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JUEGO DRAMATIZADO: UNA FORMA DE IR SIENDO EN UN IR JUGANDO

José Fernando Patiño Torres

RESUMEN. En el presente texto, se hace una exploración sobre el sentido y las condiciones prácticas de
una técnica psicoterapéutica denominada Juego Dramatizado, la cual ha sido empleada por el autor con
niños que presentan diagnósticos severos como el autismo y la psicosis, así como niños con dificultades
generales de comportamiento y aprendizaje. Lo interesante de esta propuesta consiste en el ofrecimiento
de una clínica renovada para niños, que tiene en cuenta las condiciones culturales de los actores y emplea
ello para construir un proceso de vida en donde los sujetos pueden ser vistos como deseantes y, de esta
manera, agenciar formas creativas a partir de las situaciones conflictivas que surjan en el devenir de la
psicoterapia, posibilitando modos simbólicos de relación consigo mismos y con los otros. A continuación,
se presenta entonces un escenario para Ir Siendo en un Ir Jugando.

“Esa capacidad poco común... de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos”
Michael Leiris

En el presente trabajo se exponen algunas consideraciones sobre juego dramatizado, el cual ha sido
empleado por el autor en intervenciones psicoterapéuticas y educativas con niños de diferentes
condiciones psicológicas. A lo largo del texto, se explorarán algunas definiciones de la palabra
Juego, a partir de dos autores principales: Henry Wallon y Donald W. Winnicott, quienes han
abordado la temática en forma profunda y pertinente. Posteriormente, se mostrará cuáles son las
características específicas del Juego Dramatizado, su relación con el método clínico y su lugar
dentro de una forma estética de terapéutica de lo social.

La palabra juego es quizá una de las palabras más utilizadas en el ámbito de la psicología, la
pedagogía, y quizá todas aquellas profesiones que trabajen en pro del desarrollo infantil desde sus
diferentes perspectivas. Por esto mismo, es indispensable que se exponga el concepto de juego que
se ha tomado en este trabajo, a fin de que se sepa claramente a que se está haciendo referencia
cuando se lo nombra.

El juego, según Wallon, no es una actividad que no requiera esfuerzo. Algunas observaciones
clínicas han podido constatar que, en el juego, el sujeto, sea niño, adolescente o adulto, puede
liberar incluso mayor cantidad de energía que en un trabajo de tipo cotidiano. Cualquier actividad
es susceptible de transformarse en juego, ya que los temas de este no deben tener razón de ser fuera
de sí mismos. En este sentido, no es el objeto en si lo que permite el advenimiento del juego, sino
la acción creadora del sujeto jugador que construye nuevos mundos tomando algunos elementos
de su realidad y enriqueciéndolos con su imaginación.

Es por esto que se debe confrontar ciertos planteamientos que hablan del juego creador, pues situar
en una posición agentiva al sustantivo “juego” es dejar por fuera a quién realmente da vida y
construye sentidos en ese espacio de vida. Desde la perspectiva que aquí se está defendiendo, es el
sujeto y su contexto como totalidad indivisible, quien genera mundos posibles en los que se
dinamizan algunos aspectos de la vida, justamente para jugar con ellos.

Siguiendo la perspectiva de Wallon, el juego representa una infracción a la disciplina o a las tareas
que imponen al hombre las necesidades prácticas de su existencia. Sin embargo, “el juego supone
esas disciplinas y tareas, en lugar de negarlas o de renunciar a ellas. El juego se disfruta en relación
a éstas, como un respiro y un nuevo impulso, ya que bajo las exigencias de dichas disciplinas y
tareas es el inventario libre o el toque final de éstas o aquellas disponibilidades funcionales”1.

En el juego hay momentos de consciencia, en la cual la ficción y la observación de la realidad no


se confunden, sino que se alternan de forma coherente. El niño que juega restituye las experiencias
que vive a diario y las pone en escena con los objetos que trae del mundo exterior, con el fin de
encontrar sentidos a dichas experiencias. Esta forma de imitación se conoce como imitación
diferida, porque, por una parte, se lleva a cabo en ausencia del modelo, y por otra, porque en ella
se presentan acomodaciones e identificaciones con dicho modelo que conllevan a una asimilación
progresiva del acervo cultural.

1
Wallon (1984, p.56)
Donald Winnicott hace referencia a lo anterior, proponiendo que el juego está inmerso en la
experiencia cultural del sujeto. Para él, el juego no es una cuestión de realidad psíquica interna ni
de realidad exterior”2: más bien, el juego se encuentra en un espacio intermedio o potencial entre
lo interno y lo externo, y es ante todo un fenómeno transicional.

Lo transicional se refiere al lugar existente entre el individuo y el medio ambiente. Es una tercera
zona en la que “el niño empieza a vivir de manera creadora y a usar objetos reales para mostrarse
creativo en y con ellos”3. Sin embargo, el niño sólo comienza esto cuando se relaciona con una
cultura de la cual pueda servirse para enriquecer cada uno de sus juegos. Desde esta perspectiva,
el juego, con fines psicoterapéuticos, permite a los niños que pongan sus vivencias psíquicas y
subjetivas como parte del proceso de reconfiguración subjetiva.

Para el autor, esta zona es de suma importancia, al punto de considerarla como una zona vital en la
vida mental de la persona en desarrollo, en la cual las experiencias culturales serán las encargadas
de asegurar la continuidad de la raza humana, continuidad que se refiere a la posibilidad misma de
cada nuevo miembro de dicha cultura para ser agente de juegos que aun no conoce.

Lo anterior introduce una mirada novedosa a los modos de vida de las personas, que generalmente
han dividido las situaciones de trabajo o estudio y las de juego, contraponiéndolas como si fueran
antagónicas. Desde la perspectiva que aquí se ha construido, se parte del hecho de que el mismo
trabajo puede organizarse como una forma de juego, siempre y cuando el sujeto y su cultura
dispongan de actividades creadores y renovantes que confronten la monotonía de las acciones
circulares.

Ahora, el juego dramatizado empleado para una intervención clínica con niños, consiste en un
juego enmarcado en un escenario que tiene condiciones psicoterapéuticas que les permite a los
niños un avance en su organización psicológica. Este proceso psicológico es la posibilidad que se
puede dar un niño (el niño aquí es visto como agente de su vida) frente a los ofrecimientos que le

2
Winnicott (1979, p.130)
3
Winnicott (1979, p.136)
proporciona el juego, de “ir siendo” en un “ir jugando” (playing), lo cual no es algo que se presente
de manera lineal y creciente, sino que se caracteriza por continuas fluctuaciones, de ires y venires
que le permiten a los niños crecer en su ser como tal.

El juego dramatizado del que aquí se habla, no se reduce a representaciones dramáticas de


personajes, puesto que las pretensiones de la propuesta están atravesadas por el sentido que tiene
una intervención de tipo clínico, cuyo objetivo se enfoca realmente hacia la construcción psíquica
del sujeto, y no hacia la teatralización de una obra determinada. De esta manera, lo que hace que
el juego sea no sólo un drama sino un lugar para que los niños creen la realidad en un espacio
simbólico, son básicamente los siguientes aspectos:

Primero, una de las condiciones importantes del juego dramatizado que emplea como base un
cuento, son los referentes que proporciona éste último, particularmente cuando se trabaja con
cuentos como el de Hansel y Grettel. En este sentido, hay que decir que el cuento da algunas pautas
básicas sobre la trama que sirven de guía al juego, al igual que los conflictos psicológicos más
relevantes que tienen que enfrentar los personajes Hansel y Grettel, como lo son la separación de
la relación nutricia que tienen con sus padres, y la muerte de la bruja, personaje que representa la
oralidad primaria. La historia que porta el cuento le proporciona a cada personaje algunas
características de identidad, un lugar en la familia y una función dentro de la misma, aspectos que
son día a día actualizados por los personajes en el devenir del juego.

A este respecto, hay que decir que el cuento en sí no otorga todos los significados y los referentes
para jugar, y esa es una de sus características más sobresalientes, ya que cada uno de esos vacíos
que va dejando, es una nueva oportunidad para que los personajes lo llenen con la consciencia y
con la comprensión de su existencia dentro de la historia. Esta condición del cuento permite a los
niños tener un lugar de juego en donde pueden completar lo que está incompleto, por medio de la
proyección de sus experiencias anteriores, sus dificultades, estilos de vida, significaciones y demás
aspectos que hasta ese entonces han construido y que siguen de-construyendo en la relación con el
clínico que, desde su personaje, mantiene los referentes socioculturales tanto morales como éticos.
Todo esto favorece en los niños la organización de unos modos de vida del personaje, permitiendo
así constituir la subjetividad del mismo en las vivencias del juego. Retomando a Winnicott, se
podría decir que los niños, en tanto que personajes, a través de la experiencia psicoterapéutica,
descongelan la situación del fracaso original, reeditándola en la transferencia, actuando en esa
primera escena que no se organizó adecuadamente, a la que la situación clínica le da ya la
posibilidad de una primera o nueva integración. El psicólogo, en la función de medio facilitador,
puede entonces favorecer a cada niño "correr los riesgos propios de empezar a experimentar la
vida", por medio de su propio personaje.

No obstante, para que los niños encuentren un espacio lúdico y creativo en el que puedan poner en
juego toda su realidad interna, es necesario el surgimiento de un sentimiento de confianza. Este
sentimiento es posibilitado cuando los psicólogos proporcionan una mirada integradora, que
asegura en parte la continuidad de la existencia de los niños, continuidad que en un principio es
sostenida por los adultos, y luego por los niños mismos.

La confianza es un aspecto esencial, mas aún cuando se trabaja con niños que tienen perturbaciones
psicológicas tan profundas como el autismo y los diagnósticos esquizoides, ya que en ellos se
alberga un inmenso miedo sobre todo aquello que tenga que ver con el mundo exterior y que plantee
una ruptura a la forma como han organizado sus estereotipias o discursos imaginarios
respectivamente. Una vez la confianza se va gestando, el sujeto puede comenzar a tener un lugar
en el espacio vital y emprender juegos en donde su capacidad creativa se pondrá a prueba en todo
momento.

Para el surgimiento de la confianza es importante, en la intervención clínica, crear condiciones


constantes de espacio y tiempo que les posibilite a los niños, en su actuar de personajes, la
existencia de rutinas que son indispensables para su comprensión de que la realidad del juego posee
condiciones que permanecen invariantes y que, por esto mismo, pueden saber y anticipar el
funcionamiento del juego mismo. En este sentido, la jornada debe, en lo posible, procurar tener un
mismo lugar en donde se dispongan todos los espacios físicos que se van organizando dentro de la
historia que es vivida por los personajes, y comenzar y finalizar a horas predeterminadas.
Este respeto que debe mantener el psicólogo con referencia a las condiciones espacio temporales,
le da a los niños la oportunidad de vivir aspectos tales como la ausencia-presencia, la ilusión-
desilusión, y en general, el juego del Fort-Da. A través del tiempo y de la relación que se comienza
a establecer, el juego poco a poco se constituye como un espacio importante e interesante para los
niños, en donde son escuchados y mirados en tanto que sujetos deseantes. Es importante entonces
recalcar que la continuidad del trabajo tiene un valor significativo para los niños, por el sentido de
confiabilidad que le confieren a la actividad, por poder anticiparse al juego y saber cuando
esperarlo, y por tener la posibilidad de hacer la diferencia entre las condiciones que tiene la vida al
interior y al exterior del juego simbólico.

Igualmente, y en consonancia con Winnicott que plantea que las ausencias en cierto momento del
desarrollo son indispensables siempre y cuando no sean demasiado prolongadas, el espacio que se
debe procurar tener entre sesión y sesión no debe ser muy amplio, para asegurar que los niños no
pierdan todas las “conquistas” que han ido ganando en el transcurso de la actividad. Esta constancia
de la intervención permite a niños que tienen dificultades para organizar la permanencia del objeto,
vivir la situación de juego dentro de una continuidad que no da espacio a rupturas, las cuales
siempre se tornan amenazantes para ellos, y de allí que tengan angustias primarias tan complejas.

La continuidad, junto a la mirada unificadora que los psicólogos puedan brindar a los niños, les
procura a éstos vivirse como seres con una existencia integrada. En palabras de Winnicott, "Ser
reconocido significa sentirse integrado”4. De cierta forma, el sentido de existencia del sujeto surge
al ser visto por un ambiente que sea espejo en su construcción psíquica. El pequeño que no haya
dispuesto de una persona que recoja sus "pedacitos" empieza con un handicap su propia tarea de
auto integración. Una mirada que "no sostiene" pasa a ser persecutoria, ajena y amenazante, como
se observa en los cuadros psicóticos y fronterizos.

Frente a esto, es necesario que el psicoterapeuta tenga una formación clínica suficiente que le
permita escuchar y leer lo que los niños expresan, desde sus manifestaciones más “primarias” hasta
las más simbólicas, y entender a su vez que toda persona, así tenga grandes dificultades
psicosociales, puede reorganizar sus narrativas e incluso “jugar” con su síntoma, no tanto para

4
Winnicott, D (1979, p. 133)
eliminarlo sino para llegar a vivir con él. Desde esta posición, jugar es equivalente a hacerse cargo
de uno mismo, lo cual implica situarse como agente del problema y no como su víctima.

Numerosos autores actualmente plantean desde la Resiliencia que las personas, los grupos, las
comunidades y naciones tienen opciones para organizar nuevas formas de ser y hacer, siempre y
cuando se entrelacen condiciones biológicas, psicológicas y socioculturales necesarias y suficientes
para un desarrollo humano. No obstante, es pertinente aclarar que el desarrollo solo es evaluable
desde la singularidad de cada cual, pues el avance o retroceso es tan verosímil como los diversos
sistemas de significación de las culturas y sus sujetos.

Por todo esto, el trabajar con niños desde la clínica psicoterapéutica implica ofrecer una mirada
que permita el andamiaje (en el sentido bruneriano) de sus vidas, y proporcionar elementos para
que los niños vayan progresando en su proceso de separación e individuación, lo cual es
fundamental para que en ellos surja ese sentimiento de existencia del que se ha hablado, que se
sientan reales, y que vayan, poco a poco, teniendo acceso a una vida “que merezca ser vivida”5. Al
producirse esto, se comienza a dar paso a un proceso en el que los niños estructuran ya un nuevo
sentido de ser, en el que las necesidades van dejando lugar a los deseos, y el afecto empieza a estar
ligado a la representación correspondiente, lo cual marca ya una señal en dirección de un progresivo
avance hacia la simbolización, articulándose así lo intrapsíquico con lo intersubjetivo.

En un nivel más operativo, es necesario mencionar que en el juego dramatizado cada uno de los
espacios físicos que se tienen son planeados y construidos con los niños, hecho que les permite a
ellos investir cada uno de esos elementos de la actividad, al tiempo que los van significando dentro
del entramado de sentido cultural que garantiza el clínico en tanto que referente. En la construcción
de sus objetos personales, los niños pueden entonces mostrar y poner en práctica sus conocimientos
en relación con el mundo físico, y su deseo es indispensable al momento de escoger la forma como
quieren llevar a cabo dichas construcciones. Esta posibilidad que tienen los niños con dificultades
psicológicas diversas, de expresar un deseo por medio del juego dramatizado, y de agenciarlo por
ellos mismos, se constituye en uno de los avances más importantes teniendo en cuenta el

5
Winnicott, D (1978, p. 129)
funcionamiento psíquico de ellos, en el que el deseo, o es amenazante y ajeno, o simplemente no
existe.

Esto es fundamental para el posterior desarrollo del juego que es guiado, en parte, por la trama del
cuento, pues hay que lograr que los niños, desde sus personajes, actualicen sus conflictos, invistan
las relaciones parentales y exógenas, y revivan ese intento de establecer una nueva forma de
relacionarse que les posibilite construirse como sujetos psicológicos. Para el caso específico de un
juego dramatizado que emplee el cuento “Hansel y Grettel”, esto es indispensable precisamente
por el hecho de que es la única forma de hacerles vivir a los niños, en tanto que personajes de ese
cuento, el abandono como un hecho que sea realmente significativo para ellos, y en el que tengan
que llevar a cabo reorganizaciones que les permitan seguir existiendo con sus propios medios y
herramientas.

Básicamente, de lo que se trata en el juego dramatizado es de ofrecer un espacio en donde los niños,
desde su personaje, tengan una oportunidad para comenzar a separarse del mundo exterior, para
afrontar la oscuridad y el estar solos, para manejar situaciones de vida o muerte dentro del juego y,
sobre todo, para que puedan ser creativos en situaciones conflictivas. La noción de creatividad que
aquí se ha empleado alude a la potencialidad, intrínseca a "toda materia viva", de promover el
pasaje de los estados de no integración hacia el estado de integración. Desde un no orden- un caos
originario- hacia un orden espontáneo, respetando el conjunto de predisposiciones genuinas, en su
camino hacia la integración y transformación, "lo suficientemente buena y adecuada", de los
objetos mundanos disponibles para "ser usados"6.

Ahora, realizar un juego dramatizado con niños requiere de una herramienta muy importante para
que su propio proceso pueda avanzar hacia la construcción del sujeto psicológico y es el Yo
Auxiliar. El yo auxiliar es ejercido por el psicólogo, con el fin de poner en palabras lo que es
indecible. En este sentido, si existe algún momento difícil de asumir para el niño, el yo auxiliar

6
Jallinsky, S (1999, p. 4)
toma su palabra, e incluso su actuar, con el fin de ayudarle a soportar esa situación tensionante, y
poder así mantenerse en el conflicto, sin anularlo o evadirlo.

Este punto es vital para la intervención, puesto que la población de la que aquí se ha hablado es
precisamente aquella que utiliza mecanismos de defensa muy primarios para no asumir situaciones
conflictivas de la vida. Frente a esto, el yo auxiliar le proporciona cierto apoyo, pues el niño se
percata que la palabra del adulto está presente para dar sentido a lo que está ocurriendo, y que se
expresa en momentos en que la manifestación verbal está impedida por esas defensas tan rígidas
que anulan al sujeto.

El yo auxiliar no reemplaza en ningún momento la vida del personaje, sino que, por el contrario,
se vuelve complementario a él, quedando su palabra y su acción unificada en un entramado de
sentido. Así, cuando el psicólogo observa que en ciertos momentos álgidos del juego, el niño, desde
su personaje, se está desorganizando e impidiéndose a sí mismo resolver un conflicto fundamental,
asume entonces parte de ese personaje, dándole un sentimiento de confianza que le posibilita
conservar su lugar en la historia para que pueda crearse formas de enfrentar esas dificultades.

Y por último, se tiene que en los juegos dramatizados se crea un narrador que tiene la función de
contar lo que sucede en la historia, la situación actual de los personajes, sus sentimientos, y demás
aconteceres, reconociéndoles así sus propios estados psicológicos y físicos en determinado
momento. Para esto, el psicólogo que cumpla esa función de narrador, deber saber de antemano el
destino próximo de la historia que está siendo vivenciada, y tener conocimiento de cómo se
encuentran los personajes frente a los conflictos que se han ido creando y resolviendo.

En algunos momentos del juego, el narrador permite a los personajes situarse en la actualidad de
la historia y, en ciertos casos, con su voz los ayuda a que puedan avanzar hacia situaciones
complejas, haciéndoles ver que pueden enfrentarlas y salir adelante. Con todas estas herramientas
clínicas de trabajo, y cumpliendo todas las condiciones que se han mencionado anteriormente, es
posible que niños con organizaciones autísticas y de tipo esquizoide puedan avanzar, desde un
momento de su desarrollo en el que se ubican en la dependencia casi absoluta, hacia un momento
más complejo que Winnicott ha denominado espacio transicional, en donde ellos puedan ya usar
los objetos, ser más autónomos en sus deseos y acciones, integrar mejor la experiencia y, en
general, vivir una vida acompañada del disfrute.

Por todo lo anterior, el juego dramatizado, como técnica psicoterapéutica, es una forma de
favorecer en el niño, desde su posición de personaje en la historia, la simbolización de conflictos,
y de allí que el cuento que emplee el juego como estructura de base esté en estrecha relación con
las dificultades psicológicas de ese niño. La finalidad clínica siempre tiende a que el sujeto puede
(re)organizar la narrativa de su vida, que hasta entonces pudo haber sido muy limitada, y
reconfigurar los significados hacia una forma que dé cuenta de su propia consciencia”7. Es pues el
sujeto, como narrador de su experiencia, quien debe aparecer en el escenario psicoterapéutico para
organizar los hechos de la vida e hilar y encontrar sentido a la experiencia que ha vivido.

BIBLIOGRAFÍA

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