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Es un documento papal de agudísima teología, exégesis y escatología sobre la

esperanza cristiana, pero redactada de un modo pastoral, ya que «se centra en


puntos esenciales para la vida cristiana» (Del Cura, 2009: 153), lo que hace posible
que sea una obra asequible a diferentes lectores de formación media. En ella, se
puede encontrar una lectura atractiva y convincente, que ilustra magistralmente la
esencia redentora de la esperanza. Por esta razón, y por la profunda admiración que
le tengo a Benedicto XVI es que me he dispuesto a redactar un artículo a partir del
estudio de la encíclica en mención.

Teniendo en cuenta lo anterior, se ha optado por realizar una lectura educativa de


la Spe Salvi que permita identificar, en este documento, los pasos por los cuales
surge y se va dando, en las personas, la esperanza cristiana, aquella que tiene la
particularidad de ir educando a quien la posee, lo que permite reconocer, en esta,
su dimensión pedagógica. Considero que en esto último radica su importancia, ya
que, desde el punto de vista académico, resulta un trabajo original que incluso
puede ser muy útil para los profesores de religión, pues a partir de este artículo se
podrían elaborar propuestas metodológicas o estrategias didácticas para las
sesiones de enseñanza - aprendizaje en temas relacionados con la esperanza
cristiana.

Por estas razones, ha visto la luz el presente artículo que se titula Una lectura
educativa a la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI. A partir de este trabajo, se
intenta responder a preguntas como ¿En qué consiste la esperanza cristiana? ¿La
esperanza cristiana puede educar al hombre? ¿Qué pasos se ha de seguir para ser
educados en ella?

Antes de ocuparnos de estas preguntas que nos hemos hecho, y que hoy son
percibidas de un modo particularmente intenso, hemos de escuchar todavía con un
poco más de atención el testimonio de la Biblia sobre la esperanza. En efecto,
«esperanza» es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en
muchos pasajes las palabras «fe» y « esperanza » parecen intercambiables. Así,
la Carta a los hebreos une estrechamente la «plenitud de la fe» (10,22) con la
«firme confesión de la esperanza» (10,23). También cuando la Primera Carta de
Pedro exhorta a los cristianos a estar siempre prontos para dar una respuesta sobre
el logos –el sentido y la razón– de su esperanza (cf. 3,15), «esperanza» equivale a
«fe». El haber recibido como don una esperanza fiable fue determinante para la
conciencia de los primeros cristianos, como se pone de manifiesto también cuando
la existencia cristiana se compara con la vida anterior a la fe o con la situación de
los seguidores de otras religiones. Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su
encuentro con Cristo no tenían en el mundo «ni esperanza ni Dios» (Ef 2,12).
Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión,
pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no
surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban «sin Dios» y, por
consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío.

El concepto de esperanza basada en la fe


en el Nuevo Testamento y en la Iglesia primitiva

Antes de abordar la cuestión sobre si el encuentro con el Dios que nos ha


mostrado su rostro en Cristo, y que ha abierto su Corazón, es para nosotros no sólo
«informativo», sino también « performativo », es decir, si puede transformar
nuestra vida hasta hacernos sentir redimidos por la esperanza que dicho encuentro
expresa, volvamos de nuevo a la Iglesia primitiva. Es fácil darse cuenta de que la
experiencia de la pequeña esclava africana Bakhita fue también la experiencia de
muchas personas maltratadas y condenadas a la esclavitud en la época del
cristianismo naciente. El cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario
como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no
era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá. Lo
que Jesús había traído, habiendo muerto Él mismo en la cruz, era algo totalmente
diverso: el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dios
vivo y, así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la
esclavitud, y que por ello transformaba desde dentro la vida y el mundo. La
novedad de lo ocurrido aparece con máxima claridad en la Carta de san Pablo
a Filemón. Se trata de una carta muy personal, que Pablo escribe en la cárcel,
enviándola con el esclavo fugitivo, Onésimo, precisamente a su dueño, Filemón.
Sí, Pablo devuelve el esclavo a su dueño, del que había huido, y no lo hace
mandando, sino suplicando: «Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he
engendrado en la prisión [...]. Te lo envío como algo de mis entrañas.

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