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La escuela moderna, aquella que se constituyó con la emergencia del Estado Nación,
configuró un dispositivo disciplinario conforme a la necesidad de formar un ciudadano
atravesado por la norma y la ley Estatal (Lewkowicz, 2002).
En su libro “La Reproducción (1977) los autores establecen que la escuela es una de
las instituciones privilegiadas donde la violencia simbólica tiene lugar. Violencia
simbólica entendida como la acción de imponer imperceptiblemente y a través de un
trabajo pedagógico cierto arbitrario cultural que legitima una cultura sobre otras
posibles.
“En una formación social determinada el sistema educativo puede constituir el
trabajo pedagógico dominante como trabajo escolar sin que ni aquellos que lo
ejercen ni aquellos que lo sufren dejen de ignorar su dependencia respecto a las
relaciones de fuerza que constituye la formación social en la que se ejerce,
porque 1- produce y reproduce, por los medios propios de la institución, las
condiciones necesarias para el ejercicio de su función interna de inculcación,
que son al mismo tiempo las condiciones suficientes de la realización de su
función externa de reproducción de la cultura legitima y de su contribución
correlativa a la reproducción de las relaciones de fuerza.2- por el solo hecho de
que existe y subsisten como institución, implica las condiciones institucionales
del desconocimiento de la violencia simbólica que ejerce, o sea, porque los
medios institucionales de los que dispone como institución relativamente
autónoma, detentadora del monopolio legítimo de la violencia simbólica, están
predispuestos a servir a demás , bajo la apariencia de neutralidad, a los grupos o
clases de las que reproduce la arbitrariedad cultural” (Bourdieu y Passeron,
1977:108).
Este destino reconocido bajo el discurso de fracaso escolar, es autoadjudicado por los
sectores desfavorecidos, sosteniendo que su fracaso se debe a la carencia de dones
(que sí poseen los sectores favorecidos). La ausencia de dones hace imposible la
apropiación del campo simbólico exigido por la escuela. Los autores encuentran en
estas creencias la formación de cierta ideología carismática y esencialista que no hace
más que legitimar los propios fracasos y los éxitos ajenos.
“(…) Al descansar la ideología del don más que nada en la ceguera ante las
desigualdades sociales frente a la educación y la cultura, la simple relación entre
el éxito universitario y el origen social tiene una virtud crítica. Dado que todo los
inclina a juzgar sus propios resultados con referencia a la ideología carismática,
los estudiantes de clase baja se consideran un simple producto de lo que son y
el presentimiento de su destino oscuro no hace más que reforzar las
posibilidades de fracaso, según lo lógica de la profecía que contribuye a su
propio cumplimiento. El esencialismo implícitamente encerrado en la ideología
carismática llega para multiplicar la acción de los determinismos sociales”
(Bourdieu, Passeron, 2003: 108).
El habitus es un conjunto de estrategias que definen la acción con las que el agente
resolverá las diferentes situaciones que se le presentarán.
Los habitus son estrategias de juego, razonables, pero no razonadas, que cada agente
tiene a disposición. Estas estrategias son concebidas y heredadas fundamentalmente
en lo que se conoce como la socialización primaria llevada adelante en el seno
familiar.
Por lo tanto, el agente no solo hereda habitus sino también una posición social, la
obtenida por su familia y que corresponde al grado de eficacia de las estrategias de
juego para disputar los diferentes capitales simbólicos que se juegan en los campos
sociales. Por esto el habitus es lo social hecho cuerpo, es la aprehensión del campo.
“(…) las prácticas no son meras ejecuciones del habitus producido por la
educación familiar y escolar y por la interiorización de reglas sociales. En la
práctica se actualizan, se vuelven acto, las disposiciones del habitus que han
encontrado condiciones propicias para ejercerse. Existe, por tanto, una
interacción dialéctica entre la estructura de las disposiciones y las oportunidades
u obstáculos de la situación presente.
Si bien el habitus tiende a reproducir las condiciones objetivas que lo
engendraron, un nuevo contexto, la apertura de posibilidades históricas
diferentes, permiten reorganizar las disposiciones adquiridas y producir prácticas
transformadoras.
Pese a que Bourdieu reconoce esta diferencia entre habitus y prácticas, se
centra
más en el primero que en las segundas. Al reducir su teoría social casi
exclusivamente
a los procesos de reproducción, no distingue entre las prácticas (como ejecución
o reinterpretación del habitus) y la praxis transformación de la conducta para la
transformación de las estructuras objetivas” (Canclini, 1984:9).
Estos alumnos, a los que Lahire denomina tránsfugas de clase, interrogan fuertemente
aquellas posturas que le otorgan al medio social una cualidad determinante e
insuperable. En esta línea de pensamiento Charlot sostiene que uno de los problemas
que posee el marco conceptual de la teoría de la reproducción es concebir al sujeto
solo como un sujeto social, olvidando que el sujeto es a la vez que social cultural y
psicológico.
BIBLIOGRAFÍA
LAHIRE, B (2004) “El hombre plural. Los resortes de la acción” Barcelona. Bellaterra.