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coloniales chilenos
Mircea Eliade en Mito y Realidad insiste en la visión del mito como un tiempo primordial
en el que lo sagrado retorna o actualiza a través del ritual, aquella ritualidad hace retornar
un conocimiento del mundo el cual debe ser aprehendido para poder ser en el mundo
presente. De manera análoga el proceso de conquista fue el momento en el que el sujeto
europeo se enfrenta con el otro, es decir, con su cosmogonía inaprehensible, ante la cual
debió ser necesario una reactualización del tiempo primordial judeocristiano. De esta
manera, lo americano se configuró como una invención o reactualización del mito para
poder entender el mundo “encontrado”.
El imaginario de América en vista del ojo del conquistador consiste en esas primeras
impresiones donde lo desconocido se intenta aclarar, a saber, un territorio donde prima la
abundancia exorbitante del paisaje; una otredad “salvaje”, donde el ojo conquistador ha
puesto el enfoque del progreso. La crónica, la bitácora de viaje, las misivas y documentos
legales de la conquista han hecho testimonio de aquella (si se me permite la metáfora)
antropofagia cultural del nuevo mundo.
Ahora bien, aquel escenario de conquista dejó una huella importante en la noción que
tenemos de lo americano, como así lo atestigua José Lezama Lima en su ensayo Mito y
cansancio clásico, donde comprende que en el sujeto americano se ha dado una suerte de
permeabilidad de esa colonialidad originaria, es decir, un deber ser europeo. Sin embargo,
la tesis de Lezama viene a desestimar aquel proyecto mítico que reconoce Eliade, ya que
aquel proceso del mito como reactualización del tiempo originario no hace más que
homologar aquel tiempo clásico, en otras palabras, socavar aquel recorrido del tiempo en
busca de un paraíso perdido. Lo americano constituye entonces, una aceptación de aquella
condición monstruosa de lo colonial, un mestizaje y la confluencia de torrentes opuestos,
contradictorios y disímiles. Por otro lado, la confluencia de culturas no deja de ser
tensionada y conflictiva, pues hay en ella ciertas contradicciones las cuales hacen del sujeto
americano un ser bifurcado.
El poema esta cruzado por la imagen del vacío, el decaimiento, un advenimiento de una
oscuridad puesta al servicio de un escenario crepuscular. En un terreno vacío que deja ver
la escasez de la luz; los cuerpos se degradan junto con la luz, así como también caen de una
categoría aristotélica, es decir, pasan de ser cuerpos animales a vegetativos para luego ser
minerales. Aquella ruina muestra al mismo tiempo una relación entre lo humano y la
naturaleza, una consonancia que pone a los cuerpos en relación con lo terrenal, a lo
originario. La teleología de la historia deviene en lo cóncavo del espacio, aquel vacío que
se traduce en una decadencia del espacio nocturno, lo nebuloso del humo. Sin embargo, ya
para el final del poema, hay un volcamiento de la noche en lo onírico, en la ensoñación de
lo mítico carente de una temporalidad lineal de la modernidad. Por otro lado, se plantea una
corporalidad fragmentada, solo hay partes que se asoman a dar un sentido de lo indefinido,
la boca balbucea, los dientes sangran, que en otras palabras, refieren a una incapacidad de
lo hablado, de lo que puede ser dicho con claridad. Esta imagen se inscribe muy bien con lo
que he mencionado anteriormente sobre la intención de poetizar el trauma, es decir, la
manera en que el sujeto americano se ve en la tensión de usar un lenguaje heredado por el
conquistador para referirse a lo abyecto.
Bibliografía
Lezama Lima, José. “Mito y cansancio clásico”. La expresión americana. México: Fondo
de Cultura Económica, 1993