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Homilía Beato Pablo VI Fátima 13 de mayo de 1967

[…]

Conocéis cuáles son las intenciones especiales que caracterizan esta peregrinación. Las recordamos
para que den voz a nuestra oración y sean luz para cuantos nos escuchan.

Por una Iglesia viva, verdadera, unida y santa

Nuestra primera intención es por la Iglesia: la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Queremos
orar por su paz interior. El Concilio Ecuménico [que se había clausurado hacía sólo un año y medio] ha
despertado una gran cantidad de energía en el seno de la Iglesia, ha abierto visiones más amplias en el
ámbito de su doctrina, ha llamado a todos sus hijos a tener un conocimiento más claro, una más íntima
colaboración y un apostolado más enérgico. A Nos, nos preocupa que tanto beneficio y tanta renovación se
conserven y crezcan más. ¡Cuanto daño se haría si una interpretación arbitraria y no autorizada por el
magisterio de la Iglesia transformase este renacimiento espiritual en una inquietud que disolviese su
estructura tradicional y constitucional, que substituyese la teología de los verdaderos y grandes maestros
por ideologías nuevas y particulares diseñadas para eliminar de la norma de la fe todo aquello que el
pensamiento moderno, muchas veces falto de luz racional, no comprende o no acepta, y que cambiase el
ansia aspotólica de caridad redentora, en aquiescencia ante las formas negativas de la mentalidad profana
y de las costumbres del mundo! ¡Cuánta decepción causaría nuestro esfuerzo de aproximación universal, si
no ofreciésemos a los hermanos cristianos, todavía separados de nosotros, y a los hombres que no poseen
nuestra fe el partimonio de verdad y de caridad del que la Iglesia es depositaria y distribuidora, en su
sincera autenticidad y en su original belleza, de la que la Iglesia es depositaria y dispensadora.

Queremos pedir a María una Iglesia viva, verdadera, unida, y santa. Queremos orar para que las
esperanzas y energías, suscitadas por el Concilio, puedan traernos, en larguísima medida, los frutos del
Espíritu Santo, que la Iglesia celebra el día de Pentecostés y del cual proviene la verdadera vida cristiana;
esos frutos enumerados por el apóstol Pablo: caridad, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza (Gálatas 5, 22 ). Queremos orar para que el culto y la adoración a Dios, hoy y
siempre, conserven su prioridad en el mundo, y su ley dé forma consciente a las costumbres del hombre
moderno. La fe en Dios es la luz suprema de la humanidad; y esta luz no sólo no debe apagarse en el
corazón de los hombres, sino al contrario, debe re-encenderse en mitad de ellos, para el estímulo de su
ciencia y su progreso.

Consuelo para cuantos sufre a causa de la fe


Nuestra oración, nos conduce en este momento a recordar a todos aquellos países en los cuales la
libertad religiosa es prácticamente oprimida, y donde la negación de Dios es promovida como si fue la
verdad de los tiempos nuevos y la liberación de los pueblos, aunque no sea así. Rezamos por esos países;
rezamos por los hermanos creyentes de esas naciones, para que les sostenga la ayuda de Dios y les sea
concedida la verdadera libertad.

La segunda intención de nuestra peregrinación llena nuestro corazón: el mundo, la paz del mundo.

Conocéis que la conciencia de la misión del Iglesia en el mundo, una misión de amor y de servicio,
es hoy, después del Concilio, especialmente vigiliante y operativa. Sabéis como el mundo está en proceso
de grandes transformaciones a causa del enorme progreso en conocimiento y conquista de las riquezas de
la tierra y del universo. Pero sabed y ved que el mundo no es feliz, no está tranquilo; y la primera causa de
esta inquietud es la dificultad de la concordia, la dificultad de la paz. Todo parece impulsar el mundo a la
fraternidad, a la unidad; y en cambio en el seno de la humanidad encontramos todavía continuos y
tremendos conflictos. Dos motivos principales hacen grave esta situación histórica de la humanidad: la
presencia de armas terriblemente mortales; y que no progresado en el campo moral como lo ha hecho en
el campo científico y técnico. Además, una gran parte de la humanidad está todavía en estado de necesidad
y de hambre, mientras que se ha despertado en ella el conocimiento de sus necesidades y el bienestar de
los demás. Por todo esto el mundo está en peligro. Por eso hemos venido a postrarnos a los pies de la Reina
de la paz a pedirle como don, que sólo Dios puede dar, la paz

La paz exige aceptación y colaboración por parte del hombre

La paz es un don de Dios, que supone su actuación, extremadamente buena, misericordiosa


misteriosa. Pero no siempre es un don milagroso; es un don que cumple sus prodigios en la intimidad de los
corazones de los hombres, un don por tanto que tiene necesidad de ser libremente aceptado y que
requiere la libre cooperación. Ahora nuestra oración, después de ser dirigida al cielo, se vuelve a los
hombres del mundo entero. Hombres, decimos en este momento, hombre, procurad ser dignos del don
divino de la paz. Hombres, sed hombres. Hombres, sed buenos, sed sabios, estad abiertos al bien de todo el
mundo. Hombres, sed magnánimos. Hombres, sabed ver el vuestro prestigio y vuestro interés, no
contrarios, sino solidarios con el prestigio y los intereses de los demás. Hombres, no diseñéis proyectos de
destrucción y de muerte, de revolución y de abuso; diseñad proyectos de bien común y de solidaridad.
Hombres, pensad en la gravedad y en la grandeza de esta hora, que puede ser decisiva para la historia
presente y futura de la sociedad, y recomenzad a acercaros los unos a los otros con el pensamiento de
construir un mundo nuevo; sí, el mundo de verdaderos hombres, que no realizará sin el sol de Dios en el
horizonte. Hombres, escuchad mediante nuestra humilde y temblorosa voz, el eco de la Palabra de Cristo:
“Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra, bienaventurados los pacíficos, porque ellos
serán llamados hijos de Dios”

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Pablo VI aprovechó el viaje a Fátima para poner la Iglesia al amparo de María, y para recordar a los
católicos que la Virgen es el «ejemplo de todas las virtudes», y a quienes los fieles le deben un culto sentido
y medido. Lo hizo a través de su Exhortación apostólica Signum magnum, que presentó precisamente en
ese 13 de mayo de 1967. En el documento, como más tarde pudo leerse, Montini explicaba que «María es
la Madre espiritual perfecta de la Iglesia», no sólo por el mandato de Jesús en la Cruz, sino que también es
«madre espiritual mediante su intercesión ante el Hijo». La Virgen es «la educadora de la Iglesia, gracias a
lo fascinante de sus virtudes», pues «la santidad de María es un luminoso ejemplo de perfecta fidelidad a la
gracia».

Para rebatir la supuesta mariolatría que algunas ramas protestantes criticaban en la Iglesia, el Papa
mostraba cómo el ejemplo de María aparece en las páginas del Antiguo Testamento, del Evangelio y de la
Historia de la Iglesia, y, cómo es «esclava del Señor desde la anunciación hasta su gloriosa asunción» y cuál
y cómo es, por tanto, el culto y la gratitud que la Iglesia le debe a la Madre.

Además, y aprovechando la festividad de Nuestra Señora de Fátima, Pablo VI explicaba el mensaje


mariano «de invitación a la oración, a la penitencia y al temor de Dios» e invitaba «a renovar,
personalmente, la consagración al Corazón Inmaculado de María», pues «nos conforta la certeza de que la
excelsa Reina del Cielo y Madre nuestra dulcísima, no dejará de asistir a todos y cada uno de sus hijos, y no
retirará de toda la Iglesia de Cristo su patrocinio celestial».

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