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«¡Santa Madre del Redentor, Puerta del cielo, Estrella del mar, socorre a tu pueblo que
anhela levantarse!»
Una vez más nos dirigimos a ti, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, arrodillados a tus
pies aquí, en Cova da Iria, para agradecerte todo cuanto has hecho, en estos años difíciles para la
Iglesia, por cada uno de nosotros y por toda la humanidad.
Y hoy aquí estamos para darte las gracias porque siempre nos has escuchado.
Madre de la Iglesia, misionera por los caminos de la tierra, que se prepara para el tercer
milenio cristiano.
Madre de los hombres, por tu constante protección, que nos ha librado de tragedias y
destrucciones irreparables, y ha favorecido el progreso y las conquistas sociales de nuestros días.
Madre de las naciones, por los cambios inesperados que han devuelto la confianza a pueblos
durante mucho tiempo oprimidos y humillados.
Madre de la vida, por los múltiples signos con que nos has acompañado, defendiéndonos del
mal y del poder de la muerte.
Mi tierna Madre desde siempre, pero en especial aquel 13 de mayo de 1981 en que sentí
junto a mí tu presencia salvadora.
Sigue mostrándote Madre para todos, porque el mundo tiene necesidad de ti.
Las nuevas situaciones de los pueblos y de la Iglesia son todavía precarias e inestables.
Existe el peligro de sustituir el marxismo con otra forma de ateísmo que, adulando la
libertad, tiende a destruir las raíces de la moral humana y cristiana.
2
Camina con el hombre de este final de siglo, con el hombre de cualquier raza y cultura, de
cualquier edad y condición.
Camina con los pueblos hacia la solidaridad y el amor; camina con los jóvenes,
protagonistas de futuros días de paz.
Tienen necesidad de ti las naciones que recientemente han recuperado su espacio vital de
libertad y ahora se esfuerzan por reconstruir su futuro.
Tiene necesidad de ti la Europa que, desde el Este hasta el Oeste, no puede volver a
encontrar su verdadera identidad sin redescubrir sus raíces cristianas comunes.
Tiene necesidad de ti el mundo para resolver los numerosos y violentos conflictos que aún lo
amenazan.
Muestra que eres Madre de los pobres, de quien muere a causa del hambre o de la
enfermedad, de quien sufre injusticias y afrentas, de quien no encuentra trabajo, casa ni refugio, de
quien está oprimido y explotado, de quien se desespera o en vano procura el descanso lejos de Dios.
¡Que cesen en todas partes la violencia y la injusticia, que crezcan en las familias la
concordia y la unidad, y entre los pueblos el respeto y el diálogo!
3
¡Oh Virgen María, regala al mundo a Cristo, nuestra paz!
Que los pueblos no abran nuevos abismos de odio y venganza; que el mundo no ceda a la
ilusión de un falso bienestar que envilece la dignidad de la persona y compromete para siempre los
recursos de la creación.
Vela por los hombres y por las nuevas situaciones de los pueblos aún amenazados por
peligros de guerra.
Vela por los responsables de las naciones y por todos los que rigen los destinos de la
humanidad.
Vela, en particular, por la próxima Asamblea especial del Sínodo de los obispos, importante
etapa en el camino de la nueva evangelización en Europa.
Vela por mi ministerio petrino, al servicio del Evangelio y del hombre hacia las nuevas
metas de acción misionera de la Iglesia.
Totus tuus!
En unidad colegial con los pastores y en comunión con todo el pueblo de Dios, esparcido
por todos los rincones de la tierra, también hoy te renuevo la consagración filial del género humano.
Tú, oh María, Madre del Redentor, sigue mostrándonos que eres Madre para todos.