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Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
PRÓLOGO
I. ¿QUÉ ES LA ANSIEDAD?
1. ¿POR QUÉ ES IMPORTANTE QUE HABLEMOS DE ANSIEDAD?
2. LA ANSIEDAD Y YO
3. ¿ES CIERTO TODO LO QUE SE DICE SOBRE LA ANSIEDAD?
II. ¿CÓMO SE EXPRESA LA ANSIEDAD EN MÍ?
4. LA ANSIEDAD Y LO QUE PIENSO
5. LA ANSIEDAD Y LO QUE SIENTO
6. LA ANSIEDAD Y LO QUE HAGO
III. ¿POR QUÉ VIVO CON ANSIEDAD?
7. ¿CUÁL ES LA CAUSA DE LA ANSIEDAD?
8. ¿QUÉ PENSAMIENTOS PUEDEN PROVOCARME ANSIEDAD?
9. ¿CÓMO ME PROTEJO DE LA ANSIEDAD?
10. ¿EN QUÉ TIPO DE SITUACIONES PUEDO SUFRIR
ANSIEDAD?
IV. ¿CÓMO ME AFECTA LA ANSIEDAD?
11. ¿CÓMO IMPACTA LA ANSIEDAD EN MI VIDA?
12. ¿CUÁNDO SE CONVIERTE LA ANSIEDAD EN UN
PROBLEMA?
V. MI CAJA DE HERRAMIENTAS PARA LIDIAR CON LA ANSIEDAD
13. ¿CÓMO PUEDO LIDIAR CON LA ANSIEDAD?
14. LA RESPIRACIÓN DIAFRAGMÁTICA: CONTROLANDO EL
NERVIOSISMO
15. LA RELAJACIÓN MUSCULAR PROGRESIVA: LIBERANDO
TENSIONES
16. MINDFULNESS: VIVIENDO EL MOMENTO PRESENTE
17. LA IMAGINACIÓN GUIADA: EVOCANDO ESCENAS
AGRADABLES
18. EL DEBATE RACIONAL: CONOCIENDO Y CUESTIONANDO
MIS PENSAMIENTOS NEGATIVOS
19. LA DESCATASTROFIZACIÓN: AJUSTANDO MIS
EXPECTATIVAS PERSONALES
20. LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS: TOMANDO LAS MEJORES
DECISIONES
21. LA HORA DE PREOCUPARSE: CONTROLANDO EL
MOMENTO
22. LA ESCRITURA EMOCIONAL: CONVERSANDO CON MIS
SENTIMIENTOS
23. LA ACEPTACIÓN INCONDICIONAL: AMÁNDOME TAL Y
COMO SOY
24. LA LÍNEA DE LA VIDA: ENTENDIENDO EL CAMINO QUE HE
RECORRIDO
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Joaquín Mateu-Mollá
A todas las personas que me confiaron su tiempo y de las
que tanto pude aprender
PRÓLOGO
Empieza el viaje
Verás que el libro se divide en varias partes y capítulos. Cada uno de ellos
visita lugares distintos —aunque estrechamente conectados— e irán
mostrándote paisajes que forman parte de toda vida humana. Están
concebidos para leerse en el orden en que te los presento, pero puedes
revisitar las diferentes secciones según creas que se adaptan a lo que puedas
necesitar en cada momento de tu viaje. Así, encontrarás palabras que apelen
a lo que estás viviendo ahora y otras que podrían servirte más adelante o
que te ayudarán a entender a quienes te rodean y sus circunstancias. Mi
objetivo es compartir contigo muchas de las cosas que aprendí
acompañando a tantas y tantas personas que me confiaron sus inquietudes
en los momentos más difíciles. A ellas, por supuesto, quisiera enviarles mi
agradecimiento y respeto.
En los capítulos de la primera parte te explicaré qué es la ansiedad y las
diferencias que existen entre esta y otras emociones que a veces puedes
experimentar, incluso simultáneamente, fundiéndose en un sentimiento
cuyos matices no son fáciles de identificar. También me detendré en los
mitos y equívocos que continúan presentes en nuestra sociedad, y sobre
cómo estos pueden limitar la vida de quienes padecen ansiedad. Tratar este
asunto es crucial, pues probablemente has tomado la decisión de leer este
libro tras librar muchas y muy duras batallas contra tus síntomas y ahora
albergas la sensación de que nada funcionará. Mi objetivo es mostrarte un
enfoque diferente, una mirada menos punitiva para todo lo que estás
viviendo.
En la segunda parte te enseñaré a reconocer la ansiedad, dado que no
siempre es fácil ni es algo que todos vivamos de la misma forma. Te contaré
cómo son sus tres caras (cognitiva, fisiológica y motora) y te ofreceré
claves para que sepas cómo se expresa en tu caso concreto. Con ello
expandirás tu conocimiento sobre la ansiedad, lo cual posee en sí mismo
gran valor, y además tendrás una referencia para escoger (llegado el
momento) las técnicas que te sean más útiles. Y es que no es lo mismo
permanecer todo el tiempo preocupado que sufrir ataques de pánico
repentinos, o incluso que ocurran ambas cosas a la vez. Aquí aprenderás
cómo interactúan tus pensamientos, tus sensaciones, tus emociones y tus
conductas cuando vives con ansiedad. Tendrás, por tanto, una visión
privilegiada de qué ocurre dentro de ti y de cómo encajan las piezas del
puzle que tratas de resolver.
Una vez que hayas concretado los conceptos clave y reflexionado sobre
cuál es tu perfil de ansiedad, en la tercera parte llegará el momento de
explorar una de las muchas preguntas que quizá ya te hayas hecho: ¿cuál es
el motivo de que me sienta así? En estos capítulos descubrirás cosas
interesantes y a veces inesperadas. La primera será que la ansiedad no tiene
una única causa, sino muchas, y la segunda es que tu forma de interpretar
las experiencias puede estar en los cimientos del problema. Aprenderás
sobre los orígenes de la ansiedad y entenderás por qué todos, sin excepción,
podemos pensar de manera irracional algunas veces. Además, también
descubrirás situaciones en las que puedes sentir ansiedad, ahondaré en sus
características más concretas y te proporcionaré ejemplos con los que
puedas identificarte. Por último, repasaré contigo todo lo que puede
ayudarte a minimizar el riesgo de que tus síntomas degeneren en un
trastorno propiamente dicho.
En la cuarta parte caminaremos juntos por los parajes más áridos de la
ansiedad. Primero veremos cuáles pueden ser sus consecuencias, esto es, las
piedras en el camino que más frecuentemente tendrás que sortear. Te
hablaré de tristeza, de soledad, de incomprensión, de tensión física, de
insomnio, de problemas sexuales, de desesperanza e incluso del
cuestionamiento del sentido de la propia vida. Después te contaré cuáles
son los trastornos ansiosos que podemos padecer, de forma que tengas
capacidad para reconocerlos en caso de que estuvieras atravesando uno de
ellos. Aunque puedes aprender a conversar de manera constructiva con tu
ansiedad, también puede complicarse y hacértelo pasar realmente mal. Aquí
entenderás los mecanismos por los que esto puede ocurrirte y desarrollarás
un conocimiento más profundo para leer, con perspectiva abierta y
esperanzadora, el último de los bloques.
Tanto si padeces un trastorno de ansiedad como si percibes que esta
empieza a condicionar de alguna forma tu vida, conocer cuáles son las
técnicas más útiles para combatirla te abrirá las puertas a un nuevo universo
de posibilidades. Y este es, precisamente, el contenido de la última parte del
libro. Primero te hablaré de la naturaleza benigna de la ansiedad cuando su
intensidad está dentro de los límites tolerables, y de los psicofármacos que
se recetan para el tratamiento de los trastornos ansiosos; después nos
adentraremos en las técnicas de relajación, la atención plena, el debate de
los pensamientos irracionales que te provocan ansiedad, la
descatastrofización, las estrategias para solucionar los problemas, la gestión
eficiente del tiempo que dedicas a preocuparte, la escritura emocional, la
aceptación incondicional de quién eres y la revisión de tu trayectoria vital.
Todos estos procedimientos cuentan con amplia evidencia científica y
complementan lo que habrás aprendido en las páginas anteriores. Estoy
seguro de que te resultarán muy interesantes y de que te ayudarán
muchísimo.
¡Empezamos!
2
LA ANSIEDAD Y YO
¿QUÉ ES LA ANSIEDAD?
Ahora que ya sabes más sobre qué es la ansiedad, y también sobre otras
emociones y sentimientos que se le parecen, llega el momento de que
revisemos los mitos que recaen en ella. Los mitos son una de las
consecuencias del pobre conocimiento que la sociedad tiene aún sobre salud
mental, así como del desgraciado estigma que padecen quienes pasan por
dificultades psicológicas. Vale la pena detenerse a reflexionar y debatir
estos mitos, especialmente si los has acogido como propios o si estás
pasando por un mal momento. Este ejercicio te ayudará a comprender mejor
a quienes te rodean y a proporcionarles un apoyo emocional de calidad
cuando lo necesiten. Dicho esto, te voy a contar un poco más sobre qué hay
realmente tras estas percepciones erróneas.
¿Alguna vez has sentido vergüenza o recelo cuando has intentado contarle a
otra persona que tienes ansiedad? ¿Te has topado con un muro de
incredulidad o de rechazo al expresarlo? Pues ambas cosas son
consecuencia de este mito.
Como probablemente sabrás, la ansiedad es una experiencia
eminentemente humana y absolutamente normal, el resultado de habitar un
mundo complejo e impredecible. Esto no ha evitado que muchas personas
tengan una idea errónea de ella, una visión que contribuye a mantener
ciertos estigmas. Por ejemplo, la creencia de que la ansiedad es algo
indeseable puede conducirte a ocultarla ante los demás, a entenderla como
un reverso tenebroso de tu identidad y a fingir que te encuentras
perfectamente cuando en realidad tu cuerpo está sumido en una agitación
extrema. De tanto disimularla, la soledad se acaba convirtiendo en el último
reducto donde puedes ser quien eres, sin imposturas.
En definitiva, estas creencias olvidan que cualquier persona puede
padecer ansiedad, sin importar sus cualidades o experiencias acumuladas.
Tras mucho tiempo dándole vueltas, Julia había tomado la decisión de contarle a
su mejor amiga que vivía sumida en una ansiedad que la sobrepasaba. Ya
estaba harta de fingir ser otra persona cuando salían juntas; de simular divertirse
en una discoteca cuando en realidad solo tenía ganas de volver a casa y alejarse
de toda aquella gente, ruido y miradas. Le envió un mensaje por teléfono para
decirle que necesitaba hablar con ella de algo, y que la esperaría en el café de
siempre. No volvió a mirar el móvil, pero sabía que su amiga estaría preocupada
y que le habría insistido en que le adelantase algo, lo que fuera. No obstante,
prefería hacerlo cara a cara, de amiga a amiga, sin la tecnología como
intermediaria. Para ella era algo esencial, como una especie de catarsis. Ya
sentada en el lugar acordado, oteaba la calle intranquila, esperando verla doblar
la esquina en cualquier momento... ¿Cómo reaccionaría?, ¿se burlaría de ella o
intentaría restarle importancia?, ¿la entendería o usaría una de esas manidas
frases de autoayuda («solo tienes que relajarte», «la ansiedad está solamente en
tu cabeza»...) que no hacen más que empeorar las cosas? Fuera como fuese,
pronto iba a descubrirlo. Tragó saliva y tomó un sorbito de café.
Era casi medianoche. Había decidido quedarse en casa, igual que la semana
anterior. Todas sus amigas iban a salir a celebrar por todo lo alto el cumpleaños
de dos de ellas, que nacieron el mismo día y año. No se trataba solo de bailar,
era un momento en el que compartían la amistad que las unía y en el que
estrechaban lazos que se remontaban a los primeros años de universidad, donde
se conocieron por algo tan trivial como un trabajo grupal de una asignatura que ni
recordaban. El tictac del reloj le resultaba sofocante en medio de aquella soledad,
aunque ella misma la hubiera elegido. Recordaba con claridad cómo algunos
meses atrás esta soledad autoimpuesta le proporcionaba calma y alivio: la idea
de evitar las aglomeraciones le resultaba tranquilizadora, pues tenía miedo a que
en mitad de una pudiera empezar a sentirse mal y no tuviera ocasión de escapar.
No obstante, aquel alivio empezaba a dejar paso a la pena y la preocupación.
Cuando se hiciera de día... ¿qué cosas se habría perdido?, ¿a cuántas
experiencias habría renunciado por temor a lo que pudiera sucederle con su
ansiedad? A medida que el tiempo pasaba iba sintiéndose más incapaz de
revertir una situación que empezaba a pesarle demasiado.
El cuestionamiento de la invulnerabilidad
¿Esto es ansiedad?
Tras preguntar a muchas otras personas que decían sentir ansiedad, Julián no
acababa de estar convencido de que su problema fuera precisamente ese...
Llevaba mucho tiempo muy preocupado por un montón de cosas del día a día,
algunas totalmente rutinarias y otras que no dependían de él en absoluto, por lo
que empezó a sospechar que su salud mental no estaba tan bien como solía
estar. Cuando se interesaba por saber algo más acababa buscando en internet y
leyendo una retahíla de síntomas fisiológicos, como los temblores y las
taquicardias, que nunca había sentido en su propia piel. Lo de los ataques de
pánico le resultaba totalmente ajeno, pero un par de amigas le insistían en que
para ellas eran experiencias casi cotidianas y que acudir a un psicólogo las había
ayudado mucho a asumir otra vez el control. ¿Cómo podía ser que tanto ellas
como él padecieran ansiedad si lo que sentían no se parecía en nada? ¿Acaso
estaba teniendo otro tipo de problema distinto, uno más grave? Obviamente, esta
posibilidad hizo que se preocupara todavía más... y es que a veces se sorprendía
a sí mismo preocupándose por estar preocupado, perdido en un ciclo infinito de
incertidumbre.
¿Has convivido tanto tiempo con la ansiedad que has llegado a pensar que,
simplemente, forma parte de ti? ¿Has dedicado mucho tiempo y esfuerzo a
erradicarla de tu vida sin éxito, y piensas que nada podrá funcionarte?
¿Crees que la ansiedad es una enfermedad y que tiene que tratarse como
tal?
Para hablar de si la ansiedad tiene o no cura, primero deberíamos
reflexionar sobre si se trata o no de una enfermedad. Como podrás deducir
de lo que te he dicho hasta ahora, la ansiedad no se puede considerar mala
en esencia, sino que más bien se trata de una respuesta compleja para la que
tu cuerpo está preparado y que puede incluso ayudarte en ciertos momentos.
Aun centrándote en el caso de que tus síntomas cumplan los criterios
diagnósticos para algún trastorno, tampoco podríamos decir que sea una
enfermedad, en el sentido en que esta palabra suele usarse. Aunque se ha
intentado encontrar causas orgánicas, la realidad es que no existe evidencia
científica suficiente para afirmar que el funcionamiento del cerebro o la
actividad de un neurotransmisor pueda ser la razón absoluta de todo lo que
implica. La ansiedad surge como consecuencia de las interacciones que
despliegas en el medio en que vives; depende, por tanto, del contexto.
Entender qué pensamientos se asocian a tu malestar, los mecanismos a
través de los cuales tratas de solucionar los problemas, los hábitos que
forman parte de tu cotidianidad o las dinámicas de tu respiración son
aspectos cruciales para definir su origen. El concepto de cura se aplica
solamente al ámbito de la medicina, y por tanto no puede extrapolarse a
muchos problemas asociados a la salud mental.
La ansiedad es parte de mí
¿Alguna vez has pensado que la terapia psicológica no es para ti? ¿Crees
que te costaría mucho abrirte ante alguien a quien no conoces y consideras
que hacerlo no te ayudaría? ¿Te sueles sentir indefenso ante los síntomas de
ansiedad?
Aunque he insistido en que la palabra cura no es la más apropiada para
describir qué podemos hacer con la ansiedad, eso no significa que estemos
indefensos ante ella. No es una enfermedad que pueda erradicarse con una
cirugía, por ejemplo, sino algo que has ido construyendo a lo largo de la
vida y que requiere desandar el camino. Cuando llega a perturbar
profundamente el día a día, y por tanto a alzarse como un problema que
requiere una solución, puedes aprender muchos procedimientos y técnicas
eficaces para controlarla. En el último capítulo de este libro te explico con
detalle algunos de los más importantes, y te ofrezco una guía sobre cómo se
aplican y por qué funcionan. A veces puede ocurrir que requieran el
acompañamiento de un profesional de la salud mental que te guíe durante
este proceso. Si crees que ese es tu caso, no lo dudes: hay siempre un
camino para mejorar tu calidad de vida si la ansiedad ha hecho mella en
ella. En caso de que necesites el uso complementario de fármacos, el
médico valorará la dosis mínima eficaz y el tiempo necesario que debes
mantenerla. ¡No olvides esto último!
El proceso terapéutico es siempre compartido, y debe avanzar a partir de
los consensos. Es esencial una relación fluida entre tú y el profesional en la
que se ensalce la honestidad y en la que se habilite un espacio seguro para
compartir la intimidad.
Descubriendo que sí se puede
Lo había intentado de muchas maneras. Había probado casi todo lo que se suele
recomendar, y hasta aquel momento seguía sin obtener resultados. ¿Cómo era
posible que cada vez que tenía que conocer a alguien nuevo, exponerse en
público o acudir a alguna entrevista de trabajo la abrumara exactamente la
misma sensación? Lo de imaginarse a todo el auditorio completamente desnudo
parecía más una patraña que otra cosa. Incluso hacía que se sintiera todavía
más incómoda. Con el devenir del tiempo, Ana había llegado a pensar que
simplemente era así, que no le gustaba relacionarse con otras personas y que
forjar amistades no estaba hecho para ella. Como iba acumulando un «fracaso»
tras otro en sus esfuerzos por sentirse mejor, también había ido aumentando la
dolorosa sensación de que era incapaz de solucionar sus problemas. Aquella
tarde, no obstante, algo había cambiado: acababa de leer un libro en cuyas
páginas descubrió que ciertas formas de interpretar las situaciones y de actuar
podían estar tras un malestar que mantenía ya durante demasiados años. ¿Se
abría para ella una nueva oportunidad? Con la ilusión de quien se embarca en
proyectos nuevos, en un viaje trepidante de autodescubrimiento, atisbó un
camino fascinante por explorar.
Lo peor es que esta forma de pensar puede llegar a servirte como una
guía, lo que haría que sin querer acabaras actuando de forma que las cosas
discurrieran de la peor de las maneras, lo que a su vez te serviría para
confirmar (erróneamente) lo que ya venías temiendo sobre tu valía. Este
ciclo envenenado te puede arrastrar a un abismo de desesperación en
cascada: me percibo de manera pesimista, actúo en consonancia con ello,
obtengo resultados desfavorables, confirmo la visión negativa de mí mismo,
me siento todavía peor, y vuelta a empezar.
A continuación te cuento algunas de las formas que puede adoptar esta
ansiedad de tipo cognitivo. Al mismo tiempo que lees sobre ellas, trata de
comprobar si te resultan o no familiares. Es la mejor forma de que te
conozcas a ti mismo.
ACONTECIMIENTOS
El miedo nos impide sopesar la realidad mediante la razón. Y esto es algo que
no debería preocuparte, pues forma parte de la naturaleza de esta emoción,
aunque sí resulta importante ser consciente de ello.
Aceptar la incertidumbre frente a las situaciones que nos depara la vida puede
convertirse en una tarea titánica, hasta el punto de preferir una existencia
extremadamente monótona para sentirnos seguros a cambio de renunciar a la
riqueza que podría aguardarnos.
Son muchas las personas que, en los momentos en que la ansiedad se torna
demasiado intensa, notan que su visión se nubla o pierde agudeza. También
las hay que sienten muchas molestias al estar en espacios intensamente
iluminados, sobre todo si la luz procede de fuentes artificiales como
bombillas o tubos fluorescentes. La tendencia a fruncir el ceño en este caso,
por ejemplo, también puede contribuir a las cefaleas que a menudo
acompañan a la ansiedad. Estos dolores de cabeza suelen ser de tipo
tensional y puedes sufrirlos cuando tus músculos (espalda, mandíbula,
frente...) están contraídos durante demasiado tiempo, como ocurre si te
mantienes expectante ante un peligro (real o imaginado) durante casi todo el
día.
La causa de la visión borrosa es la dilatación de las pupilas, una parte de
nuestro ojo cuya función es regular la entrada de luz, y que debe ajustarse
siempre a las condiciones ambientales en que te encuentres. Así, si estás en
un lugar oscuro, las pupilas tendrán que aumentar su tamaño para apresar la
poca luz que haya alrededor. Por este motivo, si te acostumbras a la
oscuridad te resultará desagradable que se enciendan las luces de tu
habitación súbitamente y tardarás un rato en adaptarte. Pues bien, la
ansiedad hace que tus pupilas se abran de par en par, con independencia de
si es de día o de noche, haciendo que entre mucha más luz de la que
necesitas. ¿Puedes imaginar ahora por qué es tan molesto?
La ansiedad, recuerda, se asemeja mucho al miedo. La diferencia
fundamental radica en que en la primera la amenaza se localiza en algún
punto distante del futuro, mientras que en el segundo responde a un peligro
inminente y objetivo. Tanto en un caso como en otro percibes
vulnerabilidad ante una situación que crees que puede provocarte un daño
físico o psicológico, hasta el punto de verte arrastrado por la imperiosa
necesidad de explorar el entorno en busca de un indicio o evidencia de
amenaza.
Hay que tener siempre en cuenta que la ansiedad persistente puede provocar
molestias difusas y difíciles de describir, sobre todo cefalea y dolores de
espalda, que muchas veces nos obligan a visitar al médico de cabecera o a
los especialistas (traumatólogo, neurólogo, reumatólogo...).
La ansiedad puede ocurrirte por muchos motivos: unos tienen que ver con
la manera en que percibes las cosas que ocurren en tu cuerpo, otros con las
situaciones que hayas podido vivir o estés viviendo, y otros con el modo en
que afrontas los problemas. También la forma en que procesas la realidad
puede tener un papel muy importante, por supuesto.
En ocasiones, las estrategias que los padres emplean para resolver sus
problemas (preocuparse todo el tiempo, encerrarse en una habitación a cal y
canto ante las dificultades, adoptar una posición cabal y sopesada...), o el
modo en que actúan para afrontar lo que les provoca miedo (escapar,
encararlo...), pueden aprenderlas los hijos mediante un proceso conocido
como aprendizaje vicario. Los niños entenderían aquí que la forma que
tienen sus padres de hacer las cosas es un ejemplo adecuado para resolver
los problemas que podrían ocurrirles en el futuro o que ya están presentes
en sus vidas, y se convertirán en un hábito que sumarán a su repertorio y
que mantendrán muchas veces hasta la adultez. Saber esto puede ayudarte a
entender mejor por qué se repiten patrones entre generaciones: se pueden
aprender ciertas conductas sin la necesidad de haberlas practicado nosotros
mismos, solo a través de la observación de qué hacen los demás y de las
consecuencias que sus actos tienen para ellos. Por ejemplo, en las familias
donde se recurre a la violencia como forma de coacción existe la
posibilidad de que los más pequeños de la casa la interioricen como normal
y recurran a ella a las primeras de cambio.
Si fuiste víctima de abuso infantil, pudo ocurrir que se alteraran los
circuitos cerebrales que conectan las regiones más profundas del cerebro
(allá donde se procesa la experiencia emocional) y las superficiales, como
la corteza prefrontal, donde residen muchas de las capacidades que nos
caracterizan como seres humanos (razonamiento, simbolización...). Como
resultado de esto puede aparecer cierta tendencia a ser impulsivos, algo que
tiene sus consecuencias en el contexto académico, familiar y social. De
hecho, la impulsividad se ha propuesto como un rasgo que predice el
fracaso de los niños en los primeros retos a los que habrán de enfrentarse en
sus vidas, además de ser el resorte que conecta la frustración y la agresión.
Estas conexiones, no obstante, se pueden restablecer a través de
experiencias cotidianas y de relaciones saludables, tanto durante los
primeros años de vida como más allá de estos.
Si fuiste hijo de personas que utilizaban la violencia y la amenaza
constantemente, puede recaer sobre ti la responsabilidad de reinterpretarlas
y darles un significado diferente de ahora en adelante, pues de lo contrario
podrías acabar perpetuándolas en tu día a día. Como padres, por otra parte,
debemos ser conscientes de qué enseñamos a nuestros hijos, pues en su más
tierna niñez albergan una irrepetible capacidad para aprender. Así, seremos
el primer ejemplo de qué es vivir en sociedad, de qué es comunicarse y de
qué es amar.
Cuando apenas era un niño, Juan estaba acostumbrado a las malas palabras en
casa. Sus padres lo castigaban por prácticamente cualquier cosa y nunca le
explicaban demasiado bien el motivo. Se limitaban a decirle que debía obedecer
a los mayores cuando le hablaban. Llegó un momento en que pensó que
simplemente era la forma que tenían de deshacerse de él, que molestaba y que
no lo querían en absoluto. Estas experiencias lo llevaron a ver la vida como algo
bastante impredecible, y a no saber qué hacer para poder salir con los amigos un
rato o ver la televisión. También pensó de sí mismo que era malo y que
simplemente no merecía nada bueno de lo que pudiera pasarle.
Se fue de casa tan pronto como pudo. Tomó la decisión de no estudiar para
encontrar un trabajo que lo mantuviera y alquilar una casa en la que vivir. Quería
hacer de aquel lugar un espacio en el que sentirse seguro, en el que construir un
día una familia y en el que sanar las heridas de su pasado. La verdad es que el
camino no fue fácil: en el instante en que puso un pie fuera de donde vivían sus
padres empezaron con sus reproches. Lo acusaban de ser mal hijo, de no
preocuparse por ellos, de no llamarlos y de no visitarlos ni siquiera en los días
más señalados del año. Lo cierto es que cada vez que iba a verlos lo hacía por
mera obligación, y encima tenía que tragarse todas sus acusaciones, indirectas y
agravios. ¡Incluso de vez en cuando lo extorsionaban echándole en cara todo lo
que habían hecho por él cuando era un niño! Le permitieron sobrevivir, por
supuesto, pero no recibió jamás ni una pizca de amor.
Esa mañana, al despertar, encontró a su hijo a los pies de la cama. Parecía
preocupado. Era uno de los primeros días del invierno y a aquellas horas el frío
se clavaba como una aguja. Temblaba mucho, no sabía si de miedo o de
nerviosismo..., o quizá por la temperatura. Se incorporó y lo miró a los ojos con la
ternura de un padre. Le preguntó qué había pasado, por qué estaba allí, tan
acongojado, a esas horas. Entre titubeos, el niño le dijo que se acababa de hacer
pipí en la cama. Ya hacía algunos meses que lo controlaba bastante bien, pero
con la reciente noticia del embarazo de mamá estaba pasándole otra vez. Papá
sonrió en un gesto que inmediatamente lo reconfortó. Se levantó y le dio un
abrazo. «No pasa nada, cariño, ¿ayudas a papá a limpiarlo?»
Ya te hablé en algún momento de que todas las emociones son útiles, de que
tienen una función que facilitó nuestra supervivencia en tiempos pretéritos
y de que hoy en día nos sirven de guía en muchos momentos de la vida. La
mayoría de las personas es capaz de reconocer esto cuando se le pregunta
directamente, pero en el uso coloquial que hacemos del lenguaje seguimos
definiendo como positivas o negativas las emociones a las que nos
enfrentamos a tenor de lo fácil o de lo difícil que nos resulte transitar por
ellas. Y puesto que en la naturaleza de todo ser vivo reside la premisa de
que es preferible acercarnos a lo placentero y alejarnos de lo incómodo, es
normal que tengas la tentación de evitar las experiencias internas que te
provoquen sufrimiento psicológico.
De hecho, encontramos esta idea en las frases absurdamente sencillas de
autoayuda con las que se nos bombardea a diario, y que incluso nos animan
a lucir una sonrisa cuando en nuestro fuero interno no hay más que una
marejada embravecida. Quizá también pueda residir en el uso creciente de
psicofármacos, que prometen cambios en cómo nos sentimos sin pasar por
el trance de revisar el abismo de nuestros malestares. Es importante que
descubras qué es para ti la felicidad y que la persigas con sosiego, día a día,
paso a paso, a tu ritmo. No caigas en la tiranía de la felicidad que muchas
veces intentan imponernos, pues, paradójicamente, es una fuente inagotable
de frustración emocional y te empuja a rechazar todo lo que no sea
«placentero».
Eres un ser en perpetuo cambio, que no puede ser juzgado a partir de una
imagen estática, del error que cometiste en algún momento del pasado o de la
decisión que finalmente no te atreviste a asumir.
En cuanto a los traumas, lo primero que debes tener claro es que es posible
superar sus consecuencias. Aunque te sientas profundamente hundido y
tengas la sensación de que el mundo se ha detenido completamente, la
capacidad de todo ser humano para trascender el dolor es extraordinaria.
Cuando la situación traumática llega, resulta tan abominable que no puede ser
integrada dentro de la autobiografía, como la pieza de un puzle que no encaja
en ningún lugar. Una que no llegará a ser ubicada coherentemente en el
conjunto de la vida, al menos a corto plazo, pero cuya presencia provoca un
intenso desasosiego.
Un trauma en el paraíso
Tras muchos años ahorrando, por fin habían podido hacer el viaje de sus sueños.
Allí estaban los dos, una pareja de recién casados disfrutando de un domingo
especialmente soleado. Pedro miró el cielo completamente despejado de la
mañana y la línea del mar, que, allá a lo lejos, dibujaba filigranas con la espuma.
La vida no podía ser mejor de lo que era en aquel momento... La paz había
llegado por fin a su existencia.
De repente, un montón de gritos lo arrancaron de sus sueños. La gente corría
desesperada tierra adentro y un rugido profundo llenaba el aire. Miró delante de
él y se extrañó por lo distante que parecía la orilla. Pero fue entonces cuando lo
vio y entendió lo que pasaba: el horizonte estaba retorciéndose como una
serpiente, desdibujando su perfecta línea horizontal. El mar parecía reptar hacia
sus entrañas, dejando centenares de pececillos chapoteando a pocos metros de
donde estaban. Miró alrededor y encontró a Mireia aún tumbada, ajena a lo que
estaba ocurriendo delante de sus narices: una ola imposible amenazaba a lo
lejos con engullir todo cuanto se pusiera frente a ella mientras avanzaba
desaforadamente hasta donde se encontraban. Gritó tan fuerte que despertó a su
mujer, que se revolvió en un sobresalto sobre la toalla y se giró para descubrir
una pesadilla muy real.
Los acontecimientos se precipitaron: un grupo de nadadores rezagados
braceaba intentando escapar de una garganta oscura que los arrastraba hacia lo
desconocido, la gente gritando y apiñándose a las puertas de prácticamente
todos los edificios, los coches haciendo sonar sus cláxones en un intento
desesperado por escapar de allí... En cierto momento el cielo empezó a
oscurecerse como si de repente se hubiera hecho de noche, y una lengua líquida
se estrelló en la primera línea de hoteles. El estallido fue tan fuerte que
centenares de alarmas saltaron al mismo tiempo en una cacofonía. El caos era
absoluto y empezaron a sucederse escenas inenarrables, el resultado inevitable
de la desesperación humana en su lucha por sobrevivir.
Tanto los estilos pasivos como los agresivos y los pasivo-agresivos son
contrarios a la asertividad y conducen a conflictos en tus relaciones, así como
a vivir con más ansiedad. Afortunadamente, la asertividad se compone de
destrezas y actitudes que pueden aprenderse en cualquier momento de la
vida.
Se decía a sí misma que era solo una época. Que todo pasaría pronto y que
tendría el tiempo que tan urgentemente necesitaba para ella. A veces se
sorprendía fantaseando en un día totalmente despreocupada: iría al spa nuevo
del centro comercial, se reuniría con todas las amigas a las que hacía mucho que
no veía y al caer la noche haría una ruta desde el primero hasta el último de los
garitos de la ciudad. La alarma sonó con su soniquete habitual. Programaba una
cada sesenta minutos para descansar diez, pues alguien le había dicho que así
gestionaría mejor sus recursos atencionales. Y es que, francamente, era
demasiada información... Frente a ella se apilaba una columna de medio metro
formada por dosieres, carpetas, archivadores y papeles grapados, tan bien
ensamblada como una muralla medieval. Las oposiciones eran durísimas y este
era el tercer año consecutivo que intentaba sacarlas adelante. En el primero
quedó lejos de conseguir la plaza y en el segundo se acercó bastante, pero
tampoco pudo ser. Estuvo a punto de tirar la toalla por aquel entonces, pero sacó
fuerzas de flaqueza y decidió volver a intentarlo una última vez.
Si por ella fuera se hubiera apuntado a una academia, como hacían muchas
otras personas en su situación, pero era inviable. Y es que no podía dejar de
trabajar mientras estudiaba. Y además era madre soltera, por lo que no era una
opción conformarse con media jornada. Entraba a trabajar a las ocho de la
mañana y solía estar en casa más o menos a las seis, a las seis y media si había
mucho tráfico. Comía cualquier cosa en lo que había tenido a bien llamar
«despacho» (que no era más que un rincón improvisado para tener el máximo
silencio posible) y dejaba de leer cuando, en algún momento, acababa
desmoronándose sobre la Constitución española. Sus ojos empezaban a pesar
tanto que parecía tener dos yunques pegados a los párpados. Y entonces, para
su sorpresa, Lidia entró en la habitación. Abrió la puerta tan despacito que no se
enteró de que estaba allí hasta que llegó a su lado. «Mamá, ¿qué haces?»
Sabía que cuando le hacía esa pregunta simplemente necesitaba un poco de
su madre. Un gesto cariñoso, contarle una anécdota del cole o quejarse de que
estaba un poco sola. No tenía tiempo para nada, pero era su hija y tenía que
dedicárselo. Era la prioridad. Miró su reloj de pared, que marcaba las 22.39. No le
importaba pasar otra noche despierta, pero era suficiente con querer hacerlo para
que la invadiera una somnolencia irresistible a los tres minutos de sentarse a
estudiar. Curioso, porque cuando su intención era dormir le pasaba todo lo
contrario: acababa con la mirada clavada en la pared. «Es que tengo mucha
hambre», dijo. ¿Cómo? De repente todo su cuerpo se quedó congelado. ¡Con el
trabajo acumulado se le había olvidado preparar la cena!
8
Los «debería» absolutos son uno de los sesgos cognitivos más invalidantes
de todos los que hoy en día se conocen. Se basan en la difuminación de la
línea imaginaria que separa el deseo de la necesidad, por lo que ambos se
confunden y acabamos considerando obligatorio algo que solo es preferible.
Si te dejas llevar por tus «debería» absolutos sueles imponerte rígidamente
formas concretas de actuar, por lo que también esperarás que los resultados
se den de la forma prevista sin tolerar demasiado los imprevistos. Como
podrás imaginar, acabas perdiendo la capacidad de improvisar y te vuelves
tan perfeccionista que acabas frustrándote fácilmente.
Los «debería» pueden aplicarse tanto a uno mismo como a los demás o
al mundo que nos rodea. Cuando te impones un «debería» absoluto trazas
para ti mismo un código férreo de conducta o pensamiento que no puede
vulnerarse bajo ninguna circunstancia, por lo que tus más que posibles
deslices se vivirán con desasosiego y desesperación. Por ejemplo, «debo ser
siempre amable con todos o me despreciarán», «no debo sentirme tenso en
situaciones como esta» o «debo obtener siempre la mejor calificación de la
clase o de lo contrario seré un fracasado». Como puedes ver, en todos estos
casos se actúa de forma injusta con las propias necesidades y con nuestra
tendencia a la imperfección, llegándonos a plantear exigencias imposibles
de satisfacer que socavan nuestra autoimagen poco a poco. Es más que
evidente que no todas las personas van a agradarte siempre o que habrá días
en que sentirás nerviosismo y algo no saldrá tan bien como esperas, y no
pasa absolutamente nada por ello. Relájate y disfruta de poder equivocarte.
Cuando los «debería» se imponen a otras personas se pasa a exigir que
actúen siempre de la forma exacta a como esperaríamos de ellas. En el caso
de que alguien hiciera algo distinto a lo previsto se desencadenarían
pensamientos sobre la injusticia o la maldad, y probablemente se le juzgaría
con una dureza extrema. Algunos ejemplos los encontramos en
pensamientos como «todas las personas deberían ser buenas conmigo» o
«es terrible que alguien pueda opinar como tú lo haces».
La solución radica, por supuesto, en buscar los espacios propicios para una
conversación equilibrada, abierta y sincera. Para ello es necesario desarrollar
tu escucha activa, esto es, mostrar apertura a lo que el otro tenga que decirte,
evitando juicios y comprendiendo su marco de referencia.
El apoyo social es, sin duda, uno de los recursos más relevantes para
protegerte ante el sufrimiento emocional. Puede aliviar el estrés de tu vida,
al permitirte redistribuir la carga que llevas sobre los hombros entre
aquellas personas que te quieren y a las que quieres, y que hará más ligeros
los avatares y desencantos. Es fundamental entender que el apoyo social no
se reduce al número de personas que te rodean, pues puedes sentirte
profundamente solo entre la multitud o íntimamente acompañado con un
solo amigo al lado. La soledad es en realidad una percepción que parte de la
subjetividad, y que por tanto no puede ser cuantificada como si tuviera peso
o longitud propias. Podemos definirla como la sensación de no estar
conectado con otros seres humanos, como si fueras una isla solitaria en la
inmensidad del océano, y puede sufrirla cualquier persona que decida callar
siempre lo que piensa y siente. Cuando te sumerges en la soledad, las
heridas afectivas resultan más profundas y estás en especial riesgo de sufrir
problemas de salud mental, incluyendo los trastornos ansiosos y los del
estado de ánimo.
Los problemas para regular lo que sientes, esto es, para cuidar tus
emociones cuando se están transformando en algo que te perjudica, son
comunes a los trastornos de ansiedad y del estado de ánimo: hacen que la
tristeza haga mella en ti o que el enfado te haga estallar violentamente
contra ti mismo o contra quienes están más cerca. Esto ocurre sobre todo si
consideras intolerable sentir ciertas cosas y prefieres renunciar a escucharte
cuando te ves abrumado por ellas. Al dejar de mirar hacia dentro en los
momentos críticos acabas siendo incapaz de saber qué estás sintiendo
exactamente, de diferenciar unas emociones de otras parecidas y de verlas
con la claridad suficiente para aprender de ellas. En definitiva, pierdes de
vista una parte fundamental de quién eres y de tus potencialidades
psicológicas.
Veámoslo con un ejemplo: como ya sabes, la tristeza es una emoción
legítima y no se parece en nada a lo que sentimos durante una depresión.
No obstante, uno de los síntomas fundamentales de esta última es (junto a la
dificultad para experimentar placer) una tristeza desbordante y que te
impide hacer las cosas que te importan. Pues bien, la transición de esta
tristeza adaptativa a la propia del trastorno del estado de ánimo depende en
parte de tu capacidad para regular emociones. Así, si tienes dificultad para
hacerlo puedes ceder al aislamiento que promueve la tristeza y renunciar a
las cosas que siempre te proporcionaron placer, lo que te impedirá realizar
actividades agradables que te servirían para amortiguar el efecto
psicológicamente perjudicial de las pérdidas que se van sumando con cada
uno de estos abandonos. Dado que la tristeza te abrumaría, te resultaría más
fácil ignorarla que hacer algo al respecto (pese a que esta continúe
erosionando tu felicidad poco a poco).
Si convives con un trastorno ansioso puede ocurrir que una emoción, como el
miedo o la tristeza, te resulte difícil de soportar. Esto hace que cada vez que
intentes aproximarte a ella te sientas abrumado, para al final optar por
arrinconarlas en una esquina por la que transites lo menos posible.
La autocompasión no tiene nada que ver con lamentarte por lo que eres ni se
conecta en modo alguno con una supuesta debilidad, sino que te proporciona
estrategias para un mejor cuidado de tu propia vida.
10
Al llegar a este punto del libro ya sabes mucho sobre la ansiedad. No solo
sobre cómo se expresa, sino también sobre qué puede protegerte de ella y
qué puede aumentar la probabilidad de que te abrume. Ahora quisiera
dedicar este capítulo a otro aspecto fundamental en tu camino de
autoconocimiento: conocer situaciones vitales especialmente críticas, en las
que de manera natural puede florecer la ansiedad en ti o en las personas que
quieres. A lo largo de estas páginas haremos un viaje por algunos de los
rincones más difíciles que depara la existencia, pues conocerlos te dará
herramientas importantes para lidiar con ellos en el caso de que tengas que
vivirlos. En el último de los bloques de este libro también aprenderás
técnicas concretas que pueden aplicarse a estas y otras adversidades.
Todo lo que leerás a continuación son experiencias íntimamente
humanas. Es posible que no estés viviendo ninguna de ellas, pero me
encantaría que recordaras o retomaras lo que aquí te cuento si la vida te
lleva por estos derroteros alguna vez. En todo caso, espero sinceramente
que te ayuden y te sirvan de consuelo.
LA DESPROTECCIÓN: LA DESNUDEZ FRENTE A UN MUNDO HOSTIL
Su infancia no fue nada fácil. Marina pasó gran parte de sus primeros años
viviendo en casas de acogida y orfanatos. Cuando apenas era un bebé la
encontraron a las puertas de una iglesia con una nota escrita a mano donde su
madre biológica explicaba que no podía hacerse cargo de ella, por lo que fue
cuidada por muchas personas diferentes hasta que un día cumplió la mayoría de
edad. Esto no hubiera sido problema de no ser porque tuvo la mala suerte de que
nunca coincidió con nadie que le diera el cariño que necesitaba y anhelaba, a
veces tras la apariencia de chiquilla malhumorada. Percibía que sus vínculos
siempre habían sido frágiles y que jamás llegaba a construir una imagen segura
del mundo ni de sí misma. Había aprendido que el amor era condicional y que, si
se «portaba mal» o no cumplía las expectativas de quienes la rodeaban, la
abandonarían de nuevo. «Otra vez», pensaba, y su corazón se llenaba de
tristeza.
Aquella tarde había salido antes del trabajo: era Nochebuena, y podría
disponer de unas horas más para cenar junto a su familia. Había logrado
construir una familia pequeña pero acogedora con sus propias manos y con las
de su mujer, habían adoptado dos niños y les había podido dar todo el afecto del
que ella careció tantos años... No obstante, a veces, cuando veía a otras madres
junto a sus hijos, no podía dejar de sentir cierta envidia. No estaba segura de que
fuera la palabra que mejor describía ese sentimiento, pero era la que había
decidido usar a falta de otra que se ajustara más. Tenía a quien querer y se
sentía querida, pero le faltaba una pieza para completar el puzle: cuando el
mundo era un páramo hostil, no hubo nadie que la abrazara con la sinceridad de
quien ama desinteresadamente a otra persona, y sentía que ese vacío profundo
no podía llenarse con nada.
Estaba segura de que muchas de las dificultades por las que había tenido
que atravesar se explicaban precisamente por esta carencia. Por ejemplo, nunca
tuvo demasiada seguridad cuando se tenía que decantar por un camino si la
línea de su vida se bifurcaba, pues sentía que todo el peso de una equivocación
recaería solo sobre ella. Era cauta, quizá demasiado, y tenía mucho miedo a
perder todo lo que había construido. A menudo prefería callarlo, no decir nada,
incluso a su pareja y a sus mejores amigos. Era como si el mundo entero se
tambaleara bajo sus pies, a pesar de que sabía bien que estaba rodeada de
personas que la querían y que le prestarían toda la ayuda del mundo. También
eso le costaba mucho, precisamente: pedir que alguien le echara una mano.
Reconocer cuáles son tus verdaderas metas requiere que desandes parte del
camino recorrido y analices con honestidad tu vida, lo que implica cierto
sufrimiento y la posibilidad de que debas afrontar la incertidumbre de un
nuevo cambio.
Hay que tener en cuenta también que la violencia física puede expresarse de
muchas formas, sin que se manifieste necesariamente el ciclo de agresión-
perdón-luna de miel-agresión. Lo importante aquí es saber reconocerla con
rapidez para actuar antes de que dañe gravemente tu visión del mundo.
Tenía la tarde libre y estaba solo en casa, por lo que decidió que jugar con
videojuegos era la mejor forma de pasar su tiempo. A Mateo le encantaban,
porque de alguna manera le ayudaban a no pensar demasiado en los problemas
que tenía en su vida. Lo entretenían tanto como un buen libro de aventuras, pues
leer era su otra gran afición. Prefería divertirse en casa solo que salir a la calle
con sus amigos del colegio, que últimamente empezaban a pensar más en las
chicas o los chicos que en aquello que siempre los había unido. Suponía que era
tímido, pero tampoco le importaba mucho devanarse los sesos con esa cuestión.
Con los mandos en sus manos las horas pasaban volando, hasta el punto de que
se había quedado a oscuras en el comedor sin notarlo siquiera.
En un momento especialmente intenso en que se encontraba luchando contra
uno de los enemigos principales, escuchó el sonido de las llaves en la puerta.
Pausó la partida y vio que sí, que su padre estaba llegando a casa. En realidad
salía de trabajar mucho antes, pero siempre se pasaba por uno de los muchos
bares de la ciudad a beber el último trago antes de volver. O el penúltimo:
siempre había tiempo y espacio para otro más. La forma en que le costaba
encontrar la cerradura no presagiaba nada bueno: se había pasado otra vez. El
ruido de las explosiones y de la música electrónica había dado paso a un
paréntesis silencioso, roto solo por aquel tintineo metálico. Cuando por fin logró
abrir, el olor a alcohol llegó a su nariz en pocos segundos. Era un hedor
nauseabundo que se mezclaba con sudor, y que ya distinguía muy bien. Tras
unos instantes la puerta se cerró tras él.
Nunca le había puesto la mano encima, pero Mateo le tenía verdadero miedo.
Cuando llegaba a casa en estas condiciones su actitud era siempre hostil, como
si todo le molestara, y acababan discutiendo por alguna tontería. Lo vio andar
vacilante hasta el baño y notó que apenas lograba atinar a coger el pomo. A
veces se preguntaba por qué sentía ese temor si nunca le había hecho daño
físico, y se cuestionaba si era o no razonable que lo embargara una sensación
tan desagradable. Allí, expectante ante lo que pudiera pasar a continuación,
intentó hacerse el dormido.
Las situaciones de duelo son, sin duda, de las más difíciles que debemos
atravesar a lo largo del ciclo vital. Se suele pensar que el duelo solo se vive
al morir una persona a la que queremos, un familiar o un amigo, pero lo
cierto es que puede darse ante todo tipo de pérdidas significativas para
nosotros. Por ejemplo, cuando nuestra salud está amenazada por una
enfermedad grave, cuando se ha deteriorado una función básica del cuerpo,
cuando perdemos un trabajo, cuando dejamos de participar en una actividad
gratificante o cuando una relación de pareja acaba. En definitiva, son
situaciones en las que debes buscar un nuevo significado antes de proseguir
con la vida en ausencia de algo que en gran parte la definía. También fuerza
una reinterpretación de quién eres, en la medida en que vas construyendo tu
identidad a partir de lo que haces día a día y las relaciones que forjas con
quienes te rodean. Si estás viviendo ahora mismo cualquiera de estos
duelos, tienes que saber que nadie tiene derecho a decirte cómo deberías
sentirte y cuándo deberías dejar de sentirte como te sientes.
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross dedicó una parte muy importante de
su vida a describir el proceso a través del cual nos adaptamos a la pérdida,
enfatizando la de la propia vida o la de las personas queridas. En su
anatomía de estos momentos, que todos habremos de visitar en un momento
u otro, diferenció varias fases por las que transitamos mientras avanzamos
hacia la aceptación. Se desencadena primero un shock, prácticamente
inmediato tras tener conocimiento de la situación. En este punto nuestros
recursos atencionales quedarían desbordados por emociones de una
intensidad tal que entorpecerían el procesamiento de la información y
dificultarían el entendimiento de la magnitud del problema. Por ello, si vas
a dar una mala noticia, debes hacerlo con extraordinaria sensibilidad,
respetando los ritmos de asimilación y siendo paciente al hablar con la
persona o personas implicadas. Por mi trabajo, a lo largo de los últimos
años he conversado con mucha gente que por desgracia se enfrentaba a
situaciones difíciles, y todavía me queda mucho por aprender sobre cómo
hacerlo del mejor modo posible. Es un arte realmente difícil de conquistar y
que requiere de toda nuestra humanidad.
En el momento en que la información accede al sistema de
procesamiento, y por tanto empieza a ser integrada, puede surgir lo que
conocemos como negación. Es aquí donde se dan las primeras resistencias a
aceptar la realidad y donde pueden elaborarse explicaciones alternativas
para ella («debe de ser un error», «esto no puede estar ocurriéndome»...). La
negación tiene mala prensa, pues retrasa el que nos pongamos en marcha
para solucionar un problema cuando todavía existen opciones de revertirlo
o mejorarlo, pero también nos ayuda a asimilar poco a poco algo que de
otra forma sería emocionalmente indigesto. Es como acercarse paso a paso,
con calma, a un abismo que se abre frente a nosotros y cuya presencia no
nos queda otra que aceptar. Eso sí, si seguimos negando la realidad durante
mucho tiempo tendremos que hacer un esfuerzo por reorientarnos
amablemente hacia el hecho y desplegar las estrategias más adecuadas, pues
de lo contrario las cosas se pondrán más difíciles. Quizá el ejemplo más
claro sea el de postergar una visita con el médico por temor a que pueda
diagnosticarnos una enfermedad grave y acabar yendo más tarde, cuando
los síntomas son insoportables y el avance de la misma mucho mayor.
Tras la negación, surge la negociación. La negociación es una etapa en la
que nos apoyamos en creencias espirituales o en la credibilidad que nos
merecen los profesionales de la salud con el objetivo de trazar un propósito
de enmienda y revertir la situación. Algunas personas religiosas rezan y
hacen pactos con Dios para seguir viviendo hasta cierto momento que
entienden como muy importante, mientras que las que no creen en seres
superiores hacen algo parecido con el equipo médico que las intenta curar.
Se trata de un punto en el que cobran relevancia las creencias íntimas y que
estimula la búsqueda de un sentido metafísico de la propia existencia, lo
que al mismo tiempo arroja luz frente a lo desconocido que se pueda
avecinar. Y es que parece que albergar un sentido de trascendencia para la
vida tiene efectos positivos cuando poco a poco se acerca el final, sea por la
creencia en un Dios o por la confianza en que todo cuanto se hace tiene un
sentido allende los límites materiales del tiempo durante el que habitamos el
mundo. Por este motivo muchas personas desarrollan algún interés en este
tipo de asuntos al final de su vida o cuando parte alguien a quien quieren.
Cuando la realidad de la situación se impone, y empieza a agravarse de
un modo aparentemente inevitable, puede surgir una fase en la que la ira se
expresa con gran vehemencia. Esta emoción es el resultado de la
frustración, entendida como la respuesta que brota al desear algo que cada
vez parece más distante y esquivo. Es habitual que en este punto del
proceso estemos irritables, que decidamos comunicarnos menos con el
entorno e incluso que nos aislemos del todo. Es un momento doloroso tanto
para quienes pasan por el proceso como para la familia, pues plantea
muchas dudas sobre qué hacer para ayudar de la mejor manera. Aquí se
suelen manifestar también síntomas de ansiedad intensos, más densos que
los que del shock inicial, y que lindan con los sentimientos de angustia de
los que te hablé al principio del libro. Debemos considerar que la ira
también se puede dirigir hacia uno mismo, expresándose como desprecio o
reproches.
Son muchos los dolientes que se culpan a sí mismos de todo lo sucedido, aun
cuando no existen indicios que sustenten esta atribución de responsabilidad.
Es clave tener en cuenta que cuando se pierde a una persona los vínculos no
se disuelven: siguen transformándose de forma constante y adquiriendo
matices de todo tipo, incluso cuando hace décadas que partió.
Los duelos son momentos clave en los que deberemos respetar las
emociones propias y las de los demás, simplemente permitiendo que sean tal
y como son, sin forzar en tiempo ni en forma.
Tanto el sentido que forjamos para nosotros mismos como el que asumimos
respecto a otros son potentes estímulos para vivir y nos motivan a seguir
haciéndolo a pesar de las adversidades.
Lo cierto es que las emociones que entiendes como difíciles, entre ellas
la tristeza o el miedo, son facetas de la vida que no sugieren debilidad ni
nada semejante. Forman parte del repertorio de experiencias que todos
podemos legítimamente sentir en distintos momentos. Comprender esto es
fundamental, pues te permitirá desarrollar una saludable autocompasión
hacia ti mismo y confrontar la adversidad desde una mejor posición.
Decirle a alguien «no llores» revela más la inseguridad de quien habla que la
inadecuación de quien escucha. Si obedeces cuando percibes la necesidad
de derramar algunas lágrimas, solo conseguirás que tus emociones empeoren
todavía más.
La tristeza no tiene nada de malo: como el resto de las emociones,
advierte de que algo importante ha ocurrido y requiere que le prestes
atención. Hay personas que se sienten más tristes al llegar ciertas estaciones
y otras incluso notan cambios en su estado de ánimo en diferentes
momentos del día sin saber ni siquiera por qué. Y es que no somos seres
que viven impasiblemente: nuestro interior está siempre bajo la influencia
de multitud de estímulos. A no ser que fluctúes hacia los extremos de la
euforia y la tristeza, o que tus vaivenes emocionales supongan obstáculos
que te impidan vivir bien, es mejor entenderlos como una parte más del
cambio que te rodea y que habita también en ti.
Dicho esto, queda por señalar un aspecto fundamental: aun siendo la
tristeza una emoción totalmente saludable, debes ser consciente de que si
cedes ante ella con frecuencia correrás el riesgo de que avance
progresivamente a estados mucho más dolorosos para tu vida emocional.
Así pues, debes valorarla como una buena consejera y dejarle su espacio,
pero sin permitir que se expanda sin control a cada segundo de cada día. En
el último bloque del libro te mostraré estrategias útiles para lograrlo.
Habiendo aclarado qué es exactamente la tristeza, debemos diferenciarla
de los trastornos del estado de ánimo, tales como la depresión mayor.
Mientras que aquella es una reacción natural y coherente en momentos de
pérdida, esta última es un problema de salud con enorme capacidad para
limitar tu calidad de vida. Además, está asociada a la anhedonia, una
palabra técnica que describe la incapacidad para sentir placer. La depresión
también puede expresarse como un enlentecimiento generalizado del
pensamiento y los movimientos, y causar tanto problemas para dormir y
comer como ideas suicidas y aislamiento.
En los momentos de estrés parece que los asuntos que nos acongojan llaman
con mayor insistencia a la puerta de nuestra vida mental, y hasta pueden
echarla abajo como una manada de bisontes.
Abrió los ojos, solo un poquito, para no desvelarse demasiado. Sobre la mesita
de noche el reloj seguía su curso inexorable. Marcaba las 03.17, una hora en la
que ya todo el mundo debía de dormir a pierna suelta. La calle estaba
completamente silenciosa, con la excepción de algún tren lejano que se dirigía a
un lugar desconocido, seguramente transportando mercancías. Aquel sonido
solía relajarle: empezaba como un zumbido, y en cierto punto llegaba a su
máxima intensidad para luego disolverse en la nada. Le gustaba imaginar a las
personas que lo conducían mientras descansaba en su cama mullida, cálida,
guarecida del frío y las inclemencias. No obstante, esa noche todo era distinto:
tenía que dormirse ya, cuanto antes, pues de lo contrario acumularía dos noches
en vela. Volvió a abrir los ojos: ya eran las 03.19.
Decidió darse la vuelta y quedarse mirando la pared, algo mucho más
aburrido que el reloj de la mesita. Intentó imaginar algo relajante. Se visualizó
andando descalza en un lugar precioso, bajo la sombra de un roble y cerca de un
riachuelo. En su mente se acercó al agua clara que discurría por él y hundió
ambos pies hasta tocar los guijarros con los dedos. Se concentró en todas las
sensaciones y, de repente, regresó un pensamiento: «¿Qué haces? A ver si vas
a dormirte más tarde de lo que deberías y mañana no te despiertas a tiempo para
la cita... A lo mejor vale la pena que te pongas a hacer otras cosas y ya lo
intentarás en otro momento». Se revolvió, respiró bastante molesta y se quedó
mirando el techo. Vio las sombras proyectándose en él... «Cierto, ¿qué hago?
Son las 03.27.» La abrumó una sensación horrible al darse cuenta de que no
había dormido nada en muchas horas, y se preguntó si eso podría perjudicarla de
alguna forma. Ya había leído mucho sobre lo que ocurre en el cerebro en estos
casos, sobre todo un artículo reciente en el que se afirmaba que dormir reducía
los productos de desecho de la actividad cerebral y servía para prevenir las
demencias. Ahora que lo pensaba un momento, últimamente le costaba
concentrarse y la memoria le fallaba...
«¡Deja de pensar, tienes que dormir!» Se sentó de un brinco en el borde de la
cama y se agarró la cabeza entre las manos. Inspiró y espiró, pero no de manera
relajada. Estaba irritada, enfadada y harta. También tenía hambre, pero sabía
que comer a esa hora no le serviría de ayuda. Lo intentó una vez más, tapándose
hasta la cabeza. «Uf..., no puedo respirar.» Lo que quedaba de noche pasó como
una estampida: cientos de pensamientos contradictorios bombardearon su mente
y se estamparon frenéticamente unos con otros, estallando en frases repetitivas
sobre sus preocupaciones cotidianas. Al final, a través del velo de sus párpados,
adivinó los primeros rayos del sol.
LA DESESPERANZA: EL FUTURO OSCURO
Era un chico guapísimo, tanto tanto que Mireia no podía creer que tuviera algún
interés en ella. En realidad todavía no se habían conocido en persona, pero eso
era algo que se solucionaría esa misma noche. ¡Qué nervios! Llevaban ya
bastante tiempo insistiendo en que sería fantástico verse, en especial porque
ambos vivían en la misma ciudad y en las muchas horas de conversación
telefónica que habían compartido había quedado muy claro que tenían un
montón de cosas en común. Se gustaban mucho. A los dos les encantaban los
bailes de salón y los animales, habían trabajado como voluntarios en refugios
diferentes y tenían mascotas que estarían encantadísimas de ser buenas amigas.
Todo parecía perfecto, como si un guionista de cine hubiera escrito cómo sus
vidas se hallaban a punto de colisionar..., pero aun así se sentía intranquila.
Había pasado la mañana con tanta angustia que no había salido más de cinco
minutos del baño, y empezaba a preguntarse si sería buena idea enviarle un
mensaje de texto y fingir que se encontraba mal. Seguramente lo entendería,
pues era alguien comprensivo, pero sería una forma pésima de empezar la
relación. Si es que... ¡ya estaba construyendo castillos en el aire pensando en
«una relación»!
Se miró en el espejo. De cerca, de lejos. De frente, de perfil. Hacía apenas un
par de días que un grano inoportuno había aparecido en la punta de su nariz y
todavía podía verse la sombra oscura que había dejado. Era un tema
especialmente peliagudo. Para Mireia su nariz era, con seguridad, la parte que
menos le gustaba de sí misma. Había ideado todo un sistema de espejos y
ángulos con los que verse de lado y siempre que lo hacía sentía un repentino
horror. Lo que veía allí no le gustaba. Solía consolarse pensando en lo que
algunos decían: que todos solemos vernos raros en el espejo. Pero ella no se
veía rara, qué va: se veía francamente horrible. El puente era demasiado
pronunciado para su gusto y formaba un ángulo un tanto exótico, seguramente
resultado de un accidente que sufrió hace un montón de años con el columpio de
un parque. Además, el grano, ese maldito grano... era como un puntero láser que
gritaba: «¡Eh, estoy aquí, mírame bien!». Este defecto físico ya le había jugado
malas pasadas antes, hasta el punto de impedirle salir con amigas a más de un
lugar, pues en secreto pensaba que era la acompañante fea que debe haber en
todos los grupos para darles una razón de ser. Ahora, incluso era un monstruo
peor.
Miró el teléfono, lo cogió y lo volvió a dejar en el sitio. Ni el mejor maquillaje
del mundo disimularía aquello. Vaciló un poco. Al final buscó el nombre de aquel
chico y le envió un mensaje corto: «¿Estás?». Pocos segundos después vio que
estaba conectado, que leyó lo que le había escrito y que le respondió junto a
varios emojis: «Sí, y con muchísimas ganas de verte».
El suicidio es uno de los problemas más trágicos a los que nos enfrentamos
como sociedad. Se aborda muy poco en los medios de comunicación,
amparándose en la creencia obsoleta de que hablar sobre él aumenta el
riesgo de que suceda. La mayoría de las veces la conducta suicida no ocurre
como un acto aislado, impulsivo e imprevisible, sino que se va fraguando
sibilinamente mediante ideas pesimistas sobre la falta de sentido que acaban
por dominar cada segundo de cada día. Y aunque lo más habitual es que
quien las vive advierta a los más allegados de sus emociones y de su
intención, desgraciadamente puede no ser creído o incluso ser señalado
como un manipulador.
Las personas que finalmente deciden quitarse la vida suelen enfrentarse
primero a dificultades ante las que no pueden responder del modo que
querrían. En ningún momento esto es un indicio de debilidad ni mucho
menos de cobardía, pues las circunstancias que conducen a este punto son
tan profundamente únicas que no hay lugar para opiniones genéricas ni
reduccionistas. Entender por qué una persona llega a este punto requiere
una extraordinaria empatía y un enorme autocontrol emocional, algo que en
los últimos años ha venido a llamarse ecpatía (sí, con «c»). Recuerda que
sin ese autocontrol todas las ventajas de ser empático pueden irse al traste, e
incluso volverse directamente un rasgo contraproducente para ti, pues
acabarías contagiándote de los sentimientos difíciles de los demás.
Lo más habitual es que al final de este sinuoso sendero las experiencias
internas difíciles se extiendan hasta apoderarse de todo. Empiezan siendo
pequeñas, casi indetectables y en apariencia poco preocupantes, pero en
algún momento se convierten en una pesada losa de la que no es sencillo
desprenderse.
Algo fundamental que siempre debes tener en cuenta: si alguna vez te sientes
tan mal que acabas pensando en poner fin a todo, lo mejor será encontrar a
alguien que pueda prestarte tiempo para escucharte.
EL TRASTORNO DE PÁNICO
Abrió el libro por la página 37, tal y como la profesora acababa de señalar. No era
una asignatura que le gustara demasiado, por lo que las clases transcurrían
lentamente, como si reptaran en un lodazal. A veces dejaba la mirada clavada en
el reloj de la pared y se evadía observando cómo sus manecillas se movían en
pequeñísimos saltos, con la cadencia de segundos que se antojaban una
eternidad. Cada vuelta completa era una victoria contra el hastío que lo
consumía. En otras ocasiones miraba por la ventana, fascinado ante las idas y
las venidas de quienes paseaban por la calle, ajenos a la libertad de la que
podían disfrutar. A aquella hora la ciudad estaba vetada para adolescentes como
él, que debían permanecer en el instituto incluso en contra de su voluntad. Se le
hacía raro pensar que el mundo continuaba girando allá fuera. Recordó alguna
ocasión en la que tuvo que ausentarse del colegio por citas con el médico u otros
compromisos parecidos. Cuando ocurría, andaba por las calles como si fuera un
astronauta deambulando por un planeta inhóspito.
Lo cierto es que, desde hacía semanas, se sentía abrumado. No le apetecía
hacer las tareas que le exigían en el instituto y tampoco sabía demasiado bien
hacia dónde encaminaría sus pasos cuando todo aquello acabara. Sus padres
esperaban de él que fuera a la universidad, pues no en vano había obtenido
calificaciones excelentes toda su vida y consideraban equivocadamente que
cualquier otra opción sería un desperdicio de su talento. Pero los últimos
boletines de notas amenazaban con un suspenso inminente, lo que lo acercaba
peligrosamente a su primer fracaso. Mentiría si dijera que no le preocupaba cómo
reaccionarían sus padres al enterarse de que su hijo no era tan brillante como
creían, de que últimamente pensaba más en los amigos que en las ecuaciones o
en las conjugaciones de verbos. Los imaginaba con un gesto grave, negando con
la cabeza mientras sus ojos se desplazaban incrédulos sobre el papel que
certificaba la caída en desgracia de su hijo perfecto. Y a veces, en los momentos
en que se distraía como lo hacía en aquel instante, acababa sintiéndose culpable
y con una sensación de pesadez que le oprimía el pecho. ¿Por qué no podía
centrarse en lo realmente importante? Debía encontrar la manera de aterrizar en
la realidad, ponerse a estudiar y olvidarse de las fantasías que nublaban su juicio.
Tomó aire y el zumbido en que se habían transformado las palabras de la
profesora adoptó una forma reconocible para sus oídos. Hablaban de la
Revolución francesa y sobre su impacto en el mundo actual. El silencio, por lo
demás, era absoluto... Observó al resto de sus compañeros, en apariencia
concentrados en la lección, y se preguntó por qué era incapaz de actuar como
ellos. Imaginó el instante en que empezaran a repartir los exámenes y el titubeo
de la profesora antes de dejar caer el suyo con un perfecto cero en el margen
superior derecho del folio. También ella, que ya le había impartido otras
asignaturas en el pasado, alucinaría con su declive. Pero ¿cómo podría arreglar
las cosas? Su mente tiraba de él hacia una dirección, pero su corazón lo hacía en
la contraria.
Mientras permanecía inmerso en aquellos pensamientos, advirtió que su
corazón se aceleraba y retumbaba contra las sienes con tanto vigor que parecía
latir en el interior de su cabeza. Con cada palpitación su visión parecía nublarse
más y más, hasta el punto de que la luz temprana que entraba por la ventana se
le hizo insoportable. Parecía que alguien estuviera proyectando un foco
potentísimo desde el otro lado, inundando el aula de blanco radiante. Apoyó las
temblorosas manos sobre la mesa y notó cómo su humedad las mantenía
ligeramente pegadas a la madera. Todo ocurrió de repente y parecía agravarse
por momentos. ¿Estaba sufriendo un ataque o perdiendo la cabeza? El terror que
brotó ante esta idea aceleró su respiración, y en un arrebato desesperado se
puso en pie, como quien reacciona ante el peligro de asfixiarse. Todo su cuerpo
oscilaba, como si estuviera en un barco a la deriva. O quizá fuera el aula, que no
paraba de dar vueltas. De repente se hizo el silencio.
«¿Julián? ¿Qué ocurre?», preguntó la profesora. Escuchó el sonido de las
sillas moviéndose alrededor, pero apenas podía distinguir nada. El mundo y él
mismo parecían contaminados de irrealidad, una sensación perturbadora que
nunca había experimentado. Se vio invadido por un horror profundo, por un dolor
punzante que se clavaba en su pecho como un puñal. Y sintió el vértigo de caer a
un abismo sin fondo.
LA AGORAFOBIA
LA ANSIEDAD SOCIAL
El miedo a la mirada de los demás
Las personas con ansiedad social temen sobre todo aquellas situaciones
en las que podrían ser juzgadas. Más allá de lo que suele pensar mucha
gente, la ansiedad social no tiene nada que ver con la incompetencia social,
ya que un porcentaje muy importante de quienes la sufren dispone de las
habilidades necesarias para comunicarse con éxito. Lo que realmente
importa en estos casos son los pensamientos sobre la propia inadecuación,
cuyas raíces pueden ser distintas a la experiencia individual de fracaso
social. Los mensajes negativos de la familia o de los profesores, las
experiencias de errores aislados o la inseguridad respecto a quiénes somos
pueden estar en la base. En el caso de que padezcas esta forma de ansiedad
es muy importante que sepas que probablemente tienes todo lo necesario
para poder relacionarte de la forma en que te gustaría hacerlo, pero que por
algún motivo existe un obstáculo emocional más o menos grande que de
momento te lo impide.
En la ansiedad social también es frecuente una anticipación aprensiva,
que adquiere la forma de expectativas pesimistas sobre cómo actuamos ante
los demás («van a darse cuenta de que estoy nerviosa», «voy a hacer el
ridículo y todos se darán cuenta» o «me quedaré totalmente en blanco y
pareceré tonto») y que se acompañan de emociones difíciles. Estas
predicciones pueden extenderse días, semanas o meses antes de que llegue
el momento temido, lo que acaba siendo un periodo muy angustioso en el
que pueden vivirse imágenes recurrentes de cómo se cree que serán las
cosas.
Si padeces ansiedad social y te encuentras inmerso en la situación
temida, orientas la atención en exceso hacia cómo te sientes, lo que
amplifica las sensaciones fisiológicas propias de la ansiedad. Las más
temidas son el rubor, el sudor y el temblor (los tres «ores»), pues son
difíciles de ocultar a la mirada ajena y hacen más que evidente que estás
pasando un mal trago. Esto se suma al hecho de que a menudo juzgas tu
rendimiento con dureza, mucho más de lo que lo hacen los demás cuando te
ven pasarlo realmente mal. Además, algo curioso es que si tienes la
oportunidad de verte a ti mismo con posterioridad (porque alguien te grabó
en vídeo o porque tu terapeuta utilizó esta técnica) eres capaz de valorarte
de una manera más equilibrada, y darte cuenta de que quizá habías
interpretado mal algún detalle y que en realidad no fue tan catastrófico
como parecía. Esto puede ser especialmente útil en la psicoterapia y ayuda
muchísimo a contrastar los pensamientos distorsionados sobre las
situaciones con la realidad de los hechos.
No olvides que todos sentimos algo de ansiedad al exponernos a
situaciones donde se nos está juzgando, pues durante la evolución de
nuestra especie el rechazo social podía implicar una fatal pérdida de apoyos
en momentos de necesidad. Es, por tanto, un miedo adaptativo. También es
cierto que las propias experiencias vividas, y el énfasis que nuestra actual
sociedad pone en las apariencias, también contribuyen de forma relevante a
esta forma de ansiedad.
LA ANSIEDAD GENERALIZADA
De preocupación en preocupación
Se dejó caer sobre la cama, abrumada. Había sido un día largo, ya que había
tenido que hacerse cargo de muchísimas tareas que tenía pendientes desde
hacía tiempo y no parecía que la situación fuera a mejorar a corto plazo. Su
agenda estaba repleta de pósits y papelitos entremezclados con las páginas, con
anotaciones aquí y allá, recordatorios de todo tipo de responsabilidades que iban
acumulándose irremisiblemente. Cuando acababa una brotaban, como setas,
tres más. Sabía que únicamente ella se anticipaba lo suficiente a los problemas
para resolverlos antes de que sus consecuencias fueran irreversibles. Si hubiera
tenido tiempo para pensar en ello habría sentido sobre sus hombros una
responsabilidad extrema, un lastre que cada día le pesaba más pero que no se
atrevía a soltar. Con el transcurso del tiempo había aprendido que solo cuando se
concentraba en sus problemas era capaz de resolverlos, y cuando intentaba
relajarse (yéndose de vacaciones) le invadía la sensación de que cualquier
desgracia podía sobrevenirle a ella o a sus seres queridos.
A primera hora de la mañana empezaba su retahíla de actividades. Las tenía
todas bien anotadas para no olvidar nada importante, si es que acaso había algo
que no lo fuera... A mediodía todavía permanecía vigilante, comprobando
concienzudamente que la lista se había completado con éxito. Solo cuando el sol
empezaba a declinar en el horizonte podía dedicar su tiempo a preocuparse por
lo que tendría que hacer a la mañana siguiente. Sea como fuere, siempre había
algo que requería su atención.
Desde hacía algunas semanas le rondaba la cabeza que sus dolores podrían
ser importantes, ya que empezaban a extenderse desde las cervicales hasta la
zona lumbar y en cierto punto parecían invadirla por completo, desde la cabeza
hasta los dedos de los pies. Tampoco sabría bien cómo describirlos ni creía
disponer del tiempo suficiente para acudir a su médico y someterse a pruebas
diagnósticas. Los problemas digestivos persistentes y el cansancio con el que
llegaba al final del día también eran un recordatorio constante de que quizá debía
cuidarse un poco más. Pero ¿quién se haría cargo de todo si no lo hacía ella?,
¿no se desmoronaría su mundo tan pronto como apartara la vista? Aprendió que
debía siempre anticiparse, mantener la mente ocupada en lo que pudiera ocurrir
a medio y a largo plazo, pues solo así dispondría de algún margen para
solucionarlo en caso de necesidad.
Entornó los ojos y observó el techo blanco de la habitación, inmaculado,
como un lienzo por el que desfilaban pensamientos tan invasivos como
familiares. ¿Cuánto tiempo podría seguir de esa manera, viviendo una vida
imposible? Suspiró y se acomodó en el colchón. Cinco minutos nada más. El
tictac del reloj, que llegaba a sus oídos desde la cocina, se le antojó una
amenaza silenciosa.
EL ESTRÉS POSTRAUMÁTICO
Como cada mañana, Silvia recorría el camino desde su casa hasta la oficina
absorta en todo tipo de pensamientos. Habían sido días difíciles para la empresa
en la que trabajaba, y sobre la mesa de su despacho empezaba a acumularse un
sinfín de expedientes que debía revisar con urgencia. A su alrededor la ciudad
rugía en el estrépito incesante de lo cotidiano: el ruido de los cláxones se
estrellaba contra las aceras y cientos de personas deambulaban mecidas por la
rutina. Parecía que unos raíles invisibles, hechos de responsabilidades y
obligaciones, guiaban a los transeúntes hasta sus inevitables destinos.
Se detuvo justo al llegar al borde de la acera, levantó la cabeza y miró a
derecha e izquierda. Los coches empezaban a enlentecer su ritmo ante la luz
ámbar del semáforo, como una manada de rinocerontes de metal. Junto a Silvia,
una docena de peatones avanzó por el paso de cebra.
Lo cierto es que fue todo demasiado rápido. Al principio el sonido parecía
proceder de algún lugar lejano, quizá del otro extremo de la ciudad, pero en
pocos segundos la alcanzó con una violencia extrema. Un golpe seco, el sonido
de cristales esparciéndose en el asfalto y un grito anónimo. Inmediatamente
después, el silencio. Uno lúgubre y ominoso. No sabría calcular cuánto rato había
transcurrido ni tampoco recordaría con demasiado detalle lo sucedido algún
tiempo después. A partir de ese momento el mundo se instaló en una bruma de
pesadillas, entre el ruido de sirenas y metal.
En el momento en que volvió en sí, notó que a su alrededor se arremolinaban
rostros sin nombre, que la observaban con una mezcla de curiosidad y pánico.
Aunque en un principio pensó que su alma estaba desprendiéndose del cuerpo,
enseguida comprobó que en realidad un par de sanitarios la estaban llevando en
camilla hasta una ambulancia cercana. En aquel doloroso trayecto pudo ver que
otros no habían tenido tanta suerte como ella: una hilera de sábanas blancas
ocupaba el margen de la calzada.
Abrió los ojos y dejó escapar un grito ahogado. Estaba muy confusa, tanto
que ni siquiera sabía con seguridad dónde se encontraba. Tardó algún tiempo en
reconocer su habitación, que se hallaba a salvo, guarecida por sábanas calientes
en una fría noche de invierno. De nuevo, aquel recuerdo horrible se había colado
en sus sueños. Aunque todo su cuerpo temblaba, intentó dormirse otra vez,
hipnotizada por la lluvia que se deslizaba tras el cristal de su ventana.
EL TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
Uno, dos, tres. Julián abrió y cerró la puerta de su casa tres veces, como cada
mañana, hasta que el último de los portazos resonó en el aire con un estruendo
convincente. Como de bien cerrado. Se alejó andando casi de espaldas hasta el
ascensor tratando de retener en su memoria aquella imagen, a la que podría
acudir durante el día si se le planteaba la peregrina idea de que hubiera podido
dejar la puerta entornada o simplemente abierta de par en par. Alguna vez pensó
incluso en hacer una fotografía de la escena, pues el teléfono la almacenaba con
el día y hora en que se había tomado. Sería una prueba convincente, irrefutable,
que asfixiaría sus temores y lo dejaría vivir en paz.
Era una mañana tranquila, con un cielo límpido que anunciaba la llegada de
la primavera. Como tenía un trayecto largo hasta el trabajo, solía aprovechar
aquellos minutos para organizar todas las tareas que debía enfrentar a lo largo
del día: informes pendientes, clientes a los que llamar o nuevas oportunidades de
negocio. Cuando hubo andado un par de manzanas, se vio atropellado por un
pensamiento automático, una de aquellas obsesiones que solían enturbiar su
mente: ¿habré dejado los fogones encendidos? Justo después, como eslabones
de una cadena pesada e irrompible, se sucedieron un montón de imágenes
horribles y perturbadoras: la casa ardiendo, los vecinos observando las llamas
desde la acera con cara de asombro y los bomberos derribando la puerta y
sofocando el fuego. Trató de recuperar la imagen de los mandos apuntando a las
doce en punto, y lo logró. No obstante, ¿y si aquella imagen de su fogón no era
realmente reciente?, ¿y si quizá se escondía en algún rincón sórdido de su
memoria y había asomado a la conciencia solo para tranquilizarlo?
Se detuvo en seco. Su cabeza era un torbellino de dudas y desesperación,
incluso notaba el sonido de la sangre aplastándole las sienes. Quizá aún podría
deshacer la distancia recorrida, abrir y cerrar la puerta (un, dos, tres), comprobar
que todo estaba como debía estar en la cocina, abrir y cerrar la puerta (un, dos,
tres) y rehacer sus pasos hasta volver al punto en el que se encontraba. Echó un
vistazo rápido al reloj: las 9.17. Con el ritmo acelerado y el aliento entrecortado
emprendió el camino de vuelta a casa, resignado, preguntándose qué pensarían
los vecinos si lo encontraban yendo y viniendo por las calles como un pollo sin
cabeza. Con el corazón en un puño, oteando el horizonte en busca de alguna
columna de humo que corroborara sus temores, alcanzó nuevamente el punto de
partida. Abrió la puerta (un, dos, tres) y corrió por el pasillo hasta llegar a la
cocina.
Prefirió quedarse en el umbral, para no tocar nada en caso de que todo
estuviera bien. No podía arriesgarse a dejar la llave del gas abierta por descuido.
Desde allí aguzó la vista para comprobar que no había ningún problema, al
menos en apariencia. Todos los mandos marcaban las doce en punto. Suspiró
profundamente y la tensión abandonó su cuerpo. Se trataba de un alivio familiar
por tantas otras ocasiones en las que, como aquella, había salvado su hogar de
una destrucción inminente. Consciente de que iba apurado de tiempo, enfiló otra
vez el camino hacia la oficina, cerrando la puerta de casa (un, dos, tres) y
preparándose para afrontar sus responsabilidades cotidianas.
Al llegar al trabajo la jefa lo reprendió con un gesto desde la distancia,
golpeteando con el dedo índice la esfera de cristal de su reloj de muñeca. Julián
se disculpó tímidamente, con una mueca y una sutil elevación de hombros. Se
sentó frente a su ordenador y comprobó los papeles que se apilaban,
ordenadamente, sobre la mesa. Y justo en aquel instante, mientras organizaba
unos documentos importantes, lo asaltó de nuevo otro pensamiento. Parecía que
había estado agazapado en la maleza de sus distracciones mentales, preparado
para lanzarse sobre él en el momento más inoportuno: «¿Habré cerrado la puerta
de casa (un, dos, tres)?». Trató de recuperar la imagen de la puerta cerrada, del
sonido convincente del portazo, de sus pasos hacia el ascensor. Y lo logró, por
supuesto que lo hizo. Pero... ¿y si todo aquello solo era una recreación de su
primera salida de casa, pero no de la segunda?, ¿y si con el alivio de los fogones
apagados y las prisas se había descuidado? Aquel pensamiento dio paso a
muchos otros: unos encapuchados hurgando entre sus pertenencias, la
desolación de su salón completamente vacío. De nuevo su corazón se aceleró,
presa de una ansiedad intensa y desbordante.
LA ANSIEDAD DE SEPARACIÓN
Es fundamental hacer cambios en las dinámicas del día a día que atajen y que
te permitan resolver la situación, lo que suele suponer adaptaciones en el
estilo de crianza y en la forma en la que emites refuerzos para la conducta del
menor.
LA ANSIEDAD NO ES TU ENEMIGA
Una de las ideas cruciales que debes entender antes de enfrentarte a la
ansiedad es que no es, en absoluto, tu enemiga. Se trata de una respuesta
natural al exponerte a situaciones inciertas, al anticipar que algo malo pueda
ocurrirte en el futuro o al sentirte desbordado por un problema o un cúmulo
de problemas, y como tal es una experiencia legítima que te dejaría
desprovisto de algo fundamental en el caso de que la desterraras de tu vida.
La ansiedad solo se debe valorar como un trastorno cuando socava tu
calidad de vida o cuando coarta tu libertad o tu capacidad para implicarte en
actividades personalmente significativas. En tal caso, deberás buscar ayuda
para vivir armónicamente con ella. En cualquier otra circunstancia, la mejor
opción es abrazarla como una más de tus vivencias, cediéndole el espacio
que le corresponda entre aquellas que entiendes como legítimas.
Algunas personas son muy sensibles a la ansiedad, y juzgan como
insoportable cualquier atisbo de ella, por pequeño que sea. Así,
experimentan las sensaciones que la acompañan como dramáticas e
indicativas de que algo peligroso está ocurriéndoles, sin detenerse a
reinterpretarlas o a indagar en su posible causa y significado. Esto motiva
una lucha constante por escapar, que redunda en una hipervigilancia hacia
el propio cuerpo y hacia toda situación que se crea que pueda disparar los
síntomas.
LA ANSIEDAD PARADÓJICA
Si mantienes el uso del medicamento durante mucho tiempo, los efectos que
notabas al principio se diluirán poco a poco hasta desaparecer, y deberás
aumentar la dosis para obtener el mismo resultado o incluso cambiar a otro
compuesto con una vida media distinta.
Este es uno de los motivos por los que jamás debería usarse un
ansiolítico más allá del tiempo prudencial, y que en cualquier caso su
prescripción debería combinarse con otras estrategias de intervención,
fundamentalmente la psicoterapia.
Otro problema que hay que tener en cuenta cuando se consumen estos
medicamentos es la probabilidad de que puedan provocar dependencia, la
cual se expresa como una necesidad de recurrir al fármaco para vivir con
normalidad o como la aparición de malestar cuando se está algo de tiempo
sin usarlos. Al igual que ocurría con la tolerancia, la dependencia es mucho
más probable si se mantiene el medicamento durante muchos meses o
incluso años.
En definitiva, el uso de los ansiolíticos debe acogerse a una serie de
normas muy estrictas: tomarlo solo cuando es totalmente necesario y
durante un tiempo prudencial, optar por la mínima dosis eficaz y retirarlo
progresivamente. Además, jamás ha de combinarse con bebidas alcohólicas,
pues podría ser muy peligroso (sus efectos se suman y aumenta el riesgo de
sobredosis). En el caso de personas mayores puede haber complicaciones
por cómo sus cuerpos metabolizan el compuesto (mareos, pérdida de
equilibrio, caídas...), y son necesarias, por tanto, precauciones
excepcionales.
Dicho esto, te invito a conocer algunas de las técnicas más útiles para
controlar tu ansiedad.
14
LA RESPIRACIÓN DIAFRAGMÁTICA:
CONTROLANDO EL NERVIOSISMO
Todas las personas que tienen experiencia con la ansiedad, y sobre todo con
las crisis de pánico, coinciden en que la respiración acelerada es uno de sus
síntomas más comunes y molestos. Otra cuestión importante es que, con
mucha frecuencia, las personas que padecen trastornos ansiosos respiran de
forma superficial en su día a día. Si te fijas en la anatomía de los pulmones
te darás cuenta rápidamente de dos de sus peculiaridades: la primera es que
en su interior cabe más aire del que habitualmente introducimos al inspirar,
y la segunda es que la distribución de los capilares está más concentrada en
su parte baja. Quienes respiran superficialmente suelen hacer inspiraciones
ligeras, rápidas e incompletas, por lo que su sistema respiratorio no explota
al máximo el propósito fisiológico para el que fue concebido: introducir
oxígeno y expulsar dióxido de carbono. Este patrón de respiración hace que
nos encontremos en una situación de vulnerabilidad ante la aparición de
episodios agudos de ansiedad, como los ataques de pánico, pues estos
suelen ocurrir en momentos especialmente estresantes en los que el cuerpo
se halla en tensión. Además, debes tener en cuenta que el hábito que
adquiriste en torno a cómo inspiras y espiras puede ser un obstáculo en el
proceso de aprender a relajarse. Si estás habituado a respirar mal, al hacerlo
correctamente puede que al principio te marees o que percibas sensaciones
molestas en las extremidades. Si esto te ocurriera, lo recomendable sería
interrumpir temporalmente el ejercicio y recuperarlo, con paciencia y plena
disposición, en otro momento. Si el impedimento perdura, lo mejor es, por
supuesto, que consultes a un profesional de la salud mental que pueda
orientarte.
También puede ocurrir que en el momento en el que te inicies en la
práctica de la respiración profunda, o diafragmática, notes un
empeoramiento de las sensaciones de ansiedad que te solían preocupar.
Suele ser algo bastante inesperado, pues al fin y al cabo estás relajándote,
pero tiene una explicación sencilla: es posible que durante los años
conviviendo con la ansiedad acabes relacionando ciertas sensaciones
corporales inofensivas con la inminente aparición de un ataque de pánico,
de forma que cuando las notes se dispare enseguida una interpretación
catastrófica que aumente tu nerviosismo y nutra el ciclo hasta sus últimas
consecuencias. Dado que la práctica de la relajación puede hacerte
súbitamente consciente de cómo funciona tu cuerpo, si tienes una
concepción equivocada de su lenguaje acabarás poniéndote nervioso y con
más problemas de los que tenías antes de empezar.
PRIMERA PARTE
Tumbado sobre una superficie firme o una silla cómoda, coloca tus manos en la posición
que he comentado unas líneas atrás: la dominante sobre el abdomen y la no dominante
sobre el pecho. Deberás reducir la luz y el ruido al mínimo posible, y puede ser interesante
que dediques al menos unos minutos a tareas tranquilas que te resulten agradables. Si
aprovechas la noche para relajarte, algo muy común, lo mejor será que durante las últimas
horas solo hayas utilizado una iluminación indirecta y que hayan pasado como mínimo dos
horas desde que cenaste. Como puedes comprobar, son recomendaciones parecidas a las
que se ofrecen para cuidar la higiene del sueño, el principal método para combatir el
insomnio (por encima de los fármacos con propiedades hipnóticas).
SEGUNDA PARTE
Tus manos, que estarán sobre el pecho y el abdomen, te servirán como guía
en todo el proceso: al inspirar tu tripa subirá y al espirar bajará. El pecho
permanecerá tan inmóvil como sea posible. Es suficiente con repetir esta
rutina cinco o seis veces en situaciones diferentes a lo largo del día.
Una de las mayores críticas que suele recibir la respiración diafragmática es que
impone una excesiva presión sobre un proceso —respirar— que debe fluir de manera
natural. Por este motivo, algunos especialistas piensan que una alternativa todavía mejor
sería centrar simplemente la atención en la respiración, a la forma en que nutre el cuerpo,
pero sin modificar su ritmo. Sea como fuere, lo mejor siempre será que tú mismo pruebes
una y otra posibilidad, de modo que elijas la que se ajuste mejor a tus características y
necesidades.
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Empezarás cerrando los ojos. Busca un lugar cómodo, sentado o tumbado, dejando que tu
cuerpo se relaje lo máximo posible. A continuación iniciarás una serie de rutinas que
repetirás dos o tres veces en cada caso, dejando un descanso de diez a quince segundos
entre ellas. Dividiremos las rutinas en cuatro grupos, según la zona implicada: cara /cuello /
hombros, brazos, piernas y tórax / abdomen / espalda. Al principio lo aplicaremos a un total
de dieciséis grupos musculares, pero a medida que vayas teniendo más experiencia
podrás ir reduciéndolos hasta cuatro, lo que te permitirá hacerlo en situaciones variopintas
sin la necesidad de dedicarle demasiado tiempo. Es algo que primero requiere práctica, por
supuesto, así que empezaremos con la versión completa. ¡Vamos allá!
Cuando llegues hasta este punto revisa mentalmente, una por una, todas las zonas con
las que has estado trabajando hasta el momento. Se trata de un recorrido mental cuyo
propósito es hacerte consciente de cómo tu cuerpo se ha relajado completamente, y cómo
ahora parece que simplemente descansa sin atisbo de molestias. Tras este breve viaje, al
cual podrás dedicar el tiempo que consideres conveniente (pueden ser dos o tres minutos,
por ejemplo), pasaremos a la siguiente sección del ejercicio. Concretamente, a relajar los
brazos y las piernas.
Orienta la atención a los brazos y las manos, a ambos lados del cuerpo. Según la
posición en que estés se hallarán en contacto con los muslos o con las rodillas
(sentado), o con la cama (tumbado), extendidos paralelamente respecto al tronco.
Ahora es cuando llega el momento de relajarlos. Sin moverlos de donde estén,
aprieta los puños y ténsalos, sintiendo cómo la sensación se extiende por las manos,
los antebrazos y los bíceps. Mantén esta tensión unos segundos y justo entonces
expulsa todo el aire mientras dejas que los músculos reposen libres de toda carga
(recuerda: siempre debes soltar de golpe los músculos, no poco a poco). Lo más
importante, como ya sabes, es deleitarte en cómo varían las sensaciones al transitar
de un estado a otro, aprender a identificar las diferencias y a disfrutar de lo que
espontáneamente pueda ocurrir. Repite el movimiento una o dos veces más,
dedicándole tanto tiempo como necesites.
Vamos acercándonos al final del ejercicio. Llega el momento de relajar tanto las
piernas como los pies, extremidades que soportan el peso de nuestro cuerpo a lo
largo de todo el día y que requieren de nuestro cuidado. Al igual que ocurría con los
brazos, el ejercicio variará en función de si estás sentado o tumbado. En el supuesto
de que estés sentado, los pies deberán reposar planos sobre el suelo y con las
piernas sin cruzar, por lo que solo habrás de mantener el talón exactamente donde
está mientras levantas las puntas de los dedos hacia arriba, como si quisieras
acariciarte las espinillas con ellos. Si estás tumbado, deberás levantar los dedos de
los pies como si apuntaras hacia donde está tu cabeza. Sea como fuere, debes
percibir la tensión acumulándose en las pantorrillas y los muslos sin forzar
demasiado, pues de lo contrario podrías tener calambres u otras molestias similares.
Al acabar, simplemente expulsarás el aire y dejarás las piernas completamente
relajadas. Puedes repetir una o dos veces más.
De nuevo, nos detendremos un momento para repasar mentalmente todas las partes
de la cara, los brazos y las piernas, que se encontrarán ahora plenamente relajadas y
despojadas de tensión o malestar. Dedica unos minutos a simplemente disfrutar de estas
sensaciones y a respirar de un modo tranquilo y relajado, combinando las técnicas de
respiración que ya has aprendido. Entonces, cuando lo consideres oportuno, podrás
continuar con la última de las fases.
Por último, vas a relajar la espalda. Se trata de una estructura compleja desde un
punto de vista anatómico, y también susceptible de padecer dolor en circunstancias
diversas, sobre todo como resultado de hábitos posturales inadecuados o de
lesiones. De hecho, se trata de una de las molestias físicas que más habitualmente
padece la población en general, y también quienes sufren de ansiedad. Por
supuesto, es una parte del cuerpo particularmente sensible, por lo que deberás tener
cuidado al hacer el ejercicio. Primero inspira profundamente a través de la nariz
mientras empujas con ambos codos el respaldo de tu asiento o el colchón, curvando
ligeramente la espalda hacia el interior (el pecho se extenderá sutilmente hacia
fuera), y mantén la tensión durante unos segundos sin forzar la postura. Tras esto,
expulsa el aire por la boca y deja que los brazos y la espalda vuelvan a su posición
original, permitiendo que esta última pueda relajarse. Disfruta de la calma y quietud
que se extiende ahora por tu espalda, y repite una o dos veces más.
Con el mindfulness no solo percibes mejor lo que está pasando, sino que
también puedes aprender a identificar con más precisión los componentes de
tu experiencia para valorarla de un modo mucho más ajustado, manteniéndote
siempre próximo a la realidad.
PRINCIPIO 3: LA ACEPTACIÓN
Es algo similar a lo que sucede cuando, por la presión del tiempo, nos
forzamos a dormir una noche en la que el sueño se nos resiste. Esta
imposición acabará traduciéndose probablemente en una nueva noche en
vela, pese a que permanecer sin dormir pueda tener un impacto
extraordinario sobre lo que habremos de hacer cuando despunte el sol.
PRINCIPIO 6: LA ACTITUD DEL PRINCIPIANTE
PRINCIPIO 7: LA BONDAD
Más allá de las diferencias entre quienes habitamos la Tierra, todos tenemos
el mismo derecho a disfrutar de lo que pueda ofrecernos. Esta visión, que vela
por proteger el equilibrio entre seres vivos (y en particular entre humanos), es
el eje central alrededor del cual orbita el principio de bondad.
Empieza buscando un lugar que te sea agradable en todos los sentidos y adoptando una
postura cómoda. Las piernas no deben cruzarse en ningún momento, y en el caso en que
optes por hacerlo sentado (que es lo más frecuente), deberás plantar firmemente los pies
en el suelo. Las rodillas son el mejor lugar en el que reposar las manos, con las palmas
hacia abajo y en contacto directo con la ropa o la piel. La espalda debe permanecer recta
pero no forzada, evitando curvaturas incómodas e innecesarias, y la cabeza se sostendrá
con firmeza sobre los hombros (en una posición que te transmita dignidad). Recuerda que
es necesario retirar las prendas de vestir que pudieran incomodarte, como los cinturones o
el calzado, si es que acaso oprimen tu abdomen o tus pies. Si notas la necesidad de acudir
al baño es conveniente hacerlo antes de iniciar el ejercicio. Ahora sí: con todo preparado,
cierra los ojos y practica uno de los ejercicios meditativos centrales del mindfulness.
En primer lugar atenderás al fluir de la respiración tal y como es ahora mismo, sin
reparar en si es demasiado lenta, rápida, profunda o superficial. Simplemente te limitarás a
observarla con curioso detenimiento, rompiendo el automatismo inconsciente en que suele
discurrir. Aprecia el ritmo y la cadencia con mirada compasiva, y déjate llevar por todas las
sensaciones que te invadan al inspirar y al espirar. Por ejemplo, dirige tu atención a la
temperatura y humedad del aire cuando entra y sale de tu cuerpo, notando las diferencias y
matices entre ambos momentos. Quizá te des cuenta de algo realmente curioso, que pocas
veces advertimos en el día a día: justo en el instante en que la inspiración cesa y comienza
la espiración, se produce una breve pausa, como un paréntesis. Es sutil y requiere
atención. De la misma forma, podrás también profundizar en cómo tu cuerpo cambia
levemente de postura cada vez que lo llenas y vacías: los hombros se elevan de forma casi
inapreciable y el abdomen o el tórax se expanden y contraen. Observa todo, consciente
ahora de ser un organismo vibrantemente vivo.
Otro aspecto más hacia el que debes orientar tu atención son las sensaciones que
emergen en el cuerpo como resultado de su contacto con los elementos del entorno. Así,
por ejemplo, podrás notar la textura de la ropa o de la piel en la superficie de tus manos y
detenerte a explorar los matices que seas capaz de captar: ¿es una textura suave o más
bien áspera?, ¿su temperatura es cálida o fría? Con preguntas como estas y otras
parecidas irás autoguiándote poco a poco en este proceso, como si fueran pequeños
apeaderos en un viaje confortable hacia un lugar largamente anhelado. Seguramente las
palmas de tus manos estarán más calientes que el dorso, pues este se encuentra expuesto
al exterior, mientras que aquellas están en íntima conexión con tu cuerpo. Puedes tratar de
sentir las discrepancias entre las temperaturas e incluso la caricia de la brisa allá donde la
piel queda al descubierto. En algunos casos, sobre todo si convivimos con dolor o con otros
síntomas molestos, nos veremos tentados a elaborar juicios negativos sobre estos tan
pronto como los sintamos. Esta sería una ocasión privilegiada para desligarlos de los
términos pesimistas que usamos para describirlos, experimentándolos tal y como son sin
ponerles una etiqueta que permita entenderlos. Esta forma de despojar a las sensaciones
de sus connotaciones negativas es increíblemente valiosa, pero requiere tiempo y
esfuerzo.
Para acabar, vale la pena tener en cuenta una última cuestión: en caso de que un
sonido abrupto irrumpa mientras estás concentrado, o de que surjan otras distracciones
alrededor, evita nuevamente evaluarlas y vuelve pacientemente a centrar tu atención en la
perpetua respiración que nutre cada una de tus células. Esta forma de gestionar lo que
sucede estimula también tu flexibilidad cognitiva, una función que te permite reorientar la
atención a los distintos estímulos del entorno según lo que se necesite en cada momento, y
que puede encontrarse a veces alterada en quienes padecen un trastorno ansioso.
La respiración consciente que estimula el mindfulness no persigue generar un cambio
repentino; de hecho, ni siquiera deberíamos pretender relajarnos a través de ella. Las
expectativas suelen jugar un papel contraproducente, y aquí lo único importante es entrar
en contacto contigo mismo e incrementar la conciencia de tu corporalidad. Por ello no
buscamos cambiar lo que sucede, sino simplemente observarlo para ser testigos de los
detalles de nuestra vida que a menudo transcurren inadvertidamente. Son muchas las
personas que logran liberarse de la tensión acumulada con estos ejercicios sencillos, en
especial porque por sí mismos suponen una forma saludable de autocuidado. El tiempo
que decidas dedicarles dependerá de tu juicio y del tiempo del que dispongas.
El body scan empieza con un ejercicio de respiración consciente cuyo propósito es ubicarte
en el escenario adecuado para tomar conciencia plena del cuerpo. Una vez hayas
concluido, adoptarás una posición cómoda (preferiblemente sentado, pero también se
puede hacer tumbado), aprovechando una silla, un sillón o incluso la cama. Al hacerlo, lo
más importante es que te sientas en sintonía con el espacio en que te encuentras, por lo
que al principio habrá de ser lo más familiar y seguro posible. En este momento, muchas
personas disfrutan agradeciendo mentalmente al cuerpo por su existencia y por permitirles
vivir las experiencias del día a día. Mantén la espalda recta, pero nunca rígida, y toma el
punto en el que estás como el centro de equilibrio sobre el cual pendula todo cuanto eres.
Comienza balanceándote suavemente adelante y atrás, una sola vez en cada ocasión, con
la mayor lentitud posible y sintiendo cómo tu cuerpo atraviesa gentilmente la posición
central de la que acabo de hablarte. Hazlo otra vez, pero oscilando en el plano horizontal
(de izquierda a derecha) y finalizando de nuevo en la posición original, justo en tu centro de
equilibrio. Aprecia cómo tus hombros y tu cabeza simplemente se acomodan, libres de
tensión y con entrega para el resto de la práctica.
Ahora céntrate de nuevo en la respiración y aprecia los cambios que se dan en tu
cuerpo: cómo el abdomen sube y baja, cómo tu caja torácica se expande y se contrae, o
cualquier otro detalle que te llame la atención. Al ser un ejercicio de atención consciente,
pueden ser muchos los que la reclamen en este momento...; simplemente, déjate llevar.
Fíjate en el aire saliendo y entrando de tu cuerpo hasta que consigas rebajar la tensión.
Justo entonces, cuando te sientas preparado, seguirás adelante.
Empieza con los pies y las piernas. Orienta hacia allí tu atención y fíjate, primero, en
todo cuanto ocurre en los dedos. Toda sensación merecerá ser amparada y escuchada:
¿notas frío o calor?, ¿percibes algún cosquilleo o más bien parece que no hay ninguna
sensación especial?, ¿notas acaso el contacto de tus dedos con los calcetines o con el
suelo? Si apuras un poco más, ¿llegas a percibir cómo alguno de ellos contacta también
con los que están a su lado? Una vez que te hayas adentrado lo suficiente en estas partes
de tu cuerpo, asciende (como si se tratara de una ola marina) por el resto de tus piernas.
Primero por las espinillas y las pantorrillas hasta alcanzar la articulación de ambas rodillas,
y justo después por los muslos y su parte posterior, que probablemente estén en contacto
con la silla o la cama (al igual que los glúteos). Algo útil puede ser que cambies
mentalmente de zona aprovechando las exhalaciones, como si el aire que espiras
desplazara el foco ligeramente. A lo largo del proceso fíjate en todas las sensaciones que
pueda haber: el contacto del cuerpo con los elementos exteriores, el ángulo de la rodilla...,
y recuerda: si aparece algún pensamiento que te distraiga, no te preocupes por él.
Reorienta amablemente tu atención hacia aquella parte de tu cuerpo que lo requiera en
cada momento.
Una vez que hayas asumido plena conciencia de tus pies y piernas, desplaza la
atención hacia el pubis y la parte baja del abdomen. Nota las sensaciones que haya allí y
poco a poco ve ascendiendo a la tripa, el pecho y la región anterior del cuello. En este
punto lo fundamental es fijarse en cómo tu respiración influye en cómo te sientes. Ábrete a
la experiencia notando cómo la musculatura de tus costillas se tensa y se relaja al ritmo en
que inspiras y espiras, de forma sutil y agradable. Déjate mecer por todo ello y recuerda
que si surge alguna sensación relacionada con la ansiedad, esta no tiene la capacidad de
hacerte ningún daño. Déjala ser, sin más. Cuando sientas que acabaste con esta zona,
mueve tu atención amablemente hasta la parte baja de la espalda (donde a menudo se
concentran muchas tensiones) y asciende, tan despacio como necesites, hasta la región
cervical (parte posterior del cuello). Observa cómo tu espalda en su conjunto se apoya en
el respaldo de la silla o la superficie de la cama, e interioriza cómo tu peso te hace
consciente del hecho de ocupar un espacio en el mundo. ¿Qué cosas ocurren en la amplia
extensión de tu espalda?, ¿cuál es la temperatura que irradia desde ella?, ¿es
exactamente igual en la parte alta y en la baja, o existen discrepancias?, ¿hay alguna
sensación que requiera que la ampares brevemente en este instante de calma que estás
dedicándote? Disfruta de sentirte plenamente vivo en el momento presente.
Al acabar, fíjate en tus brazos y en tus manos. Ambos deben estar suspendidos sin
ninguna tensión o cómodamente apoyados sobre la superficie de la cama. Primero
proyecta la atención hacia los dedos. ¿Qué sensaciones hay ahí?, ¿notas la diferencia de
temperatura entre la parte que está en contacto con la ropa o el suelo y la descubierta
hacia el exterior? Las yemas de los dedos son particularmente sensibles, por lo que seguro
que habitan en ellas experiencias que merecen ser atendidas amablemente. Continúa
desplazándote lentamente por los dorsos y por las palmas, por la articulación de la
muñeca, los antebrazos, los codos, los bíceps y los hombros. Es un viaje largo, pero estoy
seguro de que en cada una de sus paradas encontrarás algo que valga la pena y que
probablemente no habías notado hasta ahora. Recuerda que en el caso de que surjan
sensaciones molestas puedes tratar de experimentarlas tal y como son, despojándolas de
las palabras que usas para describirlas. Prueba a llevar la respiración hasta esos puntos
mientras los relajas, como si les enviaras una energía misteriosa que los reconforta.
También puedes aprovechar este momento o cualquiera de los anteriores o posteriores
para decirte algo como «estoy completamente tranquilo» o «estoy presente y atento a la
vida tal y como es en este momento».
Ahora que todo tu cuerpo está en calma, invierte tiempo en tu rostro y tu cabeza. Nota
las sensaciones que hay en ambos, en especial en cómo el aire entra en tu cuerpo por la
nariz y sale de él, preferiblemente por la boca. Experimenta la caricia que este ejerce sobre
la piel de tus labios, que estarán levemente separados entre sí, y las diferencias de
temperatura entre la inspiración y la espiración. ¿Cómo están tus ojos?, ¿qué sensaciones
te trasladan los párpados?, ¿notas cómo alguna brisa suave acaricia la piel expuesta de la
frente o de las mejillas?, ¿qué sensaciones tienes en el cuello como resultado de mantener
firme la cabeza?, ¿cómo es este equilibrio? Guíate con preguntas como estas o cualquier
otra que te surja y sirva para explorar estas regiones, y date el capricho de dedicarles
palabras amables que estimulen tu estado de ánimo. El agradecimiento es una parte
esencial del autocuidado, y quizá este sea un momento privilegiado para ello.
En cierto momento, verás que todo tu cuerpo y tu rostro han recibido ya la atención que
merecen. Libera cualquier tensión aprovechando el instante en que expulsas el aire y
dedica algunos minutos a contemplarte como un todo en plena armonía con lo que te rodea
y con lo que habita dentro de ti. La ausencia de sonido será un fantástico aliado, pues te
ayudará a centrarte en esta experiencia introspectiva y agradable. No obstante, si surgen
ruidos a tu alrededor habría que aceptarlos tal y como son, en consonancia con las
premisas fundamentales de las que debe partir todo practicante de la atención plena.
Invierte tanto tiempo como consideres conveniente en observarte, y cuando estés listo
vuelve a centrarte de nuevo en la respiración. Esta será como un ancla para transitar desde
el alboroto de lo cotidiano hasta la relajación de la que ahora mismo te estás proveyendo,
tanto para la entrada (al empezar) como para la salida (al acabar). Nota el aire entrando y
saliendo, nutriéndote, y poco a poco deja que tu atención vaya desplazándose al exterior.
En cierto momento podrás abrir los ojos y recuperar la conciencia del instante presente
y del lugar en el que estás. Puedes desperezarte, girar las muñecas o incluso caminar un
poco por el espacio en el que te encuentras antes de prepararte para el resto de las
actividades de tu día.
17
La imaginación guiada nos sirve para identificar los ejercicios que nos
permiten traer a la mente escenas plácidas y sentir emociones agradables en
los momentos en que estamos desasosegados. El objetivo que se persigue
con su práctica no es el de erradicar una vivencia difícil que te esté
abrumando, sino que se puede recurrir a ella con el simple propósito de
proporcionarte un espacio para disfrutar y relajarte.
LA MEDITACIÓN DE LA MONTAÑA
Para llevar a cabo este ejercicio lo primero será buscar un lugar familiar en el que sepas
que no te van a interrumpir durante, como mínimo, quince minutos. Es preferible llevar ropa
y calzado cómodos e incluso descalzarte si así estás más a gusto. Adopta una postura
sentada, con la espalda firme (sin forzar) y con los pies apoyados en el suelo. No debes
cruzar las piernas. Las manos se apoyarán en los muslos o rodillas, mientras que la cabeza
permanecerá equilibrada sobre los hombros. Puede ser interesante que alces sutilmente la
barbilla, siempre y cuando hacerlo te resulte sencillo y agradable, asumiendo una posición
que evoque dignidad o solemnidad.
Empezaremos, como de costumbre, respirando. Primero céntrate en cómo surge la
respiración de manera espontánea, y tras algunos minutos realiza tres inspiraciones y
espiraciones profundas (aprovechando tu capacidad pulmonar natural). Mientras lo haces,
proyecta tu atención a las sensaciones que surgen en las fosas nasales y los labios (la
temperatura del aire, su humedad...) y en los discretos cambios de postura de tu cuerpo
(elevación de los hombros, vaivén del abdomen...). Como siempre, el objetivo es
proporcionarte un momento de tranquilidad sencillo, sin la pretensión de que sea de un
modo concreto. Dedica algunos minutos, tantos como consideres oportunos, a
simplemente observar cómo te nutres del aire que te rodea. Si en algún momento surge
algún pensamiento indeseado que te distrae, entiéndelo como algo totalmente normal y
reconduce la atención al ritmo de tu respiración. Por ejemplo, podrías visualizar esos
pensamientos indeseados como aves migratorias que atraviesan el horizonte marino hasta
desaparecer a lo lejos, fundiéndose en sus profundidades.
Cuando te sientas preparado, te visualizarás a ti mismo sentado en una roca o sobre el
suelo de un lugar completamente salvaje. Deléitate en tantos detalles como puedas,
estimulando la totalidad de los sentidos mediante la imaginación. No es necesario que se
trate de un lugar conocido: puedes recrear uno completamente nuevo y fantástico, siempre
que reúna las condiciones que te proporcionan paz. Repara en cómo los árboles se
distribuyen a tu alrededor, dejando filtrar la luz del sol entre sus ramas y hojas. Aprecia
también el color del cielo y el momento específico del día en que estás: puede ser un
firmamento estrellado en plena noche, uno límpido del mediodía u otro que anuncie una
tormenta inminente. Muchas personas se sienten cómodas imaginando el escenario en las
horas de transición entre el día y la noche, donde se mezclan tonos caoba y malva, lo que
enriquece mucho el conjunto. Si acaso adviertes una nube, céntrate en su densidad y en el
modo en que la luz incide en ella, formando jirones de colores variados. Como puedes
apreciar, lo realmente importante es que enriquezcas la escena tanto como sea posible,
incorporando muchos detalles visuales, colores y formas.
Además de lo visual, por supuesto, debes complementar la escena con otros detalles
auditivos. El sonido de un riachuelo cercano, el trinar de las aves o el murmullo de la hierba
al ser acariciada por el viento. Captar los matices del sonido contribuye a aumentar la
inmersión. En el caso de escenas nocturnas puedes acompañar el silencio con una brisa
suave o el canto de los grillos, o incluso con el crepitar de una hoguera próxima a donde te
encuentras. Los olores también tienen su importancia, pues la naturaleza emite un abanico
infinito de fragancias que puedes evocar en la memoria: el olor fresco de los pinos u otros
árboles, de las rosas o del agua al fundirse con la tierra. El sentido del olfato tiene un
vínculo potente con las emociones, por lo que puedes aprovecharlo para traer al presente
los recuerdos más entrañables por los que transitaste a lo largo de tu vida.
Lo primero que debes hacer, como de costumbre, es buscar un lugar cómodo y tranquilo en
el que sentarte plácidamente y respirar con los ojos cerrados. Concéntrate en cómo el aire
entra y sale de tu cuerpo naturalmente, con algunas inspiraciones profundas si lo deseas.
Cuando estés sosegado, relajado a partir de una sencilla respiración atenta, darás inicio a
la visualización propiamente dicha.
Para ello habrás de trasladarte mentalmente a la que fue tu habitación en la infancia.
En el caso de que te mudaras muchas veces y tengas varias a las que recurrir, elegirás la
que te resulte más representativa. Debes imaginar todos los detalles posibles: la cama y la
colcha que la cubría, el armario, la mesita de noche, las lámparas y cualquier otra
decoración que seas capaz de recordar. No has de escatimar esfuerzos, todo debe ser tan
vívido como si estuvieras allí realmente: los colores, las proporciones, los juguetes que te
divirtieron... Eso sí, en el supuesto de que no logres recordar cómo era algo, habrás de
mantener la calma y no frustrarte innecesariamente. Simplemente seguirás adelante con el
resto de los pasos, con comprensión y con delicadeza. En cierto momento tendrás que
imaginarte a ti mismo ocupando ese espacio, jugando o haciendo cualquier otra actividad
con la que solías invertir el tiempo en aquel entonces. Te visualizarás tal y como te
recuerdas, algo que no siempre es sencillo.
Cuando descubres que una parte importante de la tristeza, de la ira o del miedo
depende de ti mismo, el mundo se vuelve un lugar un poco menos amenazante.
Así pues, este debe ser el primer aprendizaje que deberás interiorizar de este
debate racional.
¿CÓMO PUEDO SABER CUÁLES SON MIS PENSAMIENTOS IRRACIONALES MÁS COMUNES?
El debate racional es un proceso que requiere bastante práctica, así que no deberías tener prisa
cuando empiezas a conocerlo. Vamos a aprenderlo con un ejercicio en apariencia sencillo, pero
que puede ayudarte a entender tus pensamientos en momentos de dificultad. Al principio
podrías necesitar un papel para hacerlo más fácil, pero a medida que el tiempo transcurra
interiorizarás los pasos y se convertirá en un hábito saludable y espontáneo. Por decirlo en otras
palabras: acabará transformándose en un recurso que no exigirá atención ni tampoco esfuerzo,
pero que te aportará muchas cosas positivas. El proceso se inicia cuando identificas una
emoción intensa que te bloquea, momento en el cual deberás detenerte y observar dentro de
ti...
Todas las respuestas a estas preguntas pueden anotarse, cuando dispongas de un momento
de calma para ello, en una matriz parecida a esta (con tantas filas como quieras):
Este sencillo ejercicio tiene la utilidad de que conozcas con mayor detalle
cómo sueles responder a determinadas situaciones de la vida: primero, qué es lo
que piensas con más frecuencia sobre ellas (cuáles son tus distorsiones
cognitivas), y segundo, qué sentimientos o emociones son más habituales en ti.
Puedes entenderlo como una herramienta para el autodescubrimiento personal,
la guía con la que bucear en el océano de tu vida interior. Conocer la relación
que hay entre los hechos, los pensamientos y las emociones es el aprendizaje
más valioso de la primera parte del debate racional. Cuando esté más o menos
dominado, podrás seguir adelante con la segunda parte, en la que aprenderás
qué puedes hacer con los pensamientos que identificaste.
Una vez que hayas estado practicando algún tiempo con la primera parte del debate racional
(un par de semanas aproximadamente, o algo más si así lo consideras), empezarás con la
segunda. En este punto ya deberías ser capaz de identificar más rápidamente lo que sucede y
los eslabones que existen en la cadena de tus experiencias (suceso-pensamiento-emoción /
conducta), por lo que habrás desarrollado un conocimiento útil con el que cuestionar
activamente tus pensamientos irracionales. Imagínate a ti mismo como un periodista o un
científico en busca de una verdad latente, oculta a las apariencias, a la que te aproximas paso a
paso mediante preguntas (al estilo socrático). Estas incógnitas deben formularse directamente al
pensamiento que te genera malestar, como si fuera un testigo al que estás interrogando, y
persiguen el propósito de poner a prueba la certeza de sus argumentos o testimonios. En
concreto, son cuatro las preguntas que deberás hacerte:
¿Tengo pruebas objetivas que confirmen que tal interpretación de los hechos es
inequívocamente cierta?
¿Está generándome el pensamiento alguna emoción demasiado intensa o que me
desborda?
¿Aferrándome a esta visión del problema, mejoro mis opciones de resolverlo?
¿Estoy empleando palabras demasiado categóricas para definir qué ha ocurrido?
Veámoslas en detalle:
Pruebas objetivas: imagina que estás frente a un juez, dirimiendo si una
persona es inocente o culpable de un hecho del que se la acusa. En el
contexto del debate racional actuarás como un fiscal para demostrar sin
ninguna duda razonable que el imputado, el pensamiento que te ha
atenazado, es responsable de cometer el delito de ser falso (distorsionado).
Como es obvio le asisten todos los derechos y disfruta de la presunción de
inocencia, por lo que te corresponde a ti probar si está diciendo la verdad.
Para este fin tendrás que recabar todas las evidencias posibles y hacer un
análisis profundo de ellas, recurriendo tanto al pasado como al presente.
Puede que el pensamiento te reproche que actúas siempre con desacierto o
te acuse de ser incapaz de hacer las cosas bien, en cuyo caso tendrás que
revisar tus pasos para comprobar si tiene las pruebas suficientes para hacer
esas afirmaciones. Recuerda que prácticamente nunca tenemos toda la
información necesaria para emitir juicios perfectos sobre las cosas y que
una de nuestras tendencias es llenar los vacíos de información con nuestras
incertidumbres e inseguridades, por lo que es probable que esté equivocado
o que sea impreciso. Por ello es necesario que seas cauto en el proceso, y
que aceptes la posibilidad de algún sesgo negativo que te haga evaluar con
pesimismo las distintas situaciones y que se exprese en esos pensamientos.
Al final, tu función será reconstruir argumentos lógicos con los que
cuestionar la automática certeza que acompaña a los pensamientos
distorsionados.
Emociones desbordantes: las distorsiones cognitivas tienen la capacidad de
generar un estado emocional tan intenso que puede llegar a percibirse
como insoportable. No obstante, los pensamientos ajustados a la realidad
motivan sentimientos más sosegados y gestionables. Esto no significa que
cambiando tu forma de pensar vayas a pasar de sentirte profundamente
triste a eufórico o radiante, sino que hallarás un equilibrio desde el que será
más sencillo regular la emoción antes de que esta te inunde por completo.
No olvides que determinadas cosas que hacemos cuando sufrimos
ansiedad, y que a la postre mantienen el problema a lo largo del tiempo,
tienen que ver con las dificultades para tolerar las sensaciones que
juzgamos como asfixiantes o intolerables. Buscando alternativas racionales
puedes mediar en la escalada de tus emociones, lo que al mismo tiempo
aumentará tu sensación de control y tendrá un eco positivo en tu
autoestima.
Utilidad: la forma en que piensas sobre una situación difícil debe servirte
de guía para resolverla, pues de lo contrario no te permitirá desplegar los
recursos necesarios para hacerle frente y aprender de ella. Las distorsiones
cognitivas no aportan nada significativo a tu capacidad de afrontamiento y,
de hecho, conducen muchas veces a la parálisis o al retraimiento. Así pues,
en el caso de que llegues a la conclusión de que cierta forma de pensar
respecto a algo que te ha ocurrido no es útil ni relevante, que solo te
conduce a un océano de más dudas e incertidumbre, deberás pensar en la
posibilidad de reinterpretarlo de forma diferente. La reinterpretación
positiva de las situaciones que te generan estrés, por ejemplo a través del
uso razonable del humor, puede ayudarte a desposeerlas de sus matices
dolorosos y a plantarles cara de mejor forma. No se trata de autoengañarte
o ceder a una actitud ilusa, sino de buscar un punto de partida más
favorable.
Uso de palabras absolutas: cuando construyes un pensamiento, palabras
como todo o nada y siempre o nunca esconden una trampa invisible y muy
peligrosa, pues ya sabes que todas las personas hacemos simplificaciones
para entender lo que nos rodea y tendemos a caer en generalizaciones
excesivas. Esta forma de hablarte a ti mismo irrumpe en el contexto de
intensísimos estados de frustración y está completamente alejada de la
realidad. Y es que todos nos equivocamos alguna vez, ya que es una parte
inevitable de cualquier proceso de aprendizaje, pero también acertamos y
vamos cosechando pequeños o grandes éxitos. Aun así, puede ocurrir que
al recordar tus errores caigas en la trampa de atribuirlos a factores internos
y estables, como a tu forma de ser, ignorando las circunstancias que te
rodeaban y que pudieron contribuir de algún modo. Es entonces cuando el
verbo estar muta en ser, destrozando tu esperanza de hacer las cosas mejor
algún día. Muchas personas que padecen trastornos del estado de ánimo o
de ansiedad emiten estos mismos juicios sobre sí mismas, desvirtuando su
propia realidad y tratándose de manera injusta.
Una vez desplegadas estas preguntas, dispondrás de la materia prima necesaria para
responder a preguntas como:
En caso de concluir que la interpretación que hiciste estaba sesgada, debes recordar que
absolutamente todos cometemos estos errores a menudo. No hay, pues, espacio aquí para la
culpa... Al contrario: estás aprendiendo los mecanismos explicativos de las emociones y cómo
aprovecharlas para vivir mejor. Se trata de un paso muy valiente que supone el reconocimiento
tácito de tu derecho a cometer una equivocación, lo que es en sí mismo un indicio inequívoco de
madurez.
Al llegar aquí debes postular una interpretación alternativa para el hecho, en la que seas
sensible al extraer conclusiones. Tendrás que velar por que en contraste con el pensamiento
irracional sea más objetiva (tengas pruebas que la apoyen), más útil (te facilite las bases para
actuar eficazmente respecto a la situación), más sosegada (te genere emociones más fáciles de
gestionar) y que no esté elaborada con palabras extremas. Cuando por fin la hayas encontrado,
podrás ponerla a prueba formulando otra vez las preguntas socráticas que vimos en un punto
anterior, las cuales te darán las pistas que necesitas para aceptarla o rechazarla. Esto es,
incidirás deliberadamente en tus dinámicas de pensamiento para identificar qué procesos
internos afectan negativamente a tu vida emocional y actuarás sobre ellas de forma consciente.
Es posible que la práctica del mindfulness ayude también, pues te proporcionará claridad y
permitirá adoptar una visión amplia de lo que ocurre dentro de ti mientras vives situaciones
cotidianas. En definitiva, son dos estrategias complementarias que permiten avanzar en la
misma dirección: asumir conciencia de la vida interior y de cómo esta influye en tus emociones y
conductas.
Ahora ya puedes enriquecer el registro con dos columnas adicionales, que resumen todo el
proceso llevado a cabo en este punto. Se trata de las reservadas a la interpretación alternativa
que hayas logrado formular y a los nuevos sentimientos o acciones que se desprendan de ella.
Veamos cómo queda entonces:
LA DESCATASTROFIZACIÓN: AJUSTANDO
MIS EXPECTATIVAS PERSONALES
LA ACTITUD CATASTROFISTA
María es una chica que teme intensamente hablar en público. Estudió Derecho,
pero durante su formación evitó todas aquellas asignaturas en las que sabía que
debería defender algún caso en el aula, frente a sus compañeros y docentes. En
muchas ocasiones se trataba de materias que despertaban en ella mucho
interés, pero a la hora de tomar la decisión pesaba mucho más el miedo que la
atenazaba. Se acercaba al final de su formación y empezaba a asomar una
amenaza terrible que hasta aquel momento había permanecido latente,
agazapada en su conciencia: debía defender su trabajo de fin de grado ante un
tribunal académico. Llevaba ya semanas con pesadillas horribles, en las que el
auditorio de la facultad se elevaba como una enorme boca desdentada, dispuesto
a devorarla. Esta escena tan desagradable se acompañaba del eco de las risas
de sus compañeros y de las expresiones ojipláticas de los profesores, que se
desternillaban ante su fracaso y su humillación. Se despertaba empapada en
sudor, con el corazón galopando en el pecho.
Si María se hubiera detenido un solo momento a pensar, habría comprobado
que sus temores se hallaban conectados entre sí bajo premisas concretas, a las
que podría haber llegado formulando en cadena una pregunta: «¿Qué pasaría
si...?». No es sencillo darse cuenta de esto enseguida, pues lo cierto es que los
miedos se imbrican unos con otros de forma bastante abstracta. Veamos estas
conexiones y si encajan con la realidad en el caso de María.
Podríamos preguntar a nuestra hipotética María algo como: «¿Qué pasaría si
hablaras en público ese día y las cosas no salieran tan bien como quieres?».
Probablemente respondería algo que mostraría a sus compañeros que está
haciendo el ridículo y no sabe de lo que habla. Dada esta respuesta, podríamos
insistir con: «Y ¿qué pasaría si hicieras el ridículo?», y esperar su réplica. Lo más
habitual es que esta encadenara ideas como que no la aceptarían, que
suspendería, que se quedaría sola o que se deprimiría mucho. Ante esta nueva
conclusión formularíamos otra pregunta similar a la anterior, como: «Y ¿qué
pasaría si suspendieras?» o «¿qué pasaría si no te aceptaran?». A medida que
fuéramos indagando en el proceso cíclico de cuestionamiento, explorando las
consecuencias que María atribuye a cada eslabón de la cadena, descubriríamos
algo importante: que existe un abismo entre la situación original que le generó
ansiedad y los temores profundos que la conectan, enlazados todos ellos por una
sucesión de razonamientos irracionales. Al final, podríamos encontrar una
posición idónea para preguntarle si existe una relación de causa y efecto entre
que las cosas no salieran tan bien como desearía (situación original) y el acabar
sufriendo depresión o quedarse sola (últimos niveles de la cadena). Esto es, le
plantearíamos si existe una conexión objetiva entre exponer un trabajo con
desacierto y que los demás la rechacen, que fracase en la vida, que se quede
sola o se deprima. Este procedimiento, conocido también como flecha
descendente, se puede aplicar a una variedad virtualmente infinita de situaciones
que generan ansiedad.
Uno de los motivos más frecuentes por los que podemos sufrir ansiedad es la
dificultad para resolver situaciones que nos generan estrés o que percibimos
como muy adversas. Pueden ser conflictos en nuestras relaciones importantes
(pareja, allegados o amigos) o dilemas ante los que debemos decantarnos
obligatoriamente por una alternativa renunciando a todas las demás, así como la
pérdida de algo que era realmente sustancial para nosotros o para nuestro
bienestar. Todas estas circunstancias requieren un esfuerzo de afrontamiento y
ponen a prueba nuestra capacidad para soportar el estrés. Si crees que no tienes
los recursos necesarios para lidiar con lo que te está afectando, el estrés se
convierte en distrés e invade tu vida emocional, alzándose como un factor de
riesgo para los trastornos de ansiedad y para la depresión.
La solución de problemas es útil para que aprendas a gestionar todos tus recursos,
sopesando tanto las exigencias de la situación como las herramientas de las que
dispones y las potencialidades que albergas, de forma tal que puedas orquestar
una solución eficaz.
Al igual que viste en otras técnicas antes de esta, una de las ventajas de la
solución de problemas (también llamada «entrenamiento en toma de
decisiones») es que puede facilitar que vivas experiencias de éxito, las cuales
contribuirán a mejorar tu autoestima y a cuestionar la posible creencia de que no
eres capaz de resolver tus conflictos. Pese a que se trate de un ejercicio que está
orientado principalmente a la acción, hallar y poner en práctica una estrategia
dirigida a mejorar las cosas puede mejorar también sustancialmente la visión
que tienes de quién eres en realidad.
En líneas generales podríamos decir que existen tres formas de afrontar los
hechos, que pueden tener su origen en la estructura misma de nuestra
personalidad y en el cúmulo de aprendizajes que hemos adquirido a lo largo del
tiempo. Se trata de los estilos impulsivos, evitativos y racionales, y leyendo
sobre ellos probablemente puedas sentirte identificado con alguno. Pese a que
sientas que tal forma de actuar está irreversiblemente asentada en tu forma de
ser en el mundo, lo cierto es que siempre puedes mejorar, que es el objetivo
principal de la técnica que ahora nos ocupa.
Orientación al problema.
Definición de la situación.
Generación de alternativas.
Valoración de las opciones.
Puesta en marcha.
La primera de las fases es la que suele requerir más tiempo, pues precisa un
análisis minucioso de la situación a la que te enfrentas, y en ese sentido es algo
diferente a las demás. Para empezar, solo se necesita un bolígrafo y una hoja de
papel. ¿Ya los tienes? ¡Pues vamos a ello!
Como he comentado, ante una situación difícil muchas personas optan por huir o por actuar de
una forma precipitada. Ambos estilos son comunes en el contexto de la ansiedad y raramente
producen resultados favorables, sobre todo porque el simple transcurso del tiempo no es
suficiente para resolver el problema y porque con las prisas dejamos en el tintero opciones que
hubieran podido ser útiles (algo totalmente previsible si actuamos desde la inercia de la
costumbre). La orientación al problema es una fase reflexiva en la que te dedicas a observar el
hecho estresante en el que estás inmerso, tratando de entender cuáles son sus causas y cómo
sus consecuencias resuenan en tu vida. Debes plantearte si se trata de una situación en la que
estás implicado directa o indirectamente (la valoración primaria que ahora ya conoces), y si por
tanto requiere tu esfuerzo activo o no. Es un momento valioso para sondear los recursos que
tienes a tu alrededor en términos humanos, materiales y temporales (valoración secundaria), por
lo que te puedes plantear interrogantes como: ¿tengo suficiente apoyo de quienes me rodean?,
¿cuánto tiempo debo invertir para mejorar las cosas?, ¿me siento motivado para seguir, pese a
los obstáculos? Todas estas preguntas tienen su importancia. Algo útil para la mayoría de las
personas es dedicar tiempo a escribir sobre todo esto en un diario, donde puedes dejar fluir lo
que sientes y todo lo que te preocupa. Al finalizar el proceso, que puede prolongarse tanto como
necesites, habrás avanzado varios pasos en dos direcciones: evitarás la impulsividad y
recabarás información detallada sobre las coordenadas del problema. Algo fundamental será
ahondar en cuestiones como:
¿El problema puede ser modificado con mi esfuerzo?
¿Es importante para mí solucionar esta situación? ¿Por qué?
¿Con qué ventajas parto?
¿Cuáles pueden ser los obstáculos más importantes con los que podría encontrarme?
A menudo esta etapa se combina con algunos de los ejercicios que hemos visto
anteriormente de reestructuración cognitiva, puesto que puede existir la creencia de que los
problemas no son en absoluto deseables, con la consiguiente tendencia a evitarlos a toda costa.
Es, por tanto, uno de los momentos más oportunos para revisar tu forma concreta de afrontar el
estrés, puesto que los pensamientos irracionales te pueden abrumar emocionalmente y
conducirte a un auténtico bloqueo psicológico. Debatir sus contenidos, buscando alternativas
realistas y factibles que los pongan en tela de juicio, te ayudará a observar la situación desde un
prisma optimista (aunque sin perder la perspectiva) y a desarrollar una mejor disposición de
afrontamiento. El debate te permite ubicar tu responsabilidad en un punto de equilibrio, sin
culparte ni desentenderte y sin caer en la desesperación o en el catastrofismo. Además, con el
análisis previo también esclarecerás si la situación es potencialmente modificable o si realmente
no lo es, algo básico para elegir alternativas de acción.
En el supuesto de que la situación sea modificable, deberás realizar el esfuerzo que
consideres oportuno para hacer algo al respecto, e intervenir directamente para cambiar el curso
de los acontecimientos (hablando con las personas implicadas, matizando la forma en que
estabas actuando...). En cambio, cuando no sea modificable deberás centrarte en las
emociones que el hecho te evoca (o en lo que piensas sobre él).
Imagina, por ejemplo, el caso de una mujer que dedicó toda su vida al trabajo y que ahora se
enfrenta a la jubilación. En sus años laborales priorizó las responsabilidades de su puesto por
encima de todo, excluyendo prácticamente a la familia, las amistades y el ocio. Como resultado
se encuentra en un momento en el que carece de personas cercanas en las que confiar de
verdad, y le preocupa muchísimo que este forzoso cambio de roles la relegue a una soledad
indeseada. A nivel humano es fácil prever que puede experimentar ansiedad ante la expectativa
de un horizonte totalmente nuevo y diferente, pero también es evidente que podría trazar un
abanico amplio de alternativas para convertir esta etapa de su vida en una fase repleta de
oportunidades.
Dispuesta a encontrar una solución, Marta (este será su nombre ficticio) se sienta y piensa
en una frase que pudiera servirle para moldear en palabras la situación que está viviendo.
Encuentra estas tres alternativas:
Es esencial que te asegures de que la frase que has elegido tiene una capacidad descriptiva
suficiente del problema y de su impacto sobre ti, que resuma el proceso de reflexión que
realizaste en la etapa de orientación al problema. Tómate el tiempo que necesites y cuando ya
te sientas satisfecho con el resultado, sigue adelante con la siguiente fase.
Como sabes, ante un mismo problema las personas podemos actuar de formas
muy dispares, y es precisamente nuestra conducta la que hará que podamos
resolverlo de manera más o menos eficaz. Lo vimos cuando hablamos del
debate racional, al abordar la forma en que nuestra percepción de las cosas
define lo que sentimos y hacemos, y sigue siendo aplicable ahora. Una vez que
hayas definido el problema con una frase sencilla pero descriptiva, es necesario
empezar a pensar en las alternativas que están a tu disposición para darle
solución, para lo que deberás guiarte por tres criterios claros: la cantidad, la
variedad y la demora del juicio. Veamos qué significan.
Cuando te detienes a pensar en posibles vías de acción, lo más probable es
que desde el inicio vayas descartando las que por intuición te parecen
inapropiadas, sin darles la oportunidad de ser evaluadas. Esto puede suceder por
distintos motivos: porque realmente son absurdas (aunque esta palabra tiene
connotaciones más que cuestionables...) o porque tomas decisiones dejándote
llevar por la costumbre o por lo que en el pasado te funcionó más o menos bien.
Para evitar que esto último te impida desarrollar correctamente el ejercicio, en
esta etapa de exploración habrás de incluir todo aquello que acuda a tu mente
sin someterlo todavía a un análisis concienzudo. Como en el mindfulness: lo
aceptaremos tal y como viene, sin juzgar.
Lo más probable es que finalmente obtengas una lista con ideas de lo más
variopinto, algunas de las cuales podrán parecerte hilarantes a priori. Sea como
fuere, las mantendrás por ahora y las analizarás con detalle más adelante. Esta
forma de aceptar todas las ideas al principio es el fundamento de la demora del
juicio.
Los principios de cantidad y variedad aluden al número de alternativas que puedes imaginar y a
su diversidad, respectivamente. Esta tormenta de ideas no solo habrá de fundamentarse en la
aceptación incondicional de todo lo que acuda a tu cabeza, como ya has visto, sino que tendrás
que generar alternativas que se orienten tanto al problema en sí mismo como a las emociones
que despierta en ti. Una vez inmerso en este proceso acabarás llegando tarde o temprano hasta
un punto de saturación, en el que te habrás quedado vacío de ideas nuevas. Es en ese preciso
instante, y no antes, cuando tomarás la decisión de finalizar esta parte del ejercicio. Por fácil que
pudiera parecer, habrás puesto en marcha una de las funciones ejecutivas más importantes en
todo ser humano: la planificación y la creatividad. Solo te quedaría hacer una lectura general del
listado que has escrito y devanarte un poco más los sesos, por si acaso acabas encontrando
una última idea agazapada en algún rincón de tu imaginación.
Volviendo al ejemplo de Marta, se le podrían ocurrir muchas cosas diferentes, como:
En este momento lo más probable es que tengas frente a ti una lista muy extensa
de alternativas de afrontamiento para el problema y la tentación de empezar a
descartarlas sin darle demasiadas vueltas. No te abrumes. Lo mejor es no
precipitarse, ya que ha llegado el momento de sopesar qué es lo que puede
ofrecerte cada una y escoger las más adecuadas para ti en este momento. Para
lograrlo lo más útil es echar mano de un folio y dividirlo en cuatro segmentos
más o menos del mismo tamaño, cruzando para ello dos líneas por su centro:
una en horizontal y otra en vertical. La horizontal representa el tiempo en que la
alternativa tendrá sus consecuencias: a corto plazo (parte izquierda) y a largo
plazo (parte derecha), mientras que la vertical se centra en el impacto de cada
alternativa: los aspectos positivos (arriba) y los negativos (abajo). Dicho de otra
manera, dispondrás de cuatro espacios bien diferenciados para escribir las
ventajas a corto plazo (arriba a la izquierda), las desventajas a corto plazo
(abajo a la izquierda), las ventajas a largo plazo (arriba a la derecha) y las
desventajas a largo plazo (abajo a la derecha), y así deberás hacerlo con todas
las alternativas que hayas redactado en el paso anterior. Es probable que tengas
que invertir tiempo para completar la lista, pues deberás pensar en las
resonancias de cada decisión sobre tu propia vida y sobre la de los demás,
teniendo en cuenta además si dispones de recursos suficientes para cada una de
ellas (materiales, sociales...).
Veamos como ejemplo una de las alternativas de Marta: «Adoptar una mascota que me haga
compañía». Probablemente se te ocurran otros puntos fuertes y débiles también a ti, por lo que
puedes usarlos para practicar antes de centrarte en alguno de tus problemas. El resultado sería
lo que puedes ver.
Tendrás que hacer exactamente esto con todas las alternativas que surgieran, hasta que se
agoten. Algo que debes tener en cuenta también es que, aunque dos alternativas tengan el
mismo número de puntos fuertes y débiles (en el ejemplo vemos cinco ventajas y tres
inconvenientes), es posible que una te resulte más convincente que otra por el hecho de que
sus ventajas inciden con mayor fuerza en tus necesidades o valores. Con este proceso
probablemente acabarás descubriendo que una alternativa que ni siquiera habrías contemplado
puede reportarte más beneficios de los que hubieras creído, o que algo que solías hacer por
simple costumbre tendría pocos resultados positivos en tu vida tal y como es ahora. En
cualquier caso, habrás dedicado un tiempo valioso a considerar tanto el problema como sus
potenciales vías de acción, y tendrás a tu disposición información detallada sobre tus opciones y
sobre lo que quieres conseguir: habrás aprendido más. También evitarás las consecuencias
negativas derivadas tanto de la impulsividad («ojalá lo hubiera pensado antes») como de la
evitación («debería haber hecho algo cuando aún estaba a tiempo»). Además, es posible que se
te ocurra una forma de combinar dos o más de las alternativas mejor valoradas, siempre y
cuando no sean incompatibles.
Es evidente que entre lo que pensamos sobre las cosas y lo que estas realmente
acaban siendo puede existir a veces un abismo enorme. En el camino que te ha
traído hasta aquí habrás estado pensando profundamente sobre la situación
problemática a la que te enfrentas, habrás sintetizado toda su complejidad en
una frase sencilla, habrás diseñado una lista amplia de opciones y habrás
sopesado cabalmente qué te puede ofrecer cada una. Queda solamente poner en
práctica la que sea más provechosa.
Debemos tener en cuenta que la mayoría de las personas somos capaces de
actuar de formas muy variadas, pues disponemos de todo tipo de herramientas
para cambiar lo que ocurre alrededor. No obstante, vamos limitando poco a
poco nuestro repertorio a aquello que en apariencia nos ha funcionado en el
pasado, haciéndonos cada vez más rígidos. Incluso puede llegar el momento en
que obviemos automáticamente alternativas y forjemos una zona de confort en
la que resulta sencillo navegar, pero que implica una restricción de nuestra
libertad y creatividad. Al final, todo cuanto va más allá de este horizonte acaba
convirtiéndose en un territorio indómito en los márgenes difusos del mapa de
nuestra experiencia, un peligro potencial al que decidimos no acercarnos. Esta
posibilidad hace que en ocasiones tengamos que conocer y trabajar en primer
lugar nuestras distorsiones cognitivas, pues de lo contrario el miedo a
determinadas situaciones o nuestras inseguridades individuales podrían
entorpecerlo todo. Debemos asumir el proceso con calma.
La aplicación de una solución, o de alguna combinación de soluciones
compatibles, debe acompañarse de una evaluación de resultados mientras está
teniendo lugar. Recuerda que al principio del proceso dejamos claros los
objetivos importantes que pretendimos satisfacer, por lo que nos preguntaremos:
«¿Lo que estoy haciendo ahora me permite acercarme poco a poco a lo que
deseo conseguir?» o «¿las consecuencias de aplicar la solución están siendo las
que esperaba?». A veces sucede que la práctica de una alternativa nos lleva por
senderos que no habíamos previsto en los momentos iniciales, y que además
acaban siendo perjudiciales para nosotros o para los demás. En este caso
conviene ser flexibles y no mantenerla más tiempo del que la prudencia te dicte.
En resumen, pueden ocurrir cuatro cosas:
¿Es posible que en este momento, tras haber adquirido una valiosa
experiencia lidiando con la situación, puedas verla desde un punto de vista
nuevo?
UN EJEMPLO PRÁCTICO
Lo primero que debes decidir es el momento exacto del día en que permitirás que la
preocupación te embriague. Habría de ser uno en el que tuvieras tiempo suficiente, en el
que no te vieras obligado a embarcarte en otros proyectos personales importantes, por la
mañana o por la tarde (aunque los síntomas ansiosos tienden a acentuarse en las últimas
horas del día). Sí es recomendable evitar hacerlo cuando falte poco tiempo para irte a
dormir, pues esto te activaría fisiológicamente y podrías tener dificultades para conciliar el
sueño. En cuanto al tiempo que habrás de dedicarle a la preocupación, dependerá de tu
criterio, aunque no habría de exceder los treinta minutos.
Con esto definido, intentaremos relegar las preocupaciones para más tarde cuando
ocurran durante las horas no previstas («ahora no tengo tiempo para esto, luego ya le daré
un par de vueltas...»), permitiéndoles existir, pero en un momento concreto y definido de
antemano. Así pues, no buscarás erradicarlas como si fueran el enemigo a batir, sino
dejarles su lugar amablemente. Puede parecer un ejercicio simple en su propuesta, pero
conocemos los principios básicos que explican por qué funciona en muchas personas: el
encapsulamiento, la habituación y la saciedad. Veámoslos.
Otra de las ventajas evidentes que tiene la hora de preocuparse es que rompe nuestra
tendencia a darle vueltas a las cosas en el momento en que sucede algo que pudiera
precipitarlo, esto es, cuando nuestro estado emocional se encuentra perturbado (miedo, ira,
tristeza...) como consecuencia de lo que nos suscita un hecho concreto. Y es que al
obcecarte en pensamientos repetitivos como respuesta a situaciones adversas acabas
asociando ambas cosas rápidamente, por lo que se desencadena una avalancha de ideas
improductivas tan pronto como surjan dificultades a tu alrededor.
EL DIARIO EMOCIONAL
Son muchas las personas que en algún momento de su vida han dedicado
tiempo a escribir sobre su día a día y sobre las experiencias emocionales
que las acompañaban. Y es que es una actividad que espontáneamente nos
reconforta, nos da tranquilidad y nos permite plasmar en palabras aquello
que tenemos problemas para expresar de otra manera. Si haces un esfuerzo
quizá recuerdes una libreta o un diario que se acabó convirtiendo en tu más
fiel confidente durante la niñez o la adolescencia, e incluso el modo en que
lo ocultabas lejos de la mirada no autorizada de tus padres o tus hermanos.
En estos diarios había páginas repletas de secretos inconfesables que
versaban sobre lo que era relevante en tu mundo: el primer amor, las
discusiones con los amigos, las expectativas de futuro, los deseos, las
inquietudes familiares... El acto de escribir, que surgía como catarsis ante la
turbulencia de las emociones, podía a veces llegar a la vida adulta y
convertirse en un fantástico hábito para conocernos mejor.
Por desgracia, no son pocos quienes toman la decisión de dejarlo a
medida que transcurren los años, al sentirse demasiado ocupados para
dedicar tiempo a algo que en apariencia no resuelve sus problemas
objetivos del día a día. No obstante, hay que tener algo claro: no todas las
situaciones requieren que nos enfundemos nuestro atuendo de
«solucionadores de conflictos», sino que a veces puede ser suficiente con
mantener un diálogo interno en el que amparemos nuestra emoción, sobre
todo si el hecho en sí mismo es imposible de cambiar. Esta sensibilidad nos
pone en contacto con nuestra parcela más vulnerable e íntima, con aquella
que solemos enterrar bajo una montaña de apariencias de fortaleza y que
querríamos ocultar ante miradas indiscretas. Por supuesto también estimula
nuestra capacidad de identificar, discriminar, describir y expresar los
estados afectivos, una serie de fortalezas que se resumen en el concepto
general de inteligencia emocional.
LA ACEPTACIÓN INCONDICIONAL:
AMÁNDOME TAL Y COMO SOY
LA IMPORTANCIA DE ABRAZARSE
Es oportuno que, llegados a estos últimos capítulos del libro, revises uno de
los principios básicos que hay que tener presente si vives con ansiedad. Es,
sin duda, de las cosas más importantes que puedes aprender con él: la
ansiedad tiene una función, no es en absoluto algo que debas desdeñar
automáticamente y apartar de tu vida. Al igual que el miedo, la ira, la
tristeza u otras emociones, la ansiedad correctamente gestionada puede ser
una aliada valiosa. Si la erradicaras por completo, tu capacidad para
afrontar los retos cotidianos se vería seriamente perjudicada, pues serías
incapaz de anticiparte a ellos, de atribuirles la importancia que merecen o
de dedicar un tiempo a reflexionar sobre sus características y sobre la
oportunidad que representan. Vivir con cierto grado de ansiedad es
totalmente natural y no significa que seas débil o inseguro, y ni mucho
menos que algo esté mal en ti. El único posible problema reside en los
trastornos ansiosos, a los que dedicamos bastante espacio en un capítulo
previo. Se trata de casos en los que sí se aprecia que las sensaciones
ansiosas se agravan hasta niveles altísimos, que te desbordan e impiden
desarrollar facetas importantes. Será en estas circunstancias cuando se
habrá de optar por acudir a un especialista.
No obstante, durante mucho tiempo ha predominado una perspectiva
puramente médica para la ansiedad y para otras experiencias inseparables
de la realidad humana. Como si de peligrosas patologías se tratara, se ha
esparcido como un reguero de pólvora la absurda idea de que deben ser
evitadas a toda costa, y que tan pronto como aparecen hemos de desplegar
toda la artillería para hacerlas desaparecer, con énfasis en el uso de
fármacos. A lo largo de la vida experimentarás una impresionante variedad
de sentimientos y de emociones, para los cuales estás fisiológicamente
preparado. No debes renunciar a ellos bajo ningún concepto, pues tanto los
«positivos» como los «negativos» (nótense las comillas) son relevantes y
dignos de ser abrazados. Creer que existen emociones inherentemente
buenas o malas es un maniqueísmo irreal: todas brotan ante circunstancias
concretas y debes valorarlas en términos de sus consecuencias para tu vida,
no solo por lo que en apariencia parezcan ser. La lucha denodada por dejar
de experimentarlas solo conduce a dos posibles consecuencias: o bien que
evites todas aquellas situaciones en las que eres consciente de que podrían
irrumpir, o bien que trates de soterrarlas en los momentos en que hacen acto
de presencia. Tanto la una como la otra, nutridas por ideas ingenuamente
optimistas que proliferan en los medios de comunicación, conducen a la
frustración y a la pérdida de espontaneidad. Son decididamente injustas,
crueles con tus necesidades y ajenas a toda la evidencia científica conocida
sobre la emoción.
La mayoría de las personas vive su vida como si fuera un río: discurre entre
valles, mecida en un caudal continuo, impasible a los rigores de la
orografía. Lo cierto, no obstante, es que la existencia está sometida a
vaivenes que alteran su curso de forma imprevisible. Existen meandros,
pequeñas cataratas y zonas estancadas en las que el agua se vuelve turbia,
así como tramos en los que fluye cristalina y otros en los que se estrella,
iracunda, contra las rocas. Pese a que nuestra tendencia es flotar a la deriva,
a veces puede ser provechoso hacer un esfuerzo y remar a contracorriente
para recordar el camino que nos trajo hasta aquí. Precisamente en esto
podría resumirse el propósito de la tarea que nos ocupa: recapitular las
experiencias más importantes, desde donde nace la memoria hasta la
actualidad, o simplemente centrarnos en puntos concretos de la
autobiografía para comprenderlos mejor y cerrarlos definitivamente. Los
capítulos de la vida que permanecen abiertos pueden generar sufrimiento.
Por supuesto, se trata de una tarea que precisa mucha reflexión y tiempo.
ENTENDIENDO NUESTRA VIDA
El primer paso es localizar los grandes momentos que alguna vez viviste,
las conocidas transiciones experienciales, y escribirlos en una lista. Puede
tratarse de tu propio nacimiento (suceso con el que empieza la aventura),
pero también de una gran pérdida o de un logro extraordinario. Al
recabarlos, te darás cuenta inmediatamente de que eres el resultado de un
cúmulo de vivencias, de un bagaje existencial que te acompaña allá donde
vas y que has de acomodar. Incluso podrás brindarte la oportunidad de
entender que muchas cosas que hoy haces, por mucho que te preocupen o
que te resulten confusas, fueron útiles para adaptarte a situaciones del
pasado realmente difíciles. Realizando el ejercicio podrás observarte a ti
mismo con un entendimiento privilegiado, algo imprescindible si deseas
tratarte compasiva y amablemente. Veamos paso por paso cómo hacerlo:
Empieza reflexionando sobre los sucesos relevantes que marcaron tu vida: los
capítulos de la obra. Siéntate de la forma más cómoda posible y escribe en un papel
las situaciones que has vivido a lo largo de los años y que estimas relevantes para
entender quién eres hoy. No es una tarea fácil, pero vale la pena. Ni siquiera debes
organizar las experiencias por orden de relevancia ni tampoco cronológicamente. Lo
único que importa es que percibas estos hechos como intersecciones en tu camino,
desvíos a partir de los que se definió un nuevo horizonte. Pueden ser cambios
familiares (divorcios, enlaces, fallecimientos...), de salud (diagnóstico de una
condición grave, pérdida de una función de tu cuerpo...), académicos (inicio de
estudios universitarios, cambios de centro, obtención de un título...), laborales (primer
trabajo, ascensos, despidos...) o de cualquier otro tipo.
Traza una línea horizontal en una hoja de papel en disposición apaisada. Tal línea
representará el paso del tiempo desde algún momento vivido hasta la actualidad. El
lado izquierdo se reserva para el pasado, de manera que en su extremo pueda
ubicarse tanto el nacimiento como cualquier otro punto de la propia narrativa que
consideres como el comienzo de una etapa (en caso de que no desees remontarte al
inicio de todo). A medida que vayas desplazándote hacia la derecha te irás
acercando al momento presente, o hasta el instante en el que concluyó el periodo
que intentas comprender. Obviamente, cuanto más extenso sea el rango temporal
que uses, más complejo será el análisis, pero también más profundo y significativo.
Cuando exploras la vida desde sus inicios hasta la actualidad adquieres una
perspectiva mucho más rica del camino recorrido y del porqué de tus circunstancias.
No obstante, quizá la primera práctica puede ser más accesible si te limitas solo a un
pasaje reciente y breve, para posteriormente extenderlo tanto como desees. Deberás
ir poco a poco, como en todas las cosas que has ido aprendiendo a lo largo de este
libro.
Llegados hasta este punto dispondrás de dos elementos: una línea horizontal con
límites temporales claramente definidos y una lista de sucesos relevantes que
ocurrieron entre ellos. Lo que debes hacer ahora es ubicar estos momentos en el
segmento de la línea que les corresponda, guardando la proporcionalidad (distancias
entre todos ellos) de la mejor manera posible. Así, si tienes actualmente treinta años
y vas a enmarcar un acontecimiento que sucedió a los quince (la ruptura de una
relación sentimental, por ejemplo) sobre una línea que representa toda la existencia,
tendrás que ubicarlo aproximadamente a la mitad (de forma que divida el plano en
dos partes de igual longitud). Esta proporción es importante, porque muestra con
claridad la posición relativa de los sucesos (antes, después...) y la evolución que has
experimentado. Así podrás tener una visión nítida de cómo ciertas cosas que te
sucedieron en tiempos remotos pueden estar generando su efecto en el presente, e
incluso la posibilidad de que exista una relación de causa y efecto más o menos
definida. Esta forma de ordenar la propia vida facilita la comprensión de todo el
conjunto, pues, al igual que la solución de problemas, ilustra de manera visual algo
extraordinariamente complejo.
Al finalizar, tendrás una ordenación gráfica de tu vida y de sus transiciones
relevantes. Ahora podrás enriquecer cada una de ellas con un breve texto, en el que
detalles cómo te hizo sentir y qué significado tuvo para ti a nivel íntimo. Por ejemplo:
La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor. La propiedad
intelectual es clave en la creación de contenidos culturales porque sostiene el ecosistema de quienes
escriben y de nuestras librerías. Al comprar este ebook estarás contribuyendo a mantener dicho
ecosistema vivo y en crecimiento. En Grupo Planeta agradecemos que nos ayudes a apoyar así la
autonomía creativa de autoras y autores para que puedan seguir desempeñando su labor.
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