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La docencia ¿una alternativa laboral?

Por: Jonathan F. Ascencio


Profesor de Filosofía en Bachillerato.

Es de conciencia corriente entre los intelectuales, y sobre todo, entre los


académicos de los distintos sectores, es decir, público y privado, que la labor
del profesor, en cuanto a su importancia elemental en el contexto de desarrollo
de un Estado, es mal pagada. No quiero aquí ostentar que la labor docente
merece un trato preferencial económicamente hablando. El asunto es que los
salarios mínimos en este sector, son equivalentes a los salarios de empleos
que no tienen ningún prerrequisito académico. Lo cual, refiriéndonos a la lógica
del mercado laboral en la que se sostiene que la remuneración en los empleos
asalariados de profesionales, es mayor a la de los empleos que no lo son, es
contradictorio.

Es sabido también que en cualquier nación en la que se tiene en la mínima


estima la labor docente, los empleos que a ésta se refieren son suficientes para
que quienes los desempeñan tengan la posibilidad de ser autosuficientes
económicamente hablando. Esta autosuficiencia en México está condicionada
a favoritismos institucionales en los que las diferencias salariales, por el mismo
trabajo –mismas horas clase en mismo nivel académico- son inmensamente
desproporcionadas. Esto, sobre todo, en el sector público. En el sector privado,
el panorama no es mejor. Las instituciones académicas, aun estando
registradas como Asociaciones Civiles, sin fines de lucro, se comportan como
verdaderas empresas privadas en las que el incremento del capital es el único
motor que impulsa su funcionamiento. Relegando el salario del docente a la ley
de la oferta y la demanda que, a su vez, por la situación de desempleo y
pobreza existente, desemboca en cantidades ridículamente insuficientes en lo
que a una independencia económica se refiere.

Las autoridades educativas en el estado de Jalisco, SEJ y UdeG, establecen


una serie de condiciones para reconocer y certificar los procesos educativos
dentro de las instituciones privadas. Esto implica que la certificación está
condicionada a patrones establecidos por dichas instituciones que, muchas
veces, ellas mismas no cumplen. Estos patrones implican la demostración
documental de preparación académica de los candidatos a profesores, en la
que se exigen condiciones óptimas y profesionales de alto nivel para validar y
permitir el ejercicio docente. Una vez validada la documentación por dichas
instituciones se da el “visto bueno” oficial y el ejercicio adquiere legalidad y
permiso. Podemos reconocer y aplaudir estos filtros institucionales pues
garantizan una educación de calidad y, por lo tanto, se va de acuerdo con
muchas de las garantías que una nación debe ofrecer a la ciudadanía. Pero
todo esto entra en una grave contradicción en el momento en que, el profesor,
después de haber demostrado una preparación curricular innegable, y
condicionada su labor a sus áreas de estudio específicas, recibe un salario por
honorarios de 33,3333333 pesos por hora clase. Es una obviedad que el
trabajo docente no se reduce al presencial, y esto mismo es reconocido por las
instituciones al solicitar planeación de curso y avances programáticos, además
de la planeación diaria y revisión de los productos de los educandos.

Ahora bien, tenemos que un salario por honorarios de 33,3333333 pesos por
hora clase es de por sí, una cantidad cómicamente baja en lo referido la
independencia económica a la que he aludido anteriormente. Esto no termina
aquí, sino que un profesor sujeto a estas condiciones, cuenta con esta cantidad
hasta que llega la temporada vacacional, en la que el salario es arbitrariamente
retirado aunque el educando siga pagando su colegiatura a la empresa en
cuestión. Por otro lado, no está de más mencionar la ausencia total de
prestaciones de seguridad social ni de ninguna otra índole. Dejando al
trabajador en un total desamparo económico.

Las preguntas que me surgen después de estas reflexiones son simples igual
que sus respuestas. En primer lugar, ¿no deberían, las autoridades educativas,
establecer normativas en cuanto al salario mínimo de los docentes, así como lo
hacen con su preparación, cerrando el camino a muchos que por carencias
económicas no han podido cumplimentar los requisitos necesarios para poder
ejercer la docencia?, ¿está esto fuera del interés de los legisladores al grado
de que propuestas en este sentido jamás han visto la luz en los recintos
legislativos?; en un contexto en el que la derecha política ha aprobado la
deducción de impuestos en el rubro de la educación privada ¿es lógico que el
tema del salario profesoral quede al margen de dichas discusiones?, ¿es
permisible que el salario de un profesor de tiempo completo no cubra siquiera
la cantidad promedio de la renta de un inmueble en zonas populares, y mucho
menos, claro, todas las demás necesidades básicas?, ¿es la educación una
prioridad, como aseguran nuestros gobernantes, en materia legislativa y de
Estado?, ¿el apoyo a la educación privada responde a un principio de apoyo
educativo y no a un principio falaz de desarrollo económico?, ¿siendo el
ejercicio intelectual y académico motor de cambios sociales, podemos afirmar
una verdadera influencia de estos sectores en el problema que directamente
nos compete?

Las preguntas no quedan al aire, como suele decirse, puesto que las
respuestas son obvias. Un poco de sentido común institucional y legislativo
podría evitar la existencia de dichas preguntas y, por otro lado, el hecho de
considerar la labor docente como un oficio reducido a la urgencia económica
mientras se consigue “algo más” incluso para aquellos que la consideramos
una vocación.

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