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Al filo del año jubilar paulino I

Pedro Beteta
Doctor en Teología y en Bioquímica

Introducción

El Santo Padre ha convocado un año jubilar paulino, que comenzará el próximo 28 de junio de 2008 y

concluirá el 29 de junio de 2009, y que está dedicado al apóstol san Pablo, para honrar su memoria con

motivo del segundo milenario de su nacimiento, de modo que nos lleve a vivir mejor el espíritu cristiano

siguiendo su ejemplo y dando a conocer la inmensa riqueza de sus escritos. Desea Benedicto XVI que

tenga también un eco de dimensión ecuménica importante.

Conocer mejor y meditar la vida del Apóstol, en este año jubilar ha de conducir a remover el afán apostólico

de los católicos que el Señor ha depositado en nuestros corazones con el Bautismo, la Confirmación y,

sobre todo, la Eucaristía que nos conduce a la plena identificación con Cristo “no soy yo el que vivo, sino

que Cristo vive en mí” 1; es decir, la santidad.

Educación y familia

Situemos antes de nada al Apóstol de manera sintética. Nació en Tarso de Cilicia, en la costa sur de Asia

Menor, la actual Turquía, hace unos dos mil años. Tarso era una ciudad helenística muy cosmopolita,

situada en una encrucijada de rutas marítimas que comunicaban Grecia, Roma o Egipto con Capadocia y

las regiones centrales de Asia Menor.

El abolengo de su familia le dio una educación muy cuidada. Excelente conocedor de la lengua y cultura

griegas. Su familia era judía, muy practicante, y él siempre se sintió orgulloso de esto siendo un judío

profundamente piadoso. De la tribu de Benjamín, de ahí su nombre Saulo, es decir, Saúl, en honor del rey

Saúl que era de esa tribu. Fariseo en la interpretación de la Ley, celoso en mantener las tradiciones

paternas y ciudadano romano plenamente consciente de sus deberes y derechos.

Nada de su tiempo le resultaba indiferente. Tarso, su patria, fue lugar de residencia de importantes

pensadores estoicos y existía allí una notable escuela de oradores, de ahí que aunque no sepamos qué

estudios cursó, por su estilo y por muchos rasgos de su pensamiento, es muy probable que tuviera una

formación retórica esmerada, de nivel superior, y que su conocimiento del estoicismo fuera bastante
profundo.

En su juventud, fue enviado a Jerusalén para que adquiriese, a los pies de Gamaliel, una buena formación

rabínica 2. Fruto de su estudio y de las lecciones recibidas de tan noble maestro, su pensamiento tiene

siempre como centro la Sagrada Escritura, que cita y comenta muchas veces; su preocupación es la

salvación prometida a Israel; y su visión teológica está profundamente penetrada por el sentido de la

historia, según las tradiciones de su pueblo.

Junto a su origen judío y su formación helenística, es importante una reflexión acerca de su condición de

ciudadano romano por nacimiento. Se trataba de un privilegio muy valorado 3 y que ha de suponerse

conseguida por su padre con la posibilidad de transmitir a sus hijos tal ciudadanía. Esto induce a pensar que

la familia de Pablo, aún siendo muy practicante, no pertenecía un grupo de judío radical sino de mentalidad

abierta. En el ámbito civil esta apertura mental, unida a una honda convicción religiosa, explica muchos

enfoques de sus cartas que no son ni más ni menos que un buen reflejo de su perfil como persona.

Apóstol póstumo de Cristo

En las catequesis de Benedicto XVI sobre la experiencia y misión de los Apóstoles, hay que destacar sobre

todo las audiencias generales de los miércoles 8, 15 y 22 de noviembre de 2006. En la primera traza las

líneas esenciales de la biografía de san Pablo y en la segunda tiene como tema La centralidad de Cristo.

En su vida, hubo un día decisivo, el de su encuentro con Jesucristo camino de Damasco, cuando se dirigía

allí con cartas para la sinagoga que lo autorizaban a llevar detenidos a Jerusalén a los seguidores del

Evangelio. En los Hechos de los Apóstoles, lo sucedido se narra tres veces con cierto detalle 4. En el tercer

relato, Pablo recuerda claramente lo que escuchó y le hizo tomar conciencia de su vocación y misión: Y el

Señor me dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, porque me he dejado ver

por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu

pueblo y de los gentiles a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las tinieblas a la

luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados

por la fe en mí” 5.

Comentando estas palabras, Benedicto XVI señala que “desde aquel momento puso todas sus energías al

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servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que

quiere hacerse todo para todos 6 sin reservas. De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros:

lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se

caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra” 7.

Aunque se suele hablar de la conversión de San Pablo, hay que recordar que con esta expresión no se trata

propiamente de una conversión como se entiende muchas veces; es decir, el paso del ateísmo a la fe, sino

al descubrimiento del papel único de Cristo en el marco de la economía de la salvación. San Pablo habla

con orgullo de su pasado previo al acontecimiento de Damasco. “San Pablo, antes de la conversión, no era

un hombre alejado de Dios y de su ley. Al contrario, era observante, con una observancia fiel que rayaba en

el fanatismo” 8. Lo que llamamos su conversión es en realidad la llamada de Dios a una vocación muy

concreta llevada a cabo por una revelación del mismo Señor Jesús para captar con singular hondura que

creer en Jesucristo no es un obstáculo para la fe de Israel sino el pleno cumplimiento de los planes de Dios.

Como recuerda Benedicto XVI, en el epistolario paulino el nombre de Dios aparece más de 500 veces; y a

continuación el nombre mencionado con más frecuencia es en 380 veces el de Cristo. Por esto mismo, si es

difícil negar el cristocentrismo de Pablo, tampoco se debe olvidar su teocentrismo. Benedicto XVI recuerda

“cómo el encuentro con Cristo en el camino de Damasco revolucionó literalmente su vida. Cristo se convirtió

en su razón de ser y en el motivo profundo de todo su trabajo apostólico (...). Por consiguiente, es

importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona y, por tanto,

también en nuestra propia vida. En realidad, Jesucristo es el culmen de la historia de la salvación y, por

tanto, el verdadero punto que marca la diferencia también en el diálogo con las demás religiones” 9.

Su vida es esencialmente cristocéntrica

Hasta tal punto es central Cristo, que para Pablo la existencia cristiana consiste en “revestirse de Cristo y

entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en él y

compartir tanto su muerte como su vida. Es lo que escribe en la carta a los Romanos: Hemos sido

bautizados en su muerte. Hemos sido sepultados con él. Somos una misma cosa con él. Así también

vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús 10. Precisamente esta

última expresión es sintomática, pues para san Pablo no basta decir que los cristianos son bautizados o

creyentes; para él es igualmente importante decir que ellos están en Cristo Jesús 11. En otras ocasiones,

3
invierte los términos y escribe que Cristo está en nosotros o vosotros 12 o en mí” 13.

En esto se establece la tarea de toda la vida cristiana, en la identificación con Cristo. Ésta se lleva a cabo

sacramentalmente por el Bautismo y la fe y las buenas obras harán crecer en el parecido a Cristo hasta la

identificación. Como recuerda el Papa, “en la carta a los Romanos escribe: Pensamos que el hombre es

justificado por la fe, sin las obras de la ley 14. Y también en la carta a los Gálatas: El hombre no se justifica

por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo; por eso nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin

de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley

nadie será justificado 15. Ser justificados significa ser hechos justos, es decir, ser acogidos por la justicia

misericordiosa de Dios y entrar en comunión con él; en consecuencia, poder entablar una relación mucho

más auténtica con todos nuestros hermanos: y esto sobre la base de un perdón total de nuestros pecados.

Pues bien, san Pablo dice con toda claridad que esta condición de vida no depende de nuestras posibles

buenas obras, sino solamente de la gracia de Dios: Somos justificados gratuitamente por su gracia, en virtud

de la redención realizada en Cristo Jesús” 16..

Notas al pie:

1. Gal II, 20

2. Cfr. Hch 22,3

3. Cfr. Hch 22,25-28; 16,37

4. Cfr. Hch 9,1-19; 22,5-16; 26,10-18

5. Hch 26,15-18

6. 1 Co 9,22

7. Audiencia general 25.X.2006

8. Audiencia general, 8-XI-06

9. Audiencia general, 8-XI-06

10. Cfr. Rm 6, 3. 4. 5. 11

11. Cfr. también Rm 8, 1. 2. 39; 12, 5; 16,3. 7. 10; 1 Co 1, 2. 3, etc

12. Rm 8, 10; 2 Co 13, 5

13. Cfr. Audiencia general, 8-XI-06

14. Rm 3, 28

4
15. Ga 2, 16

16. Audiencia general, 8-XI-06 y cfr. Rm 3, 24

Año jubilar paulino II


Pedro Beteta
Doctor en Teología y en Bioquímica

En el artículo anterior dedicado a San Pablo con motivo del jubileo bimilenario que se inaugurará el día 28

de junio tratamos de su infancia, adolescencia, educación, familia, conversión y radicalidad cristiana y

teocéntrica. En esta ocasión, y siempre al hilo de las catequesis paulinas de Benedicto XVI, sin afán de ser

exhaustivos, afrontamos con otras pinceladas algunos aspectos de su vocación y de su doctrina.

Toda llamada divina exige una conversión profunda. Por ello, cuando Jesús se le reveló a San Pablo como

el Mesías, el Ungido, el Cristo glorificado, no tuvo más remedio ¡fue siempre tan coherente con la verdad!,

que cambiar radicalmente de manera de pensar. Su fervor fariseo le ayudó. No fue San Pablo jamás

merecedor de los reproches que el Señor hizo a los hipócritas fariseos con los que se encontró a su paso

por la tierra. Hay que ser muy humilde para ser veraz, de ahí que si antes Saulo consideraba que el camino

para llegar a Dios era la Ley, ahora se convence de que la Ley no sirve, puesto que Jesús, el Hijo de Dios,

había sido condenado según esa Ley. Y Aquél que fue hecho maldito para la Ley la ha abolido mediante

una nueva Ley: la del Amor. En su encuentro con Cristo en el camino de Damasco, San Pablo adquiere una

nueva visión de los planes de Dios que configurará su pensamiento y su conducta a partir de entonces.

Benedicto XVI explica y aplica la actitud de Pablo a nuestra vida: “Por tanto, la vida de Pablo, como la

nuestra, recibe una nueva orientación: no consiste en mirar hacia uno mismo, al propio estatus o a las

propias obras, sino hacia Cristo: La vida, que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios,

que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Así pues, san Pablo ya no vive para sí mismo, para su propia

justicia. Vive de Cristo y con Cristo: dándose a sí mismo; ya no buscándose y construyéndose a sí mismo.

Esta es la nueva justicia, la nueva orientación que nos da el Señor, que nos da la fe. Ante la cruz de Cristo,

expresión máxima de su entrega, ya nadie puede gloriarse de sí mismo, de su propia justicia, conseguida

por sí mismo y para sí mismo. En otro pasaje, san Pablo, haciéndose eco del profeta Jeremías, aclara su

pensamiento: El que se gloríe, gloríese en el Señor; o también: En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme

si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un

5
crucificado para el mundo!” 1.

Bien lejos está la conciencia de la llamada y de la decisión irrevocable de corresponder plenamente a ella, la

falsa idea de no encontrar dificultades exteriores ni interiores para llevarla a cabo. El Apóstol siguió

experimentando en su ser las limitaciones personales y el peso del pecado con el que tuvo que luchar

siempre. Con humildad y aceptando la negativa divina de antemano, puesto que los caminos de Dios para

hacernos santos son inescrutables, escuchamos el lamento que se escapa de su alma: Porque sé que en

mí, es decir, en mi carne, no habita el bien; pues querer el bien está a mi alcance, pero ponerlo por obra no.

Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si yo hago lo que no quiero, no soy yo quien

lo realiza, sino el pecado que habita en mí. Así pues, al querer yo hacer el bien encuentro esta ley: que el

mal está en mí; pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero veo otra ley en mis

miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza bajo la ley del pecado que está en mis

miembros. ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte...? 2.

Las propias limitaciones no impiden ni frenan su afán apostólico, y San Pablo se entrega sin condiciones a

la expansión del cristianismo. Va de un sitio para otro, allá donde es más necesario en cada momento para

la difusión del mensaje cristiano, y se adapta a todas las circunstancias y mentalidades. Inmediatamente

después de su encuentro con Cristo, se dirigió a los judíos de Damasco y, cuando fue a Jerusalén, predicó a

los helenistas, es decir, a los judíos de origen no palestino y de cultura griega. Sólo más tarde tuvo lugar en

Antioquía de Siria su primer contacto con los gentiles, cuando ayudó a Bernabé en su obra evangelizadora.

Después, cuando el Espíritu Santo lo designó, junto con Bernabé, para una misión especial, fue a Chipre y

comenzó a predicar en las sinagogas de Salamina. Lo mismo hizo en compañía de Bernabé en Antioquía de

Pisidia, e igual conducta –empezar por la predicación en la sinagoga– mantuvo en Iconio, en Filipos,

Tesalónica, Berea, Corinto, Éfeso y Roma. Sus correrías apostólicas estuvieron plagadas de dificultades: En

mis repetidos viajes sufrí peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los

gentiles, peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos;

trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, con frecuentes ayunos, con frío y desnudez. Y

además de otras cosas, mi responsabilidad diaria: el desvelo por todas las iglesias. ¿Quién desfallece sin

que yo desfallezca? ¿Quién tiene un tropiezo sin que yo me abrase de dolor? 3.

Ante esto se pregunta el Santo Padre. “¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor

6
por habernos dado un apóstol de esta talla? Está claro que no hubiera podido afrontar situaciones tan

difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto ante la que no podía

haber límites. Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: El amor de Cristo nos

apremia… murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó

por ellos 4,por nosotros, por todos” 5.

Como fruto de esa correspondencia continuada, al final de su vida, no tiene miedo a la muerte ni al juicio,

sino una gran confianza y serenidad, porque sabe de quién se ha fiado: He peleado el noble combate, he

alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el

Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su

venida 6. De hecho, el Apóstol ofrecerá su testimonio supremo bajo el emperador Nerón en Roma; su

martirio tuvo lugar entre los años 64 y 67.

El Papa, inspirándose en el pensamiento y en el ejemplo de San Pablo, concreta cómo aplicarlo a nuestra

vida cotidiana: Primero: “la fe debe mantenernos en una actitud constante de humildad ante Dios, más aún,

de adoración y alabanza en relación con él. En efecto, lo que somos como cristianos se lo debemos sólo a

él y a su gracia”. Segundo: “dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario que a nada ni nadie

rindamos el homenaje que le rendimos a él. Ningún ídolo debe contaminar nuestro universo espiritual; de lo

contrario, en vez de gozar de la libertad alcanzada, volveremos a caer en una forma de esclavitud

humillante”. Tercero: “nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que estamos en él tiene que

infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría. En definitiva, debemos exclamar con san

Pablo: Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Y la respuesta es que nada ni nadie podrá

separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. Por tanto, nuestra vida cristiana

se apoya en la roca más estable y segura que pueda imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía,

como escribe precisamente el Apóstol: Todo lo puedo en Aquel que me conforta” 7.

Siguiendo las catequesis de Benedicto XVI sobre san Pablo llegamos a la tercera que lleva como título:

Pablo, el Espíritu en nuestros corazones. En el mismo título, se ve ya que el Papa no va a centrarse en la

dimensión misionera del Espíritu Santo tal como se refleja en los Hechos de los Apóstoles, sino que mirando

a san Pablo, va a ilustrar cómo éste “reflexiona sobre el Espíritu mostrando su influjo no solamente sobre el

actuar del cristiano sino también sobre su ser. En efecto, dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros 8 y

que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo 9” 10 por el que podemos llamarnos; es

7
decir, ¡somos realmente!, hijos de Dios.

Dios Padre ha enviado el Espíritu de su Hijo para que podamos ser hijos en el Hijo y ser introducidos y vivir

dentro de la intimidad de la Trinidad. Esto es un misterio que nos sobrepasa pero cierto, verdadero, que

“para san Pablo el Espíritu nos penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. A este propósito escribe estas

importantes palabras: La ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la

muerte. (...) Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un

espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! , dado que somos hijos, podemos llamar

Padre a Dios” 12.

La santidad es seguir creciendo en nuestra filiación adoptiva. Al ser ésta participación de la Filiación del Hijo

admite gradualidad, crecimiento y merma también. Se parte de la dimensión objetiva, del no ser al ser hay

un salto infinito que se da mediante el Sacramento del Bautismo, por él somos hechos hijos de Dios,

injertados en Cristo por el Espíritu que se nos entrega. Pero este don reclama la tarea de crecer como hijos

de Dios: tener mayor conciencia de nuestra dignidad y vivir como hijos de Dios. Esto tiene lugar mediante la

oración, la frecuencia de Sacramentos, la docilidad al Espíritu Santo.

Esta presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones nos permite dirigir a Dios una oración filial: “San

Pablo nos enseña (…) que no puede haber auténtica oración sin la presencia del Espíritu en nosotros. En

efecto, escribe: El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para

orar como conviene –¡realmente no sabemos hablar con Dios!–; mas el Espíritu mismo intercede

continuamente por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la

aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios” 13.

“Por último, el Espíritu, según san Pablo, es una prenda generosa que el mismo Dios nos ha dado como

anticipación y al mismo tiempo como garantía de nuestra herencia futura. Aprendamos así de san Pablo que

la acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, la alegría, la comunión y la

esperanza. Debemos hacer cada día esta experiencia, secundando las mociones interiores del Espíritu; en

el discernimiento contamos con la guía iluminadora del Apóstol” 14.

8
Nota al lector:

1. Benedicto XVI, Audiencia general, 8-XI-06

2. Rom 7,18-24

3. 2 Co 11,26-29

4. 2 Co 5,14-15

5. Benedicto XVI, Audiencia general 25-X-2006

6. 2 Tim 4,7-8

7. Benedicto XVI, Audiencia general, 8-XI-06

8. Cfr. Rm 8, 9; 1 Co 3, 16

9. Ga 4, 6

10. Benedicto XVI, Audiencia general, 15-XI-06

11. Rm 8, 2. 15

12. Benedicto XVI, Audiencia general, 15-XI-06

13. Ibídem

14. Ibídem

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