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El Yom Kipur

Fue el día santo más solemne de todas las fiestas y festivales israelitas, que
ocurrían una vez al año en el décimo día de Tishrei, el séptimo mes del
calendario hebreo. Ese día, el sumo sacerdote tenía que llevar a cabo rituales
para expiar los pecados del pueblo. Descrito en Levítico 16:1-34, el ritual de la
expiación comenzó con Aaron, o los futuros sumos sacerdotes de Israel, que
entraban al lugar santísimo. Dios destacaba la solemnidad de la jornada
diciéndole a Moisés que advirtiera a Aarón para no entrar en el lugar santísimo
cada vez que sentía hacerlo, sino solamente en este día especial una vez al
año, para que no muriera.

Antes de entrar en el tabernáculo, Aarón tenía que lavar su cuerpo y colocarse


una ropa especial (v. 4), luego, sacrificar un becerro como ofrenda por el
pecado para él y su familia (v. 6, 11). La sangre del becerro había que
esparcirla en el arca del pacto. Después, Aarón debía traer dos machos
cabríos, uno para ser sacrificado "a causa de las impurezas de los hijos de
Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados" (v. 16), y su sangre era
rociada en el arca del pacto. El otro macho cabrío fue utilizado como chivo
expiatorio. Aarón ponía sus manos sobre su cabeza y confesaba sobre él la
rebelión y la maldad de los hijos de Israel, y lo soltaba en el desierto por mano
de un hombre destinado para esto.
El significado simbólico del ritual, especialmente para los cristianos, se ve
primero en el lavado y la limpieza del sumo sacerdote, el hombre que liberaba
el macho cabrío, y el hombre que llevaba los animales sacrificados fuera del
campamento para quemarlos (v. 4, 24, 26, 28). Las ceremonias del lavamiento
de los israelitas a menudo eran requeridas en todo el antiguo testamento y
simbolizaban la necesidad que la humanidad tiene de ser limpia del pecado.
Pero no fue hasta que Jesús vino a hacer el sacrificio "una vez y para siempre"
que la necesidad de ceremonias de purificación cesó (Hebreos 7:27). La
sangre de los toros y de los machos cabríos sólo podía expiar los pecados si el
ritual se realizaba continuamente, año tras año, mientras que el sacrificio de
Cristo fue suficiente para todos los pecados de todos los que llegaran a creer
en Él. Cuando se hizo Su sacrificio, Él declaró, "consumado es" (Juan 19:30).
Luego, Él se sentó a la diestra de Dios, y ya no se necesita ningún otro
sacrificio (Hebreos 10:1-12).
Es evidente, por lo tanto, que aunque el Día de Expiación judío no eliminó el
pecado de manera definitiva, ni siquiera de Israel, los diversos rasgos de esta
celebración anual tenían un carácter típico. Prefiguraron la gran expiación de
los pecados que hizo Jesucristo, el ‘sumo sacerdote a quien los cristianos
confesamos’. (Hebreos 3:1) «Por tanto, hermanos santos, participantes del
llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra
profesión, Cristo Jesús».

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