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Colección El Solar
Escuela de Estudios Literarios
Universidad del Valle
Santiago de Cali, marzo de 2012
© Colección El Solar
Director: Fabio Martínez
Consejo editorial:
Julián Malatesta
Fabio Martínez
María Eugenia Rojas
ISBN:978-958-670-967-5
Ilustración de carátula: “Boceto pareja Bar”
Ever Astudillo
Diseño fotográico: Over Espinal
Diseño, diagramación e impresión:
Unidad de Artes Gráicas,
Facultad de Humanidades,
Universidad del Valle,
Cali - Colombia
Prólogo 9
La virtud del agua 19
Las tentaciones de Bosch 21
La maldita 25
El rey del arcabuco 27
Llanto y risa de Rosalina 35
El mago 43
La posesión del viejo 47
Una confesión al Santo 51
La devoradora de rosas 53
Las ancianitas 59
La buena vida 67
La niña que aprendió a silbar 71
El servidor de la piedra 75
El viejo de la ventana 79
La conspiración de los Bailantes 83
La gran danza 87
El condenado Albin 91
Prólogo
defender sus lanzas debían ser suyos. Más allá del ar-
cabuco lo esperaba el poblado de los blancos, fortii-
cado con murallas de piedra y soldados armados, al
que un día debía atacar según la señal que esperaba
de Ogún. Buscó las zonas propicias para el ganado y
repartió las tierras.
Convencido de ser elegido por los Orixás, prote-
gió a los negros huidos que llegaron a su territorio
perseguidos por los perros. Les enseñó el poder de
las hojas del “bejuco viudita” que estregándolas en
los testículos y las axilas confundían el olfato de los
animales. Selló con perros sacriicados a Exú, rey de
las Siete Encrucijadas, los caminos que conducían a
las empalizadas. Pero en esos mismos caminos los
blancos sembraron en horcas a los negros huidos
que capturaban, desnudos y humillados exhibiendo
la carimba, la temible marca del hierro candente en
la piel que identiicaba a sus amos. Desconcertado de
perder su poder, el Rey del Arcabuco cubrió su cabe-
za con cadenetas de hojas de palma, ciñó a la cintura
mandiles de piedras amarillas y verdes y dejó atrás
los quejidos de las mujeres que apaciguaban los espí-
ritus de los ahorcados para internarse en la ciénaga.
Las confusas visiones que le deparaba Ogún no ali-
mentaban su odio. El encuentro con un poblado que
no conocía en donde él marchaba despojado de su
lanza, invocando un espíritu que tenía la igura de un
hombre blanco, lo confundía y lo llenaba de resenti-
miento. Ogún le enseñaba a guerrear y le confundía
luego el camino. ¿Acaso su prestigio de invencible
era falso? Tantas veces que le creyeron muerto y ex-
hibieron su cabeza en la plaza y sus testículos en la
32 Breviario del tiempo
A Vivrita encantada