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El tambor y la sangre:

la música más allá del sonido.

Sergio Andrés Sandoval


Maestría en Musicoterapia
Antropología de la música
Universidad Nacional de Colombia

“¿Cómo es que los sonidos comunican y encarnan tan


activamente hondos sentimientos? Esta pregunta debería
hallarse en el corazón de todo interés etnográfico,
humanístico o científico-social por la música.”
Steven Feld

¿Existe la música más allá de lo sonoro? Ésta podría ser una manera de darle la vuelta a un

problema central al que apunta Feld en su texto Sound as a Symbolic System: The Kaluli

Drum (1991): “al signo musical, a las relaciones entre forma simbólica y significado social

y a la ejecución (performance) de los sonidos en tanto que acción comunicativa.” (331).

Por supuesto, el interés del investigador dedicado al toque de tambor entre los kaluli de

Papúa-Nueva Guinea es distinto al que quisiera plantear acá, pues el antropólogo

norteamericano quiere resaltar sobre todo que ciertos “patrones acústicos, son bastante más

que eso” (332). Es decir, Feld a través de su estudio del toque de tambor plantea que los

sonidos pueden ser organizados socialmente para provocar sentimientos y acciones en el

contexto apropiado y la ejecución adecuada. En sus propias palabras:

Este ejemplo ilustra el hecho de que el estudio del sonido como sistema simbólico
implica tanto dar cuenta de las condiciones físicas o materiales de la producción
del sonido del sonido como de las condiciones sociales e históricas de su
invocación e interpretación. En esa medida tal estudio se sitúa en la intersección
del análisis acústico y el cultural. (…) Musicológicamente encontramos un
problema más de fondo. El axioma de muchas investigaciones ha sido que cuando
el sonido no es complejo en los aspectos materiales de su organización acústica,
puede asumirse que su significado social será esencialmente superficial. Desde
este punto de vista, el significado musical se coloca esencialmente “en las notas”,
y no “en el mundo”. La organización melódica, métrica y tímbrica de los sonidos
es tomada como indicador de la significación social del acto musical. (333).

En este punto de su texto, Feld introduce una crítica certera hacia una visión colonialista y

eurocentrista que reinó por largo tiempo en las ciencias sociales y en imaginarios sociales:

La fascinación colonial y generalizada de Occidente con el virtuosismo técnico,


ya sea solista o en conjunto (rasgo que alinea el “genio musical” de las
poblaciones exóticas con el europeo), y la simultánea fascinación con
complejidades rítmicas y métricas desconocidas en las tradiciones occidentales
(marce incontestable de “otredad”), nunca se hizo extensiva a Papúa-Nueva
Guinea, y con toda razón. Lo que actualmente vamos descubriendo sobre las
dinámicas del kundu conlleva una estética muy diferente, que difícilmente puede
ser apropiada o captada desde Occidente dentro del mismo marco conceptual con
que se abarcaron, a veces con una valoración positiva, las músicas de África y de
Asia, y en particular sus tradiciones percusivas. Sin enzarzarme en la polémica
sobre la forma e implicación de tales cierres, aspiro más bien a abrir algunos
problemas significativos, enfrentando la siguiente cuestión: ¿qué significa el que
un fenómeno relativamente simple desde un punto de vista acústico solamente
pueda entenderse por referencia a hechos sociales complejos? Al tratar el sonido
del tambor kaluli como un sistema simbólico, rico tanto por lo que respecta a las
particularidades de su significado situado como en lo referente al esquema general
con que los kaluli dan sentido al mundo, tal vez concluyamos que las
organizaciones acústicas están siempre –antes y a un nivel superior– organizadas
socialmente. (333)

Estas preguntas y problemas abiertos por Feld son amplios y fecundos. A su vez, permiten

sembrar más preguntas y problemas sobre los cuales investigar, escribir, pensar. Su primer

cuestionamiento, el que debe estar en el corazón de todo interés humanístico, nos permite

entrever las posibilidades de significado, emocionalidad, acción y cohesión social que

puede tener el sonido. Pero esta pregunta abre otra: si lo musical concierne también a lo

social, ¿existe música más allá de lo sonoro, hay ámbitos musicales más allá del sonido?

El cuestionamiento que el etnomusicólogo norteamericano realiza a la tradición occidental

con respecto a la fascinación con el vistuosismo y la complejidad, que lo lleva a afirmar

que en el marco conceptual de Occidente no se puede comprender un fenómeno sonoro-


social como el toque de tambor kaluli, podría suscitar la duda de si en ese mismo marco

conceptual eurocéntrico no quepa un fenómeno tan complejo como la música o, más aún,

como el sonido. Finalmente, la suma de metáforas que realiza Steven Feld en su estudio

permite generar otras intuiciones, preguntas y problemas:

1- El tambor es un cuerpo. El exterior decorado y duro cubre el interior


sustantivo, vivo, resonante y dotado de aliento. (…)
2- La voz del tambor es la voz de un pájaro tibodai. (…)
3- El pulso del tambor es el corazón de un perro del bosque (…)
4- El tambor habla como un niño. (….)
5- El pulso del tambor debe “fluir”. Como el agua, que puede correr más allá de
la visión inmediata mientras permanece en nuestro mapa mental, el sonido
debe “seguir contigo” una vez ha acabado perceptualmente. El sonido del
tambor es poderoso cuando trasciende su ocurrencia y persiste en tu cabeza,
fluyendo constante.
6- El pulso del tambor no es discreto (…)
7- El sonido del tambor no es lo que parece. Posee múltiples reflejos, internos y
externos. Como el mismo mundo, dotado de un dominio visible y otro reflejo,
el cual constituye la realidad profunda del primero, la voz del tambor tiene un
interior que es la voz de un pájaro tibodai. Pero los pájaros son también,
reflejos de los difuntos, así que dentro de la voz del pájaro tibodai se
encuentra la voz de un niño muerto, la voz de un espíritu reflejo, ido del
mundo perceptible. Lo mismo le ocurre al sonido. En el interior de la imagen
perceptual más fuerte –las de las octavas producidas por la fundamental, el
primer y el tercer armónicos– existe un sonido interno –la quinta, producía por
el poderoso segundo armónico–. Igual que el juego de fondo-figura del
tambor/niño/pájaro, el sonido del tambor va cambiando de foco, de tal modo
que ese “interior”, llegue a hacerse oír.
8- El sonido del tambor debe “endurecerse”. (349)

Ya para concluir este pequeño texto que más que solucionar pretende cuestionar, quisiera

centrarme en esta suma de metáforas realizada por Steven Feld y en las preguntar surgidas

anteriormente. Para comenzar con la primera pregunta lanzada, habría que aclarar la

noción de sonido que manejamos y por supuesto de música. Dependiendo de estos

conceptos, las respuestas varían, se matizan, se contradicen. En este pequeño espacio,

quisiera aventurar algunas intuiciones. Podríamos empezar por concebir el sonido como

vibración y ampliar el concepto hacia la energía misma que constituye todo. Es decir, todo
es energía, toda energía vibra, toda vibración suena más allá de los límites de la

percepción. Si el sonido es todo, ¿entonces qué es la música? Para recurrir a la metáfora

tan cercana a nuestros pueblos, el sonido es el hilo y la música es el tejido, el sonido es la

sangre y la música es el corazón. Es decir, en este sentido, la música es la conexión de lo

que vibra, los hilos sonoros hechos cuerpo, hechos significado, hechos movimiento. La

música no es exclusivamente un sonido ni necesita sonar o ser percibida acústicamente

para ser el vínculo que nos une con el todo. Podríamos pensar una melodía sin hacerla

sonar literalmente; sin embargo, en el silencio mismo existe una vibración baja, es decir,

un sonido que no percibimos. Siguiendo esta forma de pensar, la música más allá del

sonido implica sus connotaciones sociales, emocionales, espirituales, materiales,

culturales, etc. Pero al mismo tiempo, podríamos pensar que el sonido hace parte también

de estas connotaciones psico-socioculturales. Si seguimos los conceptos de sonido como

energía que compone el todo y de música como ritmo fundamental que permite las

relaciones entre el todo, como organización de ese hilo sonoro en tejidos de cuerpo, acción,

emoción, sin duda las nociones occidentales comunes son muy estrechas. Finalmente, para

aterrizar un poco, podríamos retomar las metáforas del tambor kaluli. La música está

íntimamente relacionada con la naturaleza, lo biológico, lo trascendente y lo espiritual, por

lo que puede permanecer más allá de su ejecución. Así, para terminar, podríamos atisbar

que la música es quizás el pulso vital de la respiración, la armonía que permite la vida y las

constelaciones, la melodía que ronda nuestra cabeza mientras la boca y el cuerpo

permanecen callados y el corazón continua latiendo.

Referencias
Feld, Steven. 2001. "El sonido como sistema simbólico: el tambor kaluli," en Las culturas
musicales. Lecturas de etnomusicología. Editado por F. Cruces y S. d. Etnomusicología, p. 331-356.
Madrid: Trotta

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