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Los criterios para determinar o distinguir entre uno y otro resultan de relacionar (privilegiar) las
funciones (etapas) esenciales que se desarrollan en todo procedimiento penal (investigación,
acusación, defensa, juzgamiento y ejecución) con el rol asignado dentro de cada función a los
diversos sujetos procesales (persecutor penal, acusador, juez, etc.). Así, se tiene que en el sistema
inquisitorial la función (etapa) de investigación (inquisición) es la más importante del
procedimiento y todos o casi todos los roles en cada una de las etapas procedimentales son
asumidos por un solo sujeto: el juez. En cambio, en el sistema acusatorio, el procedimiento gira
fundamentalmente en torno al juicio (oral y público) que se produce tras una acusación y los roles
en las diversas etapas del procedimiento están distribuidos en diversos sujetos procesales.
Ningún sistema ha sido aplicado a lo largo de la historia en su forma totalmente pura y al analizar
los modelos procesales penales de cualquier latitud se advierte simplemente en ellos rasgos
predominantes de uno u otro sistema.
I. Sistema inquisitorial
El término “inquisición” proviene del latín inquitio y significa acción de inquirir o indagar
(investigar). Se utiliza esa palabra, sin embargo, como sinónimo con otros alcances, siendo el más
común el de tribunal eclesiástico (o Santo Oficio), ya desaparecido, que inquiría y castigaba los
delitos contra la fe. En este orden de ideas, por inquisidor se tenía al juez eclesiástico.
La inquisición, que en un principio era utilizada solo contra los infieles, gana adeptos que aspiran a
su utilización en la forma de procedimiento penal en la sociedad civil para la persecución penal en
general y esa idea va alcanzando auge junto con el desarrollo científico del Derecho en Italia por
obra de algunos posglosadores (en particular: Gandinus, Bartolus, Baldus y Angelus Aretinus),
expandiéndose por Europa. La inquisición como tal fue introducida en España entre los años 1232 y
1242 en Aragón, desde donde pasó a Navarra y a Castilla; en Alemania se consolida como sistema
procesal penal con la dictación de la Constitutio Criminalis Carolina hacia el año 1532 y en
América se instaló la inquisición en México entre los años 1547 y 1570, en Lima en 1570 y en
Cartagena de Indias en 1610. Chile, como se dijo, adoptó (confirmó) el sistema en su Código de
Procedimiento Penal siguiendo a la Ley de Enjuiciamiento Criminal vigente en España, hacia 1852,
que contenía el modelo inquisitorial medieval.
Las características más importantes del sistema inquisitorio son las siguientes:
1. Vinculación política
El método inquisitorial ha gozado de gran aceptación principalmente en regímenes absolutistas. Si
bien nace como un modelo empleado por los tribunales eclesiásticos para “inquirir” y castigar los
delitos contra la fe, luego se convierte en uno muy útil para las monarquías europeas, donde la
administración de justicia penal correspondía al rey y derivaba en un complejo juego de
delegaciones. En Latinoamérica, como se advirtiera pre- cedentemente, se introdujo por los
conquistadores españoles y permaneció casi incólume luego de la independencia, removiéndose en
sus raíces solo una vez que Latinoamérica superara los regímenes dictatoriales que afectaron a gran
parte de la región durante la segunda mitad del siglo pasado.
El sospechado por delito es considerado un objeto de la persecución penal, sobre el cual recae el
rigor estatal con desprecio de sus derechos fundamentales. Es esta una de las características más
notables del modelo inquisitorial. Lo que importa es el descubrimiento o inquisición de la verdad y
ella se realiza a cualquier precio y por cualquier medio, aun a costa de los derechos básicos del
sospechoso de delito.
3. Acumulación de funciones
Un mismo sujeto realiza las funciones de investigación, acusación y decisión. Quien asume la
investigación es un juez de instrucción, el que además acusa al sospechoso cuando se acumulan
antecedentes suficientes para estimar que existe delito y responsabilidad en él del inculpado.
Finalmente, el mismo juez que ha investigado y ejercido la acción penal se pronuncia sobre la
culpabilidad del acusado y controla, en su caso, la ejecución de la sentencia condenatoria o de la
medida de seguridad.
4. Principio inquisitorial
El juez, impedido de formar su convicción libremente, se encuentra atado a reglas que determinan
cuáles son los medios de prueba admisibles, la oportunidad en que deben rendirse y su valor
probatorio (ej. arts. 456 bis y 457 CPP). Cabe destacar, además, que la confesión es el medio
probatorio por excelencia y ella se trata de obtener a toda costa, incluso mediante la aplicación de
métodos inhumanos sobre el sospechoso.
El resultado de la investigación que se realiza durante la primera etapa del procedimiento penal
(sumario) se acumula y se hace constar por escrito en un sistema de actas o expedientes que solo es
conocido por el juez y algunos funcionarios subalternos.
7. Ausencia del principio de participación de jueces legos
Es el sistema más antiguo de persecución penal, cuyo germen más notorio en Occidente se advierte
en la Grecia clásica (499 a. C.-355 a. C.) y, también, en la Roma republicana (s. V a. C.-s. I a. C.).
Cobra vigor con el advenimiento de la Revolución francesa y la Ilustración, aun cuando el modelo
revolucionario tenía más bien rasgos mixtos. Hoy se conoce técnicamente en doctrina como sistema
acusatorio contradictorio o adversarial. Es éste el que se implantó en Chile en diciembre de 2000
aunque no completamente. Sus características más relevantes son las siguientes:
1. Vinculación política
El sospechado por delito es considerado un sujeto rodeado de derechos fundamentales que deben
ser respetados durante todo el procedimiento penal.
3. Separación de funciones
Las funciones básicas del procedimiento penal son asumidas por distintos operadores jurídicos. La
investigación sobre los hechos constitutivos de delito y sobre la responsabilidad penal del
sospechoso en él corresponde a un órgano del Estado que carece de jurisdicción, denominado en
Chile Ministerio Público. En cambio, el control de la etapa de investigación corresponde a un
órgano judicial. El ejercicio de la acción penal corresponde al mismo sujeto que investigó, esto es,
al Ministerio Público. Por otro lado, el juzgamiento se realiza por un tribunal que no ha realizado
ninguna de las funciones anteriores. Finalmente, la ejecución de la pena normalmente está a cargo
de un órgano judicial, como ocurre en Chile (Juez de Garantía: artículos 466 a 482 CPcsalP) o a
cargo del Ministerio Público, como en el caso de Alemania (§§ 449 a 463d StPO).
4. Principio acusatorio
El juicio penal y la intervención del órgano sentenciador se producen luego del ejercicio de la
acción penal. A lo anterior debe sumarse la oportunidad de defensa que corresponde al imputado,
pues se entiende que el proceso penal debe tener lugar entre posiciones antagónicas, de allí la
denominación: modelo acusatorio adversarial.
En sus inicios, el proceso civil y el proceso penal estaban confundidos, cuestión que se advierte
claramente, por ejemplo, en el derecho germánico, donde el ejercicio de la acción (penal) dependía
del ofendido o de su estirpe. En un Estado moderno el ejercicio de la acción penal corresponde a un
órgano técnico denominado Ministerio Público. Pero también ha coexistido con dicho modelo la
posibilidad de que cualquier ciudadano ejerza la acción penal (quivis ex populo).
Así como en los cargos y descargos puede utilizarse cualquier medio de prueba (producción), el
juez goza de libertad para apreciar la prueba (admisibilidad y valoración), sin estricta sujeción a un
régimen legal. Lo anterior se explica fácilmente, puesto que el sistema acusatorio revolucionario
francés acogió al modelo de jurado anglosajón, de manera que la participación de jueces legos en la
administración de justicia penal francesa implicó una simplificación del sistema de valoración de
los medios probatorios con el fin de que ciudadanos comunes pudieran asumir la función de
juzgamiento y formar su convicción libremente. Sin embargo, desde fines del siglo XIX el sistema
acusatorio ha ido transitando desde el Jurado clásico al sistema de Escabinado o simplemente al de
tribunales integrados exclusivamente por jueces profesionales, lo que ha significado superar la
libertad de apreciación probatoria prefiriéndose el sistema de la decisión motivada que, en pocas
palabras, exige del órgano sentenciador un estándar de convicción mayor obligándolo a tomar una
decisión penal fundada.
La discusión, prueba y fallo del caso penal debe ventilarse en una audiencia pública. Una de las
formas de controlar la actividad estatal y hacer transparente la administración de justicia penal se
consigue permitiendo que cualquier ciudadano asista a la audiencia de celebración de juicio, el cual
debe desenvolverse oralmente por los sujetos procesales.
Como se dijera al principio de este parágrafo, los sistemas descritos anteriormente no se han
manifestado en sus formas puras. Sin ir más lejos, el fenómeno reformatorio europeo proveniente de
la Revolución francesa no contenía todos los elementos del sistema acusatorio en la forma que se ha
descrito en este manual. En sus inicios se trataba más bien de un sistema inquisitivo reformado o,
como lo han denominado los españoles, “proceso acusatorio formal o mixto”, en el que la
investigación estaba a cargo de un juez instructor; la función de juzgar, empero, correspondía a un
órgano (Jurado) distinto del que inquiría, ejerciéndose esa función en una audiencia de juicio oral y
público. Luego, con el desarrollo del concepto de Estado social, cobran fuerza los elementos
esenciales que hoy se atribuyen al modelo acusatorio y que, actualmente, regulan los
procedimientos penales de la mayoría de los Estados desarrollados de Europa occidental y de los
latinoamericanos.
1. Vinculación política
Este modelo surge —más bien, vuelve en gloria y majestad en Occidente— con la Revolución
francesa y es una verdadera reacción contra el absolutismo político y contra el sistema inquisitorial
medieval.
El sujeto imputado de delito comienza a ser considerado un individuo con derechos, inherentes a su
condición de persona, que deben ser respetados en el transcurso del procedimiento penal.
3. Separación de funciones
Frente al poder omnipotente del rey y los funcionarios reales surge una reacción que tiende a
distribuir las funciones procesales en distintos agentes. Así, aparece el Ministerio Público, que en
un principio fiscalizaba la investigación del juez instructor y ejercía la acción penal. Además, el
juicio jurisdiccional correspondía a un órgano colegiado denominado Jurado.
En el modelo mixto la etapa de sumario está regida por el principio inquisitorial (involucra la
intervención judicial en la investigación) y la etapa de plenario está regida por el principio
acusatorio.
5. Sistema de prueba
El sistema de la prueba comprende, por un lado, el de la prueba legal o tasada en cuanto a los
medios de prueba, admisibilidad, oportunidad y forma de rendirla; pero, por otro, el tribunal tiene
libertad para formarse convicción. Rige, en consecuencia, el sistema de la libre apreciación de la
prueba.
La etapa de sumario se caracteriza por ser secreta y escrita, pero la etapa de plenario se caracteriza
por ser pública y oral.
Dicha participación lega se produce de dos maneras distintas en el sistema francés revolucionario,
según pasa a explicarse.
Existía, por un lado, el jurado de acusación (jury d’accusation) compuesto por ocho ciudadanos que
decidían sobre la admisibilidad de una acusación en contra de una persona sospechosa de delito. Por
otro lado, el juicio mismo correspondía al jurado de juzgamiento (jury de jugement) compuesto por
un juez de profesión y por doce ciudadanos (legos), más tres de reserva. El juez de profesión dirigía
el debate y se pronunciaba sobre el monto de la pena; en cambio, los doce legos decidían si el
acusado era culpable o no según su íntima convicción (intime conviction).
De acuerdo a algunos especialistas (Pecchi, Jorquera Lorca, Quezada, entre otros) el modelo que
contiene el Código de Procedimiento Penal de 1906 sería del tipo mixto, lo que no es efectivo, pues
se trata de un modelo esencialmente inquisitorial. Muy poco o nada hay en él de lo que en doctrina
se denomina sistema mixto. ¿Cómo ha de considerarse mixto al modelo de 1906, si las distintas
funciones procesales están concentradas en un solo sujeto (el juez) y el imputado es considerado un
objeto de persecución penal y se niega la participación de jueces legos?
Coexisten actualmente en Chile dos sistemas o, dicho de otro modo, dos modelos procesales
penales distintos que serán descritos a continuación.
1. El modelo inquisitorial
El modelo que contiene el Código de Procedimiento Penal despliega cuatro etapas: sumario,
plenario, ejecución, recursos y está presidido por el principio inquisitorial.
2. El modelo acusatorio
El Código Procesal Penal del año 2000 acuña un modelo de cinco etapas: investigación, intermedia,
juicio, ejecución y recursos, presidido por el principio acusatorio.
En caso de producirse el ejercicio de una acción penal (acusación), o en otras hipótesis que se
estudiarán oportunamente, se abre la segunda etapa, denominada intermedia. Esta etapa comprende
la actividad que tiene lugar entre la de investigación y la de juicio oral con dos propósitos
fundamentales: por un lado, el cierre definitivo de la investigación, eventualmente el término del
procedimiento y, por otro, en caso de formularse acusación, la regulación del adecuado ejercicio de
la acción penal y, asimismo, la preparación del juicio oral, a través de una “audiencia de
preparación de juicio oral” en que se define el contenido fundamental de aquel: sujetos (integración
del tribunal oral en lo penal, acusadores, acusados, etc.), objeto (hechos, acusación, demanda,
defensa, etc.) y la prueba (testigos, peritos, etc.).
La tercera etapa es la de juicio y puede atribuírsele las siguientes características: está presidida por
los principios de oralidad, publicidad, apreciación de la prueba con libertad, pero con obligación de
fundamentación, y por la participación exclusiva de jueces profesionales. En su interior se
determina si el hecho investigado constituye delito y se juzga la participación penal del acusado.
Finalmente, tiene lugar la etapa de ejecución, que es controlada por el Juzgado de Garantía.
Sin perjuicio de lo señalado precedentemente, debe tenerse presente la etapa de recursos, aunque no
se permite hablar de nueva instancia como ocurre en el modelo inquisitorial de 1906.
Antes de analizar el texto positivo de la ley procesal penal es conveniente referirse a los principios
que sirven de sustento jurídico al nuevo sistema chileno.
Tan profunda ha sido la reforma que se viene experimentando desde el año 2000, que no solo se han
modificado o reemplazado textos legales, o adecuado la Constitución Política de la República de
Chile, sino que se han removido en sus raíces los principios del derecho procesal penal chileno; por
lo tanto, resulta absolutamente indispensable detenerse en aquellos que tienen cierta relevancia en la
configuración del modelo de corte acusatorio que se ha implementado en Chile a fines del siglo XX.
La noción de máxima como idea universal que sirve de fundamento o inspiración a la norma
jurídica procesal penal, o estado perfecto (ideal) que se desea alcanzar a través de la norma positiva
procesal penal, usualmente se relaciona con la de principio y suele reconocérseles una sinonimia.
No obstante, en adelante, con el único objeto de separar aquellos principios que están expresamente
contemplados en el Código Procesal Penal en el Título I del Libro I, de aquellos que no lo están, es
que se hará su análisis distinguiendo entre máximas y principios.
I. Máximas procesales
1. Acusatoria / inquisitorial
Si bien es cierto que de la lectura del artículo 83 inciso 1° de la CPRCH, y artículo 1° de la LOCMP
con relación al artículo 77 del CPcsalP, pareciera desprenderse que la acción penal pública deviene
como consecuencia de la investigación que dirige el MP, el texto de los artículos 53 y 166 del
CPcsalP lleva a pensar que la acción penal se ejerce en un momento anterior a la interposición de la
acusación. Esta ambigüedad conceptual es contradictoria con los avances en materia penal que, se
supone, comprende la reforma procesal penal. La falta de claridad del reformador chileno en este
punto es irritante, aun aceptando que las máximas difícilmente se encuentran en su estado puro o
perfecto en las legislaciones en que se aplican.
Merece destacarse, también, que la existencia de los juzgados de garantía implica intervenciones
judiciales anteriores al ejercicio de la acusación (artículo 14 letras a) y b) COT), lo que podría
parecer contradictorio con las explicaciones precedentes sobre la máxima acusatoria; sin embargo,
la actividad judicial desplegada por tales tribunales está referida esencialmente al control de los
derechos fundamentales de las personas en el procedimiento penal. Además, en aquellos casos en
que se les entrega facultades para decidir un asunto penal (dictar sentencia definitiva en los
procedimientos monitorios, simplificados y abreviados) se exige la existencia previa de un vehículo
de transporte para la acción penal (acusación, requerimiento y/o querella).
Por último, también constituye una manifestación de la máxima acusatoria que el juzgador no pueda
pronunciarse respecto de la responsabilidad penal de personas o determinar la punibilidad de hechos
que no forman parte del contenido de la acusación (artículos 259 y 341 CPcsalP). Sin embargo, a
esta vertiente de dicha máxima se la identifica en Chile como “prin- cipio de congruencia”.
2. Oralidad / escrituración
Todos los antecedentes acumulados en el procedimiento penal relevantes para el juicio deben
exponerse verbalmente en la etapa principal (audiencia de juicio), de manera que la sentencia solo
pueda fundarse en aquello que el tribunal ha escuchado, visto, en fin, percibido a través de la
exposición oral que los distintos comparecientes han efectuado en el proceso que mate- rialmente se
lleva a cabo en una audiencia pública (artículos 1°, 266 y 291 CPcsalP, relacionar con los artículos
228 inciso final, 329 inciso 1° y 334 del mismo código).
Por el contrario, la máxima de escrituración implica que todos los antecedentes acumulados en el
procedimiento, a pretexto de encuesta, se acompañan por escrito y se hacen constar
cronológicamente en un expediente que luego es examinado por el tribunal para sentenciar.
Ejemplo: Procedimiento ordinario del Código de Procedimiento Penal (artículo 117 inciso 1° CPP
con relación a lo dispuesto en el artículo 61 CPC).
3. Publicidad / secreto
En un procedimiento regido por el principio de publicidad sus actos son públicos, esto significa que
cualquier persona interesada en el conocimiento del curso del procedimiento penal tiene acceso a la
investigación y cualquier persona puede asistir a las audiencias de procedimiento y a la de juicio en
el que se discute la existencia de delito y responsabilidad penal y presenciar la decisión judicial
(artículos 1°, 71 y 289 con relación al 292 inciso cuarto del CPcsalP y artículo 9° del COT). La
transparencia de la administración de justicia y su control se hacen evidentes en virtud de esta
máxima y con ello se legitima la aplicación del ius puniendi.
El sentenciador al apreciar o valorar los medios de prueba, que no están regulados en la ley, goza de
libertad para formarse convicción sobre la existencia de delito y responsabilidad penal.
El CPcsalP toma cierta distancia respecto de lo que acaba de decirse sobre la máxima de libre
apreciación de la prueba. El artículo 295 del Código Procesal Penal, entre otras disposiciones del
código, regula la naturaleza y admisibilidad de los medios de prueba (cualquiera que haya sido
producido e incorporado en conformidad a la ley), luego el artículo 296 del Código Procesal Penal
establece la oportunidad y forma en que debe rendirse la prueba y el artículo 297 del Código
Procesal Penal señala cómo debe realizarse la valoración de la prueba. En suma, si bien los
tribunales aprecian la prueba con libertad, no pueden contradecir los principios de la lógica, las
máximas de la experiencia y los conocimientos científicamente afianzados. De esta manera, se
consagra el sistema de libre apreciación de la prueba, pero con deber de fundamentación. Y se
agrega, todavía, un elemento de juicio que pertenece al derecho estadounidense y relativo al
estándar de convicción impuesto al juzgador. Se trata de “la duda razonable”, contenido en el
artículo 340 del CPcsalP y que será analizado a propósito de la fase de prueba en la etapa de juicio
oral.
En cambio, en virtud del principio de participación de jueces profesionales debe entenderse que el
juicio penal es realizado por jueces funcionarios formados técnicamente en el Derecho (abogados)
mediante un título que lo certifica.
6. Legalidad / oportunidad
En el derecho penal adjetivo tal máxima reproduce la idea de que el órgano encargado de la
persecución penal (en Chile el Ministerio Público) está obligado a investigar y hacer avanzar
aquella, cada vez que toma conocimiento de una notitia criminis (artículo 166 inciso 2° CPcsalP) y,
eventualmente, a ejercer la acción penal (artículo 83 inciso 1° de la CPRCH y artículo 1° LOCMP)
si concurren unos requisitos legales.
En Chile el principio de oportunidad está pensado como una excepción al principio de legalidad y
únicamente respecto de la facultad de investigar, aunque la de solicitar sobreseimiento o no
perseverar en el procedimiento también involucra una aplicación del principio de oportunidad, pues
de todas formas, especialmente en el caso del sobreseimiento definitivo, deja de avanzar y termina
la persecución penal.
7. Oficialidad / disposición
La máxima de oficialidad tiene dos alcances: por un lado, significa que la sustanciación de un
procedimiento penal desde su inicio hasta la completa ejecución de la sentencia es una actividad
privativa del Estado; por otro, que el órgano encargado de la persecución penal debe actuar por
iniciativa propia (ex officio). En este punto debe entenderse la expresión “persecu- ción penal” en
sentido estricto, o sea, la actividad de investigación hasta la formulación de acusación (en sentido
amplio, ese término involucra la actividad estatal completa durante el procedimiento penal).
Se opone a la máxima de oficialidad, la máxima dispositiva, por la cual la puesta en marcha del
procedimiento y su curso posterior dependen de la iniciativa de las partes, es su obligación.
Estas máximas permiten distinguir los delitos de acción penal pública de los delitos de acción penal
privada y de los delitos de acción penal pública previa instancia particular (artículos 53, 54 y 55
CPcsalP), pues los primeros se fundan en la máxima de oficialidad, en tanto que los dos últimos en
la máxima dispositiva. Estas mismas máximas permiten diferenciar el pro- cedimiento penal del
procedimiento civil, respectivamente.
8. Debido proceso
Esta máxima, algo compleja, será abordada cuando se examinen las garantías constitucionales. Por
el momento, téngase presente que, por un lado, el procedimiento penal no debe ser irracional; por
otro, que él constituye un rito estatal que debe consultar todas las garantías previstas en el
ordenamiento jurídico procesal penal para arribar a una sentencia legítima.
9. Aceleración o celeridad
Esta máxima cobra vida al relacionarla con la aplicación de otro principio, el del Estado de derecho.
En doctrina comparada, especialmente en la alemana (das Beschleunigungsgebot), tiene dos
connotaciones de importancia:
La búsqueda de la verdad material a través de un procedimiento penal podría no tener fin; sin
embargo, el imputado tiene derecho a que ella solo se indague y establezca dentro de un plazo
prudente y lo más reducido posible. Y que el juicio, en su caso, se realice sin demoras ni dilaciones.
Un procedimiento penal no es un proyecto de investigación histórico ilimitado, pues se corre el
riesgo de afectar indefinidamente los derechos fundamentales del imputado y no alcanzarse ni la
certeza jurídica ni la paz social entre dos sujetos antagónicos: el persecutor y el perseguido.
La máxima de aceleración o celeridad se conecta en la etapa de juicio oral con las máximas de
concentración (el proceso debe desarrollarse en una sola audiencia) y continuidad (una audiencia
debe desarrollarse sin paralizaciones). En consecuencia, el proceso (discusión, prueba y fallo del
conflicto penal) necesita verificarse en una audiencia desenvuelta en una sola sesión y, si ello no es
posible, mediante varias sucesivas y determinadas, pero sin dilaciones inútiles y perjudiciales
(artículos 282, 283 y 325 CPcsalP).
10. Instrucción
Esta máxima, también conocida en doctrina europea como máxima de inquisición o investigación,
implica que el órgano de persecución penal debe, tan pronto tenga sospecha o conocimiento de un
hecho constitutivo de delito, investigar y esclarecerlo (artículo 166 CPcsalP). En Chile se le
confunde con el principio de legalidad.
11. Inmediatez
Esta máxima implica, por un lado, que los integrantes del órgano judicial deben presenciar
íntegramente las audiencias en que intervengan y, por otro, que el juzgador únicamente puede
fundar su decisión, sobre la base de las pruebas producidas o reproducidas en la audiencia de juicio
oral, en la medida en que las haya percibido por sí mismo, sin intermediarios (artículos 266, 284,
296 y 325 inciso 1° CPcsalP).
12. Imparcialidad
La emisión de la decisión jurisdiccional corresponde a un tribunal integrado por jueces que ninguna
participación han tenido en las etapas anteriores del procedimiento penal (artículo 18 letra a COT);
en consecuencia, no hay prejuicio o prevención a favor o en contra de alguien.
13. Contradicción
Significa que los hechos del procedimiento, especialmente los que constituyen materia del juicio
oral, deben discutirse entre acusador y acusado (artículos 259, 263, 265, 285, 325 y 338 CPcsalP).
Esta garantía es conocida en doctrina comparada como “fair trial” o “due process of law” y para
analizarla se debe partir de una premisa: el Estado ha previsto para la persecución penal y sanción
del responsable, en la fase de criminalización secundaria, un procedimiento y un tribunal adecuados
socialmente (legítimos). En consecuencia, a toda persona imputada por delito debe aplicársele tal
procedimiento y juzgársele por ese tribunal48. Además, deben respetarse las normas que regulan uno
y otro. Por último, debe tenerse presente que la garantía del debido proceso absorbe otras. En pocas
palabras, durante un procedimiento y especialmente en el juzgamiento, deben respetarse los
derechos fundamentales que la CPRCH garantiza49.
La CPRCH señala en el artículo 19 N° 3, inciso 5°, que “... Nadie podrá ser juzgado por comisiones especiales, sino por
el tribunal que señalare la ley y que se hallare establecido por ésta con anterioridad a la perpetración del hecho...”.
El Tribunal Constitucional ha definido el derecho al debido proceso “... como aquel que, franqueado el acceso a la
jurisdicción, permite que el proceso se desarrolle con todas las garantías esenciales, racionales y justas que contribuyan
a un procedimiento equitativo y no arbitrario...”. Sostiene, además, que “... el procedimiento legal debe ser racional y
justo. Racional para configurar un proceso lógico y carente de arbitrariedad. Y justo para orientarlo a un sentido que
cautele los derechos fundamentales de los par- ticipantes en el proceso...”. Sobre el punto, véase STC Rol N° 2936-15-
INA, c. 3, de fecha 20 de octubre de 2016. Sin embargo, curiosamente, en una sentencia posterior “... ha entendido por
tal...” (o sea al debido proceso) a “... aquel que cumple íntegramente la función constitucional de resolver conflictos de
intereses de relevancia jurídica con efecto de cosa juzgada, protegiendo y resguardando, como su natural consecuencia,
la organización del Estado, las garantías constitucionales y, en definitiva, la plena eficacia del Estado de Derecho ...”.
Sobre esto, véase STC Rol N° 2983-16-INA, c. 6, de fecha 13 de diciembre de 2016. También es posible encontrar una
definición del debido proceso en argumentos de la Corte Suprema, así, por ejemplo, en el considerando tercero del fallo
No 92.059-2020, de fecha 8 de septiembre de 2020: “... esta Corte ha sostenido consistentemente, en torno al debido
proceso, que se trata de un derecho asegurado por la Constitución Política de la República que ordena que toda decisión
de un órgano que ejerza jurisdicción debe fundarse en un proceso previo legalmente tramitado...”.
En Chile la garantía, o principio del debido proceso, ha sido interpretada doctrinariamente como la
aplicación de un procedimiento con todas sus garantías. Merece destacarse, como lo han señalado
los profesores Verdugo y Pfeffer 50, que la CPRCH en el artículo 19 N° 3, inciso sexto, en vez de
enumerar las garantías ha optado por una fórmula genérica (“... un racional y justo
procedimiento...”) que fue modificada por la Ley N° 19.519, del 16 de septiembre de 1997, para
hacer extensivo el principio a la etapa de investigación (“... las garantías de un procedimiento y
una investigación racionales y justos...”). Esta extensión de la fórmula, sin embargo, es
cuestionable. En primer lugar, porque da la impresión que la investigación no forma parte del
procedimiento penal y, en segundo lugar, porque al aplicarse el principio del debido proceso a la
primera etapa preliminar dentro del procedimiento (a la investigación) implica arrastrar todas las
garantías a la fase de inquisición, cuestión que podría causar un debilitamiento de ellas o una
confusión. Así, podría sostenerse que el órgano persecutor debe realizar una investigación imparcial
y no solo objetiva, cuestión que parece difícil por la naturaleza institucional del Ministerio Público,
por cuanto, a diferencia del tribunal, no se encuentra concebido como un órgano imparcial.
1.3. Defensa
1.4. Igualdad
La CPRCH en el artículo 19 N° 3, inciso 1°, asegura a todas las personas la igual protección de la
ley en el ejercicio de sus derechos. Se trata, pues, de la garantía de igualdad ante la justicia y que
doctrinariamente —en lo penal— puede conceptuarse como el deber que tiene el Estado, a partir de
una misma hipótesis fáctica, de aplicar una misma ley y procedimiento penal a todo imputado por
delito y, en general, a toda persona que recurra a los tribunales solicitando justicia penal.
También deben considerarse, especialmente con el advenimiento del sistema de rasgos acusatorios
introducido por la reforma procesal penal a Chile, otras normas jurídicas constitucionales que caen
dentro del ámbito de las garantías. Las más importantes son:
Los principios y garantías más importantes en materia procesal penal contenidos en el Pacto de San
José de Costa Rica son los siguientes: Prohibiciones relativas a la pena de muerte (artículo 4° N° 2);
derecho a la integridad personal (artículo 5°); prohibición de esclavitud (artículo 6°); derecho a la
libertad personal (artículo 7°); garantías judiciales: derecho a ser oído, presunción de inocencia,
prohibición de confesión bajo coacción, ne bis in ídem y publicidad del proceso (artículo 8°);
principio de legalidad y retroactividad (artículo 9°); derecho a indemnización (artículo 10), y
protección judicial relativa al derecho a recurso (artículo 25).
Los principios y garantías con relevancia en materia procesal penal contenidos en el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos son los siguientes:
Prohibiciones relativas a la pena de muerte (artículo 6°); prohibición de tortura o tratos crueles,
inhumanos o degradantes (artículo 7°); principio de aceleración o celeridad (artículo 9° N° 3);
derecho a la libertad y a la seguridad personales (artículos 9°, 10, 12 y 13); prohibición de cárcel
por deudas (artículo 11); principio de igualdad ante los tribunales y cortes de justicia (artículo 14 N°
1); presunción de inocencia (artículo 14 N° 2); igualdad de garantías (artículo 14 N° 3); principio de
readaptación social del menor de edad (artículo 14 N° 4); derecho a recurso (artículo 14 N° 5);
derecho a indemnización por error judicial (artículos 9° N° 5 y 14 N° 6), principio de tipicidad e
irretroactividad (artículo 15).
Una de las novedades de la nueva legislación procesal penal consistió en regular sistemáticamente
en los artículos 1° a 13 del Título I del Libro I del Código Procesal Penal una serie de principios
que antes solo estaban contemplados a nivel constitucional o que habían sido apenas esbozados
legislativamente y en forma dispersa.
“Ninguna persona podrá ser condenada o penada, ni sometida a una de las medidas de seguridad establecidas en este
código, sino en virtud de una sentencia fundada, dictada por un tribunal imparcial. Toda persona tiene derecho a un
juicio previo, oral y público, desarrollado en conformidad con las normas de este cuerpo legal.
La persona condenada, absuelta o sobreseída definitivamente por sentencia ejecutoriada, no podrá ser sometida a un
nuevo procedimiento penal por el mismo hecho”.
Este artículo contiene varios principios (y/o garantías). En primer lugar, confirma que uno de los
pilares básicos del nuevo sistema es el del juicio oral y público, superando el principio del secreto y
escrituración. La consagración de este principio, además, permite transparentar la administración de
justicia penal y legitimar el ius puniendi estatal. Esto significa que el Estado se vale de un
mecanismo que resuelve los conflictos penales, pero no lo hace de cualquier forma y a cualquier
costo, sino que garantiza que, el que emplee, deba ser uno que se acepte como socialmente legítimo.
Se consulta, por otro lado, la garantía del juicio previo, vale decir, que toda persona imputada por
delito tiene derecho a exigir ser juzgada por un tribunal imparcial a fin de que se determine
mediante una sentencia fundada su responsabilidad penal. No puede imponérsele a un sujeto
ninguna condena, sin procedimiento penal que la preceda, por un delito concreto.
La redacción del Anteproyecto del CPcsalP señalaba que “... toda persona tendrá derecho a no ser
condenada, penada o sometida a una medida de seguridad, sino en virtud de una sentencia
fundada, dictada por un tribunal imparcial, previo juicio oral y público...”. Se estimó que la
redacción definitiva era más adecuada, pues, si bien es cierto el derecho al juicio penal es esencial
en un Estado democrático, también lo es que el titular de ese derecho, el imputado, pueda renunciar
a él. Además, el nuevo sistema contempla salidas alternativas que son incompatibles con la
redacción original.
Resulta interesante observar que el inciso primero utiliza los términos “condena” y “pena”, cuestión
que podría parecer redundante, pero a juicio del legislador no lo es, ya que se hizo presente en la
discusión del proyecto de ley que podría existir condena sin pena. La condena es siempre una
declaración de responsabilidad; la pena, en cambio, incluye la ejecución de la sanción contenida en
la condena.
Por otro lado, no debe confundirse el principio ne bis in ídem, antes referido, que tiene un carácter
eminentemente procesal, con el principio de prohibición de doble punición que informa al Derecho
Penal en su conjunto. Se verifica una infracción al primer principio cuando un sujeto X ha sido
absuelto, o condenado, por el homicidio de un sujeto Z y se dirige un nuevo procedimiento penal
contra el sujeto X para que se le juzgue, nuevamente, por el homicidio de Z. Se verifica una
infracción al principio de prohibición de doble punición, entre otros casos, aunque discutible,
cuando, por ejemplo, un sujeto X ha sido sancionado administrativamente por una irregularidad
funcionaria y luego se inicia un procedimiento penal en su contra por un delito funcionario cuya
sanción penal es idéntica a la que se le ha aplicado por vía administrativa 51.
“Nadie podrá ser juzgado por comisiones especiales, sino por el tribunal que señalare la ley y que se hallare establecido
por ésta con anterioridad a la perpe tración del hecho”.
Esta disposición legal reitera lo que ya estaba regulado en el artículo 19 N° 3, inciso 4°, de la
CPRCH; sin embargo, la norma constitucional solo aparece redactada de la misma forma que lo
hace la disposición legal comentada a partir del 26 de agosto de 2005. Antes de la modificación, el
texto constitucional señalaba textualmente que: “... Nadie puede ser juzgado por comisiones
especiales, sino por el tribunal que le señale la ley y que se halle establecido con anterioridad por
ésta...”. Ese texto daba lugar a que se interpretase que se cumplía con la exigencia constitucional si
el establecimiento del tribunal quedaba legítimamente fijado solo antes del juicio y no antes del
hecho materia del procedimiento penal.
Sobre tal confusión de principios, véase el procedimiento penal RUC N° 0400476967- 3, mediante el cual se resolvió por
la Corte Suprema que un juez de garantía (que ordenó que se amarrara a un niño en una audiencia) no podía ser sujeto a
reproche penal, pues ya había sido sancionado administrativamente.
3. Exclusividad de la investigación penal (artículo 3°)
“El Ministerio Público dirigirá en forma exclusiva la investigación de los hechos constitutivos de delito, los que
determinaren la participación punible y los que acreditaren la inocencia del imputado, en la forma prevista por la
Constitución y la ley”.
Esta norma, que no estaba contemplada ni en el Anteproyecto ni en el Mensaje del CPcsalP y que
fue agregada al proyecto de ley por la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia de la
Cámara de Diputados, extiende, en primer lugar, el principio de legalidad que preside el proceso
penal a la etapa de investigación que no comprende, en estricto rigor, actividad jurisdiccional. En
segundo lugar, teniendo en consideración que el Ministerio Público, como órgano titular de la
persecución penal, era más bien desconocido en el Derecho Procesal Penal chileno, se creyó
necesario establecer expresamente que es él, y solo él, el encargado de ella.
“Ninguna persona será considerada culpable ni tratada como tal en tanto no fuere condenada por una sentencia firme”.
Este artículo recoge un principio universal en materia procesal penal y que se había consagrado
imperfectamente en el artículo 42, inciso 1°, del Código de Procedimiento Penal. En virtud de aquel
se obliga a los órganos de persecución penal a tratar procesalmente al imputado como inocente
mientras no se le atribuya responsabilidad penal mediante una sentencia condenatoria firme. Se
respeta al sospechoso el estatus que tenía antes de cometerse el hecho por el que se investiga su
responsabilidad penal.
La imposición de medidas cautelares debe ser dispuesta siempre por decisión judicial, y
procederán bajo determinadas circunstancias que nunca dejarán al juez impedido de decretarlas,
si la penalidad del hecho las justifica;
La carga de la prueba en el proceso recae en el fiscal, por lo cual la persona no debe probar su
inocencia;
La supresión del arraigo de pleno derecho, como sucede hoy en día por el hecho de dictarse auto
de procesamiento...”.
No debe confundirse el principio de presunción de inocencia con el principio in dubio pro reo que,
estimado como corolario de aquel, tiene en doctrina comparada dos significados precisos: por un
lado, que solo el acusado culpable puede ser castigado y, por otro, que la culpabilidad del imputado
debe probarse en virtud de un procedimiento adecuado. Lo anterior arrastra una consecuencia
importante y es que el tribunal debe estar convencido de la culpabilidad del imputado para
condenarlo, en caso de duda debe absolverlo (in dubio pro reo).
Tampoco debe confundirse el principio de inocencia con la norma constitucional (de penosa
redacción) del artículo 19 N° 3, inciso 6°, que señala que “... la ley no podrá presumir de derecho
la responsabilidad penal...”, pues lo que allí se consagra es una prohibición o exclusión de
presunciones de derecho en materia penal.
“No se podrá citar, arrestar, detener, someter a prisión preventiva ni aplicar cualquier otra forma de privación o
restricción de libertad a ninguna persona, sino en los casos y en la forma señalados por la Constitución y las leyes.
Las disposiciones de este Código que autorizan la restricción de libertad o de otros derechos del imputado o del ejercicio
de alguna de sus facultades serán interpretadas restrictivamente y no se podrán aplicar por analogía”.
El inciso segundo del artículo 5°, que en el Anteproyecto y en el Mensaje correspondía al inciso
segundo del artículo 3° y en la Cámara de Diputados al inciso 2° del artículo 4°, fue refundido por
el Senado con el artículo 150 en único artículo, el quinto, y rescata el principio de interpretación
restrictiva y la prohibición de analogía.
El criterio de interpretación restrictiva al cual se alude en el inciso 2° del actual artículo 5° debe
entenderse, aunque con ciertas aprensiones, en el sentido y alcance que se le atribuyó en el Primer
Informe de la Comisión Constitución, Legislación y Justicia en la Cámara de Diputados; esto es,
que la libertad solo puede restringirse a modo de cautela y con el fin de asegurar, eventualmente, la
aplicación del derecho penal material. Agregaba el citado informe que el sentido de utilizar tal
normativa en forma estricta buscaba, en definitiva, que su aplicación se limitara taxativamente a lo
determinado en la propia disposición legal. En cuanto a la prohibición de analogía que registra el
inciso segundo del artículo 5° debe comprenderse que las medidas restrictivas de libertad,
restrictivas de otros derechos del imputado o restrictivas de algunas de las facultades que
comprenda un determinado derecho solo pueden aplicarse a los casos que regula el Código y nunca
a otros no previstos por él, aun cuando se refiera a situaciones fácticas similares.
“El Ministerio Público estará obligado a velar por la protección de la víctima del delito en todas las etapas del
procedimiento penal. Por su parte, el tribunal garantizará conforme a la ley la vigencia de sus derechos durante el
procedimiento.
El fiscal deberá promover durante el curso del procedimiento acuerdos patrimoniales, medidas cautelares u otros
mecanismos que faciliten la reparación del daño causado a la víctima. Este deber no importará el ejercicio de las
acciones civiles que pudieren corresponderle a la víctima.
Asimismo, la policía y los demás organismos auxiliares deberán otorgarle un trato acorde con su condición de víctima,
procurando facilitar al máximo su participación en los trámites en que debiere intervenir”.
La consagración de este principio es una novedad en el derecho procesal penal chileno. Hasta ahora
el conflicto penal se había concentrado en torno a dos actores: el Estado por un lado y el imputado
por otro, apartándose la vista del rol de la víctima en él. Actualmente, se le reconoce a ella la
calidad de sujeto procesal, un interviniente real, rodeado de derechos que deben protegerse y
garantizarse por los órganos del Estado: Ministerio Público, tribunales, policía y demás órganos
auxiliares.
El principio de protección a la víctima se aborda en el Código desde una doble perspectiva. Si bien
es cierto que por la protección de ellas debe velar (asistir, cuidar) el Ministerio Público, a quien le
corresponde la posición de garante es a los tribunales, especialmente al Juzgado de Garantía. Esto
que aparece tan claro en la actual redacción del artículo 6° no lo era tanto al tiempo de discutirse
legislativamente el contenido de la disposición legal, especialmente en cuanto a las funciones del
Ministerio Público, pues no solo se le asignaba el deber de velar por la protección de la víctima,
sino también el de velar por la reparación de ella, cuestión que parecía excesiva. Definitivamente,
primó el criterio de que no era una función genuina del Ministerio Público el ejercicio de acciones
civiles destinadas a obtener la indemnización de perjuicios, limitándose, en consecuencia, el
contenido del principio desde la perspectiva del Ministerio Público a la función de velar únicamente
por la protección de la víctima. Sin embargo, se le encarga al Ministerio Público el deber de
promoción que señala el inciso 2° del artículo 6°.
Cabe destacar que la parte final del inciso 2° del artículo 6° contiene una notoria deficiencia
gramatical que podría llevar a interpretaciones tendenciosas. En efecto, los redactores del Código
utilizaron el verbo importar (“... Este deber no importará...”) en vez de impedir. Si se examina el
sentido natural y obvio de esa palabra, se notará que uno de sus significados posibles es el de
“llevar consigo”. Si se utiliza la expresión “no importará” (“no llevará consigo”), no pareciera
pretencioso imaginar alguna distorsionada interpretación que termine afectando a la víctima.
El principio contenido en el artículo 6° debe relacionarse con otras disposiciones del Código
Procesal que consagran o aluden a derechos que se reconocen a la víctima: artículos 59, 78, 111,
167 inciso 3°, 173, y, especialmente, el artículo 109 que contiene, aunque no taxativamente, una
serie de derechos que puede ejercer la víctima al intervenir en el procedimiento penal (solicitar
medidas de protección, presentar querella, etc.).
“Las facultades, derechos y garantías que la Constitución Política de la República, este Código y otras leyes reconocen
al imputado, podrán hacerse valer por la persona a quien se atribuyere participación en un hecho punible desde la
primera actuación del procedimiento dirigido en su contra y hasta la completa ejecución de la sentencia.
Para este efecto, se entenderá por primera actuación del procedimiento cualquiera diligencia o gestión, sea de
investigación, de carácter cautelar o de otra especie, que se realizare por o ante un tribunal con competencia en lo
criminal, el Ministerio Público o la policía, en la que se atribuyere a una persona responsabilidad en un hecho punible”.
Esta norma permite aminorar lo peyorativo que resultaban y resultan algunas expresiones utilizadas
en el CPP respecto del sujeto pasivo en el procedimiento penal: reo, reo preso, inculpado,
procesado, al reemplazárselas por el sustantivo “imputado” 58, término que guarda mayor
conformidad con el actual estado de desarrollo del derecho procesal penal chileno. Asimismo, se
delimita en el tiempo la calidad de imputado (“... desde...y... hasta...”), cuestión que, a su vez,
precisa la oportunidad en que pueden hacerse efectivos los respectivos derechos, facultades y
garantías.
Por último, la disposición legal también gana precisión y destruye ambigüedades al definir lo que
debe entenderse por “imputado” (aquella persona a quien se atribuyere participación en un hecho
punible59), “primera actuación del procedimiento” (cualquiera diligencia o gestión, sea de
investigación, de carácter cautelar o de otra especie, que se realizare por o ante un tribunal con
competencia en lo criminal, el Ministerio Público o la policía, en la que se atribuyere a una persona
responsabilidad en un hecho punible) e incluir explícitamente dentro del procedimiento penal a la
etapa de investigación. Pero debe tenerse presente una imprecisión en el lenguaje: la atribución de
participación o responsabilidad solo se hace por sentencia definitiva, antes lo único que puede
atribuirse es una mayor o menor sospecha.
Pese al esfuerzo del legislador, actualmente, aunque ha dejado de utilizarse la expresión “procesado”, se recurre
peyorativamente al término “formalizado”, inexistente en el CPcsalP.
Debe entenderse la palabra “participación” en sentido amplio, esto es, abarcando a autor, cómplice y encubridor.
Recuérdese, sin embargo, que, en estricto sentido penal y según la doctrina dominante, los partícipes solo son los
instigadores y los cómplices.
“El imputado tendrá derecho a ser defendido por un letrado desde la primera actuación del procedimiento dirigido en su
contra. Todo imputado que carezca de abogado tendrá derecho irrenunciable a que el Estado le proporcione uno. La
designación del abogado la efectuará el juez antes de que tenga lugar la primera actuación judicial del procedimiento
que requiera la presencia de dicho imputado. El imputado tendrá derecho a formular los planteamientos y alegaciones
que considerare oportunos, así como a intervenir en todas las actuaciones judiciales y en las demás actuaciones del
procedimiento, salvas las excepciones expresamente previstas en este Código”.
Este artículo descansa sobre dos ideas distintas. En primer lugar, el inciso primero se refiere a uno
de los límites temporales dentro de los cuales tiene lugar la defensa técnica: “... desde la primera
actuación del procedimiento...”. En segundo lugar, tanto el inciso primero como el segundo aluden
al contenido del derecho de defensa.
Con el fin de reforzarse el derecho de defensa del imputado, el 2 de junio de 2012 se publicó la Ley
N° 20.592, agregándose una oración final al inciso 1° del artículo 8°, relativa al derecho
irrenunciable de la asesoría técnica y el momento de su designación. El legislador también
modificó, como se analizará en su momento, los artículos 93, letra g, y 102 del CPcsalP.
Hay que hacer notar que la modificación al artículo 8° no constituye realmente una novedad, pues
ya existía norma adjetiva que consagraba lo que el legislador estimó debilitado; así, por ejemplo, el
derecho irrenunciable del imputado a contar con un abogado proporcionado por el Estado, que ya se
encontraba suficientemente regulado en el artículo 2° de la Ley N° 19.718. Por el contrario, el
legislador perdió una preciosa oportunidad de reforzar concretamente los derechos del imputado,
pudiendo haber adelantado la designación de abogado defensor al momento mismo de la
imputación, para evitar, por lo mismo, que entre ella y la primera actuación judicial los imputados
no cuenten, efectivamente, con una asesoría inmediata. La última reforma al CPcsalP, introducida
por la Ley N° 20.931, no corrigió este punto ciego de notable importancia práctica, especialmente
en aquellos casos en que una persona es detenida y no ve aparecer a su abogado hasta que está
sentada delante del juez de garantía, perdiendo valioso tiempo para una defensa eficaz. Por otro
lado, es inevitable apreciar deslices del legislador respecto del derecho de defensa del imputado en
circunstancias cruciales del procedimiento, tal como ocurre con la primera audiencia judicial de
aquel, pues el artículo 132 hace obligatoria, expresamente, la comparecencia del fiscal o abogado
asistente, pero no la del defensor, pudiendo argumentarse caprichosamente, aunque de manera
plausible, que es posible el desarrollo de esa audiencia con el siguiente triángulo: juez, fiscal y
detenido.
“Toda actuación del procedimiento que privare al imputado o a un tercero del ejercicio de los derechos que la
Constitución asegura, o lo restringiere o perturbare, requerirá de autorización judicial previa.
En consecuencia, cuando una diligencia de investigación pudiere producir alguno de tales efectos, el fiscal deberá
solicitar previamente autorización al juez de garantía.
Tratándose de casos urgentes, en que la inmediata autorización u orden judicial sea indispensable para el éxito de la
diligencia, podrá ser solicitada y otorgada por cualquier medio idóneo al efecto, tales como teléfono, fax, correo
electrónico u otro, sin perjuicio de la constancia posterior, en el registro correspondiente. No obstante lo anterior, en
caso de una detención se deberá entregar por el funcionario policial que la practique una constancia de aquélla, con
indicación del tribunal que la expidió, del delito que le sirve de fundamento y de la hora en que se emitió”.
Esta disposición, que impone límites a la persecución penal que realiza el MP, adolece de una
peligrosa deficiencia, pues circunscribe la obligación del Ministerio Público a recurrir al juez de
garantía únicamente cuando se trata de los derechos que la Constitución asegura y no respecto de
todo derecho fundamental con contenido procesal penal (la Constitución no es exhaustiva); en
consecuencia, queda abierta la posibilidad de que los tribunales no puedan o no deseen velar
oportunamente por el respeto de aquellos derechos que, siendo fundamentales, la Constitución no
asegura expresamente. Nótese, además, que la disposición referida no hace la salvedad, respecto de
los casos en que el afectado por la actuación accede voluntariamente a ella, como ocurriría, por
ejemplo, cuando X autoriza la entrada al inmueble de su propiedad donde se encuentra el objeto del
delito.
“En cualquiera etapa del procedimiento en que el juez de garantía estimare que el imputado no está en condiciones de
ejercer los derechos que le otorgan las garantías judiciales consagradas en la Constitución Política, en las leyes o en los
tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes, adoptará, de oficio o a petición de parte, las
medidas necesarias para permitir dicho ejercicio.
Si esas medidas no fueren suficientes para evitar que pudiere producirse una afectación sustancial de los derechos del
imputado, el juez ordenará la suspensión del procedimiento por el menor tiempo posible y citará a los intervinientes a
una audiencia que se celebrará con los que asistan. Con el mérito de los antecedentes reunidos y de lo que en dicha
audiencia se expusiere, resolverá la continuación del procedimiento o decretará el sobreseimiento temporal del mismo.
Con todo, no podrá entenderse que existe afectación sustancial de los derechos del imputado cuando se acredite, por el
Ministerio Público o el abogado querellante, que la suspensión del procedimiento solicitada por el imputado o su
abogado sólo persigue dilatar el proceso”.
Al interior de la discusión del proyecto de código se produjo una a propósito de “... aquellas
personas que, con posterioridad al hecho que se investiga, vieran debilitadas de tal manera sus
aptitudes que, si bien pudiera ser dudoso que queden comprendidas dentro del concepto normativo
de ‘enajenado mental’, no se presenten en cambio mayores vacilaciones para concluir que no
pueden acogerse en plenitud a la garantía de un racional y justo procedimiento que les asegura la
Constitución Política ni a las garantías judiciales que explicita en mayor medida la Convención
Americana de Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, en particular las que
configuran el derecho de defensa...”. Por otro lado, estimó conveniente el Senado que la cautela que
contempla la disposición en análisis se extendiera únicamente a la etapa del procedimiento en la que
interviene el juez de garantía. Al respecto debe tenerse presente que si bien es cierto la Comisión de
Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento (segundo informe) hablaba de etapa, no debe
olvidarse que el juez de garantía interviene, al menos, en dos: investigación e intermedia, cuestión
que finalmente recoge el artículo 10.
Este artículo presenta algún grado de imprecisión. ¿Son las garantías judiciales las que otorgan
derechos? Naturalmente no es así, por lo demás, la expresión “garantías judiciales” es desconocida
en el derecho procesal chileno; no obstante, aparece perfectamente definida en el artículo 8° de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, que consagra, en realidad, la garantía del debido
proceso. Hubiese sido preferible que el legislador expresare: “... derechos cautelados por las
garantías...”.
Por último, aunque el fundamento de la norma mencionada fue la situación de las personas con
algún menoscabo de sus facultades mentales, no se advierte una razón de peso para impedir la
aplicación del principio contenido en este artículo a otras hipótesis que impliquen que el imputado
no está en condiciones de ejercer sus derechos fundamentales, como sucedería, por ejemplo, si
contrae una enfermedad terminal.
“Las leyes procesales penales serán aplicables a los procedimientos ya iniciados, salvo cuando, a juicio del tribunal, la
ley anterior contuviere disposiciones más favorables al imputado”.
Según la doctrina procesal tradicional, para determinar los efectos de la ley procesal en el tiempo,
hay que distinguir entre procedimientos terminados, no iniciados y pendientes (o iniciados).
Respecto de las dos primeras situaciones no se plantea, en principio, ninguna dificultad con la
existencia de la nueva legislación procesal penal, sea esta orgánica o funcional. La duda se produce
respecto de los procedimientos penales ya iniciados, bajo el imperio del Código de Procedimiento
Penal y su legislación complementaria, cuando se intenta conciliar, con respecto a ellos, las normas
de la LERL con el artículo 11 y el artículo 483 del Código Procesal Penal.
El artículo 24 de la LERL establece que las leyes concernientes a la sustanciación y ritualidad de los
procedimientos (ley procesal funcional) prevalecen sobre las anteriores desde el momento en que
deben empezar a regir. Pero los términos que hubiesen empezado a correr y las actuaciones y
diligencias que ya estuvieren iniciadas se regirán por la ley vigente al tiempo de su iniciación. O
sea, según esta disposición legal un conflicto penal acaecido bajo el imperio del Código de
Procedimiento Penal debería regirse por las normas de procedimiento del CPcsalP desde que este
comenzara a regir, pero con la vigencia actual del artículo 11 se produce una alteración importante a
lo dispuesto por el artículo 24 de la LERL. Aquel artículo del CPcsalP señala que las leyes
procesales penales serán aplicables a los procedimientos ya iniciados, salvo cuando, a juicio del
tribunal, la ley anterior contuviere disposiciones más favorables al imputado. Así, en conformidad a
este artículo, en tanto las normas del Código de Procedimiento Penal no contengan, a juicio del
tribunal, normas más favorables para el imputado, al CPcsalP y su legislación complementaria
quedan sujetos los procedimientos iniciados y regulados por el Código de Procedimiento Penal.
Como el artículo 11, a diferencia del artículo 24 de la LERL, no hace ninguna excepción sobre
plazos que hubiesen comenzado a correr o sobre diligencias y actuaciones ya iniciadas, habría que
concluir que también se aplica a ellos el CPcsalP y no el Código de Procedimiento Penal. ¿Qué
norma prevalece: el artículo 24 de la LERL o el artículo 11 en comento?
Un segundo problema de aplicación temporal de la ley procesal penal se produce al interior del
propio CPcsalP. El artículo 11 consagra la aplicación in actum de la ley procesal penal a los
procedimientos iniciados y como el CPcsalP es ley procesal penal, entonces se aplicaría in actum a
procedimientos iniciados bajo el imperio del sistema inquisitorio y regulados por el Código de
Procedimiento Penal. En este caso el problema es nada más aparente, pues el CPcsalP a través del
artículo 483 señala que solo se aplicará a los hechos acaecidos con posterioridad a su entrada en
vigencia. En consecuencia, se excluye a sí mismo del artículo 11 y no se aplica a los procedimientos
inquisitorios iniciados.
Aunque no tenga relación con lo que se plantea específicamente al analizar el artículo 11 del
CPcsalP, no debe olvidarse el problema que se produce por la aplicación simultánea en el tiempo de
dos procedimientos penales: el del Código de Procedimiento Penal y el del CPcsalP. Esto significa,
como se dijera al inicio de este trabajo, que si dos sujetos cometen igual delito, pero en distintas
regiones (en una se aplica el Código de Procedimiento Penal y en la otra el CPcsalP), quedan
expuestos a distintos procedimientos: el sujeto X al procedimiento penal inquisitorial y el sujeto Y
al procedimiento penal acusatorio, creándose una desigualdad evidente ante la justicia a la luz del
artículo 19 N° 3 de la CPRCH.
Finalmente, habría que destacar que el artículo 11, aparentemente, despliega la aplicación del
principio de ultraactividad. Recuérdese que, en su virtud, las normas de una ley derogada se aplican
a hechos acaecidos con posterioridad a su pérdida de vigencia. Sin embargo, bajo una atenta lectura
del texto, podrá advertirse que no hay tal, sino retroactividad. En realidad, la ley anterior pervive,
para un hecho iniciado durante su vigencia, en la medida en que la retroactividad sea perjudicial.
Así, la pervivencia tendrá cabida, únicamente, cuando el juez determine que si la ley posterior, al
aplicarla in actum al procedimiento iniciado bajo el imperio de la ley anterior, no beneficia al
imputado, dicho procedimiento deberá continuar regido por la ley antigua (vigente al tiempo de
iniciarse el procedimiento). El artículo 11 cobra especial valor con la dictación de todas las leyes
procesales penales posteriores a la Ley N° 19.696 (CPcsalP). Cada vez que se pretenda aplicar una
nueva ley a un procedimiento iniciado bajo el imperio anterior, podría obligarse al juez a decidir
cuál (Ley N° 19.696 o la nueva) contiene disposiciones más favorables al imputado.
“Para los efectos regulados en este Código, se considerará intervinientes en el procedimiento al fiscal, al imputado, al
defensor, a la víctima y al querellante, desde que realizaren cualquier actuación procesal o desde el momento en que la
ley les permitiere ejercer facultades determinadas”.
Esta disposición merece varios comentarios. En primer lugar, que tuvo su origen en la Cámara de
Diputados. En segundo lugar, este artículo representa uno de aquellos casos en que palabras de la
ley (“interviniente”) han sido definidas por el legislador. La disposición que se analiza define y
entiende por intervinientes a los sujetos que el artículo 12 señala (únicamente a ellos). A propósito
del tema, en su redacción original, por un lado se excluía al defensor, pero se estimó necesario
extender la definición legal a dicho sujeto, pues el Código contiene varias disposiciones que
introducen casos de defensa necesaria y redundan en que la ausencia del defensor constituye una
causal de nulidad del acto respectivo. Por otro, la redacción original incluía en la definición legal al
tercero civilmente responsable, pero finalmente se decidió excluirlo de la definición. El sentido de
tal exclusión era circunscribir el conflicto jurisdiccional lo más posible al ámbito penal. En tercer
lugar, y siempre con relación a la definición de “interviniente”, en la discusión en el Senado se tuvo
en cuenta que tal concepto no corresponde al de “parte” en el procedimiento. Los intervinientes son
aquellas personas con facultades de actuación en el procedimiento, aun cuando no tengan la calidad
de parte, como ocurriría con la víctima que no ha deducido querella.
Por último, se cambió la palabra “proceso” por “procedimiento”, lo que parece plausible si se tienen
presentes las nociones actuales de procedimiento y proceso.
13. Efecto en Chile de las sentencias penales de tribunales extranjeros (artículo 13)
“Tendrán valor en Chile las sentencias penales extranjeras. En consecuencia, nadie podrá ser juzgado ni sancionado por
un delito por el cual hubiere sido ya condenado o absuelto por una sentencia firme de acuerdo a la ley y al procedi-
miento de un país extranjero, a menos que el juzgamiento en dicho país hubiere obedecido al propósito de sustraer al
individuo de su responsabilidad penal por delitos de competencia de los tribunales nacionales o, cuando el imputado lo
solicitare expresamente, si el proceso respectivo no hubiere sido instruido de conformidad con las garantías de un debido
proceso o lo hubiere sido en términos que revelaren falta de intención de juzgarle seriamente.
En tales casos, la pena que el sujeto hubiere cumplido en el país extranjero se le imputará a la que debiere cumplir en
Chile, si también resultare condenado.
La ejecución de las sentencias penales extranjeras se sujetará a lo que dispusieren los tratados internacionales
ratificados por Chile y que se encontraren vigentes”.