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ACTIVIDAD Nº 7: “DESTRIPA” UNA METÁFORA AL

MODO ORTEGUIANO

Alejandro Albarrán Pérez

En Ensayo de estética a manera de prólogo, Ortega hace un análisis de la metáfora


de López Picó, donde identifica un ciprés con una llama, desde un punto de vista estético.
Esto quiere decir que Ortega desecha la habitual concepción de la metáfora, para pasar a
considerar la metáfora como “la célula bella”, dando lugar a un objeto estético nuevo que
parte de cada elemento de la metáfora, pero que configura una nueva realidad. Así, la
metáfora es la herramienta que mejor nos ofrece el llamado sentimiento estético.

En el presente ensayo trataremos de imitar el proceso que hace Ortega para


desglosar una metáfora, pero considerando la siguiente frase: “El hombre es un dios cuando
sueña y un mendigo cuando reflexiona” (Hölderlin, 1998, p. 26). Tratemos, pues, la
identificación que Hölderlin hace aquí con los términos “hombre” y “Dios”.

En primer lugar, debemos enfocar nuestra atención en lo que consideramos el


objeto metafórico (“la célula bella”), pues en ella se nos aparece el objeto estético por
excelencia. Partimos de una semejanza relativa entre “hombre” y “Dios”, pues son términos
que, aun siendo distintos, guardan cierta relación. Es decir, tienen semejanzas inesenciales,
pues sus esencias no son comunes. Sin embargo, esta asimilación entre conceptos no es en
cualquier caso lo principal de la metáfora, al contrario de como se suele considerar. La
semejanza real entre “hombre” y “Dios” no es más que un pretexto del que partir, pues el
sentimiento estético no lo hallaremos en ningún caso en la semejanza del esquema de
“hombre” con el esquema de “Dios”. El encanto de la metáfora y su valor estético se pierde
si nos detenemos en meramente la asimilación de los términos. Además, como veremos, la
metáfora goza de una identidad absoluta entre sus elementos, mientras que, en términos
reales, estos tienen ciertos parecidos, pero sin lograr una semejanza esencial y, ni mucho
menos, una identidad absoluta donde cada cosa se transparente, y permita ver la otra a
través de ella.
Para lograr la experimentación estética en la metáfora, deberemos formar un nuevo
objeto, el objeto estético que no se identifica con el objeto real. Podemos denominarlo “el
hombre bello” y “el Dios bello”. Para ello, es preciso el aniquilamiento de las cosas como
imágenes reales, para pasar a ser algo así como “moldes ideales”, aptos para la creación de
un nuevo objeto, el objeto estético. Al entrar en contacto mediante la semejanza en la
metáfora, el hombre físico y real y el Dios físico y real se sustituyen por hombre en tendencia
ideal y Dios en tendencia ideal. Ambos objetos se liberan de sus raíces reales, abandonan sus
límites y fluyen en la creación de una nueva estructura donde ambas se mezclan. Tras este
proceso, entendemos que la metáfora debe pronunciarse en una realidad donde, sin
absurdo, el hombre pueda ser un Dios, aunque realmente no lo sea porque no comparten
semejanzas esenciales. Se da al mismo tiempo la identidad radical y la no-identidad radical
de ambos términos, lo cual, en términos reales, sería absurdo, pero no necesariamente en
términos estéticos. Es por ello que la metáfora requiere abandonar la visualización de los
objetos como imágenes reales, para dotarles de un carácter “bello” donde puedan fundirse
en un nuevo objeto estético, sin contradicciones lógicas.

En este territorio nuevo y especial donde habita la metáfora y el arte, encontramos


posible la compenetración entre “hombre” y “Dios”. Más allá de la imagen de “hombre” o de
“Dios” de manera objetiva y sustantiva, nos interesa en su relación con mi subjetividad. Esto
es, en la ejecución del acto mío de percibir el “hombre”, el objeto es “mi ver el hombre”, con
valor verbal, aunque no nos percatemos de dicha conexión con nuestra intimidad. Bien, pues
esta percepción subjetiva es lo que llamamos sentimiento, y es aquí donde dos imágenes
como “hombre” y “Dios” que son opacas y se excluyen la una a la otra por ser distintas,
pueden transparentarse y permitir que percibamos una a través de la otra. Esto solo se da en
el lugar sentimental de ambas, lo que podríamos configurar como “sentimiento hombre” y
“sentimiento Dios”. En el apartado estético de mi percepción subjetiva de la metáfora,
puedo compatibilizar ambos términos y sentir como idénticos “hombre” y “Dios”. Vivimos
ejecutivamente la identidad de los dos elementos aunados en un nuevo objeto estético, el
llamado “hombre-Dios”. Así, la cosa hombre y la cosa Dios son ahora propiedades de una
tercera cosa, de la forma sentimental y ejecutiva del yo de ambas, del denominado objeto
estético. Hemos abandonado el mundo real donde se hacía imposible la relación entre
ambas, para adentrarnos en el mundo estético y artístico, donde la metáfora es la reina, y
donde toda relación es compatible. A través de mi ejecución subjetiva de percibir la cosa, y
del carácter sentimental que le otorgo, los términos “hombre” y “Dios” pueden
transparentarse y enlazarse en una nueva creación, el “hombre-Dios sentimental”.
BIBLIOGRAFÍA
-Hölderlin, Friedrich (1998) Hiperión o El eremita en Grecia, Trad. Jesús Munárriz,
Hiperión, España.

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