recuperó la tranquilidad, los vecinos pudieron llenar de nuevo sus


cántaros sin ninguna preocupación y San Jorge fue nombrado su patrón.

TEXTO 6

Urano (dios celeste) y Gea (diosa terrestre) le revelaron a su nieto Zeus que el
próximo hijo que tuviera con Metis, diosa de la prudencia, le arrebataría el trono.
Y éste se tragó a Metis que estaba a punto de dar a luz para evitarlo.

Tras un profundo dolor de cabeza que anunciaba el inminente parto, Zeus le


ordenó a Hefesto que le partiese la cabeza de un hachazo y ante la atónita
mirada de los demás dioses, saltó Atenea de la cabeza de su padre, profiriendo
un feroz grito de guerra y completamente armada.

La poderosa diosa de la inteligencia, de ojos verdes y brillantes, fue la hija


predilecta de Zeus.

TEXTO 7
Abajo, en un espacio despejado y sombrío, vio a Snape. Pero no estaba solo.
Quirrell también estaba allí. Harry no podía verle la cara, pero tartamudeaba
como nunca. Harry se esforzó por oír lo que decían.
... n-no sé p-por qué querías ver-verme j-justo a-aquí, de entre t-todos los
llugares, Severus... Oh, pensé que íbamos a mantener esto en privado dijo
Snape con voz gélida .
Después de todo, los alumnos no deben saber nada sobre la Piedra Filosofal.
Harry se inclinó hacia delante. Quirrell tartamudeaba algo y Snape lo interrumpió.
¿Ya has averiguado cómo burlar a esa bestia de Hagrid?
P-p-pero Severus, y-yo... Tú no querrás que yo sea tu enemigo, Quirrell
dijo Snape, dando un paso hacia él.
Y-yo no s-sé qué...
Tú sabes perfectamente bien lo que quiero decir. Una lechuza dejó escapar
un grito y Harry casi se cae del árbol.
Se enderezó a tiempo para oír a Snape decir:
... tu pequeña parte del abracadabra. Estoy esperando.
P-pero y-yo no...
Muy bien lo interrumpió Snape . Vamos a tener otra pequeña charla muy
pronto, cuando hayas tenido tiempo de pensar y decidir dónde están tus
lealtades.
Se echó la capa sobre la cabeza y se alejó del claro. Ya estaba casi oscuro, pero
Harry pudo ver a Quirrell inmóvil, como si estuviera petrificado.

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