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Este documento resume el proceso de Ortega para analizar una metáfora. Analiza la metáfora de Hölderlin "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona". Explica que la metáfora crea un nuevo objeto estético distinto de los objetos reales que compara. Al abandonar las imágenes reales de "hombre" y "Dios", se crea un nuevo objeto "hombre-Dios" donde sus sentimientos se funden en el mundo del arte.
Este documento resume el proceso de Ortega para analizar una metáfora. Analiza la metáfora de Hölderlin "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona". Explica que la metáfora crea un nuevo objeto estético distinto de los objetos reales que compara. Al abandonar las imágenes reales de "hombre" y "Dios", se crea un nuevo objeto "hombre-Dios" donde sus sentimientos se funden en el mundo del arte.
Este documento resume el proceso de Ortega para analizar una metáfora. Analiza la metáfora de Hölderlin "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona". Explica que la metáfora crea un nuevo objeto estético distinto de los objetos reales que compara. Al abandonar las imágenes reales de "hombre" y "Dios", se crea un nuevo objeto "hombre-Dios" donde sus sentimientos se funden en el mundo del arte.
En Ensayo de estética a manera de prólogo, Ortega hace un análisis de la metáfora
de López Picó, donde identifica un ciprés con una llama, desde un punto de vista estético. Esto quiere decir que Ortega desecha la habitual concepción de la metáfora, para pasar a considerar la metáfora como “la célula bella”, dando lugar a un objeto estético nuevo que parte de cada elemento de la metáfora, pero que configura una nueva realidad. Así, la metáfora es la herramienta que mejor nos ofrece el llamado sentimiento estético.
En el presente ensayo trataremos de imitar el proceso que hace Ortega para
desglosar una metáfora, pero considerando la siguiente frase: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona” (Hölderlin, 1998, p. 26). Tratemos, pues, la identificación que Hölderlin hace aquí con los términos “hombre” y “Dios”.
En primer lugar, debemos enfocar nuestra atención en lo que consideramos el
objeto metafórico (“la célula bella”), pues en ella se nos aparece el objeto estético por excelencia. Partimos de una semejanza relativa entre “hombre” y “Dios”, pues son términos que, aun siendo distintos, guardan cierta relación. Es decir, tienen semejanzas inesenciales, pues sus esencias no son comunes. Sin embargo, esta asimilación entre conceptos no es en cualquier caso lo principal de la metáfora, al contrario de como se suele considerar. La semejanza real entre “hombre” y “Dios” no es más que un pretexto del que partir, pues el sentimiento estético no lo hallaremos en ningún caso en la semejanza del esquema de “hombre” con el esquema de “Dios”. El encanto de la metáfora y su valor estético se pierde si nos detenemos en meramente la asimilación de los términos. Además, como veremos, la metáfora goza de una identidad absoluta entre sus elementos, mientras que, en términos reales, estos tienen ciertos parecidos, pero sin lograr una semejanza esencial y, ni mucho menos, una identidad absoluta donde cada cosa se transparente, y permita ver la otra a través de ella. Para lograr la experimentación estética en la metáfora, deberemos formar un nuevo objeto, el objeto estético que no se identifica con el objeto real. Podemos denominarlo “el hombre bello” y “el Dios bello”. Para ello, es preciso el aniquilamiento de las cosas como imágenes reales, para pasar a ser algo así como “moldes ideales”, aptos para la creación de un nuevo objeto, el objeto estético. Al entrar en contacto mediante la semejanza en la metáfora, el hombre físico y real y el Dios físico y real se sustituyen por hombre en tendencia ideal y Dios en tendencia ideal. Ambos objetos se liberan de sus raíces reales, abandonan sus límites y fluyen en la creación de una nueva estructura donde ambas se mezclan. Tras este proceso, entendemos que la metáfora debe pronunciarse en una realidad donde, sin absurdo, el hombre pueda ser un Dios, aunque realmente no lo sea porque no comparten semejanzas esenciales. Se da al mismo tiempo la identidad radical y la no-identidad radical de ambos términos, lo cual, en términos reales, sería absurdo, pero no necesariamente en términos estéticos. Es por ello que la metáfora requiere abandonar la visualización de los objetos como imágenes reales, para dotarles de un carácter “bello” donde puedan fundirse en un nuevo objeto estético, sin contradicciones lógicas.
En este territorio nuevo y especial donde habita la metáfora y el arte, encontramos
posible la compenetración entre “hombre” y “Dios”. Más allá de la imagen de “hombre” o de “Dios” de manera objetiva y sustantiva, nos interesa en su relación con mi subjetividad. Esto es, en la ejecución del acto mío de percibir el “hombre”, el objeto es “mi ver el hombre”, con valor verbal, aunque no nos percatemos de dicha conexión con nuestra intimidad. Bien, pues esta percepción subjetiva es lo que llamamos sentimiento, y es aquí donde dos imágenes como “hombre” y “Dios” que son opacas y se excluyen la una a la otra por ser distintas, pueden transparentarse y permitir que percibamos una a través de la otra. Esto solo se da en el lugar sentimental de ambas, lo que podríamos configurar como “sentimiento hombre” y “sentimiento Dios”. En el apartado estético de mi percepción subjetiva de la metáfora, puedo compatibilizar ambos términos y sentir como idénticos “hombre” y “Dios”. Vivimos ejecutivamente la identidad de los dos elementos aunados en un nuevo objeto estético, el llamado “hombre-Dios”. Así, la cosa hombre y la cosa Dios son ahora propiedades de una tercera cosa, de la forma sentimental y ejecutiva del yo de ambas, del denominado objeto estético. Hemos abandonado el mundo real donde se hacía imposible la relación entre ambas, para adentrarnos en el mundo estético y artístico, donde la metáfora es la reina, y donde toda relación es compatible. A través de mi ejecución subjetiva de percibir la cosa, y del carácter sentimental que le otorgo, los términos “hombre” y “Dios” pueden transparentarse y enlazarse en una nueva creación, el “hombre-Dios sentimental”. BIBLIOGRAFÍA -Hölderlin, Friedrich (1998) Hiperión o El eremita en Grecia, Trad. Jesús Munárriz, Hiperión, España.