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La primera vez que...

Historias reunidas por


Mamanoleas.com
Gwen(hwyfar)
hola@ mamanoleas.com

www.mamanoleas.com

Primera Edición, Diciembre 2015

I dea original , corrección y edición por Gwen(hwyfar)


www.mamanoleas.com

Todos los Derechos R eservados

Diseño de portada y contraportada por Juan Nepomuceno


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A todos los que, aún sin saberlo, me acompañaron en una primera vez,
y a todos los que lo harán en las que están por llegar .

Gwen(hwyfar)
Prólogo

Por Nayara Malnero


L a primera vez que...

Primeras veces... ¡Existen tantas primeras veces!

De hecho, si verdaderamente no lo proponemos,


podemos experimentar una nueva primera vez cada
día. No es tan difícil, piensa en las posibilidades.

El único problema es que creemos que en la sexualidad


existen límites, que la creatividad puede tener un tope en este
tema. ¡Que gran error! Si existe la heterogeneidad en el ser
humano es precisamente en su faceta sexual y erótica. Por
eso en este libro hemos querido recoger unas pocas primeras
veces, si quisiésemos escribirlas todas no acabaríamos nunca...

Reconócelo, cuando leíste el título a tu mente llegó la idea


de “la primera vez”. Si, esa desastrosa primera vez que todo el
mundo imagina tan mágica y luego suele ser (en la mayoría
de los casos, por suerte no en muchos) un auténtico desastre.

¡Pues no! Primeras veces existen muchas —incluso para la primera


vez en que tenemos relaciones sexuales con penetración—, y
de ellas vamos a hablarte a lo largo de este libro. Que pensemos
que “primera vez” y que, por tanto, “relación sexual” significa
coito es un gran error, porque es el primer punto de partida
en esa manía tan nuestra de auto-limitarnos la sexualidad.

Por eso, confieso, es la primera vez que escribo un prólogo


¿lo has notado? Probablemente no, como tampoco
nadie notó que era mi primera vez cuando hice topless,
practiqué sexo oral o preparé una escapada romántica.

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Prólogo

¿Qué más da? Lo importante es vivirlo, disfrutarlo… y, a veces,


después contarlo, tal y como estamos haciendo ahora nosotros.

Espero que disfrutes de la lectura al menos tanto como lo


hice yo. Si te gusta, cuentas con mucho más contenido en
los espacios de cada uno de los bloggers que en adelante
relatan sus historias, te recomiendo no quedarte a las puertas.

Insisto: la sexualidad es mucho más de lo que nos quieren vender,


tú puedes sentir y experimentar hasta puntos que aún ni siquiera
sospechas. No esperes más, lánzate, vive tantas primeras veces
como desees, ¡sexperimenta!

«M ás tarde llega la primera vez que tienes un orgasmo por otro lugar que no
fue el primero, luego llega la primera vez que tienes orgasmos múltiples.
L a vida, en definitiva, siempre está llena de primeras veces.»

Sexualmente — Nuria Roca

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...me medí la polla

Por Lex
...me medí la polla

Todos conocemos a qué hace referencia el dicho popular de “el


tamaño no importa”. Los hombres se preocupan por estar a la altura
de las circunstancias y las mujeres suelen tranquilizarlos utilizando
dicha frase. Está claro que como seres racionales que somos, nos
gusta tener las cosas medidas y catalogadas para referenciarlas y
compararlas de forma más sencilla, y el pene no se iba a escapar de
esta metodología.

Hace ya años que hay estudios y más estudios que intentan obtener
las medidas estándar del miembro masculino. Pero a medida que
avanza la era de la información en la que actualmente vivimos se
pretenden obtener resultados más fiables, así que dichos estudios se
han ido repitiendo y mejorando cada vez más en los últimos años.
Obviamente si hay tanto interés, digo yo que el tamaño no importará
tan poco como se quiere hacer creer...

Yo nunca había prestado atención a todo este tipo de estudios. Fui


un “niño grande” durante mucho tiempo, no estaba interesado
en el romance ni en el sexo opuesto, solo en mis videojuegos y
ordenadores. A las chicas, por norma general, no les gustaba tirarse
horas y horas jugando a algún videojuego, así que no conocí a ninguna
que compartiera mis aficiones y por lo tanto no tuve trato. Además a
medida que los cursos iban pasando cada vez había menos chicas en
clase, ya que se trataba de estudios técnicos donde desgraciadamente
hay falta de representación femenina. Esta situación se acentuó en la
Universidad, llegando a proporciones de una chica por cada cincuenta
chicos, lo que comúnmente se conoce como un campo de nabos.

Por otra parte hay que añadir que yo siempre fui muy tímido y

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L a primera vez que...

reservado, así que intentaba pasar todo lo desapercibido posible. Me


dedicaba a fantasear en una esquina acerca del próximo lanzamiento
para mi videoconsola favorita, o quizás comentar con los amigos las
diferentes situaciones que me había encontrado al jugar al videojuego
de turno.

En efecto, habéis acertado, debido a mi forma de ser tan introvertida


era el objetivo de diferentes burlas, ninguna excesiva, pero en
concreto recuerdo que de vez en cuando estando en el baño se
asomaba algún gamberro de la época a espiar mientras meaba, para
reírse de mí y decirme que la tenía pequeña. En fin, cosas de críos.

Los años pasaron y obviamente yo seguía virgen y soltero, sin ninguna


amiga en mi repertorio de conocidos salvo las típicas “novias de”.
Claramente, al ser tan tímido, me costaba incluso entablar amistad
con las novias de mis amigos, no parecía que tuviésemos los mismos
puntos de vista así que yo ni siquiera lo intentaba.

El no tener amigas ni conocer chicas era algo que no me preocupaba


y que a la vez, visto en retrospectiva, era algo lógico. Yo estaba
entrado en carnes, sin ningún tipo de pretensión romántica, sin
descuidar la higiene pero sí descuidando la imagen personal, ya que
la mayoría de días ni siquiera me peinaba y además me afeitaba una
o dos veces por semana como mucho (cosa que cuando tienes la cara
de pan por los kilos de más, no queda tan sexy como cabría esperar).
Está claro que no estaba excesivamente dejado de mano, aunque
tampoco se notaba ningún tipo de interés por ir arreglado.

Pero esa paz se vio truncada cuando cambié de trabajo.

Como es normal, el primer día de trabajo se está muy desorientado.


Muchas normas nuevas, mucha gente nueva, muchos nombres para
memorizar y muchos documentos aburridos por leer. Lo normal es
seguir a alguien que se tenga a mano e imitar sus acciones, para así
acabar descubriendo dónde está el baño o dónde se va a almorzar

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...me medí la polla

o comer. Mi nuevo compañero de mesa se convirtió en esa figura


a imitar. Tenía todas las respuestas a mis dudas y la paciencia para
explicarme las costumbres de los lugareños (cada empresa es un
mundo).

Él formaba parte de un grupito de compañeros que se sentaban juntos


tanto al almorzar por la mañana como al ir a comer al mediodía.
Al tratarse de un puesto de trabajo de desarrollo de software había
escasas mujeres, siguiendo la proporción que antes os comentaba, la
del campo de nabos, pero casualmente una de las chicas de la sala se
sentaba con nosotros.

Ahí estaba ella, mi archienemiga. Era alta para ser mujer, estaba
delgada, aunque no especialmente en forma, simplemente estaba
delgada porque comía poca cosa y se mantenía así. A pesar de eso
tenía un tamaño de pecho considerable para lo delgada que estaba.
Su cabello era largo, liso y castaño oscuro, con una mecha blanca
natural encima de la cabeza que le caía por ambos lados. Eso le daba
un aire a Pícara, de los X-Men, pero obviamente sin los superpoderes
asociados. Vale, dejaré las referencias frikis al margen a partir de
ahora...

El caso es que era la persona más insoportable que había conocido.


Seguro que todos habéis tenido alguna experiencia similar. Tenía
una personalidad muy fuerte y siempre se creía con razón. Eso junto
al hecho de que era una defensora de la naturaleza hacía que la mitad
de los días recibiéramos una bronca el resto de desgraciados con
quienes compartía mesa, por no haber ido a ayudar a limpiar una
playa o no haber ido a apoyar algún movimiento ecologista.

Yo solo quería almorzar o comer tranquilamente, no me apetecía que


alguien me viniera a echar una bronca sin venir a cuento. Siempre
le dije que me parecía fantástico que ella lo apoyara, pero que todos
tenemos derecho a pensar como nos apetezca, y yo era de los que
prefería salvar mundos virtuales en mis videojuegos.

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L a primera vez que...

No todos los días había bronca. Otros días había conversaciones


interesantes en las que ella no participaba, normalmente basadas en
avances tecnológicos vanguardistas. Y algunas veces, sobre todo los
días en los que éramos pocos (no todo el mundo podía salir a comer
a la misma hora), nos sorprendía con temas comprometedores.
Recuerdo especialmente el día que estaba comiéndose un plátano de
postre y soltó una pregunta al aire: “¿Debe ser más placentero que
te follen con una polla curvada? Es que todas las que he probado
estaban rectas...”.

Os podéis imaginar lo rojo que me pude llegar a poner, ¡qué


vergüenza! Era la primera vez que una chica atractiva comentaba
algo similar a eso en mi presencia. Además, para más inri, yo la
tengo curvada así que me sentí aludido. A pesar de eso no dije ni
pío, seguí mirando fijamente mi yogur, plenamente concentrado.
Cualquiera pensaría que mi propósito era atravesar con la mirada la
base del yogur, pero solo yo sabía que si realmente tirara rayos por
los ojos, con esa intensidad partiría el planeta por la mitad.

Ese comentario me desestabilizó y empecé a sentir algo de curiosidad.


También es cierto que en aquel momento ya llevaba unos cuantos
meses a dieta intentando adelgazar, porque ya estaba bien de tanto
michelín. Quería verme mejor, se acabó el ser un niño grande. No sé
si todos los cambios estuvieron relacionados entre sí, el caso es que
vinieron todos de golpe.

La empresa disponía de un servicio de chat interno, el cual ella


utilizaba para organizar las salidas a almorzar y a comer. Todos los
del grupito debíamos obedecer, era como la reina del enjambre, por
hacer algún símil estúpido. Ninguno se levantaba de su silla sin que
hubiese enviado el típico mensaje de “¡Chicos! ¡A almorzar! <3” por
nuestro chat de grupo. Viendo lo visto adivinaréis que nunca había
hablado con ella, nuestros mensajes se limitaban a los momentos de
salir de la oficina a por sustento.

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...me medí la polla

El caso es que yo no tenía ni puta idea de sexualidad y acababa de salir


un tema que me intrigaba, que hoy es totalmente obvio, pero que en
ese momento me causó una curiosidad enorme: ¿Acaso no todos los
hombres la tienen curvada? Así que decidí armarme de valor y bajar
mis muros y defensas para buscar clemencia y comprensión en mi
archienemiga.

Le comenté cómo la tenía y que si acaso no era lo normal. Viendo


que ella tenía información de primera mano, parecía la persona
indicada a la que preguntar. Y sorprendentemente le encantó que le
sacase el tema, así que empezamos a hablar del asunto. Y nada, ahí
estaba yo, en el trabajo, con tareas pendientes por hacer y hablando
de pollas con una chica que me caía fatal mientras en mis pantalones
algo iba creciendo. El mero hecho de hablar de esos temas me
creó un morbo increíble, y la verdad es que la sensación me asustó
inicialmente, pero luego me gustó. Me gustó lo suficiente como para
despertar definitivamente mi interés.

Surgió una especie de amistad extraña entre ambos, y esas


conversaciones fueron solamente el principio.

Empezamos a contarnos poco a poco la vida, que si esto, que si


lo otro. Lo típico que ocurre en cualquier conversación entre dos
personas que se quieren conocer un poco más. Obviamente yo estaba
en plena dieta y le comenté el tema al igual que lo he comentado en
estas líneas, aunque añadí la broma que me hacía mi padre en casa:
“ahora por fin te la ves cuando vas a mear”. Pues vaya, ni corta ni
perezosa me dijo “pues debes tenerla muy pequeña, porque estás
delgado”. Me hizo un jaque mate. Me tiré unos segundos, que para
mí fueron siglos, mirando la pantalla sin saber qué responder. Por
una parte me molestó que me dijese que la tenía pequeña sin que me
la hubiese visto, aunque yo también lo pensaba pues era lo que me
habían dicho los gamberros del colegio años atrás. Por otra parte
quería darle las gracias por llamarme delgado.

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L a primera vez que...

¡Maldita! No podía esperar menos de mi archienemiga.

Pero reaccioné mal. Fue mi primer enfrentamiento de este nivel


y ella era una rival dura de pelar. Lo primero que pensé fue que
debería decirle la verdad, que nunca me la había medido, pero
entonces creí que me diría que era una excusa mala, así que me
planteé mentir. Pero no soy mentiroso, me cuesta mucho, así que
encontré una solución a medio camino. Le diría que nunca me la
había medido pero que a ojo medía una cierta cifra, y esa cifra sería
la media, que pensaba encontrar por Internet. Así, al usar la media
como dato sería un tipo normal y este tema no traería más cola. En
un par de minutos estaría en el olvido. Solo debía conseguir buscar
en Internet algo como “tamaño del pene” sin que empezasen a salir
miles de pollas en pantalla, porque a fin de cuentas seguía estando
en el trabajo…

Al final Google fue el salvador, hice una búsqueda poniendo


“tamaño del pene medio cm”, y en el texto resumido de debajo de
los enlaces salió la cifra precediendo el “cm” que había añadido a la
búsqueda. Para los ojos del resto de compañeros estaba buscando
cualquier cosa en la red, seguramente para ayudarme a resolver
una duda de programación, pero en realidad me sentía como Tom
Cruise en Misión Imposible, descolgándome por el cable para acceder
al ordenador más seguro del mundo, y todo por saber lo que mide
una polla normal y corriente. Me estaba jugando algo a medio
camino entre mi orgullo y mi puesto de trabajo, pero la jugada salió
bien. O eso pensé.

“Bueno, no sé, nunca me la he medido, pero yo calculo, así a ojo, que


mide unos 13 o 14 cm”. Puse una cifra vaga basándome en lo que
había obtenido al realizar aquella búsqueda. Me daba igual si era mi
medida real o no. Me sentía totalmente seguro de mí mismo, si lo
pone en Internet es cierto, ¿verdad?

“¡Uy!, pues a mí me parece pequeña”. ¡Maldita hija de la gran puta!

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...me medí la polla

Estaba claro que no podía ser otra que mi archienemiga, la más


digna rival que jamás he conocido. Estuve a punto de decirle que en
realidad era la media mundial, así que no era ni grande ni pequeña,
era lo normal. Pero entonces se hubiese dado cuenta de que la estaba
engañando con los datos de la Wikipedia o la página que fuese, y no
quería que se enterase. Así que no le dije nada, me tragué mi orgullo
y pensé que igual ella tenía razón y en realidad la tenía más pequeña
que eso. Antes de poder hablar tenía que conocer mi talla.

Quiero que sepáis que medirse la polla es toda una ciencia. Hay que
hacerlo en un momento de excitación, lo mayor posible, apoyando
la herramienta de medición en el hueso púbico, chafando la posible
grasa y posible vello que haya, y todo esto por la parte de encima del
pene. Obviamente yo no conocía toda esta información, así que una
vez en casa me dispuse a buscar por Internet cómo tenía que hacerse.
Después de una hora y pico contrastando fuentes y decidiendo
cuales parecían más fiables que otras llegué a las conclusiones que
os he descrito.

Primer problema. Las reglas no empiezan a medir desde el extremo,


sino que hay un trozo de plástico entre el borde y el cero. Segundo
problema. El papel o la tela no me servían para usarlos de referencia,
porque tienen cierto punto elástico, así que no eran medidas fiables.
Tercer problema. Las cintas métricas metálicas son flexibles, así que
no podía empujar contra el hueso púbico con la fuerza necesaria para
que se pegase al hueso. Cuarto problema. Yo tengo el pene curvo, ¿se
supone que tengo que dejarlo así o que debo intentar enderezarlo un
poco? Quinto problema. ¿Cómo pillo una empalmada de las buenas
hoy que mis padres no se van a ninguna parte?

Acabé hasta la polla, nunca mejor dicho, pero finalmente lo conseguí.


A mi madre le pareció sospechoso que me acostara más pronto de lo
habitual, pero es que el morbo me podía. Necesitaba intimidad y era
la única opción. No tenía nada con qué medir, así que mi plan era
hacerlo con la mano y luego poner la regla al lado. Al final no me fue

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L a primera vez que...

bien, demasiadas cosas en las manos mientras seguía tocándome y


pensando en las conversaciones morbosas de la semana anterior, que
de lejos eran mi mejor material hasta la fecha. Podría haber tirado de
pornografía, pero por aquel entonces no era usuario.

Entonces, ahí estaba yo, acariciándome la polla, pensando en todas


las cosas que mi archienemiga había tenido el descaro de preguntar
o contar sobre sí misma. Sujetando una regla con una mano mientras
tenía una servilleta preparada por si la cosa iba a mayores, y pensando
en si se me pondría bien dura para podérmela medir. Un desastre,
nunca llegaba a excitarme lo suficiente porque estaba pensando en
mil cosas a la vez, así que cambié el plan. Sobre la mesita de noche
tenía marcapáginas de esos acartonados, suficientemente rígidos
para desempeñar la tarea. Lo volví a intentar y esta vez me fue bien.
En el momento adecuado me coloqué el marcapáginas en el sitio
correcto e hice una marca con la uña ahí hasta donde llegaba.

Por fin lo había conseguido, ¡qué complicado que es medirse la


polla si no tienes alguna ayuda para excitarte! Finalmente puse el
marcapáginas junto a la regla, miré a ver dónde estaba la marca de la
uña y... ¡vaya! Estaba un poco por encima de la media...

A mi archienemiga no le dije nada, no se merecía conocer esa


información, además me daba vergüenza decirle eso a alguien, así
que dejé que pasase el tiempo.

Nuestra amistad siempre fue muy extraña. Fuimos evolucionando,


empezamos a ser amigos también fuera del trabajo, quedamos
en ocasiones para hacer alguna actividad, nos contábamos de
todo, pero no terminábamos de cuadrar. Teníamos discusiones
bastante frecuentes que debido a su carácter se convertían en varias
semanas sin comunicación. Al final siempre volvíamos a entablar
conversación y hacíamos como si nada. A veces incluso le hacía el
gesto de regalarle algún pequeño detallito, ya que nunca sabía en qué
me había equivocado como para que se pusiese así.

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...me medí la polla

En fin, la cuestión es que un buen día estábamos hablando por


teléfono acerca de la foto de una chica. Una modelo desnuda. Y
me comentó que sus pechos eran muy parecidos, que ‘obviamente’
eran un poco más bonitos que los de la modelo, pero igualmente
por si me quería hacer una idea, pues que ya sabía en qué basarme.
Yo no me acobardé, vi que mi archienemiga estaba al acecho,
tentándome con sus artimañas como tantas otras veces había hecho
(le encantaba hacerme avergonzar). Esta vez decidí contraatacar.

“Sí, sí, muy bonitos esos pechos. ¿Recuerdas aquella vez que nos
peleamos y te regalé un marcapáginas al hacer las paces? ¿Sí? Pues
resulta que justamente lo utilicé para medirme la polla. Si te fijas
bien tendrá en uno de los extremos una hendidura que hice con la
uña para marcar la medida. Si te quieres hacer una idea de cómo la
tengo ya sabes en qué basarte.”

Lo siguiente que escuché fue ruido de cajones. Deduje que buscaba


una regla, aparentemente con mucho énfasis, y luego unos segundos
de silencio. Finalmente lo rompió diciéndome “oye, pero tú tienes...
mucho... ¿no?”.

¡Lo que me reí en ese momento! Me sentí triunfante. Había sido


una rival digna y nuestros enfrentamientos legendarios. Nuestra
relación, que nunca llegó a ser más que una extraña amistad llena
de sugerencias picantes pero sin ningún tipo de acción, llegó a su
fin un tiempo después, con una pelea más que acabaría para siempre
con todo.

Con todo, menos con el recuerdo de todas esas pequeñas primeras


veces.

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...fui infiel

Por Pedro Cabañas


L a primera vez que...

Buscar culpables es algo que a casi todos se nos da bien. Es un


mecanismo defensivo de respuesta inmediata que pretende dirigir
el foco hacia otro lado, da un poco igual a dónde, basta con que
deje de apuntarnos. Pero cuando la situación es especialmente grave
esta cualidad innata se convierte en algo esencial para salvaguardar
nuestra dignidad, orgullo y autoestima. Entonces no se trata
de redirigir el foco, sino de destruirlo para que no nos vuelva a
alumbrar.

Después de lo que hice dediqué mucho tiempo a encontrar a alguien


o algo a quien endosarle la culpa. Mucho tiempo y muchas lágrimas.
Pensé en el Slave to Love de Roxy Music, en las circunstancias, en la
casualidad y en mí mismo, pero nunca le culpé a ella. Al final tiempo
perdido, porque aunque tarde, me convencí de que la culpabilidad
importaba una mierda. ¿Iba a cambiar las cosas? ¿Serviría una
hipotética venganza sobre el condenado para sentirme mejor? ¿Y si
no había culpable? Quizás llegué a esa conclusión por comodidad, o
tal vez por mi propia inutilidad, pero eso ya me trae completamente
sin cuidado.

Ahora lo único que me preocupa es no equivocarme a la hora de


elegir entre las dos puertas que se interponen en mi camino. En una
pone Verdad, en la otra Mentira. En una Valentía, en otra Cobardía.
Los rótulos de Felicidad, Desgracia, Esperanza, Frustración,
Compañía, Soledad, Inicio y Fin se reparten aparentemente de
forma aleatoria entre ellas. Sólo Dolor aparece en ambas. Tengo a
mi futuro cada vez más nervioso esperando mi decisión, y temo
que si continúo alargando lo inevitable sea él quien tome las riendas
sin contar conmigo. Espero que aguante lo suficiente para darme

20
...fui infiel

tiempo a escribir todo lo sucedido. Después de muchas semanas


de dar vueltas al asunto durante el día y la noche, la vigilia y el
sueño, es el último recurso al que me agarro para abrir la puerta
correcta. Tengo la esperanza de que su relato me ayude a separar
el pasado del presente para ordenar mis ideas de futuro, aunque
nunca sabré de su eficacia. Soy consciente de que el resultado final
será una mezcla de renglones de hechos objetivos y sentimientos,
pero lo que no sé es si su escritura va a suponerme sólo un trago
amargo o una auténtica tortura. Sólo cuando llegue al final lo sabré.

Mi futuro se impacienta y temo que se enoje, así que es hora de


comenzar.

Era tarde y la vetusta librería donde tenía por costumbre comprar


mis clásicos de filosofía estaba a punto de cerrar. Manuel, el joven
encargado de la tienda, que no el dueño, llevaba trabajando allí casi
un año, por lo que ya me conocía lo suficiente para saber que no haría
falta recordarme que cerraría en cinco minutos. Era aquel un tipo
alto y encorvado de nariz afilada y puntiaguda que parecía salido
de una tragedia de Sófocles, capaz de encarnar cualquier personaje,
desde pastor de ovejas o esclavo hasta Teseo, Ayax o Edipo. Sus
rasgos y su barba acaracolada y mal recortada le hacían creíble en
cualquier papel con un ligero cambio de vestuario.

Tras cerrar una curiosa edición alemana de las Meditaciones de


Marco Aurelio, hice un leve gesto con la mano a Manuel y me dispuse
a abrir la puerta del establecimiento. A través del cristal empañado vi
una figura acercarse apresuradamente, así que esperé unos segundos
para tirar del picaporte y cederle el paso. No acostumbro a fijarme
en las caras de la gente con la que me cruzo, pero inexplicablemente
en esta ocasión la escudriñé, hurgué con mi mirada en cada
centímetro de su blanca piel mientras la sangre se helaba en mis
venas. Titubeante, ella acertó a darme las gracias con expresión de
sorpresa y desconcierto. Los dos viajamos treinta años atrás en el
tiempo y revivimos en un segundo miles de horas de besos, caricias,

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L a primera vez que...

llantos, sexo, dudas, pasión, misterio, casi de verdadero amor. Como


dos resucitados que vuelven del túnel después de ver pasar toda su
vida en un instante. Ni me di cuenta de que me estaba empapando
el pantalón con su paraguas chorreante. Tras un ‘gracias’ susurrante
bajó su mirada y se adentró unos pasos en la librería, tratando de
borrar de su mente los últimos treinta segundos. Pero Manuel le
distrajo de sus intenciones:

— Lo siento señora, pero tengo que cerrar ya.

‘Señora’. Esa palabra me hizo regresar desde el pasado para darme


cuenta de que el tiempo no es amigo de nadie. Nunca se me ocurrió
pensar en Sara como una señora, como si los años fueran a olvidarse
de ella.

Yo permanecía en el umbral de la puerta fingiendo dificultades para


abrocharme el abrigo, ganando tiempo y la voluntad necesaria para
acercarme a ella, con la esperanza de que la iniciativa fuera suya.
Pero el riesgo de que saliera del local sin mediar palabra conmigo
me llevó finalmente a decidirme. Esperé lo suficiente para saber si
la misma cobardía que acababa de rondarme le llevaría a marcharse
como si nada. Llegó a mi altura y preparó su paraguas, antes de
bajar el primer escalón. Estaba a punto de hablarle cuando fue ella
quien se adelantó. Girándose noventa grados clavó sus mágicos ojos
verdes en los míos y con una sonrisa que estimé sincera me regaló
de nuevo su voz:

— Eres César, ¿verdad?

Volví a sentir la misma inseguridad de antaño en su presencia, esa


que sólo logré vencer meses después de nuestra primera cita. No
podía dejar traslucir mi nerviosismo y estropear el encuentro que
tanto imploré al destino, así que me enfundé una capa de autocontrol
no tan gruesa como para caer en la displicencia. Manuel nos dejó el
tiempo justo para intercambiarnos los números de móvil antes de

22
...fui infiel

echar el cierre. La lluvia arreciaba sospechosamente, como si los


Dioses que me habían puesto en bandeja aquel encuentro quisieran
pensárselo mejor. Era absurdo continuar allí de pie bajo una manta
de agua que calaba piel y huesos, decidida a poner fin abruptamente
a aquella tarde inesperada. Ella paró un taxi y se ofreció a tomarlo
juntos, pero nuestros caminos eran opuestos, y de no serlo yo me
hubiera inventado otro que lo fuera. Antes de desaparecer en el
habitáculo trasero del vehículo me hizo un gesto de despedida y
gritó un ‘nos llamamos’. Levanté la mano mientras veía el coche
alejarse surcando la calle mojada a toda velocidad, y con él tal vez
mis esperanzas. ‘Nos llamamos’. Me apresuré para llegar a la boca
de metro deseando poner en claro mis ideas durante el trayecto a
casa. Tenía por delante casi cuarenta y cinco minutos para analizar
lo ocurrido. Quizás demasiado tiempo para pensar.

Llegué a la estación de destino antes de lo esperado. Me bajé


del vagón y preferí esperar al ascensor en lugar de subir hasta el
vestíbulo de salida por las escaleras mecánicas, porque sabía que
eso me daría algunos segundos extra. Cuando me quise dar cuenta
estaba ya a punto de llegar al portal, igual de confuso que tres
cuartos de hora antes. Me detuve de forma involuntaria, como si mis
piernas se negaran a dar un paso más. Como un autómata busqué
en el bolsillo interior del abrigo mi teléfono y marqué el número de
Sara. En menos de tres minutos volví a guardarlo en el mismo sitio
después de concertar una cita con ella para el día siguiente. Nos
veríamos en una desconocida cafetería situada junto a la librería de
nuestro reencuentro, a eso de las siete de la tarde. Creo que fueron
mi subconsciente y mi espíritu quienes me hicieron actuar de forma
tan decidida, porque mi lógica jamás me lo hubiera permitido.

Al fin llegué al descansillo de mi puerta. Giré la llave y entré tratando


de ocultar una felicidad y culpabilidad desbordantes, haciendo lo
posible por aparentar normalidad. Lo poco que restaba del día
transcurrió cotidianamente, y estoy seguro de que nadie en casa notó
nada raro en mi comportamiento. Me acosté tarde, como siempre,

23
L a primera vez que...

pero esa noche apenas pude conciliar el sueño rememorando miles


de escenas e imaginando otras tantas nuevas. A veces me asaltaba
una odiosa sensación de traición hacia mi mujer, que alejaba
repitiéndome a mí mismo que no había hecho nada reprochable.
Pero entonces, ¿por qué tanto secretismo?, ¿sería acaso porque mis
expectativas eran oscuramente reprobables? Sólo tenía que esperar,
en unas horas tendría la respuesta.

Aquel día abrí los ojos a duras penas aplastados por el peso del
sueño. Tan sólo había dormido tres o cuatro horas acribilladas por
el insomnio que se empeñaba en hacerme pensar, porque no hay
mejor momento para hacerlo. La noche ejerce en mí un influjo
especial y único que me permite disfrutar de una realidad hecha a mi
medida, sin que nada pueda distorsionarla. Me hace sentir poderoso,
casi invencible, aclara mis ideas y desnuda mis sentimientos más
recónditos poniéndome en bandeja la decisión acertada. No existe
inseguridad, ni dudas, ni escrúpulos, y tampoco consecuencias. Todo
es de un maravilloso color negro estrellado que oculta cualquier
miseria. Qué lástima que el primer rayo de luz acabe con todo y
el día escupa su realidad cotidiana, la que vale. Casi todos aspiran
a ver salir el sol cada mañana, y pocos somos los que anhelamos
el momento en que se oculta como preludio de nuestra oscuridad
cómplice. Nunca he entendido porqué el día se levanta y la noche
cae, quizás se trate de un error interesado. Porque es la noche quien
se yergue soberbia y victoriosa pulverizando el día, dispuesta a
sacarnos del atolladero.

Salí de casa apresuradamente después de perder un tiempo precioso


eligiendo el vestuario más adecuado para mi encuentro vespertino,
optando al final por lo de casi siempre: pantalón vaquero, camisa
de cuello japonés y suéter de cuello redondo, con una esmerada
elección de colores. Lo único que cambié fue el abrigo de sport por
mi gabardina marrón oscuro pasada de moda con un intenso aroma
retro de los años 80. Preferí el mensaje subliminal aún a costa del
anacronismo.

24
...fui infiel

El día en la oficina fue más ajetreado que de costumbre, más por


mi ansiedad que por el trabajo en sí. A mis compañeros les extrañó
que un tipo tranquilo y prudente como yo hubiera salido de su tono
habitual para reprochar a un recién llegado una pequeña metedura
de pata. No es ese mi estilo, y aunque no tardé en disculparme,
me hizo sentir mal. Lo achaqué públicamente a la inminente
presentación del nuevo aplicativo al Consejo de Dirección, aunque
esa misma mañana me habían comunicado que se posponía sine díe.
Si les hubiera podido contar el motivo real de mi nerviosismo a buen
seguro me habrían comprendido.

La jornada transcurrió a cámara lenta, con las manecillas del reloj


perezosas y ajenas a mi inquietud. Sólo la inercia del tiempo les
obligaba a avanzar, eso sí, a su ritmo. Y por fin llegó la hora de
plantar la huella digital en el torno de salida y abandonar mi guarida
diaria rumbo a lo desconocido. Decidido a llegar antes que ella corrí
para no perder el metro que estaba a punto de partir, daba igual que
el siguiente tuviera prevista su llegada sólo dos minutos después. Y
es que poco más de cien segundos podían marcar la diferencia entre
ser el anfitrión o el invitado. De haberlo sabido me lo habría tomado
con más calma, porque la combinación de galopada por el túnel y
vagón atestado resultó en un sudor de proporciones diluvianas que
amenazaban mi estética visual y olfativa de forma aterradora. De
forma obligada tuve que bajarme en la siguiente parada y sentarme
en un banco del apeadero después de liberarme de la gabardina
y el jersey y desabrocharme la mitad de los botones de la camisa.
Parecía un cliente que acababa de huir apresuradamente de una
redada en un prostíbulo. Pero ya eran las siete menos veinte pasadas
y aún me separaban dos estaciones de la cafetería, así que no pude
esperar todo lo necesario. Si llegaba yo antes podría acicalarme
con el pequeño cepillo y el botecito de perfume para emergencias
que había tenido la precaución de meter en uno de los incontables
bolsillos de la gabardina, porque nunca se sabe. Por desgracia, la
mezcla de sudor y fragancia tiene el mismo efecto que una bomba de
neutrones, así que decidí dejarlo únicamente en un rápido atusado

25
L a primera vez que...

de pelo frente al espejo del servicio tan pronto como llegara, antes
incluso de pedir el descafeinado de máquina que tenía previsto.

Faltaban más de cinco minutos para la hora en punto cuando empujé


la pesada puerta que se abría a una espaciosa sala. La cafetería Rosas
13 llevaba funcionando sólo un par de semanas, pero según me
había comentado Manuel, el librero, ya era bastante concurrida. Me
sorprendió su potente iluminación a base de lámparas verticales de
luz anaranjada, como si se tratara de un criadero de pollos, pero
no me disgustó. El local estaba decorado con bastante buen gusto
a base de fotos del Madrid antiguo y lo que parecían ser litografías
de mil especies de flores. En la pared más amplia, frente a la barra,
una gran imagen de un ramo de trece rosas rojas podía verse desde
cualquier punto, y debajo, algo más pequeña pero igual de visible,
una fotografía en blanco y negro de trece mujeres jóvenes de los
años treinta posando sonrientes a la entrada de lo que podría ser
un colegio. Un maravilloso guiño histórico del pasado que me hizo
recuperar brevemente la esperanza en el futuro.

La ligera abstracción me retrasó más de medio minuto en la carrera


hacia mi lavado de cara, algo que no me podía permitir. Miré
hacia el fondo buscando los servicios del local, pero mis ojos no
llegaron a encontrarlos. Se negaron a seguir su camino cuando se
toparon con una figura de mujer a punto de sentarse en una mesa
del rincón. Su escasa estatura pasaba desapercibida por el inmenso
magnetismo que proyectaba su cuerpo. El atractivo de Sara iba más
allá de medidas, del espacio, y como estaba viendo, también más
allá del tiempo. Blusa blanca de media manga ribeteada con colores
anaranjados que dejaba traslucir el sujetador rosa pálido, tal vez
salmón. Falda verde oscuro por encima de la rodilla y medias negras
tupidas con una estrecha banda vertical con motivos geométricos a
juego con los ribetes. Su corte de pelo me hizo estremecer. La media
melena atezada del día anterior ya no estaba, como no estaba hacía
treinta años. Llevaba el mismo peinado que tanto me gustaba, el
pelo corto con un ligero flequillo cayendo hacia su izquierda, aún

26
...fui infiel

lejos del párpado. Jamás he visto a nadie con unos ojos tan bellos
como los suyos, verdes y vivos a la luz del día, oscuros y misteriosos
como el mar profundo a partir del anochecer.

Mi mirada golpeó con tanta fuerza su semblante que le hizo reparar


en mi presencia a pesar de separarnos muchos metros. Me sonrió y
no pude evitar pensar si sería por mi aspecto descompuesto. Nos
aproximamos hasta apenas rozar nuestras mejillas, las suyas tibias
y sedosas, ásperas y goteando las mías. Percibí la misma esencia de
rosas que antaño se convirtió para siempre en mi particular camino
de Swann, evocadora e imborrable. Me sentí pequeño e indefenso
frente a ella, como tantas veces.

Y allí estábamos, treinta años después, compartiendo mesa y


café como si acabáramos de quedar a la salida de su academia.
Comenzamos la conversación con algunas cuestiones insustanciales
sobre viejos conocidos; qué sabes de tal...; hace tiempo me encontré
con cual...; ¿te acuerdas de...? El primer asalto de tanteo dio paso
inmediatamente a un intercambio directo de preguntas y respuestas
para averiguar en qué nos habíamos convertido. Me desconcertó el
que ella fuera jueza de lo social en Madrid, porque nunca la creí capaz
de estudiar en serio ni la vi muy preocupada por su futuro. Siempre
me pareció más astuta que inteligente, pero se ve que, a diferencia
de ella, lo mío no es juzgar. Mi carrera de ingeniero informático y mi
puesto de jefecillo en una pequeña consultora se me antojaron muy
escasos, y eso me contrarió. Pero me sosegué cuando supe que se
había casado y divorciado dos veces y no tenía ningún hijo, mientras
yo había sido capaz de formar una familia de la que me sentía muy
orgulloso. Le creí cuando dijo que me envidiaba, tornándose mi
vanidad pueril en lástima.

Sólo veinte minutos después se apresuró a pedir la cuenta al


camarero con un gesto lejano. Al principio me costó entender su
prisa desatada por poner fin a nuestro encuentro, pero sin duda
hubo algo que fracturó la tarde de arriba a abajo. Me negué a aceptar

27
L a primera vez que...

que yo tuviera algo que ver, porque ni mis trazas desastradas ni


mi cháchara justificaban su actitud. Fingí normalidad intentando
abonar las consumiciones sin mucha insistencia, deseando salir de
allí lo antes posible con mi decepción arrastras.

Una vez fuera, en el momento en que iba a escenificar mi adiós


calculadamente frío, me pidió, casi me rogó, que le acompañara a
su coche, aparcado muy cerca de allí. Estaba resuelto a alejarme
argumentando cualquier pretexto cuando un atisbo de turbación en
su tono de voz despertó mi curiosidad insana, así que finalmente
acepté.

Se montó en un pequeño Audi plateado y me abrió la puerta del


copiloto. Permaneció inmóvil con las manos aferradas al volante,
como si quisiera fundirlas con él, con su mirada incapaz de atravesar
el parabrisas. La intriga inicial se iba transformando en preocupación
a medida que los segundos agrandaban el silencio. Hasta que giró la
cabeza para acariciar mi rostro con sus ojos y me besó con ternura,
dejando que sus labios tantearan los míos para asegurarse de que
seguían siendo los mismos. Mis párpados cayeron lentamente y pude
concentrarme en saborear su aliento prodigioso, capaz de perdurar
en mi memoria varias eternidades.

Sólo el ruido del motor hizo que me diera cuenta de que mi boca
volvía a estar huérfana, a la vez que asistía confuso a nuestra partida
hacia un destino oculto para mí. Ninguno de los dos dijo una sola
palabra durante el trayecto, yo perdido en elucubraciones y ella
preocupada en esquivar un vehículo tras otro en su empeño de
llegar cuanto antes a alguna parte. Poco a poco mi desconcierto se
transformó en sospecha antes de convertirse en certeza categórica.

La noche ya reinaba cuando nos detuvimos en un paraje apartado


de la Casa de Campo al que solíamos ir con el coche de mi padre.
Allí pasábamos las horas oscuras de viernes y sábados empañando
los cristales a base de susurros y jadeos. El habitáculo era nuestro

28
...fui infiel

salón privado en medio de la nada, y en él bailábamos, y bebíamos


y yacíamos y soñábamos y moríamos y volvíamos a nacer, ocultos
hasta de Jove y su horda de Dioses husmeadores.

Y otra vez abrimos aquel fascinante salón en el que nada había


cambiado, ni siquiera nosotros. Por eso sabíamos bien que el halo
de fruición desbordada llegaría puntual para transportarnos una vez
más a los Campos Elíseos del Inframundo. Allí cabalgamos con
el ímpetu de la juventud recién robada al tiempo, sin importarnos
nada más que inundar al otro con nuestro deseo tantos años
encadenado. Sus piernas rehusaban cerrarse siquiera medio grado
para no entorpecer un ápice el balanceo de mi abordaje, inalterable
y sereno. Sentí cómo se precipitaba hacia el dulce abismo del placer
definitivo y fui incapaz de no seguirla, aunque hubiese preferido
resistir eternamente. Nuestros cuerpos húmedos y encendidos
permanecieron abrazados hasta que la sangre retornó a la cabeza y
por ella asomó la cordura. Cerramos la puerta tras nosotros ansiosos
por volverla a abrir y aparecimos en los diminutos asientos del Audi.

A aquel día le siguieron otros de sexo apasionado, de mentiras


hogareñas y retortijones de remordimiento, y los peores de todos,
días de amor creciente. El éxtasis tenía un precio que ya estaba
pagando, sin detenerme a pensar si merecería la pena. Dos meses
después de aquella tarde muchas cosas habían cambiado en mi vida.
Ya no era el mismo.

Como coartada establecí una serie de costumbres ficticias a la salida


del trabajo que parecía funcionar bien. Nos permitía vernos casi a
diario ya fuera en su lujoso apartamento o en su coche si el tiempo
apremiaba. Si hubiéramos tenido menos escrúpulos podríamos
haber estado así durante años. Sin embargo mi paranoia moral
pronto empezó a fustigarme.

Apenas dormía pensando en mi traición y mi mal humor en el


trabajo me costó más de un disgusto. En cambio, el sentimiento de

29
L a primera vez que...

culpabilidad se traducía en actitud de cordero degollado al llegar a


casa. Debía parecer un personaje siniestramente pusilánime a ojos
de mi mujer y mis hijas. En una ocasión, la pequeña, la más decidida,
me preguntó si me iba a morir. No sé qué era lo que rondaba por su
cabecita, pero desde luego no le parecía yo el arquetipo de la salud
y la confianza.

Mi estado también empezaba a afectar mi relación con Sara. La


frescura del principio se fue apagando y lo que antes era fuego poco
a poco amenazaba con convertirse en rescoldos, sólo por mi culpa.
No me lo dijo, ni siquiera lo insinuó, pero sabía con seguridad que
le estaba amargando la existencia a costa de mi inquietud. De todas
formas, pronto dejaría de ser un problema para ella, porque con
el inicio del año viajaría a Holanda a trabajar para un prestigioso
bufete de abogados de Ámsterdam. Ya tenía concedida la excedencia
de su plaza en Madrid y sólo tenía que arreglar algunos papeles
para emigrar. Así que en tan sólo unas pocas semanas Sara sería
un recuerdo dolorosamente imborrable, de nuevo, pero ahora el
amor que sentía por ella lo haría inaguantable. Nunca me pidió que
abandonara a mi mujer ni recibí de ella ningún ultimátum. Me dijo
que me quería mil veces en los momentos de pasión, pero un millón
en las circunstancias menos favorables.

A nivel profesional la situación se convirtió en insostenible. Mi


ansiedad se traducía en roces continuos con los compañeros, y el
innegable bajón de rendimiento me había supuesto una falta leve y
otra grave como último aviso antes de prescindir de mis servicios.
Sólo mi trayectoria me había salvado del despido inmediato. Pero
cuando perdí los nervios y mandé a tomar viento fresco al Consejero
Delegado en presencia de la plana mayor del área informática,
nada ni nadie pudieron socorrerme. Aquella misma tarde recibí la
notificación del despido disciplinario. Acababa de tirar por la borda
un trabajo bien remunerado, que me agradaba y en el que gozaba
de reconocimiento. Sin darme cuenta había comenzado a cavar mi
propia fosa.

30
...fui infiel

Sólo anhelaba ser feliz y que no me importara el mañana, llevarme


bien con la hipocresía y aguantar la mirada a mi mujer. Me sentía un
impostor también hacia mis hijas, pero no podía evitar imaginarme
a Sara como su madre perfecta y cómo habría sido mi existencia a
su lado. Todo eso me hacía sentir cierto desdén hacia mi esposa, mi
paciente, afectuosa y burlada esposa, a la que clavaba puñales por la
espalda intentando, sin suerte, no perder la sonrisa.

En un último gesto de amor Sara me abrió los ojos y me hizo ver


que había llegado la hora de separarnos, por mi bien, el de mis tres
mujeres y también por el suyo propio. Sus palabras me produjeron
vértigo, más por oírlas en voz alta que por su significado, porque
siempre habían estado en mi conciencia. Aquella tarde fue la más
triste de mi vida. Permanecimos abrazados en su sofá escuchando
las canciones que nos marcaron para siempre, mezclando nostalgia y
masoquismo. Hicimos el amor por última vez, en silencio y con una
dulzura desconocida hasta entonces. Más que hacerlo lo creamos, un
amor descomunal e insondable. Con mis besos secaba las lágrimas
que abrasaban sus mejillas antes de que se ocultaran bajo su piel,
mientras ella recorría mi espalda lánguidamente con la yema de sus
dedos, y supe entonces que mis reservas de felicidad se agotaron
con aquellos instantes. Me vestí y salí de allí sin volver la vista atrás
para no grabar en mi memoria una fotografía final. Cerré la puerta
y permanecí unos segundos inmóvil, como un náufrago que ve
alejarse un barco en lontananza. Subió el volumen de la música en
el interior, justo cuando comenzó a sonar Silvio Rodríguez con su
Playa Girón.

Aquí me encuentro, al final de mi crónica. He de admitir que su


redacción no ha sido el suplicio que preveía, quizás porque después
de unos cuantos párrafos mi decisión comenzó a tomar forma. O
mejor dicho, de las dos alternativas posibles, una de ellas se fue
desvaneciendo quedando la otra como la única que podía tomar, así
que me he evitado tener que juzgar si es apropiada o no. Simplemente
ya no existe ningún dilema.

31
L a primera vez que...

Ya no debo elegir entre franqueza y engaño, porque la mentira,


la ocultación de mi andanza, se perdió pronto por el camino. Mi
conciencia jamás hubiera resistido a la ficción del aquí no ha pasado
nada, y estoy seguro de que cualquier día hubiera desertado de mis
intenciones. Por eso ya todo se reduce a dar salida a un arrebato
de sinceridad que aligere el peso una minúscula fracción. Lo que
ocurrirá después sólo los Dioses lo saben, ya no depende de mí.

He señalado el próximo jueves a las cuatro como día D y hora H del


Hiroshima doméstico, aprovechando que las niñas estarán en clases
extraescolares. Ojalá los heridos sobrevivan sin secuelas muy graves.

Nunca un escrito hizo tanto, bueno o malo, por nadie.

Aunque el relato ya cumplió con su cometido de asistirme en mi


resolución, escribo estas líneas anexas para cerrar el círculo negro
sobre blanco. Por eso y porque mi interior necesitaba rememorar el
desenlace de la historia, lo que ocurrió a partir de aquel jueves por
la tarde. Han pasado varios días desde entonces, no llevo la cuenta,
pero qué más da, la esencia del tiempo no es significativa.

Como había previsto, me senté frente a mi mujer y le conté lo que


le había hecho durante aquellos meses. Mi discurso fue fluido y
sin ambages, explayándome incluso en algunos detalles inútiles.
La expresión de su cara se desencajaba a medida que mis palabras
despellejaban sus oídos y supe que jamás sospechó nada. Llegué a lo
que debería haber sido el final, pero no lo fue. Continué hablando,
yo o mis entrañas, para decirle que no continuaría con ella, que mis
días a su lado habían concluido, que lo sentía en lo más hondo de mi
alma aunque eso ya no importara. No podía continuar representando
aquella comedia, así que sencillamente la abandonaba. Se levantó
súbitamente, corrió a la que fue nuestra habitación y la cerró con un

32
...fui infiel

portazo para llorar histéricamente. Yo me marché sin más a recoger


a las niñas al colegio, como si nada hubiera sucedido. Volví con ellas
de la mano consciente de que nada volvería a ser igual. Las quería
inmensamente, pero me reproché que no tanto como a mí mismo y
mucho menos que a Sara. Tan penoso como innegable. Abrí la puerta
de casa y les di un beso diciendo que me tenía que ir a comprar una
cosa — tabaco, pensé sarcástica y deplorablemente —, que mamá
les estaba esperando con la merienda. Yo simplemente desaparecí.

El portón de acceso al edificio estaba mal cerrado y pude entrar


sin llamar al portero automático. Subí las escaleras de dos en
dos sin poder esperar la llegada del ascensor, plantándome en el
octavo piso como si hubiese volado. Sabía que ella estaría allí.
Mientras recuperaba el resuello frente a su puerta pude escuchar
a The Smiths, la cúspide melancólica de nuestra relación. Intenté
imaginar el estado en el que se encontraría y su sorpresa al verme,
recreándome antes de llamar a su puerta. Por fin, pulsé varias veces
el ruidoso timbre y la música dejó de sonar. Esperé unos segundos
que se me hicieron eternos hasta que la puerta se abrió y su figura
inundó mis ojos. Llevaba puesto el mismo albornoz blanco que
tantas veces le desabroché en las últimas semanas y portaba en la
mano una botella de whisky casi vacía, el pelo revuelto y un aspecto
menos cuidado que en nada afectaban a su presencia majestuosa.
Nunca imaginé que buscara consuelo en algo tan evidente como el
alcohol. Comprendí a la perfección su expresión incrédula al verme
sonreír, vanagloriándome. El futuro era nuestro y ella se afanaba
en asimilarlo. No podía aguantar más tiempo delante de ella sin
abrazarla, sin besarla, sin hacerle el amor. Al fin juntos otra vez,
ahora para siempre.

Cuando mis labios se acercaban excitados ansiando los suyos,


abiertos nuestros ojos, oí una voz profunda provenir del fondo:

— ¡¿Quién es cariño? La cama se enfría sin ti, no tardes!

33
L a primera vez que...

Me separé muy lentamente, juntando mis pedazos hasta


recomponerme. Entonces mi sonrisa se trocó en risa, y la risa
en frenéticas carcajadas. Me volví y comencé a bajar despacio
las escaleras con hilaridad, envilecido y mofándome de aquel ser
grotesco que era yo mismo.

Arbitrario y despótico Destino. La primera vez que fui infiel y la


primera que me lo fueron, mi propia amante. Todo a una, verdugo
y víctima al mismo tiempo. Y es que la infidelidad es un juego
maravilloso donde nadie conoce su final de antemano. Gracias a él
cualquiera puede convertirse en audaz y osado, intrépido, valiente,
temerario incluso. Sólo los que no juegan no pierden, pero jamás
ganan.
Concluyo estas páginas satisfecho por haberlas escrito. Con ellas
quiero atestiguar que he sido un juguete de Fortuna y espero no
olvidar que a los Dioses les encanta divertirse a costa de nosotros
los mortales. Quizás sea el pequeño tributo que debamos pagar por
sus desvelos.

Mi vida continúa, y estoy seguro de que mi próxima jugada será


ganadora. Que así sea.

34
...follé al aire libre

Por Lola Flor


...follé al aire libre

Uno de los mejores sitios que recuerdo, y que jamás olvidaré, es la


calita aquella de fina arena blanca, piedras redondeadas, de mar azul
verdoso y naturaleza frondosa alrededor. Estar ahí era como estar
alejada de toda la civilización, excepto por el hecho de que si subías
unas escaleras ya estabas de nuevo en la carretera, al lado del pueblo.

Él me llevó ahí de sorpresa. Bueno, y un poco a traición, me hizo ir


en bici... Que un rato está bien pero... no es esto verano azul y hacía
años que no me subía a una. Aunque ir delante de él, notando cómo
me devoraba el culo con la mirada, resultó bastante excitante.

Al llegar nos tiramos de cabeza al agua. Desnudos. Totalmente


embriagados por la belleza de ese lugar y deseando acabar con el
calor que sentíamos. Pero no conseguimos apagarlo sino que aún
se potenció más. Mientras flotábamos en el agua él me agarró y
me obligó a rodearle con las piernas. Enseguida note su erección
debajo del agua, acariciando mi clítoris y proporcionándome unos
cosquilleos por todo el cuerpo.

Nos besamos. Su boca sabía a mar. Nuestras lenguas jugaron


y se retorcieron, dejándose llevar por las ganas, la pasión y el
morbo. Me agarré fuerte de su pelo, haciéndole gruñir un poco.

Sus manos bajaron traviesas hacia mi entrepierna, parándose antes a


juguetear con mis pezones, pellizcándolos, chupándolos unas veces,
frotándolos otras...

Y finalmente llegaron a su destino, más empapado que el agua


misma, y ardiente. Comenzó a jugar conmigo mientras yo me

37
L a primera vez que...

relajaba y me echaba hacia atrás, mirando el cielo desde el agua,


con sus hábiles manos acariciándome y provocándome gemidos.

Hagamos un inciso aquí y recordemos que aunque la zona


pareciese de una isla desierta, no era el caso. Como ya
mencioné antes, había un pueblo a tan solo unos metros...

Cuando ya notaba un orgasmo acercándose él paró y me propuso


salir del agua un rato. Ya fuera pude ver perfectamente su erección,
apuntándome, tentadora, irresistible... No pude controlar mi cuerpo
que enseguida se hizo un sitio con las mantas entre unas rocas, cerca
de nuestras bicis, para poder saborear su salada polla, tan dura y
maravillosa. Normalmente suelo ir despacito pero tenía tantas ganas
que me lancé a por ella, deseosa de saborearla entera, de hacerle
suplicar que parara. Y de repente algo me sacó de mi euforia... ¿había
oído a gente hablando? Quise apartarme pero él no me dejó. Le
miré confusa desde abajo, aún con él en mi boca. Me miró con una
sonrisa traviesa, los ojos llenos de excitación y haciéndome un gesto
para que no dijera nada. Giré mi cabeza hacia dónde él miraba y vi
que había gente en la parte alta del acantilado, dirigiéndose a las
escaleras que llegaban a la calita. Uno del grupo se había parado y
nos estaba mirando.

Mi corazón se aceleró más que nuca. Más incluso que en la puta


bicicleta. ¿Cuánto tiempo llevaba ese tío mirando? ¿Nos habían visto
todos los del grupo? ¿Y de ser así, iban a bajar a la calita igualmente?
Estábamos más o menos escondidos, entre las sombras de algunos
arbustos, pero si bajaban hasta el agua nos verían perfectamente.
Aunque estaba claro que ya desde lejos nos había visto al menos uno,
y como para no saber qué estábamos haciendo... Sentía en el cuerpo
una mezcla de miedo, expectación, excitación y morbo, mucho
morbo, y sabía que mi chico también, estaba más duro que nunca
sin poder dejar de sonreír. Su sonrisa acabo siendo contagiosa. ¿Nos
daría tiempo a follar hasta que llegasen hasta aquí? ¿Podríamos
hacerlo en suficiente silencio de manera que si no nos habían visto

38
...follé al aire libre

ya tardasen en notar nuestra presencia? Daban ganas de probar.

Con sigilo me puse de espaldas a él, mirando hacia el mar aunque


sin quitar la vista a la zona por dónde en cualquier momento podría
aparecer ese grupo de personas. Arriba el tío que se había parado ya
no estaba. ¿Habría bajado también a la cala?

Y aunque el morbo de que nos vieran aún estuvo presente durante


el siguiente rato, en cuanto note cómo mi chico entraba dentro
de mí sólo pude concentrarme en eso. Y en lo maravillosamente
placentero que era poder hacerlo ahí, en frente del mar, en medio de
la naturaleza, con la brisa rozando nuestros cuerpos, el cielo azul, el
sonido de las olas... Era paradisíaco total. Me podría haber pasado
así el resto de mi vida. Con él follándome fuerte, rápido, salvaje, y
rodeados de esa paz. Una parte de mí estaba rabiosa por no poder
gemir y gritar todo lo que hubiera querido, pero otra parte estaba
absorbida por el morbo de que en cualquier momento nos podrían
oír y ver. Cada vez se oían las voces de la gente más cerca, estaban
empezando a bajar las escaleras.

A cada paso que ellos daban hacia la cala más ganas tenía yo de
gemir, y más y más... Y cómo si mi chico me leyese la mente y
quisiera hacérmelo más difícil, empezó a masturbarme ágilmente
mientras seguía follándome; estimulación completa.

— Cómo me pones nena.

Esas palabras, susurradas en el oído, tenían un efecto casi inmediato.


Se me escapó un gemido, por suerte fue leve y no pareció oírlo nadie.

Sus manos moviéndose en círculos junto a mi clítoris empapado,


su polla saliendo y entrando fuertemente, el olor del mar, el aire en
mi frente; demasiado placer para todos mis sentidos. El éxtasis se
acercaba, podía notarlo. El grupo de amigos estaba casi junto al mar,
ya podía ver a una chica, hurgando en su bolso.

39
L a primera vez que...

Cuando estaba a punto de gritar de puro placer, con uno de los


orgasmos más potentes de mi vida, mi chico salió de dentro de mí
y me abrazó tapándome la boca, sabiendo lo que me iba a pasar. La
suerte pareció estar de nuestro lado, porque justo en ese momento
oímos a la chica de la orilla gritar:

— Tíos, que nos hemos olvidado las cremas protectoras y las aguas
arriba, joder. Hay que volver, que yo sola no puedo con todo.

Oímos quejas, pasos que subían de nuevo. Y mientras esas voces


se alejaban, las manos de mi chico volvían a mi entrepierna, los
gemidos a mi boca, el temblor a mis piernas, y tuve ese orgasmo
tan deseado, corriéndome delante del mar, en el sitio más precioso
que he visto nunca. Poco a poco nos tumbamos en la arena, ya más
a la vista, pero aún sudados y desnudos. Él todavía con su erección
intacta.

— Por los pelos...— le dije entre risas.

Lo que nos reímos ese día también es digno de recordar. Entre el


morbo, los nervios, el gusto y la vergüenza que habíamos sentido
cuando aquel tío nos había visto desde lejos, y el placer y la tensión
de la situación.

—Tenemos que follar más veces al aire libre— apuntó él mientras


liaba un porro.
—Por supuesto.

Nos habíamos vuelto unos adictos a la adrenalina, al que nos


pudieran pillar, pero también a la sensación única de hacerlo en un
sitio libre, natural, precioso. Ya habíamos cumplido junto al mar, lo
siguiente sería un bosque, o una montaña, o una cueva, o quizá en
un prado... Cualquier sitio dónde se respirase paz, dónde te pueda
pillar alguien, pero dónde si no te encuentra nadie también se esté
genial.

40
...follé al aire libre

Le di unas caladas al porro.

—Los chicos esos iban a volver, ¿no es así?

Miré picarona a mi chico. Su erección seguía ahí. Solté una gran


cantidad de humo antes de decirle:

—Oye... en lo que vuelve el grupito ese... Tendremos que arreglar


esto, ¿no?— le señalé la entrepierna.

Sonriente se tumbó en la arena, esta vez estábamos a la vista de todo


el mundo, y él tendría los ojos cerrados de placer, o en todo caso me
miraría a mí. Estaba en mis manos darle placer y controlar que no
nos pillara nadie. Un pequeño cambio de situación. Tentador. Desde
luego más tentador que volver ya a las bicis.

Me coloqué a su lado, acariciándole la polla, los testículos, las ingles.


Di una última calada mirando al mar y a nuestro alrededor. Cualquier
guarrería que hiciéramos ahí sería mucho más épica y preciosa que
hecha en cualquier otro lado, y muchísimo más morbosa. Miré al
acantilado, nadie... por ahora. Y sonriendo me volví a dejar llevar
por el gusto de saborearle, darle placer y disfrutar con ello.

41
...visité un sexshop

Por MaryAsexora
L a primera vez que...

Como soy una enamorada de los juguetes eróticos, y mi deseo es


que la gente deje atrás miedos o tabúes, he pensado que lo propio es
que cuente la primera vez que me expuse a uno de estos tabúes que
engloban ambos temas: los sexshop o tiendas eróticas.

Mi primera vez fue a los veintitrés, y lo recuerdo con tanta exactitud


porque estaba haciendo mis prácticas de psicología. Pero desde
mucho antes me picaba la curiosidad por entrar en uno, de hecho,
creo recordar que alguna que otra intentona hubo, pero se quedó en
eso, en intentos fallidos.

No sé si recuerdas cuando eras más joven, tanto, tanto que aún no


tenías ni la edad para entrar en un pub o discoteca, pero sentías que
no podías pasar ni un finde más sin pisar uno, parecía que nunca
llegaría el momento de cumplir la mayoría de edad y poder entrar.
Si te ha pasado esto, sabrás de lo que te voy a hablar, si no, intenta
ponerte un poco en situación.

Nuestros intentos fallidos en esto de los sexshop (y digo nuestros


porque eran intentos del grupo de amigas), eran como aquellos
otros de entrar en un pub sin edad. Quedamos, y mientras
esperábamos a que todos bajaran nos alentábamos los unos a los
otros diciendo: “de este finde no pasa, esta noche sí o sí entramos en
el Crash1”. Cuando ya estábamos a punto de enfilar la calle íbamos
bien erguidas, con la cabeza bien alta y el paso firme, teníamos
un objetivo y estábamos más que motivadas para cumplirlo.

1 Local de Getafe (Madrid) que tantas alegrías y chupitos nos ha dado.

44
...visité un sexshop

Una vez que ya entrábamos en la calle donde se encontraba el


local la confianza iba menguando un poco y el paso firme se
hacía pasito. Al llegar a la entrada del pub y ver al típico portero
cuatro por cuatro las cabezas ya miraban al suelo, los hombros
estaban caídos y completamente derrotadas sin llegar ni siquiera a
intentarlo pasábamos de largo pensando que “ya si eso otro finde lo
intentamos...”.

Bien, pues esa misma reacción teníamos en las contadas ocasiones en


las que decidimos entrar a una de estas tiendas eróticas, por supuesto,
para comprar “artículos de broma” para hacer la gracia en algún
cumpleaños, porque esa es la idea que tenía de los sexshop cuando
era adolescente: pensaba que eran o sitios sórdidos, o sitios en los
que sólo podías comprar diademas con pollas y muñecas hinchables
para despedidas de soltero, hacer el tonto un poco en cumpleaños o
para “gastar una broma” a la cumpleañera comprándole un vibrador.

La verdad es que mi idea de cómo era un sexshop en la adolescencia


no era muy positiva. Todas aquellas luces de neón me echaban para
atrás, me llevaban a pensar que al entrar en unos de estos sitios,
además de los típicos “artículos de broma”, estaría lleno de tíos
en cabinas “cascándosela” viendo algún striptease mientras el
dependiente, un hombre más bien tirando a obeso, con la camisa
llena de lamparones y el pelo churriagoso2 miraba porno en el
ordenador.

Vamos, que me comí con papas todos los topicazos que “sabía”
sobre estos sitios. Quizás por eso, porque yo fui una de esas mentes
cerradas llenas de malos mitos y tabúes, me empeño tanto en mi blog
en que la gente no caiga en lo mismo que yo, que vean los juguetes
eróticos como lo que son, juguetes para divertirse en la intimidad.

2 Diccionario Maryasexora-Castellano: dícese de aquel pelo grasiento de aspecto


sucio. Composición de las palabras churro (descuidado, desaliñado) y grasoso.
Composición Creative Commons, es decir, está libre de derechos, pero se agra-
dece la mención a la fuente de la que sale: Maryasexora.

45
L a primera vez que...

Por suerte, con el tiempo, fui abriendo la mente y me fui quitando


prejuicios y mitos de encima, hasta que llegó el gran día de poner
un pie en una de estas tiendas eróticas y todo cambió. Como decía
al principio, yo estaba haciendo mi practicum de psicología en la
Fundación Sexpol, donde los estudiantes participábamos como
oyentes en las terapias gratuitas que realizaban3. Como parte de una
terapia que estaban realizando en aquel momento teníamos que ir a
un sexshop para que la chica que estaba recibiendo ayuda desterrase
algún que otro tabú y tocase vibradores, probase lubricantes, le
explicasen cómo y para qué servía un determinado juguete... Es
decir, teníamos que ir a una tienda erótica para que se familiarizase
con los juguetes y que los fuese viendo como lo que son: juguetes.

La tienda seleccionada estaba muy cerca de la Fundación Sexpol: La


Juguetería4. Y yo, desde el momento en que puse un pie en esa tienda,
me enamoré perdidamente de ellos y del mundo de los juguetes
sexuales. No tenía luces de neón, al contrario, derrochaba buen
gusto y elegancia. Te dejaban ir libremente por la tienda tocando
y probando, sin notar una mirada intensa en la nuca como suele
ocurrir cuando vas a comprar a “un chino”. Te dejaban tu tiempo
y tu espacio para mirar, sin agobios, respetando tu ritmo, eso sí, en
el momento en el que les requerías para hacerles alguna pregunta
aparecían solícitos para explicar lo que fuese necesario durante el
tiempo que fuera.

Con tanto halago parece que la tienda es mía o algo así. Pero no,
desde aquí desmiento cualquier relación con esta juguetería más allá
de alguna que otra visita esporádica. Pero es que para mí, ese es el
ideal de tienda erótica. Un sitio en el que puedas experimentar, tocar
y probar sin presiones, pero en el que puedas, a su vez, resolver
cualquier duda de forma natural y sin reflejo de neones.

3 Para más información entrar en: sexpol.net/servicios/servicio-joven


4 Para más información visitar su web: lajugueteria.com

46
...visité un sexshop

De la primera vez, con el tiempo, uno sólo se va quedando con las


sensaciones y va olvidando los detalles, quedando en el recuerdo
tan sólo el dónde y con quién fue. Eso me pasa a mí con este tema,
puedo describir cómo era la tienda por aquel entonces, elegante, sin
luces chillonas, sin estanterías repletas de penes hiperrealistas y sé
que fui por una participación con Sexpol. En cambio, no recuerdo
cómo era la chica que nos atendió, pero sí que fue muy amable,
natural y cercana, no sabría decir cuánto tiempo estuvimos, pero sí
que se me hizo muy corto y no podría enumerar todos los juguetes
que toqué y probé esa vez. De lo que sí me acuerdo es que me las vi y
me las deseé para comerme luego una porción de pizza, porque tuve
la brillante idea de ponerme en los labios una crema retardante que
adormecía la zona de aplicación y que, efectivamente, funcionaba
de cojones...

En fin, ya sólo me queda hablar de los tópicos que se dicen en


estos casos, ¿no? Puedo asegurar que no duele, no se va a producir
ninguna situación incómoda o molesta, porque justamente lo que se
pretende es crear un clima de confianza. Bueno, quizás sí duela un
poco al bolsillo dependiendo del precio del “juguetito” del que una
se enamore, que hay auténticas preciosidades no aptas para todos
los bolsillos.

Un mito que hay sobre la primera vez es que se lo van a notar,


que al entrar en casa los padres van a saber que has mojado por
primera vez. Bueno, ni en ese caso ni en este, no lo va a notar
nadie salvo que se salga del sexshop con gabardina y gafas de sol
escondiéndose detrás de cada farola... Hombre, no te voy a decir
que salgas con la misma naturalidad con la que sales de comprar
el pan comiéndote un pedazo del currusco porque bueno, es
la primera vez y estarás un poco nervioso y emocionado, pero
es eso, simplemente estarás emocionado porque has visto algo
distinto, tendrás esa sonrisilla tonta que se nos pone a todos con
estos temas las primeras veces, pero nada más, no te van a marcar
la frente con un spray que diga: mírame, he estado en un sexshop.

47
L a primera vez que...

Mi consejo final: visita una de estas tiendas y pide asesoramiento


para conseguir el juguete que más te convenga y se adapte mejor a
tus necesidades. Y no tengas miedo, un juguete erótico es sólo eso,
un juguete para adultos, algo diseñado para disfrutar y amenizar los
encuentros en solitario o en pareja. En tríos también se pueden usar,
pero para eso debes conseguir organizar uno, y eso es mucho más
complicado que entrar en una juguetería...

48
...me masturbé

Por Cristina del Marco


...me masturbé

¡Menudo día! Trabajos por la mañana, clases por la tarde... La facultad


está consumiendo toda la energía posible que pueda contener mi
cuerpo. “No te cojas tantas asignaturas” decían. “La que mucho
abarca poco aprieta” decían. Y yo con mi cabezonería de que puedo
con todo consigo subir los tres pisos con la lengua en los talones
hasta llegar a casa.

Un día más en mi pequeño y acogedor pisito de estudiante. Es viejo


y los electrodomésticos fallan cada dos por tres, pero con un tono
alegre en las paredes, floreros de colores y un ajuar de lunares, parece
la casa de Ágata Ruiz de la Prada.

Aunque ahora lo único que me apetece es una ducha bien caliente, el


frío azota con fuerza en las calles sevillanas. Y si hicieran 5 grados
más, seguiría con este tiritón en los huesos que parece que me he
dejado el “modo vibración” encendido.

Abro el grifo de la ducha y espero a que la condensación sea palpable


en el minúsculo baño, es la temperatura perfecta. Una vez dentro,
dejo que el agua ardiente pasee libremente por mi piel helada que
se queja ante el contraste, pero no la escucho. Después de varios
minutos de “reflexión” bajo el agua y una suave caricia con el gel
aroma a vainilla, termina uno de los mejores momentos del día.

Cuando salgo de entre la niebla espesa acumulada en las finas


cortinas de la ducha, poso desnuda frente al espejo contemplando
mi piel totalmente roja. ¡Parezco un salmonete recién pescado!
Debería dejar de ducharme con agua hirviendo. Quizás otro día.

51
L a primera vez que...

Le quito el vaho al reloj. ¿Hoy que día es? ¡Martes! Empieza mi serie
favorita en media hora y yo con estos pelos, tengo que terminar con
las cremas y poner la cena a la de ya.

Bueno, por lo menos lo de poner la cena se reduce a calentar


el tupper que descongelé ayer por la noche. Es lo único
malo que le veo de ser universitaria en otra ciudad: sigues
comiendo lo mismo que comerías estando en casa de papá y
mamá, pero hecho de la semana pasada. Y no, no es lo mismo.

Vuelvo a mirar el reloj, ya mismo empieza. Voy programando el


canal mientras se va calentando el mero en el microondas.

Mis compañeras de piso se preparan para salir, “un tapeo rápido y


para casa que mañana hay clase”. La misma canción que siempre,
pero ellas ya sabían que nunca era rápido y que las clases de mañana
podían esperar. Un suave beso en la mejilla a cada una y tenía el piso
para mi sola.

Todo preparado y listo para mi momento. Me encantaba ese rato


de soledad que pocas veces conseguía. Sin nadie a mi alrededor, sin
interrupciones, sin reglas. Solos yo, mi plato de mero recalentado y
mi guapísimo protagonista.

Un ideal de belleza en muchos sentidos, o por lo menos se acercaba


muy mucho al mío: una cara angelical a la par que traviesa, con esos
ojazos azules que serían capaces de convertir en piedra a la criatura
más feroz. Facciones marcadas y unos labios para derretirse en ellos.

Todo ello englobado en lo que intuía ser más de 1’80 de cuerpo


perfecto: ni fibroso ni dejado. Ese que parece que te lo hacen a
medida los modistos más prestigiosos para que puedas navegar por
él con absoluto deleite, sin nombrar los abdominales que nada tenían
que envidiar a las tabletas del mejor y más afrodisíaco chocolate
belga. En resumidas cuentas, un bombón en forma de Dios griego.

52
...me masturbé

La serie no era la mejor de mi escaso repertorio, pero nada más


por ver a este espécimen de hombre 10 me quedaba embobada cada
capítulo. Mira que saben encandilar a las espectadoras con chicos
seductores propios de ideales platónicos, así cualquiera se traga la
temporada que sea por verlos en acción.

Aunque algo diferente tiene este episodio que me mantiene


más enganchada de lo normal. El protagonista intenta camelar
a la chica que lo tiene enamorado, lleva varios capítulos
intentándolo el pobrecito pero sin ningún avance. Hasta hoy.

Ella busca consuelo en mi bizcochito de limón después de una


tormentosa relación con otro tipo (que como en todos los patrones,
es guapo, con pasta y un capullo integral). Despechada y con todo
a su favor, besa al protagonista en un momento muy romántico que
poco a poco se va convirtiendo en sensual.

Caricias, abrazos, besos, ropa que empieza a desaparecer. Y yo cada


vez más embobada delante de la pantalla. No sé si sería la ducha de
antes, el radiador que tenía enchufado o el ambiente en general, pero
mi temperatura empezó a subir.

Muchas veces había visto en pelis y series este tipo de encuentros


amorosos, y muchísimo más explícitos que los que allí veía, pero yo
sentí aquel deseo como si estuviera en aquella habitación, como si
fuera una observadora físicamente hablando, como si pudiera sentir
sus manos por mi cuerpo. Intenté aclararme mis propias preguntas:
esto será que como llevo esperando este momento de la serie tanto
tiempo, me está emocionando más de la cuenta. Me valía como
excusa, pero aún así no era suficiente.

El encuentro de pasión entre los amantes cesó. Sin embargo, yo no


podía ver otra cosa. Las imágenes se repetían en mi cabeza, como en
bucle: terminaban y volvían a empezar.

53
L a primera vez que...

Sin apenas darme cuenta, el episodio llegó a su fin y yo seguía en las


mismas. Sentía la impresión de que me faltaba algo, de que no había
sido suficiente, de que… ¿me había quedado a medias?

Poco más me quedaba por hacer en el sofá, así que toca lavarse
los dientes y a la cama. Enfundada en decenas de mantas intentaba
conciliar el sueño, todo en vano. Mi cabeza funcionaba a toda
velocidad. Me sentía activa, viva, insaciable. Varios minutos me pasé
dando vueltas de un lado a otro, con un calor corporal que no era
propio de una noche de invierno cualquiera.

No quería creer lo que mi cuerpo me estaba exigiendo en ese momento.


Nunca antes había necesitado estimularme sexualmente a mí misma.
¿Eso no lo hacen sólo las solteras desesperadas? Desesperada estoy
yo ahora y sin nadie a mi alrededor para “consolarme”.

Esto es increíble, ¿en serio me lo estoy planteando? Nunca había


tenido la necesidad de tocar mis zonas íntimas, y menos para ese
fin, pero estaba claro que no iba a pegar ojo con este insoportable
calentón.

Tímidamente, como si alguien estuviera observándome, me rozo


los pechos con el antebrazo. Tengo los pezones duros y dispuestos
sin ni siquiera haberles prestado atención. Todo mi cuerpo está en
tensión: cuello, abdomen, piernas...

Casi sin orden por parte de mis músculos, mi mano empieza a


recorrer mi cuerpo desde la zona alta del abdomen y descendiendo
muy lentamente, hasta que las yemas de mis dedos quedan en la
cintura del pijama. Lo pensé durante una breve... ¿milésima de
segundo? Y atravesé la tela que separaba el cómodo pantalón de mi
ropa interior.

Mis dedos seguían curiosos la línea que les guiaba entre la abertura
de mis piernas hasta que llegaron a un punto crítico. Un roce

54
...me masturbé

inocente fue el causante de mi respiración jadeante y la contracción


de todo mi cuerpo. Si alguien me pregunta en ese momento qué
había sentido, hubiera respondido: un intenso y placentero calambre.

Los dedos de mi mano, con voluntad propia, vuelven a causar esta


sensación de forma más prolongada rozando el clítoris sobre el
encaje que lo adornaba, a pesar de que la necesidad de prescindir de
esta prenda cada vez iba en aumento.

El corazón me late a mil por hora, mi pelvis se balancea de forma


rítmica con mis falanges y mis gemidos son más intensos.

Pierdo por completo el control de mi ser cuando introduzco la


mano bajo las telas que la separaban del contacto piel con piel, mi
propio cuerpo se presenta en una sensación conocida pero a la vez
irreconocible donde cada centímetro de carne se deja caer rendida al
placer de su propio deseo.

Mis dedos encuentran el punto causante de tan alboroto. Lo


masajean, lo estimulan, lo cautivan. Arrastrando así el aliento
ahogado que se agita con la fusión de ambos.

La curiosidad más atrevida hace que juegue entre los pliegues de


mi interior, buscando aquello que anhelaba mi mente a través de mi
cuerpo pero que nunca antes me había atrevido a proporcionárselo.
Los dedos pasean por mis labios menores, con paso firme y decidido
para conocer cada sensación que desprendía el contacto.

Entre la excursión de las zonas más sensibles de mi acalorado


cuerpo, un dedo bordea la entrada de la vagina pidiendo permiso
para descubrir el éxtasis puro y sin barreras. Se introduce en mi
interior con un vaivén acompasado que me lleva a la locura. Con un
segundo dedo la excitación va creciendo cada vez más mientras que
con la palma de la mano estimulo el clítoris con detenimiento.

55
L a primera vez que...

La lujuria se apodera de mi ser, pide más y más hasta que se hace


inconcebible un arrepentimiento. Los gemidos saliendo de mi boca
aumentan a la par que la velocidad de mis dedos, de mi calor, de
mi respiración, de mi excitación. Estallo en una espiral de placer
mientras mi espalda se arquea involuntariamente, mi cuerpo
convulsiona ante las acometidas en mi interior y la explosión más
reveladora me invade por completo.

Tras varios segundos de combustión interna, externa y meridiana,


mi cuerpo sudoroso se hunde entre las sábanas como un pesado
bloque de hormigón.

Madre del amor hermoso, estaba totalmente rendida y asombrada de


lo que era capaz de hacerme experimentar. Me sentía viva, extasiada
y muy cansada después de tal explosión de adrenalina.

Por fin podía decir que conocía mi cuerpo a la perfección, sabía


donde tocar para activar los estímulos más excitantes de mi anatomía
y nadie mejor que yo misma para hacerme sentir bien después de un
orgasmo de tales magnitudes.

Aunque lo que más temía era a no querer volver a dormir sin antes
recibir una bomba similar a la vivida aquella noche.

56
...eyaculé

Por Juan Nepomuceno


...eyaculé

«La patria del hombre es la infancia...» Sí, soy consciente de que citar
a Rilke quizás no sea la mejor forma de dar inicio a un relato que,
en teoría, debería estar orientado al erotismo. Es posible que lo más
apropiado fuese hacerlo con una cita de Bukowski, pero no estoy muy
seguro de que la literatura de Charles contenga demasiados pasajes
que aludan a la infancia, o al menos que lo hagan desde el punto
de vista benévolo que me gustaría adoptar al narrar esta sencilla
historia. Porque, como el propio Bukowski escribió sobre sí mismo,
su infancia fue un infierno, y ese no es mi caso. Volviendo tras mis
palabras también añadiré que lo de orientar el relato al erotismo es
solo un planteamiento teórico, no constituye una necesidad. Aunque
bien es cierto que el erotismo es algo que, en esencia, está presente en
muchas de las acciones que emprendemos y en muchas de nuestras
vivencias. Pero, ¿acaso es consciente un niño de aproximadamente
cuatro años del erotismo que se puede esconder tras una escena
cotidiana? Es más, si se trata de algo que ha vivido habitualmente
casi desde que su memoria alcanza, ¿en qué momento se produce el
cambio de concepción mental que le permite ser conocedor de que
hay algo más “interesante” en lo que hasta ese momento aparentaban
ser meras estampas costumbristas? El erotismo se convierte, pues,
no solo en algo natural consustancial a nuestra realidad cotidiana,
sino además en algo que debemos esforzarnos por naturalizar.

Ni Fellini lo habría descrito mejor: un niño de unos cuatro años


rodeado de mujeres. Decir rodeado de mujeres es quedare corto.
Aquello era un ejército de féminas de todas las edades, tres
generaciones diferentes de hembras en una casa atosigando —para
lo bueno y para lo malo, especialmente para lo malo— a un pequeño
crío que se dedicaba a observar y callar. Pero no solo las de la familia,

59
L a primera vez que...

sino también las que llegaban por cuestiones de trabajo. Cada vez que
sonaban estridentemente los nudillos de una nueva mano golpeando
contra la madera del viejo portón se producía en ese pequeño niño una
extraña e incontrolable reacción de excitación —conscientemente
no reconocida—, como si se tratase de un humana versión, pequeña
y apócrifa, del perro de Paulov. No, no babeaba ante el sonido
de la campanilla conductista porque mi cerebro interpretase que
llegaba la hora de comer. No babeaba en absoluto, de hecho, pero
sabía que algo bueno estaba en camino. Aquellas mujeres, amigas
de la familia en mayor o menor grado, o simplemente conocidas,
cruzaban el oscuro recibidor y entraban en el pequeño cuartito que
las esperaba al final del mismo. Todas ellas conocían bien el camino
hacia esa minúscula estancia que durante muchos años permaneció
anegada de cosas. Siempre sitió aquel niño especial apego por la
palabra “cosa”, que sirve para definir conceptos tan amplios como
lo que allí podía encontrarse. Incluso cuando pasaron los años jamás
llegó a conocer lo que se escondía en los rincones que guardaban los
montones de telas, jirones, cestas, cajas, patrones, revistas, agujas,
ovillos, hilos, ropas a medio confeccionar y otras terminadas... todo
esto y mucho más apostado sobre los viejos muebles de madera o
sobre las máquinas de coser y bordar. Apenas quedaba hueco en la
habitación para una minúscula mesa camilla cubierta por una vieja
faldilla de terciopelo verde, flanqueada a su vez por dos vetustas
sillas de anea, una de ellas reservada para la costurera y otra dispuesta
para las visitantes ocasionales: las clientas; en el extremo opuesto
del pequeño cuartucho, un aparatoso y antiquísimo banquetín de
madera onerosamente labrado y tapizado en el mismo terciopelo
verde del que estaba confeccionada la faldilla de la mesa camilla;
y sobre ese banquetín, aguardando «paulovianamente», el pequeño
aprendiz de Fellini.

El radar interno se activaba y el niño ocupaba su puesto. Sobran los


detalles acerca de lo que dentro sucedía. Aquel niño era tan pequeño
que no resultaba una amenaza, sino un anecdótico añadido a la escena
rutinaria de probarse alguna prenda de ropa para cerciorarse de si se

60
...eyaculé

ajustaba de forma correcta al cuerpo de la demandante. Pero sucede


en la vida que cuando las personas crecemos y nos convertimos
en adultos dejamos olvidado en el pasado todo aquello de nosotros
mismos de cuanto pudimos ser conscientes durante el desarrollo
de nuestra infancia. Sigo teniendo claro, y nunca lo olvidaré, que
los niños pequeños discurren, aunque lo hagan de forma inocente.
Cuerpos, precisamente, es lo que veía el niño en aquel cuarto,
aunque quizás sin la malicia con que los pueda observar una escena
similar el adulto medio cuya mente se ha ido “amoldando” a las
convenciones sociales más aceptadas. Por no decir “corrompiendo”,
que quizás resultase una palabra más apropiada para este propósito
pero que denota un matiz más negativo. Para aquellas mujeres la
presencia del crío carecía de importancia. Pero vista a través de los
ojos que miraban desde el otro lado del cuarto, sentado en el viejo
banquetín labrado a escasa altura sobre el suelo, cada una de aquellas
visitas vespertinas no era un hecho ordinario, sino que se convertía
en algo extraordinario vivido con gran expectación. La mayor parte
de las veces la historia no discurría más allá de un simple cambio de
ropa superficial culminado con algún vistazo a la lencería —nada
que no se pudiera ver en las revistas y catálogos que pululaban por
aquel cuartucho—, y poco más. Pero, en las escasas y esperadas
ocasiones en que el litúrgico acto de probarse las prendas nuevas
iba más allá, y bajo las blusas o faldas afloraba la desnudez de los
cuerpos femeninos, que inundaban todo de luz como el tímido rayo
de sol que se cuela entre los grises nubarrones de un día lluvioso,
aquella escena transformaba el día en una fiesta nacional para el
pequeño niño que observaba extasiado.

Pero, por desgracia, algunos humanos tenemos la maldita costumbre


de crecer, y el pequeño niño creció. No demasiado, su cabeza levantaba
apenas unos cuantos palmos del suelo, pero eran los suficientes
como para comenzar a levantar miradas de suspicacia de aquellas
mismas mujeres a quienes había tenido la ocasión de contemplar
tiempo atrás aprovechando que su admiración pasaba desapercibida.

61
L a primera vez que...

Como cualquier observador imparcial pudiera haber esperado, al


niño le dieron con la puerta en las narices. El tiempo acaba poniendo
a cada uno en su sitio, y el suyo ya no estaba dentro del angosto
cuarto observando cómo las mujeres se desnudaban. Si deseaba
seguir disfrutando de aquellas escenas le había quedado, como única
alternativa, la observación furtiva de lo que sucedía dentro a través
de la rendija que quedaba en la cerradura de la vieja puerta de madera.
En la soledad del exterior del cuarto, inmerso en la oscuridad del
pasillo en las tardes invernales, en algunas ocasiones después de
su forzoso destierro se había armado de inocente valor y se había
atrevido a asomarse a través de la minúscula abertura, pero no
quedó nada para él. Las ropas usadas, en confección o por estrenar,
se desvanecieron, al igual que lo hicieron las blusas, faldas, lencerías,
las caderas o los pechos. Por aquella época no se lo planteaba
siquiera, pero la infancia iba quemando etapas inexorablemente. La
adolescencia aún era terreno desconocido, casi inconcebible, pero
sin ser plenamente consciente, se presentaba más cercano cada día.
Se sintió desorientado, perdido en su propia patria por primera vez
en su aún corta andadura por el mundo, y lo peor de todo, sin saber
explicarse el porqué de aquella forzosa exclusión. Poco a poco, con
el paso del tiempo, tan solo le fueron quedando los recuerdos, cada
vez más vagos y difusos de la belleza que había podido contemplar
en aquellas tardes de fiesta. Solo eso, recuerdos.

En cada una de las ocasiones en que se acercaba al cuarto trastero


que había al fondo del pasillo de casa su radar interno volvía a
activarse de forma automática, aunque él desconocía qué era lo que
trataba de advertirle. La puerta acristalada del cuarto se ocultaba
tras una vieja cortina de trapo que pendía de una no menos vieja
galería de madera y que conformaba una barrera que no permitía que
traspasase al interior de la vivienda el escaso haz de luz natural que
desde el exterior se proyectaba dentro de la minúscula habitación.
Siendo niño había jugado en algunas ocasiones en el suelo de aquel
mismo cuartucho, mucho antes de que las cajas y los trastos se
fuesen acumulando en sus rincones y en las baldas que pendían de la

62
...eyaculé

pared conformando un entramado insondable e irreconocible para


él y expulsándole de allí casi para siempre. O al menos esto es lo
que pensaba el niño por entonces. El tiempo había pasado, y había
dejado de ser la pequeña e inocente criatura que observaba a las
mujeres sentado sobre el pequeño banquetín de la costurera. Había
evolucionado en el tamaño, había crecido mucho, demasiado para su
edad. Pero, en lo que a inocencia se refería, no había sido tan acusado
el progreso. Los recuerdos de los momentos de sincera y admirada
contemplación anatómica habían quedado grabados en su memoria
como algo difuso, apenas esbozado, que su interna e insaciable
curiosidad se esforzaba por revivir sin demasiado éxito. Pero algo en
su interior había despertado después de mucho tiempo dormido. Se
trataba de una sensación conocida aunque algo olvidada. Lo había
comenzado a invadir un extraño sentimiento de curiosidad cuya
naturaleza no habría sido capaz de explicar. No sabría decir a ciencia
cierta si había surgido fruto de un sueño o si el origen se encontraba
en una imagen, en una visión de algo real. Lo que no podía negar es
que aquel cuarto del fondo del pasillo guardaba algo desconocido y
extrañamente atrayente que lo llamaba poderosamente desde detrás
de la puerta acristalada.

El desorden había marcado su camino, casi desde que comenzase


sus andaduras. Se había convertido en una suerte de elemento
constitutivo de su ser. Había vuelto a abrazar, años después, el
furtivismo. Calculadamente, como el ladrón que traza un plan
maestro para atracar un banco que guarda el botín de sus sueños,
había aguardado el momento propicio —y solitario— para
emprender la incursión en la tierra prometida, buscando el tesoro
que en ella se ocultaba con celo. Tras correr la cortina encontró un
cuarto desconocido que poco o nada tenía que ver con aquel donde
había jugado siendo muy niño. El desorden, más bien el caos, se
habían adueñado de aquel territorio en otro tiempo conquistado por
él. No obstante, una vez que sus pupilas se acostumbraron al tímido
chorro de luz que inundaba la estancia, encontró en aquel lugar
cierto aire de familiaridad. Volvió a su mente, como si se tratase

63
L a primera vez que...

de un flashback cinematográfico, el recuerdo de la vieja estancia


de costura de su infancia. No había telas, cestas, ni patrones, no
había máquinas de coser, pero si halló cajas y más cajas; ropas viejas
colgadas de barras de madera que cruzaban la habitación de pared
a pared; y sillas, aunque no como las viejas de anea, además de un
sinfín de trastos que no fue capaz de identificar. La sensación de
angostura que lo invadió y se apoderó de su ser estando dentro de
aquella habitación lo llevó a un estado de inexplicable entusiasmo.
Se sentía excitado, tal y como le había sucedido en el viejo cuarto
de la costurera, y no entendía bien por qué. El acceso al extremo
opuesto de la habitación supondría una auténtica aventura, y tenía
la firme determinación de que era aquello lo que se propondría a
hacer una vez que tan lejos había llegado. De modo que, fiel al deseo
que le impulsaba, comenzó a avanzar no sin dificultad... Hasta que
se topó con algo que polarizó su atención de modo inevitable: una
pila de revistas...

Acababa de descubrir un nuevo paraíso. En una primera impresión,


aquellas revistas no le habían parecido diferentes a las que pudo
encontrar en el viejo cuarto de costura, amontonadas sobre todos
los trastos que allí se acumulaban, y que nunca le habían llamado
demasiado la atención. Eran revistas con mujeres, simplemente.
Nada que superase en interés el simple hecho de mirar los cuerpos
femeninos luciendo diferentes ropas, algunas de las cuales
ocultaban más cuerpo que otras... Pero no. La suya había sido una
primera impresión errónea. En las revistas que acababa de descubrir
había algo más. En sus portadas se podía contemplar mucho
más que despertaba su necesidad de explorarlas en profundidad.
Entusiasmado, sintió que volvía a ser fiesta nacional. Había regresado
a la más tierna infancia, había recuperado la sensación extática que
lo invadía durante la contemplación de los cuerpos semidesnudos de
las mujeres que se probaban la ropa, aunque, de repente y de forma
inesperada, había ascendido cuatro o cinco escalones hasta situarse
en la cima de su existencia, más alto de donde nunca había estado.
Aquello ya no era una simple e inocente sesión en que las mujeres

64
...eyaculé

se probaban nuevas ropas mientras él observaba desde el rincón de


la habitación sentado sobre el banquetín de madera, y la suya ya no
era la mirada inocente de aquel niño... Había avanzado, se había
saltado de un plumazo la mitad de los pasos, y aquellas páginas lo
habían transportado lo más lejos que había podido llegar antes de
aquel momento, y más aún. Por fin lo había descubierto todo, y los
recuerdos que durante años se habían mantenido luchando en su
memoria por no perder la fuerza del primer instante resurgían más
poderosos que nunca adueñándose de su ser. El tiempo se detuvo,
por un instante, y el explorador intrépido descuidó peligrosamente
su nivel de alerta, volviéndose vulnerable a ciertos peligros. Pero,
¿acaso le importaba algo más en ese momento? ¡Nada!

Una mirada se cruzó con la suya, llamándole la atención


poderosamente más que cualquiera de las demás. Sin embargo, ella
no era la más femenina, ni las más hermosa, ni la más guapa, ni la
chica de pechos más grandes o llamativos —o simplemente bonitos,
turgentes, deseables, comestibles, o como cada cual prefiera—, ni
siquiera era la más eróticamente caracterizada... Al pasar la página,
ella lo aguardaba sentada en una antigua silla tejida de mimbre
sobre cuyo respaldo reposaba su cabeza cubierta de castaño
cabello cortado al estilo garçon. Mostrando un ligero rubor en sus
mejillas y un rictus de seriedad contemplativa, como si pretendiese
concentrarse en la tarea que la ocupaba, sostenía entre los dedos
de la mano izquierda a la altura de sus fruncidos labios las cuentas
de un collar de perlas que se enroscaba dando dos vuelta alrededor
de su cuello y caía sobre su torso desnudo. De cintura hacia abajo
vestía una especie de vestido, algo parecido a un cancán —aunque
el niño que la observaba absorto desconocía aún el origen y nombre
de tal prenda—, y unas medias tejidas que ascendían casi hasta la
rodilla. Observada en su conjunto podría haberse afirmado que
se trataba de la personificación del anti–morbo, pero el hecho de
que su torso permaneciese desnudo la hacía interesante a sus ojos...
Y fueron precisamente sus ojos verdosos los que mirando hacia el
frente se habían cruzado con la mirada del joven. Lo miraba a él,

65
L a primera vez que...

directamente, o eso le pareció en ese preciso instante. Había llegado


el momento, aunque ninguno de los dos era consciente de ello.
Simplemente, el entusiasmo alcanzó su punto máximo en el instante
justo en que ambos habían coincidido, y una vez transitando por
ese terreno se convertía en una fuerza de la naturaleza irrefrenable.
Toda la curiosidad que había acumulado en lo más profundo de su
ser a lo largo de los años que habían transcurrido desde su expulsión
del paraíso en forma de pensamientos mal definidos y recuerdos
difusos se materializó y tomó la forma de aquellos ojos que lo
miraban y de los pezones que apuntaban hacia él, como si se tratase
de una santísima cuatrilogía erótica y blasfema. Sintió la opresión
como nunca antes la había sentido hasta ese momento fundacional
del adulto en el que terminaría convirtiéndose, y apenas tuvo tiempo
de sentir como su respiración se agitaba y el latido de su corazón se
aceleraba produciéndole un opresivo nudo en la garganta. Apenas
si pudo preguntarse qué era lo que estaba sucediendo. Apenas
tuvo tiempo de apartar torpemente el pantalón para observar con
sus propios ojos como su universo interior estallaba manando
con violencia y copiosidad e inundándolo todo en un instante de
abrumadora y placentera soledad. Desde su silla, ella observó con
indiferencia cómo sucedía todo.

Se acababa de convertir en un extranjero. El niño ya no era tal niño,


sino un apátrida que abandonaba el territorio seguro e inocente de
su infancia. Ésta es, a su vez, el territorio donde arraiga el proyecto
que se convertirá en un hombre futuro, y las bases de aquel niño
habían quedado asentadas por medio de sus iniciáticas experiencias.
Aún le quedaba mucho camino por recorrer, pero siempre procuró
que ese niño no se avergonzase de la persona en quien se estaba
transformando.

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...me puse pajarita

Por A. Irles
...me puse pajarita

Me tomé un carajillo para empezar fuerte el que era mi primer día


como Director Regional, y me fui directo a la sucursal sabiendo que
esta vez iría al piso de arriba. Aun así, al llegar, saludé a todos uno
a uno, regalándoles a sus insípidas corbatas y camisas de empleados
rasos un poco del brillo de mi pajarita nueva y de las hebillas doradas
de mis tirantes. Ellas cuchicheaban entre sí y ellos bajaban la mirada
ante el nuevo macho alfa.

—Dolores, súbame los informes de peticiones de préstamos que


quiero empezar mi primer día creando empleo en este país, que falta
hace. Y súbeme también un café solo.

Tardó cinco minutos, los que tuve para inspeccionar los cajones y
probar todas las palancas y botones del nuevo sillón de cuero que
presidía la enorme mesa de cristal translúcido, la mesa que siempre
había visto desde el otro lado. Lola tocó la puerta cuando yo estaba
de pie mirando la plaza desde el ventanal.

—Pasa, pasa.

Sin darme la vuelta pude oler el extra de perfume cálido recién


pulverizado sobre su cuello y oí como dejaba los papeles y el café
sobre la mesa.

—Gracias, Lola, que bien hueles, por cierto.


—De nada, señor Sánchez, y... gracias —se llevó la mano al cuello
dónde aún se veía la humedad del perfume recién puesto.
—Alberto, por favor, con Alberto sobra.

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L a primera vez que...

Me sonrió, dos veces. La primera vez educadamente, como mi


subordinada, la segunda como sólo una mujer sabe hacerlo cuando
la piropean y a la vez se da cuenta que te has fijado en ese botón del
escote que ahora lleva desabrochado y antes no.

—Los informes —dijo ojeando un montón de papeles sobre la


mesa— están cumplimentados y listos para ser firmados. El primero
de la pila lo he terminado yo misma esta mañana pues la cliente, la
señora Villalba, tenía cita con el anterior director para hoy a las diez
treinta.

Mientras hablaba, Lola se apoyaba en mi mesa con una mano


mientras que con la otra hojeaba los papeles y los miraba dejándome,
claramente, libertad para regodearme en su escote tostado de
solárium y en el encaje rojo granate de su sujetador que mostraba
sin elegancia.

—Mmmm, interesante —le contesté devorándole las tetas con la


mirada mientras ella seguía en la misma posición disfrutando con
mi interés—, dígale que pase nada más llegar.
—Claro. Estaré abajo para lo que necesite, señor... Alberto, estaré
abajo para lo que quieras.

Era mi primer día, apenas llevaba veinte minutos en mi nuevo


despacho y ya tenía mi primera erección, la primera digna de ser
calmada sobre mi mesa de Director Regional. Me levanté, corrí las
cortinas y fui a pasar el pestillo de la puerta cuándo escuché a Lola
al otro lado de la puerta hablando con una mujer.

—Espere, que veo si puede atenderle ahora.

Abrí yo mismo la puerta.

—Claro que estoy disponible, Dolores, al servicio de los ciudadanos


y...

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...me puse pajarita

Me quedé embobado mirando a la chica que acompañaba a Lola: una


petite de veintipocos, de una palidez de piel perfecta totalmente opuesta
al artificial bronceado de Lola. Me quedé embobado estudiándola
mientras ella, extrañamente sorprendida, me repasaba de arriba a
abajo con sus enormes ojos verdes brillando tras unas gafas de pasta
negra de zorrona hipster.

—… y de las ciudadanas. Pase, pase, señora...


—Señorita, pero llámeme Eva.
—Por supuesto, Eva, pero solo si usted me llama Alberto y me
tutea, por favor.

Le apoyé la mano en el hombro desnudo invitándola a entrar y


la hice dirigirse a la silla observando su culo contornearse sobre
los taconazos rojos que la hacían casi tan alta como yo. Se sentó
mirándome de reojo mientras peinaba su pelo corto y moreno con
los dedos, haciendo que me fijara en el pequeño tatuaje de una letra
china en su nuca delgada y de un blanco totalmente pecaminoso.
Vestía unos vaqueros ajustadísimos y una camiseta blanca de
tirantes muy vaporosa que apenas le dibujaba la silueta... hasta que
la vi sentada frente a mí, pues se había apoyado en el respaldo de
manera que la camiseta ahora le quedaba tensa por delante y le hacía
transparentar el sujetador negro. Ella miraba hacia la estantería
despreocupadamente, con los labios rosáceos entreabiertos y
la barbilla ligeramente levantada, inspeccionando el despacho,
permitiéndome examinarla sin prisa, al detalle.

—Veo que no has cambiado apenas nada, Alberto. - dijo Alberto


alargando la “l” en lo alto su paladar, parándola ahí mientras me
miraba y explotaba la “t” y la “o” en sus dientes, dejando los labios
medio separados, fijos en mí.
—¿Cómo?
—La decoración, digo.
—Claro, llevo —comprobé el reloj— media hora de director, no he
tenido tiempo... Dígam... dime, Eva, ¿por qué me has mirado tan

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L a primera vez que...

sorprendida cuándo has llegado? ¿Es por la pajarita?


—En realidad es que esperaba encontrarme con Ja... con el anterior
director. Pero sí, también es verdad que las pajaritas siempre me han
gustado mucho. Pocos hombres saben llevarlas bien. Son atrevidas y
muy sexys. Me gusta cómo la llevas, Alberto.
—Gracias —dije cogiendo su informe y ojeándolo sin leer una letra
excepto la línea final escrita a mano que decía: “operación de riesgo
máximo para la entidad, imposible conceder este crédito”— así que
conocía usted a Javi, ¿no?
—Sí, muy, muy bien, ¿ha hablado con él?, perdona —se quitó las
gafas y empezó a jugar, como sin querer, con la punta de la patilla
rozando su labio inferior— ¿has hablado con él? Teníamos un
acuerdo...
—No, pero he leído su informe, palabra por palabra —mentí
descaradamente— y me temo que no podemos concederte este
crédito, Eva. Me duele mucho, en mi primera media hora como jefe
tener, que...
—A Javi también le molestaba mucho la luz de la plaza.
—¿Perdón?
—Digo que a él también le gustaba correr las cortinas, como a ti. Se
ve que a la gente de poder, cuánto más claras tenéis las cosas, más os
gusta disfrutar de vuestra privacidad.
—Así es —le respondí al halago.
—Nunca había tuteado antes a un hombre con pajarita, te lo
confieso, Alberto. Tampoco había estado a solas con uno en un
cuarto en penumbra, eso también es cierto, pero siempre hay una
primera vez para todo, ¿no?
—Claro... ¿puedo confesarte algo, Eva?
—Sin duda, lo que quieras.
—Es la primera vez que me pongo pajarita.

Ella rió cubriéndose la boca con sus dedos finos y se levantó


despacio. Se apoyó sobre la mesa y agarró, estirándose casi hasta mí,
casi recostándose sobre la mesa, el informe.

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...me puse pajarita

—Siempre olvido lo larga que es esta mesa... ¿Tiene un bolígrafo?

Cogió mi Mont Blanc nuevo sin esperar a que contestara y anotó


algo en el lateral de la primera página del informe. Lo dejó en la
mesa, a mi alcance, mientras se puso las gafas ligeramente caídas
sobre la nariz y, mirando por encima de la montura, siguió hablando
jugueteando con el bolígrafo en su barbilla:

—He visto, antes, que tienes bastantes clientes esperando y no


quiero distraerte en tu primer día, pero igual podemos hablar luego,
en algún lugar más tranquilo, y le explico el acuerdo que tenía con
Javi. ¡Uy! No me acostumbro a tutearte, es esa pajarita, que me... me
impone mucho.

Seguía ligeramente recostada sobre mi mesa y sus últimas palabras


fueron apenas un susurro que me hizo retorcerme en el sillón. Media
hora, sólo llevaba media hora como Director Regional y volvía a
tener una erección, una con una necesidad urgente de saciar.

—Qué curioso —balbuceé sin saber qué decir mientras ella dejaba
el bolígrafo sobre la mesa y se incorporaba.
—Espero su... tu llamada, Alberto. No te levantes, por favor,
conozco la salida.

Se subió las gafas usando el dedo anular y se giró provocando una


sacudida en la base de mi polla. En la puerta, antes de salir, volvió a
mirarme y me guiñó un ojo como sólo las más viciosas saben hacer.
Una vez solo cogí el informe y fui directo a la puerta a pasar el
pestillo. Leí el número de teléfono que había anotado y lo guardé en
el móvil, dándole antes un toque. Al instante recibí un WhatsApp:

“Espero tu llamada, Alberto. Eva”

Llamé a Lola por la línea interna y le pedí que no me molestara en


media hora, que quería ponerme al día con el papeleo. Recliné el

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L a primera vez que...

sillón y me saqué la polla mientras leía el informe. Era mi primer


día como Director General y apenas en media hora ya me iba a
regalar mi primera paja. Me la saqué por la bragueta, sin bajarme
los pantalones, aprisionando los cojones entre los calzoncillos
y la erección brutal que esa putita me había proporcionado. Sin
mirármela, leyendo, empecé a acariciármela con la mano izquierda,
la abrazaba y masajeaba arrastrando la piel arriba y abajo cubriendo y
descubriendo la punta amoratada y lubricada por las perspectivas de
futuro con Lola y Eva. Leía el informe, en diagonal, y me la sacudía
con paciencia, disfrutando el momento.

5000 euros... sin avalistas... fin del crédito: motivos personales, cuidado de un
familiar... sin propiedades... sin trabajo... casada... cónyuge de baja indefinida...

Tiré el informe sobre la mesa y cambié de manos: agarré mis pelotas


con la izquierda, masajeándolas y me la empecé a sacudir, impaciente,
con la derecha. Entonces vibró el móvil y lo cogí imaginando que
era ella.

—¿Sí? —pregunté conteniendo apenas un jadeo.


—Hola cariño —era mi mujer— ¿qué tal tu primer día?
—Ah... ho... hola Belén. Pues a tope. ¿Qué quieres? —tuve que
disminuir el ritmo de mi masturbación para no hablar con la voz
entrecortada.
—Nada, necesito hablar contigo. Le han vuelto a intubar.
—Espera, no te oigo bien, te pongo en manos libres.
—Joder, Alberto, ¿me oyes?
—Sí, dime.
—Que le han vuelto a intubar.
—¿A quién?
—¡A mi padre, joder!
—Ah... vaya, que mal. Pero se veía venir, ¿no?
—Joder Alberto...
—¿Entonces vas a pasar la noche otra vez allí?
—Supongo, mis hermanas ya ni me cogen el teléfono. ¿Qué haces?

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...me puse pajarita

Se oye un ruido muy raro, un traqueteo o algo así.


—Es el manos libres, el altavoz debe ir mal.
—¿Y no puedes ponerlo normal? Joder, Alberto, un minuto te pido...
—Cariño, tengo mucho trabajo, con el manos libres puedo trabajar
y estar contigo a la vez.
—¿Estar conmigo? ¡¿Estar conmigo?! De verdad, a veces eres
increíble... Te necesito, podrías...
—Sabes que no puedo ir, no durante un tiempo, joder Belén,
siempre con lo mismo, sabes perfectamente lo que he luchado por
este puesto. No me vengas otra vez con la misma puta historia.
—Bueno, sabes que no es fácil para mí.
—Claro que lo sé... Estoy aquí para ti, lo sabes, amor. Pero esto es
importante, para los dos. Ahora te tengo que dejar, luego hablamos.

Colgué y me levanté apoyándome sobre la mesa con la mano


izquierda mientras me pajeaba frenéticamente con la derecha una
y otra vez, hasta que me corrí gruñendo y empapando de lefa el
informe emborronando el número de teléfono de Eva. Aun jadeando
me apoltroné sobre el sofá, y con la polla dando latigazos, aún dura,
escribí un WhatsApp:

“He repasado concienzudamente tu solicitud, otra vez, y me temo


que no hay manera de que podamos concederte el préstamo. De
verdad, lo siento mucho. En cualquier caso, es mi primer día y
me gustaría ayudarte, me gustaría hacerlo de verdad. Seguro que
podemos llegar a algún tipo de acuerdo. Si quieres, podemos
hablarlo fuera de la oficina. Hoy estaré en el bar del hotel Central a
las nueve. Pásate y lo hablamos tranquilamente”.

Tras varios minutos en los que la pantalla del WhatsApp me decía


que ella estaba escribiendo, recibí su contestación.

“Allí estaré. Llévate la pajarita”.

Mi polla había vuelto a su tamaño normal, me la limpié bien con

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L a primera vez que...

pañuelos que tiré a la papelera junto con la primera página de su


informe y fui a descorrer el pestillo. Apenas una hora llevaba en este
despacho y ya podía decir que era la primera vez que denegaba un
crédito estando en lo más alto del escalafón... Me senté, firmé la no
concesión de su crédito y llamé a Lola.

—Lola, ¿qué opinión tienes de las pajaritas?

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...posé desnuda para un fotógrafo

Por María Savage


...posé desnuda para un fotógrafo

Conocí a Lluc haciendo un experimento para la universidad en la


que él trabaja. Más tarde lo vi en un bar en un rejunte de amigos en
común y no se acordaba de mí; parece ser que llegar corriendo, tarde
y sudorosa al experimento, después de llamar a la grúa porque mi
coche acababa de decidir que no hacía ni un kilómetro más, no me
hacía ver como una persona recordable.

Al cabo de unos meses, volvimos a vernos en una cena de despedida


de una amiga. Esta vez sí que se acordaba, quizás era por mi escote
con transparencias. Le convenía acordarse.

Me reenganché a una conversación que estaba teniendo con otra


chica, me enteré de que era fotógrafo y que le había hecho unas
fotos muy bonitas a nuestra amiga común. No recuerdo cómo fue
la conversación de una cosa a la otra, pero acabó explicándome que
estaba preparando un “proyecto” y me proponía colaborar con él.
Era poco claro respecto a su proyecto, me hablaba del concepto de
la belleza de forma algo indefinida.

— Tú lo que quieres es sacarme fotos desnuda, ¿no?


— Bueno, sí pero no. En realidad no se trata de la desnudez por sí
misma, es arte y bla bla bla...

Me halagaba que quisiera desnudarme, pero me hice la estrecha y


le hice ver que eso no iba conmigo. De todas maneras le dije que
me pasara información del proyecto, más que nada por saber si era
real, y le echaría un vistazo. Esa misma semana me había invitado
un conocido a su exposición fotográfica, así que se me ocurrió
que quizás le interesaría. Quedamos en que le pasaría los datos e

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L a primera vez que...

intentaríamos ir juntos una tarde. ¡Vaya cita sacada de la manga...!

No hice bien los deberes. Quedamos un martes a las cinco y llegaba


tarde a la cita, como siempre, y sin haber leído nada sobre lo que
íbamos a ver. Pensé que podía usar la estrategia de hacerme la bobita
y que me explicara todo cuanto sabía de fotografía para asentir
mientras le miraba con admiración, pero esa estrategia se quedó
en la entrada y entré completamente desarmada. Podría haberlo
intuido, al fin y al cabo la tarjeta de la invitación era la foto de una
chica desnuda. Todas las fotos eran de desnudos, todas de chicas con
sus tatuajes y sus piercings pezoneros, todas a tamaño real. En ese
momento María Savage se hizo muy, pero muy pequeñita, deseando
que la tierra la tragara. Vimos los cuadros, poniendo cara de póker
en cada uno e intentando tener una charla distendida. Me explicó las
técnicas que se utilizaban para esas fotos y hablamos haciéndonos
los entendidos en arte sobre lo que el artista quería transmitir.
Cuando ya no había nada más que comentar salimos a tomar el aire
y a por unas cañas.

Llamadme mojigata, pero en aquel momento realmente me sentía


muy violenta. Sobre todo por la imagen contradictoria que le estaba
dando a este chico, de chica atrevida pero escandalizada ante unos
desnudos. Todo era bastante ridículo y no sabía de qué manera salvar
esa tarde. Caña rápida y para casa a esconderme en las profundidades
de mi sofá...

Al cabo de unos días de esta cita frustrante y pensando que Lluc me


tendría por una inestable mental, que lo soy —a veces—, recibí un
e-mail con “el proyecto”. Explicaba la teoría de la belleza del cuerpo
no artificial de manera muy abstracta, pero en concreto sobre las
fotos... nada de nada. Pensé que quizás solo tenía la intención de
fotografiar tías desnudas y que no tendría ninguna idea definida, y
empecé a tener ideas yo. Ideas en mi propio beneficio.

Le mandé un WhatsApp y le dije que quería hablarle del proyecto.

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...posé desnuda para un fotógrafo

Quedamos en vernos por la tarde y fuimos a tomar algo a la terraza


de un hotel en la Via Laietana. Buenas vistas al gótico de Barcelona,
buen ambiente para hablar de negocios.

— A ver Lluc, he estado pensando y quiero proponerte otro


proyecto. Posar desnuda por amor al arte —y gratis, pensé— no
lo veo claro. Pero tengo un blog que quiero que sea visualmente
más atractivo y... ¿qué mejor que con mis propias fotos retratando
momentos de mis relatos?

La idea le pareció interesante y me dijo que leería las entradas que


tenía publicadas, muy pocas por aquel entonces, y que le mandara las
que aún tenía en borrador. Las fue leyendo y haciendo comentarios.
La que más le gustó fue Fotografía sensible1 —¿quizás por sentirse
identificado?—, y debo decir que literariamente también es de mis
preferidas, modestia aparte.

Cuando por fin acordamos algunas ideas quedamos en hacer las


fotos en su casa un martes por la noche, me dijo que tenía que llevar
ropa interior simple y básica, blanco y negro. Que si llevaba cosas
con encaje o lencería más fina, no pegaría conmigo ni con la esencia
del blog. Fue una mezcla entre puñalada y piropo. Por un lado quería
decir que mi cuerpo al natural con unas simples bragas lisas ya era
sexy de por sí, pero por otro lado, que no era lo suficientemente sexy
como para plantarme un conjunto cual ángel de Victoria´s Secret y
llevarlo con la clase que ello implica... ¿Qué sabrá este pipiolo sobre
clase y lencería?

Llegué a su casa tarde (obvio) y hecha un manojo de nervios. Para


romper el hielo primero pedimos la cena al chino y, mientras la
esperábamos, me enseñó otros trabajos fotográficos que había
hecho. En lugar de tirar 400 fotos en digital, Lluc trabaja con

1 Fotografía sensible: elpezquesemuerdelaboca.blogspot.com.es/2015/05/fotogra-


fia-sensible.html (Archivo de blog: mayo 2015)

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L a primera vez que...

cámaras analógicas que implican más detalle a la hora de disparar,


ansiedad por ver el resultado final y la “responsabilidad moral”
de no retocar nada con Photoshop. Abrimos una botella de vino
blanco, y cuando acabamos de cenar abrimos la segunda, por eso
de que ayuda a perder la vergüenza. Bueno, quien dice la vergüenza,
dice también el pudor, la ropa y si me apuras... hasta la conciencia.

Él estaba preparando la cámara y la luz, y me dijo que me fuera


desvistiendo. Que me quitara sobre todo el sujetador, porque
tenemos esa mala costumbre de llevarlo tan ajustado que deja
marcas en la piel. Primer paso superado, pechos fuera. Me quedaban
unos shorts tejanos y las braguitas blancas y lisitas que él había
pedido. Empezó a disparar estando yo de rodillas en la cama, de
abajo hacia arriba y jugando con la luz de la lámpara del techo.
Desabrochamos el botón de los shorts y bajamos la cremallera.
Un par de fotos con su mano tirando de los pantalones haciendo
ver que me los quitaba, hasta que me los quité realmente y vino
una serie de fotos en bragas, con la copa de vino en la mano.
Meter barriga, estirar las piernas, que no se me vea la cara, que
no salga celulitis, que se disimule la papada, que no se vean mis
tatuajes... ¡Uf, era mucho más complicado de lo que imaginaba!

Le fui cogiendo el gustillo cuando ya íbamos por la tercera botella


de vino. Le propuse probar unas fotos en el suelo, con las trazas de
la madera del parquet de fondo. En cuanto me tumbé mi mundo
comenzó a dar vueltas del mareo que tenía. Que me quedara
quietecita, me dijo Lluc, inmóvil, mientras él acomodaba mi pelo
desparramado por el suelo. Ese fue el momento exacto en el que mi
aturdida cabeza hizo un click y dejé de pensar razonablemente. No
era capaz de identificar si aquello era un simple “acomodamiento de
pelo” o unas caricias. Bah, cuando el pelo ya estaba acomodado y
seguía pasando la mano por mi cara lo vi un poquito más claro. Y
cuando me rozó los labios con el dedo y ya estaba cachonda perdida...
digamos que fue el inicio del fin de la profesionalidad.

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...posé desnuda para un fotógrafo

Tras regalarle unos lametones en la mano con mis mejores caras de


borracha-viciosa, me creí felina y volví a subir a la cama gateando
intentando hacer gala de toda mi sensualidad. En el camino trepador
me cogió del pelo y tiró hacia atrás. Tengo la foto del momento
tirón… ¡momentazo más bien!

— Quítate las bragas.

No hizo falta que lo repitiera. Bragas fuera, fotos desnuda. Sábana


por aquí, sábana por allá, estira el brazo, flexiona la pierna, gírate un
poco y no respires. Pasé de no respirar a respiración entrecortada
en un abrir y cerrar de ojos. Esta es la parte más confusa de aquella
noche, lo del abrir y cerrar de ojos es literal, me quedé dormida.
Dormida y cachonda. Desperté cachonda, y lo hice con un beso en
el hombro. No sé si estaba despierta, me encontraba en una especie
de limbo, en el que me hundía con cada embestida. Soy incapaz de
recordar cómo pasamos de una cosa a otra. Uf, que rabia profunda
siento cuando pienso que mi memoria ha perdido grandes momentos
como aquel...

Estoy convencida de que inconsciente no estaba, porque lo que sí


recuerdo con claridad es el deseo tan fuerte que tenía. No sé cuánto
duró, pero lo que sí sé es que tenía el sentido del tacto exageradamente
sensible en todo el cuerpo. Él también debía tenerlo porque me
tocaba con fuerza, como presionándome la piel; me presionaba
los brazos, subiendo por los hombros, el cuello.... Y cuando quise
darme cuenta, su mano sobre mi cuello no me dejaba respirar.
Asfixia. Así que de esto se trataba cuando hablaban del placer sexual
de la asfixia erótica. ¡Wow! No podía respirar —éramos conscientes
de lo peligroso que es esto, y más en nuestro estado—, pero podía
correrme de un momento a otro. Quería correrme. Estaba loca por
correrme, como si eso me fuera a devolver el aire, como cuando
te masturbas en silencio porque hay gente cerca, no quieres que te
oigan y no respiras durante el glorioso orgasmo. ¡Sí que fue glorioso,
sí...!

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L a primera vez que...

Las fotos son geniales. Íntimas, artísticas, provocativas, guarras,


sutiles... He publicado dos o tres en el blog, las que han quedado
más anónimas, otra la he enmarcado y reina sobre el mueble del
comedor. Las demás, me las guardo para mí.

Lo de posar me ha acabado gustando, tanto que he repetido. Pero


esta vez sobria y con ropa interior. Ahora somos amigos y también
un poquito más “profesionales”.

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L a primera vez que...

...follé

Por Jon

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...follé

— Joe, ¡qué frio que hace hoy!

Así empecé el día y así lo continúe, porque ese 31 de diciembre


fue el más frío de los últimos años, menos mal que estaba decido a
calentarlo...

Esa mañana, como todas las mañanas y más con 20 años, me levanté
como dice la canción, con aquello más duro que un canto y con los
pensamientos nocturnos de lo que en mi mente calenturienta iba a
ser aquella Nochevieja. Estilo a las películas de Pajares y Esteso, con
las alemanas en grupo todas desfilando en caniquillas. En aquellos
años no había tanto acceso al porno como hoy en día, aún internet
no existía en los hogares españoles. Eso sí, echada la meada, esa
pirulilla no servía para nada.

Tras una buena ducha me centré en lo que realmente iba a ser: una
noche de amor y pasión, algo bonito, con mariposas, rosas, besos y
abrazos.

La mañana y la tarde se antojaban ocupadas. Pensando en todos los


preparativos me había comprado unos calzoncillos rojos con dibujos
navideños, algo que ahora se consideraría muy de cani. Pero es que a
mí siempre me ha gustado darle un toque divertido a las cosas y que
en los calzoncillos del primer día del año hubiera una inscripción
que dijera “estoy más caliente que el palo de un churrero” le daba el
toque perfecto de humor para romper el hielo. Porque mucho había
que romper ya que el día parecía una estampa de postal de navidades
blancas; lo que aquí en Palencia, al lado el río, se traduce en unas
navidades frías, muy frías.

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L a primera vez que...

Una navidad perfecta para un día inolvidable, o eso pensaba yo...

Duchado, engominado, aprovisionado con mi docena de


condones (por si alguno se rompía o había que repetir), tras las
típicas copas con los colegas y en definitiva, preparado, puse
camino a casa de mis tíos para pasar la Nochevieja en familia.

Todos muy guapos, el champán y los licores muy ricos, las uvas,
los polvorones, todo un festín para coger fuerzas para esa
noche. Esa Gran Noche, la esperada desde hacía tantos años.

Ya veía venir al José, al Deivi y al Pasti. Los colegas ya estaban aquí


y comenzaba la fiesta de verdad, el momento de “la caza de año
nuevo”, todos guapos y bien vestidos. Por esa época pasábamos gran
parte del día en el gimnasio por lo que estábamos de muy buen ver,
sobre todo el Pasti dado que su genética era diferente y siempre lucía
una tableta perfecta. Por cierto, su apodo no viene por lo que puedas
pensar, pero esa es otra historia que ya te contaré otro día.

Tras varios bares y tugurios de la zona alguno se fue perdiendo por


el camino, muy bien acompañado, y por fin llegó la hora a la que
había quedado con Lucía. Llevábamos 4 meses saliendo y nos había
dado muy fuerte, eran los amores de juventud, que te regalabas un
anillo al mes y todo era perfecto. Venía con Itziar y Javi, ellos ya
llevaban varios años saliendo, “los novios de toda la vida”, los que
no conocen más allá el uno del otro, aunque a día de hoy creo que
ya no...

Nos fuimos los cuatro a seguir tomando unas copitas, calentando el


cuerpo por los bares palentinos para ir preparando la maquinaria. A
eso de las 5 de la mañana decidimos ir, como ya teníamos planeado,
a continuar la fiesta a la casa de la abuela de Itziar; ella ya no vivía allí
y llevaba un tiempo cerrada, y así podríamos tener más intimidad y
continuar la celebración.

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...follé

La casa era una molinera pequeñita de escasos 50 metros, sólo


disponía de un pequeño comedor y dos habitaciones, de las que se
construyeron allá en los primeros años de la represión. Sacamos el
Enredos, un juego muy entretenido —¿quién no ha jugado alguna
vez...?—, cruzar los cuerpos, mano con pie, uno sobre otro y así,
bebiendo y bebiendo. Cada vez ese juego se asemejaba más a las
bacanales que tenía yo en mi cabeza, todos desnudos y sudorosos,
empapados de alcohol, chupándonos y relamiéndonos...

¡Uhhhmm!

Aunque eso quedó sólo en mi imaginación, y ahora en la


tuya. El caso es que el momento en el que ya te cansas de jugar
y jugar y lo que te apetece es algo más llegó, y con él, el reparto
de las habitaciones. Lo que no nos habían dicho es que de las
dos habitaciones, la que nos tocaba a nosotros era en la que la
abuela curaba los chorizos. Una interesante puntualización.

Imagínate: 1 de enero, Lucía y yo con un calentón descomunal,


en una casa con una cama para nosotros solos y todo el día para
disfrutarla, éramos vírgenes los dos, era nuestra primera vez. Eso
podía ser la hostia...

De no ser porque la habitación tenía las ventanas abiertas, para que


los chorizos se curaran bien, y que fuera estaba nevando sin parar
con una temperatura de cero grados y aquello parecía un frigorífico.
Pero lo importante es el amor, y el amor lo puede todo. Bueno,
el amor y las ganas de follar que teníamos los dos. Las ganas de
pasar de la masturbación mutua, los besos eternos y los magreos
varios, de esos que hacen que te lleves a casa un dolor de huevos
increíble, ganas de un pasito más. Por eso ni cortos ni perezosos
nos adentramos en aquella habitación, que bien podría ser la de
cualquier película de miedo con los chorizos colgados, o podrían ser
penes mutilados... Sólo de pensarlo se me bajaba todo aquello. Nos
metimos en la cama y empezamos a frotarnos para entrar en calor,

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L a primera vez que...

poco a poco nuestros cuerpos se fueron aclimatando por lo que


vimos necesario ir aligerándonos de ropa; una camisa que me sobra,
que te voy soltando el sujetador para poder tocarte las tetas sin que
tengas frío, que si el pantalón me lo quito para que sientas lo gorda
que se me está poniendo la polla de rozarme con tu pierna. Una
cosa llevó a la otra, y pese a las condiciones adversas conseguimos
desnudarnos por completo mientras nos fundíamos en besos y
caricias y seguíamos preparando el camino para la meta.

Saqué la mano al frío invernal para buscar un condón. No lograba


abrirlo por el frío, los nervios, las ganas y porque concentrarte en
abrir esos envoltorios del demonio mientras te están lamiendo las
pelotas por debajo como si de un racimo de uvas se tratase, es muy
complicado. Siempre he pensado mandar una carta a los fabricantes
de preservativos pidiendo que les pongan un “abre fácil” o un
corchete, sería más sencillo para todo.

Bueno, que me voy por las ramas. Una vez puesto estaba listo para
penetrar.

—Yo encima, no, mejor tú, no, mejor yo.


—Vale, empieza tú encima, así controlas mejor y no te hago daño...

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7... y podría seguir; no estoy contando ovejitas para


dormir, eso es lo último que quería en ese momento, esas fueron
las veces que cambiamos de posición para intentar que mi pene
entrara dentro de su coñito. Creo que lo llaman vaginismo, o quizá
los nervios, o que realmente tras 19 años metiendo sólo un dedito
intentar meter una morcilla, como que no entraba.

—Poco a poco y con cariño —le decía todo el rato—, si hemos


esperado tanto tiempo, no importa esperar más.

El problema es que nos desquiciaba no poder conseguirlo. No era un


problema de fluidos ni de predisposición, era cuestión de que aquello

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...follé

no entraba y no entraba. Más de 2 horas estuvimos intentándolo y


no hubo manera. Lo que iba a ser La Gran Noche se quedó en un
intento de lo que podía haber sido, como dije al principio el amor
lo puede todo... Terminamos durmiendo en la habitación, tapados
hasta las pestañas, escuchando los gemidos de nuestros amigos en
la habitación de al lado y yo con un dolor de huevos aún mayor de
lo habitual.

Ese día acabo como todos, por la noche, y con la promesa firme
de conseguirlo la próxima vez, por lo que si el año nuevo no nos
pudo dar el ansiado momento, ¿qué mejor forma de obtenerlo
que pedírselo a los Reyes Magos? Así que organizamos una noche
tranquila y romántica esta vez en casa de mi tía, que tenía un
pequeño ático sin terraza, la antigua casa del portero de unos 40
metros, ideal para pasar una noche inolvidable. Lo decoramos todo
con velitas y luces tenues para intentar conseguir un momento de
relajación y perversión y, tal vez así, consiguiéramos que mi pene
penetrara de una vez.

Estuvimos tomando unas cervezas en el sofá jugando a verdad o


atrevimiento para ir entonando, y llegado el momento decidimos
continuar la fiesta en la cama. Muchos más juegos, más preparativos
y empecé a lamerla desde los pies. Los dedos uno a uno, recorriendo
cada espacio de su cuerpo notaba cómo se estremecía entre mis
brazos, cómo cada vez me pedía que llegará un poco más cerca
de su coño, que ya empezaba de chapotear como el agua en
ebullición... Tras varios minutos de juegos decidí enfundar mi
trabuco y prepararlo para su función, y ahí que me puse, esta vez
yo encima directamente para ir controlándolo todo y poder buscar
el mejor hueco o la mejor forma en la que penetrar la infranqueable
defensa. Por un lado, por otro, cambiamos de posición, pero ahí
no entraba más que la punta. De nuevo decidimos dejarlo por el
momento y descansar para intentarlo de nuevo por la mañana.

—Nunca imaginé que esto pudiese ser tan difícil—, pensaba yo.

91
L a primera vez que...

Creo que cuando dicen que el tamaño importa tienen razón, sobre
todo el tamaño de las personas, porque yo con 190 cm de estatura
y ella con 152 cm sumado a su menudez creo que también fue pieza
clave del puzle, o su ausencia.

A eso de las 9 de la mañana me desperté duro como el turrón,


dispuesto a llegar hasta el fondo del asunto. La agarre por detrás y
empecé acariciarla y a morder su cuello, se despertó de sopetón y no
supo reaccionar más que poniendo su culo en pompa contra mí —se
ve que ella también había estado soñando que la follaba una y otra
vez—, así que no cambié de posición y probé a metérsela por detrás
con el calentón del momento y la sorpresa y...

¡¡ZAAAAAASS!!

Aquello entró y suavemente comencé a moverme contra ella —¡esto


entra y sale que da gusto!— pensaba para mí, y nunca mejor dicho.
Sin pensarlo estábamos follando, había conseguido penetrarla y esta
vez sin problema alguno, pero como no todo podía ser tan bonito
decidimos cambiar de posición, haciendo un juego de malabares
para no sacarla mientras se giraba sobre mí para ponerse encima,
parecíamos acróbatas del Cirque du Soleil. Ella se puso encima y
empezó a cabalgar sobre mí como quien huye de los malos en una
película del oeste, una gozada sentir como mi mástil se mantenía
tieso dentro de ella y como ella se movía. Cada vez más rápido, cada
vez más intenso, parecía que llegaba el momento de corrernos los
dos a la vez, eso era perfecto.

¡¡BUUUAARRGGHHH!!

De repente ella se paró y yo sentí mucho calor, —¿qué había


pasado?—. Encendí la luz y cuál fue mi sorpresa al ver que no,
no se había corrido de gusto, sino que me había vomitado encima.
Qué sensación más extraña a la vez que desagradable. Se ve que el
alcohol mezclado con tanto movimiento mañanero había revuelto

92
...follé

su estomago y me lo hizo saber de la peor manera. Realmente


había conseguido mi primera vez, pero no solo de tener sexo con
penetración, sino de muchas otras cosas más.

La verdad es que ahora lo pienso y creo que se estaba mucho mejor


antes de perder la virginidad, porque es como cuando te enteras
que los Reyes Magos no existen, que pierdes la ilusión. Sabes que
por muy bueno que sea el regalo y por mucho que lo disfrutes, ha
perdido la magia de la espera, de la intriga y el dolor de barriga de las
horas previas. Es un punto de no retorno en las relaciones, ya que a
partir de ahí ya no te conformas con horas y horas de besos, siempre
quieres llegar hasta el final...

Lo más triste de todo es cuando al día siguiente lo hablas con los


amigos y ellos te cuentan cómo acabaron, y te hace sentir aún más
pringao cuando el Pasti te cuenta que terminó yéndose a casa de las
dos hermanas que conocimos por la noche y se lo montó con las dos
en plan salvaje.

Bueno, parece que esta es mi parada. A ver si coincidimos otro día y


te cuento alguna otra historia.

Por cierto, me llamo Jon y ha sido un placer conocerte.

93
...me corrí con un cunnilingus

Por Gwen
L a primera vez que...

Cunnilingus. Es curioso que sigamos empleando la palabra en una


lengua muerta para referirnos a la práctica sexual donde menos muerta
debe estar la lengua. Pero dejemos las disertaciones lingüísticas para
otra ocasión y vayamos al grano, o mejor, al cunnilingus.

Porque reconozcámoslo, para besar se necesita la lengua —en mayor


o menor medida según te guste—, en una mamada también es
necesaria —no, no basta con abrir la boca—, pero en un cunnilingus,
es la piedra angular del arte oral al coño, lo que la gravedad a la
Tierra, lo que el frío a la cerveza, lo que... Indispensable joder, es
indispensable.

En mis “relaciones”, por desgracia, he sentido cierta aversión


por su parte a bajar al pilón, como si aquello fuera a succionar el
alma del comedor cual súcubo. Y cuando finalmente se animaban
a bajar lo hacían de forma fugaz, un “he ido pero ya he vuelto y
no me has visto”. ¿Acaso tengo un temporizador en el coño, cobra
estacionamiento?

Al contrario, yo intentaba (intento) dejar el mejor recuerdo posible


en cada mamada. Si bien es cierto que las primeras veces que lo
haces no eres un dechado de sabiduría, con práctica e intención
puedes llegar a adquirir cierta habilidad que se vuelve inolvidable
para quien la prueba. Y para conseguir esa habilidad que hace que la
mamada perdure en el tiempo se requiere, entre otras cosas, tiempo.
Tiempo averiguando qué es lo que gusta más, qué se te da mejor,
qué cosas nuevas podrías hacer; tiempo que la otra persona está
disfrutando mientras ignoras el reloj y te centras sólo en su placer;
tiempo con una polla en la boca. Eso que hacía suponiendo así que

96
...me corrí con un cunnilingus

ellos harían lo mismo llegado el momento. ¡Qué equivocación! Se ve


que no convalida al tener coño…

Mi historia con los cunnilingus (frustrados) empezó con 14 años.


Mi primer rollo, 9 años mayor, me propuso comerme el coño. Puede
que en otras circunstancias hubiera dicho que sí, pero había habido
demasiadas primeras veces esa noche como para añadir también un
cunnilingus a la lista, y muerta de vergüenza le dije que no. ¡Vaya,
otra equivocación! A pesar de estar segura de la decisión que tomé
entonces siempre he tenido la duda de cómo habría sido, y si llego a
saber que años más tarde costaría tanto que un tío pusiera su cabeza
entre mis piernas, lo habría aprovechado.

Tras aquel extraño rollo pasaron bastantes años hasta que volví a
estar con un chico de manera tan... íntima digamos. Ya tendría unos
18 años cuando un amigo, mientras nos enrollábamos en su trastero,
me dio un par de lametazos en un incomodísimo 69. Y eso fue todo,
un par de lametazos descoordinados se convirtieron en mi primer
cunnilingus. Hubiera preferido que no lo hiciera, que se centrara
en masturbarme, en besarme o incluso en disfrutar de su mamada
ignorándome. Desde entonces le tengo manía a los 69, por no hablar
de lo complicados que me han parecido siempre. ¿No te pasa a ti
que si te centras en comer no puedes concentrarte en disfrutar de
lo que te comen? Me recuerda a cuando abres regalos por navidad y
quieres ver la cara de quien abre tu regalo pero tienes a alguien que
quiere vértela a ti, todo al mismo tiempo. Puede que la rara sea yo
que prefiero, dados mis problemas de concentración, dedicarme por
completo a comerme una polla y disfrutar de las sensaciones que
provoca en él, que nublarlo en un intercambio en el que nunca se
acaba de dar el 100%.

La siguiente vez que una lengua se aventuró a mis labios del sur
ya tendría unos 20 años. Llevaba quedando con un tío un par de
años de forma ocasional pero no habíamos pasado de magrearnos y
pajearnos mutuamente. Pajas, por cierto, bastante catastróficas por

97
L a primera vez que...

su parte a pesar de la experiencia que decía tener, nunca encontró


el ON de mi clítoris. Cierto día decidí que ya era el momento de
dejarme llevar y acostarme con él, ¿qué coño? Invitar a alguien con
quien intercambias fluidos a ver una película a tu casa es como
invitar a follar pero rollo victoriano. Queda muy casto pero todo el
mundo sabe que lo que quieres es que te dé lo tuyo y lo de tu prima.

Como suele pasar cuando planeas algo con tan poco tiempo como
aquella repentina invitación es que no te da tiempo a hacer todo lo
que quieres o necesitas hacer, como a mí depilarme. No es que fuera
la hermana pequeña de Chewbacca, pero fácilmente podía competir
para lija del año, tener verdaderas opciones de ganar y aparecer en
los destacados del Leroy Merlin.

Ahora puedes venirme con que el vello es bello, que a él le iba a


dar igual.. Y tendría que darte la razón, pero no se trataba de lo que
pensara él —al menos no en su totalidad—, sino de sentirme lo más
sexy y segura que estuviera en mi mano, y lo afilado de mis piernas
no lo ponía fácil.

A los 10 minutos de la película —una puta mierda, ya que estoy—


nos estábamos besando, y antes de que pudiera ponerle sobre aviso
de mi situación pilosa ya tenía las bragas fuera, las piernas abiertas
y su cabeza acoplada entre ellas. No te voy a mentir. No recuerdo si
me hizo sentir algo mínimamente agradable, aunque de lo que sí me
acuerdo es que no me dio mucho tiempo para ello. No tardó, eso sí,
en solicitar atención bucal para su gran polla. Y es que tras más de
6 años de idas y venidas con él, su gran polla es lo único bueno que
recuerdo que tuviera. Lo malo es que olvidaron darle un manual o
un curso sobre cómo usarla. Ya sabes, no todo el mundo conoce eso
de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

Pero céntrate, que te me estás yendo por las ramas, y así no hay
quien llegue a lo bueno (como yo esa noche).

98
...me corrí con un cunnilingus

Con los años llegué a creer que mi querido coño era horrible, algo
así como el tío que se presenta a una primera cita con la camiseta
apestando, comida en la barba y masticando sonoramente un chicle
mientras se hurga la oreja con la uña del dedo meñique que se ha
dejado larga con tal propósito. La otra alternativa era que oliera o
supiera realmente mal, que una es limpia y mantiene el comedor en
perfectas condiciones, pero cada cuerpo es un mundo y que a mí no
me desagradara no quería decir nada. La última y más probable de
las opciones es que los tíos con los que me cruzaba resultaban ser
unos egoístas.

Tiempo después vinieron otros. Algunos con mayor intención o


destreza, pero dejándome igualmente esa sensación de comida de coño
burocrática. Una visita relámpago a mis jugosos labios vaginales para
rápidamente reclamar lo que consideraban justo tras 2 minutos de
cunnilingus, 15 de mamada. ¡Obvio! El tiempo es relativo, ¿verdad...?

¿Tanto daño ha hecho el porno, el mal porno? ¿Hasta


qué punto se puede soportar una relación falocéntrica
por esporádica que sea? ¿Y si todas acaban siéndolo?

No me malinterpretes, me gusta comerles la polla a mis follamigos.


Me gusta por las sensaciones que provoca en ellos, porque disfruto
viéndoles gozar y embriagándome con la sensación de poder. El
poder de la mamada. ¿No existe acaso con los cunnilingus? ¿Alguien
que coma el coño porque realmente quiera hacerlo y no porque
tenga que cumplir?

Sí, existen. Habitan entre nosotros, aunque la población de


comedores de coño entusiastas parece ser bastante reducida. ¿Otra
especie a comunicar al WWF1? ¡Adopta a un come coños! Yo lo haría...

1 World Wildlife Fund (Fondo Mundial para la Naturaleza). Más información en


wwf.es

99
L a primera vez que...

Puede que con los años se hagan menos egoístas en el sexo, quizá
escarmentados por una amante anterior que se plantó y exigió lo
suyo, porque según mi experiencia parece ser así. Aunque también
yo misma he ido perdiendo la vergüenza o el miedo a pedir lo que
quería y a reclamar mi placer, y probablemente ambas cosas estén
relacionadas.

He de reconocerlo, el culto al coño está en aumento. De unos años


aquí es incontable la cantidad de tíos que promulgan su amor al
coño y a comerlo, que te ofrecen un cunnilingus antes que un saludo
cuando te hablan en Badoo, tíos que dicen preferir comer un coño
a que les coman la polla. ¿Cuándo ha pasado todo esto? Y, ¿por qué
acabo follándome a los otros?

28 años recién cumplidos tenía la primera vez que estuve a punto


de rozar el orgasmo con un cunnilingus. Las conversaciones previas
a la primera cita habían tenido un claro contenido sexual, pero
enfocado desde el punto “yo te cuento, tú me cuentas”. No quería
follármelo, no entraba en mis planes, sólo quería alguien con quien
poder hablar de guarradas y que aportara esa visión masculina a las
historias que me pasaban. Antes de que me digas algo feo te diré
que le fui totalmente sincera sobre lo que buscaba en él, sin engaños,
la pura verdad, aunque de nada sirvió porque a cada oportunidad
dejaba caer que acabaríamos follando y me comería el coño como si
no hubiera mañana. ¡Jodido Nostrapolvos!

Fue una de esas veces que te dejas llevar, tu coño parece tomar el mando
de la situación, y tú sólo puedes seguirle mientras te tapas los ojos con
las manos abiertas, viéndolo todo desde fuera sin saber cómo pararlo.

Ahí estaba yo, que en las primeras citas no pasaba del calentón que
te deja el coño chapoteando y una preciosa erección de la que te vas
—la segunda cita siempre lo compensa—, comiéndome la boca con
un tío al que acaba de conocer hacía 30 minutos y que ya tenía sus
dedos en lo más profundo de mi vagina. ¿Amigos, no Gwen? Ya...

100
...me corrí con un cunnilingus

Estaba tan cachonda, tan húmeda, que podría haber hecho rafting
por media ciudad. Pero probablemente la falta de feeling hizo que
por más que se esforzara no lograra que me corriera con su boca.

Puede que por el lugar —el claro de la arboleda de un parque—,


puede que por él —que no me hacía sentir cómoda del todo—, puede
que por mí —que nunca me fue fácil correrme en compañía y me
era imposible hacerlo si no acababa participando mi mano—, ése no
fuera el día. Hice cosas nuevas, pero correrme con un cunnilingus
no fue una de ellas. Te prometo que lo vi muy cerca, vislumbré el
orgasmo en el horizonte varias veces, pero cuando estaba a punto
de dejarme ir con él, un ruido, una voz del parque, o mi propio
pensamiento me alejaba de ahí.

El movimiento de su lengua era provocador, se notaba que disfrutaba


comiéndome el coño, pero el de sus dedos... El de sus dedos era
magia digital —de dedo, no de tecnología—. La coordinación
entre velocidad e intensidad era perfecta. Su mano se movía en una
armoniosa cadencia que se semejaba al baile de las olas, sintiendo mi
coño como una gruta llenándose y vaciándose con la marea.

Pero estar atenta a los mil sonidos del parque, a que no me oyera
nadie gemir como una perra, a dejar de sentir esa piedra que se
me clavaba en el culo y esas ramitas que se me enredaban en el
pelo, complicó bastante el éxito de la misión. No me quedó otra que
echarme una mano al clítoris mientras él me follaba con sus dedos
maravillosamente hábiles para por fin lograr correrme. ¡Casi, pero
no!

Un par de meses después conocí a otro tío. El primero que me hizo


estar realmente orgullosa de mi coño, de su calor, de sus jugos, y de
su sabor, algo que sentó verdaderamente bien a mi autoestima coñil;
llegando a describir la sensación de penetrarme como si le hicieran
la ola en cada embestida. Él fue el que me habló de la teoría del coño
horno vs coño microondas, diciéndome que el mío pertenecía al

101
L a primera vez que...

segundo tipo por lo rápido que le calentaba y todo lo que se excitaba


follándome, aunque eso provocaba cierta brevedad en los polvos.
Ahí, con el chichi bien alto (¿he dicho chichi? ¿Yo? ¿Qué me está
pasando?).

Prestaba atención a mi coño, aunque la fugacidad de todos nuestros


encuentros —siempre con prisas— no daba suficiente margen de
maniobra, y las comidas de coño no duraban mucho ni tenían todo
el éxito deseado. Lo que sí lograba era ponerme muy bruta, su bonita
polla se desenvolvía con soltura dentro de mí, haciéndome chorrear
como si tuviera la llave de paso rota. Y aunque los orgasmos
dependieran de masturbarme mientras follábamos, me parecía un
buen trato.

Me resigné a lograr los orgasmos por mí misma —a mano o a


máquina— el resto de mi vida. Bueno, no estaba tan mal. Peor sería
no poder correrme nunca, ni estando sola, pero me hacía ilusión
saber qué se sentía al no tener nada que ver con tu propio orgasmo.

Joder, soy rara y de orgasmo tímido2 , pero hay muchas mujeres


que se corren cuando las masturban o cuando les hacen un buen
cunnilingus. ¿Por qué yo no? ¿Qué necesitaba para conseguirlo?
¿No lo lograría nunca? La respuesta estaba a sólo unos meses de
distancia.

Pocos meses antes de cumplir los 29 conocí al que creí mi ÉL; esa
persona que hasta la gente como yo, que la mayor parte del tiempo
huimos del subidón de glucosa de la idea romántica, creemos tener
destinada.

Atractivo, increíblemente alto, con gran sentido del humor, buena

2 También conocido como orgasmo con miedo escénico. En compañía se hace


desear, y es muy concreto con la técnica que lo invoca. Por contra, en soledad es
capaz de aparecer en cuestión de un minuto partiendo de una excitación cero.
Pues eso, que es tímido, como yo.

102
...me corrí con un cunnilingus

conversación, un poco friki... Siendo sincera, que a todo eso se le


sumara su opinión de que yo tenía todo lo que le gustaba en una
mujer, y el efecto mojabragas que extrañamente causó, también tuvo
algo que ver.

Pintaba tan bien que, por experiencia, algo malo tenía que tener. La
intuición ya me lo estaba diciendo, no era pesimismo sino un realismo
intuitivo que leía las señales, hasta las que me negaba a ver. Cuando
alguien termina teniendo la oportunidad de soltarte un “te lo dije”
jode un huevo, pero cuando el “te lo dije” te lo tienes que decir tú...

A pesar de mis sospechas me acosté con él en la segunda cita, una


tiene presentimientos pero no es de piedra. Por primera vez tuve un
orgasmo en el primer polvo con alguien. Ya sabes, eso pasa, existe un
pequeño periodo de adaptación que hace más complicado correrse
cuando no conoces a la otra persona, lo que le gusta, cómo, sus
tiempos... Pero él lo logró, consiguió que mi mente se abandonara al
orgasmo provocado por mi mano, su polla al embestirme a cuatro
patas y su dedo en mi culo. Claro, antes ya había preparado bien el
terreno comiéndome el coño y mirándome con esos ojos.

Llevando la contraria a mi intuición me ilusioné con alguien por


primera vez en mucho tiempo, pero la tercera cita y la verdad me
devolvieron a la realidad. Una realidad que le situaba a él casado y a
mí cometiendo el mismo error por enésima vez. Sí, soy consciente
de que tengo un gusto especial por complicarme la vida, haciendo
gala una y otra vez de mi característico masoquismo emocional.
Supongo que me lanzo a sentir algo, sea lo que sea, y todo lo demás
me es indiferente. Rasco la picadura del mosquito hasta que me
sorprendo viendo hueso.

¿Qué habré hecho en otra vida para acabar siendo “la otra”, más de
una vez? ¿Por qué los hombres emparejados parecen buscarme hasta
que me acaban encontrando?

103
L a primera vez que...

Pasó un tiempo tras la bomba de realidad hasta que volvimos a


arrancarnos la ropa, y sin perder el surrealismo que caracterizaba
todo lo que pasaba entre nosotros, fuimos a parar a la casa del terror.

Un cuarto sin ascensor que por azares del destino gestionaba su


empresa. Se trataba de un piso con aspecto abandonado, como si sus
habitantes hubieran huido dejando todo atrás. Largos pasillos y tétricas
habitaciones, el papel pintado copaba las paredes de toda la casa,
abombadas por la humedad e impregnando todo de un olor enfermizo
y un frío excesivo. Un escenario que parecía sacado del típico hotel de
la América profunda en el que suceden los asesinatos en las películas.
Puedes imaginarte la libido que aportaba el lugar, pero ahí estábamos,
comiéndonos a besos mientras nos desnudábamos el uno al otro.

La habitación era todo romanticismo. Viejos retratos en blanco y


negro de los antiguos propietarios de la casa en la cómoda, alhajas
decorando los espacios libres de ésta, la cama a medio hacer, un
robusto armario con espejo en la puerta, cajones abiertos y papeles
por el suelo. Mi cita romántica soñada, follar en una casa que bien
parecía que acababan de robar.

Desnuda por completo, a excepción de los calcetines —si hubieras


estado allí lo entenderías—, me tumbó en la cama. Con una
delicadeza ejemplar recorrió mi cuerpo con la boca, ayudándose
de las manos para abarcar más rincones. Los besos aderezaban el
momento y las miradas hablaban por nosotros.

Descendía despacio hacia mi coño, y una vez hubo llegado lo acarició


levemente con los dedos, haciendo que un escalofrío me recorriera
entera. ¡Aquello prometía!

Jugó un poco más con los dedos hasta internar su cabeza entre mis
piernas. Y me dejé ir. Con su lengua jugando con mi clítoris, sus
manos con mis tetas, y sus ojos disfrutando del espectáculo que
era mi cuerpo retorciéndose experimentaba una atención inaudita.

104
...me corrí con un cunnilingus

Se estaba dedicando por completo a mí, a mi placer, y su gesto no


traslucía esa inquietud habitual que acostumbraba a ver en mis
compañeros. Sabía que hacer que me corriera con su boca llevaría
un tiempo, y estaba dispuesto a gastar hasta el último segundo
necesario.

El tiempo se paró en aquella habitación del terror. Nada importaba


salvo nosotros, su pasión comiendo coño y la promesa de mi
orgasmo. Empecé a ponerme nerviosa, motivada por la costumbre
de notar esa impaciencia por mi orgasmo que todos los demás me
habían transmitido, a veces con gestos, otras verbalmente. Viéndole
entre mis muslos, devorando el coño como si brotara maná de los
dioses y mirándome con hambre, tuve que abandonar la sensación
de premura y pude relajarme de nuevo.

Su boca parecía hecha para mis labios, todos ellos. Sus besos se
debatían entre la delicadeza, la pasión, el erotismo y la paz. Jugando
con mis labios vaginales era igual de hábil. Intentar contarte qué
y cómo lo hizo exactamente me resultaría imposible. Mi mente
sólo disfrutaba de las caricias de su lengua y las sensaciones que
producía en el resto de mi cuerpo, para detalles técnicos estaba yo...

Comenzó a follarme con los dedos mientras no dejaba de lamerme el


clítoris y agarrarme una teta con firmeza. Un combo que me acercaba
rápidamente a ese abismo que no había conseguido alcanzar pero
que tantas veces había visto en la lejanía, el abismo que en forma
de descarga eléctrica distribuiría el orgasmo por cada rincón de mi
cuerpo. Cada vez más y más cerca de la caída, del placer.

Mientras, pegaba el culo a la cama arqueando la espalda y


abrazando su cuerpo con mis piernas. Me agarraba la otra teta
y respirada agitadamente con una sonrisa incrédula en la cara.

Perdí la cuenta la de veces que “joder... Joder... JODER...” salió


de mi boca, sólo sustituido en ocasiones por un “me encanta” o

105
L a primera vez que...

un “la hostia”. Mi vocabulario estaba notablemente reducido,


pero hiperventilando como estaba demasiado que podía articular.

Con la mano libre me aferraba a aquella colcha vieja como el astronauta


que se amarra para no perderse flotando en el vacío. La espalda más
arqueada, el culo más prieto a la cama, los músculos más tensos, los
gemidos más altos, la sonrisa más grande, mi coño más mojado...

Y como un latigazo, al grito de “me corro”, el orgasmo recorrió mi


cuerpo. La agitación precedió la calma y la satisfacción más absoluta
que jamás había sentido. “Joder... Joder...”, no podía parar de decirlo
a modo de mantra post-orgásmico. No podía creer que por fin lo
hubiera logrado. Me había abandonado por completo, legándole toda
la responsabilidad de mi orgasmo. Y vaya si se hizo responsable de él...

Con una gran sonrisa dibujada en mis labios y todavía recuperando


el aliento dejé que me acurrucara entre sus brazos mientras nos
mirábamos a los ojos. Ahí estaba la eternidad, en una respiración
entrecortada, una mirada compartida y una sonrisa mutua de
satisfacción. A pesar de todo ambos sabíamos que aquello no era real
y que al salir de aquella casa todo volvería a la normalidad. Bueno,
todo no. Ya sabía, por primera vez, lo que se sentía al correrme con
un cunnilingus.

Un polvazo orgásmico y una mamada después salíamos del plató de


Cuarto Milenio improvisado, aún con la sonrisa en la boca, dejando
atrás el olor a humedad, el frío, los viejos retratos en blanco y negro,
tres orgasmos y la eternidad.

106
Agradecimientos

Nota de la editora
Agradecimientos

Tirando de topicazo quiero darte las gracias a ti, que estás leyendo
este libro y le das sentido a esta pequeña hazaña haciéndolo —sin
importar cómo ni por qué haya ocurrido—. Y si has llegado hasta
aquí es que lo has disfrutado al menos lo justo para no mandarlo a
la mierda hasta leer la última página, cosa que creas o no es un gran
cumplido por tu parte. Gracias también por compartilo con todo el
mundo —¿demasiado sutil la indirecta?—.

Gracias a toda la gente que ha colaborado en este libro y ha hecho


posible, de una u otra forma, que el proyecto viera la luz. Gracias por
la buenísima reacción que tuvisteis cuando me inmiscuí en vuestros
DM’s en Twitter o en vuestras bandejas de correo para hablaros del
proyecto, por querer participar en él, por ayudarme a encontrar a
más gente interesada en formar parte, por vuestras sugerencias, por
soportar mis mails recordatorios, por tolerar mis correcciones y por
aguantar el secreto durante tanto tiempo. ¡Lo logramos!

Seguro que alguna maldad más habrá que haya hecho y se me olvide
enumerar, así que me daré un azote extra como penitencia por ello,
descuida.

Gracias:

A Jon y a Lex por ceder vuestras historias anónima y


desinteresadamente, sois un amor; a MaryAsexora por tu
puntualidad, tu ayuda y tus sugerencias; a Pedro Cabañas por la
ilusión depositada en la idea y lo que podría ser; a María Savage
por tirarte a la piscina y sumarte a esta locura; a Cristina del
Marco por tus aportaciones y buenas palabras; a Lola Flor por

109
L a primera vez que...

ser de las primeras en unirse con los ojos cerrados; a A. Irles por
oír mis comentarios aun ignorando mi principal petición de un
final, y por ayudarme a encontrar un gran colaborador; a Nayara
por darle un inicio a estas páginas con tan poco tiempo y por tu
implicación; a Lachicaimperdible por decidirte a participar en un
extraño libro; a Javier Bolaños por atender mi grito de socorro tan
diligentemente; a Lara por salvar mi TOC con tu colaboración; a
Juan Nepomuceno por toda tu ayuda, tus propuestas, tus ánimos, y
en definitiva, por estar ahí aportandome tantísimo, eres un amigo.

Quiero agradecerle a toda esa gente a la que molesté con un


mail el tiempo que dedicaron a leerlo y contestarlo aunque no
participaran finalmente por diversos motivos; tal vez la próxima.

También quiero dar las gracias a aquellas personas a las que invadí
el mail y decidieron no contestarme ni con un no, gracias. Supongo
que si no encuentras puertas cerradas no puedes alegrarte igual por
las que sí se abren.

110
Créditos

Han colaborado en este libro...


(Click en los blogs/webs para abrir)
L a primera vez que...

Nayara Malnero

Psicóloga y sexóloga clínica, terapeuta de pareja. Directora del centro de


psicología Psic & Corps en Gijón y de la plataforma Sexperimentando.
Comunicadora en salud y educadora sexual. Estudiante de pedagogía.

Twitter: @sexperimentando
Facebook: Sexperimentando
Instagram: @sexperimentando
Web: Sexperimentando.es
Centro de psicología: psicycorps.com

Texto: Prólogo

112
Créditos

Lex

Informático y friki. Seguidor del Positivismo Sexual. Optimista


plenamente convencido de que cualquier meta es posible en esta
vida.

Texto: ...me medí la polla

113
L a primera vez que...

Pedro Cabañas

Ingeniero Informático y Máster en Ingeniería Web. Creador de


tuyoysuyo.es, espacio sobre sexo y sexualidad con tienda erótica
online.

Twitter: @tuyoysuyo
Facebook: Tuyo y Suyo - Disfruta del sexo
Google+: +Tuyoysuyo
Tienda: Tuyoysuyo.es

Texto: ...fui infiel

114
Créditos

Lola Flor

Sexblogger. Formada en Salud Sexual (UNED). Modelo y


fotógrafa erótica amateur. Amante de la lencería y los sex-toys.

Twitter: @_LolaFlor_
Facebook: LolaFlor
Blog: Lolaflor.wordpress.com

Texto: ...follé al aire libre

115
L a primera vez que...

MaryAsexora

Nací, crecí, me licencié en psicología, acabé en el paro y empecé a


escribir un blog de sexología. Ahora trabajo, pero me gusta seguir
hablando de sexo y descubrir juguetes eróticos.

Twitter: @MaryAsexora
Facebook: MaryAsexora-Oficial
Blog: Maryasexora.com
Mail: info@maryasexora.com

Texto: ...visité un sexshop

116
Créditos

Cristina del Marco

Joven Ingeniera, lectora erótica nocturna, bloguera novata en Ven


Aquí Sexy, curiosa gerente de Sexlode Tienda Erótica y la voz
femenina de Gravina82.

Twitter: @cristidelmarco
Twitter blog: @Venaquisexy
Blog: Venaquisexy.com
Tienda: Sexlode.com
Twitter tienda: @sexlodesexshop
Podcast: Gravina82.com

Texto: ...me masturbé

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L a primera vez que...

Juan Nepomuceno

Deja de pensar, deja que todo fluya, siéntate al sol y disfruta de


la vida. Pintura, ilustración, arte digital, diseño gráfico y web.
Búscame como SrCalvito.

Web: Juan-nepomuceno.com
Tumblr: Juan-nepomuceno.tumblr.com

Texto: ...eyaculé.

Ilustraciones: ...me medí la polla; follé al aire libre; me puse


pajarita; visité un sexshop; posé desnuda para un fotógrafo; me
corrí con un cunnilingus; portada y contraportada.

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Créditos

A. Irles

No soy yo, soy mi álter ego, todavía en paradero desconocido.


Andará perdido por alguna biblioteca akásica o tirándose a
alguna de mis musas. Todo lo que escribo es falso pero cierto.

Twitter: @airqui
Blog: Otraresacamas.com

Texto: ...me puse pajarita

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L a primera vez que...

María Savage

30 años, soltera. Escribo mis aventuras y desventuras, encuentros y


desencuentros, todo en el fascinante mundo de la soltería. ¡¡Venga,
enamórate de mi que no tengo todo el día...!!

Twitter: @pezquesemuerde
Facebook: El pez que se muerde la boca
Blog: www.elpezquesemuerdelaboca.com
Instagram: @elpezquesemuerdelaboca
Mail: elpezquesemuerdelaboca@gmail.com

Texto: ...posé desnuda para un fotógrafo

120
Créditos

Jon

Contador de historias esporádico, poeta ocasional. A veces disfruto


jugando con fuego, y otras quemándome, pero siempre aprovecho
el tiempo.

Blog: Yasabesquehoraes.blogspot.es

Texto: ...follé

121
L a primera vez que...

Gwen

El desenfado aplicado al sexo. Con una sonrisa todo sabe mejor.


Masoquista emocional. La sonrisa, la mirada y el intelecto son mis
mejores armas de seducción. Cosecha del 86. Como los buenos
vinos, mejoro con los años.

Twitter: @Mamanoleas
Facebook: Mamá, no leas
Blog: Mamanoleas.com
Google+: +Mamanoleas
Mail: Mamanoleas@gmail.com

Texto: ...me corrí con un cunnilingus

Otros: idea original , corrección y edición.

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Créditos

Javier Bolaños de hoyos

Pintor expresionista figurativo, licenciado en Bellas Artes por la


Universidad de Salamanca. Apasionado por las texturas, la materia y
la pincelada suelta y alocada.

Twitter: @JBHPucela
Facebook: Javier Bolaños de Hoyos
Blog: Javierbolanos.wordpress.com

Ilustración: ...follé; fui infiel.

123
L a primera vez que...

Lachicaimperdible

1990. Ilustratiz y contadora de lunares a tiempo completo.


Estudiante de Bellas Artes. Diseñadora de Interiores. Cocina,
fotografía y mucho dulce.

Facebook: Lachicaimperdible
Web: Lachicaimperdible.es
Instagram: @lachicaimperdible
Mail: hola@lachicaimperdible.es

Ilustración: ...me masturbé

124
Créditos

Lara Delia

Surrealismo puro y duro, acuarela, tinta y collage.

Instagram: laradelia84
Web: laradelia.weebly.com

Ilustración: ...eyaculé.

125
Índice
Índice

Prólogo 5

L a primera vez que...


...me medí la polla 8
...fui infiel 19
...follé al aire libre 36
...visité un sexshop 43
...me masturbé 50
...eyaculé 58
...me puse pajarita 68
...posé desnuda para un fotógrafo 78
...follé 86
...me corrí con un cunnilingus 95

Agradecimientos 108

Créditos 111

Índice 126

127

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