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PRESENTACIÓN DE LA INSTRUCCIÓN PASTORAL: "LA FAMILIA, SANTUARIO DE LA VIDA Y

ESPERANZA DE LA SOCIEDAD" (27.IV.2001), DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

Madrid, 22 de mayo de 2001

La LXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, que tuvo lugar en Madrid, entre los
días 23 y 27 del pasado mes de abril, aprobó una “Instrucción pastoral” que lleva por título: “La familia,
santuario de la vida y esperanza de la sociedad”, con fecha 27 de abril de 2001.

Se trata de un documento del magisterio episcopal, amplio, profundo y programático. Está dirigido a las
familias, a los movimientos y asociaciones familiares y a todos los agentes de pastoral que trabajan a favor
de la familia y la defensa de la vida. Esta reflexión se ofrece, asimismo, como una valiosa aportación de los
Obispos al conjunto de la sociedad y a los gobernantes, en especial a los agentes culturales y sociales,
educadores y profesionales de la salud.

El texto se estructura en cuatro partes. En primer lugar, dirige una mirada a nuestra sociedad y a nuestra
cultura en lo que concierne al valor de la vida humana, del matrimonio y de la familia. Analiza algunas claves
antropológicas y éticas de nuestra civilización. Pretende adecuarse a la mirada misericordiosa de Dios sobre
nuestro mundo presente (capítulo 1). En segundo lugar, presenta -con las luces de la razón y de la fe-
algunas verdades esenciales sobre el matrimonio y la familia (capítulo 2), y sobre la vida humana (capítulo
3). En tercer lugar, ofrece criterios de juicio y orientaciones para promover el protagonismo de la familia en
la mejora de nuestra sociedad (capítulo 4).

Las circunstancias actuales en las que se desarrolla la familia y la vida humana de los más débiles en la
sociedad española hacen que los miembros de la Iglesia Católica, pastores y fieles, -como ciudadanos
interesados por el bien común- sientan, junto a una gran esperanza, una grave preocupación. En efecto,
además de las innumerables manifestaciones alentadoras del amor a la vida humana y a la familia,
encontramos en nuestra sociedad algunos signos negativos que se dan en este campo. Este aliento y esta
preocupación son los que conducen hoy a los Obispos a hacer presente la entera bondad y belleza del
matrimonio, de la familia y de la vida humana.

La Introducción parte de esta afirmación: el hombre no puede vivir sin amor. Sólo el que recibe y ofrece
amor encuentra sentido a su vida. La Iglesia cree y sabe que Jesucristo revela y comunica la plenitud del
amor que anhelan todos. Cristo manifiesta y ofrece lo que es auténticamente humano en todos los ámbitos
de la vida, también en el de la familia. La familia es el primer lugar donde la persona es amada, el hábitat
natural humano, la ecología humana básica. La familia, basada en el verdadero matrimonio, es el espacio
donde cada persona es valorada por lo que es y no por lo que tiene.

Pero la familia no es cualquier cosa. Ni el amor es cualquier cosa. Únicamente la verdadera familia es la que
corresponde al amor verdadero de las personas. Por eso, en el primer capítulo se señala que, cuando en
una cultura o en una sociedad se contamina la esencia de la familia, todos sus miembros están expuestos a
las partículas tóxicas de una atmósfera que puede destruir sus vidas. Esto ocurre en una cierta visión de la
persona humana falsa, fragmentada y dualista, en la que se producen una serie de rupturas destructivas.

En primer lugar, la ruptura entre el cuerpo y la persona. El cuerpo humano no es considerado, entonces,
como una dimensión intrínseca y constitutiva de la persona, dotado siempre de unos significados y de una
dignidad personales. Es tratado, en cambio, como objeto, simple organismo manipulable, utilizable con fines
de placer o de provecho. El sujeto humano no es reconocido como persona corpórea y respetado con
verdadero amor en todas las fases y circunstancias de su vida. Una antropología en la cual lo que prima es
el bienestar material rebaja la dignidad y la vocación humanas. El ofuscamiento de una razón utilitarista y
escéptica conduce a un concepto perverso de libertad, desgajado de la comunión y de la solidaridad:
Entonces, el otro llega a ser desechado como algo que obstaculiza la propia comodidad. Es lo que ocurre en
una cultura de muerte que llega a la aberración de exigir el aborto o la eutanasia como derechos
individuales.

En segundo lugar, esa visión despersonalizadora provoca perniciosas rupturas en la comprensión del
sentido mismo de la sexualidad humana. Ésta se vive separada de sus referentes constitutivos: Es lo que
ocurre en el ejercicio de la sexualidad sin matrimonio, sin procreación y sin amor verdaderos. Ciertas formas
alternativas al matrimonio –como las uniones de hecho, las uniones homosexuales, las cláusulas
divorcistas- no son sino degradaciones del mismo, que dañan profundamente a las personas y a la
sociedad.

1
La Iglesia busca el bien del hombre y de la sociedad cuando anuncia el llamado “Evangelio del matrimonio y
de la familia” (capítulo segundo). Es el plan del Creador, restaurado en la salvación de Cristo. El matrimonio
natural -en el que un varón y una mujer se comprometen por entero en una íntima e indisoluble comunión de
vida y amor conyugal abierta a la vida- es la realización de la sexualidad humana conforme al lenguaje
corpóreo de la persona. Asimismo, el amor de los esposos es el espacio adecuado para el nacimiento y
cuidado de la nueva vida humana. La procreación es acogida del don del hijo. En cambio, la disociación del
origen de la vida con respecto al acto de amor de los padres en la unión de los cuerpos supone
objetivamente tratar a la persona como un producto. El auténtico matrimonio es, pues, el núcleo de la familia
y, por tanto, el ecosistema humano básico. Además, el matrimonio natural ha sido elevado en Cristo a la
categoría de sacramento, es decir, signo y participación de su amor a la humanidad.

Este anuncio comprende también el “Evangelio de la vida” (capítulo tercero), porque en Jesucristo
resplandece la altísima dignidad de toda persona humana, en cuanto llamada a la comunión de amor y vida
con Dios. La familia natural y sana es santuario de la vida; es la cuna donde la vida incipiente es acogida
con amor solícito; es el hogar cálido donde niños, enfermos y ancianos son tratados con la estima que
merecen. Sin familia el ser humano se halla en la intemperie hostil, desasistido, sin amor. La familia natural
y sana es esperanza para la sociedad; crea la atmósfera limpia y pura de una cultura y unas relaciones
humanas donde el amor, el respeto y la acogida de toda vida humana –desde su origen en la concepción
hasta su muerte natural- son las normas de comportamiento.

El documento ofrece, además, las pautas básicas para la política y pastoral familiar adecuadas (capítulo
cuarto). La clave de esta actuación política está en que las autoridades públicas y demás agentes socio-
culturales reconozcan la identidad de la familia, basada en el matrimonio natural, y permitan a la familia ser
y actuar como tal. La familia es la célula básica del organismo social. Para que nuestra sociedad del futuro
sea digna del hombre es imprescindible la vitalidad y la iniciativa de las familias.

La Iglesia transmite y comunica la enseñanza y la nueva vida recibidas de Jesucristo. La misión de la Iglesia
es un inestimable servicio a la familia. Cumple esta misión con toda humildad y con toda fidelidad a Dios y a
los hombres. Está en juego el presente y el futuro de nuestra sociedad, la justicia y la dignidad humanas, la
felicidad y la salvación de muchas personas. La Iglesia es madre y maestra que enseña la antropología y la
ética adecuadas a la persona humana y, por tanto, el sentido y la finalidad de la vida humana; es hogar
familiar que educa en el amor plenamente humano, en toda su belleza real. De este modo, capacita para
descubrir y realizar la vocación al amor conforme al bien de la persona. También cura las heridas de los
corazones y la torpeza de las conciencias, a menudo confundidos y engañados por amores aparentes.

En esta Instrucción pastoral los Obispos españoles proclaman con voz clara la verdad universal de la familia
en el contexto de nuestra sociedad; alertan acerca de las graves distorsiones que amenazan la comunidad
familiar; recuerdan el hermoso y perenne proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia; animan a las
familias cristianas para que continúen con empeño la misión evangelizadora de nuestra sociedad; orientan a
los responsables de la vida pública para que defiendan la auténtica calidad de vida de todos, sin exclusiones
ni rebajamientos.

Como afirma Juan Pablo II, el futuro de la humanidad se fragua en la familia. Promover y renovar la cultura
familiar es mejorar la condición humana. El presente texto es una contribución muy valiosa a la construcción
de la civilización del amor y de la vida, cimentada en la familia.
Mons. Juan Antonio Reig
Obispo de Segorbe-Castellón
Presidente de la Subcomisión para la familia y la defensa de la vida
de la Conferencia Episcopal Española

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