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4. EL BIEN Y EL MAL MORAL
Aunque todos los hombres tenemos una idea espontánea de lo que es el bien, no
es fácil definir su esencia de un modo exacto. Por el momento, diremos que el concepto
de bien puede entenderse en los sentidos que a continuación se exponen:
* Bien ontológico: el que tiene toda realidad en cuanto que es. Todo aquello que es, por
el hecho de serlo, es bueno. De acuerdo a la expresión filosófica clásica «es mejor el ser
que la nada». Todo ser, o todo acto, en cuanto que es, se dice ontológicamente bueno».
* Bien técnico o útil: si algo reporta utilidad para un fin restringido o particular, o se
realiza de acuerdo a las reglas de un arte o técnica determinados. Así, una operación
quirúrgica puede decirse «técnicamente bien realizada», o una película «de excelente
calidad fotográfica», o un contrato de compra-venta «fiscalmente correcto». Pero esa
bondad técnica, científica o artística no implica, por el solo hecho de serlo, la bondad
moral.
* Bien agradable o placentero: es el gusto o placer que puede conllevar una acción
determinada. Lo grato es una cualidad buena, que no necesariamente coincide con la
bondad técnica o útil, o con la moral. Por ejemplo, una cirugía puede resultar muy poco
grata, pero totalmente adecuada desde el punto de vista técnico, útil y moral.
* Bien moral: se dice de aquellas acciones libres que conducen al hombre a la consecución
de su fin último. Desde una perspectiva antropológica podría afirmarse también que el
bien moral de una acción es tal si resulta de acuerdo con la específica naturaleza del
hombre considerada en orden a su fin último, a su felicidad verdadera. Por ejemplo,
obtener un determinado producto. Pongamos por caso, una televisión, representaría
para el agente un bien útil y placentero, mas si esa adquisición la hace de modo injusto
(robo, fraude. etc.). La recta razón hace ver que tal caso es malo (moralmente malo)
para él.
El sentido común nos advierte que no todas las acciones culpables tienen la
misma gravedad. Asesinar a un amigo aparece ante la conciencia como una acción más
grave que decirle una mentira inocua. La filosofía moral distingue por eso entre culpas
graves y leves, aunque no siempre resulte fácil delimitarlas con precisión.
Son acciones gravemente malas aquellas transgresiones conscientes y libres
de una exigencia esencial del orden moral natural. En otras palabras, es moralmente
grave toda aquella acción que impida o dificulte notablemente, a sí mismo o a otro, la
obtención de alguno de los fines esenciales de la naturaleza humana. Serían acciones
moralmente graves, por ejemplo, el homicidio, el suicidio, el uso de la sexualidad fuera del
matrimonio o dentro de él no ordenado a la procreación, al atentar contra la institución
familiar, la calumnia o infamia referidas a la honra de la persona, etc.
Son acciones levemente malas aquellas que apartan ligeramente al hombre de la
dirección hacia su fin último, o le retrasan en el avance hacia ese logro, pero sin llegar
a quebrantarlo o a hacerlo imposible. Por ejemplo, las mentiras que no causan daño
notable a los demás, las pequeñas ofensas al prójimo que no lesionen su honor o su
fama, los robos de cosas insignificantes, etc.
Naturaleza es lo mismo que esencia, es decir, aquello que hace que una cosa sea
lo que es, y no otra (responde a la pregunta: ¿qué es esto?). La naturaleza se refiere a
la esencia en cuanto principio de operaciones, es decir, la naturaleza de un ente viene
definida no tanto por el modo de ser, sino por el modo de obrar de aquel ente.
Por naturaleza se entiende «la misma esencia constitutiva de un ente en
cuanto que es también el principio de sus operaciones específicas». Es un principio de
operaciones que determina un modo de obrar propio y característico. De este modo,
observando el modo como actúa el hombre, deducimos fácilmente su naturaleza: existen
operaciones espirituales y libres (actos humanos), y modos humanos de realizar acciones
comunes a otros seres (actos del hombre). Por ello, ya desde la antigüedad clásica, se
define la naturaleza del hombre como -«animal-racional».
intelectual con voluntad libre; y en esto se parece más a Dios que las otras criaturas. La
persona humana no sólo tiene una dimensión interior (consigo mismo), sino también
una dimensión con Dios (creador y fin último) y una dimensión con las demás personas
(ser social) y en torno a ellas todas las demás criaturas inferiores a la persona humana.
La naturaleza humana tiene un creador.
Hemos dicho que el bien consiste para el hombre en la rectitud de su obrar. Pero,
¿cómo sabemos si una acción concreta es recta, si se dirige al verdadero perfeccionamiento
del hombre? La respuesta es: por su conformidad con el verdadero bien de la naturaleza
humana.
Por tanto, es importante comprender con profundidad la verdad plena o integral
de la naturaleza humana, para identificar todo aquello que es contrario a su perfección.
Lo bueno para el hombre es lo que lo hace más plenamente hombre, integralmente
y no sólo en su animalidad o en su vitalidad. Y lo malo es toda aquella acción que se
opone a la realidad inscrita en el orden de la naturaleza humana. Los males morales son
aquellos que no son conforme a la naturaleza de la persona humana considerada en su
integridad. La persona humana tiene que ser considerada íntegramente.
Así, el orden ético se fundamenta primariamente en el orden de la naturaleza.
Y los actos moralmente buenos honran a la persona humana y son moralmente malos
los que la degradan.
El bien en general es lo que perfecciona una naturaleza, por tanto, bien humano
es lo que perfecciona al hombre.
El bien dice relación con el apetito, por ello, resulta que el bien es aquello que
todos apetecen. Todo lo que contribuye al proceso de desarrollo de la naturaleza es
normal, es el bien. Cada naturaleza tiene su bien propio.
Lo propio y característico del hombre es su parte racional y espiritual. El bien
del hombre consistirá en todo lo que contribuye a ese desarrollo. Lo demás es simple
medio. Además, la naturaleza humana no es algo aislado. Hay que considerarla en sus
relaciones, que determinarán la dirección de ese proceso o crecimiento. Estas relaciones
fundamentales son:
Por otro lado, en la búsqueda de los fines, se da una necesaria concatenación: tomo
vitaminas para fortalecerme, me fortalezco porque deseo trabajar mejor, busco trabajar
mejor con el objeto de ser ascendido, quiero el ascenso porque me reportará mayores
ingresos, con mayores ingresos podré llevar a la familia a vacaciones, las vacaciones
favorecen el descanso y la integración familiar, la familia integrada es saludable para la
sociedad, etc.
Ahora bien, ¿puede esa concatenación prolongarse al infinito, o necesariamente
deberá tener algún término?
Los múltiples fines que el hombre busca conseguir guardan entre sí un orden:
hay fines más inmediatos que otros, fines más o menos importantes, fines que se
buscan sólo para luego acceder a un fin posterior. etc. Entendemos, sin embargo, que
esa subordinación y ese orden no pueden prolongarse hasta el infinito, porque de lo
contrario nada haríamos, pues ¿alguien se pondría a andar si supiera de antemano y con
certeza que su punto de destino se pierde en el espacio infinito? Por tanto, debe haber
un fin último, llamado también bien supremo.
«Fin último es aquel fin que se quiere de modo absoluto, y en razón del cual se
quieren todos los demás».
• «Aquel que se quiere de modo absoluto», es decir, por encima de cualquier
otro fin, más que a ningún otro bien. Por ello, el fin último es único: su
prioridad incuestionable reclama exclusividad.
• «En razón del cual se quieren todos los demás», de suerte tal que los fines
intermedios se fijan en función del último, y si resultan contrapuestos a este
entonces se rechazan.
Esto equivale a decir que el fin último es la causa final primera de todo el obrar
humano. El fin último es la causa, al menos implícita, de cualquier otra pretensión:
ningún aspecto de la vida de un hombre queda al margen de aquello que ese hombre
se ha planteado como fin último. La determinación del fin último condiciona el
modo propio de vida: p. ej. El ególatra, que tiene como fin último de la vida su propio
bienestar y glorificación, decidirá sus acciones siempre en orden a ese fin. El avaro, a la
posesión insaciable de dinero. El lascivo, a la búsqueda de sus placeres. El prudente, al
conocimiento y amor de Dios.
En conclusión, la grandeza o bajeza del fin último que cada hombre se plantee
condicionará la altura moral de su existencia. La dignidad, la perfección, el valor de
una vida depende del planteamiento del fin último. Si éste es rastrero, a nivel del suelo
permanecerá la elevación de esa vida. Si ese fin es elevado, naturalmente tenderá al
perfeccionamiento integral del individuo.
Preguntamos, ¿es posible que una persona viva y actúe sin un fin último definitivo?
¿Alguien puede guiarse con una actitud conformista, carente de un fin, de un ideal, de
una orientación vital? Esta parece ser una postura existencial del mundo materialista de
hoy, pero que no resulta acorde con la naturaleza humana, que es dinámica y perfectiva.
Si esta actitud se presentara de manera radical y completa conduciría a la ruina y al
fracaso de esa persona en cuanto ser humano, no habría crecimiento ni logros. Lo que
resulta más frecuente es ausencia de una clara definición del fin último, y se limita a los
fines inmediatos, hedonistas y utilitaristas que no trascienden.
* ¿Existe un fin último proporcionado a la naturaleza humana? ¿Cuál es ese fin último
del hombre? Hemos dicho que la naturaleza humana se caracteriza por las facultades
operativas de la inteligencia y voluntad. Ellas son sus perfecciones características, sus
potencias propias:
La inteligencia persigue la verdad y la voluntad tiende al bien. La naturaleza
humana se perfecciona con su obrar, pues es un proceso. Por tanto, mientras la verdad
que busque la inteligencia sea más alta y mientras más sublime resulte el bien perseguido
por la voluntad, la perfección humana de ese individuo se acercará más y más al ámbito
de su plenitud.
En definitiva, la capacidad perfectiva última de las potencias espirituales se
colma solamente en la posesión de la VERDAD SUMA para la inteligencia y el SUMO
BIEN apetecido por la voluntad. Por ello, concluimos que el fin último del hombre es
Dios, pues él es la Suma Verdad y el Sumo Bien.
De ahí que el destino final de la persona humana, y su mayor obligación moral,
es llegar al máximo conocimiento y al máximo amor a Dios que le sea posible. En esto
radica la suprema perfección y felicidad del hombre.
¿Qué sucede, entonces, cuando se sitúa corno realidad última perfectiva del
hombre un bien parcial, como el dinero, el placer, e incluso el propio yo? Ese hombre no
resulta en verdad plenificado, sus potencias intelectivas y volitivas no se agotarían con
la posesión de uno o varios bienes finitos; después de la posesión de algunos. siempre
estará anhelando otros, pues la realidad espiritual del hombre no se agota en realidades
parciales. Lo propio del hombre es trascender el dominio inmediato de lo cuantitativo,
de lo concreto, de lo sensible.
Cada necesidad satisfecha, amplía al hombre el horizonte de otras nuevas, pues
le revela una carencia más fundamental. Cada necesidad saciada hace brotar otra; de ahí
la desilusión y la carrera en pos de nuevas satisfacciones.
* Aunque sólo Dios es el fin último del hombre, las cosas creadas no son
despreciables ni carecen de valor. Las realidades creadas son bienes amables en sí
mismos. Por ello, el fin último no es el único bien, aunque sólo él es querido de modo
absoluto. Todos los demás bienes son necesarios para alcanzar el fin último.
• La bondad de las cosas creadas no se opone a la bondad del fin último,
sino que lo realza. Al ser Dios el autor de las cosas creadas, resulta sencillo
entender éstas no alejan, sino que llevan a él. Reconocemos atisbos de la
belleza y bondad de Dios en las cosas creadas.
• El fin último lleva a querer a las criaturas según su naturaleza y sus fines
propios. El fin es el término del recto desarrollo de la naturaleza. Por eso,
el amor del fin último lleva a respetar la naturaleza de las cosas y sus fines
propios, a emplearlas para lo que son, a configurarlas de acuerdo a sus
finalidades esenciales.
• La intencionalidad del fin último ha de estar presente en todas las acciones,
al menos de modo virtual. Esto no significa que a cada paso deba el hombre
estar haciendo referencias explícitas a ese fin último, pero sí implica que en
la originalidad de su intención, en el planteamiento profundo del porqué de
su actuar, la dirección de sus obras tienda a Dios. Es lícito y bueno pretender
cualquiera de los fines parciales, pero con la conciencia de su ulterior
dirección al Bien Supremo.
Hemos hablado del fin último propio de la naturaleza humana, tal y como puede
ser conocido con las solas luces de la razón natural. Por otro lado, con las luces de la fe,
sabemos que el hombre ha sido destinado a un fin que sobrepasa el natural: la fe enseña
que le hombre ha sido elevado gratuitamente a un orden superior al que le corresponde
por su propia naturaleza. Dios ha destinado al hombre a la bienaventuranza y esto
es objeto de estudio de la Teología. Este fin sobrenatural es don gratuito de Dios, y
consiste en una unión con él mucho más íntima y perfecta que la que hubiéramos
logrado con el solo fin natural.