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TRABAJO 2.

DESINTERÉS ESTÉTICO
ALEJANDRO ALBARRÁN PÉREZ

Poca duda cabe de que nuestra propia vida, nuestra propia experiencia vital, esa que
nos caracteriza, nos impregna por completo en tal grado que nos impide ser plenamente
objetivos y emitir juicios neutrales como si hubiésemos nacido hace un par de días. No
obstante, caminar hacia dicho ideal como si de una utopía se tratase resulta de lo más
interesante en estética, pues desprendernos de todos los intereses y condicionantes morales,
religiosos, intelectuales, personales, utilitarios, políticos, sociales, económicos … y un largo
etcétera, nos permite hacer juicios más puramente estéticos. Desprendernos casi de nuestra
propia vida hasta quedarnos solo con nuestra sensibilidad estética, nuestro sentido de la
belleza, como decían los intuicionistas británicos del S.XVII, sin que eso implique olvidar
nuestra experiencia subjetiva, importante en tanto la estética tiene un componente realmente
subjetivo, será la misión del presente trabajo acerca del desinterés estético. Así, podremos
llegar a consensos y comunicarnos en estética sin caer en relativismos, pero sin olvidar la
subjetividad que, según el sensualismo y el intuicionismo, la caracteriza inexorablemente.

Esta imagen, nada más verla, me despierta unas sensaciones un tanto particulares. Mis
primeras impresiones se han caracterizado por la calma, el sosiego, la placidez que me ha
transmitido. Creo que la mayoría de nosotros podríamos llegar a un consenso en que este
paisaje, desde luego, no evoca ninguna sensación frenética de prisa, de dinamismo, de rapidez
o de atropello. La paz, la serenidad y la armonía definen, o así sucede en mi interior, los
primeros sentimientos que se precipitan tras visualizar la imagen. Tengo que especificar, eso sí,
que no encuentro que esos sentimientos de tranquilidad deriven en ningún momento en una
apatía, un tedio, una indolencia o una desidia que proporcionen algún cáliz negativo a las
emociones descritas.

Tras ahondar un poco más en la dimensión estética del paisaje, sus tonalidades
alcanzan una sensación corporal de frío. En ningún caso se antoja cálido y bochornoso; más
bien desembocan en una frialdad tanto térmica como afectiva. Quiero decir, más allá de que
parezca un lugar gélido, esta sensación también tiene consecuencias emotivas. Sin llegar a
parecer un lugar hostil, no parece la típica zona de confort; no es un sitio que se sienta como
un hogar, como una zona de seguridad y estabilidad emocional. No parece un lugar del todo
inocente e inofensivo en el que las sensaciones experimentadas estén aseguradas y se repitan
en cada retorno, como pasaría en un lugar considerado cálido y hogareño. Más bien cabe lugar
para la sorpresa, el vaivén de sentimientos, la impredecibilidad y la experimentación de
sensaciones nuevas, a priori más buenas que malas, pero sin que parezca un sitio del todo
inofensivo y seguro.

De esta incertidumbre se sigue que se antoje un lugar un tanto mágico y misterioso.


Destaca por su capacidad de atracción, de captar la atención del espectador y de atraparle
como una mordaza, de embelesarle como una ventosa. Es difícil permanecer en la indiferencia
ante tales vistas, su fuerza es tan poderosa que resulta llamativo hasta al mayor de los
indolentes. La impasibilidad se me queda muy lejana, muy atrás en el camino, pues, más bien,
me resulta difícil expresar el torbellino de emociones que provoca, esto es, encontrar las
palabras que definan con precisión la variedad de sensaciones que experimento como sujeto
ante tal contemplación estética.

Si tuviera que imaginarme este paisaje en un contexto determinado, aludiría a la


característica antes mencionada de que se me presenta como un sitio tan mágico como
misterioso. Si bien parece ser de noche, el color del cielo lo problematiza, lo pone en duda y lo
hace extraño, como imposible de ubicar en un momento concreto del día o siquiera en un
lugar concreto. A su vez, contribuye a esta extrañeza que sus tonalidades sean casi irreales,
propias de una fantasía o de una mitología, y alejadas de lo mundano. El paisaje se vuelve
irreconocible, su identidad real se diluye en el interminable horizonte, mostrándose
inalcanzable e incluso insospechable.

Esto es lo que le envuelve en un halo de misterio, de una incertidumbre fruto de un


desconocimiento que, de hecho, provoca cierto miedo. Aunque pueda parecer contradictorio
que al principio mencionase que, de primeras, la imagen emanase serenidad y paz, y ahora sea
aterradora, he de confesar que la experiencia estética juega mucho con sentimientos
encontrados, y a veces incluso contrapuestos. Si bien no puedo evitar sentir cierta calma al
contemplar la foto, también es inevitable detectar otro lado de mi sensibilidad que no
deposita una confianza ciega en aquel sitio. En línea con lo anteriormente comentado de que
no parece la típica zona de confort en la que uno se sienta como en casa, con emociones
seguras y estables que se hacen indubitables, este lugar, aparentemente inhóspito y
asilvestrado, tiene algo de tenebroso. Pareciera que nadie viviese ahí, que fuese inhabitable,
totalmente salvaje y virgen del contacto humano. Como nos otorga fiabilidad y confianza lo
conocido, el hecho de que este sitio parezca extraterrestre o ficticio, pero lejano de este
mundo terrenal, le da ese cáliz tan siniestro y misterioso, propio de un terror psicológico. No
quiero decir que sea necesariamente espeluznante y pérfido, sino tan solo que deja entrever la
posibilidad de una sorpresa pavorosa, que no se muestra totalmente fiable, sino que más bien
se mantiene amenazante.

Aun con todo esto, el paisaje se me hace absolutamente bello. No solo su carácter
tétrico no le resta belleza, sino que, de hecho, contribuye a ella. El miedo que dicho lugar
incluye al menos como posibilidad, como una de las cartas de la baraja, al contrario de lo que
pueda creer la lógica racional humana, hace incrementar la seducción del paisaje a mi
recepción estética. Intuyo que algo tiene que ver con la adrenalina, con la imprevisibilidad en
la que te embauca el terror psicológico, pero lo cierto es que lo dota de un cierto
encantamiento, como si estuviera hechizado, que sin lugar a dudas me fascina y que, por
supuesto, abre en sumo grado el horizonte de posibilidades de reacciones estéticas ante dicho
paisaje. No es este el caso en el que el miedo genere rechazo o desagrado, sino que,
contrariamente, puede incluso aumentar su potencia seductora. Análogamente a un poder
hipnótico, la dimensión estética de la imagen actúa de embrujadora, pretendiendo cautivar al
espectador y arrastrarlo a una contemplación más ininterrumpida, hasta que no pueda dejar
de mirarlo, embelesado por su encanto estético.

DIFICULTADES

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