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Capítulo 16
P SICO LO G ÍA D EL D ESARRO LLO , SEG ÚN
M ARG ARET M AH LER , Y SU IM PO RTAN CIA
EN LO S T RAST O RN O S D E PERSO N ALID AD *
Paulina Kernberg
Nos encontramos, entonces, con una teoría de personalidad que integra relaciones
objetales intrapsíquicas con las relaciones interpersonales. Vemos, en otras palabras,
una especie de coreografía entre lo intrapsíquico y lo interpersonal.
* El presente trabajo es una versión del comité editorial del presente libro de una conferencia presentada por Paulina Kernberg
en Las Jornadas de Salud M ental del Instituto Psiquiátrico “ Dr. José Horw itz Barak” , 1985.
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Hacia u n a m irad a in t eg ral
El período simbiótico
Tal como es sabido las etapas del desarrollo, según M argaret M ahler, comienzan con el
autismo, al que le sigue el periodo simbiótico, que termina en la fase de separación e
individuación que se divide en varias subetapas más.
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Esta figura, que es concreta y al mismo tiempo metafórica, se puede observar también
en las respuestas al método de Rorschach típicas de los pacientes limítrofes. La sub-
etapa de diferenciación se representa en respuestas al test que revelan imágenes dobles
tales como dos elefantes, dos mariposas, dos mujeres unidas. Es muy frecuente, en
pacientes limítrofes la respuesta de mellizos siameses.
En la transferencia, cuando uno trata con este tipo de pacientes, se observa que éstos
ven al terapeuta como si fuera físicamente igual a ellos. Este paradigma de relación de
objeto que se ve en el mundo intrapsíquico y que se expresa en la relación con el tera-
peuta, constituye normalmente el primer episodio de diferenciación. Es muy importante
saber esto, porque cuando hay una detención en este momento del desarrollo, existe la
relación de mellizos que impide una progresión a las etapas siguientes.
Es conveniente saber que, cuando los pacientes están en este tipo de relación con el
terapeuta es muy importante interpretarla. El clarificarla permite ver entonces el uso de
esta etapa de diferenciación como una etapa que lleva a las etapas siguientes y no
necesariamente como resistencia.
Es importante considerar, desde el punto de vista del desarrollo, que primero se pasa de
simbiosis a diferenciación y sólo cuando esté clarificado este “ escalón” , podemos pasar
a las etapas siguientes.
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Hacia u n a m irad a in t eg ral
Esto se puede observar en el niño de uno a dos años, que empieza a crecer y que sale
corriendo sin pensar que hay algún peligro alrededor de él, porque siente que lleva a su
mamá alrededor.
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Después ent ramos en una et apa que es más f amiliar, que es la de acercamient o
(Raprochement). En esta etapa, hay dos posibilidades de distribución del mundo interno
psicológico, del sí mismo y los objetos.
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Acercamient o
A B
AI AI
IO IO
O. Ext. O. Ext.
Positivo: Negativo:
Idealización Afecto devaluativo
obj. Exter no se idealiza obj. Exter no devaluado
Reapr oximación. Izquier da y sombr eado. Der echa, coer ción. AI=autoimagen; IO=imagen del objeto;
O.Ext.=objeto exter no.
El sí mismo, aquí tampoco es muy estable y depende de la presencia del objeto interno,
que a su vez depende de la presencia del objeto externo. Esta relación, si es positiva,
termina en una idealización que tiene un efecto de control o de coerción. En este para-
digma del mundo interno del paciente, éste se da cuenta de que hay un objeto externo
que él no contiene; esto es una novedad, ya que en las etapas anteriores, el paciente no
se ha desprendido del objeto. La forma típica de relación es de control, ya que se nece-
sita controlar y ejercer coerción sobre el objeto interno y externo, y, al mismo tiempo,
atribuirle a ese objeto externo poderes muy grandes para poder existir. Eso se ve en el
desarrollo normal, pero se ve también en la transferencia de pacientes limítrofes. Esto es
a lo que se refiere Kohut al hablar de transferencias idealizadoras. El paciente no puede
vivir sin su terapeuta, aunque pasen diez o quince años, porque toda la existencia de-
pende de la presencia de este objeto externo idealizado.
Hay otro lado de esta moneda, otra forma de relacionarse a este nuevo objeto. El sí
mismo se relaciona con el objeto externo, pero mediante un afecto negativo, mediante
la devaluación. No se ejerce coerción, sino sumisión al objeto y una devaluación del
objeto externo. Se produce una transferencia narcisista negativa, en la que el paciente
viene por años a decirle al terapeuta que no sirve para nada. ¿Por qué viene todos los
días? Viene todos los días porque su existencia todavía depende del objeto devaluado.
Esta relación de sumisión la ha llamado M argaret M ahler el efecto de sombra, y el afecto
idealizador se ha llamado transferencia de tipo narcisista.
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Hacia u n a m irad a in t eg ral
Luego de todas estas etapas, M ahler describe la etapa de integración, que puede repre-
sentarse en el siguiente esquema:
Int egración
AI IO
IO AI
Consecuencias clínicas
Ya se ha podido ver algunas de las consecuencias clínicas de este punto de vista del
desarrollo. M e extenderé un poco más en qué es lo que ocurre en cierto tipo de fijaciones
en alguna de estas subetapas. En la literatura se atribuye a los cuadros limítrofes una
estabilización del desarrollo del individuo en la etapa de acercamiento. Sin embargo, a
medida que uno trabaja con estos pacientes en psicoterapias intensivas, se ve que que-
dan también detenidos en las etapas de diferenciación, de práctica temprana y de prác-
tica propiamente tal, conservando la manera de relacionarse, en cada una de esas eta-
pas, con el terapeuta. Es importante saber esto, porque cada una de estas figuras y
relaciones de objetos es posible describirlas y clarificarlas al paciente para que él pueda,
a su vez, integrarlas y proseguir en su desarrollo.
La etapa de relación en que hay necesidad de estar en contacto constante con el objeto
externo se ve en personalidades infantiles de tipo limítrofe, en que no hay integración
del sentido del sí mismo.
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En las etapas ulteriores, se ven otras cualidades de cuadros limítrofes: en las personalida-
des “ como sí” se ve que hay sumisión total al objeto externo, mientras la persona ad-
quiere una cualidad de sombra.
Es importante tener claras todas estas subetapas, porque así el terapeuta puede ser más
sensible a las relaciones que los pacientes establecen con él. Esta forma de entender la
transferencia, según las etapas del desarrollo de M ahler, es de gran utilidad para precisar
los diagnósticos. Por ejemplo: una vez entrevisté a una paciente que fue presentada
como esquizofrénica, pero después de 15 minutos me di cuenta que ella se estaba
riendo igual que yo, que se movía igual que yo, repetía mis gestos, y me encontré que
estaba con un espejo. En un período de 15 minutos, ella había establecido esta relación
de dos personas que son muy parecidas. Esto me permitió hacer el diagnóstico, no de
esquizofrenia, sino de una personalidad de cuadro limítrofe.
Se podría decir, que todo factor que interfiere en el proceso de separación e individua-
ción, en otras palabras, en todas las etapas mencionadas, produciría riesgos de tras-
tornos de personalidad serios. Estas interferencias podrían ser: temperamentales, or-
gánicas y familiares.
En segundo lugar, tendríamos los factores orgánicos; podríamos decir que problemas
de déficit físicos, como la ceguera, la sordera y problemas orgánicos cerebrales tam-
bién podrán afectar el desarrollo del proceso de separación e individuación. No es que
todos los niños que tienen problemas orgánicos sean cuadros limítrofes o problemas
severos de personalidad, pero están en riesgo de tenerlos, y es importante poder ha-
cer un examen psicológico y psiquiátrico. Se puede decir, por ejemplo, que en la
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internalización de las relaciones de objeto es muy importante este factor de una in-
demnidad psicoorgánica. Así, las primeras tareas del desarrollo del Yo de formar y desa-
rrollar las representaciones del sí mismo y representaciones del objeto en forma diferencia-
da dependen de funciones tales como la memoria, la percepción, la atención y la capaci-
dad de secuencia. Si un niño no tiene estas funciones intactas, va a tender a experimentar
a su mamá como menos buena de lo que sería normalmente y va a tener reacciones de
frustración y de intensa agresión que van a interferir con el desarrollo del proceso de
separación e individuación.
Las relaciones de los padres a los hijos generan constelaciones familiares muy distintas, y
cada una puede tener diversos efectos en términos de ayudar o no a la integración de la
identidad del sujeto. Las parejas varían en su capacidad de relacionarse como pareja con
los hijos. Hay, por ejemplo, ciertos padres que desde que el bebé nace se relacionan con
su hijo en forma de pareja, los dos en conjunto. Esto, independientemente de que el
niño pueda aprender desde el comienzo que puede estar a solas con la mamá y que
puede estar a solas con el papá, pero que cuando están los dos juntos se produce una
síntesis, una integración. Hay una madre y un padre que son una pareja, junto con la
que el niño vive una experiencia distinta que le ayuda a integrar papá y mamá, lo bueno,
lo malo, y al mismo tiempo se empieza a integrar a sí mismo. Él es el hijo del papá y de
la mamá, que lo miran en conjunto.
Por otro lado, hay parejas en que la mamá se relaciona con el niño con exclusión del
papá o el papá se relaciona con el niño con exclusión de la mamá. O sea, el niño se
somete a un ejercicio diario de escisión. La mamá no existe nada más que en relación
con él; y el papá sólo existe en relación con él. Configuraciones familiares de este tipo
parecieran estar relacionadas con desarrollos de cuadros limítrofes. El extremo de rela-
ción familiar patológica es cuando el niño es despersonalizado, es considerado sólo en
funcionalidad con la madre y el padre perdiendo totalmente la posibilidad de subjetivi-
dad propia. Se transforma así en un objeto interno de la madre o del padre.
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La estabilidad de la patología
Para finalizar, es necesario señalar que la relevancia de realizar estos diagnósticos tem-
pranamente radica en que estos tipos de patología son muy estables. No es verdad que
el desarrollo, por sí mismo, vaya a corregir los problemas y producir, por sí mismo, la
normalidad. Los esquemas mencionados se pueden identificar entre los siete meses y los
tres años. Sin embargo, hemos visto elementos clínicos que dan cuenta de que la pato-
logía se estabiliza con patrones similares en la edad adulta. Los niños que quedan fijados
en alguna de las etapas mencionadas desde su infancia generalmente continúan con
problemas a lo largo de todo su desarrollo. Los niños con problemas muy serios no
mejoran sin tratamiento. De hecho, pueden complicarse con problemas secundarios. Es
común que cuando se hace un diagnóstico de trastorno de personalidad en la infancia,
este termine siendo una estructura limítrofe en la edad adulta.