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Ahora bien, tenemos que un salario por honorarios de 33,3333333 pesos por
hora clase es de por sí, una cantidad cómicamente baja en lo referido la
independencia económica a la que he aludido anteriormente. Esto no termina
aquí, sino que un profesor sujeto a estas condiciones, cuenta con esta cantidad
hasta que llega la temporada vacacional, en la que el salario es arbitrariamente
retirado aunque el educando siga pagando su colegiatura a la empresa en
cuestión. Por otro lado, no está de más mencionar la ausencia total de
prestaciones de seguridad social ni de ninguna otra índole. Dejando al
trabajador en un total desamparo económico.
Las preguntas que me surgen después de estas reflexiones son simples igual
que sus respuestas. En primer lugar, ¿no deberían, las autoridades educativas,
establecer normativas en cuanto al salario mínimo de los docentes, así como lo
hacen con su preparación, cerrando el camino a muchos que por carencias
económicas no han podido cumplimentar los requisitos necesarios para poder
ejercer la docencia?, ¿está esto fuera del interés de los legisladores al grado
de que propuestas en este sentido jamás han visto la luz en los recintos
legislativos?; en un contexto en el que la derecha política ha aprobado la
deducción de impuestos en el rubro de la educación privada ¿es lógico que el
tema del salario profesoral quede al margen de dichas discusiones?, ¿es
permisible que el salario de un profesor de tiempo completo no cubra siquiera
la cantidad promedio de la renta de un inmueble en zonas populares, y mucho
menos, claro, todas las demás necesidades básicas?, ¿es la educación una
prioridad, como aseguran nuestros gobernantes, en materia legislativa y de
Estado?, ¿el apoyo a la educación privada responde a un principio de apoyo
educativo y no a un principio falaz de desarrollo económico?, ¿siendo el
ejercicio intelectual y académico motor de cambios sociales, podemos afirmar
una verdadera influencia de estos sectores en el problema que directamente
nos compete?
Las preguntas no quedan al aire, como suele decirse, puesto que las
respuestas son obvias. Un poco de sentido común institucional y legislativo
podría evitar la existencia de dichas preguntas y, por otro lado, el hecho de
considerar la labor docente como un oficio reducido a la urgencia económica
mientras se consigue “algo más” incluso para aquellos que la consideramos
una vocación.