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LA GUERRA CIVIL EN MÁLAGA:

SEIS HISTORIAS PARA NO OLVIDAR

Francisco Miguel González López

RESUMEN

En el presente artículo vamos a describir el impacto del


golpe de estado del 18 de julio de 1936 a través de varios
personajes reales: un militar, un alcalde, un juez, un
extranjero, un sindicalista y una joven menor de edad de
clase humilde. El lector podrá examinar el conflicto desde
la perspectiva de cada uno, vislumbrando, en tales casos,
seis maneras distintas de observarla y vivirla. De este
modo podremos resumir cuál fue la brecha que se abrió en la
convivencia española tras los aciagos acontecimientos.

LA TARDE DEL 18 DE JULIO

Nadie se percató de que aquel sábado, 18 de julio, la Historia de España iba a


cambiar para siempre. Un sector del ejército se sublevó contra la República insertándole
una terrible estocada que acabaría con los sueños de muchos demócratas. La chispa se
encendió en Melilla y, seguidamente, la llama se propagó por todo el país como un
incendio incontenible.
Poco antes, sería el mes de julio, los militares comprometidos con la
insurrección 1 habían recibido la visita de Queipo de Llano en el establecimiento La
Alegría para acordar los preparativos. Bastaron dos reuniones para establecer que en
cuanto el ejército se sublevara ellos tendrían que proclamar el estado de guerra y esperar
a que las fuerzas marroquíes desembarcaran en el puerto, punto éste de vital importancia

1
Algunos de los oficiales que acudieron a la reunión fueron el General Francisco Patxot Madoz, los
tenientes Francisco Ruiz Segalerva y Francisco Ramos Díaz de Vila, los capitanes Agustín Huelin Gómez
y Julio Hernando Pedrosa (enlace con Sevilla) y el capitán Navarro y el Teniente Treviño y Espejo de la
Guardia de Asalto.

1
estratégica. En cambio, desde el principio hubo ciertos titubeos entre los propios
conspiradores.
No cabía duda de que el golpe había sido preparado meses antes por la pluma de
un “Director”, el General Mola, con terribles propósitos. Aunque en un principio no
hubo directrices de futuro, pues no se sabía con claridad cuál sería el desencadenante de
esta acción sediciosa, a posteriori el golpe acarrearía una cruenta guerra civil que
duraría tres largos años.
A primera hora de la mañana el Gobierno Civil recibe la nefasta noticia de que el
Ejército se ha sublevado. Al no haberse producido en la Península, a la mayoría se le
antoja como un intento de sublevación más, de esos que se habían repetido décadas
atrás tantas veces, en cuyo caso, y contando con el aliciente de haberse producido
relativamente lejos del país, el Gobierno lo aplastaría rápidamente.
De todas formas, tanto ediles como funcionarios se mantuvieron expectantes y
se tomaron medidas de emergencias movilizando a la Guardia de Asalto justo delante
del edificio de la Aduana, puesto que todavía no se había solucionado la huelga general
que llevaba ya más de un mes paralizando la ciudad y temían que la noticia provocara
incidencias de las que pudieran arrepentirse. Varios de los oficiales que habían
participado en las reuniones conspirativas alertaron a las autoridades políticas del
peligro de un posible alzamiento aquí y, de rebote, los sindicatos y partidos de
izquierdas recibieron también la nueva con bastante pesar. La movilización fue casi
instantánea.

Francisco Toré Ruiz, de profesión albañil, tenía 22 años y estaba asociado a la


UGT.: “al producirse el Movimiento en Málaga el declarante al igual que todos los
afiliados a dicha sindical (…) se presentaron en los sindicatos respectivos para
ofrecerse, haciéndolo él en el de la UGT donde algunos de dichos afiliados los dotaron
de armas largas y cortas, cuyas armas las traían también del Gobierno Civil” 2 . Estas
armas provenían de los contactos con la Guardia de Asalto y civiles sindicalistas, según
referencia Ramos Hitos 3 .

2
Causa nº 5942/1940. Juzgado Militar nº 13 de Málaga. Proceso contra Francisco Toré Ruiz. Archivo del
Juzgado Togado Militar Territorial nº 24 de Málaga.
3
Según consta en varias declaraciones de militares conforme a la Causa 93/1936 contra el General Patxot
y otros. En RAMOS HITOS, JUAN A.: Guerra Civil en Málaga. 1936-1937. Revisión histórica.
Algazara. Málaga, 2003. pags 87-88

2
Edward Norton, diplomático americano, caminaba con su mujer por el centro
ignorando por completo la tormenta que se estaba avecinando: “Las calles estaban
tranquilas cuando Nell y yo bajamos en coche al centro de la ciudad la mañana del 18
de julio. Algunos huelguistas habían vuelto al trabajo, había una fila de taxis en la
Alameda y funcionaban los tranvías. Alrededor de la gran estructura que era a la vez
aduana, jefatura de policía, cárcel y sede del Gobierno Civil, estaban apostadas
secciones de la Guardia de Asalto mientras otros entraban y salían por la amplia
entrada a toda prisa. No había nada anormal en un poco de actividad policial, por lo
que no sospechamos nada. Las tiendas estaban abiertas y las amas de casa
abarrotaban los mercados. Los periódicos matutinos no nos ofrecían ninguna noticia.
La censura era estricta, durante semanas no nos habían dado más que noticias falsas
sobre España.
A eso de las once en el mercado, oímos rumores de un sublevación militar en el
norte de África, donde las tropas de una serie de plazas, al mando de no se sabía qué
general, se habían alzado contra el Gobierno. Nadie sabía nada en realidad. De vuelta
a casa, parecía haber mayor actividad en los alrededores de la Aduana, donde grupos
de trabajadores estaban discutiendo con los guardias de Asalto. No le dimos ninguna
importancia” 4 .

Este ilustre burgués de ideas conservadoras se hospedaba en el Limonar, en una


villa llamada Los Pinos, vecino de numerosas familias de los círculos más altos de la
sociedad malagueña. Nada le hizo sospechar que aquel día se abriría la caja de Pandora.

Mientras, en el cuartel de Capuchinos, siendo las 5 de la tarde, se forma la


compañía (3ª del 1º) reforzada con cuotas de voluntarios. Se les dota de munición al
mismo tiempo que los soldados son arengados:

- Por orden de la Superioridad, vamos a proclamar en Málaga el estado de guerra


¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Comportaros como patriotas!

Fueron horas confusas en toda España. Fracciones del ejército se rebelaban en


las grandes ciudades al grito de viva la República, para luego borrar de un plumazo todo

4
NORTON, EDWARD: Muerte en Málaga. Testimonios de un americano sobre la guerra civil española.
Publicaciones de la Universidad de Málaga. 2004. pag 103

3
aquello que fuese republicano y oliera a Democracia. La mayoría de los soldados
malagueños obedecerían las órdenes, como buenos reclutas, cumpliéndolas sin rechistar
de no ser por el entramado conspirativo que resultaba de los oficiales insurrectos que, a
lo sumo, se les antojaba fortuito.
Sobre las cinco y media la compañía, al mando del capitán Huelin, sale del
Cuartel de Capuchinos seguida por la banda de música al son de la marcha
“Voluntarios”. Era la misma imagen que un pronunciamiento al estilo decimonónico. Se
dirigirían al centro neurálgico de la ciudad para proclamar el estado de guerra y
controlar puntos estratégicos (Aduana, Telégrafos, Ayuntamiento, Telefónica). Hasta
aquí el aspecto corriente de la operación.
Mientras la tropa marchaba los transeúntes los observaban con incredulidad.
Algunos se aventuraban a pensar que se dirigían al puerto para embarcarse rumbo a
Marruecos con la finalidad de sofocar el alzamiento. Por eso el gentío alzaba los puños
y se dieron vivas al Frente Popular y a la República. Sin embargo, los soldados no
respondieron a tales insinuaciones, por lo que comenzaron a sospechar de sus
intenciones.
Esa misma mañana, falangistas y juventudes de Acción Católica acordaron
conjuntamente auxiliar el golpe y se organizaron en tomar posiciones junto a la Casa del
Pueblo, por si al paso de la compañía se encontraban con resistencia obrera. Sin
embargo, se echaron atrás en el último momento.

Josefa Jiménez Arjona tenía 14 años. Vivía en la calle Jaboneros y desde allí iba
todas las tardes con su madre a darse un baño en la playa del Faro. Aquella tarde del 18
de julio recuerda que “llegando al edificio de la Aduana estaba la Guardia de Asalto,
vestidos de gris, y frente a ella una hilera de caballos de la Guardia Civil. Entonces,
escuché decir a uno de los guardias de Asalto señalando a los de enfrente - ¿Qué
estarán tramando los canallas estos? -. Mi madre, al ver este plan, me dijo que hoy nos
íbamos a dar un bañito ligerito. Una vez en la playa, comenzó a pasar un avión. Y
luego otro, y así varias veces. - Esto ya me mosquea a mi -, dijo mi madre.
Entonces, llegando a la Plaza de la Constitución se formó un tiroteo porque uno
que trabajaban en el Tranvía gritó ¡Viva la República!. Mi madre y yo en medio de los
tiros corrimos hacia el Pasaje de Marmolejos y nos metimos en un portal para
protegernos de las balas. Estuvimos así un tiempo hasta que la cosa pareció más
calmada. Salimos y cogimos el puente para ir al Barrio de la Trinidad. Pasando el

4
puente se formó otro tiroteo. Por la calle Trinidad, otro tiroteo. Hasta que ya llegamos
a la casa. Desde la ventana escuchábamos los tiros. Entonces, cesó y Málaga quedó
bajo la República” 5 .

Como si atravesaran un escenario poco habitual, Josefa había presenciado en


pocos minutos el comienzo de un drama. Fue un instante crítico, el preciso momento en
el que las pistolas comenzaron a hablar.

Cuando llegaron a la Plaza de la Marina, la Compañía rebelde fue recibida a


tiros por los Guardias de Asalto y militantes izquierdistas armados, los cuales se
atrincheraban en el edificio de la Aduana, sede del Gobierno Civil. Las fuerzas de
Huelin retrocedieron y, manteniendo posiciones, contestaron al fuego durante varias
horas. Al mismo tiempo, otra sección se encargó de tomar el edificio de la Telefónica y
controlar las principales calles céntricas, mientras 26 unidades a caballo de la Guardia
Civil se pusieron del lado de los insurrectos. Los que se encontraban parapetados en la
Telefónica llamaron a todos los cuarteles de la Guardia Civil que se encontraban en la
provincia informándoles de que el estado de guerra había sido proclamado.

Luís Ramos Díaz de Vila, teniente de Carabineros, tenía conocimiento sobre la


insurrección antes de producirse gracias a su hermano Francisco, nexo entre los
conspiradores y Sevilla. Como la fecha en el que se estimaba dar el golpe se había
adelantado tras el asesinato de Calvo Sotelo, a muchos militares aquello les pilló de
sopetón. Luís, vestido de paisano, enseguida “se incorporó a las fuerzas sublevadas
cooperando a tomar la Telefónica, marchándose después de haber dejado allí una
sección con un sargento”. Momentos después, “el capitán Huelin le encomendó
recogiera su sección y esperara las órdenes del Teniente Coronel de su Comandancia,
marchando entre un diluvio de disparos por el puerto hasta llegar al primer puesto de
la sección, que estaba como a unos cuantos kilómetros de Málaga” 6 .

Al mismo tiempo, el alcalde de Málaga, Eugenio Entrambasaguas Caracuel, se


hallaba congregado en el Ayuntamiento con la Junta de Festejos. Estaban examinando

5
Entrevista realizada en enero del año 2006.
6
Declaración de Luís Ramos Díaz de Vila, en la Causa 32/1937, Juzgado nº 15 de Málaga. Proceso
contra el mismo. Archivo del Juzgado Togado Militar Territorial nº 24 de Málaga.

5
los proyectos de iluminación de la feria de agosto cuando “sintió tumulto y ruido de
disparos en la calle, informándole la Guardia Municipal y elementos del Cuerpo de
Bomberos, que eran debidos a un movimiento militar y que estaban declarando el
estado de guerra”. En seguida un gran número de personas que se encontraban en el
Parque y huían del fuego pidieron asilo en el edifico, a lo que el alcalde accedió. A
continuación, “ordenó quedaran cerradas las puertas de la Casa Consistorial y también
ordenó a todas las fuerzas municipales y personal que se encontraba en la casa no
hicieran fuego ni resistencia, disposición que quedó cumplida durante toda la noche” 7 .

Eugenio, político moderado de Unión Republicana, parecía estar resguardado en


un caparazón de tortuga. Sin embargo, ignorando lo que se iba a despertar a causa de la
intentona facciosa, pronto vería con sus propios ojos el horror que le acechaba.

Corporación del Ayuntamiento de Málaga. Febrero de 1936. Eugenio Entrambasaguas Caracuel en


el centro con la vara de mando.

7
Declaración del procesado Causa 7/1937, Juzgado Militar nº 15 de Málaga. Proceso contra Eugenio
Entrambasaguas Caracuel. Archivo del Juzgado Togado Militar Territorial nº 24 de Málaga.

6
El choque amainó al asomarse la noche. Rotas las esperanzas de un desembarco
de tropas norteafricanas, el General Patxot, líder de la insurrección en esta Plaza, se vio
en un callejón sin salida aunque no renunciaba en su empeño. Ordenó que la Aduana
fuera cañoneada hasta su rendición pero los oficiales Huelin y Segalerva se negaron a
obedecer las órdenes y se retiraron de la escena. Sería la una de la madrugada cuando la
soldadesca desertaba en masa y los guardias civiles se unían a los republicanos con las
manos en alto. El movimiento subversivo agonizó y llegó a su fin.

Edificio de la Aduana el 19 de julio de 1936

Esa noche calle Larios ardió por sus cuatro costados, cuyas columnas de fuego y
humo preconizaban la “voluntad del pueblo” que en los días sucesivos dejaría su primer
estigma de sed vengativa. Desde el 19 hasta el 22 de julio se desató el caso en la ciudad.
Numerosas personas tachadas de fascistas fueron asesinadas a sangre fría. En el lote
entraron militares, empresarios, propietarios, políticos, farmacéuticos, comerciantes,
jóvenes falangistas, abogados, médicos, etc. Esto fue el principio.

El golpe paralizó todos los mecanismos de coacción del orden público y se abrió,
por así decirlo, un proceso de atomización de estos poderes, mientras que el ejército y
las Guardia Civil permanecían acuarteladas. Poco después se organizan las milicias del
pueblo, quienes se encargaran de la depuración política contra el aparato castrense.

7
Guardias civiles, militares, carabineros y guardias de asalto serán fusilados en las
primeras semanas como consecuencia de la desconfianza que se había generado contra
ellos ya que el narcótico de la subversión los había salpicado directa o indirectamente.
El 22 de julio se restablece la normalidad. Aunque ya nada sería igual. Se abren
las tornas de la Revolución y, con ello, un nuevo período en la Historia de Málaga.

Josefa Jiménez, Edward Norton, Francisco Toré, Eugenio Entrambasaguas y


Luís Ramos serán engullidos por toda una serie de contextos nuevos que afectarán a sus
vidas. Sufrirán el acoso y las miserias del hombre; pero también vivirán con euforia
cada instante del acontecer.

EDWARD NORTON

El pueblo se alzó en armas. Una vez que el Gobierno Giral determinó repartir
armamento a las agrupaciones obreras, se resquebrajó el orden existente. En su lugar se
abriría un proceso revolucionario sin precedentes, sumamente profundo pero
improvisado. Se crearon comités de todo tipo: de empresa, de agricultura, de tranviarios,
de trabajo, de guerra, de abasto, de arte y cultura, de instituciones armadas, de bancos,
de milicias, de prensa, del Socorro Rojo.
La clase trabajadora rellenó el vacío de poder que se había producido,
construyendo un mundo nuevo sobre el anterior pues consideraban que tenían una
oportunidad histórica de derrocar al capitalismo. Aunque, para ser sinceros, el
proletariado se encontraba tan dividido y tan falto de preparación técnica con que
enfrentarse a la nueva realidad que sucumbió poco a poco en conflictos intestinos que
nada beneficiaron a la “Revolución Social” que aclamaban con tono eufórico.
Edward Norton era el presidente de una importante empresa de Málaga, Bevan
S.A., exportadora de almendras. Poco después de estallar el conflicto, el 22 de agosto de
1936, y con el objeto de vigilar el capital empresarial previniendo posibles fugas, todas
las empresas malagueñas habrían de estar sujetas a un Comité de Control provincial.
Esto significaba que, al menos, su empresa no sería incautada.

8
Entre las disposiciones de la ley de control Edward explica: “leímos la circular
con gran atención y ciertamente íbamos a estar “coordinados” de una forma ridícula y
descabellada. En primer lugar, ningún particular podía tener en su posesión más de
300 pesetas, unos treinta dólares. Todos los depósitos y retiradas de fondos de los
bancos tenían que ser aprobados por el comité. Se iban a establecer niveles de precios
para los artículos. Se investigaría el volumen de producción, que debía mantenerse en
los niveles prerrevolucionarios. Teníamos que enviar al comité una relación semanal
de las ventas y cobros de todo tipo, otra de los fondos depositados en los bancos, otra
de las compras, así como un estado de las existencias. No se podía hacer ningún pago –
ni siquiera para la compra de artículos destinados a la exportación – sin la
autorización del comité que controlaba los artículos en cuestión. No se podía exportar
nada sin la autorización de un comité de exportaciones” 8 .

Por orden del Comité de Control se eligieron “delegados” quienes supervisarían


directamente las actividades de las empresas. Por encima de estas figuras estaba el
comité, así que muchos empresarios cedieron la potestad de sus sociedades, cuya
política eran continuamente inspeccionada por este personaje y, a lo sumo, cualquier
asunto podía ser aprobado o no. Los delegados no tenían formación técnica en la
mayoría de las veces, como así le ocurrió a Edward, quien tuvo que admitir
obligatoriamente a un telegrafista de barcos con un sueldo impuesto por el propio
comité. Este individuo dejó de asistir a la empresa poco después porque se enroló en un
batallón de milicias.
Málaga tenía como punto fuerte la exportación de pasas, naranjas, higos,
limones, almendras o vino. Estos productos salían a diario del puerto en dirección a
Inglaterra u otros importantes países europeos.

Mientras pasaban los días, la situación se volvía cada vez más embrollada. No
existía consenso entre los partidos políticos y asociaciones obreras en llevar a cabo una
línea común para el comercio regional. Edward nos cuenta: “Hoy han incautado la
Cámara de Comercio (…) la reunión en la Cámara de Comercio fue bastante
lamentable. Convocados para discutir las formas y los medios de mantener la
producción industrial y continuar las actividades exportadoras, ninguno de los

8
<<Muerte en Málaga>>, ob cit. Pags 199-200

9
miembros del nuevo comité sabían qué decir ni que hacer (…) No obstante, a nuestra
empresa se la ha tratado bien, no nos molestan mucho. Me las he arreglado para
conseguir buenos créditos del Banco Hispano-Americano, y mientras el banco siga
teniendo fondos, podemos seguir comprando existencias. Pero si se cortan las
comunicaciones por ferrocarril con Madrid, las reservas de efectivos se agotarán y no
se podrán recibir envíos” 9 .

La situación por la que atravesaban los pequeños empresarios tampoco les fue
muy favorable. Se les presionó tanto que fueron literalmente “desplumados”.
Soportando, de este modo, la carga de la “revolución” mediante la exigencia de
donativos para el suministro de los soldados del frente, para los sueldos de las milicias,
para los hospitales de sangre, para los huérfanos de los bombardeos fascistas, para los
refugiados, para la compra de ropa, armas o avituallamiento, para el pago atrasado de
jornales, etc. Ni que decir tiene que se trataban de “impuestos revolucionarios” que
muchos pagaban de mala gana; y si se negaban a entregar el dinero, eran acusados de
“fascistas”, por lo que temían que una noche cualquiera fueran sacados de sus casas y
asesinados.

FRANCISCO TORÉ RUIZ

Aquí entramos en otra materia. Para las cuestiones de orden público, se creó el
Comité de Salud Pública. Porque “Salud”, según muchos extremistas, era lo que faltaba
en Málaga y, con miras de sanar la sociedad, se llevaron a cabo entre agosto y
septiembre una purga sistemática de índole clasista. Tenían que extirpar todo lo que se
relacionara con el enemigo fascista en cuyo saco entraron banqueros, redactores de
periódicos conservadores, ex concejales del bloque nacional, médicos, sacerdotes,
empleados, ingenieros, abogados, comerciales, catedráticos y algún que otro marqués de
rancio abolengo. Exclusivamente todos los que tuvieran en su poder un buen capital o
pertenecieran a la clase burguesa podrían ver peligrar sus vidas. Tener corbata, lucir un
coche Mercedes-Benz o portar un sobrero de copa eran símbolos de prestigio y, por lo
tanto, susceptibles de ser acusados como “traidores” a la República. La clase trabajadora,

9
<<Muerte en Málaga>>. Ob cit, pag 205.

10
empapada del narcótico revolucionario, vituperaba que caería sobre los ricos “la Justicia
Histórica”, al mismo tiempo que numerosos trabajadores saldaban antiguas rencillas con
sus patronos o expoliaban sus inmuebles.
Por otro lado, las patrullas de milicianos sembraron el terror por doquier. Al
llegar la noche, iban de aquí para allá registrando domicilios, deteniendo a sospechosos
o dándoles “el paseo”: sistema expeditivo con el que limpiaban la ciudad de elementos
“contrarios al régimen”.
Se organizaban en grupos mixtos de cinco o seis miembros de dispar
procedencia política. A Francisco Toré Ruiz le dieron un viejo mosquetón y cincuenta
cartuchos, “siendo destinado por la UGT para formar parte de la patrulla número
nueve que mandaba un Guardia de Seguridad apellidado Navarro” 10 . Junto a él habían
dos milicianos de la CNT, Antonio García Jiménez y José Torres, un chofer ugetista
apellidado Castro y un Guardia Civil; numerosos de ellos eran sujetos sin escrúpulos y
delincuentes en libertad por haberse vaciado las cárceles en los días caóticos que
siguieron a la intentona golpista.
Las patrullas se encontraban al servicio de la Comisaría, central del Comité de
Salud Pública, desde donde se despachaban las denuncias de los ciudadanos.

Francisco Toré recuerda que “detuvieron al Director del Banco Central con
domicilio en el mismo Banco, entregándolo en la Comisaría por tener en su domicilio
una pistola; a un señor que vivía en la calle Carretería, ignorando como se llamaba; a
don Manuel Esteves, propietario de un Hotel sito en la calle de Larios; a un Guardia
Municipal retirado que vivía por el Camino de la Estación; a don Fernando Clemente
Galiano, que tenía su residencia en la calle de Garzón Escribano nº seis. Efectuaron
registros entre otros que recuerde uno en la calle de Pozos Dulces, en casa de una
señora que tenía dos monjas escondidas; otro en el Camino de Churriana, de donde se
llevaron una máquina de escribir; otro en una casa en el Campo de la Victoria, de
donde se llevaron papeles de valores del Estado; otro en la Posada de la calle de
Camas, titulada La Corona, por cierto que iban en busca de un señor que estaba
escondido y no le detuvieron por tener los papeles personales en regla; otro en una
casa y tienda de la calle de Aceitería, este establecimiento era de ropas, creyendo que

10
Declaración de Francisco Toré Ruiz en la Causa nº 5942/1940. Juzgado Militar nº 13 de Málaga. Citado
anteriormente

11
el dueño se apellidaba Robledo, de donde se llevaron una cantidad grande de ropas
confeccionadas y que parte de ellas las entregó el dueño voluntariamente; otro en la
casa de un Guardia Municipal de caballería que vivía en la Cruz de Humilladero y otro
en un convento de monjas en la Goleta, por cierto que aún se encontraban éstas en el
mismo”.

Como vemos, toda una relación de “elementos desafectos”, atrapados en la


maraña revolucionaria, fueron registrados o detenidos. Portar un arma, esconder a un
cura o no tener “los papeles en regla” constituían bastantes motivos para que te llevasen
detenido. A veces, poseer el carnet de algún sindicato le otorgaba al acusado una
garantía de supervivencia. Numerosos perseguidos de muerte se afiliaron a la CNT o a
la UGT para poder, de este modo, salvaguardar sus vidas, pese a que muchos de ellos
tuvieron que pagar dinero a través de chantaje.
Cuando caía la noche, ningún burgués estaba seguro de ver de nuevo el próximo
día. Entonces, al alba las aceras y los callejones se sembraban de cadáveres. Los
chiquillos correteaban de un lado a otro topándose con los cuerpos sin vida, mientras
inocentemente se mofaban de ellos.

Josefa Jiménez, mezclada entre el gentío que solía curiosear, presenció actos
horripilantes: “yo había visto como los milicianos sacaban a gente de sus casas y lo
fusilaban en cualquier lado. Acompañada de mi amiga oíamos decir - ahí han matado
a uno -, y nos acercábamos y veíamos como le hacían perrerías a los cadáveres, le
ponían un pimiento en la boca y cosas que no deberían de hacerse. Y vi yo cerca de mi
casa, en una explanada que había una huerta, quemar a una madre y a un hijo, y veía
que de las piernas le chorreaba la pringue y un peste que no veas. Era un niño ya
mayor que decían que era fascista. A eso tampoco hay derecho”, se queja Josefa con el
rostro horrorizado por los recuerdos, “porque entre medio de los partidos había gente
mala y ya pagaron todos justos por pecadores”.

La chiquilla vislumbró otras horripilantes escenas: “Y vimos a un cura también


por donde está la Rosaleda, y un caballo lo pisoteó, alegrándose el que lo montaba. Mi
hermano que era más chico, ése se escabullía y corría de un lado a otro y lo veía todo.
“Que llevan ahí a un fascista” y corría detrás”.

12
No tenían ningún tipo de decoro en dejar los cadáveres a la intemperie. Mataban
en cualquier esquina, en cualquier lugar y, en ocasiones, la multitud formada por niños,
jóvenes y mujeres presenciaba el acto como si se tratara de una obra de teatro.
Especial virulencia adquirió la represión contra el estamento eclesiástico. Los
días que siguieron al 18 de julio se caracterizaron por la quema iconoclasta y el despojo
de casi todas las iglesias de Málaga. Los templos habían estado custodiando en sus
hornacinas un patrimonio artístico centenario que acabó pasto de la “llama de la
revolución”.

Josefa, acompañada de una prima suya, iba a ver “quemar los conventos, porque
aquello parecía algo insólito. Llevaban a la virgen ahí en un coche con un huevo que
le metían en el ojo. Me acuerdo de un convento que quemaron cerca del campo de
fútbol. Iba las gentes entrando y se llevaban trapos, sábanas, ropa y máquinas incluso.
Entonces, cogí un bolillo de lana y por el camino iba con mi prima haciendo una bola,
mientras nos corrimos todos los conventos. Vimos como dejaban en la puerta de los
conventos a niños muertos y decía la gente “¡digo, la poca vergüenza de las monjas
que tienen hijos con los curas y los entierran en los conventos!”. A los pocos días
sacaron una ley que pedía la devolución de lo que las masas habían sustraído y, a
media noche de un día, los portales de las casas se llenaron de cosas que tuvieron que
entregar a las milicias”.

A su vez, cualquier católico que hiciera ostentación de fe podía ser perseguido,


en un momento en que manifestar las creencias equivalía acabar en la cárcel o ser
asesinado. Como así asesinaron a unos 200 eclesiásticos que ejercían en la provincia,
únicamente por el mero hecho de ser sacerdotes, párrocos o novicios. Ni siquiera estaba
permitido alojar a monjas en casas ajenas, quienes después de ser obligadas a abandonar
su pacífico modo de vida, sufrieron penalidades por encontrar asilo.
A veces, el monstruo de la “justicia popular” adquiría el rostro de las masas.
Aparecía cuando los aviones nacionales sobrevolaban el cielo malagueño y descargaban
sus nefastos obuses produciendo bajas civiles. Entonces, grupos de incontrolados,
hipnotizados por una especie de catarsis colectiva, asaltaban las cárceles, que por
entonces estaban abarrotadas de individuos de “dudosa conducta” y los pasaban por la
armas. Hubo varias sacas. Una el 22 de agosto, con 48 víctimas; otra el 30 de agosto,
con 59 muertes. En el mes de septiembre se produjeron tres terroríficas sacas que

13
dejaron la cifra de 180 asesinados. Un total de 287 represaliados a consecuencia de los
bombardeos; la mayoría de ellos elegidos al azar por la resentida muchedumbre.
Cualquier encuentro con la aviación nacional hacía brotar la indignación de los
milicianos, en el que a veces se rozaba la psicosis. Un día en el que aviones rebeldes
volvieron hacer acto de presencia, Francisco Toré Ruiz y su patrulla fueron alertados
por los viandantes de que en la calle Alameda, al lado de las oficinas de la Eléctrica
Malagueña, se habían escuchado disparos. El grupo entró en el edificio con los ánimos
efervescentes. Al llegar a los pisos intermedios, entraron en un domicilio y vieron a un
inquilino que, aterrorizado, corría hacia el balcón. Navarro, el jefe de la patrulla, salió
tras él y, cogiéndolo por las piernas, lo tiró por el balcón estrellándose contra el suelo.
Aquel día, otra señora corrió la misma suerte a manos de histéricos milicianos en las
inmediaciones del Puente de Tetuán.
Si bien era cierto que en Málaga se extendió una verdadera obsesión
materializada en la búsqueda de francotiradores y espías, los cuales pretendían sembrar
el caos. Ante estas provocaciones, infundadas mayormente, las milicias respondían con
incontrolable furia. Otro día, por ejemplo, que escucharon disparos en un edificio de la
Plaza de Arriola, sustrajeron cubos de gasolina de un surtidor cercano y prendieron
fuego al piso donde creían esconderse los tiradores.

EUGENIO ESTRAMBASAGUAS CARACUEL

Pero en medio de esta marea de terror se destacaron personajes que lucharon por
salvar tantas vidas como les fue posible. Se trataron de autoridades políticas con un
poco de mano en el asunto, como el alcalde de Málaga Eugenio Entrambasaguas
Caracuel, los cuales tendieron el brazo en la medida de sus posibilidades expidiendo
salvoconductos y ayudaron a sacar de la ciudad a numerosas familias conservadoras
perseguidas. El edil protegió a infinidad de funcionarios que fueron depurados por la
Junta de Depuración del Personal Administrativo, así como a familias enteras que
requerían de su ayuda con el objetivo de embarcarlos en el primer navío que saliera
rumbo a Gibraltar. Incluso los escondía en su propia casa.

El mismo alcalde de Málaga exlpica: “A los pocos días (de la sublevación)


detuvieron al secretario de la Corporación don Pedro Gorgolas y Urdampilleta, al

14
Contador don José Berrocal y Dörrl, a los que consiguió ponerlos en libertad, o mejor
dicho que quedase bajo su custodia en el Municipio, medida que adoptó con el único
deseo de salvarles las vidas ya que estaban perseguidos y amenazados de muerte,
pudiendo tras muchos esfuerzos conseguir salir de Málaga, como así mismo pudo
también conseguir sacar de Málaga al Sr. Miguel López Pelegrin y Belza y a don
Antonio Rosado Sánchez Pastor (…) Recuerdo que cuando ocurrió el derrumbamiento
de la casa de Masó, se personó inmediatamente en ella prestando toda clase de
asistencia a los heridos, y llevándose incluso a su domicilio a Don José Masó Roura
que estaba también perseguido y amenazado de muerte” 11 .

Y esto no era todo. Veló por José Mensayas, Capitán de infantería; Eduardo
Vargas y el señor Ojeda, dueños de la fábrica de ceras en el cobertizo de Los Martínez;
Leopoldo Werner, Miguel Olmedo, Román Casares, Carlos García García y Antonio
García Morales, sacerdote éste último de la Goleta; Bernabé Fiestas, jefe de Laboratorio
Municipal; y otros más que no llegó a recordar cuando fue procesado más tarde por los
franquistas. Eugenio Entrambasaguas se prestó claramente en contra de la violencia y,
muy a su pesar, sufrió continuas intimidaciones por parte de otros cabecillas debido a su
benevolencia. Estas amenazas no le impidieron actuar aún poniendo en peligro su
propia vida.

Eugenio Entrambasaguas Caracuel. De joven.

11
Declaración del Alcalde de Málaga, procesado Causa 7/1937, Juzgado Militar nº 15 de Málaga. Proceso
contra Eugenio Entrambasaguas Caracuel. Citado anteriormente.

15
Un día, a finales de octubre, Entrambasaguas hizo llamar a Edward Norton. Lo
recibió en su despacho, antes antiguo salón de plenos del Ayuntamiento. Su rostro
demacrado denotaba agotamiento. El alcalde de Málaga le suplicó ayuda para él y su
familia. Le dijo que Málaga estaba destinada a caer en manos de Franco pues el
panorama político aquí se desintegraba por momentos.
Norton le contestó de forma cordial, ofreciéndole la posibilidad de embarcar en
un barco británico rumbo a Valencia o a Gibraltar. El alcalde declinó tal proposición,
pues su intención era ocultarse en la casa del americano cuando las tropas nacionales
entraran y esperar a que amigos influyentes respondieran por él. No obstante, no quiso
inmiscuirse, ya que “como extranjero, no me atrevía a comprometer mi futuro
refugiando a uno de los altos cargos del Gobierno rojo en mi casa”, pese a que “el
alcalde no era del todo rojo pero, como muchos otros, se había encontrado atrapado en
la trampa de la revolución” 12 .

FRANCISCO BERMÚDEZ DEL RÍO

Ante la espiral de violencia, se implantaron métodos para intentar canalizar la


represión y, por tanto, reducir el número de víctimas; iniciativas que no gozaron los de
la zona nacional. Madrid creó los Tribunales Especiales poco después de las sacas de la
Cárcel Modelo, con un carácter de indudable humanismo ante las atrocidades que se
cometían a diario. Desde la capital de la República comprendían que, a causa del
desplome de las instituciones gubernativas, la idea de centralizar de nuevo el poder no
era tarea ni mucho menos fácil. Sobre todo porque existían un gran número de ciudades
que continuaban amparándose en ese estado de “independencia”, dividido el poder en
cientos de comités sin cohesión alguna. En lo referente al orden público con más razón,
pues cuando antaño las fuerzas del orden (guardias civiles, de Asalto o municipales)
personificaban el armazón de la estabilidad social (en los primeros meses de guerra
puestos en tela de juicio) se enfrentaban a otras fuerzas armadas, sin duda más
numerosas, aunque menos disciplinadas: las milicias de agrupaciones políticas y
sindicatos.

12
<<Muerte en Málaga>> ob cit pag 248

16
Esta atomización de los modos de emplear la “Salud Pública” conllevó que nada
ni nadie (ni siquiera las autoridades más moderadas) estuvieran sujetos a los derechos
inherentes del orden; y la vida, entonces, comenzó a valer más bien poco, como así
sucedió. Si las antiguas fuerzas del orden se hubieran enfrentado a los grupos milicianos,
habría estallado un “enfrentamiento civil dentro de la guerra civil” (como ocurrió más
tarde en Barcelona cuando los comunistas, para aglutinar el poder, iniciaron la caza de
los dirigentes del POUM al que se unieron sectores anarquistas). En esos primeros
meses, disuelto el ejército por resolución del Gobierno y envueltas las instituciones del
Orden en una cruenta depuración política, Málaga se hallaba a merced de las milicias.
Francisco Bermúdez del Río ejercía como Juez de 1ª Instancia de Vélez-
Málaga desde el mes de abril de 1933. El estallido de la guerra le sorprende en esta
ciudad, pero poco después, el 28 de agosto del 36, fue recomendado, a petición del
Comité de Enlace y del Comité del Colegio de Abogados, para formar parte como vocal
del “Tribunal Popular” 13 , ya que necesitaban Jueces de carrera con los que formar la
sección de derecho para los delitos de “rebelión” y “sedición”. Por lo tanto tuvo que
marcharse urgentemente a la capital. Poco después, se entrevistó con el presidente de la
Audiencia malagueña, Mariano Avilés Zapatero, el cual le aconsejó que ni por asomo
rechazara el puesto pues, al hacerlo, lo considerarían “faccioso” y pondría en peligro su
vida.
Así pues, el domingo 6 de septiembre se forma el Tribunal Especial de Málaga,
según decreto del 28 de agosto procedente del Ministerio de Justicia de Madrid. Queda
constituida por los siguientes funcionarios de Derecho: Atilano Lorente González
(presidente), Felipe Varea Viniegras y Francisco Bermúdez del Río (vocales). El
primero, magistrado de la Audiencia y el segundo vicesecretario del mismo.
Primeramente se llevaron a cabo gestiones que repercutían en la misma
seguridad de los presos de la cárcel. Con objeto de frenar las sacas los tres se
entrevistaron con el Gobernador Civil y el Comandante Militar de la Plaza. Le instaron
a que reforzasen la vigilancia de la prisión. Pero sólo consiguieron que el Comandante
Militar les contestase que “únicamente en el caso de que los aeroplanos facciosos no
volviesen a presentarse sobre esta capital, era cuando podía garantizar que la Prisión
no sería asaltada, pues él no podía contener la indignación del pueblo” 14 . Semanas

13
Apelativo que las organizaciones del Frente Popular dieron a los Tribunales Especiales.
14
Declaración de Francisco Bermúdez del Río señalando la entrevista con ambas autoridades. Causa
10/1937, Juzgado Militar nº 17 de Málaga. Proceso contra Atilano Lorente González, Francisco

17
más tarde, como las sacas continuaron, pudieron gestionar que los presos fueran
trasladados a dos “barcos-prisión” donde estarían más seguros de las masas. Éstos eran
el J.J. Sister y el Marqués de Chavarri.
Cuando el Tribunal comenzó a funcionar, Francisco Bermúdez del Río y sus
colegas hicieron un trabajo sobresaliente poniéndose de acuerdo en evitar la última pena
con todos los medios disponibles.

Francisco cuenta que “gran número de sumarios en los que se hacían a los
inculpados imputaciones graves, para impedir que se celebrase los juicios y recayesen,
por la imposición de la mayoría de los jurados, condenas a muerte capital, empleaban
el decreto de 25 de agosto en el que prevenía en su artículo 11 que el sumario debía
terminarse dentro de los 5 días siguientes a la primera diligencia; pero de acuerdo el
declarante con los jueces especiales D. Manuel Prieto Delgado y D. Francisco Javier
Ciezar, así como con los abogados fiscales del Tribunal mismo, y con el beneplácito del
Presidente Sr. Lorente, todos identificados en tal hábil como enérgica y humanitaria
labor, dilatábamos meses y más meses la instrucción sumarial, revocándose para
nuevas diligencias los autos de conclusión de sumarios graves, y así íbamos evitando
que llegasen a juicio oral” 15 .

No contento con esta labor, se les formó un comité de control, de tal modo que
las órdenes de libertad atenuada o cualquier mandamiento que atañera a los detenidos
debía ser aprobado a priori por el comité.
Cuando se celebraban juicios orales, muchos de los Jurados, formados por
representantes de los grupos políticos del Frente Popular 16 , asistían con las pistolas al
cinto y, bajo amenazas, exigían la pena de muerte. En caso de que los Jueces se
mostraran benevolentes con los acusados, ya se encargarían ellos de “pasearlos” por la
noche, como hicieron con el juez especial Sebastián Jáuregui Briales por “otorgar varias
libertades” y, por consiguiente, hacer una “tarea contrarrevolucionaria”.
Con todo, los jueces que formaban la cúpula del Tribunal hicieron una labor
constante de captación de Jurados y, gracias a sus esfuerzos, se dio el caso de que el

Bermúdez del Río y Felipe Barea Viniegras. Archivo del Juzgado Togado Militar Territorial nº 24 de
Málaga.
15
Declaración de Francisco Bermúdez del Río. Causa 10/1937. Citado anteriormente.
16
Los Jurados estaban representados por 2 comunistas, 2 de Izquierda Republicana, 2 socialistas, 2 de
Unión Republicana, 2 sindicalista, 2 de la UGT, 2 de la CNT, 1 de las Juventudes Socialistas Unificadas y
1 de los Amigos de la U.R.S.S.

18
Tribunal Especial de Málaga fue el único en toda la España republicana que dictó un
solo caso de pena de muerte “por espionaje”.

En este juicio el acusado se llamaba Juan Ruiz Ramos, afiliado a la UGT, de


Villanueva del Trabuco. El Juicio se celebró el 14 de septiembre ante una nutrida
asistencia, “habiéndonos sido imposible salvarle la vida, pues el Tribunal de Derecho,
el Fiscal y el Defensor nos vimos rodeados por un público de asesinos que a toda costa
querían matar en el acto al acusado y amenazaban con darnos a todos la muerte en el
acto mismo, si no se imponía la triste expresada pena.
Bien puede atestiguar esto el abogado defensor D. Francisco Robles Echecopar,
a quien el jurado sindicalista Francisco Millán López lo amenazó con “darle el
paseo”; y sólo pudo conseguirse que al pobre reo no lo mataran al instante” 17 .

En resumen, desde el 6 de septiembre hasta el 31 de diciembre de 1936 se


incoaron 268 expediente de las cuales fueron 83 causas sobreseídas, 6 juicios orales
celebrados, 135 inhibiciones del tribunal, 9 declaraciones de extinción de
responsabilidad penal y 35 sumarios pendientes. De los 6 juicios orales, 1 pena de
muerte, 2 privaciones de libertad y 3 sobreseimientos libres. Del 1 de enero al 3 de
febrero de 1937 de los 12 expedientes incoados, 4 fueron juicios orales, 5 inhibiciones
y 2 autos de extinción de responsabilidad. En todos los juicios orales los inculpados
fueron absueltos. El Tribunal Especial fue suprimido con la entrada de los nacionales.
No obstante, el Comité de Salud Pública, que más tarde cambia el nombre por el
de Investigación, continuará funcionando paralelamente. Ambas instituciones, Tribunal
y Comité, representaron un arma de doble filo. Cuando el Tribunal absolvía a un
acusado, los milicianos lo esperaban pacientemente y su cuerpo aparecía sin vida varios
días después en cualquier acera, porque eran individuos “indebidamente” puestos en
libertad. El Tribunal representaba “la ley en un sentido justo y de técnica jurídica”
impuesto por el Gobierno, mientras que el Comité de Investigación encarnaba la “vox
populi” que estimaba limpiar la provincia de derechistas, aunque ni siquiera hubiesen
intervenido para nada en la sublevación militar. Así de crudas estaban las cosas.

17
Declaración de Francisco Bermúdez del Río. Causa 10/1937. Citado anteriormente.

19
LUÍS RAMOS DÍAZ DE VILA

Luís Ramos Díaz de Vila, foto realizada en 1936 para el Batallón Noy de Sucre

Luís Ramos Díaz de Vila, teniente de Carabineros, conocía a la perfección la


situación de peligro en que se encontraba. Aunque milagrosamente no había sido
depurado en las primeras semanas, pese haber participado en el intento de rebelión,
ahora se enfrentaba con una denuncia del Comité de Enlace de Alora por el tiempo que
estuvo al mando de una sección de Carabineros en este pueblo. Fue acusado de estar “en
continuo contacto con todos los elementos de derechas y enemigos del régimen, sin que
en ninguna ocasión tuviera amistades con los verdaderos hombres de izquierda” 18 .
El Tribunal, sin pruebas fehacientes con que acusarlo de “sedición”, lo absuelve.
Por el contrario, seguían lloviéndole amenazas. Su hermano había sido fusilado el 18 de
agosto del 36 por rebelde y él parecía que iba a correr la misma suerte.
No encontrándose seguro en Málaga, ayudado por varios amigos militares y
falangistas que se habían “refugiado” en el Batallón Noy de Sucre para salvar sus vidas,
consiguió alistarse en el Regimiento ejerciendo de profesor de gimnasia. Él y sus
compañeros esperaban que el batallón se movilizara al frente, con cuya movilización
buscarían, pues, la menor oportunidad para pasarse a territorio nacional. En cambio, esta
fuerza nunca llegó a moverse hasta que el 8 de enero de 1937 se reorganiza la
Comandancia Militar, quedando el batallón encuadrado en Carabineros.

18
Declaración del alcalde de Alora, Ángel Cabello Mesa. En la Causa 32/1937. Citado anteriormente.

20
El 21 de ese mes lo envían a Ojén al mando de una compañía. Aquí, sabiendo
que las tropas nacionales estaban a punto de caer sobre Málaga, pues escuchaba con
devoción Radio Sevilla y las charlas de Queipo de Llano, “fue tal el cúmulo de
impedimentos que presentó, que a los cinco días lo evacuaron para Málaga con toda la
fuerza, después de haberle quitado el mando” 19 . Quizá, si la entrada de las tropas
franquistas se hubiese retrasado, habría sido juzgado por un Tribunal o por las armas de
las milicias, ya que esta vez no hubiera salido eximido ante las indudables sospechas
que recaían sobre él. Si bien consiguió salir ileso.

ÉXODO Y MUERTE

Las organizaciones del Frente Popular no se aclaraban con el modo de “hacer la


guerra”, mientras que los intentos, por parte de Largo Caballero, de cohesionar a las
milicias, aquí no surtieron efecto. Málaga se convirtió en un “cantón” independiente
sumido en el desorden militar y administrativo. El Gobierno incluso estaba dispuesto a
“sacrificarla”, he ahí la realidad tanto que se desentendió de ella.
En cuanto el ejército nacional concentrara los refuerzos necesarios, se lanzaría
sobre la provincia sin perder un minuto. Desde el comienzo de la guerra el avance había
sido lento, conquistando pueblo tras pueblo, aldea tras aldea, hasta crear un cerco
completo. Tan sólo la carretera de Málaga-Almería quedó como vía de escape para los
asediados.
A comienzos de 1937, las tropas de Queipo de Llano contaban con más de
20.000 unidades, entre las que se destacaban voluntarios italoalemanes, pertrechados de
artillería pesada, tanques oruga, secciones motorizadas y cazas de guerra italianos; en
otras palabras: un experimentado y moderno ejército. Las fuerzas republicanas, en
cambio, no estaban preparadas técnicamente, apenas tenían munición y los fusiles
escaseaban. La artillería brillaba por su ausencia y la aviación se basaba en una docena
de “chatos” rusos sin conexión alguna con las unidades terrestres.
El día 24 de enero de 1937 se inicia la ofensiva final, acabando el 8 de febrero,
día en que los soldados nacionales e italianos desfilan triunfalmente por la calle Larios y
la Alameda.

19
Declaración de Luís Ramos Díaz de Vila, en la Causa 32/1937. Citado anteriormente.

21
Fue una batalla desigual. No hubo resistencia. Solamente en algunos puntos
(como en el Puerto de los Alazores, Boca del Asno o Boquete de Zafarraya) las milicias
contuvieron al enemigo durante menos de un día. Esta resistencia fue rápidamente
barrida por la artillería y la aviación rebelde. El 6 de febrero se rompe el frente, así que
las milicias retroceden en “desbandada” camino de Almería.

En este tropel estaba Francisco Toré Ruiz. Al poco tiempo de ser nombrado
patrullero, “fue destinado al Batallón de Trabajadores que estaba destinado en el frente
de Estepona, donde estaba cuando fue ocupado dicho pueblo por las fuerzas nacionales,
por lo que tuvo que regresar a Málaga y cuando la caída de aquella ciudad, se vino a
Almería” 20 .

Edward Norton, asomado al balcón de su chalet, relató como el día 7 de febrero


una multitud de civiles emprendieron la marcha: “ancianos débiles y de pelo blanco
avanzaban con los demás. Madres con bebés al pecho les seguían con niños aferrados a
sus faldas. Vimos ancianos y hombres jóvenes y niños pequeños, todos cargados con
fardos que algunos ya entonces abandonaban para avanzar más rápido. También había
burros, carros y antiguos carruajes. Unos cuantos vehículos de motor ocupados por
familias de milicianos se abrían paso a bocinazos por la calle llena de gente. Todos los
que pasaban en ese peregrinaje parecían estar poseídos por un temor ciego e irracional.
Cuando volvíamos a casa, nos tropezamos con más gente que se apiñaba en el
Limonar y en las calles próximas a nuestra casa, en dirección a los arroyos. Cuando les
preguntamos, las mujeres permanecieron en silencio y los hombres nos dijeron en voz
baja, con los rostros extrañamente crispados, que se esperaban masacres en la ciudad.
Iban a incendiar o a volar los edificios. La milicia los había sacado de sus casas, que
iban a ser destruidas. Detrás estaba el miedo – el miedo inexplicable – a los moros del
general Franco. Entonces esa pobre gente subió tambaleándose a las montañas. Nunca
habíamos visto una huida tan desesperada y esperábamos no tener que volver a ver
algo así” 21 .

Es en esta fecha cuando comienza el mayor éxodo de la historia contemporánea


de Málaga. Avivados por un mensaje catastrofista, el pánico se apodera de las

20
Declaración del inculpado. Causa nº Causa nº 5942/1940. Citado anteriormente.
21
<<Muerte en Málaga>>: ob cit, pag 398

22
poblaciones. Miles de civiles, sumado a otros tantos miles de refugiados que albergaba
la capital 22 , emprenderán la huida a través de la costa. Lo hacen de forma desorganizada,
llevando consigo todo lo que pudieron llevarse encima, y en tropel. El porqué lo hacían
no estaba muy claro. Decían que los moros venían “cortando cabezas”, “saqueando” y
“violando a las niñas”. Otros afirmaban, como por ejemplo los refugiados de las
poblaciones de alrededor, que allá donde entraban los fascistas se producían
fusilamientos en masa. Hubo quien lo hizo por haber ostentado algún cargo político o
quien temía ser represaliado mismamente por ser de izquierdas. Lo cierto era que los
pueblos se quedaron desiertos. Los que no tomaron el camino de la costa se refugiaron
en el campo, en alguna finca conocida o abandonada. Aquellos que marcharon hacia la
zona republicana experimentarían en sus propias carnes el horror de la guerra.
A medida que la multitud avanzaba, en las zonas donde la carretera transcurría
paralela al mar, los barcos enemigos descargaron sobre el río humano sus temibles
obuses - blancos idóneos para un ensayo militar -. En el trayecto Caleta de Vélez-
Lagos-Torrox-Nerja-Maro los evadidos corrían despavoridos en todas direcciones,
escondiéndose en cualquier sitio con que resguardarse de los proyectiles.
Un peñasco, debajo de un puente, entre medio de una plantación de cañas de
azúcar, sobre la cuneta, todos eran coberturas insignificantes. El tiempo corría
rápidamente mientras que la aviación los sobrevolaba soltando bombas y ametrallando
sin reservas.
Allí donde las masas se agolpaban más, un obús caía y mataba simultáneamente
a docenas de inocentes. Pero no solo morían a consecuencia de la metralla, sino del
desfallecimiento, la enfermedad, el hambre. Fueron siete días de eterno infierno.

22
No hay que olvidar que la población de Málaga se duplicó por el efecto del torrente de refugiados que
se desplazaron de las otras zonas andaluzas en manos nacionales.

23
JOSEFA JIMÉNEZ ARJONA

Josefa Jiménez Arjona, nació en 1922.

Josefa Jiménez Arjona nos explica que: “mi familia huyó por mi culpa. Mi padre
era panadero y nunca se metió en político. Pero como decían que los moros venían
cortando cabezas, y yo era muy asustona, nos fuimos. El día que huimos yo me acerqué
al Puerto de la Torre porque allí había unas barricadas. Sólo había un hombre con un
fusil, le habían dejado solito. Entonces nos volvimos y por la calle Tacón la gente iba
diciendo que los fascistas estaban ahí en el Puerto de la Torre y ya empezaron a dar
cañonazos.
Salimos de Málaga yo, mi madre, mi padre y mi abuela. Nos llevamos toda la
ropa que teníamos, la cual guardamos en hatillos. Los zapatos nuevos los llevábamos
en la caja y todo. Pero todo lo tiramos por el camino. Llegamos hasta Nerja. A mi
madre se le puso un pie malo y no podía andar. Le pedimos a una camioneta con gente
que huían que nos llevara. Pero sólo dejaban montar a mi madre y ella no quería
separarse de nosotros.
Una noche nos encontramos con una familia conocida de Málaga que eran unos
siete y ya nos unimos todos. Esta familia llevaba el ajuar de un hijo que se iba a casar,
y por la noche para que no nos perdiéramos en la carretera nos pusimos todos una
servilleta en la cabeza. Iba tanta gente que parecía peor que una feria. Se escuchaban
los niños llorar llamando a sus madres porque se perdían.
Dormíamos en cualquier descampado. Al llegar el día, venían los aviones. Nos
metimos en un puente y al salirnos, bombardearon el puente. Nos metimos en las cañas
dulces. Oíamos decir “tocarse el cuerpo a ver si tenéis sangre porque la metralla no se

24
nota”. Y nosotros veíamos hasta la cara de los pilotos tirando con la ametralladora. Y
nosotros allí escondidos. Cuando pasaban los aviones, otra vez a la carretera. Venga
andar, venga andar. Mucha gente muerta en las cunetas. “¡Que vienen las tropas
fascistas detrás!” gritaban. Y venga correr. Yo ya perdí los zapatos. Mi padre se llevó
una cesta con comida, pero de tanto andar nos lo zampamos todo. Luego estábamos
enmallados el resto del camino.
Entonces, oímos decir que deberíamos andar por el campo través, por los
montes, porque por la carretera venían ya los italianos pisándonos los talones. Y nos
quedamos dormidos por la noche. Luego por la mañana no me podía levantar del
reventón. Tenía los pies reventados llenos de sangre. A mitad de la noche escuchamos
unos pasos y como estrellaban la culata de un fusil en el suelo como aviso de que
alguien había venido. Sentimos un miedo de espanto. “Buenas noches”, dijo una voz.
Ya está. Ya nos han cogido. Y dijo “hola, ¿qué hay, camarada?”. Suspiramos porque
no era un fascista, sino un miliciano. Eso era otra cosa. Eran dos con fusil. Dijeron que
iban a tirar por el monte y se fueron sin más.
El día después mi padre se perdió. Lloramos mucho y creíamos que no lo
volveríamos a ver. La gente nos consolaba diciendo que seguramente estaré más
adelante, así que seguimos. Levantábamos todos los cadáveres con los que nos
tropezábamos para ver si era mi padre. Así pasó otro día.
Al amanecer vimos a lo lejos un cortijo. Estábamos hambrientos y nos
acercamos. Y estaba aquello hasta los topes de gente que huía como nosotros. Estaba
repleto. Le preguntamos a la dueña si tenía algo de leche que vendernos, y nos
respondió que podíamos coger la fruta que quisiéramos. Había naranjas. Nos dijo que
podíamos pasar la noche pero que gastáramos cuidado que no se quería meter en un lío.
Me acuerdo que nos dieron un cazo de puchero con unos garbanzos durísimos, pero
aquello nos supo a gloria, una cucharada a cada uno.
Al día siguiente calentaron una olla con leche en la puerta y bebimos un vaso.
Uno de los milicianos que allí había, dijo - ya han pasado los fascistas. Yo voy a tirar el
fusil y me voy a entregar -.
Nos dijo que en cuanto bajáramos a la carretera que alzáramos el brazo y
dijéramos Arriba España. De este modo andamos hacia la carretera y camión que
veíamos, camión que alzábamos el brazo. Los italianos que iban en esos camiones nos
tiraban higos, pasas o trozos de pan que nosotros, hambrientos, cogíamos y se nos lo
repartíamos.

25
De regreso vimos muchos muertos, a los cuales le echaban cal viva y los
enterraban en fosas comunes.
En Torre del Mar cogimos un tren de carga y llegamos por fin a Málaga. ¡Allí
estaba mi padre esperándonos!”.

Dicen que hasta hace relativamente poco se habían encontrado restos de huesos
humanos en la costa, - muertos de la guerra – decían. Es la parte triste de esta historia.
Pues nunca se sabrá el número exacto de víctimas caídas como consecuencia de este
atroz ataque sobre la población civil.
Actualmente se está investigando en profundidad 23 . Pese a no existir registros
que nos den cifras fidedignas, se estima que entre 3 y 5 mil personas murieron en la
carretera de Málaga-Almería.
Siempre se ha resaltado el episodio de Guernica y los bombardeos sobre Madrid
como paradigmas del terror estratégico para reducir la moral del enemigo, pero este
episodio, que hasta ahora había sido ocultado por la memoria colectiva, simbolizó con
creces la crueldad de esa guerra “incivil”.

OCHO AÑOS DE SANGRE

Más incivil fue la situación de Málaga ocupada por los militares. Entre julio de
1936 y febrero de 1937 el paso de la revolución había dejado la escalofriante cifra de
2500 muertos en la provincia, cosa que no iba a pasar impune por las personas que en el
“período marxista” perdieron algún familiar.
En cada pueblo las viudas de los “mártires por Dios y por la Patria”, al amparo
de los aparatos coercitivos del ejército nacional, clamaban la muerte de los asesinos de
sus maridos. Si bien homicida podía ser cualquiera, ya que sospechaban de todos. Si por
ellas fuera, hubiesen acabado con toda la “chusma” del vecindario, pero se
complacieron con mandar a fusilar a cientos de “reos” sin pruebas.

23
Investigaciones llevadas a cabo por Lucía Prieto Borrego, Encarnación Barranquero Texeira, Jesús
Majada y mis estudios particulares. Mi opinión se centra en que se abre una vía de estudio en los archivos
municipales. Cuando los nacionales se hacen con Málaga, recomponen los Padrones que habían sido, en
su mayoría, quemados anteriormente. En estos censos poblacionales aparece siempre la cifra de
“Ausentes”. En Colmenar, por ejemplo, y en Periana se conservan susodichos censos. Pero no así en el
resto de la provincia por haber desaparecido.

26
Al mismo tiempo, las denuncias también caían de los empresarios, propietarios y
labradores del bloque conservador que, ya hartos de reivindicaciones obreras, huelgas y
reformas agrarias, quisieron barrer a sus “oponentes de clase”. Y más si en ese período
el Comité se incautó de sus tierras y fábricas o bien requisó sus frutos o su ganado.
Algunos, los que más, se aprovecharon de esta coyuntura y eliminaron a familias
enteras para, acto seguido, apropiarse de sus tierras.
Los primeros en ser eliminados fueron los propios militares que se habían puesto
del lado de la República y los milicianos que hicieron frente a las tropas conquistadoras,
pese a no haber habido resistencia apreciable. Luego, les siguieron alcaldes de izquierda,
concejales del Frente Popular, presidentes de sindicatos obreros, miembros de comités,
delegados de Juntas revolucionarias, políticos republicanos, milicianos locales,
comisarios políticos e ideólogos.
Había que prodigar el correctivo castrense si con ello higienizaban la ciudad de
“indeseables rojos”. Se impusieron, pues, castigos ejemplarizantes, tan “ejemplares”
que machacarían sin piedad durante ocho años.
En los primeros momentos la maquinaria represora militar juzgaba a los
“marxistas” mediante juicios sumarísimos masivos, enjuiciándose entre 60 y 120
personas a la vez.
Eran procesados sin ningún tipo de garantías, cuyos cargos resaltaban con
delitos ambiguos como “adhesión”, “auxilio”, “incitación” o “excitación” a la “rebelión
militar”; términos contradictorios si pensamos que fueron sus inquisidores los que se
rebelaron contra un régimen legal, o sea, el mundo de patas arriba.

Josefa Jiménez Arjona dice que: “Por uno mataron cuarenta. A mi me mataron
un tío con ocho hijas. Era florero y se metió de miliciano porque no tenía dinero y le
daban 10 pesetas al día. El mismo portero de donde vivía le denunció. Le hicieron un
juicio y como la cárcel estaba a reventar, lo recluyeron en un barco. Mi tía cogía una
lanchilla e iba a verlo. Al poco, una mañana que fue a verlo, le vio que lo sacaron y le
gritó - ¡Isabel que me llevan a la cárcel, allí tienes que ir a verme! -. Cuando fue mi tía
a verlo al día siguiente, tenía el petate en la puerta porque lo habían fusilado en el
cementerio. Mi tía pudo ir a reconocer el cadáver y, debido a la rabia, insultó a los
guardias civiles - ¡asesinos, criminales! -, pero ellos no le hicieron nada. Sus ocho hijas
se tuvieron que meter en un convento”.

27
La sed de sangre se hizo notar a partir del 12 de Febrero de 1937 (cuatro días
después de la toma de la Plaza), en cuya fecha empiezan los fusilamientos intensivos en
el cementerio de San Rafael. Fusilan a unos 450 en febrero, 746 en marzo, 234 en abril,
131 en mayo. Y así poco a poco se irán estabilizando los números. Aunque también los
paredones de otros campos santos se tiñeron de igual modo. En Vélez-Málaga se fusilan
en marzo, mes en que dan comienzo las ejecuciones, a 119 personas. A final de año
alcanza la cifra de 172.
En Ronda, Teba, Cártama, Alhaurín se reproducen análogos procesos represivos
llegando a superar el centenar de muertos. Es necesario caracterizar esta primera fase
como parte de un programa de retaguardia, despiadado y brutal, en el que segaron la
vida de más de 3000 personas, período que abarcó 1937; y seguiría ascendiendo hasta
1945. El sentido a toda esta matanza se fundamentaba en la implantación del terror,
abrazada a la sin razón de la venganza.
Los jueces militares tenían como norma general sentenciar a todo aquel que
hubiera participado en los engranajes de la revolución. Haber tenido, por ejemplo, un
cargo responsable en el comité, era materia bastante para ser enjuiciado. Porque, según
estimaban, desde el primero al último de los que integraban aquellas Juntas
revolucionarias eran “responsables directos” de los asesinatos que se cometieron en la
etapa anterior y metieron a todos en el mismo cajón.
Detrás de estas acusaciones se dibujaba un entramado menos superficial, lleno
de tópicos. Se trataba de librar una cruzada contra “el ateismo extranjero” enarbolando
el estandarte de la espada y la cruz; de “anticiparse” a la revolución bolchevique de tipo
soviético que se estaba fraguando en el país.
Sin embargo, la realidad era cien veces más cruel. Había que acabar con el rival
político, es decir, con el conjunto que formaban las izquierdas y, por tanto, entronizar un
Estado netamente católico, conservador y en el que no existiera la lucha de clases.
Desde que Franco tomara la jefatura del nuevo Estado Nacional el 1 de octubre de 1936,
esta idea se hizo más firme, solo que, al final, su nombramiento acabó en dictadura.
El problema de España, valoraba el caudillo, debía ser cortado de raíz y extirpar
ese tumor llamado “Izquierdismo” se hacía, en palabras de Queipo de Llano, con “café,
mucho café”. Ya no solo consistía en enviar al paredón a líderes obreros y milicianos,
sino que muchos republicanos moderados tuvieron que amoldarse al nuevo contexto,
denegando de sus ideologías, o acabar en una fría cárcel. Y, al principio, todo el mundo
creyó que si no se tenía “las manos manchadas de sangre”, la justicia militar iba a ser

28
benevolente con ellos. Excepto que aquel pregón se convirtió en una patraña. Eso
mismo terminó pensando el alcalde de Málaga, Eugenio Entrambasaguas Caracuel, en
los últimos minutos de su existencia.
El alcalde había pertenecido al Partido Radical de Lerroux hasta que en 1933, a
causa de disidencias políticas, se forma en Málaga Unión Republicana, bajo el ideario
de Martínez Barrio. De espíritu pacífico y moderado, al estalla la guerra, se verá
atrapado entre la espada y la pared. Su actuación en los meses siguiente al golpe militar
se caracterizó por “velar por la marcha de la administración municipal, sin mezclarse
para nada en cuanto rozara apoyo a la rebeldía contra el ejército liberador” 24 . Aunque
intentó dimitir del cargo tres veces consecutivas, ya que en el fondo deseaba
desembrazarse de tales responsabilidades, fue amenazado de muerte si lo hacía. Sus
humildes sentimientos no iban acorde con aquella oleada de violencia. De hecho, como
se apreció, salvó la vida a muchas personas sin distinción ideológica, pese a sufrir “un
sin número de calamidades” 25 . Censuraba continuamente las atrocidades que se
cometían y “aconsejó a los Guardias Municipales a sus órdenes por todos los medios
impedir crímenes y desmanes” 26 .
Él no huyó junto a las demás autoridades malagueñas el 8 de febrero de
1937, ”porque le parece más noble quedarse” 27 , en palabras del teniente Franco, autor
de su detención. Quizá lo hizo por nobleza, pero tenemos la certeza que se quedó
porque en ningún momento creyó ser culpable de crímenes y, de otro modo, pensó que
las familias que salvó, responderían por él, devolviéndoles el favor. Autores como
Ramos Hitos ha juzgado mal a estas personas, que quisieron mantener la República a
flote, aunque se viesen a la deriva en un mar revolucionario.
Sus amigos declararon a su favor y señalaron la enorme labor humanitaria que
hizo, así como que fue en todo momento un <<prisionero del Frente Popular>>, incapaz
de haber atentado contra las personas y guardando respeto a la monjas a las que ayudó
en muchas ocasiones.
En el juicio, celebrado el 2 de marzo de 1937, se acumularon una serie de cargos
que, visto con ojos de ahora, se tratan de menudencias. Fue juzgado por masón de la
“Patria Grande”, a la que sólo perteneció escasamente unos meses en 1930 y 1931.

24
Declaración del Alcalde de Málaga, procesado Causa 7/1937, Juzgado Militar nº 15 de Málaga. Proceso
contra Eugenio Entrambasaguas Caracuel. Citado anteriormente.
25
Declaración del Alcalde de Málaga, procesado Causa 7/1937. Citada anteriormente.
26
Declaración del Alcalde de Málaga, procesado Causa 7/1937. Citada anteriormente.
27
Oficio del Teniente Franco, a 10 de febrero de 1937. procesado Causa 7/1937. Citado anteriormente.

29
También se le acusa de participar en la Junta de Depuración del personal administrativo
del Ayuntamiento, pese a no encontrarse pruebas de ello; de ser el presidente del
Comité de Agricultura, cosa cierta ayudando a la siembra de la patata; de gestionar el
envío de víveres (vino, higos, pasas y naranjas) al frente de Madrid; de escribir una
carta a la Sociedad de Naciones con el objeto de remitir cargamentos de leche
condensada para niños enfermos; de ayudar en la construcción de refugios antiaéreos;
de entregar las llaves de la Catedral de Málaga para hospedar a los refugiados, orden
que tuvo que cumplir por coacción; incluso le achacaron su amistad con el comentarista
de Radio Málaga, Martínez Nieto, el cual expresaba mensajes agitadores a la población.
Todas estas acusaciones contaban como “hechos punibles” y constitutivos de un delito
de colaboración con la “rebeldía”. El fallo fue irrevocable: pena de muerte.

Eugenio Estrambasaguas Caracuel junto al Comité Municipal de Unión Republicana. Enero de


1936

En la noche del 5 de marzo de 1937 El último alcalde republicano de Málaga fue


fusilado en las tapias del cementerio de San Rafael junto con 83. Nunca tuvo las manos
machadas de sangre.
Otros tuvieron la suerte de encontrar el respaldo de gente influyente. Luís Ramos
Díaz de Vila contó con la ayuda del ejército y de la guardia civil y alegó que, aunque
tuvo que presentarse como rojo en un Batallón, lo hizo por motivos de supervivencia.
Además, su hermano se convirtió en uno de los “mártires” de la Causa por haber
perecido como héroe del Movimiento en aquellas primeras jornadas. Luís fue absuelto.

30
El Tribunal Especial que funcionó en la etapa republicana – y que tanto bien
había hecho – también fue depurado. La sentencia se dio el 27 de febrero de 1937. Los
jueces Manuel Prieto, Francisco Javier Ciezar y el fiscal Aurelio Valenzuela fueron
absueltos. El vocal Felipe Varea Viniegra fue condenado a muerte, ejecutado como
cabeza de turco el 2 de marzo de 1937. Y, por último, el presidente Atilano Lorente
González y el vocal Francisco Bermúdez del Río fueron condenados a reclusión
perpetua, o sea, 29 años y 365 días. Ambos fueron recluidos en al Prisión Provincial de
Málaga ese mismo día.
El 17 de septiembre de 1940 enviaron una propuesta de conmutación, aprobada
y reducida la condena a 6 años y un día de reclusión mayor. Francisco Bermúdez del
Río conseguiría la libertad condicional el 16 de diciembre de 1940, trasladando su
residencia a Alozaina, y alcanza la libertad definitiva el 3 de marzo de 1943. Su
intervención, digamos obligada, en el Tribunal Popular le costó 3 años de cárcel, la
pérdida de la carrera e inhabilitación para desempeñar cargos civiles y profesionales
correspondientes a su oficio. Bermúdez se ganó a partir de entonces la vida haciendo
consultas como abogado. Fueron para la familia años difíciles.

Francisco Bermúdez del Río, segundo por la izquierda. En Alora, 1944.

Francisco Toré Ruiz llegó a Almería tras la desastrosa evacuación. Allí se sacó
el carnet de chofer y quedó emplazado en el Parque de Automovilismo del Ejército
Republicano. Luego pasó a un batallón de transportes en Murcia hasta la terminación de

31
la guerra. En virtud de orden se presentó en el Gobierno Civil de esa provincia para
pasar dos meses en un campo de concentración hasta ser libertado. Regresó a Málaga
en 1940 y en el mes de abril de ese año marchó a Murcia en busca de trabajo. Visto que
no lo encontró, pasó por Almería donde fue detenido.
La Guardia Civil almeriense le interrogó, empleando métodos de tortura,
procedimiento que habitualmente empleaban. Le obligaron, de este modo, a confesar
delitos que no cometió, incluso se tuvo que inventar crímenes con tal de que cesaran el
maltrato. El 1 de noviembre de 1940 ingresa en la prisión de Málaga a esperas de un
juicio. Se le abre un expediente, pero pasa el tiempo y no lo procesan. En 1942 el Juez
Militar declara su peligrosidad y se le condena por “Auxilio a la Rebelión”. Saldrá en
libertad el 5 de diciembre de 1945 gracias a un indulto.
Francisco Toré se podría considerar como un sujeto pasivo, arrastrado por las
circunstancias, pero que tuvo que sufrir la justicia franquista por el mero hecho de haber
empuñado un arma – aunque no disparara ni un solo tiro –, pertenecido a una patrulla de
registro y, más tarde, haber ingresado en el ejército republicano. Por todo esto fue
considerado un “sujeto peligroso” y había que darle un escarmiento.

Edward Norton, ex diplomático americano afincado en el Limonar, Villa de Los Pinos.

32
APOLOGÍA DE UN CONFLICTO

Edward Norton siguió escribiendo en su diario hasta el final de la contienda y


los años relativos a la II Guerra Mundial. Durante este tiempo criticó duramente los
asesinatos de los “rojos”.
Sin embargo, no llegó a hablar en sus escritos de los fusilamientos del bando
franquista. Él se cotejaba con las autoridades malagueñas, así que a ciencia cierta debía
conocerlos, aunque estos mecanismos represivos fueran silenciosos, fríos y mecánicos.
En el caso contrario, puede que se asombrara de la barbaridad con que sus
“amigos” militares articulaban la represión, dejando la cifra de más de 6.000 víctimas
desde 1937 a 1945. Los fusilamientos cesaron en 1945 a causa de la derrota de Hitler y
la consiguiente victoria Aliada. Franco deliberó que sería más conveniente mostrar a los
de fuera una impresión menos sanguinaria de su régimen y procedió a rebajar la
represión. Éste fue el año de los indultos.

Edward percibió el triunfo de Franco y la dictadura como la salvación del país.


En su diario, a propósito de una carta escrita por intelectuales británicos a favor de la
causa republicana, formulaba la siguiente pregunta “¿Cómo explicar a los
“intelectuales” el hecho de que la mitad de España simpatizase con los “fascistas”,
sabiendo que España es ingobernable, conscientes de que en España el pueblo no está
preparado para vivir bajo un sistema “democrático” de gobierno y que la dictadura es
para ellos la única forma de gobierno que puede garantizar la estabilidad?” 28 . La II
República, reprocha él, había tenido la culpa de que la nación llegara a tales extremos.

Sin embargo, como buen conservador, el señor Norton no alcanzó a comprender


que tanto unos como otros tuvieron sus errores: los reaccionarios católicos-
conservadores sumados a los revolucionarios obreros. No hubo consenso ni tregua.
Ambos bloques se embistieron desde el advenimiento de la República. En un país
eminentemente agrario, como era entonces España, los historiadores deberíamos
indagar más en las reformas republicanas y su evolución para poder entender todos los
conflictos que surgieron.

28
<<Muerte en Málaga>>. Ob cit pag 204.

33
Cambios como la subida de los jornales de 3 a 5 pesetas, reducción de jornadas
laborales, creación de bolsas de trabajo, instituciones reguladoras en materia de
contratas, desahucios y bases de trabajos (Junta Mixta de Patronos y Obreros), ley de
Laboreo Forzoso, la ley de Fronteras, revisión de los contratos de arrendamiento,
saneamiento de los Repartimientos de Arbitrios, expropiación de los grandes latifundios
pagada por el estado, etc., tuvieron sus errores y sus aciertos, siendo bienintencionadas
en cada caso. Por primera vez en el país se llevan a cabo procesos democráticos
modernizadores. A esto añadiría, en palabras del historiador británico Anthony Beevor
que “la República trataba de llevar a cabo, en pocos años, un proceso de reforma
social y política que, en cualquier otro país, había requerido un siglo” 29 .
Lo que ocurrió fue que España estaba sumida en aquel entonces en un
hermetismo socio-económico de tipo arcaico, consagrado por un bloque católico
conservador poderoso y cohesionado, quienes obstaculizaron el cumplimiento de las
transformaciones en todos sus caracteres. No sólo lo soslayaron, sino que en el caso de
que pudieran aportar ideas o beneplácitos, no lo hicieron. Primero porque creían que sus
intereses estaban siendo atacados por una especie de “revolución”. Segundo porque no
simpatizaban con el republicanismo en sí.
Por otro lado, “el bajo nivel de las técnicas agrícolas tenía inmovilizada en la
tierra a la mano de obra acuciada por el hambre y ponía en peligro el desarrollo
industrial capaz de absorber productivamente en las ciudades el excedente de mano de
obra” 30 . En la provincia de Málaga, por ejemplo, las tareas agrícolas tenían un fuerte
nexo con la industria exportadora a manos de empresas locales – Casa de Larios –, y
extranjeras – Bevan S.A. –. El solo hecho de que las lluvias torrenciales (como las que
hubo en los años 35-36, los inviernos más lluviosos del siglo) produjesen una
disminución en la productividad agrícola, afectaba en cadena a las empresas
exportadoras y a las industrias y, por lo tanto, al desempleo. A falta de técnicas
modernas de explotación y de un plan financiero de prevención, los efectos
meteorológicos podían ser nefastos para el jornalero sin tierra.
No hay que obviar los anteriores contextos como parte de un proceso de
gestación. Más claro está si observamos la trayectoria política, donde podemos
vislumbrar un corte en las reformas a consecuencia del bienio conservador. Sin duda

29
BEEVOR, ANTHONY: La Guerra Civil Española. Crítica. Barcelona. 2005. pag 8
30
FRASER, RONALD: Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Biblioteca de la Guerra Civil. Planeta
DeAgostini. Barcelona, 2005. pag 276-77.

34
esta incisión irritó la paciencia del proletariado. Al producirse una metamorfosis en la
mentalidad, una “revolución psicológica de las aspiraciones crecientes” 31 , en el que las
capas sociales menos favorecidas se sintieron partícipes de los nuevos tiempos que se
antojaban positivos, no cabe duda que esto produjo el viraje hacia posiciones más
extremas por parte de las agrupaciones obreras (sin contar la posición de los
anarcosindicalistas que desde el principio estuvieron en oposición a todo Gobierno).
Vemos aquí que en esta amalgama hubo sus pros y sus contras.
La Guerra Civil Española pudo haberse evitado. No forma parte de la
“Providencia” o del determinismo histórico que un grupo de generales se alzara en
armas contra un régimen legal que vivía en aquellos instantes sumido en conflictos
sociales. Bastaría que estos insurrectos no hubiesen proclamado el estado de guerra, o
que los líderes políticos de la izquierda y de la derecha se hubieran esforzado por hacer
un llamamiento a la calma y la moderación. “hay que encontrarle otros orígenes
distintos a los de la mala combinación ministerial, una buena voluntad frustrada, la
torpeza de un presidente. La España del siglo XX heredó grandes desequilibrios
sociales (…) Regionales (…) Espirituales” 32 . En otras palabras, “es una larga cadena
de fenómenos intercondicionados los que crearon primero una situación y luego
produjeron la coyuntura de máxima conflictividad a la que bastaron uno o varios
“detonantes” (que otros llaman “factores desencadenantes”) para hacerla saltar en el
verano de 1936” 33 .
Sí aclarar que la violencia que surgió tras el golpe militar fue “consecuencias de
hondos problemas; de una profunda crisis estructural” 34 . La transición entre la Edad
Moderna y la Contemporánea, con la caída del Antiguo Régimen, fue anómala en
nuestro caso. Puesto que la peculiar revolución burguesa del siglo XIX se caracterizó
por incesantes guerras, pronunciamientos militares, revueltas y agitaciones populares; o
sea, una historia asentada “sobre un fondo de violencia latente” entre “lo nuevo que
pugnaba por emerger y lo viejo que no quería desaparecer” 35 .

31
PAYNE, STANLEY.: El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil Española (1933-
1936). Biblioteca de la Guerra Civil, Planeta DeAgostini. Barcelona, 2005. pag. 26
32
VILAR, PIERRE: Biblioteca de la Guerra Civil, Planeta DeAgostini. Barcelona, 2005. pag. 11
33
En <<Orígenes lejanos y próximos>> por TUÑÓN DE LARA, MANUEL: La Guerra Civil Española.
Labor. Barcelona, 1985. pag 10.
34
REIG TAPIA, ALBERTO: violencia y terror. Akal. Madrid, 1990. pag 6
35
JULIÁ, SANTOS; CASANOVA, JULIÁN; SOLÉ I SABATÉ, JOSEP MARIA; VILLARROYA,
JOAN; MORENO, FRANCISCO: Víctimas de la Guerra Civl. Biblioteca de la Guerra Civil. Planeta
DeAgostini. Barcelona, 2005. pag. 12

35
Este choque persistirá hasta 1936 y no podremos entender la guerra civil sino
como la culminación de un proceso de “pugna” entre distintas dicotomías: progresismo-
conservadurismo, militarismo-antimilitarismo, Clericalismo-anticlericalismo, enseñanza
laica-monopolio de la enseñanza católica, Estado aconfesional-Estado católico,
autonomías-centralización del poder, Reforma Agraria-hermetismo agrario, etc.
Si los militares sublevados, como tradicionalmente venían haciendo, no hubiesen
intervenido, “nunca habría comenzado una guerra entre españoles; habrían ocurrido
otras cosas, pero no una guerra” 36 . Sin embargo, 70 años después, aún nos
preguntamos el por qué de aquello.

36
<<Víctimas de la Guerra Civil>>. Citada anteriormente. Pag 14

36

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