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1. ESTRUCTURA Y CONTENIDO
IV. LA CUARTA (5,7-20) contiene una llamada a mantenerse fieles hasta la venida
del Señor, con algunas instrucciones sobre el comportamiento que deben observar
los cristianos: han de apoyarse en la oración y preocuparse por la salvación de todos.
2. COMPOSICIÓN
Del saludo epistolar —«Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus de
la diáspora»2— y otros datos internos que nos ofrece la carta sólo podemos deducir que
Santiago era una figura que gozaba de gran autoridad pastoral y doctrinal sobre algunos
cristianos que vivían fuera de Palestina. La Tradición ha reconocido en este personaje a
Santiago el «hermano» del Señor y «obispo» de Jerusalén. De él sabemos que era pariente
de Jesucristo, hijo de Cleofás y María, una de las mujeres que acompañaban a la Virgen
junto a la Cruz, y hermano de José y Judás. Junto con San Pedro, recibió la visita de San
Pablo después de su conversión y, después de la marcha de aquél, quedó como cabeza de
la comunidad de Jerusalén. Fue martirizado hacia el año 62 por instigación del sumo
sacerdote Anano II6. Algunos Padres lo identificaron con Santiago el de Alfeo, uno de los
Doce Apóstoles.
De las circunstancias que motivaron este escrito apenas se conoce más de lo que la carta
señala. Parece que en aquellas comunidades cristianas a las que se dirige (compuestas
probablemente por una mayoría de cristianos provenientes del judaísmo) estaban aflorando
algunos defectos que amenazaban su buena marcha. Casi todos los desórdenes
denunciados se refieren al comportamiento de unos con otros: la murmuración, las envidias
y las rencillas, la maledicencia, etc., y muy especialmente las desavenencias entre pobres y
ricos: contra éstos escribe con crudeza, haciéndoles ver que no pueden desentenderse de
los más desheredados, pensando sólo en el propio provecho.
3. ENSEÑANZA
La fe y las obras
Con sencillez y viveza, el autor sagrado expone la doctrina sobre la fe y las obras
especialmente en 2,14-26, una sección que recuerda por su tono a los libros sapienciales
del Antiguo Testamento. Santiago enseña que «la fe, si no va acompañada de obras, está
realmente muerta»15 y que «el hombre queda justificado por las obras y no por la fe
solamente»16. Hasta el siglo XVI esta doctrina no presentó problemas. Sin embargo, Lutero
vio en este texto un obstáculo a su insistencia en la justificación por la sola fe, tal como él
interpretaba a San Pablo. A partir de entonces, se ha pretendido detectar una oposición de
Santiago con los textos paulinos, concretamente con Ga 2,16 («el hombre no es justificado
por las obras de la Ley, sino por medio de la fe en Jesucristo»; cfr también 3,2.5.11) y Rm
3,28 («el hombre es justificado por la fe con independencia de las obras de la Ley»).
La Unción de enfermos
Aparte de la alusión a la unción con aceite en Mc 6,13 («y [los discípulos] expulsaban
muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban»), esta carta es el
único lugar del Nuevo Testamento donde se habla expresamente de la Unción de los
enfermos: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, y
que oren sobre él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de la fe
salvará al enfermo, y el Señor le hará levantarse, y si hubiera cometido pecados, le serán
perdonados» (St 5,14-15). El texto enseña que la oración sobre el enfermo y la unción para
lograr su curación por las autoridades reconocidas (los «presbíteros») constituía una acción
sagrada que continuaba la de Jesús. Quizá es precisamente esto lo que significa «en el
nombre del Señor», donde es probable que «Señor» se refiera a Jesús más que a Dios
Padre.
En los debates surgidos durante la Reforma sobre el número de los sacramentos, la Iglesia
acudió a este texto para definir que la Unción es uno de los siete sacramentos instituidos
por Cristo y que fue promulgado por Santiago. Enseñó también que los «presbíteros» en
este pasaje no han de entenderse los más viejos en edad o los principales del pueblo, sino
los ministros ordenados (obispos o presbíteros), y que entre los efectos de la Unción se
encuentra el de perdonar los pecados.
”