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Si no fuera queer, me suicidaría

Soportar demasiado. Acarrear un peso. Pensar en exceso. Un bucle infinito impide tomar
una decisió n. Cuantos añ os tendríamos la primera vez que cedimos. Primero cedimos ante
las risas. Cedimos cuando se reían de nosotros en clases particulares. No nos
concentrá bamos. Pasamos de tener notas decentes a suspenderlas todas de golpe y
porrazo. Pasamos a gestionar la rabia rompiendo cosas, rompiendo vigas,
hipermusculandonos. Gestionamos la rabia con ventolin para sacar matrícula en
educació n física. Nos comemos los mocos. Aparecemos un lunes con un cardenal en los
nudillos porque de la rabia te has cargado las manos. Ahora eres rara. Y te odias. Y odias tu
mundo y el aire y el cielo y darías lo que fuera porque acabara todo porque en algú n
momento te diera un coma etílico ahora que se han puesto de moda las personas má s
interesantes han sufrido un accidente de coche porque salían se emborrachaban se subían
y después faltaban una semana al colegio yo observaba yo sentía el desprecio yo sentía
que era mejor callar porque las pocas veces que tenía algo interesante que decir volvía a
casa llorando llorando con la cabeza metida en el horno en el fregaplatos industrial con
llagas en las manos podría asegurar que salí como aproximadamente menos de diez fines
de semana de los 13 a los 18 añ os podría asegurar que si hubiera sido má s fuerte habría
acabado con mi vida con determinació n podría asegurar que sentía asfixia en el pecho con
18 añ os empecé a coquetear con los ansiolíticos a los doce me bebí mi primer gintonic iba
tan borracha que del disfrute aparenté alegría mi relació n con el alcohol es muy similar a
mi relació n con la escritura.
Pasé de ser la hermana a ser la hija la cuidadora la trabajadora explotada ésta ú ltima era
una categoría compartida luego en la universidad sentí una suerte de desplazamiento,
pero no había nadie que me desplazase a veces pienso recurres con demasiada facilidad a
la categoría de mujer para apelar a las cosas que te han sucedido y quizá s y en cierto modo
seas injusta con la realidad pero me he sentido desterrada. He sentido como mis trabajos
só lo subrayaban las gilipolleces de otros autores he sentido que después de hablar
durante una hora de la crítica hacia la razó n patriarcal de Amoró s no había ningú n
comentario he sentido como incluso haciendo una presentació n – recuerdo y aquí podéis
escupirme todo cuanto deseéis soy un cuerpo lo suficientemente hú medo como para
sentir en determinados momentos como el desprecio resbala- sobre el posporno he visto
má s manos levantadas que en las distintas versiones de Heidegger que vimos en la
carrera.
Qué tiene que ver con todo esto
Hay un lugar minoritario en la teoría queer que me resultaba interesante. Coincido con
Marina en una frase que me soltó hace unos meses: “una reunió n de chicas y yo”. No
reniego de mi categoría como mujer, digamos que la mantengo como una forma de
vengarme políticamente. Durante unos añ os en la carrera prefería que no asociasen mi
identidad con ese término. Prefiero ser una niebla difusa antes que una diosa. Una paloma
manca antes que una lechuza. He vivido mi cuerpo de formas muy plurales: en la
adolescencia demandaba normatividad, en cuanto salí del instituto, la despreciaba. He
devenido desde chica-camionera (recuerdo que de pequeñ a a veces mi familia me llamaba
así iró nicamente cuando actuaba de forma similar a como lo hacían mis hermanos) a
señ ora de sesenta añ os. He tenido la apariencia de chica-soldado, y a veces de todo lo
contrario. Creo que de todo esto podría decir que no soporto ver mi identidad como algo
cerrado, y quizá s en esto es en lo que má s me sienta có moda con lo queer.
Antes me pegaba por lo queer, ahora simplemente discuto con quien me da espacio para
ello.
Cuando he pensado qué clase de paisaje encierra “exactamente” lo queer, lo primero que
me ha venido a la mente ha sido el bullying que sufrí en el instituto. Es extrañ o porque
pensaba que podría o má s bien, debería, apelar directamente al género. Pero digamos que
somos extrañ xs de muchas maneras.
Creo que la forma má s bonita de entender lo queer es a través del concepto de amenaza, o
má s bien, de evasió n de la misma. Podría citar toda la bibliografía que me he ido tragando
desde la carrera hasta ahora para intentar dar una definició n consensuada sobre lo queer,
pero esto que hago aquí es distinto. No quiero citar, al margen de los nombres que puedan
aparecer entre los pá rrafos. Para mi lo queer, como otros muchos conceptos, implica un
cruce de distintas líneas. Quizá la forma má s correcta sería hablar de ejes de opresió n.
Pero no se ajusta. Quizá sentirme excluida y desterrada. Quizá sentir que no tengo voz, o
que mi voz es demasiado excesiva y disonante. Quizá asocie directamente lo queer con la
disforia vital que sentí en mi adolescencia porque en cierto modo comprendí que el
espacio de la masculinidad (recurría al ejercicio físico excesivo, a tonificar y fortalecer mi
cuerpo) podría darme una herramienta para enfrentarme a un mundo que me asfixiaba.
Pero a su vez, recuerdo que era bastante complaciente y callada. Me vivía rara y sentía que
mi rareza no estaba basada en un odio hacia mi misma, sino en un malestar general sobre
el modo en el que se me veía a mi misma. Me sentía có moda con los cambios, con variar de
gustos, me cambié de rama (de letras a ciencias) y sentí que ese volantazo era un
precipicio: sentía que tenía que ser y acomodarme a un discurso fijo, y sentía el horror de
no querer hacerlo. Lo queer tiene que ver mucho con identidades mutables e inestables
(en muchas ocasiones esta inestabilidad identitaria se asume como irresponsable) que no
quieren ser leídas: ni desde una ú nica lectura (fija e inamovible) ni, de hecho, leídas sin
má s.
Lo queer rompe frontalmente con el modo en el que siento que mi identidad tiene que ser
presentada. Hija, hermana, extrañ a. Y es cierto que feminismo (o feminismos) y teoría
queer no son la misma cosa, pero tampoco son opuestos. Lo queer no es misó nigo, como
en determinadas ocasiones he tenido que oír. Sé que puede impactar que una teoría que se
mueva por los derechos de las minorías tenga voces aparentemente hegemó nicas. Hubo
un momento en mi vida en que defendía lo queer con garras y dientes, otros en los que
simplemente trataba de verbalizarlo. Ahora simplemente comparto mi experiencia en
círculos cerrados. Me canso de tener que explicar que decir que el sexo no existe no
significa que no tengamos un genotipo sexual y una expresió n correlativa. Me he cansado
de tratar de defenderme a la hora de enunciar que no existe la enfermedad mental, sino
formas de entender las complejidades que atraviesa un cuerpo. Me canso de ser tachada
de loca, hippy, o la mejor de las categorías, antifeminista por ello. En general, ser queer
tiene mucho que ver con el hecho de quitarse un peso de encima: pronombres,
costumbres, ropas, tipos. Me he cansado de entender y simpatizar. De ser paciente y
esperar. He entendido que allí donde no se da el respeto y un ecosistema sano para el
diá logo, hay que huir. En tu huida, ya no eres ni hija ni hermana ni mujer ni castigo. Eres
un monstruo. Es un alivio.
Sí, quizá es eso lo queer. Un alivio. Se acabó la pregunta por el ser (ser una identidad fija e
inmutable desde distintos ejes): puedo vivir de otro modo.

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