Está en la página 1de 96

1957, la huelga grande de los Telefónicos

Javier Nieva

La huelga que los trabajadores telefónicos llevaron adelante durante el año 1957
fue una de las medidas de fuerza más importante contra la política económica y social
de la dictadura encabezada por el general Aramburu. El conflicto comenzó el 27 de
agosto, reclamando aumento de sueldo y el levantamiento de sanciones a unos 400
trabajadores cesanteados, trasladados, retrogradados o suspendidos por razones
políticas. La reclamación se inició con paros de una hora por turno en todas las
dependencias telefónicas del país, y fue incrementándose en su extensión horaria a
medida que pasaron los días. Con breves interrupciones para negociar y posteriores
reinicios de las medidas, esta parte del enfrentamiento se extendió hasta el 17 de
septiembre. Pero el endurecimiento de la posición gubernamental, las masivas
detenciones de trabajadores telefónicos y la ilegalización de la organización sindical
determinaron que se declarara la huelga a partir del día 18 de septiembre.

De los 72 días que duró aquel conflicto, 57 fueron de huelga. La medida tuvo
alcance nacional, abarcó a todas las seccionales que conformaban la Federación de
Obreros y Empleados Telefónicos, contó con la adhesión solidaria de las distintas
organizaciones sindicales que constituían el movimiento obrero argentino, y consiguió
que una delegación conjunta de los dos agrupamientos en que acababa de dividirse el
Congreso de la CGT -Las 62 Organizaciones y los 32 Gremios Democráticos-
entrevistara al general Aramburu reclamando una solución para los trabajadores
telefónicos.

Este trabajo fue publicado originalmente en el blog “Todo pasa y todo queda” –
http://javiernieva.blogspot.com- entre el 14 de septiembre de 2017 y el 17 de enero de
2018. He respetado la totalidad del contenido, pero para facilitar la consulta agrupé las
notas en capítulos e incluí un índice al final.
Creí importante empezar el relato con acontecimientos ocurridos algunos años
antes (“Los remotos antecedentes”), pasar por el golpe de estado de 1955 y las
intervenciones a los sindicatos que efectuó la dictadura de Aramburu-Rojas. El reclamo
salarial de 1956 y el proceso de “normalización sindical” son de utilidad para una mejor
comprensión del conflicto de 1957.

1
2
Los remotos antecedentes

En Telefónicos hubo un dirigente que marcó con su presencia un larguísimo


período de la vida del gremio y del movimiento obrero en su conjunto: fue Luis F. Gay.
Los testimonios que pude recoger de quienes trabajaron junto a el coinciden en
señalarlo como un trabajador infatigable, un dirigente inteligente, un orador brillante.
Gay acaudilló a los jóvenes militantes telefónicos que en el año 1928 se enfrentaron con
los representantes empresarios en una asamblea de trabajadores convocada por la Unión
Telefónica. Aquel acontecimiento fue el punto de partida para la formación de la
Federación de Obreros y Empleados Telefónicos; y si esto ya era una verdadera hazaña,
lo fue mucho más porque en aquel momento la Unión Telefónica era propiedad de la
ITT, multinacional de origen norteamericano, que se jactaba de haber desbaratado
cualquier intento de organización sindical en sus filiales del continente.
Después de aquella proeza los militantes de la FOET dedicaron enormes
esfuerzos para que los telefónicos del interior del país pudieran organizarse
sindicalmente. Y así surgieron los sindicatos de Bahía Blanca, La Plata, Santa Fe,
Rosario y Córdoba. Gay y sus compañeros también colaboraron para la organización
sindical de los telefónicos de Entre Ríos, San Juan, Mendoza, Tucumán, Salta, Santiago
del Estero, Resistencia, Corrientes, Misiones, Jujuy, Catamarca y La Rioja. Todos ellos,
junto con la Federación de Obreros y Empleados de Standard Electric Argentina,
constituyeron la Federación Obrera de Telecomunicaciones. Este desarrollo
organizativo, junto con el enorme prestigio alcanzado tras la exitosa huelga telefónica
de 1932, hicieron que Gay y sus compañeros extendieran su influencia a todo el
movimiento obrero.
Los telefónicos, que hasta entonces se habían mantenido autónomos, se
incorporaron a la Confederación General del Trabajo en 1931, y Gay fue designado para
integrar el Comité Sindical Nacional, organismo de dirección de la central sindical
constituida un año antes. En 1935 la CGT se dividió en dos centrales, la CGT
Independencia y la CGT Catamarca, ésta última de tendencia sindicalista
revolucionaria, corriente en la que estaban enrolados los telefónicos. La tarea de
reorganización que se impusieron llevó a la refundación de la Unión Sindical Argentina
(ya había existido una central con esa denominación entre 1922 y 1930), y Gay formó
parte del Comité Central de la nueva entidad, convirtiéndose, en 1939, en el principal
referente de la USA. A partir de 1943 estuvo entre los varios dirigentes sindicales que
se acercaron a la Secretaría de Trabajo para acompañar el proyecto político impulsado
por el coronel Juan Domingo Perón. Al producirse la detención de éste en octubre de
1945, Gay participó activamente en la organización de la movilización popular que
forzó su liberación el miércoles 17 de octubre.
Seis días después de ese acontecimiento, un centenar y medio de militantes de
origen sindical designaron al Comité provisional del Partido Laborista. Entre sus
integrantes estaba Luis F. Gay. Dos semanas más tarde los laboristas eligieron su comité
directivo, aprobaron su carta orgánica y difundieron su plataforma, y una semana
después instalaron la sede central en Cerrito al 300. Los hechos se sucedían en forma
vertiginosa, porque las elecciones presidenciales y legislativas previstas inicialmente
para el mes de abril, se habían adelantado para el 24 de febrero tras la detención y
posterior liberación de Perón. Era una carrera contra el reloj, porque allí también se
mezclaba una puja interna con otras fuerzas, que si bien apoyaban la candidatura de
Perón a la presidencia, rivalizaban con los laboristas respecto a las demás candidaturas.

3
Los remotos antecedentes (II)

Decía en la nota anterior que los laboristas acaudillados por Luis Gay se
enfrentaban con otros sectores que, al igual que ellos, impulsaban la candidatura de
Perón a la presidencia. Los compañeros-rivales eran la UCR Junta Renovadora,
presidida por Hortensio Quijano, y los Centros Cívicos "Coronel Perón", que nucleaban
a sectores de orientación conservadora, y que tenían como referente al contraalmirante
Alberto Tessaire. Una Junta Nacional de Coordinación Política, bajo la dirección del
abogado Juan Atilio Bramuglia, trataba de conciliar las aspiraciones electorales de los
distintos sectores. Cada partido designaba sus candidatos, al laborismo se le reconocía
la mitad de las postulaciones, y a renovadoes y cívicos la otra mitad. En las provincias
donde el candidato a gobernador hubiese sido designado por los laboristas, la
designación del vice correspondía a alguno de los otros partidos, y si el candidato a
gobernador era renovador o cívico, su compañero de fórmula debía ser laborista. En los
casos en que no se llegase a acuerdo se concurría con listas separadas bajo la común
candidatura de Perón a la presidencia. Precisamente fue alrededor de la fórmula
presidencial donde se produjo una de las mayores fricciones entre laboristas y
renovadores, pues los primeros propusieron que el coronel Domingo Mercante
acompañara a Perón como candidato a vicepresidente, mientras que los segundos
levantaron la fórmula Perón-Quijano. Una semana después Mercante renunció a la
postulación hecha por los laboristas, pero las disputas entre los compañeros de ruta
siguieron siendo muy fuertes y se prolongaron más allá de las elecciones de febrero.
Cuando tres meses después de las elecciones, y a pocos días de tener que asumir
la presidencia, Perón anunció la disolución de los partidos que lo habían llevado al
triunfo, la reacción de los laboristas no se hizo esperar. La más exasperada y confictiva
fue la del dirigente del gremio de la carne, Cipriano Reyes, pero aunque los demás
dirigentes y militantes no fueron tan beligerantes, no fueron nada complacientes con la
decisión del conductor del movimiento. Finalmente, la Cuarta Conferencia Nacional del
Partido Laborista, resolvió acatar la medida, Gay y otros dirigentes presentaron sus
renuncias a la conducción partidaria, y manifestaron la esperanza de que la nueva fuerza
que se constituyese respetara la proporcionalidad de representación que se traía de los
comicios. Las diferencias entre las partes se fueron acentuando, éstas se convirtieron en
enfrentamientos, y cuando en noviembre de 1946 se eligió al Secretario General de la
CGT, los laboristas impusieron a Gay derrotando al secretario general de Empleados de
Comercio, Angel Borlenghi, que era el candidato impulsado por el gobierno.
Este trabajo no pretende historiar aquel rico proceso, sólo quiero proporcionar
algunos datos, algunos comentarios y uno que otro testimonio como para poder entender
mejor los hechos que ocurrieron algunos años después. Un testimonio interesante es el
de Pascual Masitelli, quien a mediados de los ’40 ya tenía casi 10 años de militancia en
el gremio telefónico.

“Perón asumió el 4 de junio de 1946, y unos días después Gay me invita a tomar
un café. Fuimos hasta la confitería El Olmo y ahí me dice “Vamos camino de una
dictadura”. Imagínese mi sorpresa; yo era un peronista fanático”. Masitelli hizo una
pausa como para recordar mejor, y luego continuó diciéndome: “Antes de la subida de
Perón se produjo una escisión en el gremio; allí estaban Motti, Fabiano, cabrera, Freire;
una cantidad de gente que se abre del gremio y se llevan la máquina de escribir, papeles

4
y otras cosas. Cuando asume Perón se presentan ellos, como “auténticos dirigentes
sindicales”, a ofrecerle colaboración. Nosotros no nos queríamos presentar porque
queríamos permanecer “apolíticos”; eso nos obligó a enfrentarnos con ellos y allí es
cuando quedamos marcados”.

Masitelli me hizo este comentario cuando, a fines de 1986, comencé a reunir


información sobre la huelga del ’57. Podría decir que era muy contradictorio el presunto
posicionamiento “apolítico” por parte de quienes antes habían apoyado decididamente
la candidatura de Perón, pero era la forma en que él lo expresó, y yo quiero ser fiel en la
transcripción del testimonio. Incluso no ocultó el apoyo que Gay había dado desde el
Partido Laborista, como tampoco ocultó su posterior desencanto y enfrentamiento con
el gobierno. Al recordar esos hechos, diferenció la actitud de Pedro Valente, quien
“nunca se quizo meter en política”.
Pedro Valente era ya por entonces uno de los veteranos del gremio telefónico.
En 1929 ingresó en la Unión Telefónica y un año después ya era delegado del sector de
Construcciones, donde trabajaba como empalmador de líneas. Él había iniciado su
actividad sindical en la central Belgrano, pero los empalmadores no permanecían fijos
en una zona, por eso estuvo en otras oficinas de Capital y Gran Buenos Aires, llegando
a trabajar en la ciudad de La Plata donde lo encontró la huelga de 1932. Afines de 1946
Pedro Valente integraba la conducción de FOET. En esa época la Comisión Directiva se
renovaba anualmente y la designación estaba a cargo de la Asamblea General de
afiliados. Por el momento me limito a esta simple mención de Pedro Valente, pero es
importante tenerlo en cuenta porque volveremos a encontrarlo años más tarde al frente
del sindicato.
La embestida contra Luis F. Gay se fue haciendo cada vez más intensa, y aquí
vuelvo al testimonio de Pascual Masitelli.

“Cuando Gay fue designado como Secretario General de la CGT le ganó en la


votación al candidato de Evita. Para colmo, antes había sido nombrado presidente de la
Caja de Ahorro y Evita le había mandado a pedir una donación de 100mil pesos para la
Fundación. Él le contestó al emisario que le pidiera la plata a Miranda, que era el
ministro de economía”.
“Cuando vi como venía la mano le pregunté a Gay si esa opinión de que íbamos
camino de una dictadura se la había comentado a alguien más; y me dijo “A Freire”.
Freire era el ministro de trabajo. Y entonces yo le dije: “¡Usted está listo!”.

En enero de 1947 Gay se vio obligado a renunciar a su cargo de Secretario


General de la CGT. A esta renuncia siguió la de todos los demás miembros del Comité
Central Confederal. Pocos días después se realizó una reunión de la conducción
cegetista y fue designado Aurelio Hernández como nuevo Secretario General de la
central obrera.

Los remotos antecedentes (III)

La ofensiva gubernamental contra Gay tiene antecedentes en los enfrentamientos


durante la campaña para las elecciones de 1946. El juego de equilibrio que realizaba
Perón para aglutinar a todos los sectores que concurrían en su apoyo (y que los

5
entendidos han bautizado como Política Pendular),no podía dejar de generar algunos
resquemores, y los más ofendidos eran los laboristas. En el reparto de consideraciones y
favores sentían que grupos minoritarios como los radicales renovadores y los
nucleamientos conservadores recibían más de lo que aportaban. Si bien a los militantes
de origen sindicalista se le reconocían la mitad de las postulaciones en juego, a la hora
de implementar esos reconocimientos las fricciones parecen haber sido múltiples. Los
laboristas no ahorraban munición gruesa a la hora de descalificar a sus “aliados”
radicales, y aunque en muchas disputas internas jugaron al lado de los grupos
conservadores, el mismo Gay perdió su nominación a candidato como senador por
Capital a manos del contralmirante Albertto Tessaire.
La disputa por cuotas de poder estaba a la orden del día, nada diferente de lo que
ha ocurrido en todo tiempo en cualquier fuerza política. El mismo Perón debía pelear
por su propia porción, porque aunque todos le reconocían la primacía, también querían
acumular poder para la siguiente etapa. La disolución de los partidos que lo habían
llevado al triunfo recibía distintas lecturas desde los diferentes sectores del frente. Para
los que apoyaban la medida tomada por Perón, esa decisión era imprescindible para
homogeneizar todas las fuerzas en una sola dirección... y bajo una sola dirección. Los
laboristas, que eran los principales perjudicados por la medida, sostuvieron que era un
abuso de poder destinado a diluirlos. Uno de sus dirigentes más vehementes, Cipriano
Reyes, se desbocó a la hora de criticar al líder del movimiento.
Gay no fue tan lejos como Reyes en las declaraciones públicas, pero según el
testimonio de Pascual Mazzittelli (al que ya hice referencia en la nota anterior), en
conversaciones privadas sostenía que el gobierno marchaba a convertirse en una
dictadura. Su obligada renuncia a la conducción de la CGT a sólo dos meses de haber
sido elegido para el cargo, no puede ser entendida sin tener en cuenta esos antecedentes.
Se dice que luego de ser nombrado secretario general de la central obrera, Perón lo citó
en la casa de gobierno para indicarle que un equipo gubernamental se encargaría de
asesorarlo, tanto en las medidas que tomase como en sus declaraciones públicas. Gay
habría rechazado esas imposiciones, y su negativa irritó profundamente al primer
mandatario. La versión puede ser cierta o no, pero lo que resulta indudable es que iba a
aprovecharse cualquier motivo para sacarlo del medio.
Mazzitelli me dijo que la excusa fue la reunión que Gay mantuvo con
representantes de la central sindical norteamericana que se encontraban de visita oficial
en el país. En la versión de este antiguo militante telefónico, el secretario general de la
CGT estaba obligado a recibir a sus pares estadounidenses por una entendible cuestión
de cortesía. La invitación a los yanquis había sido efectuada varios meses atrás por el
embajador argentino en Estados Unidos, Oscar Ivanissevich, y por el antecesor de Gay
al frente de la CGT, Silverio Pontieri. Para decirlo en términos de barrio, a Gay le
tendieron una cama y después lo acostaron. Eso puede ser cierto, pero hay otros detalles
que no pueden dejarse de lado.
El secretario general de la CGT era un experimentado dirigente obrero, alguien
que había ganado sus galones tras veinte años de militancia sindical. No podía (y no
debía) ignorar que cualquier paso en falso podía significar su estrepitosa caída. Sería
una ingenuidad suponer que lo tomaron por sorpresa las declaraciones de los
descomedidos visitantes cuando dijeron que venían a “investigar la situación argentina”.
Sólo un novato o alguien falto de reflejos podía dejar pasar por alto semejante
comentario ingerencista. El silencio ante esos dichos podía ser interpretado como un
gesto de simpatía o complicidad, y ese fue el sentido que se le dio.
Perón reaccionó de inmediato, increpó a los sindicalistas norteamericanos sobre
qué cosas tenían que investigar en el país, y luego reprochó a Gay y a los integrantes del

6
Comité Central Confederal por su tolerancia frente a los agravios extranjeros. En esos
días se hizo mucho hincapié en que uno de los integrantes de la delegación
estadounidense era Serafino Romualdi, un estrecho colaborador del embajador Spruille
Braden, aquel que había jugado un papel tan destacado apoyando a la coalición que se
había opuesto a Perón en las elecciones de 1946. Romualdi era un tenebroso agente de
los servicios de inteligencia norteamericanos, eso no se dijo entonces, tal vez porque no
se lo sabía o porque no se lo quería decir. La CIA aún no había nacido formalmente (eso
recién ocurriría en julio de ese año), pero su antecesora, la Oficina de Servicios
Estratégicos (OSS por sus siglas en inglés), ya venía operando desde septiembre de
1941, y uno de sus agentes era Serafino Romualdi.
En un acto público realizado para apoyar el lanzamiento del Plan Quinquenal de
Gobierno, Perón dijo:

“Compañeros trabajadores, les recomiendo que vigilen atentamente porque se


trabaja en la sombra y hay que cuidarse no sólo de la traición del bando enemigo sino
también de la del propio bando. (...) En nuestro Movimiento no caben los hombres de
conducta tortuosa. Maldito quien a nuestro lado simula ser compañero pero que en la
hora de la decisión nos ha de clavar un puñal por la espalda.”

Después de eso se reunió con integrantes del Comité Central Confederal y acusó
a Gay de querer entregar la CGT a los norteamericanos. Ante una acusación de
semejante calibre a Gay no le quedó más alternativa que la renuncia. Dos días después
se reunió el Comité Central Confederal y aceptó la dimisión, aunque hubo una
propuesta para que fuera rechazada y que en lugar de eso se procediera a la expulsión
del dirigente cegetista. El autor de esa moción, Aurelio Hernández, fue premiado poco
después con la secretaría general de la central obrera.

Los remotos antecedentes (IV)

Un testimonio de enorme valor lo encontramos en el discurso de Modesto


Orozco en la Cámara de Diputados. Entonces era Secretario General de FOET, y había
sido elegido diputado nacional en los comicios realizados el año anterior.

“... Se realizó una reunión del Comité Central Confederal y como por anticipado
muchos de los participantes ya habían recibido órdenes de cómo y por quiénes tenían
que votar, parte de los concurrentes optaron por abstenerse en la votación. Asimismo
rehusaron aceptar candidatura alguna para los cargos que correspondía cubrir. El que no
se abstuvo, porque incluso temiendo que pudieran faltarle votos se votó a si mismo, fue
el actual Secretario General de la CGT, el ciudadano Aurelio Hernández, que a pesar de
figurar como representante del gremio de enfermeros jamás ejerció tal profesión. (…)
Con respecto a los restantes miembros “elegidos”, me resulta imposible abrir juicio en
el momento actual, por ser la mayoría de ellos desconocidos en el campo de la lucha
sindical. No obstante, yo me hago un deber en mencionar que a alguno de ellos se le ha
sindicado como elemento perteneciente a tendencia nacionalista. Doy por exactas estas
denuncias y digo en consecuencia que para los trabajadores organizados sindicalmente,
no existe ninguna diferencia entre nuestros nacionalistas, los fascistas de Mussolini y
los nacionalistas de Hitler”.

7
Luego de conseguido el alejamiento de Gay de la conducción de la CGT, se
concentró el fuego sobre el gremio telefónico. Arreciaron los reclamos para que FOET
procediera a la expulsión de Gay. Pero la dirección de Telefónicos procuró ganar tiempo
reclamando a la nueva conducción cegetista el envío de todos los antecedentes sobre las
imputaciones que pesaban sobre Gay y otorgándole a éste 3 meses de licencia. La
campaña se intensificó y se comenzó a hablar de intervenir a FOET y FOTRA por parte
de la CGT. El diario “La Época” fue uno de los periódicos que con mayor insistencia
reclamaron esta medida; en un artículo publicado el 12 de marzo decía:

“En una de nuestras ediciones hemos recogido el clamor de los afiliados de la


Federación de Obreros y Empleados Telefónicos contra las autoridades de la misma,
que tuvieron la desfachatez de conceder licencia al traidor Gay después de haber sido
expulsado de la CGT por su acción desleal a la revolución y a su Líder. (…) No puede
tolerarse que al frente de los sindicatos que participan del gobierno de la revolución
estén hombres maculados por la más leve sospecha de inconsecuencia y deslealtad”.

Luego de esta campaña preparatoria vino la decisión cegetista de intervenir


FOET y FOTRA y se nombró como interventor al ferroviario Anselmo Malviccini. En
el alegato de Orozco ante la Cámara de Diputados éste dijo:

“Ningún artículo de los estatutos de la CGT faculta al Secretariado ni al Comité


Central, ni siquiera a los Congresos, a intervenir las filiales, en consecuencia esas
autoridades se han extralimitado en sus funciones al haberse apartado de las
disposiciones expresas de la carta orgánica. Entre los argumentos aducidos se ha
mencionado el de que “numerosos” asociados la habrían solicitado. Eso es falso, porque
la entidad cuenta con más de 5 mil asociados y, si efectivamente ha habido quienes
solicitaron esta intervención, estos difícilmente puedan haber alcanzado 50, es decir ni
siquiera el 1 %”.
“Otro de los argumentos fue el de que se la intervenía para promover la unidad;
ello también es falso porque los telefónicos, y los que se desempeñan en tareas afines,
hace ya años han materializado esa unidad por medio de la Federación Obrera de las
Telecomunicaciones de la República Argentina, entidad de carácter nacional que agrupa
en su seno a 20 organizaciones de telefónicos en el país”.

Los ataques contra Gay no cesaron porque se lo hubiera desplazado de la CGT


ni por haber intervenido el gremio telefónico. La campaña perseguía su aislamiento total
y definitivo y se procuró que los propios telefónicos renegaran de su dirigente histórico.
El testimonio de Masitelli es bastante ilustrativo sobre estas maniobras.

“Después de la intervención, en el gremio había bastante malestar. Entonces, a


través del Secretario Gremial de la Presidencia, comandante Pereira casado, nos citan
para que vayamos a ver al matrimonio Perón. La reunión fue el día 5 de abril, en la
residencia presidencial que en esa época estaba en Las Heras y Austria, donde ahora
está la Biblioteca Nacional”.
“Fuimos 5 miembros de la Comisión Administrativa y por pura casualidad,
cuando entramos al despacho donde nos recibieron, yo quedo parado al lado de Perón.
Me saluda a mi primero y al darme la mano me dice: “Cuánto lamento la intervención al
gremio telefónico; un gremio tan disciplinado, tan aguerrido. Justamente hace un par de
días vino por aquí Aurelio Hernández y me informó que había intervenido al gremio

8
telefónico”. Perón se olvidaba, que dos semanas atrás, le había mandado de regalo un
retrato suyo, con una dedicatoria y su firma, a Anselmo Malviccini, interventor de
FOTRA”.
“En realidad lo que ellos querían es que nosotros hiciéramos un comunicado
contra Gay y Orozco como traidores al gremio y a la clase trabajadora”.

Toda esa persecución terminaría generando un profundo resentimiento que se


manifestaría, años más tarde, tras la caída del peronismo.
Malviccini estuvo muy poco tiempo al frente de la intervención; Orozco, en el
alegato citado anteriormente, lo calificaba como un indeseable aún para su propio
gremio pues, una publicación de la época informaba que Malviccini había sido
sancionado con anterioridad por los propios ferroviarios, y al momento de ser designado
como interventor en FOETRA no ostentaba ninguna representación en su gremio sino
que era un empleado de menor jerarquía en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Masitelli, por su parte, lo definió como un individuo torpe que no estaba de ningún
modo capacitado para desempeñar la función que se le había encomendado y por eso
fue sustituido por otro interventor más capaz y hábil políticamente. Su reemplazante fue
otro ferroviario, Juan José Perasolo.
Lo esencial de esta parte del relato ya está dicho. Sólo resta agregar que la
intervención se prolongó desde 1947 hasta 1951. En ese momento se produjo la
normalización tras la aprobación de los nuevos estatutos, con el gremio reorganizado en
seccionales integradas en la Federación que cambió su nombre por el de FOETRA.

9
10
El golpe de estado

Como todo gobierno, el peronismo favoreció a unos y perjudicó a otros -no


podía ser de otra manera-, por eso se ganó adhesiones incondicionales de muy amplios
sectores sociales y el rencor o la indiferencia de sectores casi tan amplios como los
primeros. Nadie que pase por la historia dejando una huella profunda en ella puede
aspirar a que todos estén de su lado. Pero entre adherentes y opositores había una
marcada diferencia social. En los sectores populares y entre los trabajadores la adhesión
al peronismo era incuestionablemente mayoritaria. Esto no quiere decir que no hubiera
un importante número de enconados opositores de extracción obrera y popular. Eso sí,
no fueron estos últimos los que estuvieron a la cabeza de la lucha contra el gobierno
peronista y los que provocaron su derrumbe. Quienes condujeron aquel proceso fueron
sectores esencialmente reaccionarios y antipopulares apenas contrabalanceados por
fuerzas políticas más moderadas y democráticas. Así como el peronismo era en buena
medida expresión de un conglomerado social, quienes lo combatieron también lo eran,
pero las cargas estaban distribuidas de distinta manera.

El jueves 16 de junio de 1955, aviones de la Marina bombardearon la Casa de


Gobierno, la Plaza de Mayo, la Avenida Paseo Colón y la Residencia presidencial.
Otros aviones se encargaron de ametrallar la Avenida de Mayo desde el Congreso hasta
la Plaza de Mayo, mientras un grupo compuesto por efectivos navales y comandos
civiles tiroteaban la Casa Rosada desde el lado de Plaza Colón. El criminal ataque dejó
un saldo de no menos de 350 muertos y más de un millar de heridos, casi 80 de ellos
quedarían inválidos de por vida.
La responsabilidad principal por el ataque golpista fue de la Marina, con una
menor participación de la Fuerza Aérea, y una adhesión prácticamente simbólica por
parte del Ejército. En un extenso artículo de la periodista María Seoane publicado en el
diario Clarín al cumplirse 50 años del golpe, se dan las siguientes precisiones:

“La conspiración que terminará con los bombardeos en Plaza de Mayo comenzó
a principios de 1955, pero recrudeció en abril de ese año. El capitán de Aeronáutica
Julio César Cáceres en su testimonio (fojas 842) admitirá que el capitán de Fragata
Francisco Manrique era el encargado de reclutar para la rebelión entre los marinos. Que
se reunían en una quinta en Bella Vista, propiedad de un tal Laramuglia, no sólo
Manrique, sino también Antonio Rivolta del Estado Mayor General Naval; el
contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del Estado Mayor de la Infantería de
Marina y los jefes de la aviación naval en la base de Punta Indio, los capitanes de
fragata Néstor Noriega y Jorge Bassi, así como el jefe del Batallón de Infantería de
Marina B4 de Dársena Norte, capitán de navío Juan Carlos Argerich.”

El enlace civil entre Toranzo Calderón y los capitanes de la Base de Morón de la


Fuerza Aérea y el comandante de Aviación Agustín de la Vega, fue el nacionalista
católico Luis María de Pablo Pardo. Este personaje también se encargaba de la conexión
con el general León Bengoa, del III Cuerpo de Ejército con asiento en Paraná. De Pablo
Pardo era un fervoroso antiperonista que ya había participado del intento golpista del
general Benjamín Menéndez en 1951. Después del bombardeo del 16 de junio escapó a
Brasil, pero regresó para ser premiado por Lonardi con la designación como ministro

11
del interior. De Pablo Pardo sólo duró un día en el cargo, porque al día siguiente de
asumir en el ministerio, Lonardi fue obligado a renunciar como presidente.

Originalmente el plan de los golpistas era atacar la Casa Rosada el día miércoles
22, cuando Perón se encontrase reunido con los colaboradores con los que compartía las
decisiones de gobierno. Sabían que esa reunión se realizaba miércoles por medio a las
10 de la mañana, por eso pensaban iniciar el bombardeo a esa hora, y terminar con esa
parte de la operación en unos pocos minutos. Luego vendría el asalto por parte de
comandos civiles que atacarían desde la entrada principal sobre la calle Balcarce a los
defensores que hubiesen sobrevivido al bombardeo. Simultáneamente dos compañías de
infantes de marina atacarían desde el lado de Plaza Colón. No sólo se contaría con el
factor sorpresa y con un brutal bombardeo preliminar, también tendrían de su parte una
abrumadora superioridad numérica y un armamento mucho más moderno que el de los
granaderos que defendían la Casa de gobierno.
Para Marcelo Larraquy la idea del bombardeo había sido planteada por el
capitán de fragata Jorge Bassi a otros compañeros de armas por lo menos dos años atrás.
Al principio el proyecto pareció demasiado fantástico, pero fue ganando adeptos entre
los conspiradores, se fueron puliendo los detalles y terminó por ser adoptado.
Aprovechando un viaje a Europa de un buque escuela de los cadetes navales, los
marinos habían adquirido fusiles semiautomáticos FN, de procedencia belga, fuera del
programa de la compra oficial. La Armada los hizo ingresar de contrabando, y con ellos
armó a los infantes que atacaron la Casa Rosada. Estaba previsto que el centro de
operaciones fuera la base aeronaval de Punta Indio. De allí despegarían los aviones. En
media hora o cuarenta minutos ya estarían sobrevolando Buenos Aires. El Aeropuerto
de Ezeiza funcionaría como central de reabastecimiento para los aviones después del
primer ataque. Desde hacía más de un año se estaba construyendo allí, en forma
clandestina, un depósito para almacenar las bombas y el combustible. Los explosivos
fueron trasladados desde la base aérea Comandante Espora, de Bahía Blanca, hacia
Punta Indio y Ezeiza.
Una operación militar de esa magnitud, en la que iban a participar varios
centenares de efectivos, y con una logística enormemente compleja, no podía pasar
desapercibida. Los servicios de inteligencia funcionaron bien, y funcionaron tanto en
una dirección como en la otra. Las fuerzas leales al gobierno detectaron los preparativos
golpistas, tal vez no llegaron a tener una información completa, pero supieron que se
estaba preparando algo importante. Los conspiradores, por su parte, también supieron
que los otros sabían, tal vez no supieron cuánto sabían, pero ya no contaban totalmente
con el factor sorpresa. Si esperaban hasta el miércoles 22 podía ser demasiado tarde, por
eso decidieron adelantar la operación para el día 16.

El golpe de estado (II)

A las 10 de la mañana, el capitán Noriega partió con su avión desde Punta Indio.
Llevaba dos bombas de demolición de cien kilos cada una. Para ese momento los
efectivos a las órdenes del capitán Bassi ya habían tomado Ezeiza y esperaban la llegada
de los infantes de marina que viajaban en cinco aviones de transporte. El cielo estaba
encapotado, la visibilidad era tan escasa que desde el Ministerio de Marina no alcanzaba
a verse la Casa de Gobierno distante tres cuadras. En esas condiciones el bombardeo se

12
hacía casi imposible, por eso Noriega decidió mantenerse en el aire, en los alrededores
de la ciudad uruguaya de Colonia. Confiaba en que el tiempo mejoraría. La autonomía
de vuelo de su aeronave era de cuatro horas.

El jefe del Ejército, general Franklin Lucero, fue informado de los movimientos
que se habían producido en Punta Indio y que Ezeiza había sido tomada. Previendo un
ataque aéreo le propuso a Perón que se instalara en el Ministerio de Guerra, a corta
distancia de la Casa Rosada.
Poco después de las 12.30 mejoró la visibilidad y Noriega descargó la primera
bomba sobre la Casa de Gobierno. Tras él siguieron los otros aviones de la escuadrilla y
se desató un infierno de fuego en la Plaza de Mayo y sus alrededores. 14 toneladas de
explosivos fueron lanzados por los sediciosos sobre la zona céntrica de la ciudad, en tres
oleadas de bombardeo en las que participaron una treintena de aviones. Sobre Paseo
Colón un trolebús recibió un impacto directo: allí murieron 65 personas.
Los aviones que se encargaban de sembrar la muerte por el centro de la ciudad
de Buenos Aires llevaban pintado en su fuselaje un símbolo compuesto por una cruz y
una V. La inscripción era traducida como “Cristo vence” y era interpretada como una
adhesión con la jerarquía eclesiástica que se encontraba decididamente alineada con la
conspiración golpista.
Ese mismo día se conocía la decisión de la autoridad vaticana excomulgando a
Perón. La medida del Papa Pío XII había sido tomada en represalia por una resolución
del gobierno argentino que, unos días antes, había expulsado del país a un par de
sacerdotes comprometidos con los opositores al régimen. Un castigo tan duro contra un
presidente de fe católica mostraba toda su desmesura, cuando se recordaba que ese
mismo Papa se había negado a aplicar una sanción semejante contra Hitler o Mussolini.
Unos veinte minutos después de que cayera la primera bomba, y cuando los
infantes de marina trataban de quebrar la resistencia de los granaderos que defendían la
Casa Rosada, llegaron los primeros refuerzos leales desde el Regimiento de Palermo.
También los trabajadores fueron convocados por la dirigencia cegetista: El secretario
general Hugo Di Pietro usó la cadena radial para reclamar el apoyo obrero al gobierno
peronista. En camiones y colectivos los trabajadores se acercaron hasta la zona de los
combates, la mayoría no tenían armas pero tenían voluntad de pelear en defensa del
gobierno. Muchos de ellos cayeron al ser ametrallados desde el aire o al quedar en
medio del fuego cruzado entre leales e insurrectos. Toda la zona del Bajo era el
escenario principal de las operaciones militares. Pero los ataques aéreos iban desde el
congreso de la Nación, pasando por toda la Avenida de Mayo, el Departamento de
Policía, el edificio de Obras Públicas y el local de la CGT. También el Palacio Unzué, la
antigua residencia presidencial ubicada en la calle Agüero, fue blanco de las bombas
sediciosas.
Entre los trabajadores que se acercaron hasta la zona de los enfrentamientos
estaba un joven que tres años antes había ingresado en la mesa de pruebas de la oficina
Devoto. Antes había trabajado en un pequeño taller textil, pero en 1951 se quedó sin
empleo. Un vecino le sugirió que le escribiera una carta a Oscar Nicolini, el ministro de
comunicaciones, luego le hizo llegar el pedido de trabajo: “y así fue como entré en
Teléfonos del Estado cuando tenía 16 años”.
Según propia confesión, era un muchachito al que sólo le interesaba jugar al
fútbol e ir a bailar; sus padres tenían simpatías por el peronismo, pero ni ellos ni los
hijos tenían ninguna militancia. El 16 de junio se fue junto con un compañero hasta la
CGT y vio como los aviones volaban sobre Independencia ametrallando a la gente; “no
podía creer que fueran tan hijos de puta”. Sintió una enorme indignación, pensó que

13
debía hacer algo para comprometerse con los trabajadores masacrados, por eso decidió
afiliarse al sindicato.

“Estaba muy indignado, aunque nunca me había interesado, también me fui


hasta el local de la Juventud Peronista que estaba por la calle Charcas. El partido a nivel
nacional había sido intervenido, el interventor era Leloir; y en el distrito Capital el
interventor era John William Cooke. Para intervenir la Juventud se había designado al
doctor Framinián, que era un buen tipo. Allí conocí a Carlos Gallo, que venía trabajando
con el “profesor González”, que era realmente profesor, pero de educación física”.

Diez años después, aquel muchacho llamado Héctor Mango, llegaría a ser
Secretario General del sindicato Buenos Aires de FOETRA.

14
El golpe de estado (III)

Después del bombardeo contra la población indefensa, los aviadores, junto a


infantes de marina y comando civiles que habían participado en la ocupación de las
bases de Ezeiza y Morón, se fugaron al Uruguay. Allí encontraron asilo hasta después
del triunfo golpista. Al evocar aquellos sucesos, medio siglo después, Clarín señalará:
“Después del 16 de junio, Perón disolvió los Comandos Generales de Infantería de
Marina y de Aviación Naval. El almirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del
levantamiento, fue condenado a prisión perpetua y degradación. La base de Punta Indio,
de donde partieron los primeros aviones que bombardearon la Casa de Gobierno, fue
desmantelada y sus pilotos presos, salvo algunos que lograron exiliarse. Los aviones de
la aeronáutica militar fueron desarmados”.

Contrariamente a lo que podría esperarse, no hubo grandes represalias ni


persecuciones. En el afán de aquietar las aguas el gobierno ni siquiera ordenó una
investigación pormenorizada sobre el número de muertos por los sediciosos. Se suponía
que debían ser centenares, pero tanto el número de víctimas como sus identidades
permanecieron ignorados durante medio siglo. No se sabe de maltratos a los golpistas
que fueron detenidos, ni uno solo de ellos fue condenado a muerte, sólo el vicealmirante
Benjamín Gargiulo optó por suicidarse tras el fracaso golpista.
Roberto Bardini dice que “luego del bombardeo a la Plaza de Mayo, Perón no
sólo no toma revancha contrariando el sentimiento de sus propios seguidores, sino que
busca la pacificación interna. En julio, levanta el estado de sitio, deja en libertad a
varios detenidos políticos y elimina algunas restricciones políticas. El 31 permite
utilizar la radio, el principal medio de comunicación de la época, a dirigentes
opositores.”
Los gestos conciliadores se continuaron con cambios de funcionarios que eran
muy cuestionados por la oposición. Dimitieron los ministros del interior, Ángel
Borlenghi (lo reemplazó Oscar Albrieu); de Educación, A. Méndez San Martín (lo
reemplazó Francisco Anglada); de Trasportes, Juan Maggi (lo reemplazó Alberto J.
Iturbe) y el secretario de Prensa, Raúl Apold (lo reemplazó León Bouché). También
renunció el secretario de la CGT, Vuletich; interinamente, lo sucedió Héctor Hugo Di
Pietro. Después de estos cambios, el 5 de julio, Perón dirigió un mensaje amistoso a sus
opositores, y posteriormente se autorizó a hablar por radio Belgrano y su cadena de
emisoras al titular del Comité Nacional de la UCR, Arturo Frondizi. Más tarde también
hablaron por radio el jefe del partido Conservador, Vicente Solano Lima, y el presidente
de la democracia progresista, Luciano Molinas. El único dirigente opositor que
inicialmente fue autorizado a usar la radio y a quien se le impidió dirigir su mensaje, fue
el socialista Alfredo Palacios.
A mediados de agosto el gobierno denunció la existencia de un complot para
asesinar a Perón. La versión era totalmente creíble, de hecho ya se había intentado el
asesinato con los bombardeos del 16 de junio, y hasta las proclamas golpistas
difundidas aquel día por Radio Mitre celebraban “la muerte del tirano”. Por eso,
después de la información gubernamental, el peronismo dio por terminada la tregua
política, y el 19 de agosto Alejandro Leloir, presidente del Partido Peronista, anunció
que se procedería enérgicamente contra la oposición. Los movimientos del gobierno ya
no eran pendulares, como gustan llamar los entendidos, sino francamente zigzagueantes.
Se pasaba de los gestos y demostraciones pacificadores, a otros altisonantes y
amenazadores como los de Leloir.

15
En la mañana del miércoles 31 de agosto fue cuando Perón planteó su renuncia
en un discurso trasmitido por cadena nacional. Los trabajadores, a través de una
multitudinaria movilización convocada por la conducción cegetista, le reclamaron que
continúe al frente del gobierno. Eran aproximadamente las 18.30 cuando el presidente
salió al balcón para dirigirse a los congregados en la Plaza. Fue un discurso duro,
áspero, confrontativo. El famoso discurso del Cinco por uno, aquel en el que dijo “por
cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El periodismo y la
historiografía golpista se encargaron de destacar los pasajes más violentos de aquel
mensaje. Todos obviaron referirse a la masacre perpetrada dos meses antes por los
destinatarios de las amenazas presidenciales. Uno de los pasajes que más críticas
mereció fue aquel en que Perón reitera que “a la violencia le hemos de contestar con una
violencia mayor.” Y luego agregó: “Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos
ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya, estableceremos como una
conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente
alterar el orden en contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la
Constitución puede ser muerto por cualquier argentino.”

Ciertos intelectuales gustan de jugar con los términos, hablan del peso de las
palabras, del valor de los mensajes, y hasta parece que las cosas que se dicen tuvieran
más entidad que los propios hechos. Pero lo objetivo fue que no hubo ni un solo muerto
como producto del discurso presidencial, mientras que ya eran varias las centenares de
víctimas provocadas por los golpistas, y serían muchas más en las semanas siguientes.
En todo caso si algo pudo serle reprochado al margen de lo desmedido del mensaje, fue
que no cumpliera con su promesa de luchar hasta el final: “Hemos ofrecido la paz. No la
han querido. Ahora, hemos de ofrecerles la lucha, y ellos saben que cuando nosotros nos
decidimos a luchar, luchamos hasta el final.”
Ese discurso, así como la reimplantación del estado de sitio, parecían más una
bravata que una muestra de firmeza. El gobierno había salido políticamente debilitado
de la crisis, sus gestos conciliadores en lugar de aflojar la tensión habían envalentonado
a los golpistas, y la propuesta cegetista para que los seis millones de trabajadores fueran
parte de las milicias populares para la defensa del gobierno fue rechazada. Era evidente
que se avecinaba un nuevo alzamiento, aunque quizás lo más correcto sería decir que
ahora el Ejército pasaba a tener un papel más protagónico en la conspiración. Entre el
11 y el 13 de septiembre, el general Lonardi asumió la responsabilidad de encabezar una
nueva rebelión contra Perón. El plan consistía en iniciar el movimiento a partir de la
cero hora del 16 de septiembre en forma simultánea en Córdoba, Corrientes, Curuzú
Cuatiá, Mercedes (provincia de Corrientes), Entre Ríos, Cuyo y Buenos Aires.

El golpe de estado (IV)

Bien temprano, en la mañana del viernes 16 de septiembre, un mensaje oficial


transmitido por cadena nacional dio cuenta sobre los primeros movimientos insurgentes.
A lo largo del día siguieron otros comunicados que pretendían minimizar la importancia
del alzamiento, en ellos se decía que los efectivos sublevados en Curuzú-Cuatiá "habían
sido dominados, al igual que los insurrectos de la Escuela Naval Militar de Río
Santiago". La versión de las radios uruguayas, que actuaban como voceras de los
golpistas, era muy diferente. El sábado 17, las emisoras navales informaron que el

16
contralmirante Isaac Francisco Rojas había comunicado a los gobiernos extranjeros que
todos los puertos argentinos se encontraban bloqueados. El domingo 18, al mediodía, se
intimó a Perón para que se rindiera, y la Marina amenazó con bombardear los depósitos
de combustibles de La Plata y Dock Sud.

Cuando al año siguiente Perón rememoró esos hechos en su libro La fuerza es el


derecho de las bestias, detalló que el 16 de septiembre, “a primera hora, se tuvo
conocimiento de que en el interior se habían producido algunos levantamientos". Se
refería a las escuelas de Artillería y Militar de Aviación, en la provincia de Córdoba, y
Naval de Río Santiago. Unidades de esta última habían pretendido abandonar la base y
atacar la ciudad de La Plata, entonces llamada Eva Perón, pero fueron contenidas por la
policía provincial de Buenos Aires. En cuanto al alzamiento de la Escuela de blindados
en Curuzú Cuatiá, fue rápidamente sofocado. Tanto el ministro de Ejército, general
Franklin Lucero, como el comandante en Jefe del arma, general José Domingo Molina,
compartían la opinión de que la sublevación sería rápidamente aplastada, ya que en los
focos de lucha, las fuerzas leales combatían en condiciones ventajosas. El optimismo se
mantenía al día siguiente, pues los nuevos movimientos no alcanzaban a desequilibrar la
relación de fuerzas.
El triunfo leal era considerado una cuestión de tiempo, porque la superioridad de
fuerzas no dejaba margen para las dudas. La subversión parecía estar controlada o a
punto de serlo en Río Santiago, Bahía Blanca y Mar del Plata. Fue entonces cuando se
recibió la intimación de la Marina, amenazando con bombardear Buenos Aires y la
destilería de La Plata.

"Lo primero era de una monstruosidad sin precedentes, y lo segundo, la


destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de cuatrocientos millones de dólares".

En realidad Perón se equivocaba, porque la amenaza de bombardeo sobre


Buenos Aires tenía un precedente muy cercano: apenas si habían pasado tres meses
desde el 16 de junio.
El lunes 19 de septiembre, a las 12.45, el ministro de Ejército, general Franklin
Lucero, leyó una carta en la que se pedía parlamentar para negociar un acuerdo. En esa
carta Perón habría empleado el término renunciamiento y no, renuncia. De todos modos
ya no estaban dadas las condiciones para ningún tipo de sutileza semántica; por eso la
Junta de Generales Superiores del Ejército decidió considerarla como una renuncia
formal y negociar con los golpistas. La Junta Militar llegó al acuerdo de que Lonardi se
hiciera cargo del gobierno el día 21. Provisionalmente la ciudad de Córdoba fue
declarada capital de la República, y al mismo tiempo se produjo la disolución del
Congreso Nacional. Finalmente, el viernes 23, el general Eduardo Lonardi viajó a
Buenos Aires para jurar como presidente.
La coalición golpista era heterogénea e inestable. Los dos sectores más
importantes –los llamados nacionalistas católicos, por un lado, y los liberales, por el
otro- tenían, a su vez, sectores y corrientes internas. El abanico de entusiastas
adherentes al movimiento “revolucionario” incluía desde conservadores a socialistas,
pasando por radicales y antiguos participantes de la etapa inicial del peronismo. Un
conglomerado como ese no podía durar, no estaba pensado para durar, sólo fue una
coalición con fines golpistas, pero superado el período inicial, los verdaderos
beneficiarios del cuartelazo pusieron manos a la obra para terminar de adueñarse del
poder.

17
El 23 de septiembre, el general Eduardo Lonardi asumió como presidente
provisional. Su hija, Marta, recordaría en el libro Mi padre y la revolución del ’55, que
en su discurso de asunción pronunció palabras conciliadoras tales como: “sepan los
hermanos trabajadores que comprometemos nuestro honor de soldados en la solemne
promesa de que jamás consentiremos que sus derechos sean Cercenados”, como
asimismo que “la revolución no se hace en provecho de partidos, clases o tendencias,
sino para restablecer el imperio del derecho”. Di Pietro, dirigente de la CGT, ilusionado
por esas palabras, recomendó paciencia a los trabajadores. Pero, a pesar de los
amistosos gestos presidenciales, el sector duro de los golpistas tenía muy claro que la
llamada Revolución libertadora tenía vencedores y vencidos.

Tras la caída del gobierno siguieron días de confusión e incertidumbre. Mientras


el viejo régimen se terminaba de desmoronar y el nuevo buscaba consolidarse en el
poder, mientras timoratos y oportunistas trataban de abandonar el barco y reconvertirse
a la nueva situación, los nuevos aventureros y arribistas se ponían una escarapela,
agitaban una banderita y salían a ver que podían pescar en ese río revuelto. Mientras
todo esto sucedía, los leales, los incondicionales, los profundamente identificados con el
peronismo, veían con dolor como era derrocado su gobierno. Pero también estaban los
que habían sido perseguidos y represaliados en los años anteriores, los que tenían una
cuenta para cobrar, los que reclamaban justicia o simplemente revancha.

18
La intervención

El conciliador discurso de Lonardi al asumir el gobierno fue correspondido por


la dirigencia cegetista aconsejando a sus representados la más absoluta calma y que
cada trabajador continuara en su puesto por el camino de la armonía. En la reunión que
el nuevo presidente mantuvo con los representantes sindicales aseguró que su gobierno
respetaría las medidas de justicia social que habían sido alcanzadas, y que también sería
respetada la integridad de la CGT y de las organizaciones que la formaban. Aseguró que
los bienes de la organización sindical no serían confiscados, y hasta el diario La Prensa,
que había sido de propiedad antiperonista, continuaría bajo el control de los sindicatos
hasta nueva orden. La designación del abogado de la UOM, Luis Cerruti Costa, como
ministro de Trabajo, era una muestra de la buena disposición gubernamental hacia el
sector obrero.

Una de las primeras medidas del nuevo ministro fue ordenar que se reabriesen
los locales sindicales que habían sido copados por grupos antiperonistas. Entre estos se
encontraban los de gráficos, ferroviarios, bancarios, petroleros y otros. Los “comandos
civiles” que habían tomado parte en esas ocupaciones eran identificados como
socialistas y radicales, aunque es probable que esa fuera una generalización
simplificadora, y que el abanico de identidades políticas fuese más amplio. También es
probable que algunas (o muchas) de esas ocupaciones no fuesen espontáneas, sino que
fueran inducidas y hasta orquestadas desde sectores golpistas que buscaban radicalizar
rápidamente el proceso. Esta presunción se funda en que las bandas asaltantes contaban
con la simpatía y hasta el apoyo logístico de sectores de las fuerzas armadas.
Al tiempo que pedía el cese de las violentas ocupaciones ilegales y el rápido
llamado a elecciones democráticas, la conducción cegetista renunció en pleno, y en su
lugar fue designado un triunvirato provisional integrado por el textil Andrés Framini, el
lucifuercista Luis Natalini y Dante Viel de Empleados Públicos. El gobierno aceptó la
propuesta y se firmó un acuerdo con la CGT para convocar a elecciones en todos los
gremios en el lapso de 120 días. Todo parecía encarrilarse hacia una solución armónica,
y no fueron pocos los sindicatos que anunciaron la fecha de los próximos comicios.
Pero no todos los casos fueron semejantes.
Se ha hablado de “comandos civiles” tomando por asalto a los sindicatos a punta
de metralleta. En el caso de Telefónicos las cosas no fueron así. No hubo ni metralletas
ni grupos armados; más bien fue la transición entre una conducción medrosa, que
parecía apurada por desprenderse de una responsabilidad que la excedía, y el regreso
desordenado y poco prolijo de quienes habían sido desplazados de la conducción 8 años
atrás.

Al principio parece haber habido situaciones que rozaban lo grotesco. Un


grupito que empuja la puerta, alguien que se autoproclama interventor del sindicato, la
emisión de un comunicado del que hoy no queda ninguna copia, un rechazo de la
pretensión intervencionista por parte de la conducción que encabezaba Rafael Velasco y
una especie de coexistencia durante algunos días, hasta que el 5 de octubre la situación
termina de decantar. Ese día, las autoridades sindicales que venían de la etapa peronista,
traspasan las instalaciones y todos los bienes del sindicato a una nueva comisión que
será la encargada de administrarlos y convocar a elecciones “tras un razonable período
de normalización”. Eran las 20.30 horas, cuando la Comisión integrada por Pedro

19
Valente, Pascual Mazzitelli, Roberto Fuentes, Oscar Tabasco, Bernardo Marelli, Diego
Bagur y Armando Blefari terminó de desplazar a la antigua dirigencia.

La situación era sumamente inestable, por un lado el gobierno procuraba


contemporizar con la dirigencia peronista de los sindicatos, y al mismo tiempo no
quería disgustar a los comandos civiles que reclamaban el desplazamiento de todos los
dirigentes peronistas en el movimiento obrero. Como ya dije, quienes habían copado los
sindicatos tenían un fuerte apoyo en el sector duro de los golpistas, los que, además,
querían sacarse de encima a Lonardi y a los llamados nacionalistas católicos. La
decisión de devolver los sindicatos ocupados a sus legítimas autoridades fue desacatada
por los comandos civiles en muchos casos, y el Ministerio de Trabajo se mostró
impotente para hacer cumplir sus propias resoluciones.
Puesto en esta disyuntiva, el gobierno terminó cediendo a la presión de los
sectores más beligerantes, volvió sobre sus pasos, y cuando el 26 de octubre framini
reclamó que se diese cumplimiento a lo acordado, Cerruti Costa contestó que todas las
autoridades sindicales habían caducado y pretendió instalar intervenciones tripartitas
que fiscalizarían los comicios normalizadores. La respuesta cegetista fue anunciar una
huelga general para el día 3 de noviembre. Esto obligó a una desesperada gestión
gubernamental que consiguió evitar la huelga a último momento.
Las dos alas del gobierno operaban cada una por su cuenta. El sector llamado
nacionalista trataba de contemporizar con los sindicatos, y al mismo tiempo, los
llamados liberales, acicateados por la marina y los componentes más reaccionarios del
sector civil, se esmeraban en multiplicar las provocaciones contra el movimiento obrero.
El ejército ocupó militarmente los barrios populares de Rosario, las localidades de
Avellaneda, Berisso y Ensenada. Muchos empleadores tomaron sanciones contra los
delegados sindicales o suprimieron arbitrariamente algunos de los beneficios sociales
que legalmente correspondían a los trabajadores. Algunos beneficios, como el
aguinaldo, no llegaron a ser tocados, pero sectores patronales hablaron de esa
posibilidad, tal vez con la espectativa de que se lo suprimiese, o simplemente para crear
mayor malestar.
Debilitado hasta los cimientos, el 13 de noviembre Lonardi fue obligado a
dimitir. Aramburu asumió la presidencia y manifestó su negativa a cumplir con las
garantías que se habían dado a los trabajadores. La CGT declaró la huelga a partir del
día 14, pero en la práctica la medida de fuerza comenzó el mismo día 13 en algunos
sectores. Esto generó enfrentamientos entre manifestantes obreros y fuerzas represivas,
y en rosario llegó a hablarse de alguna víxtima fatal entre los huelguistas. En los
cordones industriales del Gran Buenos Aires y La Plata, Berisso y Ensenada el
acatamiento a la medida de fuerza fue muy alto, y aunque la información oficial no lo
dijo, las detenciones de huelguistas se contaron por centenares.

La intervención (II)

El gobierno declaró ilegal la huelga y el día 16 intervino la CGT y todos los


sindicatos. El nuevo ministro de Trabajo continuó con el desmantelamiento de la
organización gremial disolviendo todas las comisiones internas, y a partir de allí
muchos delegados fueron designados por el propio ministerio, nominando a los
trabajadores de mayor antigüedad en el empleo y que no fuesen de filiación peronista.

20
Aquí es oportuno recordar lo comentado por Alain Rouquie, en su libro Poder
militar y sociedad política en la Argentina:

“El 16 de noviembre se declaró intervenida la CGT, caducas sus autoridades, a


las que se encarceló, así como todas las asociaciones gremiales sometidas a su
jurisdicción, y se designó como interventor a un oficial de marina. El nuevo ministro de
Trabajo, Raúl Migone, antiguo delegado ante la OIT, era un ferviente adepto del
sindicalismo libre a la norteamericana; así lo atestiguó Serafino Romualdi, secretario
general adjunto de la ORIT, cuando se enteró de su nombramiento, al que aplaudió
calurosamente”.

Las medidas punitivas contra los sindicalistas de filiación peronista y comunista


comenzaron de inmediato. Aparentemente en telefónicos los casos de cesantías no
fueron tan numerosos como en otros gremios, aunque alcanzaron alguna significación.
Pero que no hubiera cesantías masivas no quiere decir que no se forzara el alejamiento
de los trabajadores, la modalidad elegida fue el traslado. En general esa forma de
arbitrariedad represiva buscaba que el trabajador se viera obligado a renunciar al
dislocar su ritmo de vida normal. La mayoría de los traslados implicaban cambiar el
lugar de trabajo habitual por otro situado a algunas decenas de kilómetros, pero hubo
por lo menos un caso en que ese desplazamiento fue de una provincia a otra. Aunque los
compañeros que consulté no pudieron proporcionarme la identidad del sancionado,
coincidieron en que se trataba de un trabajador de Buenos Aires al que se le notificó su
desplazamiento a Córdoba.
No había ninguna justificación discipllinaria para esos castigos, se trataba de
arbitrariedades por razones ideológicas. No se buscaba ni una modificación de
conductas ni la reinserción en un esquema que se considerara justo, simplemente se
tomaban esas medidas por puro sadismo. Tal vez en un primer momento se consiguió
amedrentar a los trabajadores, pero la arbitrariedad de las sanciones generó rebeldías y
solidaridades que obligaron a la revisión de las resoluciones.
Como ya dije, apenas adueñado del poder, Aramburu dictó el decreto ley 3.032
interviniendo a la CGT y a todos los sindicatos. En FOETRA fue designado un
interventor militar, el capitán Kesler, y en la seccional Buenos Aires un civil, Guillermo
Tamassi.

Cuando en 1987 trabajaba en la recopilación de datos y testimonios sobre la


huelga del ‘57, me entrevisté con Don Pedro Valente, por ese entonces él tenía
alrededor de 80 años y estaba convaleciente de una enfermedad que lo había tratado
bastante mal. Los años y el deterioro físico habían debilitado enormemente su memoria;
sus recuerdos eran mucho más claros cuando se remontaba a acontecimientos de su
juventud, que cuando evocaba los sucesos de su etapa madura. Estaba débil y su voz era
casi inaudible, por eso su hijo actuó como portavoz de Don Pedro, relatando
acontecimientos de los que había sido testigo o de los que había recibido información.
También hizo algunos comentarios, pero estos podían coincidir o no con la opinión de
su padre, por eso hago la aclaración, porque más allá de que trascriba alguno de esos
juicios, sería irresponsable afirmar que padre e hijo tuvieran un pensamiento
concordante.

“... Después se mintió mucho. Cuando ellos -Pedro Valente y sus compañeros-
fueron a tomar el gremio, no fueron con los “comandos civiles” ni acompañados por la
intervención, los que fueron eran los que habían sido desalojados en 1947. Es mentira

21
que fueron con los militares o con la intervención, la intervención vino después. Lo que
pasa es que los que estaban en el sindicato se quieren justificar; pero en ese momento lo
único que les interesaba era tomarse el olivo como ya lo había hecho su Líder... Además
le llaman intervención a lo del 55, pero, ¿lo del 47, qué fue?”

Una intervención es un acto de fuerza, es una decisión que rompe con la


legalidad preexistente y establece en forma compulsiva una nueva legitimidad. La
intromisión del estado en la vida interna de las organizaciones sindicales es siempre un
hecho traumáticos. Existen algunos casos en que todos los miembros del sindicato se
sienten igualmente violentados y rechazan la imposición de manera mas o menos
semejante. Pero en muchos otros casos la intervención perjudica a un sector y beneficia
(o por lo menos no perjudica) a otros sectores. En cualquier caso una intromisión
gubernamental necesita de un cierto reconocimiento o aceptación por parte de los
afiliados; por eso, salvo que sea una gestión que se mueva con total brutalidad, buscará
siempre tener alguna forma de conexión con el conjunto del gremio: canales de
comunicación, mediadores, interlocutores o colaboradores. Prestarse al diálogo con una
administración impuesta siempre es un tema polémico; colaborar con un interventor en
forma voluntaria o forzada siempre merecerá alguna forma de reprobación aunque sólo
sea por parte de la parcialidad perjudicada. Sin embargo no recuerdo ninguna
intervención en Telefónicos que no haya contado con la asistencia, más o menos abierta,
de algún sector interno.
Trabajar junto a una intervención no quiere decir, necesariamente, que se adhiera
a la misma. Los colaboradores de algunos interventores han argumentado que lo
hicieron porque mantenían una cuota de influencia para seguir solucionando los
problemas de los compañeros; otros, más pragmáticos, confiesan que si ellos no lo
hacían otros iban a ocupar ese espacio. Obviamente, todo esto es materia opinable, y
siempre resulta más fácil hacer la crítica a libro cerrado que tratar de entenderla o
explicarla. De todos modos, quienes colaboraron con la intervención en el período que
nos ocupa no fueron, precisamente, complacientes con el nuevo régimen. Ya iremos
viendo que esos colaboradores se mostraron muy preocupados por resolver los
problemas de los compañeros, que no vacilaron en chocar con los mismos interventores,
y que, cuando tiempo después, llegaron a la conducción del gremio, encabezaron una de
las luchas más importantes contra la dictadura.

La intervención (III)

La intervención de 1955 encontró acompañamiento en quienes se habían hecho


cargo del sindicato en la noche del 5 de octubre. La información que pude recoger es
bastante fragmentaria pero permite esbozar un pequeño panorama. Al frente del
Sindicato Buenos Aires fue designado un civil, Guillermo Tamassi, y en la Federación
un militar, el capitán Kesler (que más adelante sería reemplazado por el teniente
primero Mascheroni). La comisión que inicialmente se hizo cargo del sindicato estaba
encabezada por su dirigente histórico, Pedro Valente, y fueron ellos quienes proveyeron
de interlocutores a los funcionarios impuestos por el Ministerio.
Pero el núcleo histórico no fue el único que asistió a la intervención. Alrededor
de los viejos dirigentes se fue congregando un grupo de jóvenes delegados que
conseguían sortear las caprichosas disposiciones dictatoriales sobre la forma de designar

22
representantes sindicales. En un primer momento el Ministerio de Trabajo había
resuelto que debía nombrarse como delegados a los empleados más antiguos en cada
sector, pero muchos de los nominados (si no la mayoría) rechazaban esa
responsabilidad. Los interventores en los distintos sindicatos fueron flexibilizando la
regla imuesta, y en algunos casos llegaron a aceptar elecciones en los lugares de trabajo.
Otros jóvenes, a pesar de carecer de esa cobertura formal también se fueron acercando y
junto a los viejos dirigentes terminaron conformando un conjunto bastante heterogéneo.
Como había que aportar acompañamiento a las autoridades impuestas en el sindicato y
la Federación, los históricos pusieron el acento en la gestión de Tamassi y habrían
recomendado a los jóvenes para que asistieran al interventor en la Federación.
Seguramente las cosas no fueron tan simplificadas como las estoy refiriendo, pero esta
es sólo una aproximación para ir entendiendo las grandes líneas de este período.
Uno de esos jóvenes era Diego Pérez, quien por entonces trabajaba en una
sección de la Dirección de Ingeniería, y que luego jugaría un destacado papel durante la
huelga del ’57. Con él mantuve varios encuentros y su testimonio resultó muy valioso
para poder armar este relato. En una de esas enrevistas comentamos que hay un acta por
la cual las antiguas autoridades del sindicato entregan las instalaciones a un grupo de
afiliados encabezados por Pedro Valente. Le digo que, incluso, habrían existido otras
actas con inventario de bienes, etc. Y él comienza a rememorar.

“La Revolución Libertadora se inició el 16 de septiembre y terminó de


consolidarse el día 23. Después del 23 es cuando tabasco (posiblemente acompañado de
otros) va al sindicato a reclamar la entrega. Parece que incluso se queda allí aunque los
viejos dirigentes no se retiran. Así habrían seguido las cosas hasta el 5 de octubre en que
se habrían firmado las actas de entrega que vos me comentás. Incluso, después de eso,
quedan algunos de los antiguos colaborando con la nueva conducción. Si mal no
recuerdo algunos de ellos eran Arosio, Soto, de la Comisión de reclamos, etc.
Pero después de eso hubo una intervención. Mi reconocimiento como delegado
general de Leandro Alem fue firmado por el interventor en el Sindicato Buenos Aires,
Guillermo Tamassi, que era un civil. Y sobre esto tengo una anécdota.
El gobierno había dispuesto que los delegados debían ser los empleados más
antiguos. Yo había sido elegido por mis compañeros de sección, pero había muchos que
eran más antiguos que yo. Entonces los empezamos a hablar a uno por uno
preguntándoles si querían ser delegados. Como ninguno quería agarrar viaje, me saqué
de encima a todos los viejos. Después me fui al sindicato y le dije al interventor que los
que eran más antiguos que yo, rechazaban la designación y, entonces, me firmó la
credencial convalidando la elección.
Todo eso fue necesario porque el jefe de división, Adolfo Lago, no me quería
reconocer como delegado porque yo no era el más antiguo... y porque sabía que le iba a
hacer quilombo”.

Diego Pérez continúa diciendo que Guillermo Tamassi siguió como interventor
hasta que se normalizó el sindicato con la elección de Pedro Valente. Según yiene
entendido, “Tamassi era un empleado administrativo en el sindicato de Pérez Leirós. No
era un tipo con militancia sindical, sino un rentado”.
Ante mi pregunta sobre si hubo algún conflicto en el período que antecedió a la
normalización del sindicato, me contesta: “En la época en que estaba Mascheroni
nosotros organizamos dos o tres movilizaciones porque habíamos presentado un
petitorio...”

23
Lo interrumpo para aclararle que yo me refería a la situación en el Sindicato
Buenos Aires, que estaba bajo la administración de Tamassi.

“Yo por Buenos Aires iba poco y nada. Nosotros, los que posteriormente fuimos
Lista Azul, colaborábamos en la Federación porque ya estábamos enfrentados con los
Verdes que colaboraban en el Sindicato buenos Aires. Para que te quede más claro; los
que asesoraban al interventor civil en Buenos Aires eran los viejos de la Verde, y los
que hacíamos de asesores en la Federación éramos nosotros. Después, cuando se
hicieron las elecciones en Buenos Aires y nosotros perdemos, nos retiramos de la
Federación”.
Antes de que nos distanciáramos, los de la Verde viendo que éramos muchachos
combativos, nos presentaron en la Federación. Ellos consideraban que teníamos
capacidad, convicciones y combatividad, y por eso nos presentaron para trabajar en la
Federación mientras ellos seguían haciéndolo en Buenos Aires. Y así fue como yo
llegué a la Comisión de Prensa a trabajar con Juan Carlos Pérez y Raúl Aragón”.

Aquí es oportuno hacer una acotación. El Raúl Aragón al que se refiere Diego
Pérez, es el mismo Raúl Aragón que tuvo a su cargo el Departamento de
Procedimientos de la CONADEP a su regreso del exilio a fines de 1983. A mediados de
los ’50, raúl trabajaba como operador de Larga distancia al tiempo que cursaba sus
estudios en la Facultad de Derecho. Era hijo de un antiguo dirigente del gremio gráfico,
que se había enfrentado a la conducción de su sindicato en los años del peronismo. Su
padre lo puso en contacto con la intervención en FOETRA, allí comenzó a participar en
el área de prensa, y fue en ese lugar donde conoció a Diego Pérez y a otros compañeros.
Era opositor al peronismo pero no era un antiperonista reaccionario, por eso participó de
aquella Lista Azul de Telefónicos, de la huelga de 1957, y, en años posteriores, formó
parte del cuerpo de abogados de la CGT de los Argentinos.

La intervención (IV)

En la nota anterior dije que después del golpe de estado, al frente del Sindicato
Buenos Aires fue designado como interventor Guillermo Tamassi, y en la Federación el
capitán Kesler; éste último fue luego reemplazado por el teniente primero Mascheroni.
Como colaboradores de la intervención en el sindicato estuvo el grupo encabezado por
Pedro Valente, histórico dirigente desplazado en 1947. En la Federación los
colaboradores habrían sido más heterogéneos, entre ellos se destacó Diego Pérez,
delegado general del edificio de Leandro Alem 734.

“nosotros le imponíamos al interventor quienes queríamos que colaboraran. Por


ejemplo, por marzo o abril del ’56 se forma una comisión para estudiar el convenio y el
interventor nombra a dedo a los integrantes; y nosotros, los 44 delegados de Ingeniería,
nos fuimos a Ambrosetti a decirle al interventor que los representantes nuestros los
nombrábamos nosotros. Es que nosotros éramos representativos, habíamos sido elegidos
por nuestros compañeros, y por eso discutíamos entre nosotros y decidíamos si
colaborábamos o no, y en qué lo hacíamos”.

24
Entusiasmado con sus recuerdos Diego Pérez dice: “Puede parecer mentira, pero
en pleno gobierno militar sacamos un periódico de cuatro páginas para el 1º de Mayo,
rindiendo homenaje a los mártires de 1886”. Pero la anécdota no concluye allí, porque
nuestro informante aprovecha para despacharse contra los “viejos de la Verde”.

“Y casi vamos en cana, porque gente del Sindicato Buenos Aires nos fue a
denunciar al interventor. Y el interventor los sacó cagando porque les dijo que era una
vergüenza que gente de trabajo fuera a denunciar a otros trabajadores”.

Por un momento hasta siento simpatía por ese interventor que no conocí. Se que
era un representante de la dictadura de Aramburu, que había llegado allí con un
presunto discurso democratizador, pero que la democracia que pregonaba tenía como
fundamento la proscripción de las mayorías. Sin embargo no digo nada y dejo que
Diego Pérez continúe con su relato.

“En la Federación el interventor nos daba margen para movernos, y nosotros


tratábamos de aprovecharlo al máximo. Yo no soy antiperonista, pero tampoco soy
peronista. Estaba cansado de que se hablara del 1º de Mayo como la “Fiesta de los
trabajadores”. Por eso dijimos con los muchachos, “Vamos a mostrarles a todos de
dónde viene lo del 1º de Mayo”. Y ya que estamos te completo la historia.
Era 27 o 28 de abril y nosotros queríamos tener el periódico para el 1º de Mayo.
Queríamos que en la tapa apareciera el dibujo de un obrero con una bandera flameando
y detrás toda una manifestación de trabajadores. Entonces empezamos a recorrer
agencias publicitarias para ver si nos hacían el dibujo. Cuando les decíamos lo que
queríamos, nos preguntaban para qué lo queríamos; después nos miraban como si
fuéramos marcianos y terminaban diciéndonos que no tenían ningún dibujante. Te
imaginás, estábamos en pleno gobierno militar.
Ya teníamos que mandar todo a la imprenta y no teníamos el dibujo. Entonces
me acordé que en el mausoleo con los restos de uno de los mártires de Chicago se leía la
frase: “Llegará un día, en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy
tratáis de acallar”. Lo consulté con Raúl Aragón y Juan Carlos Pérez, y dijimos:
Pongamos esta frase en el centro de la tapa y todo el resto lo dejamos en blanco,
simbolizando el silencio. Y así salió”.

La distinción entre jóvenes y viejos, y el lugar en que cada uno de ellos prestaba
colaboración, es importante para comprender la historia posterior. La vieja dirigencia
tenía su propio estilo (si es que realmente fue así) y los jóvenes les reclamaban más
dinamismo y combatividad para conseguir las cosas. Sea por eso o por otras
circunstancias, lo cierto es que se fue produciendo un distanciamiento entre ambos
sectores y esto se reflejó al conformarse las listas para la normalización del sindicato.
Pero también se manifestó durante la gestión de los respectivos interventores quienes
habrían terminado alineados con sus colaboradores. Algunos cortocircuitos que se
produjeron entre los interventores del Sindicato y la Federación eran explicados, desde
el campo de los “viejos”, como resultado de las intrigas de los “jóvenes”. Estos últimos,
por su parte, rechazaban las imputaciones por calumniosas y acusaban a Oscar Tabasco
(alineado con Pedro Valente) de propalar esas versiones infamantes.
La brecha entre ambos sectores se fue ensanchando y terminaron integrando
listas separadas en los comicios normalizadores de 1956. Los históricos formaron la
Lista Verde y llevaron a Pedro Valente como candidato a Secretario general, mientras
que los jóvenes conformaron la Lista Azul. Como es obvio, ninguna de las dos listas se

25
identificaba con el peronismo que, más o menos disimulado, conformó su propia lista,
la Lista Roja, encabezada por Allan Díaz. También participó en estos comicios la Lista
Blanca, afín al Partido Comunista.

26
El reclamo salarial de 1956

La jornada laboral de 7 horas, y la semana de 35 horas, eran conquistas de los


trabajadores telefónicos, aunque para la mentalidad reaccionaria de quienes habían
usurpado el poder en 1955 se trataba de una concesión demagógica otorgada por la
“Segunda tiranía”. El objetivo golpista de liquidar todas las mejoras sociales de los
últimos años incluía también el retorno a la antigua jornada de trabajo, pero esa
pretensión era resistida por todos los telefónicos, independientemente de su adhesión u
oposición al peronismo.
Algo semejante ocurría con respecto al reclamo de mejora salarial, el último
convenio databa de 1954, los ingresos de los telefónicos se habían deteriorado mucho, y
A pesar de las promesas gubernamentales para renovar los convenios, se prorrogó la
vigencia de todas las convenciones colectivas que vencían a fines de febrero de 1956.
Otro hecho contribuyó a agravar el malestar de los telefónicos: el aumento
salarial de emergencia dispuesto por decreto en febrero de 1956 no fue aplicado a los
trabajadores del sector.
La simpatía que los colaboradores de la intervención podían sentir con respecto
a la denominada Revolución Libertadora no alcanzaba para que justificaran la política
antiobrera del nuevo régimen. Ellos eran tan trabajadores como el resto de los
telefónicos, provenían de una tradición sindical que los había hecho librar importantes
luchas en el pasado, y aunque esa disposición combativa se hubiera atenuado (según la
opinión de sus críticos), no transigían con el gobierno respecto a la jornada de trabajo ni
renunciaban a la lucha para obtener mejoras salariales.
Los colaboradores también fueron consecuentes con la defensa de los
trabajadores perseguidos y castigados por sus convicciones políticas. Desde un principio
se preocuparon por demandar la reincorporación de quienes habían sido cesanteados.
Pasvcual Mazzitelli, a cuyo testimonio ya he recurrido con anterioridad, me contó que
desde fines de 1955, y cuando todavía se encontraba al frente de la intervención en
FOETRA el capitán Kesler, Valente recurrió a su mediación para pedir a Igartúa,
ministro de comunicaciones, la reincorporación de todos los cesantes. Igartúa no quería
acceder, pero Valente siguió insistiendo “porque aunque los cesantes eran comunistas,
igual eran trabajadores y había que defenderlos”. Después de tantas gestiones Igartúa
terminó por acceder, pero le dijo al capitán Kesler: “Mire, nosotros vamos a
reincorporar a los comunistas, pero los primeros arrepentidos van a ser los del
sindicato”. Y con una sonrisa, Mazzitelli completó el relato: “Y algo de cierto hubo,
porque en la primera reunión después de la reincorporación, lo que hicieron fue tirarse
contra nosotros. Pero no nos interesaba, eso era parte de la lucha sindical”.

Vuelvo ahora a la cuestión salarial. Los convenios que vencían en febrero del
’56 fueron prorrogados por decreto, un aumento salarial de emergencia que establecía
un salario mínimo de $ 1.120 no fue aplicado a los telefónicos, y en marzo de ese año
comenzaron a hacerse elecciones en los gremios para designar a los representantes
sindicales que negociarían las nuevas escalas y condiciones laborales. Esto generó una
fuerte participación en los distintos sectores de trabajo, se formaron comisiones para
aportar iniciativas y reclamos de las especialidades, y aunque en muchos casos los
representantes sectoriales fueran digitados por la intervención, en otros muchos se
produjeron designaciones desde los propios compañeros. La apertura participativa no
parece haber sido resistida ni por la intervención ni por los colaboradores, y con la suma

27
de aportes y sugerencias se dio forma a un anteproyecto de convenio-escalafón que fue
presentado a las empresas el 23 de abril.
Después de la nacionalización del servicio telefónico iniciado en septiembre de
1946 y completado en marzo de 1948, la mayor parte del servicio estaba en manos del
estado. Las compañías privadas tenían influencia en las provincias de la Mesopotamia,
Mendoza y en el norte del país, pero el mayor número de abonados era servido por la
Empresa Nacional de Telecomunicaciones, y consecuentemente ésta era la que nucleaba
a la mayor parte de los 32 mil trabajadores telefónicos de ese entonces. Por lo tanto la
suerte de la negociación estaba atada en buena medida a la política que implementara el
gobierno con respecto a la cuestión salarial en general, y a los telefónicos en particular.
El proyecto presentado por FOETRA fue cajoneado por más de un mes. Recién
el 1 de junio, después de la presión gremial, fueron iniciadas las tratativas. En ese
momento el sueldo mínimo del trabajador telefónico era de $ 825, el gremio reclamaba
que se lo elevara a $ 1.400, y la representación patronal proponía un incremento del 25
por ciento, con lo cual quedaba por debajo de los $ 1.120 fijados como sueldo mínimo
por el decreto de Febrero. Toda otra mejora debía ser consecuencia del aumento en la
productividad, y eso, traducido al lenguaje de la mesa de negociación implicaba
aumento de la jornada de trabajo y establecimiento de horario cortado.
La pretensión empresaria era inaceptable, la discusión se empantanó, y a partir
del 29 de junio la organización sindical no tuvo ninguna información más de parte de la
Empresa ni del Ministerio de Trabajo. Tanta demora debería haber activado
automáticamente el funcionamiento de un tribunal que laudara en el diferendo, pero el
silencio oficial era absoluto. Por eso, en un plenario de delegados realizado el 20 de
julio en el local de la CGT, se decidió solicitar una entrevista con el presidente
Aramburu, y se resolvió fijar el 31 de julio como último plazo para esperar una
contestación oficial.

28
El reclamo salarial de 1956 (II)

El 27 de julio el teniente Bolino, jefe del Departamento Sindical de la CGT,


informó que la Empresa ofrecía reiniciar las tratativas desistiendo de un posible arbitraje
del Ministerio de Trabajo. Sin embargo, cuatro días después el Gerente General de la
Empresa desautorizó esa información.
El 31 de julio, en Cangallo 2574, se realizó el plenario de delegados que resolvió
declarar la “huelga general en principio, facultar a la Comisión Paritaria para que
determine la fecha de ejecución de esa medida y convocar a una Asamblea General del
gremio para ratificar la resolución”.
En el comunicado emitido por el sindicato se agregó una aclaración a la
resolución del plenario, y merece ser incluida aquí, porque es ilustrativa del espíritu de
la época y de los recaudos que se tomaban hacia fuera y hacia adentro del gremio:

“La medida es motivada exclusivamente por un conflicto gremial provocado


expresamente por los malos funcionarios de la Empresa, y es deseo unánime del gremio
evitar toda confusión con móviles políticos de ninguna índole”.

Era obvio que las maniobras dilatorias de la empresa colocaban en una situación
muy difícil a los colaboradores de la intervención, porque ellos eran visualizados como
una suerte de conducción paralela del gremio. Pero también los interventores, tanto los
de las seccionales como el de la Federación, quedaban en una posición muy deslucida.
Es cierto que los últimos eran únicamente delegados gubernamentales al frente de los
sindicatos, pero llegaron a involucrarse mucho en todo el reclamo, y hasta debieron
compartir el enojo de sus colaboradores cuando expresaban:

“El gremio no puede aceptar menos de $ 1.400 de sueldo básico, y tampoco el


desconocimiento reiterado de la organización sindical por parte de la Empresa”.

Al día siguiente del plenario de los telefónicos de Buenos Aires, Raúl Migone, el
ministro de trabajo tan aplaudido por Serafino Romualdi, salió a hacer declaraciones.
Consideraba que las previsiones de los asalariados con respecto a futuros aumentos en
los precios eran exageradas. Las caídas salariales eran cosas del pasado gobierno
tiránico, pero con la Revolución todo estaba reencauzándose. Después se mostró como
un prestidigitador de datos estadísticos, y dijo que el salario real había bajado de 100 en
1948, a 97,5 en septiembre de 1955. En contraste, el gobierno de la Revolución
Libertadora podía mostrar que el salario real había subido desde 100, en junio de 1955,
a 101,5 en junio de ese año 1956.
Luego vino la amenaza: “Queremos reiterar que en lo que se refiere a los
servicios públicos, el gobierno está firmemente decidido, por lo menos mientras dure la
actual emergencia, a no permitir ningún movimiento de violencia que interrumpa la
prestación de los mismos”. Puso como ejemplo un paro de una hora efectuado por los
lucifuercistas exclusivamente en el sector administrativo, para no afectar la producción
eléctrica. “Los trabajadores de Luz y fuerza, que son ilustrados y unidos, conocen ya
bien que el gobierno no permite movimientos de fuerza en los servicios públicos”.
Después anunció que el ministerio se iba a reunir con los telefónicos, como ya lo
había hecho con los bancarios y como estaba haciéndolo con lucifuercistas y
ferroviarios. Y deslizó la advertencia de que “trataremos que los telefónicos

29
comprendan que ni el gobierno, ni las paritarias, ni el Tribunal arbitral pueden actuar
bajo la presión de resoluciones de huelga”.
Recordando aquellas declaraciones de Migone y otras de tono parecido de
distintos funcionarios oficiales, Juan Carlos Romero me comentó:

“Los bancarios realizaron paros parciales y obtuvieron $ 1.300 de sueldo básico.


Los ferroviarios realizaron paros parciales y los recibió la Junta Consultiva para
escuchar sus reclamos. Luz y Fuerza realizó un paro parcial el 1º de agosto, y al día
siguiente comenzaron a estudiar el caso. Los telefónicos proponían lo mismo, y se los
amenazó a través de artículos en la prensa y con las conferencias de los funcionarios
públicos”.

El reclamo salarial de 1956 (III)

Dije anteriormente que los interventores llegaron a estar muy involucrados con
los reclamos de los trabajadores. Esto puede resultar inverosímil a la luz de lo ocurrido
con otras intervenciones de años posteriores, pero una muestra de ese compromiso, o
por lo menos de la tolerancia con las demandas laborales, está en la publicación de
comunicados y volantes con el respaldo de FOETRA durante todo el período. Podría
decirse que la preocupación principal de los interventores y sus colaboradores era que
no se filtrara ningún comentario elogioso sobre el gobierno derrocado o críticas muy
directas a los gobernantes de turno. De ahí para abajo había bastante tolerancia, la falta
de soluciones podía ser atribuida a malos funcionarios, o a “saboteadores del proceso
democratizador en que estaba empeñado el gobierno revolucionario”.
Los ejemplos en este sentido son muy numerosos, en notas anteriores comenté la
solicitada de FOETRA conteniendo los reclamos telefónicos, y también hice mención
del comunicado firmado por la Seccional Buenos Aires con las resoluciones del
plenario que en principio declaraba la huelga y que convocaba a una asamblea general
para ratificar la medida.
Es de suponer que esas aperturas hacia los trabajadores merecerían llamados de
atención de parte de las autoridades, y que los interventores tendrían que hacer
equilibrios para no sacar los pies del plato. Algo de eso pudo suceder con una asamblea
convocada por los delegados de Buenos Aires. Estos habían solicitado que la misma se
efectuase en el local de FOETRA, que aunque tenía una capacidad limitada era más
amplio que el de Cangallo 2574. También es posible que la intervención de la Seccional
Buenos Aires quisiera forzar la mano del interventor en la Federación, obligándolo a
otorgar el permiso para la asamblea o haciéndole pagar los costos por no autorizarla.
Enrique Mascheroni, el interventor en FOETRA, rechazó la solicitud
argumentando que no se había gestionado el correspondiente permiso policial. Tampoco
consideraba justificada la realización de una asamblea general del gremio en esos
momentos. Sostenía que la intervención había facilitado la difusión de información
sobre las tratativas con la Empresa, que continuaría haciéndolo, y exhortaba a los
trabajadores a seguir confiando en la intervención “en la seguridad de que los intereses
del gremio serán defendidos e interpretados con toda fidelidad, utilizando para ello las
vías legales que aseguren la legitimidad de las conquistas que los telefónicos están
tratando de obtener”.

30
Sin embargo, a partir de las 18.30 de ese viernes 3 de agosto, los trabajadores
telefónicos comenzaron a concentrarse frente al local de Ambrosetti 134. Era una
movilización importante integrada por los paritarios telefónicos, el cuerpo de delegados
y militantes de todos los sectores del gremio. El diario La Prensa escribió que la
estimación policial hablaba de 2 mil asistentes; El diario Democracia elevó ese número
al doble, pero más allá de cuál fuera la cantidad de asistentes, lo indudable era la
demostración de fuerza y el poder de convocatoria del conjunto de las agrupaciones.
Era una asamblea de hecho. Los telefónicos concentrados permanecieron en el
lugar reclamando que se los dejase deliberar y, finalmente, a eso de las 20 el interventor
se reunió con ocho delegados y miembros de la Comisión Paritaria para escuchar sus
reclamos y para trasmitirles las disposiciones oficiales sobre discusiones salariales.
Después invitó a sus interlocutores para que salieran al balcón y pidieran a sus
compañeros que se desconcentraran en orden.
Pero los que esperaban en la calle reclamaron a gritos que se hablara del
aumento o que se fijara la fecha para la huelga. Ante esta situación el teniente
Mascheroni habló con autoridades del Ministerio de Comunicaciones y luego volvió al
balcón para leer un comunicado oficial en el que las empresas se comprometían a
reclamar al Tribunal arbitral que acelerara su resolución sobre el tema salarial, y que
luego se avanzaría con el tratamiento del nuevo escalafón.
Los manifestantes no se mostraron muy conformes con la respuesta, y a gritos
preguntaron cuánto y cuándo se cobraría. En el balcón todos debían estar un poco
desconcertados, los delegados trasmitían las preguntas al interventor, y éste terminó por
anunciar que el lunes siguiente, a las 16, volvería a reunirse con los integrantes
sindicales de la Comisión paritaria y los ocho delegados nombrados por el plenario del
día 31. Eran las 21.30 cuando los asambleístas se desconcentraron.

El reclamo salarial de 1956 (IV)

La negociación que hasta ese momento se encontraba paralizada comenzó a


moverse lentamente. El avance no fue espectacular, pero dada la quietud precedente, los
cambios después de la presión sindical fueron significativos. En la semana siguiente se
realizaron algunas reuniones, una de ellas fue con el general Aramburu a quien los
representantes sindicales entregaron un memorial cuyos puntos principales eran el
reclamo salarial y el pedido de reincorporación de cesantes. Otra entrevista fue con el
ministro de comunicaciones, ingeniero Ygartúa, pero la que debía realizarse con el
Tribunal Arbitral, el organismo del Ministerio de Trabajo encargado de laudar entre las
partes cuando éstas no hubiesen llegado a acuerdo, fue postergada por una semana.
Aunque el fondo del problema se encontraba sin resolver, había suficientes novedades
como para informar al gremio.

El viernes 10 de agosto, siete días después de la multitudinaria movilización que


comenté en la nota anterior, se efectuó un plenario de delegados telefónicos en el local
de la CGT. La reunión fue presidida por el interventor en FOETRA, teniente
Mascheroni, quien había acompañado a los representantes paritarios en las entrevistas
de esa semana. El funcionario dio un informe sobre las gestiones realizadas por la
Comisión Paritaria y Asesora. Dijo que en el encuentro con el presidente Aramburu, se
le hizo entrega de un memorial “que contempla las justas aspiraciones de los

31
trabajadores telefónicos”. Los temas centrales de ese memorial eran escalafón y
Reincorporación de los cesantes. También informó que los miembros paritarios se
habían reunido con el titular de Comunicaciones, y que en la semana siguiente serían
recibidos por el vicepresidente Rojas. Instó a los asambleístas a mantenerse unidos, a
esperar confiados la solución del problema, y opinó que por el cariz que habían
alcanzado las gestiones cualquier medida de fuerza sería perjudicial.
Esta última observación tenía que ver con la resolución del plenario anterior,
aquel que había declarado la huelga y cuya ratificación estaba pendiente de una
asamblea general de afiliados. A pesar de esa advertencia, hubo una moción para que se
efectuase un paro de una hora por turno el mismo día en que estaba prevista la reunión
con el Tribunal arbitral. La moción fue rechazada por los delegados, pero en cambio
aprobaron que se convocara a dos nuevos plenarios, uno para evaluar los resultados de
las gestiones que habían sido anunciadas, y otro hacia fin de mes, cuando estaba
previsto que finalizara el funcionamiento de la Comisión paritaria.

Una semana después de haberse reunido con el general Aramburu, los delegados
telefónicos se encontraron con el contralmirante Rojas. Al igual que el primero, éste
también les prometió estudiar el caso con toda la prontitud que le fuese posible. No
queda claro por qué esa duplicación de gestiones en niveles de gobierno que se
supondrían muy semejantes, pero la situación de la época parecía requerir de la doble
aprobación para que algo fuese resuelto. También se realizó la primera reunión oficial
con el tribunal arbitral, el organismo encargado de “dar solución definitiva e inapelable
a los diferendos entre las partes que negocian la renovación de los convenios”.
Ya para entonces habían pasado más de seis meses desde el vencimiento del
convenio anterior, el poder adquisitivo del salario estaba muy deteriorado, y la situación
económica de los telefónicos debía ser muy penosa. Mientras se esperaba que el
Tribunal arbitral emitiera su resolución, el interventor Mascheroni decidió gestionar
ante la Empresa Nacional de Telecomunicaciones un adelanto a cuenta del aumento que
se estaba discutiendo. Su pedido fue que se pagara $ 1.120 a quienes cobraran el sueldo
mínimo, y que en los demás casos se aumentara en un 15 por ciento la remuneración
que venían cobrando. Es imposible saber si esa fue una iniciativa suya o si alguien se la
sugirió. Tampoco es posible saber qué segundas intenciones podía haber detrás de esa
solicitud, si es que las hubo. Pero apenas se conoció la iniciativa se efectuó un plenario
de delegados en la Seccional Buenos Aires, se rechazó la gestión del interventor en la
Federación por incosulta, se le exigió que retirase su pedido a la Empresa, y en su
reemplazo los delegados y activistas reunidos reclamaron a la dirección empresaria que
pagara el aumento fijado por el decreto 2.739/56 del que habían quedado excluidos.

Es de suponer que la autorización para realizar el plenario como para emitir el


comunicado tenía que estar en conocimiento del interventor de la Seccional Buenos
Aires, Guillermo Tamassi. Por supuesto, esto no es central en el relato, pero sería un
ejemplo de las rencillas entre los dos niveles de intervención: el de la seccional y el de
la Federación. Volviendo al episodio, Mascheroni dio un comunicado diciendo que la
reunión en la Seccional Buenos Aires no podía ser considerada representativa de los
delegados de ese sindicato, pues la mayor parte de los asistentes no lo eran. Según su
versión, con los delegados se mezclaban “grupos de reconocida filiación política que
quieren forzar a tomar resoluciones que afectan la unidad y los intereses del gremio”.
Finalizaba diciendo que persistía en su propósito de conseguir el pago de los anticipos
gestionados, no estando dispuesto “a tolerar resoluciones forzadas por elementos
extremistas que no tienen en cuenta la situación económica del personal telefónico”. Esa

32
gestión dio lugar a algún otro equívoco, porque los diarios hablaron de una propuesta de
FOETRA para fijar el salario mínimo en $ 1.120. Eso obligó a que Mascheroni saliera a
desmentir la información, aunque tomó el recaudo de hacer firmar el nuevo comunicado
también por los dos representantes obreros en la paritaria.

El reclamo salarial de 1956 (V)

Al finalizar agosto la situación tuvo un vuelco inesperado. El Tribunal arbitral


era un organismo que funcionaba en el ámbito del Ministerio de Trabajo, se suponía que
actuaba con independencia de los intereses de obreros y patrones, y se esperaba que su
juicio fuera ecuánime. El presidente del tribunal era el Doctor Juan Carlos Palacios, y
tanto él como los abogados del ministerio que lo acompañaban en la gestión habían
mostrado una imparcialidad asombrosa. Un día en que Mazzitelli y Vázquez fueron al
Ministerio para averiguar en qué estado se encontraba el trámite, vieron pasar a varios
funcionarios: el ministro de comunicaciones, Ramón Casanova, el gerente general de la
empresa, Miguel Mujica y el director de personal, Adolfo Otero.

“Ahí había muchas mamparas, y nosotros estábamos en un lugar medio oscuro.


Después, los propios abogados del tribunal nos dijeron que los representantes de la
patronal habían ido a presionarlos para que laudaran contra nosotros”.

La versión parece bastante verosímil, porque los integrantes del Tribunal


renunciaron en bloque para no ceder a la presión. Ya estaban cumplidos los plazos, el
laudo tenía que salir de alguna manera, y un tribunal sustituto presidido por el doctor
Juan Domingo Liberato fue nombrado de urgencia. Martelli, el subsecretario de trabajo,
llamó a Mazzitelli y Vázquez, y les dijo: “muchachos, ustedes tienen razón, pero las
cosas no van a poder ser como ustedes quieren”. El asombro y la indignación de ambos
no tenía límites. Mazzitelli completó el relato diciéndome:

“Yo ya no quería volver más al ministerio, pero del gremio nos mandaron de
nuevo; y hubo un laudo de lo más ambiguo y contradictorio. Por un lado nos daban la
razón a nosotros, pero en otro artículo favorecían a la empresa”.

Probablemente lo que Mazzitelli definía como aspecto favorable del laudo era la
decisión ministerial de no aceptar la modificación de la jornada laboral. Tampoco
autorizaba a la Empresa para que siguiera haciendo ofrecimientos individuales de
mejores remuneraciones a cambio de mayor tiempo de trabajo. Pero allí se terminaban
los aspectos positivos, porque al entrar en el tema salarial el laudo echaba por tierra
todas las expectativas de los trabajadores. Desde un principio dos números habían
estado dando vueltas en la negociación: por un lado los 1.400 que los trabajadores
pedían como sueldo básico inicial, y por otro los 1.120 fijados por la política oficial.
Algún trascendido del primer tribunal había hecho albergar la esperanza de que el
dictamen se aproximara a las pretensiones de los telefónicos, pero el segundo tribunal se
ciñó al libreto gubernamental.
Sin embargo las controversias no terminaron allí. La renuncia del primer tribunal
y su remplazo por el segundo produjo una demora de casi una semana en la emisión del
laudo. La resolución que se dio a conocer, si bien era regresiva con respecto a la que se

33
esperaba del tribunal renunciante, arrastraba algunas desprolijidades que daban lugar a
dobles interpretaciones, y la empresa reclamó que se aclarara la cuestión. Esa aclaración
se produjo dos semanas más tarde, y como era de esperar desfavorecía aún más a los
trabajadores. Si ya existía malestar por el laudo del 7 de septiembre, la indignación
creció mucho más cuando se conoció la segunda versión conseguida por la empresa. El
gremio aclaró que no había pedido al tribunal que hiciera ninguna reinterpretación, que
la nueva resolución implicaba disminuciones importantes en algunos cuadros, que la
pública difusión de las modificaciones buscaba crear malestar y división entre los
trabajadores, y que, en consecuencia, rechazaba los cambios difundidos por el
Ministerio y la Empresa.
La arbitrariedad gubernamental-patronal venía estirándose desde principios del
año, y ahora se sumaba un nuevo atropello a los intereses de los trabajadores. El
reclamo de los telefónicos fue desoído durante semanas, en la seccional Buenos aires ya
había asumido la conducción surgida de las elecciones normalizadoras y de inmediato
se organizaron medidas de fuerza. Los paros fueron respaldados tanto por la mayoría
como por la minoría de la nueva dirección sindical, y se conformó un Comité de huelga
en el que además de participar los militantes de las lisas Verde y Roja también dio
cabida a los miembros de la Lista Azul.
La represión no se hizo esperar, a las amenazas patronales siguieron algunas
detenciones, en el caso particular de Pedro Valente, el Secretario General, “lo fueron a
buscar a su casa un domingo por la mañana, de allí lo llevaron a Tribunales y luego a
Villa Devoto”. En el heterogéneo Comité de huelga se produjeron discusiones, las
desconfianzas generaron acusaciones cruzadas, y finalmente el plenario de delegados
resolvió levantar las medidas de fuerza.
Como consecuencia de tantos manoseos, entre los trabajadores telefónicos creció
un enorme descontento que se manifestaría con toda intensidad en la huelga de 1957.

34
La normalización

En los primeros meses de 1957 se completó la llamada normalización de


FOETRA; hablar de normalización suena como un sinsentido teniendo en cuenta todo
lo ocurrido desde el golpe de estado. Sin embargo conservo esa denominación porque es
la que ya quedó institucionalizada por la historiografía oficial; en algún momento habrá
que acuñar un nuevo nombre para referirse al proceso que se abrió cuando las
autoridades de facto permitieron que se realizaran elecciones en los sindicatos como
cierre formal de las persecuciones y proscripciones.

Para situarnos mejor en el tema es necesaria una breve recapitulación


comenzando con las palabras con que el general Lonardi se dirigió a los trabajadores al
asumir el gobierno el 23 de septiembre de 1955: “Deseo la colaboración de los obreros,
y me atrevo a pedirles que acudan a mí con la misma confianza que lo hacían con el
gobierno anterior. Buscarán en vano al demagogo, pero… siempre encontrarán un padre
o un hermano”. Las edulcoradas palabras del mensaje no tuvieron en cuenta que el
sector más reaccionario de los golpistas quería imponer la mano dura. Las ocupaciones
de los sindicatos fueron un adelanto, la única colaboración tolerada fue la de los
opositores al peronismo; antes de cumplir dos meses Lonardi fue obligado a renunciar.
La dupla Aramburu-Rojas fue recibida con una huelga general; ese mismo día
13 de noviembre la represión causó víctimas fatales entre los huelguistas rosarinos. Dos
días después el ausentismo obrero todavía era muy alto en el Gran Buenos Aires donde
ya se habían producido varios centenares de detenciones. Para cortar de cuajo la
resistencia, el día 16 fue intervenida la CGT y todos los sindicatos asociados, fueron
depuestas y encarceladas las autoridades sindicales, como interventor en la central
obrera se nombró a un capitán de navío –Alberto Patrón- hasta el apellido del
interventor parecía una declaración de principios. Simultáneamente se declaró la
ilegalidad de la huelga. Aquel decreto llevaba las firmas de Aramburu y Rojas, del
ministro de Trabajo, Raúl Migone, y de los ministros de Ejército, Marina y Aeronáutica:
Arturo Ossorio Arana, Teodoro Hartung y Ramón Abrahín.
El paso siguiente fue disolver todas las Comisiones internas, y difundir
comunicados amenazantes como el que señalaba que todo el que persistiera en perturbar
el orden público sería “detenido y confinado, conforme a expresas facultades otorgadas
por el Estado de Sitio”.

Otro hecho merece ser mencionado en esta historia por ser representativo del
profundo antiperonismo de los golpistas. En la noche del 22 de noviembre un grupo de
tareas a las órdenes del teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig procedió a
secuestrar el cadáver de Evita que se encontraba en el segundo piso de la CGT. Durante
varios años ese cuerpo permaneció desaparecido, recién fue reintegrado a su familia en
septiembre de 1971.

A principios de enero de 1956un comunicado del Ministerio de Trabajo sostenía


que la detención de obreros y dirigentes no era por razones de política gremial sino por
“la actividad política subversiva, contrarrevolucionaria y absolutamente insensata” de
quienes “quieren pescar a río revuelto y que desean perturbar el ambiente de paz y
trabajo que el país necesita”. (La Nación 5.1.1956).

35
Se advertía que las fuerzas represivas harían uso de sus armas para impedir
atentados y sabotajes, y poco después el interventor de la Provincia de Buenos Aires,
Coronel Bonnecarrere, amenazaba a “los agitadores que instigaran a las masas obreras a
abandonar el trabajo”, y a los que difundieran “noticias falsas con el deseo de provocar
conflictos o perturbaciones colectivas”.
La finalidad de tanta violencia represiva era doblegar cualquier resistencia a las
medidas económicas antiobreras. La más inmediata fue la prórroga de todas las
convenciones que vencían en febrero, la acompañó el decreto fijando el salario mínimo
en $ 1.120. De esta última disposición fueron excluidos los telefónicos, el reclamo
salarial de 1956 tuvo su origen en esa exclusión.
En abril de 1956 se promulgó el decreto 7.107 proscribiendo, entre otros, a todos
los que hubiesen sido dirigentes en la CGT o los sindicatos entre febrero de 1952 y
septiembre de 1956. La proscripción se hizo extensiva a los sindicalistas que hubiesen
participado del Congreso cegetista de 1949, cuando se modificaron los estatutos de la
central y se la declaró “fiel depositaria de la Doctrina Peronista”. (Daniel James,
Resistencia e integración)
Después de esta tanda proscriptiva Aramburu se sintió lo suficientemente seguro
como para anunciar en su mensaje del 1º de mayo que el movimiento sindical argentino
sería normalizado en 150 días. Según Daniel James entre agosto y octubre se hicieron
las elecciones para designar comisiones internas en los gremios, y las primeras
elecciones para normalizar los sindicatos fueron en octubre. Respecto a la elección en
sindicato Buenos Aires recurro al testimonio de Héctor Mango.

“Cuando en 1956 se preparaban las elecciones para la normalización del


sindicato un muchacho amigo, Matías Bellavista, me propuso que nos acercáramos a
una reunión de compañeros peronistas que se juntaban en el Sindicato Argentino de
Prensa. Allí conocí a Jonch, pero la figura principal era Jorge Lupo, quien había sido
agregado obrero en una embajada argentina. Era el candidato natural para encabezar
nuestra lista, pero fue inhabilitado por el interventor en el sindicato. Lo anecdótico fue
que en otro sindicato, el de panaderos, pudo participar Magdaleno, un hombre que
también había sido agregado obrero”.
El primer candidato de nuestra lista fue un compañero de Valentín Gómez, de
apellido Gallino, el segundo fue el delegado general de Cuyo, uno que prometía traer
una carrada de votos. Era una chantada, perdimos la elección, habíamos creído que la
ganábamos fácil, y la gente de Valente nos ganó limpiamente”.

La normalización (II)

La nota anterior concluyó con el testimonio de Héctor Mango sobre la elección


que se hizo en 1956 para salir de la intervención que pesaba sobre la Seccional Buenos
Aires de FOETRA. No está de más reiterar que ese era el nombre del actual sindicato
Buenos Aires.

Yo trato de ser muy riguroso con la exactitud histórica, los testimonios que fui
presentando corresponden a diferentes militantes de esa época, en lo posible busco
corroborar cada dato con la escasa documentación disponible. Explico esto porque en
ese período se hicieron varias elecciones sucesivas y la memoria de los protagonistas a

36
veces confunde una con otra. Para ser claro, tras la intervención de los sindicatos la
designación de los delegados no siguió un único camino: al principio se dispuso que el
empleado más antiguo de la sección fuera el representante de sus compañeros; después
se admitió la elección tradicional, esto ocurrió a principios de 1956. Más adelante se
hizo la designación de los paritarios que negociaron el aumento de sueldo, luego fue el
turno de la elección de autoridades en la seccional, finalmente se hizo otra elección para
designar los delegados congresales que normalizarían la Federación. Boletas, actas y
periódicos son documentos de inestimable valor, pero los archivos sindicales y del
propio Ministerio de Trabajo fueron vaciados por distintas intervenciones y
administradores irresponsables. Cuando los testimonios son coincidentes, aunque no
disponga de otros documentos, admito los datos sin entrar en mayores explicaciones.
Pero cuando se presenta una contradicción o si la situación es poco clara prefiero hacer
las reservas del caso. Esto ocurre con la elección de 1956 para designar a las autoridades
del sindicato.
Héctor Mango mencionó que la lista peronista era encabezada por un delegado
de Valentín Gómez de apellido Gallino; su información me pareció totalmente
inobjetable. Otro de los consultados, Diego Pérez, me dijo que esa lista era encabezada
por Allan Díaz., y también me pareció fundamentado el dato. Otros militantes de la
época coinciden con Diego Pérez en que Díaz ingresó a la dirección del Sindicato
representando a la minoría, así lo consigné en notas anteriores. Por el momento el tema
queda abierto, para avanzar con la historia reproduzco uno de los diálogos que tuve con
Diego Pérez.

- ¿Cómo fue la normalización del Sindicato y el Quinto Congreso de FOETRA?

El gobierno había establecido una serie de pautas para que los sindicatos y
federaciones adecuaran sus estatutos. Había que ir a la CGT, que estaba intervenida,
para que te dieran el folleto con las indicaciones sobre cómo tenían que ser los estatutos
para que te los aprobaran. Esa fue la tarea del Quinto Congreso, para lo cual hubo que
elegir delegados congresales en todos los sindicatos.
Los sindicatos ya se habían normalizado con anterioridad. En el Sindicato
Buenos Aires Había ganado la Lista Verde, encabezada por Pedro Valente. En la Lista
Azul, que era donde estaba yo, había una gran cantidad de delegados de Ingeniería, por
lo cual la gente de mantenimiento nos miraba de reojo. En esa elección también había
participado la Lista Roja (o Roja y Blanca) que llevaba como candidatos a los
peronistas que no estaban inhibidos. Y hubo una cuarta lista, creo que era Lista Blanca,
que era afín al Partido Comunista y cuyo dirigente más destacado era Cortez.
Los comunistas tenían mucha fuerza en la Construcción, Químicos, Canillitas,
Gastronómicos y la Madera.
La lista peronista llevaba a Allan Díaz como candidato y, me parece, que
también estaban Napolitano y Agustín Cuello. Salieron segundo detrás de la Verde (que
había sacado alrededor de 3 mil votos), por eso ingresaron a la Comisión Administrativa
por la minoría. Creo que fueron tres miembros los que ingresaron por la minoría y uno
era Allan Díaz.
Estas elecciones fueron, probablemente, en julio o agosto de 1956. Y, mes más o
mes menos, tienen que haberse realizado las elecciones en el resto de los sindicatos
porque si no hubiese sido así, no se podría haber convocado para elegir delegados
congresales que normalizaran la Federación.

37
La normalización (III)

Finalicé la nota anterior con uno de los diálogos que mantuve con Diego Pérez a
mediados de los ’80. Fue por entonces que comencé a reunir información sobre la
huelga de 1957, él me atendió amablemente, me proporcionó datos de esos que no
figuran en los documentos públicos. Hablaba de memoria, incluso incurrió en algunos
errores que se fueron rectificando en el curso de la conversación. Rememoró la elección
para salir de la intervención al sindicato Buenos Aires y luego habló de la que tuvo
lugar en febrero de 1957 para designar a los delegados congresales. En esa oportunidad
la proscripción del peronismo habría sido total.
En esa elección ganó la lista Verde (con 2.300 votos) y en segundo lugar se
ubicó la Azul (con poco más de mil votos). Teniendo en cuenta esos números es posible
suponer que el total de votantes fue alrededor de 3.500; como entonces los afiliados
eran más o menos 15 mil, la abstención fue muy grande. Buenos Aires iba con 18
representantes al congreso, con lo que ingresaron 11 por la mayoría y 7 por la minoría

- Contame cómo fue el Quinto Congreso.

El Quinto Congreso comenzó el 18 de marzo de 1957 y terminó el 9 de abril.


Las seccionales que participaron en ese congreso fueron: Buenos Aires, Bahía
Blanca, corrientes, Córdoba, Chaco-Formosa, Entre Ríos, La Plata, Mar del Plata,
Mendoza, Misiones, Río Cuarto, Rosario, Salta, San Juan, Santa Fe, Santiago del
Estero, Standard Electric y Tucumán. En total eran 18 seccionales.
Además de las seccionales estaban las delegaciones, que eran organizaciones
que por el número de afiliados no les alcanzaba para ser seccionales. Las que
participaron fueron: Asociación Mutual de Teléfonos del Estado (AMTE), Azul,
Chascomús, Chivilcoy, General Pico, Junín, Luján, pergamino, Tandil y Zárate.

- Vos sabés que, de acuerdo a mis datos, hivilcoy fue al congreso con dos
delegados, al igual que Zárate, Luján, Pergamino y, creo que también, Junín. Sin
embargo hay alguna seccional, como Salta, que va al congreso con un delegado. Si las
delegaciones no podían alcanzar el rango de seccional por tener un menor número de
afiliados, ¿cómo podían ir al congreso con un número de delegados superior al de una
seccional?

Diego Pérez se sonríe y luego me contesta.

¿Vos querés que yo te diga cuál fue “el perro”? Lo que pasó es que las
delegaciones fueron incorporadas a último momento para que participaran del
Congreso. Originalmente no estaba previsto que las delegaciones participaran con ese
número de delegados. En los congresos de FOETRA participaban las seccionales; las
delegaciones podían concurrir, pero tenían voz y no, voto. Fue el interventor, quien a
último momento, decidió que las delegaciones podían participar del congreso.
Yo nunca supe si esa decisión tuvo que ver con un sentimiento muy arraigado de
ese momento sobre el fortalecimiento del federalismo, o si fue por alguna rencilla del
interventor con la Seccional Buenos Aires. Lo cierto es que Peiceré, a último momento,

38
decidió incluir en la convocatoria a las delegaciones. Y las delegaciones se movieron en
el congreso como un bloque.
La evidencia está en que antes de la elección del secretariado, habían
comprometido su apoyo al candidato que resultó triunfador, y que un representante de la
Delegación Zárate, Dopazo, fue elegido para integrar el secretariado.
Esto lo vamos a ver más adelante, pero si no se hubiesen dado así las cosas, no
habríamos podido revertir el peso de la mayoría de Buenos Aires. Pensá que nosotros
éramos 7 representantes por la minoría, sobre 23 delegados de Buenos Aires.

- De acuerdo a mis anotaciones Buenos Aires no concurrió con 23 delegados


sino con 18.

Posiblemente yo esté confundido. Tal vez sea en el Sexto Congreso, cuando ya


los estatutos están modificados, cuando Buenos Aires concurre con 23 delegados y sin
representación por la minoría.

- Los datos que yo tengo me los proporcionó Alfredo López, y, según eso, hubo
70 delegados por las seccionales y 16 por las delegaciones. En total, 86 delegados.

Eso te muestra el peso que tuvieron las delegaciones en el congreso. Por


ejemplo, en la elección del Secretario General, que fue la primera que se hizo, hubo 44
votos para Andreatta y 35 para Valente. Talvez hubo alguna abstención.
En la segunda votación, para Secretario Adjunto, volvió a repetirse 44 a 35. Y
las votaciones que siguieron, para cubrir el resto de los cargos, fueron 44 votos a favor y
35 anulados, porque dentro de la urna metían papeles con puteadas. Después de las dos
primeras votaciones la oposición no propuso ningún candidato para el resto de los
cargos.
Nos pasamos más de tres horas votando, porque la votación era secreta y había
que hacer el recuento de los votos para cada cargo.

- ¿Puede considerarse que allí hubo un cierto favor oficial para que Andreatta
saliera como Secretario General?

La intervención no pudo manejar el congreso. Lo que hizo el interventor fue


colocar una cierta cantidad de delegados como para que la conducción de Buenos Aires
no pudiera copar el congreso...

- ¿Y eso, por qué?

No lo sé. Creo que había una cierta animosidad del interventor con la
conducción del Sindicato Buenos Aires. El interventor era Peiceré, un oficial de la
marina mercante, que después fue subsecretario en un gobierno posterior.
Por supuesto, a nosotros nos beneficiaba esa animosidad de Peiceré con la
conducción de Buenos Aires.

La normalización (IV)

39
En la nota anterior reproduje parte de una conversación con Diego Pérez, el
representante de la minoría por Buenos Aires. El Quinto Congreso de la Federación fue
tortuoso y amañado desde antes de empezar; la elección de los delegados congresales se
hizo con la proscripción del peronismo (probablemente también de los comunistas), ni
la mayoría ni la minoría de Buenos Aires tenían en sus filas a simpatizantes de esa
fuerza política. A ese pecado de origen se sumó otra maniobra oscura; en los congresos
anteriores las Delegaciones (entidades que por su número de afiliados no alcanzaban a
ser consideradas Seccionales) podían asistir a las deliberaciones como oyentes, tal vez
en algún caso se les permitiera el uso de la palabra, pero no tenían representantes con
derecho a voto. Así iba a ser también en el Quinto Congreso, pero, según la versión de
Diego Pérez, a último momento el interventor de la Federación resolvió que las
Delegaciones también contaran con representantes, y eso desequilibró totalmente el
desarrollo del encuentro.
No dispongo de ningún documento oficial, supongo que la designación de
delegados de esas entidades menores debió estar sujeta a la misma lógica que los
delegados de las seccionales, ser elegidos en sus lugares de origen por el voto de los
afiliados. Si fue así, esos delegados debieron estar en los planes de la intervención ya en
las elecciones de febrero. Pero dejando de lado este problema, lo concreto fue que hubo
representantes por las delegaciones y que fueron 16. En ese Congreso se eligió el
Secretariado que quedó constituido por

Héctor Andreatta, Secretario general

Teobaldo Tombessi, Secretario adjunto

Ángel Pravisani, Secretario administrativo

Diego Pérez, Secretario de prensa

Manuel Dopazo, secretario de relaciones gremiales

José Piacentini, Secretario de actas

Osvaldo Soliveres, Luis Bruno y Néstor Álvarez, suplentes.

- ¿Qué me podés decir de Tombessi?

A tombessi lo conocí en la época de la intervención en FOETRA. Él venía como


representante de La Plata, estaba considerado como el gorila número 1 y era el gorila
número 1. No es que no fuera peronista, él era antiperonista. Después, si lo sacabas de
allí, era un buen tipo, y hasta un buen compañero.
No sé qué le habrían hecho, pero tenía un rechazo visceral al peronismo. Era un
tartamudo bastante inocentón que se portó muy bien durante todo el conflicto. Después,
el que le movió el piso fue Monserrat, que ya había sido dirigente en La Plata antes de
la revolución. Éste le tomó el sindicato en el 58 (me parece que todavía no había
asumido Frondizi). Nosotros, desde la Federación, le mandamos como interventor a
Tejada, De San Juan. Tejada era peronista, pero los de Monserrat igual lo fajaron.
Después de eso, cuando se hicieron las elecciones, ganó Monserrat, y Tombessi
desapareció de la historia sindical.

40
- ¿Y de Pravisani?

Pravisani era un hombre del interior, de Santiago del Estero, que, por entonces,
era de capital privado. Él ingresa en el secretariado porque era uno de los pocos, que
viniendo de una empresa de capital privado estaba a favor nuestro. Todos los demás
estaban alineados con Buenos Aires.
Lo propusimos como Secretario Administrativo porque era un compañero que
compartía nuestros puntos de vista. Y, de paso, le restábamos algunos votos a Buenos
Aires.

- Y vos, ¿cómo llegaste al secretariado?

Bueno, nosotros integrábamos la minoría de Buenos Aires. Teníamos 7


delegados congresales y, los compañeros de la Azul, me propusieron para que integrara
el secretariado. Además a nosotros nos interesaba la parte de Prensa y Propaganda
porque nos parecía que allí nos podíamos desenvolver mejor; acordate que ya habíamos
estado allí con la intervención. Entonces, a pesar de que nos habían ofrecido la
Secretaría Adjunta, pedimos que nos mandaran a Prensa.

- De Dopazo, me dijiste que él ingresó por las delegaciones.

Exactamente. Ellos lo propusieron para el secretariado. Era un buen compañero;


muy capaz, pero, después de participar en el secretariado, no supe más nada de él.

- ¿Y José Piacentini?

Él ingresó por Rosario. Era un compañero de mantenimiento, creo que de


Construcciones, un buen obrero. A él lo designaron sus compañeros de rosario.
Bueno, en todos los casos la designación ya venía del sindicato. El mismo
Andreata venía nominado por Standard. Allí no hubo ninguna designación individual.
Incluso, en nuestro caso, la propuesta la decidimos en una asamblea de la Azul.

La normalización (V)

La “normalización” no se produjo cuando terminó el Quinto Congreso, todavía


pasarían unas semanas antes de que el Secretariado electo pudiera trabajar con
normalidad. Sobre ese período de transición hablé con Diego Pérez.

- Después del Quinto Congreso ¿quedaron muy tensas las relaciones con la
mayoría de Buenos Aires?

Diego Pérez se agarra la cabeza, se ríe y luego me contesta.

En el congreso nosotros le ganamos el Secretariado Nacional, pero nos


olvidamos del Concejo Federal. Y allí ellos tenían mayoría.

41
- es como ser presidente de la Nación y tener el Congreso en contra.

Exactamente. En el Concejo Federal cada Sindicato tiene un representante, y allí


ellos nos mataban. Además, en ausencia del Congreso, el Concejo Federal es la máxima
autoridad de la Federación. Entonces, lo que hicieron después del Congreso, fue
convocarse en sesión permanente. Y nos empezaron a hacer la vida imposible.
Imaginate, se nos instalaron en Buenos Aires, no nos dejaban tranquilos, nos
mandaban todos los días una nota y nosotros nos teníamos que dedicar a contestarles en
lugar de trabajar en lo nuestro. Y por si todo eso fuera poco, teníamos que pasarle el
viático a todos los del interior.
Durante más de un mes nos estuvieron rompiendo las pelotas, hasta que, al fin,
Pravisani les dijo que no había más guita, y si querían seguir quedándose, que los
viáticos se los pagara cada uno. Entonces se fueron.
Aquel fue un mes de guerra sorda. Ellos no nos podían rajar a nosotros y
nosotros tampoco podíamos rajarlos a ellos. Para sacarnos necesitaban una mayoría
calificada, es decir que tenían que juntar los dos tercios del Concejo Federal, y para eso
no les daban los números. Además no tenían ningún argumento para tirarse contra una
conducción recién asumida. Y a nosotros la única que nos quedaba era convocar a un
congreso extraordinario, Pero no se puede estar convocando a un congreso todos los
días.

- Por lo que me decís, la cosa se calmó en junio.

Sí, más o menos fue por ese tiempo. Y ya nos pusimos a trabajar en el pedido de
$ 700 de aumento para los telefónicos.

- ¿Cómo fue que se estableció esa cifra?

Con anterioridad el Sindicato Standard Electric Había estado en conflicto con su


empresa planteando un reclamo de $ 700 y habían terminado arreglando por $400.
Entonces Andreatta me dijo “Vamos a pedir el mismo aumento para los de ENTel”. Se
consultó con el resto del Secretariado y a todos les pareció bien.

42
1957, la huelga grande de los Telefónicos
Tres primeras semanas

El 8 de julio el Secretariado Nacional de FOETRA se dirigió a la Empresa


Nacional de Telecomunicaciones, a la Compañía Argentina de Teléfonos y a Siemens
Argentina solicitando un aumento de emergencia de $ 700 para todo el personal
“teniendo en cuenta el incesante aumento del costo de vida, los bajos salarios percibidos
y la congelación, por el término de un año, de los mismos”.
Ante las dilaciones y evasivas se decidió convocar a un Congreso extraordinario;
fue ese sexto Congreso el que resolvió intimar a las empresas el 13 de agosto. La
resolución Nº 8 expresaba que el decreto 824/57, y su reglamentario, el 825/57 del mes
de enero, era una medida arbitraria del poder estatal que violaba el derecho de la clase
trabajadora a tener un nivel de vida digno; que la pretensión de contener la inflación
congelando por un año más los salarios era una medida capitalista, ya que no se
congelaban los precios ni los gastos excesivos el propio Estado; por eso el Congreso
resolvió desconocer los decretos congelatorios, continuar la lucha por un salario acorde
al costo de vida y actuar en forma solidaria con el movimiento obrero para conseguir la
derogación de esas disposiciones gubernamentales.
Otra resolución del mismo día, la Nº 12, emplazó a la ENTel y las empresas
privadas para reincorporar a los casi 400 cesantes por razones políticas, y que se
anularan las separaciones del cargo, los traslados y otras sanciones.

Al no haber respuestas el Secretariado Nacional remitió el siguiente telegrama a


las empresas:

“Cumplido el plazo fijado por el sexto congreso intimamos a conceder aumento


de emergencia y dar solución a la situación del personal sancionado arbitrariamente,
antes de las 0 hora del día martes 27 de agosto. Comunicamos paros progresivos en hora
inmediata al vencimiento del plazo señalado. Colaciónese”.

El Concejo Federal de FOETRA fue el encargado de reglamentar las medidas de


fuerza. Éstas comenzaron, el martes 27 de agosto, con paro de una hora por turno en
todos los departamentos de la Empresa, con excepción de Tráfico que trabajaría a
reglamento.
Tráfico era exceptuado de la medida de fuerza más dura porque en ese tiempo
todas las comunicaciones de larga distancia, tanto las internacionales como las
nacionales, pasaban a través de operadoras. Pero también la comunicación con los
suburbios de Buenos Aires dependía, en su casi totalidad, del auxilio de operadoras. Por
eso Tráfico participaba del conflicto trabajando a reglamento.
El programa establecía que los paros se irían incrementando en una hora cada
día hasta llegar, el viernes 30, a cuatro horas por turno de trabajo. Durante el fin de
semana las guardias serían trabajadas con normalidad, retomándose el conflicto a partir
del lunes 2 de septiembre. En ese momento los paros serían de cinco horas por turno, y
continuaría ampliándose el tiempo de paro, para llegar, el miércoles, a parar durante
todo el día. Si para entonces no se había encontrado ninguna solución, se continuaría, en
los días siguientes, con paro durante toda la jornada, manteniendo la concurrencia al
lugar de trabajo.

43
El principal titular del diario La Razón, aquel 1 de septiembre de 1957, indicaba
que Cinco buques rusos habían pasado por el Báltico dirigiéndose hacia el Mar
Mediterráneo. La guerra fría amenazaba recalentarse, y Medio Oriente era, al igual que
hoy, un polvorín que podía estallar en cualquier momento. Siria recibía armamento de la
Unión Soviética y Estados Unidos se enfurecía por lo que consideraba una injerencia.
En Jordania se juzgaba a un grupo de 23 oficiales del ejército por complotar contra el
gobierno del Rey Hussein, aliado de Estados Unidos. El ministro francés de relaciones
exteriores declaraba, durante su visita a Chile, que Francia no se arrepentía de su
intervención militar en Egipto, el año anterior, salvo por no haber podido ocupar la
totalidad de la zona del Canal de Suez. Y en Argelia se registraban durísimos
enfrentamientos militares contra las tropas colonialistas francesas. Mientras tanto, en
Guatemala, 13 partidos políticos se preparaban para las elecciones en que se elegiría al
sucesor del asesinado corondel Castillo Armas quien, tres años atrás, había derrocado al
presidente Arbenz con un golpe de estado financiado por la United Fruit.

Pero si esas eran las noticias que ocupaban la tapa de La Razón, en el interior
había una extensa información sobre el conflicto telefónico. Se señalaba que a partir del
día siguiente los afiliados a FOETRA continuarían con paros de cinco horas por turno
“en apoyo de sus demandas de un aumento de emergencia de $ 700, el pago del salario
familiar y la reincorporación del personal declarado cesante por la Empresa Nacional de
Telecomunicaciones”. Ese domingo, por la mañana, la organización sindical informó
que había sido notificada sobre la resolución del ministro de comunicaciones por la cual
se sometía el conflicto a la consideración del Poder Ejecutivo, mientras se emplazaba a
FOETRA para que, en el término de cinco días, presentara un memorial alegando sus
derechos.
FOETRA aclaraba que, en ningún momento, había solicitado ni aceptado la
intervención del Poder Ejecutivo para que arbitrara en el conflicto. Y rechazaba ese
arbitraje por ser contrario a sus principios y a su experiencia. Agregaba que tampoco se
podía encuadrar el conflicto dentro de las disposiciones del decreto 879/57 “por no
haber existido en ningún momento gestiones conciliatorias por parte de la Empresa”.

Tres primeras semanas (II)

El reclamo de los trabajadores telefónicos para lograr un aumento de sueldo


decoroso y la reincorporación de los cesantes por razones políticas fue sistemáticamente
desoído. Ante esa situación se convocó a un congreso extraordinario de FOETRA que
inició sus deliberaciones el 12 de agosto de 1957 y decidió intimar a las empresas para
que dieran respuesta a las demandas. Vencido el plazo comenzaron las medidas de
fuerza con paros de una hora por turno, y luego de una semana el cese de actividades
llegó a las 7 horas por turno.

En la mañana del miércoles 4 de septiembre, miembros del Secretariado de


FOETRA se entrevistaron con el ministro de comunicaciones. Según informaría ENTel,
el ministro le comunicó a los representantes gremiales que el Poder Ejecutivo había
decidido “constituir una comisión para reconsiderar la situación del personal separado
del servicio, y la designación de otra comisión integrada por tres funcionarios de ENTel
y tres de FOETRA, para el estudio del aumento de la producción y de las

44
remuneraciones”. El ministro también se comprometió a anular la resolución 1.712 por
la que se establecía que la solución del conflicto quedaba subordinada a una decisión del
Poder Ejecutivo.
Esa misma tarde se reunió el Concejo Federal con los miembros del Secretariado
y luego de escuchar su informe decidió aceptar la propuesta para solucionar la situación
del personal castigado con traslados y cesantías por el gobierno militar; esto permitiría
que el representante sindical pudiera participar en la defensa de los sancionados por
aplicación del Régimen de faltas, dándose un plazo de 60 días para que todos los casos
quedaran resueltos.
También se decidió que, como paso previo al inicio de cualquier negociación,
las empresas se comprometieran a dar un adelanto de $ 400 a todo el personal, a cuenta
del aumento de sueldo que se estaba reclamando. Se dejaba en claro que dicho adelanto
sólo debía entenderse como parte del arreglo final, basado en la exigencia de un
aumento de emergencia de $ 700 con retroactividad al 1 de julio.
La resolución del Consejo Federal agregaba que “se fijará un plazo máximo de
30 días a partir de la fecha de aceptación de estas condiciones para que la comisión a
constituirse, solucione totalmente el petitorio gremial”.

El día jueves se reunieron los representantes de los trabajadores y de la Empresa


Nacional de Telecomunicaciones, pero todo se limitó a un encuentro protocolar sin
ningún tipo de oferta salarial concreta. Por eso, en la tarde, el Secretariado de FOETRA
emitió un comunicado informando que a partir del día siguiente, y hasta tanto hubiera
una propuesta seria sobre el tema de fondo, se retomaban los paros en los lugares de
trabajo. Para ese momento la paralización de las tareas alcanzaba a toda la jornada.

El principal titular de Clarín, el viernes 6 de septiembre, era: “Bombardea la


aviación cubana el foco rebelde de Cienfuegos”. En la mañana del día anterior se había
sublevado la dotación naval de Cienfuegos bajo la dirección del Movimiento 26 de Julio
comandado por Fidel Castro. Los sublevados lograron dominar la base naval de Cayo
Loco, y con la participación de milicianos rebeldes se armó a los sectores populares que
comenzaron a combatir en distintos puntos de la ciudad. Se luchó durante todo el día y
buena parte de la noche, hasta que las tropas enviadas desde Santa Clara, Camagüey y
La Habana consiguieron doblegar los focos de resistencia revolucionaria.

Pero ese día también se informaba que la Empresa Nacional de


Telecomunicaciones había designado sus representantes para negociar con los
trabajadores en conflicto; ellos eran el ingeniero Benjamín y los señores Duglioti y
Somma. Por el lado de los trabajadores concurrirían Lidia Barcelona, José Vázquez y
Pascual Masitelli. Los dos últimos ya habían participado en el reclamo salarial del año
anterior, aquel que finalizó con el laudo tan controvertido. Como puede verse, a pesar
de la dura disputa que había precedido a la elección del Secretariado Nacional de
FOETRA, en la representación paritaria se incluía a miembros del Sindicato Buenos
Aires. Seguramente la convivencia no debía ser fácil pero no encontré ningún
testimonio que hablase de zancadillas o saboteo de las negociaciones, por el contrario,
el frente interno se mantuvo unido en el conflicto con las empresas.
Estaba previsto que ese viernes, por la mañana, ambas partes se reunieran en el
local de Defensa 131. Pero cuando llegó el momento de la reunión, los representantes
empresarios manifestaron su sorpresa por la reanudación de las medidas de fuerza por
parte de FOETRA, y agregaron que, en esas condiciones, las conversaciones no podrían
realizarse. En realidad la reanudación de las medidas de fuerza estaba motivada por las

45
dilaciones patronales; todas las empresas telefónicas (tanto la estatal como las privadas)
habían sido debidamente informadas y la presunta sorpresa no pasaba de ser una
chicana. Esto lo sabían los voceros de ambas partes, pero, desde el lado patronal se
podían dar el lujo de reclamar la suspensión de las medidas de fuerza para sentarse a
negociar.
Los representantes sindicales también tenían sobrados motivos para mantenerse
firmes, pero no podían mantener una intransigencia irresponsable; como tampoco
podían decidir por si mismos el levantamiento de los paros, se convino en poner el
problema a consideración de los trabajadores y que fueran ellos quienes decidieran si se
suspendían, o no, las medidas de fuerza. Se acordó que, si era resuelta la tregua, las
negociaciones se realizarían el día lunes.
Por la noche se realizó un plenario de delegados del Sindicato Buenos Aires, en
Estados Unidos 1532, y se convocó a Asamblea General de Afiliados para el día
siguiente a las 15 horas, en la Federación Argentina de Box.

Tres primeras semanas (III)

Transcurrido poco más de una semana de conflicto, el viernes 6 de septiembre


los representantes patronales reclamaron que se suspendiesen las medidas de fuerza para
sentarse a negociar. La parte obrera señaló que no podía acceder sin consultar
previamente a sus representados, que les informarían del reclamo, y si los trabajadores
estaban de acuerdo se reiniciaría el diálogo tras el fin de semana.

Algo más ocurrió ese viernes 6 de septiembre. Ese día, en la Casa de Gobierno,
el presidente se encontraba ausente por enfermedad. Pero el vicepresidente,
contralmirante Isaac Rojas, se reunía con los ministros militares y el titular de Interior
para decidir en qué condiciones una huelga era lícita o en qué casos podría ser declarada
ilegal. Esa misma noche se dio a conocer el decreto ley con los resultados de las
deliberaciones.

Serían consideradas ilegales las huelgas que afecten el cumplimiento del servicio
público, las que atenten contra la seguridad o la salud de la población, las que tengan
por objeto la privación de un artículo de primera necesidad o que desconozcan un laudo
arbitral.
Para ser considerada legal la huelga debía haber cumplido con el procedimiento
de conciliación ante el Ministerio de Trabajo; además su motivación sólo podía ser
alcanzar modificaciones en las condiciones de trabajo y haberse resuelto en votación
secreta de todos los trabajadores. Pero las exigencias no se detenían allí. La parte
patronal debía ser informada por escrito con tres días hábiles de anterioridad, como
mínimo, lo mismo que el Ministerio de Trabajo. Y, para terminar de cerrar el paquete,
se exigía que la medida de fuerza no fuera sólo con el abandono de labores, sino que
también se dejara el lugar de trabajo.
Ninguna de las cláusulas era una cuestión menor, y casi todas ellas podían
esgrimirse para declarar ilegal al conflicto de los telefónicos. Parecía una resolución
“hecha a medida” y era como para causar inquietud entre los trabajadores.
Para que no quedasen dudas sobre quienes eran los destinatarios potenciales del
decreto represivo, simultáneamente se dio a conocer un comunicado de la Secretaría

46
general de gobierno, donde se informaba que: “En el día de la fecha, el Gobierno
Provisional consideró detenidamente los problemas planteados por el personal del
Ferrocarril Nacional General San Martín, en la zona de Cuyo, y el de los trabajadores de
la Empresa Nacional de Telecomunicaciones”. Después de manifestar su preocupación
por los perjuicios que ocasionaban dichos conflictos “el Gobierno de la Revolución,
ratifica su inquebrantable decisión de asegurar la normalidad de todos los servicios
públicos que son indispensables para la actividad normal”.

El sábado 7, a partir de las 16 horas, se realizó la asamblea de los afiliados al


Sindicato Buenos Aires. La crónica periodística dice que la concurrencia fue muy
numerosa y que las deliberaciones fueron muy acaloradas. Debieron serlo, realmente,
porque se prolongaron por más de tres horas, con la intervención de numerosos
oradores. Uno de ellos propuso que el tema salarial y el de la reincorporación de los
cesantes fuera discutido con la Empresa, en forma conjunta, y no, en dos comisiones
separadas. Pero, sobre ese punto, ya había un criterio establecido, y no se lo modificó.
Finalmente, la Asamblea autorizó “por gran mayoría” el levantamiento de las medidas
de fuerza por 48 horas, y se convocó a una nueva asamblea para el miércoles 11.
Al igual que en el Sindicato Buenos Aires, durante ese fin de semana se
realizaron asambleas de afiliados en los demás sindicatos telefónicos del país. Con ese
respaldo, se reunió el Concejo Federal, informando luego: “Por unanimidad votose
levantar los paros por espacio de 48 horas, hasta la 0 hora del día miércoles, plazo que
considérase suficiente para que la comisión mixta pueda reanudar sus conversaciones y
materializar el acuerdo con el pedido de FOETRA, en especial sobre el reclamo de
aumento de $700 y la reincorporación de obreros y empleados cesantes”.

En una de las numerosas entrevistas que tuve con Diego Pérez, le comenté que el
tono de las decisiones parecía ser muy rígido, y le pregunté si no había existido la
posibilidad de flexibilizar un poco las resoluciones para dar un mayor margen de
maniobra a los negociadores sindicales. Si bien lo estricto del mandato podía ser
esgrimido como muestra de firmeza del frente interno, también es cierto que los plazos
rigurosos no permitían la libertad de maniobra ni extender los tiempos de negociación.

“La gente no quería saber nada con treguas prolongadas; nada de una o dos
semanas. La efervescencia era tan grande que si le hablabas de un poco más de tiempo,
te mataban. Imaginate que si llegabas a una asamblea, con compañeros que estaban en
un 99 por ciento con el paro, y les decías de suspender por varios días las medidas, te
comían crudo. Las bases habían rebasado todo criterio que permitiera atemperar un
poco las cosas”.

Había sobrados motivos para la irritada impaciencia de los trabajadores. Ya el


año anterior habían sido defraudados con el laudo gubernamental, a ello se había
sumado el decreto congelador de salarios a principios de ese año, y luego las demoras
de la patronal para ofrecer soluciones; todo contribuía para aumentar la intransigencia.
Los dirigentes eran receptivos de ese malestar y reflejaron esa percepción en una
resolución adoptada el día lunes 9, el mismo día en que se sentaban a negociar con las
empresas. Allí se decía que una vez concluido el plazo de negociación, y si no había
ninguna propuesta para ser considerada por los trabajadores, se reanudarían los paros de
actividades durante toda la jornada, debiéndose sumar los compañeros de tráfico en
forma progresiva.

47
Tres primeras semanas (IV)

Hay detalles, muy pequeños detalles, que parecen dar la clave de cual va a ser el
resultado final del conflicto, mucho antes de que este se produzca. Es fácil decir eso
cuando ya se sabe lo que ocurrió finalmente. Pero no está de más el señalar esas cosas.
El jueves 5 de septiembre tenían que comenzar las negociaciones, pero la Empresa se
fue en cuestiones formalistas en lugar de entrar al fondo del problema. Al día siguiente,
cuando FOETRA había endurecido su posición y llegaba a la mesa de discusión con
nuevos paros en los lugares de trabajo, los portavoces empresarios dijeron que no se
podía negociar bajo presión, y reclamaron el levantamiento de las medidas de fuerza.
Una vez conseguido eso, en lugar de aprovechar el escaso tiempo de tregua de que se
disponía, no se fijó la hora de inicio de las negociaciones para la mañana del día lunes,
sino para las 5 de la tarde. Por último, cuando llegó el momento de hablar sobre el
reclamo de aumento salarial, la Empresa planteó que cualquier discusión sobre
incremento de remuneraciones estaba condicionada a un aumento de la productividad.
Esto era, isa y llanamente, patear el tablero. Con los aumentos de precios que se
habían venido operando, el salario de los trabajadores había sufrido una reducción muy
grande; en realidad no se estaba hablando de un aumento de sueldos, sino de un intento
por tratar de recuperar el poder adquisitivo perdido. Por eso, la pretensión empresaria de
atar el readecuamiento salarial a un aumento de la productividad era, simplemente,
petrificar la pérdida sufrida por los asalariados.

El miércoles 11 se reiniciaron las medidas de fuerza. Ahora se sumaba Tráfico,


que, además de trabajar a reglamento durante toda la jornada, realizaba paros de 10
minutos por turno.

La respuesta del gobierno no se hizo esperar. Esa misma noche se dio a conocer
un decreto ilegalizando las medidas de fuerza de los telefónicos. La resolución del
Poder Ejecutivo no sólo declaraba ilegales los paros, sino que facultaba a la ENTel,
“para adoptar las medidas disciplinarias que considere adecuadas con respecto al
personal que no reanude sus tareas en la fecha y hora que se le fije”.
El cinismo con el que se justificaba la resolución parecía una provocación
adicional a los trabajadores. Se comenzaba diciendo que la solución ya había sido
alcanzada el día 4 cuando se dejó sin efecto la resolución 1.712 (aquella que imponía el
arbitraje del Poder Ejecutivo) y quedaron conformadas dos comisiones, una, para
estudiar la revisión de las sanciones impuestas al personal, y otra, a la que se
denominaba “Coordinadora técnico administrativa”. Para el libretista oficial, con eso se
había dado satisfacción a todos los reclamos y ya no quedaba nada más por discutir.
Luego venía lo de la sorpresa empresaria por la reanudación de los paros a partir
del día 6, como si la Empresa hubiera sido burlada en su buena fe, y el reproche a los
trabajadores por lo que se consideraba una medida extemporánea. Ante este
señalamiento, los representantes sindicales habían pedido una prórroga para convocar a
las asambleas y levantar los paros, a fin de que la Coordinadora Técnico Administrativa
pudiera comenzar a funcionar a partir del lunes 9. Pero la incomprensión obrera no
había terminado allí; “las asambleas del gremio resolvieron, indebidamente, levantar el
paro sólo por 48 horas” en lugar de hacerlo en forma definitiva. Y por si eso fuera poco,

48
el día lunes, los representantes sindicales llegaron con “una exigencia extraña”, el
reclamo de aumento de sueldo.

La Asamblea General que había quedado convocada desde cuatro días antes,
sesionó ese miércoles 11 de septiembre hasta cerca de la media noche. Los diarios del
día siguiente dirían que “alrededor de 6 mil trabajadores, aprobaron por unanimidad
todo lo actuado por el Concejo Federal de FOETRA”. Además de resolverse la
continuación de las medidas de fuerza, los asambleístas decidieron que si se producía la
sanción a alguno de los trabajadores por su participación en el conflicto, o si se detenía
a alguno de los dirigentes, se declararía de inmediato la huelga general del gremio
telefónico en todo el país.
Al día siguiente el conflicto se agudizó aún más. Poco antes de medio día, las
jefaturas informaron al personal que estaba cumpliendo con el paro, Que si no se
normalizaban las tareas de inmediato, los huelguistas serían suspendidos y deberían
hacer abandono del lugar, tal como lo establecía el decreto 10.822 del día anterior.
La inmensa mayoría de los trabajadores, de los 79 edificios telefónicos que
existían en el área del Sindicato Buenos Aires, rechazaron la intimación y continuaron
con el paro en el mismo lugar. Juan Carlos Romero, que por entonces era delegado en
Ingeniería, recordó que en Diagonal Sur donde él trabajaba, se llamó a la policía para
que desalojara el edificio. Algo similar ocurrió en otras dependencias de la Empresa. En
cada una se llamó a la policía, en todas se labró el acta Correspondiente, y todos fueron
desalojados.
Los telefónicos expulsados de los edificios se fueron concentrando en distintos
lugares de la ciudad: sobre Avenida de Mayo, en Plaza Miserere, en Barrancas de
Belgrano y en otros sitios. Las manifestaciones callejeras no duraban mucho porque
eran disueltas por la policía, aunque, aparentemente, sin grandes violencias.
En la tarde, Norberto Espínola, Secretario del Sindicato Buenos Aires, declaraba
a un periodista:

”La actitud de la empresa constituye un verdadero lock out patronal. Esta


mañana nosotros continuábamos cumpliendo con el programa de paros dispuesto por el
Concejo Federal cuando, a las 11.30, los jefes de todas las secciones reunieron al
personal y les leyeron el decreto del Poder Ejecutivo. Después se nos intimó a
suspender los paros o hacer abandono de nuestro lugar de trabajo. Como no acatamos
esa imposición, se llamó a la Guardia de Infantería y a policías de las seccionales para
que nos desalojaran. Entonces el personal decidió labrar actas para dejar constancia de
que eran obligados por la fuerza pública a hacer abandono de su lugar de trabajo”.

Tres primeras semanas (V)

A partir de ese momento comenzaron a conocerse adhesiones de otros gremios


para con los trabajadores telefónicos. La Confederación de Empleados de Comercio,
que era dirigida por Armando March, informó que los 52 delegados congresales ante el
Congreso Extraordinario de la CGT, se solidarizaban con la lucha de los telefónicos. En
los días siguientes las muestras de adhesión se irían ampliando. La Fraternidad y la
Federación Argentina de Trabajadores de la Imprenta también darían a conocer

49
comunicados de solidaridad, mientras la Federación de Luz y Fuerza anunciaría un paro
de cinco minutos para el martes de la semana siguiente, en apoyo de los telefónicos.

Pero todavía ocurrió algo más ese día miércoles. Cerca de las 20 horas, se
concentraron unas 1500 personas frente al local del Sindicato, que en esa época estaba
en General Perón 2574. La información periodística con la que me manejé no brinda
detalles sobre quiénes eran los manifestantes; Parece evidente que se trataba de
militantes telefónicos, pero el motivo de la movilización no era únicamente el conflicto
que vengo historiando.

Después de las elecciones en los distintos sindicatos debía realizarse la


normalización de la CGT, se había convocado a Congreso Extraordinario, pero las
deliberaciones quedaron interrumpidas a poco de haberse comenzado. Un grupo de
delegados congresales se retiró, luego comenzaron negociaciones para tratar de
reconciliar a las partes enfrentadas: “Los que se quedaron” y “Los que se retiraron”. En
el papel mediador se ubicó La Fraternidad con el beneplácito del interventor.
“Los que se quedaron” serían conocidos luego como “Las 62 Organizaciones”, y
“Los que se retiraron” pasarían a llamarse “32 Gremios Democráticos”. Con estas
referencias puede resultar más comprensible la información periodística que
reproduzco.

“Alrededor de las 20, unas 1.500 personas, Según la estimación policial, se


habían reunido en la sede del sindicato de telefónicos del estado, Cangallo 2574. Poco
más tarde un grupo numeroso se encolumnó hacia la sede de La Fraternidad, donde
estaban reunidos delegados al Congreso de la CGT, para instarlos a llegar a un acuerdo
y lograr una central obrera unida. Momentos más tarde, la mayor parte se retiró, pero un
grupo de unas 600 personas se dirigió por Rivadavia hacia Avenida de Mayo portando
una bandera argentina y entonando estribillos.
Al llegar a Santiago del Estero, y como a pesar de los requerimientos policiales
los manifestantes proseguían su marcha, se comenzó a emplear gases lacrimógenos.
Cinco bombas estallaron y el grupo se disgregó. Habiendo detenido la policía, según lo
informó, a seis persona, cuatro del gremio y dos particulares. Se aclaró que una vez
interrogados iban a ser puestos en libertad.
Otras sesenta personas se habían dirigido, mientras tanto, hacia la sede de la
CGT; pero allí fueron persuadidos de disolverse en orden, lo que así hicieron”.

Vuelvo ahora al conflicto telefónico. El día 13 continuaron las medidas de


fuerza. En Tráfico los paros ya eran de 30 minutos por turno y, el resto de la jornada, se
continuaba trabajando a reglamento. Una resolución del Ministerio de Trabajo declaró
ilegal la medida de fuerza de los telefónicos en las provincias de Santiago del Estero,
San Juan, Entre Ríos, Mendoza, Salta, Formosa y Tucumán, donde el servicio era
brindado por empresas de capital privado.
Pero hubo algo más inquietante que eso. Al igual que en los días anteriores, el
conflicto merecía la atenta consideración del Poder Ejecutivo. En una reunión presidida
por Aramburu, se siguió analizando qué pasaba con los telefónicos. “Asistieron a las
deliberaciones, el vicepresidente Rojas, Los ministros de Comunicaciones, Trabajo y
Previsión e Interior, los titulares de las carteras de Ejército, Marina y Aeronáutica y
miembros de los servicios de Coordinación policial”.

50
Durante el fin de semana las cosas no cambiaron mucho, salvo por el hecho de
que los trabajadores de Tráfico seguían extendiendo la duración de su medida de fuerza.
Además de trabajar a reglamento, realizaban un paro parcial que, el día domingo, llegó
a los 50 minutos por turno y que, el día lunes, se iba a extender a una hora por turno.
Todas las comunicaciones que necesitaban de la intermediación de operadoras se veían
comprometidas y el panorama era que lo iban a estar aún más en los próximos días.
La guerra de comunicados también formaba parte del conflicto y, aunque con
recursos más limitados que los de la empresa y el gobierno, FOETRA contestaba a las
acusaciones de que había motivaciones extragremiales tras el reclamo de los telefónicos.
También trataba de convencer a los usuarios de que la responsabilidad por los perjuicios
en el servicio era de la empresa. Y denunciaba la inconstitucionalidad de las medidas
gubernamentales, al mismo tiempo que reclamaba su revisión. Para esto último, enviaba
telegramas al presidente Aramburu y a la Convención Nacional Constituyente.

La resolución de FOETRA, para ese día lunes 16 de septiembre, era que el


personal de Tráfico parara durante 60 minutos por turno, pero “si en un edificio hubiera
personal de Tráfico y de otras dependencias, y a estos últimos no se les permitiera el
acceso al mismo, o fueran desalojados, los empleados de Tráfico deberán hacer
inmediato abandono de sus tareas y realizar un paro de 24 horas en el lugar de trabajo
en señal de protesta”.
Respecto a lo ocurrido en ese día hay alguna confusión. Parece que hubo
algunos lugares donde se habría llegado a esa medida extrema y otros donde el paro de
tráfico sólo fue de una hora. Lo cierto es que el endurecimiento de las posiciones había
metido al conflicto en un camino sin retorno. La Empresa Nacional de
Telecomunicaciones hizo público un informe elevado al Poder Ejecutivo en el que
dejaba en claro (por si fuera necesaria tal aclaración) que había actuado siguiendo las
directivas del gobierno; que la discusión de cualquier aumento salarial estaba atado al
incremento de la jornada de trabajo; y que, por haberse visto desbordada en su
posibilidad de manejo del conflicto, proponía la aplicación del Código penal contra los
trabajadores telefónicos. Sobre esto me comentaba Diego Pérez:

“La empresa no encontró mejor recurso que pretender aplicar al personal el


artículo 197 del Código Penal, cuyo texto disponía: Será reprimido con prisión de 6
meses a 2 años quien interrumpiese o entorpeciese las comunicaciones telegráficas o
telefónicas o resistiese violentamente al restablecimiento de las comunicaciones
interrumpidas”.

Tres primeras semanas (VI)

Era una fecha muy especial; se cumplían dos años del golpe de estado y el
gobierno de facto quería seguir mostrando que era tan duro como el primer día. Tal vez
por eso, además de las declaraciones conmemorativas de las principales figuras del
gobierno, hacia la noche se anunció que las fuerzas armadas se harían cargo de la
custodia de todas las oficinas y edificios telefónicos “con el fin de asegurar la normal
prestación de los servicios y, a la vez, garantizar la libertad de trabajo”.

51
Según recuerda Diego Pérez, “hubo cédulas emitidas por el Ministerio de Guerra
movilizando al personal de mantenimiento (especialmente a Interior, Revisadores y
Conservación Cables).

Se llegó así al 17 de septiembre. Tuerzas del ejército ocuparon la Repetidora de


Adrogué a las 17 horas de ese día, apresando a todos los trabajadores que se
encontraban en el lugar. A medida que pasaron las horas se conocieron las detenciones
masivas, en su lugar de trabajo o domicilio, de delegados, colaboradores y afiliados
activos, sin ninguna discriminación. Las primeras cifras indicaban que 170 trabajadores
habían sido privados de su libertad.
Por eso el Secretariado Nacional emplazó al Poder Ejecutivo para que dejara en
libertad a los detenidos, en caso contrario se declararía la huelga general por tiempo
indeterminado a partir de las 8 horas del día siguiente. La contestación del gobierno fue
suspender la personería gremial de FOETRA y reprimir las concentraciones públicas de
los trabajadores telefónicos”.
Ese martes 17 se reunió el Concejo de Administración de la Empresa Nacional
de Telecomunicaciones, y, “tras examinar la situación del conflicto telefónico y las
medidas de seguridad adoptadas por el Poder Ejecutivo”, dictó una resolución
intimando al personal a “reintegrarse a sus tareas a partir de las 0 horas del día 19”. El
incumplimiento de esa exhortación haría pasible al personal de las sanciones de
“suspensión, cesantía o exoneración, como mejor corresponda”. Paralelamente, el
ministro de comunicaciones informó que había solicitado al Ministerio de Trabajo y
Previsión, el retiro de la personería gremial de FOETRA.
Pero los anuncios del ministro no terminaron allí. Agregó que “la empresa
estatal denunció ante las autoridades policiales, la comisión de hechos previstos en la
ley penal”. Y, a partir de esas denuncias, se produjeron las detenciones comentadas más
arriba.

Esa noche, poco después de las 22.30, se inició la reunión en FOETRA en la que
se decidió dar plazo hasta las 8 de la mañana del día miércoles 18 para que todos los
detenidos fueran dejados en libertad. Si el reclamo no era satisfecho, se paralizarían las
tareas en todo el ámbito del Sindicato Buenos Aires; y si se producía la detención de
algún miembro del Secretariado Nacional, el paro se extendería a todo el país.
El martes 17 también fue suspendida la personería gremial de los Telegrafistas,
Radiotelegrafistas y Afines, a raíz del conflicto que venían sosteniendo por
reivindicaciones similares a las planteadas por los telefónicos.

52
Huelga general

Después de muchas negociaciones infructuosas reclamando aumento de sueldo y


reincorporación de cesantes, los telefónicos iniciaron paros progresivos el martes 27 de
agosto. Durante tres semanas las medidas de fuerza fueron en aumento, el gobierno
dictatorial que al mismo tiempo era el empleador principal se mantuvo inflexible. Al
cumplirse el segundo aniversario del golpe de estado se anunció que las fuerzas armadas
se harían cargo de la custodia de los edificios telefónicos, y el martes 17 de septiembre
no sólo se ocuparon militarmente las instalaciones sino que comenzaron los arrestos
masivos de trabajadores.
Las detenciones que se iniciaron el día martes con la ocupación de la Repetidora
de Adrogué continuaron en la noche y durante el día siguiente. Sobre esos hechos, la
información periodística fue bastante minuciosa.

“El juez nacional en lo penal especial, Dr. Ovidio Fernández Alonso, dispuso
autorizar por la secretaría del Dr. Benito Yúdice, que la Policía Federal procediera al
allanamiento de los domicilios y detención de unos 170 empleados telefónicos por
considerarlos incursos en las penalidades previstas por el artículo 197 del código penal,
que reprime los atentados contra los medios de transporte y comunicaciones. En cuanto
a la lista de los detenidos, a los cuales se aloja en el Departamento Central de Policía,
fue confeccionada por el Ministerio de Comunicaciones y remitida por la Policía
Federal al juez Fernández Alonso, a fin de que el magistrado facultara su intervención”.

Entre los numerosos detenidos se encontraba el Secretario General de FOETRA,


Héctor Andreatta, apresado en la localidad de San Isidro. Cuando le pregunté a Diego
Pérez quiénes eran los miembros del Secretariado que habían sido detenidos me
comentó:

“Si mal no recuerdo, fueron Andreatta, Pravisani y Piacentini. Las cosas


ocurrieron así.
Los compañeros de la repetidora de Adrogué fueron detenidos a las 5 de la tarde.
Nosotros creo que nos enteramos recién a las 7. Después siguieron llegando noticias de
otras detenciones y, después de las 10 de la noche es cuando le mandamos el telegrama
a la Empresa intimándola para que dejaran en libertad a todos los compañeros o nos
íbamos a declarar en huelga general a partir de las 8 de la mañana. Después de eso, y
para que no metieran preso a todo el Secretariado, les dijimos a Pravisani y Piacentini
que se fueran para el sindicato Standard Electric, en San Isidro. Tombessi se fue para La
Plata y Dopazo también se fue afuera. Y en Ambrosetti nos quedamos Andreatta y yo.
A eso de las 6 se concentraron frente al local los compañeros de los talleres de la
calle Hidalgo que venían a averiguar que noticias había. Les dijimos que habíamos
declarado la huelga general a partir de las 8 y, después que ellos se fueron, Andreatta se
fue para San Isidro a dormir un rato. Yo me quedé una hora más, pero, como no pasaba
nada, les dije a los muchachos que me iba a dormir a casa. Me acuerdo que uno de ellos
me dijo si estaba loco, porque en mi casa ya debía estar esperando la policía. Entonces
me fui a la casa de mi hermana. El compañero tenía razón, esa noche fueron dos veces a
la casa de mis viejos, que es donde yo vivía.
Serían las 2 de la tarde cuando estaba volviendo para Ambrosetti 134. Unos
compañeros me paran en José María Moreno y Rivadavia y me preguntan a dónde iba.

53
Cuando les dije que iba para la federación me contaron que a eso de las 8 y media había
caído la cana y se los había llevado presos a todos. En realidad en Ambrosetti no hubo
ningún detenido.
Los fondos de la Federación daban con los de una casa que tenía salida por
Acoyte. Cuando llegó la policía todos los que estaban dentro (las compañeras
administrativas que entraban a las 7 de la mañana y algún compañero con permiso
gremial) saltaron la pared y se escaparon por detrás. Hay que decir que algunos policías
eran bastante tolerantes. Muchos debían ser peronistas, y si podían hacer la vista gorda,
lo hacían.”

El paro por tiempo indeterminado, que debía cumplirse en el área de Capital


Federal y Gran Buenos Aires, se hizo extensivo a todo el país como consecuencia del
apresamiento de los dirigentes del nivel nacional. Y para que no quedara ninguna duda
respecto a la disposición combativa de los telefónicos, el Sindicato Buenos Aires dio a
conocer un comunicado que en su parte resolutiva señalaba:

“La huelga general se mantendrá hasta que hayan desaparecido las causas que la
determinaron, debiéndose impartir la orden de levantamiento únicamente por las
autoridades de la Federación o el Sindicato, previa aclaración de las razones que
motiven dicho levantamiento”.

El comunicado, firmado por Pedro Valente y Norberto Espínola, informaba que


se contemplaba la formación de subcomités de huelga en todos los lugares de trabajo.
Al mismo tiempo las muestras de solidaridad con los trabajadores telefónicos
siguieron aumentando. El secretariado nacional de la Unión Obrera Metalúrgica dispuso
la realización de un paro de 15 minutos (de 9 a 9,15, de 15 a 15,15 y de 24 a 0,15),
mientras manifestaban su adhesión la Asociación Bancaria (Regional Buenos Aires), la
Federación de vendedores de Diarios, Revistas y Afines, y el Sindicato Unido
Petroleros del Estado. También expresaron su apoyo solidario la Comisión de Acción
Política de la Unión Cívica Radical Intransigente y el Dr. Alfredo Palacios, diputado
constituyente por el Partido Socialista. La Comisión de Acción Política de la UCRI, que
recibió a los representantes telefónicos y repudió las detenciones, estaba presidida por el
Dr. Alejandro Gómez, futuro vicepresidente de la Nación.

Huelga general (II)

El día 19 se comenzó a liberar a los detenidos, entre ellos a los dirigentes de la


Federación. Ese jueves se informó que la mitad de los trabajadores apresados en los
diversos allanamientos habían recuperado su libertad. Inicialmente se había hablado de
alrededor de 170 detenciones; la información oficial decía que ya habían recuperado su
libertad 86 de los detenidos, pero en un comunicado el Sindicato Buenos Aires
informaba que permanecían detenidos 200 compañeros. Finalmente todos serían
liberados; sin embargo eso no significó que el proceso judicial hubiese quedado
resuelto. Diego Pérez fue muy preciso con esto: “varios años después, las causas todavía
seguían abiertas”.
Por su parte, la Empresa comenzaba a mostrarse triunfalista diciendo que los
trabajadores empezaban a retornar al trabajo al garantizarse la seguridad de quienes

54
querían trabajar. Las cosas no debían ser tan ciertas porque al mismo tiempo se admitía
que había trabajadores que iban a ser sancionados por su adhesión al conflicto y que se
iba a tomar nuevo personal para cubrir las tareas técnicas y administrativas. El vocero
empresario no vacilaba en señalar que en la provincia de Entre Ríos el servicio se había
normalizado. Lo curioso es que ENTel no prestaba servicio en esa provincia porque el
mismo era cumplido por la Compañía Entrerriana de Teléfonos. Es posible que, después
de tres semanas de conflicto y de las embestidas represivas de la Empresa y del
gobierno, se hubiesen producido algunas deserciones, pero no debieron ser tantas como
quería mostrar la información oficial.
Desde el lado de FOETRA la visión era totalmente distinta. En un comunicado
emitido el día 19, se decía:

“Con la unidad y disciplina características del gremio telefónico se cumplió en


todo el país la orden de huelga general que, a partir de las 8 del día de ayer, dictó
FOETRA. La jornada cumplida con entereza, fue la condigna respuesta al atropello
realizado por un poder prepotente que por no avenirse a lo que debe concederse a los
trabajadores, intentó aplastar nuestro magnífico movimiento por medio de detenciones
masivas de los activistas sindicales. Los centenares de detenciones no han disminuido el
espíritu de lucha del gremio ni han logrado quebrar la organización, porque cada
afiliado ha sabido tomar el puesto de combate que le corresponde, sin deserciones ni
desmayos.
Los locales de FOETRA han sido avasallados y se encuentran clausurados, pero
la organización del movimiento se mantiene intacta, tanto en cada sindicato como en
nuestros contactos con todo el país. El Ministerio de Trabajo y Previsión ha suspendido
la inscripción gremial de FOETRA burlando toda norma jurídica democrática, pero se
equivoca si cree que con ello podrá barrer con nuestra gloriosa Federación”.

Y para que no hubiera dudas ni confusiones se enfatizaba que “La huelga


continuará hasta que el organismo gremial ordene su levantamiento por medio de los
delegados y activistas en forma fidedigna”.

Las muestras de solidaridad fueron numerosísimas a lo largo de todo el conflicto


y provinieron de todos los sectores del campo gremial.
Una delegación de Telefónicos fue recibida en la sede de Obreros y Empleados
Vitivinícolas donde se encontraban reunidos representantes de 53 sindicatos que
participaban del interrumpido Congreso Normalizador de la CGT; sólo faltaban 9 de los
que a partir de la semana siguiente comenzarían a ser conocidos como “Las 62
Organizaciones”. Telefónicos y Telegrafistas recibieron renovadas muestras de
solidaridad, entre ellas, el anuncio de que los trabajadores de la Alimentación realizarían
paros de 15 minutos por turno en apoyo a la lucha de FOETRA y AATRA.
Similares muestras de solidaridad se daban en otros gremios. Ese mismo día, los
empleados de comercio cumplían un paro entre las 17 y las 24 horas, en apoyo a
telefónicos y telegrafistas. Otro tanto hacían los metalúrgicos, con paros de 15 minutos
por turno, y los Trabajadores de la imprenta comprometían su apoyo con paros de una
hora, en todo el país, para el lunes siguiente. También los Químicos anunciaban
medidas de fuerza para apoyar a los huelguistas, al mismo tiempo que los Bancarios,
Aeronáuticos y otros gremios programaban la realización de asambleas para resolver su
adhesión.
El viernes 20, por la noche, una nutrida delegación de dirigentes sindicales fue
recibida en Casa de gobierno por el general Aramburu y el contralmirante Rojas. Esos

55
dirigentes eran definidos como Pertenecientes a “los sindicatos que se retiraron del
Congreso Normalizador de la CGT” y que, una semana después, comenzarían a ser
llamados “los 32 gremios democráticos”.
Los dirigentes que hicieron uso de la palabra fueron Luis Danussi, de la
Federación Gráfica Bonaerense, Salvador Marcovechio, de la Federación de Empleados
de Comercio, y Juan Corral, de la Unión Ferroviaria. Aunque el tema de fondo era el
costo de vida, el congelamiento salarial, el incremento de los precios y la legislación
que reprimía el derecho de huelga, todos aprovecharon para mostrar su preocupación y
solidaridad con los conflictos de telefónicos y telegrafistas.
El primero de ellos dijo que “se busca una solución a los conflictos planteados
por los telefónicos y los radiotelegrafistas. Se debe llegar a una solución, cuanto antes,
porque las medidas represivas adoptadas por el gobierno, inquietan y perturban todo el
sentir popular”. El representante de los empleados de comercio dijo “el conflicto de los
telefónicos y radiotelegrafistas debe ser solucionado, ya que el mismo tiene un origen
justo y el estado no puede ni debe ser impermeable a esta situación. (...) El decreto de
congelación de salarios impidió encontrar el punto de equilibrio entre los precios y los
salarios, por lo cual se vuelve urgente su derogación”. Por último, el dirigente
ferroviario se refirió al conflicto diciendo “No es fácil encontrar el equilibrio, pero se
debe tratar de llevar un poco más de tranquilidad a la clase obrera”.

Aramburu hizo una larga intervención en la que eludió referirse a los conflictos
sobre los que se le pedía una definición. Entonces tomó la palabra Sebastián Marotta
quien “insistió en lograr por lo menos una solución de emergencia hasta tanto se
obtenga una fórmula definitiva en todas las cuestiones planteadas”. A lo que contestó
Aramburu: “El gobierno va a estudiar todos estos problemas; y con respecto al conflicto
de los telefónicos tratará de solucionarlo”.
Probablemente fue después de esa reunión, Cuando representantes de FOETRA
mantuvieron una prolongada entrevista con Isaac Rojas. Entre las 21.55 y las 23.25
“estuvieron reunidos con el Señor vicepresidente, a quien ilustraron ampliamente acerca
del motivo de la huelga”.

Huelga general (III)

Es conveniente recordar cómo estaban distribuidas las fuerzas internas durante el


conflicto. Tras el golpe de estado y la posterior intervención de las organizaciones
sindicales había seguido un proceso de “normalización” bastante complejo. Antiguas
rivalidades se combinaron con las proscripciones implementadas por los golpistas. En el
Sindicato Buenos Aires, el de mayor número de afiliados, había triunfado la Lista Verde
encabezada por Pedro Valente; en la Federación se impuso una alianza dirigida por el
secretario general del Sindicato Standard Electri, Héctor Andreatta, quien fue
acompañado por una lista minoritaria de Buenos Aires y otros dirigentes del interior.
Los peronistas que habían estado al frente de FOETRA hasta el golpe de estado no
disponían de representantes en la Federación, sólo tenían una participación minoritaria
en la conducción del Sindicato Buenos Aires. Estos son los trazos gruesos, el mapa se
hace más complejo si se toman las composiciones internas de los sindicatos y
delegaciones del interior.

56
La composición del Secretariado Nacional de FOETRA era heterogénea, su
característica más distintiva era la de haber surgido en oposición a la mayoría de Buenos
Aires. En el Consejo Federal Buenos Aires y sus aliados eran mayoritarios, el equilibrio
entre el Secretariado y el Consejo era inestable. A pesar de eso se había conseguido
unificar las fuerzas para el reclamo, de hecho hubo una suerte de dirección compartida,
la propuesta reivindicativa del Secretariado fue respaldada por el Congreso
extraordinario y las medidas de fuerza las reglamentó el Consejo Federal. Se coincidía
con la justicia del reclamo, pero se desconfiaba sobre la forma en que fue planteado y en
las segundas intenciones que podía haber detrás. Cuando entrevisté a Pedro Valente éste
se encontraba muy enfermo y su hijo fue quien deslizó algunos comentarios que pueden
servir para ilustrarnos.

“La huelga fue declarada por los peronistas como una forma de revancha contra
la Revolución Libertadora; pedir 700 o nada era un reclamo para impedir cualquier
posibilidad de arreglo, lo mismo que esa exigencia de la cabeza del capitán Casanova, el
presidente de la empresa. Los comunistas apoyaban para llevar agua para su molino”.

Reproduzco el comentario aunque no haya sido dicho por alguien que haya
tenido una importante participación directa en el conflicto, más bien lo hago para
mostrar una forma de razonamiento muy extendida, una opinión que parece surgida de
un fuerte sentimiento antiperonista y anticomunista. No parece que esas opiniones
fuesen muy sensatas; seguramente los militantes peronistas y comunistas (como muchos
otros) estuviesen en contra del gobierno de facto, pero por sí mismos no habrían podido
declarar las medidas de fuerza, ni su apoyo hubiese sido suficiente si el resto de los
afiliados no hubiesen estado de acuerdo. Entre los propios integrantes de la Lista Verde
existía mucho malestar con las medidas gubernamentales, un importante militante
histórico de ese sector me confesó que desde un principio apoyó la huelga. También me
explicó que Pedro Valente trató de disuadirlo, pero no por simpatía con los atropellos
golpistas sino por no estar seguro sobre las posibilidades de éxito.

“Yo era partidario de la huelga pero en el Sindicato Buenos Aires había muchos
compañeros que no estaban de acuerdo con eso; y no porque estuvieran del lado del
gobierno sino por una cuestión de razonamiento.
Un día yo estaba almorzando en lo de mi suegra y me llama Valente por
teléfono. “Te llamo porque estamos aquí cerca (en un bar de Floresta) con algunos
delegados de Mar del Plata, Río Cuarto, Córdoba y otros lugares y quiero que vos
vengas”. Yo me fui para la reunión y Don Pedro me dijo: “Mirá Pascual, yo sé que vos
tenés un entripado bárbaro por lo del laudo en el Ministerio y que querés la huelga. Pero
los que tenemos cierta experiencia consideramos que no es conveniente la huelga en
este momento, porque un gobierno militar no va a admitir que lo pasés por encima”.
Y después agarró un papel, trazó una línea horizontal y comenzó a dibujar una
curva que se iba levantando hasta alcanzar su punto más alto y después descendía. ”A la
huelga sale todo el mundo, de entrada es un exitaso; más o menos a los 15 días alcanzas
el pico. Pero después viene la declinación, porque los militares no te van a aceptar que
vos le hagás la huelga. No te lo van a aceptar porque ellos sacaron un decreto y el
pedido de aumento masivo es irrazonable. Se puede pedir otra cosa, arbitrar otros
medios, pero en estas condiciones la huelga va al muere”.

57
Esto me comentó Pascual Masitelli cuando lo consulté sobre la posición de los
dirigentes del sindicato con respecto a la medida de fuerza. Pero también puso mucho
énfasis en destacar el firme apoyo durante todo el conflicto:

“Valente, como hombre disciplinado, defendió la huelga a capa y espada; él,


como hombre de principios, defendió la huelga más que nadie”.

Precisamente si vengo reproduciendo pasajes de comunicados y volantes es


porque son documentos invalorables sobre el apoyo de Buenos Aires (y de todos los
sectores internos en general) durante la huelga. Más allá de las diferencias políticas lo
significativo fue la gran cohesión de los distintos sectores para enfrentar a las empresas
y al gobierno. Esa unidad en la acción no se limitó a buenos Aires, todo el territorio
nacional fue escenario de la lucha. El comentario entusiasta de diego Pérez resulta
ilustrativo.

“La huelga tuvo total acatamiento en todo el país; hasta en pequeñas localidades
que no tenían una tradición de actividad sindical se sumaron en forma entusiasta al
conflicto. Porque nosotros hicimos un planteamiento bien desde la base; las decisiones
se tomaron en asamblea, después fueron al Congreso y luego las tomó el Secretariado
Nacional”.

Huelga general (IV)

El viernes 20 de septiembre fue un día de intensas negociaciones. Comenzaron a


las 13 entre representantes del Sindicato Buenos Aires de FOETRA y funcionarios de la
presidencia; siguieron, a las 20.30, con gestiones mediadoras de los sindicalistas
“democráticos” ante el presidente de facto, y finalizaron con la reunión que se prolongó
hasta cerca de la media noche, entre dirigentes de la Federación y el contralmirante
Isaac Rojas. Como puede verse, tanto los dirigentes de la Federación como los del
Sindicato se entrevistaban con los funcionarios gubernamentales para encontrar una
solución a los reclamos de los telefónicos.
Los locales del gremio telefónico se encontraban clausurados desde dos días
antes al suspenderse la personería gremial de FOETRA, por eso el Sindicato Buenos
Aires funcionaba de hecho en la Federación de Empleados de Comercio. Allí fue donde
se reunieron a partir de las 13 los dirigentes del sindicato y representantes de la
presidencia de la Nación. Por el sindicato habían estado Pedro Valente, José Vázquez y
la compañera Scocieri, y Martínez Zemboráin, junto a otros funcionarios, por la parte
gubernamental. Esa primera reunión finalizó a las 15 y volvió a reiniciarse a partir de
las 17, y tanto en la primera como en la segunda parte, estuvo presente el Secretario
General de Empleados de Comercio, Armando March.
Los dirigentes sindicales señalaron que, para poder ir a una asamblea a plantear
el levantamiento de la huelga, era necesaria la devolución de la personería gremial y el
cese de toda otra disposición adoptada como consecuencia del paro, además de un
aumento general de $ 500. Los enviados del gobierno sostenían que no se podía
comprometer ninguna resolución oficial mientras FOETRA no levantara el estado de
huelga. Finalmente, cerca de las 20, los funcionarios gubernamentales se retiraron para
efectuar consultas con la presidencia.

58
Aquel fue un día en que siguieron sumándose adhesiones a los trabajadores en
conflicto. La Unión de Trabajadores de Entidades deportivas y el Sindicato de Aceiteros
anunciaban paros en apoyo a los huelguistas para la semana siguiente. También
expresaban su solidaridad los Marítimos, Trabajadores del Vestido, Trabajadores de la
Construcción, Gastronómicos, Trabajadores de la Industria Papelera y muchos más.
Pero lo que sería destacado por los diarios serían algunos incidentes a raíz del paro de
los mercantiles en apoyo a FOETRA.
Aunque el paro de los empleados de comercio se cumplió en toda la ciudad, sus
efectos fueron más llamativos en la zona céntrica. En la calle Florida algunos piquetes
de huelguistas increpaban a los empleados que seguían trabajando después de las 17. La
guardia de infantería, que se había desplegado por la zona con algunos carros de asalto,
procedió a efectuar varias detenciones. El incidente más fuerte se produjo en el local de
Bartolomé Mitre 757, cuando el dueño del negocio desenfundó un arma para impedir la
actuación de un piquete. La consecuencia fue una vidriera rota y algunos detenidos.

Pero, ese viernes, hubo un anuncio solidario que merece ser destacado muy
especialmente porque fue hecho por los gremios, que hasta ese momento eran definidos
como “los que se quedaron en el Congreso de la CGT” o como “los sindicatos que
habitualmente se reúnen en Sanidad”. A partir de la semana siguiente, ese agrupamiento
comenzaría a ser conocido como “Las 62 Organizaciones”.
Sus integrantes se habían reunido en la noche del jueves con la intención de
debatir sobre las gestiones que venían realizando para conseguir la reanudación del
congreso cegetista. A esa reunión concurrieron representantes de FOETRA Y AATRA
para informar sobre sus respectivos conflictos y allí recibieron las muestras de
solidaridad a las que me referí hace un par de notas. Al evaluar la gravedad de los
conflictos de telefónicos y telegrafistas, pasó a segundo plano el problema de la
reanudación del Congreso Extraordinario de la CGT; hubo una moción del
representante de la Madera para que se tratara en primer término la solidaridad con esas
luchas, y a eso se dedicó el resto de la reunión que se prolongó hasta las 7.30 del día
viernes.
La reunión aprobó una moción del representante de Luz y Fuerza consistente en:

1º, Voto de aliento a los trabajadores de FOETRA y AATRA y a todos aquellos


que están luchando por las reivindicaciones obreras.
2º, Repudio a toda medida que tienda a desmembrar el movimiento gremial y la
unidad de los trabajadores.
3º, Declarar el estado de alerta en todas las organizaciones obreras.
4º, Nombrar una comisión especial para gestionar ante los funcionarios del
estado, incluso el presidente provisional de la Nación, la derogación del decreto
reglamentando las huelgas (Decreto 824/56) y solución a las demandas presentadas por
los gremios.

A todo esto se sumó un 5º punto (propuesto por el representante del Calzado)


declarando un paro de 24 horas si las gestiones mediadoras no tenían éxito. El paro se
extendería por tiempo indeterminado, en caso de represalias.

El capitán Ramón Casanova, presidente de la Empresa Nacional de


Telecomunicaciones, convocó a una conferencia de prensa el sábado 21, por la mañana.
La suya era la respuesta del gobierno a las gestiones de los trabajadores, pero aparecía

59
como hecha por una instancia inferior. Ese recurso, que todo gobierno utiliza, pone en
boca de un funcionario subalterno lo que el gobierno quiere decir. Si las cosas no salen
bien o si hay que cambiar la posición, el que se equivocó fue el funcionario de menor
jerarquía y no, su superior.
El argumento usado para rechazar el reclamo de los trabajadores era que la
demanda sindical excedía los recursos de la Empresa. El pedido de $700 de aumento,
implicaría una erogación anual de 360 millones. Como los recursos de ENTel estaban
muy por debajo de esa cifra, la única posibilidad habría sido aumentar las tarifas. El
argumento era bastante efectista, porque buscaba poner a todos los abonados en contra
de los trabajadores aunque las cifras fuesen falsas.
Siguió diciendo que, en realidad, el único punto que impedía llegar a un acuerdo
era el tema del aumento de sueldos. Daba por resuelto el reclamo en torno al salario
familiar y a la reincorporación del personal cesanteado a partir del golpe de estado,
aunque ninguna de esas cuestiones había llegado a tratarse. Finalmente dijo que la
posibilidad de incremento en los sueldos pasaba por la aceptación de establecer una
jornada de trabajo más prolongada y, además, discontinua.

Huelga general (V)

El lunes 23 de septiembre la ENTel afirmaba que se había producido un


mejoramiento en el servicio porque habían retornado al trabajo el 25 por ciento de los
huelguistas y que, además, se había incorporado nuevo personal a la Empresa. FOETRA
señalaba que las cifras proporcionadas por la Empresa, tanto sobre personal retornado al
trabajo como sobre las incorporaciones, eran absolutamente falsas. Mientras tanto se
producían nuevas medidas de fuerza en apoyo a telefónicos. Ese día realizaron paros
solidarios los gráficos, bancarios, trabajadores de la alimentación, químicos y aceiteros.

Otro acontecimiento se produjo ese día lunes; venía relacionado con el conflicto
de los telefónicos pero, tenía otras implicancias y conexiones que eran mucho más
complejas. Los gremios que en la madrugada del día viernes habían decidido convocar a
un paro de 24 horas en apoyo a los reclamos obreros, volvieron a reunirse y pusieron
fecha a esa convocatoria. El paro quedó previsto para el viernes 27 si no tenían
resultado positivo las gestiones mediadoras que se pensaban realizar durante la semana.
Ese conjunto de gremios aún no tenía una denominación que los identificara;
eran “las organizaciones que no se retiraron del Congreso Extraordinario de la CGT”
cuando se rompieron las deliberaciones el 5 de septiembre, y no todos solían participar
en todas las reuniones. El jueves anterior habían sido 53 los reunidos en el local de
Vitivinícolas; habían sido 55 los firmantes de una nota al presidente pidiéndole una
entrevista, y eran 38 los que habían deliberado ese lunes en el local de Luz y Fuerza.
Por eso la forma elegida por Clarín para informar la decisión fue: “Harán 38 gremios un
paro de 24 horas el viernes. Adherirán al mismo 24 entidades más”

La decisión que esas organizaciones habían adoptado en forma unánime era la


siguiente:

“1. Que el paro de 24 horas ya determinado por el plenario del día 19 se realice
el viernes 27 a partir de las 0 horas, si no hubiere una solución concreta a los problemas

60
planteados en la reunión que la Comisión respectiva celebrará con el Presidente de la
Nación el miércoles 25.
2. Que se realice una reunión plenaria el día miércoles 25 a los efectos de que la
Comisión nombrada informe sobre la entrevista mantenida con el Presidente
provisional.
3. Que el paro programado podrá suspenderse únicamente a 24 horas del
momento de su iniciación.
4. Que en el caso de que hubiere represalias contra los trabajadores, el paro
decretado proseguirá por tiempo indeterminado”.

La reunión en la que delegados de las 62 organizaciones sindicales expondrían


sus problemas, había sido anunciada oficialmente ese mismo día, después de una
reunión entre representantes sindicales y el ministro del Interior. En la agenda
presidencial figuraba que el día miércoles, a las 12 horas, serían recibidos los dirigentes
obreros en el Salón de Acuerdos de la Casa de Gobierno. Se había previsto que
asistieran a las deliberaciones el general Aramburu, el contralmirante Rojas, el ministro
de Trabajo y Previsión, el subsecretario de esa cartera y otros altos funcionarios de la
presidencia.
Fue con posterioridad a esa reunión mantenida con el ministro Alconada
Aramburú, que los dirigentes sindicales volvieron a encontrarse en el local de Luz y
Fuerza para ponerle fecha al paro programado desde unos días antes. Y, como
consecuencia de ello, el gobierno canceló la entrevista al día siguiente. La explicación
fue que “el Jefe de Gobierno acepta críticas, sugerencias y observaciones, pero no
acepta imposiciones”.

El empantanamiento del conflicto telefónico era evidente; el gobierno dialogaba


con los representantes del sector “democrático” y se negaba a hacerlo con los más
confrontativos, pero no daba ninguna solución, ni a uno, ni a otro. La que se libraba era
una guerra de desgaste. A pesar de que el servicio se encontraba bastante deteriorado
como consecuencia de la falta de mantenimiento y de algunos actos de sabotaje, la
situación no era tan grave, por lo menos en los sectores que el gobierno podía considerar
neurálgicos. Miguel Mugica, el vicepresidente de la Empresa, reconocía que el lugar
donde peor se encontraba el servicio era en Rosario, pero, al mismo tiempo, sostenía
que en Córdoba las cosas andaban bastante bien.
Todos los funcionarios recitaban el libreto de que la solución pasaba por el
aumento de la productividad, y que eso significaba aceptar una jornada de trabajo más
prolongada y discontinua, como ya lo estaba haciendo la mayor parte del nuevo
personal que estaba siendo incorporado. El recazo al aumento de la jornada era unánime
en todos los sectores del gremio; ese era un punto innegociable, y su sola mención por
parte de los funcionarios, ya era una muestra de la mala disposición empresaria para
llegar a cualquier acuerdo.
Así estaban las cosas mientras se anunciaba, para el jueves 26, la realización de
una asamblea general en la Federación Argentina de Box. Esa asamblea, convocada por
las autoridades del Sindicato Buenos Aires, debía servir para mantener el estrecho
contacto entre la conducción y los trabajadores. Esa comunicación es siempre necesaria
en cualquier organización democrática, pero se vuelve imprescindible cuando se está en
medio de una lucha, y más aún, si se trata de una confrontación tan complicada como la
que se estaba desarrollando en ese momento.
Cada trabajador, en medio de un conflicto, necesita saber que otros trabajadores,
de otros edificios u otras especialidades, están llevando adelante su misma lucha y que

61
todos se mantienen firmes. La asamblea es el lugar donde se realiza ese contacto, donde
se puede visualizar las vacilaciones o las firmezas, las dudas o las certidumbres, y donde
se puede cohesionar al conjunto de los compañeros entre sí, y a estos con su
conducción. Por eso la asamblea, más que un ámbito para el debate y el intercambio de
ideas, es el lugar donde se refirman los compromisos y se recuperan fuerzas para seguir
adelante. Tal vez fue por eso mismo que la asamblea fue prohibida por la policía:

“Se notifica a los representantes de FOETRA que la División Coordinación


Policial del Ministerio del Interior, no autoriza la asamblea programada para el jueves
26, a las 9, en Castro Barros 75”.

Pero si no podía realizarse la asamblea, por lo menos había una abundante


información escrita. Volantes y comunicados de prensa trataban de cubrir la
información que necesitaban los trabajadores en huelga. En uno de esos comunicados
decía FOETRA: “La continuación de la huelga general, con la disciplina que lo
caracteriza, demuestra fehaciente y terminantemente, que el gremio telefónico, firme,
unido y disciplinado se mantiene actualmente como vanguardia de la clase trabajadora
en la concreción de las reivindicaciones sociales”.

Huelga general (VI)

La afirmación de que los telefónicos estaban a la vanguardia de la clase


trabajadora podía parecer, en otras circunstancias, un simple recurso retórico. Pero, en
ese momento, los dos nucleamientos en que se encontraba dividida la clase obrera,
coincidían en asignarle ese rol. Esto habla de un buen manejo por parte de la dirección
de la Federación y, también, de un correcto comportamiento de todos los sectores
internos del gremio.

No está de más recordar que la conducción del Sindicato Buenos Aires ejercía
una suerte de dirección compartida del conflicto, no sólo por dirigir al sindicato con
mayor número de afiliados, sino por la influencia que ejercía sobre el Concejo Federal.
El Concejo se encontraba en sesión permanente desde la iniciación del conflicto; había
reglamentado la realización de los paros iniciales, participaba de las negociaciones
designando a los paritarios (que eran miembros de la conducción del Sindicato Buenos
Aires) y sus integrantes habían estado junto a Pedro Valente durante las asambleas
generales efectuadas en Buenos Aires. La cercanía de Pedro Valente con los dirigentes
de “Los 32 gremios democráticos” le abrían algunos canales de diálogo con el gobierno.
Sin embargo, en esas oportunidades, mantuvo con firmeza el reclamo de aumento
salarial y la revisión de las sanciones del gobierno militar contra los telefónicos.
Por su parte, el Secretariado Nacional de FOETRA, conseguía que ese apoyo de
“Los 32” no se transformara en rechazo (o por lo menos indiferencia) de “Las 62
Organizaciones”. No sólo se habían logrado declaraciones solidarias, también estaban
los paros de apoyo y la huelga general convocada por ese sector que se realizaría el
viernes 27. El nucleamiento (que por esa época reunía a peronistas, comunistas y otros
sectores combativos) no sólo había manifestado su apoyo incondicional a la lucha de los
telefónicos, también diría que la suerte del movimiento obrero estaba atada a la suerte

62
que tuvieran los conflictos de telefónicos y telegrafistas. En la extensa declaración que
dieran a conocer en la víspera de la huelga dirían:

“Agotadas las gestiones de carácter conciliatorio efectuadas para solucionar el


conflicto que castiga severamente a los gremios de telefónicos, telegrafistas, del tabaco
y otros, y fracasada la solicitud de audiencia para entrevistar al presidente provisional de
la Nación, los trabajadores se ven en la obligación de adoptar la medida de paralizar sus
actividades”. Y agregaba más adelante “La lucha librada en este momento por
telefónicos y telegrafistas no son sino las escaramuzas de avanzada con que la
oligarquía antinacional pretende provocar al obrerismo argentino. De su resultado
depende la suerte futura de todos los trabajadores; una derrota de telefónicos y
telegrafistas significará en realidad, una derrota para toda la clase obrera organizada”.

La huelga del día 27 merece que le dediquemos algunas líneas. Fue una medida
de enorme importancia, aunque los diarios de mayor difusión trataran de minimizar su
alcance. Ya el día jueves la Intervención militar en la CGT había dado a conocer un
comunicado en el que, con típico lenguaje patronal, expresaba:

“Con la irresponsabilidad que siempre los ha caracterizado, un grupo de


dirigentes ha decretado una huelga general para el día de mañana. Es necesario que los
trabajadores, que en definitiva van a ser los únicos perjudicados por esta medida,
comprendan la tremenda injusticia que con ella cometen estos pretendidos dirigentes.
Estos señores, que por extraña coincidencia, son los mismos que desde hace una década
gobiernan ciertos gremios, política y discrecionalmente, no perderán nada con la huelga
que decretan. Están muy bien pagados por los mismos a quienes dejarán sin jornal
mañana. Ellos no trabajan en fábricas, ellos no pueden ser sancionados; esta es la causa
por la cual tan desaprensivamente ordenan las huelgas”.

Una declaración de la Confederación de Empleados de Comercio mostraba


curiosas coincidencias con la posición castrense. Después de reiterar su determinación
de no plegarse al paro, afirmaba que “no ha de dejarse arrastrar en esta oportunidad ni
en ninguna otra, por condenables maniobras tras las cuales se agitan solapados y
deshonestos intereses foráneos de llevar a la masa trabajadora por el camino de la fuerza
incontrolada y perturbadora, hacia un destino suicida”.
Otras organizaciones pertenecientes a los “32 Gremios democráticos” se
expresaban de modo bastante parecido al de los empleados de comercio. Pero había
otros gremios, que sin encuadrarse en este sector, rechazaban sumarse al paro declarado
por las “62 Organizaciones”. Los “neutrales” no constituían un nucleamiento tan
definido como los otros dos y, por lo menos en apariencia, no querían verse
comprometidos con las decisiones de ninguno de ellos. La Fraternidad era un
representante característico de este grupo intermedio; durante esas semanas había
aparecido como el mediador para tratar de conciliar a los otros dos sectores acerca de la
continuidad del congreso cegetista, y ante el paro declaraba que, si bien consideraba
justas sus demandas, no adhería a el porque no había sido resuelto en forma unificada
por todo el movimiento obrero.
Pero a pesar de las amenazas oficiales de declarar ilegal la huelga (con lo que se
permitía el descuento de haberes a los trabajadores y las multas a los sindicatos) y
contra las oposiciones y los distanciamientos de otras organizaciones sindicales, el paro
fue contundente. Las apreciaciones más conservadoras estimaron en 900 mil el número
de huelguistas en todo el país.

63
Huelga general (VII)

El mismo día en que se cumplía un mes de comenzada la lucha de los telefónicos


se realizó la huelga general convocada por las 62 Organizaciones. “Jornada de
solidaridad y de protesta”, la definirían los organizadores, y pondrían el acento en
reiterar que “los trabajadores queremos la solución satisfactoria de los conflictos que
sostienen los compañeros telefónicos y telegrafistas”. El enfrentamiento con las
empresas de comunicaciones ya llevaba un mes, pero desde diez días antes se había
convertido en huelga general a causa de las duras medidas represivas implementadas
por el gobierno militar. Las masivas detenciones de delegados y activistas eran las de
mayor impacto. Un antiguo trabajador que durante el conflicto era delegado general en
la oficina Flores me hizo valiosos comentarios.
Manuel Gómez participaba de la Lista Azul, la que había conseguido la
representación por la minoría cuando se realizaron las elecciones para normalizar
FOETRA. En el mismo edificio donde él era delegado general trabajaba Pascual
Masitelli, histórico dirigente de la Lista Verde a quien me he referido varias veces en
estas notas. A pesar de estar en agrupaciones enfrentadas se respetaban recíprocamente,
la anécdota que me refirió Manuel Gómez sobre Masitelli habla de la consideración que
tenía por aquel.

“Pascual era jefe de Plantel Interior, era un compañero que ya tenía como veinte
años de empresa y se había afiliado al sindicato apenas ingresó. Cuando empezaron los
paros lo llamaron sus jefes para que no participara, pero él les contestó: “ustedes
quédense en su lugar que yo me quedo en el mío”. Y cumplió con todas las medidas de
fuerza como lo había hecho siempre”.

Cuando comenzaron las redadas policiales en todos los edificios ya se habían


organizado comités de huelga locales; el delegado general tenía designado un sustituto
por si era detenido, la consigna era mantener la organización. Manuel Gómez me contó
que en su caso estuvo reunido con sus compañeros de trabajo hasta la medianoche del
17 de septiembre, junto a ellos recibió la noticia de que FOETRA se había declarado en
huelga. Se fue a su casa a descansar, eran las 3 de la mañana cuando llegó la policía a
detenerlo. Lo despertaron los golpes en la puerta, mientras se vestía cinco agentes
iniciaron el allanamiento. “Revolvieron todo, se llevaron una carpeta en la que tenía 150
comunicados del gremio”. Me llamó la atención que recordara el detalle con tanta
precisión, entonces agregó: “Yo era delegado general y conservaba todos los
comunicados y resoluciones importantes”.
El trato fue bastante considerado teniendo en cuenta las circunstancias, los
policías aclaraban continuamente que no tenían nada contra él “pero tenemos orden de
llevarlo”. Primero fueron a la seccional 48, más tarde a la 2. Allí fue encontrándose con
otros delegados generales, también con dirigentes y activistas del sindicato, entre ellos,
Pascual Masitelli. Luego fueron trasladados al Departamento Central de Policía y desde
allí a Devoto. “En Devoto estuvimos presos más de 80 delegados generales. Después de
cuatro días vino un capitán de apellido alemán que nos preguntó si nos habían tratado
bien”. A partir de ese momento fueron liberándolos.

64
Le dije que, según los datos que yo había reunido, el número de detenidos que
mencionaba en Devoto estaba por debajo del total de apresados en esos días; él no tenía
conocimiento de lo que podía haber ocurrido en otros lugares de reclusión. Al quedar en
libertad se enteró que muchos delegados habían conseguido escapar a los arrestos.
“Hasta los canas me dijeron ¿sabiendo que los íbamos a ir a buscar por qué no se rajó?”
Sonreí ante su comentario, recordé lo que me había dicho Diego Pérez sobre cierta
tolerancia de los policías: “muchos debían ser peronistas, y si podían hacer la vista
gorda, lo hacían”.
Pero estos últimos eran los comentarios simpáticos, lo importante era que ya iba
un mes de confrontación con la empresa sin que se vislumbrara ninguna posibilidad de
solución. Los salarios no se habían modificado en el último año mientras los precios
habían experimentado un gran aumento; el gobierno sostenía que cualquier incremento
salarial (en realidad recuperación del poder adquisitivo) debía estar precedido de un
aumento en la productividad. Si para recuperar el poder de compra de un salario era
necesario trabajar más, era obvio que se estaba superexplotando al trabajador. Pero no
era necesario explicar la situación en términos de plusvalía extraordinaria, en la
pretensión gubernamental había mucho de revancha clasista. Diego Pérez lo definió en
términos simples:

“Si decían que habían venido para terminar con los excesos del peronismo, más
bien daba la impresión de que lo único que querían era pisarle la cabeza a los
trabajadores”.

El reclamo salarial fue desoído sistemáticamente, todas las instancias


negociadoras habían sido agotadas. Los paros escalonados de los telefónicos y las
medidas solidarias de distintos gremios chocaron con la intransigencia gubernamental.
Se acumulaban las provocaciones buscando que el resultado del conflicto se convirtiera
en un “caso testigo”, un modelo al cual se ajustasen futuros reclamos. Por eso se había
dicho: “De su resultado depende la suerte futura de todos los trabajadores; una derrota
de telefónicos y telegrafistas significará en realidad, una derrota para toda la clase
obrera organizada”.

65
Huelga general (VIII)

Poco antes del viernes 27 la agencia France-Presse calificaba al paro proyectado


por Las 62 como un ultimátum al gobierno. La medida de fuerza en apoyo a telefónicos
y telegrafistas se había decidido días antes, pero se le había puesto fecha de realización
en la víspera de la reunión programada con el presidente de facto. La reacción
gubernamental fue cancelar el encuentro argumentando que el general Aramburu no
aceptaba presiones. A partir de ese momento comenzaron negociaciones procurando
que la medida de fuerza fuera suspendida. El ministro de trabajo utilizó una mezcla de
presión y seducción, prometió que si los dirigentes desistían del paro, al lunes siguiente
serían recibidos en la casa de gobierno. Después mejoró la oferta, el encuentro podría
concretarse el mismo viernes 27, y hasta puso a disposición de los sindicalistas una
línea telefónica directa para que pudieran comunicarse con él si aceptaban la propuesta.
Dar marcha atrás era dejar abandonados a los trabajadores en conflicto, y aunque
eso ocurriría muchas veces en años posteriores, en ese momento Las 62 eran una
expresión del sindicalismo combativo y se mantuvieron firmes. También los telefónicos
venían sosteniendo con firmeza la lucha; el servicio se encontraba muy deteriorado y
aunque la propaganda oficial pretendía mostrar mejoras inexistentes, la coincidencia del
reclamo con los radiotelegrafistas prácticamente habían aislado al país del mundo
exterior.
Aunque la incorporación de nuevo personal era un recurso efectista que no
resolvía gran cosa, las empresas publicitaban esos ingresos para convencer a los
usuarios de que se estaban mejorando las prestaciones, y a los huelguistas para que
desistieran de sus reclamos. El enfrentamiento con rompehuelgas y carneros fue un
aspecto inseparable del conflicto, en todo el país se reprodujeron situaciones como las
informadas en Rosario donde una larga fila de interesados en reemplazar a los
trabajadores en huelga fue hostigada por los telefónicos. “Policías y soldados del
regimiento 11 de infantería debieron intervenir en la sede empresaria situada en la calle
Mitre, entre Córdoba y Santa Fe”.
Al deterioro provocado por la falta de mantenimiento se sumó el causado por
actos de sabotaje. La organización sindical rechazó toda responsabilidad, mientras el
gobierno insistía en adjudicarles la autoría. Unos pocos ejemplos de lo que ocurría a
fines de septiembre puede dar una idea sobre cómo estaban las cosas. “A causa del paro
no ha podido ser subsanado el corte de cables efectuado en la localidad de San Isidro,
por eso continúan incomunicadas 1200 líneas telefónicas”. “En Rosario tres centrales
telefónicas quedaron incomunicadas; en Avellaneda y Barracas fueron cortados dos
cables que comunican con el aeropuerto de Ezeiza”. “También en Puente Márquez,
sobre la ruta a Luján, se cortaron cables que luego fueron reparados por una brigada
móvil custodiada por personal militar”.

La participación de militares para tratar de paliar los deterioros y la falta de


personal no resultó muy efectiva, al igual que la incorporación de nuevos empleados
parecía más bien un recurso propagandístico. La Empresa obtenía más éxitos con los
adicionales que pagaba a los carneros; el ministro de comunicaciones –Ángel H. Cabral-
declaró a periodistas cordobeses que los trabajadores telefónicos que no se habían
plegado al paro recibían un adicional de $ 50 diarios, mientras que los que realizaban
tareas extraordinarias tenían un premio de $ 100 por día. A pesar de eso el servicio
desmejoraba notoriamente y el gobierno se proponía movilizar militarmente a unos 500
telefónicos para lo cual preparaba un decreto ley.

66
Así se llegó al viernes 27 sin que ninguna de las partes cediera en sus posiciones.
La huelga resultó contundente, pero el gobierno y los 32 gremios democráticos se
apresuraron a descalificarla. De algún modo éstos últimos estaban entrampados, porque
apoyaban decididamente el reclamo de los telefónicos y al mismo tiempo definían el
paro de Las 62 como “un intento perturbador”.

El comunicado con que el nuevo nucleamiento informó sobre el resultado de la


huelga podría ser considerado como la partida de nacimiento de las 62 Organizaciones.
Este tipo de afirmaciones siempre resulta discutible, pero según mis apuntes esa fue la
primea vez que se usó oficialmente la denominación. El documento comenzaba
diciendo:

“La clase trabajadora argentina ha respondido con unidad, con disciplina y con
firme espíritu combativo al paro de 24 horas declarado por las 62 Organizaciones
Sindicales que asumieron la responsabilidad histórica de esta lucha en todo el país”.

Después de afirmar que la huelga había sido una grandiosa demostración de


fuerza y de solidaridad de la clase, anticipó que abría grandes perspectivas para “las
futuras luchas que los trabajadores y las demás fuerzas progresistas del pueblo deberán
librar para obtener soluciones reales a los grandes problemas de orden económico,
social e institucional que padece el país”. Y a continuación el documento obrero reiteró
los objetivos de la jornada de lucha.

“Los trabajadores queremos la solución satisfactoria de los conflictos que


sostienen los compañeros telefónicos y telegrafistas y de los demás gremios en lucha.
Queremos que se ponga dique a una tremenda carestía de la vida y que la crisis la
paguen los grandes capitalistas y terratenientes y no los trabajadores. Queremos un
aumento de emergencia para hacer frente de inmediato al creciente costo de vida.
Queremos que se derogue el decreto 824 que prorroga los convenios y por ende congela
los salarios. Queremos la derogación sin más dilaciones del decreto 10.596 que pretende
arrasar con el derecho de huelga y demás derechos sindicales”.

Más adelante el extenso documento señalaba que no habría soluciones si no se


satisfacían los reclamos de los telefónicos, radiotelegrafistas y demás gremios; que para
ello era necesario hacer ceder a los grandes capitalistas y terratenientes, y que a esa
solución no contribuía la desafiante declaración del contraalmirante Rojas que había
proclamado: “Nada de aumentos de sueldos, más producción”.

67
68
Estado de sitio

Tras 30 días de conflicto de los cuales 10 eran de huelga, la situación no


experimentaba cambios. En apariencia se había deslizado alguna propuesta para que los
telefónicos flexibilizaran su posición y otro tanto harían las empresas. Los rumores
hablaban de una posibilidad de arreglo inminente y Sindicato Buenos Aires solicitó
autorización policial para realizar una asamblea general de afiliados. Al mismo tiempo
un representante de FOETRA viajó a Santa Fe para reunirse con dirigentes y
trabajadores de la zona. Pero el pedido de autorización hecho por el sindicato fue
rechazado, y el gobierno salió a desmentir toda posibilidad de acuerdo mientras los
trabajadores insistiesen en reclamar aumento de sueldo.

El lunes 30 de septiembre, tres días después del paro general efectuado por las
62 Organizaciones para apoyar a los telefónicos, el general Aramburu se reunió con
directivos de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones y el ministro del área.
Después se informó que las versiones de un inminente acuerdo carecían de fundamento,
y para acentuar la inflexibilidad del gobierno se reiteró que los días de huelga no serían
abonados. Esa misma noche dirigentes nacionales de los telefónicos reiteraron que se
había estado cerca de lograr un acuerdo y lamentaban la decisión gubernamental.
Al día siguiente FOETRA publicó una extensa solicitada dirigiéndose “a la
opinión pública y a los hermanos trabajadores de todos los otros gremios”. Recordó las
gestiones realizadas antes de llegar al conflicto, las maniobras dilatorias de la Empresa,
la indicación para que dirigieran el reclamo al Ministerio de comunicaciones, la
respuesta de éste diciendo que el problema debía resolverse en la Empresa que era
autárquica. Después siguieron los paros, las detenciones masivas, la ocupación de los
locales sindicales por la policía, el cancelamiento de la personería gremial.
Sobre la insistencia gubernamental para pasar a trabajar 45 horas semanales en
lugar de 35, y Establecer el horario cortado en lugar de la jornada continua; FOETRA
recordó que la jornada de 7 horas era una conquista de los telefónicos y de otros
gremios como bancarios, empleados públicos, de empresas del estado, etc.
Enumeró los aumentos de precios en “el pan, la leche, la manteca, la carne, el
vino y otros artículos esenciales para la mesa de los trabajadores”. Era imprescindible
aumentar los sueldos, “no por planteos políticos o ideológicos sino por ser la única
salida para sobrevivir. Y agregaba:

“Al gremio telefónico le ha tocado ser el primero en salir a esta lucha, pero nadie
desconoce que el problema es general. Creemos que debe pensarse mucho antes de
continuarse con la política de detener la inflación en base a la miseria de la clase
trabajadora. De nada sirve sanear la economía del país sin tener en cuenta que el precio
a pagar es el hambre de los que en realidad producen”.

Luego agradecía la solidaridad de todos los sindicatos del país: “Nuestra lucha
es la lucha de todos los gremios en estos momentos”, y agradecemos “esa magnífica
lección de solidaridad humana y de unidad de la clase trabajadora”.

La información sobre el estado del servicio telefónico era oscilante, se pasaba de


decir que estaba mejorando a afirmar que los actos de sabotaje estaban a punto de
incomunicar al país. Lo primero era absolutamente falso, lo último probablemente

69
estuviera sobredimensionado. Lo cierto fue que, tal como ya había adelantado el
ministro de comunicaciones, se citó a personal de Plantel, unos 450 en Capital Federal y
Gran Buenos Aires. La citación estaba firmada por el Capitán de navío Ramón
Casanova (presidente de la empresa), Ángel H. Cabral (ministro de comunicaciones) y
el General de brigada Julio A Teglia (comandante general de comunicaciones del
interior). El intimado debía presentarse con la citación en su lugar de trabajo donde
“será protegido por personal militar”.
El gerente administrativo de la empresa, Carlos Macchi, salió a desmentir que se
hubiera intimado a los telefónicos que tuvieran otro empleo estatal para que retomaran
la tarea en la empresa, so pena de perder ambos trabajos.

También ese 1 de octubre la Compañía Argentina de Teléfonos, prestataria del


servicio en Mendoza, San Juan, Tucumán Salta y Santiago del Estero) y la Compañía
Entrerriana de Teléfonos, ambas pertenecientes a la multinacional Éricsson, intimaron al
personal a reintegrarse al trabajo por haber sido declarada ilícita la huelga.
Al día siguiente FOETRA informó que el personal de Conservación y
construcción que había sido intimado continuaba cumpliendo con la medida de fuerza.
Simultáneamente se conoció que el jefe de la oficina de Chascomús había recibido de
manos de la policía la intimación para presentarse en el término de 48 horas, de lo
contrario sería obligado a asistir por la fuerza pública.

Estado de sitio (II)

Tal vez parezca superfluo, pero conviene recordar que el gobierno de 1957 era
una dictadura surgida del golpe de estado de dos años antes. Su autocalificación como
Revolución Libertadora, y la campaña de demonización del gobierno anterior, tendía a
legitimar un régimen de origen espurio. El autoritarismo tiránico atribuido al peronismo
pretendía encubrir que las autoridades de facto habían llegado a ese lugar luego de un
golpe dentro del golpe, y teniendo como antecedente una brutal matanza de la población
civil con el bombardeo de Plaza de Mayo.
Una de las medidas fundacionales del gobierno fue la destitución de todos los
miembros de la Corte Suprema de Justicia y la designación de sus reemplazantes
mediante un decreto presidencial. A pesar de eso, el primer presidente golpista fue
considerado demasiado moderado, dos meses después de instalado en la Casa de
Gobierno fue sustituido por el general Aramburu. Los restos de libertades públicas
fueron barridos al anularse la Constitución Nacional y dictarse diversas resoluciones
proscriptivas. Acompañando esas medidas estaba la vigencia del estado de sitio, una
suerte de barniz legalista que servía para justificar los excesos represivos hablando de
presuntos riesgos de conmoción interna. Ese estado de excepción fue levantado para
realizar las elecciones de constituyentes en junio de 1957.
Cuando los telefónicos iniciaron las medidas de fuerza el 27 de agosto no había
estado de sitio, Para justificar las masivas detenciones que tuvieron lugar a partir del 17
de septiembre se recurrió a jueces que, como mencioné en notas anteriores, emitieron
las correspondientes órdenes de captura. Los límites entre lo legal y lo ilegal eran
difusos, pero dejaban un margen para protestas y reclamos.

70
En la nota anterior comenté que la información sobre el estado del servicio
telefónico era oscilante, según el interés que tuviera el gobierno hablaba de
significativos mejoramientos o de inminentes colapsos. La incorporación de nuevas
operadoras era presentada como fuente de mejores comunicaciones con las centrales
manuales de los suburbios, pero el entusiasmo empresario no duraba más de un par de
días, luego se volvía al libreto más apocalíptico. La decisión de intimar al personal de
mantenimiento es un indicio de que las cosas no andaban tan bien como pretendía la
propaganda oficial. De todos modos ya había signos de cansancio entre los huelguistas,
ya hablaré de eso.

Los cortes de cables telefónicos eran uno de los indicadores sobre la marcha del
conflicto. Aunque FOETRA rechazara públicamente los sabotajes, esos actos no podían
tener un origen totalmente externo. Había regiones donde los atentados se producían
con mayor intensidad, pero ningún lugar del país quedó libre de tales medidas.
Tampoco hubo diferencia entre lo ocurrido en la empresa estatal o en las privadas, eso
habla de la unanimidad de la lucha a nivel nacional. Pero lo que me interesa destacar es
la gran cantidad de noticias que se publicaron entre el 3 y el 4 de octubre.

“En Rosario los cortes incomunicaron la ciudad con Santa Fe y Córdoba.


También se afectó a Mendoza, Tucumán, San Juan, San Luis, Salta y Catamarca”.
“En córdoba la policía federal y la provincial investigan los cortes de cables
producidos en los últimos días y que incomunicaron totalmente la ciudad con Buenos
Aires, Rosario y Villa María. Las instalaciones dañadas están en la esquina de 25 de
Mayo y Boulevard Wheelwright. Otros daños afectaron distintas zonas de la ciudad y
conexiones con el interior provincial”.
“Los cortes efectuados en Bajada Alvear y Esquiú incomunicaron gran parte del
barrio Alta Córdoba; otros cortes perjudicaron a varias decenas de abonados en distintos
barrios y a la planta transmisora de Radio Nacional. En la parte suburbana fueron
afectados Cerro de Las Rosas, la Escuela Militar de Aviación y las fábricas de
automotores Fiat, Someca, Cóncord y otras”.

En Buenos Aires quedaron fuera de servicio 1200 abonados de la central


Agüero, 200 de Pampa, 200 de San Martín, 500 de San Fernando, 150 de San Isidro y
un número menor en Núñez.
Seguían incomunicadas con la Capital: San Luis, Salta, Posadas, San Juan,
Catamarca y Santiago del Estero; mientras eran condicionales las comunicaciones con
Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca, Mar del Plata, Corrientes, Resistencia y Paraná.
La información que he reseñado era proporcionada por las empresas y el
gobierno, únicas entidades con capacidad para concentrar y sistematizar todos esos
datos. Puedo suponer que los daños tenían existencia real, que tal vez algunos no fueran
tan graves como se los presentaba, pero en líneas generales los perjuicios eran muchos y
muy extendidos. Que todos ellos tuvieran difusión pública casi el mismo día es
indicativo que se estaba preparando el clima para tomar una dura medida: la
reimplantación del estado de sitio.

Estado de sitio (III)

71
En la nota anterior comenté que el viernes 4 de octubre se dieron a conocer un
gran número de noticias que hablaban de atentados contra las líneas telefónicas en todo
el país. Ese mismo día, desde la mañana, comenzaron las reuniones en la presidencia.
Los nombres y los cargos de varios de los participantes pueden resultar hoy
desconocidos, en ese momento causaban inquietud.

Ofició de dueño de casa el general Aramburu, a su lado se situó el


contralmirante Isaac Rojas. Rodeando la mesa se ubicaron el jefe del estado mayor del
Ejército, general Luis Leguizamón Martínez; el jefe del estado mayor Naval,
contralmirante Jorge Perrén; el jefe del estado mayor de la Fuerza Aérea, comodoro
Anselmo Simois; el secretario de Informaciones del estado, general Juan Carlos
Cuaranta; el interventor de la Confederación General del Trabajo, capitán de navío
Alberto Patrón Laplacette, y el presidente de la Empresa Nacional de
Telecomunicaciones , capitán de navío Ramón Casanova.
Simultáneamente en el Ministerio del Interior estuvieron el subjefe de la Policía
Federal, capitán de fragata Aldo Molinari, y el jefe de coordinación policial, coronel
Eugenio Schettini.
Después de las 18 se realizó otra reunión en Casa de gobierno en la que, junto a
Aramburu y Rojas, estuvieron los ministros de las fuerzas armadas, el jefe de la Policía
Federal, contralmirante José Antonio Dellepiani, el jefe de la Policía de la provincia de
Buenos Aires, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, el interventor federal en la
provincia, coronel Emilio Bonnecarrere, el secretario de Informaciones del estado, el
director de Coordinación Federal, capitán de corbeta Pedro H. Messina, y jefes de los
servicios de inteligencia del gobierno.
Finalizada la última reunión comenzó a hablarse de la suspensión de garantías
constitucionales en algunas regiones del país. Los informantes oficiosos hablaron “de
una serie de actos de sabotaje que demuestran la perfecta coordinación y sincronización,
por la simultaneidad y similitud en los atentados”.

Según la interpretación gubernamental los actos de sabotaje respondían a


organizaciones del exterior, y el objetivo perseguido era aislar algunas provincias de la
Capital Federal y, a su vez, al país con naciones limítrofes tales como Chile, Bolivia y
Paraguay.
Paralelamente se buscaba “obstaculizar los servicios públicos esenciales como
los de Obras sanitarias, producir cortes de líneas, incendiar vehículos y levantar líneas
férreas”. A modo de ejemplo se dijo que a las 23 horas del día 1 de octubre se habían
producido 7 atentados en distintos puntos del país. Como FOETRA había rechazado
públicamente esos actos, se concluía que los mismos no venían del interior de los
gremios sino de fuera.
Hasta allí no se hablaba del conflicto telefónico, aunque se deslizaba el
comentario que “los cortes de líneas habrían aislado algunas bases militares, aéreas y
navales, las que cubrían sus necesidades con recursos especiales”. Sin embargo,
prestando atención a la lista de participantes en la primera reunión de la mañana, se
descubría el nombre del capitán Casanova, presidente de la Empresa Nacional de
Telecomunicaciones.

Recién a las 22 el Subsecretario del Interior, César García Puente, reunió a los
periodistas acreditados en Casa de Gobierno para notificarles que el ministro del Interior
le había encargado informar que desde la cero hora regía el estado de sitio en Capital
Federal y provincia de Buenos Aires. Fue entonces cuando se dijo explícitamente que la

72
razón era “preservar el orden frente a los actos de sabotaje contra las instalaciones
telefónicas”. El funcionario adelantó que se suscribirían “las medidas necesarias”,
aunque no dio a conocer el texto del decreto 12.171 y dijo no saber si ya se habían
realizado detenciones.
Efectivamente, alrededor de 200 trabajadores fueron apresados el primer día,
luego se informó que sólo la cuarta parte de ellos eran telefónicos; los demás
pertenecían a otros gremios, pero la amplitud del estado de sitio permitía la
discrecionalidad. Aparentemente hubo mucho de detenciones al boleo, un par de días
después la mayor parte de los trabajadores habían recuperado la libertad.

Simultáneamente se siguió informando de nuevos daños al plantel telefónico. Se


puso el acento en los cortes efectuados en cables troncales, en los 2.500 teléfonos
públicos vandalizados y en los 35 mil abonados incomunicados. Al no brindarse
precisiones sobre la ubicación de los damnificados no es posible saber si se
contabilizaba a la totalidad. Las cifras variaban permanentemente, pero al margen de la
intención desinformadora la percepción era que nunca el servicio había estado tan mal.

Estado de sitio (IV)

Cuando hablé con algunos de los dirigentes de la huelga de 1957 les pregunté
por las negociaciones que llevaron adelante. Se daba por sobreentendido que el
interlocutor natural de los trabajadores era la empresa; tendría que haber dicho las
empresas, pero por su dimensión e importancia, la que determinaba el curso de la
negociación era la Empresa Nacional de Telecomunicaciones. Las otras, CAT, CET y
Siemens, eran simples actores de reparto en esa obra. Pero por encima de la empresa
estatal estaba el propio Estado, y aunque en toda relación entre patronal y trabajadores
el Estado juega un papel importante, esa importancia se vuelve mayor cuando éste
también tiene el rol de empleador. En definitiva, la confrontación entre trabajadores y
patronal termina siendo una lucha entre trabajadores y Estado sin ningún tipo de
disimulo, mediación o maquillaje.

Volviendo al tema de la negociación, desde un primer momento el reclamo de


aumento salarial fue dirigido al conjunto de las compañías. Tradicionalmente el acuerdo
era definido por la entidad de mayor importancia en el sector, lo que acordara la
Empresa Nacional de Telecomunicaciones sería seguido por las demás. La empresa
estatal usó todas las artimañas dilatorias antes y después de iniciarse el conflicto;
aunque era evidente que el gobierno no era ajeno a las maniobras, desde FOETRA y los
sindicatos se actuó como si se tratase de dos instancias diferentes. No lo hicieron por
ignorancia ni ingenuidad, mostrarse respetuosos de las instituciones era una regla no
escrita para dejar abierta una posibilidad negociadora a un nivel más alto.
A mediados de septiembre el conflicto escaló bruscamente, primero se usó a la
policía, luego intervinieron las fuerzas armadas. Las masivas detenciones se hicieron
con participación judicial, ya no bastó con los buenos oficios de otros dirigentes
sindicales y debieron buscarse instancias más altas para tratar de encontrar una solución.
El interventor en la CGT, ministros, jefes militares, fueron algunas de las posibilidades
exploradas. Cuando todavía no había terminado septiembre, los dirigentes de la
Federación se entrevistaron con Isaac Rojas. Esto me dijo Diego Pérez:

73
“Rojas nos recibió durante unos 15 o 20 minutos. Tratamos de explicarle
nuestros puntos de vista, no se mostró muy dispuesto al diálogo y nos dijo: “O levantan
el paro o ya están saliendo para Ushuaia”. Le contestamos que el paro sólo podía ser
levantado por la asamblea, que nosotros no podíamos hacerlo, entonces se levantó y nos
ordenó retirarnos.
En esa reunión estuvimos Andreatta, Pravisani, Piacentini y yo. Nos acompañó
Schettini, el jefe de Coordinación Federal. Lo increíble es que cuando fuimos a esa
reunión todos nosotros teníamos pedido de captura”.

Sin embargo esa no fue la instancia más alta, el domingo 6 de octubre la


entrevista fue con Aramburu. Tuve la posibilidad de hablar con dos de los dirigentes
que estuvieron en esa reunión, y el episodio merece ser recordado aunque más no sea
por lo original de la gestión.
En la noche del sábado 5 estaban dos compañeros en la Secretaría de Prensa de
FOETRA, uno de ellos comentó que tenía el número de teléfono del edecán de
Aramburu. El otro, Raúl Aragón, le dijo que un dato como ese podía ser muy útil. Raúl
me contó cuál fue esa utilidad.

“Llamé al número que me indicó el compañero, cuando atendieron di mi nombre


y apellido y dije que estaba comunicándome desde FOETRA, y quería saber si el
presidente podría conceder una entrevista a los dirigentes del gremio. Preguntaron los
motivos de la solicitud y que les diera el número desde el cual llamaba para verificarlo.
Después de comprobar que los datos eran ciertos me dijeron que volverían a
comunicarse para dar una respuesta”.

Alrededor de la medianoche llegó la contestación, informaron que Aramburu los


esperaba a las 10 de la mañana en la residencia presidencial de Olivos.
Diego Pérez llegó a Ambrosetti a eso de las 9 y se encontró con la novedad.
Habló con Andreatta diciéndole que tenían que ir a Olivos: “me mandó a la mierda y me
dijo que no era momento de hacer jodas de ese tipo”. La discusión que siguió podría
haber servido para una comedia, pero no era una obra cómica sino pura realidad. “Se
hacía cada vez más tarde y no podía convencer a Andreatta; al final lo amenacé con
denunciarlo ante el Congreso y el Consejo Federal por no haber aprovechado esa
posibilidad de solucionar el conflicto”. Convencido o no, Andreatta decidió encabezar
la delegación integrada por Diego Pérez, Pravisani, Piacentini y Aragón. Con tantas
discusiones preliminares llegaron a la residencia presidencial cuando ya eran las 11.15.
A pesar de haber llegado tarde los hicieron pasar, y aunque Aramburu tenía
invitados para el almuerzo los atendió durante casi una hora. Escuchó con atención,
tomó nota de las inquietudes y propuestas, prometió estudiarlas.

Con Diego Pérez hablé sobre el tema en 1986, Con Raúl Aragón lo hice doce
años después. Ambos testimonios me ofrecían total credibilidad, eran más fiables que la
versión periodística que incurría en algunos errores. Pero lo más importante no pude
hablarlo con ellos porque fue mucho después cuando me di cuenta que esa entrevista
había tenido lugar dos días después de implantarse el estado de sitio. En la nota anterior
comenté que el decreto 12.171 se firmó en la noche del viernes 4 de octubre; al día
siguiente fue cuando Raúl Aragón llamó a Casa de gobierno y solicitó la entrevista con
Aramburu, y en la mañana del domingo fueron recibidos en Olivos.

74
Últimas semanas

La reimplantación del estado de sitio en Capital Federal y provincia de Buenos


Aires podía tener otros condimentos, pero la huelga fue decisiva para que se tomara esa
medida. Una cuarta parte de los detenidos el mismo día 4 de octubre fueron telefónicos,
pero también se produjeron cambios hacia el interior de la propia empresa. La más
significativa fue el desplazamiento (se lo llamó renuncia) de Miguel Mugica, el gerente
general, después de varias reuniones en Casa de gobierno entre el Capitán Casanova y
Aramburu.

Durante el conflicto los encuentros para negociar fueron numerosos, Los


integrantes del Secretariado Nacional de FOETRA se entrevistaron muchas veces con
los representantes de la Empresa, y aunque hubo momentos de vacío prolongado, la
tónica predominante fue el diálogo, a veces con más de una reunión en el mismo día.
También los dirigentes del Sindicato Buenos Aires pusieron en juego todas sus
relaciones, además de entrevistas directas con la dirección empresaria, se esforzaron
para que sus allegados en otros gremios interpusieran sus buenos oficios en distintos
niveles del gobierno nacional.
“Donde aparecía una posibilidad de contacto, allí íbamos”. Tal vez la gestión
más audaz haya sido el llamado a presidencia, pero si prosperó fue porque el conflicto
telefónico era de gran importancia y estaba en el centro de atención gubernamental. El
tono amable del encuentro en Olivos hizo alentar esperanzas a los dirigentes de
FOETRA, esa expectativa se reflejó en la comunicación pública que se brindó a la
prensa y a los integrantes del Consejo Federal. Aquí es oportuno hacer una acotación;
Diego Pérez me comentó que cada reunión, cada contacto, cada propuesta oficial u
oficiosa era informada al Consejo Federal mediante un comunicado, luego los
Sindicatos reproducían la información hacia los demás compañeros del gremio.
Volviendo a las expectativas tras el encuentro con Aramburu, dos días después
fueron convocados a una nueva reunión con el Consejo de administración de la
Empresa. En esa oportunidad estuvo presente un coronel de apellido Peralta; éste se
mostró amable, escuchó con atención y tomó nota de la posición sindical, pero cuando
días después volvieron a encontrarse con él les recitó el mismo libreto que venían
escuchando desde semanas atrás.
Los artículos periodísticos ponían el acento en el deterioro del servicio –ya se
hablaba de 100 mil teléfonos incomunicados- y de los perjuicios que sufría la población.
Los comentarios más benévolos aceptaban el reclamo salarial, pero pedían que los
trabajadores comprendieses la imposibilidad de la empresa para otorgar un aumento
masivo que terminaría disparando una nueva escalada inflacionaria. La reunión de
Olivos era usada para ejemplificar sobre la buena disposición del presidente, era una
persona que se esforzaba por escuchar a las partes buscando soluciones que satisficieran
a todos. Presentar al Estado como una entidad situada por encima de los intereses en
conflicto es un recurso clásico de todos los gobiernos.
Ese era el contexto en el cual se desarrollaba el conflicto: una sociedad dividida
por intereses económicos y políticos contrapuestos, un gobierno dictatorial que
maquillaba parte de su autoritarismo con planteos presuntamente democráticos, un
martilleo periodístico que todo el día y todos los días moldeaba la conciencia de la
sociedad reclamando nuevos sacrificios de los sectores más postergados.

75
Diariamente se realizaban reuniones en Casa de gobierno entre el general
presidente y los funcionarios de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones; tanta
asiduidad podía ser un elemento de presión sobre los huelguistas, pero ciertamente
mostraba la preocupación por un conflicto que se alargaba mucho más allá de lo
esperado. Aunque el desgaste de los trabajadores era grande, las deserciones habían sido
mínimas. Un comentario de Pascual Masitelli puede resultar ilustrativo sobre cómo se
encontraban los ánimos del lado obrero.

“Se pidió el aumento, se fue a la huelga. Valente, como hombre disciplinado,


defendió la huelga a capa y espada; él, como hombre de principios, defendió la huelga
más que nadie. Y cuando pasaron unos cuantos días, muchos de los que habían querido
empezar el conflicto le pidieron una reunión, que se hizo en Empleados de Comercio,
ahí al lado de Garaje Liceo. Y ahí le pidieron al Sindicato Buenos Aires el
levantamiento de la huelga.
Yo recuerdo que me dio tanto fastidio que les dije para qué habían aceptado ser
delegados si le tenían miedo a la lucha. Cuando se empieza una huelga para conseguir
mejores condiciones de trabajo o un mejor salario, se pierde o se gana pero no hay que
tener nunca miedo. Y que era lamentable que alguno de esos compañeros que pedían el
levantamiento de la medida de fuerza fueran los mismos que habían pedido la huelga.
Yo no digo que esos compañeros fueran unos flojos porque eran más jóvenes o
más nuevos en la empresa. Mire, había gente que había entrado conmigo en el 38 y que
me llamaban a mi casa para decirme que entrara a trabajar; ellos sabían que el general
Teglia me había mandado una intimación diciendo que si no volvía al trabajo iba a
quedar cesante. O sea que no era una cuestión de jóvenes o viejos; ellos querían que yo
entrara a trabajar porque sabían que teníamos influencia en mucha gente; yo estaba en
Flores, y hasta de Ituzaingó nos seguían. Si yo volvía al trabajo, todos ellos iban a
entrar”.

Últimas semanas (II)

Cuando comencé esta serie de notas dije que el conflicto telefónico de 1957
había sido uno de los más importantes del período y tal vez el más importante en la
historia del gremio. Consiguió adhesiones y respaldos de todos los sectores del
sindicalismo argentino, en la reunión que mantuvieron con Aramburu los representantes
de las 62 Organizaciones y los 32 Gremios mostraron su solidaridad con los
trabajadores en huelga y reclamaron una solución al gobierno. El encuentro se realizó en
Casa de gobierno el jueves 10 de octubre, seis días después de haberse reimplantado el
estado de sitio y cuando habían pasado cuatro días desde la reunión entre el general
presidente y los dirigentes de FOETRA.
Cada sector concurrió con 10 representantes; por entonces no eran muchas las
mujeres destacadas en la actividad sindical, hubo una sola figura femenina en la
delegación que llegó a la Casa Rosada, lo hizo en representación de los telefónicos, y
aunque fue contabilizada como parte de los 32, se aclaró que contaba con el respaldo de
los dos grandes sectores gremiales.

La minuciosa información oficial dijo que el encuentro se prolongó desde las


12.03 hasta las 15.40. Después de saludar a todos los invitados Aramburu se sentó en la

76
cabecera de la gran mesa del Salón de Acuerdos. A su derecha se ubicó el coronel
Peralta; el ministro de trabajo, Tristán Guevara y los representantes de los 32 Gremios:
Norma Ciorciari, de FOETRA; Martín Ibáñez, de la Unión Ferroviaria; Armando
March, de Empleados de Comercio; Braulio Núñez, de FONIVA; Riego Rivas, de
FATI; Gustavo Suárez, de Municipales; Augusto Guibourg, de Bancarios; Roberto
Canoniero, de Locutores; Tobías García, de Papeleros y Héctor J. Ares, del Personal
Civil de la Nación.
A la izquierda se colocaron el jefe de la Casa militar; el ministro de industria y
comercio, Julio César Cueto Rúa, y los representantes de las 62 Organizaciones: Juan
Carlos loholaberry, Textil; Pedro Conde Magdaleno, de Panaderos; José Miguel Zárate,
de Construcción; Artemio Agustín Patiño, del Tanino; Vicente Mareschi, de Madereros;
Héctor Dente, de Metalúrgicos; Manuel Tarullas, de Unión Tranviaria Automotor;
Alberto Lema, de Luz y Fuerza; Jorge Álvarez, de Sanidad y Eleuterio Cardozo, de la
Carne.
Tras el comienzo de la reunión el primero en hablar fue Armando March,
dirigente de Empleados de comercio y de los 32 Gremios, quien destacó como
auspicioso que estuvieran presentes los representantes de distintos sectores gremiales. Y
tras las formalidades introductorias dijo:

“Existe un gremio que se debate en una huelga prolongada a la que todos le


prestamos nuestro solidario apoyo, gremio que viene representado en esta circunstancia
por la única compañera, la señorita Norma Ciorciari, a invitación de los dos sectores que
hoy están aquí presentes. Este hecho de que ninguno podamos atribuirnos a esa
Organización de justificada combatividad, está diciendo que cuando la clase trabajadora
tiene necesidades todos ponemos el hombro para tratar de que las dificultades existentes
sean superadas”.

Más adelante recordó que los sueldos y jornales que se cobraban en ese
momento habían sido establecidos en febrero de 1956, es decir veinte meses antes. Los
precios no habían dejado de aumentar “creando una situación por demás angustiosa a
todo el sector laboral del país”.

El segundo en intervenir fue Eleuterio Cardozo, dirigente de la Federación de la


Carne y de las 62 Organizaciones. Al comenzar recordó que se vieron obligados a llegar
al paro del 27 de septiembre por no haber sido escuchados en sus reclamos. Y después
reseñó los cinco puntos que llevaban a la reunión: Aumento general de sueldos, libertad
de los presos sindicales y levantamiento del estado de sitio, derogación del decreto 824
de congelamiento de salarios, derogación del decreto 10.596 que limita el derecho de
huelga, inmediata solución de los conflictos de telefónicos, telegrafistas, FONIVA y
demás gremios.
No fue el único en referirse a los telefónicos; cuando le tocó el turno a Riego
Rivas, de Gráficos, comenzó diciendo que existían problemas económicos generales,
que en esos casos los trabajadores son los más desfavorecidos y que los capitalistas
nunca sufren las crisis. “No se pueden resolver los problemas con el hambre del pueblo;
hablo con crudeza porque este no es tiempo de mojigaterías”.
Más adelante agregó: “En 1956 se renovaron los convenios y los aceptamos bajo
protesta; desde entonces hasta ahora el salario se devaluó en un 30 por ciento. Es
impostergable una solución”. Y sobre los conflictos de telefónicos, telegrafistas y
FONIVA, dijo:

77
“No es cierto que baste con que cualquier charlatán se ponga en una asamblea
obrera a exigir la huelga para que los trabajadores vayan a la huelga. Cuando los
trabajadores van a la huelga es porque hay una poderosa causa que los impulsa.
Por eso el gobierno debería agotar los esfuerzos para buscar soluciones a esos
conflictos que se volverán inevitables sin una solución de tipo económico. No se pide
acceder a un mayor consumo sino recuperar el consumo que se perdió en los dos
últimos años”.

A su turno Alberto Lema, de Luz y Fuerza, se ocupó del conflicto telefónico al


refutar el recetario gubernamental de atar el aumento salarial al aumento de la
producción. Dijo que si no se modernizaba la maquinaria y se pretendía aumentar la
producción la única forma de lograrlo era mediante el aumento de la jornada de trabajo,
como se quería hacer con los telefónicos.

Últimas semanas (III)

La reunión del 10 de octubre entre el general aramburu y los representantes de


las 62 Organizaciones y los 32 Gremios mostró el apoyo de los dos grandes
nucleamientos a la lucha que los telefónicos venían sosteniendo desde varias semanas
atrás. Norma Ciorciari, única mujer que integraba la delegación, lo expresó al comenzar
su intervención:

“Antes que nada, como un anticipo de la unidad definitiva de los trabajadores


argentinos, celebro los puntos de coincidencia registrados en esta reunión. Asimismo,
nos complace que de común acuerdo se haya permitido a FOETRA hacer oír su voz en
esta oportunidad”.

El congreso para normalizar la central obrera se había fracturado prácticamente


al comenzar sus deliberaciones, se definieron dos grandes agrupamientos, Las 62 que
confrontaban abiertamente con el gobierno, Los 32 que sostenían una posición más
dialoguista. A pesar de las diferencias se pusieron de acuerdo para solicitar una reunión
conjunta en la Casa Rosada y para que la representante de los telefónicos concurriera
con el respaldo de ambos sectores.
Ella recordó que venían insistiendo con la propuesta de una reunión en la que
estuvieran representantes de la empresa, de las autoridades nacionales y de los
trabajadores, para que el Poder Ejecutivo pudiera juzgar cual era la parte intransigente e
insensible en la negociación, porque FOETRA no estaba en la calle por un mero
capricho de dirigentes.

“En todas las reuniones hemos tratado de plantear soluciones (…) y solamente
hemos escuchado esa campana de las 35 horas a las 44 horas. Las 35 horas que
sostienen y defienden los telefónicos es una conquista y no un capricho de un
funcionario; es una conquista que llevó a los telefónicos 20 años de lucha por su
condición de trabajo insalubre”.

Ejemplificó con el trabajo desarrollado por los compañeros en las cámaras


subterráneas, con las tareas de las operadoras de Tráfico, “14 mil mujeres en todo el

78
país (…) que en el mismo mes de diciembre tenemos que trabajar con estufas y
ventilación”. Le recordó a Aramburu que en un principio el ministro de comunicaciones
había dicho que el horario no se tocaría; “ahora nos encontramos con que el primer
punto que quiere discutirse es el de los horarios”. Y reiteró que los telefónicos habían
salido a la lucha “por la reincorporación de cesantes y por un aumento que
consideramos necesario”. Mirándolo a la cara le dijo:

“La insensibilidad de la empresa se pone de manifiesto a cada instante, hasta tal


punto que anteayer se nos dijo que usted esperaba solamente 45 minutos para solucionar
este conflicto o en su defecto pondría en práctica medidas drásticas. Nosotros
entendemos que no es esa la solución. Pensamos que el problema telefónico debe
resolverse con soluciones positivas, efectivas y de inmediato”.
Nosotros queremos que se nos respete y que no se diga que la conquista de las
35 horas es una herencia de ningún funcionario. Es una conquista legítimamente
recuperada por el gremio telefónico”.

Toda la exposición de Norma Ciorciari fue respetuosa pero firme, hasta cuando
citó un comunicado de FOETRA:

“Esta mañana hemos leído un comunicado referente a la huelga de los


telefónicos y hablaré con la sinceridad que nos ha pedido el señor presidente.
En ese comunicado se dice que cuando una empresa anda mal un día, puede ser
por culpa de los obreros, si anda mal un mes, los jefes son los responsables; pero si la
compañía no anda bien un año, entonces debe desaparecer su directorio. Juzgue y
medite lo que le decimos, es la impresión de todo el gremio telefónico.
No estamos contra nadie, queremos colaborar con la Nación, ponemos nuestro
esfuerzo con los conocimientos que tenemos en materia telefónica. Lo que no queremos
es que en esta circunstancia se trate de colocar de rodillas a un gremio que vive de pie”.

Había sido irónica al argumentar sobre la inconsistencia del planteo patronal


para aumentar la productividad: en el Departamento de Tráfico, aunque se pagara más
“no podríamos hablar más rápido”. También lo fue al ridiculizar la pretensión de
recalificación del personal: “¿Cómo exigir una calificación si los jefes no saben
calificar? Eso no es culpa nuestra, nosotros no los nombramos”.

A diferencia de lo que había ocurrido con otros dirigentes que hablaron ante que
ella, Ni Aramburu ni ninguno de los funcionarios que lo asistían la interrumpió con
preguntas ni hizo comentarios cuando finalizó. Desde el punto de vista argumental tal
vez se sentían desbordados, pero el conflicto se venía desarrollando desde hacía un mes
y medio y no era porque los trabajadores carecieran de razones justas.

Últimas semanas (IV)

En las últimas notas hablé de la reunión que los dos grandes nucleamientos que
se habían formado al fracturarse el Congreso de la CGT, Las 62 Organizaciones y Los
32 Gremios, mantuvieron con Aramburu en Casa de Gobierno. En realidad no fue una
sino dos reuniones, la primera se produjo el jueves 10 de octubre y al día siguiente se

79
realizó la segunda. Todavía hubo un tercer encuentro, pero ese fue mucho más breve y
acotado, ya no fue con Aramburu sino con el ministro de trabajo para recibir la
respuesta oficial al planteo de los trabajadores.

Esencialmente la nota anterior estuvo dedicada a la intervención de Norma


Ciorciari cuando expuso el conflicto de los telefónicos. Ella fue una de las primeras en
hacer uso de la palabra junto a varios representantes sindicales que describieron la
situación angustiosa de los trabajadores del país e insistieron en la necesidad de un
aumento general de salarios. La pérdida del poder adquisitivo tras el virtual
congelamiento de las remuneraciones y el incesante incremento de precios era una
realidad que afectaba a todos los asalariados. El dirigente gráfico Riego Rivas lo había
dicho muy claramente, desde febrero del año anterior hasta ese momento el retroceso
había sido del 30 por ciento. Más adelante el representante de UTA, Miguel Tarullas,
mostró un cuadro con los brutales aumentos de precios en productos esenciales. Conde
Magdaleno, de panaderos, se refirió a las ganancias extraordinarias de las empresas; y
Alberto Lema, de Luz y Fuerza, lo mismo que el mercantil Armando March,
sostuvieron que la exigencia de mayor productividad era imposible de cumplir en
muchos sectores laborales.
El encuentro se prolongó casi cuatro horas, según lo dijo el mismo Aramburu al
dar por terminada la reunión del día 10, pero sólo fue un paréntesis hasta el día siguiente
cuando continuaron las deliberaciones, esta vez con los funcionarios gubernamentales
como expositores principales.

El viernes Aramburu abrió el encuentro dando la palabra al ministro de


Comercio e Industria, Julio César Cueto Rúa, un jurista habilidoso que cinco años
después sería candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires por la Unión
Conservadora. Cueto Rúa argumentó con el libreto liberal tradicional: el ajuste era
imprescindible para sanear la economía, también lo era incentivar a los dueños de la
tierra para que produjeran con destino a la exportación. No se debía poner trabas a la
capitalización de las empresas privadas porque necesitaban de esas divisas para comprar
maquinarias y equipamientos que permitirían modernizar las industrias y aumentar la
producción. En la misma línea defendió el Recorte drástico en los subsidios al consumo
popular, rechazó el estatismo y el intervencionismo, admitió que teóricamente el estado
podía hacerse cargo de algunas ramas de la producción, pero rechazó esa posibilidad.
Como frutilla del postre definió a Estados Unidos como país modelo del mundo
occidental.
El día anterior Tarullas, dirigente del transporte alineado en las 62
Organizaciones, había presentado un cuadro con los aumentos de precios en productos
de consumo popular, Cueto Rúa intentó refutarlo con datos estadísticos oficiales;
seguramente no esperaba que March, el mercantil enrolado en los 32 Gremios, le saliera
al cruce diciéndole que los precios que mostraba el ministro no eran los que pagaban los
trabajadores en los comercios del barrio. Si el gobierno esperaba encontrar actitudes
complacientes en Los 32 para atacar a Las 62, se equivocó; en varios pasajes de la
reunión las coincidencias entre los dos nucleamientos fueron manifiestas, después cada
sector seguiría con su propia política, pero allí ninguno se hizo cómplice de los planteos
gubernamentales. El ministro no tuvo mejor suerte cuando quiso desmentir a Conde
Magdaleno, el dirigente de los panaderos que formaba parte de Las 62, cuando le dijo
que su afirmación sobre ganancias exorbitantes por parte de Panificación Argentina no
se correspondía con lo que decían los balances. También allí intervino March señalando

80
que un año antes la misma compañía había mostrado como ganancia lo que al año
siguiente aparecería como pérdida.
El poder adquisitivo de los salarios llevaba un año y medio de retroceso
continuo, pero la única solución propuesta por Cueto Rúa para aumentarlos era que,
previamente, se aumentara la producción, ya fuera produciendo más durante la jornada
de trabajo (trabajo incentivado) o extendiéndola jornada laboral. En uno u otro caso se
trataba de plusvalía extraordinaria porque el congelamiento o control de precios no
estaba en el ideario del gobierno. En ese sentido el gabinete era muy homogéneo, el
ministro de hacienda era Adalbert Krieger Vasena, quien volvería a ocupar el mismo
cargo con el dictador Juan Carlos Onganía. Cuando el bancario Augusto Guibourg se
manifestó contra la devaluación del salario diciendo “No es justo salir de la crisis
mediante el hambre del trabajador”, tanto Krieger como cueto Rúa polemizaron con él.

A esa altura del encuentro los ánimos estaban caldeados, cuando Conde
Magdaleno recordó que el día anterior había pedido aclaración al ministro de trabajo
sobre la restricción del derecho de huelga, fue el propio Aramburu quien salió a
responderle. Dijo que había países donde ese derecho estaba totalmente prohibido;
ejemplificó con Rusia, tal vez porque Magdaleno había sido agregado laboral en la
Unión Soviética durante el gobierno peronista. Después agregó que las críticas que se
hacían a las regulaciones establecidas por su gobierno eran totalmente infundadas.
Lema, de Luz y Fuerza, lamentó no tener en ese momento el estudio realizado por su
organización mostrando lo nefasto de la reglamentación gubernamental; y agregó que
ese análisis había sido llevado a Santa Fe para ponerlo a consideración de la Asamblea
constituyente. Picado en su amor propio el ministro de trabajo dijo que le agradaría
conocer ese estudio. Después aludió a huelgas resueltas sin cumplir con los
procedimientos estatutarios, y a otras en servicios públicos que no se proponía enumerar
porque la reunión ya se había prolongado tal vez demasiado.
Podía estarse refiriendo a la huelga de los telefónicos, aunque también
telegrafistas, ferroviarios, lucifuercistas y otros trabajadores de servicios públicos
habían estado en conflicto. Dijo: “Un movimiento de fuerza contra un servicio público
tiene que ser provocado por una situación realmente extraordinaria, realmente grave”.
Uno de los asistentes al encuentro le pidió hacer una aclaración, pero Tristán Guevara le
respondió ofuscado que primero lo escuchara a él y que luego lo escucharía. Después
agregó que la huelga es un medio violento de lucha al cual no se puede acudir sino en
caso de extrema necesidad. “Hay que establecer un mecanismo legal que impida abusos.
La huelga debe ser con abandono total del lugar de trabajo, que desaparezca esa forma
tan perniciosa del trabajo a desgano, del trabajo a reglamento o con permanencia en el
lugar de trabajo”.
Todo lo dicho hasta ese momento calzaba como un guante al conflicto de los
telefónicos: los salarios se encontraban congelados desde el año anterior, los incesantes
aumentos de precios lo habían devaluado a un nivel inadmisible, la propuesta
gubernamental era extender y desdoblar la jornada de trabajo, cualquier reclamo laboral
debía pasar por el tortuoso camino del arbitraje obligatorio y el cercenamiento del
derecho de huelga; pero todavía había más.

Últimas semanas (V)

81
Si me extendí en comentar la reunión del gobierno con los dirigentes de Las 62
Organizaciones y los 32 Gremios es porque allí se hizo una descripción de toda la
política económica y social del equipo castrense. Al promediar el encuentro los ánimos
estaban caldeados, Aramburu se sintió en la necesidad de decir que su gobierno era
democrático y que todo sería más fácil “con dictadura, cuando una huelga se termina
con 100 tanques en la calle y 300 tumbas, como se hace en Rusia o en Hungría”. Fue
igualmente vehemente al justificar la reimplantación del estado de sitio: “Este estado de
sitio establecido por el gobierno argentino no es contra los obreros ni mucho menos; es
para aquellos que quieren subvertir el país, para los agitadores y los embanderados en
cuestiones políticas inconfesables”. El argumento que usó a continuación parece casi
atemporal porque se lo ha repetido cada vez que se impusieron sacrificios a los sectores
obreros y populares. “El pueblo argentino ha vivido engañado en un standard de vida
ficticio para venir a parar a la situación actual. No los hemos citado para tirarles rosas
sino para decir la verdad cruel y dura, pero la verdad, para que todos sepamos en qué
condición nos encontramos”.
Las palabras de Aramburu reflejaban malhumor, cuando March le preguntó si
podrían hacer algunos comentarios sobre la exposición de los ministros le contestó que
los representantes obreros ya habían sido escuchados durante cuatro horas; después
moderó un poco la respuesta y dijo que podía escucharlos si tenían algo más para decir.
El dirigente mercantil comenzó diciéndole que llevaban mucho tiempo pidiendo
soluciones mientras el gobierno llevaba meses estudiando la respuesta: “tal vez la
decisión llegue cuando sea demasiado tarde”. Recordó que más de un año antes, siendo
ministro de trabajo Migone, le solicitaron la normalización de las cajas de jubilaciones;
después lo hicieron con Aguirre Legarreta y volvieron a reiterar el reclamo ante Tristán
Guevara. “Los jubilados civiles siguen esperando, mientras que se han aumentado las
jubilaciones de policía, prefectura y otras fuerzas militares”. Por las dudas aclaró que no
pedía que se rebajaran esos aumentos sino que se elevara la remuneración de todos los
jubilados.
Las grandes diferencias que separaban a los dos nucleamientos sindicales se
desdibujaron al enfrentar a los funcionarios del gobierno, en un pasaje de la discusión
March, de Los 32, y Magdaleno, de Las 62, parecían haberse puesto de acuerdo para
refutar a Cueto Rúa y a Krieger Vasena. El dirigente de los mercantiles volvió a
sostener que la acusación de Magdaleno contra la Panificación era correcta, Krieger,
exasperado, salió a respaldar a su compañero de gabinete, el representante de los
panaderos comentó irónico que la compañía aludida no podría haberle ofrecido una
coima millonaria si su balance hubiera sido tan deficitario. Este último comentario hizo
que hasta el propio aramburu interviniera mostrando su enojo.
Después le tocó el turno al ministro de trabajo y su engendro limitando el
derecho de huelga. Conciliación, arbitrajes forzosos y multas a los sindicatos eran
medidas destinadas a quebrar los reclamos obreros. “¿Qué pasaría si a Krieger Vasena
le tocara hacer de árbitro en el conflicto que desde 50 días atrás llevan adelante los
obreros de Llauró, habiendo sido integrante del directorio de esa empresa?” La pregunta
era sólo una hipótesis, pero mostraba las posibles complicidades entre gobierno y
capitalistas enfrentando a los trabajadores.
De esa pregunta hipotética se pasó a un hecho concreto, el de los atropellos
sufridos por los telefónicos. Se recordaron las oscuras maniobras empresarias, el empleo
de la policía para desalojar las guardias dejadas por los dirigentes de FOETRA “que
sabían lo que significaba para ese servicio de tanta importancia el abandono de sus
tareas”. Fue entonces cuando March hizo una denuncia que es importante reproducir:

82
“Voy a hacer aquí una referencia que prueba que en lugar de avenirse a hallar
bases de solución se estima que debe dejarse continuar el conflicto hasta que el hambre
haga volver a sus lugares de trabajo a los compañeros telefónicos.
En presencia de algunas personas entre las que creo se encontraban ministros del
Poder Ejecutivo Nacional, funcionarios del Ministerio de Trabajo y Previsión, se
hicieron escuchar ayer una comunicación telefónica intervenida en la que un telefónico
decía a otro que se le estaba volviendo muy dura la situación y que iba a necesitar muy
pronto los pesos para mantener a su familia”.

A partir de esas palabras daban por derrotados a los telefónicos. Por supuesto,
ningún funcionario admitió que se hubiesen hecho escuchas ilegales, le reclamaron al
dirigente mercantil que diera el nombre de su informante, pero éste dijo que se hacía
cargo de lo que había denunciado y que no revelaría la identidad de quien le había
proporcionado el dato.

Para mi trabajo sobre la huelga telefónica lo esencial de esa reunión ya fue


dicho, sin embargo creo conveniente completar algo más. March rechazó la
“incentivación” en los términos en que la presentaba el gobierno; primero se debía
restablecer el poder adquisitivo de los salarios, luego congelar los precios y,
posteriormente, acordar fórmulas de incremento de remuneración en relación con la
productividad. Agregó que el pensamiento económico de los ministros era uno de los
tantos posibles, que no era una verdad absoluta, y que los trabajadores pensaban de
manera distinta. Con la aprobación de los dirigentes de Las 62 sostuvo que había
coincidencia entre los sectores obreros en rechazar la política económica del gobierno, y
por eso le proponían al presidente que la cambiara.
Fue más lejos todavía, equiparó esa reunión con una sesión parlamentaria, y dijo
que en el parlamento francés existe el voto de desconfianza, por lo que reclamó a los
ministros de Hacienda, de Comercio e Industria y de Trabajo y Previsión sus renuncias
para que pasaran a ocupar esos lugares otros hombres con otras ideas.

Aramburu dijo irritado: “lamentablemente a esta reunión se han incorporado


temas inaceptables y fuera de lugar”. Antes de que diera por finalizada la reunión March
alcanzó a decirle que ellos tenían que informar a sus representados y que aquellos
decidirían en definitiva. También el dirigente lucifuercista, Alberto Lema, adelantó su
juicio crítico, pero pidió una copia de la versión taquigráfica para poder informar a sus
compañeros.

Con posterioridad se citó a los dirigentes sindicales que habían estado en Casa
de Gobierno para entregarles una declaración oficial. Concurrieron 3 por los 32
Gremios y 8 de las 62 Organizaciones, se los recibió separadamente en el ministerio de
Trabajo el jueves 17, y más tarde el ministro Tristán Guevara reunió a los periodistas
para entregarles la misma declaración.
Visto a la distancia casi parece una provocación al peronismo que esa
declaración tuviera fecha del 17 de octubre. Al margen de ello, la resolución
gubernamental ratificó la política económica y social que se venía desarrollando,
rechazó los aumentos de salarios reclamados por los trabajadores, insistió con la
propuesta de incremento en las remuneraciones sobre la base de una mayor
productividad, prometió un futuro venturoso e informó que dos días antes funcionarios
del gobierno se habían reunido con representantes del comercio y la industria para
comprometerlos en una orientación similar.

83
En el documento se informó que se tomaría en cuenta algunas de las objeciones
hechas al decreto que reglamentaba el derecho de huelga, pero como esa herramienta de
lucha era un recurso último ante situaciones límite, reclamó el levantamiento de los
paros previstos con fechas definidas o a definirse.

Últimas semanas (VI)

En las reuniones que Aramburu mantuvo con las 62 Organizaciones y los 32


Gremios el conflicto telefónico tuvo un tratamiento muy importante, la información
periodística del viernes 11 señaló que se esperaban novedades. Para ese momento lo
más destacado eran los nuevos actos de sabotaje: corte del cable a Luján,
incomunicación de un millar de abonados en Bánfield, más de 800 en Adrogué, un
número similar en Vicente López, etc. Se estimaba que de aproximadamente 700 mil
abonados existentes en el país, 200 mil sufrían inconvenientes de distinta clase, la mitad
estaban incomunicados.
El 12 de octubre, a pesar del feriado, los directivos empresarios recibieron a los
representantes de los telefónicos. Encabezada por el Capitán Casanova se encontraba la
plana mayor de la Empresa; por el lado de los trabajadores estuvieron José Vázquez,
Pedro Valente, Héctor Andreatta, diego Pérez, Teobaldo Tombessi y Norma Ciorciari.
También asistió el coronel Carlos Peralta, secretario general de la presidencia de la
Nación. Este último ostentaba la representación del presidente, ya había estado junto a
Aramburu en la reunión de Olivos y desde ese momento oficiaba de aval gubernamental
de cuanto se decidiera. Diego Pérez me lo describió como un interlocutor muy amable,
escuchaba con atención, tomaba nota de los planteos sindicales, “pero a la hora de la
verdad repetía el mismo libreto que veníamos escuchando desde el principio”.
Esa reunión del 12 de octubre fue muy prolongada, empezó alrededor de las
17.30 y terminó cuando eran las 22. El ofrecimiento empresario fue de un 20 por ciento
de aumento sobre la base de una mayor productividad, algo que estaba en línea con todo
lo ofertado anteriormente y con la política salarial del gobierno. La propuesta era
inaceptable porque se parecía más a una capitulación que a un acuerdo, para mantener la
negociación los dirigentes obreros reclamaron que por lo menos se aumentara el
porcentaje ofrecido. El gobierno especulaba con la angustia económica de los
trabajadores, el último sueldo que habían cobrado era el de agosto, una remuneración ya
de por sí reducida porque el convenio no había sido renovado desde principios de 1956.
Con ese magro ingreso habían tenido que sostenerse durante todo septiembre y lo que
ya iba de octubre, con objetividad los funcionarios del ministerio ni siquiera habrían
necesitado escuchar las conversaciones telefónicas para saber que los empleados se
encontraban en una situación límite.
Que el conflicto continuase sosteniéndose en condiciones tan adversas ya era
una verdadera hazaña, desde un principio las provocaciones patronales habían sido
muchas. El gobierno quería escarmentar a los telefónicos y a través de ellos a toda la
clase trabajadora, el espionaje telefónico denunciado en la reunión con Aramburu tenía
el doble objetivo de vigilar a los huelguistas y de mostrar ante los demás el estado de
desesperación de aquellos. A pesar de eso las deserciones habían sido mínimas, los
sectores obreros tenían una larga tradición de firmeza en los conflictos, pero la adhesión
de administrativos y técnicos fue verdaderamente ejemplar. Juan Carlos romero me
contó que en la división de ingeniería en la que él era delegado la participación fue de

84
alrededor del 90 por ciento y se mantuvo prácticamente sin variantes hasta el final. “A
algunos había que hablarles continuamente, pero cuando ya estuvimos todos jugados los
que salieron a la huelga se mantuvieron firmes”. Por supuesto, no todo fue épica y ardor
combativo, ya comenté con anterioridad que cuando la lucha se prolongaba y no se veía
un éxito cercano algunos delegados le pidieron a Valente que levantara la huelga.
Masitelli les reprochó duramente la “agachada”: “Cuando se sale a la lucha se gana o se
pierde, pero nunca hay que tener miedo”.

A partir del lunes 14 se entró en el terreno de las definiciones. Esa noche el


coronel Peralta se reunió con directivos de la empresa sin que se dieran a conocer
detalles de lo tratado. En los días siguientes los representantes obreros tuvieron nuevos
encuentros con la dirección empresaria y comenzó a hablarse de una propuesta que no
sólo condicionaba el incremento salarial al establecimiento de horario discontinuo sino
que debía extenderse la jornada de trabajo. Además los aumentos no alcanzarían a todos
los telefónicos por igual, variarían entre un 5 y un 15 por ciento, sólo llegarían al 20 los
que tuvieran una calificación especial. Una consecuencia de ese esquema sería la
cesantía de unos 6.400 telefónicos.
El miércoles 16 el nuevo gerente general, teniente coronel retirado Carlos
Humberto Farías, se reunió durante hora y media con Héctor Andreatta, Teobaldo
Tombessi, Diego Pérez, Pedro Valente, José Vázquez y Norma Ciorciari. A
continuación los dirigentes telefónicos mantuvieron otro encuentro de media hora con
los integrantes del Consejo Directivo de la Empresa.

La propuesta empresaria estipulaba, entre otras cosas, horario optativo de 44


horas semanales en jornada discontinua; incluso esta modalidad quedaba sujeta a las
posibilidades de implementarla en cada sector. Adecuación de los sueldos sobre la base
de los nuevos horarios de trabajo, de la mayor producción y de la reducción
proporcional del personal y las siguientes condiciones:

Remuneración proporcional al horario de trabajo


Implantación de un plan de estímulo a la producción y asistencia, consistente en
un sistema de premios de hasta un 20 por ciento de acuerdo a la calificación mensual
sobre la base de la eficiencia, contracción al trabajo, disciplina, asistencia y puntualidad.

Las condiciones anteriores implicaban una reducción del personal estimada en


un 21 por ciento, por renuncia, jubilación u opción a indemnización por despido sujeta a
las necesidades del servicio

Al día siguiente, jueves 17 de octubre, cuando se cumplía un mes de huelga,


volvieron a reunirse los dirigentes sindicales con los directivos de la empresa. Tras el
rechazo formal de la propuesta patronal los directivos empresarios dieron por
terminadas las gestiones y se conminó a todo el personal a reintegrarse al trabajo de
forma inmediata.
Esto ocurrió el mismo día en que el Ministerio de Trabajo distribuyó la
declaración sobre lo decidido por el gobierno tras la reunión con Las 62 y Los 32.

Todos los caminos habían quedado cerrados, el presidente de la Nación no sólo


se reunió con los ministros de Comunicaciones y Trabajo y Previsión, también lo hizo
con directivos de la empresa dando un respaldo explícito a todo lo resuelto.

85
Últimas semanas (VII)

A partir del 17 de octubre todos los caminos quedaron cerrados para los
telefónicos. La propuesta trasmitida por la Empresa –y avalada por el representante de
Aramburu- puso fin a las negociaciones abiertas luego de la reunión en Olivos. El
aumento en las remuneraciones quedaba atado al incremento en la jornada de trabajo, ni
siquiera sacrificando esa conquista gremial se conseguía recuperar lo perdido desde el
congelamiento salarial. La clausura de las tratativas fue acompañada con la intimación
al personal en huelga para que se reintegrara inmediatamente.

Desde ese momento se reanudó el bombardeo mediático en que se mezclaban


amenazas, noticias distorsionadas sobre regreso al trabajo de los huelguistas y ejemplos
edulcorados sobre las nuevas escalas salariales. Durante el fin de semana se dijo que en
Mar del Plata y Miramar se habían efectuado asambleas donde los telefónicos desistían
de continuar con el conflicto. En realidad esas deserciones minoritarias se hicieron al
margen de la organización sindical, pero la publicidad empresaria las sobredimensionó.
Aunque se notaba cierto desgaste y vacilaciones, la inmensa mayoría de los trabajadores
continuaban respondiendo con firmeza.
Manuel Gómez, delegado general de la oficina flores al que me referí
anteriormente, había sido designado responsable para la zona oeste de Capital Federal.
Se reunía con los huelguistas en las inmediaciones de Plaza Flores, les comunicaba las
novedades del conflicto y distribuía los volantes del sindicato. En uno de esos
encuentros le dijeron que algunos compañeros empezaban a flaquear abrumados por las
carencias y la propaganda gubernamental. Si aflojaban podían abrir la puerta a otras
deserciones, Manuel fue a hablar con ellos. “No pueden abandonar al resto de los
compañeros, si ustedes se cortan solos la empresa va a aprovechar para dejar cesantes a
los demás; salimos todos juntos y tenemos que volver todos juntos”. Seguramente no
fue un caso aislado, situaciones como esa debieron repetirse en muchos otros lugares,
pero la información disponible dice que predominó la disciplina.
Una extensa solicitada de FOETRA “a la opinión pública y a los hermanos
trabajadores” se publicó el domingo 20. Allí el Secretariado Nacional pasó revista a las
infructuosas gestiones para conseguir un aumento de sueldo, la adopción de medidas de
fuerza respaldadas por todos los telefónicos del país, la distorsión del problema
queriendo implantar una jornada de trabajo más extensa y discontinua. Recordó que el
horario corrido era una conquista que databa de años atrás, por eso era inaceptable que
mediante la depreciación del salario se pretendiera aumentar la jornada de trabajo.
Además la imposición patronal traería aparejado otro problema; la combinación de
mayor jornada e incremento de la productividad provocaría el despido de miles de
telefónicos.

“La organización gremial lo considera inaceptable (…) no puede basarse la


subsistencia de un sector de trabajadores en la miseria y desocupación de sus hermanos
de clase. (…) Tolerar esta situación sería permitir que se forme en el país, mediante la
reducción progresiva de la fuente de trabajo, una masa de desocupados que va a gravitar
desfavorablemente en las condiciones económico sociales del pueblo”.

86
Después de agradecer el “afectuoso y solidario apoyo recibido de la clase
trabajadora y de la ciudadanía progresista”, el comunicado se refirió a la intimación para
reintegrarse al trabajo: “Constituye una nueva tentativa para quebrantar a un gremio que
por su valentía, entereza y espíritu de lucha ha escrito una página honrosa en la historia
de las luchas sociales de la clase trabajadora argentina”.
Y concluyó afirmando que las medidas empleadas para ahogar el reclamo
popular “son una solución transitoria y desgraciada” que “lejos de establecer la paz
social será semilla que germinará en luchas más crudas y violentas”.

La intimación empresaria para que los huelguistas regresaran al trabajo había


sido efectuada a última hora del jueves 17, las expectativas estaban puestas en lo que
ocurriría a partir del lunes 21. La información fue muy poco confiable, la patronal habló
alegremente de un 30 por ciento de retorno, luego elevó el porcentaje a 40, los lugares
donde se mencionaban éxitos eran en general inverificables o muy distantes. Toda la
semana pasó sin cambios significativos, pero la propaganda oficial hablaba de
progresiva normalización en los distritos 2 (zona centro y litoral norte) y 3 (costa
bonaerense y sur del país). En el distrito 1 (Capital Federal y suburbios) no había forma
de maquillar la realidad; al promediar la semana la Empresa echó mano a un recurso
efectista, dijo que de las 14 oficinas comerciales 3 contaban con su personal normal
(Constitución, San Isidro y Palermo) y casi normal otras 3 (Vicente López, Belgrano y
Congreso).
Lo cierto era que el servicio seguía colapsado, el número de teléfonos
incomunicados seguía siendo altísimo, Tampoco esas cifras eran confiables porque
aumentaban o disminuían sin ninguna relación lógica. Habían sido 100 mil una semana
antes, luego bajaron a 72 mil, y volvieron a subir a 82 mil sin que ningún funcionario se
hiciera responsable de la información. A ello había que agregar la incomunicación
existente entre distintas ciudades, la que en lugar de disminuir aumentaba.

Los cortes de cables eran una constante, uno de ellos dejó incomunicado al
estadio de Independiente. Es sólo una anécdota, pero tuvo cierta importancia porque el
domingo 27 jugaba allí el seleccionado argentino contra el de Bolivia en partido
clasificatorio para el Mundial de Suecia. Los técnicos trabajaron contrarreloj tratando de
reparar las líneas. Ignoro si llegó a solucionarse el desperfecto, pero para los que no
pudieron escuchar el partido puedo decirles que Argentina ganó 4 a 0 con goles de
Zárate, Corbatta, Prado y Menéndez.

Dejo atrás la anécdota y vuelvo a nuestro tema. La pretensión gubernamental de


quebrar a los telefónicos no conseguía los resultados esperados, una semana después de
la intimación el gremio seguía resistiendo. FOETRA ya no podía aspirar a ganar el
conflicto, pero al menos quería proteger a los compañeros y replegarse en orden. El
Consejo Federal se reunió, y tras repudiar el ofrecimiento y los procedimientos
empleados por la Empresa, resolvió que “durante los próximos diez días todos los
sindicatos realizarán asambleas cuyos resultados serán elevados al Consejo Federal para
que, de acuerdo a los estatutos, adopte una resolución”.
El sindicato Buenos Aires solicitó la autorización policial para realizar la
asamblea, en el comunicado difundido a los compañeros decía: “El gremio ha refirmado
su espíritu de lucha en seis grandes asambleas a las que concurrieron más de 10 mil
afiliados”. En dos oportunidades solicitó permiso policial para una nueva asamblea y en
ambos le fue negado, una tercera solicitud espera respuesta. “Los telefónicos fueron a la
huelga mediante una asamblea, debe ser una asamblea la que decida los pasos futuros”.

87
Pero el gobierno no entendía de argumentos democráticos, la asamblea
propuesta para el sábado en el Luna Park no fue autorizada.

Últimas semanas (VIII)

La dictadura quería quebrar la resistencia de los telefónicos, impedirles un


repliegue honorable, rendirlos por hambre. En cierto modo era impotente para imponer
su voluntad, aunque el estado de sitio estaba vigente prácticamente desde principio de
octubre en la zona más neurálgica del conflicto no había conseguido frenar los
deterioros del servicio. Políticamente los resultados también le habían sido adversos
cuando tanto Las 62 Organizaciones como los 32 Gremios se habían unido en el apoyo
a los trabajadores en huelga. Podía mostrar su poder (como lo hizo) impidiendo que los
telefónicos de Buenos Aires hicieran su asamblea, pero era una muestra más de
prepotencia castrense.
Habían pasado diez días desde la intimación empresario-gubernamental y la
inmensa mayoría de los huelguistas seguían sin doblegarse. En una solicitada publicada
el lunes 28 de octubre FOETRA denunciaba que había querido consultar a sus bases
sobre la propuesta empresaria, todos los sindicatos del interior pudieron realizar las
asambleas, pero el sindicato Buenos Aires, que nucleaba aproximadamente al 50 por
ciento de los telefónicos, no consiguió el permiso policial para reunirse.

“Evidentemente es más fácil seguir insistiendo por radio y los diarios que los
dirigentes se oponen a la solución del conflicto que permitir una expresión rotunda y
soberana del gremio sobre la propuesta. No habrá solución al conflicto telefónico hasta
tanto cada uno y todos los afiliados expresen libremente su opinión. Pretender terminar
el diferendo por el reintegro “en masa” del personal vencido por el hambre, es un sueño
que sólo aquellos que están muy lejos de la realidad pueden acariciar”.

Un titular periodístico de esos días resultaba engañoso: “El gremio telefónico de


Rosario aceptó la propuesta patronal”. Al entrar en la noticia podía leerse que en la
asamblea realizada en el local de La Fraternidad habían participado un millar y medio
de trabajadores; unánimemente resolvieron aceptar sólo dos puntos de la propuesta, uno
referido a un incremento salarial como premio a una mayor producción y asistencia, y
otro que establecía el aumento del salario familiar al igualarlo con el que se cobraba en
la actividad privada. Sobre el resto de los puntos se dio mandato para que fuesen
tratados en Comisión paritaria y que el Secretariado Nacional levantase el estado de
huelga cuando lo considerase oportuno. Para esto último era indispensable la restitución
de la personería gremial y que no se tomasen represalias contra el personal.
La asamblea realizada en Córdoba fue también categórica, no sólo rechazó el
ofrecimiento de la Empresa sino que decidió la continuación de la huelga. En Buenos
Aires los trabajadores no se pudieron reunir en asamblea general, pero a las asambleas
zonales asistieron casi diez mil que ratificaron su decisión de continuar con la lucha. En
la asamblea de los telefónicos platenses participaron un millar de afiliados, se aprobaron
un par de puntos de la propuesta empresaria pero se rechazó la modificación de la
jornada de trabajo y que el arreglo del conflicto implicara la reducción de personal.

88
En general los grandes sindicatos se mantuvieron firmes, en Mar del Plata la
Empresa consiguió que una parte de los afiliados desertaran apenas producida la
intimación; a la semana siguiente el resto de ese sindicato terminó sumándose a los que
volvieron al trabajo. Bahía Blanca, General Pico y La Pampa siguieron esos pasos,
levantaron la huelga sin esperar lo que resolvieran los demás telefónicos del país.
Mientras la Empresa seguía informando que el reintegro al trabajo iba en
aumento, la Federación comunicó que en Buenos Aires sobre un total de 14.400
trabajadores habían vuelto al trabajo 1.136 y que se mantenían en huelga 13.264. En el
interior, sobre un total de 11.548 volvieron al trabajo 1.624 y seguían en huelga 9.924.
Iban y venían las cifras, extraoficialmente la Empresa informaba que 150
huelguistas rosarinos disconformes con lo resuelto en la Asamblea se habían reintegrado
al trabajo. Por su parte la filial local de FOETRA sostuvo que la huelga se mantenía a
pesar de algunas deserciones mínimas, sólo el 8,6 por ciento del personal retornó al
trabajo.

La guerra de los comunicados formaba parte del conflicto, cada uno de los
bandos en pugna se atribuía éxitos y, sobre todo, tener la razón de su lado. La política
gubernamental descargaba penurias sobre la mayor parte de la población, pero la
propaganda oficial podía hablar de derroches demagógicos en el pasado, de pesadas
herencias y poner de su lado a los ingenuos y a los nada ingenuos. Estaban los que
creían porque era fácil creer, y los que encontraban buenas razones para reforzar su odio
clasista. Aramburu lo había dicho en la reunión del 11 de octubre con los dirigentes
sindicales: “El pueblo argentino ha vivido engañado en un standard de vida ficticio para
venir a parar a la situación actual”. Según el golpista a cargo del gobierno la ficción
demagógica había terminado, los trabajadores debían reducir sus pretensiones, trabajar y
producir más, en algún momento se derramarían sobre ellos las riquezas.

Pero dos semanas después de cortadas las tratativas por parte de la Empresa, los
trabajadores seguían resistiendo. Los planteles carentes de mantenimiento se caían a
pedazos, los sabotajes reales e inventados contribuían al deterioro general. La
información periodística del jueves 31 de octubre hablaba de otros 73 cables dañados, la
única precisión era que todos estaban en el área de Buenos Aires y suburbios. Para
infundir cierta dosis de optimismo un funcionario hizo crecer el porcentaje de los
reintegrados al trabajo, sin brindar su nombre dijo que ya era un 50 por ciento los
huelguistas que habían abandonado la lucha. Sin embargo las comunicaciones que
dependían de operadoras seguían igual o peor que en las semanas de más agudo
conflicto
El discurso triunfalista chocaba con la realidad, no parecía que la victoria fuese
mejor que la de Pirro contra los romanos. Aquel había perdido tantos hombres para
derrotar a sus enemigos que se le atribuye haber dicho: “Otra victoria como esta y
volveré solo a casa”.

En el caso del conflicto telefónico las bajas se medían en abonados; al comenzar


noviembre la información más o menos oficiosa reconocía 230 mil teléfonos
incomunicados en todo el país, de ellos 180 mil correspondían a Capital y suburbios.
Estos números son para tomar con pinzas, son los que aparecían en los diarios y no eran
desmentidos por el gobierno, probablemente fueran los propios funcionarios quienes los
facilitaran. Si los damos por ciertos, el triunfo empresario-castrense sobre los
telefónicos tenía un costo enorme, para doblegar la resistencia de quienes reclamaban

89
una remuneración justa no se vacilaba en dejar sin un servicio esencial a un tercio de los
abonados del país.

Últimas semanas (IX)

La Empresa y el gobierno dieron por terminadas las tratativas a mediados de


octubre, los trabajadores fueron intimados a regresar de inmediato al trabajo, policía y
fuerzas armadas garantizarían la seguridad de quienes abandonaran la huelga. Sin
embargo, dos semanas después los resultados eran más bien escasos; los sindicatos de
Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Rosario, Santa Fe seguían sin doblegarse. Militares y
empresarios contabilizaban algunos éxitos en pequeñas localidades, solo en unas pocas
ciudades importantes se había quebrado la resistencia. Con ese panorama se diluía la
posibilidad de hacer tierra arrasada con el gremio telefónico, al menos no podría
hacérselo sin un gran costo político.
En Buenos Aires se insistía con la necesidad de realizar la asamblea general de
afiliados, si había que terminar el conflicto esto debía ser acompañado por todo el
gremio para que ningún compañero se sintiera desprotegido o abandonado. La situación
económica de los huelguistas era angustiosa, para conseguir recursos con los que
auxiliar a los más necesitados FOETRA anunció que hipotecaría sus bienes.
Simultáneamente solicitó ayuda económica a todas las organizaciones sindicales del
país.

El domingo 3 de noviembre Sindicato Buenos Aires informó que dos días


después realizaría la asamblea en el Luna Park. También el martes 5, pero en la noche,
se reuniría el Consejo Federal de FOETRA para evaluar lo resuelto por los distintos
sindicatos del país. El gobierno no quería que una multitud de telefónicos se concentrara
a cuatro cuadras de la Casa Rosada, nuevamente se negó el permiso policial para la
asamblea. A pesar de eso desde muy temprano comenzaron a acercarse los trabajadores
hasta el Luna Park. Como de costumbre, la policía pasó rápidamente a la represión;
gases, palos y corridas se extendieron por la zona céntrica. Unos 200 manifestantes
quisieron acercarse a Plaza de Mayo, la crónica periodística habló de decenas de
detenidos y hasta del secuestro de un estandarte gremial.
Con una poética socialmente más comprometida lo describió el periódico
Propósitos dirigido por Leónidas Barletta

“En repetidas oportunidades funcionarios del gobierno han criticado a los


dirigentes gremiales que llevan a la huelga sin consultar a los obreros. Pero resulta que
cuando los trabajadores telefónicos quieren reunirse en asamblea no se permite su
realización y se reprime con gases lacrimógenos a los manifestantes. El pueblo se hace
la misma pregunta que clamoreaban los telefónicos corridos por la policía “¿Esto es
libertad?” Y se responden: “Todos a ofrecer ayuda solidaria a los huelguistas”.

Si Buenos Aires no realizó su asamblea no fue porque no quisiera hacerla, como


debía fijar posición para la reunión del Consejo Federal convocó a un plenario de
delegados en la Federación de Empleados de Comercio. Poco después del mediodía
comenzaron las deliberaciones, por momentos el debate fue acalorado, era lo menos que
podía esperarse después de 70 días de conflicto. Finalmente se aprobó llevar como

90
mandato la moción de levantar la huelga con la condición de que se restituyese la
personería gremial de FOETRA, que fuesen liberados todos los compañeros que habían
sido detenidos y que no se tomasen represalias por otras causas.
Por la noche, también en el local de la Federación de Empleados de Comercio,
se reunió el Consejo Federal de FOETRA con la presidencia de Bernardo Navarro y la
participación de los delegados sindicales del interior. Al finalizar las deliberaciones se
decidió el levantamiento de la huelga a partir de las 0 hora del jueves 7 de noviembre.
El Consejo Federal se declaró en sesión permanente para continuar monitoreando la
situación.

Fue un regreso amargo pero digno el de ese 7 de noviembre; la dictadura tuvo


que comprometerse públicamente a no tomar ningún tipo de represalia contra los
trabajadores. Lo hizo a través del Capitán Ramón Casanova quien trató de dar cierta
honorabilidad a sus palabras: “el término represalia repugna a mi condición de persona
y de marino”. En el Ministerio de Trabajo se vaciló esperando indicaciones de
presidencia, Barros de la Serna dijo primero que se había devuelto la personería a
FOETRA, luego se rectificó, finalmente la medida fue confirmada. Paralelamente la
Mesa Coordinadora de los gremios que se retiraron de las deliberaciones en la CGT (así
llamaba eufemísticamente la prensa a Los 32) se entrevistó con el ministro de
comunicaciones pidiéndole que se allanara el camino para poner fin al conflicto
telefónico. Las 62 Organizaciones no intervinieron en esas gestiones, un par de semanas
antes habían realizado una huelga de 48 horas, una gran cantidad de dirigentes
sindicales y trabajadores de ese sector se encontraban detenidos.

Después de 72 días no sólo el servicio se encontraba desquiciado, la propia


dirección de la Empresa se mostraba desorganizada y brindaba una información
inconsistente. Al principio dijo que el 90 por ciento de los huelguistas se había
reintegrado: “En la dirección empresaria se admite que se reintegró el personal pero no
pueden dar números exactos”; luego confirmó que todos los trabajadores estaban de
vuelta. Aunque el gobierno hubiese querido tomar represalias no era el mejor momento
para intentarlo; de los aproximadamente 700 mil abonados que existían por entonces, la
tercera parte se encontraba sin servicio. Los números podían ser caprichosos, pero en
ese momento la Empresa habló de 134 mil incomunicados en el distrito 1, y 772 los
cables dañados por sabotaje. A eso debían agregarse unos 100 mil incomunicados más
en el resto del país. Se decidieron traslados provisorios para reforzar los sectores que
debían reparar el servicio, se estimaba que tardarían unos cuatro meses en la
normalización. El cálculo estuvo lejos de la realidad.

91
92
Epílogo

La huelga de 1957, la huelga grande de los telefónicos, no lo fue sólo por su


duración y su extensión territorial, también lo fue por el acompañamiento solidario de
los distintos sectores del movimiento obrero. El conflicto comenzó el 27 de agosto, a
partir del 18 de septiembre se transformó en huelga y recién concluyó el 7 de
noviembre. En total fueron 72 días de lucha, pero entroncaron con los reclamos del año
anterior y en cierto modo se prolongaría hasta agosto del año siguiente cuando fue
promulgada la ley que dispuso el pago de los días de huelga. Ningún acontecimiento
está desgajado de la historia que lo precede, por eso quise retroceder más de una década
para recordar hechos y personajes que fueron determinando lo que ocurriría en 1957.
Tuve la posibilidad de conversar con algunos de los protagonistas, les agradezco
la información que me proporcionaron, especialmente a Juan Carlos Romero quien puso
a mi disposición su archivo particular sobre el conflicto. Encontré una colaboración
invalorable en la Biblioteca Nacional, especialmente en el personal y los voluntarios de
la Sala Dr. Vicente Gregorio Quesada, no quiero incurrir en omisiones involuntarias por
eso mi agradecimiento abarca a todos.
Tenía una deuda pendiente con todos aquellos a quienes fui pidiendo
información a lo largo de los años, en parte considero que la he saldado. No creo que
este sea un trabajo concluido, a lo sumo es una aproximación, un borrador que debería
ser mejorado en el futuro. Observaciones, críticas y comentarios serán bienvenidos.

Javier Nieva

93
94
Índice

Los remotos antecedentes (3)


El golpe de estado (11)
La intervención (19)
El reclamo salarial de 1956 (27)
La normalización (35)

1957, la huelga grande de los Telefónicos

Tres primeras semanas (43)


Huelga general (53)
Estado de sitio (69)
Últimas semanas (75)
Epílogo (93)

95
96

También podría gustarte