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¿He sido amado? O tan sólo soy un fetiche.

Desde que he desarrollado conciencia y la he utilizado en el fragante y vasto mundo de la


seducción, tengo un recuerdo muy constante de tanto de lo que soy, y tanto de lo que otros creen
que soy. Empecé mi trayecto formalmente hace unos 5 años, donde utilicé cada elemento que
había aprendido del amor en otras maneras, para canalizarlo en entender cómo funciona el amor
romántico, ese amor caprichoso que impregna la sociedad en la que mis bisabuelos, mis abuelos,
mis padres, y yo, hemos crecido.

Esta idea preconcebida del egoísmo ligado a sentimientos, conceptualizado como esta
estrategia mercadológica furente, que se exhibe y se presenta en todos lados como si un contrato
con el diablo fuese; Un movimiento social tan fuerte, que se ha impregnado en nosotros, de una
forma en la que ya nos sentimos tan naturales existiendo en él, sin regresar y pensar, ¿cuándo fue
que convertimos el amor en algo menos que lo que era? En una ciudad llena de luces, o en un
pequeño asentamiento a una hora de la metrópolis, reflexiono conmigo mismo y vuelvo a
preguntarme lo que siempre me genera dudas cuando estoy solo. ¿Realmente he sido amado?

La respuesta es vana y muy sencilla de responder, tanto como responder de qué está
compuesta el agua, pero en ambos casos, es sólo una tapadera a una respuesta mucho más
compleja, pero es la razón que nos damos para evitar la fatiga de entenderlo completamente una
y otra vez. Claro que he sido amado, me he sentido amado, incluso cuando sólo lo han aparentado,
incluso diría que el tiempo me ha dado la habilidad de percibir cuando alguien siente un
verdadero sentimiento por mí, pero muchas veces me lo callo porque no quiero sentirme mal una
noche más. He conocido gente que ha fingido el afecto hacia mí hasta el punto más extremo,
incluso diría que, en un chiste mal contado, he conocido gente que ha llevado su mentira tan
lejos, que realmente me ha terminado por querer y estimar, pero verdaderamente el amor nunca
se ha presentado hacia mí como una muestra pura de coexistencia.

Conozco lo que es un amor puro, porque vengo de una madre que demostró eso mismo
en una y mil formas, la persona en el mundo que me enseñó lo que ella cree que merezco como
amor, dándome el ejemplo con sus propias acciones una y otra vez. También sé lo que es el amor
puro con mis amigos; No aquellos conocidos que rondan alrededor de mi eje durante 1 o 2 años
para luego desvanecerse, hablo de amigos que he conocido cuando éramos apenas unos niños, y
que su amor es la muestra más extraña y compleja que alguna vez he conocido, tan así, que

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pasarán 5, 6, incluso 7 años, y sé que un hola bastará para tener una temporada llena del afecto
que sus madres también les han enseñado como la buena vía.

Entonces, si conozco las demostraciones del amor verdadero, ¿por qué nunca me siento amado?

Podría engañarme y procurar mentirme a mí mismo, recordando momentos donde conocí mujeres
que dieron lo que para mi estándar era “lo máximo”, pero en el fondo, recuerdo que al final del
día, cuando la fiesta acaba y el alcohol y las hormonas se han difuminado, me vuelvo a sentir en
un espiral descendiente de desolación. No sólo hablo de encuentros casuales, porque de un inicio
jamás los defino como algo que perdurará, hablo entonces de las veces que he permanecido con
una persona meses o años, pero en el fondo, cuando ellas se van, y cuando el amor se desvanece,
me pregunto, ¿Fui amado, o fui un fetiche?

Mujeres que han logrado transformar lo que en el furor del hierro caliente parecía un amor tan
intenso como el sol, convirtiéndose en una noche de pasión que dura lo que tiene qué durar, ¿por
qué me siento igual de arrepentido con una chica con la que he gastado años de mi vida? ¿por
qué la percibo con la misma moral como si hubiera sido sólo una noche? El desvelo de mis
sentimientos se postra cada que la verdad recae a contraluz, me vuelvo cínico y admito que quizás
en el fondo yo también estoy pecando, quizá sólo quería sentir el calor que nunca recibí en otros
lados. Quizá desvirtué las carencias que estuvieron presentes en mi desarrollo, quizá ante cada
mujer que llega a pasar sobre mi cama, quizá ante cada uno de esos cuerpos y de sus corazones
dentro, quizá de ellos siempre seré lo que siempre fui: un niño buscando un amor que nunca
llegó. Y lo sé bien porque, al amanecer y al descobijar verdades de entre las sábanas, ellas y yo
nos volvemos completos desconocidos; seres que se juraron proteger toda la vida, y ahora sólo
pueden verse al otro extremo de un salón de clases.

Pasionalmente jamás me podría quejar, creo que de lo que nunca he sido carente es de
demostraciones del furor del lívido que tengo entre las piernas, y lo digo con toda falta de pena,
he podido desgarrar la carnosidad que representa mi lujuria, y he pecado mucho de ella; Placer
nunca ha faltado en mi vida, incluso aunque a veces existan excepciones que me hacen elevarme
a otro plano fuera de la concepción del sexo, pero esas veces sólo son eso, unas cuantas veces.
He conocido algunos amigos que, por el contrario, buscan desesperadamente la aprobación, el
sesgo, o siquiera la referencia de una mujer para tentarlos, como si ellos concibieran su posición
en este mundo del “amor” como una clase de peones, pero hoy, en la víspera de una reflexión
brotando dentro del dolor en mi pecho, me pregunto, ¿Son ellos los desafortunados por buscar

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algo que no han vivido? ¿O será que yo soy el miserable que quisiera volver a ser como ellos?
Quizá en el fondo, dentro de las banalidades de mi estirpe, tan sólo busco volver al momento
donde la inocencia de nunca perecer ante la tentación suceda, quizá a veces quiero volver al
primer momento donde decidí juntar dos cuerpos a través de la penetración, quizá y sólo quizá,
pienso que sería reconfortante volver al momento donde todavía no tenía un mal vicio
terriblemente remunerado.

También, en ocasiones, me pongo poético, a veces, cuando me siento mucho mejor conmigo
mismo, reitero que el sexo tiene como parte natural, el sentir un calor adyacente desde debajo de
mi pelvis, para expulsar vida, mientras mi biología me recompensa por lo que mis instintos
animales perciben como “reproducción”. Y reitero con gran importancia el que yo determine este
encuentro con una influencia a un instinto meramente animal y primitivo, pero hoy, reflexionando
en brevedad sobre lo que conlleva en cada aspecto este encuentro, me pregunto, ¿no será que el
instinto primitivo soy yo en verdad? Como si yo juzgase a mi otra parte para sentirme menos
culpable de lo que hoy he hecho, pero en realidad, debo de condenar al único que optó por seducir
y crear las vías necesarias para llegar ahí, un golpe de estado contra todo lo que concibo como
una persona, me postro ante mí, sólo para reclamarme una verdad que ya sabía.

Para concluir, me remonto a mi pregunta inicial. En el camino de cimentar estas palabras bajo un
formato, me empiezo a dar cuenta de la culpabilidad que en mí carga, una clase de complicidad
que extrapolo lo más posible para hacer un chivo expiatorio y condenarlo en un lienzo de blancos
y negros. Toda gran verdad tiene sus mentiras, todas grandes mentiras tienen una verdad debajo.
Quizá todo este tiempo llevo atrayendo aquello que me hace mal; Quizá peco de enfatizar mi
narrativa y dolencias una y otra vez, hasta que un día mi consuelo propio me brinde una vía de
escape. Un ciclo de culpabilidad hacia mi persona, y una tendencia a buscar mujeres que siempre
verán mi cuerpo en prioridad antes que a mi sentir, y yo siendo espectador de un pecado que muy
en el fondo, siempre quiero volver a cometer. Entonces me postro una noche más y digo, ¿He
sido amado? O tan sólo soy un fetiche.

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