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Fundar de nuevo el mundo, después de haber empujado a las cosas de sus formas repetidas y haber
soltado las formas de sus cosas habituales, ¿podría haber sido tamaña utopía una finalidad posible
para la educación que tenía por fin formar para la mayoría de edad, es decir, para la escuela
moderna? Parece bastante claro que no. Sin embargo, es cierto que imágenes como las que sugiere
el poeta –quien probablemente tuviera en mente otros asuntos– merodean desde hace ya tiempo
algunas iniciativas educativas. El asunto es que quedan recluidas a ciertos proyectos privados que,
en el mejor de los casos, es decir, cuando no son tema de marketing, tienen un ínfimo impacto
social, o a aventurados discursos públicos que padecen el pesimismo de los agentes encargados de
transformarlos en acción política y educativa: desde los funcionarios políticos, hasta las autoridades
educativas y gran parte de los docentes. En fin, que la conclusión que suele inferirse de este estado
de cosas es que poco y nada puede hacerse para cambiar el mundo.
Hace no mucho más de una década –pasada cierta euforia de la transformación de los noventa,
euforia que no llegó, por otra parte, a derramarse a las aulas–, la idea de la crisis parecía sobrevolar
los discursos sobre la educación. Ella, en efecto, estaba en todas partes: cuando no era el centro de
las cavilaciones de los docentes, se colaba por cualquier intersticio que los investigadores
educativos dejaran abiertos. La crisis en la educación era invocada por los expertos, bajo diversos
nombres y a la sombra de “muertes” varias –la de la historia y las ideologías, habían sido las más
recurridas en los noventa.
Uno podía leer, por ejemplo, que "como nunca en los últimos doscientos años, se encuentra tan a
flor de piel y forma parte del sentido común (...) la vivencia del hombre con la crisis de valores,
razones, relatos sustentadores del vivir, conocimientos fundantes. De tal manera, (la) crisis de la
modernidad constituye en la actualidad un estado rotundo de nuestra cultura urbano-burguesa"
(Casullo, 1995). Llegamos así a tener la sospecha de que "crisis" era la palabra, la única incluso,
con la que se contaba para decir algo sobre la educación.
En ese contexto, los educadores se veían como representantes de una polis en la que ya nadie
parecía creer –tampoco ellos–; narradores de una historia que se había tornado vacía; autoridades
impotentes, paródicas, pues carecían de todo aquello que era fuente de reconocimiento público.
Por eso el recurso a la crisis educativa. Porque aliviaba pensar que eran tiempos en los que todo lo
demás también estaba en crisis. La idea proveía, al menos, las "flores imaginarias" ante un mundo
intolerable, que necesitaba de ilusiones. Inhibía, sin embargo, al mismo tiempo, la acción: hasta
tanto no cambiara el estado de cosas general, difícilmente podría hacerse algo que transformara de
verdad la escuela.
Ahora bien, ¿qué era eso que había entrado en crisis? De alguna manera, la idea moderna de
educación: la idea de la escuela como el espacio que permitiría conformar, a partir de los infantes
singulares que andaban dispersos, ese sujeto que el Estado, la
sociedad y la historia necesitaban. La definición del sujeto (Alumno, Infante, Menor de edad /
Ciudadano, Hombre, Adulto) preexistía a la reunión de los individuos, haciendo posible proyectar
toda tarea. Se le asignaba un valor meramente instrumental a los modos como las individualidades
podían constituirse, a los vínculos de identificación y distanciamiento que pudieran darse, al deseo
o a la lucha por el reconocimiento. En la tradición moderna, el sujeto/docente y el sujeto/alumno
estaban dados de antemano, tanto como la relación que los vinculaba.
Pero la idea de la crisis educativa comenzó afortunadamente a gastarse. Hace diez años, Estanislao
Antelo escribió que “la palabra crisis no tiene más filo (...). ¿Qué o quién no está en crisis? Si todo
es crisis, nada es crisis” (Antelo, 2003). Llegó un momento, entonces, en el que se hizo necesario
desenmascarar los discursos que la mentaban y lo que se mostró que había, finalmente, era el
recurso quejumbroso a un consuelo estéril. Hastiada la acción ya de tanta queja, urgida la realidad
de transformaciones –los alumnos, los recién llegados al mundo, nos seguían mirando, medían
nuestros actos, nos interpelaban–, fue imprescindible entonces pensar la educación de otros modos.
Según Antelo, “(n)o se entiende una escuela sin el 'en la crisis' (...). Por lo tanto, más que
interrogarnos incansablemente sobre las estrategias para salir de la mentada crisis, podríamos
interrogarnos sobre el lugar que podemos ocupar en la batalla” . La educación sería, así, el “esfuerzo
inaudito por producir batalladores, es decir, semejantes cuya enfermedad radica en su persistencia
en ser otra cosa distinta de lo que son".
La educación, entonces, puede ser pensada como la labor paciente que alienta a quienes procurarán
diferir el orden de las cosas, distanciarse de sí, ser de otro modo. Así planteadas las cosas, la
escuela es, en nuestro mundo, el lugar que hace posible la crisis y a los batalladores.
Ahora bien, dejada atrás la excusa esterilizadora de que “estamos en crisis”, podemos preguntarnos
si existe hoy una educación que se corresponda con este otro modo de ver las cosas –incluso las
cosas políticas–. ¿Cómo se ve a sí misma la escuela? ¿Cuáles son los conceptos y cuáles las
imágenes con que cuentan los docentes para pensarse? Pues es cierto que ya no es habitual que
encuentren amparo en el arsenal de conceptos e imágenes que mentaban la crisis de la educación.
Otro discurso ha comenzado, en cambio, a enunciarse a diario entre las aulas: no el de que es
posible ocupar un lugar en la batalla, sino el de que la batalla está, definitivamente, perdida.
Rotas las flores imaginarias de la crisis de la escuela, no se ha extendido una conciencia de las
potencias del aquí y ahora, sino el imaginario de la desilusión. Ya no queda la esperanza que daba
la crisis: una hipotética superación de las tensiones que atraviesan la escuela, ni pervive la ilusión
del retorno a un supuesto orden pasado de las cosas. “Está más que claro: la primaria estafa a los
alumnos; la secundaria, los engaña”, podemos oír, en cambio, en los pasillos escolares. Los
docentes seríamos entonces los representantes de la fantochada que es la escuela. En el mejor de los
casos, sujetos que resisten obstinadamente, a pesar de que nada permite avizorar que pueda torcerse
el rumbo de las cosas.
La educación que conocemos se sostiene todavía sobre los cimientos del sujeto moderno
–aun cuando hayan quebrado hace tiempo–. En el discurso que circula en las escuelas, las
condiciones actuales son percibidas, entonces, como derrotas o limitaciones del pensamiento y de
la acción; raramente como posibilidades. Al fin de cuentas, la escuela se repliega y, cuando le han
dicho que debía cambiar, lo ha hecho una y otra vez sobre las mismas bases. Tal vez no ha
encontrado conceptos ni imágenes para cambiar de otra manera. En cierto modo, no hizo más que
refundarse a sí misma como lo que ya era: un recinto de quejas. Del cierre de los discursos de la
crisis sólo tomó un lado de la figura: la derrota. No ha podido pensarse a sí misma, todavía, desde
los márgenes y las incertidumbres.
Esta praxis filosófica que son, al fin y al cabo, las presentes Lecciones, asume “la pregunta como
motor que posibilita la reflexión, la sospecha y la desnaturalización de prácticas y discursos que se
asumen como dados de una vez y para siempre”. El legado educativo moderno será objeto
permanente del ejercicio de la sospecha, desde la primera lección hasta la última –más allá de que
haya un eje, el segundo, que se ocupa precisamente de la cuestión.
Creo entrever una suerte de nudo, que es a la vez un conjunto de núcleos estructurantes de cada una
de estas Lecciones. Tomemos por ejemplo la siguiente formulación que sintetiza la última de ellas
–que se ocupa de la interculturalidad en el espacio educativo–. En esta lección “se propone el
diálogo intercultural como una vía alternativa a la concepción liberal y etnocéntrica de construcción
de conocimiento, como un enfoque ético y político capaz de promover acciones transformativas en
los contextos educativos”. Analicemos: 1: las autoras muestran el lugar habitual de la educación, lo
conocido, lo mismo que ha sido, y es aún, hegemónico –en este caso, la concepción liberal y
etnocéntrica del conocimiento–. 2: Exponen, como alternativa a menudo superadora, el camino que
inquieta lo establecido, la posibilidad de la novedad, un espacio que se abre a menudo entre
márgenes e incertidumbre –en la lección referida, el diálogo intercultural–. 3: Señalan el fin del
ejercicio del pensamiento propuesto, que es, a pesar de todas las variables que introducen las
Lecciones, siempre el mismo: promover acciones transformativas en los contextos educativos.
Encontraremos que 1 y 2 son variables que se llenan con conceptos y figuras diferentes en las
sucesivas lecciones. Sólo a modo de ilustración, en una lista que dista de ser exhaustiva:
1 será lo dado, 2: el acontecimiento;
1: el sujeto centrado en la razón, 2: la subjetividad historizada;
1: la reproducción de condiciones políticas y sociales ya establecidas, 2: la emancipación que hace
lugar a la novedad;
1: la pedagogía meramente instrumental y la filosofía sacralizada, 2: el maestro como sujeto de
saber, a cargo de una práctica de libertad;
1: el modelo moderno-ilustrado de la educación, 2: las propuestas educativas del anarquismo y las
de la educación crítica;
1: el poder disciplinario de la escuela, 2: el juego en la infancia y la posibilidad de tener una
experiencia de sí;
1: la educación explicadora, 2: la acción política emancipadora;
1: la asimetría como axioma en la educación, 2: la igualdad como punto de partida;
1: la concepción capitalista de la globalización, 2: la posibilidad de incorporar visiones
periféricas para repensar la globalización;
1: la exclusión del rostro del Otro en la educación, 2: la educación que hospeda al
extranjero;
1: el pensamiento eurocentrado, 2: mostrar, desde América, las caras negadas de la
Modernidad;
1: colonialidad, 2: liberación;
1: la educación bancaria, 2: el espacio educativo dialógico.
A pesar de las variaciones que introduzca cada lección, el fin será siempre el mismo. Lo reiteran las
autoras, de diversos modos, como una gota que necesita horadar la roca, hasta que se abra al menos
un hueco: se trata de promover acciones transformativas en los contextos educativos. Estas
Lecciones valen, pesan e importan mucho, porque pretender dar pistas y elementos para
transformar lo establecido en la educación. Creo que es así de simple y claro.
Son consecuentes, además, con la vocación de preguntar. Por ejemplo, “¿cómo es posible que algo
diferente de la repetición acontezca en el espacio educativo?”. “¿Educamos para la libertad?
¿Educamos por la libertad?”. Han decidido sostener el formato de la lección y esto es algo que
también se agradece, pues proponen pistas diversas y ofrecen un abanico amplio de lecturas, como
si invitaran, para pensar con ellas y nosotros, a un conjunto variado de interlocutores que presentan
con sumo cuidado. Sin embargo, nunca clausuran las preguntas. Ese será trabajo de los lectores que
estemos dispuestos a asumir el riesgo de la acción transformadora. Porque es verdad: “El mundo se
repite demasiado. Es hora de fundar un nuevo mundo”. Y la educación filosófica habrá de ser el
campo de batalla.
Bibliografía
ANTELO, Estanislao (2003), "Tarea es lo que hay". En DUSSEL, Inés y FINOCCHIO, Silvia
(comp.), Enseñar hoy. Una introducción a la Educación en Tiempos de Crisis., Bs. As., FCE
BÁRCENA, Fernando y MÈLICH, Joan-Carles (2000), La educación como acontecimiento
ético. Barcelona, Paidós
CASULLO, Nicolás (1995), Modernidad, biografía del ensueño y la crisis", en CASULLO, Nicolás
(comp.), El debate modernidad posmodernidad, Bs. As., El cielo por asalto
Introducción
Las lecciones que aquí presentamos surgen del recorrido de lectura que como equipo
docente interdisciplinar nos planteamos a la hora de enseñar Filosofía de la Educación.
Nuestro interés inicial es introducir a los lectores en algunos problemas clave de esta
disciplina, asumiendo la pregunta como motor que posibilita la reflexión, la sospecha y
la desnaturalización de prácticas y discursos que se asumen como dados de una vez y
para siempre.
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de cómo en nombre del proyecto moderno, racional e ilustrado, también se han
cometido genocidios.
El tercer eje hace foco en las relaciones entre saber, poder y disciplinamiento, con
especial énfasis en el carácter productor de subjetividad de dicho vínculo. Se
problematiza el concepto de igualdad y los desafíos al “orden explicador” en la
educación. Se exploran, además, algunos debates desarrollados en el campo de la teoría
social contemporánea, vinculados con la globalización y los desafíos que ésta supone
para la interculturalidad y la hospitalidad en el espacio educativo y filosófico.
El cuarto eje aborda las denominadas formas otras de producción de conocimiento,
consideradas clave para pensar y problematizar las tensiones existentes entre las
prácticas coloniales de la modernidad occidental y la liberación. Profundizamos
igualmente la pedagogía de la liberación freireana y las propuestas de la crítica
descolonial latinoamericana en torno de los modos en que los sujetos, el conocimiento y
la institución escolar están signados por lógicas manadas de la modernidad europea.
Finalmente, cabe mencionar que el trabajo fue coordinado por Inés Fernández Mouján,
Doctora en Educación por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires (FFyL/UBA), Profesora Asociada Regular de Filosofía de la Educación
de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN); María Marta Quintana, Profesora de
Filosofía egresada la FFyL/UBA, Jefa de Trabajos Prácticos de Filosofía de la
Educación de la UNRN, becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET); y Carolina Dilling, Profesora de Filosofía egresada
de la FFyL/UBA, Ayudante de Trabajos prácticos de Filosofía de la Educación de la
UNRN.
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Lección 1
Con este texto damos inicio a las lecciones de Filosofía de la Educación (en adelante:
FE). El objetivo principal de esta propuesta consiste en problematizar la FE,
abordándola desde diferentes enfoques que enriquecen el debate. Pues se parte de
suponer que se trata de un fecundo campo de estudios, que si bien retoma abordajes
propios de la Filosofía y la Educación también dialoga con otras disciplinas que
permiten darle mayor complejidad para ahondar en aquellos problemas que
consideramos deben ser puestos en cuestión. En este sentido, entendemos que la FE es
un espacio de encuentro interdisciplinario, entre educación y filosofía, que –entre otras
cuestiones- busca comprender críticamente la producción histórico-social de la
subjetividad y sus articulaciones.
Así, con el propósito de situar -o aún mejor, de problematizar- el lugar que ocupa la
enseñanza de la FE comentamos las observaciones que realiza Jean Houssaye respecto
al lugar que ocupa la disciplina en los estudios del nivel superior. Luego, realizamos un
breve recorrido en torno a qué implica el encuentro entre filosofía y educación.
Finalmente nos centramos en los modos en que la FE ha sido trabajada en las currículas
de Ciencias de la Educación.
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numerosos los filósofos que se han dedicado a pensarla.
Son escasos -casi inexistentes-, quienes pueden ser considerados ante todo o
exclusivamente filósofos de o sobre la educación.
Para este filósofo de la educación, estas preguntas tienen múltiples explicaciones; pues él
entiende que existen diversos enfoques referidos a la articulación entre filosofía y
educación. Por su parte, este autor identifica tres:
Teniendo en cuenta los enfoques que distingue Houssaye (2008), podemos agregar que
nuestro trabajo se inscribe en el tercer tipo de abordaje dado que entendemos que tanto
la filosofía como la educación tienen mucho para decir en un encuentro con la historia,
la antropología, el psicoanálisis, la lingüística, la política, entre otras disciplinas del
campo de las ciencias humanas y sociales. De esta manera, privilegiamos el encuentro
de la educación y la filosofía porque la educación no se reduce a la filosofía y la
filosofía no se reduce a la educación.
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La filosofía de la educación como “filosofía y educación”.
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En síntesis: no pretendemos hacer ni una historia de la FE, ni un compilado de
categorías filosóficas que iluminen el objeto educación. Tampoco se trata de situar a la
FE como la proveedora de los fundamentos de la educación. Por el contrario, lo que se
busca es la problematización misma de la FE, además de asumir el desafío de pensar y
analizar desde múltiples perspectivas los modos y mecanismos de subjetivación que se
presentan en el campo de la educación. Pues nada haremos por la educación si nos
limitamos a repetir bellos conceptos por fuera de contexto.
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estudios compleja, que da cuenta del encuentro entre disciplinas, cabe explicitar a
grandes rasgos el derrotero que propondremos a lo largo de estas lecciones. El mismo
podría sintetizarse a través de los siguientes ejes:
Aunque también hay que advertir, retomando a Houssaye, que si bien es necesario
reconocer que la dimensión filosófica tiene un valor fundante para el discurso
pedagógico, ello no implica que la filosofía sea la única que debe considerar los demás
discursos; especialmente los de las ciencias de la educación. Como señala Houssaye:
“[…] más precisamente, ya no es posible quedarse en la distinción entre un
proceder científico, cuya única vocación
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sería describir y establecer hechos educativos, y un proceder filosófico, que
guardaría el temible honor de pronunciarse sobre los fines de la acción
educativa y, de ser necesario, fundar los medios pedagógicos que habrían de
implementarse para lograrlos”. Esta aclaración es particularmente válida si se tiene
en cuenta que con la modernidad se inauguró una perspectiva que operó una escisión
entre filosofía y educación. De un lado, entonces, quedó la teoría y del otro, la
experiencia. Asimismo, en este cuadro la filosofía se arrogó el lugar (supremo) del
juicio sobre la praxis.
Pensamiento y experiencia
De modo que Gallo nos propone dislocar algunos conceptos deleuzianos y situarlos en
el plano de inmanencia que supone la educación. Pues esto le permite plantear que la
FE no puede ser pensada como una reflexión sobre la educación, sino que debe estar
íntimamente comprometida en y con los problemas de la ésta. En ese sentido, la FE
debe ser creadora de conceptos y abordar los problemas educacionales teniendo en
cuenta todo el instrumental filosófico: instaurar, inventar, crear.
Según esta perspectiva, la FE es la que posibilita que desde dentro del campo
problemático de la educación se produzca lo nuevo; pero no desde una función
profética e individual sino desde su función política, siempre atenta a la construcción
colectiva.
Por ello, Gallo nos propone, en tono coloquial, criticar la perspectiva tradicional que
sitúa a la filosofía del lado del pensamiento -es decir, de la teoría- y a la educación del
lado de la práctica -o sea, de la experiencia-. En consonancia con
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nuestra propuesta, el interés en el planteo de Gallo radica, precisamente, en el objetivo
de concebir una filosofía y una educación que sean conjuntamente pensamiento y
experiencia; en sus palabras: “Filosofía como pensamiento y experiencia;
educación como experiencia y pensamiento”. En consecuencia, Gallo nos desafía a
pensar lo no pensado y a experimentar sin redes de seguridad.
En ese escenario, se espera que la filosofía provea los fundamentos sólidos para la
experiencia aportada desde la educación; que ofrezca los fundamentos de la
educación (por ejemplo: la definición de los objetivos para el proceso educativo; la
planificación de actividades pedagógicas; el diagnóstico sobre y la evaluación de los
resultados; las posteriores correcciones, etc.).
Por su parte, Gallo propone otra perspectiva de las relaciones entre filosofía y
educación, entre pensamiento y experiencia. Esta consiste en situar a la educación en la
intersección de las tres potencias del pensamiento: las del arte, la ciencia y la
filosofía; considerando a la educación como concepto (filosófico), como función
(científica) y como afecto (artístico).
Esto, que en principio parece complicado, se aclara con las propias palabras de Gallo.
Dice al respecto: “¿No estuvo siempre presente en la educación la potencia del
afecto? En cuanto relación humana, ¿no se vale la educación de las relaciones
afectivas? ¿No es la educación, en gran medida, un proceso de seducción, por
el pensamiento, por el mundo, por las personas? ¿No estuvo siempre
presente, también, la potencia de la función? ¿No intentamos siempre
comprender los procesos para, en una relación de causa-efecto, producir en
las relaciones pedagógicas los efectos deseados? ¿Y no estuvo siempre allí la
potencia del concepto? ¿No vemos también en la educación ese pensamiento
que ilumina los problemas de una forma completamente nueva, instituyendo
acontecimientos?”.
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De esta manera, la educación puede asumirse como conjunción de pensamiento y
experiencia, al igual que la filosofía. En efecto, mientras la educación alcanza la
potencia del pensamiento para reflexionar y repensar sus propias experiencias,
abandonando los reaseguros del fundacionismo o del fundamentalismo, la filosofía
alcanza la potencia de la experiencia, de lo aún no pensado, abriéndose al caos y a la
necesidad de crear nuevos conceptos.
Bibliografía de la lección
Génesis y devenir del concepto a Filosofía de la Educación. Debates actuales sobre la situación actual.
Que las cosas escapen de sus formas
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