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LA POSMODERNTnA n
CON

LA CONDICION
POSMODERNA
Reflexiones a partir de Lyotard

Eugenio Femández G.

N
o es bueno tener un nombre sonado,
menos aún si es prematuro. Los nom­
bres deben hablar bajo y saber esperar,
como los epitafios. Cuando se adelan­
tan, anticipan la muerte y traen su olor carac­
terístico, aunque la oculten bajo la forma, apa­
rentemente contraria, de la juventud y el creci­
miento vertiginoso. En efecto, tiende a adquirir
tal volumen que terminan por ocupar el lugar de
los acontecimientos que pretendían nombrar,
los suplantan, los hacen innecesarios, banales,
molestos incluso. A juicio de muchos algo de
eso está pasando con la posmodernidad: mucho
ruido y pocas nueces, un gran rótulo para disi­
mular un vacío. Se habla tanto de ella, suena tan
bien y viste tanto que no hace falta pensar en su
significación.
Jean-Fran9ois Lyotard tiene buena parte en
ello por obra y gracia del título de uno de sus li­
bros, precisamente el de estilo más moderno: La
condición postmoderna (l). Título desproporcio­
nado al contenido, tal vez oportunista, y delibe­
radamente provocativo, que ha resultado ser de­
nominador común de un conjunto disperso de
vivencias, ideas, deseos que por su amplitud e
intensidad parecen configurar una situación his­
tórica; y que ha tenido el acierto de poner de re­
lieve que se trata de una condición, es decir, de
una posibilidad de ser y no de una ocurrencia
caprichosa. En qué consiste esa condición, o
qué sea lo posmoderno son ya cuestiones más
difíciles de responder aunque sea sólo de forma
fragmentaria (2). Lyotard lo ha intentado con
decisión e insistencia aunque no siempre haya
logrado superar la ambigüedad y a veces haya Jean-Fran�ois
Lyotard.
pagado tributo a lo llamativo y cotizado, y haya
prestado menos atención a las dimensiones más
hondas. modernismo, o quizá ya en pleno siglo XIX?
lSon sus protagonistas Andy Warhol, J. L. Go­
1) DE LAS VARIAS SIGNIFICACIONES Y dard y los nuevos filósofos; o Picasso, Joyce,
PARADOJAS DE UN «POS» Schonberg, Adorno, Wittgenstein; o tal vez
Nietzsche, Baudelaire, Freud y Heidegger?
La noción de posmodernidad es imprecisa y lAsistimos con ella al fin de la modernidad ini­
oscura. lSe refiere a la moda estética e intelec­ ciada en el Renacimiento, o quizá al fin de la
tual de los últimos años, al último episodio en la cultura occidental inaugurada por Sócrates y
serie de las vanguardias, surgido de la conmo­ Platón; tal vez incluso al fin de la tradición ilu­
ción de 1968 y la crisis económica, o comprende minista y racionalizadora que arranca de los mi­
toda una época caracterizada por la sociedad tos griegos y hebreos? Demasiados interrogan­
posindustrial y la mentalidad posmetafísica, des­ tes para una entidad tan indefinida y tal vez ine­
tinada a continuar la serie antigua, media, mo­ xistente.
derna...? lHa comenzado en los años 70, en las El término no aclara mucho. A primera vista
primeras décadas del siglo con la quiebra del parece designar un fenómeno epigonal sin más
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ta y, si apetece, seguir el juego, pues se trata de
un fenómeno trivial y efímero. Razones no les
faltan. En efecto, es fácil advertir que hay mu­
cha ganga en esto de la posmodernidad; y, ade­
más, la rapidez con que la sensibilidad, gustos y
estilo posmodernos han pasado a nutrir el mun­
do de la publicidad y la moda, refuerza la sospe­
cha de que se trata de un recambio inventado
por las exigencias del mercado (3). Otros, más
positivos, prefieren tomarla como dieta cultural
rejuvenecedora y de digestión ligera que, ade­
más, tiene el atractivo de los sabores nuevos,
originales, alejados ya de los viejos y pesados
gustos modernos. Lo malo es que en esa papilla
se mezclan elementos tan incompatibles e indi­
gestos como el radicalismo crítico, la transván­
guardia, los nuevos filósofos y la derecha ácrata.
Personajes como Jürgen Habermas se han
sentido incitados a salir al paso de tanta confu­
sión y falta de seriedad, para poner de relieve
que la pretensión de superar la modernidad sim­
plificándola, olvidando sus objetivos y adoptan­
do una posición fundamentalista e ingenua, ter­
mina convirtiéndose, por una especie de ven­
ganza de ese rechazo maniqueo, en coartada pa­
ra el neoconservadurismo. Como si fuera un
complejo edípico mal resuelto, la posmoderni­
dad se convierte en premodernidad y nuevo os­
curantismo, con la diferencia de que su desen­
canto ya no es capaz de alumbrar una nueva
ilustración y un sueño de libertad (4). Su crítica
se descalifica a sí misma en buena medida por
indiscriminada, defensiva y torpemente moder­
na, pero señala un problema real y desenmasca­
ra una concepción frívola de la posmodernidad.
Si, en efecto, dentro de ese marco se mezclan y
conviven a gusto neoconservadores y radicales,
nostálgicos e hipervanguardistas, cabe pensar
que no pasa de ser un fenómeno superficial y
teatral en sus gestos pero inofensivo y bien aco­
modado. Dicho con la fórmula del humorista
Máximo: neoderecha ± postizquierda = ialter­
nativa simultanea! Hay buenos motivos para
pensar que ella misma es un producto desecha­
determinación que su posposición a la moderni­ ble para usar y tirar. Intentando describir como
dad. Posmodernidad trae resonancias crepuscu­ se sienten muchos hombres actuales, Baudri­
lares aunque algunos la presenten como «filoso­ llard ha escrito: «Ya no formamos parte del dra­
fía de la mañana» tomando la expresión de ma de la alienación» sino del espectáculo, vivi­
Nietzsche. A pesar de la imagen lúdica que in­ mos en el éxtasis, la fascinación, el vértigo y el
tenta dar de sí misma, induce a pensar en un es­ delirio de la comunicación (5). Con el éxtasis
tado de conciencia, surgido de la descomposi­ desaparecen la pasión y la acción; la mitología
ción de la modernidad, muy a tono con este fin de Prometeo es sustituida por las seductoras ilu­
de siglo, acentuado por el trauma de la omnipre­ siones de Narciso: «No es tiempo de revolucio­
sente crisis. En consecuencia la posmodernidad nes pero en vez de cambiar el mundo podemos
podría muy bien ser una situación coyuntural, hacer bricolage con las cosas», se repite mien­
reactiva y marginal adornada por un subproduc­ tras se calla que la complaciente banalidad es la
to ideológico, retórico y decadente, fruto de la forma más eficaz de contrarrevolución.
misma crisis. Esa es al menos la opinión de Saliendo al paso tanto de la descalificación co­
quienes, sospechosamente satisfechos, dan por mo de la evasión, Lyotard afirma: 1. º) Que ni la
concluido el asunto sin prestarle más atención. modernidad ha concluido ni su proyecto se ha
No están lejos de ellos quienes conciben la cumplido satisfactoriamente; y que eso a la vez
posmodernidad como última moda estética. A que un fracaso es una suerte porque el proyecto
su juicio todo lo que hay que hacer es tomar no- era, en parte, engañoso e indeseable. 2. º) Que la
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posmodernidad no es en sí misma cómplice del Habermas (8), significa que la posmodernidad es


neoconservadurismo, sino que la justicia junto una entidad histórica tan equívoca como lo fue
con el capitalismo, el Estado y el poder son para la modernidad. Como antes también ahora a lo
ella asuntos fundamentales, tanto que no pre­ nuevo le toca, de entrada, la peor parte; es obli­
tende solucionarlos mediante el consenso, el gado a identificarse de forma negativa y a con­
pacto o el equilibrio. 3.º) Que la posmodernidad, trapelo. Pero a eso se añade un agravante: La
consciente de que nada muere de esa enferme­ modernidad, en su afán de dominio y asimila­
dad leve que es la crítica, no se limita a criticar ción, cree que sus criterios son indefinidamente
las limitaciones de la modernidad sino que la válidos, de modo que todo lo nuevo le pertene­
desborda y desde principios nuevos hace pro­ ce y no es más que la superación de sí misma.
puestas radicales (6). Estas tres afirmaciones De esa manera, al amparo de las ideas de refor­
marcan el umbral a partir del cual merece la pe­ ma y evolución, tiende una trampa que consiste
na hablar de posmodernidad. en diluir lo posmoderno en el perfeccionamien­
El planteamiento de Lyotard implica ante to de la modernidad. Integrado en la dinámica
todo una valoración positiva de la posmoderni­ de la transformación y el cambio, lo nuevo se
dad como nueva sensibilidad y estilo, incluso co­ convierte en legitimador de lo antiguo, lo hace
mo moda y movida, con tal que se reconozca a clásico, lo perpetúa, le permite seguir vigente.
estas toda su entidad. Conviene recordar que Como se observa en la historia del arte, una
desde los años 50 y 60, en el campo de la arqui­ obra no llega a ser moderna sin ser antes «pos­
tectura y la crítica literaria especialmente, se vie­ moderna» (9). A su vez y en virtud de esa antici­
ne hablando de posmodernidad para nombrar la pación, lo nuevo se legitima como paso adelante
estética naciente. En ella se incluyen obras lle­ en el despliegue de la historia. La modernidad
nas de vigor, como las de Borges o Italo Calvino, ha tenido la astucia de hacer de sus crisis mo­
con resonancia amplia y duradera, llenas de ima­ mentos fuertes en los que se refundamenta y
ginación, capaces de inventar mundos y que, le­ sobrevive a sí misma. Ha previsto y diseñado in­
jos de resultar paralizantes, están siendo facto­ cluso su superación. Por eso no puede haber
res de movilización y búsqueda de alternativas.
Una vez más la estética se comporta como la zo­
na más sensible y el taller capaz de forjar los
conceptos más discriminantes y portadores de
futuro (7).
Es significativo que esta nueva estética haya
sido denominada por algunos transvanguardia,
pues con ese nombre desvelan la paradoja que
le es inherente: Se concibe como experiencia
nueva que va más allá que las anteriores y, a la
vez, es consciente de que creer que lo último, lo
vanguardista, es lo más válido responde a un cri­
terio del pasado, moderno y deudor de las no­
ciones de tiempo lineal y progreso. Y con la es­
tética la posmodernidad entera descubre, al in­
tentar definirse, su paradoja constitutiva: Se pre­
senta como lo nuevo que s:upera a la moderni­
dad, pero quiere escapar precisamente a la lógica
de la renovación y la sucesión de épocas, que
pretende lavar cada poco la cara de la historia y
reavivar la fe en sus promesas. Esa lógica a la
vez que necesita la novedad y la diferencia las
asimila y devalúa en beneficio de la continuidad
de lo existente, es decir, de lo real frente a lo po­
sible. Mirándola desde este ángulo es fácil des­
cubrir que la paradoja de la posmodernidad en­
cierra una buena dosis de sabiduría: Como si­
tuación histórica le es inevitable definirse en re­
lación con sus antecedentes y su pasado, pero
sobre todo necesita identificarse positivamente
por lo que puede y quiere ser.
En virtud de esa condición bifronte, la posmo­
dernidad tiene que inventar su identidad en
conflicto con la modernidad. Que esa pugna no
es original y suena a las viejas disputas entre an­
tiguos y modernos, reiteradas en las épocas de
transición, como recuerda con toda intención Pablo Picasso
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PARA ACABAR C
ON
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posmodernidad real, capaz de instaurar algo que ber como justificación o legitimación; su reduc­
merezca nombre propio y diferenciado, sin rup­ ción de la razón a instrumento y de la ilustra­
turas, sin quiebra de la historia y del modo de ción a programa disciplinario; su interpretación
legitimación, sin exceso y aventura (10). Lo cual de la actividad humana como tarea, piadosa o
no significa que la posmodernidad carezca de prometeica, de salvación; su utilización del mie­
genealogía y exista sin razón de ser, por casuali­ do y la esperanza y su desconfianza en el gozo;
dad. Al contrario, conviene insistir en que se su olvido de los símbolos, la imaginación y el
trata de una condición, un modo de sentir, de­ humor; su concepción finalista de la historia en­
sear, pensar, vivir... del que somos. caminada a converger en un punto absoluto; su
La posmodernidad es el fin de la modernidad, política del poder y no de la potencia... Y está en
su resultado, es decir, aquello a lo que tendía y cuestión no porque a alguien ahora se le ocurra
aquello en lo que acaba. El hecho de que sea re­ caprichosamente rechazarlo todo, sino porque
pudiada como hija ilegítima no hace más que ella misma viene experimentando quiebras su­
reafirmar su condición de hija natural. Es sabido cesivas de sus dimensiones básicas: Crisis de la
que la actual sociedad posindustrial, informati­ representación y la imagen del mundo; crisis de
zada, versátil, adaptada a la velocidad de circula­ los grandes relatos legitimadores y del proyecto
ción del dinero y de los mensajes o valores, per­ revolucionario; crisis del sujeto; muerte de
misiva, etc., es fruto de la ciencia, la técnica y la Dios. Nietzsche, Heidegger, Adorno, Foucault...
emancipación modernas. Y ello significa, en pri­ han sido testigos clarividentes de esos procesos.
mer término, que sin las realizaciones e ideales Es sintomático que se atribuyan a la posmo­
de la modernidad no sería posible ni tendría dernidad gustos necrófilos o decadentes y se la
sentido la posmodernidad, o, dicho de otro mo­ tome por una especie de neoromanticismo nos­
do, que no se puede ser posmoderno sin haber tálgico, débil y recreador de fantasmas fúnebres.
sido decididamente moderno. Ahora bien, la La verdad es que ni quiere serlo, ni el contexto
modernidad lúdica y autocrítica ha hecho una desafiante en el que nace se lo permite. Esos ai­
experiencia compleja de sí misma, que le permi­ res de destrucción y agotamiento vienen de otra
te reconocer en su historia caminos divergentes, parte, de las contradicciones internas de la mo­
fuerzas opuestas, y descubrir que sus ideales, en dernidad precisamente. En efecto, hay una auto­
parte insatisfechos, son además, en algunos ca­ destrucción incesante en la ilustración que se
sos, traicioneros. Hay muchos aspectos de la convierte a sí misma en mito o en ideología to­
modernidad y el progreso que ya no nos parecen talizante y, en su afán de liberar, vigila, adminis­
luminosos y emancipadores sino irracionales, tra, nivela, ritualiza, rechaza lo sorprendente,
inhumanos y aniquiladores. Justamente por eso protege y termina por tejer una trama de ence­
la conciencia crítica moderna puede vislumbrar guecimiento, como Edipo. Y como Odisea con­
que su salida se orienta hacia la posmodernidad sigue progresar indefinidamente en el viaje a la
y no hacia la hipermodernidad o prolongación busca de su identidad y reunir la infinitud dis­
exacerbada de sí misma. La posmodernidad no persa de su mundo, a costa de atarse al mástil y
es una época más, sino memoria, reinterpreta­ taponar los oídos de sus remeros para que, tra­
ción, reelaboración, asunción crítica de la mo­ bajando duramente, ni él ni ellos pudieran ceder
dernidad y no sólo su albacea testamentario (10 a los encantos de las sirenas (12). La misma mo­
bis). Es, sobre todo, un acontecimiento presente dernidad capaz de producir un desarrollo y
que permite transformar el pasado y un futuro bienestar sorprendentes, capaz de potenciar la
anterior por cuanto viene de lejos y preñado de crítica de las ideologías y las rebeliones contra
promesas. cualquier tipo de dominación, acentúa y perfec­
Sería ingenuo creer que el problema de la mo­ ciona la alienación hasta convertirse en caricatu­
dernidad está en sus excesos o extralimitaciones ra de la revolución tantas veces anunciadas y
(destrucción nuclear, control social, despersona­ otras tantas desactivadas. La modernidad padece
lización...) y que para solucionarlo bastaría mo­ una enfermedad autoinmune; la mata su propio
derarlas, mantenerlas bajo control y, en el últi­ crecimiento, su afán de realización. Nietzsche
mo extremo, reorientadas. Como muy bien llamaba a esa enfermedad «nihilismo reactivo» y
comprendió Heidegger, la modernidad es un con buen ojo clínico descubría sus síntomas pre­
conjunto estructurado, un sistema, una unidad cisamente en la voluntad de orden, de dominio,
de destino (Ge-stell); y ante eso las operaciones de superación ascética. En opinión de Lyotard el
de reconversión son insignificantes e inútiles, capitalismo liquida todo lo que la humanidad te­
porque su consistencia es óntica, radica en el nía por más noble; a nosotros nos corresponde
modo de concebir la realidad y en las consi­ hacer esa liquidación aún más líquida (13).
guientes actitudes ante ella (11). Es la moderni­ La posmodernidad intenta aprender bien esa
dad misma con sus características esenciales la lección sangrienta, pero no vive a expensas de
que está en cuestión: Su concepción de la reali­ ella, no se alimenta de la descomposición de un
dad como sistema sustantivo, jerárquicamente cadáver, no es saprófita ni parásita. De la moder­
ordenado y totalizable de entes; su pensar de la nidad prefiere tomar otras claves: la ironía y el
identidad; su concepción de la verdad como humor afilados, desarticuladores, disolventes de
adecuación y obligación de veracidad, y del sa- pequeños fetiches y grandes absolutos; la imagi-
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PAR.A l!.ClJ.B.A.R CON
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nación y la intuición capaces de construir mun­ posmodernidad no tiene nada de plácida e ino­
dos sin rectificarlos; los deseos espontáneos, plu­ cente, sino que encierra formidables contradic­
rales, insobornables, capaces de disfrutar y resis­ ciones (16). Ante ellas puede parecer lógico,
tir. Por eso no es casual que nos sintamos más pero es inoperante y ridículo, que a los nostálgi­
cerca de los renacentistas que de Descartes, de cos de la modernidad se contrapongan ahora los
Spinoza que de Leibniz, de Voltaire que de cantores exaltados de una situación caótica y ex­
Wolff, de Holderlin que de Hegel. En ese senti­ plosiva, tan radical como insustannal, alucinan­
do sí es la posmodernidad una forma de roman­ te pero fatua, tan pretenciosa como retórica. Esa
ticismo, no en su acepción sentimental, irracio­ posmodernidad dionisíaca sólo sobre el escena­
nalista, ingenuamente piadosa y evasiva, sino en rio, termina en mascarada o en «pose», pero no
cuanto afirmación incondicional de la libertad, logra concebir las condiciones desde las que es
la acción, el entusiasmo y la capacidad de re­ posible, ni alcanza las intensidades en las que
crear y encantar poética y éticamente las múlti­ sueña. La obra de Lyotard, con sus titubeos y
ples realidades posibles más allá de la jerarquía, complicaciones, es una buena muestra de es­
la subordinación, la sospecha cauta, la objetivi­ fuerzo selectivo por salir adelante.
dad y el temor (14). Sin duda no son casuales es­ 1. La posmodernidad es ante todo cuestión
tas resonancias románticas. En poesía se viene de sensibilidad; la estética adquiere en ella una
hablando de neoromanticismo desde hace años. significación fundamental y se convierte en cla­
Pero todo ello quedaría reducido a mera anécdo­ ve para la ética y la ontología. Si los distintivos
ta si terminara homologando la relación entre del arte moderno eran el genio, la creatividad, la
posmodernidad y modernidad a la relación entre forma, el aura, la voluntad de estilo...; la estética
romanticismo e ilustración. posmoderna comienza por desestructurar el es­
A juicio de Lyotard la diferencia es mucho pacio de la representación, descompone las
más radical y podemos cifrarla en la contraposi­ coordenadas de la referencia y la significación,
ción de dos términos provocativos: piadoso y niega los privilegios del original, no supone que
pagano, tomados no sólo en su sentido religioso el arte sea revelación o mensaje y se interesa
sino como indicadores de dos cosmovisiones, menos por la intención del autor y el sentido de
ontoteológica una, libertina la otra. La moderni­ la obra que por el juego de sus efectos y rever­
dad conserva, en medio de su afán seculariza­ beraciones. De ahí su preferencia por el collage,
dor, una orientación teológica, metafísica, mora­ el pastiche, el montaje, el kitsch o el estilo ecléc­
lizante que implica la creencia en que la vida tie­ tico y monumental. A juicio de muchos artistas
ne un sentido dado de antemano y reclama acti­ y críticos posmodernos ha muerto no sólo el au­
tudes como la voluntad de verdad, la laboriosi­ tor sino también la obra, mejor dicho, uno y otra
dad, la imitación, la seguridad, la veneración y el nunca han pasado de ser mezcla, resultado de
miedo de lo absoluto, etc. La posmodernidad, una combinatoria de elementos, de una circula­
en cambio, es consciente de la ausencia de fun­ ción de experiencias y signos. Su arte, en conse­
damentos, absolutos e ideales totalizadores y no cuencia, no se presta a la interpretación logo­
está dispuesta a sacrificarles nada; prefiere la di­ céntrica sino que embebe y fascina o estremece
seminación a la escisión, la multiplicación a la y repele. Es pura puesta en escena, espectáculo,
unidad, la fantasía y la ironía a la seriedad y el ri­ simulacro sin parodia, sátira ni risa, que nos
gor, el librepensamiento a la sana doctrina, el convierte en mero lugar de exposición, en cen­
drama al sistema y la risa al drama, lo sublime a tro de distribución de imágenes y sensaciones
lo sensato. Su fuerza radica en la imaginación (17).
inventiva, la capacidad de afirmar y diferenciar y Embriagado por la fuerza desterritorializadora
la voluntad de ser. Si se entiende con la dosis de y disolvente de esta estética, seducido por sus
ironía que su propia historia proporciona a los visos de fluidez y ligereza, Lyotard la ha asumi­
términos, prefiere el caos al orden, el pecado a do hasta el punto de convertirla en propuesta
la justificación, el diablo al buen Dios, y no sien­ (ética) de licuarse y convertirse en lugar de paso,
te añoranza de la reconciliación y la felicidad en transmisores pluridireccionales que lo dejan
eterna (15). pasar todo (18). De ahí al «pasar» de todo y el
«todo vale», a la tolerancia sin valoraciones ni
11) DIMENSIONES DE LA implicación, al cínico y cruel «laissez passern, en
POSMODERNIDAD definitiva, a la indiferencia de las diferencias, no
hay más que un paso. Y es fácil darlo porque ha­
Comprender que la posmodernidad no es un cia ahí empujan este mundo-mercado en el que
cementerio de negaciones y rechazos, sino un todo es equiparable e intercambiable, y esta
campo de posibilidades que esperan ser explora­ multitud homogeneizada a la que pertene­
das, es decir, nuestra oportunidad histórica y cemos.
ontológica de ser, nos sitúa en una posición ade­ Pero en la posmodernidad ha surgido también
cuada para intensificar esas posibilidades que una estética de la resistencia y la experimenta­
dejarán de existir si no son activamente ejercita­ ción crítica y selectiva que no se satisface con
das; pero nos introduce también en un abismo los adornos, la monumentalidad o la contempla­
de tensiones. Si la modernidad era paradójica, la ción narcisista. Partiendo de esa sensibilidad y
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racionalización legitimadora para poder librarse
de ellos. Se trata de descomponer el espacio de
la representación visual, intelectual o política,
que funciona como esquema rígido a pesar de
que su consistencia radica en el vaciamiento y la
doblez; y de descodificar el discurso que sitúa la
verdad en el mundo de las ideas y le asigna una
función sustitutoria mientras menosprecia las
apariencias y separa los deseos de la realidad. A
juicio de Lyotard la piedra de toque para des­
montar ese constructo ideológico que configura
la realidad y nuestro modo de vivir en ella, está
en los procesos de legitimación (20).
Es bien sabido que el afán desconfiado y com­
pulsivo de justificarlo todo: la verdad, la ilusión,
la felicidad ..., se ha servido de «mythos» que na­
rran las gestas de los grandes valores, narracio­
nes cuyo conjunto compone una historia de sal­
vación y una gran teodicea incluso bajo la confe­
sión de ateísmo. A medida que la crítica o he­
chos como Auschwitz han ido incrementando el
recelo ante tales relatos, se ha buscado la legiti­
mación por la eficiencia, la coherencia interna,
etc., y se ha intentado sustituir la confianza por
el consenso, aún a costa de ocultar tanto los in­
tereses antagónicos como el significado concre­
to de los fines propuestos. La filosofía y la cien-
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mismas no pasan de ser relatos disimulados.
Nos encontramos además con que la ciencia es
discontinua y paradójica, el consenso se ha vuel­
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.; to sospechoso, es imposible construir un siste­
"
> ma totalizador que se autolegitime y la unidad
...J
del discurso se ha roto en fragmentos, en juegos
ci
de lenguaje irreductibles. Sabemos que la racio­
nalización es una versión de la fábula del mun­
Charles Baudelaire do, un relato siempre contado y no acabado.
Romper las redes del logocentrismo, descu­
después de un viaje de ida y vuelta a través de brir que la justicia no es del mismo orden que la
Kant y Nietzsche, Lyotard se pronuncia por una verdad o la belleza, sino que cada una tiene sus
estética no de lo bello, armónico y acabado, sino propias reglas y exigencias, inventar una lógica
de lo sublime, intenso, inabarcable, impresenta­ de la ocasión nos coloca en una situación dislo­
ble incluso y sin embargo presente. Para ella, a cada, inestable, movediza, pero apta para despla­
diferencia de la modernidad, lo sublime no es ya zamientos y potenciadora de un pensamiento
el referente lejano de un sentimiento a la vez plural, multiplicador de las perspectivas y capaz
placentero y doloroso pero en definitiva conso­ de diferenciar sin excluir o negar. Lógicamente
lador, sino el contenido propio de una experien­ la pragmática de ese pensamiento es agonística
cia excesiva, sin restos de nostalgia, trágica en más que dialéctica, está más cerca de Heráclito y
su sentido más auténtico, y por tanto no patética los sofistas que de Platón, opera con opiniones y
del ser que acontece y se celebra por ejemplo en juicios reflexionantes más que con deducciones
la aspersión de la sangre del toro. Sentido trági­ y conclusiones apodícticas. Todo ello invita a
co que en vez de exaltar alegremente la finitud, concebir el pensar, liberado ya de la obsesión de
fomentar los paroxismos o dar lugar a lo «subli­ justificar(se), como invención, descubrimiento,
me histérico», asume y desafía la muerte inscri­ poiesis, sensible a las diferencias y los aconteci­
ta en toda limitación y en todo exceso, y se sitúa mientos, capaz de concebir lo inconmensurable,
más allá de la dialéctica compensatoria, en un guiado por la paralogía de los inventores y no
plano en el que lo trágico puede ser festivo e in­ por la homología de los expertos. Lyotard reto­
cluso cómico pero no volverse grotesco y ridícu­ ma la noción kantiana de Idea de la razón y
lo (19). acentúa su dinámica. Trata de cultivar un pensa­
2. Si la modernidad se ha autoconcebido co­ miento que legitima al inventar, que va de la
mo ilustración, ciencia, explicación y organiza­ memoria a la anticipación y se expresa en narra­
ción racional de_ la realidad, a la posmodernidad ciones que transmiten el exceso de energía que
le interesa desenmascarar los montajes de esa queda libre en los acontecimientos, para que lle-
35
PARA ACABlr "
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LA POSMODERNTnA n

gue a ser plenamente lo que parecía infundado e reservas del Ser en las que refugiarse y a las que
imposible. A su manera y de forma menos pre­ antes han huido ya los dioses, regiones no alie­
tenciosa pero más real, también este pensar nó­ nadas, pues toda región da lugar a un régimen y
mada pretende unir razón y revolución. Por eso un reino, a fijaciones y aparatos. Además todo
se resiste a ser reducido a flujo de información refugio excluye, y la exclusión, la disociación
en el cual la máxima densidad equivale al grado son operadores de la desintensificación, de la
cero de pensamiento y de libertad (21). Es cons­ muerte del deseo y la dinámica reactiva. Y, so­
ciente de que por ese camino no vamos hacia la bre todo, el deseo, en cuanto potencia y volun­
iluminación y la transparencia total, menos aún tad de intensidad, es radicalmente anomalía,
hacia la lucidez, como pretende hacernos creer irregularidad, diferencia, energía errante, no ins­
la ideología de la comunicación con su promesa crita, no fijada, sin territorio. No es posible ni
de que la circulación libre de informaciones ter­ deseable una economía libidinal pura y separa­
minará por tapar todo abismo e instituir el diálo­ da. La economía libidinal no se yuxtapone a la
go y el consenso universal. economía política ni pretende sucederla, sino
Si la razón ha sido utilizada como medio de que intenta mostrar que la economía política es,
justificación, y el dar razón ha perdido todo sen­ de forma enajenada y reprimida, economía libi­
tido de don y se ha convertido en mecanismo de dinal, es decir, ahorro de deseos capitalizados
legitimación, romper con la «episteme» moder­ con vistas a inversiones más rentables.
na y sus modos de justificación lógica, política y No se trata sólo de lograr desplazamientos y
teológica significa mucho: Supone desenmasca­ querer, por ejemplo, potenciar, multiplicar, dis­
rar los recursos del poder para imponer sus cri­ frutar, en vez de poseer, consumir o dominar; ni
terios de normalidad, valor o racionalidad a las de descubrir «categorías económicas rebeldes»
experiencias, los saberes, las relaciones socia­ inmanejables para el sistema; se trata sobre todo
les... implica reconocer que no hay un sistema de abolir la «ley del valor» en su vigencia econó­
absoluto, ni fundamento último, ni modelo uni­ mica, moral y, en definitiva, ontológica. Si nos
versal. Conlleva aceptar que la justicia y las conformáramos, como quieren los economistas
leyes no se deducen ni se demuestran, pertene­ neo-liberales y los ideólogos posmodernos de
cen al ámbito de las opiniones y propuestas dis­ ocasión, con flexibilizar el mercado y agilizar la
cutibles. Y, sin embargo, no podemos prescindir circulación de valores, las contradicciones del
de ellas y menos aún dejarlas en manos del Es­ capitalismo en vez de resolverse se convertirían
tado. Significa que la libertad es un aconteci­ en círculo vicioso, como puede verse, por ejem­
miento que excede todo cálculo (22). plo, en la cínica utilización de los deseos en la
Un pensamiento libre de la necesidad de jus­ publicidad. Para instaurar una verdadera econo­
tificación ya no es reactivo, sumiso, ni siquiera mía libidinal es preciso sobrepasar las localiza­
crítico en tanto la crítica se nutre de la fuerza de ciones, asignaciones de significación, determi­
la carencia; sino derivativo, nihilista y radical­ naciones de función, etc.; es preciso abandonar
mente afirmativo. En nuestra cultura el último el punto de vista del poder, comprender que la
fundamento legitimador es teológico; para des­ revolución no consiste en conquistarlo sino en
virtuarlo no bastan la crítica de la religión o el asumir la potencia «volucionaria» de la «Wille»
ateísmo pues estos giran aún en torno a lo que y alcanzar la posición del deseo. Posición que ya
niegan y permanecen en la relación dogmática y no depende de -ni es determinada por los obje­
paranoica con ello. Por eso Lyotard busca un tos, y tampoco gira en torno al sujeto en cuanto
más allá de la religión y el ateísmo, una especie centro de inscripción y acumulador de acciones,
de pa�anismo al estilo romano (piénsese en Lu­ sino que está a la raíz de ambos como principio
crecio), festivo, con sentido del humor y capaz de realidad en el cual la subjetividad deseante y
de deshacerse del drama angustioso que arrastra colectiva actúa intensificando las potencias dise­
el creer que estamos en manos de los dioses o minadas (24).
del destino. Paralelamente afirma que la necesi­ La afirmación del deseo no es una llave mági­
dad de salvación es ella misma enfermedad y ca que abra la puerta a un mundo idílico. Al
muestra su horror a la terapéutica y a su vaseli­ contrario, la energía de los deseos no atiende a
na. Esas dos condiciones hacen posible, en su las exigencias de la unidad y el orden, es trans­
opinión, una alternativa al vacío, a la lógica del gresora y sorda a las reglas de la composición y
gran Cero que impone al deseo aplazamientos, la jerarquía orgánica y, en consecuencia, deses­
sacrificios, negaciones de sí mismo. Alternativa tabiliza, produce dolor, mata. En contra de lo
a la teología y la política y la política de Estado, que le gusta creer a una mentalidad dualista que
que consiste en la economía libidinal, no en. la se cura en salud, la pulsión de muerte no es otra
lógica del otro gran Cero: el capital (23). energía distinta de Eros, sino esta misma en su
3. Sería un grave error creer que la economía actuación contraria al principio de conservación,
Ubidinal designa un campo privilegiado, un pa­ explosiva, derrochadora, que se multiplica y di­
raíso donde florecen afirmaciones e intensida­ suelve las totalidades (objetos, fines, ideales) a
des y los deseos están al abrigo de cualquier las que se suponía ligada. De ahí su vibración
transcripción traidora en producción, trabajo o trágica cuya expresión ya no es el grito ni el dra­
ley del valor. No, no hay territorios liberados,. ma sino una rara conjunción de espíritu dioni-
36
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LA POSMODERNrnA n

síaco y volteriano. Pero si, asustados o bienpen­ ferencia positiva, multiplicadora, no excluyente,
santes, preferimos olvidar la posición energéti­ sin centro de gravedad o de pertenencia y, en
ca, entonces reaparecerá inmediatamente el consecuencia, diferencia libre y al mismo tiem­
pensamiento de la carencia y la heteronomía, po singularizadora. Lyotard remite a las diferen­
dispuesto al sometimiento y la moderación en cias nómadas de Deleuze, la diferición y disemi­
aras de la armonía y el bien de todos (25). nación de Derrida, la diferencia trascendente de
4. La recuperación para la potencia y el de­ los otros que nos llaman e implican en un impe­
seo de la posición capital conlleva un proceso de rativo ético que no surge de la esencia ni de la
deconstrucción no sólo de las racionalizaciones, necesidad sino de esa misma relación, como ex­
los mecanismos de defensa y denominación, los plica Levinas (27). De este modo la economía li­
miedos, etc.; sino sobre todo de la realidad que bidinal modifica su propio planteamiento, des­
juntos consolidan. Descubrir que la materia es borda el monismo inherente a toda filosofía de
siempre un estado de la energía induce a desma­ la voluntad y se aleja de la tentación de reunir
terializar las cosas, el mundo de lo dado, hasta (destruir) las diferencias en un género o de su­
descubrir en su orden y consistencia un abismo perarlas dialécticamente en una totalidad.
de fuerzas y posibilidades, un laberinto de inma­ Deseo y diferencia dan paso a otro concepto
teriales. En vez de otorgar a la realidad, es decir, de su misma matriz: acontecimiento. En una pri­
al estado de cosas, la categoría de fundamento mera aproximación Lyotard lo define como la
del que dependemos y de marco en el que esta­ mutación que un exceso de potencia produce en
mos encerrados, en vez de asumir un realismo un sistema dado. Tal mutación puede provenir
que evita justamente cuestionarse la realidad de un aumento de energía por encima de los
misma, la afirmación del deseo inaugura una on­ límites que el sistema está acostumbrado a orga­
tología de la potencia como principio de ser y de nizar, o bien del surgimiento de una energía que
actividad, principio desrealizador precisamente no se deja captar y procesar por ese sistema. En
en virtud de su capacidad de hacer ser. Se trata ambos casos se transforma la relación entre
de una posición nihilista y, juzgada con los cri­ energía y regulación, lo cual se traduce en sen­
terios del poder, de una ontología y un pensa­ sación de peligro pero también en conciencia de
miento débiles; pero justamente en eso radica nuevas posibilidades y, sobre todo, en una nue­
su potencial de afirmación y novedad, como va perspectiva ontológica. Desde ella se com­
puede verse en alguna de sus dimensiones más prende que la realidad, esa red de hechos y da­
significativas (26): tos que nos sostiene y nos ata no es, existe sólo
La dinámica def deseo posibilita comprender en cuanto la tejemos nosotros, y a costa nuestra,
la diferencia no como lo otro, neutro y anónimo, como producto de nuestra impotencia; por tanto
los restos que van dejando la identidad y el yo no debe ser tomada por lo originario. Originario
tras su marcha triunfal, sino como elemento y primero es lo que «se pone» y «se da» no en el
esencial y constitutivo del ser de la potencia. Di- sentido mostrenco de «lo que hay», sino en el
sentido de lo que se pone a disposición y se da
porque es capaz de dar de sí, es decir, eso que
llamamos Ser no en cuanto es «real» o es «tal»
sino en cuanto puro acontecer y hacer ser. No se
trata del ser misterioso, sin nombre, indefinido,
uno y todo pero ausente; al contrario, por su
propia naturaleza el acontecer no tiene más allá,
es presencia que se despliega en una secuencia
de grados de potencia, intensivos y diferencia­
les, cada uno de ellos excesivo con respecto a lo
dado y, en ese sentido, único y multiplicador,
intrínsecamente necesario y a la vez gratuito,
capaz, por tanto, de tomar parte en el juego de
deseos y donaciones (28).
Los acontecimientos tienen su propio tiempo,
se lo conceden y lo hacen a su manera. Tiempo
propio y constituyente que expresa el ritmo y el
tono de los acontecimientos; y no mera cronolo­
gía, medida de la velocidad de producción y mo­
neda que establece las equivalencias entre mer­
cancías. Tiempo flexible que se concentra o se
distiende y en un momento puede hacer coac­
-__,,e:"'
"' tuales el pasado y el futuro, discontinuo y sin
embargo duradero. Tiempo intrínseco a la ac­
ci ción, que no se deja medir por ciclos o por el pa­
so de los años, que no implica progreso hacia
Andy Warhol una meta y, sin embargo, a la manera de los
37
Quizá la posmodernidad esté pasando de mo­
da o incluso lo haya hecho ya. lQuién sabe? A
las modas les gusta ser breves y sorprender tan­
to al llegar como al irse. Además siempre es de­
masiado pronto y, a la vez, demasiado tarde para
comprender el presente. En cualquier caso lo
importante es que con ese rápido y fuerte oleaje
han aflorado fuerzas de mayor calado, capaces
de remover y agitar por mucho tiempo nuestros
océanos. Llámese posmodernidad o como se
quiera algo nada pasajero está pasando, algo aca­
ba y algo puja por surgir. A eso sí merece la pe­
na prestarle atención aunque para ello sea preci­
so resistirse a la fácil y ruidosa retórica posmo­
derna. Por encima y por debajo de su imagen de
escaparate, la posmodernidad quiere ser aconte­
cimiento, nueva posibilidad de ser, más que fase
o época. En este sentido está aún comenzando,
�-, \1 gestándose; apenas deja vislumbrar sus dimen­
siones y esbozar los rasgos de su rostro y, sin
-- ,¡ ;
--�- embargo, es ya claro que aspira a ser una forma
radical de cultura (30). Pero a nuestros viejos
- _: .- .i"j·.' personajes y máscaras les cuesta abandonar el
e
teatro donde se consagraron como actores. Lyo­
. tard dice que «Nietzsche sigue siendo platóni­
-·--· · co» (31). Pensando ahora en él, en toda la mo­
dernidad ilustrada y en nosotros mis-
mos tenemos que reconocer que la salí- �
da de la caverna es larga y el sol hiriente. �

NOTAS
(1) Lyotard, J. F., La condición postmoderna. Cátedra,
Madrid, 1984. Su subtítulo, más ajustado al contenido, es:
«Informe sobre el saber».
(2) Cfr. Lyotard, J. F., «Réponse it la question: Qu' est­
ce que le postmoderne». Critique, 419 (1982) págs. 357-367.
(3) Cfr. Jameson, F., «Posmodernismo y sociedad de
José Luis Borges
consumo» en AA. VV. La posmodernidad. Kairós, Barcelo­
na, 1985, pág. 184.
acontecimientos, hace historia. Kairós, oportu­
nidad única e irrepetible, fecunda en consecuen­ (4) Cfr. Habermas, J., «La modernidad, un proyecto in­
cias. Por el contrario en el tiempo lineal, homo­ completo» en La posmodernidad, págs, 21-24, 32-36. Der phi­
losoph/sche Diskurs der Moderne y Die neue Unüberslchtlich•
kelt, ambas en Suhrkamp. 198S. Honneth, A. «Postmoder­
géneo, que yuxta one y ordena los hechos en
series y reduce ef devenir a prolongación y la
nidad» en AA. VV. Terminología científico social. Anthro­
pos, Barcelona, 1986 (de próxima aparición).
novedad a simple posteridad sin significación
(5) Baudrillard, J., «El éxtasis de la comunicación» en
propia, no hay cabida para los acontecimientos.
La posmodernidad, pág. 193.
Bajo su validez universal oculta su indiferencia a
lo que ocurre y su vaciedad; la ligereza, fluidez y (6) Cfr. Lyotard, J. F., Tombeau de l'intelectuel et autres
fugacidad que la experiencia le atribuye son ab­ papiers. Galilée, París, 1984, págs. 81-87. En el libro-entre­
vista titulado Au Juste. Ch. Bourgois, París, 1979, pág. 172
escribe: «on ne peut pas se passer de justice». Ver también
sorbidas por la rigidez de su medida irreversible.
sus obras: Dispositivos pulsionales. Fundamentos, Madrid,
Vaciedad y rigidez juntas lo convierten en mag­
1981, pág. 121-122 y 279-280. Economía libidinal. Edit. Sal­
nitud negativa que desgasta y consume hasta la
tés, Madrid, 1979, págs. 16, 113 y 122.
autofagia, hasta convertirse en Cronos. Este
tiempo-maldición que hace añorar el sueño de (7) Cfr. Barte, J., «Literatura posmoderna», Quimera,
la intemporalidad, que no tiene consistencia en n.º' 45-46 (1985), págs. 14-21. Lyotard, J. F., A partir de Marx
y Freud. Fundamentos, Madrid, 1975, pág. 24.
(8) Cfr. Habermas, J., «La modernidad, un proyecto in­
sí mismo y es incapaz de insistir y hacer ser, no
completo», págs. 19-21.
puede ser afirmado ni deseado. Admite prolon­
(9) Cfr. Lyotard, J. F., «Qu'est-ce que le postmoderne»,
gación pero no quiere eternidad. La posmoder­
pág. 365.
nidad pasa de él y de sus historias, no se concibe
(10) Cfr. Vattimo, G., El fin de la modernidad. Gedisa,
ya a sí misma como odisea, periplo y retorno a
lo mismo, al principio, al nido (29). Barcelona, 1986, págs. 9-20. Ya Th. Adorno caracterizaba la
modernidad como compulsión a la innovación. Asthetische
** * Theorie. Suhrkamp, Frankfurt, 1970, pág. 41.
38
PARA ACABAR CON
LA POSMODERNTnA n

(10 bis) Cfr. Lyotard, J. F., Le postmoderne expliqué aux


enfants. Galilée, París, 1986, págs. 33, 38, 119-126.
(11) Los textos más significativos de M. Heidegger so­
bre este tema se encuentran en Die Frage nach der Technik e
ldentitiit und Differenz.
(12) Cfr. Adorno, Th. y Horkheimer, M., Dialektik der
Aujkliirung. Fischer, Frankfurt, 1969, págs. 7-73.
(13) Lyotard, J. F., Dispositivos pu/sionales, pág. 46, Cfr.
Lefebre, H., lntroduction a la modernité. Minuit, París, 1962,

./
págs. 226-234.
(14) Cfr. idem op. cit., págs. 235 ss., 305 ss. y Negri, A.,
«Postmoderno» en AA. VV. Terminología científico-social,
Anthropos, Barcelona.
(15) Cfr. Lyotard, J. F., Au Juste, págs. 31-37, 41, 71-75,
118-121; «Qu'est-ce que le postmoderne», pág. 367.
(16) Cfr. Negri, A., loe. cit.
(17) Cfr. Ullmer, G. L., «El objeto de la poscrítica», en
AA. VV. La posmodernidad, págs. 125-161, y los artículos ya TRANSPORTE DE
citados de Baudrillard y Jameson en la misma obra.
(18) Cfr. Lyotard, J. F., Economía libidinal, pág. 286-294. VIAJEROS EN
(19) Cfr. Lyotard, J. F., Dispositivos pulsionales, págs.
115 ss. «Qu'est-ce que le postmoderne», págs. 363-367. Au AUTOCAR
Juste, págs. 187-189. De lo «sublime histérico» habla F. Ja­
meson en «La estética de la posmodernidad», Zona Abierta,
38 (1986), págs. 105 SS.
(20) Ese es el hilo conductor de su obra La condición LINEAS
postmoderna. Desde otra perspectiva incide en esta misma
problemática el libro de Rorty, R. La filosofía y el espejo de PR OVINCIALES,
la naturaleza, Cátedra, Madrid, 1983.
(21) Cfr. Lyotard, J. F., A partir de Marx y Freud, págs. NACIONALES E
33-38, 305-310.
(22) Cfr. idem, op. cit., págs. 9-24 y Le Differend Minuit, INTERNACIONALES
París, 1983, págs. 236-240 y 174-186. A. Wellmer ha resumi­ OVIEDO
do bien las principales aportaciones de nuestro siglo a la crí­ Plaza Primo Rivera, 1
tica del entramado urdido por el sujeto, la razón, el lengua­ Teléfono: 985/281200
je, el sentido... «La dialéctica de modernidad y postmoder­ Télex: 84356
nidad» en Debats 14 (1985), 72 ss.
(23) Cfr. Lyotard, J. F., Dispositivos pulsionales, págs.
279-280 y 292. Economia libidinal, págs. 16-39, 53 y 120-135;
y especialmente lnstructions paiennes. Galilée, París, 1977.
(24) Cfr. Lyotard, J. L., Dispositivos pulsionales, págs. Wil&JT��
11-13, 34, 72, 126-131, 284-285, 293-294 y 301. Economia libi­
dina/, págs. 126-131. Tombeau de /'intelectuel, págs. 77-80 y «� �
�6�-5 TI:l'icl li.\ für@
�6�....:a
Grupo A•Título3
i\
� �6-L. R;.t
�,.J¿�,.J
li,.\.

86-87. Como aportaciones nuevas sobre la subjetividad


constituyente y deseante ver Foucault, M., L'usage des plai­ W/llML;á\.
sirs. Gallimard, París, 1984, págs. 9-19 y Negri, A., últimas
páginas del artículo citado. El artículo de L. Scott, «Postmo­
dernity and desire». Theory and society XIV (1985) págs. 1- EXCURSIONES,
33 es un informe interesante sobre la importancia de la con­
cepción del deseo para la configuración de la posmoderni­ RUTAS TURISTICAS,
dad.
(25) Cfr. Lyotard, J. F., Dispositivos pulsionales, págs. CONGRESOS,
45-49, 265-266, 289 y 297.
(26) Cfr. Lyotard, J. L., «El laberinto de los inmateria­ CIRCUITOS
les», Quimera, 46-47 (1985) 23-29. «Qu' est-ce que le post­
moderne», 359-365. Sobre estos temas hay que destacar las NACIONALES E
aportaciones de G. Vattimo, más atento que Lyotard a las
perspectivas abiertas por Heidegger.
1 NTERNACIONALES
(27) Cfr. Lyotard, J. F., Au juste, págs. 51, 69, 73, 133-
138, 170-171 y 178-179. Le Différend, págs. 163-169 y 197 ss.
Adviértase que «differend» tiene forma activa y significa di­
ferencia y discrepancia.
(28) Cfr. Lyotard, J. F., Discurso, Figura. G. Gili, Barce­ UNA ORGANIZACION AL SERVICIO
lona, 1979, págs. 37-41. A partir de Marx y Freud, págs. 305-
308. Le Différend, págs. 115-116, 120-121, 200 y 236-238 don­ DEL VIAJERO
de remite expresamente a la obra Zeit und Sein de Heideg­
ger. AEROPUERTO DE ASTURIAS
(29) Cfr. Lyotard, J. F., A partir de Marx y Freud, pág. 13 OVIEDO GIJON
y Le différend, págs. 94-98, 184-186 y 244-251. AVILES
(30) Cfr. Owens, C., «El discurso de los otros», en La MADRID LEON BILBAO
posmodernidad, pág. 99.
(31) Cfr. Lyotard, J. F., Economía libidinal, pág. 294.

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