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La Sabiduría del Cuerpo Humano

Cualquier exceso produce su efecto en el cuerpo humano.

Walt Whitman.

En toda la excelente labor realizada en el campo de la medicina y las artes curativas existe un
concepto básico que a menudo se desestima por ser considerado irrelevante. Se trata de la relación
entre la mente y el cuerpo, y de la posibilidad de que esa relación pueda causar un efecto directo
sobre nuestro estado de salud o nuestra capacidad para sanar. Sólo ahora se empieza a ver que esa
relación sí existe y que, en realidad, tiene una gran importancia; todavía es necesario que se
alcance una verdadera comprensión de sus implicaciones más profundas y un mayor grado de
aceptación. Sin embargo, cuando exploramos la extraordinaria interacción de energías entre los
muchos aspectos de la personalidad –nuestras necesidades, reacciones inconscientes, emociones
reprimidas, aspiraciones y temores- con el funcionamiento de nuestro sistema fisiológico y su
capacidad para autorregularse, pronto advertimos cuán sabio es el cuerpo humano. Con sus
complejos sistemas y operaciones, el organismo presenta una inteligencia y compasión infinitas,
pues nos proporciona siempre los medios necesarios para comprendernos mejor a nosotros
mismos, hacer frente a problemas que no nos afectan de manera directa y superar aquello que nos
reprime o atenaza. Del mismo modo que el cuerpo manifiesta nuestros sentimientos y
pensamientos conscientes, manifiesta también las energías inconscientes que se ocultan detrás de
cualquiera de nuestras acciones.

Para entender esta conexión psicosomática, antes tenemos que reconocer que la mente y el cuerpo
son un todo. En general, consideramos el cuerpo como algo que llevamos con nosotros (a menudo
con cierta desgana), algo que se daña con facilidad, que necesita ejercicio, agua y comida con
regularidad, sueño y revisiones ocasionales. Cuando resulta dañado, el cuerpo se convierte en una gran
molestia, de modo que cuando eso sucede lo llevamos al médico con la creencia de que éste podrá
repararlo. Algo se ha roto o estropeado, así que lo llevamos a arreglar como si ese «algo» fuera un
objeto inanimado, falto de inteligencia. Cuando nuestro organismo funciona correctamente estamos
alegres, nos sentimos vivos y llenos de energía. Cuando falla, a menudo estamos más irritables,
frustrados, deprimidos y llenos de autocompasión.

Lamentablemente, esta visión del cuerpo humano es muy limitada. Niega la complejidad de las energías
que configuran todo nuestro ser, energías que fluyen y se comunican de manera constante entre ellas;
entre nuestros pensamientos, sentimientos y el mantenimiento físico de las distintas partes del
organismo. No existe separación alguna entre lo que sucede en la mente y lo que ocurre en el
organismo; en teoría, no podemos existir de forma independiente al cuerpo en el que desarrollamos
nuestra existencia. En la lengua inglesa, cuando se quiere hacer referencia a una persona con una gran

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presencia física se dice que es somebody («alguien»), mientras que si su aspecto resulta más bien
insignificante es nobody (un «don nadie»). Nosotros somos nuestros cuerpos; nuestra condición de ser
es una consecuencia directa de la comunicación entre los numerosos y diversos aspectos de nuestra
existencia. Decir «me duele el brazo» equivale a decir que «una herida interna se manifiesta en mi
brazo». Lo que está expresando el dolor en el brazo no se diferencia de las expresiones verbales de
ira o confusión. Afirmar que sí existe tal diferencia significa ignorar la unidad esencial de todo nuestro
ser. Si se administra tratamiento sólo al brazo se está haciendo caso omiso al origen del dolor que se
manifiesta en esa parte del cuerpo. Negar esta relación psicosomática significa ignorar la oportunidad
que nos da el propio organismo de examinar, aceptar y poner fin a nuestra dolencia.

Demostrar el efecto de la relación psicosomática es sencillo. Sabemos que un sentimiento de ansia o de


nerviosismo puede dar lugar a un trastorno estomacal, estreñimiento o dolor de cabeza, o que puede
hacernos más propensos a sufrir accidentes. Sabemos que el estrés puede ocasionar úlceras o
incluso ataques al corazón; que la depresión y la infelicidad afectan a nuestro organismo hasta el punto
de que nos sentimos pesados y aletargados, faltos de energía; perdemos el apetito o comemos en
exceso, nos duele la espalda y tenemos los músculos del cuello y de los hombros en tensión. Sin
embargo, la alegría y la felicidad aumentan nuestra energía y vitalidad: necesitamos dormir menos y nos
sentimos más activos, somos más inmunes a los resfriados y a cualquier otra infección, puesto que
nuestro organismo está más fuerte y, por consiguiente, ofrece una mayor resistencia. Con todo,
podemos llevar esta interpretación psicosomática mucho más allá para ver hasta qué punto puede
abarcar todos los aspectos de nuestra vida fisiológica y psicológica. Empezamos a entender que aquello
que nos sucede físicamente es algo sobre lo que sí tenemos control, de lo que no somos meras víctimas
ni estamos obligados a sufrir hasta que desaparezca. Lo que experimentamos en el interior del cuerpo
es parte integral de nuestro ser.

Este concepto de la relación psicosomática está basado en la creencia en la unidad e integridad de cada
ser humano: si bien los aspectos que configuran un individuo son muchos y muy diversos, cada uno de
ellos no puede ser aislado de los demás, pues todos mantienen una relación constante entre sí y poseen
un profundo conocimiento del estado de los demás elementos que conforman el conjunto. La matriz
psicosomática refleja la armonía psicológica y somática: el cuerpo no es más que una gran manifestación
de la sutilidad de la mente. En su obra Traditional Acupuncture: The Law of the Five Elements, Diwne
Connelly escribe: «La piel no es independiente de las emociones, las emociones no lo son de la es-
palda, ésta tampoco lo es de los riñones, los riñones no son indiferentes a la voluntad o la ambición, la
voluntad y la ambición no son independientes del bazo, y éste tampoco lo es de la confianza sexual».

Esta unidad total del cuerpo y la mente se refleja en nuestro estado físico de bienestar o de
enfermedad. Esos estados constituyen un medio a través del cual el ente que forman la mente y el
organismo nos indica qué está ocurriendo bajo la superficie. Las enfermedades o los accidentes suelen
producirse en períodos de grandes cambios como, por ejemplo, un traslado de domicilio, una boda en
ciernes o un nuevo empleo. Los conflictos internos causados por esas situaciones trastornan con
facilidad nuestro equilibrio y propician un sentimiento de temor e incertidumbre. Nos hacemos más
vulnerables a bacterias y virus. El hecho de caer enfermos nos proporciona un período de descanso,

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tiempo para resituarnos y adaptamos a los cambios. La enfermedad nos dice que debemos dejar de
hacer algo: nos da la oportunidad de conectar con aquellas partes de nosotros mismos con las cuales
hemos perdido contacto. También coloca las cosas en perspectiva, como la importancia de las
relaciones y la comunicación. De esta forma, somos capaces de apreciar la sabiduría de nuestra
mente y nuestro cuerpo en acción, trabajando en una interrelación continua.

La transmisión de mensajes desde la mente hasta el organismo se realiza a través de un complejo


sistema en el que participan el flujo sanguíneo, el sistema nervioso y numerosas hormonas segregadas
por las glándulas endocrinas. Se trata de un proceso de extraordinaria complejidad, regulado por la
glándula pituitaria y el hipotálamo. El hipotálamo es una pequeña parte del cerebro responsable del
mantenimiento de muchas de las funciones del organismo, como, por ejemplo, la temperatura corporal
y el ritmo cardíaco, además de controlar el funcionamiento de los nervios simpáticos y
parasimpáticos. Numerosas fibras nerviosas de todo el cerebro están conectadas al hipotálamo, de tal
forma que éste sirve de enlace entre la actividad psicológica y emocional y el funcionamiento corporal.
Así, por ejemplo, el nervio vegas del hipotálamo enlaza directamente con el estómago —de ahí los
problemas gástricos relacionados con el estrés y la ansiedad—, mientras que otros nervios se
conectan con el timo y el bazo, que a su vez producen las células inmunitarias y regulan el
funcionamiento del sistema inmunitario en la sangre.

El sistema inmunitario es extremadamente eficaz en su capacidad para proteger el organismo al


rechazar todo lo que es perjudicial, pero se halla sujeto también al dominio del cerebro a través del
sistema nervioso. Así pues, resulta directamente afectado por el estrés psicológico. Cuando sufrimos un
fuerte estrés, sea éste del tipo que sea, las hormonas liberadas por las glándulas suprarrenales
trastornan el sistema inmunitario del cerebro y, de hecho, lo reprimen y nos hacen más vulnerables a
las enfermedades. El estrés no es el único factor que puede provocar esta respuesta. Las reacciones
negativas, como la ira contenida o prolongada, el odio, la amargura o la depresión, además de la
soledad o un estado de aflicción intensa, pueden anular también el sistema inmunitario al activar una
producción excesiva de estas hormonas.

En el cerebro se localiza además el sistema límbico, un grupo de estructuras que incluye el hipotálamo.
Tiene dos funciones principales: regular el funcionamiento autónomo en el equilibrio de líquidos, la
actividad gastrointestinal y la secreción endocrina, e integrar las emociones (incluso ha merecido el
título de «la sede de las emociones» en el ser humano). La actividad límbica enlaza el equilibrio de
nuestro estado emocional con el sistema endocrino y la producción de hormonas, de modo que,
obviamente, desempeña un papel importante en la relación psicosomática. Según parece, los impulsos
para la actividad límbica y el funcionamiento del hipotálamo proceden directamente de la corteza
cerebral; esa parte del cerebro es la responsable de toda nuestra actividad intelectual, que incluye el
pensamiento, la memoria, la percepción y la interpretación.

La corteza cerebral es también el lugar donde suena la alarma cuando se percibe la existencia de una
actividad que supone una amenaza para la vida. (El hecho de que se «perciba» no significa que
constituya una amenaza real. El estrés, por ejemplo, es percibido por el organismo como una amenaza
para la vida, incluso en el caso de que consideremos que no lo es.) Así pues, la señal de alarma influye

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en la organización del sistema límbico y del hipotálamo, que a su vez inciden en la secreción de
hormonas, y en los sistemas inmunitario y nervioso. Cuando éstos son alertados del peligro no es de
extrañar que el resto del organismo se vea también afectado; los músculos se contraen, los nervios
pierden el control, los vasos sanguíneos se estrechan y los órganos y las células funcionan de un modo
defectuoso.

Antes de sentirnos alarmados también por la lectura de estas líneas, conviene recordar que no es el
hecho en cuestión la causa de nuestra respuesta, sino nuestra propia reacción ante el acontecimiento.
Como dijo Shakespeare: «No hay nada bueno ni malo; es el pensamiento el que lo hace bueno o
malo». El estrés constituye nuestra reacción psicológica a un hecho, y no el hecho en sí. El sistema de
alarma no se desactiva con un rápido y pasajero ataque de cólera o de desesperación, sino a través del
efecto acumulado, constante o reprimido durante largo tiempo de una emoción negativa. Cuanto más
se tarda en reconocer un estado de ánimo concreto, mayor es el daño que esto puede ocasionar, pues
disminuye la resistencia del organismo y se emite una señal vital negativa.

No obstante, siempre es posible mejorar, podemos trabajar con nosotros mismos y pasar de la
reacción a la respuesta, de ser subjetivos a ser objetivos. Así, por ejemplo, si vivimos o trabajamos en
un lugar donde existe siempre una gran cantidad de ruido ambiental, podemos reaccionar de dos
maneras: irritarnos cada vez más, padecer fuertes dolores de cabeza y asistir al aumento de la
tensión arterial, o bien, si adoptamos la postura contraria, responder objetivamente a la situación y
buscar soluciones positivas. El mensaje que enviemos al propio organismo —ya sea de irritación o de
aceptación del problema— es el mensaje al que responderá el cuerpo. Es muy probable que la
repetición de pautas de pensamiento y actitudes negativas como la preocupación, el sentimiento de
culpabilidad, los celos, la ira, la crítica, el temor, etc., nos cause mucho más daño del que pueda
producirnos cualquier situación externa. Todo nuestro sistema nervioso está bajo el control de una
«agencia reguladora central», el centro de control que, en el caso del ser humano, denominamos
personalidad. En otras palabras, las situaciones por las que atravesamos en la vida no son negativas
ni positivas: simplemente son. Es nuestra reacción personal o respuesta a ellas lo que nos lleva a cata-
logarlas en uno u otro sentido.

Nuestro cuerpo refleja los acontecimientos y experiencias por los que hemos pasado en su forma de
moverse y de funcionar; somos la suma final de todo cuanto nos ha ocurrido. En realidad, el cuerpo
retiene todo aquello que ha experimentado; todos los hechos, emociones, situaciones de estrés y
dolores están encerrados en nuestro sistema corporal. Un buen terapeuta conocedor de la relación
psicosomática puede leer la vida entera de una persona observando la complexión y forma de su
cuerpo, las zonas de tensión, así como la índole de los accidentes y las enfermedades que ha sufrido. El
cuerpo se convierte así en una especie de autobiografía andante, una acumulación de músculos que
refleja nuestras experiencias, heridas, preocupaciones, ansiedades e inquietudes. Tanto si adoptamos
una postura tímida (vamos cabizbajos y desanimados) como si mostramos firmeza y nos situamos a la
defensiva, estas actitudes han sido adquiridas en una etapa anterior de nuestra vida y han pasado a
integrarse en nuestra estructura más íntima. Creer que el cuerpo es un organismo que funciona de una

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forma estrictamente independiente y mecánica equivale a no comprender nada en absoluto. Eso
supone negarnos la fuente de gran sabiduría de que disponemos en todo momento.

Del mismo modo que el cuerpo refleja lo que sucede en la mente, ésta se somete también al dolor y
malestar que se manifiesta en el cuerpo. Nada escapa a la ley universal del karma, es decir, la ley de
causa y efecto. Cualquier efecto que se produzca en nuestra vida ha de tener una causa. Para cada
efecto manifestado en el cuerpo existe una pauta de pensamiento o un estado emocional que le han
precedido. Tal como afirma Paramahansa Yogananda:

Existe una conexión innata entre la mente y el cuerpo. Cualquier cosa que se almacene en la mente habrá
sido producida en el cuerpo físico. Cualquier sentimiento de amargura, pasión intensa, envidia de
muchos años, ansiedad corrosiva o incluso los arranques de genio destruyen las células del cuerpo y
provocan enfermedades de corazón, hígado, riñones, bazo, estómago, etc. Las preocupaciones y el estrés
han originado nuevas enfermedades mortales como la hipertensión, los problemas cardíacos, las
depresiones nerviosas y el cáncer. Todas las enfermedades tienen su origen en la mente. Todos los
dolores que afectan al cuerpo físico son afecciones de segundo orden.

Aislar el efecto (el estado de enfermedad del cuerpo) como si estuviera desconectado de todo equivale
a negar la causa. En tal caso, la causa (los sentimientos y actitudes ocultos) producirán otro efecto en
algún otro momento: surgirá otra área de enfermedad o malestar con la finalidad de mostrarnos que
estamos en una situación de desequilibrio.

Los mensajes que de una manera inconsciente enviamos al cuerpo son, por tanto, un factor
determinante en nuestro estado de bienestar. Los mensajes basados en el fracaso, la desesperación y
la ansiedad son los que presentan un sentimiento moribundo, negativo, y serán la causa de que el
cuerpo reaccione debilitando los mecanismos de defensa (es decir, el sistema inmunitario) y prepa-
rándose para la muerte. Aun en el caso de que nuestras preocupaciones y miedos sean imaginarios, el
mensaje se traducirá en una enfermedad física, puesto que el cuerpo se sentirá amenazado y en
situación de peligro. Citando de nuevo a Shakespeare: «La alegría es salud; lo contrario, la melancolía,
es enfermedad». Cuando afirmamos que nos han «roto» el corazón, ¿conoce el cuerpo la diferencia
entre un corazón «roto» emocionalmente y otro que lo está físicamente? Parece ser que no, ya que el
poder de la imagen en la mente afecta de inmediato al ente físico. Diversas investigaciones han
demostrado que las personas que fallecen poco tiempo después de la perdida de un ser querido
mueren, sobre todo, porque tienen el corazón destrozado. « ¿Puede la ansiedad producir una enferme-
dad grave?», se preguntaba Lawrence LeShan en su obra You Can Fight for Your Life. «Muchos
investigadores médicos sostienen que rara es la enfermedad que no pueda ser causada por una profunda
ansiedad. La depresión y la desesperación no sólo dejan secuelas en la mente, sino también en el
cuerpo.» Expresamos estos mensajes ocultos y no reconocidos constantemente, a menudo sin estar al
corriente de ellos, pues el inconsciente es mucho más poderoso que la mente consciente a la hora de
expresar nuestros verdaderos sentimientos. Estas energías inconscientes impregnan todos los aspectos
de nuestra vida.

El lenguaje cotidiano describe muy bien esta realidad. En inglés, decir de alguien que es a pain in the
neck (literalmente «un dolor de cuello») es lo mismo que llamarle pesado. Esta expresión popular

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puede convertirse pronto en realidad cuando se traduce en rigidez de hombros, dolor de cuello o dolor
de cabeza. Un «dolor en el trasero» puede acabar en problemas de estreñimiento o en un cáncer
intestinal. Del mismo modo que la frase «me has destrozado el corazón» puede manifestar una gran
desesperación, depresión o una enfermedad coronaria, y constituye por tanto un mensaje de muerte
para el organismo, la expresión «este problema me está consumiendo» es, a menudo, indicio de una
úlcera o de trastornos intestinales. Cuantos más mensajes de muerte reciba el organismo, menos capaz
será de organizar sus defensas y los medios necesarios para su supervivencia.

Cuando reconocemos lo que está sucediendo y nos tomamos tiempo para mirar en nuestro interior, el
organismo interpreta que deseamos seguir viviendo; por consiguiente, es capaz de responder y
empezar a contrarrestar las dolencias y tensiones nerviosas internas. Los mensajes con un contenido de
alegría, éxito, esperanza, amor y bienestar son comunicaciones vitales que fortalecen el organismo, le
infunden energía y hacen que se sienta lleno de vida.

Sin embargo, en un nivel consciente con frecuencia fingimos que todo marcha bien, tanto a nosotros
como a los demás (no hay por qué preocuparse, todo va bien...). Son pocas las personas que están
dispuestas a admitir que sienten temor, una tremenda culpabilidad, enfado, amargura o se encuentran
solas. Estas cualidades son socialmente inaceptables y, por tanto, reprimidas con sumo cuidado. Como
escribe Marilyn Ferguson en The Aguarían Conspiracy: «Esta negación puede seguirnos hasta la tumba.
La mente no sólo dispone de estrategias para levantar muros contra el conflicto psicológico, sino que
además puede negar las enfermedades producto de la primera fase de negación». Todos nuestros
temores, preocupaciones e inseguridades no reconocidos se hallan en el inconsciente. Es allí desde
donde el organismo recibe los mensajes, por cuanto es el inconsciente, y por tanto las actitudes y pautas
de conducta reprimidas, lo que afecta a nuestro bienestar.

Hasta el siglo xix, el estado de ánimo de un paciente era de gran importancia para los médicos; la
conexión psicosomática entre la desesperación, la depresión, la ira, la aflicción y las enfermedades que
crean inmunodeficiencia estaba clara. Como afirma el doctor Bernie Siegal en Love, Medicine and
Miracles, «el hecho de estar alegre solía considerase un requisito previo para gozar de buena salud». No
obstante, ¿cuántos doctores nos preguntarán hoy en día si nos sentimos felices y satisfechos con
nuestra vida cuando vamos a verlos con un dolor de espalda o una infección renal? Y si les
interrogáramos sobre esta relación psicosomática pensarían que estamos un poco locos... El término
«psicosomático» ha adquirido una connotación negativa, ya que se usa invariablemente como sinónimo
de «imaginario». Cuando los médicos son incapaces de encontrar una causa física a un problema y, con
el fin de descargarse de sus propias responsabilidades, dicen que el problema reside en la mente, que
es «puramente imaginario» o simulado, y eso cuando no comentan que el paciente debe de estar loco.
Esta actitud responde únicamente a la ignorancia del papel que la mente desempeña en la creación de
nuestra realidad.

El mismo concepto erróneo envuelve la idea del efecto que produce la administración del placebo, es
decir, cuando se aplica una medicación ficticia (como, por ejemplo, agua con azúcar) y, sin
embargo, el paciente se encuentra mejor. La mayoría de los médicos utilizan el placebo como un truco
para demostrarse a sí mismos que están en lo cierto cuando piensan que determinadas personas

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simulan o imaginan sus enfermedades. Paradójicamente, si, tal como vemos, cualquier funcionamiento
defectuoso del organismo tiene su origen en la mente, no puede existir entonces ninguna dolencia física
que pueda tratarse por Deparado. El verdadero significado del término «psicosomático» (que la mente
puede influir sobre el cuerpo) es aplicable por tanto a todos los estados físicos. Como afirmaba Franz
Alexander, un médico de Chicago, hace unos treinta años, «en teoría, cualquier enfermedad es
psicosomática, pues los factores emocionales influyen en todos los procesos corporales a través de los
senderos nerviosos y humorales». El placebo sólo estimula una actividad que se hallaba en la mente
desde el principio: el deseo de estar bien. El cerebro libera un analgésico natural en respuesta a la propia
creencia en nuestro bienestar intrínseco.

La única rama de la medicina convencional realmente comprometida en entender cómo trabaja la mente
para mantenernos sanos o enfermos es la PNI: la psiconeuroinmunología. Este larguísimo nombre le
fue asignado tras el reconocimiento del papel que juegan la mente (psico) y el sistema inmunitario
(inmunología), en relación con el sistema nervioso (neuro). En la actualidad, cada vez es mayor el
número de profesionales que investigan en el terreno de la PNI, de modo que, finalmente, lo que
resulta obvio para la mentalidad irracional... ¡empieza a ser demostrado por la racional! No obstante,
por desgracia, el estamento médico no se muestra interesado, en general, en la exploración o el
reconocimiento de la relación psicosomática. El uso de los fármacos potentes se ha incrementado de tal
manera que, en las últimas décadas, ha robado a los pacientes su propia autoridad curativa.

Albert Schweitzer dijo: «Cada paciente lleva en su interior su propio médico. Mejoramos cuando damos
al médico que reside en cada paciente la oportunidad de ponerse a trabajar». Aquellos días en que nos
curábamos solos en casa con infusiones de hierbas medicinales y mucho reposo pertenecen ya al pasado.
Nos hemos convertido en seres dependientes y sin defensas, hemos perdido el contacto con la voz
interior de nuestra intuición. En la consulta del médico, el tiempo que se dedica al paciente se ha
reducido al necesario para realizar una rápida verificación de síntomas y extender una receta. Así pues,
no resulta sorprendente que, con frecuencia, volvamos a nuestro médico con síntomas recurrentes o
incluso con problemas nuevos. ¿Cómo puede tener lugar una verdadera curación en tales circunstancias,
con tan poco tiempo invertido en la visita y cuando la causa del problema, el estado interior del
paciente, está siendo ignorada? Como quiera que los médicos rara vez tienen el tiempo o la disposición
a hurgar en nuestro estado de ánimo, evidentemente somos nosotros mismos quienes deberíamos
hacerlo.

Los problemas de funcionamiento de nuestro organismo, sea cual fuere su nivel —ya se deriven de un
accidente, una infección o del estrés—, son los mensajes a los que debemos prestar atención. Cuando
caemos enfermos o empezamos a notar alguna dificultad de tipo físico, lo primero que debemos hacer
es pasar revista a los últimos seis o nueve meses, que han preparado el terreno para la aparición de los
síntomas. Siempre daremos con alguna pista en ese período de tiempo. ¿Por qué estado emocional
atravesaba? ¿Hubo algún cambio importante en su estilo de vida? ¿Un exceso de estrés o de
preocupaciones? ¿Un cambio en las circunstancias, o una desgracia inesperada? ¿Una acumulación de
ira o de frustración? Desde el pasado más reciente, procederemos a remontarnos más atrás, hacia
hechos del pasado distante cuyas consecuencias suframos aún hoy en día. El suceso en cuestión puede

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haber pasado, pero es posible que el impacto emocional persista durante muchos años y quede
arraigado en nuestro organismo para, finalmente, afectarnos también a nivel celular.

Encontrar la causa más profunda de nuestras pautas de conducta y actitudes no siempre resulta fácil,
pues éstas suelen encontrarse bien ocultas. El examen de nuestra infancia es una de las claves para la
comprensión de lo que sucede en la actualidad. ¿Hubo en esa época alguna dificultad en particular o
algún sentimiento especialmente intenso? Los períodos en los que acaece una muerte, una separación
o un trauma similar pueden dejar profundas huellas de miedo, daño, aflicción, ira e inseguridad. Éstas
nos acompañan, influyen y sirven de base a nuestras acciones, conductas, sentimientos y estados de
ánimo. Resulta asombroso comprobar cuántas personas han sido infelices o han recibido poco afecto
durante su infancia. Quizá nuestros padres querían un niño en lugar de una niña, o nacimos por una
equivocación; tal vez nos criamos entre discusiones y peleas; o tuvimos que soportar un divorcio y pasar
nuestros primeros años de acá para allá entre dos padres que apenas se hablaban entre ellos. Estas
experiencias socavan nuestro sentido de la seguridad, el mérito y la aceptación. Los temores de la
infancia pronto se convierten en temores de la edad adulta y, con el tiempo, empiezan a afectar la
salud.

No obstante, descubrir los estados emocionales ocultos que han dado origen a los apuros actuales
no significa que tengamos que encogernos de hombros y atribuir la responsabilidad de nuestro
estado actual a algo que sucedió en el pasado. La razón por la que estamos enfermos ahora reside
en que aquellos hechos, decisiones o experiencias persisten aún en nosotros. Cada segundo mueren
y vuelven a surgir siete millones de glóbulos rojos. Cada siete años los huesos se reconstruyen por
completo. Sin embargo, ¿por qué los glóbulos rojos vuelven a formarse según el mismo patrón
de los anteriores si éste no ha funcionado bien? ¿No será porque el programa no ha cambiado?
¿Por qué causa las pautas de conducta que se ocultan bajo nuestras dificultades físicas no han
sido afectadas? ¿Se debe acaso a la existencia de razones ocultas no expresadas que explican,
por ejemplo, por qué estamos enfermos, razones que darían lugar a un desenlace? Trabajar con
nuestra programación interna con el fin de efectuar un cambio significa profundizar en el interior,
hasta el lugar donde yacen nuestras convicciones más arraigadas, prejuicios, neurosis e idio-
sincrasia. Se trata de una labor delicada para la que no todo el mundo se sentirá preparado.

Los dolores, enfermedades o problemas de funcionamiento del organismo pueden interpretarse,


por tanto, como una advertencia de que tenemos un conflicto de emociones y pensamientos que
amenaza la propia supervivencia. No es que Dios desee castigarnos de esta forma por todas las cosas
terribles que hemos hecho; se trata de nuestro propio modo de crear equilibrio a partir del desequi-
librio. A medida que comprendemos mejor la relación psicosomática podemos preguntarnos: «
¿por qué me hago daño de ese modo?» Aunque pueda parecer que es así como sucede, no quere-
mos golpearnos ni experimentar dolor o enfermedad de una manera consciente. Cuando
admitimos que el cuerpo expresa lo que se oculta bajo su superficie, que nos sirve de espejo para
ver nuestro interior, y, al mismo tiempo, reconocemos de verdad que toda nuestra vida apunta
siempre a la satisfacción y el equilibrio, entonces estaremos en condiciones de comprobar que las
enfermedades constituyen un medio para encontrar ese equilibrio. Las dificultades con que

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topamos son los mapas y las guías que utilizamos para llegar a los niveles más profundos de
sabiduría y amor incondicional inherentes a todas las personas.

Así pues, más que agobiarnos por un sentimiento de desesperanza y culpabilidad porque nos
sabemos responsable de todo cuanto nos ocurre, podemos considerar las enfermedades como un
tremendo desafío y una oportunidad de crecimiento. Los desequilibrios son una señal de
advertencia que procede de nuestra mente, una alerta roja para que le prestemos atención, la
creación de una oportunidad para aprender y evolucionar. En lugar de culparnos o sentir lástima
de nosotros mismos, podemos ser más constructivos si reconocemos nuestra participación tanto en
los estados de enfermedad como en los de bienestar. Llegados a este punto, es el momento de
preguntarse: «¿Qué es lo que necesito para conseguir que mis dificultades desaparezcan?».

El pensamiento que es intencional en su propósito dirige la energía; por consiguiente, la energía


sigue al pensamiento. Dondequiera que se fije el pensamiento, en ese punto empezará a con-
centrarse energía. Si prestamos atención a la enfermedad, y nuestros pensamientos y sensaciones
son los propios de una persona agobiada, es probable que pronto nos sintamos abrumados por ella.
Si, de ese modo, la energía se encuentra obstruida por la naturaleza del pensamiento, el bloqueo
del flujo de energía empieza a causar incomodidad, dolor o enfermedad. La energía se libera me-
diante la adopción de una actitud de aceptación y liberación de la fatiga nerviosa, de manera que
el dolor y la incomodidad pueden ser mitigados. Como Gastón St. Fierre y yo misma afirmamos en
The Metamorphic Technique:

Todo en el Universo, lo que incluye también todo lo que configura nuestro ser, es energía. Esa energía
puede adoptar diferentes formas pero, sea cual fuere su forma, ya sea una condición física, un conflicto
mental, un placer emocional o una realización espiritual, es energía. Cuando falta la armonía en nuestro
interior podemos contraer un catarro, sentirnos enfadados, nos puede doler la espalda o estamos
confusos y desorientados. Si reunimos lo psicológico con lo físico, entonces podremos entender que no
existe diferencia, sea cual fuere el modo de expresión: el desequilibrio subyacente no es más que energía
en busca de una salida.

Cada parte del cuerpo tiene su propia y única función característica, y esa función corresponde a un
aspecto de la personalidad (así, por ejemplo, las piernas se hallan allí donde expresamos nuestra
capacidad para trasladarnos y la dirección de ese movimiento). Cuando experimentamos
negatividad, la energía asociada a esa negatividad debilita la zona del cuerpo que la refleja y la hace
vulnerable y susceptible de sufrir daño o enfermedad. El pensamiento desestabilizará la zona y
originará así la enfermedad. Reshad Feild afirma en Here to Heal: «Lo que producimos en el
pensamiento siempre regresa y aterriza en la misma zona que contraíamos en ese momento».
Mediante la comprensión del lenguaje que utiliza el cuerpo para anunciarnos lo que va mal podemos
advertir las actitudes y pautas de pensamiento negativas que se expresan, y empezar a abrir nuestra
mentalidad a las más positivas. Esto fortalecerá la parte afectada del cuerpo y la capacitará para que
ofrezca resistencia y empiece a sanar.

Las manos, por ejemplo, se corresponden con el manejo de la propia vida, con los sentimientos derivados
del modo como nos manejan, con la capacidad para hacer frente a las diversas situaciones, además de la

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facultad de crear y expresarse. Cuando tenemos un problema en las manos podemos, por tanto, examinar
todos estos aspectos de nuestro ser interno y ver dónde reside el conflicto. Si seguimos produciendo el
mismo pensamiento y presionando la misma zona, el daño se irá incrementando poco a poco. Cuando
somos capaces de identificar los mensajes, podemos conectar con ellos y contribuir a la liberación de la
fuente del problema. El doctor Bernie Siegel escribe en Love, Medicine and Míracles: «Muchos pacientes
ya saben algo de esta conexión y sólo necesitan un médico liberal que les ayude a servirse de ese
conocimiento». Como alguien dijo en cierta ocasión, «siempre fui considerado un invertebrado1 y, mira
por dónde, he desarrollado un mieloma múltiple en la columna vertebral». Una paciente aquejada de
esclerosis múltiple y que había sido abandonada por su marido con cinco niños pequeños que cuidar,
perdió la movilidad en su mano derecha. Sencillamente, había perdido al hombre que era «su mano
derecha». Al prestar atención e integrar todo lo que el cuerpo nos dice puede producirse un profundo
reencuentro con nuestras necesidades interiores, conflictos, confusiones y sentimientos, todos los
cuales no se expresan abiertamente ni tan siquiera son identificados y, por consiguiente, encuentran
ahora una expresión a través del cuerpo. Llegar a tener conciencia de la parte de nuestro cuerpo que
hemos ignorado o aislado supone, en sí, una cura. Se trata de una oportunidad única para cambiar, pues
el cuerpo nos proporciona todas las herramientas que necesitamos para comprendernos mejor.

La enfermedad puede llevarnos a conseguir una apreciación más completa del propósito y la razón de
nuestra existencia, pues en el futuro ya no podremos dar nada por sentado. Durante las enfermedades
graves y las potencialmente mortales nos enfrentamos a la propia vulnerabilidad e intemporalidad, al
hecho de que la vida tiene que terminar en algún momento. Experimentamos también la realidad de que
no estamos solos en nuestro dolor. Si podemos aceptar esta realidad sin reservas, entonces estaremos en
condiciones de empezar a vivir el presente sin temor. Llegados a este punto, descubriremos la belleza
donde antes había fealdad, compasión y amor donde antaño hubo amargura o envidia; la vida se
convierte así en algo verdaderamente precioso que debe ser gozado y vivido plenamente. Como la flor
que crece a través de una gruesa capa de hormigón armado, nuestra fuerza vital interior sólo tiene un
deseo: alcanzar la plenitud. Utiliza cualquier método a su alcance para mostrarnos qué debemos hacer
para que esto ocurra. El enfrentamiento con la muerte es un aspecto de esto, pues equivale a afrontar un
nivel de realidad con el que rara vez tenemos contacto.

Cada célula de nuestro cuerpo tiene conocimiento de todas las demás. Esto sirve también para todos
los aspectos del cerebro que determinan nuestros estados emocional y mental, además de la memoria y
la conciencia. Por consiguiente, cada célula del cuerpo físico se halla en constante comunicación con
nuestros pensamientos, emociones, deseos, creencias y la imagen que tenernos de nosotros mismos.
Como explica Deepak Chopra en Healers on Healing:

En cuanto nos vemos como creaciones de inteligencia, debemos admitir que somos autocreados. En
realidad, nos hallamos en el proceso de autocreación, puesto que la inteligencia nunca cesa de
comunicarse consigo misma. La sangre no es una sopa química; es una autopista libre de peaje por
la que circulan constantemente miles de mensajes transportados por hormonas, neuropéptidos,

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La voz inglesa spineless (“invertebrado”) se aplica también como sinónimo de “blando”, “sin carácter”. (N. de los T)

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células inmunitarias y enzimas, todos ellos resueltos a llevar a cabo su misión, todos ellos capaces de
mantener su propia integridad como un impulso de inteligencia.

El lenguaje que utiliza la entidad psicosomática sorprende por su fácil comprensión. Desvelar el
conflicto interno es el primer paso; enfrentarse a él y transformarlo en paz y armonía es lo que hace
posible que la curación tenga efecto. Sin embargo, no se traía de una tarea fácil, de una labor que todo
el mundo desee emprender, pues exige que nos enfrentemos a todos aquellos aspectos de nuestro ser
que hemos estado ignorando durante muchos años.

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2. Decodificación del lenguaje
En cada cosa creada sobre la tierra hay un interior
y un exterior; ninguno de ellos puede darse sin el otro, de
la misma manera que no existe efecto sin causa... El exterior
se aprecia desde el interior, y no a la inversa.

Emanuel Swedenborg.

Del mismo modo que las expresiones externas de nuestro ser son un reflejo directo de las experiencias
internas, es la propia reacción o respuesta a los acontecimientos de la vida, y no los mismos acontecimientos,
lo que crea nuestra realidad. ¿Qué es lo que ocurre realmente cuando, por ejemplo, nos empieza a doler un
hombro, tropezamos y nos producimos erosiones en las rodillas, sufrimos periódicamente de dolor de
espalda o somos propensos a indigestiones? Si echamos un rápido vistazo a todas las dolencias físicas que
padecemos, en general no suelen tener demasiado sentido. Pero si las examinamos con la actitud de que
el cuerpo está intentando transmitirnos un mensaje y aprendemos el lenguaje que éste utiliza, sí
descubriremos un significado. Entonces podremos empezar a ver las muchas y sutiles maneras en que se
manifiesta lo que ocurre en nuestro interior.

La naturaleza no es nunca casualidad, es siempre el más complejo orden de trabajo, y nosotros formamos
parte de ese orden. El cuerpo refleja claramente los desequilibrios de energía que se producen en el
interior de nuestro ser, pues cuando no reconocemos lo que tiene lugar en los terrenos psicológico o
emocional, cuando estamos ciegos ante nuestras propias actitudes y comportamiento, esa energía
encuentra otra manera de llamar nuestra atención. La incomodidad física es el último recurso; a fin de
cuentas, tampoco deseamos causarnos daño ni hacer que el cuerpo sufra. Cuando surgen los
problemas de salud es el momento de prestar atención a la advertencia de nuestro organismo.

Dado que el cuerpo refleja tanto lo que sucede en el nivel consciente como en el inconsciente, la mente
utiliza el cuerpo para expresarse. Usa símbolos y modelos con los que comunicarse, y estas pautas se
manifiestan mediante enfermedades o accidentes. A través del aprendizaje del lenguaje que se utiliza
podemos entender aquello que se transmite. De esa forma tenemos acceso a nuestra propia curación
interior y podemos provocar un estado de determinación. Este capítulo examinará con detalle los
diversos modelos y el modo de entender e interpretar el lenguaje. Cada modelo será considerado de
forma independiente, y en los capítulos siguientes se reunirán todos los símbolos e interpretaciones
para ver cómo hacen referencia a las dificultades físicas.

El principio de las correspondencias


El principio de correspondencias fue desarrollado por Robert St. John, fundador de Metamorphosis, y
está basado en la «doctrina de las correspondencias» formulada por el maestro religioso sueco
Emanuel Swedenborg. Propone que toda manifestación física natural guarda relación de
correspondencia con un estado no físico del ser o principio. Así pues, puede inferirse una estrecha re-
lación entre cualidades espirituales y formas materiales, siendo las primeras arquetipos de las segundas.

12
Esto queda especialmente claro cuando estudiamos el cuerpo humano y vemos las tres formas
esenciales en que se agrupan las células: tejidos duros, tejidos blandos y fluidos. Podemos entonces
referirnos a la relación que estas tres estructuras celulares tienen con nuestras energías espiritual,
mental y emocional.

Tejido duro

El tejido duro (sobre todo los huesos) forma el armazón sobre el que está construido nuestro cuerpo,
cumple la misma función que las capas de roca que yacen en las profundidades de la tierra. Es el
factor fundamental sin el cual no puede haber vida (el núcleo central más profundo de la existencia
física).

Tras la concepción, la columna vertebral es la primera parte del cuerpo en desarrollarse, seguida por el
resto del esqueleto. Los huesos, por consiguiente, representan ese impulso inicial de encarnación, pues
si tiene que haber vida debe cobrar una forma. La estructura ósea proporciona esa forma. «Nuestros
huesos —escribió Robert St. John— representan la pauta primaria de aquello con lo que empezamos a
vivir en el momento de la concepción... Contienen los rasgos heredados, las pautas kármicas y todos los
demás factores que son impuestos o absorbidos por la nueva vida. La columna vertebral es el centro de
esta estructura.» Como quiera que los huesos corresponden a nuestra voluntad de ser (el deseo de vi-
vir), mediante el uso de los músculos y líquidos nos dotan de la capacidad de manifestarnos y de
evolucionar en la vida.

Aunque los huesos parecen caracterizarse por una gran lentitud de movimientos y carecer de la energía
o vibración propia del resto de nuestra estructura histológica, en realidad sucede todo lo contrario. Esta
estructura de tejido duro del interior de nuestro ser alberga la forma de energía más condensada.
Comparémosla con un diamante. Los diamantes son los cristales que presentan mayor dureza, lo que
significa que es la forma de materia más condensada y, por consiguiente, la que contiene mayor
energía. Cuanto más dura es la forma, más elevada es la cantidad de energía atómica contenida. Así
pues, los huesos representan la energía cristalina en nuestro interior, es decir, la más densa y sólida, así
como la más potente, la energía esencial que mantiene la vida y le permite manifestarse.

Del mismo modo que los huesos son la estructura subyacente que sirve de base para la carne y los
líquidos, la energía espiritual da vida a nuestros pensamientos y sentimientos, es la energía oculta que
habla a través de las propias imágenes mentales, la comunicación y las emociones. Nuestra razón
espiritual influye constantemente en la expresión mental y emocional; de la espiritualidad depende toda
nuestra perspectiva de la vida, motivación y dirección. Del mismo modo que el cuerpo del ser
humano no podría existir sin huesos, no estamos verdaderamente vivos si no establecemos contado con
el aspecto espiritual de nuestra naturaleza. Por consiguiente, en este caso la correspondencia se da
entre el tejido duro y el ser espiritual.

Una fractura o cualquier otro traumatismo en el sistema del tejido duro puede indicar un conflicto en el
nivel más profundo de nuestro ser, tan profundo que entorpece, cuando no la detiene por completo, la

13
progresión hacia adelante, tanto a nivel interno como externo. Una fractura en el centro de energía
supone un colapso total en la comunicación. El conflicto interno ha adquirido tales dimensiones que no
podemos continuar como estamos: tenemos que detenernos o ser detenidos. Entonces podremos
revalorar la situación, cambiar de dirección o comprobar qué parte del propio interior está sufriendo
tanto. Se trata de una llamada de socorro, una petición de afecto y atenciones, un grito que exige la
dependencia respecto a los demás, ya que no podemos valemos por nosotros mismos mientras nos
reponemos. Yo lo he constatado con frecuencia en el caso de personas ancianas que viven solas y que se
rompen un hueso en una caída. El hueso roto atrae hacia ellas atención y compañía, alivia la soledad;
incluso puede constituir una forma de alertar a los familiares de que seguir viviendo solo no es nada
conveniente, y de que su situación requiere un cambio total.

Una fractura en el tejido duro puede significar también una ruptura o conflicto en la energía espiritual,
y eso afecta a todos los aspectos de nuestro ser. En este caso, la consecuencia es que nuestra dirección o
motivación espiritual experimenta tal grado de confusión que no puede continuar en su estado actual;
lo más profundo de nuestro ser se halla en conflicto. La parte del cuerpo donde se produce la ruptura
aporta más información sobre la naturaleza del conflicto que se expresa.

Tejido blando

El tejido blando comprende la carne, la grasa, los músculos, los nervios, la piel y los órganos. Es la
estructura histológica más responsable de la forma, tamaño, apariencia y fuerza del cuerpo, así como
del equilibrio nervioso y el funcionamiento normal del organismo. El tejido blando se corresponde
directamente con la energía mental —a medida que cambia el modo de pensar cambia también el
aspecto— y, por consiguiente, expresa el movimiento de cambio que tiene lugar en nuestro interior.
Los músculos proporcionan a los huesos, la estructura de tejido duro, los medios precisos para
movernos y transformarnos de acuerdo con nuestras ideas e interpretaciones.

El conjunto del tejido blando refleja las experiencias, actitudes y pautas de conducta del pasado. Así
como los tendones rígidos indican tendencias también rígidas, podemos encontrar traumas y conflictos
ocultos bajo la superficie del tejido blando. Levantamos capas de grasa para proteger los recuerdos
desagradables; tenemos músculos atrofiados o hiperdesarrollados que retratan debilidades e
indulgencias particulares; los músculos tensos, tumores o depósitos de grasa insinúan pautas de
conducta relacionadas con la parte del cuerpo afectada. Los músculos anquilosados o rígidos denotan
pautas de comportamiento estiradas o rígidas, del mismo modo que un cuello en tensión nos impide
mover la cabeza a uno y otro lado. Por contra, nos vemos constreñidos a nuestro propio punto de vis-
ta, sólo vemos aquello que tenemos en frente. En su obra Body-mind, Ken Dytchwald afirma: «He
llegado a la conclusión de que las experiencias emocionales, las opciones psicológicas y las actitudes e
imágenes personales no sólo afectan al funcionamiento del organismo humano, sino que influyen
también sobremanera en su forma y estructura».

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Dado que el tejido blando refleja nuestras actitudes, comportamiento, experiencias y modelos mentales
ocultos, podemos considerarlo como un barómetro, un instrumento capaz de medir el punto que
ocupamos en nuestro propio interior. Podemos ver cómo el tejido blando expresa el movimiento que
se registra dentro de nuestro ser, así como los conflictos y confusiones que nos afectan. Así, por
ejemplo, si estamos experimentando una situación negativa o dolorosa, los músculos afectados se
pondrán en tensión o se torcerán de forma simultánea. Al final quedan anudados o torcidos, y no
pueden liberarse por completo hasta que estamos preparados para experimentar todo el dolor
acumulado que implica esa situación. Lo mismo sucede cuando nos producimos golpes en las piernas; el
mensaje consiste en que nos resistimos mentalmente a la dirección que estamos tomando. Producirse
erosiones en la piel puede significar una muda de viejas pautas de pensamiento o impresiones
mentales que ya no nos encajan; cuando perdemos el exceso de peso nos deshacemos de capas de
protección, con lo que nos mostramos más accesibles y vulnerables. El tejido blando es como la tierra:
es la sustancia merced a la cual puede evolucionar y florecer la vida.

Líquidos

Más del 90 por ciento del cuerpo humano es líquido: agua, sangre, orina, linfa, transpiración, saliva,
lágrimas, secreción de leche, secreciones endocrinas y secreciones sexuales. Los fluidos irrigan todo
nuestro ser y son como un gran océano que se agita en nuestro interior y en el que las mareas
suben con los deseos, sentimientos e impulsos personales. Puesto que estos líquidos se desplazan
por todo el cuerpo, transportan alimentos y hormonas fundamentales (mensajes químicos
procedentes del cerebro), además de oxígeno; también trasladan y eliminan residuos. Pero ésta es
una imagen demasiado técnica. Los líquidos generan también excitación, calor y energía, como
cuando nuestros labios, pezones y genitales se llenan de sangre y nos sentimos cariñosos, excita-
dos y deseosos de compartir esas sensaciones con otra persona. De igual manera, la cara se sonroja
en las situaciones embarazosas, sentimos calor y nos ponemos rojos cuando nos enfadamos, o te-
nemos frío y el rostro se reviste de un blanco pálido cuando la emoción —la circulación de la
sangre— es estrangulada.

De este modo, podemos reconocer la correspondencia entre los líquidos y nuestras emociones
diversas. Como afirma Alexander Lowen en Bioenergetics, «las sensaciones, sentimientos y emocio-
nes son percepciones de movimientos internos en el seno de un organismo relativamente fluido».
Expresiones como, por ejemplo, «hervir la sangre» vinculan directamente los líquidos a nuestros es-
tados emocionales; las lágrimas son una expresión maravillosa de nuestra energía emocional
vertida con sentimiento. Desde hace siglos, el corazón ha sido asociado con el amor, pues está
reconocido universalmente como símbolo y núcleo de la pasión, como lo es, en un nivel superior,
de la compasión. La sangre, considerada como la circulación de esa energía del corazón por todo el
cuerpo, constituye la expresión de nuestro amor y de todas las emociones confusas que se
relacionan con el amor, puesto que circula por nuestro ser y por nuestro mundo. Los problemas
de corazón indican egocentrismo y conflicto en la expresión o experimentación de amor. Las arterias
endurecidas pueden mostrar una resistencia a expresar las propias energías emocionales o una

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rigidez en éstas, con lo que la cantidad de expresión emocional se reduce al mínimo. La micción es
una liberación de emociones que ya no necesitamos; los problemas de tipo urinario indican, por
tanto, que no estamos expresando aquellas emociones negativas que, normalmente, deberían ser
liberadas. Más bien nos aferramos a ellas, y al hacerlo causan irritación y dolor, como en el caso de
la cistitis.

Cada líquido corporal corresponde a un aspecto distinto de nuestra naturaleza emocional. Un


desequilibrio en el sistema de fluidos que acaba en hinchazón, problemas de micción, hemorragia
excesiva, dificultades de coagulación, sudoración o sequedad excesiva, o hipertensión, indica un
desequilibrio en el sistema emocional, en la expresión o represión de sentimientos y respuestas. La
emoción de que se trata dependerá del líquido que está siendo afectado (véase el capítulo 6).

Los líquidos marcan una dirección y un objetivo al movimiento que es posible entre los huesos y los
músculos. De forma similar, las emociones expresan el propósito espiritual, el poder y el éxtasis de
esa energía; y, además, canalizan y ofrecen una salida a nuestra energía mental.

Costados izquierdo y derecho


Aunque nos consideramos, por lo general, como personas equilibradas, entre los dos costados del
cuerpo existen algunas diferencias muy importantes. Los dos costados del cuerpo representan los
dos hemisferios del cerebro, y cada uno es responsable de funciones muy dispares.

El costado derecho

El costado izquierdo del cerebro controla efectivamente el costado derecho del cuerpo. Esta parte
de nuestro ser, tanto en el hombre como en la mujer, representa la naturaleza masculina: intelec-
tual, agresiva y afirmativa, aquella que se enfrenta con la realidad col ¡diana, con las cuestiones
prácticas y las relativas al trabajo; es autoritaria, lógica y racional. También recibe el nombre de
naturaleza Yang, la parte del propio ser que se tiende a utilizar con mayor frecuencia. Refleja
nuestra relación con la propia naturaleza masculina, ya sea en el plano interno, en el mundo de las
relaciones sociales o respecto a las figuras masculinas presentes en nuestra vida, como el padre, un
hijo, el esposo o el novio. En los hombres, los problemas en esta parte del cuerpo pueden representar
un conflicto de competencia o de masculinidad. En las mujeres, este costado suele reflejar
conflictos como la dificultad de ser una mujer de carrera e integrar una naturaleza más masculina,
más afirmativa, en el estereotipo de lo femenino.

Así, por ejemplo, Ellie vino a verme en cierta ocasión porque experimentaba un ligero entumecimiento
en todo el costado derecho de su cuerpo, un síntoma que notaba desde la adolescencia. Había sido
un marimacho durante toda su infancia y, mientras hablábamos, se dio cuenta de que había
desarrollado aquella parálisis como respuesta al deseo de su padre de que cuando llegara a la
adolescencia estudiara para secretaria, ¡cuando lo que ella quería era ser piloto de cómbale! Por
respeto a su padre reprimió sus respuestas más enérgicas o, mejor dicho, retiró sensibilidad de ese

16
aspecto de su personalidad, lo que dio origen a una sensación de frialdad, de rechazo, en aquella
parle de su cuerpo que representaba el dinamismo y la agresividad (el costado derecho). Negando
esta faceta dé su personalidad, Ellie podía hacer sin resentimiento alguno lo que su padre quería que
hiciera. Para Ellie, la curación implicaba perdonar a su padre por haberle impuesto sus deseos,
desarrollar la confianza en sí misma para hacer lo que realmente quería hacer, por su propio bien, y
autoperdonarse por haber reprimido sus sentimientos. Significaba devolver a la vida la parte de su
ser reprimida y no reconocida.

El costado izquierdo

El costado derecho del cerebro enlaza con el costado izquierdo del cuerpo, y representa el principio
femenino o energía Yin. Aquí reside el carácter creativo y artístico, el que alberga cualidades
como la finura, la receptividad, la irracionalidad y la intuición; en definitiva: el mundo interno. Es el
costado con el que muchas personas han perdido el contacto o bien no saben cómo expresarlo.
Representa la relación con la naturaleza femenina, tanto en nuestro interior como respecto a los
demás. En un varón, los problemas físicos en el costado izquierdo pueden indicar conflicto a la
hora de expresar sus cualidades para el cuidado y la protección, su capacidad para llorar o
consolar. Pueden revelar también dificultades para recibir, sobre todo amor o descargas emocionales. En
la mujer, pueden indicar confusión a la hora de expresar su feminidad, o conflicto por el hecho de
ser mujer y satisfacer las expectativas de cómo debería ser una mujer. En ambos sexos pueden
hacer referencia directa a las relaciones con mujeres (por ejemplo con la madre, una hija, la esposa
o la novia).

Centros de actividad
Tenemos un centro principal de actividad: la cabeza. Desde aquí, la acción se inicia como
pensamiento para reflejarse luego a través de dos medios de expresión fundamentales: el centro
motor y el centro de acción.

Poco tiempo después de la concepción, el desarrollo físico del embrión se inicia con la formación de
la cabeza y la columna vertebral (véanse las págs. 23 y 24). Es un movimiento descendente de
energía llamado desarrollo céfalo-caudal. Esta energía se traslada luego al exterior desde esa fuerza
central a través de las piernas y los brazos (movimiento y acción). Esto recibe el nombre de desarrollo
proximodistal. «Si la conciencia depende en algún grado del desarrollo del cuerpo físico como
recipiente de la conciencia —escribe Jonathan Damián en Wholistic Phenomenology—, entonces la
conciencia del embrión procede de un "centro" adjunto, externo y situado al final de las
extremidades». Al examinar los centros motor y actor pondremos el énfasis en nuestras relaciones
psicológicas y emocionales para las expresiones interna y externa de estas zonas fundamentales

17
El centro motor

El centro motor ocupa el espacio del cuerpo comprendido entre las caderas y los pies. Representa
la dirección que tomamos, la progresión de nuestra vida en relación con nuestro entorno y el
movimiento que tiene lugar en el interior del propio ser. Este último aspecto hace referencia directa
a la pelvis, que representa la dirección interna, los sentimientos y pensamientos más profundos,
los conflictos o estados de tranquilidad en nuestra trayectoria personal. La pelvis es la zona donde
damos origen físico a una nueva vida y también origen psicológico a nuevos movimientos internos;
desde ella podemos ascender a nuevas áreas del conocimiento a medida que ampliamos nuestra
conciencia (véase el capítulo 3), o descender cuando accedemos al mundo a través de los pies. La pelvis
expresa así mismo la polaridad del propio movimiento en relación con el movimiento de los demás, por
cuanto es la zona de comunicación y de relación externa. Es la parte del cuerpo a través de la cual
podemos expresar la energía del corazón al compartir nuestra sexualidad, y la liberación del temor y de
la ira por medio de la micción; corresponde a nuestros aspectos más sociales y externos, a aquellos que
residen en nuestras relaciones.

La pelvis refleja el movimiento que tomamos dentro de nosotros mismos, de manera que cuando la
energía desciende por las piernas empieza a emerger en el mundo; ese movimiento interno pasa a
exteriorizarse. Las piernas, por consiguiente, expresan los sentimientos y las actitudes referidos al
propio movimiento. Así, por ejemplo, las rodillas se localizan en el punto donde nos arrodillamos, y
arrodillarse es el reconocimiento de una autoridad o poder superior a través de la entrega y la
humildad. Las rodillas también amortiguan los golpes y confieren gracia al movimiento cuando
caminamos por un terreno irregular. Los problemas en esta zona pueden remitir a la confianza en uno
mismo, el orgullo y la obstinación; aunque es probable también que el terreno que atravesamos resulta
demasiado duro para que podamos continuar. Estas cualidades entorpecen nuestra progresión hacia
adelante.

Los tobillos representan el sistema de apoyo mental o espiritual, aquel en el que confiamos y que sirve de
base a nuestra actividad. Si cede un tobillo se desploma todo el cuerpo, caemos, y la progresión hacia
adelante queda interrumpida. Esto indica el desmoronamiento del sistema de apoyo, el que nos
mantenía en pie, y también que la dirección que seguíamos debe fijarse de nuevo o cambiarse.

Los pies representan la dirección que tomamos en el mundo. Son nuestro punto de contacto con la madre
tierra, y a través de ellos tomamos posición y fuerza en el sitio que ocupamos en el mundo. Los pies
constituyen la primera parte del cuerpo que progresa hacia adelante, así como la que avanza más
espacio, por lo que representan nuestro movimiento y dirección más externos. También reflejan en su
interior cada aspecto de nuestro ser cuando éste responde a ese movimiento. Cuando el movimiento o
la dirección entran en conflicto con nuestros deseos más íntimos, entonces es probable que, de alguna
manera, nos hagamos daño en los pies o tropecemos.

18
El centro motor es la parte del
cuerpo comprendida entre la
pelvis y los pies que tiene relación
con la estabilidad, el equilibrio, el
apoyo y el arraigo en el mundo. El
hecho de que esta mitad inferior
del cuerpo sea proporcionalmente
mayor que la mitad superior
indica una falta de conexión con
la tierra: la energía que desciende
hacia el suelo a través del cuerpo
resulta insuficiente. Esto sugiere
que se está poniendo énfasis en
el efecto que causamos en el
mundo, en «abrir un gran frente»,
más que en consolidarse en la
propia posición. Esto significa que,
aunque podemos expresarnos
con facilidad, no tenemos sitio
alguno donde depositar los senti-
mientos, de modo que éstos
carecen de una base sólida.

El centro actor

Desde la columna vertebral hasta


las manos pasando por los
hombros se extiende nuestro
centro actor: qué pensamos
sobre lo que hacemos y lo que nos hacen los demás, sobre la capacidad que tenemos para gobernar
nuestra vida. Esta zona representa también el deseo de expresarse: mediante el uso de las manos
podemos expresar la energía interna más artística y creativa; con los brazos y las manos podemos
compartir nuestro amor y dar energía desde el corazón; a través de las caricias, el tacto y los abrazos
podemos coger, atraer o apartar.

Los hombros expresan todo esto en los niveles interiores, especialmente nuestros sentimientos más
íntimos sobre aquello que hacemos o nos hacen los demás. ¿Cuántos de nosotros hacemos lo que
realmente queremos? ¿Cuántas veces desearíamos dar marcha atrás para deshacer algo ya hecho..., y
cuántas veces no entramos en un verdadero conflicto con lo que deberíamos estar haciendo? Es aquí

19
donde cargamos con nuestras responsabilidades, cuando hacemos de mala gana cosas que no queremos
hacer, cuando nos aferramos a emociones negativas y sentimientos de culpabilidad que tienen relación
con algo que hemos hecho en el pasado. Un «hombro frío»2 puede hacer referencia a un frío emocional
que experimentamos en el propio interior hacia alguien o algo, pero puede significar también que
recibimos un trato frío por parte de alguien.

Los brazos trasladan esta energía al exterior, hacen de puente entre nuestros sentimientos y deseos más
íntimos y su expresión en el mundo. Los codos dan flexibilidad y soltura a este flujo de energía, y realizan
el esfuerzo adicional necesario para garantizar su manifestación. Las muñecas llevan esa energía aún
más lejos. Un problema físico en la muñeca puede indicar que hay algo que deberíamos hacer, o que
desearíamos hacer y no hacemos; por alguna razón estamos reprimiendo esa expresión final.

En lo que concierne a las manos, la expresión consiste en cómo pensamos o nos sentimos sobre aquello
que hacemos en el mundo; constituyen el medio que nos permite aferramos a hechos o sentimientos, o
bien somos incapaces de manejar situaciones nuevas. Las manos son el medio de que disponemos
para liberar nuestra creatividad; a través de ellas comunicamos y compartimos. Puesto que son la
expresión más externa de nuestra energía de actuación, a menudo las extendemos demasiado lejos,
tratamos de hacer demasiadas cosas, o nos sentimos desconcertados con lo que estamos haciendo.
Entonces nos producimos lesiones en las manos, nos quemamos o nos cortamos en un dedo.

La pauta prenatal

Esta pauta traza el desarrollo de la conciencia que tiene lugar durante el período de gestación, desde la
preconcepción hasta el nacimiento, y la manera como este desarrollo se refleja en el cuerpo. La pauta
prenatal ha sido muy bien comprendida en los trabajos de Metamorphosis, un grupo que reconoce no
sólo que este período es accesible a través de diversas partes del cuerpo, sino lambien que podemos
fomentar cambios profundos si trabajamos con esas zonas específicas. Los lectores que deseen más
información sobre este tema deberían leer The Metamorphic Technique (véase Bibliografía).

Ya sabemos que el momento de la concepción activa todas las herencias genéticas que confieren forma
al ser humano. Los genes son como los ladrillos con los que se construye el ser; el proyecto original que
se forma en el momento de la concepción se lleva a la práctica mediante el uso de estos ladrillos a lo
largo del período de gestación. Pero ¿podemos afirmar con absoluta sinceridad que los genes configuran
todo nuestro ser, que crean aquello que somos?

¿Pueden los genes formar conciencia, pensamientos, creatividad, ideas, perspectivas...?

Esta pauta prenatal se basa en el supuesto de que en el momento de la concepción está presente una
energía aparte del esperma y los óvulos. Esta energía determina lo que será el nuevo ser. Para
designar esta entidad existen muchos nombres y una cierta diversidad de conceptos espirituales, todos

2
La expresión inglesa «to give someone a cold shoulder» (literalmente, «dar a alguien un hombro frío») designa el hecho de
tratar a alguien con frialdad. (N. de los T.)

20
en la línea de que el nuevo ser surge, en primera instancia, totalmente en abstracto, como una
conciencia sin forma; luego es atraído hacia el plano físico de la misma manera que atrae un imán.
Cuando la concepción tiene lugar, el futuro ser entra en la materia. Según avanza la gestación, todo el
potencial y las características individuales de ese futuro ser se incorporan y se fijan en su interior. Todo
lo que ocurre durante el embarazo y posteriormente es, por consiguiente, una parte de lo que ha
atraído el nuevo ser en el momento de la concepción.

El crecimiento del feto a


partir de una sola célula
primigenia hasta el momento
en que constituye un ser
humano totalmente formado
es un extraordinario proceso
de creación que no sólo com-
prende el desarrollo físico,
sino también el de la
conciencia. Abordaremos
aquí la relación entre el
propio cuerpo y los cambios
en la conciencia que se
experimentaron en la fase
fetal, ya que estos cambios,
además de reflejarse en el
cuerpo, nos influyen constan-
temente. Esos distintos estados de conciencia crean también un lenguaje específico que utiliza la mente
para expresar ciertos estados del ser.

Se puede acceder a la pauta de gestación a través de los reflejos vertebrales en los pies, en las manos
y en la cabeza, así como en la propia espina dorsal (éstas son las zonas utilizadas por la técnica
metamórfica). Su relación con la columna vertebral puede observarse en la Fig. 2. Nos abriremos camino
a través de las etapas específicas del período de gestación, desde la concepción hasta la
postconcepción, los movimientos fetales, el preparto y el parto. Así pues, examinaremos la
preconcepción a la luz de nuestra nueva perspectiva.

Concepción

Se trata de un momento focal en el tiempo, una explosión de energías que se produce cuando el
espermatozoide y el óvulo funden sus identidades individuales en una sola para crear la estructura física

21
en potencia del nuevo ser. Es el momento en que se reúnen todos los factores e influencias que van a
originar un nuevo ser humano: la herencia genética, la raza, el tiempo, el lugar y las condiciones de su
vida futura. Todos estos factores se funden, aportando cada uno un condimento particular, para
formar el cianotipo del futuro ser.

En la concepción, todas las herencias genéticas que se manifestarán en la vida, como el color del
cabello o un rasgo especial del carácter, están ya presentes. También está allí la herencia «no genética»,
aquellos factores específicos de cada cual y que forman su trayectoria particular. Por poner un ejemplo,
hasta el signo del zodíaco parece ser definido en esta etapa tan temprana. Como a cada signo
astrológico le corresponden características físicas determinadas y el ser físico se forma durante la
primera etapa de la gestación, parece que en el momento de la concepción hemos atraído ya el signo
zodiacal con el que vamos a nacer. Cuando, más tarde, caemos bajo la influencia de la formación estelar
preseleccionada, surgen los estímulos para el nacimiento. En un artículo publicado en Newsweek el 30
de agosto de 1982, Walter Goodman afirmaba:

El niño aún no nacido tiende a iniciar su propio proceso de nacimiento en respuesta a una
configuración planetaria en particular. En este misterioso proceso, los planetas actúan como comadronas
celestiales. Alguna especie de señal que emana de los planetas puede entrar en interacción con el feto
en el útero y estimularlo a esforzarse para que nazca en un momento determinado... Quizá no sea el
momento del parto el que selecciona el futuro, sino más bien es el futuro el que elige el momento del
parto.

Así pues, parece que el potencial para todo lo que vamos a ser en este mundo está presente en el
momento de la concepción, y que se incorpora a nuestro ser a medida que avanza el período de ges-
tación. Que ese potencial se manifieste luego en la vida viene determinado por el propio nivel de
conciencia y por cómo decidimos vivir nuestra vida. Las semillas están presentes en la concepción; el
modo como crecen depende de cómo las alimentemos y reguemos.

Existen muchas teorías sobre el momento en que la conciencia del nuevo ser penetra en la estructura
celular, pero parece que desde el instante de la concepción se encuentra allí un ente consciente, una
inteligencia guía. Se usan muchos nombres para designar esta energía entrante: alma, espíritu, fuerza
vital... En esencia, es inteligencia, pura y muy decidida a llevar a cabo su propósito. Esa inteligencia pura
es la conciencia del nuevo ser. La concepción es el momento en que esta energía pasa de un estado
etéreo a adquirir una forma y da vida a esa célula primigenia.

La concepción es el puente entre lo absoluto y lo relativo, entre lo que está más allá del tiempo,
espacio y materia y lo que se encuentra en el tiempo, espacio y materia. Cruzar ese puente exige el
compromiso de estar aquí y participar totalmente en la vida. La correspondencia física con la
concepción es el cuello; a través de él podemos ver una relación directa, pues el cuello es el puente en-
tre lo abstracto (la cabeza) y la realidad física (el cuerpo). El aire y la comida que tomamos a través de
la cabeza deben pasar por el cuello para llegar al cuerpo a fin de mantener nuestra existencia física; de la
misma manera, los pensamientos y sentimientos de la cabeza se manifestarán en el cuerpo y le darán
movimiento y propósito. Cuando se concibe cualquier idea o proyecto nuevo tiene que haber una
manifestación en la forma física para que esa idea se convierta en realidad. En este sentido puede

22
decirse que de la concepción deriva el resto de la gestación, o que el cuello da origen al resto del
cuerpo. El cuello representa la ingestión, el comienzo de la vida. A través de él tragamos la realidad
que luego forma la esencia de nuestro ser.

El cuello es vulnerable en extremo, sobre todo como punto de separación entre la mente y el cuerpo.
Podemos sentir, por ejemplo, disgusto u odio hacia nuestro cuerpo, quizá debido al hecho de haber
venido al mundo en una situación en la que se nos rechazó de inmediato, como por ser consecuencia
de una violación o un «accidente». En ese caso ignoraremos o rechazaremos nuestra presencia física del
mismo modo que fuimos rechazados en el momento de la concepción. Si somos especialmente
cerebrales, si la energía principal reside en la cabeza y no somos especialmente físicos o conscientes de
nuestro cuerpo, entonces lo más probable es que manifestemos dificultades en la zona del cuello, como
tensión o artritis. Es como si nunca hubiéramos entrado realmente en el cuerpo: no hay sentimiento o
conocimiento real de nuestra existencia física, ni experiencia directa de cómo funciona o qué necesita.
Como quiera que la concepción es el punto de entrada en la materia, podemos habernos encarnado
con desgana, haber preferido permanecer en lo absoluto a entrar en la realidad relativa. Los problemas
en la región del cuello pueden acentuarse porque la energía no fluye libremente a causa de esta
separación psicosomática, así como de la falta de resolución a estar aquí, en el mundo.

Postconcepción

Muy poco tiempo después de la concepción, la célula única original no sólo se ha dividido muchas veces,
sino que también se ha desplazado hasta el interior del útero y se ha establecido allí. Acto seguido,
empieza a cambiar de forma y a alargarse para formar la denominada «franja primordial», que es la
primera fase de crecimiento de la cabeza y la columna vertebral. Durante su desarrollo, el teto pasa a
parecerse a todas las demás formas de vida animal para, finalmente, adquirir la humana. Este
proceso es descrito como una «ontogénesis que resume la filogénesis». En otras palabras, tenemos en
nuestro interior toda la creación, y pasamos por todo el proceso evolutivo hasta alcanzar la forma
humana. Todo ello nos demuestra que formamos una unidad con el resto de formas de vida.

La postconcepción comprende los primeros cuatro meses y medio del período de gestación, durante los
cuales el feto se concentra básicamente en sí mismo y en su desarrollo. Apenas se mueve, de manera
que todavía no se ha encontrado con el hecho de que existe alguien más o algo más a parte de él
mismo. El feto no distingue entre él y su entorno; en su mente todo es una unidad, y todo en el universo
es un aspecto de esa unidad. Es una etapa extremadamente interior, un período de intenso desarrollo
dentro del feto, la formación del individuo. Como se afirma en The Metamorphic Technique:

La palabra «individuo» procede del latín, individuas, esto es, «sin división». En este sentido, las
verdaderas experiencias individuales no forman parte de una división, se es una unidad con todo lo
demás. Así pues, mientras se forma la nueva vida como ser independiente ésta no conoce diferencia
alguna entre ella misma y su entorno. Esto puede considerarse una paradoja si lo vemos como la
ignorancia de la individualidad personal y la conciencia de la verdadera individualidad.

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Esta fase de desarrollo corresponde a los niveles interiores, donde no hay conexión con ningún otro ser o
ente, ni conciencia de que existe nada más además de uno mismo. Es la relación entre yo y el propio yo.
En el plano físico, la postconcepción corresponde al pecho, desde el cuello hasta el plexo solar. Por
consiguiente, todos los órganos y zonas del cuerpo que caen en esta zona del pectoral tienen relación
con este aspecto interior de la conciencia; en esta región de la anatomía las dificultades físicas
indicarán un problema en el propio mundo interior, los sentimientos, la interpretación y el concepto de
nosotros mismos comparado con una dificultad en nuestras relaciones o entre nosotros y nuestro
mundo. Los problemas pueden indicar disgusto o ira hacia sí mismo, egocentrismo, o una incapacidad
para compartir el propio ser con otros, con lo que quedamos encerrados en nuestra propia e
introvertida visión del mundo.

El corazón, por ejemplo, ha sido considerado tradicionalmente como la sede del amor en nuestro
interior, como el símbolo de nuestro centro de amor. Desde él, el amor sale a nuestro mundo,
simbolizado por la circulación sanguínea por todo el cuerpo. El corazón se halla en el pecho, de manera
que un problema en la zona del corazón no sólo implica un problema con el amor, sino también con el
amor hacia sí mismo, la capacidad de expresar o compartir ese amor (a través de la circulación), o
incluso de no sentir amor en absoluto, hasta el punto de cerrar este centro. Más tarde veremos como
los demás órganos de esta región (como los pulmones) están también relacionados con esta energía
interna, casi introvertida. En consecuencia, ésta es la zona de nuestras inquietudes más íntimas: el
pecho representa nuestras cuestiones más personales, aquellas en las que sólo el yo está presente.

Movimientos fetales

A los cuatro meses y medio, aproximadamente, el feto empieza a moverse y a explorar su entorno. Al
hacerlo, adquiere conciencia de que hay algo más además de él. El feto choca con algo (las paredes del
útero) que no es él. Ésta es la transición desde la conciencia de sí mismo a la conciencia de otra cosa
ajena a su yo, así como al descubrimiento de la limitación. Es el comienzo de su relación con el mundo y
su apertura a éste. Ese momento de transición es un punto de gran concentración, una tremenda
variación en la conciencia, que se aparta del yo, y en sus relaciones, que pasan a caracterizarse por la
dualidad.

Esta etapa corresponde en el plano físico al plexo solar, al diafragma y a los demás órganos de esa zona.
Es un punto crucial entre el pecho, la parte interna de nuestro ser, y el abdomen, una zona eximia. Un
problema físico en esta parte del cuerpo suele indicar incapacidad para exteriorizar lo que sucede en el
interior, o para con-lactar con el interior desde el exterior. En otras palabras, existe una contención o un
bloqueo de los sentimientos que impide expresarlos. También indica una separación entre los aspectos
públicos y privados de nuestra naturaleza, el lugar donde «trazamos la frontera»; representa nuestra
capacidad para llevar a cabo la transición del pensamiento a la forma, del individuo a la relación con el
mundo exterior. Si esa transición no puede realizarse, la energía queda retenida en la parte superior del
pecho y nace la introversión, la incapacidad para expresarse. Con el tiempo, el mundo interno se hace
cada vez más privado e independiente, y el sujeto no lo comparte. También puede ocurrir que la energía

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quede atrapada en la parte inferior del abdomen y esto dé origen a una persona extrovertida, incapaz de
entrar en contacto con sus verdaderos sentimientos, y con una manera de expresarse superficial y
carente de contenido.

Preparto

Comprende los últimos cuatro meses y medio de gestación, período durante el cual el feto, ya formado,
se prepara para nacer. Es una etapa de acción en la que el feto explora y descubre las limitaciones y
posibilidades dentro de su mundo. Es la fase de su desarrollo que se produce en relación y comunicación
con otros. Se trata del momento en que la energía se mueve hacia el exterior como respuesta. El tiempo
de preparación para la definitiva separación de la madre es también un período de definición del
individuo.

Este período corresponde en el plano físico al abdomen, desde el plexo solar hasta los genitales. Así pues,
los problemas en esta zona como conjunto van ligados a nuestro lugar en el mundo, a las relaciones, la
comunicación y el concepto de nuestra situación personal. El abdomen representa la relación entre
nosotros y el mundo exterior, qué pensamos de lo que recibimos y lo que damos a nuestro mundo, o
también un conflicto entre lo que somos y lo que el mundo cree que somos. El abdomen es el sitio
donde todas las emociones, pensamientos, actitudes y sentimientos que tenemos y que atañen a
nuestra realidad son absorbidos, integrados o rechazados y, con optimismo, resueltos. En Bodymind,
Ken Dytchwald dice:

El vientre es el núcleo del sentimiento en el ser humano. Muchas de nuestras emociones y pasiones
tienen su origen en el interior del vientre. Cuando ocurre algo en nuestra vida que genera sentimientos,
muchas de estas emociones «desbordan» las «tripas» y se expanden hacia el exterior por el resto del
cuerpo a través de cualquier camino que resulte apropiado. En los intestinos asimilamos y digerimos los
alimentos; son también el lugar donde asimilamos y digerimos nuestra realidad y la capacidad para
comunicarnos y enfrentarnos a esa realidad. El preparto es el período en el cual el feto se prepara para
relacionarse con el mundo, y es en esta zona abdominal donde centramos los sentimientos y actitudes
sobre nuestras relaciones y nuestro mundo. El estreñimiento y otros trastornos digestivos son una
respuesta directa a la manera de enfrentarse con la propia realidad, mientras que los problemas de
riñón o de la vejiga demuestran cólera e irritación relacionadas con la manera de expresarse en el propio
mundo.

Parto

Es un momento de transición muy importante en el cual se sientan las bases de lo que será nuestra
manera de experimentar el mundo y el lugar que ocuparemos en él. El nacimiento puede darnos una
sensación de seguridad y amor, o puede servir de base para muchos de nuestros temores y neurosis
de la edad adulta. En esta fase, la madre es más activa, mientras que en la concepción había sido el

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padre el más dominante. El parto ha sido comparado con la forma definitiva de rechazo por parte de la
madre, pues somos expulsados enérgicamente de su interior. Salimos de un lugar cálido, oscuro y
seguro, por lo que, si nacemos en una situación de luces intensas y ruidos estridentes, nos sujetan
cabeza abajo y nos dan palmadas en el trasero para, finalmente, separarnos de nuestra madre; no cabe
ninguna duda de que nuestras primeras impresiones del mundo serán las de un lugar cruel, agresivo
y temible. No existe la sensación de un recibimiento amable y cariñoso. Más que experimentar la
importante unión con la madre, el contacto visual, las sensaciones táctiles y los olores que accionan
muchas de las funciones necesarias para el niño, factores que crean una impresión de alegría y
aceptación, el bebé tiene que construirse una coraza contra la insensibilidad que demuestran hacia él.
Como ha afirmado el tocólogo francés Frédéric Leboyer, «allí hay una persona, totalmente consciente,
y merecedora de respeto».

El parto es la separación de la madre y el niño como unidad en un mundo dual, de dos. Es el paso de
un estado cerrado a otro abierto. Esto puede crear un profundo trauma y, si la situación incluye
factores como el miedo, el pánico o la alienación, entonces es seguro que cuando nos enfrentemos en
la vida a situaciones de cambio radical reaccionaremos de la misma manera: sentiremos miedo, pánico,
o nos encontraremos aislados y solos en nuestra experiencia. Por contra, si la transición se desarrolló con
cariño y sin miedo, las etapas de grandes cambios no supondrán dificultad alguna, y seremos capaces de
responder con valentía y franqueza. En el caso de que hayamos nacido por operación cesárea, puede
suceder que en el futuro, cuando se nos presente algún cambio importante, veamos el otro lado y
sepamos que podemos llegar hasta allí, pero no tengamos ni idea de cómo hacerlo; optaremos entonces
por sentarnos y esperar a que todo termine. Nuestra experiencia de la transición consiste en que alguien
lo hizo por nosotros. Si nacimos drogados tenderemos a responder a las posteriores épocas de cambio
en la vida borrándolas de nuestra mente; no tendremos conciencia de lo que significa el cambio, pues
carecemos de una experiencia consciente de transición que podamos tomar como referencia.

Por consiguiente, el parto es un momento de traslado del interior al exterior, de la oscuridad a la luz.
Esta variación en la conciencia afectará las respuestas posteriores a los estados de transición, altera el
deseo de cambiar y la capacidad para trasladarse de un lugar a otro en el propio interior, para
abandonar el pasado y entrar en el presente.

La zona del parto, la pelvis, es la región donde podemos dar a luz no sólo físicamente, sino también a
nosotros mismos en el terreno psicológico; la zona donde se nos dota de la facultad de ser un
verdadero individuo dentro de nuestro mundo. Representa la capacidad personal para moverse en el
propio interior, para desarrollar nuevas facetas y sacarlas a la luz. Representa la terminación, aunque es
también un nuevo comienzo. Como veremos más adelante, hay otros factores que incorporan a este
ser una componente de principio, de nueva dirección y movimiento, pero la calidad de ese movimiento
se verá afectada en gran medida por las emociones y factores presentes en el momento del propio
parto.

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Preconcepción

Tomemos ahora esta pauta de gestación —desde la concepción y todo el desarrollo posterior del yo y
de las relaciones del feto hasta su aparición en un medio ambiente ampliado— y apliquémosla al
período inmediatamente anterior a la concepción: la pre-concepción. En este caso la pauta se invierte,
pues nos trasladamos desde el espacio totalmente abierto e ilimitado del infinito (pre-concepción) al
mundo físico limitado de la concepción.

La preconcepción se produce cuando la inteligencia del futuro ser se desplaza por vez primera desde la
abstracción hacia lo relativo, si bien permanece aún en la abstracción. El impulso de encarnación y de
entrada en la condición de ser se considera previo a la concepción. Así pues, parece ser que existe una
pauta de gestación
abstracta, una pauta muy
similar a la física
anteriormente descrita.

La energía es vibración, y
para que se manifieste
físicamente debe vibrar a
un ritmo más lento que al
que lo hace en la
abstracción. Veremos esto
más claro si lo comparamos
con el caso de un generador
eléctrico y una bombilla.
Aunque la bombilla
funciona con electricidad, no
puede ser conectada
directamente a un genera-
dor, pues la potencia sería demasiado alta y la bombilla explotaría. El voltaje debe reducirse hasta que
salga a un ritmo que se adapte a la bombilla. La electricidad es la misma, lo único que varía es el ritmo
de la vibración. De un modo similar, la energía infinita y carente de forma tiene que disminuir su
potencia para que pueda emerger y adoptar una forma concreta.

La concepción física corresponde al momento en que el futuro ser hace su aparición en la vida física. La
concepción abstracta corresponde al momento en que la inteligencia, como vibración, emerge de la
informidad. Se trata del primer movimiento de energía que se aparta del infinito en dirección a lo
finito. Es el comienzo de un nuevo ciclo de creación; un desplazamiento de energía que emana de la
pura abstracción hacia el concepto de formación, lo que indica el primer aminoramiento del ritmo
vibracional.

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Durante la gestación física, la etapa de la postconcepción supone el desarrollo interior y la unión con el
entorno, no existe conciencia de nada que no sea uno mismo. En la fase de la postconcepción abstracta
encontramos una definición de la energía dentro del continuum del infinito; como la gota de agua de una
charca que, aunque ha sido separada del resto, sigue siendo agua. La energía se encuentra en un estado
de pura unidad abstracta, sin que haya desarrollado todavía la conciencia de forma, dualidad o
independencia.

La etapa de los movimientos fetales en la gestación física es como un pivote o eje entre las energías
interior y exterior cuando el feto empieza a ser consciente de que existen más cosas además de su
propio yo. Del mismo modo, la gestación abstracta supone un momento crucial en el alejamiento de la
abstracción de camino hacia lo relativo. Se trata de un segundo aminoramiento del ritmo vibracional,
pues la inteligencia empieza a centrarse más claramente en la materia. Es en este punto cuando
empieza a volver la espalda al infinito y a dirigirse hacia la concreción, hacia lo finito, de igual manera
que los movimientos fetales representan el desplazamiento desde la unidad hasta la relación. La
variación en la conciencia se produce en la línea de una manifestación más densa de la materia, y es
una definición de dirección.

El preparto abstracto define un poco más este movimiento hacia la forma. La inteligencia responde a la
atracción del plano físico y a todo lo que éste implica como contraposición a la ausencia de forma. Del
mismo modo que en la fase de preparto físico tiene lugar una preparación para la relación con lo que
no es el propio yo, durante la etapa del preparto abstracto se da una conciencia creciente de lo que se
aproxima y una preparación para el cambio que va a producirse.

El parto de la gestación abstracta corresponde a la concepción del nivel físico. Se trata de la fusión de la
inteligencia que va a nacer con los ritmos vibracionales de los futuros padres. Es la ralentización última
del ritmo vibracional que permitirá a la conciencia penetrar en la materia. La energía que produce el
generador ya es la apropiada para la bombilla. Tras dejar atrás el infinito, el único objetivo consiste ya
en el desarrollo del plano físico. Este período de preconcepción corresponde a la cabeza. En este
sentido, veremos cómo la cabeza es el centro de la energía mística, abstracta e incluso espiritual. El
pensamiento es el precursor de la acción, al igual que la energía lo es de la forma física. Además de ser
la manifestación de la inteligencia pura, la cabeza es el centro creativo, el punto en el que convergen
las facetas más profundas de nuestra naturaleza. Por consiguiente, los problemas físicos que tienen que
ver con la cabeza están relacionados con los aspectos más informes y espirituales de nuestro ser.

La conciencia evoluciona en la abstracción y pasa por diferentes etapas en su camino hacia la


concepción. Una vez se ha fusionado con los factores físicos necesarios para crear la vida se desarrolla
siguiendo una pauta similar a la que acaba de experimentar, aunque adaptándose ahora a todos los
factores del reino físico de la existencia. El modelo vuelve a repetirse en la vida, puesto que a partir del
nacimiento pasamos por un período de intensa introspección, y los primeros quince o veinte años
consisten totalmente en el «yo», están centrados en el desarrollo del individuo. Sigue a esta etapa la
transición a un estado de relación con el mundo y conciencia de éste cuando nos convertimos en
adultos. Luego viviremos aún otro período transitorio y, al morir, nacemos en un nuevo reino. En cada
nacimiento hay una muerte: la muerte de la madre y el hijo como unidad, pues se nace en el parto de

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dos. En cada muerte hay también un nacimiento: el nacimiento del infinito fuera de uno mismo, de la
ilimitación fuera de la individualidad.

El sistema endocrino
Esta pauta es algo más compleja que las anteriores y, ciertamente, menos evidente. Con frecuencia va
ligada al sistema chakra, que se perfila en el capítulo 3.

No realizaremos aquí un estudio científico de endocrinología, sino que examinaremos las glándulas
endocrinas desde un punto de vista más metafísico y filosófico para relacionarlas con el desarrollo de la
pauta de gestación, a la reducción de energía en el mundo físico. Curiosamente, el término
«endocrinología» deriva de las palabras griegas que significan «dentro» y «yo independiente», lo cual
refleja con claridad el papel que desempeña en nuestra vida. Las glándulas endocrinas se distinguen de
las demás glándulas por el hecho de que sus secreciones tienen tanta fuerza que mantienen un
equilibrio específico en todo el organismo. Si funcionan con excesiva lentitud o presentan alguna
deficiencia influirán sobre nuestra perspectiva de la vida, especialmente sobre nuestro estado de
ánimo, comportamiento y capacidad para enfrentarnos a las diversas situaciones. Podemos sentirnos
deprimidos, enfadados o pesimistas; o bien podemos estar felices y tranquilos, optimistas y seguros de
nosotros mismos; todo depende del estado en que las glándulas se encuentren.

La glándula pineal

Situada en el centro del cerebro, esta pequeña glándula ha desconcertado a los científicos, pues parece
estar algo atrofiada. En el hombre antiguo tenía un tamaño mucho mayor, y desde entonces se ha

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reducido hasta unas dimensiones muy pequeñas. Su relevancia puede apreciarse en el hecho de que, en
condiciones mentales normales, presenta cristales de calcio, mientras que en los estados de
subnormalidad esos cristales han disminuido de tamaño o son inexistentes.

La glándula pineal tiene también mucho que ver con la percepción de la luz. Produce una estructura
molecular llamada melanina que, en realidad, puede traducir una forma de energía en otra, es decir, las
ondas sonoras en ondas lumínicas. A través de la melanina es posible transmitir energía sin que se
produzca pérdida alguna, pues actúa como superficie de contacto entre la onda y el mundo de las
partículas de materia. Como afirma el Dr. Joseph Chiltern Pierce, «la melanina es una molécula clave
que, entre otras cosas, puede constituir el vínculo entre la mente y la materia, el intermediario entre el
cerebro y la mente, entre pensamiento, y realidad». La melanina empapa toda forma viviente. En los
seres humanos se encuentra sobre todo en la glándula pineal, la piel, el corazón y los genitales.

A partir de aquí podemos llevar la incidencia de la glándula pineal un paso más adelante y ver como
realmente corresponde a la energía superior que se da en nuestro interior. En una ponencia que lleva
por título Meditations on the Endocrine Glands, Karl Konig declara:

La glándula pineal está impregnada de ideas eternas y confiere al hombre la posibilidad de formular
sus propias concepciones. Es un órgano de pensamiento a través del cual aprendemos a «saber» y,
por tanto, a transformar las ideas eternas en concepciones terrenales. Aquí radica la razón por la cual
Descartes afirma que la glándula pineal es la sede del alma humana. La glándula pineal apunta a la
tierra del espíritu.

Si sumamos algunos de estos comentarios, como «superficie de contacto entre conciencia y realidad»,
«confiere al hombre la posibilidad de formular sus propias concepciones» y «apunta a la tierra del
espíritu», podemos empezar a discernir la conexión de la glándula pineal con lo puramente abstracto, el
infinito, e incluso con el punto de concepción abstracta. Aunque en el plano físico la glándula pineal se
halla en la cabeza, conecta con lo no físico; es el primer momento en la materia en que se inscribe o
está asociada con los aspectos no físicos de la nueva vida. La glándula pineal representa ese primer
movimiento, esa primera ralentización que tiene lugar cuando la energía se aleja del infinito en dirección
a lo finito. Así pues, a través de esta glándula estamos conectados con el infinito. En el siguiente capítulo
veremos la relación de la glándula pineal con el chakra de la coronilla, a través del cual podemos
experimentar el estado más elevado de iluminación, de lucidez mental.

También parece existir un lazo metafísico entre la glándula pineal y las gónadas, las glándulas sexuales,
especialmente porque se sabe que la melanina posee cierto control sobre los órganos sexuales. Lo
veremos más claro si tenemos en cuenta que las dos funciones principales de estas glándulas, la
expresión sexual y la expresión espiritual o mental superior, rara vez se dan de forma simultánea. Casi
siempre una es más activa cuando la otra resulta suprimida, como, por ejemplo, en la vida de un
monje célibe.

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La glándula pituitaria

Situada detrás de los ojos, en el cerebro, la glándula pituitaria es como el director de la orquesta
endocrina; todo nuestro equilibrio fisiológico, sobre todo el crecimiento, depende de esta pequeña
glándula. La pituitaria .controla y mantiene todos los aspectos de nuestro desarrollo, y está íntimamente
ligada a la pubertad, el embarazo, la fertilidad y otros aspectos del sexo femenino. Su disfunción puede
conducir a pautas anormales de crecimiento físico.

Podría parecer que la glándula pituitaria lleva un paso más adelante el movimiento de energía antes
descrito (y en la pág. 48). Corresponde a la segunda ralentización de la energía, al punto que co-
rresponde a los movimientos fetales en la abstracción, cuando la inteligencia se acerca más a la materia.
Es la conexión entre el espíritu y la tierra, un alentamiento de la energía abstracta que favorece esa
manifestación física. Se trata de una interpretación de lo no físico en una forma comprensible para el
cuerpo humano, como se refleja en el papel que juega en nuestro crecimiento y funcionamiento
corporal. En este sentido, cumple la función de enlace entre la glándula pineal, nuestro ímpetu
espiritual más elevado, y el cuerpo, la manifestación física de ese ímpetu. En su obra Meditations on the
Endocrine Glands, Karl Konig escribe: «Si la pineal apunta a la tierra del espíritu, la pituitaria hace
referencia a la tierra. El alma humana despierta a su conciencia terrenal por medio de este pequeño
órgano». En el capítulo 3 veremos también la conexión de esta glándula con el denominado chakra del
tercer ojo.

Las glándulas tiroides y paratiroides

Como la pineal está relacionada con la concepción abstracta y la pituitaria con la de los movimientos
fetales en la abstracción, la relación de estas dos glándulas permite al hombre acceder al ser. La
tercera ralentización tiene lugar en el cuello, el punto que corresponde al nacimiento
abstracto/concepción física: la entrada del futuro ser en la materia física. Las glándulas tiroides y
paratiroides se encuentran en el cuello (las segundas se disponen una a cada lado de la primera). La
tiroides desempeña un papel importante en el mantenimiento del ritmo metabólico y en la respiración.
Por poner un ejemplo, cuando los animales hibernan es el cese temporal del funcionamiento de esta
glándula lo que les permite hacerlo.

A propósito de la glándula tiroides, Karl König afirma:

Describimos este órgano como relacionado con la respiración; pero la conexión no es con la fuerza
que nos hace inhalar el aire que respiramos, sino con un proceso mucho más amplio de inhalación.
La tiroides es el órgano que hace que el cuerpo terrenal inhale el alma humana, el órgano por medio
del cual el alma humana despierta en el interior de su cuerpo.

Un folleto sobre la curación física describe esta zona, la garganta, como el punto de concepción y
de la formación del cuerpo humano:

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Los antiguos han sabido siempre que este centro (la garganta) ha sido el responsable de la
creatividad humana (o de la creatividad de un ser humano)... Este centro concreto de actividad es el
intermediario entre los impulsos neurales y las vibraciones más lentas que configuran el tejido
sólido interior del cuerpo físico.

La tiroides es, por consiguiente, la puerta entre la abstracción y la realidad, y regula la respiración,
por cuanto es la respiración lo que da vida al cuerpo. En las págs. 23 y 24 se explicaba que el cuello
es el puente, la conexión entre la mente y el cuerpo a través del cual debe pasar el aire. Además, la
glándula paratiroides mantiene el equilibrio del ritmo de inhalación y exhalación. Tal como afirma
König refiriéndose a esta pequeña glándula: «Este ritmo proporciona al hombre el equilibrio que
necesita para desvelar este estado terrenal de conciencia».

El timo

Situado cerca del corazón, el timo nos traslada de la fase de concepción a la de postconcepción.
Una de las funciones principales de esta glándula consiste en transformar las nuevas células
inmunitarias en las denominadas células T. Éstas son esenciales para un sistema inmunitario sano,
ya que atraviesan todo el cuerpo en busca de intrusos potencialmente peligrosos. Las células T
auxiliares activan la alarma inicial; las exterminadoras destruyen las células cancerosas y las
infectadas por virus; las supresoras tocan retirada cuando se ha conjurado el peligro. En otras
palabras, de la zona del corazón —directamente relacionada con el desarrollo del yo— emana la
capacidad para protegerse, para proteger la forma corporal que manifestamos, para combatir y
ganar nuestras batallas internas sin necesidad de pedir ayuda al exterior. Puesto que el timo se
halla estrechamente ligado a la energía del corazón, su pleno funcionamiento muestra la
importancia del amor. Cuando nos sentimos amargados, enojados, llenos de odio o de desprecio,
ya sea hacia nosotros mismos o hacia los demás, nuestra capacidad para combatir la infección y la
enfermedad es menor. Cuando nos sentimos afectuosos, compasivos, generosos y serenos,
nuestra fuerza moral se incrementa en gran medida.

El timo está relacionado también con la disponibilidad para el sueño. Del mismo modo que la
energía desciende al reino de lo físico, el sueño acentúa la concentración de energía en el desarrollo
del yo que tiene lugar en esta región pectoral (como se puede comprobar en un feto o un bebé, que
duerme la mayor parte del tiempo).

Las glándulas suprarrenales

Situadas sobre los riñones, las glándulas suprarrenales corresponden al momento de estimulación,
pues es aquí donde reside la hormona de la adrenalina, que se produce cuando se nos presenta
una situación de «luchar o huir». Del mismo modo que la fase de estimulación en la pauta de
gestación es como el eje de un balancín entre el mundo interior y el exterior, la adrenalina

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estimula nuestra decisión de huir (echar a correr y esconderse en lugar de ser valiente y
enfrentarse al problema) o luchar (revolverse y plantar cara, sin tener en cuenta las advertencias
internas). Esta hormona nos capacita para enfrentarnos con emociones debilitadoras y estresantes
en nosotros mismos y en relación con los demás.

Las suprarrenales son esenciales también para el mantenimiento del nivel de azúcar en la sangre y
de la tensión sanguínea. Esto corresponde al papel de la etapa de estimulación, en la cual se tiende
un puente entre los aspectos públicos y privados de nuestra naturaleza: en este punto vemos cómo
las glándulas suprarrenales regulan la composición y el equilibrio de la sangre (la energía
amorosa) cuando pasa de la parte privada (el pecho) a la parte pública de nuestro ser (el abdomen).
A la hora de mantener limpia la sangre, a menudo los riñones necesitan eliminar de ésta las emo-
ciones más negativas, como el odio y el miedo. De esta forma, pueden producirse irritaciones en el
sistema urinario si se acumula una cantidad aplastante de energía emocional negativa.

Las gónadas

Situadas en los ovarios en el caso de la mujer y en los testículos en el varón, estas glándulas
tienen relación con las fases del preparto y el parto en la gestación, el comienzo de las relaciones
del feto con su entorno y su aparición como ser independiente. Las gónadas aseguran nuestra
continuidad a través de la reproducción y, en este sentido, nos mantienen vinculados al mundo físico.
Suponen el final de nuestro viaje, nuestro descenso a la tierra, la ralentización final de nuestro ritmo
vibracional. También constituyen el inicio de nuestra ascensión. Partiendo del hecho de que nos damos
origen nosotros mismos, podemos avanzar hacia una mayor comprensión del infinito.

Las gónadas representan la acción de compartir el propio cuerpo con los demás mediante la sexualidad.
Las doctrinas orientales más esotéricas contienen muchas prácticas sobre el uso de la energía sexual
como un medio de alcanzar un conocimiento más elevado, como en el tantrismo. Éste reconoce que el
poder de la sexualidad es muy grande y que, por tanto, puede ser utilizado con fines verdaderamente
afectivos y propósitos espirituales o, por el contrario, abusar de él o utilizarlo de un modo incorrecto.
Este mal uso del poder sexual puede ser causa de degeneración y enfermedades (rompemos el
equilibrio de la naturaleza). Cuando hay un exceso de energía aplicada a la actividad sexual es más
probable que se dé la correspondiente falta de energía para las actividades espirituales.

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